Cómo el Almirante salió a tierra y tomó posesión de aquélla en nombre de los Reyes Católicos Llegado el día, vieron que era una isla de quince leguas de larga, llana, sin montes, llena de árboles muy verdes, y de buenísimas aguas, con una gran laguna en medio, poblada de muchos indios, que con mucho afán acudían a la playa, atónitos y maravillados con la vista de los navíos, creyendo que éstos eran algunos animales, y no veían el momento de saber con certeza lo que sería aquello. No menos prisa tenían los cristianos de saber quienes eran ellos; pero, muy luego, fue satisfecho su deseo, porque tan pronto como echaron las áncoras en el agua, el Almirante bajó a tierra con el batel armado y la bandera real desplegada. Lo mismo hicieron los capitanes de los otros navíos, entrando en sus bateles con la bandera de la empresa, que tenía pintada una cruz, verde con una F de un lado, y en el otro unas coronas, en memoria de Fernando y de Isabel. Habiendo todos dado gracias a Nuestro Señor, arrodillados en tierra, y besándola con lágrimas de alegría por la inmensa gracia que les había hecho, el Almirante se levantó y puso a la isla el nombre de San Salvador. Después, con la solemnidad y palabras que se requerían, tomó posesión en nombre de los Reyes Católicos, estando presente mucha gente de la tierra que se había reunido allí. Acto inmediato, los cristianos le recibieron por su Almirante y Virrey, y le juraron obediencia, como a quien que representaba la persona de Sus Altezas, con tanta alegría y placer como era natural que tuviesen con tal victoria y tan justo motivo, pidiéndole todos perdón de las ofensas que por miedo e inconstancia le habían hecho. Asistieron a esta fiesta y alegría muchos indios, y viendo el Almirante que eran gente mansa, tranquila y de gran sencillez, les dio algunos bonetes rojos y cuentas de vidrio, las que se ponían al cuello, y otras cosas de poco valor, que fueron más estimadas por ellos que si fueran piedras de mucho precio.
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CAPÍTULO XXIII Que es falsa la opinión de muchos que afirman venir los indios del linaje de los judíos Ya que por la isla Atlántida no se abre camino para pasar los indios al Nuevo Mundo, paréceles a otros que debió de ser el camino el que escribe Esdras en el cuarto libro, donde dice así: "Y porque le viste que recogía así otra muchedumbre pacífica, sabrás que estos son las diez tribus que fueron llevados en cautiverio en tiempo del rey Osee, al cual llevó cautivo Salmanasar, rey de los asirios, y a éstos los pasó a la otra parte del río, y fueron trasladados a otra tierra. Ellos tuvieron entre sí acuerdo y determinación de dejar la multitud de los gentiles, y de pasarse a otra región más apartada donde nunca habitó el género humano, para guardar siquiera allí su ley, la cual no habían guardado en su tierra. Entraron pues, por unas entradas angostas del río Éufrates, porque hizo el Altísimo entonces con ellos sus maravillas, y detuvo las corrientes del río hasta que pasasen. Porque por aquella región era el camino muy largo de año y medio; y llámase aquella región Arsareth. Entonces habitaron allí hasta el último tiempo, y agora cuando comenzaron a venir, tornará el Altísimo a detener otra vez las corrientes del río para que puedan pasar; por eso viste aquella muchedumbre con paz." Esta escritura de Esdras quieren algunos acomodar a los indios, diciendo que fueron de Dios llevados donde nunca habitó el género humano, y que la tierra en que moran es tan apartada que tiene año y medio de camino para ir a ella, y que esta gente es naturalmente pacífica. Que procedan los indios de linaje de judíos, el vulgo tiene por indicio cierto el ser medrosos y descaídos, y muy ceremoniáticos y agudos, y mentirosos. Demás deso dicen que su hábito parece el propio que usaban judíos, porque usan de una túnica o camiseta y de un manto rodeado encima, traen los pies descalzos o su calzado es unas suelas asidas por arriba, que ellos llaman ojotas. Y que este haya sido el hábito de los hebreos, dicen que consta así por sus historias como por pinturas antiguas, que los pintan vestidos en este traje; y que estos dos vestidos, que solamente traen los indios, eran los que puso en apuesta Sansón, que la Escritura nombra tunicam & syndonem, y es lo mismo que los indios dicen camiseta y manta. Mas todas estas son conjeturas muy livianas y que tienen mucho más contra sí que por sí. Sabemos que los hebreos usaron letras. En los indios no hay rastro de ellas; los otros eran muy amigos del dinero; éstos no se les da cosa. Los judíos, si se vieran no estar circuncidados, no se tuvieran por judíos. Los indios poco ni mucho no se retajan ni han dado jamás en esa ceremonia, como muchos de los de Etiopía y del Oriente. Mas ¿qué tiene que ver, siendo los judíos tan amigos de conservar su lengua y antigüedad, y tanto que en todas partes del mundo que hoy viven se diferencian de todos los demás, que en solas las Indias a ellos se les haya olvidado su linaje, su ley, sus ceremonias, su Mesías, y finalmente todo su judaísmo? Lo que dicen de ser los indios medrosos, y supersticiosos y agudos, y mentirosos; cuanto a lo primero, no es eso general a todos ellos; hay naciones entre estos bárbaros muy ajenas de todo eso; hay naciones de indios bravísimos y atrevidísimos; hay las muy botas y groseras de ingenio. De ceremonias y supersticiones siempre los gentiles fueron amigos. El traje de sus vestidos, la causa porque es el que se refiere, es por ser el más sencillo y natural del mundo, que apenas tiene artificio, y así fue común antiguamente no sólo a hebreos, sino a otras muchas naciones; pues ya la historia de Esdras (si se ha de hacer caso de escrituras apócrifas) más contradice que ayuda su intento, porque allí se dice que las diez tribus huyeron la multitud de gentiles, por guardar sus ceremonias y ley; mas los indios son dados a todas las idolatrías del mundo; pues las entradas del río Éufrates, vean bien los que eso sienten, en qué manera pueden llegar al Nuevo Orbe, y vean si han de tornar por allí los indios, como se dice en el lugar referido. Y no sé yo por qué se han de llamar éstos, gente pacífica, siendo verdad que perpetuamente se han perseguido con guerras mortales unos a otros. En conclusión, no veo que el Éufrates apócrifo de Esdras dé mejor paso a los hombres para el Nuevo Orbe, que le daba la Atlántida encantada y fabulosa de Platón.
