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De la fiesta de Quetzalcoatl Era en otro tiempo la ciudad de Cholula como el sagrario de toda Nueva España, como otra Roma, a la cual por devoción venían muchos de regiones apartadísimas. Dicen que era notable por trescientos templos (cuando florecía el culto de los ídolos), más aún (según atestiguan otros), había tantos cuantos días tiene el año. El mayor de todos de los eregidos en esta Nueva España, era el que empezaron a construir en honor de Quetzalcoatl. Se cuenta que por aquel tiempo los cholulenses estaban decididos a levantarlo hasta la altura de la montaña llamada Tlachioaltépetl, la que casi tocaba al cielo, o de otra, que por las nieves con las que brilla perpetuamente, llaman el Monte Blanco, porque querían que el altar y el ídolo (puesto que ese demonio se llamaba dios del aire) llegaran hasta las nubes. Fue motivo de que esa portentosa y vasta maquina que ya casi tocaba al cielo, no fuese rematada hasta lo más alto, una fortísima tempestad (según ellos mismos atestiguan), acompañada de truenos y rayos, pero principalmente de uno más grande que todos, que imitaba la forma de rana venenosa (rubeta). Por estos agüeros se supo y conoció que a los otros dioses desagradaba esa fábrica y no consideraban con buen ánimo que este solo templo superase por la altura y magnificencia a todos los demás. La obra quedó interrumpida sin acabar lo comenzado, ya de inmensa magnitud. Después pusieron en el número de los dioses a las ranas venenosas. Celebran allí cada cuarto año la mayor de sus fiestas en honor de Quetzalcoatl. Ayuna el gran Achcauhtli cuatro días, comiendo una sola vez al día tortillas corrientes y bebiendo sólo agua; orando sin cesar y con la piel perforada por todas partes y chorreando mucha sangre. Sigue un ayuno de ochenta días antes de la fiesta de los Tlamacazque o sacerdotes de los dioses. Se reúnen en el aula del patio, llevando carbones encendidos e incienso de la tierra, pencas y púas de maguey y tizne negro u hollín. Se sientan por orden en esteras recargados contra la pared, según su costumbre, y no se levantan a no ser para exonerar el vientre o para orinar. Se abstienen de sal y de chile y no ven ninguna mujer durante los primeros sesenta días, tan distantes están así de darse a las cosas de Venus. Sólo las dos primeras horas de la noche daban al sueño y otras tantas de las últimas, y el resto del tiempo lo pasaban postrados en oración, quemando incienso, o en los baños cuando había cerrado la noche, con efusión de sangre de varias partes del cuerpo y untándolo con tizne. Durante los últimos veinte días se les aumentaba poco a poco la comida y ya no era tan exigua la señalada. Adornaban la estatua de Quetzalcoatl, o su ídolo, de riquísimos y muy hermosos ornamentos, entretejidos de oro, plata, piedras preciosas y plumas de varios colores. Por devoción al dios concurrían algunos sacerdotes de Texcalla vestidos con las vestiduras de Camaxtle. La última noche ofrecían collares y coronas entretejidas de maíz y otras diferentes yerbas perfumadas y hermosas. Añadían papiro que consideraban especialmente grato a los dioses, y montones de codornices, conejos y liebres. Cuando ya celebraban la fiesta misma, se vestían temprano por la mañana de vestes preciosas e inmolaban unos cuantos hombres. Porque aun cuando pocos murieran entonces porque el mismo Quetzalcoatl siempre vedó esta clase de carnicería, y a pesar de que fuera como el institutor de aquella gente e instaurador de la religión de los indios y su inventor, no se abstenían por completo de matanza, ni perdonaban a los que debían ser inmolados.
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CAPITULO XVIII Que trata del modo que tenían de enterrar a los muertos, y de otras ceremonias Habiendo tratado de estas costumbres, trataremos del modo de sus entierros. Cuando algún cacique o señor moría, le ponían en sus andas asentado y muy ataviado y el rostro descubierto con sus orejeras y bezotes de oro, plata o de esmeraldas o de otro género de piedras preciosas, y muy compuesto y afeitado, sus cabellos muy puestos en orden, como si fuese vivo. Y si era rey lo mismo, excepto que le ponían la corona real, a manera de mitra. Y por este orden le llevaban en unas andas de mucha riqueza y plumería y, llevándolo en sus hombros los más principales de la República, lo llevaban hasta una gran foguera que estaba hecha, acompañado de sus hijos y mujer, lamentando su fin y acabamiento, e iban otros pregoneros de la República pregonando sus grandes hechos y hazañas, trayendo a la memoria sus grandes trofeos, Allí, públicamente, le echaban en la foguera y con él se arrojaban sus criados y criadas y los que le querían seguir y acompañar hasta la muerte. Allí llevaban grandes comidas y bebidas para el pasaje de la otra vida de descansos. Después de quemado, recogían sus cenizas y las guardaban amasadas con sangre humana y les hacían estatuas e imágenes para memoria y recordación de quien fue. Otros, aunque eran señores, eran llevados con la misma solemnidad y pompa, y no los quemaban, sino que los enterraban en bóvedas y sepulturas que les hacían. Allí, se enterraban vivas con ellos doncellas y criados, enanos y corcovados, y otras cosas que el tal señor mucho amaba y con muchedumbre de matalotaje y comida para aquella jornada que se hacía para la otra vida. Este error usaban pobres y ricos y cada uno se enterraba según su cualidad. Después de este entierro iban a la casa del difunto, en la cual hacían grandes fiestas y comidas muy espléndidas, y grandes bailes y cantares, y gastaban sus haciendas después de muertos en veinte o treinta días en comidas y bebidas, cuya costumbre en muchas partes de esta tierra ha quedado muy arraigada. Lo mismo se hace en los casamientos, pues gastan todas las parentelas cuanto tienen en esta forma: que cuando se celebraba un casamiento, de parte del desposado toda su parentela ofrecía (cada uno lo que tenía) para ajuar y casamiento para la desposada: joyas oro o plata, esclavos y esclavas, hilo y algodón, cacao, cofres de madera y de diferentes cosas, esteras según su usanza; de parte de la desposada ofrecían ropas muy ricas labradas, mantas para el desposado, esclavos y mucha plumería. Por manera que con estos presentes había que gastar grandes tiempos y, después de esto, daban grandes y muy espléndidas y suntuosas comidas y bebidas de grandes diversidades de extrañezas, de aves, venados y otras cazas de montería, que sería detenernos mucho tratar de estas menudencias. Duraban estas fiestas muchos días en juegos, bailes y pasatiempos, según la calidad de las personas que se casaban y contraían estos matrimonios. Estos mismos ritos tenían cuando paría una mujer de alguna persona grave y de cuenta, pues que ansí como se sabía haber parido, a la hora venían todas las parentelas de la una parte y otra y todos traían presentes de ropa, de aves, de cualquiera cosa que tenían. Si era varón el recién nacido, entraba el saludador y decíale que fuese bien nacido y venido al mundo a padecer trabajos y adversidades, y ahí le traía a la memoria los hechos de sus antepasados y decíale que recibiese aquel mísero presente para se criase y holgase en su infancia, y a este tiempo le ofrecía de las cosas que le traía. Acabado esto, respondíale un viejo, que para esto estaba dedicado, dándole las gracias de todo. Luego, lo llevaban a su asiento. Allí, le daban de comer y beber y a toda la parentela que había traído, que para todos había, y en esto se tenía particular cuenta. Duraba esta ceremonia más de cuarenta o cincuenta días hasta que la parida se levantaba. Lo mismo hacían con las hijas hembras, aunque con más solemnidad se celebraba el nacimiento de los hijos. El padre del que nacía era obligado a hacer saber a sus amigos cómo le había nacido un hijo o hija, y a los que no les avisaban, pariente o amigo, no acudían a la visita ni a la fiesta, y se tenían por afrentados y se corrían de ello. Este mismo rito se tenía cuando uno acababa de labrar una casa y nuevamente se entraba a vivir en ella, porque decían que cuando se entraba a habitar en las casas recién acabadas, si antes no las encomendaban al dios de las casas, que gozaban poco de ellas los que las habitaban y que se morían. Por este respeto, al tiempo que las acababan y queriéndolas habitar, aquel día hacían grandes bailes y banquetes y convidaban gran copia de gentes conforme a la calidad de la persona que hacía la fiesta. Por esta orden se guardaba este rito desde el mayor hasta el menor y duraban las fiestas siete u ocho días. Este mismo modo de engaño tenían cuando nuevamente probaban los nuevos vinos. Antes que los dueños usasen de ellos convidaban gran muchedumbre de gentes a ello, porque el Dios Baco no les fuese contrario y que en sus borracheras les favoreciese en que no les sucediesen algunos desastres. Con estos engaños servían al demonio a banderas desplegadas, diciendo que con hacer esto los dioses habrían piedad de ellos en todas las cosas que se hacían y obraban en la tierra; que ellos no habían de ser guiados por su voluntad, sin primero invocar a los dioses de cada cosa, porque no se haría nada sin voluntad de ellos, y ellos, como dioses y señores supremos, habían de enviar a la tierra lo que les fuese conveniente para los hombres del mundo y a las cosas en ella creadas. Entendieron que no había sido creado el mundo, sino que acaso ello se estaba hecho y llamaban al dios del mundo y de la tierra, Tlaltecuhtli. Lo mismo tuvieron que los cielos no fueron creados, sino que eran sin principio. No tuvieron conocimiento de los cuatro elementos ni de los movimientos celestes. Cargábanse los naturales como bestias. Y esta costumbre