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CAPÍTULO XXI Cómo ordenó Motezuma el servicio de su casa, y la guerra que hizo para coronarse Este que tales muestras de humildad y ternura dio en su elección, luego viéndose rey comenzó a descubrir sus pensamientos altivos. Lo primero, mandó que ningún plebeyo sirviese en su casa ni tuviese oficio real, como hasta allí sus antepasados lo habían usado, en los cuales reprendió mucho haberse servido de algunos de bajo linaje, y quiso que todos los señores y gente ilustre, estuviese en su palacio y ejerciese oficios de su casa y corte. A esto le contradijo un anciano de gran autoridad, ayo suyo, que lo había criado, diciéndole que mirase que aquello tenía mucho inconveniente, porque era enajenar y apartar de sí todo el vulgo y gente plebeya, y ni aun mirarle a la cara no osarían viéndose así desechados. Replicó él que eso era lo que él quería, y que no había de consentir que anduviesen mezclados plebeyos y nobles como hasta allí, y que el servicio que los tales hacían, era cual ellos eran, con que ninguna reputación ganaban los reyes. Finalmente, se resolvió de modo que envió a mandar a su consejo, quitasen luego todos los asientos y oficios que tenían los plebeyos en su casa y en su corte, y los diesen a caballeros, y así se hizo. Tras esto salió en persona a la empresa que para su coronación era necesaria. Habíase rebelado a la corona real una provincia muy remota hacia el mar Océano del Norte. Llevó consigo a ella la flor de su gente, y todos muy lucidos y bien aderezados. Hizo la guerra con tanto valor y destreza, que en breve sojuzgó toda la provincia, y castigó rigurosamente los culpados, y volvió con grandísimo número de cautivos para los sacrificios, y con otros despojos muchos. A la vuelta le hicieron todas las ciudades solemnes recibimientos, y los señores de ellas le sirvieron agua a manos, haciendo oficios de criados suyos, cosa que con ninguno de los pasados habían hecho; tanto era el temor y el respeto que le habían cobrado. En México se hicieron las fiestas de su coronación con tanto aparato de danzas, comedias, entremeses, luminarias, invenciones, diversos juegos y tanta riqueza de tributos traídos de todos sus reinos, que concurrieron gentes extrañas y nunca vistas ni conocidas, a México, y aun los mismos enemigos de mexicanos, vinieron disimulados en gran número a verlas, como eran los de Tlaxcala y los de Mechoacán. Lo cual entendido por Motezuma, los mandó aposentar y tratar regaladísimamente, como a su misma persona, y les hizo miradores galanos como los suyos, de donde viesen las fiestas, y de noche, así ellos como el mismo rey, entraban en ellas y hacían sus juegos y máscaras. Y porque se ha hecho mención de estas provincias, es bien saber que jamás se quisieron rendir a los reyes de México, Mechoacán, ni Tlaxcala ni Tepeaca, antes pelearon valerosamente, y algunas veces vencieron los de Mechoacán a los de México, y lo mismo hicieron los de Tepeaca; donde el Marqués D. Fernando Cortés, después que le echaron a él y a los españoles, de México, pretendió fundar la primera ciudad de españoles, que llamó, si bien me acuerdo, Segura de la Frontera, aunque permaneció poco aquella población, y con la conquista que después hizo de México, se pasó a ella toda la gente española. En efecto, aquellos de Tepeaca, y los de Tlaxcala y los de Mechoacán, se tuvieron siempre en pie con los mexicanos, aunque Motezuma dijo a Cortés que de propósito no los habían conquistado, por tener ejercicio de guerra y número de cautivos.
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De los indios de Pozo, y cuán valientes y temidos son de sus comarcanos En esta provincia de Pozo había tres señores cuando en ella entramos con el capitán Jorge Robledo, y otras principales; ellos y sus indios eran y son los más valientes y esforzados de todas las provincias sus vecinas y comarcanas. Tienen por una parte el río grande y por otra la provincia de Carrapa y la de la Picara, de las cuales diré luego; por la otra parte, la de Paucura, que ya dije; éstos no tienen amistad con ninguna gente de las otras. Su origen y principio fue (a lo que ellos cuentan) de ciertos indios que en los tiempos antiguos salieron de la provincia de Arma, los cuales, pareciéndoles la disposición de la tierra donde agora están fértil, la poblaron, y dellos proceden los que agora hay. Sus costumbres y lengua es conformada con los de Arma; los señores y principales tienen muy grandes casas, redondas, muy altas; viven en ellas diez o quince moradores, y en algunas menos, como es la casa. A las puertas dellas hay grandes palizadas y fortalezas hechas de las cañas gordas, y en medio destas fuerzas había muy grandes tablados entoldados de esteras, las cañas tan espesas que ningún español de los de a caballo podía entrar por ellas; desde lo alto del tablado atalayaban todos los caminos, para ver lo que por ellos venía. Pimaracua se llamaba el principal señor deste pueblo cuando entramos en él con Robledo. Tienen los hombres mejor disposición que los de Arma, y las mujeres por el consiguiente; son de grandes cuerpos, de feos rostros, aunque algunas hay que son hermosas, aunque yo vi pocas que lo fuesen, Dentro de las casas de los señores había, entrando en ellas, una renglera de ídolos, que tenían cada una quince o veinte, todos a la hila, tan grandes como un hombre, los rostros hechos de cera, con grandes visajes, de la forma y manera que el demonio se les aparescía; dicen que algunas veces cuando por ellos era llamado, se entraba en los cuerpos o talles destos ídolos de palo, y dentro dellos respondía; las cabezas son de calavernas103 de muertos. Cuando los señores se mueren los entierran dentro en sus casas en grandes sepulturas, metiendo en ellas grandes cántaros de su vino hecho de maíz, y sus armas y su oro; adornándolos de las cosas más estimadas que tienen, enterrando a muchas mujeres vivas- con ellos, según y de la manera que hacen los demás que he pasado. En la provincia de Arma me acuerdo yo, la segunda vez que por allí pasé el capitán Jorge Robledo, que fuimos por su mandado a sacar en el pueblo del señor Yago un Antonio Pimentel y yo una sepultura, en la cual hallamos más de doscientas piezas pequeñas de oro, que en aquella tierra llaman chagualetas104, que se ponen en las mantas, y otras patenas; y por haber malísimo olor de los muertos lo dejamos sin acabar de sacar lo que había. Y si lo que hay en el Perú y en estas tierras enterrado se sacase, no se podría numerar el valor, según es grande, y en tanto lo pondero que es poco lo que los españoles han habido para compararlo con ello. Estando yo en el Cuzco tomando de los principales de allí la relación de los ingas, oí decir que Paulo Inga y otros principales decían que si todo el tesoro que había en las provincias y guacas (que son sus templos) y en los enterramientos se juntara, que haría tan poca mella lo que los españoles habían sacado cuan poco se haría sacando de una gran vasija de agua una gota della; y que haciendo clara y patente la comparación, tomaban una medida grande de maíz, de la cual, sacando un puño, decían: "Los cristianos han habido esto; lo demás está en tales partes que nosotros mismos no sabemos dello." Así, que grandes son los tesoros que en estas partes están perdidos; y lo que se ha habido, si los españoles no lo hubíeran habido, ciertamente todo ello o lo más estuviera ofrecido al diablo y a sus templos y sepulturas, donde enterraban sus difuntos, porque estos indios no lo quieren ni lo buscan para otra cosa, pues no pagan sueldo con ello a la gente de guerra, ni mercan ciudades ni reinos, ni quieren más que enjaezarse con ello siendo vivos; y después que son muertos llevárselo consigo; aunque me paresce a mí que con todas estas cosas éramos obligados a los amonestar que viniesen a conoscimiento de nuestra santa fe católica, sin pretender solamente henchir las bolsas. Estos indios y sus mujeres andan desnudos, como sus comarcanos; son grandes labradores; cuando están sembrando o cavando la tierra, en la una mano tienen la macana para rozar y en la otra la lanza para pelear. Los señores son aquí más temidos de sus indios que en otras partes; herédanlos en el señorío sus hijos, o sobrinos si les faltan hijos. La manera que tenían en la guerra es que la provincia de Picara, que está deste pueblo dos leguas, y la de Paucura, que está legua y media, y la de Carrapa, que estará otro tanto, cada una destas provincias tenía más indios que ésta tres veces; y con ser así, con unos y con otros tenían guerra crudelísima y todos los temían y deseaban su amistad. Salían de sus pueblos mucha copia de gente; dejando en él recaudo bastante para su defensa, llevando muchos instrumentos de bocinas y atambores y flautas, iban contra los enemigos, llevando cordeles recios para atar los que prendiesen dellos; llegando, pues, adonde combaten con ellos, anda la grita y estruendo muy grande entre unos y otros, y luego vienen a las manos y mátanse y préndense, y quémanse las casas. En todas sus peleas siempre fueron más hombres en ánimo y esfuerzo estos indios de Pozo, y así lo confiesan sus vecinos comarcanos. Son tan carniceros de comer carne humana como los de Arma, porque yo les vi un día comer más de cien indios y indias de los que habían muerto y preso en la guerra andando con nosotros, estando conquistando el adelantado don Sebastián de Belalcázar las provincias de Picara y Paucura, que se habían rebelado, y fue Perequita, que a la sazón era señor en este pueblo de Pozo; y en las entradas que hecimos mataron los indios que he dicho, buscándolos entre las matas, como si fueran conejos, y por las riberas de los ríos se juntaban veinte o treinta indios des. tos en ala, y debajo de las matas y entre las rocas los sacaban sin que se les quedase ninguno. Estando en la provincia de Paucura un Rodrigo Alonso y yo y otros dos cristianos, íbamos en seguimiento de unos indios, y al encuentro salió una india de las frescas y hermosas que yo vi en todas aquellas provincias; y como la vimos la llamamos; la cual, como nos vio, como si viera al diablo, dando gritos se volvió adonde venían los indios de Pozo, teniendo por mejor fortuna ser muerta y comida por ellos que no quedar en nuestro poder. Y así, uno de los indios que andaban con nosotros confederados en nuestra amistad, sin que lo pudiésemos estorbar, con gran crueldad le dió tan gran golpe en la cabeza que la turdió, y allegando luego otro, con un cuchillo de pedernal la degolló. Y la india, cuando se fue para ellos, no hizo más que hincar la rodilla en tierra y aguardar la muerte, como se la dieron, y luego se bebieron la sangre y se comieron crudo el corazón con las entrañas, llevándose los cuartos y la cabeza para comer la noche siguiente. Otros dos indios vi que mataban destos de Paucura, los cuales se reían muy de gana, como si no hubieran ellos de ser los que habían de morir; de manera que estos indios y todos sus vecinos tienen este uso de comer carne humana, y antes que nosotros entrásemos en sus tierras ni las ganásemos lo usaban. Son muy ricos de oro estos indios de Pozo, y junto a su pueblo hay grandes minas de oro en las playas del río grande que pasa por él. Aquí en este lugar prendió el adelantado don Sebastián de Belalcázar y su capitán y teniente general Francisco Hernández Jirón al mariscal don Jorge Robledo y le cortó la cabeza, y también hizo otras muertes. Y por no dar lugar que el cuerpo del mariscal fuese llevado a la villa de Arma, lo comieron los indios a él y a los demás que mataron, no embargante que los enterraron; y quemaron una casa encima de los cuerpos, como adelante diré, en la cuarta parte desta historia, donde se tratan las guerras civiles que en este reino del Perú han pasado; y allí lo podrán ver los que saber quisieren, sacada a luz.
