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CAPÍTULO XX De la elección del gran Motezuma, último rey de México En el tiempo que entraron los españoles en la Nueva España, que fue el año del Señor de mil y quinientos y diez y ocho, reinaba Motezuma, el segundo de este nombre, y último rey de los mexicanos; digo último, porque aunque después de muerto éste, los de México eligieron otro, y aún en vida del mismo Motezuma, declarándole por enemigo de la patria, según adelante se verá; pero el que sucedió y el que vino cautivo a poder del Marqués del Valle, no tuvieron más del nombre y título de reyes, por estar ya cuasi todo su reino rendido a los españoles. Así que a Motezuma, con razón le contamos por último, y como tal así llegó a lo último de la potencia y grandeza mexicana, que para entre bárbaros, pone a todos grande admiración. Por esta causa y por ser ésta la razón que Dios quiso para entrar la noticia de su Evangelio y reino de Jesucristo en aquella tierra, referiré un poco más por extenso las cosas de este rey. Era Motezuma, de suyo muy grave y muy reposado; por maravilla se oía hablar, y cuando hablaba en el Supremo Consejo, de que él era, ponía admiración su aviso y consideración, por donde aun antes de ser rey, era temido y respetado. Estaba de ordinario recogido en una gran pieza que tenía para sí diputada en el gran templo de Vitzilipuztli, donde decían le comunicaba mucho su ídolo, hablando con él, y así presumía de muy religioso y devoto. Con estas partes y con ser nobilísimo y de grande ánimo, fue su elección muy fácil y breve, como en persona en quien todos tenían puestos los ojos para tal cargo. Sabiendo su elección, se fue a esconder al templo a aquella pieza de su recogimiento. Fuese por consideración del negocio tan arduo, que era regir tanta gente, fuese (como yo más creo) por hipocresía y muestra que no estimaba el imperio, allí en fin, le hallaron y tomaron, y llevaron con el acompañamiento y regocijo posible, a su consistorio. Venía él con tanta gravedad, que todos decían le estaba bien su nombre de Motezuma, que quiere decir señor sañudo. Hiciéronle gran reverencia los electores; diéronle noticia de su elección; fue de allí al brasero de los dioses a inciensar, y luego ofrecer sus sacrificios, sacándose sangre de orejas, molledos y espinillas, como era costumbre. Pusiéronle sus atavíos de rey y horadándole las narices por las ternillas, colgáronle de ellas una esmeralda riquísima; usos bárbaros y penosos, mas el fausto de mandar hacía no se sintiesen. Sentado después en su trono, oyó las oraciones que le hicieron, que según se usaba, eran con elegancia y artificio. La primera hizo el rey de Tezcuco, que por haberse conservado con fresca memoria y ser digna de oír, la porné aquí y fue así: "La gran ventura que ha alcanzado todo este reino (nobilísimo mancebo), en haber merecido tenerte a ti por cabeza de todo él, bien se deja entender por la facilidad y concordia de tu elección, y por la alegría tan general que todos por ella muestran. Tienen cierto muy gran razón, porque está ya el Imperio Mexicano tan grande y tan dilatado, que para regir un mundo como este y llevar carga de tanto peso, no se requiere menos fortaleza y brío que el de tu firme y animoso corazón, ni menos reposo, saber y prudencia, que la tuya. Claramente veo yo que el omnipotente dios ama esta ciudad, pues le ha dado luz para escoger lo que le convenía. Porque ¿quién duda que un príncipe que antes de reinar había investigado los nueve dobleces del cielo, agora, obligándole el cargo de su reino, con tan vivo sentido no alcanzará las cosas de la tierra, para acudir a su gente? ¿Quién duda que el grande esfuerzo que has siempre valerosamente mostrado en casos de importancia, no te haya de sobrar agora, donde tanto es menester? ¿Quién pensará que en tanto valor haya de faltar remedio al huérfano y a la viuda? ¿Quién no se persuadirá que el Imperio Mexicano haya ya llegado a la cumbre de la autoridad, pues te comunicó el señor de lo criado tanta, que en sólo verte la pones a quien te mira? Alégrate, oh tierra dichosa, que te ha dado el Creador un príncipe, que te será columna firme en que estribes; será padre y amparo de que te socorras; será más que hermano en la piedad y misericordia para con los suyos. Tienes por cierto, rey, que no tomará ocasión con el estado para regalarse y estarse tendido en el lecho, ocupado en vicios y pasatiempos; antes al mejor sueño le sobresaltará su corazón y le dejará desvelado, el cuidado que de ti ha de tener. El más sabroso bocado de su comida no sentirá suspenso en imaginar en tu bien. Dime pues, reino dichoso, si tengo razón en decir que te regocijes y alientes con tal rey. Y tú, oh generosísimo mancebo y muy poderoso señor nuestro, ten confianza y buen ánimo, que pues el señor de todo lo criado te ha dado este oficio, también te dará su esfuerzo para tenerle. Y el que en todo el tiempo pasado ha sido tan liberal contigo, puedes bien confiar que no te negará sus mayores dones, pues te ha puesto en mayor estado, del cual goces por muchos años y buenos." Estuvo el rey Motezuma muy atento a este razonamiento, el cual acabado dicen se enterneció de suerte que acometiendo a responder por tres veces, no pudo vencido de lágrimas, lágrimas que el proprio gusto suele bien derramar guisando un modo de devoción salida de su proprio contentamiento, con muestra de grande humildad. En fin, reportándose, dijo brevemente: "Harto ciego estuviera yo, buen rey de Tezcuco, si no viera y entendiera que las cosas que me has dicho, ha sido puro favor que me has querido hacer, pues habiendo tantos hombres tan nobles y generosos en este reino, echaste mano para él, del menos suficiente, que soy yo. Y es cierto que siento tan pocas prendas en mí para negocio tan arduo, que no sé qué me hacer, sino acudir al Señor de lo criado, que me favorezca, y a pedir a todos que se lo supliquen por mí." Dichas estas palabras se tornó a enternecer y llorar.
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De la provincia de Paucura y de su manera y costumbres Pasada la gran provincia de Arma está luego otra, a quien dicen de Paucura, que tenía cinco o seis mil indios cuando la primera vez en ella entramos con el capitán Jorge Robledo. Difiere en la lengua a la pasada; las costumbres todas son unas, salvo que éstos son mejor gente y más dispuestos, y las mujeres traen una mantas pequeñas con que se cubren cierta parte del cuerpo, y ellos hacen lo mismo. Es muy fértil esta provincia para sembrar maíz y otras cosas; no son tan ricos de oro como los que quedan atrás, ni tienen tan grandes casas, ni es tan fragosa la sierra; un río corre por ella, sin otros muchos arroyos. Junto a la puerta del principal señor, que había por nombre Pimana, estaba un ídolo de madera tan grande como un hombre, de buen cuerpo; tenía el rostro hacia al nascimiento del sol y los brazos abiertos; cada martes sacrificaban dos indios al demonio en esta provincia de Paucura, y lo mismo en la de Arma, según nos dijeron los indios, aunque estos que sacrificaban, si lo hacían, tampoco alcanzo si serían de los mismos naturales o de los que prendían en la guerra. Dentro de las casas de los señores tienen de las cañas gordas que de suso he dicho, las cuales, después de secas, en extremo son recias, y hacen un cercado como jaula, ancha y corta y no muy alta, tan reciamente atadas que por ninguna manera los que meten dentro se pueden salir; cuando van a la guerra, los que prenden pónenlos allí y mándanles dar muy bien de comer, y de que están gordos sácanlos a sus plazas, que están junto a las casas, y en los días que hacen fiesta los matan con gran crueldad y los comen; yo vi algunas destas jaulas o cárceles en la provincia de Arma; y es de notar que cuando quieren matar algunos de aquellos malaventurados para comerlos los hacen hincar de rodillas en tierra, y abajando la cabeza le dan junto al colodrillo un golpe, del cual queda atordido y no habla ni se queja, ni dice mal ni bien. Yo he visto lo que digo hartas veces, matar los indios, y no hablar ni pedir misericordia; antes algunos se ríen cuando los matan, que es cosa de grande admiración; y esto más procede de bestialidad que no de ánimo; las cabezas destos que comen ponen en lo alto de las cañas gordas. Pasada esta provincia, por el mismo camino se allega a una loma alta, la cual con sus vertientes a una parte y a otra, está poblada de grandes poblaciones o barrios lo alto della. Cuando entramos la primera vez en ella estaba muy poblada de grandes casas; llámase este pueblo Pozo, y es de la lengua y costumbres que los de Arma.
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De la escritura mexicana, de la numeración y de los meses Usan en lugar de letras según la costumbre de los egipcios, imágenes semejantes a las cosas que quieren indicar y las pintan en papel preparado de la corteza de algunos árboles, como lo hemos mostrado en otra parte. Las esculpen también en piedra, bronce, cuero, y en las paredes, y las entretejen en los ropajes. Las caras de los libros y de los volúmenes se plegaban una sobre otra y se doblaban como ropa, de los que hoy en día quedan no pocos. Carecen de la pronunciación de algunas de nuestras letras, las cuales hoy tampoco usamos al hablar, o al escribir con nuestros caracteres. Estas son B, D, F, G, H, R, S, y también L, pero ésta sólo al principio de dicción. Hablo únicamente de la lengua mexicana, porque hay otras en Nueva España sujetas a diferentes reglas de las cuales quizá trataremos alguna vez si disponemos de más ratos de ocio. Apenas en verdad hay provincia a quien no haya tocado su lengua propia y peculiar, aun cuando a poca distancia de las otras. De todas, sin embargo, la mejor y la más común y de la que se sirve en su mayor parte el comercio de la gente de la Nueva España, es la mexicana, en la cual (y dejo a los gramáticos de esa lengua el enseñarlo) encontramos varios modos de numerar los meses, los años y otras cosas; composición feliz y fecunda de las dicciones y en esto no cede a la lengua griega; inflexiones verbales usadas no de un solo modo para los varones y para las mujeres, como acostumbran los hebreos, y nombres de las fiestas de los años y de los meses. Parece admirable que entre gentes tan incultas y bárbaras, apenas se encuentre una palabra impuesta inconsideradamente al significado y sin ethimo etimología, sino que casi todas fueron adaptadas a las cosas con tanto tino y prudencia, que oído sólo el nombre, suelen llegar a las naturalezas que eran de saberse o investigarse de las cosas significadas.