de cargarse fue muy antigua y servían personalmente a sus mayores sin paga ninguna y sin más interés que los tuviesen debajo de su amparo. Ya dejamos tratado cómo antes que gozasen de los frutos pagaban primicia de ellos a los templos, de lo cual comían los templarios y de ello se sustentaban. En las ceremonias, ritos y supersticiones que hacían en las cazas generales de los tiempos del estío del año, y aún disimuladamente las hacen el día de hoy los otomíes, era en esta manera: cuando hacen grandes secas y esterilidad en la tierra, hacen llamamiento general en algunos montes conocidos para un día señalado y reunen muchedumbre de gentes para cazar que llevan muchos arcos, flechas, redes y otros instrumentos de caza, para lo cual se juntaban dos o tres mil indios, e iban por su orden echando sus redes y cercos hasta que topaban con la caza de venados o jabalíes u otro cualquier género de animal indoméstico y, alcanzado, con gran ceremonia y solemnidad le sacaban el corazón y luego la panza, y si en ella le hallaban yerbas verdes o algún grano de maíz o frijol nacido dentro del buche (porque el demonio siempre lo procuraba, para hacerse adorar de estas gentes por estas apariencias), decían que aquel año había de ser abundantísimo de panes y que no habría hambre y si le hallaban el vientre con yerbas secas, decían que era señal de mal año y de hambre y se volvían tristes y sin ningún contento. Si era de yerbas verdes hacían grande alegría, y bailes y otros regocijos, y de esta manera prosiguen sus cazas generales. Tienen todavía estas costumbres de supersticiones, que aún no se les acaba de desarraigar. Tornando a tratar del demonio y de la manera que lo veían, diremos que no lo veían visiblemente, sino por voz o porque en algún oráculo respondían. Algunos le veían transformado en león o tigre, o en otro cuerpo fantástico. Era tan conocido entre estos miserables que luego sabían cuando hablaba con ellos. Ansimismo, conocíanle porque se mostraba en cuerpo fantástico, sin tener sombras, sin chocozuelas en las coyunturas, sin cejas y sin pestañas, los ojos redondos sin niñas o niñetas y sin blancos. Todas estas señales tenían para conocerle aquellos a quienes se revelaba, mostraba y aparecía. Trataremos ahora de una hermafrodita que tuvo dos sexos y lo que de este caso acaeció. Fue que como los caciques tenían muchas mujeres, aficionóse un hijo de Xicotencatl de una mozuela de bajos padres, que le pareció bien, la cual pidió se la diesen sus padres por mujer, que ansí se acostumbraba, aunque fuesen para sus mancebas. La cual fue traída, que era hermosa y de buena disposición, y puesta entre sus mujeres y encerrada entre las demás. Y habiendo mucho tiempo que en esta reputación estaba con él, tratando y conversando con las otras mujeres, sus compañeras, comenzó a enamorarse de ellas y a usar del sexo varonil en tanta manera que, con el mucho ejercicio, vino a empreñar más de veinte mujeres, estando ausente su señor más de un año fuera de su casa. Y como viniese y viese a sus mujeres preñadas recibió pena y gran alteración y procuró saber quién había hecho negocio de tamaño atrevimiento en su casa y, entrando las pesquisas, se vino a saber que aquella mujer compañera de ellas las había empreñado, porque era hombre y mujer. Visto tan gran desconcierto y que la culpa no había sido sino suya, habiéndola él metido entre sus mujeres, parecióle no ser tan culpadas como si ellas le obieran procurado y ansí las reservó de que muriesen, aunque las casó y repartió, repudiándolas, que no fue poco castigo para ellas; mas al miserable hermafrodita lo mandaron sacar al público en un sacrificadero que estaba dedicado al castigo de los malhechores, manifestando la gran traición que había cometido contra su señor amo y marido. Y ansí, vivo y desnudo en vivas carnes, le abrieron el costado siniestro con un pedernal muy agudo y, herido y abierto, le soltaron para que fuese donde quisiese y su ventura le guiase. De esta manera se fue huyendo y desangrando por las calles y caminos, y los muchachos le fueron corriendo y apedreando más de un cuarto de legua hasta que el desventurado cayó muerto y las aves del cielo le comieron. Este fue el castigo que se le dió, y ansí, después andaba el refrán entre los principales señores: "Guardaos del que empreñó las mujeres de Xicotencatl y mirad por vuestras mujeres; si usan de los dos sexos, guardaos de ellas no os empreñen".
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CAPITULO XVIII Regrésase la Expedición a San Diego, sin haber hallado el Puerto de Monterrey, y los efectos que causó esta impensa da novedad. El día 24 de Enero de 1770 llegó de vuelta a San Diego la Expedición de tierra, que había salido el día 14 de Julio del año anterior, habiendo gastado seis meses y diez días, y pasado muchos trabajos (como refiere en su Diario mi amado Padre Condiscípulo Fr. Juan Crespí) trayendo la triste noticia de no haber hallado el Puerto de Monterrey, en que estuvo fondeada la Expedición marítima del Almirante D. Sebastián Vizcaíno el año de 1603, siendo Virrey de la N. E. el Conde de Monterrey, siendo así que habían llegado al Puerto de N. P. S. Francisco, cuarenta leguas más arriba al Noroeste. Escribióme esta noticia el P. Fr. Juan Crespí, que fue con la Expedición, añadiéndome, que se recelaban se había cegado el Puerto, pues hallaron unos grandes méganos o cerros de arena. Luego que leí esta noticia atribuía disposición divina el que no hallando la Expedición el Puerto de Monterrey en el paraje que lo señalaba el antiguo Derrotero, siguiese hasta llegar al Puerto de N. P. S. Francisco, por lo que voy a referir. Cuando el V. P. Fr. Junípero trató con el Illmô. Señor Visitador general sobre las tres Misiones primeras que le encargó fundar en esta nueva California, viendo los nombres y Patronos que les asignaba, le dijo "Señor, ¿para N. P. S. Francisco no hay una Misión?" A lo que respondió: Si San Francisco quiere Misión, que haga se halle su Puerto, y se le pondrá. Subió la Expedición: llega al Puerto de Monterrey: paró y plantó en él una Cruz, sin que lo conociese ninguno de cuantos iban, siendo así que leían todas sus señas en la Historia: suben cuarenta leguas más arriba, se encuentran con el Puerto de San Francisco N. Padre, y lo conocen luego todos por la concordancia de las señas que llevaban. En vista de esto, ¿qué hemos de decir, sino que N. S. Padre quería Misión en su Puerto.? Así lo juzgaría el Illmô. Señor Visitador general, pues en cuanto recibió la noticia (que ya S. Illmâ. se hallaba en México) negoció con el Exmô. Señor Virrey que se fundase la Misión en el citado Puerto; y lo tomó con tanto empeño, que viniendo diez Ministros para cinco Misiones en el Paquebot San Antonio, encargó al Capitán, que si arribaba primero al Puerto de San Francisco que al de Monterrey, y dos de los Misioneros se animaban a quedarse allí para dar mano sin pérdida de tiempo a la fundación, los desembarcase con todos los avíos pertenecientes a aquella Misión; que les dejase un competente número de Marineros armados para resguardo; y que diese cuenta al Comandante de tierra, quien proporcionaría luego mandar Tropa que remudase a los Marineros. No se efectuó por entonces, pues fue primero el Paquebot a Monterrey, y se pasaron seis años para el establecimiento de la Misión de N. P. S. Francisco, por lo que diré adelante. La misma noticia que me escribió el P. Crespí, de no haber hallado el Puerto de Monterrey, me dieron otros individuos de la Expedición, y el Comandante de ella D. Gaspar de Portalá, añadiéndome éste, que habiendo mandado registrar los víveres existentes, según el cómputo que se había hecho, administrados con toda economía, alcanzarían apenas hasta mediados de Marzo, reservando lo muy preciso para la retirada hasta la Frontera y nueva Misión de San Fernando, encargándome al propio tiempo que lo hiciese yo, a los Padres de las Misiones del Norte que tuviesen en aquel sitio algún repuesto, pues tenía determinado, que si para el día del Señor San José no llegaba a aquel Puerto alguno de los Paquebotes de S. Blas con víveres, el día 20 de Marzo se regresaría la Expedición, desamparando el Puerto de San Diego. Esta resolución, que luego se publicó allí, fue la penetrante flecha que hirió el celoso corazón de nuestro V. Fr. Junípero; y no hallando éste otro recurso que la oración, acudió a Dios por medio de ella, y estrechándose con su Majestad le pidió con los mas finos afectos de su encendida devoción, se compadeciese de tanta Gentilidad como había descubierta; porque si en esta ocasión se desamparaba el primer Establecimiento, quedaría esta Conquista espiritual, si no más, tan remota como antes. Cebándose cada día más su apostólico celo, a vista de tanta mies, que en su sentir estaba en sazón para recogerla ya a la Santa Iglesia, resolvió no desamparar el sitio, ni desistir de tan gloriosa empresa, aunque la Expedición se mudase, quedándose este Evangélico Ministro con alguno de sus Compañeros, confiado solamente en Dios, por cuyo amor se sacrificaba gustoso. Así me lo comunicó a mí por carta que recibí con las demás, de la cual es copia la siguiente, quedando la original en mi poder; y lo mismo haré con otras que convenga insertar, ya para prueba del ardiente celo en que se abrasaba mi V. P. Lector Junípero, o para hilar la Historia de esta California; y siento no haber hallado otras muchas cartas de las innumerables que me escribió, ínterin no vivimos juntos, pues con ellas nos consolábamos ambos; y el Siervo de Dios con las suyas, tan fervorosas y edificantes, despertaba mi tibieza y flojedad, como podrá advertir el Lector, si con atenta reflexión considera las que insertaré en esta Relación Histórica.
