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CAPÍTULO XXIX Cuenta el fin de la batalla de Mauvila y cuán mal parados quedaron los españoles No fue menos sangrienta la batalla que hubo en el campo, para lo cual se había limpiado y rozado hasta arrancar las hierbas y raíces, porque los indios, habiéndose encerrado en el pueblo para defenderse en él y reconociendo que por ser muchos se estorbaban unos a otros en la pelea y que, por ser el lugar estrecho, no podían aprovecharse de su ligereza, acordaron muchos de ellos salir al campo descolgándose por las cercas abajo, donde pelearon con todo buen ánimo y esfuerzo y deseo de vencer. Mas en poco tiempo reconocieron que el consejo les salía a mal, porque, si ellos les hacían ventaja con su ligereza a los españoles de a pie, los de a caballo les eran superiores y los alanceaban en el campo a toda su voluntad sin que pudiesen defenderse, porque estos indios no usan de picas (aunque las tienen), que son la defensa contra los caballos, porque no tienen sufrimiento para esperar que el enemigo llegue a golpe de pica, sino que quieren tenerlo asaetado y lleno de flechas antes que llegue a ellos con buen trecho, y ésta es la causa principal porque usan más del arco y flechas que de otra arma alguna, y así murieron muy muchos en el campo mal aconsejados de su ferocidad y vana presunción. Los españoles de la retaguardia, caballeros e infantes, llegaron y todos arremetieron a los indios que en el campo andaban peleando y, después de haber batallado gran espacio de tiempo, con muchas muertes y heridas que recibieron, que, aunque llegaron tarde, les cupo muy buena parte de ellas, como vimos en Diego de Soto y presto veremos en los demás, los desbarataron y mataron los más de ellos. Algunos se escaparon con la huida. En este tiempo, que era ya cerca de ponerse el sol, todavía sonaba la grita y vocería de los que peleaban en el pueblo. Al socorro de los suyos entraron muchos de a caballo; otros quedaron fuera para lo que fuese menester. Hasta entonces, por la estrechura del sitio, ninguno de a caballo había peleado dentro en el pueblo, sino el general y Nuño Tovar. Entrando, pues, ahora muchos caballeros se dividieron por las calles, que en todas ellas había que hacer, y, rompiendo los indios que en ellas peleaban, los mataron. Diez o doce caballeros entraron por la calle principal, donde la batalla era más feroz y sangrienta y donde todavía estaba un escuadrón de indios e indias que peleaban con toda desesperación, que ya no pretendían más que morir peleando. Contra éstos arremetieron los de a caballo y, tomándolos por las espaldas, los rompieron con más facilidad y pasaron por ellos con tanta furia que a vueltas de los indios derribaron muchos españoles que pie a pie peleaban con los enemigos, los cuales murieron todos, que ninguno quiso rendirse ni dar las armas sino morir con ellas peleando como buenos soldados. Este fue el postrer encuentro de la batalla con que acabaron de vencer los españoles al tiempo que el sol se ponía, habiéndose peleado de ambas partes nueve horas de tiempo sin cesar, y fue día del bienaventurado San Lucas Evangelista, año de mil y quinientos y cuarenta, y este mismo día, aunque muchos años después, se escribió la relación de ella. Al mismo punto que la batalla se acabó, un indio de los que en el pueblo habían peleado, embebecido de su pelea y coraje, no había mirado lo que se había hecho de los suyos, hasta que volviendo en sí, los vio todos muertos. Pues como se hallase solo, ya que no podía vencer, quiso salvar la vida huyendo. Con este deseo arremetió a la cerca y con mucha ligereza subió por encima para irse por el campo. Empero, viendo los castellanos de a pie y de a caballo que en él había, y la mortandad hecha, y que no podía escapar, quiso antes matarse que no darse a prisión, y quitando con toda presteza la cuerda del arco, la echó a una rama de un árbol, que entre los palos hincados de la cerca vivía en su ser, que, por venirles a cuenta, yendo cercando el pueblo, lo habían dejado así los indios. Y no solamente había este árbol vivo en la cerca sino otros muchos semejantes, que de industria los habían dejado, los cuales hermoseaban grandemente la cerca. Atado, pues, el cabo de la cuerda a una rama del árbol y el otro a su cuello, se dejó caer de la cerca abajo con tanta presteza que, aunque algunos españoles desearon socorrerlo porque no muriese, no pudieron llegar a tiempo. Así quedó el indio ahorcado de su propia mano, dejando admiración de su hecho y certidumbre de su deseo, que quien ahorcó a sí propio mejor ahorcara a los castellanos, si pudiera. Donde se puede bien conjeturar la temeridad y desesperación con que todos ellos pelearon, pues uno que quedó vivo se mató él mismo. Acabada la batalla, el gobernador Hernando de Soto, aunque salió mal herido, tuvo cuidado de mandar que los españoles muertos se recogiesen para los enterrar otro día y los heridos se curasen, y para los curar había tanta falta de lo necesario que murieron muchos de ellos antes de ser curados, porque se halló por cuenta que hubo mil y setecientas y setenta y tantas heridas de cura, y llamaban heridas de cura a las que eran peligrosas y que era forzoso que las curase el cirujano, como eran las penetrantes a lo hueco, o casco quebrado en la cabeza, o flechazo en el codo, rodilla o tobillo, de que se temiese que el herido había de quedar cojo o manco. De estas heridas se halló el número que hemos dicho, que de las que pasaban la pantorrilla de una parte a otra, o el muslo, o las asentaduras, o el brazo por la tabla o por el molledo, aunque fuese con lanza, ni de las cuchilladas o estocadas que no eran peligrosas de muerte, no hacían caso de ellas para que las curase el cirujano, sino que los mismos heridos se curaban unos a otros, aunque fuesen capitanes ni oficiales de la Hacienda Real. De las cuales heridas hubo casi infinito número, porque apenas quedó hombre que no saliese herido y los más sacaron a cinco y a seis heridas, y muchos salieron con diez y con doce. Habiendo contado (aunque mal) el suceso de la sangrienta batalla de Mauvila y el vencimiento que los nuestros hubieron de ella, de la cual escaparon con tantas heridas como hemos dicho, tengo necesidad de remitirme en lo que de este capítulo resta a la consideración de los que lo leyesen para que, con imaginarlo, suplan