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CAPÍTULO XXV Llega el gobernador a Mauvila y halla indicios de traición Luego que los dos soldados salieron del real, mandó el gobernador apercibir cien caballos y cien infantes que fuesen con él y con Tascaluza, que ambos quisieron ser aquel día de vanguardia. Al maese de campo dejó mandado que con el demás ejército saliese con brevedad en su seguimiento. El cual salió tarde y la gente caminó derramada por los campos cazando y habiendo placer, bien descuidados, por la mucha paz que todo aquel verano hasta allí habían traído, de haber batalla. El gobernador, que llevaba cuidado de caminar, llegó a las ocho de la mañana al pueblo de Mauvila, el cual era de pocas casas, que apenas tenía ochenta, empero todas ellas muy grandes, que algunas eran capaces de mil y quinientas personas, y otras de mil, y las menores de más de quinientas. Llamamos casa a lo que es un cuerpo solo como una iglesia, que los indios no labraban sus casas trabando unos cuerpos con otros, sino que cada una, conforme a su posibilidad, hacía un cuerpo de casa como una sala, y ésta tenía sus apartados con las oficinas necesarias, que eran harto pocas, y a estos cuerpos, así solos, llaman casas. Y como las de este pueblo habían sido hechas para frontera y plaza fuerte y para ostentación de la grandeza del señor, eran muy hermosas y las más de ellas eran del cacique, y las otras, de los hombres más principales y ricos de todo su estado. El pueblo estaba asentado en un muy hermoso llano. Tenía una cerca de tres estados en alto, la cual era hecha de maderos tan gruesos como bueyes; estaban hincados en tierra, tan juntos que estaban pegados unos con otros. Otras vigas menos gruesas y más largas iban atravesadas por la parte de afuera y de adentro, atadas con cañas quebradas y cordeles fuertes y embarrados por cima con mucho barro pisado con paja larga, la cual mezcla henchía todos los huecos y vacíos de madera y sus ataduras, de tal suerte que propiamente parecía pared enlucida con plana de albañil. A cada cincuenta pasos de esta cerca había una torre, capaz de siete u ocho hombres, que podían pelear en ella. La cerca por lo bajo, en altor de un estado, estaba llena de troneras para tirar las flechas a los de fuera. No tenía el pueblo más de dos puertas, una al levante y otra al poniente. En medio del pueblo había una gran plaza; en derredor de ella estaban las casas mayores y más principales. A esta plaza llegaron el gobernador y el gigante Tascaluza, el cual, luego que se apeó, llamó a Juan Ortiz, intérprete, y señalando con el dedo, le dijo: "En esta casa grande se aposentará el gobernador, y los caballeros y gentiles hombres que su señoría quisiese tener consigo. Y su servicio y recámara se pondrá en esotra que está cerca de ella y, para la demás gente, un tiro de flecha fuera del pueblo, tienen mis vasallos hechas muchas ramadas muy buenas en las cuales podrán alojarse a placer, porque el pueblo es pequeño y no cabemos todos en él." El general respondió que, venido el maese de campo, haría en él alojamiento, y, en todo lo demás, lo que él ordenase. Con esto se entró Tascaluza en una casa de las mayores que había en la plaza, donde como después se supo, tenía los capitanes de su consejo de guerra. El gobernador y los caballeros e infantes que con él vinieron se quedaron en la plaza y mandaron sacar los caballos fuera del pueblo hasta saber dónde se habían de alojar. Gonzalo Cuadrado Jaramillo, que como dijimos se había adelantado a ver y reconocer el pueblo de Mauvila, luego que el gobernador se apeó, salió de él y le dijo: "Señor, yo he mirado con atención este pueblo y las cosas que en él he visto y notado no me dan seguridad alguna de la amistad de este curaca y de sus vasallos, antes me causan mala sospecha que nos tienen armada alguna traición, porque en esas pocas casas que vuestra señoría ve hay más de diez mil hombres de guerra, gente escogida, que en todos ellos no hay un viejo ni indio de servicio sino que todos son de guerra, nobles y mozos, y todos están apercibidos de armas en mucha cantidad y, sin las que cada uno de ellos tiene en particular para sí, muchas casas de éstas están llenas de ellas, que son depósito común de armas. Demás de esto, aunque estos indios tienen consigo muchas mujeres, todas son mozas y ninguna de ellas tiene hijos, ni en todo el pueblo hay tan sólo un muchacho, sino que están libres y desembarazados de todo impedimento. El campo, un tiro de arcabuz alderredor del pueblo, como vuestra señoría lo habrá visto, tienen limpio y desherbado de tal manera y con tanta curiosidad que aun hasta las raíces de las hierbas tienen arrancadas a mano, lo cual me parece señal de querernos dar batalla y que no haya cosa que les estorbe. Con estos malos indicios se puede juntar la muerte de los dos españoles que del alojamiento pasado ayer faltaron, por todo lo cual me parece que vuestra señoría debe recatarse de este indio y no fiarse de él que, aunque no hubiera más del mal rostro y peor semblante que él y los suyos hasta ahora nos han mostrado, y la soberbia y desvergüenza con que nos hablan, bastara para apercibirnos a no tener su amistad por buena sino por falsa y engañosa." El general respondió que de mano en mano, entre los que allí estaban, pasase la palabra y el aviso de unos a otros de lo que en el pueblo había para que todos, disimuladamente, estuviesen apercibidos. Y particularmente mandó a Gonzalo Cuadrado que, luego que el maese de campo llegase, le diese la noticia de lo que en el pueblo había visto para que ordenase lo que a todos conviniese. Alonso de Carmona, en su cuaderno escrito de mano, hace muy larga relación del viaje que estos españoles, y él con ellos, hicieron desde la provincia del Cofachiqui hasta la de Coza, y cuenta las grandezas de la provincia de Coza y de las generosidades del señor de ella, y nombra muchos pueblos de los de aquel camino, aunque no todos los que yo he nombrado. Y de la estatura de Tascaluza dice que para gigante no le faltaba casi nada y que era muy bien agestado. Y Juan Coles, hablando de este jayán, dice estas palabras: "Llegados que fuimos a la provincia de este señor Tascaluza, nos salió de paz. Este era un hombre grande, que desde el pie a la rodilla tenía tanta canilla como otro hombre muy grande desde el pie a la cintura; tenía los ojos como de buey. De camino iba en un caballo, y el caballo no lo podía llevar. Vistiolo el adelantado de grana y diole una muy hermosa capa de ella misma." Y Alonso de Carmona, habiendo dicho el vestido de grana, añade estas palabras: "Al entrar el gobernador y Tascaluza en Mauvila, salieron los indios a recibirlos con bailes y danzas por más disimular su traición, y las hacían los más principales. Y acabado aquel regocijo, salió otro baile de mujeres hermosísimas a maravilla, porque, como tengo dicho, son muy bien agestados aquellos indios y asimismo las mujeres, en tanto grado que después, cuando nos salimos de la tierra y fuimos a parar a México, sacó el gobernador Moscoso una india de esta provincia de Mauvila, que era muy hermosa y muy gentil mujer, que podía competir en hermosura con la más gentil de España que había en todo México, y así, por su gran extremo, enviaban aquellas señoras de México a suplicar al gobernador se la enviase, que la querían ver. Y él lo hacía con gran facilidad porque se holgaba de que se la codiciasen muchos." Todas son palabras de Alonso de Carmona como él mismo las dice. Y huelgo de referir éstas y todas las que en la historia van en nombre de estos dos soldados, testigos de vista, para que se vea cuán claro se muestran ambas relaciones y la nuestra ser todas de un paño. Y poco más adelante dice Alonso de Carmona el aviso que decimos que Gonzalo Cuadrado Jaramillo (aunque no lo nombra) dio al gobernador Hernando de Soto. Y añade que le dijo cómo aquella mañana, y otras muchas antes, habían salido los indios a ensayarse al campo con un parlamento que cada día les hacía un capitán antes de la escaramuza y ejercicio militar. El cacique Tascaluza (como queda dicho), luego que el gobernador y él entraron en el pueblo, se entró en una casa donde estaba su consejo de guerra esperando para concluir y determinar el orden que habían de tener en matar los españoles, porque de mucho atrás tenía determinado aquel curaca matarlos en el pueblo Mauvila. Y para esto había juntado la gente de guerra que allí tenía, no solamente de sus vasallos y súbditos, sino también de los vecinos y comarcanos, para que todos gozasen del triunfo y gloria de haber muerto los castellanos y hubiesen su parte del despojo que llevaban, que con esta condición habían venido los no vasallos. Pues como Tascaluza se viese entre sus capitanes y con los más principales de su ejército, les dijo que con brevedad determinasen el cómo harían aquel hecho, si degollarían luego a los españoles que allí al presente estaban en el pueblo, y en pos de ellos a los demás como fuesen viniendo, o si aguardarían a que llegasen todos, que, según se hallaban poderosos y bravos, esperaban degollarlos con tanta facilidad a todos juntos como divididos en tres tercios de vanguarda, batalla y retaguarda que el ejército traía caminando, que lo determinasen luego porque él no aguardaba sino la resolución de ellos.
