Cómo el Almirante salió de aquella isla y fue a ver otras El domingo siguiente, que fue 14 de Octubre, el Almirante fue con los bateles por la costa de aquella isla, hacia el noroeste, por ver lo que había alrededor de ella. Y en aquella parte por donde fue halló una gran ensenada o puerto capaz para todos los navíos de los cristianos; los moradores, viendo que iba de lejos, corrían tras de él por la playa, gritando y ofreciéndole dar cosas de comer; llamándose unos a otros, apresurábanse a ver los hombres del cielo, y postrados en tierra, alzaban las manos al cielo, como dándole gracias por la llegada de aquellos. Muchos también, nadando, o en sus canoas, como podían, llegaban a las barcas, a preguntar, por señas, si bajaban del cielo, rogándoles que saliesen a tierra, para descansar. Pero el Almirante, dando a todos cuentas de vidrio o alfileres gozaba mucho de ver en ellos tanta sencillez; al fin llegó a una península que con trabajo se podría rodear por agua, en tres días, habitable, y donde se podía hacer una buena fortaleza. Allí vio seis casas de los indios, con muchos jardines alrededor, tan hermosos como los de Castilla en el mes de Mayo. Pero como la gente estaba ya fatigada de remar tanto, y él conocía claramente, por lo que habla visto, que no era aquella tierra la que él andaba buscando, ni de tanto provecho que debiese permanecer en ella, tomó siete indios de aquellos, para que le sirviesen de intérpretes; y, vuelto a los navíos, salió para otras islas que se veían desde la península, y parecían ser llanas y verdes, muy pobladas, como los mismos indios afirmaban. A una de las cuales, que distaba siete leguas, llegó el día siguiente, que fue lunes a 15 de Octubre; y le puso nombre de Santa María de la Concepción. La parte de aquella isla, que mira a San Salvador, se extendía de norte a sur por espacio de cinco leguas de costa. Pero el Almirante fue por la costa del este al oeste, que es más larga de diez leguas, y después que surgió hacia occidente, bajó a tierra para hacer allí lo mismo que en las anteriores. Los habitantes de la isla acudieron prestamente, para ver a los cristianos, con la misma admiración que los otros. Habiendo visto el Almirante que todo aquello era lo mismo, al día siguiente, que fue martes, navegó al oeste, ocho leguas, a una isla bastante mayor, y llegó a la costa de aquélla, que tiene de noroeste a sudeste más de veintiocho leguas. También ésta era muy llana, de hermosa playa; y acordó ponerle nombre de la Fernandina. Antes que llegase a esta isla y a la otra de la Concepción, hallaron un hombre en una pequeña canoa, que llevaba un pedazo de su pan, una calabaza de agua, y un poco de tierra semejante al bermellón, con el que se pintan aquellos hombres el cuerpo, como ya hemos dicho, y ciertas hojas secas que estiman mucho, por ser muy olorosas y sanas; en una cestilla llevaba una sarta de cuentas verdes de vidrio, y dos blancas, por cuya muestra se juzgó que venía de San Salvador, había pasado por la Concepción, y luego iba a la Fernandina, llevando nuevas de los cristianos, por estos países. Pero, como la jornada era larga y estaba ya cansado, pronto fue a los navíos, donde le recibieron dentro, con su canoa, y tratado afablemente por el Almirante, quien tenía propósito, tan pronto como llegase a tierra, de mandarlo con su mensaje, como hizo; y le dio prestamente algunas cosillas para que las distribuyese entre los otros indios. La buena relación que hizo éste motivó que muy pronto la gente de la Fernandina viniese a las naves, en sus canoas, para cambiar aquellas mismas cosas que habían trocado los anteriores; porque aquella gente y todo el resto era de igual condición. Y cuando el batel fue a tierra para proveerse de agua, los indios mostraban con grande alegría donde la había, y llevaban a cuestas muy a gusto los barriles, para llenar los toneles dentro del batel. En verdad, parecían hombres de más aviso y juicio que los primeros, y como tales regateaban sobre el trueque y paga de lo que llevaban; en sus casas tenían paños de algodón, es a saber mantas de cama; las mujeres cubrían sus partes vergonzosas con una media faldilla tejida de algodón, y otras, con un paño tejido que parecía de telar. Entre las cosas notables que vieron en aquella isla fueron algunos árboles que tenían ramas y hojas diferentes entre sí, sin que otros árboles estuviesen allí injertos, sino naturalmente, teniendo los ramos un mismo tronco, y hojas de cuatro y cinco maneras tan diferentes la una de la otra, como lo es la hoja de la caña, de la del lentisco. Igualmente, vieron peces de distintas maneras, y de finos colores, pero no vieron género alguno de animales terrestres fuera de lagartos y alguna sierpe. A fin de reconocer mejor la isla, salidos de allí hacia noroeste, surgieron en la boca de un bellísimo puerto que tenía una islilla a la entrada; más no pudieron penetrar por el poco fondo que tenía, ni tampoco lo procuraron, para no alejarse de un pueblo grande que no muy lejos estaba, aunque, en la mayor isla de las que hasta entonces habían visto, no los hubiera con más de doce o quince casas, hechas a modo de tiendas de campaña. Entrados en ellas, no vieron otro ornamento, ni muebles, más de aquello mismo que llevaban a cambiar a las naves. Eran sus lechos como una red colgada, en forma de honda, en medio de la cual se echaban, y ataban los cabos a dos postes de la casa. También allí vieron algunos perros como mastines o blanchetes, que no ladraban.
