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En que se contienen las provincias que hay en este grande y hermoso valle hasta llegar a la ciudad de Cali Desde la ciudad de Popayán comienza, entre las cordilleras de la sierra que dicho tengo, a se allanar este valle, que tiene en ancho a doce leguas, y a menos por unas partes y a más por otras, y por algunas se junta y hace tan estrecho él y el río que por él corre que ni con barcos ni balsas ni con otra ninguna cosa no pueden andar por él, porque, con la mucha furia que lleva y las muchas piedras y remolinos, se pierden y se van al fondo y se han ahogado muchos españoles y indios, y perdido muchas mercaderías por no poder tomar tierra, por la gran reciura que lleva; todo este valle, desde la ciudad de Cali hasta estas estructuras, fue primero muy poblado de muy grandes y hermosos pueblos, las casas juntas y muy grandes. Estas poblaciones y indios se han perdido y gastado con tiempo y con la guerra; porque como entró en ellos el capitán Sebastián de Belalcázar, que fue el primer capitán que los descubrió y conquistó, aguardaron siempre de guerra, peleando muchas veces con los españoles por defender su tierra y ellos no ser subjetos; con las cuales guerras, y por la hambre que pasaron, que fue mucha, por dejar de sembrar, se murieron todos los más. También hubo otra ocasión para que se consumiesen tan presto, y fue que el capitán Belalcázar pobló y fundó en estos llanos y en mitad destos pueblos la ciudad de Cali, que después se tornó a reedificar a donde agora está. Los indios naturales estaban tan porfiados en no querer tener amistad con los españoles, teniendo por pesado su mando, que no quisieron sembrar ni cultivar las tierras, y se pasó por esta causa mucha necesidad, y se murieron tantos que afirman que falta la mayor parte dellos. Después que se fueron los españoles de aquel sitio, los indios serranos que estaban en lo alto del valle abajaron muchos dellos y dieron en los tristes que habían quedado, que estaban enfermos y muertos de hambre; de tal manera que en breve espacio mataron y comieron todos los más; por las cuales causas todas aquellas naciones han quedado dellos tan pocos que casi no son ningunos. De la otra parte del río, hacia el oriente, está la cordillera de los Andes, la cual pasada está otro valle mayor y más vistoso, que llaman de Neiva, por donde pasa el otro brazo del río grande de Santa Marta115. En las haldas de las sierras, a unas vertientes y a otras, hay muchos pueblos de indios de diferentes naciones y costumbres, muy bárbaros y que todos los más comen carne humana, y le tienen por manjar precioso y para ellos muy gustoso. En la cumbre de la cordillera se hacen unos pequeños valles, en los cuales está la provincia de Buga; los naturales della son valientes guerreros; a los españoles que fueron allí cuando mataron a Cristóbal de Ayala los aguardaban sin temor ninguno; cuando mataron a este que digo se vendieron sus bienes en el almoneda a precios muy excesivos, porque se vendió una puerca en mil seiscientos pesos, con otro cochino, y se vendían cochinos pequeños a quinientos, y una oveja de las del Perú116 en doscientos y ochenta pesos; yo la vi pagar a un Andrés Gómez, vecino que es agora de Cartago, y la cobró Pedro Romero, vecino de Ancerma; y los mil y seiscientos pesos de la puerca y del cochino cobró el adelantado don Sebastián de Belalcázar de los bienes del mariscal don Jorge Robledo, que fue el que lo mercó; y aun vi que la misma puerca se comió un día que se hizo un banquete, luego que llegamos a la ciudad de Cali con Vadillo; y Juan Pacheco, conquistador que agora está en España, mercó un cochino en doscientos y veinte y cinco pesos; y los cuchillos se vendían a quince pesos; a Jerónimo Luis Tejelo oí decir que cuando fue con el capitán Miguel Muñoz a la jornada que dicen de la Vieja mercó una almarada para hacer algarpates117 por treinta pesos, y aun yo he mercado unos alpargates en ocho pesos oro. También se vendió en Cali un pliego de papel en otros treinta pesos. Otras cosas había aquí que decir en gran gloria de los nuestros españoles, pues en tan poco tienen los dineros que, como tengan necesidad, en ninguna cosa los estiman; de los vientres de las puercas compraban, antes que naciesen, los lechones a cien pesos y más. Si les era de agradescer a los que lo compraban o no, porque hubiese multiplico dello, no trato desto; mas quiero decir que el prudente lector piense y mire que desde el año de 27 hasta este de 47 lo que se ha descubierto y poblado; y mirando esto, verán todos cuánto merescen y en cuánto se ha de tener el honor de los conquistadores y descubridores, que tanto en estas partes han trabajado, y cuánta razón hay para que su majestad les haga mercedes a los que han pasado por estos trabajos y servídole lealmente sin haber sido carniceros de indios; porque los que se han preciado de serlo, antes merecen castigo que premio, a mi entender. Cuando se descubría esta provincia mercaban los caballos a tres mil y a cuatro mil pesos, y aun en este tiempo algunos hay que no acaban de pagar las deudas viejas, y que estando llenos de heridas y hartos de servir los meten en las cárceles sobre la paga que les piden los acreedores. Pasada la cordillera está el gran valle que ya dije, a donde estuvo fundada la villa de Neiva; y viniendo hacia el poniente hay mayores pueblos y de más gente en las sierras, porque en los llanos ya conté la causa por que se murieron los que había; los pueblos de las sierras allegan hasta la costa de la mar del Sur, y van de luengo descendiendo al Sur; tienen las casas, como las que dije que había en Tatabe, sobre árboles muy grandes, hechos en ello saltos a manera de sobrado, en los cuales moran muchos moradores; es muy fértil y abundante la tierra destos indios y muy proveída de puercos y de dantas y otras saivajinas y cazas, pavas y papagayos, guacamayas, faisanes y mucho pescado. Los ríos no son pobres de oro, antes podremos afirmar que son riquísimos y que hay abundancia deste metal; por cerca dellos pasa el gran río del Darién, muy nombrado, por la ciudad que cerca dél estuvo fundada. Todas las más destas naciones comen también carne humana; algunos tienen arcos y flechas y otros de los bastones o macanas que he dicho, y muy grandes lanzas y dardos. Otra provincia está por encima deste valle hacia el norte, que confina con la provincia de Ancerma, que se llaman los naturales della los chancos; tan grandes, que parecen pequeños gigantes, espaldudos, robustos, de grandes fuerzas, los rostros muy largos; tienen cabezas anchas; porque en esta provincia y en la de Quimbaya, y en otras partes destas Indias (como adelante dije), cuando la criatura nasce le ponen la cabeza del arte que ellos quieren que la tenga; y así, unas quedan sin colodrillo, y otras la frente sumida, y otros hacen que la tenga muy larga; lo cual hacen, cuando son recién nacidos, con unas tabletas, y después con sus ligaduras118; las mujeres destos son tan bien dispuestas como ellos, andan desnudos ellos y ellas, y descalzos; no traen más que maures119, con que se cubren sus vergüenzas, y éstos no de algodón, sino de unas cortezas de árboles los sacan, y hacen delgados y muy blandos, tan largos como una vara y de anchor de dos palmos; tienen grandes lanzas y dardos con que pelean; salen algunas veces de su provincia a dar guerra a sus comarcanos los de Ancerma. Cuando el mariscal Robledo entró en Cartago esta última vez, que no debiera, a que la resibiesen por lugarteniente del juez Miguel Díaz Armendáriz, envió de aquella ciudad ciertos españoles a guardar el camino que va de Ancerma a la ciudad de Cali, adonde hallaron ciertos indios destos, que adajaban a matar a un cristiano que iba con unas cabras a Cali, y mataron uno o dos destos indios, y se espantaron de ver su grandeza. De manera que, aunque no se ha descubierto la tierra destos indios, sus comarcanos afirman ser tan grandes como de suso he dicho. Por las sierras que abajan de las cordillera que está al poniente y valles que se hacen hay grandes poblaciones y muchos pueblos, que dura su población hasta cerca de la ciudad de Cali, y confinan con los de las Barbacoas. Tienen sus pueblos extendidos y derramados por aquellas sierras, las casas juntas de diez en diez y de quince en quince, su algunas partes más y en otras menos; llaman a estos indios gorrones, porque cuando poblaron en el valle la ciudad de Cali nombraban al pescado gorrón, y venían cargados dél diciendo: "Gorrón, gorrón"; por lo cual, no teniéndoles nombre propio, llamáronles, por su pescado, gorrones, como hicieron en Ancerma en llamarla de aquel nombre por la sal, que llaman los indios (como ya dije) ancer; las casas destos indios son grandes, redondas, cobertura de paja; tienen pocas arboledas de frutales; por bajo de cuatro a cinco quilates alcanzan mucho; de lo que poseen poco. Corren por sus pueblos algunos ríos de muchas aguas. Junto a las puertas de sus casas, por grandes, tienen de dentro de la portalada muchos pies de los indios que han muerto y muchas manos; sin lo cual, de las tripas, por que no se les pierda nada, las hinchen de carne o de cenizas, unas a maneras de morcilla y otras de longanizas; desto, mucha cantidad; las cabezas, por consiguiente, tienen puestas, y muchos cuartos enteros. Un negro de un Juan de Céspedes, cuando entramos con el licenciado Juan de Vadillo en estos pueblos, como viese estas tripas, creyendo ser longanizas, arremetió a descolgarlas para comerlas, lo cual hiciera si no estuvieran como estaban, tan secas del humo y del tiempo que había que estaban allí colgadas. Fuera de las casas tienen puestas por orden muchas cabezas, piernas enteras, brazos, con otras partes de cuerpos, en tanta cantidad que no se puede creer. Y si yo no hubiera visto lo que escribo y supiera que en España hay tantos que lo saben y lo vieron muchas veces, cierto no contara que estos hombres hacían tan grandes carnecerías de otros hombres sólo para comer; y así, sabemos que estos gorrones son grandes carniceros de comer carne humana; no tienen ídolos ningunos, ni casa de adoración se les ha visto; hablan con el demonio los que para ello están señalados, según es público. Clérigos ni frailes tampoco no han osado andar a solas amonestando a estos indios, como se hace en el Perú y en otras tierras destas Indias, por miedo que no los maten. Estos indios están apartados de valle y río grande a dos y a tres leguas y a cuatro, y algunos a más, y a sus tiempos abajan a pescar a las lagunas y al río grande dicho, donde vuelven con gran cantidad de pescado; son de cuerpos medianos, para poco trabajo; no visten más que los maures que he dicho que traen los demás indios; las mujeres todas andan vestidas de unas mantas gruesas de algodón. Los muertos que son más principales los envuelven en muchas de aquellas mantas, que son tan largas como tres varas y tan anchas como dos. Después que los tienen envueltos en ellas les revuelven a los cuerpos una cuerda que hacen de tres ramales, que tiene más de docientas brazas; entre estas mantas le ponen algunas joyas de oro; otros entierran en sepulturas hondas. Cae esta provincia en los términos y juridiscción de la ciudad de Cali; junto a ellos, y en la barranca del río, está un pueblo no muy grande, porque con las guerras pasadas se perdió y consumió la gente dél, que fue mucha; de una gran laguna que está pegada a este pueblo, habiendo crescido el río, se hinche, la cual tiene sus desaguaderos y flujus cuando mengua y baja; matan en esta laguna infinidad de pescado muy sabroso, que dan a los caminantes, y contratan con ello en las ciudades de Cartago y Cali y otras partes; sin lo mucho que ellos dan y comen, tienen grandes depósitos dello seco para vender a los de las sierras, y grandes cántaros de mucha cantidad de manteca que del pescado sacan. Al tiempo que veníamos descubriendo con el licenciado Juan de Vadillo llegamos a este pueblo con harta necesidad, y hallamos algún pescado; y después, cuando íbamos a poblar la villa de Ancerma con el capitán Robledo, hallamos tanto que pudieran henchir dos navíos dello. Es muy fértil de maíz y de otras cosas esta provincia de los gorrones; hay en ella muchos venados y guadaquinajes y otras salvajinas, y muchas aves; y en el gran valle del Cali, con ser muy fértil, están las vegas y llanos con su hierba desierta, y no dan provecho sino a los venados y a otros animales que pos Pasean, porque los cristianos no son tantos que puedan ocupar tan grandes campañas.
