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CAPÍTULO XVIII De diversas raíces que se dan en Indias Aunque en los frutos que se dan sobre la tierra es más copiosa y abundante la tierra de acá, por la gran diversidad de árboles frutales y de hortalizas; pero en raíces y comidas debajo de tierra paréceme que es mayor la abundancia de allá, porque en este género acá hay rábanos, y nabos y zanahorias, y chicorias y cebollas, y ajos, y algunas otras raíces de provecho; allá hay tantas que no sabré contarlas. Las que ahora me ocurren, ultra de las papas que son lo principal, son ocas y yanaocas, y camotes y batatas, y jícamas y yuca, y cochuchu y cavi, y tótora y maní, y otros cien géneros que no me acuerdo. Algunos de éstos se han traído a Europa, como son batatas, y se comen por cosa de buen gusto, como también se han llevado a Indias las raíces de acá, y aún hay esta ventaja, que se dan en Indias mucho mejor las cosas de Europa que en Europa las de Indias; la causa pienso ser que allá hay más diversidad de temples que acá, y así es fácil acomodar allá las plantas al temple que quieren. Y aun algunas cosas de acá parece darse mejor en Indias, porque cebollas, y ajos y zanahorias, no se dan mejor en España que en el Pirú, y nabos se han dado allá en tanta abundancia que han cundido en algunas partes, de suerte que me afirman que para sembrar de trigo unas tierras, no podían valerse con la fuerza de los nabos que allí habían cundido. Rábanos más gruesos que un brazo de hombre y muy tiernos, y de muy buen sabor, hartas veces los vimos. De aquellas raíces que dije, algunas son comida ordinaria, como camotes, que asados sirven de fruta o legumbres; otras hay que sirven para regalo, como el cochucho, que es una raicilla pequeña y dulce que algunos suelen confitarla para más golosina. Otras sirven para refrescar, como la jícama, que es muy fría y húmeda, y en Verano, en tiempo de Estío, refresca y apaga la sed; para sustancia y mantenimiento, las papas y ocas hacen ventaja. De las raíces de Europa, el ajo estiman sobre todo los indios, y le tienen por cosa de gran importancia, y no les falta razón, porque les abriga y calienta el estómago, según ellos le comen de buena gana y asaz así crudo como le echa la tierra.
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Capítulo XVIII De las demás casas de recogidas que tenía el Ynga en su reino Por concluir de una vez con estas indias acllas, que el Ynga tenía en custodia y guarda en su Reino, haré este capítulo de las demás que restan. A las de la cuarta casa y recogimiento llamaban los indios taqui aclla, que eran cantoras y escogidas para efecto de cantar y tañer con unos atambores, y dar regocijo al Ynga y sus capitantes y gente principal cuando comían y había fiesta y borrachera. Entonces salían estas taqui acllas con sus instrumentos a darle placer, cantando sus arabies y músicas a su usanza. Eran también hermosas y tenían todas una voz, para que mejor sonasen en su canto. Estas indias habían de ser de nueve años hasta quince y, así, de seis a seis años se iban entresacando, y por la orden que las sacaban, tornaban a meterse de nuevo otras para este efecto. Sustentábanse de su trabajo y ellas mismas beneficiaban sus chácaras y hacían ropa para vestirse. También tenían sus guardas y porteros viejos, que las miraban y contaban cada día, porque no faltase alguna. Estas de la cuarta casa también eran pastoras del Ynga, de todos los ganados que el Ynga tenía para sus sacrificios, los cuales guardaban de noche en sus corrales, junto a estas casas de recogimiento, y de día los sacaban a pasear, con mucha cuenta y razón y con gran cuidado que tenían ellas. Tenían la tierra segura de las bestias fieras, y así podían andar por los pastos seguramente y, mientras repastaban el ganado, entendían en ensayarse en sus arabies y cantares que usaban, para cuando viniese el Ynga por donde ellas estaban. La quinta Casa de Recogimiento; entraban en ella muchachas de cinco a seis años, pequeñuelas, y, así se decían vinachicuy, que significa criadas. Había con ellas indias de veinte años, que las regían y guardaban y enseñaban, a como habían de hilar delgado y tejer, y labraban sus chácaras. Este género de muchachas era de toda suerte, así de principales como de indios comunes, con tal fuesen hermosas sin nota ni fealdad ninguna, que