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Cómo el Almirante llegó a las Canarias y allí se proveyó completamente de todo lo que necesitaba Partido el Almirante de Palos hacia las Canarias, el día siguiente, que fue sábado, a cuatro días de Agosto, a una de las carabelas de la armada, llamada la Pinta, le saltaron fuera los hierros del timón; y como, con tal defecto, los que allí navegaban tenían que amainar las velas, pronto el Almirante se les acercó, bien que por la fuerza del temporal no pudiese darles socorro, pero tal es la costumbre de los capitanes en el mar, para dar ánimo a los que padecen algún daño. Hízolo así con presteza, porque sospechaba que tal accidente había sobrevenido por astucia o malignidad del patrón, creyendo de este modo librarse de aquel viaje, como antes de la salida intentó hacer. Pero como quiera que Pinzón, capitán de dicho navío, era hombre práctico y marinero diestro, puso tal remedio con algunas cuerdas, que pudieron seguir su camino, hasta que el martes siguiente, con la fuerza del viento, se rompieron dichas cuerdas y fue necesario que todos amainasen para volver a componerlos. De cuyo trastorno y mala suerte que tuvo dicha carabela en perder dos veces el timón, al principio de su camino, quien fuera supersticioso habría podido conjeturar la desobediencia y contumacia que aquélla tuvo después contra el Almirante, alejándose dos veces de él, por malignidad de dicho Pinzón, como más adelante se referirá. Volviendo, pues, a lo que yo contaba, digo, que procuraron entonces remediarse lo mejor que pudieron, hasta que llegasen a las Canarias, las cuales descubrieron los tres navíos el jueves, a 9 de Agosto, a hora del alba; mas por el viento contrario, y por la calma, no les fue posible, ni aquel día, ni los dos siguientes, tomar tierra en la gran Canaria, a la que estaban entonces muy próximos; por lo que el Almirante dejó allí a Pinzón, a fin de que, saliendo a tierra pronto, procurase haber otro navío, y él para el mismo efecto corrió a la isla de la Gomera, juntamente con la Niña, para que, si en una de aquellas islas no hallase ocasión de navío, buscarlo en la otra. Con tal propósito, siguiendo su camino, el domingo siguiente, que fue 12 de Agosto, por la tarde llegó a la Gomera, y luego mandó el batel a tierra, el cual regresó en la mañana siguiente a la nave, diciendo que entonces no había ningún navío en aquella isla; pero que de una hora a otra, los del país esperaban a Doña Beatriz de Bobadilla, señora de la misma isla, que estaba en la gran Canaria, que llevaba un navío de cierto Grajeda, de Sevilla, de cuarenta toneladas; el cual, por ser a propósito para su viaje, podría tomarlo. Por es", el Almirante resolvió esperar en aquel puerto, creyendo que si Pinzón no hubiese podido aderezar su nave, habría hallado alguna otra en la Gomera. Estuvo allí los dos días siguientes, pero viendo que dicho navío no se presentaba, y que partía para la gran Canaria un carabelón de la isla de Gomera, mandó en él un hombre para que anunciase a Pinzón su arribada y le ayudase a componer su navío, escribiéndole, que si él no volvía para darle ayuda, era porque su nao no podía navegar. Pero como después de la salida del carabelón tardó mucho en saber noticias, el Almirante resolvió, a 23 de Agosto, volver con sus dos naves a la gran Canaria, y así, partiendo el día siguiente, encontró en el camino al carabelón, que no había podido todavía llegar a la gran Canaria por serle el viento muy contrario. Recogió al hombre que lo guiaba, y pasó aquella noche cerca de Tenerife, de cuya montaña se veían salir grandísimas llamas, de lo que maravillándose su gente, les dio a entender el fundamento y la causa de tal fuego, comprobando todo con el ejemplo del monte Etna de Sicilia y de otros muchos montes donde se veía lo mismo. Pasada después aquella isla, el sábado a 25 de Agosto, llegaron a la isla de la gran Canaria, donde Pinzón, con gran fatiga, había arribado el día antes. De éste supo el Almirante cómo el lunes anterior, D.? Beatriz había marchado con aquel navío que él con tanta dificultad y molestia procuraba tomar, y aunque los otros recibieron de esto gran pesar, él se conformaba con aquello que sucedía, echando todo a la mejor parte, y afirmando que si no agradaba a Dios que encontrase aquella nave, quizá sucedía esto, porque, si la hubiese hallado, habría tenido juntamente impedimento y dificultad en obtenerlo, y pérdida de tiempo en el traspaso de las mercancías que se llevaban, y por tanto, dilación en el viaje. Por cuyo motivo, sospechando no encontrarlo otra vez en el camino, si tornase a buscarlo hacia la Gomera, se propuso arreglar en Canaria dicha carabela, lo mejor que pudiese, haciéndole un nuevo timón, por si, como le habían dicho, había perdido el suyo; y a más de esto hizo mudar la vela, de latina en redonda, en la otra carabela llamada la Niña, a fin de que siguiese a las demás naos con más seguridad y menor peligro.
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CAPÍTULO XVII De la propiedad y virtud admirable de la piedra imán para navegar, y que los antiguos no la conocieron De lo dicho se entiende que a la piedra imán se debe la navegación de las Indias tan cierta y tan breve, que el día de hoy vemos muchos hombres que han hecho viaje de Lisboa a Goa, y de Sevilla a México y a Panamá, y en este otro mar del Sur, hasta la China y hasta el Estrecho de Magallanes; y esto con tanta facilidad como se va el labrador de su aldea a la villa. Ya hemos visto hombres que han hecho quince viajes, y aún dieciocho a las Indias; de otros hemos oído que pasan de veinte veces las que han ido y vuelto, pasando ese mar Océano, en el cual cierto no hallan rastro de los que han caminado por él, ni topan caminantes a quien preguntar el camino. Porque como dice el Sabio, "la nao corta el agua y sus ondas, sin dejar rastro por donde pasa ni hacer senda en las ondas". Mas con la fuerza de la piedra imán se abre camino descubierto por todo el grande Océano, por haberle el Altísimo Creador comunicado tal virtud, que de sólo tocarla el hierro, queda con la mira y movimiento al norte, sin desfallecer en parte alguna del mundo. Disputen otros e inquieran la causa de esta maravilla, y afirmen cuanto quisieren no sé qué simpatía; a mí más gusto me da mirando estas grandezas, alabar aquel poder y providencia del Sumo Hacedor, y gozarme de considerar sus obras maravillosas. Aquí cierto viene bien decir con Salomón a Dios: "Oh Padre, cuya providencia gobierna a un palo, dando en él muy cierto camino por el mar y senda muy segura entre las fieras ondas, mostrando juntamente que pudieras librar de todo, aunque fuese yendo sin nao por la mar. Pero porque tus obras no carezcan de sabiduría, por esto confían los hombres sus vidas de un pequeño madero, y atravesando el mar se han escapado en un barco." También aquello del salmista viene aquí bien: "Los que bajan a la mar en naos haciendo sus faciones en las muchas aguas, esos son los que han visto las obras del Señor y sus maravillas en el profundo." Que cierto no es de las menores maravillas de Dios que la fuerza de una pedrezuela tan pequeña, mande en la mar y obligue al abismo inmenso a obedecer y estar a su orden. Esto porque cada día acontece y es cosa tan fácil, ni se maravillan los hombres de ello ni aún se les acuerda de pensarlo; y por ser la franqueza tanta, por eso los inconsiderados la tienen en menos. Mas a los que bien lo miran, oblígales la razón a bendecir la sabiduría de Dios y dalle gracias por tan grande beneficio y merced. Siendo determinación del cielo que se descubriesen las naciones de Indias, que tanto tiempo estuvieron encubiertas, habiéndose de frecuentar esta carrera para que tantas almas viniesen en conocimiento de Jesucristo y alcanzasen su eterna salud, proveyose también del cielo de guía segura para los que andan este camino, y fue la guía el aguja de marear y la virtud de la piedra imán. Desde qué tiempo haya sido descubierto y usado este artificio de navegar, no se puede saber con certidumbre. El no haber sido cosa muy antigua téngolo para mí por llano, porque demás de las razones que en el capítulo pasado se tocaron, yo no he leído en los antiguos, que tratan de relojes, mención alguna de la piedra imán, siendo verdad que en los relojes de sol portátiles que usamos, es el más ordinario instrumento el aguja tocada a la piedra imán. Autores nobles escriben en la Historia de la India Oriental, que el primero que por mar la descubrió, que fue Vasco de Gama, topó en el paraje de Mozambique con ciertos marineros moros, que usaban el aguja de marear y mediante ella navegaron aquellos mares. Mas de quién aprendieron aquel artificio, no lo escriben. Antes algunos de estos escritores afirman lo que sentimos, de haber ignorado los antiguos este secreto. Pero diré otra maravilla aún mayor de la aguja de marear, que se pudiera tener por increíble si no se hubiera visto, y con clara experiencia tan frecuentemente manifestado. El hierro tocado y refregado con la parte de la piedra imán, que en su nacimiento mira al Sur, cobra virtud de mirar al contrario, que es el Norte, siempre y en todas partes; pero no en todas le mira por igual derecho. Hay ciertos puntos y climas donde puntualmente mira al Norte y se afija en él; en pasando de allí ladea un poco o al Oriente o al Poniente, y tanto más cuanto se va más apartando de aquel clima. Esto es lo que los marineros llaman, nordestear y noruestear. El nordestear es ladearse inclinando a Levante; noruestear, inclinando a Poniente. Esta declinación o ladear del aguja importa tanto sabella, que aunque es pequeña, si no se advierte, errarán la navegación e irán a parar a diferente lugar del que pretenden. Decíame a mí un piloto muy diestro, portugués, que eran cuatro puntos en todo el orbe donde se afijaba el aguja con el Norte, y contábalas por sus nombres, de que no me acuerdo bien. Uno de éstos es el paraje de la Isla del Cuervo, en las Terceras o Islas de Azores, como es cosa ya muy sabida. Pasando de allí a más altura, noruestea, que es decir que declina al Poniente. Pasando al contrario a menos altura hacia la Equinocial, nordestea, que es inclinar al Oriente. Qué tanto y hasta dónde, diranlo los maestros de este arte. Lo que yo diré es que de buena gana preguntaría a los bachilleres que presumen de saber todo, qué sea, que me digan la causa de este efecto, por qué un poco de hierro, de fregarse con la piedra imán, concibe tanta virtud de mirar siempre al Norte, y esto con tanta destreza que sabe los climas y posturas diversas del mundo, dónde se ha de fijar, dónde inclina a un lado, dónde a otro, que no hay filósofo ni cosmógrafo que así lo sepa. Y si de estas cosas, que cada día traemos al ojo, no podemos hallar la razón y sin duda se nos hicieran duras de creer si no las viéramos tan palpablemente, ¿quién no verá la necedad y disparate que es querernos hacer jueces, y sujetar a nuestra razón las cosas divinas y soberanas? Mejor es, como dice Gregorio Teólogo, que a la fe se sujete la razón, pues aún en su casa no sabe bien entenderse. Baste esta digresión y volvamos a nuestro cuento, concluyendo que el uso del aguja de la mar no le alcanzaron los antiguos, de donde se infiere que fue imposible hacer viaje del otro mundo a este por el Océano, llevando intento y determinación de pasar acá.