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CAPÍTULO XXV Partida. --Llegada a Mérida. --Conocidos antiguos. --Jirafas. --Aspecto del horizonte político. --La gran cuestión de la revolución aún no decidida. --Nombramiento de diputados al Congreso Mexicano. --Ultimatum del general Santa Anna. --Discusiones. --Triste condición del Estado. --Causa de las convulsiones intestinas en las repúblicas hispanoamericanas. --Derechos del Estado. --Preparativos de partida. --Invasión de Yucatán. --Despedida de los amigos. --Embarque para La Habana. --Llegada a dicha ciudad. --Paseo. --La tumba de Cristóbal Colón. --Vuelta a la patria. --Conclusión de esta obra A las dos de la tarde montamos a caballo para irnos a Mérida, que distaba nueve leguas,y a donde no pensábamos llegar sino venida la noche, porque con nuestro triste pergeño después de tan largo viaje no teníamos deseo ninguno de hacer allí nuestra aparición a la luz del día; pero, avanzando sin calcular el paso de nuestros caballos, nos encontramos de improviso en los suburbios de la capital en aquella hora infortunada en que el excesivo calor obliga a los habitantes vestidos competentemente a sentarse a la puerta de la calle y a lo largo de las aceras para hablar de las noticias del día, y que por fuerza se habían de animar al ver un espectáculo tan singular como el que presentábamos en aquel lance. Dirigimos nuestra marcha por toda la prolongada extensión de la calle principal, arrojando el guante entre la larga hilera de ojos que nos contemplaba, sabedores como lo éramos de que ninguno de ellos miraba nuestra entrada como triunfal. Al aproximarnos a la plaza mayor, un antiguo conocido nos saludó y acompañó a la casa de diligencias, establecimiento nuevo, que se había montado durante nuestra ausencia de la capital, y que se hallaba situado frente al convento de monjas en una de las más bellas y espaciosas casas de la ciudad, igual a un buen hotel de Italia. Al punto se nos dieron las mejores habitaciones y nos sentamos a la mesa a tomar té de China, que nosotros llamamos té simplemente, y pan francés, esto es, pan sin endulzar. Después de nuestro áspero viaje por los ranchos de los indios y por haciendas miserables, y enfermos frecuentemente, habíamos regresado a Mérida, logrando nuestro objeto más allá de lo que podía esperarse. Nuestra ruda tarea estaba concluida, y nuestra satisfacción apenas pudiera describirse. Mientras nos hallábamos alrededor de la mesa, escuchamos el agudo sonido de la campana del portero, seguido de la carrera precipitada del hostelero y sirvientes por los corredores, gritando todos "la diligencia, la diligencia", y en el momento escuchábamos el galope y relincho de los caballos que introducían en el patio el coche de posta, que venía de Campeche. Subieron los pasajeros, entre quienes con grande y viva satisfacción hallamos a nuestro amigo antiguo Mr. Fisher, aquel cosmopolita cuyas postreras huellas habíamos visto en la desolada isla de Cozumel. Otro pasajero, cuya voz había escuchado en el patio hablando inglés en medio de una confusa marcha de gentes que hablaban español y lengua maya, como si hablase solo consigo mismo, siéndole indiferente ser o no entendido, inmediatamente se me acercó como un conocido antiguo, diciéndome que yo había sido la causa de que viniese a Yucatán, y que me cobraría daños y perjuicios si salía mal de su empresa; pero en el instante comprendía que nada había que temer de aquella amenaza. Mr. Clayton había causado ya acaso mayor sensación en el país, que ninguno otro de los extranjeros que lo habían visitado; había dominado completamente los sentimientos del pueblo de una manera tal, que ningún explorador podría disputarle, y se conservará la memoria de él mucho después de que nosotros hayamos sido olvidados. Mr. Clayton había llevado de los Estados Unidos una compañía entera de circo, con caballos manchados y un teatro portátil, conteniendo asientos para mil personas, picadores, payasos y monos, todo junto y reunido. Jamás se había visto en el país una cosa semejante, y con su presencia se eclipsaron nuestro daguerrotipo y nuestras prodigiosas curaciones de bizcos. En Campeche había conmovido a todos, y dejando allí a su compañía para explorar aquella excitación general y recoger los pesos, había ido a Mérida para hacer sus preparativos y arreglos. Y por cierto, que no era ésta la primera empresa en que se había metido Mr. Clayton. Él fue el primero que desde el cabo de Buena Esperanza introdujo las jirafas en los Estados Unidos; y los relatos de su incursión a mil quinientas millas al interior del Africa, de sus aventuras entre los cafres, de sus cacerías de leones, de su viva excitación cuando montado en un ligerísimo caballo derribó y aseguró su primera jirafa; todos esos relatos, decía yo, convertían nuestra exploración de las ruinas en un negocio verdaderamente cómodo y pacífico. Mr. Clayton llegó al Cabo con cuatro jirafas; pero dos de ellas murieron luego, y con las otras dos se embarcó para Nueva York, en donde contaba entregarlas a las partes interesadas; pero, por el gran cuidado que demandaba su conducción y manejo, le fue indispensable viajar con ellas, mientras se exhibían. En uno de los estados del Oeste se encontró con una compañía ambulante de circo, que tomó empeño en seguir la misma línea de viaje para suscitar oposición. Las jirafas eran conmoventes, más importantes que los caballos, y se le hizo proposición de unir ambas compañías, haciéndosele el director de ambas, y la aceptó. Después compró todos los caballos, y se encontró de director de una compañía de circo ecuestre, con la cual atravesó todos los Estados Unidos; pero en el Canadá se le murió la última jirafa, y se quedó con una porción de caballos y una compañía de circo entre manos. Volvió a Nueva York, fletó un bergantín, y después de tocar y hacer exhibiciones en varias de las Islas Bermudas, se dirigió a Campeche, en donde fue recibido con tal entusiasmo, que, entre los beneficios que un especulador puede hacer a la humanidad, coloco yo como uno de los más importantes el de introducir en Yucatán una compañía de circo y equitación, persuadido de que éste puede ser el primer paso para que desaparezca de una vez el gusto popular de las luchas de toros. A la mañana siguiente anunciamos la venta de nuestros caballos y equipos, y salimos a visitar a nuestros amigos. Grandes cambios habían tenido lugar desde nuestra partida. En el exterior, el horizonte político aparecía tempestuoso. Se tenía noticia de muchas dificultades, de complicadas e inciertas negociaciones, y se temía una ruptura entre nuestro país y la Inglaterra. Sabíase igualmente el mal éxito de la expedición de Santa Fe, la captura y prisión de los ciudadanos americanos, y que Tejas y todo el valle de Mississippi estaban en armas para llevar la guerra a México. También sobre Yucatán se levantaba una nube negra. El gobernador había perdido su popularidad. Todavía no estaba decidida la gran cuestión que abrió la revolución dos años antes. La independencia aún no se había declarado; por el contrario, durante nuestra ausencia había llegado de México un comisionado y negoció un convenio, sujeto a la ratificación del Gobierno Mexicano, para la reincorporación de Yucatán al resto de la república. Entre tanto, los electores habían sido invitados para nombrar diputados al Congreso Mexicano, como si el tratado hubiese sido aprobado; y al mismo tiempo se convocó la Legislatura a sesiones extraordinarias para que en caso de ser rechazado el convenio preparase los medios de resistencia contra una invasión. Las dos cámaras legislativas estaban reunidas entonces. Tres días después de nuestro regreso llegó a Sisal un buque trayendo a bordo un comisionado especial, portador del ultimatum de Santa Anna. Detúvosele un día en el puerto mientras el gobierno resolvía sobre la conveniencia de dejarle visitar la capital. Preparósele alojamiento en nuestro hotel; pero el Secretario de la Guerra le llevó a su casa so pretexto de librarlo de algún insulto o violencia del populacho, al cual se representaba como altamente excitado contra México, pero en realidad para evitar que se pusiese en comunicación con los partidarios de la reunión. Grandes disensiones habían estallado. La revolución había sido casi unánime, pero dos años de una casi independencia habían producido grandes cambios en el sentimiento público. Los ricos se quejaban de los gastos ilegales, los comerciantes de haberse interrumpido su comercio con la clausura de los puertos mexicanos; y mientras que muchos preguntaban qué se había ganado en la separación, un fuerte partido independiente aparecía más ruidoso que nunca para romper el último eslabón que los unía a México. Yo estaba en el Senado cuando se leyó el ultimatum de Santa Anna. Una sonrisa de desprecio se dejó