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CAPÍTULO XXIII De la tierra que se ignora, y de la diversidad de un día entero entre orientales y occidentales Hay grandes conjeturas que en la zona temperata, que está al polo Antártico hay tierras prósperas y grandes, mas hasta hoy día no están descubiertas ni se sabe de otra tierra en aquella zona, sino es la de Chile y algún pedazo de la que corre de Etiopía al Cabo de Buena Esperanza, como en el primer libro se dijo. En las otras dos zonas polares, tampoco se sabe si hay habitación ni si llega allá por la banda del polo Antártico o Sur, la tierra que cae pasado el Estrecho de Magallanes, porque lo más alto que se ha conocido de ella es en cincuenta y seis grados, como está arriba dicho. Tampoco se sabe por la banda del polo Ártico o Norte, adonde llega la tierra que corre sobre el cabo Mendocino y Californias, ni el fin y término de la Florida, ni qué tanto se extiende al Occidente. Poco ha que se ha descubierto gran tierra que llaman el Nuevo México, donde dicen hay mucha gente y hablan la lengua mexicana. Las Filipinas e islas consecuentes, según personas pláticas de ellas refieren, corren más de novecientas leguas; pues tratar de la China y Cochinchina y Siam, y las demás provincias que tocan a la India Oriental, es cosa infinita y ajena de mi intención, que es sólo de las Indias Occidentales. En la misma América, cuyos términos por todas partes se saben, no se sabe la mayor parte de ella, que es lo que cae entre el Pirú y Brasil, y hay diversas opiniones de unos que dicen que toda es tierra anegadiza, llena de lagunas y pantanos, y de otros que afirman haber allí grandes y floridos reinos, y fabrican allí el Paitití, y el Dorado y los Césares, y dicen haber cosas maravillosas. A uno de nuestra Compañía, persona fidedigna, oí yo que él había visto grandes poblaciones y caminos tan abiertos y trillados como de Salamanca a Valladolid; y esto fue cuando se hizo la entrada o descubrimiento por el gran río de las Amazonas o Marañón, por Pedro de Orsúa, y después otros que le sucedieron; y creyendo que el Dorado que buscaban, estaba adelante, no quisieron poblar allí, y después se quedaron sin el Dorado (que nunca hallaron) y sin aquella gran provincia que dejaron. En efecto es cosa hasta hoy oculta la habitación de la América, excepto los extremos, que son el Pirú y Brasil, y donde viene a angostarse la tierra, que es el río de la Plata, y después Tucumán, dando vuelta a Chile y a los Charcas. Agora últimamente, por cartas de los nuestros que andan en Santacruz de la Sierra, se tiene por relación fresca que se van descubriendo grandes provincias y poblaciones en aquellas partes que caen entre el Pirú y Brasil. Esto descubrirá el tiempo, que según es la diligencia y osadía de rodear el mundo por una y otra parte, podemos bien creer que como se ha descubierto lo de hasta aquí, se descubrirá lo que resta, para que el santo Evangelio sea anunciado en el universo mundo, pues se han ya topado por Oriente y Poniente haciendo círculo perfecto del universo, las dos coronas de Portugal y Castilla, hasta juntar sus descubrimientos, que cierto es cosa de consideración que por el Oriente hayan los unos llegado hasta la China y Japón, y por el Poniente los otros a las Filipinas, que están vecinas y cuasi pegadas con la China. Porque de la isla de Luzón, que es la principal de las Filipinas, en donde está la ciudad de Manila, hasta Macán, que es la isla de Cantón, no hay sino ochenta o cien leguas de mar en medio. Y es cosa maravillosa que con haber tan poca distancia, traen un día entero de diferencia en su cuenta, de suerte que en Macán es domingo al mismo tiempo que en Manila es sábado, y así en lo demás, siempre los de Macán y la China llevan un día delantero, y los de las Filipinas le llevan atrasado. Acaeció al padre Alonso Sánchez (de quien arriba se ha hecho mención) que yendo de las Filipinas, llegó a Macán en dos de mayo, según su cuenta, y queriendo rezar de San Atanasio, halló que se celebraba la fiesta de la invención de la cruz, porque contaban allí tres de mayo. Lo mismo le sucedió otra vez que hizo viaje allá. A algunos ha maravillado esta variedad, y les parece que es yerro de los unos o de los otros; y no lo es sino cuenta verdadera y bien observada. Porque según los diferentes caminos por donde han ido los unos y los otros, es forzoso cuando se encuentran, tener un día de diferencia. La razón de esto es porque los que navegan de Occidente a Oriente, van siempre ganando día, porque el sol les va saliendo más presto; los que navegan de Oriente a Poniente al revés, van siempre perdiendo día o atrasándose, porque el sol les va saliendo más tarde, y según lo que más se van llegando a Oriente o a Poniente, así es el tener el día más temprano o más tarde. En el Pirú, que es Occidental respecto de España, van más de seis horas traseros, de modo que cuando en España es medio día, amanece en el Pirú y cuando amanece acá, es allá media noche. La prueba de esto he yo hecho palpable por computación de eclipses de sol y de la luna. Agora pues, los potugueses han hecho su navegación de Poniente a Oriente, los castellanos de Oriente a Poniente; cuando se han venido a juntar (que es en las Filipinas y Macán) los unos han ganado doce horas de delantera, los otros han perdido otras tantas; y así a un mismo punto y a un mismo tiempo, hallan la diferencia de veinte y cuatro horas, que es día entero; y por eso forzoso los unos están en tres de mayo cuando los otros cuentan a dos. Y los unos ayunan sábado santo y los otros comen carne en día de Resurrección. Y si fingiésemos que pasasen adelante, cercando otra vez al mundo y llevando su cuenta, cuando se tornasen a juntar se llevarían dos días de diferencia en su cuenta; porque como he dicho, los que van al nacimiento del sol, van contando el día más temprano, como les va saliendo más presto, y los que van al Ocaso, al revés, van contando el día más tarde como les va saliendo más tarde. Finalmente, la diversidad de los meridianos hace la diversa cuenta de los días, y como los que van navegando a Oriente o Poniente, van mudando meridiano sin sentirlo, y por otra parte van prosiguiendo en la misma cuenta en que se hallan cuando salen, es necesario que cuando hayan dado vuelta entera al mundo, se hallen con yerro de un día entero.