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En que se cuenta el gobierno del doctor Antonio González; lo sucedido en su tiempo; la venida del arzobispo don Bartolomé Lobo Guerrero, con lo sucedido en su tiempo hasta su promoción al Pirú Cincuenta y dos años, poco menos, eran pasados de la conquista de este Reino, hasta que el doctor Antonio González, del Consejo Real de las Indias, le vino a gobernar en la silla de presidente. Llamóse a este tiempo el siglo dorado, que aunque es verdad que en él hubo los bullicios y revueltas de las Audiencias y visitadores, esto no topaba con los naturales ni con todo el común. Singulares personas padecían este daño, y todos aquellos que querían tener prenda en él; por manera que el trato y comercio se estaba en su punto, la tierra rica de oro, que de ello se llevaba en aquellas ocasiones harto a Castilla. Diré lo que vide y lo que oí. A sólo el visitador Juan Prieto de Orellana le probaron sus contrarios que había llevado de los cohechos ciento y cincuenta mil pesos de buen oro, pues algo le importaría el salario legítimo, pues el secretario de la visita y los demás oficiales algo llevarían. En esta misma ocasión, me hallé en Cartagena, a donde nos habíamos ido a embarcar; y habiendo ido a la Capitana a ver a dónde se le repartía camarote al licenciado Alonso Pérez de Salazar, porque el visitador daba en que se le había de llevar allí preso, que después se remedió, como tengo dicho. Pues este día estaban sobre cubierta catorce cajones de oro, de a cuatro arrobas, de Juan Rodríguez Cano, que en aquella ocasión se fue a España; y asimismo estaban sobre cubierta siete pozuelos de papeles de la visita de Monzón y Prieto de Orellana, y le oí decir al secretario Pedro del Mármol, que lo había sido de ambos visitadores, aquestas razones hablando con los que allí estaban: "Aquí están estos siete pozuelos de papeles y allí están catorce cajones de oro, pues más han costado estos papeles que lo que va allí de oro". Pues qué llevarían los demás mercaderes que en aquella ocasión fueron a emplear y otros particulares que se volvían a Castilla a sus casas. Pues todo este dinero iba de este Reino. He dicho esto, porque dije que aquella sazón era el siglo dorado de este Reino. Pues ¿quién lo ha empobrecido? Yo lo diré, si acertaré a su tiempo; pues aquel dinero ya se fue a España, que no ha de volver acá. Pues ¿qué le queda a esta tierra para llamarla rica? Quédanle diez y siete o veinte reales de minas ricas, que todos ellos vienen a fundir a esta real caja; y ¿qué se le pega a esta tierra de eso? Tercio, mitad y octavo, porque lo llevan empleado en los géneros que hay en ella, hoy que son necesarios en aquellos reales de minas; y juntamente con esto, tenían aquellos naturales la moneda antigua de su contratación, aquellos tejuelos de oro de todas leyes; que diré por excelencia lo que pasaba. Venían a los mercados generales a esta plaza, de tres a cuatro mil indios, y sobre las cargas de hayo, algodón y mantas, ponían unos a cien pesos de oro en tejuelos, otros a cincuenta, más o menos, como querían comprar y contratar. Finalmente, no había indio tan pobre que no trajese en su mochila colgada al cuello seis, ocho o diez pesos; esto no lo impedían las revueltas de las Audiencias. Mucho va en los gobernadores el conservarse o destruirse las repúblicas, provincias y reinos, para cuyo remedio da dos documentos Platón a los que han de gobernar. El primero, que miren de tal manera por el provecho de los ciudadanos, que todo cuanto hagan se enderece a esto, sin mirar el provecho propio; el otro, que miren por todo el cuerpo de la república sin desamparar jamás parte de ella. A mí me parece que esto no está ya en el calendario, porque es muy antiguo. ¡Esta golosina del mandar qué de golosos trae tras sí! Mandar, aunque sea en el infierno, como dicen los ambiciosos. No les darán ese lugar allá, antes bien pagarán en sus penas lo que acá mandaron contra razón y justicia. No digo yo que hay jueces que tal hagan; pero San Inocencio, hablando con los jueces, dice: "Siempre menospreciáis las causas de los pobres con dilación y tardanza, y las de los ricos tratáis con instancia. En los pobres mostráis vuestro rigor y en los ricos dispensáis con mansedumbre; a los pobres miráis por maravilla, a los ricos tratáis con mucha crianza. A los pobres oís con menosprecio y fastidio, y a los ricos escucháis con sutileza, enarcando las cejas. "No pretendas ser juez si no vieres en ti tanto de virtudes para romper con todas las maldades. La justicia es raíz de la vida, porque a la manera que es un cuerpo sin entendimiento y razón, es una ciudad sin ley ni gobierno". Paréceme que el gobierno del doctor Antonio González me saca a la plaza, porque yo no quería sino irme con el hecho reservado; el derecho para el que se lo quisiere añadir; y pues he dicho la causa, digamos algo de ella. El año de 1589, a 28 de marzo, como queda dicho, entró el doctor Antonio González en esta ciudad. Hízosele un solemne recibimiento, con solemnes fiestas. Con el nombre que traía de que el rey, nuestro señor, le enviaba para que remediase esta tierra, no había ninguno que no tuviese sus cosas para remediadas, con que le aclamaron por Padre de la Patria, y que había vuelto aquel siglo dorado de Góngora y Galarza, y que gobernaba el doctor Venero de Leiva; en fin, voz popular con esperanzas mal cumplidas, que nunca logran su fe. Traía el presidente cédula de visitador, con otras muchas, y de ellas algunas en blanco. Desde Cartagena, mientras la visitaba, envió a esta Real Audiencia al licenciado Gaspar de Peralta, que venía restituido a su plaza. Pues acabadas las fiestas comenzó el presidente a entender en su gobierno. Lo primero que hizo fue tomar la residencia al doctor Francisco Guillén Chaparro, la cual acabada lo envió a Castilla, de donde salió proveído para Guadalajara; su compañero, el licenciado Gaspar de Peralta, y el fiscal Hernando de Albornoz salieron juntos de esta ciudad el año de 1592, por oidores de las Charcas. Sucedió en la plaza de fiscal, en la misma sazón, el licenciado Aller de Villagómez, y con él vinieron por oidores el licenciado Egas de Guzmán, que murió en esta ciudad, y el licenciado Miguel de Ibarra, que de aquí fue por presidente de la Audiencia de San Francisco de Quito; y durante el gobierno de dicho presidente vinieron por oidores el doctor don Luis Tello de Erazo, y consecutivamente los licenciados Diego Gómez de Mena y Luis Enríquez, que todos tres fomentaron después el rigor del doctor don Francisco de Sandi, que fue el presidente que sucedió al doctor Antonio González, el cual, prosiguiendo en su gobierno, entabló el derecho real de la alcabala, perteneciente a Su Majestad; y más adelante, pareciéndole que convenía para fomentar los reales de las minas de plata que se iban descubriendo, mandó que estos naturales no tratasen ni contratasen con los tejuelos de oro por marcar de su antigua contratación, como si esto estorbase que no se sacara plata; lo cual fue a quitarle al Reino los brazos y quitarle a Su Majestad los quintos que le habían de venir de aquella moneda, que no fue el menor daño para la Real Hacienda, como se puede ver por los libros reales de aquel tiempo. Lo tercero que hizo fue quitar de esta real caja las fundiciones que acudían a ella de muchos reales de minas, con lo cual cortó al Reino las piernas y lo dejó destroncado; porque éste, subvenido, había crecido y crecía la riqueza de aquesta tierra, y luego que la comenzó a gobernar comenzó a descaecer, que nunca más ha levantado cabeza, Ya veo que me pregunta el curioso: ¿qué útil tenía este Reino de esas fundiciones? Respondo: que todos los que venían a fundir el oro, quitado mercaderes, dejaban aquí el tercio, mitad y todo, porque lo llevaban empleado en los géneros de esta tierra, de que carecían aquellos reales, porque allá llevaban el oro y lo sacaban, y no hallaban los géneros necesarios que de acá llevaban, por donde se podía ver el útil y provechos que este Reino tenía, y lo que se le quitó, que ya lo tengo dicho. Lo cuarto que hizo fue sacar de este Reino más de doscientos mil pesos de buen oro, de composiciones de estancias y encomiendas de indios; pero esto era hacienda real; no hay que tocar en ella; y con esto llevó ochenta y cuatro mil ducados del tiempo que sirvió esta plaza, y con el ayuda de costa de venida y vuelta, con más el salario de la plaza del Consejo, que todo lo tiraba. Yo no he de juzgar si hizo mal o hizo bien, porque no me quiero meter en la jurisdicción del agua, no me coja algún remolino y me lleve a pique. Con todo lo demás de su gobierno, fue muy buen juez y muy buen cristiano, gran limosnero, y con esto muy afable y amoroso, porque ninguno salía de su presencia desconsolado, que ya no daba dineros daba palabras; y con todo esto hubo quien le capitulase, los cuales capítulos le vinieron en esta ciudad a las manos y sobre ellos hubo harto enfado, que no quiero tocar. Sólo diré que no se los pusieron los naturales de este Reino, porque del monte sale quien al monte quema. Sin duda que debe ser dulcísimo el mandar y gobernar, o debe de tener encerrado en sí otro secreto meloso, según los hombres anhelan por estos cargos y hacen tan apretadas diligencias por alcanzarlos. Quien nos podía decir algo de estos dulces, Moisés, por lo que tuvo de gobernador, aunque no lo buscó ni lo pretendió, porque sólo fue escogido para ello, lo podrá hacer. Queriendo Dios hacer a Moisés un dios suyo, está siete días