Cómo Cortés mandó hacer alarde todo su ejército, y de lo que más nos avino De allí a tres días que estábamos en Cozumel mandó Cortés hacer alarde para ver qué tantos soldados llevaba, e halló por su cuenta que éramos quinientos y ocho, sin maestres y pilotos e marineros, que serían ciento nueve, y diez y seis caballos e yeguas (las yeguas todas eran de juego y de carrera), e once navíos grandes y pequeños, con uno que era como bergantín, que traía a cargo un Ginés Nortes, y eran treinta y dos ballesteros y trece escopeteros, que así se llamaban en aquel tiempo, e tiros de bronce e cuatro falconetes e mucha pólvora e pelotas, y esto desta cuenta de los ballesteros no se me acuerda bien, no hace al caso de la relación; y hecho el alarde, mandó a Mesa el artillero, que así se llamaba, e un Bartolomé de Usagre, e Arbenga e a un Catalán, que todos eran artilleros, que lo tuviesen muy limpio e aderezado, e los tiros y pelotas muy a punto, juntamente con la pólvora. Puso por capitán de la artillería a un Francisco de Orozco, que había sido buen soldado en Italia; asimismo mandó a dos ballesteros, maestros de aderezar ballestas, que se decían Juan Benítez y Pedro de Guzmán "el ballestero", que mirasen que todas las ballestas tuviesen a dos y a tres nueces e otras tantas cuerdas, y que siempre tuviesen cepillo e ingijuela, y tirasen a terreno, y que los caballos estuviesen a punto. No sé yo en qué gasto ahora tanta tinta en meter la mano en cosas de apercibimiento de armas y de lo demás; porque Cortés verdaderamente tenía grande vigilancia en todo.
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Capítulo XXVI De cómo Francisco Pizarro fue en España a dar cuenta al emperador de la tierra que había descubierto y de lo que hizo Almagro en Tierra Firme Francisco Pizarro no salía un punto de la voluntad de Diego de Almagro, y así le encargó le buscase algunos dineros con que fuese a España siquiera que pudiese gastar por donde fuese. Aunque ellos tenían haciendas, estaban empeñadas, y ellos obligados a mil deudas; mas aunque esto era así, Almagro era tal diligente, como saben los que lo conocieron: estaba tullido, que no podía andar; puesto a una silla, en hombros de esclavos, anduvo por la ciudad buscando entre sus amigos dinero para lo dicho; juntó lo que pudo, que fueron mil y quinientos castellanos, poco dinero para ir a pedir tan grande empresa; mas no había en aquellos años las millaradas que vemos en éstos; con ello y con la muestra que en la isla pequeña hallaron, se aprestó Pizarro para España llevando de las ovejas que habían traído para crédito de su razón, y algunos indios de los que le dieron para lenguas. Fue al Nombre de Dios, donde luego se embarcó para España. El ido, Almagro no se descuidó, antes determinó de enviar un navío a la gobernación de Nicaragua, que en aquel tiempo estaba a cargo de Pedrarias Dávila, a quien Almagro había mercado el provecho que heredaba de la compañía que al principio se hizo (o la sacó fuera, que es lo cierto), por mil y quinientos castellanos que le dio: interese poco para lo mucho que perdió, que fuera tanto que hasta hoy tuviera su parte. En este navío que fue a Nicaragua entró Nicolás de Ribera, para que como testigo de vista hablase lo que había. Escribió Almagro a Pedrarias y otros de sus amigos. Estaba Pedrarias en León, ciudad de aquella provincia que fue donde supo la nueva; quejábase a Almagro porque así lo había echado de la compañía; dijo que por él no harían nada; mas que por Pizarro y Luque lo que pudiesen. Estaban en Nicaragua hombres principales, entre ellos Hernando de Soto, Hernán Ponce y Compañón. Tenían aparejo para hacer navíos; informáronse de Ribera de lo que era el Perú y de la ciudad de Túmbez; vieron las ovejas y algunas mantas, pensaron de hacer navíos o acabar dos que estaban haciendo y haciendo compañía con Pedrarias ir a poblar la tierra; mas había cautela entre ellos, porque los compañeros pretendían ir con el mando por hacer cuando allá se viesen, su hecho. Pedrarias quería darles "acompañado" que allá por él tuviese jurisdicción; no se conformaban; el piloto Bartolomé Ruiz y Ribera hablaron con Hernán Ponce pláticas secretas para que fuese alguno de ellos a Panamá a aguardar que viniese con la gobernación Pizarro, con quien era su concierto, a provecho y honra suya. Hernán Ponce dio la palabra que él o alguno de sus compañeros lo harían, y con esto el piloto Bartolomé Ruiz y Ribera se despidieron del gobernador para se volver a Tierra Firme estando con sospecha que Pedrarias les quería tomar el navío para con él y otros enviar a poblar en el Perú; y como se quisiesen hacer a la vela, envió el gobernador un alguacil para que secuestrase el navío y lo visitase estando muy pesante por les haber dado licencia, mas el alguacil ni él no fueron parte para detenerlos, antes salieron y se trajeron consigo, según me dijeron, otro navío que allí estaba, porque no hubiese aparejo con que el gobernador enviase tras ellos; y allegaron a la Chira, donde hallaron otro alguacil que les requirió con grandes penas no fuesen a Panamá; mas como saliesen de allí, anduvieron hasta que entraron en su puerto, donde hablaron con Diego de Almagro, dándote cuenta de lo que les había pasado. Almagro temió que Pedrarias o Hernán Ponce o Hernando de Soto no se entrasen en la tierra del Perú y lo ocupasen en el ínter que su compañero iba a España y volvía con la gobernación.