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Capítulo XVIII De Mamayunto Coya, mujer de Viracocha Ynga Mamayunto Coya, mujer de Viracocha Inga, dicen della los antiguos que fue una de las más hermosas y agraciadas mujeres que hubo entre todas las deste Reino y excedió a todas las Coyas sus antecesoras en belleza, por lo cual fue muy querida de Viracocha Ynga, su marido, y estimada de todos sus vasallos. Vivió mucho tiempo y en su palacio y morada tenía mil géneros de entretenimientos, jardines, huertas, y fuera de la ciudad del Cuzco, obra de un cuarto de legua, en un asiento llamado Manan Huanunca, que significa no-morirá, tenía un bosque y alameda, donde había infinidad de animales bravos y mansos, de todas suertes, el cual asiento es al presente de religiosos del Orden de Nuestra Señora de la Merced de aquella ciudad. Murió esta Coya ya muy vieja y dejó los hijos referidos en el capítulo precedente y una hija llamada Mama Anahuarque-Coya. Su figura es esta que se ve.
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Capítulo XVIII De Mamayunto Coya, mujer de Viracocha Ynga Mamayunto Coya, mujer de Viracocha Inga, dicen della los antiguos que fue una de las más hermosas y agraciadas mujeres que hubo entre todas las deste Reino y excedió a todas las Coyas sus antecesoras en belleza, por lo cual fue muy querida de Viracocha Ynga, su marido, y estimada de todos sus vasallos. Vivió mucho tiempo y en su palacio y morada tenía mil géneros de entretenimientos, jardines, huertas, y fuera de la ciudad del Cuzco, obra de un cuarto de legua, en un asiento llamado Manan Huanunca, que significa no-morirá, tenía un bosque y alameda, donde había infinidad de animales bravos y mansos, de todas suertes, el cual asiento es al presente de religiosos del Orden de Nuestra Señora de la Merced de aquella ciudad. Murió esta Coya ya muy vieja y dejó los hijos referidos en el capítulo precedente y una hija llamada Mama Anahuarque-Coya. Su figura es esta que se ve.
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Cómo el Almirante salió de la isla de la gran Canaria para seguir, o dar principio a su descubrimiento, y lo que le sucedió en el Océano Después que los navíos estuvieron bien arreglados y dispuestos para su partida, el viernes, que fue primero de Septiembre, a la tarde, el Almirante hizo desplegar las velas al viento, saliendo de la gran Canaria, y al día siguiente llegaron a la Gomera, donde en proveerse de carne, de agua y de leña, se detuvieron otros cuatro días, de modo que el jueves siguiente, de mañana, esto es, a 6 de Septiembre de dicho año de 1492, que se puede contar como principio de la empresa y del viaje por el Océano, el Almirante salió de la Gomera con rumbo al Occidente, y por el poco viento y las calmas que tuvo, no pudo alejarse mucho de aquellas islas. El domingo, al ser de día, halló que estaba a nueve leguas, hacia el Occidente, de la isla de Hierro, donde perdieron del todo de vista la tierra, y temiendo no volver en mucho tiempo a verla, muchos suspiraron y lloraron. Pero el Almirante, después que hubo animado A todos con largas promesas de muchas tierras y de riquezas, para que tuviesen esperanza y disminuyese el miedo que tenían de tan largo viaje, aunque aquel día los navios caminaron diez y ocho leguas, dijo no haber contado más de quince, habiendo resuelto aminorar, en la relación del viaje, parte de la cuenta, para que no supiese la gente que estaban tan lejos de España como de hecho lo estaba, pero con propósito de anotar ocultamente la verdad. Continuando así el viaje, martes, a 11 de Septiembre, a la puesta del sol, estando entonces ya cerca de cien leguas hacia el Occidente de la isla del Hierro, se vio un grueso madero del mástil de una nave de ciento veinte toneladas, el cual parecía que había ido mucho tiempo llevado por el agua. En aquel paraje, y más adelante al Occidente, las corrientes eran muy recias hasta el Nordeste. Pero habiendo corrido después otras cincuenta leguas al Poniente, el 13 de Septiembre, halló que a las primeras horas de la noche, noroesteaban las calamitas de las brújulas por media cuarta, y al alba, noroesteaban poco más de otra media de lo que conoció que la aguja no iba derecha a la estrella que llaman del Norteo, o Polar, sino a otro punto fijo e invisible. Cuya variación hasta entonces nadie había conocido, y así tuvo justa causa para maravillarse de esto. Pero mucho más se asombró el tercer día, cuando había ya ido cien leguas más adelante de aquel paraje, porque las agujas, al principio de la noche noroesteaban con la cuarta, y a la mañana, se dirigían a la misma estrella. El sábado, a 15 de Septiembre, estando casi trescientas leguas hacía el occidente de la isla del Hierro, de noche cayó del cielo al mar una maravillosa llama, cuatro o cinco leguas distantes de los navíos, con rumbo al Sudoeste, aunque el tiempo era templado, como en abril, y los vientos del Nordeste al Suroeste bonancibles, el mar tranquilo, y las corrientes de continuo hacia el Nordeste. Los de la carabela Niña dijeron al Almirante que el viernes pasado habían visto un gorjao y otro pájaro llamado rabo de junco, de lo que, por ser éstas las primeras aves que habían parecido, se admiraron mucho. Pero mayor fue su asombro al día siguiente, domingo, por la gran cantidad de hierba entre verde y amarilla que se veía en la superficie del agua, la cual parecía que fuese nuevamente separada de alguna isla o escollo. De esta hierba vieron mucha al día siguiente, de donde muchos afirmaron que estaban ya cerca de tierra, especialmente, porque vieron un pequeño cangrejo vivo, entre aquellas matas de hierba; decían que ésta era semejante a la llamada Estrella, sólo que tenía el tallo y los ramos altos, y estaba toda cargada de frutos como de lentisco; notaron también que el agua del mar era la mitad menos salada que la anterior. A más de esto, aquella noche les siguieron muchos atunes, que se acercaban tanto a los navíos y nadaban junto a ellos tan ligeramente, que uno fue matado con una fisga por los de la carabela Niña. Estando ya trescientas sesenta leguas al oeste de la isla del Hierro, vieron otro rabo de junco, pájaro llamado así porque. tiene una larga pluma por cola, y en lengua española, rabo quiere decir cola. El martes después, que fue 18 de Septiembre, Martín Alonso Pinzón, que había pasado adelante con la carabela Pinta, que navegaba muy bien, esperó al Almirante y le dijo haber visto una multitud grande de aves que volaban hacia poniente, por lo que esperaba encontrar tierra aquella noche. Cuya tierra le pareció ver hacia el Norte, a distancia de quince leguas, en el mismo día, al ponerse el sol, cubierta de grande oscuridad y nubarrones. Pero como el Almirante sabía con certeza que no era tierra, no quiso perder el tiempo en ir a reconocerla, como todos deseaban, porque no la encontraba en el sitio donde, por sus conjeturas y razonamientos, esperaba que se descubriese; antes bien quitaron aquella noche una boneta, porque el viento arreciaba, habiendo pasado ya once días que no amainaban las velas un palmo, pues caminaban de continuo con viento en popa hacia el Occidente.
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CAPÍTULO XVIII En que se responde a los que sienten haberse navegado antiguamente el Océano como agora Lo que se alega en contrario de lo dicho, que la flota de Salomón navegaba en tres años, no convence, pues no afirman las Sagradas Letras que se gastaban tres años en aquel viaje, sino que en cada tres años, una vez se hacía viaje. Y aunque demos que duraba tres años la navegación, pudo ser y es más conforme a razón, que navegando a la India Oriental, se detuviese la flota por la diversidad de puertos y regiones que iba reconociendo y tomando, como agora todo el mar del Sur se navega cuasi desde Chile hasta Nueva España; el cual modo de navegar, aunque tiene más certidumbre por ir siempre a vista de tierra, es empero muy prolijo por el rodeo que de fuerza ha de hacer por las costas y mucha dilación en diversos puertos. Cierto yo no hallo en los antiguos que se hayan arrojado a lo muy adentro del mar Océano, ni pienso que lo que navegaron de él, fue de otra suerte que lo que el día de hoy se navega del Mediterráneo. Por donde se mueven hombres doctos a creer que antiguamente no navegaban sin remos, como quien siempre iba costeando la tierra. Y aun parece lo da así a entender la Divina Escritura cuando refiere aquella famosa navegación del Profeta Jonás, donde dice que los marineros, forzados del tiempo, remaron a tierra.