porfiando con Dios que no ha de tomar tal oficio. Dije siete días, porque dice una historia hebrea que tantos estuvo Dios en la zarza, y claramente lo significan los setenta intérpretes y el mismo Moisés diciendo: "Señor, de mucha voluntad hiciera lo que mandáis, pero como yo sea de mi naturaleza impedido de la lengua, he estado esperando, por ver si hablando con vos se me quitaba y desde ayer que son dos días, y tres antes, que son cinco, y desde el día que habláis conmigo, que son seis, y hoy que os digo esto, que son siete, no he sentido mejoría en mi lengua. Por tanto, Señor, no enviéis a un tartamudo por legado vuestro, porque no os conviene, ni yo jamás iré". Sin embargo que hizo lo que Dios le mandó; pero no preguntó eso el santo profeta, sino "¿qué dulces tiene el gobernar, pues tantos lo apetecen?". Paréceme que responde lo que dejé escrito, y os lo dirá muy largamente, que aquí no os diré sino un poquito. "Después de los enfados de Faraón y el egipcio pueblo, y después de la incredulidad y dudas del pueblo de Dios, que era a mi cargo, y después de haber pasado el mar bermejo, con aquel estupendo milagro obrado por la vara y la voluntad de Dios, muerto Faraón y su ejército, puesto en salvo en el pueblo quiso caminar conmigo por el desierto cuarenta años. Para tan largo camino es corta la vida, que si me pudieras seguir vieras qué tales son los dulces que me preguntas; y que no dejarte en ayunas, atiende a éste. "Habiéndome llamado Dios para darme su ley en la cumbre y alto del monte Sinaí, y habiendo dejado encargado el pueblo y su gobierno a mi hermano Aarón, al cabo de nueve o diez días que me ocupé con Dios en hablarle y recibir su ley; vuelto, pues, al cabo de este tiempo a mi pueblo, que lo tenía en gobierno, lo hallé idolatrando en un becerro de oro. Mira qué tal vista, lo dulce que se me pegaría a los labios, y la hiel, dolor y amargor que sentiría mi corazón. Día hubo que me vi tan falto de paciencia, por no decir desesperado, que le dije a Dios: "Señor, o perdonad este pueblo, o borradme de vuestro libro". Esto y otros dulces con ellos tuve en el gobierno; y cuando pensé de gozar de alguna dulzura viéndome en la tierra de promisión, a vista de ella morimos yo y mi hermano Aarón". Paréceme que aquí hay poco dulce; preguntémosle a jeremías. No dirá nada, porque por no encargarse de almas se hizo niño. Pues Jonás por no ser profeta mudó de oficio, haciéndose mercader en Tiro. Agustino, en sabiendo que estaba vacío algún obispado, huía porque no lo eligiesen. ¡Cuánto resistió el glorioso Ambrosio porque no le diesen la mitra! El santísimo Gregorio huyó de tal suerte del pontificado, que si no fuera por una columna de fuego que viniendo del cielo señalara dónde estaba, jamás se le sentara en la silla. Y ¿a quién no asombra el anacoreta Antonio, que porque no le hiciesen obispo se cortó la oreja derecha? Todos éstos sabían cuántos vuelcos hace dar la cama muelle y blanda del poderoso; cuánta espina hinca el centro en la mano de quien la tiene; cuántos dolores de cabeza de la real corona, y cuántas zozobras trae consigo la sagrada tiara, el honroso capelo, la preciosa mitra y todas las demás grandezas de este mundo. Pues ¿quién lo ha de gobernar? El lugar y oficio de regir y gobernar se ha de negar a los que le desean, procuran y apetecen, y se ha de dar y ofrecer a los que huyen de él. Al tiempo que el doctor Antonio González entabló el real derecho de la alcabala en este Reino, no faltaron algunos rumores y cosquillas en él sobre recibirla; particularmente el Cabildo de la ciudad de Tunja fue el que hizo la mayor resistencia, por la cual razón le mandó el presidente venir a esta Corte; y estándose tratando de este negocio, llegó la nueva de los alborotos de la ciudad de San Francisco de Quito, sobre no querer recibir la alcabala, y a esto se añadió que la Ciudad de los Reyes y el Cuzco estaban de parecer de no recibilla, que todo esto paró en viento, con lo cual el doctor Antonio González mandó al receptor d e la alcabala que no apretase en la cobranza, sino que el que quisiere pagarla, buenamente pagase, y que el que no quisiese no se apremiase, hasta ver en qué paraban las revoluciones del Pirú, con lo cual el Cabildo de Tunja se volvió a su ciudad sin asentar cosa alguna. Pues sucedió que al cabo de algunos días, algunos regidores y otras personas principales de aquella ciudad se fueron a holgar al pueblo de Bonza, encomienda del capitán don Francisco de Cárdenas, y donde era cura y doctrinero el padre fray Pedro Maldonado, del Orden de Santo Domingo, que los hospedó en su casa. Pues en un día de los de esta huelga y fiesta se movió plática en razón de la alcabala. Servía el dios Baco la copa y llevaba el contrapunto a la plática, y subiólo tan de punto que vino a hacer reyes, duques, condes y marqueses, y formar corte. La voladora fama, que vestida de lenguas pasó por allí, entendió la cosa y de ella le dio aviso al presidente, aunque no faltó quien dijese que de la mesma baraja salió una carta que se lo dio, porque el vino es un gran descubridor de propias faltas y ajenas. Decían por refrán los antiguos, que "el vino andaba sin calzas", porque el que está beodo todos los secretos y vicios que tiene descubre. Sabido por el presidente lo que pasaba, envió por los comprehendidos, que fueron: el capitán Carvajal, el capitán Pacheco y Pedro Muñoz Cabrera, y los tuvo presos en esta ciudad, y en la primera ocasión con lo actuado los envió a España, porque para el mal nunca faltan malos, por no decir testigos falsos. En Castilla se entendió luego la substancia de la cosa, y mandáronles dar descargos de la calumnia. Todas estas inquietudes acarreó el vino, porque le bebieron todos, y luego se acusaban los unos y los otros, y de una pulga hicieron un caballete, que para componerlo costó muy buenos dineros a los unos y a los otros, y muy buenos azotes a los declarantes. En conclusión, con los descargos que les llevaron de este Reino mandó Su Majestad que los enviasen a sus casas. Excelentísimo licor es el vino, porque si otro mejor hubiera, en él instituyera Cristo Nuestro Señor el sacramento de su preciosa sangre; pero los hombres usando mal de él lo hacen malo, como se vio en el magno Alejandro, que tomando el vino mató a su amigo Clito, quemó la ciudad de Persépolis, empaló a su médico y cometió otros crímenes estupendos y atroces. Más le valiera el médico ser pastor de ovejas que médico de Alejandro. Lot, embriagado y harto de comer y beber, se acostó con sus dos hijas torpemente. Cuatro viejos se desafían dos a dos en un banquete a beber los años de su edad, y contados, el que bebía al otro había de beber tantas veces como tenía el otro de años, y el más mozo era de cincuenta y ocho años, el segundo de setenta y cuatro, el tercero de ochenta y siete, y el cuarto de noventa y dos; y se escribe que el que bebió menos bebió cincuenta y ocho tazas de vino, y que alguno bebería noventa y dos. En los vinos hay malos y buenos, y en los hombres que lo beben corre la mesma cuenta. Hase de entender que los buenos lo beben destemplado con agua, para conservar la salud, y los malos lo beben puro hasta embriagarse y perderla, y suele costar también la vida. De mí sé decir que en todo el año no lo veo ni sé qué color tiene, y no me lo agradezcan, porque esto es no por la voluntad, sino a más no poder. Quiero acabar con este gobierno, que me ha sacado de mis casillas y de entre mis terrenos, y antes que concluya diré una cosa, que fue y pasó así: El doctor Antonio González bien conoció haber errado en quitar a los naturales la moneda y a esta real caja las fundiciones; y lo confesó él con estas palabras. Importunado de sus amigos y de los que bien sentían el daño y menoscabo de la tierra, estando una noche con él alguno de ellos, que se movió esta plática, enderezó el presidente sus razones a Antonio de Hoyos, su secretario, diciendo: "Paréceme que en esto de haber quitado de esta real caja las fundiciones y el oro por marcar de los naturales, no se ha acertado; pero yo tengo la condición del Nilo, venga otro y remédielo". Este otro no ha llegado, el Reino se está con su calentura, doliente y enfermo. Licencia tiene para quejarse, que ésta se concede a todos los enfermos. Lo que yo le aconsejo es que no pare en sólo quejarse, sino que procure médico que le cure, porque de no hacerlo, le doy por pronóstico que se muere. De aquellas razones que el presidente dijo a su secretario se colige que motu propio, y por parecerle que convenía y que acertaba, quitó las fundiciones y la moneda; porque querer decir, como algunos dijeron entonces, que por cédula de Su Majestad que vino con la de alcabala lo hizo, contradícelo la razón; porque no había de dar el rey, nuestro señor, contra su real hacienda y quintos reales tal cédula, salvo si de las que el presidente trajo en blanco hínchese alguna, que ésta nunca se vio. Muy gran letrado era el doctor Antonio González y sabía muy bien; no ignoraba lo malo y lo bueno; bien podía haber visto un lugar en la Escritura Sagrada, muy esencial a este propósito. El juez de vivos y muertos, Cristo Señor Nuestro, epilogó con las palabras que de sí mismo dijo, todo lo que se puede decir que a buen juez convenga, conviene saber: "Ninguna cosa puedo yo hacer de mi autoridad; de manera que oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no pretendo mi voluntad sino la de mi Padre que me envió". Vean agora los hombres doctos lo que hizo el presidente, y vean la doctrina y levántela de punto, porque