Que trata cómo fue prosiguiendo Nezahualcoyotzin su viaje y peregrinación hasta Capolac y las cosas que le sucedieron en el camino Ya que llegaba el príncipe Nezahualcoyotzin cerca de un lugar que se dice Tlecuílac, iba muy triste y pensativo considerando las calamidades y trabajos que padecía desde la muerte de su padre; volvió los ojos y vio la mucha gente que le seguía, que eran muchos de los ciudadanos de Tetzcuco y algunos caballeros y todos los más de sus tíos y criados y hablando con ellos les dijo con algún sentimiento y enojo: "¿a dónde vais?, ¿a qué padre seguís que os ampare y defienda? ¿no me veis cuan solo y afligido voy por estas montañas y desiertos siguiendo las veredas y caminos de los conejos y venados y que no sé a donde voy si seré bien recibido y mis enemigos me darán alcance y me matarán pues mataron a mi padre que era más poderoso, que yo soy huérfano y desamparado de todos? Volveos a vuestras casas no muráis conmigo, no por mi causa caigáis en desgracia del tirano y perdáis vuestras casas y haciendas". Quauhtlehuanitzin y Tzontecochatzin con todos los demás le respondieron, que ellos con toda su voluntad le querían ir siguiendo y morir en donde muriese. Oyendo esto se enterneció mucho Nezahualcoyotzin y comenzó a llorar y con él toda aquella gente que le acompañaba y vuelto en sí les agradeció y les rogó que se volviesen a sus casas, que desde ellas le podían servir en conocer y adquirir los designios del tirano y de sus enemigos y que él tendría muy particular cuidado de irles avisando de todo lo que le aconteciese en su viaje y demanda y así se volvieron todos quedando solos aquellos que fueron necesarios para el servicio de su persona y asimismo porfiaron de ir con él Quauhtlehuanitzin su hermano y Tzontecochatzin su sobrino, diciéndole que de ninguna manera se volverían, pues que el mismo riesgo que corría su alteza corrían ellos el día que fuesen vistos y que así donde quiera que fuese le querían ir siguiendo. Prosiguieron su camino para subir por una montaña que se dice Papalotépec hasta que llegaron por encima de una sierra que se llama Huilotépec, que ya era a puesta del sol, desde donde reconoció el paraje en donde estaba, mirando hacia los llanos de Huexotzinco que estaban ya oscuros con las sombras de las sierras y por la otra parte descubrió la sierra del pueblo de Tepepulco, que todavía reverberaba en ella alguna claridad de los rayos del sol; desde donde envió segundo apercibimiento a los señores de la provincia de Huexotzinco y que en Capolapan aguardaba la resolución del día que le habían de dar socorro. Los que llevaron este mensaje, el uno se llamaba Coyohua y el otro Zeotzíncatl. Y habiendo dormido en esta sierra esta noche, luego el día siguiente por la madrugada prosiguió su viaje y bajando por unas lomas fue a dar en unas sementeras cerca de unas cuevas que había y por allí pasaba un camino en donde reconocieron que venía una tropa de soldados, que eran los enemigos que habían andado en las provincias de Huexotzinco y Tlaxcalan en su busca; por lo cual Nezahualcoyotzin y los que iban con él se escondieron entre unos matorrales de saúcos que cerca del camino estaban y al emparejar los enemigos donde estaban escondidos encontraron con un mancebo aldeano, natural de por allí cerca, que iba cargado con chían, a quien preguntaron por Nezahualcoyotzin si lo había visto, el cual les respondió que no le conocía; y despidiéndose de él le encargaron que si lo viese diese aviso de él a los tepanecas, que le harían las mercedes que estaban promulgadas. Y visto Nezahualcoyotzin que los enemigos iban lejos, prosiguió su camino y alcanzó al aldeano el cual le dijo lo que había pasado con aquellos soldados con quienes había encontrado. Nezahualcoyotzin le dijo que si viese a quien buscaban ¿si lo iría a denunciar?: respondió que no. Tornóle a replicar diciéndole, que haría muy mal en perder una mujer hermosa y lo demás que el rey Maxtla prometía; el mancebo se rió de todo, no haciendo caso ni de lo uno ni de lo otro. Y prosiguiendo el príncipe su camino por la vía de Yahualiuhcan, en la mitad del Mihua uno de sus criados le alcanzó con comida y habiendo comido llegó a Yahualiuhcan en donde hizo noche y luego otro día se pasó a otro lugar que se dice Quauhtépec en donde hizo asimismo noche y llegaron allí mensajeros de la ciudad y provincia de Huexotzinco que enviaban los señores a consolarle y que para el día citado le ayudarían con todo su poder y asimismo le trajeron un gran presente de mantas y mucho bastimento que los señores Xayacamachan y Temayacuatzin le enviaban. Otro día siguiente se fue a un lugar que se dice Calnapanolco sujeto a la provincia de Tlaxcalan, en donde Tlotlililcauhtzin embajador de la señoría le consoló y le prometió el socorro de gente y bastimentos para recobrar su reino y el imperio de los chichimecas, dándole asimismo cantidad de mantas y bastimentos que le enviaba de presente la señoría; y habiendo dormido en este lugar otro día por la mañana le dijo el enviado que le había de llevar a otro puesto que se decía Calpolalpan en donde la señoría le tenía puestos muy grandes jacales en que pudiese albergarse con todo su ejército y desde allí saldría con el ejército por la vía de Tetzcuco y el día que llegó a este puesto llegaron todos los más de los mensajeros que había despachado a diversas partes con nueva del socorro que le venía, en especial los de Zacatlan, Tototépec, Tepeapulco, Tlaxcalan y Cempoalan y otras partes que se juntaron dentro de cuatro días en este puesto y los de Huexotzinco, Chololan y Chalco, que el mismo día que llegase a ellos llegarían a vista de Coatlichan; con que quedó muy consolado y las esperanzas ciertas de su buen suceso.