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CAPÍTULO XXV Qué es lo que los indios suelen contar de su origen Saber lo que los mismos indios suelen contar de sus principios y origen, no es cosa que importa mucho; pues más parecen sueños los que refieren, que historias. Hay entre ellos comúnmente gran noticia y mucha plática del Diluvio; pero no se puede bien determinar si el diluvio que éstos refieren, es el universal que cuenta la Divina Escritura, o si fue alguno otro diluvio o inundación particular de las regiones en que ellos moran; mas de que en estas tierras, hombres expertos dicen que se ven señales claras de haber tenido alguna grande inundación, yo más me llego al parecer de los que sienten que los rastros y señales que hay de diluvio, no son del de Noé, sino de alguno otro particular como el que cuenta Platón, o el que los poetas cantan de Deucalión. Como quiera que sea, dicen los indios que con aquel su diluvio, se ahogaron todos los hombres, y cuentan que de la gran laguna Titicaca salió un Viracocha, el cual hizo asiento en Tiaguanaco, donde se ven hoy ruinas y pedazos de edificios antiguos y muy extraños, y que de allí vinieron al Cuzco, y así tornó a multiplicarse el género humano. Muestran en la misma laguna una isleta donde fingen que se escondió y conservó el sol, y por eso antiguamente le hacían allí muchos sacrificios no sólo de ovejas, sino de hombres también. Otros cuentan que de cierta cueva, por una ventana salieron seis o no sé cuantos hombres, y que éstos dieron principio a la propagación de los hombres, y es donde llaman Pacari Tampo por esa causa. Y así tienen por opinión que los tambos son el linaje más antiguo de los hombres. De aquí dicen que procedió Mangocapa, al cual reconocen por el fundador y cabeza de los ingas, y que de éste procedieron dos familias o linajes, uno de Hanan Cuzco, otro de Urincuzco. Refieren que los reyes ingas, cuando hacían guerra y conquistaban diversas provincias, daban por razón con que justificaban la guerra, que todas las gentes les debían reconocimiento, pues de su linaje y su patria se había renovado el mundo, y así a ellos se les había revelado la verdadera religión y culto del cielo. Mas ¿de qué sirve añadir más, pues todo va lleno de mentira y ajeno de razón? Lo que hombres doctos afirman y escriben es que todo cuanto hay de memoria y relación de estos indios, llega a cuatrocientos años, y que todo lo de antes es pura confusión y tinieblas, sin poderse hallar cosa cierta. Y no es de maravillar faltándoles libros y escritura, en cuyo lugar aquella su tan especial cuenta de los quipocamayos, es harto y muy mucho que pueda dar razón de cuatrocientos años. Haciendo yo diligencia para entender de ellos, de qué tierra y de qué gente pasaron a la tierra en que viven, hallélos tan lejos de dar razón de esto que antes tenían por muy llano que ellos habían sido creados desde su primer origen en el mismo Nuevo Orbe, donde habitan, a los cuales desengañamos con nuestra fe, que nos enseña que todos los hombres proceden de un primer hombre. Hay conjeturas muy claras que por gran tiempo, no tuvieron estos hombres reyes ni república concertada, sino que vivían por behetrías, como agora los floridos y los chiriguanas, y los brasiles y otras naciones muchas, que no tienen ciertos reyes, sino conforme a la ocasión que se ofrece en guerra o paz, eligen sus caudillos como se les antoja: Mas con el tiempo, algunos hombres que en fuerzas y habilidad se aventajaban a los demás, comenzaron a señorear y mandar, como antiguamente Nembrot, y poco a poco, creciendo, vinieron a fundar los reinos de Pirú, y de México, que nuestros españoles hallaron, que aunque eran bárbaros, pero hacían grandísima ventaja a los demás indios. Así que la razón dicha persuade que se haya multiplicado y procedido el linaje de los indios por la mayor parte de hombres salvajes y fugitivos. Y esto baste, cuanto a lo que del origen de estas gentes se ofrece tratar, dejando lo demás para cuando se traten sus historias más por extenso.
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CAPÍTULO XXV Qué sea la causa de durar tanto tiempo el fuego y humo de estos volcanes No hay para qué referir más número de volcanes, pues de los dichos se puede entender lo que en esto pasa; pero es cosa digna de disputar qué sea la causa de durar el fuego y humo de estos volcanes, porque parece cosa prodigiosa y que excede el curso natural, sacar de su estómago tanta cosa como vomitan. ¿Dónde está aquella materia o quién se la da? ¿Cómo se hace? Tienen algunos por opinión que los volcanes van gastando la materia interior que ya tienen de su composición, y así creen que ternán naturalmente fin en habiendo consumido la leña (digamos) que tienen. En consecuencia de esta opinión, se muestran hoy día algunos cerros, de donde se saca piedra quemada y muy liviana, pero muy recia y muy excelente para edificios, como es la que en México se trae para algunas fábricas. Y en fecto, parece ser lo que dicen, que aquellos cerros tuvieron fuego natural un tiempo, y que se acabó acabada la materia que pudo gastar, y así dejó aquellas piedras pasadas de fuego. Yo no contradigo a esto, cuanto a pensar que haya habido allí fuego, y en su modo, sido volcanes aquellos en algún tiempo. Mas háceseme cosa dura creer que en todos los volcanes para así, viendo que la materia que de sí echan es cuasi infinita, y que no puede caber allá en sus entrañas, junta. Y demás de eso hay volcanes que en centenares y aún millares de años se están siempre de un ser, y con el mismo continente lanzan de sí humo, y fuego y ceniza. Plinio, el historiador natural (según refiere el otro Plinio su sobrino), por especular este secreto y ver cómo pasaba el negocio, llegándose a la conversación del fuego de un volcán de estos, murió y fue a acabar de averiguarlo allá. Yo de más afuera mirándolo digo que tengo para mí, que como hay en la tierra lugares que tienen virtud de atraer a sí materia vaporosa, y convertirla en agua, y esas son fuentes que siempre manan y siempre tienen de qué manar, porque atraen a sí la materia del agua, así también hay lugares que tienen propriedad de atraer a sí exhalaciones secas y cálidas, y esas convierten en fuego y en humo, y con la fuerza de ellas lanzan también otra materia gruesa que se resuelve en cenizas o en piedra pómez, o semejante. Y que esto sea así es indicio bastante el ser a tiempos el echar el humo, y no siempre; y a tiempos fuego y no siempre. Porque es según lo que ha podido atraer y dirigir, y como las fuentes en tiempo de invierno abundan, y en verano se acortan y aun algunas cesan del todo, según la virtud y eficacia que tienen y según la materia se ofrece, así los volcanes en el echar más o menos fuego a diversos tiempos. Lo que otros platican que es fuego del infierno y que sale de allá, para considerar por allí lo de la otra vida puede servir; pero si el infierno está, como platican los teólogos, en el centro, y la tierra tiene de diámetro más de dos mil leguas, no se puede bien asentar que salga del centro aquel fuego, cuanto más que el fuego del infierno, según San Basilio y otros santos enseñan, es muy diferente de este que vemos, porque no tiene luz y abrasa incomparablemente más que este nuestro. Así que concluyo con parecerme lo que tengo dicho, más razonable.