yo no me he de meter en jurisdicción ajena. Basta haberlo apuntado, sin meterme en más honduras. Durante el gobierno del dicho presidente, vino por oidor a esta Real Audiencia el licenciado Fernando de Porras, el cual en breve tiempo murió en esta ciudad. Finalmente, el presidente, ora fuese cansado de oír quejas de este Reino, o enfadado ya de las indias, envidó, no sé si con buen punto o falso pedimento, que se le diese licencia para volver a su plaza del Consejo. Quisiéronle el envite y enviáronle la licencia, con la cual se fue luego, porque el sucesor del gobierno no se tardó mucho en venir, que fue el doctor don Francisco de Sandi, del hábito de Santiago, y entrambos presidentes se vieron en esta ciudad, bien es verdad que el doctor Antonio González en mar y tierra lo mandaba todo, porque tenía cédula de Su Majestad para ello. Salió de Cartagena, vuelta de España, y al cabo de hartos días de navegación, volvió a arribar a la misma ciudad, y de ella envió a esta real caja a cobrar lo que se le debía de los dos mil ducados que Su Majestad le daba para el ayuda de costa de los viajes, con lo cual se volvió a España, a donde halló vivos y resucitados aquellos capítulos que tenía por muertos por haberlos cogido acá, con los cuales y otras cositas salió condenado en veintidós o veinticuatro mil pesos o ducados, de la cual pesadumbre se dijo en esta ciudad que había muerto. Pero yo digo que era llegada la hora y la voluntad de Dios, porque las llaves de la muerte y de la vida sólo Dios las tiene; aunque suelen decir que no hay muerte sin achaque. Muchas veces he oído en este Reino rezar por él, y particularmente cuando se cobran alcabalas; pero son oraciones al revés. Y con esto volvamos a nuestros arzobispos. * * * Por muerte de don fray Luis Zapata de Cárdenas, segundo arzobispo de este Nuevo Reino, que como tengo dicho murió el 24 de enero del año de 1590, en cuyo lugar fue electo don Alonso López de Ávila, arzobispo de Santo Domingo, natural de Albornoz en Castilla, de linaje noble; fue colegial de Osma y después en Valladolid, de donde salió para ser provisor de Santiago de Galicia, y ascendió a ser inquisidor de Córdoba y arzobispo de Santo Domingo. Hallóle esta promoción ocupado en la visita de aquella Real Audiencia; y antes que la acabara se le acabó la vida, o se la acabaron, según fue fama. Murió a 30 de diciembre de 1591. Por su muerte fue electo por arzobispo de este Reino don Bartolomé Martínez, obispo de Panamá, natural de Almendral en la Extremadura, de donde salió proveído por arcediano de Lima y después por obispo de Panamá; y habiendo partido de aquella ciudad para venir a este arzobispado, murió antes de llegar a él, en Cartagena, a 17 de agosto de 1594 años. En esta vacante fue electo arzobispo de este Reino Nuevo fray Francisco Andrés de Caso, prior de Nuestra Señora de Atocha en Madrid, natural de la Rioja, el cual habiendo aceptado esta merced, dentro de pocos días la renunció por no venir a Indias. Fue electo en su lugar el doctor don Bartolomé Lobo Guerrero, inquisidor de México, natural de Ronda, originario de la Fuente el Maestre en Extremadura, del noble linaje de los Guerreros. Fue colegial en Ciudad Rodrigo y catedrático de prima en cánones, de donde salió proveído por fiscal de la Inquisición y después a este arzobispado, al cual no pudo venir tan breve como deseaba, y al fin entró en esta ciudad a 28 de marzo del año de 1599, que fue dominica in passione. Puso gran cuidado en reformar el servicio del culto divino de esta santa Iglesia; y habiendo notado que por falta de racioneros no se cantaban las misas conventuales con diáconos, sino solamente en las fiestas, que se vestían de diáconos los curas, pidió a esta Real Audiencia que juntamente con él suplicasen al rey, nuestro señor, los pusiese, representándole esta falta. Su Majestad los puso, nombrando dos clérigos patrimoniales, y fueron los primeros racioneros que hubo en esta santa Iglesia, y en lugar de medio racionero puso el dicho arzobispo un clérigo, con salario moderado, que cantase las epístolas, y los racioneros por semanas los evangelios, con que se sirve el altar cumplidamente. En el coro puso cuatro capellanes con salario, para que ayudasen a los prebendados, asistiendo con ellos a las horas canónicas y a oficiar las misas cantadas, con que se ha servido y sirve cumplidamente esta santa Iglesia, y tiene más autoridad que antes. Fundó colegio seminario, intitulado de San Bartolomé, por haberse deshecho el que fundó su antecesor. Entrególo a la religión de la Compañía de Jesús, que en él ha hecho gran fruto y sacado excelentes predicadores, y muy virtuosos clérigos, graduados de licenciados, maestros y doctores, para lo cual tiene facultad de Su Santidad, a falta de universidad. Esta fundación del colegio seminario se hizo el año de 1605, y un año antes había fundado en esta ciudad la Compañía el primer convento que su religión tuvo en este Nuevo Reino. Hizo constituciones sinodales, que se leyeron en esta santa Iglesia, por septiembre del año de 1606. Hasta la venida suya había durado la sede vacante en este Reino más de diez años, que los ocho de ellos gobernó el doctor Antonio González lo temporal, y lo espiritual deán y Cabildo; que aun en esto fue desgraciado este Reino, de que no hubiese arzobispo que intercediese por él con el presidente o que informase a Su Majestad para que de allá le viniese algún remedio; que no fuese la menor falta, porque aunque el Cabildo eclesiástico hizo su diligencia con los demás de las ciudades, no importó, porque a todos hizo rostro el presidente y salió con todo lo que quiso. El que más le seguía e importunaba con ruegos era don Francisco de Porras Mejía, maestre-escuela, provisor y vicario general de este arzobispado, grande amigo del presidente y gran señor mío, que como hombre de celo cristiano, ciencia y conciencia, se oponía a todo; mas era siempre rogando. Y Porque las cosas del presidente don Francisco de Sandi, que le tenemos ya en cama, me llaman, y para algunas de ellas he menester al señor Arzobispo don Bartolomé Lobo Guerrero, en el siguiente trataré de su promoción y de lo demás que le sucedió con la Real Audiencia.
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Cómo se despobló el puerto de Buenos Aires, juntándose los Conquistadores en el de la Asunción Recibido por los capitanes en el Superior Gobierno de esta Provincia a Domingo Martínez de Irala, luego consultó con ellos lo que se debía hacer para la conservación de los españoles que habían quedado en el puerto de Buenos Aires, y en acuerdo fue decretado deliberadamente que atento a la imposibilidad de poderse sustentar aquel puerto entonces, se desamparase, y se recogiese la gente en un cuerpo, donde juntos pudiesen hacer efectos convenientes al bien común de la Provincia y Real servicio. Y pues que el puerto en que al presente se hallaban, era acomodado, viniesen todos a él lo más breve que fuese posible. Lo cual siendo de común acuerdo, se ejecutó, despachando para su complimiento al capitán Diego de Abreu, y al sargento mayor con tres bergantines y algunos bateles para el transporte de la jente que en Buenos Aires había, donde al tiempo que llegaron, la hallaron tan sumamente enflaquecida que se temió perderla toda, porque había más gente en aquella ocasión que sustentarse, con el motivo de los que habían venido de Italia del puerto de Barase, lugar entre Génova y Saona, con empleo de más de 50 mil ducados, con intento de entrar en el Estrecho de Magallanes al Callao, y emplear en los Reyes sus mercaderías; y habiendo embocado por el Estrecho, navegaron hasta avistar el mar del sur, en tiempo que las aguas corrían al del norte, con tanta furia que no pudieron romper, y fueron forzados a retroceder y tomar tierra en aquella costa a hacer aguada, y hallaron ser poblada de gente muy corpulenta y dispuesta; y costeando la tierra hacia el Río de la Plata, determinaron entrar por él, porque sabían que estaban a su costa pobladas los españoles. Venía por capitán de la nao un fulano Panchaldo, que dio nombre a la nao Panchalda. Así mismo otros nobles italianos, como eran Perantonio de Aquino, Tomás Rizo, Bautista Troche, y otros extranjeros, que todos llegaron a este puerto con no pequeño peligro, porque al entrar en el Riachuelo, tocó el navío con un banco que estaba a la entrada, y se abrió con pérdida de gran parte de lo que traían, salvándose toda la gente, la cual con la que existía en el Fuerte, padecieron igual necesidad y penuria; y aunque el socorro de víveres que daban los bergantines, era grande, con la agregación de tanta gente, hicieron el viaje de río arriba con bastante trabajo por la larga navegación, en cuyo medio tuvieron otro socorro enviado por el general, con que pudieron cómodamente llegar al puerto de la Asunción. Así que llegaron se hizo la agregación de unos y otros en forma de República. Situáronse cerca de la casa fuerte, donde se cercaron, y cada uno procuró hacer donde recogerse, cuyo cerco, el general mandó formar de muy buenas maderas con mucho cuidado para defenderse en cualquier acometimiento que los indios hiciesen, proveyéndose de todo lo que convenía al bien común de dicha República, a todo lo cual acudía con su gran prudencia y solicitud en el Gobierno, procurando la paz y buena correspondencia con los naturales de todas aquellas comarcas. Y así vino a poner las cosas en el mejor estado que le fue posible, manteniendo la amistad de los caciques e indios principales del país.
