De la provincia de Picara y de los señores della Saliendo de Pozo y caminando a la parte de oriente está situada la provincia de Picara, grande y muy poblada. Los principales señores que había en ella cuando la descubrimos se nombraban Picara, Chuscuruqua, Sanguitama, Chambiriqua, Ancora, Aupirimi, y otros principales. Su lengua y costumbres es conforme con los de Paucura. Extiéndese esta provincia hacia unas montañas, de las cuales nascen ríos de muy linda y dulce agua. Son ricos de oro, a lo que se cree. La disposición de la tierra es como la que habemos pasado, de grandes sierras, pero la más poblada; porque todas las sierras y laderas y cañadas y valles están siempre tan labradas que da gran contento y placer ver tantas sementeras. En todas partes hay muchas arboledas de todas frutas. Tienen pocas casas, porque con la guerra las queman. Había más de diez o doce mil indios de guerra cuando la primera vez entramos en esta provincia, y andan los indios della desnudos, porque ellos ni sus mujeres no traen más de pequeñas mantas o maures, con que se cubren las partes vergonzosas; en lo demás ni quitan ni ponen a los que quedan atrás, y tienen la costumbre que ellos en el comer y en el beber y en se casar. Y, por el consiguiente, cuando los señores y principales mueren, los meten en sus sepulturas, grandes y muy hondas, bien acompañados de mujeres vivas y adornados de las cosas preciadas suyas, conforme a la costumbre general de los más indios destas partes. A las puertas de las casas de los caciques hay plazas pequeñas, todas cercadas de las cañas gordas, en lo alto de las cuales tienen colgadas las cabezas de los enemigos, que es cosa temerosa de verlas, según están muchas, y fieras con sus cabellos largos, y las caras pintadas de tal manera que parescen rostros de demonios. Por lo bajo de las cañas hacen unos agujeros por donde el aire puede respirar cuando algún viento se levanta; hacen gran sonido, paresce música de diablos. Tampoco les sabe mal a estos indios la carne humana, como a los de Pozo; porque cuando entramos en él la vez primera con el capitán Jorge Robledo salieron con nosotros destos naturales de Picara más de cuatro mil, los cuales se dieron tal mañana, que mataron y comieron más de trecientos indios. Pasada la montaña que está por encima desta provincia al oriente, que es la cordillera de los Andes, afirman que hay una grande provincia y valle que dicen llamarse Arbi, muy poblada y rica. No se ha descubierto ni sabemos más desta fama. Por los caminos tienen siempre estos indios de Picara grandes púas o estacas de palma negra, agudas como de hierro, puestas en hoyos y cubiertas muy sotilmente con paja o hierba. Cuando los españoles y ellos contienden en guerra ponen tantas que se anda con trabajo por la tierra, y ansí muchos se las han hincado por las piernas y pies. Algunos destos indios tienen arcos y flechas; mas no hay en ellas hierba ni se dan maña a tirarlas, por lo cual no hacen con ellas daño. Hondas tienen, con que tiran las piedras con mucha fuerza105. Los hombres son de mediano cuerpo; las mujeres, lo mismo, y algunas bien dispuestas. Partidos desta provincia hacia la ciudad de Cartago se va a la provincia de Carrapa, que no está muy lejos y es bien poblada y muy rica.
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CAPÍTULO XXII Del número de los cristianos seglares y religiosos que en la Florida han muerto hasta el año de mil y quinientos y sesenta y ocho Habiendo hecho larga mención de la muerte del gobernador Hernando de Soto y de otros caballeros principales, como son el gran caballero y capitán Andrés de Vasconcelos, español portugués, y del buen Nuño Tovar, extremeño, y de otros muchos soldados nobles y valientes que en esta jornada murieron, como largamente se podrá haber notado por la historia, me pareció que sería cosa indigna no hacer memoria de los sacerdotes, clérigos y religiosos que con ellos fallecieron, de los que entonces fueron a la Florida y de los que después acá han ido a predicar la fe de la Santa Madre Iglesia Romana, que es razón que no queden en olvido, pues así los capitanes y soldados como los sacerdotes y religiosos murieron en servicio de Cristo Nuestro Señor, pues los unos y los otros fueron con un mismo celo de predicar su santo evangelio, los caballeros para compeler con sus armas a los infieles a que se sujetasen y entrasen a oír y obedecer la doctrina cristiana, y los sacerdotes y religiosos para les obligar y forzar con su buena vida y ejemplo a que les creyesen e imitasen en su cristiandad y religión. Y, hablando primero los seglares, decimos que el primer cristiano que murió en esta demanda fue Juan Ponce de León, primer descubridor de la Florida, caballero natural de León, que en sus niñeces fue paje de Pedro Núñez de Guzmán, señor de Toral. Murieron asimismo todos los que con él fueron, que, según salieron heridos de mano de los indios, no escapó ninguno. No se pudo averiguar el número de ellos más de que pasaron de ochenta hombres. Luego fue Lucas Vázquez de Ayllón, que también murió a manos de los floridos con más de doscientos y veinte cristianos que llevó consigo. Después de Lucas Vázquez de Ayllón fue Pánfilo de Narváez con cuatrocientos españoles, de los cuales no escaparon más de cuatro. Los demás murieron, de ellos a manos de los enemigos y de ellos ahogados en la mar, y los que escaparon de la mar murieron de pura hambre. Diez años después de Pánfilo de Narváez fue a la Florida el adelantado Hernando de Soto y llevó mil españoles de todas las provincias de España; fallecieron más de los setecientos de ellos. De manera que pasan de mil y cuatrocientos cristianos los que hasta aquel año han muerto en aquella tierra con sus caudillos. Ahora resta decir de los sacerdotes y religiosos que han muerto en ella, y de los que se tiene noticia son de los que fueron con Hernando de Soto y de los que después acá han ido, porque de los que fueron con Juan Ponce de León ni de los que fueron con Lucas Vázquez de Ayllón ni con Pánfilo de Narváez no hay memoria en sus historias como si no fueran. Con Hernando de Soto fueron doce sacerdotes, como dijimos al principio de esta historia, capítulo sexto. Los ocho eran clérigos y los cuatro frailes. Los cuatro clérigos de los ocho murieron el primer año que entraron en la Florida, y por esto no retuvo la memoria los nombres de ellos. Dionisio de París, francés natural de la gran ciudad de París, y Diego de Bañuelos, natural de la ciudad de Córdoba, ambos clérigos, y fray Francisco de la Rocha, fraile de la advocación de la Santísima Trinidad, natural de Badajoz, murieron de enfermedad en vida del gobernador Hernando de Soto, que, como no tenían médico ni botica, si la naturaleza no curaba al que caía enfermo, no tenía remedio por arte humana. Los otros cinco, que son Rodrigo de Gallegos, natural de Sevilla, y Francisco del Pozo, natural de Córdoba, clérigos sacerdotes, y fray Juan de Torres, natural de Sevilla, de la orden del seráfico padre San Francisco, y fray Juan Gallegos, natural de Sevilla, y Fray Luis de Soto, natural de Villanueva de Barcarrota, ambos de la orden del divino Santo Domingo, y todos ellos de buena vida y ejemplo, murieron después del fallecimiento del adelantado Hernando de Soto en aquellos grandes trabajos que a ida y vuelta de aquel largo y mal acertado camino que para salir a tierra de México hicieron y en los que padecieron hasta que se embarcaron, que, aunque por ser sacerdotes los regalaban todo lo que podían (donde había tanta falta de regalos cuanto sobra de trabajo), no pudieron escapar con la vida y así quedaron todos en aquel reino. Los cuales, demás de su santidad y sacerdocio, eran todos hombres nobles, y mientras vivieron