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En que se cuenta el gobierno del presidente don Francisco de Sandi; lo sucedido en su tiempo; la venida del licenciado Salierna de Mariaca; su muerte, con la del dicho presidente Ya queda dicho cómo el presidente don Francisco de Sandi, del hábito de Santiago, que lo había sido de la Audiencia de Guatemala, de donde vino a este gobierno y presidencia, entró en esta ciudad a 28 de agosto del año de 1597, poco antes que el doctor Antonio González se fuese a Castilla. Trajo consigo a la presidenta, su mujer, y a un hermano suyo, fray Martín de Sandi, del Orden de San Francisco, que aun cuando lo hubiera dejado en Guatemala le estuviera mejor, por lo que después se dijo de él por causa de este hermano. Comenzó el presidente su gobierno, y como en esta ciudad en aquella sazón había gente satírica, que no sé si la hay agora, fuéronle a visitar algunos de los más principales, y halláronle con una gran calentura, que era muy antigua, con lo cual temieron mal despidiente y no le volvieron a ver más. Era esa aspereza del presidente Sandi en tanto grado, que en ninguna manera consentía que persona ninguna, fuese de la calidad que se fuese, visitase a la presidenta, su mujer, con lo cual desde luego fue tenido por juez áspero y mal acondicionado. Los dos oidores, el licenciado Diego Gómez de Mena y el licenciado Luis Enríquez, fomentaron sus cosas y sus rigores, porque eran de un mismo humor. Concluyo esto con decir que su gobierno fue penoso y de mucho enfado. Dice Marco Aurelio que el buen juez ha de tener doce condiciones. La primera: "no sublimar al rico tirano, ni aborrecer al pobre justo; no negar la justicia al pobre por pobre, ni perdonar al rico por rico; no hacer merced por sola afición, ni dar gusto por sola pasión; no dejar mal sin castigo, ni bien sin galardón; no cometer la clara justicia a otro, ni determinar la suya por sí; no negar la justicia a quien la pide, ni la misericordia a quien la merece; no hacer castigo estando enojado, ni prometer mercedes estando alegre; no descuidarse en la prosperidad, ni desesperar en la adversidad; no hacer mal por malicia, ni cometer vileza por avaricia, no dar la puerta al lisonjero, ni oídos a murmuradores; procurar ser amado de buenos y temido de malos; favorecer a los pobres que pueden poco, para ser favorecido de Dios, que puede mucho". Veamos agora si topan algunas de estas doce condiciones en los jueces de este gobierno. Cúpole al licenciado Luis Enríquez mandar hacer la puente de San Agustín, que está en la calle principal de esta ciudad. Pues haciendo las diligencias necesarias para esta obra, envió por indios a los pueblos de Ubaque, Chipaque, Une y Cueca, Usme y Tunjuelo para que sirviesen por semanas en la obra. Pues enviando por los unes y cuecas, que eran de la encomienda de Alonso Gutiérrez Pimentel, fueron por estos indios a tiempo que el encomendero los tenía ocupados en sus sementeras y labores, y como se los quitaron, dejóse decir no sé qué libertades contra el oidor, que de la misma manera que él las dijo, de esa misma manera se las cortaron. Si le cogieron de lleno o no, remítome a la resulta. El oidor informó en el Real Acuerdo del caso, y cometiéronle la causa para que hiciese las informaciones. ¡Válgame Dios! Parte y juez..., no lo entiendo. ¡Guarte Alonso Gutiérrez Pimentel, que va sobre ti un rayo de fuego! ¡Con los primeros testigos le mandó prender y secrestar los bienes, y finalmente le hizo una causa tan fea, que con ella le ahorcaron! ¡Un hombre que había sido muchas veces en esta ciudad alcalde ordinario y alférez real! Más valiera que hubiera nacido mudo, o que no fuera encomendero; y Dios nos libre que una mujer pretenda venganza de su agravio: ojo a Thamar y al desdichado Amón. Estaba preso en la cárcel de Corte Damián de Silva, sobre ciertos negocios, y fuéronle a notificar un auto acordado. Hecha la notificación, dijo contra los jueces mil libertades malsonantes, que como él las dijo se hizo relación en el Real Acuerdo. Hízose allí la información, con que le condenaron en doscientos azotes, y antes que saliesen del Acuerdo anduvo la procesión. Cosa maravillosa es para mí, que del hablar he visto muchos procesos, y que del callar no haya visto ninguno, ni persona que me diga si lo hay. Bien dicen que el callar es cordura. Otras muchas justicias se hicieron en estos tiempos, unas justiciadas, otras no tanto, porque si entran de por medio mujeres, Dios nos libre. Quien comúnmente manda el mundo son mujeres, y así dijo Isaías de la hierosolimitana, que mujeres la mandaban, y fue porque en un tiempo estaba en mujeres constituido el gobierno de Jerusalén. Viendo el profeta jeremías las mujeres hierosolimitanas mandar a sus maridos, y a sus maridos mandar a Jerusalén, dice que mujeres gobernaban la ciudad. ¿Cómo se le puede quitar a la mujer que no mande, siendo suya la jurisdiscción, porque es primera en tiempo, por la cual razón es mejor en derecho? Demás que le viene por herencia; pruébolo: Mándale Dios a Adán: "No comas del árbol que está en medio del paraíso, porque en la hora que comieres de ése, morirás". Pues Eva, su mujer, va y tráele la fruta, y mándale que coma de ella, y obedece Adán a su mujer. Come la fruta vedada, pasa el mandato de Dios y sujétanos a todos de la muerte. Llama Dios a Adán a juicio, y dale por disculpa, diciendo: Mulier quem dedisti mibi, ipsa me decepit. Andad, señor, que no es ésa la disculpa de vuestra golosina; no la dejárades vos irse a pasear, que aquí estuvo todo el daño. La mujer y la hija, la pierna quebrada y en casa; y si le dieres licencia para que se vayan a pasear, o ellas se la tomaren y sucediere el mal recaudo, no le echéis a Dios la culpa, ni tampoco os abroqueléis con la disculpa de Adán: quejaos de vuestro descuido. Hasta este punto no hallo yo en la Escritura lugar alguno que me diga que Adán hubiese mandado cosa alguna; luego de la mujer es la jurisdicción en el mandar. Ella le quitó la viña a Nabot. A Sansón le quitó la guedeja de cabellos de su fortaleza y le sacó los ojos. A David lo apartó de la amistad de Dios por algún tiempo, y le hizo cometer el adulterio y homicidio y, lo que fue peor, el mal ejemplo para los suyos y para sus vecinos. A su hijo Salomón lo hizo idolatrar, v al glorioso Baptista le cortó la cabeza. ¿Qué diferencia hay entre mandar las mujeres la república, o mandar a los varones que mandan las repúblicas? Las mujeres comúnmente son las que mandan en el mundo; las que se sientan en los tribunales y sentencian y condenan al justo y sueltan al culpado; las que ponen y quitan leyes y ejercitan con rigor las sentencias; las que reciben dones y presentes y hacen procesos falsos. El otro emperador griego dijo de su hijo Diofruto, muchachuelo de siete años, que mandaba toda la Grecia, y pruébalo diciendo: "Este niño manda a su madre, su madre me manda a mí, y yo a toda la Grecia". ¡Buena está esta chanza! Decid, emperador, que vuestra mujer, con aquel garabatillo que vos sabéis, que esto corre por todos los demás, os manda a vos; y vos a la Grecia; y no echéis la culpa al niño, que no sabe más que pedir papitas. Son muy lindas las sabandijas, y tienen otro privilegio, que son muy queridas, que de aquí nace el daño. Buen fuego abrase los malos pensamientos, porque no lleguen a ejecutarse. ¡Válgame Dios! ¿Quién al cabo de setenta y dos años y más, me ha revuelto con mujeres? ¿No bastará lo pasado? Dios me oiga y el pecado sea sordo: no quiero que llueva sobre mí algún aguacero de chapines y chinelillas que me haga ir a buscar quien me concierte los huesos; pero yo no sé por qué... Yo no las he ofendido, antes bien las he dado la jurisdiscción del mundo. Ellas lo mandan todo, no tienen de qué agraviarse. Ya me estarán diciendo que por qué no digo de los hombres; que si son benditos o están santificados. Respondo: que el hombre es fuego y la mujer estopa, y llega el diablo y sopla. Pues a donde se entremeten el fuego, el diablo y la mujer, ¿qué puede haber bueno? Con esto lo digo todo, porque querer decir del hombre, en común o en particular, sería nunca acabar. El hombre se dice mucho menor, porque todo lo que se halla en el mundo mayor se halla en él, aunque con forma más breve, porque en él se halla ser, como en los elementos; vida, como en las plantas; sentido, como en los animales; entendimiento y libre albedrío, como en los ángeles; y por esto le llama San Gregorio al hombre "toda criatura", porque se hallan en él la naturaleza y propiedades de todas las criaturas, por lo cual Dios le crió en el secto día, después de todas las criaturas criadas, queriendo hacer en él un sumario de todo lo que había fabricado. Quiero volver a las mujeres y desenojarlas, por si lo están, y decir un poquito de su valor. Grandísima