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CAPÍTULO XVII De diversas fuentes y manantiales Como en otras partes del mundo, así en las Indias hay gran diversidad de manantiales, y fuentes y ríos, y algunos de propriedades extrañas. En Guancavelica del Pirú, donde están las minas de azogue, hay una fuente que mana agua caliente, y como va manando el agua se va convirtiendo en peña. De esta peña o piedra tienen edificadas cuasi todas las casas de aquel pueblo. Es piedra blanda y suave de cortar, y con hierro la cortan y labran con la facilidad que si fuese madera, y es liviana y durable. De esta agua, si beben hombres o animales, mueren, porque se les congela en el vientre y se hace piedra, y así han muerto algunos caballos. Como se va convirtiendo en piedra, el agua que va manando tapa el camino a la demás, y así es forzoso mudar la corriente, por lo cual mana por diversas partes como va creciendo la peña. En la punta o cabo de Santa Elena hay un manantial o fuente de un betún, que en el Pirú llaman copey. Debe de ser a este modo lo que la Escritura refiere de aquel valle silvestre donde se hallaban pozos de betún. Aprovéchanse los marineros de aquella fuente o pozo de copey, para brear las jarcias y aparejos, porque les sirve como la pez y brea de España para aquel efecto. Viniendo navegando para la Nueva España por la costa del Pirú, me mostró el piloto la isla que llaman de Lobos, donde nace otra fuente o pozo del copey o betún que he dicho, con que así mismo brean las jarcias. Y hay otra fuente o manantial de alquitrán. Díjome el sobredicho piloto, hombre excelente en su ministerio, que le había acaecido navegando por allí algunas veces estando tan metido a la mar que no había vista de tierra, saber por el olor del copey, donde se hallaba, tan cierto como si hubiera reconocido tierra; tanto es el olor que perpetuamente se esparce de aquel manantial. En los baños que llaman del Inga, hay un canal de agua que sale hirviendo, y junto al otro de agua tan fría como de nieve. Usaba el Inga templar la una con la otra como quería, y es de notar que tan cerca uno de otro haya manantiales de tan contrarias cualidades. Otros innumerables hay, en especial en la provincia de los Charcas, en cuya agua no se puede sufrir tener la mano por espacio de un Ave María, como yo lo vi sobre apuesta. En el Cuzco tienen una heredad, donde mana una fuente de sal, que así como va manando se va tomando sal, y es blanca y buena a maravilla, que si en otras partes fuera, no fuera poca riqueza; allí no lo es por la abundancia que hay de sal. Las aguas que corren en Guayaquil, que es en el Pirú, cuasi debajo de la Equinocial, las tienen por saludables para el mal francés y otros semejantes, y así van allí a cobrar salud de partes muy remotas; dicen ser la causa, que hay por aquella tierra infinita cosa de la raíz que llaman zarzaparrilla, cuya virtud y operación es tan notoria, y que las aguas toman de aquella virtud para sanar. Bilcanota es un cerro que según la opinión de la gente, está en el lugar más alto del Pirú. Por lo alto está cubierto de nieve y por partes, todo negro como carbón. Salen de él dos manantiales a parte contrarias, que en breve rato se hacen arroyos grandes y poco después ríos muy caudalosos; va el uno al Collao, a la gran laguna de Titicaca, el otro va a los Andes, y es el que llaman Yucay, que juntándose con otros sale a la mar del Norte con excesiva corriente. Este manantial, cuando sale de la peña Bilcanota que he dicho, es de la misma manera que agua de lejía, la color cenicienta, y todo él vaheando un humo de cosa quemada, y así corre largo trecho hasta que la multitud de aguas que entran en él, le apagan aquel fuego y humo que saca de su principio. En la Nueva España vi un manantial como de tinta, algo azul, otro en el Pirú de color rojo como de sangre, por donde le llaman el río Bermejo.
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Que trata la orden que tenían los Incas y cómo en muchos lugares hacían de las tierras estériles fértiles, con el proveimiento que para ello daban. Una de las cosas de que más se tiene envidia a estos señores es entender cuán bien supieron conquistar tan grandes tierras y ponellas, con su prudencia, en tanta razón como los españolas las hallaron cuando por ellos fue descubierto este nuevo reyno; y de questo sea así muchas veces me acuerdo yo, estando en alguna provincia indómita fuera destos reynos, oír luego a los mismos españoles: "Yo seguro que, si los Incas anduvieran por aquí, que otra cosa fuera esto"; es decir, no conquistaron los Incas esto como lo otro, porque supieran servir y tributar. Por manera que, cuanto a esto, conocida está la ventaja que nos hacen, pues con su orden las gentes vivían con ella y crecían en multiplicación y de las provincias estériles hacían fértiles y abundantes en tanta manera y por tan galana orden como se dirá. Siempre procuraron de hacer por bien las cosas y no por mal en el comienzo de los negocios; después, algunos Incas hicieron grandes castigos en muchas partes; pero antes, todos afirman que fue grande la benevolencia y amicicia con que procuraban el atraer a su servicio estas gentes. Ellos salían del Cuzco con su gente y aparato de guerra y caminaban con gran concierto hasta cerca de donde habían de ir y querían conquistar, donde muy bastantemente se informaban del poder que tenían los enemigos y de las ayudas que podían tener y de qué parte les podrían venir favores, y por qué camino; y esto entendido por ellos procuraban por las vías a ellos posibles estorbar que no fuesen socorridos, ora con dones grandes que hacían, ora con resistencias que ponían; entendiendo, sin esto, de mandar hacer sus fuertes, los cuales eran en cerros o laderas, hechos en ellos ciertas cercas altas y largas con su puerta cada una, porque perdida la una pudiesen pasarse a la otra y de la otra hasta lo más alto. Y enviaban escuchas de los confederados para marcar la tierra y ver los caminos y conoscer el arte questaban aguardando y por dónde había más mantenimiento; y, sabiendo por el camino que habían de llevar y la orden con que habían de ir, enviábales mensajeros propios, con los cuales les enviaba decir quél quería tenerlos por parientes y aliados: por tanto, que con buen ánimo y corazón alegre saliesen a lo recebir y recibirlo en su provincia, para que en ella le sea dada la obediencia, como en las demás; y, por que lo hagan con voluntad, enviaba presentes a los señores naturales. Y con esto, y con otras buenas maneras que tenían, entraron en muchas tierras sin guerra, en las cuales mandaba a la gente de guerra con él iba que no hiciesen daño ni injuria ninguna, ni robo ni fuerza; y si en esta provincia no había mantenimientos mandaba que de otras partes se proveyese; porque a los nuevamente venidos a su servicio no les paresciese desde luego pesado su mando y conocimiento, y el conocelle y aborrecelle fuese en un tiempo. Y si en alguna destas provincias no había ganado, luego mandaba que le diesen por cuenta tantas mill cabezas, lo cual mandaban que mirasen mucho y con ello multiplicasen, para proveerse de lana para sus ropas; y que no fuesen osados de comer ni matar ninguna cría por los años y tiempo que les señalaba. Y si había ganado y tenían de otra cosa falta, era lo mismo; y si estaban en collados y breñales, bien les hacían entender con buenas palabras que hiciesen pueblos y casas en lo más llano de las sierras y laderas; y con muchos no eran diestros en cultivar las tierras, avezábanles cómo lo habían de hacer, emponiéndoles en que supiesen sacar acequias y regar con ellas los campos. En todo lo sabían proveer tan acertadamente que, cuando entraba por amistad alguno de los Incas en provincias de éstas, en breve tiempo quedaba tal que parescía otra y los naturales le daban la obediencia, consintiendo que sus delegados quedasen en ellas y lo mismo los mitimaes. En otras muchas que entraron de guerra y por fuerza de armas mandábase que en los mantenimientos y casas de los enemigos se hiciese poco daño, diciéndoles el Señor: "presto serán estos nuestros como los que ya lo son". Como esto tenían conocido procuraban que la guerra fuese la más liviana que ser pudiese, no embargante que en muchos lugares se dieron grandes batallas, porque todavía los naturales dellos querían conservarse en la libertad antigua, sin perder sus costumbres y religión por tomar otras extrañas; mas, duran lo la guerra, siempre habían los Incas lo mejor, y vencidos, no los destruyan de nuevo, antes mandaban restituir los presos si algunos había y el despojo y ponerlos en posesión de sus haciendas y señorío, amonestándoles que no quieran ser locos en tener contra su persona real competencia ni dejar su amistad, antes quisieran ser sus amigos como lo son los comarcanos suyos. Y, diciendo esto, dábanles algunas mujeres hermosas y piezas ricas de lana o de metal de oro. Con estas dádivas y buenas palabras había las voluntades de todos, de tal manera que sin ningun temor los huídos a los montes se volvían a sus casas y todos dejaban las armas; y el que más vezes vía al Inca se tenía por bien aventurado y dichoso. Los señoríos nunca los tiraban a los naturales. A todos mandaban unos y otros que por Dios adorasen el sol; sus demás religiones y costumbres no se las proivían, pero mandábanles que se gobernasen por las leyes y costumbres que usaban en el Cuzco y que todos hablasen la lengua general. Y puesto gobernador por el Señor con guarniciones de gente de guerra, parten para lo de adelante; y si estas provincias eran grandes luego se entendía en edificar templo del sol y colocar las mujeres que ponían en los demás y hacer palacios para los señores; y cobraban los tributos que habían de pagar, sin llevarles nada demasiado ni agravialles en cosa ninguna, encaminándoles en su pulicía y en que supiesen hacer edificios, traer ropas largas y vivir concertadamente en sus pueblos; a los cuaIes si algo les faltaba de que tuviesen necesidad, eran proveídos y enseñados cómo lo habían de sembrar y beneficiar. De tal manera se hacía esto, que sabemos en muchos lugares que no había ganado lo hubo, y mucho, desdel tiempo que los Incas lo sojuzgaron; y en otros que no había maíz, tenello después sobrado. Y en todo lo demás andaban como salvages, mal vestidos y descalzos, y desde que conocieron a estos señores usaron de camisetas, lazos y mantas, y las mujeres lo mismo, y de otras buenas cosas, tanto que para siempre habrá memoria de todo ello. Y en el Collao y en otras partes mandó pasar mitimaes a la sierra de los Andes, para que sembrasen maíz y coca y otras frutas raíces de todos los pueblos la cantidad conviniente; los cuales con sus mujeres vivían siempre en aquella parte donde sembraban y cogían tanto de lo que digo que se sentía poco la falta, por traer mucho destas partes y no haber pueblo ninguno, por pequeño que fuese, que no tuviese destos mitimaes. Adelante trataremos cuantas suertes había destos mitimaes y qué hacían los unos y entendían los otros.