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Cómo los Incas mandaron hacer a los naturales pueblos concertados, repartiendo los campos en donde sobrello podrían haber debates, y cómo se mandó que todos generalmente hablasen la lengua del Cuzco. En los tiempos pasados, antes que los Incas reinasen, es cosa muy entendida que los naturales destas provincias no tenían los pueblos juntos como ahora los tienen, sino fortalezas con sus fuertes, que llaman pucaraes, de donde salían a se dar los unos a los otros guerra; y así siempre andaban recatados y vivían con grandísimo trabajo y desasosiego. Y como los Incas reinaron sobre ellos, paresciéndoles mal esta orden y la manera que tenían en los pueblos, mandáronles, procurándolo en unas partes con halagos y en otras con amenazas y en todos lugares con dones que les hacían, a que tuvieren por bien de no vivir como salvajes, mas antes, como hombres de razón, asentasen sus pueblos en los llanos y laderas de las sierras juntos en barrios, como y de la manera que la disposición de la tierra lo ordenase; y desta manera los indios, dejados los pucaraes que primeramente tenían, ordenaron sus pueblos de buena manera, así en los valles de los llanos como en la serranía y llanura de Collao; y para que no tuviesen enojo sobre los campos y heredades los mismos Incas les repartieron los términos, señalando lo que cada uno había de tener, en donde se puso límites para conocimiento de los que habían y después dellos nasciesen. Esto claro lo dicen los indios hoy día y a mí me lo dijeron en Xauxa, a donde dicen que uno de los Incas les repartía entre unos y otros los valles y campos que hoy tienen, con la cual orden se han quedado y quedarán. Y por muchos lugares destos que estaban en la sierra iban echadas acequias sacadas de los ríos con mucho primor y grande ingenio de los que las sacaron; y todos los pueblos, los unos y los otros, estaban llenos de aposentos y depósitos de los reyes, como en muchos lugares está dicho. Y entendido por ellos cuán gran trabajo seria caminar por tierra tan larga y a donde a cada legua y a cada paso había nueva lengua y que sería gran dificultad el entender a todos por intérpretes, escogiendo lo más seguro ordenaron y mandaron, so graves penas que pusieron, que todos los naturales de su imperio entendiesen y supiesen la lengua del Cuzco generalmente, así ellos como sus mujeres, de tal manera que aún la criatura no hobiese dejado el pecho de su madre cuando le comenzasen a mostrar la lengua que había de saber. Y aunque el principio fue dificultoso y muchos se pusieron en no querer deprender más lenguas de las suyas propias, los reyes pudieron tanto que salieron con su intención y ellos tovieron por bien de cumplir su mandado; y tan de veras se entendió en ello que en el tiempo de pocos años se sabía y usaba una lengua en más de mill y doscientas leguas; y aunque esta lengua se usaba todos hablaban las suyas, que eran tantas que aunque lo escribiese no lo creerían. Y como saliese un capitán del Cuzco o alguno de los orejones a tomar cuenta o residencia, o por juez de comisión entre algunas provincias o para visitar lo que le era mandado, no hablaba en otra lengua que la del Cuzco, ni ellos con él. La cual es muy buena, breve y de gran comprehensión y abastada de muchos vocablos y tan clara que, en pocos días que yo la traté, supe lo que me bastaba para preguntar muchas cosas por donde quiera que andaba. Llaman al hombre en esta lengua luna a la mujer guarare y a el padre yaya y al hermano guayqui y a la hermana nana y a la luna quilla y al mes por el consiguiente y al año guata y al día pinche y a la noche tota y a la cabeza llaman oma y a las orejas lile y a los ojos naui y a las narices sunga y los dientes queros y los brazos maqui y a las piernas chaqui. Estos vocablos solamente pongo en esta Crónica, porque agora veo que para saber la lengua que antiguamente se usó en España andan variando, atinando unos a uno y otros a otro; porque los tiempos que han de venir es sólo para Dios saber los sucesos que han de tener; por tanto, para si algo viniere que enfríe o haga olvidar lengua que tanto cundió y por tanta gente se uso, que no estén vacilando cuál fue la primera o la general o de dónde salió o lo que sobre esto más se desea. Y con tanto, digo que fue mucho beneficio para los españoles haber esta lengua, pues podían con ella andar por todas partes, en algunas de las cuales ya se va perdiendo.