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CAPÍTULO XX Nuestros españoles se derramaron por diversas partes del mundo, y lo que Gómez Arias y Diego Maldonado trabajaron por saber nuevas de Hernando de Soto El contador Juan de Añasco y el tesorero Juan Gaytán y los capitanes Baltasar de Gallegos y Alonso Romo de Cardeñosa y Arias Tinoco y Pedro Calderón y otros de menos cuenta se volvieron a España, eligiendo por mejor venir pobres a ella que no quedar en las Indias, por el odio que les habían cobrado, así por el trabajo que en ellas habían pasado como por lo que de sus haciendas habían perdido, habiendo sido los más de ellos causa que lo uno y lo otro se perdiese sin provecho alguno. Gómez Suárez de Figueroa se volvió a la casa y hacienda de Vasco Porcallo de Figueroa y de la Cerda, su padre. Otros que fueron más discretos se metieron en religión con el buen ejemplo que Gonzalo Cuadrado Jaramillo les dio, que fue el primero que entró en ella. El cual quiso ilustrar su nobleza y sus hazañas pasadas con hacerse verdadero soldado y caballero de Jesu Cristo Nuestro Señor, asentándose debajo de la bandera y estandarte de un maese de campo y general como el seráfico padre San Francisco, en cuya orden y profesión acabó, habiendo mostrado por la obra que en las religiones se adquiere la verdadera nobleza y la suma valentía que Dios estima y gratifica. Por el cual hecho, que por haber sido de Gonzalo Cuadrado, fue mucho más mirado y notado que si fuera de otro alguno, hicieron lo mismo otros muchos españoles de los nuestros, entrando en diversas religiones por honrar toda la vida pasada con buen fin. Otros, y fueron los menos, se quedaron en la Nueva España, y uno de ellos fue Luis de Moscoso de Alvarado, que se casó en México con una mujer principal y rica deuda suya. Los más se fueron al Perú, donde, en todo lo que se ofreció en las guerras contra Gonzalo Pizarro y don Sebastián de Castilla y Francisco Hernández Girón, aprobaron en servicio de la corona de España como hombres que habían pasado por los trabajos que hemos dicho, y es así verdad que, en respecto de los que en efecto pasaron, no hemos contado la décima parte de ellos. En el Perú conocí muchos de estos caballeros y soldados, que fueron muy estimados y ganaron mucha hacienda, mas no sé que alguno de ellos hubiese alcanzado a tener indios de repartimiento como los pudieran tener en la Florida. Y porque para acabar nuestra historia, que mediante el favor del Hacedor del Cielo nos vemos ya al fin de ella, no nos queda por decir más de lo que los capitanes Diego Maldonado y Gómez Arias hicieron después que el gobernador Hernando de Soto los envió a La Habana con orden de lo que aquel verano y el otoño siguiente habían de hacer, como en su lugar se dijo. Será bien decir aquí lo que estos dos buenos caballeros, en cumplimiento de lo que se les mandó y de propia obligación, trabajaron, por que la generosidad de sus ánimos y la lealtad que a su capitán general tuvieron no quede en olvido, sino que se ponga en memoria para que a ellos les sea honra y a los venideros ejemplo. El capitán Diego Maldonado, como atrás dejamos dicho, fue con los dos bergantines que traía a su cargo a La Habana a visitar a doña Isabel de Bobadilla, mujer del gobernador Hernando de Soto, y había de volver con Gómez Arias, que poco antes había hecho la misma jornada. Y entre los dos capitanes habían de llevar los dos bergantines y la carabela y los demás navíos que en La Habana pudiesen comprar y cargar de bastimentos, armas y municiones, y llevarles para el otoño venidero, que era del año mil y quinientos y cuarenta, al puerto de Achusi, que el mismo Diego Maldonado había descubierto, donde el gobernador Hernando de Soto había de salir, habiendo dado un gran cerco descubriendo la tierra adentro. Lo cual no tuvo lugar por la discordia y motín secreto que el gobernador alcanzó a saber que los suyos tramaban, de cuya causa huyó de la mar y se metió la tierra adentro, por donde vinieron todos a perderse. Pues ahora es de saber que, habiéndose juntado Gómez Arias y Diego Maldonado en La Habana y cumplido con la visita de doña Isabel de Bobadilla y enviado por todas aquellas islas relación de lo que en la Florida habían descubierto y de lo que el gobernador pedía para empezar a poblar la tierra, compraron tres navíos y los cargaron de comida, armas y municiones, y de becerros, cabras, potros y yeguas y ovejas, trigo y cebada y legumbres, para principio de poder criar y plantar. También cargaron la carabela y los dos bergantines y, si tuvieran otros dos navíos más, hubiera carguío para todos, porque los moradores de las islas de Cuba y Santo Domingo y Jamaica, por la buena relación que de la Florida habían oído y por el amor que al gobernador tenían y por su propio interés, se habían esforzado a socorrerle con lo más que habían podido. Con las cuales cosas fueron Diego Maldonado y Gómez Arias al puerto de Achusi al plazo señalado y, no hallando en él al gobernador, salieron los dos capitanes en los bergantines, cada uno por su cabo, y costearon la costa a una mano y a otra, a ver si salían por alguna parte al oriente o al poniente, y, dondequiera que llegaban, dejaban señales en los árboles y cartas escritas metidas en huecos de ellos con la relación de lo que habían hecho y pensaban hacer el verano siguiente. Y cuando ya el rigor del invierno no les permitió navegar se volvieron a La Habana con nuevas tristes de no las haber habido del gobernador. Mas no por eso dejaron el verano del año mil y quinientos y cuarenta y uno de volver a la costa de la Florida y correrla toda hasta llegar a tierra de México y al Nombre de Dios y, por la banda del oriente, hasta la tierra de Bacallaos, a ver si por alguna vía o manera pudiesen haber nuevas del gobernador Hernando de Soto, y no las pudiendo haber se volvieron el invierno a La Habana. Luego, el verano siguiente del año cuarenta y dos, salieron en la misma demanda y, habiendo gastado casi siete meses en hacer las propias diligencias y forzados del tiempo, se volvieron a invernar a La Habana. De donde, luego que asomó la primavera del año cuarenta y tres, aunque los tres años pasados no habían tenido nueva alguna, volvieron a salir, porfiando en su empresa y demanda con determinación de no desistir de ella hasta morir o saber nuevas del gobernador, porque no podían creer que la tierra los hubiese consumido todos, sino que algunos habían de salir por alguna parte. En la cual porfía anduvieron todo aquel verano y los pasados, sufriendo los trabajos e incomodidades que se pueden imaginar, que por excusar prolijidad no las contamos en particular.
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De la ciudad de Texcalla La ciudad de Texcalla se llama así por la altura del lugar donde está colocada. Fue fundada a la orilla del río cuyas fuentes se ven entre los cerros de Tlancatepec y que baña gran parte de su provincia y por fin se echa al Océano Austral en Tzacatlán. La ciudad se divide en cuatro grandes barrios: Tepectipac, Ocotelulco, Tiçatlán y Quiyahoiztlan. En otro tiempo solía ser gobernada por la prudencia de los hombres buenos y ricos, como la república véneta y antes de ella la romana y otras que aún existen, no pocas reputadas en verdad monarquías y reinos por sus tiranos. Elegían sendos jefes para hacer la guerra en los cuatro barrios antedichos y uno de ellos era designado supremo y jefe del ejército. Había otros jefes, pero inferiores a los predichos y les obedecían. Las banderas seguían el ejército y concluida la guerra se plantaban delante de todos y los que no se acogían a ellas eran castigados sobre la marcha. Conservaban en su tesoro sagrado y con grandísimo respeto, un par de flechas, las que creían firmemente que les venían de los fundadores de la ciudad y de las cuales, cuando tenían que hacer la guerra, tomaban grandes augurios; porque si alguna de ellas disparada en contra del ejército enemigo acontecía que traspasara a alguno, no dudaban de conseguir la victoria, pero de lo contrario presagiaban que serían derrotados. No permitían que ninguna de las dos arrojada en medio de los enemigos fuera arrebatada por ellos, sino que la recobraban por grande que fuera el número de contrarios que la defendieran, aun cuando si mientras se esforzaban en esto corriera gran peligro la vida de muchos. Veintiocho ciudades, como dijimos (?), se dice que obedecían a ésta, en las cuales se contaban por ciento cincuenta mil casas; los habitantes son de óptima disposición de cuerpo e insignes por el valor marcial, si se comparan a sus colindantes. Llevan una vida pobre, porque esa tierra no es feraz más que para el maíz, con cuyo trueque compraban las otras cosas necesarias para la vida. Había en aquella ciudad no pocos lugares dedicados a mercados, notables por la multitud de hombres y la abundancia de mercancías. Había muchísimos artistas de suma destreza. Abunda en campos herbíferos y muy apropiados para pastos de ganado mayor y menor, para sembrar varios frutos y para cultivar árboles frutales. Dista ocho millas de la ciudad el cerro de la diosa de la lluvia Matlacuaye, hoy de San Bartolomé. Veneraban entre otros a Ometochtli, dios del vino, pero se consideraban entre otros a Ometochtli, dios del vino, pero se consideraba el mayor de todos a Camaxtle, que también se llama Mixcoatl, y cuyo templo estaba situado en Ocotelulco, donde todos los años se mataban generalmente ochocientos cautivos. Los ciudadanos situados a largas distancias entre sí hablaban en tres idiomas, náhuatl, otomitl y pinomex. A los criminales los echaban en la cárcel y conocida la culpa, los castigaban con atroces penas. Esta es la célebre ciudad de cuyo auxilio y lealtad se sirvió Cortés para conquistar esta Nueva España y tantas y tan lejanas regiones para añadir al imperio de los reyes de España, disponiéndolo todo la Divina Providencia, a quien consideramos humildemente gratas todas las victorias que alcanzaron y todas las que alcanzarán.