ver en los semblantes de los senadores, y sin embargo de que era patente que aquellos términos no se aceptarían, ni uno solo se levantó para pedir la declaración de la independencia; pero en las galerías se hizo la amenaza de proclamarla viva voce en la plaza y a la boca de los cañones el domingo inmediato. La situación del Estado era en extremo lamentable; aquello era un triste comentario sobre el gobierno republicano, y su carácter más melancólico era que esa situación no dimanaba de las masas ignorantes y sin educación. Los indios todos estaban tranquilos y, aunque condenados a pelear en los campos de batalla, nada sabían en lo relativo a las cuestiones que envolvería esa lucha. Yo estoy firmemente convencido de que las continuas y constantes convulsiones de las repúblicas hispano-américas, más que de otra causa, provienen de no ser reconocido o de ser violado aquel gran principio salvador que nosotros llamamos derechos de un Estado. El gobierno general propende constantemente a dominar sobre los Estados. Alejado por su posición, ignorante de las necesidades del pueblo, y poco mirado en acatar sus sentimientos, envía desde la capital comandantes militares, los coloca sobre las autoridades locales, y mina la fuerza del Estado agotándole sus recursos para mantener un poder fuerte y concentrado. Tales fueron los motivos que armaron a Yucatán, y tal pudo haber sido también la condición de nuestra propia república, si no hubiese sido por la sanción del gran principio republicano de que los Estados son soberanos, y sagrados sus derechos. Mientras que las nubes iban acumulándose más y más, nosotros nos preparábamos a partir finalmente del país. Un buque estaba en Sisal próximo a hacerse a la vela; pero era un buque en el cual yo no hubiera deseado jamás volver a encontrarme a bordo, pues era aquel viejo Alejandro en que hicimos nuestro primer viaje desgraciado; pero en esta vez no había alternativa, y se nos dijo que, si perdíamos aquella oportunidad, no podía asegurarse cuándo se presentaría otra. Por indicación del gobernador dilatamos nuestra partida unos pocos días, mientras podía ponerse en comunicación con un amigo suyo de Campeche, quien deseaba ser curado por el Dr. Cabot y había estado dos meses y medio esperando nuestro regreso. Entre tanto el gobernador procuró la detención del buque. El domingo, 16 de mayo, por la mañana muy temprano enviamos al puerto nuestros equipajes, y en la tarde nos reunimos en un paseo por última vez. Todo el día habíamos estado recibiendo indicaciones de que se temía un pronunciamiento: un volcán estaba ardiendo; pero había la misma alegría, contento y belleza que antes, produciendo en nuestro espíritu la más placentera impresión, haciéndonos esperar que estas escenas durarían mucho y, sobre todo, que jamás se transformarían en escenas de sangre. Pero, ¡ay! Antes de que estas páginas estuviesen concluidas, aquel país que habíamos contemplado como una pintura pacífica y en que habíamos encontrado tanta bondad ha sido destrozado por disensiones intestinas; el estruendo de la guerra civil se ha escuchado en sus llanuras; y un ejército hostil y exasperado ha puesto el pie sobre sus playas. Por la tarde nos dirigimos a la casa de doña Joaquina Cano para despedirnos de nuestros primeros, últimos y mejores amigos de Mérida, y a las diez de la noche salimos para Sisal. El martes 18 nos embarcamos para La Habana. El viejo Alejandro había sido mejorado en su velamen, pero no en sus comodidades. En efecto, éstas no podían ser peores, porque teniendo a bordo 11 pasajeros, entre los cuales había tres mujeres y dos chiquillos, todo anunciaba que nuestro viaje sería tan molesto y largo como el de marras; pero el capitán, uno de los que quedaron vivos en la batalla de Trafalgar, era el mismo excelente camarada de siempre. El día 2 de junio anclamos bajo el Castillo del Morro. Antes de obtener permiso de ir a tierra entró una barca, que al punto reconocimos como americana; y habiendo desembarcado, se nos dijo que era la Anna Luisa, capitán Clifford, perteneciente a la línea de paquetes de Veracruz, que venía a hacer aguada, y que el día siguiente daría la vela para Nueva York. La fiebre amarilla había comenzado ya sus estragos, ningún otro buque listo había en el puerto y estábamos determinados, si era posible, a trasladarnos a bordo; pero hubo una dificultad, que al principio pareció insuperable. Según las reglas del puerto, los equipajes debían trasladarse a la aduana con un manifiesto circunstanciado de cada artículo, para ser examinados. Lo del manifiesto era absolutamente imposible, pues teníamos a bordo toda la variada colección que habíamos hecho en nuestro viaje sin llevar cuenta de los pormenores. Mas por la activa bondad de Mr. Calhoun, nuestro último cónsul, y por la cortesía de su excelencia el gobernador, obtuvimos un permiso especial para transbordar sin inspección todos nuestros efectos. El día siguiente lo ocupamos en los detalles de este negocio; y por la tarde nos dirigimos a un paseo, cuyo aspecto y estilo nos hizo olvidar por el momento la simple exhibición de Mérida. Ya de noche, a la luz de una sola bujía y con la cabeza descubierta estuvimos ante la losa de mármol que encierra los huesos de Cristóbal Colón. El día 4 nos embarcamos a bordo de la Anna Luisa, que estaba henchida de pasajeros, de españoles principalmente, que salían huyendo de las convulsiones de México; pero el capitán Clifford nos proporcionó mayor comodidad que la de costumbre, y encontramos a bordo todas las ventajas y conveniencias de los paquetes atlánticos. El día 17 llegamos a Nueva York. El lector y yo debemos separarnos otra vez, y, al expresar que nada hallará en estas páginas que pueda alterar la amistad que ha existido entre ambos hasta aquí, vuelvo a darle las gracias por su bondad y a despedirme de él.
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CAPÍTULO XXV De los diversos dictados y órdenes de los mexicanos Tuvieron gran primor en poner sus grados a los señores y gente noble, para que entre ellos se reconociese a quién se debía más honor. Después del rey, era el grado de los cuatro como príncipes electores, los cuales, después de elegido el rey, también ellos eran elegidos, y de ordinario eran hermanos o parientes muy cercanos del rey. Llamaban a éstos, tlacohecalcatl, que significa el príncipe de las lanzas arrojadizas, que era un género de armas que ellos mucho usaban. Tras éstos, eran los que llamaban tlacatecatl, que quiere decir cercenador o cortador de hombres. El tercer dictado, era de los que llamaban ezuahuacatl, que es derramador de sangre, no como quiera, sino arañando; todos estos títulos eran de guerreros. Había otro cuarto intitulado tlillancalqui, que es señor de la casa negra o de negrura, por un cierto tizne con que se untaban los sacerdotes, y servía para sus idolatrías. Todos estos cuatro dictados eran del consejo supremo, sin cuyo parecer el rey no hacía ni podía hacer cosa de importancia; y muerto el rey, había de ser elegido por rey, hombre que tuviese algún dictado de estos cuatro. Fuera de los dichos, había otros consejos y audiencias, y dicen hombres expertos de aquella tierra, que eran tantos como los de España, y que había diversos consistorios, con sus oidores y alcaldes de corte, y que había otros subordinados, como corregidores, alcaldes mayores, tenientes, alguaciles mayores y otros inferiores, también subordinados a éstos, con grande orden, y todos ellos a los cuatro supremos príncipes, que asistían con el rey, y solos éstos cuatro podían dar sentencia de muerte, y los demás habían de dar memorial a éstos, de lo que sentenciaban y determinaban, y al rey se daba a ciertos tiempos, noticia de todo lo que en su reino se hacía. En la hacienda, también tenía su policía y buena administración, teniendo por todo el reino, repartidos, sus oficiales y contadores y tesoreros, que cobraban el tributo y rentas reales. El tributo se llevaba a la corte cada mes, por lo menos una vez. Era el tributo de todo cuanto en tierra y mar se cría, así de atavíos como de comidas. En lo que toca a su religión, o superstición e idolatría, tenían mucho mayor cuidado y distinción, con gran número de ministros, que tenían por oficio enseñar al pueblo los ritos y ceremonias de su ley. Por donde dijo bien y sabiamente un indio viejo a un sacerdote cristiano, que se quejaba de los indios, que no eran buenos cristianos ni aprendían la ley de Dios. "Pongan (dijo él) tanto cuidado los padres, en hacer los indios cristianos, como podían los ministros de los ídolos en enseñarles sus ceremonias, que con la mitad de aquel cuidado seremos los indios muy buenos cristianos, porque la ley de Jesucristo es mucho mejor, y por falta de quien la enseñe, no la toman los indios". Cierto, dijo verdad, y es harta confusión y vergüenza nuestra.