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CAPITULO XXVI Llegan a Monterrey los diez Misioneros coca las nuevas favorables providencias, y lo que practicó el V. Padre. Los diez Misioneros que se embarcaron en San Diego el 14 de Abril, llegaron a 21 de Mayo del mismo año de 71, sin más novedad que haber padecido algunos sustos por los contrarios vientos en los treinta y ocho días de navegación. Fue su arribo de suma alegría para nuestro V. P. Presidente, viéndose con tantos Operarios, que venían con grandes alientos para trabajar en la Viña del Señor. Tenía ya el Siervo de Dios suficiente vivienda, aunque de palizada, para hospedarlos, y vivir en ella, ínterin se repartían a poner mano a la empresa de la espiritual Conquista. Con tantos Religiosos en el centro de la Gentilidad, no quiso perder la ocasión de celebrar la segunda fiesta del Corpus, que cayó aquel año el día 30 de Mayo, día de nuestro patrono San Fernando. Celebráronla con mayor solemnidad que el año antecedente, con Misa cantada de tres Ministros, Sermón y Procesión del Divinísimo con asistencia de doce Sacerdotes. Desde luego parecía limitado e1 magnánimo corazón de Fr. Junípero, para contener en sí, y no derramar a fuera, el gozo que lo ocupaba, al ver tan magníficos cultos tributados al Señor, a quien incesantemente repetía las gracias por haber enviado aquel número de Religiosos, para dar mano a los Establecimientos, y Conversiones, y al ver tan inclinados a darles todo fomento al Exmô. Señor Virrey, e lllmô. Señor Visitador general, quienes le escribían podía poner la Misión de San Carlos en el Río Carmelo, o donde mejor le pareciese. Pasada ya la fiesta del Corpus, y enterado el V. Padre de las órdenes del Exmô. Señor Virrey, en que mandaba S. Excâ. se fundasen cinco Misiones, a más de las tres proyectadas desde el principio, hizo la distribución de los Religiosos que habían de pasara administrarlas: y teniendo presente, que los dos que estaban en San Diego por enfermos, le pedían licencia para retirarse, el uno al Colegio, y el otro a la antigua California, con la expectación de que aquel clima cálido probase mejor a su salud, pudiendo continuar sus tareas en aquellas Misiones; y no olvidando al propio tiempo el Siervo de Dios, que los hacía acreedores a la concesión del retiro, el mérito de haber trabajado con el mayor desvelo en las estaciones más calamitosas, condescendió a la súplica de ambos, y señaló para sucesores Ministros de aquella Misión a los Padres Fr. Francisco Dumetz, y Fr. Luis Jaime, de la Provincia de Mallorca. Para Fundadores de la Misión de San Buenaventura a los Padres Fr. Antonio Paterna, de la Provincia de Andalucía, y Fr. Antonio Cruzado, de la de los Ángeles; y para la de San Gabriel, a los Padres Fr. Ángel Somera, hijo del Colegio, y Fr. Pedro Benito Cambón, de la Provincia de Santiago de Galicia, todos Sacerdotes y Predicadores. Como quiera que las tres Misiones a donde iban los citados Padres estaban al rumbo del Sur, y más inmediatas al Puerto de San Diego, se volvieron a embarcar los Religiosos para aquel Puerto en el mismo Paquebot San Antonio, que salió del de Monterrey a 7 de Julio; y en él fue también e1 Comandante D. Pedro Fages, (graduado ya de Capitán) para repartir la Tropa y ganado que estaban en San Diego, por el retiro del Capitán D. Fernando Rivera. En Monterrey quedaron otros seis Religiosos, incluso nuestro V. Fr. Junípero, quien nombró para la Misión de San Antonio de Padua a los Padres Fr. Miguel Pieras y Fr. Buenaventura Sitiar, de la Provincia de Mallorca: Para la de San Luis Obispo de Tolosa, a los Padres Fr. José Cavaller, y Fr. Domingo Juncosa, ambos de la Provincia de Cataluña; y para la de Monterrey quedó el V. P. Presidente con su Discípulo y Compañero Fr. Juan Crespí. Quedaban todavía dos Misiones proyectadas, y no había Ministros para ellas (cuyos títulos eran de N. P. San Francisco, y Ntrâ. M. Santa Clara); pero como éstas se habían de fundar más arriba hacia el Norte, y en la actualidad no había Tropa para todas, se consoló el Siervo de Dios, esperando que cuando subiese la Tropa de la antigua California, podrían también venir los cuatro Ministros de las antiguas Misiones. A los dos días después de la salida del Paquebot S. Antonio, en que iban los seis Religiosos, pasó el V. Padre a reconocer las Vegas y Cañada del Río Carmelo, para anudar la Misión de S. Carlos a más proporcionado sitio, y habiéndolo hallado con las comodidades necesarias, dispuso se hiciese el corte de las maderas para aquella Fábrica, dejando tres Mozos Marineros, que habían quedado allí de los del Barco, y cuarenta Indios Californios resguardados con cinco Centinelas, de los que el que hacía de Cabo, quedó con el encargo de cuidar que cortasen y dispusiesen maderas para construir aquella Misión, ínterin el V. Padre volvía de fundar la de S. Antonio, para cuyo efecto salió luego, como se verá en el siguiente.
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Capítulo XXVI Cómo Tupa Inga Yupanqui ordenó todo su reino, y de la traición que intentó contra él su hermano, Toca Capac, y de su muerte No hay quien dude que fue Tupa Inga Yupanqui el Inga y Rey de más prudencia, consejo y sagacidad, y el que mejor gobernó y rigió sus reinos, de todos los ingas que antes y después dél hubo en ellos, porque todo el concierto, orden y traza que en él hubo se le atribuye a él. Aunque su padre, Ynga Yupanqui, hizo algo, toda la perfección dello es suya, y aunque después se ha de hacer tratado y narración aparte de las cosas que dispuso, alargándolas más todavía, en este capítulo en resumen se hará mención dellas. Ante todas cosas, él fue el que hizo y ordenó los mitimaes, poniéndolos de una parte en otra, sacando indios de una provincia y trasplantándolos en otra, con sus hijos y mujeres, porque estando fuera de sus tierras no se osasen rebelar. A éstos daba las mejores tierras, pastos y lugares y les encargaba tuviesen grandísimo cuidado con la gente de aquella provincia, para avisarle de todo lo que intentasen, y así estaban como gente de guarnición y miraban y notaban si las leyes del Inga, dadas para el Gobierno y sacrificios, se guardaban, y cuando había mucho multiplico de gente los ponía en los pueblos asolados, para de nuevo poblarlos. Hizo Tupa Ynga Yupanqui juntar los indios en pueblos, porque de antes vivían en cuevas, cerros y laderas, donde más comodidad hallaban y aparejo para sus sementeras, y redujo a los que estaban en lugares fuertes y llanos y sin defensa, porque no se rebelasen. Y ordenó caciques principales de los mismos naturales, informándose primero de dónde procedían, su calidad y naturaleza, y al que hallaba más hábil a ése ponía en el cargo de cacique principal de toda la provincia y nación. A éstos dio criados, chacaras, ganados y mujeres, todo por su cuenta y razón, conforme los indios que tenían a su mandado. Hizo también caciques de los mismos naturales de mil indios, de quinientos y de ciento, y a todos les señaló servicio, atendiendo la cantidad de indios que tenían criados, chacaras, mujeres y ganados, y todos estaban sujetos al orden y mando del cacique principal en lo que tocaba a la gobernación. Para este señor principal hacia cada pueblo de toda la provincia su chacara, conforme los indios que tenía y adonde se la había señalado el Inga. Al tiempo de la cosecha venían sus mayordomos y recogían la comida y esta chacara heredaban sus sucesores en el dicho mando y gobernación. Y por esta misma orden hacían las sementeras de todos los demás curacas y señores hasta la del cacique de cien indios, que los demás mandoncillos de a diez indios fueron hechos y ordenados por los mismos caciques, para ayudarles a lo que tenían que hacer. Muerto el señor o cacique sucedía el hijo mayor de la que llamaban Mama Huarmi, que era la que el inga le había dado por mujer principal, porque aunque tenían otras mujeres, los hijos dellas eran reputados por bastardos, y así el hijo mayor de ésta era el heredero de la hacienda y cacicazgo, y si no era de edad suficiente para el gobierno, cuando su padre moría, quedaba por Gobernador un hermano del muerto, el de más habilidad y confianza que había, hasta que el mozo tuviese edad, que le entregaban el señorío y hacienda de su padre, y si el hermano del muerto que entraba por tutor y gobernador por el sobrino caía en gracia del Ynga, mandaba se quedase por señor absoluto, y si no tenía hijos, le heredaba su hermano, y si no los había y no eran suficientes para el gobierno, el Tocorico Apu que después diremos escogía de aquel linaje la persona más allegada y de mejor juicio y lo enviaba al Ynga para que lo nombrase por Señor, el cual le nombraba y le daba las mujeres que dicho es, y lo demás conforme a su estado. El primer Ynga que puso las provincia en que tributasen fue Ynga Yupanqui, pero el que los puso en razón, modo y orden y repartir las tasas, conforme lo que en cada provincia se daba y producía de la tierra, fue este Tupa Ynga Yupanqui, así para la tasa general como para las Huacas. Repartió las chacaras por toda la tierra, dándoles topo y medida, y dio la orden a sus Gobernadores qué habían de tener para ello. Repartió los meses del año como se habían de ocupar para las cosas necesarias al Sol Huacasi Ynga, y sacó tres meses en todo el año para la gente común, un mes para sembrar, otro, para el coger y otro para que hiciesen sus fiestas e hilasen y tejiesen para sí. Este Ynga dio orden en las acllas, que significa mujeres apartadas y escogidas desde niñas, las cuales se casaban por orden del Tocorico Apu cuando el Ynga les daba comisión para ello, porque sin ella no podían. Ordenó que hubiese mercaderes, los cuales andaban por las provincias y pueblos sus mercaderías, rescatando piedras y esmeraldas, oro y plata. Tenía mandado Tupa Ynga Yupanqui que en hallando con oro, plata o alguna piedra rica a algún indio, le echasen mano y éste dijese dónde lo había sacado o quién se lo había dado, y fue un medio éste eficacísimo para descubrir en cada provincia gran cantidad de minas de oro y plata, y éste fue el fin e intento con que instituyó los mercaderes. Tenía dos personas nombradas que se llamaban Suyoyoc Apu, los cuales representaban donde quiera que iban su persona como tenientes y virreyes suyos; en jauja residía el uno y el otro en Tiahuanaco, y siempre eran personas de su linaje y de mucha confianza a quien daba este cargo. De todas estas cosas dichas aquí en suma y cifra se hará después más largo tratado. Sólo diré aquí, por ser necesario, que mandó hacer por todas las provincias, desde Chile hasta Quito, visita general y empadronar toda la tierra, e hizo cabezas de cacicazgos y sobre esto ordenó y puso gobernadores naturales del Cuzco en todas las provincias, a los cuales llamaban Tocorico Apu, como dijimos, y otros llamados Micho, que tenían cuenta y cargo de las tasas y eran como espías de lo que pasaba, para dar cuenta al Ynga. Hizo visitador general de todas las provincias a un hermano suyo llamado Tupa Capac, que quería mucho, y en todas ellas le dio criados y chacaras, así para él como para sus criados, y estos beneficiaban y sembraban las tierras de Tupa Capac y le recogían las comidas conforme a su orden y mandato. Este Topacapac, andando en la visita general dicha, so color de los criados que le había dado su hermano Tupa Ynga Yupanqui, allegó a ellos mucho número de indios, encubriéndolos de la visita y no empadronándolos, como llevaba la comisión, y trató con ellos que se quería rebelar contra su hermano y, alzándose con la tierra, quitarle el señorío, y que pues los sacaba de la visita y le reservaba cada y cuando que por él fuesen llamados para este fin en su ayuda, luego sin dilación le acudiesen. Y tratada y concertada esta grande traición, se vino a dar cuenta al Cuzco de lo hecho a su hermano, y hallándose rico y poderoso quiso intentar lo que tenía pensado y tratado en ocasión que Tupa Ynga, Yupanqui estaba ausente del Cuzco en Pacaritambo, ocupado en unas fiestas y solemnidad, que celebraba, armando caballero a un hijo suyo muy querido, llamado Tupa Ayar Manco. Pero como el negocio lo había comunicado y conferido con muchas personas, y en diferentes partes, y aunque hubiera sido con pocas, entre los indios se guarda poco secreto, aun para sus mismas cosas que les tocan, vino a noticia de Tupa Ynga Yupanqui la traición de su hermano y con grandísima diligencia y secreto vino al Cuzco y lo primero que hizo fue prender a su hermano Topa Capac y ponerlo en una muy oscura prisión, y luego a todos sus criados y conocidos y a los de quien más se fiaba, y con ellos hizo averiguación del caso y hallando ser verdad, lo mandó matar, juntamente con todos sus consejeros y los hechiceros que le favorecían y habían dado aliento para ello, que fueron muchos. Y sabiendo, por la información, que en toda la tierra había dejado fuera de las visitas mucha suma de gente para este efecto, salió del Cuzco para hacer castigo ejemplar de todos y llegó hasta Yanayaco, que es adelante de Vilcas, en unos corrales grandes que allí están, llamados Yanayaco, y allí Mama Ocllo, su hermana y legítima mujer, movida a piedad de tantas ánimas como estaban condenadas a muerte, le rogó cesase en el castigo, pues tanto ganaba con la clemencia y misericordia, y que aquella gente los aplicase por criados suyos y para su cámara. Tuya Ynga Yupanqui, movido de los ruegos de su mujer, hizo perdón general de todos, y así, tomando el nombre del lugar donde se hizo esta remisión, les quedó a los perdonados el nombre de yanayacos, y estos tales no entraban en el número de los indios del Sol ni en la visita general, sino fueron de su recámara del Ynga. Hecho esto por Topa Ynga Yupanqui, se volvió al Cuzco y allí dio por ninguno todo lo hecho en la visita general por Topa Capac, su hermano, y de nuevo proveyó por visitador general a Apohache, otro hermano suyo, al cual mandó no metiese en la visita estos yanayacos, y así lo envió por todo el reino con grandes poderes y comisiones. Murió Tupa Ynga Yupanqui ya muy viejo. Algunos quieren decir que fue de un flechazo. Dejó infinitos hijos, tanto que afirman llegaron a ciento y cincuenta. Nombró por su sucesor a un hijo suyo, llamado Capac Chuare, porque había querido a su madre mucho, que se llamaba Chiqui Ocllo, pero no tuvo efecto, como en el siguiente capítulo diremos. Fue Tupa Ynga Yupanqui de condición franco y liberal, especial con los soldados y capitanes, que en la guerra se señalaban y daban muestras de valerosos y esforzados, y esto fue causa que tuvo y llegó a todas las jornadas y conquistas siempre gente muy lucida y valiente, y que le siguiesen con gran voluntad. Fue también comúnmente respetado y tan temido, que en las partes más lejanas de su señorío temblaban en oyendo su nombre, y sus mandamientos y orden se cumplían con tanta puntualidad como si él estuviese presente. Fue amigo de saber cosas nuevas, y así por tener noticias y entender lo que pasaba en diferentes partes instituyó los chasques, por medio de los cuales sabía todo lo que pasaba en todo el reino, con increíble presteza y celeridad, tanto que de la costa de la mar, que hay al Cuzco ochenta leguas, le traían el pescado fresco a maravilla estos chasques, que no habiendo caballos ni mulas, ni otras bestias en que correr la tierra, como nunca las tuvieron ni conocieron, hasta que los españoles entraron en ella, y siendo los caminos cuestas y bajadas tan ásperas y fragosas como es notorio, parece cosa increíble. En fin, puso toda la tierra de su señorío en concierto y orden con tanta prudencia, que si hubiera leído las Políticas de Aristóteles y todo lo que la filosofía, moral enseña, no pudieran haberse aventajado tanto.