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Capítulo XXVI De la ciudad de Nuestra Señora de la Paz y su descripción y nombre antiguo de Chuquiapo Aunque ahora, conforme el orden que va corriendo en las ciudades deste Reino, se seguía el Cuzco, pero por haberlo puesto en el primer lugar, como cabeza destas provincias, habremos de saltar adelante. Después del Cuzco se sigue la provincia de los Canas y Canches, muy rica de ganado, y tras ella la del Collao, llana, llena, grande y rica, porque es la provincia de mayores pueblos de indios más ricos y poderosos del Reino, a causa de la mucha contratación y del infinito ganado de la tierra que por ella se cría, con que se trajina el vino, coca, azúcar, harina, maíz y demás bastimentos. Es esta provincia, y todas las más que se siguen hasta Potosí, frígida y estéril de maíz y trigo, pero abundante de papas y chuño. Hay por toda ella muchas estancias de ganado de Castilla, ovejuno y vacuno. Cayó en gran manera de su prosperidad con la ruina de Arequipa, que era negocio de excesivo interés el del trajín del vino y muchos hombres ricos quedaron pobrísimos. Pasada esta provincia, entra la de Chucuito que también es Collao, y tiene una ciudad en ella que se llama Chucuito, aunque es pueblo de indios. Los pueblos desta provincia son grandísimos y hay en ellos a tres y cuatro sacerdotes que los doctrinan. Esta provincia tiene título de gobernación, y al remate que se sale della, entra el distrito de la ciudad de la Paz, por otro nombre Chuquiapu, de quien vamos tratando. El nombre de Chuquiapu, aunque corrupto por los españoles llamándola Chuquiago, le tuvo desde el tiempo que los Yngas la conquistaron con la provincia del Collao. Cuando el Ynga Huayna Capac entró a este asiento donde había infinitos indios, adoraban un cerro que está en el dicho Apu. Como algunos indios del Cuzco entendiesen que en el cerro había mucho oro, dijéronle al Ynga, el cual mandó juntar muchedumbre de indios y cavar en él, y así saco grandísima cantidad de oro, y desde entonces se llamó Chuquiapu, que significa: señor de oro, porque chuqui es el oro, y apu, señor. Después, cuando el licenciado Pedro Gasca vino a este Reino contra Gonzalo Pizarro, que le tenía tiranizado, y en Xaxaguana, cuatro leguas del Cuzco, le desbarató, prendió y mandó cortar la cabeza, sabiendo la riqueza deste asiento, y la mucha comodidad que había para poblar en él, mandó al mariscal Alonso de Alvarado, caballero del hábito de Santiago, que fundase allí una ciudad con nombre y título de Nuestra Señora de la Paz, por haberse poblado en tiempo que el Reino estaba quieto y pacífico, y le dio y puso en ella vecinos encomenderos, repartiendo entre ellos los indios comarcanos. Es ciudad de muy buen temple y de grandísimo regalo, y hay en ella muy nobles caballeros e hidalgos. El lenguaje que hablan, y en todas las provincias de su distrito hasta Potosí y los Charcas, es el aymara, lengua fácil y copiosa, y en esta ciudad se habla con toda la pulidesa y elegancia que la quichua en el Cuzco. Hay cinco conventos de religiosos: de Santo Domingo, San Francisco, San Agustín, Nuestra Señora de las Mercedes, donde tiene una imagen de muchos milagros, la Compañía de Jesús, y un hospital muy bueno, dos parroquias de indios: una dicha San Pedro, que tienen a su cargo religiosos franciscos. Otra de San Sebastián, hase erigido al presente por Catedral, y es un obispado de buena renta. En su distrito, habrá cuatro años, se han descubierto unas riquísimas minas de plata, tas cuales en breve han dado de sí mucha abundancia de barras. Se ha poblado en ellas una villa llamada Hururo, de quien se tiene grandísimas esperanzas que a de ir muy adelante, y que será negocio de una prosperidad notable, y el día que se les repartiesen indios, para su labor sería sin número el metal que se beneficiaría, porque el que ahora se saca y labra, como son los indios a mucha costa, es poco y de mucho valor, y se deja el que es de menos valor, aunque es mucho en cantidad. Diez leguas antes de llegar a esta ciudad se remata la famosa laguna de Titicaca (por otro nombre de Chucuito), por estar en su ribera muchos y muy grandes pueblos, y el maíz nombrado es Chucuito. Pero sin duda es más famosa, ilustre y célebre, por tener en un rincón de sí la famosa imagen de Nuestra Señora de Copacabana, en un convento de religiosos agustinos, donde hubo antiguamente una frecuentadísima huaca y adoratorio, a donde concurrían los indios como en romería, y ahora de todo el reino van a visitar a la sagrada imagen de la Madre del Verbo, Hijo de Dios, la cual ha resplandecido con infinitos milagros. Se ven cada día prodigiosas maravillas de enfermos, lisiados, cojos, tullidos y mancos, que acuden a la Virgen Santísima, al remedio de sus trabajos, y hallan en ella amparo, refugio y consuelo, como en Madre de Piedad, y así españoles e indios frecuentan de manera aquella Santa Casa, que apenas se vacía de peregrinos y necesitados, como en Italia la Ilustrísima Casa de Loreto, y en España Monserrate, Guadalupe y otras celebradas, para que en todas las provincias del mundo sea honrada y ensalzada esta Señora, y todas las naciones experimenten sus favores e intersecciones.