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CAPITULO XX Que trata de los diabólicos sacrificios que hacían y de quienes fueron los primeros predicadores de Nuestra Santa Fe Católica Las horas y momentos para el gobierno de la República eran desde la prima noche en que se tocaban desde los templos grandes bocinas, caracoles y trompetas de palo, que hacían terrible espanto y estruendo. Encendían lumbres en dichos templos los sacerdotes y tlamacazques y luego que esto pasaba se sosegaba todo. Siendo media noche, que llamaban los naturales yohualnepantlaticatla, tornaban a sonar las bocinas, trompetas de palo y caracoles marinos, y se hacía muy gran ruido y estruendo a voces y sonido de todas estas cosas para dar a entender que era la media noche. Lo propio se hacía el cuarto de alba, al salir del lucero, a las ocho del día, al mediodía y a la tarde. Desto servían los templarios. Este era su oficio y a todos estos tiempos y horas sahumaban e incensaban los altares e ídolos, donde perpetuamente no faltaba la lumbre. Los grandes recibimientos que hacían a los capitanes que venían y alcanzaban la victoria en las guerras, las fiestas y solemnidades con que se solemnizaban a manera de triunfo eran que los metían en andas en su pueblo, trayendo consigo a los vencidos. Para eternizar sus hazañas, se las cantaban públicamente y ansí quedaban memoradas; también se les memoraba con estatuas que les ponían en los templos. Los pleitos que trataban y contingencias que tenían se figuraban de plano por algunos viejos ancianos, que estaban para ello diputados en la República. Ya dejamos referido cómo la lengua mexicana es la más amplia que se halla en estas partes y la más casta y pura, porque no se aprovecha de ninguna extraña, y cómo las otras extrañas se aprovechan de ella y de muchos vocablos. Tenían los naturales en su antigüedad adagios, proverbios y preguntas a manera de enigmas y adivinanzas muy compuestas en su lengua. Hablaban en jerigonza; usan de cuentos risueños, son muy grandes fabuladores, tienen sus fines y sentidos para doctrinarse y otros muchos entretenimientos. Entre muchas celebraciones de fiestas que hacían a sus ídolos, celebraban la de Tlaloc, al que atribuían ser el dios de las aguas y de los relámpagos, rayos y truenos. Teníanle un suntuosísimo templo, donde estaba dedicado, y se le celebraban dos fiestas en el año: a una llamaban fiesta mayor y la otra fiesta menor, a las cuales concurrían muchas gentes, a donde ofrecían gran suma de ofrendas, promesas y devociones que se cumplían, sin contar los demás crueles y sanguinolentos sacrificios de los hombres humanos, que sacrificaban con crueles cuchillos de pedernales, agudísimos y afilados, para abrilles aquellos pechos miserables y arrancalles los vivos corazones con las manos de los rabiosos carniceros y pésimos sacerdotes, los cuales apretaban con entreambas manos cuanto podían y se volvían al nacimiento del sol, a la parte del Oriente, alzando las manos en alto, y volviéndose al Poniente haciendo lo mismo y lo propio al mediodía y a la parte del Norte. En todo este tiempo, los demás papas tlamazques incesaban con gran reverencia al demonio. Acabado esto, echaban el corazón en el fuego hasta que se quemaba y consumía. Contábame uno que había sido sacerdote del demonio, que después se había convertido a Dios y a su santa fe católica y bautizado, conociendo el gran bien que tenía, que cuando arrancaba el corazón de las entrañas y costado del miserable sacrificado era tan grande la fuerza con que pulsaba y palpitaba que le alzaba del suelo tres o cuatro veces hasta que se había el corazón enfriado. Acabado esto, echaban a rodar el cuerpo muerto, palpitando, por las gradas del templo abajo y por esta orden iban sacrificando y ofreciendo corazones al infernal demonio. Entre estos sacrificios y supersticiosas crueldades usaban de una para conocer si el demonio se aplacaba o condescendía con las cosas que le pedían y si venía en ello. Hacíanle una ofrenda de picietl molido y hecho harina y en polvo, que es una yerba a manera de beleño y estas hojas dicen que es yerba de grandes virtudes para muchas enfermedades, y como yerba tan preciada, ofrecíanla hecha harina, puesta en unos vasos grandes en los altares y poyos del templo entre las demás ofrendas, y de éstas del picietl, guardaban particularmente, porque si algún milagro había de haber, aquí más que en otro alguno lugar se veía, y era. Y ansí era que cuando acudían los sacerdotes a ver otros vasos, hallaban en ellos huella o pisadas señaladas de alguna criatura particularmente, y a las más veces pisadas de águila. Cuando esto acaecía y en aquella hora y sazón, la manifestaban los sacerdotes al pueblo. Luego, con muy gran regocijo y solemnidad, haciendo gran ruido de trompetas y atabales, bocinas y caracoles y con todos los demás instrumentos de música que tenían, todo el pueblo se regocijaba con esta gran festividad que el demonio les manifestaba, y a este tiempo se manifestaba el oráculo de Tlaloc. Si alguien, insolentemente, con algún atrevimiento blasfemaba, decían que moría despedazado de rayos o muerte arrebatada, porque también decían que este lugar era tan inviolable que, si no eran sacerdotes, a este templo no podían llegar otras personas sin gran riesgo de sus vidas. Y estos rayos y fuego que caían del cielo eran sin nublados y en tiempo sereno. Cuando había falta de lluvias y había gran seca en la tierra y no llovía, se hacían rogativas y sacrificios a este ídolo Tlaloc. Decían los sacerdotes que aunque no lloviese, en porfiando había de llover, y entonces hacían sus ceremonias supersticiosas con mayor eficacia y fervor. Luego que la conquista de esta tierra pasó y se pacificó, vinieron tres religiosos, como atrás dejamos referido, de la orden de San Francisco, y los dos fueron sacerdotes y uno lego. El que era de misa se llamo Fray Juan, y del otro de los dos que quedaron no se tiene noticia de un nombre. El que era lego se llamó Fray Pedro de Gante, flamenco. El Fray Juan murió en la jornada de las Higueras cuando Cortés fue a ellas; y el otro en la ciudad de México. Fray Pedro de Gante, el lego, vivió muchos años en la ciudad de México en la capilla del Señor San José, en el convento de San Francisco, donde, ansimismo, falleció después de haber doctrinado a los naturales con gran espíritu y fervor en muchas partes de esta Nueva España, enseñándoles a leer, escribir, tañer flautas, trompetas, ministriles y otras muchas cosas del ejercicio católico cristiano y virtuosas, porque le tuvieron por padre todos los mexicanos por habelles criado en tanta doctrina y pulicía cristiana humana. Y ansí, pasando adelante con nuestra relación, diremos de la grande admiración que los naturales tuvieron cuando vinieron estos religiosos, y cómo comenzaron a predicar el Santísimo y sagrado Evangelio de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Como no sabían la lengua, no decían sino que en el infierno, señalando la parte baja de la tierra con la mano, había fuego, sapos y culebras; y acabando de decir esto, elevaban los ojos al cielo, diciendo que un solo Dios estaba arriba, ansimismo, apuntando con la mano. Lo cual decían siempre en los mercados y donde había junta y congregación de gentes. No sabían decir otras palabras para que los naturales les entendiesen, sino era por señas. Cuando estas cosas decían y predicaban, el uno de ellos, que era un venerable viejo calvo, estaba en la fuerza del sol de mediodía con espíritu de Dios enseñando, y con celo de caridad diciendo estas cosas, y a media noche continuaba diciendo en muy altas voces que se convirtiesen a Dios y dejasen las idolatrías. Cuando predicaban estas cosas decían los señores caciques: "¿Qué han estos pobres miserables? Mirad si tienen hambre y, si han menester algo, dadles de comer". Otros decían: "Estos pobres deben de ser enfermos o estar locos. Dejadlos vocear a los miserables, tomádoles a su mal de locura. Dejadlos estar y que pasen su enfermedad como pudieren. No les hagáis mal, que al cabo éstos y los demás han de morir de esta enfermedad de locura. Mirad, ¿habéis notado cómo a mediodía, a media noche y al cuarto del alba, cuando todos se regocijan, éstos dan voces y lloran? Sin duda ninguna es mal grande el que deben de tener, porque son hombres sin sentido, pues no buscan placer ni contento, sino tristeza y soledad."
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Capítulo XX De cómo Ynga Yupanqui ilustró la casa del sol y de otras cosas memorables y conquistas suyas Habiendo Ynga Yupanqui vuelto de la conquista de los Soras y Lucanas como se dijo en el capítulo precedente, edificó la casa del sol e ilustró y magnificó nuevamente toda aquella majestad que tuvo y se dirá en su lugar, y mientras esta obra tan señalada se hacia, salió del Cuzco a la conquista de Colla Suyo y fue en su compañía Apo Conde Maita. Ynga Yupanqui le dio, por ser hombre esforzado y de gran ingenio e industria, gran cantidad de Chacaras, mujeres y criados, y conquistó hasta Pucará, y en todo lo conquistado dejó puestos caciques y señores de su mano de los naturales, y sobre ellos dejó gobernadores de sus capitanes para que tuviesen cuidado de que por ningún suceso se tornasen a rebelar. Vuelto al Cuzco, entró triunfando del modo que dicho es y lo pondremos en el triunfo de Huayna Capac adelante que fue solemnisímo el triunfo. Y ahora se dirá de Colla Capac que fue señor universal de todo el Collao y en el Cuzco hizo sacrificar al sol y trujo cantidad de oro y plata de aquella provincia, el cual acabó la casa y templo del sol y dotóle, dándole de toda la tierra que había conquistado lo más precioso y rico que en ella poseía, y así de ganados, chacaras, tierras, criados, mujeres y servicio. Hizo en el dicho templo del sol, apartado un cuarto para la estatua del Pacha Yachachic y dio todo lo que se ha dicho e hizo la cancha de Puca Marca para la morada desta Huaca y de otra que también instituyó en reverencia del trueno, rayo y relámpago que decían ellos Chuqui Ylla y Llapa Ynga, y dotólas magnificentísimamente de haciendas y criados para su servicio. Concluido esto, empezó a poner en orden toda su tierra y señorío, dando leyes cómo habían de vivir y dioles en las provincias y cabeceras dellas por principales Huacas, estas dichas del Sol y Hacedor y del rayo, y a su Huaca, llamada Huana Cauri y las Huacas que había en los pueblos hizo quebrar, como después se hará particular tratado de todo lo perteneciente a Huacas. Tenía el oficio de quebrar las Huacas que no tuviesen por verdaderas y deshacellas a Marutupa Ynga y Huayna Yauqui Yupanqui, su hermano, y las demás Huacas dejó y dio orden con qué y en qué tiempos y para qué las había de sacrificar, haciendo diferencia del uso que ellos tenían en los sacrificios, dándolos nuevos y otros modos y maneras, porque se temió que los hechiceros le hiciesen algún daño con los sacrificios y hechizos y así les hizo dejar sus antiguas ceremonias y ritos, dándoselos y enseñándoselos nuevos. Concluido esto, Ynga Yupanqui despachó por el camino de Chinchay Suyo, hacia las provincias de Quito, a dos hermanos suyos y un capitán general llamado Capac Yupanqui y a otro hermano, llamado Huaina Yupanqui, y otro capitán por nombre Apuyanqui Yupanqui. Y fueron conquistando estos capitanes por el camino derecho hasta Caxa-Marca, adonde prendieron a Husmanco Capac, señor de Caxa-Marca Guaman Chuco, y Conchucos y de otra provincia llamada Caroc, de donde trajeron gran cantidad de oro y plata al Cuzco. La cual se gastó en servicio del templo del sol y de una cinta de oro que estaba en la pared del dicho templo. La causa de llegar a Caxa-Marca fue la siguiente: Estando este general Capac Yupanqui en la conquista de Urcollac, que es una fortaleza junto a Parcos, en unos pueblos que allí están asolados, los Chancas, dando el combate y a salvo, se señalaron en él valerosamente, de suerte que llevaron lo mejor, aventajándose a todas las demás naciones que allí se hallaron y fueron causa se tomase la fortaleza. La nueva de este suceso vino al Cuzco, adonde estaba Ynga Yupanqui, de lo cual recibió grandísimo enojo; todo causado de envidia, diciendo que habiendo tan valerosa y esforzada gente en aquella guerra, que cómo se habían de aventajar los Chancas y llevar la gloria del vencimiento y ser más honrados que los demás. Y así despachó al capitán general Capac Yupanqui que diese orden cómo todos los Chancas muriesen, poniéndoles en alguna batalla o toma de fortaleza dificultosa en la delantera y en lo más peligroso, para que desta suerte muriesen o se apocasen, o buscase alguna ocasión para matallos. Cuando el mensajero y mandato de Ynga Yupanqui llegó, estaba a la sazón allí una india hermana del capitán de los Chancas, que era mujer del general Capac Yupanqui. Y oído lo que el Inga Yupanqui mandaba, dio aviso dello a su hermano con mucho secreto. Sabido esto por los Chancas, medio desesperados dello acordaron en una noche huirse del Real, que estaba en Huazao Tampo, junto a Huaylas, y escaparse como pudiesen de la muerte que se les aparejaba. Estando el ejército una noche con todo el sosiego del mundo pasaron por medio del Real, y la gente del Ynga, entendiendo que era su general y que caminaban les siguió mucho número de gente de todas las naciones y a la mañana algunos se quisieron huir conociendo el error y engaño con que habían salido. Pero los Chancas los mataron y así llegaron a la provincia de Huaylas, donde entendiendo que era el Ynga y su capitán general, les salieron a recibir de paz y habiendo estado allí algunos días, no se teniendo por seguros, robaron toda la provincia y llevándose consigo mucha gente se entraron hacia los Chachapoyas, y ésta es la noticia de la gente que hay, que está en Aricoayllo y Ruparupa. Otro día, visto por el general Capac Yupanqui la falta de aquella gente y su huida, envió por diversas partes a saber de ellos y al cabo los siguió hasta que llegó a Caxa-Marca, donde vista y considerada la riqueza que en aquella provincia había, así de multitud de gente muy lucida como de oro y plata, aunque no llevaban orden ni mandato de Ynga Yupanqui para llegar allí, acordaron de conquistallos y así empezaron a hacerles guerra, en la cual se dieron tan bueña maña que los vencieron y los sujetaron, y acabado esto en toda la provincia, dejando gran recaudo de gobernador y gente de guerra de guarnición para asegurarla, se volvieron al Cuzco, habiendo muerto en la prisión Huscamanco Capac, señor de aquellas provincias que, como dijimos, fue preso, y llegando al Cuzco entraron en él con grandísimo triunfo, llevando grandes riquezas de oro y plata, como se dijo.