lo que yo en este lugar no puedo decir cumplidamente acerca de la aflicción y extrema necesidad que estos españoles tuvieron de todas las cosas necesarias para poderse curar y remediar las vidas, que, aun para gente sana y descansada, era mucha falta, como luego veremos, cuánto más para hombres que sin parar habían peleado nueve horas de reloj y habían salido con tantas y crueles heridas. Y quiero valerme de este remedio porque, demás de mi poco caudal, es imposible que cosas tan grandes se puedan escribir bastantemente ni pintarlas como ellas pasaron. Por tanto, es de considerar, cuanto a lo primero, que, si para curar tanta multitud de heridas acudían a los cirujanos, no había en todo el ejército más de uno, y ése no tan hábil y diligente como fuera menester, antes torpe y casi inútil. Pues, si pedían medicinas, no las había, porque esas pocas que llevaban con el aceite de comer, que días había lo habían reservado para semejantes necesidades, y las vendas e hilas que siempre traían apercibidas, y toda la demás ropa de lino, de sábanas y camisas de que pudieran aprovecharse para hacer vendas e hilas, con la demás ropa de vestir que llevaban, toda como atrás dijimos, la habían metido los indios en el pueblo, y el fuego que los mismos españoles encendieron la había consumido. Pues si querían comer algo, no había qué, porque el fuego había quemado el bastimento que los castellanos habían traído y el que los indios tenían en sus casas, de las cuales no había quedado tan sola una en pie, que todas se habían abrasado. En esta necesidad se vieron nuestros españoles sin médicos ni medicinas, sin vendas ni hilas, sin comida ni ropa con que abrigarse, sin casas ni aun chozas en que meterse para huir del frío y sereno de la noche, que de todo socorro los dejó despojados la desventura de aquel día. Y, aunque quisieran ir a buscar alguna cosa para su remedio, les estorbaba la oscuridad de la noche, y el no saber dónde hallarla, y el verse todos tan heridos y desangrados que los más de ellos no podían tenerse en pie. Sólo tenían abundancia de suspiros y gemidos que el dolor de las heridas y el mal remedio de ellas les sacaban de las entrañas. En lo interior de sus corazones, y a voces altas, llamaban a Dios los amparase y socorriese en aquella aflicción y, Nuestro Señor, como padre piadoso, les socorrió con darles en aquel trabajo un ánimo invencible, cual siempre lo tuvo la nación española sobre todas las naciones del mundo para valerse en sus mayores necesidades, como éstos se valieron en la presente, según veremos en el capítulo venidero.
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Capítulo XXIX ... y con cada indio anda un muchacho con una talega de frísoles echando en los hoyos tres o cuatro granos. Y cubriendo esto se cría sin arar ni cavar, sino en los herbazales y montes y tierra delgada y guijarrales. Y cada quince o veinte días lo riegan, y al coger dan de una fanega más de veinte y cinco. Y no me alargo más, aunque bien podía. El maíz cuando lo siembran en octubre, que es como abril en España, siémbrase en tierra enjuta algunos, y otro en regada de cinco o seis días, cavando la tierra con aquellas estacas y otros echando el maíz en los hoyos, que serán tres o cuatro granos. Cuando nacen guárdanlo que las aves no lo coman, y después que está nacido de dos o tres hojas, está el campo y hierba seca, que hay mucha y muy alta. Échanle fuego y hácese ceniza, y aunque mala, más parte de las hojas del maíz. Luego lo riegan, sale furioso y acude sesenta y ochenta fanegas. Da una fanega de cincuenta hasta ciento. Dase mejor en monte. He querido dar cuenta de las sementeras y cómo se hace en esta provincia sin trabajo, que es Dios servido darlo ansí, porque lo vi y de él me sustenté como los demás. Digo que hoy así hace y hará, que la constelación de la tierra lo administra.
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Que trata de cómo hasta aquí dio fin la historia general del imperio de los señores chichimecas y en el estado que la dejaron los autores que la pintaron y lo más que el tirano Maxtla hizo en esta ocasión Maxtla cuando supo que Nezahualcoyotzin se había escapado y que trataba de libertar y recobrar el imperio, luego envió a ofrecer muy grandes dones y mercedes no tan solamente a los de la ciudad de Tetzcuco y los de aquel reino que eran de la casa y linaje de Nezahualcoyotzin, sino que también hizo lo mismo con todos los demás señores de las provincias de todo el imperio, encargándoles que lo prendiesen y matasen (como está referido). Entre los de los deudos de Nezahualcoyotzin, los que más se aventajaron en darle gusto al tirano y ser contrarios a Nezahualcoyotzin, fueron Nonoalcatzin su cuñado casado con la infanta Tozcuentzin su hermana y su hermano Yancuiltzin y Tochpili, los cuales hicieron todo su posible por matarle, aunque (como queda referido) se quedaron burlados y así los que no murieron en la demanda, se salieron huyendo de la ciudad por no venir a sus manos y pagar su delito. Maxtla viendo que Nezahualcoyotzin había recobrado el reino de los aculhuas, que era la cabeza y el fundamento del imperio de los chichimecas, en tan breve tiempo, que le pareció un rayo que cayó del cielo, pues dentro de catorce días se escapó de sus manos, peregrinó por las montañas, juntó un poderoso ejército sin que fuese sentido y recobró el reino de Tetzcuco, espantado de esto comenzó asimismo a apercibirse y muy de propósito a atajarle los pasos. En esta sazón tenía muy oprimidos a los mexicanos, que por vengarse de ellos les había impuesto tributos excesivos e imposibles de cumplirlos y así estando en este estado dio fin la Historia general del imperio de los chichimecas, cuyos autores se decían el uno Cemilhuitzin y el otro Quauhquéchol, que fue a los once años después de la muerte del emperador Ixtlilxóchitl y de su gran capitán general Coacuecuenotzin y al tiempo y cuando andaba apercibiendo el ejército para ir sobre el enemigo, que fue a los principios del año 1428 de la encarnación de Cristo nuestro señor llamado por ellos zetéchpatl: y los demás que se sigue, se saca de otras historias y de los anales de esta Nueva España. Recobró este príncipe su reino de Tetzcuco el día que llaman ce olin, que es a los cinco días de su octavo mes llamado micailhuitzintli, a once días del mes de agosto del año del señor de 1427.