hicieron su oficio muy como religiosos confesando y animando a bien morir a los que fallecían, y doctrinando y bautizando a los indios que permanecían en el servicio de los españoles. Después, el año de mil y quinientos y cuarenta y nueve, fueron a la Florida cinco frailes de la religión de Santo Domingo. Hízoles la costa el emperador Carlos Quinto, rey de España, porque se ofrecieron a ir a predicar a aquellos gentiles el evangelio sin llevar gente de guerra, sino ellos solos, por no escandalizar aquellos bárbaros. Mas ellos, que lo estaban ya de las jornadas pasadas, no quisieron oír la doctrina de los religiosos, antes, luego que los tres de ellos saltaron en tierra, los mataron con rabia y crueldad. Entre los cuales murió el buen padre fray Luis Cancer de Barbastro, que iba por caudillo de los suyos y había pedido con gran instancia al emperador aquella jornada con deseo del aumento de la Fe Católica, y así murió por ella como verdadero hijo de la orden de los predicadores. No supe de qué patria era ni los nombres de los compañeros, que holgara poner aquí lo uno y lo otro. El año mil y quinientos y sesenta y seis pasaron a la Florida con el mismo celo que los ya dichos, tres religiosos de la santa Compañía de Jesús. El que iba por superior era el maestro Pedro Martínez, natural del famoso reino de Aragón, famoso en todo el mundo que, siendo tan pequeño en términos, haya sido tan grande en valor y esfuerzo de sus hijos, que hayan hecho tan grandes hazañas como las que cuentan sus historias y las ajenas, fue natural de una aldea de Teruel. Luego que salió en tierra le mataron los indios. Dos compañeros que llevaba, el uno sacerdote, llamado Juan Rogel, y el otro hermano, llamado Francisco Villa Real, se retiraron a La Habana bien lastimados de no poder cumplir los deseos que llevaban de predicar y enseñar la doctrina cristiana a aquellos gentiles. El año de quinientos y sesenta y ocho fueron a la Florida ocho religiosos de la misma Compañía, dos sacerdotes y seis hermanos. El que iba por superior se llamaba Bautista de Segura, natural de Toledo, y el otro sacerdote se decía Luis de Quirós, natural de Jerez de la Frontera. La patria de los seis hermanos no supe, cuyos nombres son los que se siguen: Juan Bautista Méndez, Gabriel de Solís, Antonio Zavallos, Cristóbal Redondo, Gabriel Gómez, Pedro de Linares, los cuales llevaron en su compañía un indio señor de vasallos natural de la Florida. De cómo vino a España será bien que demos cuenta. Es así que el adelantado Pedro Meléndez fue a la Florida tres veces desde el año de quinientos y sesenta y tres hasta el año de sesenta y ocho, a echar de aquella costa ciertos corsarios franceses que pretendían asentar y poblar en ella. Del segundo viaje de aquéllos trajo siete indios floridos que vinieron de buena amistad. Venían en el mismo traje que hemos dicho que andan en su tierra; traían sus arcos y flechas de lo muy primo, que ellos hacen para su mayor ornato y gala. Pasando los indios por una de las aldeas de Córdoba, que los llevaban a Madrid para que los viera la majestad del rey don Felipe Segundo, el autor que me dio la relación de esta historia, que vivía en ella, sabiendo que pasaban indios de la Florida, salió al campo a verlos y les preguntó de qué provincia eran y, para que viesen que había estado en aquel reino, les dijo si eran de Vitachuco o de Apalache o de Mauvila o de Chicaza, o de otras donde tuvieron grandes batallas. Los indios, viendo que aquel español era de los que fueron con el gobernador Hernando de Soto le miraron con malos ojos y le dijeron: "¿Dejando vosotros esas provincias tan mal paradas como las dejasteis queréis que os demos nuevas de ellas?" Y no quisieron responderle más. Y hablando unos con otros dijeron (según dijo el intérprete que con ellos iba): "De mejor gana le diéramos sendos flechazos que las nuevas que nos pide". Diciendo esto (por dar a entender el deseo que tenían de tirárselas y la destreza con que se las tiraran), dos de ellos tiraron al aire por alto sendas flechas con tanta pujanza que las perdieron de vista. Contándome esto mi autor me decía que se espantaba de que no se las hubiesen tirado a él, según son locos y atrevidos aquellos indios, principalmente en cosa de armas y valentía. Aquellos siete indios se bautizaron acá y los seis murieron en breve tiempo. El que quedó era señor de vasallos; pidió licencia para volverse a su tierra; hizo grandes promesas que haría como buen cristiano en la conversión de sus vasallos a la Fe Católica y de los demás indios de todo aquel reino. Por esto lo admitieron los religiosos en su compañía, entendiendo que les había de ayudar como lo había prometido. Así fueron hasta la Florida y entraron la tierra adentro muchas leguas; pasaron grandes ciénagas y pantanos; no quisieron llevar soldados por no escandalizar los indios con las armas. Cuando el cacique los tuvo en su tierra, donde le pareció que bastaba matarlos a su salvo, les dijo que le esperasen allí, que él iba cuatro o cinco leguas adelante a disponer los indios de aquella provincia para que con gusto y amistad oyesen la doctrina cristiana, que él volvería dentro de ocho días. Los religiosos le esperaron quince días y cuando vieron que no volvía le enviaron al padre Luis de Quirós y a uno de los hermanos al pueblo donde había dicho que iba. El don Luis con otros muchos de los suyos, viéndolos delante de sí, como traidor apóstata, sin hablarles palabra, los mató con gran rabia y crueldad y, antes que los otros religiosos supiesen la muerte de sus compañeros y se fuesen a alguna otra provincia de las comarcanas a valerse, dieron el día siguiente sobre ellos con gran ímpetu y furor, como si fuera un escuadrón de soldados armados. Los cuales, sintiendo el ruido de los indios y viendo las armas que traían en las manos, se pusieron de rodillas para recibir la muerte que les diesen por predicar la fe de Cristo Nuestro Señor. Los infieles se la dieron cruelísimamente. Así acabaron la vida presente, como buenos religiosos, para gozar de la eterna. Los indios, habiéndolos muerto, abrieron una arca que llevaban con libros de la Santa Scriptura y con breviarios y misales y ornamentos para decir misa. Cada uno tomó de los ornamentos lo que le pareció y se lo puso como se le antojó, haciendo burla y menosprecio de aquella majestad y riqueza, teniéndola por pobreza y vileza. Tres de los indios, mientras los otros andaban saltando y bailando con los ornamentos puestos, sacaron un crucifijo que en el arca iba y, estándolo mirando, se cayeron muertos súbitamente. Los demás, echando por tierra los ornamentos que se habían vestido, huyeron todos. Lo cual también lo escribe el padre maestro Pedro de Ribadeneyra. De manera que estos diez y ocho sacerdotes, los diez de las cuatro religiones que hemos nombrado, y los ocho clérigos, y los seis hermanos de la Santa Compañía, que por todos son veinte y cuatro, son los que hasta el año de mil y quinientos y sesenta y ocho han muerto en la Florida por predicar el santo evangelio, sin los mil y cuatrocientos seglares españoles que en cuatro jornadas fueron a aquella tierra, cuya sangre, espero en Dios, que está clamando y pidiendo no venganza como la de Abel, sino misericordia como la de Cristo Nuestro Señor, para que aquellos gentiles vengan en conocimiento de su eterna majestad, debajo de la obediencia de nuestra madre la Santa Iglesia Romana. Y así es de creer y esperar que tierra que tantas veces ha sido regada con tanta sangre de cristianos haya de fructificar conforme al riego de la sangre católica que en ella se ha derramado. La gloria y honra se dé a Dios Nuestro Señor, Padre, Hijo y Spíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero. Amén. Fin.