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De los mercados En todos los barrios hay una plaza anexa en la cual cada quinto día, o con más frecuencia, se celebran mercados, llamados tianquiztli, no sólo en la ciudad de México, sino también en las otras ciudades y poblados de la Nueva España. De los mexicanos, el mercado de Tlatelolco era el más grande, y capaz de casi sesenta mil hombres, y después el de Tenuchtitlán, en los cuales casi ningún día dejaba de congregarse numerosa turba de varones y mujeres para la compra y venta de varias cosas. Los mercaderes de ambos sexos se sientan en lugares establecidos, y a ninguno le es permitido ocupar el de otro; además de estos mercados amplísimos (tal es la multitud de indígenas que se junta en ellos), también las vías públicas cercanas hierven con mercancías, adonde encuentras leña, carbón, jarros de barro de color rojo que en nada ceden a los de nuestra gente en elegancia. Cueros de ciervos y de otros animales, secos y macerados, con pelo o depilados y también teñidos de varios colores. De éstos se hacen sandalias, rodelas, escudos, calzones, corazas y forros para las armas de madera. También pieles de todo género de aves, maceradas y rellenas de yerbas. Varias diferencias de sal; vestidos de algodón de varios colores, del cual se hacen cobertores, capas, maxtles, tapetes, servilletas, manteles, camisas nahoas, tecuitl y otras muchas cosas de este mismo género. Se venden también lienzos tejidos de hojas de palma, de gladiola, de maguey, de plumas de aves y de pelo de conejo. Tramas de algodón, hilo blanco y de muchos colores. Además géneros de aves cuyas carnes sirven de alimento, las plumas para vestidos y las alas para la cacería de aves y todas para los bailes y danzas que se llaman nitoteliztli. Son más dignas de verse las que de madera, plumas y oro se fabrican, con los cuales todos suele ser representado en elegancia distinguida por los artífices indios que son peritísimos en estas artes y pacientísimos en esta clase de trabajos. También solían ser expuestas en almoneda en los mercados trabajos maravillosos de plata o grabados en metales o fundidos en bronce; platos bexagonales que tenían tres partes de oro alternadas con otras tantas de plata, adheridas unas a las otras pero no pegadas en manera alguna, sino fundidas, consolidadas y soldadas en la misma fusión; anforitas de bronce con asas sueltas; peces con una escama de oro y otra de plata; pericos que tenían la lengua, la cabeza y las alas movibles; monas con la cabeza y los pies flexibles y haciendo girar el huso como si estuvieran tejiendo y otras que tenían una manzana u otro fruto que parecían comerse. Todo lo cual nuestros artífices no pudieron emular, aun cuando obligados a la máxima admiración por obra tan notable. Ni tampoco son inferiores a los artífices españoles en interpolar, esculpir, o perforar piedras preciosas. Venden, pues, plumas, oro, plata, piedras finas recomendadas para curar varios géneros de enfermedades, estaño, plomo, latón, perlas y mil clases de conchas que en otro tiempo se preferían para no pocos ajuares y para adornar y engrandecer los vestidos y que ahora son despreciadas y consideradas sin valor. Y otras muchísimas cosas sumamente variadas y a veces también muy insignificantes y de poca importancia, según lo quiere la moda, porque en verdad así es el ingenio de los hombres y de tal manera dispuesto por la naturaleza que lo que unos estiman de gran valor para, otros es cosa de risa y desprecio. ¿Y qué diré de las yerbas, de las hojas, flores, raíces y semillas que emplean en las medicinas y en la comida y que encuentran en los campos aun los muchachos mismos, impulsados por la violencia de las enfermedades y del hambre, sin pagarles nada a los médicos? ¿Y qué de tanto ungüento que ponen a la venta emulando a nuestros perfumeros, de tantos llamados jarabes, licores destilados y de tanta medicina compuesta (a pesar de que en su mayor parte usan de medicinas simples); de tantas hierbecillas que conocen y que son puestas en almoneda, propias también para matar y ahuyentar las chinches, los piojos, pulgas, moscos y moscas? ¿Y de qué cosas no extraen comida para exponerla a la venta? Son raros los animales que perdona su paladar, puesto que se alimentan aun de serpientes venenosísimas, después de que les han cortado y desechado las cabezas y las colas; de perros, de topos, lirones, lombrices, piojos, ratones, musgo lacustre, sin que quiera yo recordar el lodo lacustre y otras cosas de la clase de los animales y plantas, hórridas y nefandas. Venden además allí, ciervos destazados o enteros, carneros cocidos en agua, carne de buey, laticornios, conejos, liebres, tuzas o topos, perros cuzatli del género de las comadrejas; los cuales cazan, crían y engordan en sus casas y por fin, ambiciosos de ganancia, los llevan a vender a los mercados. Hay tantas tabernas que es de admirarse que tanta mole de carne pueda ser consumida y devorada por los ciudadanos, cuando además abunda el pescado crudo y cocido y en tortas de maíz y tortillitas de maíz y de huevos de varias clases de aves; maíz cocido, crudo y en mazorca en gran cantidad, así como de raíces, habas, frijoles y legumbres. No pueden ser enumerados los géneros de frutas indígenas o de nuestro país, secas y frescas que allí se venden, y la que es tenida en mayor aprecio que las demás es el cacaoatl, del que se habla más por extenso entre las plantas. ¿Qué diré de las varias diferencias de pigmentos desconocidos para los nuestros que se fabrican de flores, frutos, raíces, hojas, cortezas, piedras, madera y de otras que no podrían sin fastidio enumerarse con exactitud. También mucha miel, ya sea que requieras la del trabajo de las abejas o la que suele prepararse por la industria humana del jugo de la caña de azúcar, del del maíz, del del maguey, y del de otros árboles y frutos. Venden también aceite de chía, con el cual suelen ser preservadas de la injuria de la lluvia y del tiempo las estatuas de los dioses y condimentada la comida, aun cuando son usadas con más frecuencia, para preparar las viandas, mantequilla, manteca, grasa y sebo. Venden también teas y espadas de iztle. ¿Quién ignora los varios géneros de vinos mezclados por ellos, de los cuales se hablará en su lugar? No se puede decir cuántas y cuán varias cosas exponen a la venta; cuántos artífices estén presentes; con cuánta cantidad de hombres hierven los mercados; con cuánta cura y diligencia los gobernadores mexicanos y los pretores tlatelulcenses y sus lictores y ministros, estén atentos a todo lo que tengan que reprimir. Para que no se quedaran enteramente sin mencionar, resolvimos poner ante los ojos ésta como imagen de aquellas cosas que se encuentran en los mercados.