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Cómo la gente murmuraba con deseo de volverse, y viendo otras señales y demostraciones de tierra, caminó hacia ella con alegría Cuanto más vanos resultaban los mencionados indicios tanto más crecía su miedo y la ocasión de murmurar, retirándose dentro de los navíos y diciendo que el Almirante, con su fantasía, se había propuesto ser gran señor a costa de sus vidas y peligros, y de morir en aquella empresa; y pues ellos habían ya cumplido con su obligación de probar suerte, y se habían apartado de tierra y de todo socorro más que nadie, no debían ser autores de su propia ruina ni seguir aquel camino hasta que después tuvieran que arrepentirse y les faltasen las vituallas y los navíos, los cuales, como sabían, estaban llenos de averías y de grietas, de modo que mal podrían salvar a hombres que tanto se habían internado en el mar; y que nadie juzgaría mal hecho lo que en tal caso habían resuelto, más bien, al contrario, serían juzgados muy animosos por haberse puesto a tal empresa, y haber ido tan adelante; y que, por ser extranjero el Almirante, y sin algún apoyo, y por haber siempre tantos hombres sabios y doctos reprobado y censurado su opinión, no habría quien le favoreciese y defendiese, y a ellos les sería creído cuanto dijeran, y sería atribuido a culpa de ignorancia y mal gobierno lo que él dijera en contra para justificarse. No faltaron algunos que propusieron dejarse de discusiones, y si él no quería apartarse de su propósito, podían resueltamente echarlo al mar, publicando luego que el Almirante, al observar las estrellas y los indicios, se había caído sin querer; que nadie andaría investigando la verdad de ello; y que esto era el fundamento más cierto de su regreso y de su salvación. De tal guisa continuaban murmurando de día en día, lamentándose y maquinando, aunque el Almirante no estaba sin sospecha de su inconstancia y de su mala voluntad hacia él; por lo que, unas veces con buenas palabras, y otras con ánimo pronto a recibir la muerte, les amenazaba con el castigo que les podría venir si impidiesen el viaje, con ello templaba algo sus propósitos y sus temores; y para confirmación de la esperanza que les daba, recordaba las muestras y los indicios sobredichos, prometiéndoles que en breve tiempo hallarían alguna tierra; a los cuales indicios andaban ellos de continuo tan atentos que cada hora les parecía un año hasta ver tierra. Por fin, el martes 25 de Septiembre, a la puesta del sol, razonando el Almirante con Pinzón, que se le había acercado con su nave, Pinzón gritó en alta voz: "Tierra, tierra, señor; que no pierda mi buena mano"; y le mostró, en dirección al Sudoeste, un bulto que tenía clara semejanza de isla, que distaba veinticinco leguas de los navíos, de lo cual se puso la gente tan alegre y consolada, que daban a Dios muchas gracias; el Almirante, que hasta ser de noche prestó alguna fe a lo que se le había dicho, por consolar a su gente, y a más, porque no se le opusieran e impidieran su camino, navegó hacia allí por gran parte de la noche; pero la mañana siguiente conocieron que lo que habían visto eran turbiones y nubes que muchas veces parecen ser muestra de clara tierra; por lo cual, con mucho dolor y enojo de la mayor parte, tornaron a seguir el rumbo de Occidente, como siempre habían llevado a no ser que el viento se lo impidiese, y teniendo los ojos atentos a indicios, vieron un alcatraz y un rabo de junco y otros pájaros semejantes a ellos; el jueves, a 27 de Septiembre, vieron otro alcatraz que venía de Poniente e iba hacia Levante, y se mostraron muchos peces dorados, de los que mataron uno con una fisga; pasó cerca de ellos un rabo de junco, y conocieron después que las corrientes, en los últimos días no eran tan constantes y ordenadas como solían, sino que volvían atrás con las mareas, y la hierba se veía por el mar en menor cantidad que antes. El viernes siguiente mataron todos los de los navíos algunos peces dorados, y el sábado vieron un rabihorcado, el cual, aunque sea ave marina, no descansa allí, sino que va por el aire persiguiendo a los alcatraces hasta que les hace echar, de miedo, la inmundicia de su vientre, la que recoge por el aire, para su alimento, y con tal astucia y caza se sustenta en aquellos mares; dícese que se ven muchos en los alrededores de las islas de Cabo Verde. Poco después vieron otros dos alcatraces, y muchos peces golondrinos, que son de grandeza de un palmo, con dos aletas semejantes a las del murciélago, y vuelan de cuando en cuando, tanto como una lanza sobre el agua, el tiro de un arcabuz, unas veces más y otras menos, y en ocasiones caen en los navíos. También, después de comer, vieron mucha hierba en dirección de Norte a Mediodía, como solían antes, y otros tres alcatraces y un rabihorcado que los perseguía. El domingo, a la mañana, vinieron a la nave cuatro rabos de junco, los que por haber venido juntos, se creyó que estaban próximos a tierra, y especialmente, porque de allí a poco pasaron otros cuatro alcatraces; vieron muchas hiladas de hierba que iban de Oesnoroeste al Esoeste; vieron también muchos peces emperadores, análogos a los llamados chopos, que tienen la piel durísima y no son buenos para comerlos. Pero, aunque el Almirante tuviese atención a todos estos indicios, observaba los del cielo y el curso de las estrellas, por donde notó en aquel paraje, con grande admiración, que de noche, las Guardas estaban justamente en el brazo del Occidente, y cuando era de día, se encontraban en la línea bajo el brazo, al Nordeste. De lo que deducía que en toda la noche no caminaban sino tres líneas, que son nueve horas, y esto lo comprobaba todas las noches. Igualmente notó que desde las primeras horas de la noche, las agujas noroesteaban toda una cuarta, y cuando amanecía, miraban derechamente a la estrella polar. Por cuyos motivos, los pilotos estaban con grande inquietud y confusión, hasta que él les dijo que de esto era causa el círculo que hace la estrella polar o del Norte, rodeando el polo, cuya explicación les dio mucho aliento, porque en presencia de tales novedades temían peligro en el camino, a tanta distancia y diversidad de regiones.