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CAPITULO XXII Llegan las Expediciones al Puerto de Monterrey, y se funda la Misión y Presidio de San Carlos. Satisfará lo que promete este Capítulo la siguiente Carta que me escribió el V. Padre, en que me comunica su llegada a Monterrey, y lo que en aquel Puerto se practicó. "Viva Jesús, María, y José= R. Padre Lector y Presidente Fr. Francisco Palou= Carísimo amigo y muy Señor mío: Día 31 de Mayo, con el favor de Dios, después de un mes y medio de navegación algo penosa, llegó este Paquebot San Antonio mandado del Capitán Don Juan Pérez, y dio fondo en este hermoso Puerto de Monterrey, el mismo, e invariado en substancia, y circunstancias de cómo lo dejó la Expedición de Don Sebastián Vizcaíno el año de 1603. Me fue de mucho consuelo, el que se me aumentó con la noticia que aquella misma noche tuvimos de haber ocho días cabales que la Expedición de tierra había llegado, y con ella el P. Fr. Juan, y todos con salud; y más cuando el día Santo de Pentecostés, tercero de Junio, juntos todos los oficiales de mar, y tierra, y toda la gente junto a la misma Barranquita, y encino donde celebraron los Padres de dicha Expedición, dispuesto el altar, colgadas y repicadas las campanas, cantado el Himno Veni Creator, bendecida el agua, enarbolada y bendita una grande Cruz, y los Reales Estandartes, canté la Misa primera que se sepa haberse celebrado acá desde entonces, y después cantamos la Salve a nuestra Señora ante la imagen de S. Illmâ. que ocupaba el altar, y en la Misa les prediqué. Concluimos la función con el Te Deum cantado; y después allá los Señores hicieron el acto de posesión de la tierra en nombre del Rey nuestro Señor (que Dios guarde). Después comimos juntos en una sombra de la Playa, y toda la función fue con muchos truenos de pólvora, en tierra y en el Barco. A solo Dios sea toda la honra y gloria. En orden a no haber hallado este Puerto los de la Expedición pasada, y haber promulgado que ya no existía, no tengo que decir, ni por qué meterme en juzgarlo. Basta que en fin se encontró, y se le cumplieron, aunque algo tarde, los deseos a S.Illmâ. el Señor Visitador general, y a todos los que deseamos esta espiritual Conquista. Como el pasado Mayo se cumplió un año, desde que no recibí Carta alguna de tierra de Cristianos, puede pensar V. R. que en ayunas estaremos de noticias: con todo, sólo pido cuando haya ocasión el saber de V. R. y Compañeros, el como se llama nuestro Santísimo Papa reinante, para nombrarlo en el Canon de la Misa por su nombre; el saber si se efectuó la Canonización de los Beatos José Cupertino, y Serafino de Asculi, y si hay algún otro Beato o Santo, para ponerlo en el Calendario, y rezarlo, ya que parece estaremos despedidos de Calendarios impresos; si es verdad que los Indios mataron al P. Fr. José Soler en la Sonora, o Pimeria, y como fue; y si hay otro difunto de los conocidos, para encomendarlo a Dios como tal; y aquello solo que V. R. juzgue hacer al caso para unos pobres Ermitaños, segregados de la sociedad humana. Lo que también deseo saber es de la Misión de España; de ella encargo mucho a V. R. y suplico se destinen dos Sujetos para estas Misiones, para con los cuatro que estamos ajustar los seis, y poner la Misión de San Buenaventura en la Canal de Santa Bárbara, tierra mucho más ventajosa que San Diego, que Monterrey, y que todo lo descubierto. Ya se han enviado dos veces bastimentos para dicha Misión, y ya que hasta aquí no se ha podido atribuir a los Religiosos no estar fundadas, no quisiera que se atribuyera cuando haya Escolta para ponerla. Verdad es que como el P. Fr. Juan, y yo estemos en pie, no se demorará, porque nos dividiremos cada uno a la suya, y será para mí el mayor de los esfuerzos el quedarme con el Sacerdote más cercano a distancia de más de ochenta leguas; por lo que suplico haga V. R. que no haya de durar mucho tiempo tan cruda soledad. El P. Lazuen desea mucho venir a estas Misiones, y así téngalo V. R. presente cuando se le ofrezca deliberar en destinar Ministros. Estamos cortísimos de cera para las Misas, así acá, como en San Diego, sin embargo vamos mañana a hacer fiesta y procesión del Corpus, aunque sea pobremente, para ahuyentar cuantos Diablillos pueda haber por esta tierra: si hay, lugar que venga alguna, nos hará muy al caso, y el Incienso que en otra ocasión pedí. V. R. no deje de escribir a S. Illmâ. la enhorabuena de este hallazgo del Puerto, y lo que bien le parezca, y no deje de encomendarnos a Dios, quien guarde a V. R. muchos años en su santo amor y gracia. Misión de San Carlos de Monterrey, y Junio día de San Antonio de Padua, de 1770.= B. L. M. de V. R. afectísimo Amigo, Compañero y Siervo= Fr. Junípero Serra". En el mismo día que se tomó posesión del Puerto, y se dio principio al Presidio Real de San Carlos, se fundó la Misión con el propio nombre, y contigua a aquel una Capilla de palizada para Iglesia interina: asimismo una vivienda con las respectivas piezas o divisiones, para asistencia de los Padres y Oficinas necesarias, cercados ambos Establecimientos con una estacada para su defensa. Los Gentiles no se dejaron ver en aquellos días, porque desde luego les causó espanto la multitud de tiros de artillería, y fusilería que se dispararon por la Tropa; pero a poco tiempo empezaron a acercarse, y el V. Padre a regalarlos para conseguir su ingreso en el Gremio de la Santa Iglesia, y logro de sus almas, que era el principal objeto de sus designios. El día después de la fiesta del Corpus que refiere el V. Siervo de Dios en su Carta ya copiada se despachó un Correo por tierra con los Pliegos para S. Excâ. y el filmó Señor Visitador general, dándoles noticia de todo lo acaecido; y con el mismo me remitió su citada Carta, la cual recibió el día 2 de Agosto hallándose en la Misión de todos Santos en el Sur de California, quinientas sesenta leguas distantes del Puerto de Monterrey, que tantas anduvo el Correo en mes y medio, habiéndose detenido cuatro días en San Diego. Los Pliegos para S. Excâ se despacharon por una Lancha a San Blas; pero habiendo el Comandante de la Expedición, en virtud de la orden que tenía, salido de Monterrey a 9 de Julio, y arribado a aquel Puerto a 1 de Agosto, llegó a México primero la noticia, por sus Cartas, que despachó inmediatamente, y recibió el Exemô. Señor Virrey el día 10 del expresado Agosto, quien mandó se celebrase tan plausible noticia con las devotas expresiones que se dirán en el Capítulo siguiente. El Teniente de Voluntarios de Cataluña Don Pedro Fages, quedó mandando el nuevo Presidio de San Carlos en Monterrey; y considerando ser muy poca la Tropa que allí existía, resolvió de acuerdo con el V. Presidente, suspender la fundación de la Misión de San Buenaventura hasta que llegase un Capitán con diez y nueve Soldados, que habían bajado a la antigua California por el mes de Febrero a conducir ganado vacuno; pero el Capitán con Tropa y ganado, no subió más que hasta San Diego, sin dar aviso hasta el siguiente año, en que lo hizo con un barco, como se verá adelante. No pudiéndose por este motivo dar principio a la Misión tercera, se aplicó nuestro V. Padre con su Discípulo Fr. Juan Crespí a la reducción de los Indios de Monterrey, procurando atraer con regalitos a los que lo iban a visitar; pero como no había quien supiese el idioma de ellos, se hubieron de pasar muchos trabajos al principio, y hasta que Dios quiso abrir puerta por medio de un muchacho Indio