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En que se concluye lo tocante a la ciudad de Cali y de otros indios que están en la montaña, junto al puente que llaman la Buenaventura Sin estas provincias que he dicho, tiene la ciudad de Cali subjetos a sí otros muchos indios que están poblados en unas bravas montañas de las más ásperas sierras que hay en el mundo. Y en esta serranía, en las lomas que hacen y en algunos valles están poblados, y con ser tan dificultosa como digo y tan llena de espesura, es muy fértil y de muchas comidas y fructas de todas maneras, y en más cantidad que en los llanos. Hay en todos aquellos montes muchos animales y muy bravos, especialmente muy grandes tigres, que han muerto y cada día matan muchos indios y españoles que van a la mar o vienen della para ir a la ciudad. Las casas que tienen son algo pequeñas; las cobija, de unas hojas de palma, que hay muchas por los montes, y cercadas de gruesos y muy grandes palos a manera de pared, por que sea fortaleza para que de noche no hagan daño los tigres. Las armas que tienen, y traje y costumbres, son ni más ni menos que los del valle de Lile, y en la habla casi dan a entender que todos son unos. Son membrudos, de grandes fuerzas. Han estado siempre de paz desde el tiempo que dieron la obediencia a su majestad, y en gran confederación con los españoles, y aunque siempre van y vienen cristianos por sus pueblos, no les hacen mal ni han muerto ninguno hasta agora; antes luego que los ven les dan de comer. Está de los pueblos destos indios el puerto de la Buenaventura tres jornadas, todo de montañas llenas de abrojos y de palmas y de muchas ciénagas, y de la ciudad de Cali treinta leguas; el cual no se puede sustentar sin el favor de los vecinos de Cali. No hago capítulo por sí deste puerto porque no hay más que decir dél de que fue fundado por Juan Ladrillo (que es el que descubrió el río), con poder del adelantado don Pascual de Andagoya, y después se quiso despoblar por ausencia deste Andagoya, por cuanto, por las alteraciones y diferencias que hubo entre él y el adelantado Belalcázar sobre las gobernaciones y términos (como adelante se tratará), Belalcázar lo prendió y lo envió preso a España. Y entonces el cabildo de Cali, juntamente con el gobernador, proveyó que residiesen siempre en el puerto seis o siete vecinos, para que, venidos los navíos que allí allegan de la Tierra Firme y Nueva España y Nicaragua, puedan descargar seguramente de los indios las mercaderías y hallar casas donde meterlas; lo cual se ha hecho y hace así. Y los que allí residen son pagados a costa de los mercaderes, y entre ellos está un capitán, el cual no tiene poder para sentenciar, sino para oír y remitirlos a la justicia de la ciudad de Cali. Y para saber la manera en que este pueblo o puerto de la Buenaventura está poblado, parésceme que basta lo dicho. Para llevar a la ciudad de Cali las mercaderías que en este puerto se descargan, de que se provee toda la gobernación, hay un solo remedio con los indios destas montañas, los cuales tienen por su ordinario trabajo llevarlas a cuestas, que de otra manera era imposible poderse llevar. Porque si quisiesen hacer camino para recuas sería tan dificultoso que creo no se podría andar con bestias cargadas, por la grande aspe reza de las sierras; y aunque hay por el río Dagua otro camino por donde entran los ganados y caballos, van con mucho peligro y muérense muchos, y allegan tales que en muchos días no son de provecho. Llegado algún navío, los señores destos indios envían luego al puerto la cantidad que cada uno puede, conforme a la posibilidad del pueblo y por caminos y cuestas que suben los hombres abajados, y por bejucos y por tales partes que temen ser despeñados, suben ellos con cargas y fardos de a tres arrobas y a más, y algunos en unas silletas de cortezas de árboles llevan a cuestas un hombre o una mujer, aunque sea de gran cuerpo. Y desta manera caminan con las cargas, sin mostrar cansancio ni demasiado trabajo, y si hubiesen alguna paga irían con descanso a sus casas; mas todo lo que ganan y les dan a los tristes lo llevan los encomenderos; aunque, a la verdad, dan poco tributo los que andan a este trato. Pero aunque ellos más digna que van y vienen de buena gana, buen trabajo pasan. Cuando allegan cerca de la ciudad de Cali, que han entrado en los llanos, se despean y van con gran pena. Yo he oído loar mucho los indios de la Nueva España de que llevan grandes cargas, mas éstos me han espantado. Y si yo no hubiera visto y pasado por ellos y por las montañas donde tienen sus pueblos, ni lo creyera ni lo afirmara. Más adelante destos indios hay otras tierras y naciones de gentes, y corre por ellas el río de San Juan, muy riquísimo a maravilla y de muchos indios, salvo que tienen las casas armadas sobre árboles. Y hay otros muchos ríos poblados de iridios, todos ricos de oro; pero no se pueden conquistar, por ser la tierra llena de montaña y de los ríos que digo, y por no poderse andar sino con barcos por ellos mismos. Las casas o caneyes son muy grandes, porque en cada una viven a veinte y a treinta moradores. Entre estos ríos estuvo poblado un pueblo de cristianos; tampoco diré nada dél, porque permanesció poco, y los indios naturales mataron a un Payo Romero que estuvo en él por lugarteniente del adelantado Andagoya, porque de todos aquellos ríos tuvo hecha merced de su majestad, y se llamaba gobernador del río de San Juan. Y al Payo Romero con otros cristianos sacaron los indios, con engaño, en canoas a un río, diciéndoles que les querían dar mucho oro, y allí acudieron tantos indios que mataron a todos los españoles, y al Payo Romero llevaron consigo vivo (a lo que después se dijo); dándole grandes tormentos y despedazándole sus miembros, murió; y tomaron dos o tres mujeres vivas, y les hicieron mucho mal; y algunos cristianos, con gran ventura y por su ánimo, escaparon de la crueldad de los indios. No se tornó más a fundar allí pueblo, ni aun lo habrá, según es mala aquella tierra. Prosiguiendo adelante, porque yo no tengo de ser largo ni escrebir más de lo que hace al propósito de mi intento, diré lo que hay desde esta ciudad de Cali a la de Popayán.