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CAPÍTULO XX Que con todo eso, es más conforme a buena razón pensar que vinieron por tierra los primeros pobladores de Indias Concluyo pues con decir, que es bien probable de pensar que los primeros aportaron a Indias por naufragio y tempestad de mar; mas ofrécese aquí una dificultad que me da mucho en que entender y es que ya que demos que hayan venido hombres por mar a tierras tan remotas, y que de ellos se han multiplicado las naciones que vemos, pero de bestias y alimañas que cría el Nuevo Orbe, muchas y grandes, no sé cómo nos demos maña a embarcallas y llevallas por mar a las Indias. La razón porque nos hallamos forzados a decir que los hombres de las Indias fueron de Europa o de Asia, es por no contradecir a la Sagrada Escritura, que claramente enseña que todos los hombres descienden de Adán, y así no podemos dar otro origen a los hombres de Indias, pues la misma Divina Escritura también nos dice que todas las bestias y animales de la tierra perecieron, sino las que se reservaron para propagación de su género en el Arca de Noé. Así también es fuerza reducir la propagación de todos los animales dichos, a los que salieron del arca en los montes de Ararat, donde ella hizo pie; de manera que como para los hombres, así también para las bestias nos es necesidad buscar camino por donde hayan pasado del Viejo Mundo al Nuevo. San Agustín, tratando esta cuestión cómo se hallan en algunas islas, lobos y tigres y otras fieras que no son de provecho para los hombres, porque de los elefantes, caballos, bueyes, perros y otros animales de que se sirven los hombres, no tiene embarazo pensar que por industria de hombres se llavaron por mar con naos, como los vemos hoy día que se llevan desde Oriente a Europa, y desde Europa al Pirú, con navegación tan larga; pero de los animales que para nada son de provecho y antes son de mucho daño, como son lobos, en qué forma hayan pasado a las islas, si es verdad, como lo es, que el Diluvio bañó toda la tierra, tratándolo el sobredicho santo y doctísimo varón procura librarse de estas angustias con decir que tales bestias pasaron a nado a las islas; o alguno, por codicia de cazar, las llevó, o fue ordenación de Dios que se produjesen de la tierra al modo que en la primera creación dijo Dios: "Produzca la tierra ánima viviente en su género, jumentos y animales rateros, y fieras del campo, según sus especies." Mas cierto que si queremos aplicar esta solución a nuestro propósito, más enmarañado se nos queda el negocio. Porque comenzando de lo postrero, no es conforme al orden de naturaleza ni conforme al orden del gobierno que Dios tiene puesto, que animales perfectos como leones, tigres, lobos, se engendren de la tierra sin generación. De ese modo se producen ranas y ratones, y avispas y otros animalejos imperfectos. ¿Mas a qué propósito la Escritura tan por menudo dice: "Tomarás de todos los animales y de las aves del cielo siete y siete, machos y hembras, para que se salve su generación sobre la tierra", si había de tener el mundo tales animales después del diluvio por nuevo modo de producción sin junta de macho y hembra?, y aún queda luego otra cuestión, porque naciendo de la tierra conforme a esta opinión tales animales, no los tienen todas las tierras e islas, pues ya no se mira el orden natural de multiplicarse, sino sola la liberalidad del Creador. Que hayan pasado algunos animales de aquellos por pretensión de tener caza (que era otra respuesta) no lo tengo por cosa increíble, pues vemos mil veces que para sola grandeza suelen príncipes y señores tener en sus jaulas leones, osos y otras fieras, mayormente cuando se han traído de tierras muy lejos. Pero esto creerlo de lobos y de zorras, y de otros animales bajos y sin provecho, que no tienen cosa notable sino sólo hacer mal a los ganados y decir que para caza se trajeron por mar, por cierto es cosa muy sin razón. ¿Quién se podrá persuadir que con navegación tan infinita, hubo hombres que pusieron diligencia en llevar al Pirú, zorras, mayormente las que llaman añas, que es un linaje el más sucio y hediondo de cuantos he visto? ¿Quién dirá que trajeron leones y tigres? Harto es y aún demasiado que pudiesen escapar los hombres con las vidas en tan prolijo viaje viniendo con tormenta, como hemos dicho, ¿cuánto más tratar de llevar zorras y lobos y mantenerlos por mar? Cierto es cosa de burla aún imaginarlo; pues si vinieron por mar estos animales, sólo resta que hayan pasado a nado. Esto ser cosa posible y hacedera, cuanto a algunas islas que distan poco de otras o de la tierra firme, no se puede negar la experiencia cierta con que vemos que por alguna grave necesidad, a veces nadan estas alimañas, días y noches enteras, y al cabo escapan nadando, pero esto se entiende en golfillos pequeños, porque nuestro Océano haría burla de semejantes nadadores, pues aún a las aves de gran vuelo les faltan las alas para pasar tan gran abismo. Bien se hallan pájaros que vuelen más de cien leguas, como los hemos visto navegando diversas veces; pero pasar todo el mar Océano volando, es imposible, o a lo menos muy difícil. Siendo así todo lo dicho, ¿por dónde abriremos camino para pasar fieras y pájaros a las Indias? ¿De qué manera pudieron ir del un mundo al otro? Este discurso que he dicho es para mí una gran conjetura, para pensar que el nuevo orbe, que llamamos Indias, no está del todo diviso y apartado del otro orbe. Y por decir mi opinión, tengo para mí días ha, que la una tierra y la otra en alguna parte se juntan y continúan o a lo menos se avecinan y allegan mucho. Hasta agora, a lo menos no hay certidumbre de lo contrario; porque el polo Ártico que llaman Norte, no está descubierta y sabida toda la longitud de la tierra, y no faltan muchos que afirmen que sobre la Florida corre la tierra larguísimamente al Septentrión, la cual dicen que llega hasta el mar Scytico o hasta el Germánico. Otros añaden que ha habido nao que navegando por allí, relató haber visto los Bacallaos correr hasta los fines cuasi de Europa; pues ya sobre el cabo Mendocino en la mar del Sur, tampoco se sabe hasta dónde corre la tierra, mas de que todos dicen que es cosa inmensa lo que corre. Volviendo al otro polo del Sur, no hay hombre que sepa dónde para la tierra que está de la otra banda del Estrecho de Magallanes. Una nao del Obispo de Plasencia, que subió del Estrecho, refirió que siempre había visto tierra, y lo mismo contaba Hernando Lamero, piloto, que por tormenta pasó dos o tres grados arriba del Estrecho. Así que ni hay razón en contrario, ni experiencia que deshaga mi imaginación u opinión, de que toda la tierra se junta y continúa en alguna parte; a lo menos se allega mucho. Si esto es verdad como en efecto me lo parece, fácil respuesta tiene la duda tan difícil que habíamos propuesto, cómo pasaron a las Indias los primeros pobladores de ellas, porque se ha de decir que pasaron no tanto navegando por mar como caminando por tierra. Y ese camino lo hicieron muy sin pensar mudando sitios y tierras su poco a poco, y unos poblando las ya halladas, otros buscando otras de nuevo, vinieron por discurso de tiempo a henchir las tierras de Indias de tantas naciones y gentes y lenguas.
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En que se prosigue el gobierno del presidente don Juan de Borja; dícese su muerte, y los oidores que concurrieron en la Real Audiencia durante el dicho gobierno, con la venida del arzobispo don Fernando Arias de Ugarte y su promoción a las Charcas. La venida del Marqués de Sofraga a este gobierno, y la del arzobispo don Julián de Cortázar a este arzobispado; su muerte, y la venida del señor arzobispo don Bernardino de Almansa Acabados los desposorios de don Luis de Quiñones y doña Juana de Borja, que se celebraron, como tengo dicho, en el valle de Neiva, los desposados se fueron al Pirú y el presidente se volvió a esta ciudad de Santa Fe. Durante este gobierno vino por oidor de esta Real Audiencia Antonio de Leiva Villarroel, que mudado a la Real Audiencia de San Francisco de Quito, murió en aquella ciudad, año de 1609, a 9 de agosto. Vino por oidor el doctor Juan de Villabona Subiaure, y mudado a México, enviudó, trocó la garnacha por el hábito de San Pedro, haciéndose clérigo. Después vino por oidor de la Real Audiencia el licenciado don Francisco de Herrera Campuzano, que con la visita de Zaragoza y otras diligencias y herencias, después de residenciado fue a España rico, de donde salió proveído por oidor de la Real Audiencia de México, donde murió. La plaza de fiscal sirvió muchos años el licenciado de Cuadrado Solanilla Buenaventura, que acabando de servir la de Santo Domingo en la isla Española, vino a ésta el año de 1602; y habiendo ascendido a ser oidor, murió en esta ciudad a 9 de agosto de 1620 años, con muy grande aprobación de buen cristiano. El doctor Lesmes de Espinosa Saravia vino por oidor de la Real Audiencia, y entró en esta ciudad a 30 de diciembre del año de 1613. Fue residenciado y depuesto por el visitador Antonio Rodríguez de San Isidro Manrique, año de 1633; y se dijo le secrestó más de treinta mil pesos, y murió en el año de 1635, a 9 de mayo, con tanta pobreza, que a su cabecera no tuvo la noche que murió más que un cabo de vela de sebo que le alumbraba el cuerpo; el cual estaba sin mortaja porque no la tenía. Después se dijo que el visitador le había dado la plata labrada que le secrestó para su entierro, el cual se hizo con deán y Cabildo y mucho acompañamiento de sacerdotes y concurso popular. Está enterrado en el convento de monjas de Santa Clara, donde tenía dos hijas monjas. Viose en él muy claro cómo la fortuna no se descuida en su rueda, pues ayer se vio rico y que lo mandaba todo, porque allegó a presidir como oidor más antiguo, y luego le vimos que andaba por las calles y plazas y audiencias, solicitando él propio sus causas, de oficio en oficio, como un hombre particular. Por manera que placeres, gustos y pesares acabaron con la muerte. La muerte es fin y descanso de los trabajos. Ninguna cosa grande se hace bien de la primera vez; y pues tan grande cosa es morir, y tan necesario el bien morir, muramos muchas veces en la vida, porque acertemos a morir aquella vez en la muerte. Como de la memoria de la muerte procede evitar pecados, ansí del olvido de ella procede cometerlos. Tras el doctor Lesmes de Espinosa vino por oidor de la Real Audiencia el licenciado Antonio de Obando, que lo había sido de la Audiencia de Panamá, y de aquí fue a las Charcas por oidor de aquella Real Audiencia. Don Fernando de Saavedra vino por fiscal, año de 1620; ascendió a oidor de esta Real Audiencia, y de ella fue mudado a Lima, con el mesmo cargo de oidor. El licenciado Juan Ortiz de Cervantes, natural de Lima, gran letrado, vino por fiscal, y habiendo ascendido a ser oidor murió en esta ciudad, en septiembre de 1629 años; y se mandó enterrar en la iglesia de San Diego, en una capilla que él mesmo fundó en aquella iglesia, con la advocación de Nuestra Señora del Campo. Esta imagen es de piedra, y estuvo muchos años junto al camino real que va de esta ciudad a la de Tunja, en aquellos campos y en el suelo, sin veneración ninguna. Los frailes de San Diego y el buen celo del oidor la trasladaron al convento y la adornaron, y a su costa el oidor le hizo una capilla, a donde la colocó con suntuosas fiestas; y dentro de un año de como la colocó murió, y se lo llevó la Virgen