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De las costumbres de los indios de aquellas tierras Desde la isla de Mal Hado, todos los indios que hasta esta tierra vimos tienen por costumbre desde el día que sus mujeres se sienten preñadas no dormir juntos hasta que pasen dos años que han criado los hijos, los cuales maman hasta que son de edad de doce anos; que ya entonces están en edad que por sí saben buscar de comer. Preguntámosles que por qué los criaban así, y decían que por la mucha hambre que en la tierra había, que acontescía muchas veces, como nosotros víamos, estar dos o tres días sin comer, y a las veces cuatro; y por esta causa los dejaban mamar, porque en los tiempos de hambre no muriesen; y ya que algunos escapasen, saldrían muy delicados y de pocas fuerzas; y si acaso acontesce caer enfermos algunos, déjanlos morir en aquellos campos si no es hijo, y todos los demás, si no pueden ir con ellos, se quedan; mas para llevar un hijo o hermano, se cargan y lo llevan a cuestas. Todos éstos acostumbran dejar sus mujeres cuando entre ellos no hay conformidad, y se tornan a casar con quien quieren; esto es entre los mancebos, mas los que tienen hijos permanescen con sus mujeres y no las dejan, y cuando en algunos pueblos riñen y traban cuestiones unos con otros, apuñéanse y apaléanse hasta que están cansados, y entonces se desparten; algunas veces los desparten mujeres, entrando entre ellos, que hombres no entran a despartirlos; y por ninguna pasión que tengan no meten en ella arcos ni flechas; y desque se han apuñeado y pasado su cuestión, toman sus casas y mujeres, y vanse a vivir por los campos y apartados de los otros, hasta que se les pasa el enojo; y cuando ya están desenojados y sin ira, tórnanse a su pueblo, y de ahí adelante son amigos como si ninguna cosa hobiera pasado entre ellos, ni es menester que nadie haga las amistades, porque dé esta manera se hacen; y si los que riñen no son casados, vanse a otros sus vecinos, y aunque sean sus enemigos, los resciben bien y se huelgan mucho con ellos, y les dan de lo que tienen; de suerte, que cuando es pasado el enojo, vuelven a su pueblo y vienen ricos. Toda es gente de guerra y tienen tanta astucia para guardarse de sus enemigos como ternían si fuesen criados en Italia y en continua guerra. Cuando están en parte que sus enemigos los pueden ofender, asientan sus casas a la orilla del monte más áspero y de mayor espesura que por allí hallan, y junto a él hacen un foso, y en éste duermen. Toda la gente de guerra está cubierta con leña menuda, y hacen sus saeteras, y están tan cubiertos y disimulados, que aunque estén cabe ellos no los ven, y hacen un camino muy angosto y entra hasta en medio del monte, y allí hacen lugar para que duerman las mujeres y niños, y cuando viene la noche encienden lumbres en sus casas para que si hobiere espías crean que están en ellas, y antes del alba tornan a encender los mismos fuegos; y si acaso los enemigos vienen a dar en las mismas casas, los que están en el foso salen a ellos y hacen desde las trincheras mucho daño, sin que los de fuera los vean ni los puedan hallar; y cuando no hay montes en que ellos puedan de esta manera esconderse y hacer sus celadas, asientan en llano en la parte que mejor les paresce y cércanse de trincheras cubiertas de leña menuda y hacen sus saeteras, con que flechan a los indios, y estos reparos hacen para de noche. Estando yo con los de aguenes, no estando avisados, vinieron sus enemigos a media noche y dieron en ellos y mataron tres y hirieron otros muchos; de suerte que huyeron de sus casas por el monte adelante, y desque sintieron que los otros se habían ido, volvieron a ellas y recogieron todas las flechas que los otros les habían echado, y lo más encubiertamente que pudieron los siguieron, y estuvieron aquella noche sobre sus casas sin que fuesen sentidos, y al cuarto del alba les acometiron y les mataron cinco, sin otros muchos que fueron heridos, les hicieron huir y dejar sus casas y arcos, con toda su hacienda; y de ahí a poco tiempo vinieron las mujeres de los que se llamaban quevenes, y entendieron entre ellos y los hicieron amigos, aunque algunas veces ellas son principio de la guerra. Todas estas gentes, cuando tienen enemistades particulares, cuando no son de una familia, se matan de noche por asechanzas y usan unos con otros grandes crueldades.
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CAPITULO XXIV Trátase del reino de Coromandel y de otros sus comarca nos j, de la ciudad de Salamina, donde estuvo y murió el Apóstol Santo Tomás, y del poder y riquezas del Rey de este reino y de la manera que se entierran y de otras cosas de mucha curiosidad Corriendo un poco la costa de Bengala está el reino de Mazulapatán y otras algunas tierras junto a él: son todos gentiles, como sus comarcanos, aunque se entiende saldrían con facilidad de su gentilidad. Es reino muy abundante de mantenimientos y falto de cosas de contratación, y a esta causa son poco conocidos. Pasando un poco adelante está el reino de Coromandel, cuya ciudad principal es Salamina y agora vulgarmente Malipur y es donde fue martirizado el Bienaventurado Apóstol Santo Tomás, adonde dicen hay hasta el día de hoy algunas reliquias suyas por quien Dios hace muchos milagros. Tienen particular memoria los naturales el día de hoy del glorioso santo. Esta ciudad está al presente poblada de portugueses y de naturales, y en ella hay una iglesia que tiene dentro de sí la casa donde estuvo y murió el Santo Apóstol. Es esta tierra del Rey de Visnaga, el cual, aunque es gentil, tiene mucho acatamiento y respeto a la casa de glorioso Apóstol y por particular devoción le da cada año una cierta limosna. Hay en este pueblo dos conventos de religiosos, uno de la Compañía de Jesús y otro de la orden de San Francisco. En la casa donde fue martirizado el glorioso Apóstol dicen se ven todos los años un milagro públicamente en la piedra sobre que fue martirizado el mesmo día del Apóstol a la misa mayor: y es que cuando cantan el Evangelio comienza la dicha piedra a sudar primero color rosado y luego otro muy oscuro, con tanta publicidad que todos los que están en la iglesia lo pueden ver. Es la piedra no muy grande tiene en medio una cruz esculpida hecha de mano del glorioso Apóstol y en que él adoraba. Desde esta ciudad de Salamina a la de Visnaga, donde está el Rey, hay 35 leguas por tierra. Este Rey es muy poderoso y su reino muy grande y de mucha gente y de gran renta. Dicen que sola la que tiene de oro puro le vale tres millones de los cuales gasta uno sólo y