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CAPITULO XXIX Arribo de los seis Misioneros a San Diego, y establecimiento de la Misión de S. Gabriel. Ya queda dicho en el Capítulo XXVI, como el día 7 de Julio del año 71 salió el Paquebot San Antonio del Puerto de Monterrey, y en él los seis Ministros para las tres Misiones del Sur con el Comandante D. Pedro Fages; y que después de ocho días de navegación, a 14 del mismo mes, dieron fondo en el Puerto de San Diego, donde hallaron a los Padres sin novedad, y los destinados para Ministros de aquella Misión se hicieron cargo de ella; y usando de la licencia, los dos que por enfermos la habían solicitado para retirarse, se embarcó uno en el mismo Paquebot, que salió el 21 del propio mes para San Blas, y otro con la primera partida que salió para la antigua California, bajó a una de aquellas Misiones. Luego que el Barco salió se empezó a tratar de los nuevos Establecimientos; pero por la deserción de diez Soldados, a tiempo que estaban ya para salir, hubieron de detenerse hasta que se consiguió su incorporación en la Tropa, por haber ido uno de los Misioneros a convencerlos, ofreciéndoles el perdón; y estando dispuesta la salida para el día 6 de Agosto, volvieron otros a desertar; pero no obstante esto dispuso el Capitán que saliesen los de la Misión de S. Gabriel; que después saldría él con los Padres de S. Buenaventura. El citado día 6 de Agosto salieron de San Diego los Padres Fr. Pedro Cambón, y Fr. Angel Somera resguardados con diez Soldados, y, los Arrieros con la Recua de los avíos. Caminaron hacia el rumbo del Norte por el camino que transitó la Expedición; y habiendo andado como cuarenta leguas, llegaron al Río de los Temblores (llamado así desde la Expedición primera): y estando en el registro para elegir terreno, se les presentó una numerosa multitud de Gentiles, que armados y presididos de dos Capitanes, con espantosos alaridos pretendían impedir la fundación. Recelando los Padres se rompiese la guerra, y se verificasen algunas desgracias, sacó uno de ellos un lienzo con la imagen de nuestra Señora de los Dolores, y lo puso a la vista de los Bárbaros; pero no bien lo hubo hecho, cuando rendidos todos con la vista de tan hermoso Simulacro, arrojaron a tierra sus arcos y flechas, corriendo presurosos los dos Capitanes a poner a los pies de la Soberana Reina los abalorios que al cuello traían, como prendas de su mayor aprecio; manifestando con esta acción la paz que querían con los nuestros. Convocaron a todas las Rancherías comarcanas, que en crecidos concursos de hombres, mujeres y niños venían a ver a la Santísima Virgen, cargados de varias semillas, que dejaban a los pies de la Santísima Señora, entendiendo que comía como los demás. Iguales demostraciones hicieron las mujeres Gentiles del Puerto de San Diego después de pacificados aquellos habitadores; pues habiéndoles manifestado otra imagen de nuestra Señora la Virgen María con el Niño Jesús en los brazos, luego que lo supieron en las Rancherías inmediatas, ocurrieron a verla; y como no pudiesen entrar, por impedírselos la estacada, llamaban a los Padres, y metían por entre los palos sus cargados pechos, expresando vivamente por señas, que venían a dar de mamar a aquel tierno y hermoso Niño, que tenían los Padres. Con haber visto la imagen de nuestra Señora los Gentiles de la Misión de San Gabriel, se mudaron de tal suerte, que frecuentando las visitas a los Religiosos, no sabían cómo manifestarles el contento de que hubiesen ido a avecindarse en sus tierras, y ellos procuraban corresponderles con caricias y regalos. Pasaron a registrar aquel grande llano, y dieron principio a la Misión en el lugar que juzgaron a propósito, con las mismas ceremonias que quedan referidas en las demás Reducciones. Celebróse la primera Misa bajo de una enramada, el día de la Natividad de nuestra Señora 8 de Septiembre, y el día siguiente dieron principio a fabricar una Capilla que sirviese de interina Iglesia, y asimismo una Casa para los Padres, y otra para la Tropa, todo de palizada, y con cerco de estacas para la defensa en cualquier evento. La mayor parte de la madera para las Fábricas la cortaron y arrancaron los mismos Gentiles, ayudando a construir las casitas, por cuya causa quedaron los Padres con la expectación del feliz éxito, y que desde luego no repugnarían abrazar el suave yugo de nuestra Evangélica Ley. Cuando más contentos estaban aquellos Naturales, desgració esta buena disposición uno de los Soldados, agraviando a uno de los primeros Capitanes de las Rancherías, y lo que peor es, a Dios nuestro Señor. Queriendo el Capitán Gentil tomar venganza del agravio que se había hecho a él y a su mujer, juntó a todos los vecinos de las Rancherías inmediatas, y convidando a los hombres capaces de tomar las armas, se presentó con ellos a los dos Soldados, que distantes de la Misión, guardaban y apacentaban la caballada, de los cuales era uno el malhechor. En cuanto éstos vieron venir tanta gente armada, se vistieron las cueras para el resguardo de las flechas, y se pusieron en arma, sin tener lugar de dar aviso a la Guardia, que ignoraba el hecho del Soldado. Lo mismo fue llegar los Gentiles a tiro de escopeta, empezaron a arrojar flechas, encaminándose todos al Soldado insolente. Este con la escopeta apuntó al que veía más osado, presumiéndose sería el Capitán, y disparándole una bala lo mató. Luego que los demás vieron el estrago y fuerza de las armas de los nuestros que jamás habían experimentado, y que las flechas no les hacían daño, huyeron presurosos, dejando al infeliz Capitán, que después de haber sido el agraviado quedó muerto; de cuyo hecho resultó que se amedrentasen los Indios. Llegó a pocos días de haber sucedido esto, el Comandante con los Padres, y avío para la Misión de San Buenaventura, y temiendo que los Gentiles hiciesen algún atentado para vengar la muerte de su Capitán, resolvió aumentar la Guardia de la Misión de San Gabriel hasta el número de diez y seis Soldados. Por este motivo y la poco confianza que había de los restantes, a vista de tan repetidas deserciones, hubo de suspenderse el Establecimiento de la Misión de San Buenaventura, hasta ver el éxito de la de San Gabriel, donde quedaron los dos Ministros de aquella con todos sus utensilios hasta nuevo aviso. El Comandante subió con los demás Soldados para Monterrey, llevándose al que había matado al Gentil, para quitarlo de la vista de los otros, no obstante que el escándalo que había cometido estaba oculto así al Comandante como a los Padres. Quedaron por esta razón cuatro Misioneros en la Misión de San Gabriel; pero habiendo enfermado los dos Ministros de ella, en breve tiempo hubieron de retirarse a la antigua California, y los dos destinados para San Buenaventura quedaron administrándola, y procuraron con toda la suavidad posible atraer a los Gentiles, quienes poco a poco fueron olvidando el hecho del Soldado, y la muerte de su Capitán y empezaron a entregar algunos niños para ser bautizados, siendo de los primeros el hijo del miserable difunto, que con mucho gusto dio la Viuda; y a su ejemplo fueron otros entregando los suyos, y se fue aumentando el número de Cristianos, de suerte, que pasados dos años de, fundada la Misión que estuve yo en ella, ya tenían bautizados setenta y tres, y cuando murió nuestro V. Padre se contaban mil y diez y nueve Neófitos.