consigo, que así se puede creer piadosamente, pagándole con esto el servicio que le había hecho de quitar su imagen de aquella plebesidad y habella puesto en veneración. Está el oidor enterrado en la mesma capilla junto al altar, a un lado de él, a donde los frailes de aquel convento tienen particular cuidado de sus sufragios, como su bienhechor. El doctor don Francisco de Sosa, natural de Lima, catedrático de aquella Universidad, vino por oidor de la Real Audiencia, año de 1621, y de ella fue mudado por oidor de la Real Audiencia de las Charcas, año de 1634, para donde se partió luego. El año de 1624 vino por oidor de esta Real Audiencia el licenciado don Juan de Balcázar, y este de 1638 sirve su Plaza en esta Real Audiencia. El licenciado don Juan de Padilla, natural de Lima, vino por oidor de esta Real Audiencia, año de 1628, y en el siguiente de 1632 fue depuesto por el visitador don Antonio Rodríguez de San Isidro Manrique. Está al presente en España. Todos estos señores oidores concurrieron en la Real Audiencia durante el gobierno del presidente don Juan de Borja, el cual, acabada la guerra de los pijaos, seguros aquellos caminos (como lo están el día de hoy), y poblada toda aquella tierra y de paz, viudo de doña Violante de Borja, su mujer, y hecho el casamiento de doña Juana, su hija, con el oidor Quiñones, estando en esta ciudad, enfermó, y sin poder convalecer murió, a 12 de febrero de 1628 años. Hízosele un muy suntuoso entierro. Está enterrado en la peana del altar mayor de la santa iglesia Catedral de esta ciudad. * * * Y con esto volvamos al doctor don Fernando Arias de Ugarte, que vino por arzobispo de este Nuevo Reino, y lo dejamos en la Real Audiencia de Panamá, por oidor. De ella fue mudado a las Charcas, y le puso aquella Real Audiencia por Corregidor de Potosí, y lo sirvió con tanta rectitud que la gente viciosa le temía, y se abstuvieron de hacer travesuras durante su gobierno, el cual fue mudado y proveído por juez superior en las minas de azogue de Juan Cavélica, que administró con gran fidelidad. De aqueste puesto fue movido por oidor de la Real Audiencia de Lima, en la cual entró con tanta opinión y fama de buen juez, que el marqués de Montesclaros, virrey en aquella sazón, le nombró por su asesor; y le importó harto para el acierto de su gobierno y sus cosas. Desde antes que viniera a Indias este gran varón, tuvo intentos y grandes deseos de hacerse clérigo, para lo cual se recogió en su vida y costumbres, que parecía monje claustral, y rezaba el oficio divino; y al fin se ordenó e hizo clérigo, habiendo precedido dispensación del Papa; y en breve tiempo ascendió a ser obispo de Quito, ayudado del virrey, que siempre le fue muy aficionado y pregonero de sus virtudes, y cuando se consagró fue su padrino, y antes que se consagrase le pidió como letrado hiciese inventario de sus bienes, llevando la mira puesta en una buena esperanza de emplearlos en una obra pía memorable, cual fue la del convento de monjas que después fundo, como diré adelante. Despedido del virrey y de los demás de sus consejeros, y prelados, inquisidores, oidores, religiosos y gente virtuosa, partió para su obispado de Quito, y lo visitó todo personalmente. De él fue promovido a este arzobispado de su patria, para el cual partió luego, y de camino recibió el palio en la ciudad de Popayán, de mano de su obispo, don fray Juan González de Mendoza. Entró en esta ciudad de Santa Fe, a 9 de enero de 1618 años, cuyo recibimiento previno con grande efecto el presidente don Juan de Borja, con mucha fiesta, conociendo en los vecinos la grande alegría con que esperaban al hijo de su república, que tanta honra le vino a dar. Hecha la visita del clero y monjas, partió a hacer la de todo su arzobispado en persona, que no quiso fiarla de comisarios; y fue para él increíble trabajo, porque llegó a partes muy remotas, a donde jamás había ido ninguno de sus predecesores, como ir a San Juan de los Llanos y pasar de allí a la ciudad de Caguán, atravesando aquellos llanos yermos y despoblados más de noventa leguas; y habiendo llegado al fin de ellos, al tornar de una serranía se perdieron las guías que llevaban en una montaña que estaba cerrada y sin camino, donde con esta detención se les acabó el matalotaje y mantenimiento, que, sin duda ninguna, perecieran todos ¿le hambre si no los encontrara un vecino del Caguán, que atento los había salido a recibir, y los socorrió a todos. Del Caguán volvió por el valle de Neiva a esta ciudad, y pasó a visitar la de Tunja y su distrito, que es grande hasta el remate de los llanos de Chita, a donde los indios de paz confinan con otros de guerra, que regalaron y respetaron al prelado como si fueran cristianos muy doctrinados; de lo cual se admiraron cuantos iban con el señor arzobispo, que le habían advertido de este riesgo, que lo era muy grande, porque no llegara a él. Volvió de estos llanos para pasar a la visita de la ciudad de Pamplona, tomando la vía por el río del Oro, en el cual se vido casi ahogado. En la ciudad de Pamplona consagró a su provisor, el doctor don Manuel de Cervantes Carvajal, arcediano de esta santa iglesia Catedral, electo al obispado de Santa Marta, para donde se partió acabada su consagración, y el arzobispo, para la visita de la ciudad de Mérida y su distrito, que son las ciudades de La Grita, Barinas, Gibraltar y Pedrosa, y sus distritos. Acabado aquesto, volvió a Tunja; y de ella, a la visita de Vélez, Muzo y villa de la Palma. Tardó en visitar todo lo referido más de tres años, dejando confirmadas más de doce mil almas, y se vino a esta ciudad de Santa Fe y despachó sus convocatorias a los obispos sufragáneos para celebrar concilio provincial, que lo deseaba con sumo grado. No vino el de Popayán, por estar enfermo; envió su poder a un prebendado de esta Catedral, y aquel Cabildo se lo envió al Padre Alonso Garzón de Tauste, cura de esta santa iglesia. El de Cartagena estaba en sede vacante; envió su poder al de Santa Marta y a dos prebendados de esta Catedral. Vino en persona el señor obispo de Santa Marta, que fue recibido del señor arzobispo con mucha alegría; con el cual y con los poderes referidos, dio principio a la celebración del concilio, nombrando prebendados de esta santa iglesia graduados, que asistieron en él, y letrados de todas las órdenes y religiones con sus prelados. Asistió asimismo el señor presidente don Juan de Borja y el licenciado Juan Ortiz de Cervantes, gran letrado, fiscal de la Real Audiencia de este Reino, y dos regidores de esta ciudad, que el uno de ellos fue el alférez real de ella, persona discreta, que tuvo poderes de otros cabildos de este Reino, llamado Juan Clemente de Chaves. Fue secretario de este concilio el dicho cura Alonso Garzón de Tauste. Acabóse de celebrar el concilio a 20 de mayo del año de 1625, que en él se acabó de promulgar y firmar de los dichos señores prelados, y refrendado de dicho secretario, lo mandó guardar en el archivo de esta santa iglesia, enviando su trasunto a Su Santidad, pidiéndole y suplicándole a su beatitud lo confirmarse. Acabado el dicho concilio, recibió el dicho señor arzobispo, a 22 de julio del dicho año de 1625, las bulas de su promoción al arzobispo de las Charcas, para el cual partió dentro de ocho días; y tardó en este viaje un año, porque le anduvo por tierra, que son más de ochocientas leguas, y en él celebró otro concilio provincial, el cual acabado, fue promovido al arzobispado de la ciudad de Lima, y en ella fue recibido por febrero del año de 1627 con grande alegría de sus vecinos, que le amaban y respetaban como a varón santo. Labró en esta santa iglesia una capilla a su costa, en la cual se celebró el concilió, por ser la mayor de todas, rica en ornamentos y reliquias, y mucho más de indulgencias que en ella se ganan. Dejó en ella dotada una capellanía, que sirven los señores prebendados. Tiene un enterramiento de bóveda en que pretendió enterrarse, si no lo promovieran, como hizo el doctor Bartolomé Lobo Guerrero, arzobispo de Lima, que se enterró en capilla propia. Enterráronse en esta bóveda un regidor y un canónigo de esta ciudad, hermanos del dicho arzobispo, y una hermana suya se enterró en su convento de Santa Clara, que todos tres murieron, en espacio de tres meses, de la peste general que hubo en este Reino el año de 1633. De la cual murieron el señor arzobispo don Bernardino de Almansa, un arcediano, tres canónigos, cuarenta clérigos y otros tantos religiosos, dos alcaldes ordinarios, uno de la Hermandad, cuatro regidores, muchos nobles y plebeyos, sin los esclavos, indios y mulatos, que fue en sumo grado y gran número. Y en los pueblos de esta jurisdicción, así de españoles como de indios, fue grande la mortandad. Dejó comprado el señor arzobispo un sitio en esta ciudad, en que a su costa edificó su hermano, el regidor Diego Arias, un monasterio de monjas de Santa Clara, el cual se pobló a 7 de enero de 1629 años, por mandado del señor arzobispo don Julián de Cortázar, en virtud de la licencia que pidió el señor arzobispo don Fernando Arias de Ugarte al Papa y al rey para fundar este convento. Pobláronle una hermana y dos sobrinas suyas, monjas del Carmen, que tuvieron licencia del Papa para mudarse a este convento nuevo, y fueron fundadoras de él. A la mayor de ellas nombró por prelada el dicho señor arzobispo don Julián de Cortázar, y a su sobrina por vicaria, a causa de que luego entraron otras monjas, las que nombró el fundador hasta en número de veinticuatro, y a su costa se sustentan todas perpetuamente, que ha sido fundación grandiosa y memorable. La buena obra, enderezada al servicio de Dios Nuestro Señor, es escalera para el cielo; pero advierta el que la hiciere, no se le arrime la vanidad que se la derribe. Sin fruto trabaja en buenas obras, como dice San Gregorio, el que siempre no persevera; porque como el vestido y ropa cubre el cuerpo, así las buenas obras cubren, adornan y visten el alma. El hombre virtuoso, del mundo hace monasterio, pues habitando Joseph entre los egipcios, Abraham entre los caldeos, Daniel entre los babilonios y Tobías entre los asirios, fueron santos y bienaventurados. El hombre con la virtud se hace más que hombre; y con el vicio, menos que hombre. La virtud es un alcázar que nunca se toma, río que no le vadean, mar que no se navega, fuego que nunca se mata, tesoro que nunca se acaba, ejército que jamás se vence, espía que siempre torna, atalaya que no se engaña, camino que no se siente y fama que nunca perece. * * * Cien años son cumplidos de la conquista de este Nuevo Reino de Granada, porque tantos ha que entró en él el Adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada con sus capitanes y soldados. Hoy corre el año de 1638, y el en qué entraron en este sitio fue el de 1538; y entre sus presidentes y gobernadores nunca hubo ningún titulado. El primero que vino fue don Sancho Girón, marqués de Sofraga, del hábito de Alcántara, que le vino a gobernar en la silla de presidente, por muerte de don Juan de Borja. Entró en esta ciudad, a 1? de febrero del año de 1630. Trajo consigo su mujer e hijos y muchas personas que le acompañaban y servían, y el siguiente de 1631 años entró en ella por visitador de la Real Audiencia el doctor don Antonio Rodríguez de San Isidro Manrique; y para que se entienda mejor esta representación del mundo, es necesario que salgan todas las personas al tablado, porque entiendo que es obra que ha de haber qué ver