guarda todos los años dos en su tesoro, qué, según fama, es el día de hoy de muchos millones. Tiene doce capitanes mayores, que cada uno de ellos gobierna infinita gente, con tanta renta que el que menos tiene son 300 mil ducados al año. Cada uno de ellos está obligado a dar de comer al Rey y a la gente de su casa un mes al año: de manera que a esta cuenta estos doce capitanes (que son los señores del reino y como si dijéramos en España Duques) le hacen la costa todo el año; y el millón que él gasta es en hacer mercedes y en cosas extraordinarias. Tiene este Rey dentro de su casa entre mujeres, servidores y esclavos al pie de 15 mil personas y en su caballeriza de ordinario mil caballos y para su servicio y guardia 800 elefantes con quien gasta cada día 600 ducados. La guardia de su persona son cuatro mil hombres de a caballo, a quien da grandes salarios. Tiene así mismo en su casa 500 mujeres, sin otras muchas concubinas, y todas andan galanamente vestidas y con riquísimas joyas, que las hay por extremo en el reino diferenciando las colores casi a tercer día: usan collares de ordinario de piedras preciosas a quien llamamos los españoles ojo de gato. Tienen muchos zafiros, perlas, diamantes, rubíes y otras muchas suertes de piedras que las hay en aquel reino en grande abundancia. Entre todas estas mujeres hay una que es como legítima, cuyos hijos heredan; y si acaso la tal es estéril, el primero que nace de cualquiera de las otras, que es causa de que nunca falte sucesor en aquel reino. Cuando muere el Rey de este reino le sacan a un campo con grandísima tristeza y paños de luto, y allí estando presentes aquellos 12 Grandes que dije, queman el cuerpo con leña de sándalo (palo de maravilloso olor), del cual hacen una gran hoguera. Acabado de quemar el cuerpo del Rey, echan luego en ella las más queridas de sus mujeres y los criados y esclavos a quien quiso más en vida, y hacen esto con tanto contento, que cada uno procura ser el primero que ha de entrar en el fuego, y el postrero se tiene por desdichado. Todos estos dicen van a servir al Rey en la otra vida, donde han de estar con mucha alegría, y esto es la causa de ir con tanta a morir y de llevar cada uno para este trance los más ricos y festivales vestidos que tiene. De esto se colige que creen la inmortalidad del alma, pues confiesan haber otra vida y que en ella tornan a vivir para siempre sin fin. Es gente que se convertiría con la mesma facilidad que sus comarcanos al Evangelio, si se les fuese a predicar. Setenta leguas de esta ciudad está un Pagode o templo de ídolos, donde se hace una feria riquísima todos los años: es un edificio suntuosísimo y está edificado en lugar tan alto que se ve muchas leguas antes de llegar a él. Tiene de ordinario cuatro mil hombres de guardia, que son pagados de la renta que tiene el templo, que es mucha y muy buena. Hay junto a él muchas minas de oro y de pedrería preciosa, y todo lo que de ellas se saca es renta para el templo. Está en él un sacerdote de los ídolos a quien llaman en su lengua Brama, que es como un Sumo Sacerdote en aquella tierra. A éste acuden de todo el reino a que declare las cosas dudosas de su manera de vivir y a que dispense en muchas cosas prohibidas por sus leyes, que lo puede hacer según ellas y lo hace algunas veces; y una bien visible, es a saber: que cuando una mujer no puede sufrir la condición del marido o está enfadada de él por otras cosas, se va a este Brama y dándole un pedazo de oro que será de valor de un ducado castellano, la descasa y da por libre para que se pueda casar con otro o con muchos si ella quisiere; y en señal de esto le echan en el hombro derecho un hierro y con solo aquello queda libre y el marido no le puede hacer daño ninguno ni compeler a que vuelva a su compañía. Hay en este reino muchas minas de diamantes finísimos y que son tenidos en mucha estima y muy conocidos en Europa. Hase hallado en él piedra tan fina y de tanto valor que la vendió el Rey pocos años ha a otro gran rey su comarcano, llamado Odialcán, en un millón de oro, sin otras muchas presas que le dio encima. Todo este reino es muy sano y de bonísimos y frescos aires y ricos mantenimientos y de todo lo demás necesario, no sólo para la vida humana, pero para el regalo y curiosidad de ella. Está en 14 grados de la parte del Polo Artico. Toda la gente de él es muy pusilánime y para poco trabajo y a esta causa no son nada aficionados a guerras. Recibirían a lo que se entiende fácilmente el Evangelio. Cerca de aquí está otro reino pequeño llamado Mana, en el cual hay un pueblo de portugueses que se llama en la lengua de la tierra Negapatán. Hay en él un convento de la Orden de San Francisco cuyos religiosos, aunque son pocos, se ocupan en la conversión de los naturales de él, y creo han de hacer muy gran fruto y tienen de ello dadas muestras, porque habrá tres años se convirtió el Príncipe de aquel reino por la predicación de los dichos religiosos, el cual fue agora a recibir el santo Bautismo por increíble gozo y alegría de los cristianos. Imitarle han presto todos los de su reino a lo que se cree. En esta isla hay muchas perlas y aljófar y todas ellas muy buenas, finas y redondas.
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CAPÍTULO XXIV Cómo prendieron a Vitachuco, y el rompimiento de batalla que hubo entre indios y españoles Habiéndose, pues, ordenado la gente de una parte y otra como se ha dicho, salieron los españoles hermosamente aderezados, armados y puestos a punto de guerra en sus escuadrones, divididos los caballeros de los infantes. El gobernador, por más fingir que no sabía la traición de los indios, quiso salir a pie con el curaca. Cerca del pueblo había un gran llano. Tenía a un lado un monte alto y espeso que ocupaba mucha tierra; al otro lado tenía dos lagunas. La primera era pequeña, que bojaba una legua en contorno, era limpia de monte y cieno; empero, tan honda que a tres o cuatro pasos de la orilla no se hallaba pie. La segunda, que estaba más apartada del pueblo, era muy grande, tenía de ancho más de media legua y de largo parecía un gran río, que no sabían dónde iba a parar. Entre el monte y estas dos lagunas pusieron su escuadrón los indios, quedándoles a mano derecha las lagunas y a la izquierda el monte. Serían casi diez mil hombres de guerra, gente escogida, valientes y bien dispuestos; sobre las cabezas tenían unos grandes plumajes, que son el mayor ornamento de ellos, aderezados y compuestos de manera que suben media braza en alto, con ellos parecen los indios más altos de lo que son. Tenían sus arcos y flechas en