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De cómo tenían los Incas consejeros y ejecutores de la justicia y la cuenta que tenían en el tiempo. Como la ciudad del Cuzco era la más principal de todo el Perú y en ella residían lo más del tiempo los reyes, tenían en la misma ciudad muchos de los principales del pueblo que eran entre todos los más avisados y entendidos, para sus consejeros; porque todos afirman que, antes que intentasen cosa ninguna y de importancia, lo comunicaban con estos tales, allegando su parecer a los más votos; y para la gobernación de la ciudad y que los caminos estuviesen seguros y por ninguna parte se hiciesen ningunos insultos ni latrocinios, de los más reputados destos nombraban para que siempre anduviesen castigando a los que fuesen malos; y para esto andaban siempre mucho por todas partes. De tal manera entendían los Incas en proveer justicia que ninguno osaba hacer desaguisado ni hurto. Esto se entiende cuanto a lo tocante a los que andaban hechos ladrones o forzaban mujeres o conjuraban contra los reyes; porque, en los demás, muchas provincias hobo que tuvieron sus guerras unos con otros y del todo no pudieron los Incas apartallos dellas. En el río que corre junto al Cuzco se hacía la justicia de los que allí se prendían o de otra parte traían presos, a donde les cortaban las cabezas y les daban muerte de otras maneras, como a ellos les agradaba. Los motines y conjuraciones castigaban mucho, y más que a todos a los que eran ladrones y tenidos ya por tales, los hijos y mujeres de los cuales eran aviltados y tenidos por afrentados entre ellos mismos. En cosas naturales alcanzaron mucho estos indios, así en el movimiento del sol como en el de la luna; y algunos indios decían había cuatro cielos grandes y todos afirman que el asiento y silla del gran Dios Hacedor del mundo es en los cielos. Preguntándoles yo muchas veces si alcanzan quel Mundo se ha de acabar, se ríen; y sobre esto saben poco, y si algo saben, es lo que Dios permite quel Demonio les diga. A todo el Mundo llaman Pacha, conociendo la vuelta quel sol hace y las crecientes y menguantes de la luna. Contaron el año por ello, al cual llaman guata, y lo hacen de doce lunas, teniendo su cuenta en ello; y usaron de unas torrecillas pequeñas, que agora están muchas por los collados del Cuzco algo descuidadas, para por la sombra quel sol hacía en ellas entender en sementeras y en lo que ellos más sobre esto entienden. Y estos Incas miraban mucho en el cielo y en las señales dél, lo cual también pendía de ser ellos tan grandes agoreros. Cuando las estrellas corren, grande es la grita que hacen y el mormullo que unos con otros tienen.
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De las naciones y lenguas También quiero contar sus naciones y lenguas, que desde la isla de Mal Hado hasta los últimos hay. En la isla de Mal Hado hay dos lenguas: a los que unos llaman de Caoques y a los otros llaman de Han. En la Tierra Firme, enfrente de la isla, hay otros que se llaman de Chorruco, y toman el nombre de los montes donde vine. Adelante, en la costa del mar, habitan otros que se llaman Doguenes, y enfrente de ellos otros que tienen por nombre los de Mendica. Más adelante, en la costa, están los quevenes, y enfrente de ellos, dentro en la Tierra Firme, los mariames; y yendo por la costa adelante, están otros que se llaman guaycones, y enfrente dé éstos, dentro en la Tierra Firme, los iguaces. Cabo de éstos están otros que se llaman atayos, y detrás de éstos, otros, acubadaos, y de éstos hay muchos por esta vereda adelante. En la costa viven otros llamados quitoles, y enfrente de éstos, dentro en la Tierra Firme, los avavares. Con éstos se juntan los maliacones, y otros cutalchiches, y otros que se llaman susolas, y otros que se llaman comos, y adelante en la costa están los camoles, y en la misma costa adelante, otros a quienes nosotros llamamos los de los higos. Todas estas gentes tienen habitaciones y pueblos y lenguas diversas. Entre éstos hay una lengua en que llaman a los hombres por mira acá; arre acá; a los perros, xo; en toda la tierra se emborachan con un humo, y dan cuanto tienen por él. Beben también otra cosa que sacan de las hojas de los árboles, como de encina, y tuéstanla en unos botes al fuego, y después que la tienen tostada hinchan el bote de agua, y así lo tienen sobre el fuego, y cuando ha hervido dos veces, échanlo en una vasija y están enfriándola con media calabaza, y cuando está con mucha espuma bébenla tan caliente cuanto pueden sufrir, y desde que la sacan del bote hasta que la beben están dando voces, diciendo que ¿quién quiere beber? Y cuando las mujeres oyen estas voces, luego se paran sin osarse mudar, y aunque estén mucho cargadas, no osan hacer otra cosa, y si acaso alguna de ellas se mueve, la deshonran y la dan de palos, y con muy gran enojo derraman el agua que tienen para beber, y la que han bebido la tornan a lanzar, lo cual ellos hacen muy ligeramente y sin pena alguna. La razón de la costumbre dan ellos, y dicen que si cuando ellos quieren beber aquella agua las mujeres se mueven de donde les toma la voz, que en aquella agua se les mete en el cuerpo una cosa mala y que donde a poco les hace morir, y todo el tiempo que el agua está cociendo ha de estar el bote atapado, y si acaso está destapado y alguna mujer pasa, lo derraman y no beben más de aquella agua; es amarilla y están bebiéndola tres días sin comer, y cada día bebe cada uno arroba y media de ella, y cuando las mujeres están con su costumbre no buscan de comer más de para sí solas, porque ninguna otra persona come de lo que ellas traen. En el tiempo que así estaba, entre éstos vi una diablura, y es que vi un hombre casado con otro, y éstos son unos hombres amarionados, impotentes, y andan tapados como mujeres y hacen oficio de mujeres, y tiran arco y llevan muy gran carga, entre éstos vimos muchos de ellos así amarionados como digo, y son más membrudos que los otros hombres y más altos; sufren muy grandes cargas.