Neófito que habían traido de la antigua California, el cual con la comunicación que el V. Fr. Junípero le hacía tener con los Gentiles para el efecto, empezó a entenderlos, y a articular algunas cosas en aquella lengua; con lo que sirviendo de Intérprete, pudo explicarse ya a los Indios, que el fin de la venida a sus tierras era para encaminar al cielo sus almas. El día 26 de Diciembre del citado año se consiguió el primer Bautismo en aquella Nación Gentílica, y fue para el fervoroso y ardiente corazón de nuestro V. Padre de inexplicable júbilo, y con el tiempo se fueron logrando otros, y aumentándose el número de Cristianos, de modo que a los tres años después, subí yo a aquella Misión, y había ya en ella ciento sesenta y cinco; y cuando terminó su gloriosa carrera el V. Fundador Junípero, dejó bautizados mil y catorce, de los cuales habían ya pasado muchos a gozar de Dios en la vida eterna por los incesantes desvelos de aquel Apostólico Varón. Mucho ayudaron a estas reducciones, o por mejor decir fue el cimiento principal de tan importante Conquista, las singulares maravillas y prodigios que Dios nuestro Señor hizo ver a los Gentiles para que cobrasen amor y temor a los Católicos: temor para contenerlos, y que no con su muchedumbre se insolentasen contra el corto número de los Cristianos, y amor para que oyesen con afecto la Doctrina Evángelica que se les venía a enseñar, y para que abrazasen el suave yugo de nuestra Santa Ley. El P. Crespí en su Diario del segundo viaje de la Expedición de tierra al Puerto de Monterrey, dice en el día 24 de Mayo (como puede ver en él el Lector) lo siguiente: "Como a las tres leguas de andar, llegamos a la una del día a las Lagunas de agua salada de la Punta de Pinos, de la parte del Nordeste, donde en el primer viaje se puso segunda Cruz. Antes de apearnos fuimos el Señor Gobernador, un Soldado, y yo, a ver la Cruz, para ver si había alguna señal de que hubiesen ya llegado allí los del barco; pero no se encontró ninguna. Encontramos toda la Cruz rodeada de flechas, y de varillas con muchos plumajes, hincadas en la tierra, que habían puesto los Gentiles; y una sarta de Sardinas, todavía medio frescas, colgadas de una vara al lado de la Cruz, otra con un trozo de carne al pie de la Cruz, y un montoncito de Almejas. Causóles a todos grande admiración aquello; pero ignorando la causa suspendieron el juicio. Luego que los recién bautizados comenzaron a explicar sus discursos en el Castellano idioma, y que el Neófito Californio comprendió el de éllos, declararon lo siguiente en distintas ocasiones. Que la primera vez que vieron a nuestra gente advirtieron en ella, que todos traían en el pecho una muy resplandeciente Cruz, y que cuando se volvieron de allí, dejando aquella grande en la Playa, fue tanto el temor que se les infundió, que no les permitía acercarse a tan sagrada Señal, pues la veían llena de lúcidos resplandores, cuando ausentados aquellos con que el Sol ilumina al día, prevalecían las sombras de la noche: advirtiéndola con tales creces, que les parecía elevarse hasta la suprema celsitud; pero que mirándola de día sin estas circunstancias y en su natural extensión, se arrimaron a ella; y procurando congraciarla para con ellos, para que no les hiciese daño alguno, le ofrecían en obsequio aquella carne, pescados y Almejas: y que causándoles admiración al ver que nada comía, le ofrecieron sus plumajes y flechas en significación de que querían paz con la Santa Cruz, y las gentes que allí la habían puesto. Esta declaración hicieron varios de los Indios (como llevo dicho) en distintos tiempos, y últimamente en el año de 74, que volvió de México el V. P. Presidente, ante quien la repitieron sin la menor variación de como lo habían hecho ante mí en el año anterior. Así lo escribió el Siervo de Dios, por materia de edificación, al Exemô. Señor Virrey, para fervorizarlo más, y empeñarlo al propio tiempo en el feliz logro de esta espiritual empresa. Del citado y otros muchos prodigios que ha obrado el Señor, se ha seguido la reducción de estos Gentiles con toda paz, y sin estrépito de armas. Bendito sea Dios, a quien sea toda la gloria y alabanza.
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Capítulo XXII De cómo Tupa Ynga Yupanqui volvió al Cuzco y su padre Ynga Yupanqui le renunció el señorío Acabadas las conquistas susodichas de Tupa Ynga Yupanqui, así en la sierra como en los llanos, en todas las provincias de Quito. Hizo en Tumbes una fortaleza para poner más en freno y sujeción las provincias de aquellas partes de los llanos, que caían a la mar, y trató de volverse al Cuzco a dar cuenta y relación a Ynga Yupanqui, su padre, de todo lo que había conquistado y allanado. Poniendo guarnición en las provincias nuevamente ganadas y gobernadadores que las rigiesen y guardasen, se volvió hasta Caxa-Marca habiendo enviado por los llanos a sus dos tíos hasta Truxillo, los cuales se apoderaron de aquella rica y fertilísima tierra donde hallaron innumerables riquezas de oro y plata y famosas y ricas bajillas y maderos de plata y oro, con que tenían hechas y edificadas las casas Chimo Capac, señor de aquellas provincias, cosa increíble y que de ningún monarca del mundo se lee tal. Desta verdad dieron muchas y manifiestas señales las Guacas, que después de haber los españoles venido y apoderádose desta tierra se descubrieron y hallaron en Trujillo, que fueron las más soberbias, ricas y numerosas que se han descubierto hasta hoy en las indias, que todo es indicio de la riqueza y abundancia de Chimo Capac, señor natural de Trujillo. Todo este oro y plata y vajillas trajeron a Tupa Ynga Yupanqui a Caxa-Marca, y de allí se vinieron a la ciudad del Cuzco, a do entró con el más magnífico y soberbio triunfo que jamás Ynga metió en él, antes ni después, trayendo diversidad de gentes y naciones sujetas y domadas, haciendo una pomposa muestra de todos los curacas principales y capitanes que había prendido en las batallas, los cuales trajo de sus tierras para sólo este efecto. Y como el corazón envidioso, aun de sus mismas cosas tiene envidia y pesar, Ynga Yupanqui, su padre, recibió deste triunfo, grandeza y majestad de su hijo, gran pena y tristeza, viendo sus victorias y gloria por no haber ido él a aquella conquista y jornada, y que a él solo se le atribuyese esta honra, y así urdió de matar a sus dos hijos Tilca Yupanqui y Yanque Yupanqui, y mató sólo a Tilca Yupanqui, dando por causa y achaque de su muerte que para que habían pasado la comisión y mandato que les había dado en las conquistas y tierra que habían de procurar sujetar y habían llevado a su hijo Tupa Yupanqui a provincias tan remotas y lejanas y puéstole en peligro de perderse y a su ejército. Visto por Tupa Ynga Yupanqui la muerte tan injusta y sin razón de su hermano recibió grandísima pena y melancolía, dando della grandísimas muestras. Del oro que en esta razón se trajo mandó Ynga Yupanqui hacer las estatuas de oro del sol y Viracocha y las de Palpa Ocllo e Ynga Ocllo y adornar con este oro el templo de Curicancha y enriquecerlo. Del oro que a este tiempo se trajo tomó ocasión Tupa Ynga Yupanqui de hacer descubrir minerales de oro y plata, y así lo mandó por toda la tierra y se empezaron a manifestar las riquezas de metales abundantísimos de oro y plata y esmeraldas, que después se han ido prosiguiendo y prosiguen en todas estas provincias, sacándose cada día más, y habiendo cada día nuevas muestras más que en ninguna de las provincias