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Capítulo XXV Que trata la venida de este navío a este puerto de Chile y de dónde procedió El obispo de Plasencia hizo una armada para enviar al estrecho de Magallanes a descubrir cierta tierra de que Su Majestad le había hecho merced. La cual armada salió de San Lúcar y vino a la costa de Guinea, porque los que salieren de España para venir al estrecho han de venir a reconocer aquella costa y retirarse del Brasil, a causa de los muchos bajíos que hay en él. Y navegando por la costa de Guinea, vienen a reconocer el cabo de San Agustín que está al cabo de la costa del Brasil. Y van a reconocer al Río de la Plata, y de allí van navegando hasta la boca del estrecho, la cual boca tiene dos cerros muy altos que otros por allí. En todo aquel compás no hay más alta tierra. Entrada que fue esta armada por esta boca, aunque algunos se afirman que hay dos y en entrando que entraron, se les perdió de vista un navío, del cual no supieron más. Y los dos que quedaron pasaron a la Mar del Sur. Este estrecho, según me informé de personas que pasaron en este navío, tiene de boca a boca cien leguas, y algunos se afirman tener ciento y diez y nueve. Navégase por mareas. Es hondable todo él. Tiene muchos puertos y buenos. Toda esta tierra es alta de peñas. Tiene de ancho cinco y seis leguas y aún más en algunas partes. Salidos que fueron a la Mar del Sur les dio el un navío al través en una playa, del cual se escapó la gente y sacaron lo más que llevaba el navío. Visto esto por el otro navío parescióle que la gente que estaba en tierra habían de procurar de entrárseles en el navío y los que estaban en él defendérselo. Por quitar estos inconvenientes se hizo a la vela e vino a tomar un puerto en la provincia de Arauco, al cual pusieron por nombre el Puerto del Carnero, porque allí les dieron los indios un carnero. De este puerto vinieron al de Valparaíso, el cual nombre le puso el general Pedro de Valdivia cuando le fue a buscar, porque viendo cómo había venido caminando tantas leguas por tierra por ésta del Perú, e que todo era arenales y sin árboles y sin hierbas y sin agua, y como vio este puerto que todo lo tenía, le puso este nombre. Aquí tomó agua y leña este navío, y de aquí se hizo a la vela y fue al puerto de Quilca, que es el de Arequipa, donde dio en tierra de promisión. Y de allí se hizo a la vela y fue al de la ciudad de los Reyes, donde le desbarataron. Y el marqués don Francisco Pizarro por grandeza hizo parte de sus casas de la madera de este navío. Y éste fue el navío que los indios dijeron al general.
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De cómo por otras dos veces escapó Nezahualcoyotzin de las manos de sus enemigos Muertos los señores mexicanos sólo restaba al tirano Maxtla quitar la vida al príncipe Nezahualcoyotzin, para poder gozar del imperio sin contradicción de persona alguna y aunque había hecho diligencia la vez pasada, no tuvo efecto y así prosiguió a hacer su negocio por otra vía y fue que dio orden con su sobrino Yancuiltzin, el hermano bastardo del Príncipe Nezahualcoyotzin, para que en un convite y estando seguro en su casa lo matase. Huitzilihuitzin, un caballero de la ciudad de Tetzcuco, dado a la ciencia de los astros y ayo suyo, supo esta traición y según su ciencia hallaba, que corría gran detrimento su persona si en este convite se hallaba y para librarle de él dio orden que se trajesen un mancebo labrador, natural de Coatépec en la provincia de Otompan, que se parecía al príncipe y era de su misma edad, al cual tuvo algunos días, que no fueron muchos, en secreto, industriándole del modo de cortesía y usanza que tenían los príncipes; que para el efecto Nezahualcoyotzin había dilatado el convite que su hermano le ofrecía (y era costumbre en semejantes convites y saraos entrar en ellos desde prima noche a una danza general que se hacía) y así llegando el mancebo aunque muy descuidado del riesgo en que estaba, ataviado con vestimentas reales y sentado en el trono real y en su compañía los criados ayos y privados de Nezahualcoyotzin, llegó Yancuiltzin su hermano para llevarle a las fiestas y saraos que en su casa se hacían, con grande acompañamiento y por las salas, calles y patios por donde había de pasar estaban encendidos unos hachones de tea; el cual después de haberles hecho sus cumplimientos, lo llevó a su casa y luego que entró en ella comenzó la danza y a tres vueltas que habían dado en ella, llegó un capitán por las espaldas y le dio un golpe por la cabeza con una porra que cayó aturdido y luego incontinenti le cortaron la cabeza y la llevaron por la posta al rey Maxtla, teniendo por muy cierto ser Nezahualcoyotzin. El cual habiendo estado a la mira, luego que supo la muerte que se le dio al que representaba su figura se embarcó para la ciudad de México a darle el parabien a su tío Itzcoatzin de la nueva elección y al amanecer llegó a palacio y entró luego a visitarle y estando platicando con él dentro de poco rato llegaron unos mensajeros del rey Maxtla que traían la cabeza del mancebo, dándole parte cómo ya era muerto el príncipe Nezahualcoyotzin. Los mensajeros viéndole vivo allí con su tío, se quedaron espantados y admirados y conociendo lo que en sus ánimos tenían, les dijo que no se cansasen en quererle matar, porque el alto y poderoso dios le había hecho inmortal. Los cuales luego al punto se fueron con esta nueva a su rey y habiendo oído el caso fue tan grande el enojo e indignación que recibió, que mandó luego juntar sus gentes y envió un razonable ejército a la ciudad de Tetzcuco en donde sabía estar ya de vuelta Nezahualcoyotzin, dando órdenes a cuatro capitanes que iban acaudillando el ejército, que con toda brevedad entrasen en la ciudad de Tetzcuco y repartiesen en toda ella los soldados que llevaban, para que tomadas todas las calles, entradas y salidas de la ciudad, ellos con la gente que les pareciese, entrasen en donde quiera que estuviese Nezahualcoyotzin y lo matasen. Los cuales salieron con su ejército marchando hacia Tetzcuco. Nezahualcoyotzin luego al punto tuvo aviso por medio de Totomihua, señor de Coatépec y llamó a consejo a lo que había de hacer y así en sus palacios llamados Cillan, se juntaron Quauhtlehuanitzin, su hermano mayor hijo natural de su padre, Tzontechochatzin y otros caballeros que eran de su banda, y les dijo cómo el día siguiente venían sus enemigos a matarle y que estaba determinado a recibirlos y no huirles el rostro. Respondió Quauhtlehuanitzin y le dijo: "hermano y señor mío, haced el corazón ancho para que podáis resistir los golpes de la fortuna, pues os dejó en estos trances y peligros vuestro padre Ome Tochtli Ixtlilxóchitl y bien vistéis los trabajos y persecuciones que hubo hasta venir a morir en la demanda, quedando su cuerpo por fundamento, cimiento y muralla del imperio de los chichimecas y reino de los aculhuas y al presente ya ha visto vuestra alteza lo que pasa con los mexicanos, pues el tirano Maxtla no paró hasta matar al rey Chimalpopoca su tío. ¿Qué mayor riesgo y calamidad puede haber en e mundo como el que ahora pasa?" Y luego Tzontechochatzin le dijo: "poderoso señor, grandes son los trabajos y esclavitud que padece vuestra alteza, en que le dejaron el rey Ixtlilxóchitl mi señor y su capitán general Chihuacuecuenotzin mi padre, cuando les dio el tirano Tezozómoc aquella cruel muerte así no puedo decir ni traer a la memoria otra cosa a vuestra alteza, ni puedo darle ningún consejo en donde está el señor Quauhtlehuanitzin, su hermano". Acabada esta razón torno a proseguir en su conversación y plática Quanhtlehuanitzin diciéndole: "señor ¿qué es lo que pretende el tirano Maxtla, sino lo que tiene dicho a vuestra alteza y le aflige el alma?". A lo cual Nezahualcoyotzin dijo: "mañana será muy bien que haya juego de pelota con que nos entretendremos entre tanto que llegan los tepanecas nuestros enemigos y Coyohua saldrá a recibirlos y los aposentará en mi casa, donde sus personas serán servidas y regaladas". Y habiendo tratado de otras cosas convenientes a este propósito, estando muchos soldados a la mira por si fuese necesario socorrerle y defenderle de sus enemigos, a la noche envió a un criado suyo llamado Tehuitzil que fuese a ver a su maestro Huitzilihuitzin, por cuya orden se regía, dándole aviso de cómo se había determinado de recibir a sus enemigos y que ya era tiempo de poner en ejecución lo que le tenía aconsejado sobre recobrar el reino de los aculhuas e imperio de los chichimecas, porque tenía por nueva muy cierta, que el día siguiente habían de venir a matarle. El cual oídas las razones que traía el mensajero de parte de su discípulo, comenzó a llorar y le respondió diciendo: "Tehuitzil, ve a decirle al príncipe mi hijo Acolmiztli Nezahualcóyotl que tenga ánimo y valor y comience a hacer lo que debe, que ya le tengo aconsejado cómo y cuándo y las partes de dónde le ha de venir el socorro, como son de las provincias de Huexotzinco y Tlaxcalan, Zacatlan y Tototépec; que ya los conoce que son hombres valerosos y los más son chichimecas y otros otomíes y éstos no lo desampararán antes emplearán sus vidas por él" y con esto despidió al mensajero. Oídas estas razones de su ayo y maestro, luego