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CAPÍTULO XXVII De algunos milagros que en las Indias ha obrado Dios en favor de la fe, sin méritos de los que los obraron Santacruz de la Sierra es una provincia muy apartada y grande en los reinos del Pirú, que tiene vecindad con diversas naciones de infieles, que aún no tienen luz del Evangelio, si de los años acá que han ido padres de nuestra Compañía con ese intento no se la han dado. Pero la misma provincia es de cristianos, y hay en ella españoles indios bautizados, en mucha cuantidad. La manera en que entró allá la cristiandad fue esta. Un soldado de ruin vida y facineroso, en la provincia de los Charcas, por temor de la justicia que por sus delitos le buscaba, entró mucho la tierra adentro, y fue acogido de los bárbaros de aquella tierra, a los cuales viendo el español que pasaban gran necesidad por falta de agua, y que para que lloviese hacían muchas supersticiones, como ellos usan, díjoles, que si ellos hacían lo que él les diría, que luego llovería. Ellos se ofrecieron a hacerlo de buena gana. El soldado, con esto, hizo una grande cruz, y púsola en alto, y mandoles que adorasen allí y pidiesen agua, y ellos lo hicieron así. Cosa maravillosa, cargó luego tan copiosísima lluvia, que los indios cobraron tanta devoción a la Santa Cruz, que acudían a ella con todas sus necesidades, y alcanzaban lo que pedían. Tanto, que vinieron a derribar sus ídolos y a traer la cruz por insignia, y pedir predicadores que les enseñasen y bautizasen, y la misma provincia se intitula hasta hoy por eso, Santacruz de la Sierra. Mas porque se vea por quién obraba Dios estas maravillas, es bien decir cómo el sobredicho soldado, después de haber algunos años hecho estos milagros de apóstol, no mejorando su vida, salió a la provincia de los Charcas, y haciendo de las suyas, fue en Potosí públicamente puesto en la horca. Polo, que le debía de conocer bien, escribe todo esto como cosa notoria que pasó en su tiempo. En la peregrinación extraña que escribe Cabeza de Vaca, el que fue después Gobernador en el Paraguay, que le sucedió en la Florida con otros dos o tres compañeros, que solos quedaron de una armada, en que pasaron diez años en tierras de bárbaros, penetrando hasta la mar del Sur, cuenta y es autor fidedigno, que compeliéndoles los bárbaros a que les curasen de ciertas enfermedades, y que si no lo hacían les quitarían la vida, no sabiendo ellos parte de medicina, ni teniendo aparejo para ella, compelidos de la necesidad, se hicieron médicos evangélicos, y diciendo las oraciones de la Iglesia y haciendo la señal de la cruz, sanaron aquellos enfermos; de cuya fama hubieron de proseguir el mismo oficio por todos los pueblos, que fueron innumerables, concurriendo el Señor maravillosamente, de suerte que ellos se admiraban de sí mismos, siendo hombres de vida común, y el uno de ellos, un negro. Lancero fue en el Pirú un soldado que no se saben de él más méritos de ser soldado; decía sobre las heridas, ciertas palabras buenas, haciendo la señal de la cruz, y sanaban luego; de donde vino a decirse como por refrán, El Salmo de Lancero. Y examinado, por los que tienen en la Iglesia autoridad, fue aprobado su hecho y oficio. En la ciudad del Cuzco, cuando estuvieron los españoles cercados y en tanto aprieto que sin ayuda del cielo fuera imposible escapar, cuentan personas fidedignas, y yo se lo oí, que echando los indios fuego arrojadizo sobre el techo de la morada de los españoles, que era donde es agora la Iglesia Mayor, siendo el techo de cierta paja que allá llaman chicho, y siendo los hachos de tea muy grandes, jamás prendió ni quemó cosa, porque una señora que estaba en lo alto, apagaba el fuego luego, y esto visiblemente lo vieron los indios y lo dijeron muy admirados. Por relaciones de muchos y por historias que hay, se sabe de cierto que en diversas batallas que los españoles tuvieron, así en la Nueva España como en el Pirú, vieron los indios contrarios, en el aire, un caballero con la espada en la mano, en un caballo blanco, peleando por los españoles; de donde ha sido y es tan grande la veneración que en todas las Indias tienen al glorioso Apóstol Santiago. Otras veces vieron en tales conflictos la imagen de Nuestra Señora, de quien los cristianos en aquellas partes han recibido incomparables beneficios. Y si estas obras del cielo se hubiesen de referir por extenso, como han pasado, sería relación muy larga. Baste haber tocado esto con ocasión de la merced que la Reina de Gloria, hizo a los nuestros cuando iban tan apretados y perseguidos de los mexicanos; lo cual todo se ha dicho para que se entienda que ha tenido Nuestro Señor, cuidado de favorecer la fe y religión cristiana, defendiendo a los que la tenían, aunque ellos por ventura no mereciesen por sus obras semejantes regalos y favores del cielo. Junto con esto, es bien que no se condenen tan absolutamente todas las cosas de los primeros conquistadores de las Indias, como algunos letrados y religiosos han hecho, con buen celo sin duda, pero demasiado. Porque aunque por la mayor parte fueron hombres cudiciosos y ásperos, y muy ignorantes del modo de proceder, que se había de tener entre infieles, que jamás habían ofendido a los cristianos, pero tampoco se puede negar que de parte de los infieles hubo muchas maldades contra Dios y contra los nuestros, que les obligaron a usar de rigor y castigo. Y lo que es más, el Señor de todo, aunque los fieles fueron pecadores, quiso favorecer su causa y partido para bien de los mismos infieles que habían de convertirse después por esa ocasión al Santo Evangelio; porque los caminos de Dios son altos, y sus trazas, maravillosas.
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De la manera que está asentada la ciudad de Cali, y de los indios de su comarca, y quién fue el fundador Para llegar a la ciudad de Cali se pasa un pequeño río que llaman Río-Frío, lleno de muchas espesuras y florestas; abájase por una loma que tiene más de tres leguas de camino; el río va muy recio y frío, porque nasce de las montañas; va por la una parte deste valle, hasta que, entrando en el río Grande, se pierde su nombre. Pasado este río, se camina por grandes llanos de campaña; hay muchos venados pequeños, pero muy ligeros. En aquestas vegas tienen los españoles sus estancias o granjas, donde están sus criados para entender en sus haciendas. Los indios vienen a sembrar las tierras y a coger los maizales de los pueblos que los tienen en los altos de la serranía. Junto a estas estancias pasan muchas acequias y muy hermosas, con que riegan sus sementeras, y sin ellas, corren algunos ríos pequeños de muy buena agua; por los ríos y asequias ya dichas hay puestos muchos naranjos, limas, limones, granados, grandes platanales y mayores cañaverales de cañas dulces; sin esto, hay piñas, guayabas, guabas y guanabanas120, raltas y unas uvillas que tienen una cáscara por encima, que son sabrosas; caimito, ciruelas; otras frutas hay muchas y en abundancia, y a su tiempo singulares; melones de España y mucha verdura y legumbres de España y de la misma tierra. Trigo hasta agora no se ha dado, aunque dicen que en el valle de Lile, que está de la ciudad cinco leguas, se dará; viñas, por el consiguiente, no se han puesto; la tierra, disposición tiene para que en ella se críen muchas como en España. La ciudad está asentada una legua del río Grande, ya dicho, junto a un pequeño río de agua singular que nace en las sierras que están por encima della; todas las riberas están llenas de frescas huertas, donde siempre hay verduras y frutas de las que ya he dicho. El pueblo está asentado en una mesa llana: si no fuese por el calor que en él hay, es uno de los mejores sitios y asientos que yo he visto en gran parte de las Indias, porque para ser bueno ninguna cosa le falta; los indios y caciques que sirven a los señores que los tienen por encomienda están en las sierras; de algunas de sus costumbres diré, y del puerto de mar por donde les entran las mercaderías y ganados. En el año que yo salí desta ciudad había veinte y tres vecinos que tenían indios. Nunca faltan españoles viandantes, que andan de una parte a otra entendiendo en las contrataciones y negocios. Pobló y fundó esta ciudad de Cali el capitán Miguel Muñoz en nombre de su majestad, siendo el adelantado don Francisco Pizarro, gobernador del Perú, año de 1537 años; aunque (como en lo de atrás dije) la había primero edificado el capitán Sebastián de Belalcázar en los pueblos de los gorrones; y para pasarlo a donde agora está Miguel Muñoz, quieren decir algunos que el cabildo de la misma ciudad se lo requirió y forzó a que lo hiciese; por donde parece que la honra de esta fundación a Belalcázar y al cabildo ya dicho compete; porque si a la voluntad de Miguel Muñoz se mirara, no sabemos lo que fuera, según cuentan los mismos conquistadores que allí eran vecinos.