el suelo cubiertas con hierba para dar a entender que, como amigos, estaban sin armas. El escuadrón tenía formado en toda perfección militar, no cuadrado sino prolongado, las hileras derechas y algo abiertas, con dos cuernos a los lados de sobresalientes, puestos en tan buena orden, que, cierto, era cosa hermosa a la vista. Esperaban los indios a Vitachuco, su señor, y a Hernando de Soto, que saliesen a los ver. Los cuales salieron a pie acompañados de cada doce de los suyos, ambos con un mismo ánimo y deseo el uno contra el otro. A mano derecha del gobernador iban los escuadrones de los españoles: el de la infantería arrimado al monte y la caballería por medio del llano. Llegados el gobernador y el cacique al puesto donde Vitachuco había dicho daría la seña para que los indios prendiesen al general, el general la dio primero porque su contrario, que llevaba el mismo juego, no le ganase por la mano, que por ella se había de ganar este envite que entre los dos iba hecho. Hizo disparar un arcabuz, que era seña para los suyos. Alonso de Carmona dice que la seña fue toque de trompeta; pudo ser lo uno y lo otro. Los doce españoles que iban cerca de Vitachuco le echaron mano, y, aunque los indios que entre ellos iban quisieron defenderle y se pusieron a ello, no pudieron librarlo de prisión. Hernando de Soto, que secretamente iba armado y llevaba cercano de sí dos caballos de rienda, subiendo en uno de ellos, que era rucio rodado y le llamaban Aceituno, porque Mateo de Aceituno (de quien atrás dijimos había ido a reedificar La Habana, el cual se quedó en ella por alcaide de una fortaleza que había de fundar, que es la que hoy tiene aquella ciudad y puerto, que la fundó este caballero, aunque no en la grandeza y majestad que ahora tiene) se lo había dado, y era un bravísimo y hermosísimo animal digno de haber tenido tales dueños. Subiendo, pues, el gobernador en él, arremetió al escuadrón de los indios y por él entró primero que otro alguno de los castellanos, así porque iba más cerca del escuadrón como porque este valiente capitán en todas las batallas y recuentros que de día o de noche en esta conquista y en la del Perú se le ofrecieron, presumía siempre ser de los primeros, que, de cuatro lanzas, las mejores que a las Indias Occidentales hayan pasado o pasen, fue la suya una de ellas. Y, aunque muchas veces sus capitanes se le quejaban de que ponía su persona a demasiado riesgo y peligro, porque en la conservación de su vida y su salud, como de cabeza, estaba la de todo su ejército, y aunque él viese que tenían razón, no podía refrenar su ánimo belicoso ni gustaba de las victorias, si no era el primero en ganarlas. No deben ser los caudillos tan arriscados. Los indios, que a este punto tenían ya sus armas en las manos, recibieron al gobernador con el mismo ánimo y gallardía que él llevaba y no le dejaron romper muchas filas del escuadrón, porque a las primeras que llegó, de muchas flechas que le tiraron, le acertaron con ocho, y todas dieron en el caballo, que, como veremos en el discurso de la historia, siempre estos indios procuraban matar primero los caballos que los caballeros, por la ventaja que con ellos les hacían. Las cuatro le clavaron por los pechos y las otras cuatro por los codillos, dos por cada lado, con tanta destreza y ferocidad que sin que menease pie ni mano, como si con una pieza de artillería le dieran en la frente, lo derribaron muerto. Los españoles, oyendo el tiro del arcabuz, arremetieron al escuadrón de los indios siguiendo a su capitán general. Los caballos iban tan cerca de él que pudieron socorrerle antes que los enemigos le hiciesen algún otro mal. Un paje suyo, llamado Fulano Viota, natural de Zamora e hijodalgo, apeándose del caballo, se lo dio y ayudó a subir en él. El gobernador arremetió de nuevo a los indios, los cuales, no pudiendo resistir el ímpetu de trescientos caballos juntos porque no tenían picas, volvieron las espaldas sin hacer muchas pruebas de sus fuerzas y valentía, bien contra la opinión que poco antes su cacique y ellos de sí tenían, que les parecía imposible que tan pocos españoles venciesen a tantos y tan valientes indios como ellos presumían ser. Rompido el escuadrón, huyeron los indios a las guaridas que más cerca hallaron. Una gran banda de ellos entró en el monte, donde salvaron sus vidas; otros muchos se arrojaron en la laguna grande, donde escaparon de la muerte; otros, que eran de retaguarda y tenían lejos las guaridas, fueron huyendo por el llano adelante, donde alanceados murieron más de trescientos y fueron presos algunos, aunque pocos. Los de la avanguardia, que eran los mejores y, como tales, en las batallas suelen pagar siempre por todos, fueron los más desdichados, porque recibieron el primer encuentro y el mayor ímpetu de los caballos, y, no pudiendo acogerse al monte ni a la laguna grande, que eran las mejores guaridas, se arrojaron en la más pequeña más de novecientos de ellos. Este fue el primer lance de las bravosidades de Vitachuco. El recuentro sucedió a las nueve o diez de la mañana. Los españoles siguieron el alcance por todas partes hasta entrar en el monte y en la laguna grande, mas, viendo que toda la diligencia que hacían no les valía para prender siquiera un indio, se volvieron todos y acudieron a la laguna pequeña, donde, como dijimos, se habían echado más de novecientos indios. A los cuales, para que se rindiesen, combatieron todo el día, más con las amenazas y asombros que no con las armas. Tirábanles con las ballestas y arcabuces para amedrentarlos y no para matarlos, porque, como a gente casi rendida que no se les podía huir, no les querían hacer mal. Los indios no cesaron todo el día de tirar flechas a los castellanos, hasta que se les acabaron, y, para poderlas tirar desde el agua, porque no podían hacer pie, se subía un indio sobre tres o cuatro de ellos que andaban juntos nadando y le tenían en peso, hasta que gastaban las flechas de toda su cuadrilla. De esta manera se entretuvieron todo el día sin rendirse alguno. Venida la noche, los españoles cercaron la laguna, poniéndose a trechos de dos en dos los de a caballo y de seis en seis los infantes los unos cerca de los otros, porque con la oscuridad de la noche no se les fuesen los indios. Así los estuvieron molestando sin dejarles poner los pies en la orilla, y, cuando los sentían cerca de ella, les tiraban para que se alejasen y, cansados de nadar, se rindiesen más aína. Amenazábanles por una parte con la muerte, si no se rendían, y por otra les convidaban con el perdón, paz y amistad a los que quisiesen recibirla.