aquella noche comenzó a hacer sus despachos a los señores que le eran y así envió a un criado suyo llamado Coztotolomi Tocultécatl a la ciudad de Huexotzinco dando aviso a Xaya Camechan señor que a la sazón era, del peligro y riesgo en que quedaban y que ya era tiempo de que le favoreciese para vengar la muerte del rey Ixtlilxóchitl su padre y señor, recobrar el imperio y castigar a los rebeldes y que no sería razón que el tirano antes que sus deseos se lograsen, le quite la vida. Despachado este mensajero, luego el día siguiente se pusieron el y todos los suyos a la orden en el juego de la pelota para aguardar a los enemigos, que era cerca de la puerta del palacio; quienes haciendo todo lo que el rey Maxtla les había mandado, se vinieron los cuatro caudillos a alacio con alguna de la gente que traían consigo y así como fue, vieron que llegaba cerca Coyohua a quien se le dio el cargo de recibirlos y dándoles la bienvenida, le preguntaron dónde estaba Nezahualcoyotzin; el cual les dijo que entrasen a descansar un rato, que luego al punto saldría a verse con ellos. Entrados que fueron en una sala de palacio que estaba frontero a la sala real, salió Nezahualcoyotzin y dándoles ramilletes de flores y pebetes de liquidámbar, les dijo que fuesen bien venidos y que descansasen, que a su casa habían venido. Los cuales dijeron que habían venido a jugar a la pelota con él y les replicó que comiesen primero un bocado, que tiempo había para todo; luego mandó poner las mesas y darles muy espléndidamente. Y en el ínterin que esto se hacía y ellos comían, se fue a la sala referida en donde se sentó en su silla y trono, de manera que los enemigos le tenían a la mira y estando muy contentos comiendo, cuando le pareció que ya era tiempo de poder salir por lo trasminado de su silla y asiento (como atrás queda referido), Coyohua su criado le hizo señal para que saliese, que fue a salir de la puerta de la sala sacudiendo la manta y quitándose ciertas motas de ella, con lo cual Nezahualcoyotzin se salió por el agujero y mina referida hasta otro que estaba hecho por un caño de agua, que entraba dentro de palacio, con que se pudo librar y le aprovechó el consejo de su tío Chimalpopoca. Habiendo acabado de comer los cuatro caudillos, luego se fueron a la sala en donde entendían hallar a Nezahualcoyotzin, los cuales hallándole menos, asieron a Coyohua y queriéndolo matar, les dijo que de muy poco efecto les era matarle, que era un pobre viejo, que mejor les fuera escapar sus personas, porque tenía entendido, que no saldrían de palacio con las vidas, según la gente de guerra que tenía Nezahualcoyotzin junta para defenderse de ellos. Oídas estas razones por los caudillos, aunque fingidas, fue grande el terror y espanto que les causó y salieron a gran prisa huyendo de palacio, invocando y llamando a sus soldados para hacerse fuertes y pelear con los que Nezahualcoyotzin entendían tenía en su defensa; con lo cual Coyohua quedó libre y escapó de sus manos quedándose ellos burlados. Toda aquella noche estuvieron e vela parte de ellos y otros anduvieron en busca de Nezahualcoyotzin.
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De la naturaleza, costumbres y vestidos de los mexicanos Son de mediana estatura, de color rojizo, ojos grandes, ancha frente, narices muy abiertas, nuca plana, pero ésta se debe a la industria de los padres; cabellos negros, grasosos, flexibles y largos y aquellas partes que suelen ser cubiertas con pelo, en gran parte vellosas o completamente lampiñas. Sucede que se vean nacer algunos de ellos de níveo candor alvinos, pero éstos son monstruosos, así como aquellos que frecuentemente nacen entre los españoles. Tiñen sus cuerpos con varios colores, principalmente cuando van a pelear o ejercitarse en la danza, entonces cubren también los brazos, la cabeza y los muslos con plumas, con escamas de peces, con cueros de fieras y pieles de tigres o de otros cuadrúpedos de la misma clase, o volátiles. Se agujeran las orejas y los cartílagos de las narices, la barba y los labios, incrustando en el cuerpo gemas, oro o plata, uñas y picos de águila y otros los dientes mayores de los animales o las espinas de los peces mayores. Los señores y los más ricos llevaban todas estas cosas o de piedras preciosas o de oro, pero imitando sin embargo las varias formas de las cosas antedichas, con las cuales juzgaban que los enemigos serían aterrorizados y ellos serían tenidos por más feroces. Usaban suelas para proteger las plantas de los pies. Se cubren las partes vergonzosas y el ano con el llamado maxtle, y por lo demás van desnudos, pero con un lienzo que imita la capa de nuestra gente, ligado sobre el hombro derecho con un nudo, no de otro modo que suelen hacerlo las mujeres que los nuestros llaman egipcias gitanas y que vagan por las Españas. Era costumbre de los más ricos, sobre todo en los días festivos, cubrirse con numerosos paños de varios colores, mientras que los demás días iban casi desnudos. Como dijimos, a los veinte años se casan, pero los de Pánuco persisten en el celibato hasta los cuarenta. Está permitido repudiar a las mujeres, pero no sin legítima causa. Padecen mucho de celos, y por consiguiente suelen azotarlas con frecuencia. Van desarmados, a no ser que se prepare una guerra, y entonces a aquellos que fueron afectados por alguna injuria se les permite provocar al rival. Los chichimecas no admiten mercaderes extranjeros, los otros en su mayor parte usan del comercio. Son mendacísimos y ladroncísimos y por esta causa las compraventas suelen celebrarse entre ellos pagando al contado los importes, y con las cosas de que se hace mutuación, presentes. Soportan muy mal el hambre y el trabajo, a pesar de que en otras partes vivan tan sólo de tortillas preparadas con maíz y con chile. Son dóciles y de tolerancia insigne por lo cual se destacan en muchas artes como ya se dijo, aun sin la disciplina de los maestros. Son dulces aduladores, y obedientes cuando se les obliga por la fuerza y por el miedo. Obedecen sobre todo a los reyes y a los señores, lo cual parece provenir de pusilanimidad. Son sumamente religiosos, pero matadores y devoradores de hombres. Se dan a la lujuria aun cuando sea masculina, y ni se avergüenzan de tan portentosa libídine ni castigan un crimen tan grande. Tienen fe en los augurios y en los sortilegios y creen que se puede conocer lo futuro y veneran a los adivinadores, a los que creen poder interrogar de lo dudoso, cuando no hay nadie más que el Dios sumo que pueda dar juicio cierto y verdadero de lo futuro. Las mujeres emulan con gusto el color y el gesto de sus maridos. No usan zapatos, contentas con las nahoas y el cueitl tan sólo. Se dejan crecer los cabellos, los que acostumbran ennegrecer con cierto género de lodo en gracia de la pulcritud y para extinguir unos feos animales que nacen en la cabeza, con los cuales a veces suciamente se alimentan y los engordan en la cabeza. Las casadas se enredan los cabellos alrededor de la cabeza y los ligan con un nudo en la frente; pero las vírgenes y solteras los llevan sueltos por atrás y por el frente. Se dice que usan como medicamento, con el cual arrancan los pelos, principalmente los más largos, y les impiden renacer, estiércol de hormigas untado, según he oíd decir, pero se dejan el pelo de los párpados y de las cejas. Creen que es cosa bella tener las frentes pequeñas y cubiertas con los cabellos y casi ninguna nuca, la cual, para que puedan llevar carga, se le aplanan por las parteras en cuanto ven la primera luz, porque entonces la calavera es muy tierna y esa figura se conserva por los recién nacidos acostado en sus cunas.-Se casan cuando sólo tienen diez años y son propensísimas a la lujuria. Paren cuando aún son de muy tierna edad, y tratan de tener los pechos muy grandes y colgantes, con lo que consiguen que los hijos puestos sobre los hombros puedan mamar con facilidad la mayor parte del tiempo. Se limpian y suavizan la cara y así creen que logran conciliarse la hermosura y la gracia. Esto se hace con leche de la semilla del tecontzapotl, el cual los haitianos llaman "mamey", y de esta manera también ahuyentan los moscos, con los cuales no pocas naciones de la Nueva España se ven cruelmente infestadas. Se curan unos a otros con yerbas y no completamente sin maleficios y sin implorar la ayuda de los demonios, por lo cual sucede, y no una vez, que aborten secretamente. Por lo demás son de firme cabeza, quizás porque siempre la llevan descubierta al cielo y la lavan frecuentemente con agua fría, esto a menudo durante los baños calientes, lo que a otros suele ser pernicioso. No se dan al trabajo sino obligadas y compelidas; rara vez toman parte en las danzas, y solamente si se los manda el rey o lo exige la religión. No tienen afición al vino y, como acontece en otras naciones, son más temperantes que los hombres. Con una mano tienen el algodón y con la otra el huso, el cual, apoyado en un vasito muy poco excavado alrededor de la cúspide, hacen rotar con gran industria y celeridad, frotándose tres dedos de la diestra frecuentemente con el polvo cicatl para que suavizados atenúen mejor el algodón en hilos con los cuales suelen coser y tejer mantos y muchas otras clases de vestidos.