es la fama de las diez Sibilas, pues con palabras tan divinas trataron de los dichos y hechos, muerte, resurrección y ascensión de nuestro Redentor, y de todos los demás artículos de fe católica. La casta y famosa viuda Judith, con sabiduría y animo más que humano, guardó su decoro y limpieza, cortó la cabeza de Holofernes y libró a la ciudad de Betulia. Maria, hermana de Moisés, fue doctísima, y tomando su adufe guió la danza con otras mujeres, y cantó en alabanza de Dios un cántico de divinas sentencias, y en memoria de la victoria que el pueblo de Dios había tenido contra Faraón y un ejército. Abigaíl tuvo tantas letras y discreción, que supo aplacar la ira del rey David contra Nabal Carmelo, su marido, después de cuya muerte mereció ser mujer del mismo rey David. La reina Ester fue tan docta y valerosa, que supo aplacar al rey Asuero para que perdonase al pueblo hebreo y sentenciase a muerte al traidor Amán. Quíteseles el enojo, señoras mías, que como he dicho de éstas dijera de muchas más; pero llámanme el presidente don Francisco de Sandi y unos oidores mancebos, que lo cierto es que si son mozos y por casar, algún entretenimiento han de tener. Pasaba esto tan adelante, que en las puertas de las casas reales les ponían los papeles de sus cosas y vez hubo que ellos propios, juzgando en los estrados reales, se echaban chanzonetas y coplas. * * * La mujer es arma del diablo, cabeza de pecado y destrucción del paraíso. Gobernado, como digo, el doctor don Francisco de Sandi, sucedió que le vino al convento de Santo Domingo un visitador, con el cual el provincial de su orden, que lo era en aquella sazón el Padre fray Leandro Garfias, gran predicador, el cual con otros frailes de su devoción, no pudiendo sufrir las cosas de su visitador, se salieron de su convento y se andaban, como dicen, al monte, para cuyo remedio se creó un juez conservador, y fue nombrado para ello el Padre fray Francisco Mallón, de la Orden de San Agustín, el cual, conociendo la causa, entre otras diligencias que hizo fue publicar censuras contra los comprendidos. Fijó una de ellas en las puertas de esta santa iglesia catedral. Dijéronle al señor arzobispo don Bartolomé Lobo Guerrero cómo en las puertas de su iglesia estaba aquella censura. Su Señoría la mandó quitar y que se la llevasen. El día siguiente amaneció puesta otra contra los comprendidos en la primera, y contra el mesmo arzobispo. Enfadado Su Señoría del atrevimiento, llamó a don Francisco de Porras Mejía, maestre-escuela y su provisor, y mandóle que le prendiese el juez conservador y se lo trajese a su presencia. Con este mandato partió luego el provisor a ponerlo en ejecución. Era tiempo de órdenes, estaba la ciudad llena de ordenantes, sin otros muchos clérigos que había, que eran más de trescientas personas. Pues con todas ellas pasó el provisor por la calle real y por la plaza, la vuelta de San Agustín, a hora que los señores de la Real Audiencia estaban en la sala del Acuerdo, a donde se les dio el aviso de lo que pasaba. Despacharon luego a la diligencia al licenciado Diego Gómez de Mena, para que reparase el daño; el cual, acompañado de los alcaldes oridinarios, alguaciles mayores de Corte y ciudad, con los demás y mucha gente secular, siguió al provisor y a su acompañamiento, y alcanzóle en la puente de San Agustín, a donde hizo alto el un campo y el otro. Mientras el oidor y el provisor estaban hablando, un clérigo, no sé sobre qué, asió al alcalde ordinario (Mayorga) de los cabezones, de manera que le sacó todas las lechuguillas del cabello en una tira; y soltándole, se empuñó en una espada que traía debajo del manteo, que todos venían prevenidos de armas. Acudió luego el provisor, puso censuras. El oidor, por su parte, echó bando, con pena de traidor al rey secular que se menease; y con esto se entraron en las casas del capitán Sotelo, junto a la mesma puente, a donde actuaron. Con lo cual el oidor se volvió a la Audiencia, y el provisor hizo lo propio, sin que se entrase en San Agustín, que los frailes también estaban prevenidos. Mientras esto pasaba en la puente de San Agustín, el Real Acuerdo había enviado al licenciado Lorenzo de Terrones a casa del provisor, a secrestarle los bienes; el cual habiendo llegado con todos sus clérigos a la esquina de las casas reales, a donde por mandado del Real Acuerdo le estaba esperando el licenciado Luis Enríquez el cual le prenció y metió preso en una sala de las casas reales. De todo esto se le dio aviso al señor arzobispo, el cual vino luego acompañado de todos los prebendados y de toda aquella clerecía y ordenantes. Estaban ya aquellos señores en la Real Audiencia, diéronles el aviso, y mandaron que a sólo el arzobispo dejasen entrar en la real sala. Había en el patio de las casas reales mucha gente secular prevenida. Entró el arzobispo y llamó a la puerta de la Audiencia. Preguntaron de dentro: --"¿Quién llama a la puerta de la Real Sala?". Respondió: --"El arzobispo del Reino". Respondieron de dentro, diciendo: --"Abrid al arzobispo del Reino". Abrieron las puertas, quisieron entrar con él otros clérigos y no les dieron lugar. Pues habiendo entrado el arzobispo en la sala comenzó a dar voces, diciendo: --"Bajen acá, bajen acá, vamos al Real Acuerdo, que yo también soy del Consejo". Dijeron desde los estrados: --"Secretario, notificadle al arzobispo del Reino que tome su asiento en estos reales estrados, o se salga de ellos". Volvió a dar voces, diciendo: --"Bajen acá, bajen acá, vamos al Acuerdo". Volvieron a responder de los estrados, diciendo: --"Secretario, notificadle por segundo término al arzobispo del Reino que, so pena de las temporalidades y de que será tenido por extraño de los reinos, toma su asiento en estos reales estrados, o se salga de ello". Con esto subió a tomar su asiento. Al punto mandó la Audiencia despejar la sala, saliéronse todos, y cerraron las puertas. Lo que allá pasó no lo pudimos saber. Al cabo de más de una hora, salió el arzobispo; a lo que mostró en el semblante, harto disgustado, y fuese a su casa. Aquellos señores salieron de la Audiencia y se fueron al Acuerdo, donde comieron aquel día; y a la tarde, entre las cinco y las seis, le enviaron al señor arzobispo su provisor, acompañado del licenciado Lorenzo de Terrones, oidor de la Real Audiencia, y de muy lucida gente popular que había estado esperando a ver en qué paraban aquellos negocios. Con lo cual se acabó todo aquel alboroto, sin que se tratase más de él. El negocio del visitador de Santo Domingo también tuvo buen suceso; con lo cual los frailes retirados se volvieron a su convento. Acabadas las constituciones sinodiales, pretendió el señor arzobispo despachar convocatorias a sus sufragáneos, para celebrar concilio provincial, y lo estorbó su promoción al arzobispado de Lima. Recibió las bulas de esta merced a 3 de agosto del año de 1608; y en el siguiente de 1609, a 8 de enero, partió de esta ciudad para la de Lima, en la que vivió hasta enero de 1622 años, en que falleció de más de ochenta de edad. Téngale Nuestro Señor en la santa gloria, que él me desposó de su mano, ha más de treinta y siete años, con la mujer que hoy vive. Sucedióle en este arzobispado de Santa Fe don fray Juan de Castro, del Orden de San Agustín, que habiendo gozado de su renta algunos años, lo renunció sin salir de España. * * * No puedo dejar de tener barajas con la hermosura, porque ella y sus cosas me obligan a que las tengamos. Esto lo uno, y lo otro porque ofrecí escribir casos, no para, que se aprovechen de la malicia de ellos, sino para que huyan los hombres de ellos y los tomen por doctrina y ejemplo para no caer en sus semejantes y evitar lo malo. A los fines del gobierno del doctor Antonio González, y al principio de la presidencia del doctor don Francisco de Sandi, siendo corregidor de la ciudad de Marequita Pedro de Andújar (son de este corregimiento la dicha ciudad, la de Tocaima, la de Ibagué, Los Remedios, y también lo era victoria la Vieja, que de ella no ha quedado más que el sitio de su población con sus ricos minerales y veneros de oro). Vivía, pues, en la ciudad de Marequita, una doña Luisa Tafur, moza gallarda y hermosa, casada con un Francisco Vela, hijo de Diego López Vela, vecinos que habían sido de Victoria la Vieja. Esta señora tenía un hermano, llamado don Francisco Tafur, mozo de pensamientos desordenados, e incorregible, el cual había muerto a un Miranda, dándole una estocada pensando que la daba a otro, por lo cual andaba huyendo de la justicia. Sucedió que la doña Luisa, su hermana, trataba sus amores con un caballero llamado don Diego de Fuenmayor, vecino de la dicha ciudad, hombre rico y hacendado. Siempre la hermosura fue causa de muchas desgracias, pero no tiene ella la culpa, que es don dado de Dios. Los