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CAPÍTULO XXVI De la unción abominable que usaban los sacerdotes mexicanos y otras naciones, y de sus hechiceros En la ley antigua ordenó Dios el modo con que se había de consagrar Aarón y los otros sacerdotes, y en la ley Evangélica también tenemos el santo crisma y unción de que usamos cuando nos consagran sacerdotes de Cristo. También había en la ley antigua cierta composición olorosa, que mandaba Dios que no se usase sino sólo para el culto divino. Todo esto ha querido el demonio en su modo de remedar, pero como él suele, inventando cosas tan asquerosas y sucias que ellas mismas dicen cuál sea su autor. Los sacerdotes de los ídolos en México, se ungían en esta forma: Untábanse de pies a cabeza y el cabello todo, y de esta unción que ellos se ponían mojada, venían a crearse en el cabello unas como trenzas, que parecían clines de caballo encrisnejadas, y con el largo tiempo crecíales tanto el cabello, que les venía a dar a las corvas, y era tanto el peso que en la cabeza traían, que pasaban grandísimo trabajo, porque no lo cortaban o cercenaban hasta que morían, o hasta que ya de muy viejos los jubilaban y ponían en cargos de regimientos u otros oficios horrorosos en la república. Traían éstos las cabelleras tranzadas en unas trenzas de algodón de seis dedos en ancho. El humo con que se tiznaban era ordinario de tea, porque desde sus antigüedades fue siempre ofrenda particular de sus dioses, y por esto muy tenido y revenciado. Estaban con esta tinta siempre untados de los pies a la cabeza, que parecían negros muy atezados, y esta era su ordinaria unción, excepto que cuando iban a sacrificar y a encender incienso a las espesuras y cumbres de los montes, y a las cuevas escuras y temerosas donde tenían sus ídolos, usaban de otra unción diferente, haciendo ciertas ceremonias para perder el temor y cobrar grande ánimo. Esta unción era hecha de diversas sabandijas ponzoñosas, como de arañas, alacranes, cientopies, salamanquezas, víboras, etc., las cuales recogían los muchachos de los colegios, y eran tan diestros que tenían muchas juntas en cuantidad para cuando los sacerdotes las pedían. Su particular cuidado era andar a caza de estas sabandijas, y si yendo a otra cosa acaso topaban alguna, allí ponían el cuidado en cazarla, como si en ello les fuese la vida. Por cuya causa de ordinario no tenían temor estos indios, de estas sabandijas ponzoñosas, tratándolas como si no lo fueran, por haberse criado todos en este ejercicio. Para hacer el ungüento de éstas, tomábanlas todas juntas, y quemábanlas en el brasero del templo, que estaba delante del altar, hasta que quedaban hechas ceniza, la cual echaban en unos morteros con mucho tabaco (que es una yerba de que esta gente usa para amortiguar la carne y no sentir el trabajo); con esto revolvían aquellas cenizas, que les hacía perder la fuerza; echaban juntamente con esta yerba y ceniza algunos alacranes y arañas vivas, y cientopies, y allí lo revolvían y amasaban, y después de todo esto le echaban una semilla molida que llaman ololuchqui, que toman los indios bebida para ver visiones, cuyo efecto es privar de juicio. Molían asimismo con estas cenizas, gusanos negros y peludos, que sólo el pelo tiene ponzoña. Todo esto junto amasaban con tizne y echándolo en unas ollitas, poníanlo delante de sus dioses, diciendo que aquella era su comida, y así la llamaban comida divina. Con esta unción se volvían brujos, y veían y hablaban al demonio. Embijados los sacerdotes con esta masa, perdían todo temor, cobrando un espíritu de crueldad, y así mataban los hombres en los sacrificios con grande osadía, e iban de noche solos a montes y cuevas escuras y temerosas, menospreciando las fieras, teniendo por muy averiguado que los leones, tigres, lobos, serpientes y otras fieras que en los montes se crían, huirían de ellos por virtud de aquel betún de Dios; y aunque no huyesen del betún, huirían de ver un retrato del demonio, en que iban transformados. También servía este betún para curar los enfermos y niños, por lo cual le llamaban todos medicina divina, y así acudían de todas partes a las dignidades y sacerdotes como a saludadores, para que les aplicasen la medicina divina, y ellos les untaban con ella las partes enfermas, y afirman que sentían con ella notable alivio, y debía esto de ser, porque el tabaco y el ololuchqui tienen gran virtud de amortiguar, y aplicado por vía de emplasto, amortigua las carnes esto solo por sí, cuanto más con tanto género de ponzoñas, y como les amortiguaba el dolor, parecíales efecto de sanidad y de virtud divina, acudiendo a estos sacerdotes como a hombres santos, los cuales traían engañados y embaucados los ignorantes, persuadiéndoles cuanto querían, haciéndoles acudir a sus medicinas y ceremonias diabólicas, porque tenían tanta autoridad, que bastaba decirles ellos cualquiera cosa, para tenerla por artículo de fe. Y así hacían en el vulgo mil supersticiones en el modo de ofrecer incienso, y en la manera de cortarles el cabello, y en atarles palillos a los cuellos e hilos con huesezuelos de culebras, que se bañasen a tal y tal hora, que velasen de noche a un fogón, y que no comiesen otra cosa de pan, sino lo que había sido ofrecido a sus dioses, y luego acudiesen a los sortílegos, que con ciertos granos echaban suertes y adevinaban mirando en lebrillos y cercas de agua. En el Pirú usaron también embadurnarse mucho los hechiceros y ministros del demonio, y es cosa infinita la gran multitud que hubo de estos adevinos, sortílegos, hechiceros, agoreros y otros mil géneros de falsos profetas, y hoy día dura mucha parte de esta pestilencia, aunque de secreto, porque no se atreven descubiertamente a usar sus endiabladas y sacrílegas ceremonias y supersticiones. Para lo cual se advierte más a la larga en particular, de sus abusos y maleficios, en el Confesionario, hechos por los perlados del Pirú. Señaladamente hubo un género de hechiceros entre aquellos indios, permitido por los reyes ingas, que son como brujos y toman la figura que quieren, y van por el aire en breve tiempo largo camino, y ven lo que pasa, hablan con el demonio, el cual les respon. Éstos sirven de adevinos y de decir lo que pasa en lugares muy remotos, antes que venga o pueda venir la nueva, como aún después que los españoles vinieron ha sucedido, que en distancia de más de doscientas o trescientas leguas, se ha sabido de los motines, de las batallas, y de los alzamientos y muertes, así de los tiranos como de los que eran de la parte del rey, y de personas particulares, el mismo día y tiempo que las tales cosas sucedieron, o el día siguiente, que por curso natural era imposible saberlas tan presto. Para hacer esta abusión de adivinaciones, se meten en una casa cerrada por de dentro, y se emborrachan hasta perder el juicio, y después, a cabo de un día, dicen lo que se les pregunta. Algunos dicen y afirman, que estos usan de ciertas unturas; los indios dicen que las viejas usan de ordinario este oficio, y viejas de una provincia llamada Coaillo, y de otro pueblo llamado Manchay, y en la provincia de Guarochiri, y en otras partes que ellos no señalan. También sirven de declarar dónde están las cosas perdidas y hurtadas, y de este género de hechiceros hay en todas partes, a los cuales acuden muy de ordinario los anaconas y chinas, que sirven a los españoles, cuando pierden alguna cosa de su amo o desean saber algún suceso de cosas pasadas o que están por venir, como cuando bajan a las ciudades de los españoles a negocios particulares o públicos, preguntan si les irá bien, o si enfermarán o morirán, o volverán sanos, o si alcanzarán lo que pretenden, y los hechiceros responden, sí o no, habiendo hablado con el demonio en lugar escuro, de manera que se oye su voz, mas no se ve con quién hablan ni lo que dicen, y hacen mil ceremonias y sacrificios para este efecto, con que invocan al demonio, y emborráchanse bravamente, y para este oficio particular usan de una yerba llamada villca, echando el zumo de ella en la chicha, o tomándola por otra vía. Por todo lo dicho consta cuán grande sea la desventura de los que tienen por maestros a tales ministros, del que tienen por oficio engañar. Y es averiguado que ninguna dificultad hay mayor para recebir la verdad del santo Evangelio, y perseverar en ella los indios, que la comunicación de estos hechiceros, que han sido y son innumerables, aunque por la gracia del Señor y diligencia de los perlados y sacerdotes, van siendo menos y no tan perjudiciales. Algunos de éstos se han convertido, y públicamente han predicado al pueblo retratando sus errores y engaños, y declarando sus embustes y mentiras, de que se ha seguido gran fruto, como también por letras del Japón sabemos haber sucedido en aquellas partes, a grande gloria de nuestro Dios y Señor.