en ella, según el camino que lleva. Por la promoción del arzobispo don Fernando Arias de Ugarte, fue electo por arzobispo de este Reino el doctor don Julián de Cortázar, obispo del Tucumán, natural de la Villa de Durango en el señorío de Vizcaya. Fue colegial en Sancti Spiritu, de la Universidad de Oñate, y en ella catedrático de vísperas de teología, y después colegial de Santa Cruz de Valladolid y catedrático de arte de allí. Salió proveído por canónigo de la magistral de Santo Domingo de la Calzada, y ascendió al obispado del Tucumán. Para venir a este arzobispado del Nuevo Reino de Granada, atravesó desde Tucumán a Chile por tierra (más de ciento y veinte leguas), y de allí a Lima, y de aquí al puerto de Guayaquil, todo por mar; de Guayaquil a Quito y de Quito a Santa Fe, por tierra, más de doscientas y cincuenta leguas. Entró en esta ciudad, a 4 de julio de 1627 años, y en el siguiente de 1628, bajó por el Río Grande de la Magdalena, en busca del obispo de Santa Marta, don Lucas García, y de su mano recibió el palio en el pueblo de Tenerife, de su diócesis; de donde dio la vuelta por Ocaña a Pamplona, y vino visitando desde aquella ciudad hasta esta de Santa Fe; y murió en ella, sacramentado, a 21 de octubre de 1630 años. En su lugar fue electo arzobispo de este Reino el doctor don Bernardino de Almansa, arzobispo de Santo Domingo, natural de la ciudad de Lima, graduado en aquella Universidad, de la cual salió a servir un beneficio de indios, y de él promovido por tesorero de Cartagena. Fue provisor de aquel obispado, del cual salió proveído por arcediano de las Charcas, y fue provisor de aquel arzobispado muchos años, durante los cuales lo visitó; y hallándose rico, pasó a la Corte de España, y de ella salió proveído por inquisidor de Calahorra, y después por arzobispo de Santo Domingo, primado de esta indias; y antes que saliese de España, fue promovido a este del Nuevo Reino de Granada. Entró en esta ciudad de Santa Fe, sin bulas y con la sola cédula real, a 12 de octubre de 1631 años, y en el siguiente de 1632 recibió las bulas y facultad en ellas para que el deán y arcediano de esta metropolitana le diesen el palio. En su cumplimiento, se lo dieron el doctor don Gaspar Arias Maldonado, deán, y al doctor don Bernabé Jiménez de Bohórquez, arcediano, día de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, de dicho año de 1632. Antes de la pascua de Navidad de aquel año, partió de esta ciudad de Santa Fe para la visita de su arzobispado, y la hizo hasta la ciudad de Pamplona, de la cual volvió a la de Tunja y pasó a la villa de Leiva, donde enfermó de la peste general y murió, sacramentado y con testamento y codicilo, a 27 de septiembre de 1633 años. Se enterró en la iglesia de la dicha villa. En la de Madrid, Corte de España, dotó un convento de monjas, de que tuvo título de patrono. Fue valeroso prelado y de los más eminentes que ha habido en estas Indias. Y en lo poco que vivió y tuvo esta villa, no le faltaron encuentros y disgustos con el presidente y visitador; y entiendo que eran porque no le parecía bien lo malo. Otros dirán lo demás, que para mi intento esto basta. Por su testamento mandó trasladar sus huesos al convento de monjas de donde era patrono. Al presente está su cuerpo en esta ciudad, en casa de Pedro de Valenzuela, cirujano, en una capilla adornada, por el doctor don Hernando de Valenzuela, hijo del dicho licenciado, y de doña Juana Vásquez Solís, su legítima mujer, quien lo ha de llevar a Castilla en la ocasión que se espera este año de 1638. Las mortajas y ornamento con que le enterraron, con haber estado debajo de tierra, están sanos; el cuerpo mirrado, que aun no se ha deshecho. Algunas opiniones hay, en las cuales respondo: que si fuere santo, ello resplandecerá; y si fuere vano, ello se desvanecerá. El marqués de Sofraga entendía en su gobierno y el visitador Manrique de San Isidro en su visita; y ella suspendió al doctor Lesmes de Espinosa Saravia y le secrestó sus bienes, y murió como tengo dicho; y asimismo suspendió al licenciado don Juan de Padilla, que está hoy en España. A los demás señores de la Real Audiencia y al presidente dio sus condenaciones, sin perdonar otros particulares, que cada cual tiene su queja. A la partida de esta ciudad para la de Quito, para donde era promovido por oidor de aquella Real Audiencia, y antes que de aquí saliese, le echaron unas sátiras, que por su mal olor no las pongo aquí. Había traído de Castilla una mujer que te sirviese, y no se la perdonaron, diciendo que hacían malas concordancias. Yo vide un traslado de una carta que el señor arzobispo don Bernardino de Almansa le envió sobre esta razón, guardando Su Señoría en ella la doctrina evangélica; de donde resultó que el visitador levantase aquel gigantazo de su enfado, con que se resolvieron presidente, oidores y arzobispos. El presidente don Sancho Girón, marqués de Sofraga, prosiguió en su gobierno con toda puntualidad manteniendo la tierra en paz y justicia. En cuanto a dineros no digo nada, porque al presente, que está en residencia, hay muchos que tratan de eso. Sólo digo que ¿a quién le dan dineros que los arroje por ahí y no los reciba? Lo cierto es que cada uno lleva el camino de su trampa, y si no salió buena, no tiene de qué quejarse, porque tan mercader es uno perdiendo como ganando. Con esta mayor quiero concluir con todos ellos, diciendo: que opera enim illorum secuntur illos. Y pues hemos llegado a los cien años de la conquista del Nuevo Reino de Granada, digamos qué ciudades, villas y lugares están poblados en él sujetos a esta santa Iglesia metropolitana y a la Real Audiencia, y qué capitanes la poblaron, que acabada la residencia del marques de Sofraga volveremos a la representación comenzada. De las ciudades, villas y lugares sujetos a esta santa Iglesia metropolitana, y capitanes que lo poblaron Muy notorio es que el licenciado don Gonzalo Jiménez de Quesada, capitán general del Adelantado don Pedro Fernández de Lugo, gobernador de la gobernación de Santa Marta, pobló esta ciudad de Santa Fe, en virtud de la conducta y comisión que del dicho gobernador tuvo para la conquista de este Nuevo Reino de Granada. Esta fundación se hizo a seis días del mes de agosto del año de 1539, en el cual día se señaló sitio y solar para la santa iglesia, que fue la primera que se fundó en este Nuevo Reino de Granada, dedicada a Nuestra Señora la siempre Virgen María Santísima, con título de la limpísima y purísima Concepción de la Santísima Virgen, cuya fiesta se celebra solemnísimamente en su día, en el cual el señor doctor don Gaspar Arias Maldonado, deán que al presente es de esta santa Iglesia metropolitana, que al presente la gobierna el señor arzobispo don Cristóbal de Torres, del orden de Santo Domingo, con mucha curiosidad muestra la gran devoción que tiene a la Virgen Santísima y a esta su fiesta. Estaba esta santa Iglesia al tiempo que se fundó en esta ciudad sujeta a la de Santa Marta, por ser todo una gobernación y residir en aquella ciudad su obispo, y con ella le estaban sujetas todas las demás que en aquella sazón se fundaron en este Nuevo Reino. Por ser el dicho Adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada natural de Granada en los reinos de España, y por la buena memoria de la ciudad de Santa Fe de Granada, que fundaron los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel, de gloriosa memoria, cuando desde ella ganaron a Granada de los moros, puso el dicho Adelantado a esta ciudad que nuevamente fundaba, la ciudad de Santa Fe de Bogotá del Nuevo Reino de Granada. Llamóla de Bogotá, por lo que atrás queda dicho. Halláronse presentes a su fundación los tres generales que habían salido en demanda de su conquista, el dicho Adelantado de Quesada, Nicolás de Frederman y don Sebastián de Benalcázar, con todos sus capitanes, oficiales y soldados y con los dos capellanes arriba referidos y el Padre fray Alonso de las Casas, que así le llama el capitán Juan de Montalvo, conquistador de esta conquista. El capitán Martín Galiano, con comisión del dicho Adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada, pobló la ciudad de Vélez, a 3 de junio de 1540 años. Con otra comisión semejante que dio el dicho Adelantado al capitán Gonzalo Suárez Rendón, en cuya virtud pobló la ciudad de Tunja, a 6 de agosto del año de 1540, en el sitio en que residía el cacique y señor de aquella tierra, llamado Tunja. El capitán Hernando Venegas, que después fue mariscal de este Nuevo Reino, pobló la ciudad de Tocaima en el propio sitio y vega del río donde residía el Cacique Tocaima, a 6 del mes de abril de 1544 años, con comisión que en esta ciudad de Santa Fe le dio el Adelantado don Alonso Luis de Lugo, que sucedió a su padre, el Adelantado de Canarias don Pedro Fernández de Lugo, ya difunto, en la gobernación de Santa Marta. Vuelto este gobernador don Alonso Luis de Lugo a Santa Marta, y de allí a España, como queda dicho, vino por gobernador de este Nuevo Reino el licenciado don Miguel Diez de Armendáriz, natural de Navarra en el reino de Aragón, el cual dio comisión a su teniente y sobrino, el capitán Pedro Ursúa, caballero valeroso, que en breve se hizo gran soldado, para la conquista de los indios panches y chitateros, a donde pobló la ciudad de Pamplona, al principio del año de 1549; y en ella dejó avecindado, con aventajada encomienda de indios, al capitán Ortún Velasco. Valeroso soldado, que fue el todo de aquella jornada y no tomó para sí nada; por manera que la parte que le había de caber como conquistador se la dio al Ortún Velasco. Púsole el nombre de Pamplona por la buena memoria de Pamplona de Navarra, de donde era natural. Ha sido esta ciudad de las mejores de este Nuevo Reino, por las minas de oro que en su distrito se descubrieron, y por el clima que tiene en criar mujeres hermosas, para dar gracias a Dios Nuestro Señor por todo. El año de 1550 se fundó esta Real Audiencia, la cual dio comisión al capitán Juan de Galarza para la conquista de Ibagué, que por ser hermano de un oidor, le acompañaron valerosos capitanes, con muy lucida soldadesca; con lo cual se pobló en breve la ciudad de Ibagué, por octubre de 1550 años, en el sitio del mayor señor de aquella provincia; y después la mudó el propio capitán a mejor sitio, a donde ha permanecido. Fue rica de minas de oro, que se acabaron por haberse acabado sus naturales. Al presente es fértil en ganado vacuno. El capitán Francisco Núñez Pedroso, vecino y conquistador de Tunja, con comisión del licenciado Miguel Diez de Armendáriz, y después confirmada por esta Real Audiencia, pobló la ciudad de Marequita, que así se llamaba el cacique de aquella provincia. Después se mudó, llamándola Mariquita en el nombre. Fue esta fundación a 23 de agosto del año de 1552. Mudóla después el mesmo capitán junto al río Gualí, donde ha permanecido, llamándola San Sebastián de Mariquita. Ha sido y lo es muy rica de minas de oro, aunque ya le han faltado sus naturales. Al presente están poblados junto a ella los reales de minas de plata de Las Lajas y Santa Águeda. También es fértil de ganado vacuno. De esta ciudad de Mariquita salió el capitán Asensio de Salinas, y a quince leguas de ella, a la banda del norte, pobló la ciudad de Victoria, año de 1558, rica de minerales de oro. Tenía su asiento entre dos quebradas, que ambas parecía que vertían oro. Cerca de esta ciudad están los Palenques con sus ricas minas. Fue fama que tuvo esta