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Cómo el Almirante pasó a otras islas que desde allí se veían Como en dicha isla Fernandina no hallaron cosa alguna de importancia, el viernes a 19 de Octubre, fueron a otra isla llamada Samoeto, a la que puso el Almirante nombre de la Isabela, para proceder con orden en los nombres; porque la primera, llamada por los indios Guanahaní, a gloria de Dios que se la había manifestado, y salvado de muchos peligros, llamó San Salvador; a la segunda, por la devoción que tenía a la concepción de Nuestra Señora, y porque su amparo es el principal que tienen los cristianos, llamó Santa María de la Concepción; a la tercera, que llamaban los indios en memoria del católico Rey Don Fernando, llamó Fernandina, a la cuarta, Isabela, en honor de la serenísima Reina Doña Isabel; y después, a la que primeramente encontró, esto es Cuba, llamó Juana, en memoria del príncipe Don Juan, heredero de Castilla, a fin de que con estos nombres quedara satisfecha la memoria de lo espiritual y de lo temporal. Verdad es que, en punto a la bondad, grandeza y hermosura, dice que esta isla Fernandina aventajaba con mucho a las otras, porque, a más de ser abundante de muchas aguas y de bellísimos prados y árboles, entre los cuales había muchos de lignaloe, se veían también ciertos montes y collados que no había en las otras islas, porque eran muy llanas. Enamorado el Almirante de la belleza de esta isla, para las solemnidades de la toma de posesión, bajó a tierra en unos prados de tanta amenidad y belleza como los de España en el mes de Abril; allí se oía el canto de ruiseñores y otros pajarillos, tan suave que no sabía el Almirante separarse; no solamente volaban en lo alto de los árboles, sino que por el aire pasaban tantas bandadas de pájaros que oscurecían la luz del sol, la mayor parte de los cuales eran muy diferentes de los nuestros. Como aquel país era de muchas aguas y lagos, cerca de uno de estos vieron una sierpe de siete pies de larga, que tenía el vientre de un pie de ancho; la cual, siendo perseguida por los nuestros, se echó en la laguna, pero como ésta no era muy profunda, la mataron con las lanzas, no sin algún miedo y asombro, por su ferocidad y feo aspecto. Andando el tiempo, supieron apreciarla como cosa agradable, pues era el mejor alimento que tenían los indios, ya que, una vez quitada aquella espantosa piel y las escamas de que está cubierta, tiene la carne muy blanca, de suavísimo y grato gusto; la llamaban los indios iguana. Hecha esta caza, deseando conocer más aquella tierra, por ser ya tarde, dejando esta sierpe para el día siguiente, en el que mataron otra, como antes habían hecho, caminando por aquel país hallaron un pueblo cuyos habitantes se echaron a correr, llevando consigo a la montaña todo lo que pudieron coger de su ajuar. Pero el Almirante no consintió que se les quitase cosa alguna de lo que habían dejado, para que no tuviesen por ladrones a los cristianos; de donde vino que a los indios se les quitase el miedo, y vinieron gustosos a los navíos a cambiar sus cosas, como habían hecho los otros.
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CAPÍTULO XXVI De los temblores de tierra Algunos han pensado que de estos volcanes que hay en Indias, proceden los temblores de tierra, que por allá son harto frecuentes. Mas porque los hay en partes también que no tienen vecindad con volcanes, no puede ser esa toda la causa. Bien es verdad que en cierta forma tiene lo uno con lo otro mucha semejanza, porque las exhalaciones cálidas que se engendran en las íntimas concavidades de la tierra, parece que son la principal materia del fuego de los volcanes, con las cuales se enciende también otra materia más gruesa y hace aquellas apariencias de humos y llamas que salen, y las mismas exhalaciones, no hallando debajo de la tierra salida fácil, mueven la tierra con aquella violencia, para salir, de donde se causa el ruido horrible que suena debajo de la tierra y el movimiento de la misma tierra, agitada de la exhalación encendida, así como la pólvora, tocándole el fuego, rompe peñas y muros en las minas, y como la castaña puesta al fuego salta y se rompe y da estadillo en concibiendo el aire, que está dentro de su cáscara, el vigor del fuego. Lo más ordinario de estos temblores o terremotos suele ser en tierras marítimas, que tienen agua vecina. Y así se ve en Europa y en Indias, que los pueblos muy apartados de mar y aguas sienten menos de este trabajo, y los que son puertos, o playas o costa, o tienen vencidad con eso, padecen más esta calamidad. En el Pirú ha sido cosa maravillosa y mucho de notar, que desde Chile a Quito, que son más de quinientas leguas, han ido los terremotos por su orden corriendo, digo los grandes y famosos, que otros menores han sido ordinarios. En la costa de Chile no me acuerdo qué año hubo uno terribilísimo, que trastornó montes enteros y cerró con ellos la corriente a los ríos, y los hizo lagunas, y derribó pueblos y mató cuantidad de hombres, e hizo salir la mar de sí por leguas, dejando en seco los navíos muy lejos de su puesto, y otras cosas semejantes de mucho espanto. Y si bien me acuerdo dijeron había corrido trescientas leguas por la costa el movimiento que hizo aquel terremoto. De ahí a pocos años el de ochenta y dos fue el temblor de Arequipa, que asoló cuasi aquella ciudad. Después, el año de ochenta y seis, a nueve de julio, fue el de la Ciudad de los Reyes, que según escribió el Virrey, había corrido en largo por la costa ciento y setenta leguas, y en ancho la sierra adentro, cincuenta leguas. En este temblor fue gran misericordia del Señor, prevenir la gente con un ruido grande que sintieron algún poco antes del temblor, y como están allí advertidos por la costumbre, luego se pusieron en cobro, saliéndose a las calles, o plazas o huertas, finalmente a lo descubierto. Y así, aunque arruinó mucho aquella ciudad y los principales edificios de ella los derribó o maltrató mucho; pero de la gente sólo refieren haber muerto hasta catorce o veinte personas. Hizo también entonces la mar el mismo movimiento que había hecho en Chile, que fue poco después de pasado el temblor de tierra, salir ella muy brava de sus playas y entrar la tierra adentro cuasi dos leguas, porque subió más de catorce brazas y cubrió toda aquella playa, nadando en el agua que dije, las vigas y madera que allí había. Después, el año siguiente, hubo otro temblor semejante en el reino y ciudad de Quito, que parece han ido sucediendo por su orden en aquella costa todos estos terremotos notables. Y en efecto es sujeta a este trabajo, porque ya que no tienen en los llanos del Pirú la persecución del cielo de truenos y rayos, no les falte de la tierra qué temer, y así todos tengan a vista alguaciles de la divina justicia para temer a Dios, pues como dice la Escritura, Fecit haec, ut timeatur. Volviendo a la proposición, digo que son más sujetas a estos temblores, tierras marítimas, y la causa a mi parecer es que con el agua se tapan y obstruyen los agujeros y aperturas de la tierra, por donde había de exhalar y despedir las exhalaciones cálidas que se engendran; y también la humedad condensa la superficie de la tierra, y hace que se encierren y reconcentren más allá dentro los humos calientes que vienen a romper encendiéndose. Algunos han observado que tras años muy secos, viniendo tiempos lluviosos, suelen moverse tales temblores de tierra, y es por la misma razón, a la cual ayuda la experiencia que dicen de haber menos temblores donde hay muchos pozos. A la ciudad de México tienen por opinión que le es causa de algunos temblores que tiene, aunque no grandes, la laguna en que está; aunque también es verdad que ciudades y tierras muy mediterráneas y apartadas de mar, sienten a veces grandes daños de terremotos, como en Indias la ciudad de Chachapoyas, y en Italia la de Ferrara, aunque está por la vecindad del río, y no mucha distancia del mar Adriático, antes parece se debe contar con las marítimas para el caso de que se trata. En Chuquiavo, que por otro nombre se dice La Paz, ciudad del Pirú, sucedió un caso en esta materia, raro, el año de ochenta y uno, y fue caer de repente un pedazo grandísimo de una altísima barranca cerca de un pueblo llamado Angoango, donde había indios hechiceros e idólatras. Tomó gran parte de este pueblo y mató cuantidad de los dichos indios; y lo que apenas parece creíble, pero afírmanlo personas fidedignas, corrió la tierra que se derribó continuamente, legua y media, como si fuera agua o cera derretida, de modo que tapó una laguna y quedó aquella tierra tendida por toda esta distancia.