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CAPÍTULO XXVI Resuélvense los del consejo de Tascaluza de matar los españoles; cuéntase el principio de la batalla que tuvieron Los capitanes del consejo estuvieron divididos en lo que Tascaluza les propuso, que unos dijeron que no aguardasen a que los castellanos se juntasen porque no se les dificultase la empresa, sino que luego matasen los que allí tenían, y después los demás, como fuesen llegando. Otros más bravos dijeron que parecía género de cobardía y muestra de temor, y aun olía a traición, quererlos matar divididos, sino que, pues en valentía, destreza y ligereza les hacían la misma ventaja que en número, los dejasen juntar y de un golpe los degollasen a todos, que esto era de mayor honra y más conveniente a la grandeza de Tascaluza por ser hazaña mayor. Los primeros capitanes replicaron diciendo que no era bien arriesgar que, juntándose todos los españoles, se pusiesen en mayor defensa y matasen algunos indios, que, por pocos que fuesen, pesaría más la pérdida de los pocos amigos que placería la muerte de todos sus enemigos; que bastaba se consiguiese el fin que pretendían, que era degollarlos todos; que el cómo, sería mejor y más acertado cuanto más a salvo lo hiciesen. Este último consejo prevaleció, que, aunque el otro era más conforme a la soberbia y bravosidad de Tascaluza, él tenía tanto deseo de ver degollados los españoles que cualquier dilación, por breve que fuese, le parecía larga. Y así fue acordado que para poner en obra su determinación se tomase cualquier ocasión que se les ofreciese y, cuando no la hubiese, lo hiciesen de hecho, que con enemigos no era menester buscar causas para los matar. Entretanto que en el consejo de Tascaluza se trataba de la muerte de los españoles, los criados del gobernador, que se habían adelantado y dado prisa a su camino y se habían alojado en una de las casas grandes que salían a la plaza, tenían aderezado de almorzar o de comer, que todo se hacía junto, y le dijeron que su señoría comiese que era ya hora. El general envió un recaudo a Tascaluza con Juan Ortiz diciendo que viniese a almorzar, porque siempre había comido con el gobernador. Juan Ortiz dio el recaudo a la puerta de la casa donde el curaca estaba, porque los indios no le dejaron entrar dentro. Los cuales, habiendo llevado el recaudo, respondieron que luego saldría su señor. Habiendo pasado un buen espacio de tiempo, volvió Juan Ortiz a repetir su recaudo a la puerta. Respondiéronle lo mismo. Dende a buen rato tornó a decir tercera vez: "Digan a Tascaluza que salga, que el gobernador le espera con el manjar en la mesa." Entonces salió de la casa un indio, que debía ser el capitán general, y con una soberbia y altivez extraña habló diciendo: "Que están aquí estos ladrones, vagamundos, llamando a Tascaluza, mi señor, diciendo: "Salí, salí", hablando con tan poco miramiento como si hablaran con otro como ellos. Por el Sol y por la Luna, que ya no hay quien sufra la desvergüenza de estos demonios, y será razón que por ellas mueran hoy hechos pedazos y se dé fin a su maldad y tiranía." Apenas había dicho estas palabras el capitán, cuando otro indio que salió en pos de él le puso en las manos un arco y flechas para que empezase la pelea. El indio general, echando sobre los hombros las vueltas de una muy hermosa manta de martas que al cuello traía abrochada, tomó el arco y, poniéndole una flecha, encaró con ella para la tirar a una rueda de españoles que en la calle estaba. El capitán Baltasar de Gallegos, que acertó a hallarse cerca a un lado de la puerta por donde el indio salió, viendo su traición y la de su cacique, y que todo el pueblo en aquel punto levantaba un gran alarido, echó mano a su espada y le dio una cuchillada por cima del hombro izquierdo que, como el indio no tuviese armas defensivas, ni aun ropa de vestir, sino la manta, le abrió todo aquel cuarto, y con las entrañas todas de fuera cayó luego muerto sin que le hubiesen dado lugar a que soltase la flecha. Cuando este indio salió de la casa a decir aquellas malas palabras que contra los castellanos dijo, ya dejaba dada arma a los indios para la batalla, y así salieron de todas las casas del pueblo, principalmente de las que estaban en derredor de la plaza, seis o siete mil hombres de guerra, y con tanto ímpetu y denuedo arremetieron con los pocos españoles que descuidados estaban en la calle principal, por donde habían entrado, que de vuelo, con mucha facilidad, sin dejarles poner los pies en tierra, como dicen, los llevaron hasta echarlos por la puerta afuera y más de doscientos pasos en el campo. Tan feroz y brava fue la inundación de los indios que salieron sobre los españoles, aunque es verdad que en todo aquel espacio no hubo español alguno que volviese las espaldas al enemigo, antes pelearon con todo buen ánimo, valor y esfuerzo defendiéndose y retirándose para atrás, porque no fue posible hacer pie y resistir al ímpetu cruel y soberbio con que los indios salieron de las casas y del pueblo. Entre los primeros indios que salieron de la casa de donde salió el indio capitán, salió un mozo gentil hombre de hasta diez y ocho años. El cual, poniendo los ojos en Baltasar de Gallegos, le tiró con gran furia y presteza seis o siete flechas, y, aunque le quedaban más, viendo que con aquéllas no lo había muerto o herido, porque el español estaba bien armado, tomó el arco con ambas manos y cerrando con él, que lo tenía cerca, le dio sobre la cabeza tres o cuatro golpes