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CAPÍTULO XXI PROSIGUE LA PEREGRINACIÓN DE GÓMEZ ARIAS Y DIEGO MALDONADO Andando, pues, con esta congoja y cuidado, llegaron a la Veracruz mediado octubre del mismo año cuarenta y tres, donde supieron que sus compañeros habían salido de la Florida y que eran menos de trescientos los que habían escapado, y que el gobernador Hernando de Soto había fallecido en ella con todos los demás que faltaban para cerca de mil que habían entrado en aquel reino. Supieron en particular todo el mal suceso que la jornada había tenido. Con estas nuevas tristes y lamentables volvieron a La Habana aquellos dos buenos y leales caballeros y se las dieron a doña Isabel de Bobadilla, la cual, como a la pena y congoja que tres años continuos había tenido de no haber sabido de su marido se le acrecentase nuevo dolor de su muerte y del mal suceso de la conquista, de la destrucción y pérdida de su hacienda, de la caída de su estado y ruina de su casa, falleció poco después que lo supo. Esta tragedia, digna de ser llorada por la pérdida de tantos y tan excesivos trabajos de la nación española sin provecho y aumento de su patria, fue el proceso y fin del descubrimiento de la Florida que el adelantado Hernando de Soto hizo con tanto gasto de su hacienda, con tanto número de caballeros nobles y soldados valientes, que, como otras veces hemos dicho, para ninguna otra conquista de cuantas hasta hoy en el nuevo mundo se han hecho se ha juntado tan hermosa y lucida banda de gente, ni tan bien armada y arreada, ni tantos caballos como para ésta se juntaron. Todo lo cual se consumió y perdió sin fruto alguno por dos causas: la primera, por la discordia que entre ellos nació, por la cual no poblaron al principio, y la segunda, por la temprana muerte del gobernador, que, si viviera dos años más, remediara el daño pasado con el socorro que pidiera y se le pudiera dar por el Río Grande, como él lo tenía trazado. Con lo cual pudiera ser que hubiera dado principio a un imperio que fuera posible competir hoy con la Nueva España y con el Perú, porque en la grandeza de la tierra y fertilidad de ella, y en la disposición que tiene para plantar y criar, no es inferior a ninguna de las otras, antes se cree que les hace ventaja, pues en riqueza ya vimos la cantidad increíble de perlas y aljófar que en sola una provincia o en un templo se hallaron, con las martas y otros ricos aforros que pertenecen solamente para reyes y grandes príncipes, sin las demás grandezas que largamente hemos referido. Las minas de oro y plata pudiera ser, y no lo dudo, que buscándolas de espacio se hubieran hallado, porque ni México ni el Perú, cuando se ganaron, tenían las que hoy tienen, que las del cerro de Potosí se descubrieron catorce años después que los gobernadores don Francisco Pizarro y don Diego de Almagro empezaron su empresan de la conquista del Perú. Y así se pudiera haber hecho en la Florida, y entre tanto pudieran gozar de las demás riquezas que, como hemos visto, tiene, pues no en todas partes hay oro ni plata y en todas viven las gentes. Por lo cual muchas y muchas veces suplicaré al rey nuestro señor y a la nación española no permitan que tierra tan buena y hollada por los suyos y tomada posesión de ella esté fuera de su imperio y señorío, sino que se esfuercen a la conquistar y poblar para plantar en ella la Fe Católica que profesan, como lo han hecho los de su misma nación en los demás reinos y provincias del nuevo mundo que han conquistado y poblado, y para que España goce de este reino como los demás, y para que él no quede sin la luz de la doctrina evangélica, que es lo principal que debemos desear, y sin los demás beneficios que se le pueden hacer, así en mejorarle su vida moral como en perfeccionarle con las artes y ciencias que hoy en España florecen, para las cuales los naturales de aquella tierra tienen mucha capacidad, pues sin doctrina alguna más de con el dictamen natural, han hecho y dicho cosas tan buenas como las hemos visto y oído, que muchas veces me pesó hallarlas en el discurso de la historia tan políticas, tan magníficas y excelentes, porque no se sospechase que eran ficciones mías y no cosecha de la tierra, de lo cual me es testigo Dios Nuestro Señor, que no solamente no he añadido cosa alguna a la relación que se me dio, antes confieso con vergüenza y confusión mía no haber llegado a significar las hazañas como me las recitaron que pasaron en efecto, de que pido perdón a todo aquel reino y a los que leyesen este libro. Y esto baste para que se dé el crédito que se debe a quien, sin pretensión de interés ni esperanza de gratificación de reyes ni grandes señores ni de otra persona alguna más que el de haber dicho la verdad, tomó el trabajo de escribir esta historia vagando de tierra en tierra con falta de salud y sobra de incomodidades, sólo por dar con ella relación de lo que hay descubierto en aquel gran reino, para que se aumente y extienda nuestra Santa Fe Católica y la corona de España, que son mi primera y segunda intención, que, como lleven estas dos, tendrán seguro el favor divino los que fueren a la conquista, la cual Nuestro Señor encamine para la gloria y honra de su nombre, para que la multitud de ánimas que en aquel reino viven sin la verdad de su doctrina se reduzcan a ella y no perezcan, y a mí me dé su favor y amparo para que de hoy más emplee lo que de la vida me queda en escribir la historia de los incas, reyes que fueron del Perú, el origen y principio de ellos, su idolatría y sacrificios, leyes y costumbres, en suma, toda su república como ella fue antes que los españoles ganaran aquel imperio. De todo lo cual está ya la mayor parte puesta en el telar. Diré de los incas y, de todo lo propuesto, lo que a mi madre y a sus tías y parientes ancianos y a toda la demás gente común de la patria les oí y lo que yo de aquellas antigüedades alcancé a ver, que aún no eran consumidas todas en mis niñeces, que todavía vivían algunas sombras de ellas. Asimismo diré del descubrimiento y conquista del Perú lo que a mi padre y a sus contemporáneos que lo ganaron les oí, y de esta misma relación diré el levantamiento general de los indios contra los españoles y las guerras civiles que sobre la partija hubo entre Pizarros y Almagros, que así se nombraron aquellos bandos que para destrucción de todos ellos, y en castigo de sí propios, levantaron contra sí mismos. Y de las rebeliones que después en el Perú pasaron diré brevemente lo que oí a los que en ellas de la una parte y de la otra se hallaron, y lo que yo vi, que, aunque muchacho, conocí a Gonzalo Pizarro y a su maese de campo Francisco de Carvajal y a todos sus capitanes, y a don Sebastián de Castilla y a Francisco Hernández Girón, y tengo noticia de las cosas más notables que los visorreyes, después acá, han hecho en el gobierno de aquel imperio.
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CAPITULO XXI Llega el Barco a San Diego, y salen las Expediciones en busca del Puerto de Monterrey. Ya queda dicho en el Capítulo XVI como el Paquebot San Antonio fue despachado a principios de Julio de 69 desde el Puerto de S. Diego al de S. Blas en solicitud de Tripulación para el San Carlos, y víveres para todos, y que a los veinte días de navegación dio fondo en aquel Puerto, sin más novedad que la muerte de nueve Marineros. Luego que el Exmô. Señor Virrey, e Illmô. Señor Visitador general recibieron los Pliegos, y por ellos la noticia de ir caminando la Expedición de tierra para Monterrey, y de la falta de Tripulación y de víveres que ésta experimentaba por no haber hecho viaje el tercer Barco, dieron prontas y eficaces providencias para que sin pérdida de tiempo se aviase, y cargase el Paquebot San Antonio, y saliese para Monterrey en derechura (sin tocar en San Diego) para socorrer la Expedición de tierra. Salió el Barco, y navegó felizmente para la altura de Monterrey; pero como ochenta leguas antes de llegar a ella, le faltó el agua, y fue preciso arribar a la Canal de Sta. Bárbara para proveerse de tan indispensable carga útil. En arrimándose a tierra, los cercaron luego los Gentiles con sus canoítas, muy placenteros y serviciales; les enseñaron el agua, y ayudaron a llenar de ella los barriles; y aunque no sabían nuestro idioma; pero con bastante claridad les dieron a entender por señas, que la Expedición de tierra había retrocedido; que había transitado dos veces por sus Rancherías, y tratado con ellos, y nombraban algunos de los Soldados. Con estas noticias se quedó perplejo el Capitán Pérez para deliberar; pero compeliéndole más la orden de los Superiores, como cierta, que el dicho de los Gentiles, que podía no serlo, determinó seguir su viaje para Monterrey. Pero la casualidad o accidente de haber perdido allí una ancla, que consideraba le había de hacer mucha falta en aquel Puerto, le obligó a mudar de intento y bajar a San Diego para proveerse con la del San Carlos. Este que parecía accidente fue la causa de que el Paquebot San Antonio arribase allí, y se dejase ver la tarde del 19 de Marzo, por lo cual (como queda dicho) no llegó a desamparar la Misión y Puerto de San Diego. Habiendo llegado este Barco tan cargado de bastimentos, se resolvió por los Comandantes de mar y tierra hacer de nuevo las Expediciones en busca del deseado Monterrey. Para la de el mar fue el citado Paquebot San Antonio, y en él nuestro V. Fr. Junípero; y para la de tierra el señor Gobernador con los demás que en su Diario refiere el Padre Crespí. Salieron ambas a mediados de Abril, y estando ya a bordo mi venerado Padre Lector Junípero, me escribió la siguiente Carta, que no omito insertar, pues de su contenido se percibe el ardiente y fervoroso celo de la conversión de las almas que inflamaba su corazón. "Viva Jesús, María, y José= R. P. Lector y Presidente Fr. Francisco Palou= Carísimo Amigo, Compañero y Señor mío: Habiendo llegado a este Puerto el día del Señor San José el San Antonio, alias el Príncipe, aunque no entró hasta cuatro días después, determinaron estos Señores segunda vuelta a Monterrey. Va segunda vez el P. Fr. Juan por tierra, y yo por mar; y cuando estábamos en que no sería tan breve (aunque yo ya tenía embarcado cuanto había que llevar, menos la cama) ayer Sábado de Gloria, muy tarde, recibí recado del Capitán nuestro Paisano Don Juan Pérez, que aquella misma noche había de ser fozosamente el embarque. Embarquéme, y ahora estamos en la boca del Puerto, y la gente trabajando en las maniobras de la salida, desde que les dije Misa muy de mañana. Quedan de Ministros de San Diego los Padres Parrón y Gómez, con Soldados en sus trabajos, viendo que tal cual son los menos mal librados de los que aquí estamos. Yo, y el P. Fr. Juan, vamos con el ánimo de dividirnos (así que venga Escolta) uno para Monterrey, y otro para San Buenaventura, como ochenta leguas de distancia, porque no se pierda por nosotros ni por el Colegio la erección de aquella tercera Misión de esta nueva California. Y en la verdad será para mí el mayor de los trabajos tal género de soledad; pero Dios hará la costa por su infinita misericordia. Si no tuviere lugar de escribir al Colegio al R. P. Guardián, suplico a V. R. lo haga en mi nombre, dándole razón de todo, y que esta Carta la escribo sentadito en el suelo de esta Cámara con bastante trabajo; y así he hecho con la adjunta del Señor Illmô. que es brevecita, dándole razón de lo propio. Por este barco no he tenido ni siquiera una esquela, ni una letra de nadie. En voz hemos tenido la noticia de la muerte de nuestro Smô. Padre el Señor Clemente XIII, y que se hizo elección en el Exmô. Señor Ganganeli, Religioso nuestro, Dominus conservet eum etc. que en esta soledad me he alegrado mucho de tanta dicha; y también he sabido de la muerte del Padre Morán, a quien estamos aplicando las Misas de nuestro Concordato. El no haber venido Carta, dicen que fue porque salió este Barco con destino de ir derecho a Monterrey, sin tocar acá; por esto se dejó allá todas las Cartas de los que estábamos en San Diego, para que las traiga el Paquebot San José, que dicen esta destinado para acá; pero no ha llegado, y en opinión de estos Señores Náuticos, es muy dudoso si llegará. Cuando venga el otro como no ha de pasar adelante, aquí se quedarán las Cartas, y leídas por los Padres, harán lo que gustaren de ellas; porque no sé yo cuando irán otros para nuestro destino. Y ya ha un año que no tengo noticia del Colegio, ni de su Illmâ. y breve se completa el de la última de V. R. Bendito sea Dios. Cuando haya ocasión estimaré nos procure Cera para las Misas, e Incienso. Si hubieren llegado Compañeros de España, a sus Reverencias todos juntos con los antiguos me encomiendo con fina voluntad. Por Carta del Padre Murguía, escrita al Capitán Don Juan Pérez en el Cabo de San Lucas, supe que el Padre Ramos había pasado a Loreto, llamado de V. R. a algunos negocios; y fue la claúsula de que más me alegré, porque por ella supe el vivir V. R. y el padre Ramos, que no había sabido otro tanto desde que salí de Vellicatá, o San Juan de Dios." "Esta Carta concluyo hoy, segundo día de Pascua, día de la profesión de N. S. P. S. Francisco, porque ayer al cabo no salimos, porque cambió el viento; pero ahora que serán como las siete de la mañana ya estamos salidos de la boca del Puerto, y vamos a remolque con la lancha de San Carlos, a cuyos Marineros, cuando se despidan, la entregaré, Deo dante, para que la lleven a los Padres de tierra, y puedan entregarla a unos Correos que me dicen van a despachar, así que se verifiquen las salidas de ambas Expediciones. En fin a Dios, Carísimo mío, y su Majestad nos junte en el Cielo. Al Padre Ramos y Padre Murguía especialísimas memorias; y a todos los demás escribo una de Cordillera encomendándome en sus oraciones. Repito la súplica de que escriba V. R. al Colegio en mi nombre, pues por lo repentino no he tenido más lugar; y Dios guarde a V. R. muchos años en su santo amor y gracia. Mar del Sur enfrente del Puerto de San Diego, 16 de Abril de 1770= B. L. M. de V. R. afectísimo Hermano, Amigo, Siervo &c.=Fr. Junípero Serra". Habiendo salido de San Diego el día 16 de Abril, empezaron a navegar y a reconocer la contrariedad de los aires, que les hizo descender hasta el grado 30; pero habiéndose engolfado, y mejorado de vientos, llegaron con felicidad (después de cuarenta y seis días de navegación) al Puerto de Monterrey, como se verá en el Capítulo siguiente. La Expedición de tierra salió un día después que la de mar, y llegó al deseado Puerto (que no conocieron en el primer viaje) a los treinta y ocho días de su salida, habiendo descansado solos dos días en el camino las bestias, según se advierte en el Diario del Padre Crespí.