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De la relación que dio de Esquível Esta cuenta toda dio Figueroa por la relación que de Esquivel había sabido; y así, de mano en mano llegó a mí, por donde se puede ver y saber el fin que toda aquella armada hobo y los particulares casos que a cada uno de los demás acontescieron. Y dijo más: que si los cristianos algún tiempo andaban por allí, podría ser que viesen a Esquivel, porque sabía que se había huído de aquel indio con quien estaba, a otros, que se decían los mareames, que eran allí vecinos. Y como acabo de decir, él y el asturiano se quisieran ir a otros indios que adelante estaban; mas como los indios que lo tenían lo sintieron, salieron a ellos, y diéronles muchos palos, y desnudaron al asturiano, y pasáronle un brazo con una flecha; y, en fin, se escaparon huyendo, y los cristianos se quedaron con aquellos indios, y acabaron con ellos que los tomasen por esclavos, aunque estando sirviéndoles fueron tan maltratados de ellos, como nunca esclavos ni hombres de ninguna suerte lo fueron; porque, de seis que eran, no contentos con darles muchas bofetadas y apalearlos y pelarles las barbas por su pasatiempo, por sólo pasar de una casa a otra mataron tres, que son los que arriba dije, Diego Dorantes y Valdivieso y Diego de Huelva, y los otros tres que quedaban esperaban parar en esto mismo; y por no sufrir esta vida, Andrés Dorantes se huyó y se pasó a los mareames, que eran aquellos adonde Esquivel había parado, y ellos le contaron cómo habían tenido allí a Esquivel, y cómo estando allí se quiso huir porque una mujer había soñado que le había de matar un hijo, y los indios fueron tras él y lo mataron, y mostraron a Andrés Dorantes su espada y sus cuentas y libro y otras cosas que tenía. Esto hacen éstos por una costumbre que tienen, y es que matan sus mismos hijos por sueños, y a las hijas en nasciendo las dejan comer a perros, y las echan por ahí. La razón por que ellos lo hacen es, según ellos dicen, porque todos los de la tierra son sus enemigos y con ellos tienen continua guerra; y que si acaso casasen sus hijas, multiplicarían tanto sus enemigos, que los sujetarían y tomarían por esclavos; y por esta causa querían más matallas que no que de ellas mismas nasciese quien fuese su enemigo. Nosotros les dijimos que por qué no las casaban con ellos mismos. Y también entre ellos dijeron que era fea cosa casarlas con sus parientes, y que era muy mejor matarlas que darlas a sus Parientes ni a sus enemigos; y, esta costumbre usan estos y otros vecinos, que se llaman los iguaces, solamente, sin que ningunos otros de la tierra la guarden. Y cuando éstos se han de casar, compran las mujeres a sus enemigos, y el precio que cada uno da por la suya es un arco, el mejor que puede haber, con dos flechas; y si acaso no tiene arco, una red hasta una braza de ancho y otra en largo. Matan sus hijos, y mercan los ajenos; no dura el casamiento más de cuanto están contentos, y con una higa deshacen el casamiento. Dorantes estuvo con éstos y desde a pocos días se huyó. Castillo y Estebanico se vinieron dentro a la Tierra Firme a los iguaces. Toda esta gente son flecheros y bien dispuestos, aunque no tan grandes como los que atrás dejamos, y traen la teta y el labio roradado. Su mantenimiento principalmente es raíces de dos o tres maneras, y búscanlas por toda la tierra; son muy malas, y hinchan los hombres que las comen. Tardan dos días en asarse, y muchas de ellas son muy amargas, y con todo esto se sacan con mucho trabajo. Es tanta la hambre que aquellas gentes tienen, que no se pueden pasar sin ellas, y andan dos o tres leguas buscándolas. Algunas veces matan algunos venados, y a tiempos toman algún pescado; mas esto es tan poco, y su hambre tan grande, que comen arañas y huevos de hormigas, y gusanos y lagartijas y salamanquesas y culebras y víboras, que matan los hombres que muerden, y comen tierra y madera y todo lo que pueden haber, y estiércol de venados, y otras cosas que dejo de contar, y creo averiguadamente, que si en aquella tierra hubiese piedras las comerían. Guardan las espinas del pescado que comen, y de las culebras y otras cosas, para molerlo después todo y comer el polvo de ello. Entre éstos no se cargan los hombres ni llevan cosa de peso; mas llévanlo las mujeres y los viejos, que es la gente que ellos en menos tienen. No tienen tanto amor a sus hijos como los que arriba dijimos. Hay algunos entre ellos que usan pecado contra natura. Las mujeres son muy trabajadas y para mucho, porque de veinticuatro horas que hay entre día y noche, no tienen sino seis horas de descanso, y todo lo más de la noche pasan en atizar sus hornos para secar aquellas raíces que comen; y desque amanesce comienzan a cavar y a traer leña y agua a sus casas y dar orden en las otras cosas de que tienen necesidad. Los más de éstos son grandes ladrones, porque aunque entre sí son bien partidos, en volviendo uno la cabeza, su hijo mismo o su padre le toma lo que puede. Mienten muy mucho, y son grandes borrachos, y para esto beben ellos una cierta cosa. Están tan usados a correr, que sin descansar ni cansar corren desde la mañana hasta la noche; y siguen un venado; y de esta manera matan muchos de ellos, porque los siguen hasta que los cansan, y algunas veces los toman vivos. Las casas de ellos son de estera, puestas sobre cuatro arcos; llévanlas a cuestas, y múdanse cada dos o tres días para buscar de comer; ninguna cosa siembran que se puedan aprovechar; es gente muy alegre; por mucha hambre que tengan, por eso no dejan de bailar ni de hacer sus fiestas y areitos. Para ellos el mejor tiempo que éstos tienen es cuando comen las tunas, porque entonces no tienen hambre, y todo el tiempo se les pasa en bailar, y comen de ellas de noche y de día; todo el tiempo que les duran exprímenlas y ábrenlas y pónenlas a secar, y después de secas pónenlas en unas seras, como higos, y guárdanlas para comer por el camino cuando se vuelven, y las cáscaras de ellas muélenlas y hácenlas polvo. Muchas veces, estando con éstos, nos acontesció tres o cuatro días estar sin comer porque no lo había; ellos, por alegrarnos, nos decían que no estuviésemos tristes; que presto habría tunas y comeríamos muchas, y beberíamos zumo de ellas, y terníamos las barrigas muy grandes y estaríamos muy contentos y alegres y sin hambre alguna; y desde el tiempo que esto nos decían hasta que las tunas se hubiesen de comer había cinco o seis meses; y, en fin, hubimos de esperar aquesto seis meses, y cuando fue tiempo fuimos a comer las tunas; hallamos por la tierra muy gran cantidad de mosquitos de tres maneras, que son muy malos y enojosos, y todo lo más del verano nos daban mucha fatiga; y para defendernos de ellos hacíamos al derredor de la gente muchos fuegos de leña podrida y mojada, para que no ardiesen y hiciesen humo; y esta defensión nos daba otro trabajo, porque en toda la noche no hacíamos sino llorar del humo que en los ojos nos daba, y sobre eso, gran calor que nos causaban los muchos fuegos, y salíamos a dormir a la costa; y si alguna vez podíamos dormir, recordábannos a palos, para que tornásemos a encender los fuegos. Los de la tierra adentro para esto usan otro remedio tan incomportable y más que éste que he dicho, y es andar con tizones en las manos quemando los campos y montes que topan, para que los mosquitos huyan, y también para sacar debajo de tierra lagartijas y otras semejantes cosas para comerlas; y también suelen matar venados, cercándolos con muchos fuegos; y usan también esto por quitar a los animales el pasto, que la necesidad les haga ir a buscarlo adonde ellos quieren, porque nunca hacen asiento con sus casas, sino donde hay agua y leña, y alguna vez se cargan todos de esta provisión y van a buscar los venados, que muy ordinariamente están donde no hay agua ni leña; y el día que llegan matan venados y algunas otras cosas que pueden, y gastan todo el agua y leña en guisar de comer y en los fuegos que hacen para defenderse de los mosquitos, y esperan otro día para tomar algo que lleven para el camino; y cuando parten, tales van de los mosquitos, que paresce que tienen enfermedad de San Lázaro; y de esta manera satisfacen su hambre dos o tres veces en el año, a tan grande costa como he dicho; y por haber pasado por ello puedo afirmar que ningún trabajo que se sufra en el mundo iguala con éste. Por la tierra hay muchos venados y otras veces y animales de los que atrás he contado. Alcanzan aquí vacas, y yo las he visto tres veces y comido de ellas, y parésceme que serán del tamaño de las de España; tienen los cuernos pequeños, como moriscas, y el pelo muy largo, merino, como una bernia; unas son pardillas, y otras negras, y a mi parescer tienen mejor y más gruesas carne que las de acá. De las que no son grandes hacen los indios mantas para cubrirse, y de las mayores hacen zapatos y rodelas; éstas vienen de hacia el Norte por la tierra adelante hasta la costa de la Florida, y tiéndense por toda la tierra más de cuatrocientas leguas; y en todo este camino, por los valles por donde ellas vienen, bajan las gentes que por allí habitan y se mantienen de ellas, y meten en la tierra grande cantidad de cueros.