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Capítulo XXIX De cómo Hualpaya, gobernador, se quiso alzar con el reino y matar a Huayna Capac y fue muerto, y del casamiento de Huayna Capac Bien dijo el apóstol San Pablo, que la codicia era raíz, fuente y oriente de todos los males y pecados, pues ella pervierte y ofusca el entendimiento del hombre, para hacer cosas indebidas y que delante de los ojos del sumo Dios y de los hombres son juzgadas por feas e indignas, sin admitirse escusa. Y aunque a habido algunos que hayan dicho que por ser rey uno, y alcanzar el mando y poderío se podía permitir hiciese traición, yo no hallo razón que justamente permita una cosa tan detestable, como es intentar algo contra el supremo señor de la república, contra su rey y señor natural, en cuya protección y amparo están sus vasallos, y el que por todos vela ordinariamente y a quien naturalmente se debe difelidad, amor y reverencia. Y siendo la persona que esto trata más obligada por sangre y parentesco, por beneficios recibidos y, sobre todo, por la confianza que del tutor se hace, como al presente lo vemos en Hualpaya, pariente de Huayna Capac, su tutor y gobernador en todos sus reinos, y a quien se había puesto en su mano y poder, guardase y amparase y enseñase hasta la edad suficiente, para que tomase la administración de su estado en sí. Este, pues, olvidado de tantas obligaciones como está dicho y llevado del ciego deseo de ser absoluto señor, y aunque quizás ensoberbecido con el mando, que al presente ejercitaba, o por ventura movido del apetito de ver a un hijo que tenía, puesto en el trono real y grandeza, habiendo algunos años gobernado aquel señorío con fidelidad, atropellando las razones que le impedían hacer lo que hizo, concibió en su pensamiento alzarse y ocupar el reino. Y para poner por obra su intención perversa, lo trató con los gobernadores de algunas provincias de quien mayor confianza tenía le ayudarían, a los cuales había granjeado con dádivas y aun quizás poniéndolos en los oficios para este fin. Y así, habiéndolo concertado con todo el secreto del mundo, de diversas partes del reino se venían poco a poco hacia el Cuzco divididos, sin dar muestras de gente de guerra, ni cosa por donde se entendiese y sospechase traición ni levantamiento alguno, trayendo las armas secretamente y con gran disimulación, metidas en los cestos de coca y las lanzas en los palos de los toldos. Sin duda Hualpaya ejecutara su intento y matara a Huayna Capac y se apoderara del reino, supuesta la mano que como gobernador tenía en todo él, según lo que había ido trazando y midiendo, todo para su fin si su desventura, o por mejor decir ventura de Huayna Capac, no diera al través con sus traiciones, y desbaratara sus pensamientos, con que acaso, estando ya mucha desta gente que venía al alzamiento en Lima Tambo, nueve leguas del Cuzco, unos ladrones hurtaron unos cestos de coca, que son hojas de árboles que plantan por aprovecharse della, que en su adversidades y trabajos, comiéndolo les es de sumo contento y alivio, y habiendo abierto los cestos hallaron que dentro había champis, que son unas porras, rodelas y otras armas, y admirados dello concibieron mala sospecha, no teniendo a buena señal que las armas viniesen ocultas y más no viniendo a llamamiento del Ynga para guerra pública, porque fuera notoria. Con gran presteza se fueron al Cuzco y lo denunciaron a Achache, que era tío de Huayna Capac y gobernador de Chinchay Suyo, que en aquella sazón estaba en el Cuzco, y mostráronle las armas de todas diferencias que habían hallado en los cestos. Oído y visto esto por Achache, quedó admirado, no sabiendo ni alcanzado quién o por quién aquellas armas viniesen escondidas, o para qué fin sin sabiduría de nadie, o cómo venía aquella gente de aquella manera. Y, dándole en el corazón alguna traición, con grandísima presteza y diligencia envió gente al camino, que trajesen los cestos que habían quedado, y prendiese los curacas y señores que venían con ellos, y todo esto sin dar parte a su sobrino Huayna Capac, ni a Hualpaya, ni a persona del mundo de lo que sabía. Y traídos ante su presencia los cestos y hallando nuevamente armas, prendió los curacas que con ellos venían, y metiéndolos en un lugar secreto de su casa les dio a gran prisa crueles y terribles tormentos, y vencidos dellos confesaron la verdad del fin que venían y traían aquellas armas, y todo el trato y concierto de Hualpaya y la conjuración e intento que tenían tramado, de lo cual Achache quedó absorto y sin sentido, porque nunca se había imaginado cosa contra Hualpaya, ni alcanzado a saber que él tuviese tal pensamiento, de quitar el señorío a Huayna Capac para sí ni para otro. Pareciéndole que todo el remedio del daño que se trataba, consistía en la presteza y diligencia, juntando muchos de los deudos de Huayna Capac y de sus criados y allegados, salió de su casa bien aderezado, y fue a prender a Hualpaya, antes que tuviese noticia de la causa a que iba, pero no pudo ser tan secreta su determinación, porque algunas espías o de algunos indios que venían con los curacas presos, que habían venido a darle nueva de la prisión, no tuviese noticia Hualpaya de que su trato era ya descubierto y sabido, y que en entendiéndolo, antes que más se divulgase y juntándose gente se le impidiese, determinó de poner por obra su intento y prevenirlo, matando a Huayna Capac, que estaba a la sazón en Quispi Cancha, bien descuidado de lo que contra él trataba su tutor Hualpaya, en unas fiestas que el mismo Hualpaya le hacía para regocijarle y entretenerle. Ansí con su gente salió Hualpaya a matarle en la misma casa de Quispicancha. Pero, en este tiempo le había llegado aviso a Huayna Capac de su tío Achache, diciéndole que se guardase y saliese presto de allí, porque Hualpaya había tratado de matarle y lo iba a ejecutar. Quedó turbado Huayna Capac, y temeroso de la muerte, oyendo aquello, y sus capitanes que estaban con él, y deudos. Y como en los casos repentinos, como era éste, el primer remedio que ocurre y expediente, ése se ejecuta, no tuvieron entonces otro ni trataron de más que librar la persona de Huayna Capac, y así lo descolgaron por una ventana dando voces: ¡traición! ¡traición! Hualpaya entró con su gente en la casa donde Huayna Capac estaba y hizo grandes diligencias buscándole y como no le halló, y supo que se había descolgado por la ventana, salió a gran prisa a buscarle para concluir su negocio como pudiese, viendo que ya se iba descubriendo. Y Achache, que había ido a las casas de Hualpaya, y no le hallando, venía con su gente adonde estaba Huayna Capac, y como topó a la puerta, con Hualpaya, le embistió con su gente y sin dificutad le prendió diciendo: estas traiciones había de hacer un corcovado contra mi sobrino Huayna Capac. ¿Pensábais, traidor, que no se habían de descubrir vuestros intentos? ya no tienen remedio. Y, hechándole mano, y maltratándole, le llevaron preso a las casas de Capac Yupanqui, con muchos de los suyos que iban con él, y le pusieron grandes guardias porque no huyese, ni sus deudos ni amigos le librasen. Después de esto, Huaynacapac, juntándose con su tío Achache y con otros deudos suyos, y los más fieles consejeros que tenía desde el tiempo de su padre, comenzó muy de propósito a hacer averiguación contra el traidor de Hualpaya, y los cómplices de su determinación y alzamiento, y hallándole culpado y siendo convencido de su delito y traición, lo mandó matar, y luego se fue prosiguiendo contra los culpados, en los cuales se hicieron memorables castigos. Y en todos los hijos y hacienda del traidor, y lo mismo se hizo en todo el reyno en los cómplices y en los que habían sido sabedores de la conspiración, y muchos dellos se aplicaron para yanaconas de Huayna Capac, el cual desde entonces salió de poder y orden de tutores, y tomó en sí la gobernación de su reino, empezando por sí solo a ejercitarla, pues ya tenía edad bastante para ello. En empezando tomó por compañero y consejero a Auqui Topa Ynga, hermano de padre y madre, por ser hombre de buen entendimiento y prudencia y valor, y luego tratar de casarse, y lo efectuó, casándose con su hermana de padre y madre, llamada Mama Cusirimay. En su casamiento hizo soberbias fiestas con grandísimo gasto y pompa, llamando a ello de todas las provincias, los gobernadores y señores, para mayor celebración. Esta Cusirimay murió en Quito, y después se casó allá Huayna Capac con Rahua Ocllo, madre de Huascar Ynga, como se dirá en el capítulo teinta y uno.