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CAPITULO XXVI Trátase de muchos reinos del Nuevo Mundo y de las cosas particulares y curiosas de ello Desde Cochín fue el dicho Padre al reino de Cananor pasando por Taonar y Calicut, a quien llaman los naturales Malabar. Son reinos pequeños y hay en ellos mucha gente. En el de Cananor hay portugueses poblados y entre ellos religiosos de la Orden de San Francisco. Es tierra en todo muy semejante a la de Cochín, y a esta causa y porque guardan y tienen unas mesmas costumbres y ritos, me remito en lo tocante a este reino a lo dicho. Luego más adelante están otros dos reinos pequeños: el uno se llama Barcelor, y el otro Mangalor. Hay en ellos algunos cristianos. Es tierra buena y rica, y tiénese por cierto se bautizarán todos dentro de poco tiempo. De este reino fueron a Goa, ciudad principal y poblada de portugueses, que es como Metrópoli de todos aquellos reinos. Está en 15 grados de altura y pónense desde Cochín a ella 100 leguas. Esta ciudad es una isla pequeña cercada por todas partes de agua. Tiene de circuito solas cuatro leguas y divídela un gran río de la tierra firme del reino Odialcar. Es tierra apacible y buena, y goza de un hermosísimo río. En esta ciudad residen ordinariamente los Virreyes de la india s, el Arzobispo. Hay muchas iglesias y conventos, y fuera de la mayor hay 14 parroquiales sin 15 ermitas que están dentro y fuera de la ciudad. Los conventos de religiosos son cuatro, todos muy suntuosos de Santo Domingo, de San Agustín de San Francisco y de la Compañía. Fuera de la ciudad hay otro de recoletos franciscanos. Cerca de esta isla están las de Salceto y Bardes, donde los religiosos franciscanos 5, los de la Compañía tienen algunos pueblos de cristianos. Aquí en Salcete pocos años ha mataron los gentiles ciertos Padres de la Compañía en aborrecimiento de la fe, y ellos murieron con mucho esfuerzo y espíritu, y así creo fueron a gozar de Dios. Adelante de Goa en la mesma costa hacia la parte del Norte está en 18 grados y medio el pueblo de Chaul y luego más adelante Bazain y junto a él Damun: todos estos tres pueblos son habitados de portugueses y el último cae en la provincia de Cambaya subjeta al Gran Tártaro o Mogor por otro nombre. Cuarenta y dos leguas adelante está la ciudad llamada Díu, donde hay una buena fortaleza de portugueses y un puerto muy grande y seguro, cuyo nombre se extiende por toda la Turquía. 270 leguas adelante está la ciudad de Oromuz en la costa de Persia y en ella tienen los mesmos otra fortaleza mucho mejor que la de Díu y más inexpugnable. Es la mayor de toda la India, aunque no de tanto nombre como la de Díu. En esta ciudad de Oromuz no se coge otra cosa sino sal en grandísima abundancia, y con todo esto es bastecidísima de todo cuanto se pueda imaginar, porque se traen a ella desde Persia y Arabia muchas curiosidades y bastimentos. Por esta parte dicen se puede ir fácilmente a Venecia siguiendo la derrota de Alef y de Trípoli de borla (sic). Toda esta costa de la india hasta la Persia está poblada de muchos y grandes reinos, en los cuales hay infinita gente: uno de ellos es el de Odilalon, que es riquísimo y de mucha gente, y todos ellos son moros. Cerca de él está otro que se llama Disamaluco y junto a este el reino del Gran Tártaro, que en su lengua se llama Mogor, el cual después del de la China, creo que es el mayor del mundo, como se puede colegir de lo mucho de su grandeza publican las historias antiguas y modernas. Al otro lado de Oromuz está el reino de Persia, cuyo rey es Jactamas o Ismael Sophi, Gran Soldán de Egipto, descendiente por línea recta del Soldán Capson Gaurio, a quien Selín Emperador de los turcos venció en batalla junto a Damasco el año de 1516. Todos los de este reino son moros, aunque ellos y los turcos son como cristianos y herejes, porque los persianos siguen la interpretación de la Ley de Mahoma de unos Alíes o doctores, y los turcos van por diferente camino y siguen a otros. Esta contradicción y diferente interpretación de Ley es causa de que entre los unos y los otros haya de ordinario cruelísimas guerras y es gran misericordia de Dios para que el turco no tenga lugar de venir a hacer mal a sus cristianos; o ya que venga, sea sobresaltado del daño que por la Persia, su enemigo el Sophi le puede hacer, el cual, no obstante que es moro y tiene la secta de Mahoma, es muy amigo de los cristianos y especialmente de nuestro Rey Católico.