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CAPITULO XXVII Fúndase la Misión de San Antonio de Padua. Aquel ardiente celo de la conversión de los Gentiles en que se abrasaba el corazón de nuestro V. Fr. Junípero, no le permitía descanso ni dilación alguna en poner los conducentes medios para la consecución de sus intentos. Luego que concluyó el reconocimiento del Río Carmelo, y dejó en corriente los Operarios para el corte de maderas, se regresó luego a Monterrey, para disponer su viaje de la Sierra de Santa Lucía, a donde salió luego con los Padres destinados para Fundadores de la Misión de San Antonio; y llevando consigo todos los avíos necesarios para aquella nueva misión, y la precisa escolta de Soldados, caminaron para aquella Sierra, veinte y cinco leguas de Monterrey al viento Sur Sudueste; y habiendo llegado a la hoya de la citada Serranía encontraron una grande cañada, que llamaron de los Robles, por estar muy poblada de estos árboles, y pasaron el Real a ella. Registraron el terreno, y habiendo hallado un Plan dilatado y vistoso en la misma Cañada, inmediato a un Río (que desde luego llamaron de S. Antonio) les pareció muy proporcionado sitio para el Establecimiento, por el buen golpe de agua que tenía aún en el mes de Julio, que es el tiempo. de las mayores secas; y asimismo que sin dificultad podrían darle conductos para el beneficio de aquellas tierras. Convenidos todos en la elección del terreno para el Poblado, mandó el V. Padre descargar las mulas, y colgar las campanas en la rama de un árbol; y luego que estuvieron en disposición de tocarse, empezó el Siervo de Dios a repicarlas, gritando como enajenado: "Ea Gentiles, venid, venid a la Santa Iglesia: venid, venid a recibir la Fe de Jesucristo" y mirándolo el Padre Fr. Miguel Pieras, uno de los dos Misioneros señalado para Presidente, le decía: "¿Para qué se cansa si éste no es el sitio en donde se ha de poner la Iglesia, ni en estos contornos hay Gentil alguno? Es ocioso el tocar las campanas. Déjeme Padre explayar el corazón, que quisiera que esta campana se oyese por todo el Mundo, como deseaba la V. Madre Sor María de Jesús de Agreda, o que a lo menos la oyese toda la Gentilidad que vive en esta Sierra". Construyeron luego una Cruz grande, que después de bendita y adorada enarbolaron y fijaron en aquel mismo sitio. Hízose asimismo una enramada, y puesta bajo de ella la mesa de Altar, celebró el V. Padre la primera Misa a San Antonio, Patrono de aquella Misión, el día 14 de Julio del año 1771, dedicado al Seráfico Doctor San Buenaventura. Presenció este Sacrificio Divino un Gentil que atraído del sonido de las campanas, o de la novedad de ver gentes tan extrañas, ocurrió allí a tiempo que se celebraba la Misa. Advirtiólo el V. Sacerdote al voltearse para el Pueblo para la Plática después del Evangelio, y rebosando de la alegría su corazón, la explicó en su discurso diciendo de esta manera: "Espero en Dios y en el patrocinio de San Antonio, que esta su Misión ha de ser un gran Pueblo de muchos Cristianos, pues vemos, lo que no se ha visto en otras de las Misiones fundadas hasta aquí, que a la primera Misa ha asistido la primicia de la Gentilidad; y no dejará ese de comunicar a los demás Gentiles lo que ha visto." Así sucedió, como veremos después, cumpliéndose perfectamente con el hecho las esperanzas de nuestro V. Padre, quien luego que concluyó la Misa, comenzó a acariciar y regalar al Gentil, con el fin de atraer por este medio a los demás, como lo logró aún en aquel mismo día, pues llevados de la novedad empezaron a concurrir; y habiéndoles hecho entender por señas (a falta de intérprete) que habían ido a avecindarse y vivir en aquellas tierras, dieron muestras de apreciarlo mucho, comprobándolo con las continuas visitas que les hacían, y regalos de piñones y bellotas que les traían, cuyas semillas y otras silvestres, de que hacen sus pinoles o harinas para mantenerse, cosechan con abundancia. Correspondía el V. Padre y demás a estos obsequios con ensartas de avalorios (o cuentas de vidrio de diversos colores) y asimismo con nuestras comidas de maíz y frijol, a que se aficionaron desde luego aquellos Infieles. Inmediatamente se dió principio a construir, por de pronto de madera, casa para habitación de los Padres y Sirvientes, Cuartel para los Soldados, e Iglesia para el divino culto, cercando todas estas piezas con estacada para la defensa, y con escolta de seis Soldados y un Cabo para resguardo. Dentro de poco tiempo ya los Padres se llevaban la atención de los Gentiles, que les cobraron singular afecto, por el amor y cariño con que los trataban; y desde luego comenzaron a manifestar la confianza que hacían de los Religiosos, llevándoles sus semillas luego que levantaban las cosechas, y diciéndoles, que comiesen lo que gustasen de ellas, y el resto se los guardaran para el tiempo de Invierno. Así lo hacían los Misioneros con mucha complacencia, admirando en los Gentiles tanta confianza; y con la expectación de que sería mayor, cuando reengendrados por e1 Bautismo los mirasen como a verdaderos Padres. Quedó en el mismo concepto nuestro V. Fr. Junípero, al ver tan al principio semejantes demostraciones; y con esta confianza dejando a los citados Ministros en la Misión de San Antonio, se regresó para la de Monterrey, a los quince días de fundada aquella. Instruidos los nuevos Misioneros por el V. Presidente, se dedicaron desde luego con el mayor desvelo a aprender con los niños el idioma de aquellos Bárbaros, para poder explicarles por este medio, que el fin de venir a sus tierras, era para dirigir al Cielo sus almas. Consiguiéronlo