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Capítulo XXI Cómo Ynga Yupanqui mandó matar a su hermano Capac Yupanqui y envió a su hijo, Tupa Inga Yupanqui, a conquistar nuevas tierras Tres madres hermosísimas y amadas de todos los hombres engendran y paren tres hijas feísimas y abominables. Aunque la culpa no es suya, sino de la malicia del hombre que tiene depravada la naturaleza. ¿Quién hay que no ame y quiera la verdad como tan linda y tan bella? Y que sobre todo tiene uno de los principales atributos del inmenso y soberano Dios de quien se deriva toda la verdad. Pero qué hija o hijo tan feo pare, como es el odio que procede della. La conversión, que es la otra madre, siendo una cosa que todos los hombres de buen entendimiento se recrean en ella, y con ella pare y produce un hijo tan desdichado como el menosprecio. La felicidad y honra humana que es la otra madre apetecida, y deseada de todos, pare un hijo o hija tan abominable como es la envidia. Vicio tan asqueroso y aborrecido en general de todos los hombres, y que todos los vicios teniendo algún cebo de que asir y con que llevar tras sí a los hombres, y engañarlos sólo éste es tan infame que se deshace y consume el hombre que le tiene sin gusto, ni contento teniendo tristeza y pena del bien de su amigo. Todo esto traigo con ocasión de lo que sucedió a Ynga Yupanqui viendo la victoria y vencimiento que había habido su hermano y capitán general Capac Yupanqui, que no embargante que la honra y gloria principalmente era suya, y el provecho de la conquista y el señorío y despojos todos le pertenecían y vinieron a su poder y manos todavía triste, apesarado y envidioso, porque no había enviado a su hijo heredero, Topa Ynga Yupanqui, a aquella conquista para que fuera suya la gloria della. La paga con que satisfizo al desdichado de Capac Yupanqui y el premio que le dio por el aumento de su señorío y riquezas que le había traído fue buscar ocasión de matarle, y al otro hermano Huayna Yupanqui. Para colorear su envidia y dorar su vicio detestable, tomó por achaque, y causa decir que porque se habían dado tan mala maña en cumplir su mandato y ejecutar su orden de matar los Chancas y los habían dejado huir y escapar, y porque sin llevar orden suya habían excedido della y de su mandado, y llegado a Caxa-Marca y conquistado aquella provincia. Y con este color los mandó matar y llevaron en premio de sus servicios ignominiosa muerte. Acabada esta triste tragedia mandó Ynga Yupanqui a su hijo, y heredero que había de sucederle en el señorío, llamado Tupa Ynga Yupanqui, fuese a la guerra con grandísimo ejército y así le despachó, dándole por compañero, porque aún era de poca edad a Topa Capac, su hijo bastardo, y fueron capitanes Yanque Yupanqui y Tilca Yupanqui, el cual fue compañero de armas en esta conquista de Tupa Ynga Yupanqui, su hermano. También fueron con él Amaro Tupa Ynga y Tupa Yupanqui, hermanos de Tupa Yupanqui, de padre y madre. Yapuyanqui Yupanqui, que fue valeroso capitán. Y en vida de su padre Ynga Yupanqui, cuyo hijo mayor fue, conquistó el valle de Amaybamba y echó a los naturales del, y llegó hasta Pilcosuni, cuyos descendientes están al presente en el valle de Amaybamba. Salieron del Cuzco Tupa Ynga Yupanqui y sus hermanos con un numeroso ejército de diferentes naciones, y empezaron su conquista en la provincia de los quíchucas, donde tomaron la fortaleza de Cayara y Tohara y la de Curamba, y en la provincia de los Angares la de Vicolla-Huayla Pucara, y allí prendieron al cacique llamado Chuqui Huamán, en la provincia de Jauja Asiclla Pucara, y en la provincia de Huailas, Achunca Marca, Pilla Huamarca y a Huanuco, y en los Chachapoyas a Pia y a Palcay, a los Paltas y a Pasmayo y a Chimo, y luego la provincia de los Cañares. Los Cañares, oyendo la fama de Tupa Ynga Yupanqui y los castigos que hacía en quien no le daba luego la obediencia, temerosos de su destrucción les salieron a recibir y le obedecieron, y algunos de ellos que hubo rebeldes, los sujetó por fuerza de armas, y asólo y prendió a sus caciques Pisar Capac y Añar Capac y Chica Capac. Para tenerlos más sujetos hizo una fortaleza famosa en Quinchi Capa, y en esta frontera y fortaleza puso muchos mitimas, que son indios de otras partes traídos allí, como adelante haremos más copiosa relación. Prosiguiendo Tupainga Yupanqui en su conquista, llegó a la muy poderosa provincia de Quito, donde hubo grandísimos rencuentros y batallas con la gente della, pero al fin los venció y postró, prendiendo a su cacique y señor Pillahuaso y lo metió en triunfo cuando volvió al Cuzco. De allí bajó a los Huancas Vilcas, donde levantó y edificó la fortaleza de Huachalla, y desde ella entró a la conquista de los Huancas Vilcas y, aunque dificultosa, mediante la muchedumbre de su gente y el valor e industria de sus capitanes los sujetó, y a los principales, y a Huacapi Huamo y Manta Yucara y Quisiri a Huachumpi y Nina Chumpi.
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Cómo no sólo vieron los indicios y las señales anteriores, sino otros mejores, que les dieron algún ánimo El lunes, que fue el primero de octubre, salido el sol, vino a la nave un alcatraz; dos horas antes de mediodía llegaron otros dos; la dirección de la hierba era del Este al Oeste; y aquel día, de mañana, el piloto de. la nave del Almirante dijo que estaba, hacia el Poniente, quinientas sesenta y ocho leguas más allá de la isla del Hierro; el Almirante afirmó que pensaba estar algo más distante, a quinientas ochenta y cuatro leguas, aunque en oculto sabía haberse alejado setecientas siete; de modo que su cuenta superaba en 129 leguas a la de dicho piloto. Aún era mucho más diferente el cómputo de las otras dos naves, porque el piloto de la Niña, el miércoles siguiente por la tarde, dijo que, a su juicio, habían caminado quinientas cuarenta leguas; y el de la Pinta, seiscientas treinta y cuatro. Quitando, pues, lo que caminaron aquellos tres días, quedaban todavía muy apartados de la razón y de la verdad, porque siempre tuvieron buen viento en popa y habían caminado más. Pero el Almirante, como se ha dicho, disimulaba y transigía con el error cometido, para que la gente no desmayara viéndose tan lejos. El día siguiente, que fue 2 de Octubre, vieron muchos peces, y mataron un atún pequeño; se presentó un pájaro blanco, como gaviota, y muchas pardelas, y la hierba que veían era muy añeja, casi hecha polvo. Al día siguiente, no viendo más aves que algunas pardelas, temieron grandemente haber dejado al lado algunas islas, pasando por medio de ellas sin verlas; creían que los muchos pájaros vistos hasta entonces, eran de paso, y que irían de una isla a otra a descansar. Queriendo ellos ir de uno a otro lado para buscar aquellas tierras, el Almirante se opuso, por no perder el favorable viento que le ayudaba para ir derecho hacia las Indias por el Occidente, cuya via era la que tenía por más cierta; además, porque le parecía perder la autoridad y el crédito de su viaje, andando a tientas, de un lugar a otro, buscando aquello que siempre afirmó saberlo muy ciertamente, y esto fue la causa de amotinarse la gente, perseverando en murmuraciones y conjuras. Pero quiso Dios socorrerle, como arriba se ha dicho, con nuevos indicios. Porque el jueves, 4 de Octubre, después de mediodía, vieron más de cuarenta pardelas juntas, y dos alcatraces, los cuales se acercaron tanto a los navíos, que un grumete mató uno con una piedra. Antes de esto habían visto otro pájaro, como rabo de junco, y otro como gaviota; y volaron a la nave muchos peces golondrinos. El día siguiente, también vino a la nave un rabo de junco, y un alcatraz de la parte de Occidente; y se vieron muchas pardelas. El domingo después, 7 de octubre, al salir el sol, se vio hacia el Poniente muestras de tierra, pero como era oscura, ninguno quiso declararse autor, no sólo por quedar con vergüenza afirmando lo que no era, cuanto por no perder la merced de diez mil maravedís anuales, concedidos por toda la vida a quien primeramente viese tierra, la cual habían prometido los Reyes Católicos; porque, como ya hemos dicho, para impedir que a cada momento se diesen vanas alegrías, con decir falsamente: ¡tierra, tierra!, se había puesto pena, al que dijese verla, y esto no se comprobase en término de tres días, quedar privado de dicha merced, aunque después verdaderamente la viese; y porque todos los de la nave del Almirante tenían esta advertencia, ninguno se arriesgaba a gritar: ¡tierra, tierra! Los de la carabela Niña, que, por ser más ligera, iba delante, creyendo ciertamente que fuese tierra, dispararon una pieza de artillería y alzaron las banderas en señal de tierra. Pero, cuando fueron más adelante, les comenzó a faltar a todos la alegría, hasta que totalmente se deshizo aquella apariencia; bien que, no mucho después, quiso Dios tornar a consolarles algo, porque vieron grandísimas bandadas de aves de varios géneros, y algunas otras de pajarillos de tierra, que iban desde la parte de Occidente a buscar su alimento en el Sudoeste. Por lo cual, el Almirante, teniendo por muy cierto, porque se hallaba muy lejano de Castilla, que aves tan pequeñas no irían a reposar muy lejos de tierra, dejó de seguir la vía del Oeste, hacia donde iba, y caminó con rumbo al Sudoeste, diciendo que, si cambiaba la dirección, lo hacía porque no se apartaba mucho de su principal camino, y por seguir el discurso y el ejemplo de la experiencia de los portugueses, quienes habían descubierto la mayor parte de las islas, por el indicio y vuelo de tales aves; y tanto más, porque las que entonces se veían, seguían casi el mismo camino en el que siempre tuvo por cierto encontrar tierra, dado el sitio en que estaban; pues bien sabían que muchas veces les había dicho que no esperaba tierra hasta tanto que no hubiesen caminado setecientas cincuenta leguas al Occidente de Canaria, en cuyo paraje había dicho también que encontraría la Española, llamada entonces Cipango; y no hay duda que la habría encontrado porque sabía que la longitud de aquélla se afirmaba ir de Norte a Mediodía, por lo cual él no había ido más al Sur, a fin de dar en ella, y por esto quedaban aquella y las otras islas de los Caribes, a mano izquierda, hacia Mediodía, adonde enderezaban aquellas aves su camino. Por estar tan cercanos a tierra se veía tanta abundancia y variedad de pájaros, que, el lunes, a 8 de Octubre, vinieron a la nave doce de los pajaritos de varios colores que suelen cantar por los campos; y después de haber volado un rato alrededor de la nave, siguieron su camino. Viéronse también desde los navíos muchos otros pájaros que iban hacia el Suroeste, y aquella misma noche se mostraron muchas aves grandes, y bandadas de pajarillos que venían de hacia el Norte y volaban a la derecha de los anteriores. Fueron también vistos muchos atunes; a la mañana vieron un gorjao y un alcatraz, ánades, y pajarillos que volaban por el mismo camino que los otros; y sentían que el aire era muy fresco y odorífero, como en Sevilla en el mes de abril. Pero entonces era tanta el ansia y el deseo de ver tierra, que no daban crédito a indicio alguno, de tal modo que aunque el miércoles, 10 de Octubre, de día y de noche vieron pasar muchos de los mismos pajarillos, no por eso dejaba la gente de lamentarse, ni el Almirante de reprenderles el poco ánimo, haciéndoles saber que, bien o mal, debían salir con la empresa de las Indias, a la que los Reyes Católicos los enviaban.