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CAPÍTULO XXVI De lo que el gobernador pasó con los tres indios señores de vasallos y con el curaca Vitachuco Habiendo respondido los cuatro indios capitanes lo que en el capítulo pasado se ha dicho, el gobernador, no sin admiración de haber oído sus razones, volvió los ojos a los otros tres que estaban callando, que eran mozos de poca edad, que ninguno de ellos pasaba de los diez y ocho años y eran hijos de señores de vasallos de la comarca y vecindad de Vitachuco, sucesores de los estados de sus padres; y por oír lo que dirían, les dijo que por qué ellos, no siendo capitanes ni teniendo la obligación que aquellos cuatro, habían permanecido en la misma obstinación y pertinacia. Los mozos con un ánimo ajeno de prisioneros y con semblante grave, como si estuvieran libres, ayudándose uno a otro en sus razones, respondieron en su lenguaje las palabras siguientes que, interpretadas en la castellana, dicen así. "El principal intento que nos sacó de las casas de nuestros padres, cuyos hijos primogénitos somos y herederos que habíamos de ser de sus estados y señoríos, no fue derechamente el deseo de tu muerte, ni la destrucción de tus capitanes y ejércitos, aunque no se podía conseguir nuestra intención sin daño tuyo y de todos ellos. Tampoco nos movió el interés que en la guerra se suele dar a los que en ella militan, ni la ganancia de los sacos que en ella suele haber de los pueblos y ejércitos vencidos, ni salimos por servir a nuestros príncipes para que, agradados y obligados con nuestros servicios, adelante nos hiciesen mercedes conforme a nuestros méritos. Todo esto faltó en nosotros, que nada de ello habíamos menester. "Salimos de nuestras casas con deseo de hallarnos en la batalla pasada sólo por codicia y ambición de honra y fama, por ser (como nuestros padres y maestros nos han enseñado) la que en las guerras se alcanza de mayor valor y estima que otra alguna de este mundo. Con ésta nos convidaron e incitaron nuestros vecinos y comarcanos, y por ella nos pusimos al trabajo y peligro en que ayer nos viste, del cual por tu clemencia y piedad nos sacaste, y por ella misma somos hoy tus esclavos. "Pues como la ventura nos quitase la victoria en la cual pensábamos alcanzar la gloria que pretendíamos y la diese a ti, como a quien la merecía mejor, y a nosotros, al contrario, nos sujetase a las desventuras y trabajos que los vencidos suelen padecer, parecionos que en estas mismas adversidades la podíamos ganar sufriéndolas con el propio ánimo y esfuerzo que traíamos para las prosperidades, porque, como nuestros mayores nos han dicho, no merece menos el vencido constante que pospone la vida por la honra de conservar la libertad de la patria y la suya que el vencedor victorioso que usa bien de la victoria. "De todas estas cosas, y otras muchas, veníamos doctrinados de nuestros padres y parientes, por lo cual, aunque no traíamos cargos ni oficios de guerra, nos parecía que no era nuestra obligación menor que la de estos cuatro capitanes, antes mayor y más obligatoria por habernos elegido la suerte para mayor preeminencia y estado, pues habíamos de ser señores de vasallos a los cuales queríamos dar a entender que pretendíamos suceder en los estados de nuestros padres y antecesores por los mismos pasos que ellos subieron a ser señores, que fueron por los de la fortaleza y constancia, y otras virtudes que tuvieron, con las cuales, sustentaron sus estados y señoríos. Queríamos asimismo y con nuestra propia muerte consolar a nuestros padres y parientes muriendo por hacer el deber, mostrando ser sus deudos hijos. "Estas fueron las causas, invencible capitán, de habernos hallado en esta empresa, y también lo han sido de la rebeldía y pertinacia que dices que hemos tenido, si así se puede llamar el deseo de la honra y fama y el cumplimiento de nuestra obligación y deuda natural, la cual, conforme a la mayor calidad y estado, es mayor en los príncipes, señores y caballeros, que en la gente común. "Si basta esto para nuestro descargo, perdónanos, hijo del Sol, que nuestra obstinación no fue por desacatarte sino por lo que has oído. Y si no merecemos perdón, ves aquí nuestras gargantas. Hágase de nuestras vidas lo que más te agradare, que tuyos somos y al vencedor nada le es prohibido". Muchos de los españoles circunstantes, oyendo las últimas palabras, viendo mozos tan nobles y de tan poca edad puestos en tal aflicción y que acertasen a hablar de aquella suerte, no pudieron abstenerse de no mostrar compasión y ternura hasta descubrirla por los ojos. Y el gobernador, que asimismo era de ánimo piadoso, también se enterneció y, levantándose a ellos, como si fueran propios hijos los abrazó a todos tres juntos y después a cada uno de por sí, y, entre otras palabras de mucho amor, les dijo que en la fortaleza que en la guerra habían tenido y en la discreción que fuera de ella habían mostrado daban a entender muy claramente ser quien eran y que los tales hombres merecían ser señores de grandes estados; que se holgaba mucho de haberlos conocido y librado de la muerte, y holgaría asimismo ponerlos presto en libertad; que se alegrasen y perdiesen la pena que por su adversidad podían tener. Dos días los tuvo el gobernador consigo después de esta plática haciéndoles todo regalo y caricia, sentándolos a comer a su mesa por atraer a sus padres a su amistad y devoción, la cual honra los mozos estimaron en mucho. Pasados los dos días, con dádivas de lienzos, paños, sedas y espejos, y otras cosas de España, que les dio para sus padres y madres, los envió a sus casas acompañados de algunos indios que entre los que había preso se hallaron suyos, y les mandó dijesen a sus padres cuán buen amigo les había sido y que también lo sería de ellos, si quisiesen su amistad. Los mozos, habiendo rendido las gracias al gobernador por haberles dado la vida y por las mercedes que de presente les hacía, se fueron muy contentos a sus tierras llevando bien que contar a ellas. A los cuatro capitanes mandó el gobernador retener en prisión para reprehenderlos juntamente con su cacique, y así, otro día después de la partida de los mozos, mandó llamar a todos cinco y con graves palabras les dijo cuán mal hecho había sido que debajo de paz y amistad hubiesen tratado de matar los castellanos sin haberles hecho agravio alguno, por lo cual eran dignos de muerte ejemplar que sonara por todo el mundo, mas que, por mostrar a los naturales de todo aquel gran reino que no quería vengarse de sus injurias sino tener paz y amistad con todos, les perdonaba el delito pasado, con que en lo por venir fuesen buenos amigos, y que, pues él de su parte mostraba que lo era, les rogaba y encargaba que, sin acordarse de lo pasado, tratasen de conservar sus vidas y haciendas y no pretendiesen hacer otra cosa, porque, si la intentasen, no les sucedería mejor que en lo pasado. Y aparte dijo al curaca otras muchas cosas con palabras muy amorosas por mitigarle el odio y rencor que a los cristianos tenía, y mandó que volviese a comer a su mesa, que, hasta entonces, por castigo, lo había alejado y mandado que comiese en otra parte. Mas en Vitachuco, obstinado y ciego en su pasión, no solamente no hicieron buen efecto las razones, caricias y regalos, y otras muchas cosas que con muestra de amor el gobernador le hizo y dijo, mas antes lo incitaron a mayor locura y desatino, porque, avasallado de la furia y temeridad, estaba ya incapaz de consejo y de toda razón, ingrato y desconocido al perdón y beneficios por el gobernador hechos, y, como hombre perdido, gobernándose por su pasión, no paró hasta ver su destrucción y muerte y la de sus vasallos, como adelante veremos.