y reinos de todo el orbe, con grandísimo espanto y maravilla que parece que este reino del Pirú es depósito todo él de riquezas. Y viéndose ya Ynga Yupanqui viejo, deseando ver a su hijo Tupa Yupanqui en posesión del reino y señorío, lo trató con él y con todos sus hermanos y deudos y linaje y con los capitanes y gobernadores que en el Cuzco había. Los cuales todos vinieron en ello, por ser muy amado y querido en general de chicos y grandes, Tupa Ynga Yupanqui. Viendo su padre la voluntad de los orejones tan dispuesta hizo una Junta General y llevó a Tupa Ynga Yupanqui a Curicancha y lo puso delante la estatua de sol y dijo al sol: veis aquí vuestro hijo el que ha de suceder en mi lugar en todos mis señoríos y en todas las provincias que poseo. Luego le hizo vestir una vestidura riquísima que llaman capac incu-tarco hualcay, que quiere decir vestir rico y preciado, y luego se pusieron la borla en la frente que llaman ellos mascai pacha, que es la Corona Real que ellos usaban, hecha de la lana finísima colorada, y después le dieron el suntur paucar y el tupa yauri, que es el cetro que como dijimos son las insignias que le daban al Ynga cuando le coronaban y juraban por Rey y Señor. Dábanle unos vasitos de oro llamados tupa cusi napa, y acabadas estas ceremonas y ritos, los sacerdotes del Sol, que estaban presentes, a quien pertenecía lo levantaron sobre los hombros con grandes voces, y así quedó coronado y jurado por señor. Vuelto Ynga Yupanqui a todos los de su linaje, capitanes y gobernadores que estaban allí para este efecto, les dijo: veis aquí vuestro señor, que yo soy ya viejo e impedido y no puedo gobernaros, él os ha de regir y mandar de aquí adelante y a él habéis de obedecer y respetar, y seguir su orden y mandato en todo. Entonces los hermanos, parientes y todos los orejones gobernadores y capitanes se hincaron de rodillas ante Tupa Yupanqui y le besaron las manos y los pies, con mucha humildad, y acabado esto se salieron a la plaza a hacer y celebrar la fiesta de la coronación a su usanza, con gran suma de bailes y danzas, cantando, comiendo y bebiendo. De allí a poco murió Ynga Yupanqui en el Cuzco, aunque algunos quieren decir que fue en Quito su muerte. Pero lo más cierto es lo dicho. Fue casado con Mama Ana Huarque, por otro nombre llamada Hipa Huaco, en quien tuvo muchos hijos e hijas. El heredero ya está dicho que fue Tupa Ynga Yupanqui, y una hija llamada Mama Ocllo, que fue mujer de su hermano. Este Ynga Yupanqui fue el que comenzó la obra de la fortaleza del Cuzco y la trazó y ordenó, mandando sacar los cimientos, que bien considerado no tiene cosa más señalada el Pirú de edificios. En ella mostraron los Yngas su gran poder y ánimo, pues no teniendo hierro ni picos con que labrar piedras tan duras, las labraban con otras piedras más duras, que ellos llamaban higuyayas, y acomodaban juntándolas de tal suerte que una punta de aguja muy delgada no entrara por las junturas de las piedras, y éstas trayéndolas de partes remotas, sin ayuda de artificio de animales como en todos los edificios del mundo, sino sólo a fuerza de brazos de sus vasallos. Hizo también la fortaleza de Vilcas, que es obra famosa y admirable. En las fiestas y solemnidades salía muy galán y pomposamente aderezado con los mascay pacha, puesta en la frente en señal de Rey y Señor, y con muchas flores y patenas de plata y oro. Tiznábase el rostro conforme a la fiesta que era, y llevaba grandísima multitud de gente, de señores y orejones y de otra común también, tiznados de diversos colores y figuras, danzando y bailando sin descansar, cantando unos y respondiendo otros las historias y hazañas de Ynga Yupanqui y, llegados a la casa donde se había de hacer la fiesta, la celebraban, y vuelto Ynga Yupanqui a su casa, los que quedaban con él comían y bebían con grandísimo regocijo y, al fin, como bárbaros. Toda su felicidad tenían puesta en esto.
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Cómo el Almirante encontró la primera tierra, que fue una isla en el archipiélago llamado de los Lucayos Viendo entonces nuestro Señor cuán difícilmente luchaba el Almirante con tantos contradictores, quiso que el jueves, a 11 de Octubre, después de mediodía, cobrasen mucho ánimo y alegría, porque tuvieron manifiestos indicios de estar ya próximos a tierra, pues los de la Capitana vieron pasar cerca de la nave un junco verde, y después un gran pez verde, de los que no se alejan mucho de los escollos; luego, los de la carabela Pinta vieron una cana y un palo, y tomaron otro palo labrado con artificio, y una tablilla, y una mata arrancada de la hierba que nace en la costa. Otros semejantes indicios vieron los de la carabela Niña, y un espino cargado de fruto rojo, que parecía recién cortado, por cuyas señales y por lo que dictaba su razonable discurso, teniendo el Almirante por cosa cierta que estaba próxima a tierra, ya de noche, a la hora en que se acababa de decir la Salve Regina que los marineros acostumbran cantar al atardecer, habló a todos en general, refiriendo las mercedes que Nuestro Señor les había hecho en llevarlos tan seguros y con tanta prosperidad de buenos vientos y navegación, y en consolarlos con señales que cada día se veían mucho mayores; y rogóles que aquella noche velasen con atención, recordando que bien sabían, cómo en el primer capítulo de la instrucción dada por él a todos los navíos en Canarias, mandaba a éstos que después que hubiesen navegado setecientas leguas al Poniente, sin haber hallado tierra, no caminasen desde media noche hasta ser de día, a fin de que, si el deseo de tierra no daba resultado, al menos, la buena vigilancia supliese a su buen ánimo. Y porque tenía certísima esperanza de hallar tierra, mandó que aquella noche, cada uno vigilase por su parte, pues a más de la merced que Sus Altezas habían prometido de diez mil maravedís anuales de por vida al primero que viese tierra, él le daría un jubón de terciopelo. Esto dicho, dos horas antes de media noche, estando el Almirante en el castillo de popa, vio una luz en tierra; pero dice que fue una cosa tan dudosa, que no osó afirmar fuese tierra, aunque llamó a Pedro Gutiérrez, repostero del Rey Católico, y le dijo que mirase si veía dicha luz; aquél respondió que la veía, por lo que muy luego llamaron a Rodrigo Sánchez de Segovia, para que mirase hacia la misma parte; mas no pudo verla, porque no subió pronto donde podía verse, ni después la vieron, sino una o dos veces, por lo cual pensaron que podía ser una candela o antorcha de pescadores, o de caminantes, que alzaban y bajaban dicha luz, o, por ventura, pasaban de una casa a otra, y por ello desaparecía y volvía de repente con tanta presteza que pocos por aquella señal creyeron estar cercanos a tierra. Pero, yendo con mucha vigilancia, siguieron su camino hasta que dos horas después de media noche la carabela Pinta, que por ser gran velera, iba muy delante, dio señal de tierra; la cual vio primeramente un marinero llamado Rodrigo de Triana cuando estaban separados de tierra, dos leguas. Pero, la merced de los 10.000 maravedís no fue concedida por los Reyes Católicos a éste, sino al Almirante, que había visto la luz en medio de las tinieblas, denotando la luz espiritual que por él era introducida en aquellas obscuridades. Estando, pues, entonces, cerca de tierra, todos los navíos se pusieron a la cuerda, o al reparo, pareciéndoles largo el tiempo que quedaba hasta el día, para gozar de una cosa tan deseada.