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CAPÍTULO XXIV De los mameyes, y guayabos y paltos Estas que hemos dicho son las plantas de más granjería y vivienda en Indias. Hay también otras muchas para comer; entre ellas los mameyes son preciados, del tamaño de grandes melocotones y mayores; tienen uno o dos huesos dentro; es la carne algo recia. Unos hay dulces y otros un poco agros; la cáscara también es recia. De la carne de éstos hacen conserva y parece carne de membrillo; son de buen comer y su conserva, mejor. Danse en las islas; no los he visto en el Pirú; es árbol grande y bien hecho, y de buena copa. Los guayabos son otros árboles que comúnmente dan una fruta ruin llena de pepitas recias, del tamaño de manzanas pequeñas. En Tierrafirme y en las islas, es árbol y fruta de mala fama, dicen que huelen a chinches, y su sabor es muy grosero y el efecto poco sano. En Santo Domingo y en aquellas islas hay montañas espesas de guayabos, y afirman que no había tal árbol cuando españoles arribaron allá, sino que llevado de no sé donde, ha multiplicado infinitamente. Porque las pepitas, ningún animal las gasta, y vueltas, como la tierra es húmeda y cálida, dicen que han multiplicado lo que se ve. En el Pirú es este árbol diferente, porque la fruta no es colorada, sino blanca, y no tiene ningún mal olor, y el sabor es bueno; y de algunos géneros de guayabos es tan buena la fruta como la muy buena de España, especial los que llaman guayabos de matos y otras guayabillas chicas, blancas. Es fruta para estómagos de buena digestión y sanos, porque es recia de digerir y fría asaz. Las paltas, al revés, son calientes y delicadas. Es el palto, árbol grande y bien hecho y de buena copa, y su fruta de la figura de peras grandes; tiene dentro un hueso grandecillo; lo demás es carne blanda, y cuando están bien maduras es como manteca, y el gusto, delicado y mantecoso. En el Pirú son grandes las paltas, y tienen cáscara dura, que toda entera se quita. En México, por la mayor parte son pequeñas, y la cáscara delgada, que se monda como de manzanas; tiénenla por comida sana y que algo declina a cálida, como he dicho. Estos son los melocotones, y manzanas y peras de Indias, mameyes y guayabas, y paltas, aunque yo antes escogería las de Europa; otros, por el uso o afición, quizá ternán por buena o mejor aquella fruta de Indias. Una cosa es cierta: que los que no han visto y probado estas frutas, les hará poco concepto leer esto y aún les cansará el oíllo, y a mí también me va cansando. Y así abreviaré con referir otras pocas de diferencias de frutas, porque todas, es imposible.
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Capítulo XXIV De las confecciones que estos indios usaban No se olvidó el demonio de procurar que, al modo que los christianos que guardamos la ley evangélica, según la verdad de la Iglesia Católica Romana, confesamos nuestros pecados a los verdaderos sacerdotes, a quien Cristo Nuestros Señor dejó potestad y llaves para abrir y cerrar el cielo y perdonar pecados, así a él le reverenciasen los indios, de quien tan aposesionado estaba, haciéndoles que confesasen sus pecados y los dijesen a los sacerdotes que ellos tenían, y por todos los caminos posibles se le diese a él honrra y tenerlos ciegos hasta el fin de sus miserables vidas. Tuvieron una opinión estos desdichados ignorantes, que todas las enfermedades, trabajos y persecuciones venían por pecados que hubiesen hecho. Negocio bien antiguo y aun guardado en los tiempos pasados, que creían que los trabajos y miserias, aun las naturales, venir y proceder de los pecados propios o de sus padres de quien los padecía, como consta de la pregunta del evangelio hecha a Christo por los discípulos acerca del ciego desde su nacimiento. Pero allí les desengañó Christo desta imaginación falsa, pues muchas veces para muestra y ostentación de las obras maravillosas de Dios, envía trabajos y persecuciones como también se vio en Job y Tobías. Para el remedio de las enfermedades usaban estos indios de sacrificios diferentes, acomodándolos a la calidad de ellas y también acostumbraron, casi en todas las provincias deste Reino, confesarse vocalmente y tuvieron, para este fin, confesores diputados mayores y menores, y pecados que eran reservados a confesarse al mayor sacerdote, y ellos les daban penitencias por ellos y algunas veces eran ásperas y rigurosas, atendiendo a la gravedad de los pecados, y esto se guardaba, especialmente si el indio que se confesaba era pobre, que no tenían alguna cosa que dar al confesor a quien acudía. También tuvieron este oficio algunas mujeres. En la provincia del Collao fue más común y ordinario este uso de confesores y hechiceros, a quien ellos llaman ychuri, y tenían por opinión que es cosa y pecado muy grave y notable encubrir cuando se confesaban algún pecado y los confesores lo averiguaban, y por suertes, mirando la asadura de algún animal, si les encubren algún pecado y al que entendía no había dicho la verdad y callaba algo, lo castigaban con darle en las espaldas cantidad de golpes con una piedra, hasta que lo declarara todo y entonces le daban penitencia y hacían sacrificios por sus pecados. Desta confesión usaban también, cuando sus hijos y mujeres caían en alguna enfermedad, o sus caciques, o cuando les sucedían algunos trabajos grandes, y si el Ynga caía enfermo. Entonces todas las provincias se confesaban por él, especialmente los collas. Estos confesores, aunque bárbaros e ignorantes, tenían obligación de guardar el secreto de la confesión, aunque en esto había algunas limitaciones, que no parese sino que, en muchas cosas, adivinaban lo que había de venir a este Reyno y cómo habían de usar de la confesión vocal, para limpiarse mediante ella de sus pecados. Los pecados de que tenían mis cuenta y cuidado, y se acusaban principalmente eran éstos: matar a algún indio privadamente, fuera de las ocasiones de guerra; el segundo era tomar o quitar a otro su mujer, porque esto tenían por caso grave; el tercero era dar yerbas ponzoñosas y hechizos en comida o bebida, para matar a otro; el cuarto era hurtar o saltear, o quitar lo ajeno por fuerza. Tenían por pecado gravísimo descuidarse o menospreciar la veneración de sus huacas e ídolos, el quebrantar las fiestas solemnes, que ellos guardaban por mandato del Ynga, y con esto el decir y tratar mal de la persona del Ynga y, cuando él mandaba alguna cosa, no cumplirle obedeciéndole con puntualidad. Estas eran las cosas de que se acusaban confesándose más especialmente, sin curar ni hacer caudal de actos y pecados interiores y de pensamientos. Era exento desta obligación de confesarse el Ynga, el cual a ninguna persona confesaba sus pecados, sino sólo al Sol, su padre, para que él los dijese al Hacedor y se los perdonase. Cuando el Ynga había confesado sus culpas delante de la imagen del Sol, hacía cierto lavatorio a su modo, con lo cual decían que del todo quedaba purificado y se acababa de limpiar de sus culpas. Era de desta forma: poníase en un río que corriese mucho y decía esstas palabras: "yo he dicho mis pecados al Sol mi padre, tu, río, con tus corrientes, llévalos velozmente al mar, donde nunca más parezcan" y con esto concluía. También los demás indios usaban destos lavatorios con las mismas, o casi, ceremonias, llamábanlos opacuna, y si se acertaban a morirse los hijos de alguno, le tenían por gran pecador y decían que por sus pecados le sucedía al revés, que los hijos muriesen primero que el padre, y a estos tales, después de haberse confesado y hecho los lavatorios referidos, les había de azotar con ciertas ortigas, que picaban mucho, un indio que fuese corcovado o contrahecho de su nacimiento, o tuviese alguna mostruosidad y defecto notable.