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CAPÍTULO XXVI De diversos géneros de frutales, y de los cocos y almendras de Andes, y almendras de Chachapoyas No es posible relatar todas las frutas y árboles de Indias, pues de muchas no tengo memoria, y de muchas más tampoco tengo noticia, y aún de las que me ocurren, parece cosa de cansancio discurrir por todas, pues se hallan otros géneros de frutales y frutas más groseras, como las que llaman lucumas, de cuya fruta dicen por refrán que es madera disimulada; también los pacayes o guabas, y hobos y nueces que llaman encarceladas, que a muchos les parece ser nogales de la misma especie que son los de España, y aún dicen que si los traspusiesen de unas partes a otras a menudo, que vernían a dar las nueces al mismo modo que las de España, porque por ser silvestres dan la fruta así, que apenas se puede gozar. En fin, es bien considerar la providencia y riqueza del Creador, que repartió a tan diversas partes del mundo tanta variedad de árboles y frutales, todo para servicio de los hombres que habitan la tierra; y es cosa admirable ver tantas diferencias de hechuras, y gustos y operaciones no conocidas ni oídas en el mundo, antes que se descubriesen las Indias, de que Plinio y Dioscórides, y Teofrasto, y los más curiosos, ninguna noticia alcanzaron con toda su diligencia y curiosidad. En nuestro tiempo no han faltado hombres curiosos que han hecho tratados de estas plantas de Indias, y de yerbas y raíces, y de sus operaciones y medicinas, a los cuales podrá acudir quien deseare más cumplido conocimiento de estas materias. Yo sólo pretendo decir superficial y sumariamente, lo que me ocurre de esta historia; y todavía no me parece pasar en silencio los cocos o palmas de Indias, por ser notable su propriedad. Palmas digo, no propriamente ni de dátiles, sino semejantes en ser árboles altos y muy recios, e ir echando mayores ramas cuanto más van subiendo. Estas palmas o cocos dan un fruto que también le llaman coco, de que suelen hacer vasos para beber, y de algunos dicen que tienen virtud contra ponzoña, y para mal de hijada. El núcleo o medula de éstos, cuando está cuajada y seca, es de comer y tira algo al sabor de castañas verdes. Cuando está en el árbol tierno el coco, es leche todo lo que está dentro, y bébenlo por regalo y para refrescar en tiempo de calores. Vi estos árboles en San Juan de Puerto Rico, y en otros lugares de Indias, y dijéronme una cosa notable; que cada luna o mes echaba este árbol un racimo nuevo de estos cocos, de manera que da doce frutos al año, como lo que se escribe en el Apocalipsis; y a la verdad así parecía, porque los racimos eran todos de diferentes edades: unos que comenzaban; otros hechos a medio hacer, etc. Estos cocos que digo, serán del tamaño de un meloncete pequeño; otros hay que llaman coquillos, y es mejor fruta y la hay en Chile. Son algo menores que nueces, pero más redondos. Hay otro género de cocos que no dejan esta medula así cuajada, sino que tiene cuantidad de unas como almendras, que están dentro como los granos en la granada; son estas almendras mayores tres tanto que las almendras de Castilla; en el sabor se parecen; aunque son un poco más recias, son también jugosas o aceitosas; son de un buen comer y sírvense de ellas a falta de almendras para regalos, como mazapanes y otras cosas tales. Llámanlas almendras de los Andes, porque se dan estos cocos copiosamente en los Andes del Pirú. Y son tan recios, que para abrir uno es menester darle con piedra muy grande, y buena fuerza. Cuando se caen del árbol, si aciertan con alguna cabeza, la descalabran muy bien. Parece increíble que en el tamaño que tienen, que no son mayores que esos otros cocos, a lo menos no mucho, tengan tanta multitud de aquellas almendras. Pero en razón de almendras y aún de fruta cualquiera, todos los árboles pueden callar con las almendras de Chachapoyas, que no les sé otro nombre. Es la fruta más delicada y regalada, y más sana de cuantas yo he visto en Indias. Y aun un médico docto afirmaba que entre cuantas frutas había en Indias y España, ninguna llegaba a la excelencia de estas almendras. Son menores que las de los Andes que dije, y mayores, a lo menos más gruesas, que las de Castilla. Son muy tiernas de comer, de mucho jugo y sustancia, y como mantecosas y muy suaves. Críanse en unos árboles altísimos y de grande copa, y como a cosa preciada, la naturaleza les dio buena guarda. Están en unos erizos algo mayores y de más puntas que los de castañas. Cuando están estos erizos secos, se abren con facilidad y se saca el grano. Cuentan que los micos, que son muy golosos de esta fruta y hay copia de ellos en los lugares de Chachapoyas del Pirú (donde solamente sé que haya estos árboles) para no espinarse en el erizo y sacarle la almendra, arrójanlas desde lo alto del árbol, recio, en las piedras, y quebrándolas así las acaban de abrir, y comen así de lo que quieren.