con tanta velocidad y fuerza que le hizo reventar la sangre debajo de la celada y correr por la frente. Baltasar de Gallegos, viéndose tan malparado, a toda prisa, por no darle lugar a que lo tratase peor, le dio dos estocadas por los pechos de que cayó muerto el enemigo. Entendiose por conjeturas que este indio mozo fuese hijo de aquel capitán que fue el primero que salió a la batalla y que, con deseo de vengar la muerte del padre, hubiese peleado con Baltasar de Gallegos con tanto coraje y deseo de matarle como el que mostró. Empero, bien mirado, todos peleaban con la misma ansia de matar o herir a los españoles. Los soldados que eran de a caballo, que, como dijimos, tenían fuera de la cerca del pueblo atados los caballos, viendo el ímpetu y furor con que los indios los acometían, salieron del pueblo corriendo a tomar sus caballos. Los que se dieron mejor maña y pusieron más diligencia pudieron subir en ellos. Otros, que entendieron que no fuera tan grande la avenida de los enemigos ni les dieran tanta prisa como les dieron, no pudiendo subir en los caballos, se contentaron con soltarlos cortando las riendas o cabestros para que pudiesen huir y no los flechasen los indios. Otros más desgraciados, que ni tuvieron lugar de subir en los caballos ni aun de cortar los cabestros, se los dejaron atados, donde los enemigos los flecharon con grandísimo contento y regocijo. Y como eran muchos, los medios acudieron a pelear con los castellanos y los medios se ocuparon en matar los caballos que hallaron atados y en recoger todo el carruaje y hacienda de los cristianos, que toda había llegado ya entonces y estaba arrimada a la cerca del pueblo y tendida por aquel llano esperando alojamiento. Toda la hubieron los enemigos en su poder, que no se les escapó cosa alguna de ella si no fue la hacienda del capitán Andrés de Vasconcelos, que aún no había llegado. Los indios la metieron toda en sus casas y dejaron a los españoles despojados de cuanto llevaban, que no les quedó sino lo que sobre sus personas traían y las vidas que poseían, por las cuales peleaban con todo el buen ánimo y esfuerzo que en tan gran necesidad era menester, aunque estaban desusados de las armas por la mucha paz que desde Apalache hasta allí habían traído y descuidados de pelear aquel día por la amistad fingida que Tascaluza les había hecho, mas lo uno ni lo otro fue parte para que dejasen de hacer el deber.
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CAPÍTULO XXVI Del modo de pelear de los mexicanos, y de las órdenes militares que tenían El principal punto de honra ponían los mexicanos en la guerra, y así los nobles eran los principales soldados, y otros que no lo eran, por la gloria de la milicia subían a dignidades y cargos, y ser contados entre nobles. Daban notables premios a los que lo habían hecho valerosamente; gozaban de preeminencias, que ninguno otro las podía tener. Con esto se animaban bravamente. Sus armas eran unas navajas agudas, de pedernales, puestas de una parte y de otra de un bastón, y era esta arma tan furiosa, que afirman que de un golpe echaban con ella la cabeza de un caballo, abajo, cortando toda la cerviz. Usaban porras pesadas y recias, lanzas también a modo de picas, y otras arrojadizas, en que eran muy diestros; con piedras hacían gran parte de su negocio. Para defenderse, usaban rodelas pequeñas y escudos, algunas como celadas o morriones, y grandísima plumería en rodelas y morriones, y vestíanse de pieles de tigres, o leones u otros animales fieros; venían presto a manos con el enemigo, y eran ejercitados mucho a correr y luchar, porque su modo principal de vencer no era tanto matando, como cautivando, y de los cautivos, como está dicho, se servían para sus sacrificios. Motezuma puso en más punto la caballería, instituyendo ciertas órdenes militares, como de comendadores, con diversas insignias. Los más preeminentes de éstos eran los que tenían atada la corona del cabello con una cinta colorada, y un plumaje rico, del cual colgaban unos ramales hacia las espaldas, con unas borlas de lo mismo al cabo; estas borlas eran tantas en número, cuantas hazañas había hecho. De esta orden de caballeros era el mismo rey también, y así se halla pintado con este género de plumajes, y en Chapultepec, donde están Motezuma y su hijo, esculpidos en unas peñas, que son de ver, está con el dicho traje de grandísima plumajería. Había otra orden, que decían los Águilas; otra que llamaban los Leones y Tigres. De ordinario eran éstos los esforzados, que se señalaban en las guerras, los cuales salían siempre en ellas con sus insignias. Había otros como caballeros Pardos, que no eran de tanta cuenta como éstos, los cuales tenían unas coletas cortadas por encima de la oreja, en redondo; éstos salían a la guerra con las insignias que esos otros caballeros, pero armados solamente de la cinta arriba; los más ilustres se armaban enteramente. Todos los susodichos podían traer oro y plata, y vestirse de algodón rico, y tener vasos dorados y pintados, y andar calzados. Los plebeyos no podían usar vaso sino de barro, ni podían calzarse ni vestir sino nequén, que es ropa basta. Cada un género de los cuatro dichos, tenía en palacio sus aposentos proprios, con sus títulos: al primero llamaban aposento de los Príncipes; al segundo, de los Águilas; al tercero, de Leones y Tigres; al cuarto, de los Pardos, etc. La demás gente común estaba abajo, en sus aposentos más comunes, y si alguno se alojaba fuera de su lugar, tenía pena de muerte.