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Cómo el Almirante dejó de seguir la costa occidental de Cuba y se volvió por Oriente hacia La Española Oída por el Almirante dicha relación, no queriendo permanecer más tiempo en el río de Mares, mandó que tomasen algún habitante de aquella isla, pues tenía propósito de llevar, de cada parte, uno a Castilla, que diese cuenta de las cosas de su país; y así fueron cogidas doce personas, entre mujeres, niños, y hombres, tan mansamente, sin ruido ni tumulto, que cuando se iban a dar a la vela con aquéllos, fue a la nave, en una canoa, el marido de una de las mujeres cautivadas, padre de dos niños que con la madre se habían llevado a la nave, y por señas rogó con instancia ser llevado también a Castilla, para no separarse de su mujer y de sus hijos, de lo que el Almirante se mostró satisfecho y mandó que todos fuesen bien agasajados y tratados. Muy luego, en el mismo día, que fue 13 de noviembre, se encaminó hacia Oriente para ir a la isla que llamaban de Babeque, o de Bohío; pero, a causa del viento del Norte, que era muy recio, fue obligado a surgir de nuevo en la misma tierra de Cuba, entre algunas altísimas isletas que estaban cerca de un gran puerto que llamó del Príncipe, y a las islas llamó el Mar de Nuestra Señora. Eran éstas tantas y tan vecinas, que de la una a la otra no había un cuarto de legua, y la mayor parte de ellas distaban, a lo sumo, un tiro de arcabuz. Y eran tan profundos los canales y tan adornados de árboles y de hierba fresca, que daba mucho placer ir por ellos, y entre muchos árboles que eran diversos de los nuestros, se veía mucha almástiga, lignaloe, palmas con el tronco verde y liso, y otras plantas de varios géneros. Aunque estas islas no estaban pobladas, se veían restos de muchos fuegos de pescadores; porque como se ha visto luego por experiencia, los habitantes de la isla de Cuba van en cuadrillas, con sus canoas, a estas islas y a otras innumerables que por allí están deshabitadas; y se alimentan de los peces que cogen, de los pájaros, de los cangrejos y de otras cosas que hallan en la tierra; pues los indios acostumbran comer generalmente muchas inmundicias, como arañas gordas y grandes, gusanos blancos que nacen en maderos podridos y en otros lugares corrompidos, también muchos peces casi crudos, a los que tan pronto como los cogen, antes de asarlos, les sacan los ojos para comérselos; y comen de estas cosas y otras muchas que, a más de dar náuseas, bastarían a matar a cualquiera de nosotros que las comiese. A estas cazas y pescas van, según los tiempos, de una isla en otra, como quien muda de pasto por estar cansado del primero. Pero volviendo a dichas islas del Mar de Nuestra Señora, digo que, en una de ellas, los cristianos mataron con sus espadas un animal que parecía tejón; en el mar hallaron muchas conchas de nácar, y echando las redes, entre otros géneros de peces que cogieron, había uno que tenía la forma de un puerco, todo cubierto de un pellejo muy duro, en el que no había de blando más que la cola. Notaron igualmente en este mar y en las islas, que subía y bajaba el agua mucho más que en los otros lugares donde hasta entonces habían estado; y por consiguiente, las marcas eran al contrario que las nuestras, porque cuando la luna estaba hacia el suroeste, a la cuarta del mediodía, era la baja mar.
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Cómo los Incas fueron limpios del pecado nefando y de otras fealdades que se han visto en otros príncipes del mundo. En este reino del Perú pública fama es entre todos los naturales dél cómo en algunos pueblos de la comarca de Puerto Viejo se usaba el pecado nefando de la sodomía --y también en otras tierras habría malos como en las demás del mundo. Y notaré de esto una gran virtud destos Incas, porque, siendo señores tan libres y que no tenían a quien dar cuenta y ni había ninguno tan poderoso entre ellos que se la tomase y que en otra cosa no entendían las noches y los días que en darse a lujuria con sus mujeres y otros pasatiempos; y jamás se dice ni cuenta que ninguno dellos usaba el pecado susodicho, antes aborrecían a los que lo usaban, teniéndolos en poco como a viles apocados, pues en semejante suciedad se gloriaban. Y no solamente en sus personas no se halló este pecado, pero ni aún consentían estar en sus casas ni palacios ningunos que supiesen que lo usaban; y aún sin todo esto, me parece que oí decir que si por ellos era sabido de alguno que de tal pecado hubiese cometido, castigabanle con tal pena que fuese señalado y conocido entre todos. Y en esto no hay que dudar, sino antes se ha de creer que en ninguno dellos cupo tal vicio, ni de los orejones, ni de otras muchas naciones; y los que han escripto generalmente de los indios condenándolos en general en este pecado, afirmando que son todos sodométicos, han acargádose en ello y, cierto son obligados a desdecirse, pues ansí no han querido condenar tantas naciones y gentes que son harto más limpios en esto de lo que yo puedo afirmar. Porque, dejando aparte lo de Puerto Viejo, en todo el Perú no se hallaron estos pecadores, sino como es en cada cabo y en todo lugar uno, o seis o ocho o diez, y éstos, que de secreto se daban a ser malos; porque los que tenían por sacerdotes en los templos, con quien es fama que en los días de fiesta se ayuntaban con ellos los señores, no pensaban ellos que cometían maldad