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CAPÍTULO XXV De la entrada de los españoles en México No pretendo tratar los hechos de los españoles que ganaron a la Nueva España, ni los sucesos extraños que tuvieron, ni el ánimo y valor invencible de su capitán D. Fernando Cortés, porque de esto hay ya muchas historias y relaciones, y las que él mismo escribió al Emperador Carlos Quinto, aunque con estilo llano y ajeno de arrogancia, dan suficiente noticia de lo que pasó, y fue mucho, y muy digno de perpetua memoria. Sólo para cumplir con mi intento, resta decir lo que los indios refieren de este caso, que no anda en letras españolas hasta el presente. Sabiendo pues, Motezuma, las victorias del Capitán, y que venía marchando en demanda suya, y que se había confederado con los de Tlascala, sus capitales enemigos, y hecho un duro castigo en los de Cholola, sus amigos, pensó engañarle o proballe con enviar con sus insignias y aparato, un principal que se fingiese ser Motezuma; cuya ficción, entendida por el Marqués, de los de Tlascala que venían en su compañía, enviole con una prudente reprensión por haberle querido engañar, de que quedó confuso Motezuma; y con el temor de esto, dando vueltas a su pensamiento, tornó a intentar hacer volver a los cristianos por medio de hechiceros y encantadores, para lo cual juntó muchos más que la primera vez, amenazándoles que les quitaría las vidas si le volvían sin hacer el efecto a que los enviaba. Prometieron hacerlo. Fueron una cuadrilla grandísima de estos oficiales diabólicos, al camino de Chalco, que era por donde venían los españoles. Subiendo por una cuesta arriba, aparecioles Tezcatlipuca, uno de sus principales dioses, que venía de hacia el real de los españoles, en hábito de los chalcas, y traía ceñidos los pechos con ocho vueltas de una soga de esparto; venía como fuera de sí, y como hombre embriagado de coraje y rabia. En llegando al escuadrón de los nigrománticos y hechiceros, parose y díjoles con grandísimo enojo: "¿Para qué volvéis vosotros acá? ¿qué pretende Motezuma por vuestro medio? Tarde ha acordado, que ya está determinado que le quiten su reino, y su honra y cuanto tiene, por las tiranías grandes que ha cometido contra sus vasallos, pues no ha regido como señor, sino como tirano traidor." Oyendo estas palabras, conocieron los hechiceros que era su ídolo, y humilláronse ante él, y allí le compusieron un altar de piedra, y le cubrieron de flores que por allá había. Él, no haciendo caso de esto, les tornó a reñir, diciendo: "¿A qué venistes aquí, traidores? Volveos, volveos luego y mirad a México, porque sepáis lo que ha de ser de ella." Dicen que volvieron a mirar a México, y que la vieron arder y abrasarse toda en vivas llamas. Con esto el demonio desapareció, y ellos, no osando pasar adelante, dieron noticia a Motezuma, el cual por un rato no pudo hablar palabra, mirando pensativo al suelo; pasado aquel tiempo, dijo: "¿Pues qué hemos de hacer si los dioses y nuestros amigos no nos favorecen, antes prosperan a nuestros enemigos? Ya yo estoy determinado, y determinémonos todos, que venga lo que viniere, que no hemos de huir, ni nos hemos de esconder ni mostrar cobardía. Compadézcome de los viejos, niños y niñas, que no tienen pies ni manos para se defender"; y diciendo esto, calló, porque se comenzaba a enternecer. En fin, acercándose el Marqués a México, acordó Motezuma, hacer de la necesidad virtud, y saliole a recibir como tres cuartos de legua de la ciudad, yendo con mucha majestad y llevado en hombros de cuatro señores, y él cubierto de un rico palio de oro y plumería. Al tiempo de encontrarse, bajó el Motezuma, y ambos se saludaron muy cortesmente, y D. Fernando Cortés, le dijo estuviese sin pena, que su venida no era para quitarle ni disminuirle su reino. Aposentó Motezuma a Cortés y a sus compañeros, en su palacio principal, que lo era mucho, y él se fue a otras casas suyas. Aquella noche los soldados jugaron el artillería por regocijo, de que no poco se asombraron los indios, no hechos a semejante música. El día siguiente juntó Cortés en una gran sala a Motezuma y a los señores de su corte, y juntos, les dijo sentado él en su silla, que él era criado de un gran príncipe que le había mandado ir por aquellas tierras a hacer bien, y que había en ellas hallado a los de Tlascala, que eran sus amigos, muy quejosos de los agravios que les hacían siempre los de México; y que quería entender quién tenía la culpa y confederarlos para que no se hiciesen mal unos a otros de allí adelante, y que él y sus hermanos, que eran los españoles,estarían allí sin hacerles daño; antes les ayudarían lo que pudiesen. Este razonamiento procuró le entendiesen todos bien, usando de sus intérpretes, lo cual percibido por el rey los demás señores mexicanos, fue grande el contento que tuvieron, y las muestras de amistad que a Cortés y a los demás dieron. Es opinión de muchos que como aquel día quedó el negocio puesto, pudieran con facilidad hacer del rey y reino lo que quisieran, y darles la ley de Cristo con gran satisfacción y paz. Mas los juicios de Dios son altos, y los pecados de ambas partes muchos, y así se rodeó la cosa muy diferente, aunque al cabo salió Dios con su intento de hacer misericordia a aquella nación, con la luz de su evangelio, habiendo primero hecho juicio y castigo de los que lo merecían, en su divino acatamiento. En efecto, hubo ocasiones, con que de una parte a la otra, nacieron sospechas, y quejas y agravios, y viendo enajenados los ánimos de los indios, a Cortés le pareció asegurarse con echar mano del rey Motezuma, y prenderle y echarle grillos, hecho que espanta al mundo, igual al otro suyo de quemar los navíos y encerrarse entre sus enemigos, a vencer o morir. Lo peor de todo fue que por ocasión de la venida impertinente de un Pánfilo de Narváez, a la Veracruz, para alterar la tierra, hubo Cortés de hacer ausencia de México, y dejar al pobre Motezuma en poder de sus compañeros, que ni tenían la discreción ni moderación que él. Y así vino la cosa a términos de total rompimiento, sin haber medio ninguno de paz.