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Capítulo XXVI Que trata del valle de Combabalá hasta el de Aconcagua y de los indios y cosas que hay en él Del valle de Combambalá al de Chuapa hay quince leguas, y desde éste de Chuapa al valle de la Liga hay otras quince. En estos valles llueve más recio y más tiempo en el invierno que en los valles que arriba dijimos. En estos valles corren ríos que traen mucha agua. Aquí demuestra la tierra otro temple más apacible y más sano. En muchas partes de esta tierra hay arroyos que corre muy buena agua por ellos. Hay ansí mesmo mucha hierba por los campos. En este tiempo estaban estos valles no bien poblados de indios. Hay en estos valles y fuera de ellos muchos espinillos y arrayán y sauces, como en los valles ya dichos. Hay más otro género de árboles demás de los que habemos dicho, que son al modo de los granados de España, carecen de fruta, la madera es colorada de dentro de la cáscara. Es al modo del brasil esta madera. De este valle de la Liga al de Concagua hay doce leguas. Este valle de Anconcagua es mejor y más abundoso que todos los pasados. Tiene tres leguas de ancho por las más partes y por otras partes poco menos. Tiene de la sierra a la mar veinte leguas. Tiene ovejas y mucho maíz y algarrobales. Corre por este valle un río caudaloso. Tienen sacado los naturales veinte y dos acequias grandes para regar todas las tierras que cultivan y siembran. Tiene pocos indios que no pasan de mil y quinientos. Solía haber mucha gente. Residió en este valle siete meses el adelantado don Diego de Almagro con cuatrocientos hombres y seiscientos caballos y gran copia de gastadores. Y fue en el tiempo del invierno cuando allí estuvieron, y aquel año fue furioso y tempestuoso. Y de aquí se volvieron don Diego de Almagro con toda su gente que no quiso conquistar ni poblar en este reino. Decíanle los indios a don Diego de Almagro, que eran unos indios que habían traído del Pirú, que hacía en este valle "ancha chire", que quiere decir gran frío, quedóle al valle el nombre de Chire. Corrompido el vocablo le llaman Chile, y de este apellido tomó la gobernación y reino el nombre que hoy tiene que se dice Chile. Los señores de este valle son dos. Sus nombres son éstos: el uno Tanjalongo, éste manda de la mitad del valle a la mar; el otro cacique se dice Michimalongo, éste manda y señorea la mitad del valle hasta la sierra. Este ha sido el más tenido señor que en todos los valles se ha hallado. Hay papagayos. Es valle templado. Hay de este valle de Anconcagua al valle de Mapocho doce leguas de fértil tierra. La gente de este valle es dispuesta y buen cuerpo y buen parecer. Andan vestidos de lana y los pobres andan vestidos de unas mantas hechas de cáscaras de una hierba que tengo dicho, la cual hilan y tejen. El hábito de ellos es como el que habemos dicho. Ellas traen una manta que les cubre desde la cintura hasta abajo de la rodilla, traen los pechos de fuera. Son causa que se estraguen los hombres en la condición. Traen otra tela que tendrá una vara que les cubre los hombros y las espaldas. Traen el cabello tendido. Tiénenlo en mucho. Tiénenlo por honra tener bueno y largo el cabello y tienen por muy gran afrenta tresquilarle los cabellos. La lengua de estos valles no difiere una de otra, y lo mismo en ritos y ceremonias todos son unos.
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De la vida y peregrinación de Nezahualcoyotzin por las montañas y desiertos hasta llegar a donde vivía Quácoz un caballero de nación otomí Luego que Nezahualcoyotzin se escapó, dentro de pocas horas tuvo aviso de ello el tirano Maxtla, el cual envió por toda la tierra a mandar a los señores que a donde quiera que lo viesen se lo prendiesen y vivo o muerto se lo enviasen, prometiendo muy grandes dones y mercedes al que tal hiciese y asimismo mandó pregonar en todas las ciudades, Pueblos y lugares del reino de Tetzcuco, que a cualquier hombre que lo descubriese, si era mancebo soltero se le daría mujer noble y hermosa con tierras y cantidad de vasallos, aunque fuese de condición plebeyo y a los que fuesen casados, en lugar de la mujer se les daría cierta cantidad de esclavos y esclavas y lo demás referido. Todo lo cual se puso por obra y andaban los tepanecas como perros rabiosos buscando a Nezahualcoyotzin en toda la tierra y en más de cien leguas en circunferencia no había pueblo ni lugar en donde no anduviesen por cuadrillas buscándole como dicho es. El día que Nezahualcoyotzin se escapó por la mina y agujero que tenía hecho, se decía ce cuezpalin a los doce días andados de su séptimo mes llamado huey tecuhílhuitl, que es conforme a nuestra cuenta a veinte de julio del año que atrás está dicho; el cual así como salió de aquel peligro se fue a una casa que estaba cerca de la ciudad que se decía Coatlán y era de un vasallo suyo que se llamaba Tozoma, a quien dio cuenta de su peligro y cómo venía huyendo de sus enemigos; el cual porque cerca de allí venían, lo escondió debajo de una tarima sobre la cual puso mucho nequen que es el hilo que se saca del maguey y entrándole a buscar por toda la casa y no hallándole, aporrearon a todos los de la casa para que lo descubriesen, los cuales y Tezoma estuvieron tan constantes que de ninguna manera lo descubrieron, antes murieron dos viejos que allí estaban, de los golpes que les dieron. Idos que fueron salió de donde estaba escondido y lavándose el rostro y la cabeza, les dio las gracias y prometió de galardonarles su fidelidad y fue subiendo por una loma arriba en donde tornó a ser descubierto de los enemigos y llegando cerca de una mujer que estaba segando chian, le dijo que le diese orden de esconderlo con aquellos manojos que segaba antes que los enemigos asomasen; la cual con toda presteza lo escondió debajo de un montón que hizo de los manojos y así como llegaron los tepanecas, le preguntaron por él y ella con mucha disimulación les dijo que había muy poco que por allí pasó corriendo y que llevaba según parecía la vía hacia Huexotla; los cuales por alcanzarle