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CAPÍTULO XXI En qué manera pasaron bestias y ganados a las tierras de Indias Ayudan grandemente al parecer ya dicho los indicios que se ofrecen a los que con curiosidad examinan el modo de habitación de los indios; porque donde quiera que se halla isla muy apartada de tierra firme y también de otras islas, como es la Bermuda, hállase ser falta de hombres del todo. La razón es porque no navegaban los antiguos sino a playas cercanas y cuasi siempre a vista de tierra. A esto se alega que en ninguna tierra de Indias se han hallado navíos grandes, cuales se requieren para pasar golfos grandes. Lo que se halla son balsas o piraguas o canoas, que todas ellas son menos que chalupas; y de tales embarcaciones solas usaban los indios, con las cuales no podían engolfarse sin manifiesto y cierto peligro de perecer, y cuando tuvieran navíos bastantes para engolfarse, no sabían de aguja ni de astrolabio, ni de cuadrante. Si estuvieran dieciocho días sin ver tierra, era imposible no perderse sin saber de sí. Vemos islas pobladísimas de indios, y sus navegaciones muy usadas; pero eran las que digo que podían hacer los indios en canoas o piraguas y sin aguja de marear. Cuando los indios que moraban en Tumbes, vieron la primera vez nuestros españoles que navegaban al Pirú, y miraron la grandeza de las velas tendidas y los bajeles también grandes, quedaron atónitos; y como nunca pudieron pensar que eran navíos, por no haberlos visto jamás de aquella forma y tamaño, dice que se dieron a entender, que debían de ser rocas y peñascos sobre la mar; y como veían que andaban y no se hundían, estuvieron como fuera de sí de espanto gran rato, hasta que mirando más, vieron unos hombres barbudos que andaban por los navíos, los cuales creyeron que debían ser algunos dioses o gentes de allá del cielo. Donde se ve bien cuán ajena cosa era para los indios usar naos grandes ni tener noticia de ellas. Hay otra cosa que en gran manera persuade a la opinión dicha, y es que aquellas alimañas que dijimos no ser creíble haberlas embarcado hombres para las Indias, se hallan en lo que es tierra firme y no se hallan en las islas que disten de la tierra firme cuatro jornadas. Yo he hecho diligencia en averiguar esto, pareciéndome que era negocio de gran momento, para determinarme en la opinión que he dicho, de que la tierra de Indias y la de Europa y Asia y África tienen continuación entre sí, o a lo menos llegan mucho en alguna parte. Hay en la América y Pirú muchas fieras, como son leones, aunque éstos no igualan en grandeza y braveza, y en el mismo color rojo a los famosos leones de África; hay tigres muchos y muy crueles, aunque lo son más comúnmente con indios que con españoles. Hay osos, aunque no tantos; hay jabalíes; hay zorras innumerables. De todos estos géneros de animales, si quisiéramos buscarlos en la isla de Cuba o en la Española o en Jamaica, o en la Margarita o en la Dominicana, no se hallará ninguno. Con esto viene que las dichas islas, con ser tan grandes y tan fértiles, no tenían antiguamente cuando a ellas aportaron españoles, de esos otros animales tampoco que son de provecho, y agora tienen innumerables manadas de caballos, de bueyes y vacas, de perros, de puercos, y es en tanto grado que los ganados de vacas no tienen ya dueños ciertos por haber tanto multiplicado, que son del primero que las desjarreta en el monte o campo. Lo cual hacen los moradores de aquellas islas para aprovecharse de los cueros para su mercancía de corambre, dejando la carne por allí sin comerla. Los perros han en tanto exceso multiplicado, que andan manadas de ellos, y hechos bravos hacen tanto mal al ganado como si fueran lobos, que es un grave daño de aquellas islas. No sólo carecen de fieras, sino también de aves y pájaros, en gran parte. Papagayos hay muchos, los cuales tienen gran vuelo y andan a bandas juntos; también tienen otros pájaros, pero pocos, como he dicho. De perdices no me acuerdo haber visto ni sabido que las tengan como las hay en el Pirú, y mucho menos los que en el Pirú llaman guanacos y vicuñas, que son como cabras monteses, ligerísimas, en cuyos buches se hallan las piedras bezaares, que precian algunos y son a veces mayores que un huevo de gallina, tanto y medio. Tampoco tienen otro género de ganado que nosotros llamamos ovejas de las Indias, las cuales, demás de la lana y carne con que visten y mantienen los indios, sirven también de recua y jumentos para llevar cargas; llevan la mitad de la carga de una mula, y son de poco gasto a sus dueños, porque ni han menester herraduras ni albardas, ni otros aparejos, ni cebada para su comer; todo esto les dio naturaleza sin costa queriendo favorecer a la pobre gente de los indios. De todos los géneros de animales y de otros muchos que se dirán en su lugar, abunda la tierra firme de Indias; las islas, de todos carecen si no son los que han embarcado españoles. Verdad es que en algunas islas vido tigres un hermano nuestro, según él refería, andando en una peregrinación y naufragio trabajosísimo; mas preguntado qué tanto estarían de tierra firme aquellas islas, dijo que obra de seis u ocho leguas a lo más, el cual espacio de mar no hay duda sino que pueden pasalle a nado los tigres. De estos indicios y de otros semejantes se puede colegir que hayan pasado los indios a poblar aquella tierra, más por camino de tierra que de mar, o si hubo navegación, que fue no grande ni dificultosa, porque en efecto debe de continuarse el un orbe con el otro; o a lo menos estar en alguna parte muy cercanos entre sí.
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En que se cuenta la venida del arzobispo don fray Cristóbal de Torres, del Orden de Santo Domingo, predicador de las Majestades Reales. La venida del presidente don Martín de Saavedra y Guzmán, con lo demás sucedido en este año de 1638 Por muerte del arzobispo don Bernardino de Almansa, que murió, como queda dicho, de la peste general que hubo en este Reino, en la villa de Leiva, el año de 1633, fue electo por arzobispo de este Reino el doctor don fray Cristóbal de Torres, del Orden de Santo Domingo, predicador de las dos Majestades, Philipo III y Philipo IV. Entró en esta ciudad de Santa Fe, a 8 de septiembre del año de 1635, y en este presente de 1638 rige esta santa iglesia metropolitana, el cual es ido a visitar los pueblos de su arzobispado. Por octubre del año de 1637, vino por presidente de la Real Audiencia y gobernador de este Reino don Martín de Saavedra y Guzmán, del hábito de Calatrava, que de la presidencia de la Audiencia de la ciudad de Bari, frontera de Nápoles, vino a ésta. Entró en esta ciudad, a 4 del dicho mes y año. Con su venida, se suspendió la presidencia del marqués de Sofraga, el cual al presente está en su residencia, y el tiempo nos dirá la resulta con los demás. El tiempo es el más sabio de todas las cosas, porque todas las halla, declara y descubre. Dice Séneca: "Todas las cosas son ajenas y sólo el tiempo es dado por nuestro, y todos los vicios que se cometen son de los hombres, pero no de los tiempos". El tiempo es la más rica joya y más preciosa que el hombre tiene; y perdiéndolo o gastándolo mal gastado, es la mayor pérdida. Sólo en Dios no hay tiempo, porque todas las cosas le son siempre presentes sin tiempo. Durante el gobierno del presidente don Sancho Girón, murió doña Inés de Palacios, marquesa de Sofraga, su legítima mujer. Fue su muerte a 10 de mayo del año de 1635. El marqués, su marido, le hizo un solemnísimo entierro, con muchos sufragios. Depositóse su cuerpo en la iglesia de la Compañía de Jesús, para llevarlo a España. Quedáronle al marqués tres hijos de este matrimonio, dos varones y una hembra. El mayor casa en el, Pirú, a donde ya es ido; causa por la cual, acabada su residencia, no se podrá ir a Castilla en la ocasión de este año de 1638. En todo lo que dejo escripto, no hallo más que a un gobernador y a un presidente que hayan salido de este Reino sin zozobras y disgustos: el gobernador fue el licenciado Jerónimo Lebrón, que con buenos dineros y en breve tiempo se volvió a su casa en paz; el presidente fue el doctor Andrés Díaz Venero de Leiva, que también se volvió a Castilla en paz, sin visita ni residencia, y con buena cantidad de dinero. Todos los demás han tenido sus azares. No sé en qué va, si es en ellos o en la malicia de los contrarios que los persiguen. Mentirosos y sin verdad llama el Espíritu Santo a los hijos de los hombres, y ansí no se puede hacer confianza en ellos, porque faltan siempre. Tan fallido está en su trato y tan acostumbrados están a buscar sus intereses, que aun donde se siguen muy pequeños, pierden el respeto a la verdad, el temor a la justicia, el decoro a sí mismos y a Dios la reverencia; faltan en las obligaciones, niegan los conocimientos, rompen las amistades y corrompen las buenas costumbres. ¡Oh bienes temporales, que sois a los que os tienen una hidropesía con que los aventáis y ponéis hinchados, dándoles una sed perpetua de beber y más beber, y nunca se hartan! Y como ni permanecéis con el sufrido, ni agradáis al congojoso, ni dais poder al Reino, ni a las dignidades honra, ni con la fama gloria, ni placer en los deleites; y siendo tan poco vuestro poder, ¡cómo arrastramos el nuestro por alcanzaros, y como si os alcanzamos no sabemos usar de vosotros! ¡Antes por el mesmo caso que sois de algunos más poseídos, mayores cautelas hacemos y más fuertes lazos armamos contra nuestros prójimos! Por llevaros adelante con mayor crecimiento, despreciamos la carne, la naturaleza y a Dios Nuestro Señor, por preciarnos de vosotros. Dichoso aquel que lejos de negocios, con un mediano estado, se recoge quieto y sosegado, cuyo sustento tiene seguro en los frutos de la tierra y su cultura, porque ella como madre piadosa le produce y no espera suspenso alcanzar su remedio de manos de los hombres tiranos y avarientos. * * * Llámame el marqués de Sofraga, presidente que fue de este Nuevo Reino, que como tengo dicho está en su residencia, para que diga, como persona que he visto todos los presidentes que han sido de la Real Audiencia y que han gobernado esta tierra, en qué ha faltado en su gobierno. Vuelvo a decir, que ya lo he dicho otra vez, que no tengo qué adicionarle, porque ha gobernado en paz y justicia, sin que haya habido revueltas como las pasadas; y porque su negocio topa en los dineros, quiero, por lo que tengo de labrador, decir un poquito, que todas son cosechas. Y para que yo sea mejor entendido, hemos de hacer dos cosas: la primera, echar de la mesa, que no han de comer en ella, la malicia y mala intención; la segunda, que hemos de asir de la ropa la cudicia, e irnos tras ella para verle hacer lances. Hallo, pues, por verdadera cuenta, que labradores y pretendientes son hermanos en armas; pues veamos agora cómo y en qué manera lo son, y en qué tierras siembran sus semillas y grano. Los labradores, en sus cortijos y heredades o estancias, como acá decimos, escogen y buscan los mejores pedazos de tierra, y con sus aperos bien aderezados, rompen, abren y desentrañan sus venas, hacen sus barbechos, y, bien sazonadas, en la mejor ocasión, con valeroso ánimo, derraman sus semillas, habiendo tenido hasta este punto mucho costo y trabajo; todo lo cual hacen arrimados tan solamente al árbol de la esperanza y asidos de la cudicia de coger muy grande cosecha. Pues sucede muchas veces que, con las inclemencias del tiempo y sus rigores, se pierden todos estos sembrados y no se coge nada; y suele llegar a extremo que el pobre labrador, para poderse sustentar aquel año, llega a vender parte de los aperos de bueyes y rejas, que quizá le habrá sucedido a quien esto escribe. Pues pregunto yo agora, labradores, ¿a quién pediremos estos costos y semillas, daños e intereses? ¿Pedirémoslos a la tierra donde los echamos? No lo hallo puesto en razón. ¿Podrémoslos pedir a la justicia? Paréceme que sobre este artículo no nos oirán, ni se nos recibirá petición. Pues ¿pidámoslos a la cudicia? Eso no, que será echarla de casa y quedarnos sin nada. Pues ya se ha comenzado a romper el saco, volvamos a arar y romper la tierra, y acábese de romper, que quizá acertemos. Los gobernadores, presidentes y oidores del Colegio Romano de los Cardenales, los Consejos Reales y todos los tribunales del mundo, ésa es la tierra a donde los pretendientes siembran sus semillas y