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En que se prosigue el capítulo pasado sobre lo que toca a la ciudad de Cartago y a su fundación, y del animal llamado chucha Como estos cañaverales que he dicho sean tan cerrados y espesos; tanto, que si un hombre no supiese la tierra se perdería por ellos, porque no atinaría a salir, según son grandes; entre ellos hay muchas y muy altas ceibas, no poco anchas y de muchas ramas, y otros árboles de diversas maneras, que por no saber los nombres no los pongo. En lo interior dellos o de algunos hay grandes cuevas y concavidades, donde crían dentro abejas, y formado el panal, se saca tan singular miel como la de España. Unas abejas hay que son poco mayores que mosquitos; junto a la abertura del panal, después que lo tienen bien cerrado, sale un cañuto que parece cera, como medio dedo, por donde entran las abejas a hacer su labor, cargadas de alicas de aquello que cogen de la flor; la miel destas es muy rala y algo agra, y sacarán de cada colmena poco más que un cuartillo de miel; otro linaje hay destas abejas que son poco mayores, negras, porque las que he dicho son blancas; el abertura que éstas tienen para entrar en el árbol es de cera revuelta con cierta mixtura, que es más dura que piedra; la miel es, sin comparación, mejor que la pasada, y hay colmena que tiene más de tres azumbres; otras abejas hay que son mayores que las de España, pero ninguna dellas pica mas de cuanto, viendo que sacan la colmena, cargan sobre el que corta el árbol, apegándosele a los cabellos y barbas; de las colmenas destas abejas grandes hay alguna que tiene más de media arroba y es mucho mejor que todas las otras; algunas destas saqué yo, aunque más vi sacar a un Pedro de Velasco, vecino de Cartago. Hay en esta provincia, sin las frutas dichas, otra que se llama caimito, tan grande como durazno, negro de dentro; tienen unos cuesquecitos muy pequeños, y una leche que se apega a las barbas y manos, que se tarda harto en tirar; otra fruta hay que se llama ciruelas, muy sabrosas; hay también aguacates, guabas y guayabas, y algunas tan agras como limones de buen olor y sabor. Como los cañaverales son tan espesos, hay muchas alimañas por entre ellos, y grandes leones, y también hay un animal que es como una pequeña raposa, la cola larga y los pies cortos, de color parda; la cabeza tiene como zorra; vi una vez una destas, la cual tenía siete hijos y estaban juntos a ella, y como sintió ruido abrió una bolsa que Natura le puso en la misma barriga y tomó con gran presteza los hijos, huyendo con mucha ligereza, de una manera que yo me espanté de su presteza, siendo tan pequeña y correr con tan gran carga, y que anduviere tanto. Llaman a este animal chucha114. Hay unas culebras pequeñas de mucha ponzoña, y cantidad de venados, y algunos conejos y muchos guadaquinajes, que son poco mayores que liebres, y tienen buena carne y sabrosa para comer. Y otras muchas cosas hay, que dejo de contar porque me paresce que son menudas. La ciudad de Cartago está asentada en una loma llana, entre dos arroyos pequeños, siete leguas del río grande de Santa Marta, y cerca de otro pequeño, del agua del cual beben los españoles; este río tiene siempre puente de las cañas gordas que habemos contado; la ciudad, a una parte y a otra, tiene muy dificultosas salidas y malos caminos, porque en tiempo de invierno son los Iodos grandes; llueve todo lo más del año, y caen algunos rayos y hace grandes relámpagos; está tan bien guardada esta ciudad que bien se puede tener cierto que no la hurten a los que en ella viven; digo esto porque hasta estar dentro en las casas no la ven. El fundador della fue el mismo capitán Jorge Robledo, que pobló las demás que hemos pasado, en nombre de su majestad el emperador don Carlos, nuestro señor, siendo gobernador de todas eslas provincias el adelantado don Francisco Pizarro, año del Señor de 1540 años. Llámase Cartago porque todos los más de los pobladores y conquistadores que con Robledo se hallaron habíamos salido de Cartagena, y por esto se le dio este nombre. Ya que he llegado a esta ciudad de Cartago, pasaré de aquí a dar razón del grande y espacioso valle donde está asentada la ciudad de Cali y la de Popayán, donde se camina por los cañaverales hasta salir a un llano, por donde corre un río grande que llaman de la Vieja; en tiempo de invierno se pasa con harto trabajo; está de la ciudad cuatro leguas; luego se allega al río grande, que está una; mas pasado de la otra parte con balsas o canoas, se juntan los dos caminos, haciéndose todo uno: el que va de Cartago y el que viene de Ancerma; hay de la villa de Ancerma a la ciudad de Cali camino de cincuenta leguas, y desde Cartago poco más de cuarenta y cinco.
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CAPITULO XXV Viaje de los treinta Misioneros que salieron del Colegio para ambas Californias. Aunque eran grandes los deseos del Exmô. Señor Virrey, de que sin pérdida de tiempo se embarcasen los treinta Misioneros, y para el efecto dio sus superiores órdenes; pero por no estar prontos los Barcos no se embarcaron hasta Enero y Febrero del siguiente año 71, no obstante de haber salido de México por Octubre del de 70, pues hubieron de estar detenidos en el Hospicio de Tepic. De allí salieron los diez destinados para Monterrey, y se embarcaron en el Paquebot S. Antonio a 2 de Enero del citado año de 71; y después de cincuenta y dos días de navegación algo penosa, por haber padecido bastantes borrascas, llegaron sin novedad al Puerto de S. Diego el 12 de Marzo, hallando ya allí a los Padres Ministros de aquella Misión (que ya tenían bautizados algunos Neófitos) accidentados todos de escorbuto. El Capitán dejó en San Diego parte de la carga, y se volvió a embarcar el día 10 de Abril, y con él los Padres Misioneros, para pasar a tomar la bendición del R. P. Presidente, que se hallaba en Monterrey, y recibir cada uno su destino e instrucciones. Los veinte Religiosos señalados para la antigua California se embarcaron en el Paquebot San Carlos a principios de Febrero y en su navegación tuvieron mucho que padecer, a causa de que habiendo salido del Puerto de San Blas, comenzaron luego a experimentar la contrariedad de vientos y corrientes, hasta bajarlos mas allá del Puerto de Acapulco. Considerándose tan lejos, y apartados de la Península de su destino, y que la agua era poca, quiso el Capitán arrimarse a tierra para hacer aguada, y probando fortuna, se arrimó a un mal Puerto nombrado la Manzanilla, donde se vieron en evidente peligro de perderse, por haber varado el Paquebot, con cuya Lancha tuvieron que echar tierra a todos los Padres en un despoblado de las Costas de Colima. Habiendo dado el Barco muchos golpes, se maltrató el timón, y saltaron las tablas del forro de la quilla: por esto recelaban hubiese quedado el Paquebot imposibilitado de hacer viaje; y así lo noticiaron al Exmô. Señor Virrey. Viendo S. Excâ. esta desgracia y atraso, dispuso que los Misioneros caminasen por tierra hasta la Provincia de Sinaloa a ponerse en frente de Loreto, para hacer desde allí la travesía de sesenta leguas de golfo, con uno de los Barcos de la California. Hiciéronlo así, 5, en el dilatado viaje de trescientas leguas, murió un Religioso, llegando los demás al Real de los Alamos, donde descansaron, hasta que hubo oportunidad de Barco que los transportase. Cuando la orden de S. Excâ. llegó, ya el Capitán había mandado registrar el Paquebot, y reconocido que teniendo pronto remedio su daño, podría hacer viaje dentro de poco tiempo; pero no obstante, los Padres eligieron caminar por tierra, excepto dos que a ruegos del Capitán se quedaron para venir en el barco; y habiendo salido de Manzanilla, y navegado para la California, tuvieron vientos tan contrarios, que les dilató la navegación hasta fin del mes de Agosto, pues el día 30 de él dieron fondo en la Rada de Loreto; y teniendo entonces noticia de los demás Misioneros, el Señor Gobernador, despachó el Paquebot la Concepción para que los condujese, y desembarcaron en la misma Rada a 24 de Noviembre de 71. A este tiempo me hallaba yo ausente; pero luego que tuve noticia del arribo de los Padres a Loreto, escribí al Señor Gobernador pidiéndole los Soldados necesarios, a lo menos para dos Misiones, para pasar a fundarlas inmediatamente, como me lo encargaba S. Excâ. y me respondió, que tenía encargo del mismo Señor Exmô. para darme aquella Tropa; pero que se hallaba sin ninguna, por no haber todavía regresádose de Monterrey la que pertenecía a Loreto: Que teniendo pedidas al Gobernador de Sonora unas Reclutas, luego que llegasen me aprontaría el socorro pedido, pues al presente estaba imposibilitado; y que de todo daba cuenta a S. Excâ. En vista de la imposibilidad de fundar por entonces ninguna Misión, repartí por las antiguas los diez nueve Misioneros, y dí cuenta al Colegio y Superior Gobierno. Llegaron a México las Cartas del Señor Gobernador y las mías, a tiempo que habiendo cumplido el suyo el Exmo. Señor Virrey Marqués de Croix, había entrado a gobernar el Exmô. Señor Bailio Fr. D. Antonio María Bucareli y Ursua; y el Illmô. Señor Visitador General D. José de Gálvez se había retirado para la Corte al Real y Supremo Consejo de Indias, del que entonces era Consejero, y hoy del de Estado, Gobernador de aquel, y Secretario de Estado y del Despacho Universal de Indias. Con estas mutaciones, y entretanto que el nuevo Exmo. Señor Virrey se enteró de los asuntos de tan vasto Gobierno, hubo la detención que impidió dar principio al Establecimiento de las cinco Misiones, que debían fundarse en el terreno que media entre Vellicatá y S. Diego, como queda dicho: Y resultó asimismo la pretensión de los Reverendos Padres de la Provincia de Santo Domingo de México, para tener parte en estas espirituales Conquistas, para cuyo logro consiguieron Real Cédula, en que mandaba S. M. se le entregase una o dos Misiones con frontera de Gentiles. En vista de ella les respondió el Exmô. Señor Virrey, que se viesen con el P. Guardián del Colegio de San Fernando, que lo era entonces el R. P. Lector Fr. Rafael Verger, hoy Obispo del nuevo Reino de León. Hízolo así el Prelado de los Reverendos Padres Dominicos, y enterado el nuestro de la pretensión por nueva Cédula que habían conseguido de S. M., y sabiendo que la antigua California no era divisible, por ser una lengua de tierra entre los dos mares, y que sólo podría tener efecto, mezclándose ambas Religiones, de que se seguirían, o podrían seguirse graves inconvenientes; le respondió al R. P. Prelado Dominico, que no podía ser el que ambas Religiones estuviesen en aquel sitio; que si su Paternidad quería todas las Misiones que antes administraban los Reverendos Padres Jesuitas, se las cedería, como también la que se acababa de fundar nombrada San Fernando, y se le quedaba esta Frontera con el tramo de cien leguas, pobladas de Gentiles por la Costa, hasta llegar al Puerto de San Diego inclusive; en cuyo tramo estaban mandadas fundar cinco Misiones; y que su Paternidad se podría hacer cargo de su establecimiento. En todo convino aquel Prelado, y firmado así de él, como del nuestro este Contrato, se presentó al Exmô. Señor Virrey, quien se dignó confirmarlo en Junta de Guerra y Real Hacienda celebrada en 30 de Abril de 1772, con cuya misma fecha expidió el Decreto para su cumplimiento, que se verificó en el mes de Mayo del siguiente año de 1773, en que llegaron a la California los Reverendos Padres Dominicos, y les hice la entrega de las citadas Misiones. Quedó ya con esto nuestro Colegio libre de aquella carga, y con mayor desahogo para atender a estas Conquistas de Monterrey que estábamos en la antigua, y los demás se retiraron al Colegio de S. Fernando.