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Que trata la riqueza del templo de Curicancha y de la veneración que los Incas le tenían. Concluído con algunas cosas que para mi propósito convienen que se escriban, volveremos luego con grand brevedad a contar la sucesión de los reyes que hobo hasta Guascar; y agora quiero decir del grande, riquísimo y muy nombrado templo de Curicancha, que fue el más principal de todos estos reinos. Y es público entre los indios ser este templo tan antiguo como la mesma ciudad del Cuzco, más de que Inca Yupanqui, hijo de Viracocha Inca, lo acrescentó en riquezas y paró tal como estaba cuando los chripstianos entraron en el Perú; y lo más del tesoro fue llevado a Caxamarca por el rescate de Atahuallpa, como en su lugar diremos. Y dicen los orejones que, después de haber pasado la dudosa guerra que tuvieron los vecinos del Cuzco con los Chancas, que agora son señores de la provincia de Andaguaylas, que como de aquella vitoria que dellos tuvieron quedase Inca Yupanqui tan estimado y nombrado, de todas partes acudían señores a le servir haciéndole las provincias grandes servicios de metales de oro y plata; porque, en aquellos tiempos, había grandes mineros y vetas riquísimas; y viéndose tan rico y poderoso acordó de ennoblecer la Casa del Sol --que en su lengua llaman indeguaxi y por otro nombre la llamaban Curicancha, que quiere decir cercado de oro--, y acrecentalla con riqueza. Y, por que todos los que esto vieren o leyeren acaben de conocer cuán rico fue el templo que hobo en el Cuzco y el valor de los que edificaron y en él hicieron tan grandes cosas, porné aquí la memoria dél, segund que yo vi e oí a muchos de los primeros chripstianos que oyeron a los tres que vinieron desde Caxamarca, que le habían visto; aunque los indios cuentan tanto dello y tan verdadero que no es menester otra probanza. Tenía este templo en circuito más de cuatrocientos pasos, todo cercado de una muralla fuerte, labrado todo el edificio de cantería muy excelente de fina piedra muy bien puesta y asentada, y algunas piedras eran muy grandes y soperbias; no tenían mezcla de tierra ni cal, sino con el betún que ellos suelen hazer sus edificios, y están tan bien labradas estas piedras, que no se les parece mezcla ni juntura ninguna. En toda España no he visto cosa que pueda compararse a estas paredes y postura de piedra, sino la torre que llaman la Calahorra, questá junto con la puente de Córdoba, y a una obra que ví en Toledo, cuando fui a presentar la Primera parte de mi Crónica al príncipe don Felipe, ques el hospital que mandó hacer el arzobispo de Toledo Tavera, y aunque algo se parecen estos edificios a los que digo, los otros son más primos, digo cuanto a las paredes y a las piedras estar primísimamente labradas y asentadas con tanta sotilidad; y esta cerca estaba derecha y muy bien trazada. La piedra me pareció ser algo negra y tosca y excelentísima. Había muchas puertas y las portadas muy bien labradas; a media pared, una cinta de oro de dos palmos de ancho y cuatro dedos de altor. Las portadas y puertas estaban chapadas con planchas de este metal. Más adentro estaban cuatro casas no muy grandes labradas desta manera y las paredes de dentro y de fuera chapadas de oro y lo mesmo el enmaderamiento; y la cobertura era paja que servía por teja. Había dos escaños e aquella pared en los cuales daba el sol en saliendo, y estaban las piedras sotilmente horadadas y puestas en los agujeros muchas piedras preciosas y esmeraldas. En estos escaños se sentaban los reyes y si otro lo hacía tenía pena de muerte. A las puertas destas casas estaban puestos porteros que tenían cargo de mirar por las vírgenes, que eran muchas hijas de señores principales, las más hermosas y apuestas que se podían hallar; y estaban en el templo hasta ser viejas; y si alguna tenía conocimiento con varón, la mataban o la enterraban viva y lo mesmo hacían a él. Estas mujeres eran llamadas mamaconas; no entendían en más de tejer y pintar ropa de lana para servicio del templo y en hacer chicha, que es el vino que hacen, de que siempre tenían llenas grandes vasijas. En la una destas casas, que era la más rica, estaba la figura del sol, muy grande, hecha de oro, obrada muy primamente, engastonada en muchas piedras ricas; estaban en aquella algunos de los bultos de los Incas pasados que habían reinado en el Cuzco, con gran multitud de tesoros. A la redonda desde el templo había muchas moradas pequeñas de indios questaban diputados ara servicio dél y había un cercuito donde metían los corderos blancos y los niños y hombres que sacrificaban. Tenían un jardín que los terrones eran pedazos de oro fino y estaba artificiosamente sembrado de maizales, los cuales eran de oro, así las cañas dellos como las hojas y mazorcas; y estaban tan bien plantados que, aunque hiciesen recios vientos, no se arrancaban. Sin todo esto tenían hechas más de veinte ovejas de oro con sus corderos, los pastores con sus hondas y cayados, que las guardaban, hechos deste metal. Había mucha cantidad de tinajas de oro y de plata y esmeraldas, vasos, ollas y todo género de vasijas, todo de oro fino. Por otras paredes tenían esculpidas y pintadas otras mayores cosas. En fin, era uno de los ricos templos que hubo en el mundo. El gran sacerdote, llamado Vilaoma, tenía su morada en el templo y con los sacerdotes hacía los sacrificios ordinarios con grandes supersticiones, segund su costumbre. A las fiestas generales iba el Inca a se hallar presente a los sacrificios y se hacían grandes fiestas. Había dentro en la casa y templo más de treinta trojes de plata en que echaban el maíz, y tenía este templo muchas provincias que contribuían con tributos para su servicio. En algunos días era visto el Demonio por los sacerdotes y daba respuestas vanas y conformes a el que las daba. Otras muchas cosas pudiera decir deste templo, que dejo, porque me parece que basta lo dicho para que se entienda cuán grande cosa fue; porque no trato de la argentería, chaquira, plumaje de oro y otras cosas, que si las escribiera no fueran creídas. Y, lo que tengo dicho, aún viven chripstianos que vieron la mayor parte dello, que se llevó a Caxamarca para el rescate de Atahuallpa; pero mucho escondieron los indios y está adornado este templo; en tiempo de Inca Yupanqui se acrecentó de tal manera que, cuando murió y Tupac: Inca, su hijo, hobo del imperio, quedó en esta perfición.
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De cómo nos mudamos y fuimos bien rescebidos Después que nos partimos de los que dejamos llorando, fuímonos con los otros a sus casas, y de los que en ellas estaban fuimos bien rescebidos y trujeron sus hijos para que les tocásemos las manos, y dábannos mucha harina de mezquiquez. Este mezquiquez es una fruta que cuando está en el árbol es muy amarga, y es de la manera de algarrobas, y cómese con tierra, y con ella está dulce y bueno de comer. La manera que tienen con ella es ésta: que hacen un hoyo en el suelo, de la hondura que cada uno quiere, y después de echada la fruta en este hoyo, con un palo tan gordo como la pierna y de braza y media en largo, la muelen hasta muy molida; y demás que se le pega de la tierra del hoyo, traen otros puños y échanla en el hoyo y tornan otro rato a moler, y después échanla en una vasija de manera de una espuerta, y échanle tanta agua que basta a cubirla, de suerte que quede agua por cima, y el que la ha molido pruébala, y si le parece que no está dulce, pide tierra y revuélvela con ella, y esto hace hasta que la halla dulce, y asiéntanse todos alrededor y cada uno mete la mano y saca lo que puede, y las pepitas de ella tornan a echar sobre unos cueros y las cáscaras; y el que lo ha molido las coge y las torna a echar en aquella espuerta, y echa agua como de primero, y tornan a exprimir el zumo y agua que de ello sale, y las pepitas y cáscaras tornan a poner en el cuero, y de esta manera hacen tres o cuatro veces cada moledura; y los que en este banquete, que para ellos es muy grande, se hallan, quedan las barrigas muy grandes, de la tierra y agua que han bebido; y de esto nos hicieron los indios muy gran fiesta, y hobo entre ellos muy grandes bailes y areitos en tanto que allí estuvimos. Y cuando de noche dormíamos, a la puerta del rancho donde estábamos nos velaban a cada uno de nosotros seis hombres con gran cuidado, sin que nadie nos osase entrar dentro hasta que el sol era salido. Cuando nosotros nos quisimos partir de ellos, llegaron allí unas mujeres de otros que vivían adelante; y informados de ellas dónde estaban aquellas casas, nos partimos para allá, aunque ellos nos rogaron mucho que por aquel día nos detuviésemos, porque las casas adonde íbamos estaban lejos, y no había camino para ellas, y que aquellas mujeres venían cansadas, y descansando, otro día se irían con nosotros y nos guiarían, y ansí nos despedimos; y dende a poco las mujeres que habían venido, con otras del mismo pueblo, se fueron tras nosotros; mas como por la tierra no había caminos, luego nos perdimos, y ansí anduvimos cuatro leguas, y al cabo de ellas llegamos a beber a un agua adonde hallamos las mujeres que nos seguían, y nos dijeron el trabajo que habían pasado por alcanzarnos. Partimos de allí llevándolas por guía, y pasamos un río cuando ya vino la tarde que nos daba el agua a los pechos; sería tan ancho como el de Sevilla, y corría muy mucho, y a puesta del sol llegamos a cien casas de indios; y antes que llegásemos salió toda la gente que en ellas había a recebirnos con tanta grita que era espanto; y dando en los muslos grandes palmadas; traían las calabazas horadadas, con piedras dentro, que es la cosa de mayor fiesta, y no las sacan sino a bailar o para curar, ni las osa nadie tomar sino ellos; y. dicen que aquellas calabazas tienen virtud y que vienen del cielo, porque por aquella tierra no las hay, ni saben dónde las haya, sino que las traen los ríos cuando vienen de avenida. Era tanto el miedo y turbación que éstos tenían, que por llegar más prestos los unos que los otros a tocarnos, nos apretaron tanto que por poco nos hobieran de matar; y sin dejarnos poner los pies en el suelo nos llevaron a sus casas, y tantos cargaban sobre nosotros y de tal manera nos apretaban, que nos metimos en las casas que nos tenían hechas, y nosotros no consentimos en ninguna manera que aquella noche hiciesen más fiesta con nosotros. Toda aquella noche pasaron entre sí en areitos y bailes, y otro día de mañana nos trajeron toda la gente de aquel pueblo para que los tocásemos y santiguásemos, como habíamos hecho a las otros con quien habíamos estado. Y después de esto hecho, dieron muchas flechas a las mujeres del otro pueblo que habían venido con las suyas. Otro día partimos de allí y toda la gente del pueblo fue con nosotros, y como llegamos a otros indios, fuimos bien recebidos, como de los pasados; y ansí nos dieron de lo que tenían y los venados que aquel día habían muerto; y entre éstos vimos una nueva costumbre, y es que los que venían a curarse, los que con nosotros estaban les tomaban el arco y las flechas; y zapatos y cuentas, si las traían, y después de haberlas tomado nos las traían delante de nosotros para que los curásemos; y curados, se iban muy contentos, diciendo que estaban sanos. Así nos partimos de aquéllos y nos fuimos a otros, de quien fuimos muy bien recebidos, y nos trajeron sus enfermos, que santiguándolos decían que estaban sanos; y el que no sanaba creía que podíamos sanarle, y con lo que los otros que curábamos les decían, hacían tantas alegrías y bailes que no nos dejaban dormir.