fueron por aquella parte a gran prisa. Nezahualcoyotzin dio la vuelta y se fue al bosque de Tezcutzinco en donde durmió aquella noche y despachó sus mensajeros a diversas partes; a Tecuxólotl que fuese a la provincia de Chalco y de su parte pidiese socorro de gente a Totoquioztzin y a Quateotzin señores del pueblo de Amanalco y de parte de Huitzilihuitzin su ayo y maestro, le pidiese el mismo socorro a Toteotzintecuhtli cuñado suyo, señor supremo que a la sazón era de toda aquella provincia. Otro día muy de mañana fue subiendo Nezahualcoyotzin por la montaña arriba y por ir con más seguridad mandó a dos criados suyos llamado el uno Colícatl y el otro Calminilólcatl, que el uno de ellos fuese delante de él y el otro algo distante de donde iba y que fuesen mirando y reconociendo si parecían en alguna parte sus enemigos y descubriendo algo de esto, la seña que habían de dar fuese tosiendo, con lo cual pudo muy a su salvo proseguir su viaje sin que fuese visto de sus enemigos y llegando a un puesto que se dice Metla, allí le dio de comer un criado suyo llamado Tecpan; de allí después de haber comido se fue por un lugar que se dice Zacaxachitla a otro en donde vivía un caballero de nación otomí llamado Coácoz que había sido paje de la reina su madre, en donde hizo noche aquel día; aunque por poco sus enemigos lo prenden, si Coácoz no se diera tan buena maña, pues habiendo descubierto que los enemigos iban hacia su pueblo, convocó de presto a todos los otomites que eran los vecinos de allí, a quienes les mandó viniesen todos con sus arcos y flechas y puso el atambor en medio del patio de su casa, dentro de él metido Nezahualcoyotzin, empezó a tocarle y a cantar todos a usanza de guerra. Llegados que fueron los tepanecas, les preguntaron, qué era lo que buscaban; ellos dijeron que al príncipe Nezahualcoyotzin. Coácoz les dijo, que aquel puesto no era para los príncipes, que en la corte asistían y moraban y que ellos debían ser algunos salteadores, pues venían armados y traían aquel achaque y empezando a apellidar su gente embistieron con ellos, echándolos, los cuales se fueron huyendo, heridos los más de ellos; con lo cual no osaron parar en toda aquella montaña. Y otro día siguiente Coácoz llevó a Nezahualcoyotzin a un puesto muy oculto, fragoso y peñascoso, en donde le tenía aderezada una choza y allí le dijo se estuviese hasta tanto que veía si los enemigos se alejaban de aquellas montañas para que pudiese proseguir su viaje con seguridad y que allí estuviese cierto lo estaría. Nezahualcoyotzin le dijo que la mayor pena que tenia era de su casa, si los enemigos la habían saqueado y llevado presas a las damas de palacio. Coácoz le dijo que él iría a ver lo que había y que traería a las damas allí donde estaba y le quitaría aquel cuidado y pena. Agradecióselo Nezahualcoyotzin, encargándole lo hiciese con recato y cuidado. Coácoz lo hizo con todo cuidado y dentro de pocos días llegó a palacio, en donde halló a las damas bien afligidas y les dijo que mudasen los trajes en otros pobres de la gente plebeya, porque venía por ellas de mandato del príncipe su señor y que su hato lo llevaría por delante un criado que allí traía y que ellas se fuesen por donde las guiase y que unas veces irían por delante y otras atrás, de manera que no echase nadie de ver que las llevaba y a los de palacio mandó mirasen por toda la casa y que si preguntasen por las damas nadie dijese a donde habían ido. Y caminando con ellas, allí cerca de un cerro llamado Patlachiuhcan, en el puesto que llaman Olopan, encontró con los enemigos que buscaban al príncipe Nezahualcoyotzin, los Cuales siguieron y le preguntaron que a dónde estaba, pues aquellas mujeres que iban allí, debían ser algunas damas de él. A que les respondió que él no conocía quien era Nezahualcoyotzin, que él era de nación chichimeca y que toda su vida había criádose en aquellas sierras y montañas. Y conociéndolo en el bárbaro lenguaje y traje que tenía, no hicieron caso de él y así prosiguió su camino hasta que llegó con ellas a donde estaba Nezahualcoyotzin el príncipe, a donde a esta sazón estaban ya con él su hermano Quauhtlehuanitzin y su sobrino Tzontechochatzin. Otro día de mañana salió Nezahualcoyotzin de aquel puesto y se despidió de Coácoz diciéndole éste, que no le iba sirviendo porque los enemigos no lo siguiesen, echándolo menos a él y por su causa lo descubriesen, porque sería forzoso venirle a buscar por el mal tratamiento que los días antes les había hecho; pero que allí estaban seis otomites llamados Nochcoani, Nolin, Coatltlalolin, Toto y Xochtónal, que ellos irían siempre descubriendo tierra por ser montaraces y saber todas aquellas entradas y salidas de la tierra. Agradeciéndole el príncipe los servicios que le había hecho prosiguió su camino y los otomites unos se adelantaron y otros se quedaron atrás y como que andaban cazando exploraron la tierra y fueron guardando a Nezahualcoyotzin, con el cual iban Quauhtlehuanitzin y Tzontechochatzin.
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De los vestidos y ornamentos que usaban en la guerra Usaban en las batallas (paso en silencio las trompetas y los tímpanos con que los reyes daban la señal de la guerra), cascos emplumados con los que se protegían la cabeza, frágiles en verdad y de poco segura materia; escudos orbiculares fabricados de medias cañas y de plumas de aves de muchos colores, dardos, lanzas, espadas y flechas con puntas de iztle. Los ropajes y los penachos estaban entretejidos de varios géneros de plumas, como de águilas, loros, quezaltótotl, hoitzitzillin, quechultótotl y de las pieles de otros animales como leones, lobos, tigres, zorras y perros. Era indicio insigne de fortaleza de los cautivadores o matadores de enemigos en la guerra, calzar sandalias, ocultar el sexo con un maxtle más ancho, más largo y pintado; cubrirse con mantos preciosos de varios colores y llevar los cabellos cortados y ligados alrededor y aderezados en penacho con correas escarlatas e incrustar gemas en la nariz y en partes de la cara.