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De cómo el vicario hizo algunas amonestaciones a los soldados y los ejemplos que trajo Pasadas las dos muertes referidas, como el vicario vio las enfermedades cuán de veras eran, y que cada día moría uno, dos, o tres, andaba por el campo diciendo a altas voces: --¿Hay quien se quiera confesar? Pónganse bien con Dios, y miren por sus almas, que tenemos presente un castigo de que entiendo no ha de escapar ninguno de cuantos estamos aquí. Los indios han de triunfar de nosotros, y quedar gozando vestidos y armas y todo lo que tenemos en este lugar, a donde Dios nos tiene presos para castigarnos, que lo merecen nuestras obras. Miren que si por un pecado castiga Dios a un reino, aquí a donde hay tantos, ¿qué será? Pues hay hombres de tres, cinco, siete, nueve, catorce y treinta años de confesión, y otro que una sola vez se ha confesado en su vida. Hay hombres de dos y tres muertes de otros hombres; y hombre que ni sé si es moro, ni si es cristiano: y otros pecados tan feos y graves que por ser tales, su nombre callo. Miren que hizo Dios concierto con David y le dijo que escogiese de tres castigos el uno, y que tenemos presente peste, guerra, hambre y discordia entre nosotros mismos y tan alejados de todo remedio. Miren, pues, que tenemos a Dios airado, y de su justicia desnuda y sangrienta tiene la espada con que va matando, y presta para nos acabar: bien justificada tiene su causa; no es tanto, ni tan riguroso el castigo que nos da, que no sea más nuestro merecido. Confiésense; limpien sus almas, y con la enmienda aplacará la ira de Dios, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Abran los ojos, y verán cuán gran castigo es éste. Andaba el buen sacerdote una y otra vez, día y días haciendo bien su oficio, sacramentando a los enfermos, enterrando muertos, y para los que no se querían confesar buscaba medios: otras veces, con las mismas ansias pregoneras de su espíritu decía que la misericordia de Cristo era mucho mayor que nuestros pecados, por feos y enormes que fuesen, y que una sola gota de sangre de las que derramó en su pasión, bastaba para satisfacer por los pecados de infinitos muchos, y que ninguno de los que allí estaban, por pecador que fuese, perdiese la esperanza; mas antes con la fe y constancia de cristiano la afijase más en Dios, que sabía perdonar pecados. Y para más animar y consolar a todos con ejemplos, trujo los dos siguientes. En un pueblo del Perú había un fraile de San Francisco, en un convento, de buena vida, a cuyos pies se puso de rodillas para confesarse un soldado extragado, vecino y conocido suyo; y como a sus pies le vio, puso los ojos en un Crucifijo que en el crucero estaba, y en su corazón le dijo: --¡Ah, Señor, duélete y apiádate desta alma!; y que en aquel instante salió la imagen de la cruz y vino hasta la mitad de la distancia, y le dijo: --No dudes: confiésalo y absuélvelo, que por ése y otros pecadores como ése, vine yo al mundo. El otro fue, que en las Indias había un hombre rico de hacienda y pobre de virtud, que pecaba, y tenía viejas y bien arraigadas raíces en muchos vicios; hombre que salía algunas veces al campo con adarga y lanza, y apretados dientes y los ojos hincados en el cielo, decía: --Dios; baja aquí a este lugar a reñir conmigo y veremos quién es el más valiente; y otros dichos, de tan poco temor y reverencia de dios como son éstos. Este tal dice que andando una noche paseándose en un aposento suyo, rezando en unas cuentas, oyó una voz que le dijo: --¡Ah! fulano, ¿por qué no rezas con devoción ese rosario? Y que, alborotado y temeroso, trujo una lumbre mirando el aposento, no vio a nadie; y buscando más, halló una imagen de Nuestra Señora, pintada en papel, que levantada del suelo, la puso en la pared, y él, de rodillas, la tenía con las manos, prosiguiendo su rosario: y que estando así, llegaron a él dos negros, que, matando la luz, en un proviso lo desnudaron en carnes y con unos de hierro le azotaron con tanta fuerza, que estaba ya para espirar; y que en este punto, se vio en el aposento un gran resplandor, y dijo una voz: --Andad, andad y dejad esa alma; que no es vuestra, que mi hijo me la tiene concedida por su misericordia y mis ruegos; y que luego, en un instante, los negros le dejaron, y el resplandor y ellos desaparecieron, y que el paciente, como pudo salió fuera y se acostó en su cama, enviando a llamar un religioso, que, venido, le preguntó qué novedad era la de llamarle a media noche. Contóle el caso, mostróle las heridas y cardenales, pidiéndole confesión con mucha instancia, diciendo había treinta y ocho años que no se confesaba. El confesor le dijo tuviese ánimo y se consolase, que a muchos mayores pecadores perdonaba Dios con larga mano; y que hizo una confesión que duró diez y siete días; y que acertada, una chica penitencia le absolvió, y le dio una calentura que le fue gastando de manera, que el día que cumplió la penitencia, ése murió como un santo. Con estas y otras muchas diligencias, tan cristianas como éstas, procuraba la salvación de las almas que le cupieron en parte repastar; y para mejor acudir a las obligaciones de su oficio, se desembarcó y se fue a vivir en una casa de uno de los muertos.