grano. Parte de ella derraman entre privados y personas de devoción; otra parte sirven y presentan a la dama donde el galán acude y éste es el mejor modo de negociar y más breve, porque ya dije que las mujeres mandan en el mundo. ¿Cargaste la mano, pretendiente, para tus intentos, en la tierra de donde pensabas coger el fruto? Todo esto ha sido de la cudicia, por alcanzar aquello que tú sabes; y arrimado como el labrador, tu compañero, al árbol de la esperanza, el tiempo, sus rigores e inclemencias y otras causas ocultas consumieron este grano y semillas. Perdióse todo, no se cogió nada. Pues, hermano pretendiente, ¿a quién pediremos estos daños? ¿Pedirémoslos a la tierra donde se derramó la semilla? Será malo de recoger, porque alargaste mucho la mano pensando coger mucho. Pídeselos a esa cudicia de que vienes asido, que ésa te engañó. Suéltala, no te rompa el saco. Conténtate con lo razonable, toma el consejo de la vieja Celestina, que hablando con Sempronio le decía: "Mira, hijo Sempronio, más vale en una casa pequeña un pedazo de pan sin rencilla, que en una muy grande mucho con ella". ¿Qué respondes pretendiente?. Que si pongo pleito a la cudicia, será echarla de casa y quedarme sin nada. Pues, hermano mío, ya te dije adelante que tan mercader es uno de ganando como perdiendo, y aquí te digo que tan labrador es uno cogiendo mucho como no cogiendo nada; y pues así es, rómpase el saco, volvamos a derramar la semilla, quizá se cogerá algo, que no han de ser todos los tiempos unos. * * * No sé con qué razones pondere una crueldad que un hermano usó con una hermana; y antes que diga el caso, quiero ver si entre los gentiles hallo casos son que ponderarlo, y sea lo primero. Hermanos eran los hijos de Josafat, rey de Judea, y uno de ellos, llamado Jorán, desolló a sus hermanos por quitarles las haciendas. Hermanos eran Tifón y Osírides; pero Tifón cruel y tiranamente quitó la vida de Osírides, partiendo su cuerpo por veinticuatro partes, dándoselas a comer a los conjurados, por tenerlos más seguros en la guarda de su reino. Hermanos eran Mitrídates, rey de Babilonia, y Herodes, rey de los tártaros; pero Herodes degolló a Mitrídates en pública plaza, por alzarse con el reino babilónico. Hermanos eran Rómulo y Remo, y fue muerto Remo por Rómulo, por quedarse solo en el reino. En las historias españolas se halla cómo don Fernando, rey de Castilla, mató a su hermano don García, rey de Navarra, por quedarse con los navarros. Abimelech, hijo mayor de Gedeón, por haber el reino mató a sesenta hermanos suyos, y sólo Jonatás se le escapó huyendo, que no quiso Dios que lo pudiese matar, para que nunca el traidor pudiese vivir sin miedo. Y porque los Schinitas lo echaron fuera de la ciudad, entró en ella por la noche por fuerza de armas, y mató cuantos hombres y niños y viejos había; y porque algunos se refugiaron en los templos, mandó cercarlos de leña y pegar fuego, y con el humo y fuego lo consumió todo, e hizo arar la ciudad y sembrarla de sal. Mas entre todos estos tiranos, envidiosos y crueles, no hallo en ellos, ni en otros muchos que pudiera traer, que ninguno matase a su hermana por robarla. Vamos al caso. Miércoles en la noche, a 3 de marzo de este año de 1638, segunda semana de cuaresma, siendo alcalde ordinario, don Juan de Mayorga, entró en casa de doña Jerónima de Mayorga, su hermana. Esta señora estaba viuda de don Diego de Holguín, su marido, del cual le habían quedado dos hijas. La mayor estaba monja en el convento de la Concepción, y la más pequeña acompañaba a su madre. Había la doña Jerónima dado en préstamo al hermano quinientos pesos; y habiéndole pedido se los volviese, le respondió que una noche iría y se los llevaría, aunque no todos. Estaba la pobre señora, al tiempo que el hermano entró, acostada en la cama, y a lo que se dijo, parida de tres días. Tomó la lumbre el don Juan de Mayorga, cerró la puerta del aposento, buscó todos los rincones de él, y no habiendo hallado a nadie, allegó a la cama donde la hermana estaba y diole tres puñaladas con que la mató. No estaba en el aposento más que tan solamente la niña que acompañaba a la madre, a la cual, con la daga en las manos, amenazó que la mataría si hablaba o gritaba. Preguntóle por las llaves de su madre. Díjole que en la cabecera las tenía, de donde el don Juan las sacó, y abriendo una caja sacó de ella un cofre lleno de joyas de valor y toda la moneda que había; y volviendo a amenazar a la niña si hablaba, y cerrando la puerta tras sí, se salió de la casa sin ser sentido de nadie, porque al tiempo que esto pasó la gente de servicio estaba en la cocina, y el don Juan cerró la puerta que pasaba a ella, con que se aseguró. Por cierto, ¡famoso ladrón fatricida!, que yo no le puedo dar otro nombre. Dime, segundo Caín y demonio revestido de carne humana, ¿qué te movió a tan inexorable crueldad? ¿Fue el celo de la honra y satisfacción de ella? Pues considerástelo mal y erraste el punto, porque tendiste la red del cojo Vulcano, donde cogió a Venus y Marte, pero llamó sólo a los dioses que lo viesen, y tu llamaste con tu hecho a todo el común que viese tu deshonra; y aunque hiciste más daño, pues sacaste a pública plaza las faltas y flaquezas de los tuyos, que el tiempo y el olvido tenían acabadas, lo cierto es que no te hallo por dueño de la acción que hiciste, porque a sólo el marido se concede, cogiéndola infraganti en el adulterio. Debiste considerar que tu hermana no comenzaba el mundo ni que tampoco lo había de acabar; que si cayo en aquella flaqueza, también ha sucedido en palacios reales y entre potentados, que pasaron por ello sin esos rigores. Si lo hiciste por el honor, no la robaras, que los vienes que llevaste eran de sus herederos, que los dejaste huérfanos y pobres. Pero si supiste huir de la justicia del mundo, no podrás huir de la de Dios, que tus culpas te llevan por ese camino al paradero. La niña, habiéndose ido el tío, desde una ventana que salía del aposento a la calle, dio voces diciendo lo que pasaba. Acudió gente, corrió la voz, alborotóse la ciudad de tal manera que obligó al presidente, don Martín de Saavedra y Guzmán, a tomar el bastón y acudir al ruido. Fue a casa de la doña Jerónima Mayorga, a donde la halló muerta en la cama, con las heridas que el hermano le dio. Hiciéronse muchas diligencias de justicia en buscar al matador, y no pudo ser habido. ¡Oh, hermosura, causadora de semejantes desgracias!, y cuán enemiga eres de la castidad, que siempres andas con ella a brazo partido; y la mujer que te alcanza y no se corrige con la razón, viene al paradero que vino esta desechada o a otro su semejante. La buena y casta mujer ha de encubrir y guardar el cuerpo aun de las mesmas paredes de su aposento, porque ninguna cosa se descubre más presto que castidad perdida. Merecedor es de ser colocado con los ángeles en el cielo el que vive casta y limpiamente en la tierra, porque más es estando en la carne vivir limpiamente, que ser ángel. Que la nieve conserve su blancura en la región del aire no es de estimar mucho, porque no hay cosa que le impida el conservarla; mas estando en la tierra, en el polvo y lodo, y siendo pisada, conserve su blancura, es mucho más de estimar. Una de las cosas por donde más presto se pierde la castidad es la ociosidad, pues al tiempo que los reyes de Israel solían ir a las guerras, se quedó el rey David en su casa, y estando ocioso, paseándose por un corredor, vido a Betsabé, que le fue causa de adulterio y homicidio y mal ejemplo. Todas las criaturas que Dios Nuestro Señor crió en este mundo están sujetas al hombre, todas le sirven y de todas se sirve, y ninguna de ellas le guerrea ni persigue. Sólo el hombre es enemigo del hombre; y es que se persiguen por envidia, o por cudicia, herencia de aquellos dos primeros hermanos Caín y Abel. Perseguir el hombre al hombre y guerrearle, pase, que el interés lo causa; pero perseguir a una mujer parece cosa fea y sobra de malicia, porque considerada en ella su flaqueza, allega con ella a ser tan sólo una sierva, sujeta a mil calamidades. Muy antiguo es esto de ser el hombre enemigo del hombre. Comenzó en Caín, matando a su hermano Abel por envidia; y en el mesmo Caín comenzó la desesperación cuando le dijo a Dios: "mayor es mi pecado que tu misericordia", que fue mayor culpa que la del homicidio. En un convite de Sisara y Jael, mató el uno al otro; y en otro convite murió Amón, primogénito de David, ordenada esta muerte por Absalón, su hermano, en satisfacción del estupro de la linda Tamar, su hermana por madre. Dentro del senado romano mataron enemigos al primer César; y enemigos pusieron en un cadalso al condestable don Álvaro de Luna. Si sólo un enemigo es bastante para derribar al hombre del estado y dignidad en que está, y llega a quitarle la vida temporal, ¿qué será del alma que tiene tres fortísimos enemigos --mundo, demonio y carne--; que todos tres ponen la mira y enderezan sus tiros a derribarla del estado de gracia y a quitarle la vida eterna de gloria, conmutándosela en muerte eterna y tormentos eternos? Dice Virgilio que si tuviera cien leguas y otras tantas bocas y una voz de trueno, ni aun así podría revelar todas las maneras de castigar maldades, ni los nombres de las penas y tormentos que en el infierno hay. De considerar es cuál haya sido la causa por que en la doctrina cristiana ponen al demonio en medio del mundo y la carne. Estos son los recogedores y el demonio es el carnicero. Este enemigo tiene las fuerzas quebrantadas, que en ninguna manera puede perjudicar sin particular licencia de Dios y su permisión, como aconteció en el santo Job y en Saúl, primer rey de Israel, de quien se dice en el cuarto libro de los Reyes, que Spiritus Domini malus arripietab Saulum. Si el espíritu que atormentaba a Saúl era malo, ¿cómo era del Señor? Y si era del Señor, ¿cómo era malo? En el mismo libro de los Reyes está la definición donde dice: Quia sopor Domini irruet super eos, ut pressentian David no sentirem. Si se dice que el sueño del Señor cayó sobre los guardas y soldados del real de Saúl, porque no sintieron la presencia de David, en Dios Nuestro Señor no hay sueño, ni David duerme. Ecce non dormitavit nec dormiet, qui custodit Israel. Por manera que todo esto no es más que la voluntad de Dios Nuestro Señor, y su permisión. Después que el demonio fue echado del principado de este mundo, no puede dañar al hombre ni perjudicarle, como el hombre no le abra la puerta ni le dé armas para ello; y así se pone en medio de estos dos potentados, mundo y carne, para con su ayuda dañar el alma, porque el demonio es cazador, y en medio de estos dos enemigos arma sus lazos y tiende sus redes, y es también este enemigo acechador. Cuéntale al hombre los pasos, y conforme le conoce los intentos, le pone las ocasiones tan espesas, que va tropezando de unas en otras, hasta que cae en lazo o red. Dice San Agustín: "Nunca hallé en mí más virtudes que cuando me aparté de las ocasiones". El diablo procura siempre hacer de los hombres, brutos, y procura con todo su poder captarles por soberbia, ensalzándoles con pensamientos que les inclinen a estimarse, y así caer en soberbia; y como él sabe por experiencia que este mal es tan grande, pues bastó a hacerle de ángel demonio, procura hacernos participantes en él, para que también lo seamos en los tormentos y penas que él padece. El mundo le ayuda con sus pompas y vanidades, malicias, cudicias y malos tratos, y con todos los poderíos suyos en orden a dañar al hombre para que pierda el alma. Ama el mundo a sus mundanos, como el lobo al cordero, para tragarlos y destruirlos y dar con ellos en el infierno. La amistad del mundo no es otra cosa que pecado y fornicación, como dice San Agustín; y es tan pobre, que para dar a uno ha de quitar a otro. Huir del mundo es huir el hombre de sí; huir de sí es vencerse a sí; vencerse a sí es gloriosísima victoria; de donde se sigue que huir del mundo es el más excelente de los triunfos. La carne le estimula con sus flaquezas, contentos, delicias y regalos, y con la voluntad consentida, que ésta es la que mayor daño hace, porque el desordenado amor de la voluntad propia es raíz y causa de todos los pecados. Cese la voluntad propia y no habrá infierno. La carne es cruelísimo enemigo, porque mora con nosotros, y de nuestras puertas adentro, halagüeño y engañoso; y es ladrón de casa que hace el hurto cuando menos