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CAPÍTULO XXII Que no pasó el linaje de indios por la isla Atlántida, como algunos imaginan No faltan algunos que siguiendo el parecer de Platón, que arriba referimos, dicen que fueron esas gentes de Europa o de África, a aquella famosa isla y tan cantada Atlántida, y de ella pasaron a otras y otras islas hasta llegar a la tierra firme de Indias. Porque de todo esto hace mención el Cricias de Platón, en su Timeo. Porque si era la isla Atlántida tan grande como toda la Asia y África juntas, y aun mayor, como siente Platón, forzoso había de tomar todo el Océano Atlántico y llegar cuasi a las islas del Nuevo Orbe. Y dice más Platón, que con un terrible diluvio se anegó aquella su isla Atlántida, y por eso dejó aquel mar imposibilitado de navegarse, por los muchos bajíos de peñas y arrecifes, y de mucha lama, y que así lo estaba en su tiempo. Pero que después con el tiempo, hicieron asiento las ruinas de aquella isla anegada, y en fin, dieron lugar a navegarse. Esto tratan y disputan hombres de buenos ingenios muy de veras, y son cosas tan de burla considerándose un poco, que más parecen cuentos o fábulas de Ovidio, que historia o filosofía digna de cuenta. Los más de los intérpretes y expositores de Platón, afirman que es verdadera historia todo aquello que allí Cricias cuenta, de tanta extrañeza del origen de la isla Atlántida, y de su grandeza y de su prosperidad, y de las guerras que los de Europa y los de Atlántida entre sí tuvieron, con todo lo demás. Muévense a tenerlo por verdadera historia, por las palabras de Cricias que pone Platón, en que dice en su Timeo que la plática que quiere tratar, es de cosas extrañas, pero del todo verdaderas. Otros discípulos de Platón, considerando que todo aquel cuento tiene más arte de fábula que de historia, dicen que todo aquello se ha de entender por alegoría, que así lo pretendió su divino filósofo. De estos es Proclo y Porfirio, y aún Orígenes. Son éstos tan dados a Platón, que así tratan sus escritos como si fuesen libros de Moisén o de Esdras, y así donde las palabras de Platón no vienen con la verdad, luego dan en que se ha de entender aquello en sentido místico y alegórico, y que no puede ser menos. Yo, por decir verdad, no tengo tanta reverencia a Platón, por más que le llamen divino, ni aun se me hace muy difícil de creer que pudo contar todo aquel cuento de la isla Atlántida por verdadera historia, y pudo ser con todo eso muy fina fábula, mayormente que refiere él haber aprendido aquella relación de Cricia, que cuando muchacho entre otros cantares y romances, cantaba aquel de la Atlántida. Sea como quisieren, haya escrito Platón por historia o haya escrito por alegoría, lo que para mí es llano, es que todo cuanto trata de aquella isla, comenzando en el diálogo Timeo y prosiguiendo en el diálogo Cricia, no se puede contar en veras, si no es a muchachos y viejas. ¿Quién no terná por fábula decir que Neptuno se enamoró de Clito, y tuvo de ella cinco veces gemelos de un vientre, y que de un collado sacó tres redondos de mar y dos de tierra, tan parejos, que parecían sacados por torno? Pues ¿qué diremos de aquel templo de mil pasos en largo y quinientos en ancho, cuyas paredes por de fuera estaban todas cubiertas de plata y todos los altos de oro, y por de dentro era todo de bóveda de marfil labrado y entretejido de oro y plata y azófar?, y al cabo el donoso remate de todo, con que concluye en el Timeo, diciendo: "En un día y una noche, viniendo un grande diluvio, todos nuestros soldados se los tragó la tierra a montones, y la isla Atlántida, de la misma manera anegada en la mar, desapareció." Por cierto ella lo acertó mucho en desaparecerse toda tan presto, porque siendo isla mayor que toda la Asia y África juntas, hecha por arte de encantamiento, fue bien que así se desapareciese. Y es muy bueno que diga que las ruinas y señales de esta tan grande isla se echan de ver debajo del mar, y los que lo han de echar de ver, que son los que navegan, no pueden navegar por allí. Pues añade donosamente: "por eso hasta el día de hoy ni se navega ni puede aquel mar, porque la mucha lama que la isla, después de anegada, poco a poco creó, lo impide". Preguntara yo de buena gana, ¿qué piélago pudo bastar a tragarse tanta infinidad de tierra, que era más que toda la Asia y África juntas, y que llegaba hasta las Indias, y tragársela tan del todo, que ni aun rastro no haya quedado?, pues es notorio que en aquel mar donde dicen había la dicha isla, no hallan fondo hoy día los marineros, por más brazas de sonda que den. Mas es inconsideración querer disputar de cosas que o se contaron por pasatiempo o ya que se tenga la cuenta que es razón con la gravedad de Platón, puramente se dijeron, para significar como en pintura la prosperidad de una ciudad y su perdición tras ella. El argumento que hacen para probar que realmente hubo isla Atlántida, de que aquel mar hoy día se nombra el mar Atlántico, es de poca importancia, pues sabemos que en la última Mauritania está el monte Atlante, del cual siente Plinio que se le puso al mar el nombre de Atlántico. Y sin esto el mismo Plinio refiere que frontero del dicho monte está una isla llamada Atlántida, la cual dice ser muy pequeña y muy ruin.
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CAPÍTULO XXII De la propriedad de Nueva España e islas, y las demás tierras En pastos excede la Nueva España, y así hay innumerables crías de caballos, vacas, ovejas, y de lo demás. También es muy abundante de frutas y no menos de sementeras de todo grano; en efecto, es la tierra más proveída y abastada de Indias. En una cosa empero le hace gran ventaja el Pirú, que es el vino, porque en el Pirú, se da mucho y bueno, y cada día va creciendo la labor de viñas que se dan en valles muy calientes donde hay regadío de acequias. En la Nueva España, aunque hay uvas, no llegan a aquella sazón que se requiere para hacer vino; la causa es llover allá por julio y agosto, que es cuando la uva madura, y así no llega a madurar lo que es menester. Y si con mucha diligencia se quisiese hacer vino, sería como lo del Ginovesado y de Lombardía que es muy flaco y tiene mucha aspereza en el gusto, que no parece hecho de uva. Las islas que llaman de Barlovento, que es la Española, y Cuba y Puerto Rico, y otras por allí, tienen grandísima verdura y pastos, y ganados mayores en grande abundancia. Hay cosa innumerable de vacas y puercos hechos silvestres. La granjería de estas islas es ingenios de azúcar y corambre; tienen mucha cañafístola y gengibre, que ver lo que en una flota viene de esto parece cosa increíble que en toda Europa se puede gastar tanto. Traen también madera de excelentes cualidades y vista, como ébano y otras para edificios y para labor. Hay mucho de aquel palo que llaman santo, que es para curar el mal de bubas. Todas estas islas y las que están por aquel paraje, que son innumerables, tienen hermosísima y fresquísima vista, porque todo el año están vestidas de yerba y llenas de arboledas, que no saben que es otoño ni invierno, por la continua humedad con el calor de la Tórrida. Con ser infinita tierra, tiene poca habitación, porque de suyo cría grandes y espesos arcabucos (que así llaman allá los bosques espesos) y en los llanos hay muchas ciénagas y pantanos. Otra razón principal de su poca habitación es haber permanecido pocos de los indios naturales por la inconsideración y desorden de los primeros conquistadores y pobladores. Sírvense en gran parte de negros, pero éstos cuestan caro y no son buenos para cultivar la tierra. No llevan pan ni vino estas islas, porque la demasiada fertilidad y vicio de la tierra no lo deja granar, sino todo lo echa en yerba y sale muy desigual. Tampoco se dan olivos, a lo menos no llevan olivas, sino mucha hoja y frescor de vista, y no llega a fruto. El pan que usan es cazabi, de que diremos en su lugar. Los ríos de estas islas tienen oro, que algunos sacan, pero es poco por falta de naturales que lo beneficien. En estas islas estuve menos de un año y la relación que tengo de la tierra firme de Indias, donde no he estado, como es la Florida y Nicaragua, y Guatimala y otras, es cuasi de estas condiciones que he dicho, en las cuales las cosas más particulares de naturaleza que hay, no las pongo por no tener entera noticia de ellas. La tierra que más se parece a España y a las demás regiones de Europa en todas las Indias Occidentales es el reino de Chile, el cual sale de la regla de esas otras tierras, por ser fuera de la Tórrida y Trópico de Capricornio su asiento. Es tierra de suyo fértil y fresca; lleva todo género de frutos de España. Dase vino y pan en abundancia; es copiosa de pastos y ganados; el temple sano y templado, entre calor y frío. Hay verano e invierno perfectamente. Tiene copia de oro muy fino. Con todo esto está pobre y mal poblado por la continua guerra que los araucanos y sus aliados hacen, porque son indios robustos y amigos de su libertad.