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CAPITULO XXVII De los demás reinos y cosas notables que hay basta llegar a España y dar la vuelta al mundo Cerca del Estrecho de Oromuz está Arabia la felice, donde todos los moradores son de la secta mahometana y que siguen la mesma ley e interpretación que el Sophi. Corriendo por esta Arabia se va a dar al Estrecho del Mar Bermejo o Arábico, el cual tiene 450 leguas de longitud y por algunas partes es de fondo grandísimo. E1 agua de él parece bermeja, aunque es blanca, sacándola fuera, y es la causa ser de aquel color el suelo sobre que está la dicha agua, y por esto cuando da el sol en ella parece bermeja, por donde ha ganado el nombre que el día de hoy tiene. Por este mar y por el de Basora lleva el Gran Turco mucha especería, sedas y brocados y todas las riquezas de la India Oriental, lo cual se le podría estorbar bien fácilmente; el cómo no es para este lugar. De la otra banda cae la tierra de Abejín, que es la del Preste Juan, que, aunque es muy grande, por esta costa se extiende poco. Desde este reino o su punta, yendo al Sudeste, hay 600 leguas hasta Mazambique, donde hay población de portugueses. Toda esta costa es gente negra, gentiles e idólatras, y está en 15 grados de altura de la banda del Sur; y de la misma manera son todos los demás que están poblados desde Mazambique hasta el Cabo de Buena Esperanza. Están sin memoria de predicación evangélica, si Dios por su misericordia no se apiada de ellos y pone en corazón a algunos vayan a procurar el remedio de tanta infinidad de almas. Después de haberse informado el dicho Padre de todo lo dicho y de muchas cosas que se dejan por evitar prolijidad hasta que de ellas se haga particular historia, salió de Goa y Cochín la vuelta de Portugal y pasó por junto a las Islas de Maldivia, que son muchas y todas ellas habitadas de moros, cerca de las cuales se entra en el Polo Antártico pasando la equinocial de la costa de Arabia. Navegaron con buen tiempo y llegaron al paraje de la isla de San Lorenzo, que es grandísima porque tiene 275 leguas de longitud y 30 de latitud; toda ella es habitada de mucha gente y muy doméstica. Nunca se ha predicado en ella la fe de Cristo y creo que, si se hiciese, se recibirían fácilmente. Pasando esta isla llegaron al Cabo de Buena Esperanza, que es otra isla bonisima cuya gente y moradores son muy semejantes a los de San Lorenzo. Cae en la zona templada y cerca del Estrecho de Magallanes. Este Cabo de Buena Esperanza se llama por esto nombre Cabo Tormentoso. Está en el Polo Antártico y sale hasta 35 grados largos de alturas. Desde Cochín hasta este Cabo se ponen 1.58 leguas por la parte que ordinariamente se navega. A1 pasar de este Cabo suele hacer siempre muy recios vientos. Vase de él a la isla de Santa Elena, que está 570 leguas adelante. Está inhabitada de gente y muy llena de puercos y cabras y de gran abundancia de perdices, y toda la costa de ella tiene mucho peco y que se toma muy fácilmente. Es isla pequeña y no tiene de circuito más de 5 leguas. Desde esta isla navegaron 400 leguas y vinieron a caer a la equinocial en la costa de Guinea, volviendo a salir al Polo Artico en 44 grados de altura (que fue casi por la mesma parte por donde se apartaron a la ida) después de haber dado vuelta al mundo. Pasaron a vista de la tierra y de allí vinieron sin tomar otra ninguna hasta Lisboa, habiendo (desde que pasaron la equinocial) navegado 1.750 leguas. De modo que después de haber echado el dicho Padre fray Martín Ignacio la cuenta de lo que había navegado desde que salió de Sevilla hasta que volvió a Lisboa en la vuelta que dio al mundo, halló que eran 9.640 leguas de mar y tierra, sin otras muchas que anduvo por la China y por otras partes, de que no hizo cuenta. Todas estas leguas están llenas de grandes reinos, y todos ellos, o los más, sujetos a la tiranía de Lucifer. Dios por su infinita misericordia los convierta y se apiade de ellos como lo hizo cuando vino del cielo a la tierra a morir por todos, y ponga en corazón a nuestro Católico Rey que entre las demás buenas obras que con su cristianísimo celo inventa y hace, procure ésta que ha de ser para tanta gloria de Dios y honra y merecimiento suyo. Lo cual puede hacer muy cómodamente siendo, como es, el día de hoy Señor de todas las indias y de la mayor parte de aquel Nuevo Mundo. Es petición digna de que todos los cristianos la supliquemos a Dios para su santo nombre sea por todo el mundo alabado y ensalzado y los hijos de Adán que por el pecado están tan esparcidos y olvidados de su Dios y primer principio, vayan a gozar de la bienaventuranza de la gloria para donde fueron por él criados. Hallóse este precioso papel, al parecer original, sin expresión de autor, y escrito por los años de 1585, que fue cuando el Padre fray Martín Ignacio se restituyó a estos reinos, en la librería de Sr. Conde del Aguila, en un libro en 4.?, cuyo rótulo es: Itinerario del P. Fr. Martín Ignacio. Confrontóse en 9 de octubre de 1974. Joseph de Basterrechea. V. ° B. ° Navarrete (Madrid, Museo Central de Marina, Colección Fernández de Navarrete, XXXII, ff. 215 294 v.; pagin. mod., 429 588.) Relación del viaje que hicieron Pedro de Unamunu, Fray Martín Ignacio de Loyola y otros franciscanos desde la isla Macarena, China, hasta el puerto de Acapulco, México, era el año de 1588 Relación del viaje y navegación que el capitán Pedro de Unamunu ha hecho desde la isla Macarera, que está una legua de la ciudad de Macán (Macao), en la fragata nombrada Nuestra Señora de Buena Esperanza; y lo que más en el viaje ha sucedido es lo siguiente: Primeramente, partí de la dicha isla Macarera, domingo doce de julio, como a horas del medio día, y caminé al Essueste doce leguas, y como a las once horas de la noche me hallé tan adelante de la isla de Leme, que es la más cercana de las islas de Macán que está en veinte y dos grados y medio largos. Desde esta isla de Leme se tomó derrota para los Babuyanes gobernando al Este cuarta del Sueste, y después de haber caminado noventa y seis leguas por el dicho rumbo, jueves, diez y seis del dicho mes de julio, como a horas de medio día, se tomó vista de estas islas de Babuyanes y se pesó el sol, y están en veinte grados y medio escasos; tomóse la vista de estas islas caminando por ese rumbo, por no roestear la aguja de marear cerca de una cuarta. Diósele el resguardo conforme a la variación de ella. Desde estas islas Babuyanes se tomó derrota para una isla que en algunas cartas de marear está pintada, que se dice Rica de oro, que está 450 leguas de estos Babuyanes e" derrota del Nordeste o Este Sudeste, que está en altura de 29 hasta 31 grados. Y caminando, para la dicha isla con tiempos diferentes, navegué doce días a diferentes rumbos, y a los 28 del dicho mes de julio tuvimos vista de dos islas pequeñas, que tenían como tres leguas de box (sic) cada una, y apartadas una de otra como una legua y media, y están situadas Noreste sin variar de Noroeste Este Sueste, el altura de 25 grados y medio, en que ese día se pesó el sol. Las cuales se ojearon y miraron y no se halló tener ningún puerto en ellas, ni tener ningunos árboles, ni insignias de tener agua, antes, en lo que de ellas se entendió por la vista ocular que en ellas se hizo, no son de provecho para cosa alguna; púsoselas por nombre las "Sin Provecho". Desde estas islas se tomó la derrota esta propia noche para la isla Rica de oro, que en el capítulo antes de ésta se ha dado razón, que está 330 leguas de estas islas, en derrota del Este Oeste cuarta de Nordeste Sudeoeste, y está en altura de las partes del Sur en 29 grados y medio escasos, según está pintada en algunas cartas; en cuya altura nos hallamos miércoles, 19 de Agosto. Y estando en la dicha su altura, se buscó la dicha isla del Este Oeste y por los demás rumbos que fueron necesarios, y se hizo todo lo posible y no se pudo hallar la dicha isla, por donde se entiende no la haber. De esta altura de los 31 grados se tomó la derrota al Esnordeste en busca de otra isla, que en algunas cartas está pintada, que llaman "Rica de plata, que hay de la que dicen Rica de oro y su altura 60 leguas al Esnordeste, gobernando ésta según su pintura y arrumbada en las cartas, y está, según su pintura en alguna de 33 grados hasta 34 desde la parte del Sur hasta el Norte, en cuya altura nos hallamos en Sábado, 22 de Agosto, y se buscó del Este Oeste. Y hechas las diligencias posibles y no se pudo hallar, a cuya causa no la debe haber, sino que alguno, por oídas, la mandaría pintar en su carta. Domingo, 23 de Agosto, a la noche se tomó la derrota para en busca de las islas que dicen del "Armenio", que, según están pintadas en algunas cartas, están 20 leguas de la isla que arriba dije Rica de plata, que están en derrota una con otra Nordeste Sudueste en altura de 34 grados y 35 y un tercio, y en esta altura nos hallamos miércoles, 26 de dicho mes de Agosto. Y se procuró su vista con mucho cuidado con las diligencias posibles, y no se pudo hallar, y se entiende no la debe haber. Desde la altura de la isla "Armenio, arriba declarada, que dicen que la hay, que es en 35 grados y un tercio, se tomó derrota al Este cuarta al Nordeste y al Esnordeste en busca de la tierra de la Nueva España y tomarla en la mayor altura que se pudiese y los tiempos nos diesen lugar, para desde ahí hacer el descubrimiento que posible fuese, caminando por los dichos rumbos. Lunes postrero de Agosto, en altura de 36 grados y un quinto en que este dicho día se pesó el sol y se halló esta altura, habiendo caminado 140 leguas por los dichos rumbos, nos rindió el árbol mayor por dos partes y trinquete y bauprés. Y después de haber aderezado los dichos árboles lo mejor que ser pudo para poder navegar, tornamos a proseguir nuestra derrota por los dichos rumbos. Y navegando subimos en altura de 39 grados, jueves 3 de Septiembre, que nos dió un viento Lesnordeste, donde no pudimos subir en más altura, así por el tiempo no nos dar lugar, como por tener rendido los árboles y el navío ser pequeño y tener poco reparo, por venir no tan acomodado como convenía para resistir al frío y al agua. Venimos a disminuir en altura de 32 grados y medio en que nos hallamos, miércoles, 30 de dicho mes de Septiembre. Y desde esta altura, que este dicho día se tomó, se procuro subir a más altura, y por los tiempos no nos dar lugar fue trabajoso multiplicar en la dicha altura. Navegando por diferentes rumbos, por la contrariedad de los tiempos, venimos a subir con harto trabajo en altura de 35 grados y medio largos, en que nos hallamos sábado, 16 de octubre del dicho año; y este día se vio tierra. Y por no tener claridad, por estar la tierra muy cubierta de la mucha cerrazón que había de neblina, por cuya causa no se certificó por entero ser tierra la que se nos había parecido. Y esta noche, a prima guardia, yendo la vuelta del Este, tomando el Nordeste con viento Susueste, encontramos con dos islotes pequeños, pegados con la tierra firme, como media legua de mar, y llegando tan cerca de ellos como un tiro de arcabuz, que no haber buena guardia, según la cerrazón, nos perdíamos, esta noche dimos a la vuelta de la mar hasta el cuarto del alba. Domingo, 18 de dicho mes, al cuarto del alba hicimos el bordo de la tierra, y esclareciendo Dios el día, vimos una tierra alta a la parte del sur, con unos tres árboles de pino en lo más alto de él, que sirven de marca. Y ala parte del Norte vimos muchos humos, al pie del dicho cerro, en unos pinares cerca de la mar. Y ala dicha parte del Norte una punta hechada como Noroeste Sueste, y de parte de la punta demostraba una bahía grande, hacia la parte del Este, que demostraba haber puertos en ella. Y después de haber tomado los pareceres de la gente del navío y particularmente del Padre Fray Martín Ignacio de Loyola, Comisario de la China, y visto de que todos eran de parecer de que se arribase a dicha bahía y en ella se viese lo que había, pues para ello venían, y con esta determinación se gobernó para la dicha bahía. Y llegando a ella, se vio a la parte del Este un arenal de buen espacio, de anchura mediana, para donde se gobernó. Y surgimos con la dicha fragata en 27 brazas de fondo de arena menuda, mezclada con baza, v alrededor y bien cerca de la dicha fragata hay muchas yerbas largas y gruesas, 5, nacen en más de 15 brazas, son gruesas y tienen las hojas y troncos grandes, que son de los que se dice que en la mar 100 leguas de la costa ven los navegantes unas balsas grandes, los cuales proceden de estos que arriba se hace memoria y nacen en toda la costa hasta pasada la isla de Cedros, que está en 28 grados y medio largos, y no nacen en los ríos, como algunos han certificado, sino en la costa, como arriba se declara. Aquí, en este puerto, hay infinito pescado de diferentes géneros, y árboles para navíos, y agua, y leña, y mucho marisco, donde se puede reparar de todo esto cuando alguno tenga necesidad. Como arriba decimos, surgimos en el dicho puerto a los 18 del dicho mes de Octubre, día de Sant Lucas; y por ser su día del señor San Lucas, se puso por nombre "Puerto de San Lucas". Y surto en él, como arriba se dice, en el dicho día entre las 11 y las 12 del día, apartados del arenal que en él había como dos tiros de arcabuz, donde se pesó el sol y se halló estar el dicho puerto en 35 grados y medio largos, y estando así surtos, a poco rato, vimos en tierra, en una loma a la falda de un cerro, dos indios, de donde nos miraron a su gusto. Con vista de estos indios se hizo junta de la gente que había en dicho navío, y estando todos juntos se trató lo que se debía hacer, si saltarían en