se piensa. Tantos diablos asisten en el corazón del hombre malo cuantos pensamientos tienen deshonestos; y así no hay quien se escape de las manos del diablo, sino quien acude presto a la penitencia. Vicios y pecados destruyen las almas y las llevan al infierno, porque cualquiera que está afeado con vicios y torpezas, carece de la hermosura de Dios. Dice Séneca que huir de los vicios y torpezas carnales es vencerse. Cuenta el glorioso San Agustín que al tiempo que deliberaba apartarse del mundo y de todos sus deleites, que le parecía que todos ellos se le ponían delante y le decían: ¡Cómo! y ¿para siempre nos has de dejar? Alma mía, ¿qué haremos? Poderosos son los enemigos y siempre nos espían procurando nuestro daño. ¿Qué remedio? ¡Alma!, camina y date prisa, no pierdas tiempo, que se cobra mal. Allega a aquel santo monte Calvario y abrázate con la cruz de tu Redentor, que en este campo fueron vencidos esos tres enemigos, y aquí los vencerás. Y si te hallares cargada de deudas y sin caudal para pagarlas, no desmayes por eso, que tu Dios y Señor te dejó en este santo monte y en su santa Iglesia, en sus merecimientos y en los de sus santos, un riquísimo tesoro con que puedes pagar todo lo que debieres, si te supieres aprovechar de él; porque digo ¿qué fuera de los pecadores, si como añaden pecado a pecado no añadiera Dios misericordia a misericordia? Su santo nombre sea bendito para siempre sin fin, y sea bendita la limpieza de la Virgen María, su madre y señora nuestra. * * * Siendo oidor de esta Real Audiencia el licenciado don Juan de Padilla, hubo entre él y don Sancho Girón, marqués de Sofraga, presidente de ella, cierto encuentro originado de una dama que hacía rostro a entrambos, que así se dijo. Las plazas de virreyes, gobernadores, presidentes y oidores no impiden pasiones amorosas, porque aquéllas las da el rey y éstas naturaleza, que tienen más amplia jurisdicción. La naturaleza es una fuerza dada a las cosas para que puedan formar y producir su semejante. La naturaleza principalmente sigue y apetece lo que es deleitable, y aborrece lo que es triste. La naturaleza se corrompe y daña por el pecado, y aunque a nadie fuerza a pecar, con todo eso, peca juntamente con el que peca, como dice San Agustín. Es tan poderosa naturaleza y tan varia en sus cosas, que cada día vienen a nuestra noticia muchas nuevas; por lo cual los hombres no se han de espantar de ellas, acerca de lo cual dijo el marqués de Santillana: "las cosas de admiración no las cuentes, que no saben todas las gentes cómo son". Alejandro Magno era compuesto de tal temperamento y extraña armonía e igualdad de humores, que naturalmente le olía el aliento a bálsamo; y sudando daba tan buen olor, que parecía manar ámbar y almizcle; y aun después de muerto olía como si estuviera embalsamado. La hija del rey Faraón de Egipto, que entre setenta mujeres que tuvo el rey Salomón (todas reinas coronadas) era la más hermosa y la más querida, le hizo idolatrar. Pues ¿qué mucho que esta otra dama hiciese prevaricar a sus amantes y los convirtiese de amigos en enemigos? De aquí se levantó la polvareda que cegó a los dos ojos de la razón, que los del cuerpo, con la pasión amorosa, días había que los tenían vendados con la venda de dios niño. Era el oidor don Juan de Padilla íntimo amigo del arzobispo don Bernardino de Almansa, y por lo contrario, el presidente y el doctor don Antonio Rodríguez de San Isidro Manrique, visitador de la Real Audiencia, estaban encontrados con el dicho arzobispo y tenían por sospechoso al oidor, de esto y de lo arriba dicho. En los negocios que tocaban a la visita del oidor, cargó la mano al presidente, hasta suspendello y quitallo de la silla; el cual, pasado a Castilla, halló en el Real Consejo de Indias quien se encargase de su defensa. Despachósele residencia al marqués de Sofraga, y vino a ella el licenciado don Bernardino de Prado, que venía por oidor de esta Real Audiencia. También trujo a su cargo estos negocios el doctor de la Gasca. Tomósele al presidente apretada la residencia, y además de los enfados que en ella tuvo, que no fueron pocos, salió condenado en ciento treinta y cuatro mil pesos; y esto sin las demandas públicas y otras cosas de particulares que no se determinaron. Paréceme caso nuevo sucedido en el Nuevo Reino de Granada, si se consideran los gobernadores sus antecesores. Si éstos son los dulces que trae el gobierno, y querer gobernar, vuelvo a decir: que les haga muy buen provecho, que yo me vuelvo a mi tema. Con las fianzas que dio el presidente de su condenación, partió para España, por junio de 1638; y llegando a la barranca del Río Grande de la Magdalena y desembarcadero de él para ir a la ciudad de Cartagena, halló en el puerto al doctor de la Gasca, que le había tomado la delantera. Allí le volvió a desenfardelar de lo que llevaba y le volvió a secrestar la plata labrada, y le quitó cuatro o cinco mil pesos en doblones, envueltos en cargas de sebo. Afianzó de nuevo la plata labrada, con que se la entregó; y en este estado dejó el mando esta representación que parece gustaba de dar al marqués de Sofraga vaivenes. Fue fama en esta ciudad que llevaba el presidente de este Reino más de doscientos mil pesos de buen oro, sin contar lo que había enviado a Castilla durante el tiempo que gobernó, y sin la plata labrada, joyas y preseas de gran valor. Lo cierto es que yo no conté la moneda, ni vi las joyas; lo que vi fue que queriendo el marqués confirmar a sus hijos, el señor arzobispo don fray Cristóbal de Torres dijo misa en las casas reales; y este día vide tres salas aderezadas, que se pasaba por ellas a la sala donde se decía la misa; en ésta y en las otras tres vide aparadores de plata labrada de gran valor, según allí se platicaba. Si era toda del marqués o no, por entonces no lo supe, ni sé más de lo que agora se dice. De lo sucedido al presidente, ya queda dicho; no sé si se tendrá por vengado el licenciado don Juan de Padilla. * * * La venganza es una pasión de injusticia. La venganza y odio colocados en el corazón, mucho más daña que una ponzoña de víbora. Tarde o temprano, toma el Señor de los malos la venganza, y los mejor librados y menos castigados son los que sufren su castigo en este mundo, para ser perdonados en el otro. Un duque de Orleans fue injuriado de otro señor; vino aquél a ser rey de Francia, y siendo aconsejado que se vengase, pues podía entonces, respondió: "No conviene al rey de Francia vengar las injurias hechas al duque de Orleans". Querer vengarse es alegrarse del mal ajeno. Preguntamos agora: las riquezas bien o mal adquiridas, ¿hasta dónde duran con sus dueños, o qué se llevan de ellas cuando se van de esta vida? Esto nos podía decir el gran Saladino, sultán de Egipto, sin que busquemos otros testigos, que yo sé que se hallarían infinitos. Estándose muriendo este príncipe, llamó a su alférez mayor y le mandó que tomase un lienzo o sábana, la pusiese en una lanza y que fuese por todas las calles y plazas de aquella ciudad pregonando que el gran Saladino, de todos los tesoros y riquezas que había tenido en esta vida, no llevaba de todas ellas a la otra más que aquel pedazo de lienzo. El rey don Fernando, de Castilla, padre del rey don Sancho, que murió sobre Zamora, estándose muriendo llegó a él doña Urraca, su hija, querellosa de que la dejaba desheredada, a lo cual respondió el rey su padre, diciendo: Sí cual lloras por facienda Por la muerte lloraras, Non dubdo, querida hija, Que el vivir se me otorgara. Mas lloras, sandia mujer, Por las tenencias humanas, Viendo que de todas ellas Non llevo si la mortaja. Aquel príncipe llevó una mortaja, y este rey lleva otra mortaja, de todos los tesoros que tuvieron en esta vida. Lector, ¿qué llevaron tus antepasados de todo lo que tuvieron en esta vida? Paréceme que me respondes que solamente una mortaja. Por manera que a todos no les duran más las riquezas, bienes y tesoros, que hasta la sepultura. Las riquezas son para bien y para mal; y como los hombres se inclinan más al mal que al bien, por esto las riquezas son ocasión de muchos males, principalmente de soberbia, presunción, ambición, estima de sí mismos, menosprecio de todos y olvido de Dios; y de aquí dijo Horacio: "¡Oh, hambre sagrada del oro, qué males hay a que no fuerces los corazones de los mortales!". Llama a esta hambre sagrada, para dar a entender que han de huir los hombres de ella como recelan tocar las cosas sagradas. Pitheo Bitinio presentó al rey Darío un plátano de oro y una vid, y dio de comer al ejército de Jerjes, que constaba de setecientos y ochenta y ocho mil soldados, sin los caballos y otras bestias que traía, y prometió de darle pan y dinero para su gente por espacio de cinco meses; lo cual hacía por que le dejase un hijo, de cinco que tenía, para consuelo de su vejez. Este fue preguntado por Jerjes cuánta hacienda tenía, y respondió: "De plata tengo dos mil talentos, y de oro cuatro millones y siete mil dineros dóricos", que era una moneda antigua de mucho valor. Ptolomeo Dionisio, el que venció en pública guerra al gran Pompeyo, sustentaba un ejército de ochocientos mil jinetes, y tuvo asentados a su mesa mil convidados y les dio a comer mil diversidades de manjares, y a beber con mil copas de oro. Claudio gastó mucha suma de riquezas en las guerras civiles, y era tan rico, que al tiempo que murió, dejó cuatro mil ciento y diez y seis esclavos, y tres mil y seiscientas yugadas de bueyes, y de esotros ganados doscientos y cincuenta y siete mil cabezas, y en dinero contante seiscientos mil pesos, y mandó que se gastasen en su entierro once mil sextercios. Pregunto: estos monstruos de riqueza y otros que habrá habido en el mundo, y quizá los habrá el día de hoy, ¿qué llevaron de todas ellas a la otra vida? ¿Qué limosnas, misericordias y caridades harían con ellas? ¿Dónde las dejaron? ¿Quién las gasto? ¿A dónde estarán el día de hoy sus almas? ¿Por ventura atesoraron algunas en el cielo? Dichoso el que lo hizo o lo hiciere, que allá lo hallará, sin el riesgo que dice el Evangelio. Yo conocí en mi tiempo a un hombre que tenía fama de rico, y lo era; que llevó consigo, cuando murió, parte de sus tesoros y riquezas, y me hallé a su entierro, y aun este día también llevó, porque enlutó cien pobres que acompañaban su cuerpo, con cirios encendidos. Este fue el Corso, suegro del Conde de Gelves. Diga la gran ciudad de Sevilla, donde murió, y aquel convento de San Francisco de ella, donde se enterró, cuántas limosnas, misericordias y caridades dio, hizo y usó en el tiempo en que vivió en ella hasta el año de 1587, en que falleció, que fue el año en que el inglés don Francisco Drake intentó tomar la ciudad de Cádiz, que de lo dicho entiendo se hallará información bastante en aquella ciudad. El peligro que traen las riquezas, declara el Eclesiástico diciendo: "Bienaventurado el varón que no se fue tras el oro ni puso su esperanza en los tesoros del dinero". Mas ¿quién es éste? Alabarle hemos, porque hizo maravillas en su vida. Los misericordiosos, caritativos y limosneros es muy cierto que tienen muy gran parte en Dios y que tienen andando lo más del camino del cielo. Mira, hombre cristiano, no te falte la caridad y misericordia, porque te hará muy grande falta al partir de esta vida. Mira, no incurras en la excomunión de David. Dice fray Luis de Granada que los que confiados en la misericordia de Dios le ofenden a rienda suelta, son como uno que pasa una puente angosta, que para que le parezca más ancha y desterrar el miedo se pone unos anteojos de aumento, y entendiendo que pone el pie en lleno lo pone en vacío, y dando a fondo se ahoga, engañado de su confianza y sin enmendar su mala vida. Corría, como tengo dicho, en esta ciudad, la fama de las riquezas que llevaba de este Reino el marqués de Sofraga; y no corría fama ninguna de las limosnas, misericordias y caridades que hubiese hecho. Punto lastimoso, miserable y triste. David, hablando con Dios, hace una carta de excomunión contra el hombre que no tiene misericordia, y dice: "¡Señor! Al susodicho hazle que sirva y tenga por amo a un tirano. Permite que se le revista el demonio. En ningún tribunal trate pleito que no salga condenado. Sus ayunos, sacrificios y oraciones sean aceptos de ti como si fueses la misma abominación y pecado. Nunca ore sino en pecado mortal. No se logren ni lleguen a colmo sus días, y si fuere prelado no