a costa de toda su aplicación; y habiendo empezado a catequizar bautizar, tenían ya a los dos años de fundada aquella Misión, que estuve yo en ella, ciento cincuenta y ocho Cristianos nuevos. Entre ellos había (según me refirieron aquellos Religiosos) una Mujer, que nombraron Águeda, tan anciana, que según su aspecto, representaba tener de edad cien años. Fue ésta a pedir a los Padres el Bautismo; y habiéndole preguntado la causa de querer ser Cristiana, respondió, que siendo ella de corta edad, oía referir a sus Padres la venida a aquellas tierras de un hombre que vestía el mismo hábito que los Religiosos, el cual no había entrado ni a pie por tierra, sino volando, y que éste les decía lo mismo que ahora predicaban los Misioneros; y que acordándose de esto se había movido a ser Cristiana. No dando crédito los Padres al dicho de la anciana Mujer, se informaron de los Neófitos, y unánimes todos respondieron, que así lo habían oído decir a sus antepasados, y que era general tradición de unos a otros. Al oir de los Padres esta noticia, me acordé luego de la Carta que en el año de 1631 escribió la V. M. Sor María de Jesús de Agreda a los Misioneros empleados en las espirituales Conquistas del Nuevo México, en que entre otras cosas les dice, que N. P. S. Francisco llevo a estas Naciones del Norte dos Religiosos de su Orden para que predicasen la Fe de Jesucristo (los cuales no eran Españoles) y que después de haber hecho muchas conversiones, padecieron martirio. Y habiendo cotejado el tiempo, me hice juicio, podría haber sido alguno de estos Religiosos el que decía la Neófita Águeda. La citada Misión de S. Antonio (como tengo dicho) se halla situada en el centro de la Sierra de Sta. Lucía, distante de la Costa del Mar Pacífico como ocho leguas por la fragosidad del camino para la Playa, y está en la altura del Norte a 35 grados y 30 minutos, y distante, como veinte y cinco leguas del Puerto de Monterrey. Es el terreno bastantemente poblado de crecidos pinos, que producen abundancia de piñones (semejantes en todo a los de España) los cuales comen los Indios, causándoles por su naturaleza cálida algunos accidentes. Está poblado asimismo de grandes encinos y robles, que franquean a los Indios varios géneros de bellotas, las cuales después de secas al Sol, guardan todo el año para mantenerse, haciendo sus poleadas, y pinoles, para lo cual se sirven también de los zacates o hierbas que con abundancia les ministra el campo. No es menor la que hay de Conejos y Ardillas, tan sabrosas como las Liebres. Es mucha su fertilidad, y facilita abundantes cosechas de Trigo, Maíz, Frijol, y otras varias semillas de España, con que ahora se mantienen los habitantes. El clima en tiempo de Verano es sumamente cálido, y en el Invierno frigidísimo por las muchas heladas que se experimentan; de suerte que un Arroyo que corre todo el año inmediato a las Casas de la Misión, se cuaja con ellas, quedando suspenso el curso de aquella corriente hasta que el Sol con sus rayos derrite el hielo; y por la misma causa suelen experimentarse notables quebrantos en las sementeras, principalmente en las de Maíz, y Frijol, si se siembran temprano. Tan fuerte fue la helada que cayó el día primero de Pascua de Resurrección en el año de 1780, que una gran sementera de trigo, espigado ya todo y en flor, quedó tan seco como el rastrojo por el mes de Agosto. Fue este accidente de grande desconsuelo para los Indios, y mucho mayor para los Padres, considerando los muchos atrasos que se siguen cuando falta bastimento a la Misión, pues es preciso vayan los Neófitos por los cerros en busca de semillas silvestres para alimentarse, como cuando eran Gentiles. Avivando la fe los Padres, y confiando en el Patrocinio de S. Antonio, convidaron a los Cristianos nuevos para hacerle la Novena. Asistieron a ella todos con mucha puntualidad y devoción; y al empezarla, mandaron los Padres soltar el riego a las heladas milpas, que estaban enteramente secas. Dentro de pocos días advirtieron que nacía de nuevo, o retoñaba desde la raíz el trigo; y al acabar la Novena estaba ya todo el campo verde. Continuáronle el riego, y creció con tanta prisa, que a los cincuenta días, en el de Pascua de Espíritu Santo, estaba ya el trigo tan alto como el seco, con las espigas floridas y grandes, que granaron y sazonaron por el mismo tiempo que los años anteriores, lográndose una cosecha tan crecida, y de grano tan abultado, que jamás habían visto otra semejante. Reconociéndose desde luego obligados, así los Padres como los Indios, por tan especialísimo prodigio como Dios nuestro Señor se dignó obrar en su favor por la intercesión del Santo Patrono y Taumaturgo S. Antonio, le rindieron desde luego las más afectuosas gracias. Este caso, y otros varios que omito por no abultar esta Historia, han contribuido mucho para confirmar en la Fe a los Neófitos, y que los Gentiles la abrazasen, como ha sucedido, excediendo el número de Cristianos de aquella Misión al de todas las demás, pues llegaron a contarse en ella antes de morir el V. P. Junípero mil ochenta y cuatro Neófitos, con lo que vio cumplida la esperanza que desde el día de la fundación tuvo en Dios y en el Patrocinio de San Antonio, que había de ser un gran Pueblo de muchos Cristianos. Así lo concedió el Señor a su Siervo Fr. Junípero verlo cumplido en los días de su vida, y que después de su ejemplar muerte vaya aumentándose cada día más el número de los Cristianos; y no dudo que en el Cielo pedirá a Dios (como me prometió poco antes de salir de esta vida) la conversión de todos los demás Gentiles que pueblan estos dilatados Paises.