culpados son aquellos que usan mal de ella. Poca culpa tuviera la hermosura de Dina, hina de Jacob, si el príncipe de Siquen no hubiera usado mal de ella. Poca culpa tuviera la hermosura de Elena, la greciana, si Paris, el troyano, no la robara. Todo esto nació de irse estas hermosas a pasear. Finalmente, la ocasión es mala, porque en los lugares ocasionados peligran los más virtuosos. Dice San Agustín: "Nunca hallé en mi más virtudes que cuando me aparté de las ocasiones". El Francisco Vela traía algunas sospechas de estos amores de la mujer con el don Diego de Fuenmayor, y para enterarse hizo sus diligencias. Pues un día, entre otros, que él había espiado buscando ocasión para satisfacerse y satisfacer su honor, halló una, que de ella no surtió más efecto que dar a la mujer unas heridas, de lo cual quedó el don Diego escaldado, o, por mejor decir, más bien avisado para mirar por si y procurar, por todos los medios posibles, quitar de en medio al perturbador de sus gustos. La doña Luisa, ofendida del marido y privada de poder ver a don Diego, que era la herida que ella más sentía, porque las que el marido le dio sólo cortaron la carne y sacaron la sangre; pero la de la ausencia y privación de ver lo que amaba, teníala en el corazón, el cual le espoleaba a la venganza, y así puso la mira en matar al marido y quitarle de enemigo. Comunicó este pensamiento con el don Francisco Tafur, su hermano, al cual halló dispuesto al hecho, espoleado del honor en ver que el cuñado había sido causa, con las heridas que había dado a su hermana, de que la ciudad murmurase y cada cual juzgase a su intento, con lo cual se dispuso a matar al cuñado. El don Diego de Fuenmayor, que le conoció el propósito y lo que pretendía hacer, acudió (como dicen) a echar leña al fuego, prometiéndole al don Francisco Tafur que si hacía el hecho le daría dineros, cabalgadura y todo el avío para que se fuese al Pirú, o donde quisiese; con lo cual el don Francisco puso mucho cuidado en matar al cuñado. En esta sazón, vino a la ciudad de Marequita un maestro de armas, llamado Alonso Núñez, con quien trabó amistad el don Francisco Tafur, el cual de muchos días atrás posaba en compañía de Francisco Antonio de Olmos, fundidor y ensayador de la moneda de este Reino. Pues trabadas las amistades del Alonso Núñez, el don Francisco Tafur se salió de esta posada y se fue a vivir en casa de la doña Luisa Tafur, su hermana. El Francisco Vela, que con las heridas que había dado a la mujer andaba con cuidado, procurando ocasión y tiempo para satisfacerse mejor. La mujer, por su parte, no se descuidaba en hacer diligencias, viéndose privada de la vista y amistad del don Diego de Fuenmayor; que esto era lo que ella más sentía. ¡Oh mujeres, armas del diablo! Las malas digo, que las buenas, que hay muchas, no toca mi pluma si no es para alabarlas; pues si dan en crueles, Dios nos libre, que por venganza echan todo el resto, sin que reparen en honra y vida ni tampoco se acuerden de Dios, de quien no pueden huir para ser juzgadas; todo lo atropellan por salir con la suya y vengarse. Tulia hizo matar a su padre, el rey Tarquino de Roma, por quedarse con el reino, hízolo arrojar en una calle; y pasando por allí en su carro triunfal, quiso el carretero, movido de piedad, torcer por otra vía el camino, pero la hija le forzó a que pasase las ruedas por encima de su padre y hacerle pedazos después de muerto. Dime, Tarquino, rey de Roma, ¿cuál pecado fue el tuyo, pues permitió Dios que tal hija engendrases? Sin duda fue gravísimo. Dime también, pues allá estáis entrambos, ¿qué pena se le da en el infierno a la hija que tal crueldad usó con su padre? Sin duda es gravísima, porque de más de ser contra el precepto de Dios, tiene en sí delito, horror y espanto. Paréceme que carros de fuego pasarán por sobre ella horas y momentos, y que tú, cargado de tus penas y tormentos, eres el carretero. justa venganza, si de ella pudieras tener gozo! El don Francisco Tafur, cargado de promesas del don Diego de Fuenmayor, buscaba la ocasión de poder matar al cuñado. Supo que estaba en una estancia, de la otra banda del río Gualí; tomó una escopeta cargada y fue en busca de él; y llegando a ella, aunque la noche era obscura, fue sentido de los perros y de la gente de la estancia, con la cual y con los perros cargó el Francisco Vela sobre él, yéndose en retaguardia de su gente que llevaba; y no paró hasta quitalle la escopeta que traía; y como conoció que era el don Francisco de Tafur, su cuñado, preguntóle qué era lo que buscaba y adónde iba. Respondióle: --"Que bien sabia que andaba huyendo de la justicia por la muerte que había hecho de aquel hombre, y que esto le hacía andar prevenido de armas, y que no hallaba lugar seguro a donde reposar ni descansar una hora". El Francisco Vela le aquietó y díjole que "mirase que era su cuñado, y que por volver por su honra había hecho lo que ya sabía". Con estas y otras razones quedaron por entonces reconciliados y amigos, y ambos entraban y salían en la ciudad, de noche. El Alonso Núñez, maestro de armas, como vivía en casa de la doña Luisa Tafur, y con la continua comunicación trató de requebrarla; ella, que no atendía a otra cosa más que a la venganza del marido, diole al Alonso Núñez muy buena salida a su pretensión, con que primero y ante todas cosas quitase el estorbo del marido matándole, que su hermano don Francisco Tafur le ayudaría. Con lo cual comunicó el negocio con él y concertados buscaban la ocasión para matar al Francisco Vela, la cual les trajo el demonio a las manos, que es el maestro aquestas danzas, en esta manera: Estaba fuera de la ciudad el Francisco Vela, y vino una noche a casa de una tía suya, a donde se apeó, y de allí se fue a casa del cura de la ciudad, a ver a un don Antonio, amigo suyo, que estaba allí enfermo. Supo el don Francisco Tafur de la llegada del Francisco Vela a casa de la tía, diole el aviso al Alonso Núñez, encargándole que, en todo caso, procurasen aquella noche matarle, y que no se sabría por estar recién venido; que él lo iría a buscar y lo sacaría a donde lo pudiesen hacer con seguridad. Asentado esto, fuese el don Francisco Tafur a buscarle a casa de la tía, en donde le dijeron que había ido a casa del cura a visitar a aquel enfermo; con lo cual fue a casa del cura, donde le halló; y habiendo hecho la visita se salieron hacia la plaza. El Alonso Núñez, que seguía los pasos del don Francisco, violos salir e hizo alto en la esquina de la calle. El don Francisco Tafur, que reconoció al Alonso Núñez, le dijo al Francisco Vela, su cuñado: --"Allí veo un bulto, no quisiera que fuese la justicia. Salgamos por esta calle hacia el campo, hasta que sea un poco más tarde". Con esto se salieron de la ciudad, siguiéndolos siempre el Alonso Núñez; y llegando junto a un arcabuco, metieron mano a las espadas los dos contra el Francisco Vela y le dieron muchas estocadas hasta matarle; lo cual hecho lo metieron en el monte, con lo cual se fueron. El don Francisco Tafur le dijo al cura que le dijese a Diego López Vela cómo él había muerto a su hijo, por las heridas que dio a su hermana y por la deshonra que había causado; con lo cual se hizo diligendia en buscar al Francisco Vela y en tres días no pudo ser hallado, hasta que los gallinazos descubrieron el cuerpo, que un indio, viéndolos, entró en el monte pensando ser otra cosa, donde halló al Francisco Vela muerto. Dijo de ello aviso a la justicia, la cual, informada del caso, despachó dos hombres contra los delincuentes, que se habían retirado hacia Purnio, a los cuales, después de haberse defendido gran rato, prendieron y trajeron presos a la cárcel de la dicha ciudad, a donde substanciando el corregidor la causa condenó a tormento al don Francisco Tafur, en el cual negó fuertemente. Reconoció el corregidor que se había preparado y prevenido el don Francisco para el tormento, y díjole: --"Muchos cuñados tenéis, don Francisco, mas yo lo remediaré". Quitáronle del tormento y dejó el corregidor que pasasen algunos días, al cabo de los cuales, cogiéndole descuidado, le volvió a dar tormento, en el cual confesó la verdad, condenando al Alonso Núñez. Con lo cual se hizo justicia de ellos, degollando al don Francisco Tafur y ahorcando al Alonso Núñez, porque éste es el Pago del amor mundano. Y con estos casos y otros semejantes me despido. La lujuria es una incitación y aguijón cruel de maldades, que jamás consiente en sí quietud; de noche hierve y de día suspira y anhela. Lujuria es un apetito desordenado de deleites desonestos, que engendra ceguedad en el entendimiento y quita el uso de la razón y hace a los hombres bestias. La doña Luisa Tafur con tiempo se salió de la ciudad, fuese a la villa de la Palma, y de ella se vino a esta ciudad, a donde se metió monja en