goce el cargo público. Muera, de suerte que sus hijos anden vagabundos, mendigando. No logren la hacienda mal ganada de su padre; antes para cobrar las deudas del difunto, los echen de sus casa y entren en ellas sus acreedores con ojos de lince por los aposentos, embargando la hacienda, y si algo quedare, lo hereden los extraños. Mueran sus hijos y nietos, y de una vez se acabe todo su linaje. ¡No se quiten de delante sus pecados, y de su casa no cese el castigo!". Dios Nuestro Señor, por sus preciosas llagas, infunda en sus fieles cristianos la misericordia, caridad y limosna, para que hallen estos tesoros ante su Divina Majestad, cuando de este mundo vayan. Amén. Catálogo De los gobernadores, presidentes, oidores y visitadores que han sido de este Nuevo Reino de Granada, desde el año de 1538 de su conquista, hasta este presente de 1638, en el que se cumplen los cien años que hace se ganó y conquistó este Reino. Son los siguientes El licenciado don Gonzalo Jiménez de Quesada, teniente de gobernador y capitán general, nombrado por el Adelantado de Canarias, don Pedro Fernández de Lugo, gobernador de Santa Marta, que los envió a la conquista de este Nuevo Reino con ochocientos hombres, con sus capitanes y oficiales, el cual entró en este Reino con ciento y setenta hombres, poco más o menos, y con ellos hizo esta conquista el año de 1538; y en el siguiente de 1539, acompañado por los dos generales, don Sebastián de Benálcazar y Nicolás de Fredermán, con todos sus capitanes y soldados, fundaron esta ciudad de Santa Fe el día de la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo, a 6 de agosto de dicho año; y en este mismo día se señaló asiento para la santa iglesia, de la cual tomó posesión, en nombre del obispo de Santa Marta, el capellán del ejército del dicho Adelantado de Quesada, bachiller Juan de Lescames, el cual se fue con su general a España. Fundada la dicha ciudad de Santa Fe, los tres genérales se partieron para Castilla el dicho año de 1539, dejando el licenciado de Quesada por su teniente al alguacil mayor del ejercito, Hernán Pérez de Quesada, su hermano. Por muerte del Adelantado de Canarias, don Pedro Fernández de Lugo, gobernador de Santa Marta y primero de este Reino, por ser todo una gobernación, que murió en septiembre del año de 1538, en cuyo lugar puso la Audiencia de Santo Domingo al licenciado Jerónimo Lebrón por gobernador, en el interín que la majestad del emperador nombraba gobernador, o venía de España don Alonso Luis de Lugo, que sucedía en el dicho gobierno por muerte de su padre. Llegó a Santa Marta el gobernador Jerónimo Lebrón el año de 1540, al tiempo que entraban en ella los soldados que bajaron de este Reino con los tres generales que iban a Castilla, los cuales tenían sus casas y mujeres en Santa Marta. Iban ricos y cargados de oro. Contaron las riquezas que había en este Reino, con otras cosas particulares de él y su largura de tierra, con lo cual el gobernador Jerónimo Lebrón vino a él con doscientos hombres. Trujo las primeras mujeres y muchas mercadurías de Castilla, que también fueron las primeras. Confirmó el apuntamiento de la conquista a los conquistadores. Llevó de este Reino más de doscientos mil pesos de buen oro. Volvióse a la ciudad de Santo Domingo, donde tenía su casa, sin zozobra de residencia ni visita, que fue suerte harto dichosa, por ser singular, que no hubo otro que en breve tiempo tanto dinero llevase, ni tanto bien a esta tierra hiciese. Los soldados baquianos que vinieron con él trujeron el trigo, cebada y otras muchas semillas, que todas se conservan en esta tierra hasta el día de hoy. Don Alonso Luis de Lugo, por la muerte del Adelantado de Canarias, su padre, a quien sucedía, compuestas sus cosas en Castilla y con licencia del emperador Carlos V, vino a Santa Marta por gobernador. Subió a este Reino por fin del año de 1543. Metió en él las primeras vacas, que vendió cada cabeza en mil pesos de buen oro. Trujo así mesmo mercadurías y mujeres; y los soldados viejos que con él vinieron trujeron mercadurías y muchas semillas. Tuvo el gobernador encuentros con los conquistadores, sobre querer revolver el apuntamiento de la conquista y su confirmación. Finalmente, volviéndose a Santa Marta, llevó consigo preso al capitán Gonzalo Suárez Rendón, que se soltó en el Cabo de la Vela y se pasó a España. Siguióse su causa contra el gobernador hasta quitalle el cargo, y fue desterrado a Mallorca, de donde pasó a Milán, donde murió. Al tiempo que el gobernador don Alonso Luis de Lugo se volvió a Santa Marta, dejó por su teniente en este Reino a Lope Monsalvo de Lugo, su pariente, que lo gobernó muy bien, en mucha paz y concordia con los conquistadores y demás vecinos. Por las revueltas y disgustos que había dejado don Alonso Luis de Lugo en este Reino, y a sustanciar sus causas, envió Su Majestad al licenciado Miguel Díaz de Armendáriz, primer visitador y juez de residencia de este Reino, el cual traía cédula de gobernador. Llegó con estos cargos a Cartagena el año de 1545, allí dio título de su teniente de gobernador para este Reino a Pedro de Ursúa, su sobrino, mancebo generoso y de gallardo ánimo. Entró a esta ciudad el dicho año; gobernó muy bien el tiempo que le tocó, hasta que subió su tío el visitador y tuvo los encuentros con el capitán Lanchero, de donde resultó enviar la Audiencia de Santo Domingo al licenciado Zurita que lo visitase, que no tuvo lugar, con la venida de los oidores que habían llegado a este Reino a fundar la Real Audiencia que en él se fundó, y que fueron los primeros: el licenciado Gutierre de Mercado, oidor más antiguo, murió en la villa de Mompós cuando subía a este Reino en compañía de los licenciados Beltrán de Góngora y Andrés López de Galarza, los cuales fundaron esta Real Audiencia, a 13 del mes de abril de 1550 años. Acabada de fundar la Real Audiencia el año de 1551, vino por oidor de ella el licenciado Francisco Briceño, el cual pasó luego a residenciar al Adelantado don Sebastián de Benalcázar, gobernador de Popayán, al cual sentenció a muerte por la que le dio al Mariscal Jorge Robledo, junto al río del Pozo, porque se le entraba en su jurisdicción, a donde el dicho oidor estuvo más tiempo de dos años. De allí volvió a esta Real Audiencia, a la cual había llegado el licenciado Juan de Montaño y residenciado a los dos primeros oidores, Góngora y Galarza, y enviándolos a España; los cuales se ahogaron sobre la Bermuda, donde se perdió la nao Capitana en que iban. Salió bien de la visita el licenciado Francisco Briceño, y también de la mar, por ir en diferente nao; y llegado a España, salió proveído por presidente de la Real Audiencia de Guatemala. Acabada la visita de los oidores, quedó en la Real Audiencia, y gobernando este Reino, el licenciado Juan de Montaño. Procedió tan mal, que vino de visitador contra él el licenciado Alonso de Grajeda, el cual lo envió preso a España, donde le cortaron la cabeza. Poco después que vino el licenciado Alonso de Grajeda, vinieron los oidores de la Real Audiencia el licenciado Tomás López y el licenciado Melchor Pérez de Arteaga; y tras ellos, en diferentes viajes, el licenciado Diego de Villafaña y el licenciado Juan López de Cepeda, el cual murió presidente de las Charcas. Luego vinieron: el licenciado Angulo de Castrejón, el doctor Juan Maldonado y el fiscal García de Valverde, que los más de ellos concurrieron en el gobierno del primer presidente de esta Real Audiencia. El año de 1564 vino a esta Real Audiencia el primer presidente, que fue el doctor don Andrés Venero de Leiva. Gobernó diez años; concurrieron con él los más de los oidores. Después del licenciado Montaño, fue su gobierno de mucha paz, sin visita ni residencia. El año de 1574 vino por presidente a este Reino el licenciado Francisco Briceño, oidor que había sido de esta Real Audiencia y presidente de Guatemala. Entró a esta ciudad al principio del año de 1574, y en el siguiente de 1575 murió. Está enterrado en la santa iglesia Catedral de esta ciudad. Cuando comenzó a gobernar el presidente Francisco Briceño, vinieron por oidores el licenciado Francisco de Anuncibay, el licenciado Antonio de Cetina y el doctor Andrés Cortés de mesa, y por fiscal el licenciado Alonso de la Torre. Al doctor Mesa degollaron en esta plaza; está enterrado en la Catedral de ella. El año de 1577 vino por presidente de esta Real Audiencia el doctor Lope Diez de Armendáriz, que lo acababa de ser de la Audiencia de San Francisco de Quito. Trujo consigo a doña Juana de Saavedra, su legítima mujer, a doña Inés de Castrejón y a don Lope de Armendáriz, sus hijos, que el don Lope es marqués de Cadereita, y al presidente virrey de México. Gobernando el dicho presidente, vinieron por oidores: el licenciado Juan Rodríguez de Mora, el licenciado Pedro Zorrilla, y por fiscal el licenciado Orozco; y los dos prendieron al visitador Juan Bautista de Monzón, el cual entró en esta ciudad el año de 1579, que de oidor que era de la Audiencia de Lima vino a esta visita; el cual suspendió al presidente don Lope Díez de Armendáriz, y la Real Audiencia prendió al visitador. Estando preso, murió el dicho presidente en esta ciudad. Sepultóse su cuerpo en la iglesia del convento de San Francisco de esta ciudad. Su mujer e hijos pasaron a España. Al negocio de la prisión del licenciado de Monzón y a que acabase la visita, envió Su Majestad, Philipo II, al licenciado Juan Prieto de Orellana por visitador, el cual entró en esta ciudad el año de 1582, y en la mesma ocasión vinieron por oidores de la Real Audiencia, el licenciado Alonso Pérez de Salazar, el licenciado Gaspar de Peralta, y por fiscal el doctor Francisco Guillén Chaparro. El año de 1578 vino por oidor de esta Real Audiencia el licenciado don Diego de Narváez, y en el siguiente de 1580 pasó a la de Las Charcas, con la mesma plaza de oidor. El año de 1584 suspendió el visitador Orellana a la Real Audiencia y llevó presos a los licenciados Alonso Pérez de Salazar y Gaspar de Peralta. El doctor don Francisco Guillén Chaparro, fiscal de la Real Audiencia, que había ascendido a oidor, quedó gobernando este Reino en compañía del Licenciado Bernardino de Albornoz, que en aquella sazón había venido por fiscal de la Audiencia, los cuales gobernaron este Reino en mucha paz y justicia. A componer las revueltas de los visitadores y remediar este Reino, envió Su Majestad al doctor Antonio González, de su Consejo Real de las indias, cuarto presidente de este Nuevo Reino, el cual entró en esta ciudad a veinticuatro de marzo del año de 1589. Traía cédula de visitador y otras muchas, y de ellas algunas en blanco. Y gobernó ocho años, pidió licencia para volverse a su plaza del Consejo, que se le envió, con que se fue a Castilla. Concurrieron con el dicho presidente el tiempo que gobernó este Reino, los oidores siguientes: el licenciado Ferraez de Porras, que murió en esta ciudad; el licenciado Rojo de Carrascal, que fue mudado a Las Charcas en la silla de fiscal; y el licenciado Miguel de Ibarra, visitador general de este partido, que de esta plaza fue por presidente a la Real Audiencia de San Francisco de Quito. En la silla de fiscal sucedió el licenciado Aller de Villagómez. Con él vino por oidor el licenciado Egas de Guzmán, que murió en esta ciudad. Después vino por oidor don Luis Tello de Erazo; y consecutivamente los licenciados Diego Gómez de Mena, Luis Enríquez, Lorenzo de Terrones, Alonso Vásquez de Cisneros, que vino en 1601 y asistió en esta Real Audiencia hasta el año de 1622, que fue mudado por oidor de México. El licenciado Luis Enríquez fue proveído por alcalde de Corte de la ciudad de Lima, y el licenciado Diego Gómez de Mena por oidor de la Audiencia de México. A 28 de agosto del año de 1597 entró en esta ciudad el presidente don Francisco de Sandi, del hábito de Santiago, que de la silla de presidente de la Real Audiencia de Guatemala vino a esta de Santa Fe. Los oidores arriba mencionados concurrieron con este presidente. Después vino por oidor el licenciado don Antonio de Leiva Villarreal, que mudado a la Real Audiencia de San francisco de Quito, murió en aquella ciudad. El año siguiente de 1602 vino por visitador de esta Real Audiencia el licenciado Salierna de Mariaca, oidor de México, el cual, de una comida que comió en el puerto de Honda, murió en esta ciudad, y todos los que comieron con él; y dentro de nueve días de