tierra algunos soldados y se visitase lo que alrededor del dicho puerto había. Y siendo todos de parecer de que el capitán con 12 soldados y algunos indios, con sus espadas y rodelas, saltasen en tierra, y se viese la disposición de la tierra y se descubriese lo que alrededor del dicho puerto había, desembarqué en tierra con 12 soldados, con su cotas y arcabuces, llevando por delante al Padre Fray Martín Ignacio de Loyola con una cruz en sus manos, y algunos indios luzones, con sus espadas y rodelas, después de haber dejado orden en la dicha fragata para lo que se ofreciese; y habiéndose hecho elección de alcaldes y regidores para que hubiese quien diese posision de aquel puerto y lo demás que se descubriese, desembarqué en tierra, como dicho es. Desembarcamos en el dicho puerto, en la forma que dicho es, se tomó acuerdo hacia donde se caminaría, si hacia la parte donde los indios se habían visto poco antes o por el pinal, donde se habían visto algunos fuegos aquella mañana, por haber muchos caminos para diferentes partes. Fuimos de parecer de que se caminase hacia donde se habían visto los dos indios, pues el camino que va hacia donde ellos parecieron era el más trillado. Y así se comenzó a marchar hacia la loma donde los indios se habían visto, y subido en lo alto de la loma, a la parte del Nordeste, se vio descender un río de buen tamaño por un llano abajo, y muchos caminos trillados para diferentes partes, y no se halló rastro de los indios que antes se habían visto en la dicha loma. Y visto la diferencia de caminos de una parte a otra, se acordó que se siguiese uno de los dichos caminos que va a la vuelta del Sueste hacia un cerro alto, y que desde allí se vería lo que alrededor hubiese, hacia donde caminamos, llevando en la delantera al dicho Padre Fray Martín, con su cruz en las manos. Poco después y a un cuarto de legua andada, los dichos indios descubrieron gente y dieron aviso cómo habían visto cinco personas: y dado el aviso, se fueron tras ellos y los iban siguiendo. Y a este tiempo se alargó el paso para poder hablar con ellos, y en el inter que con los indios fuese Diego Vázquez Mexía, sargento, con otro soldado para que si los alcanzasen, los entretuviesen con buenas palabras y señales de paz y amor. El cual con los dichos indios se adelantó en pos de los dichos indios para ver si los podían alcanzar; y aunque de su parte hicieron lo posible, no se pudieron alcanzar; por estar encumbrados en el cerro y ser gente desnuda y ligera no se pudieron alcanzar, aunque la demás gente iba marchando a paso largo, tuvieron lugar de meterse por otro cerro alto en un pinal. Y en un recuesto del camino que iba al dicho cerro hallamos dos líos, como cestos, envueltos en dos cueros de venados, y en ellos no se halló sino los dos cueros de venado y otros pellejos pequeños como de conejos, cortados y hechos a modo de cadena con ellos, y una poca de flor como de orégano, que les debe de servir como de comida o bebida, por no se hallar otra semilla. Y según la relación de los indios espías, entre las cinco personas que habían visto había dos mujeres, porque llevaban dos criaturas en las espaldas. Y de los dos cueros de venado se tomó la una, y en su lugar se les dejó con su hato dos paños de manos y no se le consintió se les tocase cosa alguna; y hecho esto subimos a la cumbre de dicho cerro, y en él se hizo alto, y se miró lo que la vista pudo descubrir. Hecho alto en la cumbre de este cerro, mirando lo que alrededor de él había, y cerca de este cerro había otro cerro más alto como tres tiros de alcabuz, mandé a Joanes de Arraceta, Cristóbal infanzón, que dos indios con sus espadas y rodelas subiesen encima de aquel cerro que a la mano derecha estaba y que de allí mirasen a la redonda si había algunas poblaciones y otras insignias de gente y mirasen si en el dicho cerro había algunos minerales. Los cuales fueron y miraron lo que sus vistas alcanzaron a una parte y a otra, y hicieron catas en el dicho cerro por si había algunos minerales; y visto y hecho lo arriba dicho, bajaron a donde la demás gente estaba y dieron por relación que ninguna población, ni gente, ni humos habían podido descubrir, ni en el cerro habían podido hallar minerales, salvo que había muchos caminos y entre ellos había uno que iba por el río arriba, como hacia el Este, que era el más trillado a sus pareceres. Hecho lo convenido en el capítulo antes de éste, y descansando la gente bajaron de el dicho cerro hacia el río y entraron a la orilla de él, y probaron el agua del dicho río y hallóse ser muy buena, que bajaba por el dicho río entre arena, y desde ahí se subió por una loma arriba hacia la parte del Norte donde dicho río hacia una gran laguna, que se entendió que allí habría alguna barra y puerto, pues tan cerca estaba la mar. Y llegados allí se vio ser agua represada del dicho río y tapada la vía de la mar con mucha cantidad de arena, aunque sin embargo de esto no podía dejar de tener algún respiradero a la mar por debajo de la arena, porque sino fuera esto, según el agua del río en breve soprepujara a la arena. Y desde ahí se caminó hacia la fragata, por ser ya tarde; y llegados junto de la dicha fragata a un cerrillo y alrededor de él hallamos mucha cantidad de conchas, de ostrones, de perlas muy crecidas y otras conchas de muchos mariscos. Llegados a este cerro, hallamos lo arriba dicho, donde, por parecer lugar conveniente para tomar la posesión del dicho puerto y tierra en nombre de Su Majestad, pues quieta y pacíficamente yo y la demás gente habíamos desembarcado y paseado la dicha tierra y puerto como cosa de la demarcación y corona del rey don Felipe nuestro señor, tomé la dicha posesión en el dicho nombre por Diego Vázquez Mejía, uno de los alcaldes que para ello fue electo, y en ella amparado, como era justicia, en forma debida de derecho, arbolando una cruz en señal de la fe de Cristo y de la posesión que del dicho puerto y tierra se tomaba en nombre de Su Majestad. Y cercados ramos de los árboles que alrededor había y otras diligencias que se acostumbran hacer, nos embarcamos en la dicha fragata. Y estando embarcados y habiendo cenado la gente se trató de lo que se había de hacer, mediante Dios, otro día siguiente, si entrarían en la tierra algunos espías, para ver si se hallarían algunas poblaciones de gente o algunos minerales o algunas insignias de ello, pues había tantos caminos y a diferentes partes. Estando todos juntos y habiéndose tratado sobre lo que más convenía, estando presente el dicho Padre Fray Martín Ignacio de Loyola y los demás religiosos, todos conformes y de un parecer, de que pues todos habían salido para hacer el descubrimiento en cuanto fuere posible y los tiempos diesen lugar, y que pues ese día del señor San Lucas se había descubierto el dicho puerto y saltado en tierra y tomada la posesión en ella en nombre de Su Majestad, y haber tantos caminos y tan trillados para diferentes partes, que convenía que el capitán con dos soldados y un religioso y algunos indios, con espadas y rodelas, de madrugada, entrasen en la tierra adentro, como cuatro o cinco leguas, por el camino más trillado, que era el que iba por el río arriba como al Este; y que convenía se mirase lo que demostraba en sí la dicha tierra, para que de lo que hobiese se diese noticia de todo a Su Majestad y al Excmo. Visorrey de la Nueva España en su lugar, de quien en nombre de Su Majestad fuimos enviados a esta jornada. Y vistos los pareceres de todos, luego se mandó poner en orden lo necesario para poder de media noche abajo partir a lo que arriba se declara. Lunes 19 del dicho mes, como a horas de las diez antes del día partí para la dicha jornada con el Padre Fray Francisco de Noguera y los doce soldados y ocho indios luzones, con sus espadas y rodelas. Desembarqué entre día a las dichas, después de haber dejado orden en la fragata de lo que aquel día se había de hacer. Caminamos hacia el río, y en ella puesta la gente en orden y llevando dos indios delante, por espías, caminamos por el camino que el día antes nos había parecido ser el más trillado, que iba hacia la vuelta del Este, caminando con el menos ruido que ser pudo. Para cuando vino el alba, habíamos caminado como dos leguas, sin haber visto ni sentido cosa alguna de población, ni humos, ni persona alguna. A este tiempo nos apartamos a una ladera, hacia la halda de un cerro, debajo de unas encinas y alcornoques y otros árboles, que en un montecillo que allí estaba, había. Y desde ahí, estando emboscados hasta una hora de sol, se miró todo aquel valle hasta donde alcanzó la vista, y no pudimos descubrir ninguna población ni gente, solamente vimos dos humos hacia el río arriba en unos bosques de muchos árboles de encinas, alcornoques, sauces y otros árboles altos y de buen gordor, como fresnos, para donde caminamos lo más secreto que ser pudo, llevando los dos indios de espías, adelante. Y llegado donde los dichos humos, hallamos que se quemaban dos encinos grandes, apartados el uno del otro como tiro de arcabuz; parecía habérseles dado fuego como un mes. Desde estos humos partimos el río arriba a la vuelta del Este por el camino más trillado. Y por el río arriba hallamos muchas pisadas de gente, que todo el arenal del dicho río estaba tan hollado de pisadas, así hacia el río arriba como el río abajo de personas grandes y medianos y pequeños. Este río es de arena gruesa, por donde el agua pasa debajo y casi en lo más de él se puede andar a pie enjuto, porque, como digo, el agua pasa por debajo, salvo que en partes sale el agua como manantiales y hace como pozadas de agua represada, y no deja de correr por debajo del arena. Todo este río de una parte y otra es bien sombrosa de sombra de sauces y mimbres de buen tamaño, con otros árboles altos que parecen fresnos, y muchas yerbas olorosas, como manzanilla, y poleo y tomillo. Y caminando adelante, a ratos por el río y a ratos fuera de él, habiendo caminado como dos leguas sin haber visto población ni gente, más del dicho rastro el río arriba, encontramos, a la vereda del río, de la parte del Norte, unas rancherías viejas de indios en que había diez y siete ranchos grandes y chicos, a modo de carboneras de Vizcaya, un gran hoyo en el suelo, de buena redondez y de fuera cubierto de ramas de árboles muy cubiertos, y según el grandor de los ranchos podían caber en cada una más de doce personas; parecían haberse hecho como mes y medio atrás. No se halló en estos ranchos cosa alguna sino unas varas, que parecen de sabugo, con que ellos hacen sus lanzas arrojadizas con una punta de encino tostado. Y un poco apartado del río, de la otra parte, entre unos árboles, se halló una choza hecha de palos y cubierta toda de tierra, con sola una pequeña portañola, que podían caber dentro como dos personas; y había dentro cascarones y joyas (sic) de árboles. Entendióse que sería para el principal de ellos. Desde estos ranchos caminamos el río arriba media legua y siempre iba siguiendo el rastro ya dicho. Y al pie del río de la parte del Sueste, a la sombra de unos sauces, se hizo alto, donde la gente comió y descansó, y hasta las tres horas de la tarde nos detuvimos por el gran calor que hacía. Después de haber comido y reposado, se acordó caminar el río arriba, como una legua, hacia una gran abertura que hacia la parte del Este demostraba, por ver si se descubría alguna población en aquella abertura; y que si andada la legua que podía haber hasta el pie de un cerro alto que había en esta distancia, se volverían hacia la fragata, y en aquella noche nos alojaríamos en parte cómoda, para otro día de mañana ir a la dicha fragata. Y así caminamos hacia la abertura arriba dicha, y en poco rato llegamos al pie del cerro alto; y llegados al pie de él entre unos alcornoques, se miró la disposición de aquella tierra hasta donde nuestra vista alcanzaba, y no se halló ni pudimos descubrir cosa alguna más de que el camino iba seguido hacia el Este, que claro se vía ir el camino por la halda de unos cerros que iban a dar en unos cerros altos que hacia la parte del Este estaban, con otros muchos caminos. Y visto que del pie del cerro no se pudo descubrir ni se vía nada mandé a tres soldados y tres indios con sus espadas y rodelas subiesen a la cumbre de aquel cerro y de allí mirasen a todas partes si verían alguna población, o gente o fuegos, y si había algunos minerales. Los cuatro fueron, y de ahí a un rato de tiempo bajaron a donde nos habían dejado, y dieron por relación que no habían podido descubrir ninguna población, ni humos, ni gente, ni el cerro tenía minerales a lo que parecía, salvo que vieron que el río siempre iba hacia la parte del Este entre unos cerros; y el dicho camino con otros muchos iban a la parte del Este por las lomas de unos cerros. Y visto que no se pudo descubrir ninguna población ni gente, y que la gente estaba algo cansada, y no haber bastimentos para más de aquella noche, y que no sería cordura pasar adelante sin bastimentos y tan poca gente, en tierra no conocida, y que lo mejor sería volver hacia el navío, y visto el parecer de todos, y que era lo más acertado, caminamos hacia la fragata. Y habiendo caminado como dos leguas, una hora antes de anochecer, nos alojamos debajo de unos tres encinos grandes que estaban junto al río, apartado del camino buen espacio, donde aquella noche reparamos, puestas las centinelas en orden. Martes siguiente, 20 del dicho mes de Octubre, de día claro, caminamos el río abajo, y no se caminó de madrugada por si por ventura los indios nos hubiesen visto y espiado de noche no hubiese alguna celada. Y caminando por el río abajo, andados como una legua y