la Concepción, aunque después se salió del convento sin que se supiese cuál camino tomase ni qué fuese de ella. * * * Y con esto volvamos a nuestro presidente don Francisco de Sandi. Del riguroso gobierno del presidente pasaron los informes a Castilla, y a vueltas del rigor dijeron también cómo fue fray Martín de Sandi, del orden de San Francisco* (Hasta aquí paró este cuento de este religioso por faltarle al libro una hoja que le perdieron. Quizá importaría el quitarla... y prosigue la historia así)**. ¿Llevar todo aquel oro? Respondiéronle que si. Dijo: "Pues no traigo ninguno", enseñándoles las faltriqueras y las demás partes del cuerpo, con lo cual los despidió. De allí a pocos días, como se le agravase el mal al visitador, y todos decían que se moría, publicó el presidente su queja, diciendo que el visitador le llevaba cinco mil pesos de buen oro mal llevados, y no paró en sólo quejarse, sino que fue personalmente a casa del señor arzobispo don Bartolomé Lobo Guerrero, y le contó el caso, suplicándole encargase la conciencia al licenciado Salierna de Mariaca, visitador, para que le restituyese los cinco mil pesos que llevaba. No se descuidó Su Señoría en hacer diligencia, porque al punto fue a casa del visitador y le propuso el caso, apretándole mucho en ello; el cual, con las palabras del sentimiento que tal caso requería, y con solemnidad de juramento, tomándole las manos consagradas, afirmó ser injusta la demanda del doctor Sandi, y falsa, porque no era ni pasaba tal como él decía; con lo cual el señor arzobispo se volvió a su casa, de donde le envió al presidente la respuesta de lo que le había encargado. El visitador, habiendo entendido la mácula que le había puesto contra su honor y cargo, envió a llamar al doctor don Francisco de Sandi, el cual habiendo ido, el visitador, en presencia de muchas personas que se hallaron allí, le dijo que "¿cómo un caballero como él le hacía cargo de lo que no era ni había pasado, diciendo que le llevaba cinco mil pesos de buen oro, siendo falso?". El presidente le respondió afirmándose en lo dicho, diciéndole que "con mala conciencia le llevaba aquel dinero, y que se lo había dado de su propia mano a la suya, como probaría bastantemente". El visitador le respondió que "no sabía qué testigos podrían testificar tan gran maldad; pero que él estaba muriendo, y que tenía por muy cierta su muerte, y que desde luego le citaba y emplazaba para que, dentro de nueve días desde el de su muerte, pareciese con él ante Dios, a donde se averiguaría la verdad, porque era tribunal a donde no valdrían falsedades ni engaños". Con lo cual se fue el doctor Sandi, afirmándose en lo que había dicho, y el visitador le respondió repitiéndole el emplazamiento que le había hecho. Al cuarto día después que aquesto pasó, llegó el último de la vida del licenciado Salierna de Mariaca. Habíale ido a ver un amigo del doctor Sandi aquella mañana, y pasando por junto a las casas del Mariscal Hernán Venegas, que hoy son casas reales, a donde posaba el presidente, desde la ventana le preguntó que de dónde venía, respondióle que de ver al visitador. Díjole el presidente: --"¿No acaba el diablo de llevarse a ese ladrón?". Respondióle: --"Señor, sin habla está, y entiendo tiene pocas horas de vida". Con lo cual se despidió. Entre las once y las doce horas, el mesmo día doblaron en la Catedral por el visitador Mariaca. Alborotóse la ciudad, corrió la voz; el presidente Sandi se asentó a comer con mucho gusto, y aun dijeron los que se hallaron presentes que había dicho algunas cositas, que cada uno podrá adivinar. Después que hubo comido, se acostó a dormir la siesta. Doña Ana de Mesa, su mujer, tomó una silla y asentóse junto a la cabecera de la cama, a donde consideró la inquietud que el marido tenía aquel espacio de tiempo que estuvo en la cama. Dentro de una hora, poco menos, recordó sobresaltado, y díjole a la mujer: --"Señora, ¿he dormido mucho?". Respondióle: --"Poco ha dormido Usía, porque ha estado inquieto". Respondióle: --"Pues no he dormido, señora, porque desde que me acosté he estado con el licenciado Mariaca en muy grandes disputas y diferencias, de que salí muy enfadado, y yo me siento bueno. Míreme este pulso, que me parece que tengo calentura". La presidenta le tomó el pulso, diciéndole: --"No crea Usía en sueños, que es burlería, y quieto tiene el pulso con una poquita de calentura, que no será nada, mediante Dios". Dijo el presidente: --"Llámenme al licenciado Auñón". El cual habiendo venido y vístole, le dijo que la calentura era lenta, y que iba a ordenarle una purga con que se la quitara. Esta calentura no le soltó, porque a 13 de septiembre del año de 1602 murió el visitador Mariaca, y a 22 de dicho mes y año murió el presidente Sandi, dentro de los nueve días del emplazamiento que le puso su competidor, que fue caso de admiración, y mucho mayor lo que el día de su muerte hubo, la gran tormenta de rayos, truenos, relámpagos y agua que hubo en esta ciudad, que parecía que se hundía. El día siguiente se enterró su cuerpo, con moderada pompa, en el convento de San Agustín. El visitador se enterró en la Catedral de esta ciudad. Este desgraciado caso, que o tengo por muy desgraciado, pasó en esta ciudad; y hoy viven muchos que lo vieron y lo supieron, porque son muchos los peligros de esta vida. Este mundo es un continuo peligro, y así dice San Pablo: "Peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de la ciudad, peligros en el mar, peligros en la soledad y peligros en falsos hermanos". Volviendo a mi tema, digo que si lo que queda dicho son dulces del gobernar, presidir y mandar, hágales muy buen provecho, que yo no los quiero, porque para mí más quiero una arroba de azúcar, aunque cueste cuatro o cinco pesos, porque al fin con ella se hacen regalitos que come el hombre, que no una arroba de oro con talta hiel, acíbar y desventuras como hubo en el caso presente y cada día vemos. * * * Siempre se conoció al doctor don Francisco de Sandi la condición cruel que tenía; y tenía pensado quitar tres cabezas de esta ciudad: la una, de Diego Hidalgo de Montemayor; la otra, del contador Juan de Arteaga, y la tercera, del capitán Diego de Ospina. El porqué, él solo y Dios lo sabían; pero este mal intento no tuvo efecto, porque permitió Dios que sucediese de otra manera, porque al Diego Hidalgo de Montemayor le dio una enfermedad de que en breves días murió. El Juan de Arteaga, yendo en una mula a ver su estancia que tenía en Tunjuelo, desde el puente de San Agustín revolvió la mula con él asombrada, llegando a la esquina de las casas reales, a donde yo y Juan Prieto de Ureta (vizcaíno) estábamos. Tuve yo la espada desnuda para cortar las piernas a la mula porque en toda aquella calle, aunque se le pusieron muchas personas por delante, no la pudieron detener; dejé de ejecutar el intento por consejo del compañero. Atravesó la mula por medio de la plaza, pasó por en medio de la horca que estaba puesta para hacer justicia, y en una puerta de cal y canto de las tiendas de Luis López Ortiz, dio al pobre contador con los cascos, cayendo de la mula tan mal herido, que dentro de tercero o cuarto día lo enterraron. Al capitán Diego de Ospina lo tenía preso en la cárcel de Corte, y el jueves santo en la noche, acompañado del alcaide de la cárcel, que llevaba ya su limosna, y con otros presos, se fueron a andar las estaciones y nunca más volvieron; con lo cual salieron vanos los pensamientos del doctor Sandi y su mala intención. Antes que pase adelante quiero decir los oidores que concurrieron en estas dos presidencias, y lo que fue de ellos, que son los siguientes: Con el doctor Antonio González concurrieron: el licenciado Ferráez de Porras, que murió en esta ciudad, y el licenciado Rojo del Carrascal, que de aquí fue a la Audiencia de las Carcas, a la silla del fiscal. Sucedió el licenciado Aller de Villagómez, y con él vinieron por oidores el licenciado Egas de Guzmán, que también murió en esta ciudad, y el licenciado Miguel de Ibarra, que fue el visitador general del partido de Santa Fe y dio el resguardo a los indios, y de esta plaza fue proveído por presidente de la Real Audiencia de San Francisco de Quito. Después vino por oidor el doctor don Luis Tello de Erazo, y consecutivamente los licenciados Diego Gómez de Mena y Luis Enríquez, que todos tres fomentaron el rigor del doctor don Francisco de Sandi. Templóse algún tanto con la venida del licenciado Lorenzo de Terrones, y mucho más con la venida del licenciado Alonso Vásquez de Cisneros, que fue el oidor de México. Sus dos compañeros fueron residenciados y enviados a España, de donde, salieron proveídos: el licenciado Diego Gómez de Mena por oidor de la Audiencia de México, y el licenciado Luis Enríquez por alcalde de Corte de Lima.