su muerte, murió el doctor don Francisco de Sandi, emplazado por el dicho Visitador, como queda dicho en la historia. Por muerte del presidente y visitador, quedaron gobernando este Reino los licenciados Gómez de Mesa y Luis Enríquez, con la demás Audiencia. Por septiembre del año de 1605, vino por presidente de este Reino don Juan de Borja, del hábito de Santiago, nieto del duque de Gandía, prepósito general de la Compañía de Jesús, el cual gobernó veintitrés años. Murió en esta ciudad, a 12 de febrero de 1628 años. Sepultóse su cuerpo en la peaña de la santa iglesia Catedral. Para que acabase la visita que había dejado comenzada el visitador Salierna de Mariaca, envió su Majestad a don Nuño Núñez de Villavicencio, con el mesmo cargo y con título de presidente de las Charcas, en habiéndola acabado. Entró en esta ciudad el año de 1605, y en el siguiente murió. En su lugar vino por visitador el licenciado Álvaro Zambrano, oidor de la Real Audiencia de Panamá, que habiéndola concluido, pasó a Lima, para donde estaba proveído por alcalde de Corte. Concurrieron en la Real Audiencia con el presidente don Juan de Borja los oidores siguientes: el licenciado don Antonio de Leiva Villarreal, que de esta Audiencia fue mudado a la de San Francisco de Quito, a donde murió; el doctor Juan de Villabona Subiauri, que fue mudado de esta Audiencia a la de México, en donde enviudó y se ordenó de sacerdote, haciéndose clérigo; el licenciado don Francisco de Herrera Campuzano, que residenciado fue a España, de donde salió proveído por oidor de México, donde murió en esta ciudad a 9 de agosto de 1620 años. A 30 de agosto de 1613 años vino por oidor de la Real Audiencia el doctor Lesmes de Espinosa Saravia, y murió el año de 1635, depuesto y pobre, por haberle el visitador don Antonio de San isidro secrestado todos sus bienes. El licenciado Juan Ortiz de Cervantes, natural de Lima, gran letrado, vino por fiscal de la Real Audiencia, y habiendo ascendido a ser oidor, murió en esta ciudad en septiembre de 1629 años. El doctor don Francisco de Sosa, natural de Lima, catedrático de aquella Universidad, vino por oidor de esta Real Audiencia el año de 1621, y de ella fue mudado por oidor de las Charcas, año de 1634. El año de 1624 vino por oidor de esta Real Audiencia el licenciado don Juan de Balcázar, y en este de 1638 sirve su plaza. El doctor don Juan de Padilla, natural de Lima, vino por oidor de esta Real Audiencia el año de 1628, y en el de 1632 fue depuesto por el dicho visitador don Antonio Rodríguez de San Isidro. Está en España. El año de 1628 vino por fiscal de la Real Audiencia el doctor don Diego Carrasquilla Maldonado. Ascendi6 a ser oidor el año de 1634, y sirve su plaza en este de 1638. El licenciado don Gabriel de Tapia vino por oidor el año de 1630. Sirve su plaza. El año de 1631 vino por visitador de esta Real Audiencia el doctor don Antonio Rodríguez de San Isidro Manrique, y habiéndola acabado se fue por oidor de la Real Audiencia de San Francisco de Quito, para donde estaba proveído. A primero de febrero del año de 1630 vino por presidente de este Reino don Sancho Girón, marqués de Sofraga, y en este de 1638 está en su residencia. El licenciado don Blas Robles de Salcedo vino por oidor de esta Real Audiencia en noviembre del año de 1632, y en este de 1638 fue mudado por fiscal de la Audiencia de Lima. El licenciado don Sancho de Torres Muñetones, del hábito de Santiago, vino por fiscal el año de 1634; ascendió a oidor y hoy sirve su plaza. El licenciado don Gabriel Álvarez de Velasco vino por oidor por agosto del año de 1636. Sirve su plaza. El año de 1637, a 4 de octubre, entró en esta ciudad don Martín de Saavedra Guzmán, por presidente de esta Real Audiencia, que lo acababa de ser de la ciudad de Bari, frontera en el reino de Nápoles. El licenciado don Juan Baptista de la Gasca vino de Panamá, donde era oidor de aquella Real Audiencia, por visitador de la Casa de la Moneda. Entró en esta ciudad por septiembre del dicho año de 1637. Está ocupado en este negocio y otros. En este año de 1638 vino por oidor de esta Real Audiencia el licenciado don Bernardino de Prado, al cual se le cometió la residencia de don Sancho Girón, marqués de Sofraga, presidente que fue de la Real Audiencia de este Reino.
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CAPÍTULO XXI De las causas que dan de no llover en los llanos Como es cosa tan extraordinaria que haya tierra donde jamás llueve ni truena, naturalmente apetecen los hombres saber la causa de tal novedad. El discurso que hacen algunos que lo han considerado con atención, es que por falta de materia no se levantan en aquella costa, vahos gruesos y suficientes para engendrar lluvia, sino sólo delgados, que bastan a hacer aquella niebla y garúa, como vemos que en Europa muchos días por la mañana se levantan vahos que no paran en lluvias sino sólo en nieblas, lo cual proviene de la materia, por no ser gruesa y suficiente para volverse en lluvia. Y que en la costa del Pirú sea eso perpetuo, como en Europa algunas veces, dicen ser la causa que toda aquella región es sequísima e inepta para vapores gruesos. La sequedad bien se ve por los arenales inmensos que tiene y porque ni fuentes ni pozos no se hallan sino es en grandísima profundidad de quince y más estados, y aun esos han de ser cercanos a ríos, de cuya agua trascolada, se hallan pozos, tanto que por experiencia se ha visto que quitando el río de su madre y echándole por otra, se han secado los pozos, hasta que volvió el río a su corriente. De parte de la causa material para no llover dan esta. De parte de la eficiente dan otra no de menos consideración, y es que la altura excesiva de la sierra que corre por toda la costa, abriga a aquellos llanos de suerte que no deja soplar viento de parte de tierra, sino es tan alto que excede aquellas cumbres tan levantadas, y así no corre más del viento de mar, el cual no teniendo contrario no aprieta ni exprime los vapores que se levantan para que hagan lluvia. De manera que el abrigo de la sierra estorba el condensarse los vapores y hace que todos se vayan en nieblas esparcidas. Con este discurso vienen algunas experiencias, como es llover en algunos collados de la costa que están algo menos abrigados, como son los cerros de Atico y Atequipa. Iten haber llovido algunos años que han corrido Nortes o Brisas por todo el espacio que alcanzaron, como acaeció el año de setenta y ocho en los llanos de Trujillo, donde llovió muchísimo, cosa que no habían visto muchos siglos había. Iten en la misma costa llueve donde alcanzan de ordinario Brisas o Nortes, como en Guayaquil, y en donde se alza mucho la tierra y se desvía del abrigo de los cerros, como pasado Arica. De esta manera discurren algunos. Podrá discurrir cada uno como mejor le pareciere. Esto es cierto que bajando de la sierra a los llanos se suelen ver dos como cielos, uno claro y sereno en lo alto, otro oscuro y como un velo pardo tendido debajo, que cubre toda la costa. Mas aunque no llueve, aquella neblina es a maravilla provechosa para producir yerba la tierra y para que las sementeras tengan sazón; porque aunque tengan agua de pie cuanta quieren, sacada de las acequias, no sé qué virtud se tiene la humedad del cielo, que faltando aquella garúa hay gran falta en las sementeras, y lo que más es de admirar, es que los arenales secos y estériles, con la garúa o niebla, se visten de yerba y flores, que es cosa deleitosísima de mirar y de gran utilidad para los pastos de los ganados, que engordan con aquella yerba a placer, como se ve en la sierra que llaman del Arena, cerca de la ciudad de los Reyes.
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Cómo fueron puestas las postas en este reino. Era tan grande el reino del Perú, que mandaban los Incas lo ya muchas veces dicho desde Chile hasta Quito, y aún del río de Maule hasta el de Angasmayo; y si estando el rey en el un cabo destos hobiera de ser informado de lo que pasaba en el otro con quien anduviera por jornadas, aunque fueran grandes, fuera una cosa muy larga; porque, a cabo de haber andado mill leguas, ya sería sin tiempo lo que se había de proveer, si conviniera, o remediar otros negocios de gobernación. En fin, por esto e por en todo acertar a gobernar las provincias, los Incas inventaron las postas, que fue lo mejor que se pudo pensar ni imaginar; y esto a sólo Inca Yupanqui se debe, hijo que fue de Viracocha Inca, padre de Tupac Inca, según dél publican los cantares de los indios y afirman los orejones. No sólo lo de las postas inventó Inca Yupanqui, que otras cosas grandes hizo, como iremos relatando. Y así, desde el tiempo de su reinado, por todos los caminos reales fueron hechas de media legua a media legua, poco más o menos, casas pequeñas bien cubiertas de paja e madera, y entre las sierras estaban hechas por las laderas y peñascos de tal manera que fueron los caminos llenos destas casas pequeñas de trecho a trecho, como es dicho de suso. Y mandóse que en cada una dellas estuviesen dos indios con bastimentos y que estos indios fuesen puestos por los pueblos comarcanos y que no estuviesen estantes sino, de tiempo a tiempo que fuesen unos y viniesen otros. Y tal orden hobo en esto, que no fue menester más que mandarlo para nunca dejarlo de hacer mientras los Incas reinaron. Por cada provincia se tenía cuidado de poblar las postas que caían en sus términos y lo mismo hacían en los desiertos campos y sierras de nieve los que estaban más cerca del camino. Y como fuese necesario dar aviso en el Cuzco o en otra parte a los reyes de alguna cosa que hobiese sucedido o que conviniese a su servicio, salían de Quito o de Tomebamba o de Chile o de Caranqui o de otra parte cualquiera de todo el reino, así de los llanos como de las sierras, y con demasiada presteza andaban al trote sin parar aquella media legua; porque los indios de allí ponían y mandaban estar, de creer es que serían ligeros y los más sueltos de todos. Y como llegaba junto a la otra posta comenzaba a apellidar al que está en ella y a le decir: "Parte luego y ve a tal parte y avisa desto y esto que ha acaecido, o desto y esto que tal gobernador hace saber al Inca". Y así, como el que está lo ha oído, parte con mayor priesa y entra, el que viene a descansar en la casilla y a comer y beber de lo que siempre en ella está, y el que va corriendo hace lo mesmo. De tal manera se hacía esto que en breve tiempo sabían a trescientas leguas, y quinientas y ochocientas y más y menos, lo que había pasado o lo que convenía proveer y ordenar. Y con tanto secreto usaban de sus oficios éstos que residían en las postas, que por ruego ni amenaza jamás contaban lo que iban a avisar, aunque el aviso hobiese ya pasado adelante. Y por tales caminos, así de sierras ásperas como de montañas bravas, como de promontorios de nieves y secadales de pedregales llenos de abrojos y de espinas de mill naturas, van estos caminos, que se puede tener por cierto y averiguado que en caballos ligeros ni mulas no pudiera ir la nueva con más velocidad que estos correos de pie; porque ellos son muy sueltos, y andaba más uno de ellos en un día que anduviera en tres un correo a caballo o a mula; y no digo siempre un indio, sino como y de la orden quellos tenían, que era andar uno media legua y otro media legua. Y es de saber que nunca por tormenta ni por cosa que sucediese había de estar posta ninguna despoblada, sino en ella los indios que digo, los cuales antes que de allí se fuesen, eran venidos otros a quedar en su lugar. Y por esta manera eran avisados los señores de todo lo que pasaba en todo su reino y señorío y proveían lo que más les parescía convenir a su servicio. En ninguna parte del mundo no se lee que se haya hallado tal invención, aunque sé que, desbaratado Xerxes el Grande, fue la nueva así, por hombres de pie, en tiempo breve. Y cierto fue esto de las postas muy importante en el Perú y que se ve bien por ello cuán buena fue la gobernación de los señores dél. Y hoy día están en muchas partes de las sierras, junto a los caminos reales, algunas casas déstas en donde estaban las postas y por ellas vemos ser verdad lo que se dice. Y aún también he visto yo algunos topos, que son, como atrás dije, a manera de mojones de términos, salvo que éstos de acá son grandes y mejor hechos, y era por donde contaban sus leguas y tiene cada uno legua y media de Castilla.