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Del gran concierto que se tenía cuando salían del Cuzco para la guerra los Señores y cómo castigaban los ladrones. Conté en los capítulos de atrás de la manera que salía el Señor a visitar el reino, para ver y entender las cosas que en él pasaban; y agora quiero dar a entender al lector cómo salían para la guerra y la orden que en ello se tenía. Y es que, como estos indios son todos morenos y alharaquientos y que en tanto se parecen los unos a otros, como hoy día vemos los que con ellos tratamos, para quitar inconvenientes y que los unos a los otros se entendiesen, porque si no era cuando algunos orejones andaban visitando las provincias nunca en ninguna dejaron de hablar en lengua natural, puesto que por la ley que lo ordenaban eran obligados a saber la lengua del Cuzco, y en los reales era lo mesmo, y lo que es en todas partes; pues está claro que si el Emperador tiene un campo en Italia y hay españoles, tudescos, borgoñones, flamencos e italianos, que cada nación hablará en su lengua; --y por esto se usaba en todo este reino, lo primero, de las señales en las cabezas diferentes las unas de otras; porque si eran Yuncas, andaban arrebozados como gitanos; y si eran Collas, tenían unos bonetes como hechura de morteros, hechos de lana; y si Canas, tenían otros bonetes mayores y muy anchos; los Cañares traían unas coronas de palo delgado como aro de cedazo; los Guancas unos ramales que les caían por debajo de la barba y los cabellos entrenchados; los Canchis unas vendas anchas coloradas o negras por encima de la frente; por manera que así éstos, como todos los demás, eran conocidos por estas que tenían por insinia, que era tan buena y clara que aunque hobiera juntos quinientos mill hombres claramente se conoscieran los unos a los otros. Y hoy día, donde vemos junta de gente, luego decimos éstos son de tal parte y éstos de tal parte; que por esto, como digo, eran unos de otros conocidos. Y los reyes, para que en la guerra, siendo muchos, no se embarazasen y desordenasen, tenían esta orden: que en la gran plaza de la cibdad del Cuzco estaba la piedra de la guerra, que era grande, de la forma y hechura de un pan de azúcar, bien engastonada y llena de oro; y salía el rey con sus consejeros y privados a donde mandaba llamar a los principales y caciques de las provincias, de los cuales los que entre sus indios eran más valientes para señalar por mandones y capitanes, sabido, se hacia el nombramiento; que era que un indio tenía cargo de diez y otro de cincuenta y otro de ciento y otro de quinientos e otro de mill e otro de cinco mill y otro de diez mill; y éstos que tenían estos cargos era cada uno de los indios de su patria y todos obedecían al capitán general del rey. Por manera que, siendo menester enviar diez mill hombres a algún combate o guerra, no era menester más de abrir la boca y mandarlo, y si cinco mill, por el consiguiente; y lo mesmo para descubrir el campo y para escuchas y rondas, a los que tenían menos gente. Y cada capitanía llevaba su bandera y unos eran honderos y otros lanceros y otros peleaban con macanas y otros con ayllo y dardos y algunos con porras. Salido el Señor del Cuzco había grandísima orden, aunque fuesen con él trescientos mill hombres; iban con concierto por sus jornadas de tambo a tambo, a donde hallaban proveimiento para todos, sin que nada faltase, e muy cumplido, e muchas armas y alpargates y toldos para la gente de guerra y mugeres e indios para servirlos y llevarles sus cargas de tambo a tambo, a donde había el mesmo proveimiento y abasto de mantenimiento; y el Señor se alojaba y la guarda estaba junto a él y la demás gente se aposentaba en la redonda en los muchos aposentos que había; y siempre iban haciendo bailes y borracheras, alegrándose los unos a los otros. Los naturales de las comarcas por donde pasaban no habían de ausentarse ni dejar de proveer lo acostumbrado y servir con sus personas a los que iban a guerra, so pena de que eran castigados en mucho; y los soldados y capitanes, ni los hijos de los mismos Incas, eran osados a les hacer ningún mal tratamiento ni robo ni insulto, ni forzaban a muger ninguna, ni les tomaban una sola mazorca de maíz; y si salían deste mandamiento y ley de los Incas luego les daban pena de muerte; y si alguno había hurtado, lo azotaban harto más que en España, e muchas veces le daban pena de muerte. Y haciéndolo ansí en todo había razón y orden y los naturales no osaban dejar de servir y proveer a la gente de guerra bastantemente y los soldados tampoco querían roballos ni hacelles mal, temiendo el castigo. Y si había algunos motines o conjuraciones o levantamientos, los principales y más movedores llevaban al Cuzco a buen recaudo, donde los metían en una cárcel que estaba llena de fieras, como culebras víboras, tigres, osos, y otras sabandijas malas; si alguno negaba, decían aquellas serpientes no le harían mal, y si mentía, que le matarían; y este desvarío tenían y guardaban por cierto. Y en aquella espantosa cárcel tenían siempre, por delitos que hecho habían, mucha gente, los cuales miraban de tiempo a tiempo; si su suerte tal había sido que no le hobiesen mordido a algunos dellos, sacábanlos mostrando grande lástima y dejábanlos volver a sus tierras. Y tenían en esta cárcel carceleros los que bastaban para la guarda della y para que tubiesen cuidado de dar de comer a los que se prendían y aún a las malas sabandijas que allí tenían. y cierto, yo me reí bien de gana cuando en el Cuzco oí que solía haber esta cárcel y, aunque me dijeron el nombre, no me acuerdo y por eso no lo pongo.
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Cómo nos partimos después de haber comido los perros Después que comimos los perros, paresciéndonos que teníamos algún esfuerzo para poder ir adelante, encomendámonos a Dios nuestro Señor para que nos guiase, nos despedimos de aquellos indios, y ellos nos encaminaron a otros de su lengua que estaban cerca de allí. E yendo por nuestro camino llovió, y todo aquel día anduvimos con agua, y allende de esto, perdimos el camino y fuimos a parar a un monte muy grande, y cogimos muchas hojas de tunas y asámoslas aquella noche en un horno que hecimos, y dímosle tanto fuego, que a la mañana estaban para comer; y después de haberlas comido encomendámonos a Dios y partímonos, y hallamos el camino que perdido habíamos; y pasado el monte, hallamos otras casas de indios; y llegamos allá, vimos dos mujeres y muchachos, que se espantaron, que andaban por el monte, y en vernos huyeron de nosotros y fueron a llamar a los indios que andaban por el monte; y venidos, paráronse a mirarnos detrás de unos árboles, y llamámosles y allegáronse con mucho temor; y después de haberlos hablado, nos dijeron que tenían mucha hambre, y que cerca de allí estaban muchas casas de ellos propios, y dijeron que nos llevarían a ellos y aquella noche llegamos adonde había cincuenta casas, y se espantaban de vernos y mostraban mucho temor; y después que estuvieron algo sosegados de nosotros, allegábannos con las manos al rostro y al cuerpo, y después traían ellos sus mismas manos por sus caras y sus cuerpos, y así estuvimos aquella noche; y venida la mañana, trajéronnos los enfermos que tenían, rogándonos que los santiguásemos, y nos dieron de lo que tenían para comer, que eran hojas de tunas verdes asadas; y por el buen tratamiento que nos hacían, y porque aquello que tenían nos lo daban de buena gana y voluntad, y holgaban de quedar sin comer por dárnoslo, estuvimos con ellos algunos días; y estando allí, vinieron otros de más adelante. Cuando se quisieron partir dijimos a los primeros que nos queríainos ir con aquéllos. A ellos les pesó mucho, y rogáronnos muy ahincadamente que no nos fuésemos, y al fin nos despedimos de ellos, y los dejamos llorando por nuestra partida, porque les pesaba mucho en gran manera.