ni que hacían pecado sino por sacrificio y engaño del Demonio se usaba. Y aunque por ventura podría ser que los Incas inorasen que tal cosa en los templos se cometiese, puesto que disimulaban algo era por no hacerse mal quistos y con pensar que bastaba que ellos mandasen por todas partes adorar el sol y a los más sus dioses, sin entremeterse en proibir religiones y costumbres antiguas, que es a par de muerte a los que con ellas nascieron quitárselas. Y aún también tenemos por entendido que antiguamente, antes que los Incas reinasen, en muchas provincias andaban los hombres como salvajes y los unos salían a se dar guerra a los otros y se comían como agora hacen los de la provincia de Arma y otros de sus comarcas; y luego que reinaron los Incas, como gente de gran razón y que tenían santas y justas costumbres y leyes, no solamente ellos no comían aquel manjar, porque de otros muchos ha sido y es muy estimado, pero pusiéronse en quitar tal costumbre a los que con ellos trataban, y de tal manera que en poco tiempo se olvidó y totalmente se tiró, que en todo su señorío, que era tan grande, no se comían ya de muchos años antes. Los que agora han sucedido muestran que en ello les vino beneficio notable de los Incas por no imitar ellos a sus pasados en comer aqueste manjar, en los sacrificios de hombres y niños. Publican unos y otros --que aún, por ventura, algún escriptor destos que de presto se arroja lo escribirá--, que mataban, había días de sus fiestas, mill o dos mill niños y mayor número de indios; y esto y otras cosas son testimonio que nosotros los españoles levantamos a estos indios queriendo con estas cosas que dellos contamos encubrir nuestros mayores yertos y justificar los malos tratamientos que de nosotros han recebido. No digo yo que no sacrificaban y que no matavan hombres y niños en los tales sacrificios; pero no era lo que se dice ni con mucho. Animales y de sus ganados sacrificaban, pero criaturas humanas menos de lo que yo pensé, y harto, segund contaré en su lugar. Así que, tengo sabido, por dicho de los orejones antiguos, que estos Incas fueron limpios en este pecado y que no usaban de otras costumbres malas de comer carne humana, ni andar envueltos en vicios públicos, ni eran desordenados, antes ellos a sí propios se corregían. Y si Dios permitiera que tuvieran quien con celo de chripstiandad y no con ramo de codicia, en lo pasado les diera entera noticia de nuestra sagrada religión, era gente en quien bien imprimiera, segund vemos por lo que agora con la buena orden que hay se obra. Pero dejemos lo que se ha hecho a Dios, quél sabe por qué; y en lo que de aquí adelante se hiciere supliquémosle nos dé su gracia, para que paguemos en algo a gentes a que tanto debemos y que tan poco nos ofendió para haber sido molestados de nosotros, estando el Perú y las demás Indias tantas leguas d'España y tantos mares en medio.
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Cómo los indios son prestos a un arma Esta es la más presta gente para un arma de cuantas yo he visto en el mundo, porque si se temen de sus enemigos, toda la noche están despiertos con sus arcos a par de sí y una docena de flechas; el que duerme tienta su arco, y si no le halla en cuerda le da la vuelta que ha menester. Salen muchas veces fuera de las casas bajados por el suelo, de arte que no pueden ser vistos, y miran y atalayan por todas partes para sentir lo que hay; y si algo sienten, en un punto son todos en el campo con sus arcos y flechas, y así estan hasta el día, corriendo a unas partes y otras, donde ven que es menester o piensan que pueden estar sus enemigos. Cuando viene el día tornan a aflojar sus arcos hasta que salen a caza. Las cuerdas de los arcos son niervos de venados. La manera que tienen de pelear es abajados por el suelo, y mientras se flechan andan hablando y saltando siempre de un cabo para otro, guardándose de las flechas de sus enemigos, tanto, que en semejante parte pueden rescebir muy poco daño de ballestas y arcabuces; antes los indios burlan de ellos, porque estas armas no aprovechan para ellos en campos llanos, adonde ellos andan sueltos; son buenas para estrechos y lugares de agua; en todo lo demás, los caballos son los que han de sojuzgar y lo que los indios universalmente temen. Quien contra ellos hobiere de pelear ha de estar muy avisado que no le sientan flaqueza ni codicia de lo que tienen, y mientras durare la guerra hanlos de tratar muy mal; porque si temor les conocen o alguna codicia, ella es gente que saben conoscer tiempos en que vengarse y toman esfuerzo del temor de los contrarios. Cuando se han flechado en la guerra y gastado su munición, vuélvense cada uno su camino, sin que los unos sigan a los otros, aunque los unos sean muchos y los otros pocos, y ésta es costumbre suya. Muchas veces se pasan de parte a parte con las flechas y no mueren de las heridas si no toca en las tripas o en el corazón; antes sanan presto. Ven y oyen más y tienen más agudo sentido que cuantos hombres yo creo que hay en el mundo. Son grandes sufridores de hambre y de sed y de frío, como aquellos que están más acostumbrados y hechos a ello que otros. Esto he querido contar porque allende que todos los hombres desean saber las costumbres y ejercicios de los otros, los que algunas veces se vinieren a ver con ellos estén avisados de sus costumbres y ardides, que suelen no poco aprovechar en semejantes casos.