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Capítulo XXV Cómo Tupa Ynga Yupanqui descubrió muchas minas, y fue conquistado hasta Chile y dio leyes a sus reinos Concluido con el castigo de la provincia del Collao, habiendo recibido los embajadores de las provincias de do le vinieron a dar la obediencia, dio orden Tupa Ynga Yupanqui de descubrir minas, y así en aquel tiempo parecieron y fueron descubiertas las de Porco, siete leguas de Potosí, y Tarapacá, de plata, y las de Chuquiapo y de Carabaya, de oro más precioso y de mejores quilates que el celebrado de los antiguos de Tibar. Y otras muchas minas en diferentes provincias, de las cuales trajeron innumerables riquezas de oro y plata, de la cual mandó hacer ricas vajillas y vasos preciosos, y de mucha estima, para los sacrificios de sus ídolos y para majestad de su casa. Luego dio orden de ir por las tierras y provincias de arriba, conquistando y señoreándose dellas para extender su nombre. Así, con grandísimo ejército, fue conquistando toda la tierra hasta Coquimbo, y de allí entró en Chile, sujetándolo todo hasta llegar a Arauco, do le mataron infinitos indios y de sus orejones murió gran cantidad, sin que jamás pudiese vencer a los araucanos. Así dejó sus mojones y términos cerca de Arauco y puso allí, y en toda la tierra de Chile, gente de guarnición para guardar las fronteras y para tener en sujeción lo que había conquistado, que bien conoció el valor y ánimo de aquella gente, y le pareció era muy necesario dejar buen recaudo, y guarda en aquellas provincias. Con infinita cantidad de oro y plata e innumerables riquezas, cautivos y prisioneros, dio la vuelta hacia el Cuzco, y llegando cerca de Cuzco envió a llamar a su hermano Otoronco Achache, que estaba aguardándole con los despojos de la conquista de los Andes y con el ejército que allá había dejado en Paucartambo, doce leguas del Cuzco. Juntándose los ejércitos entró en el Cuzco, con un soberbio triunfo, cual nadie había entrado, haciendo espantosa y admirable muestra y ostentación del número de cautivos señores y principales, así hombres como mujeres, y de infinitos millares de la gente pobre y común. Y entrando en el Cuzco, de donde salieron a recibir a Maro Tupa Ynga su hermano y todos sus parientes y deudos, fue al templo del sol y allí sacrificó, de los más principales señores que traía cautivos de todas las provincias conquistadas, al sol mucho número dellos. Luego empezó a hacer repartición de los demás cautivos a todos los señores que con él habían ido, a sus hermanos, a los capitanes y a los soldados, que en la guerra más se habían señalado y le habían servido con más ánimo y valor, dando a cada uno cantidad de oro y plata, vestiduras de cumbi y habasca, despojos así de hombres como de mujeres, criados, dando a cada uno conforme la calidad de su persona y linaje y como se habían mostrado en la guerra, con lo cual ganó las voluntades de todos, que viéndose premiados y honrados le siguieran por todo el mundo, y así no cesaban de engrandecerle y alabarle, levantando su nombre hasta el cielo. Acabado con lo que pertenecía al triunfo y premio de sus soldados, comenzó a dar leyes por todos sus reinos y señoríos, así fue para el Gobierno político como para las Huacas y sacrificios, y mandó con grandísimo cuidado ir prosiguiéndose en la obra de la fortaleza que Ynga Yupanqui, su padre, había dejado comenzada, viendo ser edificio tan insigne y famoso, por donde su nombre se había de eternizar más. En el Cuzco ordenó las calles y canchas dél, enderezando las calles y edificando nuevos edificios, y dio orden en los caminos reales que hay desde el Cuzco hasta Chile y hasta los Charcas, por arriba, y hacia abajo los de la sierra y llanos hasta Quito. Todo con tanto concierto que parecía que él estaba presente y se hallaba en todo. Mientras estas cosas se hacían fue a dar una vista a los chachapoyas y a visitar algunas provincias. En esta ocasión dicen algunos indios antiguos que se embarcó en la mar en unas balsas en la isla de Puna y fue a Manta, y desde allí anduvo un año por la mar y llegó a las islas llamadas Hahua Chumpi y Nina Chumpi y las conquistó, y de allí trajo, para ostentación de su triunfo, una gente como negros, y grandísima cantidad de oro y una silla de latón. Trajo cueros de caballo y cabezas y huesos, todo para mostrarlo acá, que fue costumbre antigua entre estos ingas traer de todas las cosas vistosas y que podían causar admiración y espanto al Cuzco, para que las viesen y engrandeciesen sus hazañas y para memoria de las cosas que había en las demás provincias apartadas. Todos estos trofeos se entiende quemaron después Quesques y Chalco Chuma, capitanes de Atahualpa, cuando tomaron al Cuzco, haciendo preso a Huascar Inga. Allí quemaron el cuerpo de este Tupa Ynga Yupanqui, porque no se halló memoria de todas estas cosas cuando vinieron los españoles. Otros dicen que esta conquista de estas tierras y islas la hizo Tupa Ynga Yupanqui en vida de su padre Ynga Yupanqui, cuando fue a Quito y lo conquistó con sus hermanos. Entrambas opiniones se pueden tener, pues no va mucho en que haya sido en un tiempo o en otro. Destas islas que conquistó Tupa Ynga Yupanqui en la mar el día de hoy no hay noticia ninguna cierta, mas de la confusa de los que dicen que hay islas con gente algo amulatada, y otros indios antiguos, que refieren que en tiempos pasados de los ingas venían a la costa de este reino por diversas partes, en unas canoas o balsas muy grandes, indios de ciertas islas, a rescatar oro y perlas y caracoles grandes, muy ricos y vestidos de algodón. Esto ha cesado del todo, pues desde que los españoles entraron en este reino no hay memoria que semejantes gentes ni indios vengan de islas ni de otras partes de fuera de este reino a rescate de oro, plata ni de otras cosas, por lo cual se entiende que, sabiendo la entrada y conquista de los españoles en este reino, y cómo se habían apoderado dél y su condición y aun codicia insaciable, se han retirado y no quieren venir, como solían, por no sujetarse a nadie ni perder su señorío y riquezas, que quieren poseer en sus tierras naturales, aunque mediante esta retirada vienen a perder el principal bien y riqueza, sin comparación de sus almas, que ganarán recibiendo el santo bautismo, mediante la predicación de los españoles. Dios se apiade dellos y los mire con ojos de misericordia para que, dejadas sus ceguedades e idolatrías, vengan en conocimiento del verdadero bien, que es Cristo.