media, encontramos con una ranchería de una parte y otra del río, en que había más de treinta ranchos, del modo de las que el día antes hallamos. Y en ellas no se halló sino unas taleguillas de cordel, hechos a manera de red, en que traían algunos cabos de cordel hecho con cortezas de árboles bien hechos, y unos cestos viejos, en que se entiende molían algunas raíces y cortezas de árbol para alguna bebida o comida, como el que se les halló el primer día, no se les halló rastro de otra semilla alguna. También se hallaron algunas varas como las de los otros ranchos del día antes. Y en esto, después de haber mirado alrededor de los ranchos la longitud, como dos tiros de arcabuz, y no se hallar más rastro de lo dicho, proseguimos nuestro camino, a ratos por el río abajo y ratos fuera de él. Y al cabo de haber caminado como dos leguas y pasado el río a la otra parte del Oeste, se hizo alto para descansar la gente, que sería como media legua de la fragata, como a las diez horas antes del medio día; y a cabo de media hora comenzamos la caminar hacia el dicho navio, y viniendo así caminando a trecho de un cuarto de legua, en una loma se hizo alto para allí descansar, por estar cerca del dicho navío. Y descansando que hubo la gente, comenzamos a marchar a tomar la vista del navío por estar cerca, e yendo caminando por nuestra orden y tomada la vista del navío los de la vanguardia, viniendo todos a vista unos de otros y bajando de la loma abajo hacia la ribera, donde hallamos la barca del navío y a Joanes de Uranzu. Antes de hacer alto la gente de la vanguardia mirando hacia los nuestros de la retaguardia, vimos descendiendo de un cerro de pinares dos indios corriendo hacia la otra parte de la loma, donde venían subiendo a la vista del navío. Y visto bajar los indios, luego volvimos hacia ellos a su reparo, pero antes que pudiésemos llegar a socorrerlos, fueron heridos algunos de ellos, y llegados a ellos, arcabuzándolos, los hicimos retirar a lo alto de la loma. Y a este tiempo llegaron Joan de Aranguren y Joan de Mendoza heridos de muchos flechazos y varas tostadas, y luego en pos de ellos Cristóbal Infanzón, herido de muchos flechazos y si no fuera que se socorrieron a tiempo, los mataran. Y Felipe de Contreras que venía así mismo en la retaguardia, por haberse quitado la cota que traía puesta, le hirieron de una lanza tostada y le atravesaron el pecho de parte a parte, de que no pudo retirarse, y de esta herida otras que le dieron, como a hombre desarmado, murió luego, según los otros de su compañía dieron por relación. Y juntamente con él mataron a un indio de los nuestros de una lanzada, por haberse descuidado de reparar con su rodela. A los heridos se mandaron curar. Y junta la demás gente, por bajar del dicho cerro muchos indios de nuevo, y visto los espías de ellos ser muchos y que iban siempre abajando, procuramos de retirarnos a la marina por nuestra orden, por ser mejor puesto para nuestra seguridad y resistirlos. Y juntos así la gente que en el navío quedaba, que había salido en tierra al socorro, y los que en tierra se hallaban, todos juntos, puestos en orden, tuvimos reencuentros y escaramuza con los dichos indios. Y en ellas murieron algunos de ellos y otros muchos heridos, sin que de los nuestros hiriesen mas de uno. Y visto esto, se retiraron y dividieron en tres partes. Y nosotros nos recogimos a nuestro puesto, donde se acordó que, si los enemigos tornasen de nuevo, sería bueno reformarnos de una planchada para poderse embarcar toda la gente junta, porque la barca era pequeña, y no se podían embarcar sino en muchas veces, y si nos viésemos en necesidad no podíamos retirarnos. La plancha se hizo, y luego en poco rato se trujo a tierra adonde la barca estaba. Y este tiempo, los enemigos por tres partes nos dieron asalto; pero retiráronse con daño suyo, sin herir a ninguno de los nuestros. Esto era como a las cinco de la tarde cuando los enemigos se retiraron hacia la loma donde hirieron a los nuestros, teniendo sus centinelas. Y visto que ya era tarde y el enemigo se había retirado, nos fuimos a embarcar en la plancha y barca. Lunes, 19 del dicho mes de Octubre, Fray Martín Ignacio de Loyola y Fray Rufino, Alonso Gómez, piloto de nuestra fragata, Miguel Sánchez y otras personas, que habían quedado en el navío, salieron en tierra adentro. Y dieron por relación haberles sucedido en el dicho puerto con los dichos indios, que después de habernos partido aquella mañana para lo que arriba dicho es, ellos habían saltado en tierra, así a ver hacia la parte del Sudueste si había alguna población o gente, por haberse visto la noche antes un fuego grande que duró casi toda la noche, como hacer alguna aguada y leña. Y que mientras el Padre Fray Martín, Alonso Gómez, Joanes de Uranzu, y otras personas fueron hacia la parte donde se vido el dicho fuego a ver lo que había, habían quedado en el río Gerónimo de Vallejeda, barbero, con algunos indios, que fueron a la lavar y a hacer aguada y leña. Y que del cerro del pinal habían descendido 23 indios, y tres de ellos se allegaron hasta la mitad de la sierra, a ver lo que hacían los nuestros. Y los dos bajaron al río y comenzaron a hablar con el dicho Vallejeda, no teniendo más de su espada; y después de haber pasado dares y tomares entre ellos por el cerro arriba en buenas palabras, y cuando vido mal parado el negocio, sólo procuró apartarse de ellos con ademán que les hizo con su espada, después de haberle quitado algunas cosas que llevaba consigo el dicho Vallejeda, dándolas el propio para apaciguarlos. Y en este tiempo sobrevinieron los demás indios y tomaron a los indios que estaban lavando alguna ropa y las vasijas que llenaron para el agua que habían de hacer, y se subieron el cerro arriba, y puesto a recaudo el bagaje que habían pillado, se volvieron a la mira de lo que se hacía entre los nuestros. Y a este tiempo llegaron el Padre Fray Martín y la demás gente que habían ido a ver lo que había de la otra parte del Sudueste; y como vieron los indios venir la demás gente, entendieron que el dicho Vallejeda les había engañado en que por señas les había dado a entender que no había más gente que él y los indios que quedaban en la aguada, a quien quisieron llevar consigo y no pudieron, porque se echaron a la mar y del navío les tiraban arcabuzazos, hasta que llegó el dicho Fray Martín con los demás adonde estaban Vallejeda e indios. Y llegados al puesto donde los indios estaban en la loma de un cerro, luego comenzaron a dar grandes alaridos, haciendo muchos meneos y saltos de una parte a otra como quien los quería acometer, estando los nuestros en su puesto sin hacer alboroto por lo que los indios hacían, antes, de paz, enviaron al dicho Vallejeda y a otro indio de los nuestros con bizcocho y algunos paños y otras cosas que entre ellos habían, a los cuales salieron hasta media ladera de la loma tres indios y los quisieron llevar arriba donde los demás estaban. Y los nuestros, como vieron que los querían llevar a lo alto del cerro, se hicieron indispuestos, y allí comieron el bizcocho o parte de ello. Y volvieron a sus compañeros a darles razón de lo que habían pasado, aunque estaban a la mira. Y después a poco rato, todos los indios se apartaron por tres partes, y acometieron a los nuestros haciendo muchos ademanes de quererlos matar, y tiraron muchas flechas sin que hiciesen daño en los nuestros, sin querer dejar tirar ningún arcabuzazo el Padre Fray Martín, hasta que vieron la desvergüenza suya, que los arcabuzaron e hirieron algunos de ellos y los hicieron retirar a lo alto del cerro: y a este tiempo eran horas de recogerse cada uno a su alojamiento. Los indios fueron a sus ranchos, los nuestros al navío. Hallaron a la parte del Sudueste, adonde fueron los nuestros, un rancho como los ya arriba dichos, y alrededor de él y más desviados del rancho muchas conchas de perlas en mucha cantidad y muy grandes; donde se entiende hay mucha y buena perlería, y estos indios acuden a la costa y a la pesquería de ellos. Y los caminos hacia la parte del Sur será donde ellos van y vienen a la tierra adentro. La tierra de marítima es de buena disposición para trigo y maíz, mejor que la que hallamos la tierra adentro. Embarcados, como dicho es en el capítulo segundo antes de ésta, después de haber cenado la gente, se trató de lo que convenía hacer el día siguiente, si se saltaría en tierra a los enemigos, o partirnos a nuestro viaje. Se acordó seguir nuestro viaje, costeando la tierra, y no salir en tierra con los enemigos, así por haberse quemado la pólvora el día pasado estándola refinando, como la gente estar mal herida y pocas medicinas para curarlos, y ser poca la demás gente para poder resistir a los enemigos sin tener pólvora ni municiones; y también lo que convenía hacerse en aquel puerto se había hecho, y que en la costa se podrían buscar algunos puertos, cuanto y más que más convenía ir a dar cuenta a Su Excelencia de lo pasado. Así se determinó partir miércoles, 21 de Octubre a nueve del día, como partimos. Partidos miércoles, 21 de Octubre, con vientos contrarios anduvimos bordeando hasta el viernes a la tarde, 23 del dicho, que nos dio un viento del Norueste con una cerrazón que en cinco días no se pudo tomar vista de tierra, aunque siempre se caminó dos leguas, y aún menos, de la tierra, a cuya causa no se pudo ver si había algún puerto en la costa, así por la cerrazón grande, como ser muy pequeña para poderse atrever en él a buscar puertos. Miércoles, 28 del dicho mes de Octubre, yendo costeando por la costa dos leguas de la tierra, en la altura de treinta grados, se echó una sonda por ver insignias de fondo, por no se poder ver tierra con la gran cerrazón y oscuridad que hacía neblina. Y hallamos diez brazas de fondo, y en lo que el plomo demostró era de bajíos de piedra en largor de mas de media legua, en que siempre se sondó en una agua y un fondo. Y luego, acabado de salir de su paraje, encontramos con una agua blanca muy revuelta, que parecía ser de río, donde se sondó y casi se halló la propia agua. Y en este paraje se procuró ver si había algún puerto, y aunque este día y la noche y parte del jueves siguiente no se pudo ver la tierra para poder ver la disposición de ella, y visto que con la barca no se podía saltar en tierra por ser pequeña y la mar andar algo gruesa, y que el tiempo no aclaraba, antes cargaba el tiempo, se determinó venir al puerto de Acapulco lo más breve que ser pudiese, así a dar cuenta de lo pasado a V. Excelencia, como por estar la gente herida muy mal dispuesta por falta de medicinas; pues desde la isla de Cerros para el puerto de Acapulco estaba todo descubierto mucho tiempo había. A las Islas de Lequios, ni Japón, ni Pescadores no fuimos, por ser tierras descubiertas y ser el navío pequeño y sin artillería ninguna, y la gente que venía en la dicha fragata poca, y la del Japón mucha y belicosa y haber en ella navíos y artillería con que poder ofender y defenderse. Desde las islas de los Babuyanes, que están en la altura de 23 grados y medio escasos hasta el puerto de San Lucas que agora se descubrió, que está en 35 grados y medio largos, se caminaron mil ochocientas y noventa leguas por diferentes rumbos, conforme los tiempos daban lugar, aunque en derecha derrota habrá como mil quinientas y cincuenta leguas. Y por esta altura y camino es muy buena navegación; más saludable y buena que por menos altura. Y desde el dicho puerto de San Lucas hasta el cabo de San Lucas, que está en 23 grados escasos, hay 290 leguas, caminando al Susueste como la mitad y al Sueste cuarta del Sur la otra mitad. Y desde este cabo de San Lucas hasta el puerto de Acapulco hay como 260 leguas, caminándose la mitad al Esueste y lo demás al Sueste coarta del Este. En la boca del puerto de Valle de Banderas, junto al cabo de Corrientes que está en altura de 21 grados largos, encontramos con una lancha del propio puerto, en doce de Noviembre que, por orden de la Audiencia de Guadalajara, andaba en la costa a dar aviso a los navíos de la China de cómo el corsario inglés estaba en la costa y los daños que había hecho, y como al presente estaba en el puerto de Mazatlán dando carena, y su instrucción le mandaba fuese a dar el dicho aviso a las dichas naos de China hasta en altura de 25 grados, dos grados más adelante del cabo de San Lucas, que es en muy buen paraje para ser avisados en tiempo para poderse marear del puertos del enemigo. Y en nombre de Su Majestad, en la mejor forma que de derecho hubiese lugar, hice un requerimiento al capitán de la dicha lancha para que con toda diligencia procurase pasar adelante a dar el dicho aviso, pues tanto importaba el servicio de Su Majestad, y caminase de noche con el fresco de la tierra, y que de día se detuviese en tierra, y de ahí podía hacer centinela, así a las naos de China, como si la lancha del enemigo salía a descubrir la costa no le encontrase de día, pues de día con los vientos Noruestes y contrarios corrientes no podría navegar, y de esta suerte podría navegar mejor y sin ser visto del enemigo, por si, como dicho es, la lancha del enemigo saliese a espiar la costa. Y se le dieron bastimentes de bizcocho, arroz y otros bastimentos que para nuestro viaje se traían, que quedó bastecido para más de un mes y medio, sin el maíz y otras cosas que para su bastimento llevaba. Entramos en el puerto de Acapulco a 22 de Noviembre, día domingo, de donde escribimos a V. Excelencia y dimos larga cuenta del suceso y trabajos de nuestro viaje. PEDRO DE UNAMUNU Archivo General de Indias (Sevilla), 1 1 3/25, Editado por el P. Lorenzo Pérez, OFM., en Archivo Ibero Americano 7 (1917) 88 107.