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Capítulo XXVI De los médicos que tenían los indios y las curas que hacían De todos los oficios necesarios a la vida humana tuvieron los indios, como el de médicos lo sea tanto también, los tuvieron señalados, que entendían en curar las enfermedades y darles remedio para ellas; y no sólo eran los tales hombres, sino con ellos había mujeres curanderas. A éstos llamaban camasca osoacoyoc. Para cualquiera cura y remedio habían de preceder sacrificios y suertes. Decían algunos destos que, entre sueños, se les había dado el oficio de curar, y que se les había aparecido cierta persona que se dolía de sus necesidades, y les había dado remedio y poder para ello y todas las veces que hacían alguna cura, sacrificaban primero a quien les dio el poder y se les apareció estando durmiendo, y les enseñó el modo de curar y les dio los instrumentos de que habían de usar en ello. También había entre ellos mujeres parteras, y dicen que entre sueños se les comunicó este oficio, apareciéndoseles quien les dio los instrumentos. Estas mujeres entendían el curar las mujeres preñadas, enderezándoles las criaturas y aun, cuando se lo pedían, la mataban en el cuerpo, llevando por ello muy buena paga y plugiera a Dios que el día de hoy no tuviera tanto como hay de esto, pues una de las mayores lástimas del mundo, y que no se puede referir sin lágrimas, cuantas almas son privadas de la vista del cielo y van al limbo por medio destas infernales ministras y parteras, porque en sintiéndose una india preñada, y no queriendo que su parto salga a luz, por miedo de sus padres o vergüenza, o por otra causa, el remedio que tiene es ponerse en manos de estas parteras que, con yerbas, bebedizos y aun sangrías las hacen mover y entierran las criaturas en lugares secretos. Con esto, cometen otros millones de pecados que no se les pone obstáculo, por hacerlos ocultísimamente; y no sólo corre esta miseria y desventura en las indias solas, sino también en personas que tienen conocimiento del daño que causan, y la ofensa tan gravísima con que a Dios ofenden, las cuales se ayudan destas parteras para cubrir por este medio sus flaquezas. Y cada día suceden millones de cosas harto desventuradas en esta materia, y esto basta. Otras indias había que curaban indios y criaturas quebradas, y mientras dura la cura del lugar quebrado, o desconcertado, sacrificaban y generalmente en ello usaban palabras y unciones, sobando la parte y con otras supersticiones, y si alguna india paría dos de un vientre, y era pobre que no tenía de qué sustentarse, desde luego usaba el oficio de partera, y en su parto hacía sacrificios y oraciones para ello. Cualquier indio que tenía quebrado brazo o pierna, u otra parte del cuerpo, y sanaba antes del tiempo que solía sanar los otros enfermos, de tal mal era tenido por maestro curar semejantes enfermedades; y otros había que fingían el mal y decían que habían sanado muy presto y, teniéndolo por cosa milagrosa, acudían a ellos luego los demás para que los curasen. El día de hoy se ha introducido un abominable modo de curar todo, fundado en superstición y hechicería, y es que se andan de pueblo en pueblo indios médicos, a los cuales ellos entre sí llaman licenciados, porque como ven que entre los sacerdotes, y aun seglares, se tiene más respeto a los que se llamaban licenciados y doctores y son tenidos por más sabios que los demás, y se les hacen preguntas en las dudas que se ofrecen, así ellos a los indios que usan el oficio de médico, por parecerles que saben más que los otros, les dan este nombre. Estos, pues, se van por los pueblos diciendo que tienen licencia de los obispos y visitadores y de los padres, y curan enfermos sobándoles las partes que les duelen y, a vueltas desto, de secreto sacrifican y con coca, sebo y cuyes, les untan el cuerpo y las piernas y chupan la parte dolorosa del enfermo, y dícenles que sacan gusanos, pedrezuelas y sangre, y se las muestran al enfermo, diciendo que se las sacaron y que ya ha salido el mal con aquello, y la verdad es que ni sacan piedra ni sangre, ni otra cosa sino que las llevan en algodones, o en otra cosa y, al tiempo de chupar, se las meten en la boca y las sacan y muestran. Y con estos embustes y mentiras los engañan a los pobres, para que les den plata, carne, maíz, coca y ropa, que éste es su fin porque por la mayor es gente pobre y desventurada los que hacen esto, y so especie y color de estas curas entran las hechicerías y los engaños. Otras veces dicen al enfermo que le han abierto la barriga, y les sacan las piedras y males, y los tienden para este efecto, de suerte que no puedan ver lo que hacen, y les aprietan de manera que les duela, y como si les cortasen la parte de la barriga donde hacen esto, y con ello les engañan y ellos creen que así es, y que les abrieron y lo dicen, y aun porfían, por cosa certísima. Siempre procuran hacer estas cosas y supersticiones en lugares escondidos y que no los vea nadie, con recato y de noche, por no ser vistos. Este modo de curar es el más dañoso que hay entre los indios, porque de cualquier manera que sea, con licencia o sin ella entremeten mil hechicerías y supersticiones y sacrificios y aunque no los hagan, al menos engañan al pobre enfermo, y les llevan la ropa y vestidos con título de curarlos, y la comida que tienen. A este fin sólo los engañan, porque aunque no se puede negar que hay entre ellos indios herbolarios, que tienen conocimiento de la virtud de algunas yerbas con que se pueden sanar y sanan muchas enfermedades, pero son pocos y pocas las que pura y sencillamente usan dellos, sin mezcla de hechicerías y supersticiones, y como no conocen las calidades de las yerbas perfectamente, las aplican sin distinción a diferentes enfermedades y males, porque vieron y experimentaron que en alguno sucedió bien y, así, acontecen cada día mil desastres a las personas que a ellos se encomiendan, por no aplicarse por el modo necesario, ni aun en los tiempos convenientes, y yo he visto algo de lo que tengo referido. Habían de procurar los curas y ministros reales, con todas sus fuerzas, no consentir semejantes médicos ni licenciados falsos en los pueblos, sino echarlos castigándolos, porque no hay palabras bastantes a decir el daño irreparable que causan, el cual, si no son los que mucho tiempo entre ellos han vivido y conversado, y tienen noticia pública y secreta de ello, no lo alcanzan otros.