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Capítulo XXVII De Mama Ocllo Coya, la mujer de Tupa Ynga Yupanqui Mama Ocllo, que por otro nombre fue llamada Tocta Cuca, mujer del valeroso Tupa Ynga Yupanqui y madre de Huayna Capac, su sucesor, fue hija de Mama Ana Huarque Coya, como está dicho, y dicen fue natural de Chincha, por haber allí nacido. Dicen della haber sido muy hermosa y discreta y mujer de gran consejo y prudencia y sobre todo clementísima, lo cual se mostró muy bien, como dijimos en el capítulo precedente, que lo que no pudiera acabar nadie en todo el reino con su marido Tupa Ynga Yupanqui lo acabó y alcanzó ella, y por su respeto y ruego hizo el perdón general de los yanayacos. Hizo su marido por amor della un templo famosísimo en la fortaleza de la ciudad del Cuzco, con infinidad de puertas y una entrada labrada diabólicamente, que era una boca de serpiente que causaba a quien la miraba espanto, y por ella entraban e iban por debajo de la tierra al templo y casa del Sol, llamado Curicancha, la cual puerta se entiende al presente, a lo que dicen algunos indios viejos, que está en una cueva que ahora se llama la Chingana, que significa cosa donde se pierden. En este templo de la fortaleza residió mucho tiempo esta Coya cuando su marido Tupa Ynga Yupanqui fue a las guerras y conquistas. Asistían con ella más de cinco mil indios e indias de sus criados, que las servían y todos dormían dentro y comían a su costa, porque era riquísima. Tenía muchos pueblos para su fábrica y reparo deste Templo, fuera del cual y enfrente de la Puerta Principal, estaba un osario de cabezas de indios puestas con mucha orden, que dicen llegaba el número a ciento y cincuenta mil cabezas en las vigas y gradas, sin las de las torres, que no se pudieron contar. Decían los indios que asistían en el templo de Mama Ocllo unos cuentos y fabulosas cosas notables: que desde la creación del mundo hasta este tiempo habían pasado cuatro soles sin éste que al presente nos alumbra. El primero se perdió por agua, el segundo cayendo el cielo sobre la tierra y que entonces mató a los gigantes que había y que los huesos que los españoles han hallado cavando en diferentes partes son dellos, por cuya medida y proporción parecen haber sido aquellos hombres de estatura de más de veinte palmos. El tercer sol dicen que faltó por fuego. El cuarto que por aire. Deste quinto sol tenían gran cuenta y lo tenían pintado y señalado en el templo de Curicancha y puesto en sus quipos hasta el año de 1554. No es de espantar que gente sin luz de fe errase tan notablemente, pues de otras naciones más sabias y políticas se leen mayores disparates. De esta Coya fue hijo Huayna Capac Ausi Topa Yauqui Toma y una hija llamada Rahua Ocllo y por otro nombre Pilli Coaco Coya, que fue mujer de Huayna Capac.
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Cómo el Almirante descubrió la isla de Cuba, y lo que allí encontró A la sazón, el Almirante, habiendo ya entendido los secretos de la isla Isabela, el tráfico y la condición de aquella gente, no quiso perder más tiempo en ir por aquellas islas, porque eran muchas y semejantes entre sí, como le decían los indios. Así que, salido con viento favorable, para ir a una tierra muy extensa, de todos ellos grandemente alabada, que se llamaba Cuba, la cual estaba hacia mediodía, el domingo, a 28 de octubre, llegó a la costa de aquella, en la región del norte. Vióse muy luego que esta isla era de mayor excelencia y calidad que las otras ya nombradas, tanto por la belleza de los collados y de los montes, como por la variedad de los árboles, por sus campiñas y por la grandeza y longitud de sus costas y playas. A fin de tener información y noticias de sus moradores, fue a echar las áncoras a un caudaloso río, donde los árboles eran muy espesos y muy altos, adornados de flores y frutos diversos de los nuestros, en los que había una gran cantidad de pájaros, y por allí amenidad increíble; porque se veía la hierba alta y muy diferente de las nuestras; y aunque allí había verdolagas, bledos y otras semejantes, por su diversidad no las conocían. Yendo a dos casas que se veían no muy lejos, hallaron que la gente había huido de miedo, dejando todas las redes y otros utensilios necesarios en la pesca, y un perro que no ladraba; pero, como dispuso el Almirante, no se tocó a cosa alguna, porque le bastaba por entonces ver la calidad de las cosas que para su manutención y servicio usaban. Vueltos después a los navíos, continuaron su rumbo al occidente, y llegaron a otro río mayor, que el Almirante llamó de Mares. Este aventajaba mucho al anterior, pues por su boca podía entrar un navío volteado, y estaba muy poblado en las orillas; pero la gente del país, viendo presentarse los navíos, se puso en fuga hacia los montes, que se veían muchos, altos y redondos, llenos de árboles y de plantas amenísimas, donde los indios escondieron todo lo que pudieron llevar. Por esto, no pudiendo el Almirante, a causa del temor de aquella gente, conocer la calidad de la isla, y considerando que si volvía a bajar con mucha gente les aumentaría el miedo, acordó enviar dos cristianos, con un indio de los que llevaba consigo de San Salvador, y otro de aquellas tierras, que se había atrevido a venir en una pequeña canoa a los navíos; a los cuales mandó que caminasen por dentro de aquel país y se informasen, tratando afablemente a los habitantes que encontrasen por el camino. A fin de que, mientras estos iban, no se perdiese tiempo, mandó que se sacase la nave a tierra, para calafatearla, y por suerte vieron que toda la lumbre que habían hecho para esto era de almáziga, de la que se veía gran cantidad por todo el país; es éste un árbol, que, en la hoja y en el fruto, se asemeja al lentisco, sino que es bastante mayor.
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CAPÍTULO XXVII Cómo se abrazan la tierra y la mar Acabaré con este elemento juntándolo con el precedente del agua, cuyo orden y trabazón entre sí es admirable. Tienen estos dos elementos partida entre sí una misma esfera, y abrazándose en mil maneras. En unas partes combate el agua a la tierra furiosamente como enemiga; en otras la ciñe mansamente. Hay donde la mar se entra por la tierra adentro mucho camino, como a visitarla; hay donde se paga la tierra con echar a la mar unas puntas que llega a sus entrañas. En partes se acaba el un elemento y comienza el otro muy poco a poco dando lugar uno a otro. En partes cada uno de ellos tiene al juntarse su profundo inmenso; porque se hallan islas en la mar del Sur y otras en la del Norte, que llegando los navíos junto a ellas, aunque echan la sonda en setenta y ochenta brazas, no hallan fondo. De donde se ve que son como unos espigones o puntas de tierra que suben del profundo, cosa que pone grande admiración. De esta suerte me dijo un piloto experto que eran las islas que llaman de Lobos, y otra al principio de la costa de Nueva España que llaman de los Cocos. Y aun hay parte donde en medio del inmenso Océano, sin verse tierra en muchas leguas al derredor, se ven dos como torres altísimas o picos, de viva peña, que salen en medio del mar, y junto a ellos no se halla tierra ni fonfo. La forma que enteramente hace la tierra en Indias no se puede entender, por no saberse las extremidades ni estar descubiertas hasta el día presente, pero así gruesamente podemos decir que es como de corazón con los pulmones, lo más ancho de este como corazón es del Brasil al Pirú; la punta, al Estrecho de Magallanes; el alto donde remata, es Tierrafirme, y de allí vuelve a ensanchar poco a poco hasta llegar a la grandeza de la Florida y tierras superiores, que no se saben bien. Otras particularidades de estas tierras de Indias se pueden entender de comentarios que han hecho españoles de sus sucesos y descubrimientos, y entre éstos la pregrinación que yo escribí de un hermano de nuestra Compañía, que cierto es extraña, puede dar mucha noticia. Con esto quedará dicho lo que ha parecido bastar al presente para dar alguna inteligencia de cosas de Indias, cuanto a los comunes elementos de que constan todas las regiones del mundo.