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CAPÍTULO XXVII Donde responde a una objeción Antes que pase adelante en nuestra historia, será bien responder a una objeción que se nos podría poner, diciendo que en otras historias de las Indias Occidentales no se hallan cosas hechas ni dichas por los indios como aquí las escribimos, porque comúnmente son tenidos por gente simple, sin razón ni entendimiento, y que en paz y en guerra sean poco más que bestias, y que conforme a esto, no pudieron hacer ni decir cosas dignas de memoria y encarecimiento, como algunas que hasta aquí parece que se han dicho, y adelante, con el favor del Cielo, diremos; y que lo hacemos o por presumir de componer, o por loar nuestra nación, que, aunque las regiones y tierras estén tan distantes, parece que todas son Indias. A esto se responde primeramente que la opinión que de los indios se tiene es incierta y en todo contraria a la que se debe tener, como lo nota, arguye y prueba muy bien el muy venerable padre Josef de Acosta en el primer capítulo del sexto libro de la Historia Natural y Moral del Nuevo Orbe, donde remito al que lo quisiere ver, donde sin esto hallará cosas admirables, escritas como de tan insigne maestro. Y en lo que toca al particular de nuestros indios y a la verdad de nuestra historia, como dije al principio, yo escribo de relación ajena, de quien lo vio y manejó personalmente. El cual quiso ser tan fiel en su relación que, capítulo por capítulo, como se iba escribiendo, los iba corrigiendo, quitando o añadiendo lo que faltaba o sobraba de lo que él había dicho, que ni una palabra ajena por otra de las suyas nunca las consintió, de manera que yo no puse más de la pluma, como escribiente. Por lo cual, con verdad podré negar que sea ficción mía, porque toda mi vida (sacada la buena poesía) fui enemigo de ficciones como son libros de caballería y otras semejantes. Las gracias de esto debo dar al ilustre caballero Pedro Mejía de Sevilla, porque con una reprehensión, que en Heroica obra de los Césares hace a los que se ocupan en leer y componer los tales libros, me quitó el amor que como muchacho les podía tener y me hizo aborrecerlos para siempre. Pues decir que escribo encarecidamente por loar la nación porque soy indio, cierto es engaño, porque, con mucha vergüenza mía, confieso la verdad: que antes me hallo con falta de palabras necesarias para contar y poner en su punto las verdades que en la historia se me ofrecen, que con abundancia de ellas para encarecer las que no pasaron. Y esta falta causó la infelicidad del tiempo de mis niñeces, que faltaron escuelas de letras y sobraron las de las armas, así las de a pie como las de a caballo, particularmente las de la jineta, en la cual, por ser la silla con que nuestra tierra se ganó, mis condiscípulos y yo nos ejercitamos dende muy muchachos, tanto que muchos de ellos, o todos, salieron famosos hombres de a caballo, y esto fue habiendo aprendido poco más de los nominativos, de que ahora me doy por infelicísimo, aunque la culpa no fue nuestra ni de nuestros padres, sino de nuestra ventura, que no tuvo entonces más que darnos por ser la tierra tan recién ganada, y por las guerras civiles que luego sucedieron de los Pizarros y Almagros hasta las de Francisco Hernández Girón. Con las cuales faltaron los maestros de las ciencias y sobraron los de las armas. Ya en estos tiempos, por la misericordia de Dios, es al contrario, que los padres de la Santa Compañía de Jesús sembraron tantas escuelas de todas ciencias que no hacen falta las universidades de España. Volviendo a nuestro primer propósito, que es de certificar en ley de cristiano que escribimos verdad en lo pasado, y con el favor de la Suma Verdad, la escribiremos en lo porvenir, diré lo que en este paso me pasó con el que me daba la relación, al cual, si no lo tuviera por tan hijodalgo y fidedigno, como lo es y como adelante en otros pasos diremos de su reputación, no presumiera yo que escribía tanta verdad, como la presumo y certifico por tal. Digo, pues, llegando a la respuesta que hemos dicho que los cuatro indios capitanes dieron al gobernador y luego a la de los tres mozos hijos de señores de vasallos, pareciéndome que las razones (conforme a la común opinión que de los indios se tiene), eran más que de indios bárbaros, le dije: "Según la reputación universal en que los indios están, no han de creer que son suyas estas razones." Respondióme: "Bien sabéis que la opinión es falsa y no hay que hacer caso de ella; antes será justo deshacerla con decir la verdad de lo que en ello hay, porque, como vos mismo lo habéis visto y conocido, hay indios de muy buen entendimiento que en paz y en guerra, en tiempos adversos y prósperos, saben hablar como cualquier otra nación de mucha doctrina. "Lo que os he dicho respondieron los indios en substancia, sin otras muchas lindezas que ni me acuerdo de ellas, ni que me acordase las sabría decir como ellos las dijeron, tanto que el gobernador y los que con él estábamos nos admiramos de sus palabras y razones más que no de la hazaña de haberse dejado estar nadando en el agua casi treinta horas. Y muchos españoles leídos en historias, cuando los oyeron, dijeron que parecían haber militado los capitanes entre los más famosos de Roma cuando ella imperaba el mundo con las armas, y que los mozos señores de vasallos parecían haber estudiado en Atenas cuando ella florecía en letras morales. Por lo cual, luego que respondieron y el gobernador los hubo abrazado, no quedó capitán ni soldado, de cuenta que con grandísima fiesta no los abrazase, aficionados de haberles oído. "Por ende, escribid con todo el encarecimiento que pudiéredes lo que os he dicho, que yo os prometo que, por mucho que en loor de las generosidades y excelencias de Mucozo y del esfuerzo, constancia y discreción de estos siete indios capitanes y señores de vasallos os afiléis y adelgacéis la pluma, y, por más y más que en las bravosidades y terriblezas de Vitachuco y de otros principales que adelante hallaremos os alarguéis, no lleguéis donde ellos estaban en sus grandezas y hazañas. "Por todo lo cual, escribid sin escrúpulo alguno lo que os digo, créanlo o no lo crean, que con haber dicho verdad de lo que sucedió cumplimos con nuestra obligación, y hacer otra cosa sería hacer agravio a las partes". Todo esto, como lo he dicho, me pasó con mi autor, y yo lo pongo aquí para que se entienda y crea que presumimos escribir verdad antes con falta de elegancia y retórica necesaria para poner las hazañas en su punto que con sobra de encarecimiento porque no lo alcanzo y porque adelante, en otras cosas tan grandes y mayores que veremos, será necesario reforzar la reputación de nuestro crédito, no diré ahora más sino que volvamos a nuestra historia.
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CAPÍTULO XXVII De diversas flores, y de algunos árboles que solamente dan flores, y cómo los Indios las usan Son los indios muy amigos de flores, y en la Nueva España más que en parte de mundo, y así usan hacer varios ramilletes que allá nombran suchiles, con tanta variedad, y pulicia y gala, que no se puede desear más. A los señores y a los huéspedes, por honor es uso ofrecelles los principales sus suchiles o ramilletes. Y eran tantos cuando andábamos en aquella provincia, que no sabría el hombre qué se hacer de ellos. Bien que las flores principales de Castilla las han allá acomodado para esto, porque se dan allá no menos que acá, como son claveles y clavellinas, y rosas y azucenas y jazmines, y violetas y azahar, y otras suertes de flores, que llevadas de España, aprueban maravillosamente. Los rosales, en algunas partes de puro vicio crecían mucho y dejaban de dar rosas. Sucedió una vez quemarse un rosal y dar los pimpollos que brotaron luego rosas en abundancia, y de ahí aprendieron a podallas y quitalles el vicio; y dan rosas asaz. Pero fuera de estas suertes de flores que son llevadas de acá, hay allá otras muchas cuyos nombres no sabré decir, coloradas y amarillas y azules y moradas y blancas con mil diferencias, las cuales suelen los indios ponerse por gala en las cabezas, como plumaje. Verdad es que muchas de estas flores no tienen más que la vista, porque el olor no es bueno o es grosero, o ninguno, aunque hay algunas de excelente olor, como es las que da un árbol que algunos llaman floripondio, que no da fruto ninguno sino solamente flores, y éstas son grandes, mayores que azucenas, y a modo de campanillas, todas blancas, y dentro unos hilos como el azucena, y en todo el año no cesa de estar echando estas flores, cuyo olor es a maravilla delicado y suave, especialmente en el frescor de la mañana. Por cosa digna de estar en los Jardines Reales la envió el Virrey D. Francisco de Toledo, al Rey D. Felipe, nuestro señor. En la Nueva España estiman mucho los indios una flor que llaman yolosuchil, que quiere decir flor de corazón, porque tiene la misma hechura de un corazón, y aun en el tamaño no es mucho menor. Este género de flores lleva también otro árbol grande, sin dar otra fruta; tiene un olor recio, y a mi parecer demasiado; a otros les parece muy bueno. La flor que llaman del sol, es cosa bien notoria que tiene la figura del sol, y se vuelve al movimiento del sol. Hay otras que llaman claveles de Indias, y parecen un terciopelo morado y naranjado, finísimo; también es cosa notoria. Éstas no tienen olor que sea de precio, sino la vista. Otras flores hay que con la vista, ya que no tienen olor, tienen sabor, como las que saben a mastuerzo, y si se comiesen sin verse, por el gusto no juzgarían que era otra cosa. La flor de granadilla es tenida por cosa notable; dicen que tiene las insignias de la Pasión, y que se hallan en ella los clavos, y la columna y los azotes, y la corona de espinas, y las llagas, y no les falta alguna razón, aunque para figurar todo lo dicho es menester algo de piedad que ayude a parecer aquello; pero mucho está muy expreso, y la vista en sí es bella, aunque no tiene olor. La fruta que da llaman granadilla, y se come o se bebe, o se sorbe por mejor decir, para refrescar; es dulce, y a algunos les parece demasiado dulce. En sus bailes y fiestas usan los indios llevar en las manos, flores, y los señores y reyes, tenerlas por grandeza. Por eso se ven pinturas de sus antiguos tan ordinariamente con flores en la mano, como acá usan pintarlos con guantes. Y para materia de flores harto está dicho; la albahaca aunque no es flor sino yerba, se usa para el mismo efecto de recreación y olor, y tenerla en los jardines, y regalalla en sus tiestos. Por allá se da tan común y sin cuidado y tanta, que no es albahaca, sino yerba tras cada acequia.