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CAPITULO XVIII Trátase de algunos ritos y, ceremonias y, otras señales que en este Reino se hallan de haber tenido noticia de la Ley Evangélica Las ceremonias que entre la gente de este reino hasta hoy se han visto son gentílicas y sin mezcla de moros ni de otra ninguna secta, aunque se hallan algunos entre ellas que dan bastante claro indicio de haber en algún tiempo tenido noticia particular de la ley evangélica, como se ve claramente por algunas pinturas que entre ellos se han hallado y visto (de quien habemos hecho particular mención), las cuales se cree entendieron por la predicación del Bienaventurado Apóstol Santo Tomás que pasó por este reino cuando fue a la India y de allí a la ciudad de Salamina, que en su lengua se llama Malipur, donde le martirizaron por el nombre y fe de Jesucristo, de quien dicen el día de hoy se acuerdan en aquel reino por la tradición de sus antepasados que les dijeron que muy grandes tiempos ha estuvo en aquel reino un hombre que les predicaba una Ley nueva por donde podrían ir al cielo. El cual después de haberlo hecho por algunos días y en ellos visto que hacía poquísimo fruto por andar todos ocupados en guerras civiles, se partió para la dicha India, dejando primero algunos discípulos bautizados e instruidos en las cosas de la fe para que la predicaran en la primera ocasión que se les ofreciese. Adoran al demonio en muchas partes por sólo que no les haga mal, y así me dijo el dicho Padre que, habiéndose hallado diversas veces presente al hacer de las obsequias de algunos chinos que morían, vio que tenían pintado delante del muerto un diablo furioso con el sol en la mano izquierda y en la derecha una daga, con la cual hacía ademán de quererle herir; y que esta mesma pintura ponían cuando el tal estaba a punto de expirar, haciéndole mucha fuerza que ponga en ella su atención. Y como el Padre les preguntase la causa que tenían para hacer esto, le respondieron algunos que porque el diablo no hiciese mal al difunto en la otra vida, se le ponían delante para que le conociese y tuviese por amigo. Lo que se ha entendido de estos chinos es que, aunque tienen muchos errores gentílicos, serían fáciles de reducir a nuestra fe si hubiese libertad para predicársela y ellos la tuviesen para recibirla. Cuando se eclipsa el sol o la luna, tienen por muy cierto que el Príncipe del cielo les quiere quitar la vida, y que de puro temor se ponen de aquel color; y aunque universalmente adoran en ellos, creen por muy cierto que el sol es hombre, y la luna mujer; y a esta causa cuando se comienzan a eclipsar, hacen grandes sacrificios e invocaciones al Príncipe dicho, rogándole que no los mate por la grande necesidad que de ellos tienen. Todos universalmente creen la inmortalidad del alma y que en la otra vida se ha de dar premio o castigo según como vivió en ésta el tiempo que estuvo en compañía del cuerpo. Por esto usan hacer muy galanas sepulturas en los campos, donde se mandan enterrar después de muertos. Cuando los quieren sepultar, matan todos los criados o mujeres a quien ellos quisieron más en la vida, diciendo que lo hacen para que vayan con ellos a servirles en la otra, donde creen han de vivir eternamente sin tornar a morir. Meten con ellos algunas cosas de comer y grandes riquezas, creyendo que todo lo llevan a la otra vida y que allá les ha de servir y aprovechar para suplir las necesidades de ella. En este propio error estaba antiguamente los indios del Perú, como lo han visto por experiencia nuestros españoles. Hay en este reino muchas universidades y Estudios en que se enseña filosofía natural y moral y las Leyes del reino para gobernar por ellas. A las cuales invía el Rey visitadores ordinarios para que vean y entiendan el recado que tienen y para que premien y castiguen a los estudiantes conforme a los méritos de cada uno. Avergüénzanse mucho de que los vean hacer alguna cosa mala, aunque por ella no hayan de ser castigados, y es gente que admite fácilmente la corrección, como lo experimentaron el Padre Ignacio y seis compañeros, los cuales con andar siempre como condenados a muerte, todas las veces que los veían hacer reverencia a los ídolos o al diablo o otra cosa mala, los reprendían con mucha libertad, y no sólo no les hacían mal por ello, mas holgaban de oír las razones con que se lo prohibían. Contóme el dicho Padre que pasando un día por una ermita donde vivía un ermitaño a quien tenían por santo, como en el altar de ella estuviese un ídolo y delante de él un chino principal haciéndole adoración, el dicho Padre sin ningún temor se fue para él y le comenzó a reprender y escupir al ídolo, haciendo con esto que cesase la adoración: de lo cual se quedaron admirados así él como todos sus compañeros y del atrevimiento que había tenido, con que se quedó sin que por ello le fuese hecho mal ninguno, o por tenerle el principal por hombre loco, o lo que es más creíble por haber obrado Dios con su siervo y querido pagarle el servicio que le había hecho volviendo por su honra con templar la furia de aquel hombre y darle conocimiento de que era reprendido con razón. Hanse convertido muchos chinos, así en las islas Filipinas como en la ciudad de Macao, y se van bautizando cada día dando muestras y señales de ser buenos cristianos. Los cuales dicen que la mayor dificultad que hay para convertirse todo el reino será la que harán los que gobiernan en él; que han menester particularísimo auxilio de la misericordia de Dios para venir a la fe por estar tan entronizados, tenidos y obedecidos que son dioses de la tierra. Demás de esto, ellos se dan a todos los regalos que un entendimiento humano puede pensar, por tener en ello puesta su felicidad, que lo hacen con tanto extremo, que no debe de haber en el mundo gente que en esto les llegue. Porque, demás de andar siempre en andas riquísimas y en hombros de hombres y cubiertos de seda y oro, son tan dados a banquetes y comidas y a tantas diversidades de guisados, cuantas su apetito les quiere demandar. Y espanta mucho que, con ser las mujeres de este reino castísimas y recogidas tanto como la que más, los hombres son muy viciosos, y en especial los señores y gobernadores; y como el exceso de todas estas cosas las reprende nuestra fe con tanta aspereza y terror, creo no dejará de ser gran impedimento a la entrada del Evangelio, aunque podría Dios tocarles de tal manera, que todo esto se les hiciera fácil. En la gente plebeya no había esta dificultad, antes abrazarán con gran contento nuestra santa Ley, porque será causa de libertarlos de la tiranía del demonio y de los jueces y Señores que los tratan como a esclavos. Esta es opinión de todos los que han entrado en este reino y tratado de esta materia con los chinos. Tienen algunas cosas buenas y dignas de ser imitadas, de las cuales pondré aquí dos que, a mi parecer, son particulares. La una, que a ninguno se da oficio de gobierno por ninguna vía, aunque intervengan sobornos y amistad, sino solamente por los méritos de su habilidad y suficiencia. Lo segundo, que ninguno puede ser Virrey, Gobernador ni juez de Provincia o ciudad de donde sea natural: lo cual dicen hacen para quitar la ocasión a hacer injusticias llevados del parentesco o amistad. Las demás cosas de este reino remito a lo que queda dicho, por pasar a los demás de quien este Itinerario ha prometido hacer mención.
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De las disensiones que hubo en la Asunción entre el Obispo y el General Felipe de Cáceres hasta su prisión En tanto que pasaban las cosas referidas en la provincia del Guairá, vinieron a tal estado las pasiones y diferencias entre el General Felipe de Cáceres y el Obispo, que estaba toda la ciudad de la Asunción dividida en dos bandos: unos decían que la parte del Obispo debía prevalecer por Pastor; y otros que la del General por Ministro del Rey, pues en lo temporal no tenía por qué sujetarse al Obispo. De aquí resultó que el General castigó a algunas personas del bando opuesto; y el Obispo se valió de censuras y excomuniones contra el General y sus ministros. Era tal la confusión, que algunos clérigos y eclesiásticos se mostraban contra el Obispo, y muchísimos seculares contra el Gobernador, viviendo todos en suma inquietud y sobresalto. Habiendo entendido el General que trataban de prenderle, aprisionó a algunas personas sospechosas, y entre ellas al Provisor Alonso de Segovia. Y llegándose el tiempo de la venida del Gobernador Juan Ortiz de Zárate, se determinó el General bajar a reconocer la boca del Río de la Plata, por ver si parecía la armada; y habiendo prevenido los bergantines, barcas y canoas, bajó con doscientos hombres, llevando preso consigo al Provisor con ánimo de extrañarle de la provincia y pasarle a la de Tucumán, aunque hasta entonces no estaba descubierto aquel camino. Caminando con su armada, llegó a los anegadizos de los Mepenes, en seguida al riachuelo de lo Quebacas, y después a la boca del río Salado, donde tuvo comunicación con los naturales de aquella tierra, y desde allí pasó al fuerte de Gaboto; y entrando por el río Varadero, salió al de las Palmas, y después fue a la isla de Martín García, donde salieron a pedir paz algunos indios Guaraníes de aquellas islas. De allí atravesó aquel golfo a la de San Gabriel, desde donde despachó un bergantín a la isla de Flores cerca de Maldonado, el cual volvió sin haber en toda aquella costa divisado señas de gente española. Con la llegada del bergantín se resolvió la vuelta, dejando en todas las partes señales, cartas y avisos, para los que viniesen. En este viaje se advirtió que el General, siempre que se proporcionaba ocasión, por muy ligeras causas rompía guerras con los indios del tránsito, con que se hizo juicio que quería cerrar la entrada del río. Resolvióse despachar al Provisor por el río Salado arriba hasta el Tucumán, y aunque para el efecto navegaron por él algunos días, no pudieron pasar adelante por estar muy cerrado de árboles y bancos de arena, y así retrocedieron a la armada, que pasados cuatro meses, llegó a la ciudad de la Asunción, cuya república halló en peor estado, porque el Obispo había llevado a su bando muchas personas principales, que trataban de prender o matar al General. Descubierto el intento, se prendieron algunas personas de sospecha, y entre ellas a un caballero llamado Pedro Esquibel, a quien luego mandó el General dar garrote, y cortar la cabeza, poniéndola en la picota: acción que causó gran turbación en todo el pueblo. Mandóse por bando que ninguna persona comunicase con el Obispo, ni hiciese junta de gente en su casa; y habiéndose entendido que su lugar Teniente Martín Suárez de Toledo tenía secreta comunicación con su Ilustrísima, le privó del oficio, y así muchas personas tuvieron por bien ausentarse a sus chacras y haciendas de campaña. El Obispo se metió en el convento de Nuestra Señora de Mercedes, donde muchos días estuvo recluso, temeroso y perseguido del General y sus ministros. Felipe de Cáceres mismo después