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CAPITULO XXIII Prosíguese de algunos reinos del Nuevo Mundo y de cosas particulares que en ellos se han visto, y trátase de la ciu- dad de Malaca y del río Ganges Frontero a esta famosa ciudad, de quien tantas cosas se pudieran decir, está aquel gran reino e isla de Samatra, llamada por los cosmógrafos antiguos Trapobana, que, según algunos piensan, es la isla de Ofir, donde se invió la flota que hizo Salomón, de quien hace particular mención la Escritura en el tercero libro de los Reyes, caps. 9 y 10, y en el segundo del Paralipómenon, cap. 9, que fue y volvió cargada de oro y de madera riquísima para adornar el templo de Hierusalén, y de otras muchas cosas curiosas, cuya noticia dura hasta el día de hoy entre los naturales, aunque confusamente, pero no tanto que los que la tienen de la Sagrada Escritura no la tengan por verosímil. Esta isla está en la línea equinocial. La mitad de ella se extiende al Polo Artico, y la otra la Antártico. Tiene de longitud 250 leguas y de latitud 67. Está tan cerca de Malaca, que por algunas partes hay menos de 10 leguas. En este reino hay muchos señores y régulos, aunque el que tiene la mayor parte de él es un Moro que se llama Achen. Es una de las más ricas islas que hay en el mundo por tener muchas minas de oro finísimo: de lo cual (con haber ley que no se pueda sacar de ella mas de sólo lo necesario), sale de ello tanta abundancia, que se lleva a Malaca, a Turquia y a otras muchas partes. Cógese en ella gran abundancia de pimienta y benjuí de boninas en mucha cantidad, de cuyos árboles (que hay grandes montes) sale tan suave olor, que parece un paraíso terrenal, y suele llegar 20 leguas de la mar adentro; y con ser esto así por gozar más de las naos que van por allí, se arriman cuanto pueden a la tierra por este respecto. Hay así mismo mucha cánfora y mucho género de especería, a cuya causa llegan a contratar en este Reino muchos turcos que pasan en naos y otras fustas a él por el Mar Bermejo. Contratan así mismo en él los reinos de Sindo, Java mayor y el de Ambaino y otros que están a él cercanos. A esta isla llegaron a comprar y vender algunos portugueses y los mataron a todos, y a algunos por la confesión de la fe: por lo cual son tenidos por mártires de Jesucristo en la opinión de los cristianos que viven por allí cerca y supieron el caso. Los demás de este reino son moros, y por esto aborrecen a los cristianos y les hacen toda la guerra que pueden, en especial a los que viven en Malaca, a quien han puesto muchas veces en peligro de perder las vidas y haciendas. Corriendo de este reino de Malaca por la costa del Norte y Nordueste está el gran reino de Pegu, el cual es mayor en grandeza que el de Sumatra e igual en riqueza, en especial de perlas y toda suerte de pedrería y cristal finísimo. Hay en él muchos mantenimientos e infinita gente, y el rey de él es muy poderoso, a quien, como dijimos, paga parias el Sián por haberle vencido en una batalla que con él tuvo. El año de 1568, cuya ocasión, según sus historia y la común opinión fue: que sabiendo que el dicho Rey de Sián tenía en su poder un elefante blanco (a quien los del reino de Pegu adoran por Dios), el Rey se lo envió a comprar y a dar por él todo aquello en que él lo quisiese estimar y poner; y como se cerrase de todo punto y dijese que no se lo daría por todo lo que en su reino tenía, causó tanto enojo al Rey que hizo llamamiento de todos los soldados que pudo con determinación de ganar por fuerza de armas lo que no había podido con comedimiento y ofrecimiento de riquezas: en lo cual se dio tan buena maña, que en pocos días tuvo junto un ejército de un cuento y seiscientos mil hombres de guerra, con que se partió para el dicho reino de Sián hasta donde del suyo había 200 leguas; y no sólo consiguió su intento y trajo consigo el elefante blanco, pero dejó también por su tributario al Rey, como lo es el día de hoy, según queda dicho. Los ritos de la gente y sacerdotes de esta tierra simbolizan mucho a los del reino de Sián. Hay entre ellos muchos monasterios de hombres que viven recogidamente y con mucha clausura y penitencia. Es gente muy aparejada para recibir el Santo Evangelio, porque, demás de ser dóciles y de buenos ingenios, son hombres que filosofan y bien inclinados y caritativos y que tienen particular afición a la virtud y a los hombres en quien conocen estar, y amigos de remediar las necesidades de los prójimos. Pasando este reino y corriendo al Norte está el de Arracén, abundantísimo de muchos mantenimientos, aunque poco de cosas de contratación, a cuya causa no es muy sabido de los nuestros por no haber ido a él. Han entendido de los naturales y de sus costumbres que son aparejados para recibir el Santo Evangelio. Desde este reino por la mesma costa se va al de Bengala, por el cual pasa el río Ganges, uno de los cuatro que salen del Paraíso terrenal, lo cual como entendiese un cierto rey de este reino vino en pensamiento de hacer subir por él arriba hasta tanto que se hallase su nacimiento y con él el Paraíso. Y como para este efecto hubiese mandado hacer muchas maneras de barcos grandes y pequeños, envió en ellos el río arriba algunos hombres (de cuya diligencia tenía experiencia) proveídos de mantenimientos para muchos días y con mandato de que luego que descubriesen lo que deseaba, volviesen con mucha brevedad a darle de todo particular y verdadera relación, con disignio de ir luego a gozar de las cosas que entendía necesariamente habían de ver, dignas de ser codiciadas en camino y lugar tan deleitoso. Estos hombres navegaron el río arriba muchos meses y llegaron a una parte donde salía tan manso y con tan poco caudal, que daba a entender estaba cerca su fuente y principio, que era el Paraíso que iban a buscar. En esta parte contaron después que habían visto tantas señales y gustado de olores de tan gran suavidad y de aires tan en extremo delicados, que les parecía estar en el propio terrenal Paraíso. Y más que cuando llegaron a aquella parte donde el río corría con tanta mansedumbre y los aires eran tan delicados y olorosos, entró en los corazones de todos ellos una alegría tan grande y extraordinaria, que les parecía estar dentro del verdadero y olvidados de todo el trabajo que en llegar hasta allí había pasado y de otra cualquier cosa que notase penalidad. Y como procurasen pasar adelante en seguimiento de su intento y para ello hiciesen toda la diligencia que les era posible, hallaron por experiencia ser todo su trabajo en vano y que se estaban siempre en un propio lugar sin poder entender de dónde les venía la contradicción por no hallarla en las aguas a causa de su singular mansedumbre. Hecha esta experiencia y atribuyendo el no poder ganar tierra a misterio, se volvieron río abajo hasta su reino, adonde llegaron en muy poco tiempo y contaron a su rey que los envió todo lo arriba dicho y otras muchas cosas que yo dejo por tenerlas por apócritas. Tiénese por muy cierto que los ríos Eufrates y Tigris no están muy lejos de este río Ganges, y debe de ser verdad porque desaguan ambos en el Seno Pérsico, que no está muy distante de este reino. Tiene la gente de este reino este río en gran reverencia y a esta causa nuncan entran dentro que no sea con gran respeto y temor; y cuando se lavan en él, tienen por muy cierto que quedan limpios de todos los pecados. Sería este reino muy fácil a convertir a la fe católica, a lo que se entiende, porque tienen muchos ritos y ceremonias muy morales y virtuosas.