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CAPITULO XXV Trátase de muchos reinos de aquel Nuevo Mundo, los ritos y costumbres de los moradores y algunas cosas muy curiosas Partieron el dicho Padre fray Martín Ignacio y sus compañeros de esta costa y fueron por las Islas de Nicobar, donde hay muchos gentiles y moros todos mezclados, no se detuvieron en ellas porque pasaron luego al pueblo de Ceilán que está poblado de portugueses y apartado de Malaca 416 leguas. Está esta isla situada desde 6 grados hasta lo debajo de nuestro Polo y tiene de longitud 66 leguas y de latitud 39. Fue isla antiguamente muy celebrada y tenida en aquellas partes en gran reverencia, porque dicen vivieron y murieron en ella en tiempos antiguos muchos hombres, cuyas almas están en los cielos y son celebrados y honrados por ellos en la tierra como si fueran dioses con muchos sacrificios y oraciones que les hacen de ordinario, y tienen de otros reinos comarcanos muchos peregrinos. Esta isla no se ha podido entender por los nuestros de raíz la causa de ello ni cómo vivieron aquellos que tienen por santos. En ella hay una Sierra muy alta que se llama Pico de Adán, lo cual vio el dicho Padre fray Martín y oyó decir a los naturales de aquella isla que tenía este nombre, porque de él había subido Adán al cielo: qué Adán fuese éste no lo supieron declarar. En este Pico, que es como un monasterio, a quien los naturales llaman Pagode, tuvieron un tiempo un diente de mona a quien adoraban por Dios, viniendo a ello de 200 y 300 leguas. Sucedió que el año de 554 el Virrey de la india D. Pedro Mascareñas invió una Armada a este reino con muchos portugueses y con intento de reducirla a la obediencia del Rey de Portugal, como antes lo estaba; y levantándose pocos años había, se la habían negado y quitado. Y como los dichos soldados saqueasen el Pagode o monasterio, y pensando hallar algún tesoro allí lo arruinaron hasta los cimientos, hallaron el dicho diente de mona a quien adoraban metido en una caja de oro y pedrería y se lo llevaron a Goa al dicho Virrey. Sabido por los reyes comarcanos y el de Pegu esta pérdida (que por ellos fue juzgado por muy grande) inviaron embajadores al dicho Virrey para que le pidiesen en nombre de todos el diente dicho, a quien ellos adoraban y a ofrecer por el rescate 700 mil ducados en oro. Y queriendo el dicho Virrey dársele por aquella cantidad de oro que le ofrecieron y se la dieron en efecto, el Arzobispo de Goa, que se llamaba D. Gaspar, y otros religiosos se lo estorbaron poniéndole escrúpulo y a su cargo el daño que de la idolatría se siguiese, de que darían cuenta a Dios muy estrecha. Lo cual pudo tanto con él, que despidiendo a los embajadores depreciando el oro que le daban por él, lo entregó en su presencia al dicho Arzobispo y religiosos, y ellos a sus ojos lo quemaron y molieron y echaron los polvos en la mar con no pequeño espanto de los dichos embajadores, por ver que habían despreciado tanta cantidad de oro y por cosa que la despreciaron y echaron en la mar con tanta liberalidad. Es isla fértil apacible y muy sana y toda ella llena de muchas y grandes arboledas, y hay montes muy espesos de naranjas, cidros, limas y plátanos y palmas y muchos de canela, que es la mejor del mundo y de mayor fortaleza y efecto, por lo cual la van a comprar para traer a nuestra España y porque la dan por poquísimo precio: también hay pimienta, aunque los naturales arrancaron algunos montes de ella y de canelas, viendo que iban de muy lejos a comprar estas cosas y temiéndose no fuese esto causa de que les tomaran su tierra. Es tierra de muchos mantenimientos y donde se crían grandísimos elefantes y dicen que hay muchas minas de diamantes y rubíes y de unas piedras a quien llaman girasones. En ninguna parte de estas Indias Orientales hubo tan buenos principios en la conversión de las almas como en esta isla; porque algunos religiosos de la Orden de San Francisco trabajaron en ella mucho bautizando en pocos días más de 50 mil almas que daban muestra de haber recibido muy de gana la ley evangélica y habían edificado muchas iglesias y 14 monasterios de la propia religión. Pero pocos años ha que un Rey de aquel reino enfadado de algunas cosas que en toda aquella isla son muy públicas, apostató de la fe recibida y destruyó y asoló muchos portugueses que estaban poblados en él, echando fuera a todos los religiosos que los bautizaban y administraban los sacramentos. Llamábase este Rey Raxu. Muchos de los ya cristianos contentos con la fe de Jesucristo recibida, detestando lo que este Rey tirano había hecho, se fueron a vivir en compañía de los portugueses y otros hicieron un pueblo que se llama en su lengua Columbo, donde hay mucho número de ellos. Duran hasta el día de hoy en todo el reino las cruces e insignias de la Cristiandad antigua. En toda esta costa usan muchas galeotas y andan con ellas por toda ella robando. Dicen los naturales que se holgarían de tornar a recibir la Ley evangélica si fuesen allá predicadores. Desde esta isla pasando un golfo pequeño fueron a dar a la costa de un reino llamado Tuticorín y anduvieron por su tierra todo él, corriendo desde el Cabo de Comorín hasta Ceilán. Aquí hay pagode o templo de los ídolos grande y muy rico adonde acuden los gentiles de todo este reino algunas fiestas del año con gran devoción. Hay en él un carro triunfal tan grande que 20 caballos no le pueden menear. Sácanlo en público los días festivales y es llevado por elefantes e infinitos hombres que tiran las maromas que van asidas de él, voluntariamente y por devoción. En lo más alto de este carro va hecho un tabernáculo muy ricamente aderezado y dentro de él metido un ídolo a quien todos adoran. Debajo de él inmediatamente están las mujeres del Rey que van cantando. Sácanle con mucha música y regocijo y llévanle un grande trecho en procesión y entre muchas cosas de honra que hacen, usan una tan bestial como podrá juzgar el lector, y es que muchos de ellos se cortan pedazos de sus carnes y las echan al ídolo; otros no se contentando con esto, se echan debajo del carro para que pase sobre ellos quedando asíi hechos pedazos. A los que mueren de esta manera tienen por grandes santos, y son tenidos en singular veneración. Otras muchas maneras de idolatría se cuentan de este reino aún más bestiales que esta que acabo de decir y yo las dejo de intento por no alargarme en este Itinerario. Toda la gente de este reino, es ruín y muy mal inclinada; por esta causa los Padres de la Compañía de Jesús que están en algunos pueblos cercanos a él, no han podido hasta agora sacarlos de sus errores, aunque han puesto en ello harto cuidado y solicitud. En esta misma costa y poco distante de este reino está un pueblo de portugueses llamado Coulan y 25 leguas más adelante una ciudad que se llama Cochín, en la cual hay religiosos de San Francisco, Santo Domingo, San Agustín y de la Compañía de Jesús, los cuales tienen allí un buen estudio o Seminario donde hacen gran fruto. Cerca de esta ciudad está Santo Tomé, donde hay muchos bautizados buenos cristianos muy abstinentes y castos, a quien los Patriarcas de Babilonia proveen de obispos. La autoridad con que lo hacen no sé de quién la tienen, porque, según he entendido, la Sede Apostólica nunca se la dado. Sobre este negocio está el día de hoy en Roma el obispo de este reino v del de la Pimienta, con el cual yo hablé diversas veces. Viene a dar la obediencia a Su Santidad y a saber de él el orden que quiere se guarde en esto del recibir los obispos que vienen por mandato del dicho Patriarca. En este reino hay muchos reyes y el principal de ellos es el de Cochín y tras él el de Coulan, y cerca de ellos hay otros reyezuelos como es el de Mangate, Oranganor, y son todos gentiles, aunque hay entre ellos algunos moros mezclados. Hanse hallado en este reino algunos judíos que han pasado de Palestina y de aquellas partes. Hay en esta tierra universalmente una ley muy peregrina y pocas veces oída, y es que no heredan los hijos a los padres, sino los sobrinos; y la razón que dan es que no tienen certinidad si son sus hijos por no tener mujeres propias y señaladas. A mi parecer la razón es tan bárbara como la ley, pues se sigue el propio inconveniente en los sobrinos. Tienen muchos ritos y ceguedades, y entre otros una grandísima: y es que algunas fiestas suyas usan de ciertos lavatorios y después de lavados dicen que quedan limpios de todos sus pecados. Tienen muchos agüeros de los cuales yo no quiero tratar porque no son dignos de memoria. En esta tierra se coge la mayor parte de la' pimienta que se trae a Europa, y por esta causa llaman a este reino de la Pimienta.