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CAPÍTULO XXVI De la muerte de Motezuma, y salida de los españoles de México En la ausencia de Cortés de México, pareció al que quedó en su lugar, hacer un castigo en los mexicanos, y fue tan excesivo y murió tanta nobleza en un gran mitote o baile que hicieron en palacio, que todo el pueblo se alborotó, y con furiosa rabia, tomaron armas para vengarse y matar a los españoles; y así les cercaron la casa y apretaron reciamente, sin que bastase el daño que recibían de la artillería y ballestas, que era grande, a desvialles de su porfía. Duraron en esto muchos días, quitándoles los bastimentos, y no dejando entrar ni salir criatura. Peleaban con piedras, dardos arrojadizos, su modo de lanzas, y espadas, que son unos garrotes en que tienen cuatro o seis navajas agudísimas, y tales que en estas refriegas refieren las historias que de un golpe de estas navajas, llevó un indio a cercén, todo el cuello de un caballo. Como un día peleasen con esta determinación y furia, para quietalles hicieron los españoles subir a Motezuma, con otro principal, a lo alto de una azotea, amparados con las rodelas de dos soldados que iban con ellos. En viendo a su señor Motezuma, pararon todos y tuvieron grande silencio. Díjoles entonces Motezuma, por medio de aquel principal, a voces, que se sosegasen, y que no hiciesen guerra a los españoles, pues estando él preso como veían, no les había de aprovechar. Oyendo esto un mozo generoso llamado Quicuxtemoc, a quien ya trataban de levantar por su rey, dijo a voces a Motezuma, que se fuese para vellaco, pues había sido tan cobarde, y que no le habían ya de obedecer, sino darle el castigo que merecía, llamándole por más afrenta, de mujer. Con esto, enarcando su arco, comenzó a tirarle flechas, y el pueblo volvió a tirar piedras y proseguir su combate. Dicen muchos que esta vez le dieron a Motezuma una pedrada, de que murió. Los indios de México afirman que no hubo tal, sino que después murió la muerte que luego diré. Como se vieron tan apretados, Alvarado y los demás enviaron al capitán Cortés, aviso del gran peligro en que estaban. Y él, habiendo con maravillosa destreza y valor, puesto recaudo en el Narváez, y cogídole para sí la mayor parte de su gente, vino a grandes jornadas a socorrer a los suyos a México; y aguardando a tiempo que los indios estuviesen descansando, porque era su uso en la guerra cada cuatro días descansar uno, con maña y esfuerzo entró hasta ponerse con el socorro, en las casas reales, donde se habían hecho fuertes los españoles; por lo cual hicieron muchas alegrías y jugaron el artillería. Mas como la rabia de los mexicanos creciese, sin haber medios para sosegarlos, y los bastimentos les fuesen faltando del todo, viendo que no había esperanza de más defensa, acordó el capitán Cortés, salirse una noche a cencerros atapados; y habiendo hecho unas puentes de madera para pasar dos acequias grandísimas y muy peligrosas, salió con muy gran silencio, a media noche; y habiendo ya pasado gran parte de la gente la primera acequia, antes de pasar la segunda fueron sentidos de una india, la cual fue dando grandes voces que se iban sus enemigos, y a las voces, se convocó y acudió todo el pueblo con terrible furia, de modo que al pasar la segunda acequia, de heridos y atropellados cayeron muertos más de trescientos, adonde está hoy una ermita que impertinentemente y sin razón la llaman de los mártires. Muchos, por guarecer el oro y joyas que tenían, no pudieron escapar; otros, deteniéndose en recogello y traello, fueron presos por los mexicanos, y cruelmente sacrificados ante sus ídolos. Al rey Motezuma hallaron los mexicanos, muerto, y pasado, según dicen, de puñaladas; y es su opinión que aquella noche le mataron los españoles, con otros principales. El Marqués, en la relación que envió al Emperador, antes dice que a un hijo de Motezuma que él llevaba consigo, con otros nobles, le mataron aquella noche los mexicanos; y dice que toda la riqueza de oro, y piedras y plata que llevaban, se cayó en la laguna, donde nunca más pareció. Como quiera que sea, Motezuma acabó miserablemente, y de su gran soberbia y tiranías pagó al justo juicio del Señor de los cielos, lo que merecía. Porque viniendo a poder de los indios, su cuerpo, no quisieron hacerle exequias de rey, ni aun de hombre común, desechándole con gran desprecio y enojo. Un criado suyo, doliéndose de tanta desventura de un rey, temido y adorado antes como dios, allá le hizo una hoguera, y puso sus cenizas donde pudo en lugar harto desechado. Volviendo a los españoles que escaparon, pasaron grandísima fatiga y trabajo, porque los indios les fueron siguiendo obstinadamente dos o tres días, sin dejarles reposar un momento, y ellos iban tan fatigados de comida, que muy pocos granos de maíz se repartían para comer. Las relaciones de los españoles y las de los indios concuerdan en que aquí les libró Nuestro Señor, por milagro, defendiéndoles la Madre de Misericordia y Reina del Cielo, María, maravillosamente en un cerrillo donde a tres leguas de México está hasta el día de hoy fundada una iglesia en memoria de esto, con título de Nuestra Señora del Socorro. Fuéronse a los amigos de Tlascala, donde se rehicieron, y con su ayuda y con el admirable valor y gran traza de Fernando Cortés, volvieron a hacer la guerra a México, por mar y tierra, con la invención de los bergantines que echaron a la laguna; y después de muchos combates y más de sesenta peleas peligrosísimas, vinieron a ganar del todo la ciudad, día de San Hipólito, a trece de agosto de mil y quinientos y veinte y un años. El último rey de los mexicanos, habiendo porfiadísimamente sustentado la guerra, a lo último fue tomado en una canoa grande, donde iba huyendo, y traído con otros principales ante Fernando Cortés. El reyezuelo, con extraño valor, arrancando una daga, se llegó a Cortés y le dijo: "Hasta agora yo he hecho lo que he podido en defensa de los míos; agora no debo más sino darte ésta, y que con ella me mates luego." Respondió Cortés que él no quería matarle, ni había sido su intención de dañarles, mas que su porfía tan loca tenía la culpa de tanto mal y destrucción como habían padecido: Que bien sabían cuántas veces les habían requerido con la paz y amistad. Con esto le mandó poner guardia, y tratar muy bien a él y a todos los demás que habían escapado. Sucedieron en esta conquista de México muchas cosas maravillosas, y no tengo por mentira ni por encarecimiento, lo que dicen los que escriben, que favoreció Dios el negocio de los españoles con muchos milagros, y sin el favor del cielo era imposible vencerse tantas dificultades y allanarse toda la tierra al mando de tan pocos hombres. Porque aunque nosotros fuésemos pecadores e indignos de tal favor, la causa de Dios y gloria de nuestra fe, y bien de tantos millares de almas como de aquellas naciones tenía el Señor predestinadas, requería que para la mudanza que vemos, se pusiesen medios sobrenaturales y proprios del que llama a su conocimiento a los ciegos y presos, y les da luz y libertad con su sagrado evangelio. Y porque esto mejor se crea y entienda, referiré algunos ejemplos que me parecen a propósito de esta historia.