contexto
De la traición que intentaron los indios contra los Conquistadores juntos en la Asunción Habiendo el General Domingo Martínez de Irala, asentado la República de los españoles con la orden y comodidad posible, y más convenientemente a su conservación, hizo revista de la gente, y halló que tenía 600 hombres, residuo de 2.400 que habían entrado en la conquista, inclusas las reliquias de los de Sebastián Gaboto; y aunque estaban muy faltos de vestidos y municiones, y otros pertrechos necesarios, al fin gozaban de mejor pasadía que nunca con el buen orden que había, supliendo el general con su propia hacienda a los necesitados, y ayudándose en lo que podía de los indios comarcanos, a los cuales hizo llamamiento, y juntos les procuró dar a entender las cosas de nuestra Santa Fe y buena policía, como la subordinación al Rey nuestro señor, a quien debían toda lealtad, reconociéndole por su Soberano Señor. Lo cual recibieron los indios con buena voluntad, sometiéndose al señorío real; y como tales vasallos se ofrecieron acudir a todo lo que se les mandase en su real nombre, como lo mostraron en las ocasiones, que ocurrieron en adelante, especialmente en la guerra que el general hizo a unos indios llamados Yapirúes, antiguos enemigos de los guaraníes y españoles, en la jornada que hizo en la reducción y visita de los Pueblos de Ibitirusú, Tebicuarí, y Mondai, con los del río arriba, dejando a todos en asentada amistad hasta el año de 1539, en que se conjuraron contra los españoles, tomando por ocasión el habérseles hecho ciertos agravios y demasías por algunos españoles lenguas, todo procedido de su natural inconstancia y poca lealtad, con la que se dispusieron a quebrantar la fe; y así para la noche del jueves Santo de aquel año, cuando los españoles estuviesen en la Iglesia ya para salir a la procesión de sangre, determinaron acometerlos repentinamente, creyendo que en esta ocasión serían fácilmente vencidos. Con este acuerdo anticipada y disimuladamente fueron entrando cada día varias partidas al pueblo, so color de venir a tener la Semana Santa con los españoles, de modo que insensibemente se juntaron en la ciudad más de 8.000 indios. Estando en este punto, fue Dios Nuestro Señor servido de que se descubriese la tramoya por medio de una india que tenía en su servicio el capitán Salazar, hija de un cacique principal, la que habiendo entendido lo que los indios determinaban, dio de ello aviso a Salazar sucintamente, quien al punto lo participó al general, el cual viendo el gran peligro en que se hallarían, si se diese lugar a esperar el suceso, determinó atajarlo luego, dando una alarma falsa, fingiendo que venían sobre el pueblo los indios Yaripúes o Yapirúes, y que ya estaban como dos leguas de allí, y habían asaltado un pueblo de los indios, y que así convenía hacerles rostro, y acometerlos, para lo cual llamó a los caciques principales, y demás indios que habían concurrido a la conspiración, y conforme fueron llegando, los fue prendiendo, sin que los unos supiesen de los otros, hasta que la mayor parte de los caciques fueron puestos en prisión, contra los cuales se fulminó causa, y hecha averiguación del delito, fueron ahorcados y descuartizados los principales cabezas de esta conjuración, siendo perdonados los demás. Con este hecho quedaron los unos castigados, y los otros escarmentados y gratos con el indulto, y los españoles temidos y respetados para lo sucesivo, llevando el general el merecido lauro de gran valor y rectitud en no dejar sin castigo a los malos, y sin el merecido galardón a los buenos, por lo que fue igualmente temido y amado; y así voluntariamente los caciques le ofrecieron a él, y a los demás capitanes sus hijas y hermanas, para que les sirviesen, estimando por este medio tener con ellos dependencia y afinidad, llamándolos a todos cuñados, de donde ha quedado hasta ahora el estilo de llamar a los indios de su encomienda con el nombre de Tobayá, que quiere decir cuñado; y en efecto sucedió que los españoles tuvieron en las indias que les dieron, muchos hijos e hijas, que criaron en buena doctrina y educación, tanto que S.M. ha sido servido honrarlos con oficios y cargos, y aun con encomiendas de aquella provincia, y ellos han servido a S.M. con mucha fidelidad en sus personas y haciendas, de que ha resultado gran aumento a la real Corona, porque el día de hoy ha llegado a tanto el multiplico, que han salido de esta ciudad para las demás que se han fundado en aquella gobernación, ocho colonias de pobladores, correspondiendo a la antigua nobleza de que descienden. Son comúnmente buenos soldados, y de gran valor y ánimo inclinados a la guerra, diestros en el manejo de toda especie de armas, y con especialidad de la escopeta, tanto que cuando salen a sus jornadas se mantienen con la caza que hacen con ella, y es común en aquella gente matar al vuelo a bala rasa las aves que van por el aire, y no tenerse por buen soldado el que con una bala no se lleva una paloma, o un gorrión: son comúnmente buenos jinetes de a caballo de ambas sillas, de modo que no hay quien no sepa domar un potro, adiestrarle con curiosidad en lo necesario para la jineta y la brida; y sobre todo son muy obedientes y leales servidores de S.M. Las mujeres de aquel país son por lo común de nobles y honrados pensamientos, virtuosas, hermosas, y bien dispuestas: dotadas de discreción, laboriosidad y expeditas en todo labrado de aguja, en que comúnmente se ejercitan; por todo lo referido ha venido aquella provincia a tanto aumento y política como se dirá adelante.
contexto
CAPÍTULO XVIII De Ríos Entre todos los ríos no sólo de Indias sino del universo mundo, el principado tiene el río Marañón o de las Amazonas, del cual se dijo en el libro pasado. Por este han navegado diversas veces españoles, pretendiendo descubrir tierras que según fama son de grandes riquezas, especialmente la que llaman del Dorado y el Paitití. El adelantado Juan de Salinas hizo una entrada por él, notable, aunque fue de poco efecto. Tiene un paso que le llaman el Pongo, que debe ser de los peligrosos del mundo, porque recogido entre dos peñas altísimas, tajadas, da un salto abajo de terrible profundidad, adonde el agua, con el gran golpe, hace tales remolinos, que parece imposible dejar de anegarse y hundirse allí. Con todo eso la osadía de los hombres acometió a pasar aquel paso por la codicia del Dorado tan afamado. Dejáronse caer de lo alto arrebatados del furor del río, y asiéndose bien a las canoas o barcas en que iban, aunque se trastornaban al caer, y ellos y sus canoas se hundían, tornaban a lo alto, y en fin, con maña y fuerza, salían. En efecto, escapó todo el ejército, excepto muy poquitos que se ahogaron, y lo que más admira, diéronse tan buena maña, que no se les perdió la munición y pólvora que llevaban. A la vuelta (porque a cabo de grandes trabajos y peligros la hubieron de dar por allí) subieron por una de aquellas peñas altísimas, asiéndose a los puñales que hincaban. Otra entrada hizo por el mismo río el capitán Pedro de Orsúa, y muerto él y amotinada la gente, otros capitanes prosiguieron por el brazo que viene hasta el mar del Norte. Decíanos un religioso de nuestra Compañía que siendo seglar se halló en toda aquella jornada, que cuasi cien leguas subían las mareas el río arriba, y que cuando viene ya a mezclarse con el mar, que es cuasi debajo o muy cerca de la Línea, tiene setenta leguas de boca, cosa increíble y que excede a la anchura del mar Mediterráneo, aunque otros no le dan en sus descripciones sino veinte y cinco o treinta leguas de boca. Después de este río tiene el segundo lugar en el universo el río de la Plata, que por otro nombre se dice el Paraguay, el cual corre de las cordilleras del Pirú, y entra en la mar en altura de treinta y cinco grados al Sur. Crece al modo que dicen del Nilo, pero mucho más sin comparación, y deja hechos mar los campos que baña por espacio de tres meses; después se vuelve a su madre, suben por él navíos grandes muy muchas leguas. Otros ríos hay que aunque no de tanta grandeza, pero igualan y aun vencen a los mayores de Europa, como el de la Magdalena cerca de Santa Marta, y el Río Grande y el de Alvarado, en Nueva España, y otros innumerables. De la parte del Sur, en las sierras del Pirú no son tan grandes los ríos comúnmente, porque tienen poco espacio de corrida y no pueden juntar tantas aguas, pero son recios por caer de la sierra y tienen avenidas súbitas, y por eso son peligrosos y han sido causa de muchas muertes; en tiempo de calores crecen y vienen de avenida. Yo pasé veinte y siete por la costa y ninguno de ellos a vado. (Usan los indios de mil artificios para pasar los ríos. En algunas partes tienen una gran soga atravesada de banda a banda, y en ella un cestón o canasto, en el cual se mete el que ha de pasar, y desde la ribera tiran de él, y así pasa en su cesto. En otras partes va el indio como caballero en una balsa de paja, y toma a las ancas al que ha de pasar, y bogando con un canalete, pasa. En otras partes tienen una gran red de calabazas sobre las cuales echan las personas o ropa que han de pasar, y los indios, asidos con unas cuerdas, van nadando y tirando de la balsa de calabazas, como caballos tiran un coche o carroza, y otros detrás van dando empellones a la balsa para ayudarla. Pasados, toman a cuestas su balsa de calabazas, y tornan a pasar a nado; esto hacen en el río de Santa del Pirú. En el de Alvarado de Nueva España pasamos sobre una tabla, que toman a hombros los indios, y cuando pierden pie, nadan. Estas y otras mil maneras que tienen de pasar los ríos, ponen cierto miedo cuando se miran, por parecer medios tan flacos y frágiles, pero en efecto son muy seguros. Puentes ellos no las usaban sino de crisnejas y paja. Ya hay en algunos ríos, puentes de piedra por la diligencia de algunos gobernadores, pero harto menos de las que fuera razón, en tierra donde tantos hombres se ahogan por falta de ellas, y que tanto dinero dan, de que no sólo España, pero tierras extranjeras fabricaban soberbios edificios. De los ríos que corren de las sierras, sacan en los valles y llanos los indios, muchas y grandes acequias para regar la tierra, las cuales usaron hacer con tanto orden y tan buen modo, que en Murcia ni en Milán no le hay mejor, y esta es la mayor riqueza o toda la que hay en los llanos del Pirú, como también en otras muchas partes de Indias.)