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Que trata los templos que sin éste se tenían por más principales, y los hombres que tenían. Muchos fueron los templos que hobo en este reino del Perú y algunos se tienen por muy antiguos, porque fueron fundados antes, con muchos tiempos, que los Incas reinasen, así en la serranía de los altos como en la serranía de los llanos; y reinando los Incas se edificaron de nuevo otros muchos en donde se hacían sus fiestas e sacrificios. Y porque hacer mención de los templos que había en cada provincia en particular sería cosa muy larga y prolija, determino de contar en este lugar solamente los que tuvieron por más eminentes e principales. Y así, digo que, después del templo de Curicancha, era la segunda guaca de los Incas el cerro de Guanacaure, que está a vista de la ciudad y era por ellos muy frecuentado y honrado por lo que algunos dicen quel hermano del primer Inca se convertió en aquel lugar en piedra al tiempo que salían de Pacaritambo, como al principio se contó. Y había en este cerro antiguamente oráculo por donde el maldito Demonio hablaba; y estaba enterrado a Ya redonda suma de grande tesoro, y en algunos días se sacrificaban hombres y mujeres a los cuales, antes que fuesen sacrificados, los sacerdotes les hacían entender que habían de ir a servir al aquel Dios que allí adoraban, allá en la gloria que ellos fingían con sus desvaríos que tenían; y así, teniéndolo por cierto los que habían de ser sacrificados, los hombres se ponían muy galanos y ataviados con sus ropas de lana fina y llautos de oro y patenas y brazaletes y sus oxotas con sus correas de oro; y, después de haber oído el parlamento que los mentirosos de los sacerdotes les hacían, les daban a beber mucho de su chicha con grandes vasos de oro, y solenizaban [con sus cantares el sacrificio, publicando en ellos que, por servir a sus dioses, ofrecían sus vidas de tal suerte, teniendo por alegre recebir en su lugar la muerte. Y habiendo bien endechado estas cosas, eran ahogados por los ministros y, puestos en los hombros sus quipes de oro y un jarrillo de lo mesmo en la mano, los enterraban a la redonda del oráculo en sus sepulturas. Y a estos tales tenían por santos canonizados entre ellos, creyendo sin duda ninguna que estaban en el cielo sirviendo a su Guanacaure. Las mujeres que sacrificaban iban vestidas asimismo ricamente con sus ropas finas de colores y de pluma y sus topos de oro y sus cucharas y escudillas y platos, todo de oro; y así aderezadas, después que han bien bebido, las ahogaban y enterraban creyendo, ellas y los que las mataban, que iban a servir a su diablo o Guanacaure. Y hacíanse grandes bailes y cantares cuando se hacían semejantes sacrificios questos. Tenían este ídolo donde estaba el oráculo, con sus chácaras, yanaconas, y ganados y mamaconas y sacerdotes que se aprovechaban de lo más dello. El tercero oráculo y guaca de los Incas era el templo de Vilcanota, bien nombrado en estos reinos y adonde, permitiéndolo nuestro Dios y Señor, el Demonio tuvo grandes tiempos poder grande y hablaba por boca de los falsos sacerdotes que para servicio de los ídolos en él estaban. Y estaba este templo de Vilcanota poco más de veinte leguas del Cuzco, junto al pueblo de Chungara; y fue muy venerado y estimado y que se ofrecieron muchos dones y presentes, así por los Incas y señores, como por los ricos hombres de las comarcas [del donde venían a sacrificar, y tenía sus sacerdotes y mamaconas y sementeras, y casi cada año se hacían en este templo ofrendas de la capacocha, que es lo que luego diré. Dábase grande crédito a lo que el Demonio decía por sus respuestas y, a tiempos, se hacían grandes sacrificios de aves y ganados y otros animales. El cuarto templo estimado y frecuentado por los Incas y naturales de las provincias fue la guaca de Ancocagua, donde también había oráculo muy antiguo y tenido en gran veneración. Estaba pegado con la provincia de Hatun Cana y a tiempos iban de muchas partes con grand veneración a este demonio a oír sus vanas respuestas; y había en él grand suma de tesoros, porque los Incas y todos los demás los ponían allí. Y dícese también que, sin los muchos animales que sacrificaban a este diablo, que ellos tenían por dios, hacían lo mesmo de algunos indios e indias, así y como conté que se usaba en el cerro de Guanacaure. Y que hobiese en este templo la riqueza que se dice, tiénese por verdad, porque después de haber los españoles ganado al Cuzco con más de tres años, y haber los sacerdotes y caciques alzado los grandes tesoros que todos estos templos tenían, oí decir que un español llamado Diego Rodríguez Elemosín sacó desta guaca más de treinta mill pesos de oro; y sin esto se ha hallado más, y todavía hay noticia de haber enterrado grandísima cantidad e plata y oro en partes que no hay quien lo sepa, si Dios no, y nunca se sacarán si no fuera acaso o de ventura. Sin estos templos se tuvo otro por tan estimado y frecuentado como ellos, y más que había por nombre la Coropuna, que es en la provincia de Condesuyo, en un cerro muy grande cubierto a la contina de nieve que de invierno y de verano no se quita jamás. Y los reyes del Perú con los más principales dél visitaban este templo haciendo presentes y ofrendas como a los ya dichos; y tiénese por muy cierto que, de los dones y capacocha que a este templo se le hizo, había muchas cargas de oro y plata y pedrería enterrado en partes que dello no se sabe, y os indios escondieron otra suma que estaba para servicio del ídolo y de los sacerdotes y mamaconas, que también tenía muchos el templo; y como haya tan grandes nieves, no suben a lo alto ni saben atinar a donde estaban tan grandes tesoros. Mucho ganado tenía este templo y chácaras y servicio de indios y mamaconas. Siempre había en él gente de muchas partes y el Demonio hablaba aquí más sueltamente que en los oráculos dichos, porque a la contina daba mill respuestas, y no a tiempos, como los otros. Y aún agora en este tiempo, por algún secreto de Dios, se dice que andan por aquella parte diablos visiblemente, que los indios los ven y dellos reciben grand temor. Y a chripstianos he yo oído que han visto los mesmos en figura de indios y aparecérseles y desaparecérseles en breve espacio de tiempo. Algunas veces sacrificaban mucho en este oráculo, y así mataban muchos ganados y aves y algunos hombres y mujeres. Sin estos oráculos, había el de Aperahua, en donde por el troncón de un árbol respondía el oráculo, y que junto a él se halló cantidad de oro; y el de Pachacama, ques de los Yuncas, y otros muchos, así en la comarca de Andesuyo como en la de Chinchasuyo y Omasuyo y otras partes deste reino, de los cuales pudiera decir algo más; mas, pues que lo dije en la Primera parte, que trata de las fundaciones, no trataré desto mas que de los oráculos, los que tenían más devoción todos los Incas con las demás naciones, sacrificaban algunos hombres y mujeres y mucho ganado y adonde no había este crédito no derramaban sangre humana ni mataban hombres, sino ofrecían oro y plata. A las guacas que tenían en menos, que eran como ermitas, ofrecían chaquira y plumas y otras cosas menudas y de poco valor. Esto digo, porque la opinión que los españoles tenemos en afirmar que en todos los templos sacrificaban hombres es falsa; y esto es la verdad, según lo que yo alcancé, sin tirar ni poner más de lo que yo entendí y para mí tengo por cierto.