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En que se cuenta lo que más pasó hasta la muerte del general don Lorenzo Barreto Acudía don Lorenzo lo mejor que podía con su enfermedad al sustento y bien del campo, y juntamente envió tercera vez con la fragata al capitán de la artillería a buscar a la almiranta, dándoles instrucción de lo que había de hacer. Fue el capitán e hizo sus diligencias, sin hallarla. Saltó de camino en una de las tres isletas referidas. Estaban en los arrecifes; y cogió en ella ocho muchachos, los cuatro varones, y todos bien agestados, de color loros, buenos talles, lindos ojos y mejor ingenio. Trajo algunas grandes conchas de las ostias de perlas que en un pueblo halló; y con esto se volvió a la nao. Envió el general a don Diego de Vera por caudillo con algunos soldados de más salud, a buscar indios para tenellos por prendas y por freno para que no nos procurasen el mal que hacían. Trajeron tres indias con seis hijos, a quien los maridos vinieron muchas veces a ver; y juntándose muchos otros, las vinieron a pedir con muchos halagos; y por contestarlos, se las dieron. Tratábase de pedir licencia a la gobernadora para irse de la tierra; y mandaban los que trataban de esto, a los soldados que firmasen un poder, que al vicario dieron para que en nombre de todos lo diese. El uno, escarmentado, respondió que no le mandasen firmar; pues por firmas de papeles había el adelantado muerto al maese de campo y a los otros dos soldados; asegurándole que firmase y que no tuviese pena de presente por ser uno de otro diferente tiempo. El vicario hizo una petición, apuntando en ella causas que decía ser bastantes para dejar la población. Mandaron la gobernadora y el general se recibiese información, de que pidiendo traslado el fiscal (según él dijo) le mandaron pasar de largo: y porque toda la gente de la tierra había firmado el papel y poder, tomaron toda la gente de mar por testigos, y porque el piloto mayor tiene probado cuanto le hubo de costar el deseo de poblar, digo que fue un día a la nao un su amigo, y no se sabe si fue de caridad, o si fue enviado adrede, y le dijo que se callase, porque o le habían de matar, o dejarle solo en aquella isla. Llegó su instancia a tanto, que se ofrecía a sembrar y sustentar la gente de mar; mas fue tanta la sospecha u odio que de él concibieron de esto, que nunca le quisieron dejar ir a las salidas que por mar se hacían: con que le atajaron los pasos de la intención que allí llevó; pues por emplearse en descubrimientos de tanta importancia había dejado lo mucho que podía tener en el Perú. Agora me parece que será a tiempo el disculpar la tierra que muchos de nuestros soldados decía ser la más mala que se sabe, dando por razón las muchas muertes que en ella hubo, y enfermedades. Claro está que de mudar temple, comida, costumbres, trabajar, andar al sol, mojarse sin tener que mudar, poblar montaña en invierno, dormir en el suelo, la humedad, desconciertos, y otros contrarios, con malos tratamientos, y otros disgustos, en hombres que no son piedra, no parece mucho que haya habido enfermedades: y luego la falta de médico que entendiese su mal, y la de los remedios que se habían de aplicar, ni quien sirviese y los regalase, eran abiertas puertas a la muerte. Demás de esto, en los pueblos y ciudades pobladas, hay unos barrios más sanos que otros: y así entiendo que no fue pequeña parte el sitio para los daños referidos; porque los que se hallaron en la mar, ninguno allí cayó malo; y si la tierra fuera tan enferma como se dijo, los enfermos con todas las faltas apuntadas no duraran tanto tiempo; pues muchos vivieron muchas semanas y meses, y ninguno hubo que se muriese en breve, como acaece en Nombre de Dios, Puertobelo y Panamá, Cabo Verde y San-Tomé, y otras partes sujetas a poca salud; y esto, con tener presentes todos los remedios necesarios, acaban en breve tiempo, y a ratos en breves horas. Los enfermos se iban a más andar muriendo, y era lastimosa cosa verlos en las manos de sus males, metidos en unos tendejones, unos frenéticos y otros poco menos; unos irse a la nao, pensando hallar allá salud, y otros de la nao al campo, pensando hallarla en él. El general don Lorenzo acudió a estas faltas cuanto le fue posible y la gobernadora como pudo, y otras personas había que, obligadas de caridad, acudían; pero todo era poco, por ser las faltas muchas. En esta ocasión cayó el vicario malo, y no le pareciendo bien la tierra, se volvió a la mar. El general que, como habemos dicho, estaba flechado en una pierna, le fue menester guardar cama, en donde por minutos se hallaba peor de salud, habiéndosele pasmado: y en este tiempo llegó el campo a estado que no había quince soldados sanos, y ésos eran todos mozos, que por serlo podían mejor sufrir con calenturas hacer las postas; y tal hubo, que en quince días no la rindió. Fue el piloto mayor a visitar a don Lorenzo, y estándole preguntando por su salud muy afligido: --¡Ah, señor piloto mayor, que me muero sin confesión! Y luego: --¡Ah muerte, en qué estado tan fuerte me coges! Y puestos lo ojos en un Cristo, dijo: --Pecador soy, Señor, perdonadme. Conociendo el piloto mayor su grande necesidad, le consoló, diciendo iba a rogar al vicario viniese así como estaba. Fue a la nao, y pidióle que por amor de Dios saliese a confesar a don Lorenzo, porque se moría a gran priesa. Respondióle el vicario, que también él se moría; que le trajesen a la nao que allí le confesaría. El piloto mayor le replicó, diciendo que el mal de don Lorenzo era pasmo, y le tenía tan yerto y envarado, que para revolverse en la cama, tenía una cuerda en el techo, a que se asía, y con ayuda de dos hombres se revolvía; y pues sabia que era mozo, no permitiese que él, ni otras personas que en el campo pedían confesión se muriesen sin ella. Respondió el vicario: --Vuesa merced me quiere matar. ¿No ve que no me puedo tener en pie?; ¿tan poco quiere mi salud?; llévenme donde quisieren aunque muera. Y así fue embarcado, temblando, envuelto en una frazada: y llevado, le acostaron con don Lorenzo en su cama, a donde le confesó, y a todos cuantos se quisieron confesar. Un soldado, viendo con tan poca salud al vicario, dijo muy lloroso y triste: --¡Ah, Señor!, ¿qué priesa es ésta que veo?, ¿en qué hemos de parar?, y le volvieron a la nao. Aquella noche apretó el mal con don Lorenzo de tal suerte, que al romper el día dos de noviembre murió. Dios le perdone. Fue llorado y sepultado de manera que el adelantado su cuñado. Entre los demás murió un soldado que recibió la muerte con tan alegre rostro, que en esto y en las palabras que dijo y lo que hizo, parecía ser peregrino que caminó al cielo.