de estos disturbios y recelos se mantenía con 50 hombres de guardia de su persona remudados cada semana, hasta que entrado el año de 1572 se resolvió la parte contraria a prenderle. Convocóse mucha gente, de modo que una noche se juntaron en casa de un vecino cercano a la Catedral 140 hombres, citados por un religioso Franciscano llamado Fray Francisco del Campo. Un lunes por la mañana, saliendo el General a oír misa en la Catedral, acompañado de su guardia, entró a hacer oración fuera de la Capilla mayor, desde donde oyó mucho tumulto y ruido de gente que entraba por la puerta del Perdón y traviesas, con cuya vista (siendo de gente armada) se levantó el General, y metiendo mano a su espada, se entró en la Capilla mayor, a cuyo tiempo salió de la sacristía el Obispo revestido con un Santo Cristo en la mano junto con su Provisor, diciendo en altas voces: Viva la Fe de JesuCristo. Con esto el General se arrimó hacia el sagrario, donde le acometieron los soldados con tropel de golpes y estocadas, sin que la guardia los resistiese, ni hiciese defensa alguna; porque todos al oír la voz del Obispo, que decía: Viva la Fe de Jesu-Cristo: respondieron, viva, excepto un hidalgo extremeño, llamado Gonzalo de Altamirano, que se opuso al orgullo de los que venían a esta prisión; pero de tal suerte le atropellaron e hirieron, que dentro de pocos días murió. Arremetiendo al General, le desarmaron y asiéndole de los cabellos y barbas, le llevaron en volantas al convento de las Mercedes, donde el Obispo le tenía dispuesta una fuerte y estrecha cámara, donde le pusieron con dos pares de grillos y una gruesa cadena, que atravesaba la pared, y correspondía al aposento del Obispo, y también en un cepo de madera cerrado con candado, cuya llave tenía el mismo Obispo. Dentro y fuera se le pusieron guardas a su costa; secuestráronle todos sus bienes, dejándole sólo para sustentarse muy escasamente. En tal estrechez estuvo este buen Caballero un año, padeciendo tales inhumanidades y molestias, que vino a pagar con lo mismo que él fraguó contra su Adelantado Alvar Núñez. ¡Altos e incomprensibles juicios de Dios, que permite que pague en la misma quien faltó al derecho de las gentes! Al punto que se vio en la ciudad que llevaban preso al General, salió Martín Suárez de Toledo a la plaza rodeado de mucha gente armada con una vara de justicia en la mano, apellidando la voz del Rey, con que juntó así muchos arcabuceros, y usurpó sin resistencia la Real jurisdicción. Pasados cuatro días, convocó a cabildo, para que le recibiesen por Capitán y justicia mayor de la provincia, y habiendo visto por los capitulares la fuerza de esta tiranía, por obviar mayores escándalos, le recibieron al uso y ejercicio de este empleo, en el que proveyó Tenientes, Capitanes, encomenderos y demás empleos y mercedes, como consta de un auto que contra él pronunció el Adelantado Juan Ortiz de Zárate, que me pareció bien ponerle aquí la letra que es del tenor siguiente: El Adelantado Juan Ortiz de Zárate, caballero del orden de Santiago, Capitán General, Justicia mayor, y Alguacil mayor de estas provincias de la gobernación del Río de la Plata; nuevamente intitulada la Nueva Vizcaya por la Magestad del Rey don Felipe II Nuestro Señor: Digo que por cuanto, como es público y notorio, que al tiempo que los señores don Fray Pedro de la Torre, Obispo de estas provincias, y Alonso de Segovia su Provisor, con las demás personas que para ello se juntaron, prendieron en la iglesia mayor de esta ciudad de la Asunción a Felipe de Cáceres, mi Teniente General de Gobernador en estas provincias; Martín Suárez de Toledo, vecino de esta dicha ciudad, de su propia autoridad, temeraria y atrevidamente el día de la dicha prisión tomó la vara de justicia Real en la mano, y usando de ella, usurpó la Real jurisdicción, donde después de tres o cuatro días el Cabildo, justicia y Regimiento de esta dicha ciudad, viendo que convenía al servicio de Dios Nuestro Señor, y por obviar el grande escándalo y desasosiego de los soldados y gente que se habían hallado en la dicha prisión, nombraron y recibieron al dicho Martín Suárez por mi lugar Teniente, y justicia mayor de todas estas provincias, y usando dicho oficio, sin tener poder de Su Majestad, ni mío en su Real nombre, ni menos el Cabildo y Regimiento de esta ciudad se lo pudieron dar sin tener facultad para ello: con poder absoluto dio y encomendó todos los repartimientos de indios que estaban vacos y después vacaron, y las piezas de Yanaconas de indios e indias quedaron encomendadas a las personas que quiso, por ser sus íntimos amigos y parciales en sus negocios. Por tanto por el presente en nombre de S.M., y por virtud de los reales poderes, que para ello tengo, y que por su notoriedad no van aquí expresados, doy por ninguno y de ningún valor y efecto todas las encomiendas, y repartimientos de indios Yanaconas, tierras y demás mercedes, que el dicho Martín Suárez de Toledo hizo, dio y encomendó a cualesquier personas, así en el distrito de esta ciudad de la Asunción, como en la misma ciudad Real de la provincia del Guairá; y pronuncio y declaro por vacos todos los dichos repartimientos y mercedes, para dar y encomendarlos a las personas beneméritas y a los conquistadores, que hayan servido a S. M. lealmente en esta tierra, conforme a la orden que tengo del Rey Nuestro Señor, y mando a todas las personas que así tuvieren mercedes hechas de dicho Martín Suárez de Toledo no usen de ellas en manera alguna, directa ni indirectamente, y luego que este mi auto fuere publicado, dentro de tercero día vengan manifestando los dichos indios que tuvieren con las mercedes y encomiendas de ellos, so pena de quinientos pesos de oro, aplicados para la cámara y fisco de S.M. la mitad de ellos, y la otra mitad para la persona que denunciare, en la cual dicha pena doy por condenados a los inobedientes y trasgresores de este mi auto, el cual mando se pregone públicamente en la plaza de esta ciudad; y de como así lo pronunció, proveo y mando, lo firmo de mí nombre, siendo presentes por testigos el Capitán Alonso Riquelme de Guzmán y el Tesorero Dame de la Barriega y Diego Martínez de Irala, vecinos y residentes en dicha ciudad. Y es fecho hoy sábado 22 días del mes de octubre de 1575 años. -- El Adelantado Juan Ortiz de Zarate. -- Por mandato de S. S. Luis Márquez, Escribano de Gobernación.
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CAPÍTULO XVIII De otros sucesos que acaecieron en la provincia de Ocali En los seis días que el cacique Ocali estuvo retirado en los montes antes que saliese de paz tenía el gobernador cuidado de enviarle cada día tres y cuatro mensajeros con recaudo de amistad para que el indio viese que no se olvidaban de él, los cuales volvían con la respuesta que el curaca les daba. Con un mensajero de estos vinieron cuatro indios mozos, gentileshombres, con muchas plumas sobre la cabeza, que son la mayor gala que ellos traen. Los cuales no venían a otra cosa más de a ver el ejército de los españoles y a notar qué gente era la nuevamente venida, qué disposición en sus personas, qué manera de vestidos, qué armas, qué animales eran los caballos con los cuales tanto los habían asombrado. En suma, ellos venían a certificarse o a desengañarse de las bravezas que de los españoles habían oído contar. El gobernador, habiéndolos recibido con afabilidad, porque supo que eran hombres nobles y curiosos que sólo venían a ver su ejército, habiéndoles dado algunas dádivas de las cosas de España por atraerlos a su amistad, y con ellos al cacique, mandó que los llevasen a otra parte de su alojamiento y les diesen de merendar. Los indios estando comiendo en toda quietud, cuando más descuidados sintieron los castellanos, se levantaron todos cuatro juntos y a todo correr fueron huyendo al monte, tan ligeros que dejaron a los cristianos bien desconfiados de alcanzarlos a pie, pues no los siguieron ni a caballo, porque no los tenían a mano. El lebrel, que acertó a hallarse cerca, oyendo la grita que daban a los indios y, viéndolos huir, los siguió. Y, como si tuviera entendimiento humano, pasó por el primero que alcanzó, y también por el segundo y el tercero, hasta llegar el cuarto, que iba adelante, y, echándole mano de un hombro, lo derribó y lo tuvo caído en el suelo. Entretanto llegó el cuarto, que iba delante, y, echándose mano de un homdelante, soltó el que tenía y asió al que se le iba, y, habiéndole derribado, aguijó tras el tercero, que ya había pasado delante, y, haciendo de él lo mismo que de los dos primeros, fue al cuarto, que se le iba, y, dando con él en tierra, volvió sobre los otros. Y anduvo entre ellos con tanta destreza y maña, soltando al que derribaba y prendiendo y derribando al que se levantaba, y amedrentándoles con grandes ladridos al tiempo del echarles mano, que los embarazó y detuvo hasta que llegó el socorro de los españoles, que prendieron los cuatro indios y los volvieron al real. Y, apartados, cada uno de por sí, les preguntaron la causa de haberse huido tan sin ocasión, temiendo no fuesen contraseña de algún trato doble que tuviesen armado. Respondieron todos cuatro, concordando en uno, que no lo habían hecho por otra cosa sino por vana imaginación que les había dado de parecerles que sería gran hazaña y prueba de mucha gallardía y ligereza si de aquella suerte se fuesen de en medio de los castellanos, del cual hecho hazañoso pensaban gloriarse, después entre los indios, por haber sido, al parecer de ellos, victoria grande, la cual les había quitado de las manos el lebrel Bruto, que así llamaban al perro. En este lugar Juan Coles, habiendo contado algunos pasos de los que hemos dicho, cuenta otra hazaña particular del lebrel Bruto y dice que, en otro río, antes de Ocali, estando indios y españoles a la ribera de él hablando en buena paz, un indio temerario, como lo son muchos de ellos, dio con el arco a un castellano un gran palo, sin propósito alguno, y se arrojó al agua y en pos de él todos los suyos, y que el lebrel, que estaba cerca viendo el hecho, se arrojó tras ellos, y, aunque alcanzó otros indios, dice que no asió de alguno de ellos hasta que llegó al que había dado el palo, y, echándole mano, le hizo pedazos en el agua. De estas ofensas y de otras que Bruto les había hecho guardando el ejército de noche, que no entraba indio enemigo que luego no lo degollase, se vengaron los indios con matarle como se ha dicho, que por tenerle conocido por estas nuevas le tiraban de tan buena gana, mostrando en el tirarle la destreza que tenían en sus arcos y flechas. Cosas de gran admiración han hecho los lebreles en las conquistas del nuevo mundo como fue Becerrillo en la isla de San Juan de Puerto Rico, que de las ganancias que los españoles hacían daban al perro, o por él a su dueño, que era un arcabucero, parte y media de arcabucero, y a un hijo de este lebrel, llamado Leoncillo, le cupo de una partija quinientos pesos en oro de las ganancias que el famoso Vasco Núñez de Balboa hizo después de haber descubierto la mar del Sur.