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De otra nueva costumbre Partidos de éstos, fuimos a otras muchas casas, y desde aquí comenzó otra nueva costumbre, y es que, rescibiéndonos muy bien, que los que iban con nosotros los comenzaron a hacer tanto mal, que les tomaban las haciendas y les saqueaban las casas, sin que otra cosa ninguna les dejasen; de esto nos pesó mucho, por ver el mal tratamiento que a aquellos que tan bien nos rescebían se hacía, y también porque temíamos que aquello sería o causaría alguna alteración y escándalo entre ellos; mas como no éramos parte para remediarlo ni para osar castigar, los que esto hacían y hobimos por entonces de sufrir, hasta que más autoridad entre ellos tuviésemos; y también los indios mismos que perdían la hacienda, conosciendo nuestra tristeza, nos consolaron, diciendo que de aquello no rescibiésemos pena; que ellos estaban tan contentos de habernos visto, que daban por bien empleadas sus haciendas, y que adelante serían pagados de otros que estaban muy ricos. Por todo este camino teníamos muy gran trabajo, por la mucha gente que nos seguia, y no podíamos huir de ella, aunque lo procurábamos, porque era muy grande la priesa que tenían por llegar a tocarnos; y era tanta la importunidad de ellos sobre esto, que pasaban tres horas que no podíamos acabar con ellos que nos dejasen. Otro día nos trajeron toda la gente del pueblo, y la mayor parte de ellos son tuertos de nubes, y otros de ellos son ciegos de ellas mismas, de que estábamos espantados. Son muy bien dispuestos y de muy buenos gestos, más blancos que otros ningunos de cuantos hasta allí habíamos visto. Aquí empezamos a ver sierras, y parescía que venían seguidas de hacía el mar del Norte; y así, por la relación que los indios de esto nos dieron, creemos que están quince leguas de la mar. De aquí partimos con estos indios hacia estas sierras que decimos, y lleváronme por donde estaban unos parientes suyos, porque ellos no nos querían llevar sino por do habitaban sus parientes, y no querían que sus enemigos alcanzasen tanto bien, como les parescía que era vernos. Y cuando fuimos llegados, los que con nosotros iban saquearon a los otros; y como sabían la costumbre, primero que llegásemos escondieron algunas cosas; y después que nos hobieron rescebido con mucha fiesta y alegría, sacaron lo que habían escondido y viniéronnoslo a presentar, y esto era cuentas y almagra y algunas taleguillas de plata. Nosotros, según la costumbre, dímoslo luego a los indios que con nos venían, y cuando nos lo hobieron dado, comenzaron sus bailes y fiestas, y enviaron a llamar otros de otro pueblo que estaba cerca de allí, para que nos viniesen a ver, y a la tarde vinieron todos, y nos trajeron cuentas y arcos, y otras cosillas, que también repartimos; y otro día, queriéndonos partir, toda la gente nos quería llevar a otros amigos suyos que estaban en la punta de las sierras, y decían que allí había muchas cosas y gente, y que nos darían muchas cosas; mas por ser fuera de nuestro camino no quesimos ir a ellos, y tomamos por lo llano cerca de las sierras, las cuales creíamos que no estaban lejos de la costa. Toda la gente de ella es muy mala, y teníamos por mejor de atravesar la tierra, porque la gente que está más metida adentro es más bien acondicionada, y tratábannos mejor, y teníamos por cierto que hallaríamos la tierra más poblada y de mejores mantenimientos. Lo último, hacíamos esto porque, atravesando la tierra, víamos muchas particularidades de ella; porque si Dios nuestro Señor fuese servido de sacar alguno de nosotros, y traerlo a tierra de cristianos, pudiese dar nuevas y relación de ella. Y como los indios vieron que estábamos determinados de no ir por donde ellos nos encaminaban, dijéronnos que por donde nos queríamos ir no había gente, ni tunas ni otra cosa alguna que comer; y rogáronnos que estuviésemos allí aquel día, y ansí lo hecimos. Luego ellos enviaron dos indios para que buscasen gente por aquel camino que queríamos ir; y otro día nos partimos, llevando con nosotros muchos de ellos, y las mujeres iban cargadas de agua, y era tan grande entre ellos nuestra autoridad, que ninguno osaba beber sin nuestra licencia. Dos leguas de allí topamos los indios que habían ido a buscar la gente, y dijeron que no la hallaban; de lo que los indios mostraron pesar, y tornáronnos a rogar que nos fuésemos por la tierra. No lo quisimos hacer, y ellos, como vieron nuestra voluntad, aunque con mucha tristeza, se despidieron de nosotros, y se volvieron el río abajo a sus casas, y nosotros caminamos por el río arriba, y desde a un poco topamos dos mujeres cargadas, que como nos vieron, pararon, y descargáronse, y trajéronnos de los que llevaban, que era harina de maíz, y nos dijeron que adelante en aquel río hallaríamos casas y muchas tunas y de aquella harina; y ansí nos despedimos de ellas, porque iban a los otros donde habíamos partido, y anduvimos hasta puesta del sol, y llegamos a un pueblo de hasta de veinte casas, adonde nos recebieron llorando y con grande tristeza, porque sabían ya que adonde quiera que llegábamos eran todos saqueados y robados de los que nos acompañaban, y como nos vieron solos, perdieron el miedo, y diéronnos unas tunas, y no otra cosa ninguna. Estuvimos allí aquella noche, y al alba los indios que nos habían dejado el día pasado dieron en sus casas, y como los tomaron descuidados y seguros, tomáronles cuanto tenían, sin que tuviesen lugar donde asconder ninguna cosa; de que ellos lloraron mucho; y los robadores, para consolarles, les decían que éramos hijos del sol, y que teníamos poder para sanar los enfermos y para matarlos, y otras mentiras aún mayores que éstas, como ellos las saben mejor hacer cuando sienten que les conviene; y dijéronles que nos llevasen con mucho acatamiento, y tuviesen cuidado de no enojarnos en ninguna cosa, y que nos diesen todo cuanto tenían, y procurasen de llevarnos donde había mucha gente, y que donde llegásemos robasen ellos y saqueasen lo que los otros tenían, porque así era costumbre.