ciudad nueve mil indios de repartimiento, los cuales se mataron todos por no trabajar, ahorcándose y tomando yerbas ponzoñosas, con lo cual se vino a despoblar esta ciudad. Y porque se entienda la riqueza que había en ella, quiero decir lo que vide en unas fiestas que allí se hicieron. El fiscal de la Real Audiencia, Alonso de la Torre, casó a doña Beatriz, su hija, con un Bustamante, vecino y criollo de esta ciudad de Victoria, hombre muy rico. Acabadas en esta ciudad las fiestas de estos desposorios, de toros y surtija, que todo se celebró en esta ciudad de Santa Fe, el desposado llevó a su mujer a su ciudad de Victoria. Un tío de este Bustamante, entre otras fiestas que se hicieron, mantuvo una surtija, y la menor presea que en ella se corría era una cadena de oro, de tres o cuatro libras. Tanto como esto era la riqueza y grosedad de aquella tierra, que de ello no ha quedado más que el sitio y el nombre; y para que sirva de ejemplo a los hombres carnales y viciosos, quiero decir lo que le sucedió a este Bustamante. Despoblada la ciudad de Victoria; muertos sus naturales; pasados unos vecinos a Marequita, y otros a Tocaima y a esta ciudad de Santa Fe y a otras partes; el Bustamante, viudo de la doña Beatriz y de aquella grosedad de dineros que solía tener, se fue a vivir a la villla de Mompós, que es de la jurisdicción de Cartagena, donde usaba oficio de escribano. También se ocupaba en seguir los amores de una dama a quien servía. Pues sucedió que un día esta mujer con otras se salieron a holgar hacia el monte que está a las espaldas de la villa, y el Bustamante se fue con ellas. Pues acabada la huelga, trataron de volverse al lugar. Vínose el Bustamante adelante. Las mujeres se entretuvieron en una de aquellas huertas, y al cabo de grande espacio de tiempo, fue el Bustamante a casa de la mujer y no la halló. Preguntó por ella, dijéronle que no había venido; con lo cual, con un criado suyo volvió a la parte donde había dejado las mujeres, y vídola que estaba a la ceja de la montaña, la cual le dio de mano para que se fuese allá. El Bustamante le mandó a su criado que le esperase allí y fuese donde le llamaban. Metiéronse por el monte, de manera que el criado no los veía. Cerró la noche, y el criado, entendiendo que por otra senda se habrían ido o vuelto al lugar, fue a su casa a buscar a su señor; y como no le halló, fue a casa de la mujer, la cual le preguntó por su amo. El mozo le respondió que desde que ella lo llamó no lo había visto más. Preguntóle la mujer que de dónde ella lo había llamado. Díjole que desde la ceja del monte, y que los había visto entrarse por él y que no los había visto salir, y que así lo andaba buscando. Alborotóse la mujer con esto e hizo diligencias, pero no pareció. El día siguiente dijo lo que pasaba, y con lo que el criado dijo, se echó gente a la montaña a buscarlo, y nunca más pareció; de donde se entendió que el demonio, tomando la figura de la mujer, hizo lance en él; y por donde se vio muy claro que "el que ama el peligro perece en él". Desde esta ciudad de Victoria hasta la de Tocaima hay ricos minerales de oro y plata. Están en este comedio las minas de la Sabandija, las de Venadillo, las de Hervé, los socavones de Juan Díaz, y otros, las vetas de Ibagué, las Lajas de Santa Ana, Mariquita y Victoria, y los Palenques. Toda esta tierra está lastrada de oro y plata, pero está falta de gente. Quiero decir una cosa que pasó en este año de 1638, para en prueba de lo que arriba dije: Don Gaspar de Mena Loyola casó una hija con el gobernador de Santa Marta, y diole en dote doce cargas de a diez arrobas de plata ensayada. Este caballero es vecino de la ciudad de Marequita, y allí cerca sacó toda esta plata; y dicen tiene otras doce cargas para casar otra hija con otro gobernador; y sin esto, lo que le queda en casa, que no ha medido ni pesado. Aquel dote fue sin otros seis mil pesos y matalotajes que envió al yerno para que viniese por la mujer; y no se cuenta aquí el ajuar y joyas que llevó la desposada, que dicen fue grandioso. * * * Con esto volvamos a tratar de las ciudades pobladas. Antes que se despoblase la ciudad de Victoria, salió de ella el capitán Francisco de Ospina, el cual pobló la ciudad de los Remedios el año de 1570, que se ha mudado de donde la pobló, siguiendo minas de oro de que ha sido rica hasta el tiempo presente, que corre el año de 1638. El capitán Juan de Avellaneda, vecino de Ibagué, a quien se cometió la conquista de San Juan de los Llanos, que él había visto cuando pasó por aquella comarca con el general Nicolás de Fredermán hasta entrar en este Nuevo Reino; y este capitán pobló aquella ciudad, año de 1555, y con minas de oro que se descubrieron en su jurisdicción se ha sustentado y sustenta hasta este presente año de 1638. En sus primeros años, servía de escala a muchos capitanes que fueron a buscar el Dorado y nunca lo hallaron, ni creo que lo hay, por lo que queda dicho del indio dorado que levantó este nombre. Y el mesmo Adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada entró a su descubrimiento, saliendo de esta ciudad de Santa Fe cuando volvió de España con el título de Adelantado y con tres mil ducados de renta que le daba el rey, nuestro señor, en lo que conquistase. Lo que surtió de esta entrada que hizo el Adelantado fue perder toda la gente que llevó, que se le murió de hambre y enfermedades, por los malos temples en que topó, y aun su persona corrió mucho riesgo; y favorecióle Dios primeramente y luego un pedazo de sal que tenía colgado al cuello, que con él comía algunas yerbas que conocía. Húbose de volver sin hallar el Dorado ni rastro de él, con muy pocos soldados; y en esta ciudad se había ya hecho gente para irlo a buscar, cuando entró en ella. Esta Real Audiencia dio comisión al capitán Pedro de Ursúa para la conquista de la provincia de los indios muzos, en cuya virtud pobló la ciudad de Tudela, año de 1552, la cual no se pudo sustentar, ni el capitán ni sus soldados por ser los indios caribes y belicosos; y ansí, con la pestilencial yerba de sus flechas, echaron a este capitán y a sus soldados de su tierra, matando mucha gente. Prosiguió después esta conquista el capitán Luis Lanchero, a quien la encargó esta Real Audiencia, y la acabó con perros de ayuda, que fue un valiente remedio y acertado; y esto fue después de habelle muerto los indios muchos soldados valerosos, y entre ellos a su maese de campo Francisco Morcillo. Excelente soldado y muy valiente, que pobló la ciudad poniéndose por nombre la Ciudad de la Trinidad de los Muzos, año de 1558; y después en la rebelión que tuvo esta gente, le mataron; que fue cuando se aprovecharon de la ayuda de los perros. Esta ciudad fue muy rica, por las minas de las esmeraldas que tuvo; y al presente, pobre por haber descaecido estas minas, o, lo más cierto, por haber faltado sus naturales, como ha sucedido en todos los demás reales de minas, que están el día de hoy despoblados por esta falta. Su vecina, la villa de La Palma, la pobló don Antonio de Toledo, el año de 1562. Después la mudó don Gutierre de Ovalle al sitio donde permanece hoy. La ciudad de Mérida pobló el capitán Juan Rodríguez Suárez, natural de Mérida en la Extremadura, siendo alcalde ordinario de Pamplona, año de 1558. Mudóla el capitán Juan Maldonado y consecutivamente pobló la villa de San Cristóbal, sujeta a la ciudad de Pamplona. La ciudad del Espíritu Santo, que llaman La Grita, pobló el gobernador Francisco de Cáceres, el año de 1576. Con comisión del mesmo gobernador, pobló después a Barinas el capitán Juan Andrés Varela, vecino de Mérida, que al presente es rica por la abundancia de tabaco que se coge en su comarca. El gobernador Gonzalo de Piña pobló la ciudad de Pedraza, año de 1591, siendo presidente en esta Real Audiencia el doctor Antonio González, del Consejo Real de las indias, natural de Pedraza en la Extremadura, a cuya devoción le puso la ciudad de Pedraza. El mesmo gobernador Gonzalo de Piña pobló después la ciudad de Gibraltar, en el puerto de la laguna de Maracaibo, donde va a parar el esquilmo que de aquellos pueblos se saca de trigo, tabaco, cacao, cordobanes y otros géneros, con que se sustentan aquellos lugares, por tener cerca a la ciudad de Cartagena, por razón de la navegación de la laguna. El capitán Alonso Esteban Ranjel, vecino de Pamplona, maese de campo del gobernador Francisco de Cáceres, pobló el año de 1583 a Salazar de las Palmas, siendo oidor que presidía en esta Real Audiencia Alonso Pérez de Salazar, a cuya devoción le puso el dicho nombre. Con comisión del dicho gobernador, pobló a Santiago de la Atalaya el capitán Pedro de Aza, al cual y a otros mataron los indios, y se despobló el pueblo; y aunque se reedificó, no permaneció, ni tampoco permanecieron las ciudades de Alta Gracia y San Juan de Hiesma, que las pobló el gobernador Juan López de Herrera. Con comisión del dicho gobernador Juan López de Herrera, pobló el capitán Gaspar Gómez la ciudad del Caguán, que también falta poco para acabarse y consumirse. El capitán Francisco Jiménez de Villalobos, corregidor de Tunja, pobló en su distrito la villa de Nuestra Señora de Leiva, fértil de trigo, a 12 de junio del año de 1572, sujeta a la ciudad de Tunja, con comisión de esta Real Audiencia, en la cual era presidente el doctor Andrés Díaz Venero de Leiva, cuyo sobrenombre se le puso. El gobernador Diego de Ospina, hijo del que pobló la ciudad de los Remedios, pobló en el valle de Neiva la ciudad de Nuestra Señora de la Concepción, año de 1614, acabada la guerra de los pijaos, la cual ha permanecido y permanece, sin tener naturales; es abundante de ganado vacuno. El gobernador Gaspar de Rodas, extremeño, gran soldado, ayudó al Adelantado de este Reino, don Gonzalo Jiménez de Quesada, a pacificar los indios que se habían alzado en Gualí, por mandado de esta Real Audiencia, la cual le dio después de esto comisión para la conquista de la gobernación de Zaragoza, que confina con la ciudad de los Remedios, y en ella pobló cuatro pueblos. El primero fue la ciudad de Cáceres, treinta leguas distante de la villa de Santa Fe de Antioquia; y asimismo pobló la ciudad de Zaragoza, rica de minas de oro, que permanece hasta el día de hoy, por haber descubierto ricos minerales de oro en el Guamoco. Pobló asimismo el dicho gobernador a San Juan de Rodas y San Jerónimo del Monte, todas ellas ricas de minas de oro que hasta el día de hoy se labran. Diole Su Majestad título de gobernador de todas ellas, poniendo en primer lugar a la villa de Santa Fe de Antioquia, que es del obispado de Popayán; y sacada ésta, todas las demás son sujetas a esta metropolitana, con más el pueblo de Guamoco, que pobló don Bartolomé de Alarcón, que sucedió en este gobierno por haberse casado con la hija del dicho gobernador Gaspar de Rodas, al cual se le dio por dos vidas. Y pues hemos puesto el catálogo de las ciudades, villas y lugares que se han poblado en este Nuevo Reino de Granada, en los cien años después de su conquista, pongamos los gobernadores, presidentes y oidores que lo han gobernado el dicho tiempo, con más los arzobispos y prebendados que han sido de esta santa Iglesia metropolitana, con lo cual daremos fin a esta obra; y para que mejor se entienda, digamos en qué estado está el gobierno de lo uno y de lo otro este año de 1638, en que se cumplieron los ciento de la conquista del Nuevo Reino de Granada, lo cual pasa como se verá en el siguiente capítulo.