para esto las mandaban desnudar, y tenían sus guardas y porteros con sus quipus donde asentaban cuántas eran, que por ser muchas niñas y de poca edad era necesario. Estaban siempre encerradas como en monasterio, donde jamás salían, ya que iban creciendo. Hilaban ropa de cumpi finísima para los ídolos. Los porteros eran capados y aun les cortaban las narices y bezos, para más disformidad, y si algún hombre entraba a estas muchachas, le colgaban de pies hasta que moría con grandísima pena. Las indias de la sexta Casa que también eran acllas y escogidas, eran extranjeras de la ciudad del Cuzco y eran hermosas y hacían ropa para sí y servían al Ynga de lo que las demás. Eran de quince años a veinte, y habían de ser sin fealdad ninguna. Ellas propias beneficiaban sus chácaras y tenían indios viejos y sin sospecha, que las guardaban como las demás. Cuando el Ynga quería entrar a visitarlas, estaba cada una en su aposento y el Ynga entraba a la que más quería, y después daba una vuelta, mirando a las demás. Estas acllas eran labradoras y gastaban el tiempo en cultivar las chácaras y huertos del Ynga, y todos las respetaban, considerando cuán provechosas eran las chácaras y cogían abundantemente de todas las cosas que el Ynga era aficionado para su mantenimiento. Excedían a todas las de las otras cinco casas en multitud, como más necesarias a su oficio. Todas las seis Casas de Recogimiento estaban apartadas del consorcio de los demás indios o indias, y aparte, de suerte que no había ninguna comunicación con otro género de personas, hasta que de allí salían y se casaban, con orden del Ynga, como está dicho. El orden que el Ynga guardaba en repartir las mujeres de estas seis casas era que, de la primera, por maravilla daba algunas, y eso era a sus hermanos o parientes, o persona a quien él quería hacer grandísimo favor y le había servido notablemente en la guerra, o conquistado alguna provincia o apaciaguado alguna rebelión, o hecho alguna hazaña memorable, porque éstas eran exceptuadas para él. De la segunda casa repartía a los gobernadores y principales de su Consejo y de las provincias. De las de la tercera daba a los principalejos y mandones, y a los soldados que habían trabajado en las fronteras y conquistas. Las de la cuarta Casa repartía a los indios comunes, y de la quinta a los indios pobres, y las últimas y feas y desechadas, a los indios feos y viejos, conforme a ellas. Al indio que tenía atrevimiento para el Ynga, si era indio particular moría por ello y lo ahorcaban por los caminos, con graves penas a quien los quitase, y a ellas lo mismo para escarmiento de las demás, y si era cacique e indio principal, todos lo bienes que tenía se los quitaban y confiscaban para el Ynga, y si algún indio principal venía a rogar por el delincuente de este jaez, el Ynga le mandaba matar, diciendo que pues rogaba, era señal que había cometido el delito y tenía culpa, y si no la tenía que la justicia le favorecía.
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Capítulo XVIII 428 De la diferencia que hay de las heladas de esta tierra a las de España, y de la fertilidad de un valle que llaman el Val de Cristo; y de los morales y seda que en él se crían, y de otras cosas notables 429 El invierno que hace en esta Nueva España y las heladas y fríos ni duran tanto ni es tan bravo como en España, sino tan templado, que ni dejar la capa da mucha pena, ni traerla en verano tampoco da pesadumbre. Pero por ser las heladas destempladas y fuera de tiempo, quémanse algunas plantas y algunas hortalizas de las de Castilla, como son árboles de agro, parras, higueras, granados, melones, pepinos, berenjenas, etc.; y esto no se quema por grandes fríos y heladas, que no son muy recias, sino porque vienen fuera de tiempo; porque por Navidad o por los Reyes vienen diez o doce días tan templados como de verano; y como la tierra es fértil, aunque no han mucho dormido los árboles, ni ha pasado mucho tiempo después que dejaron la hoja, con aquellos días que hace caliente vuelven luego a brotar; y como luego vienen otros dos o tres días de heladas, aunque no son muy recias, por hallar los árboles tiernos llévales todo aquello que han brotado; y por la bondad y fertilidad de la tierra acontece muchos años tornar los árboles a brotar y a echar dos y tres veces hasta el mes de abril, y quemarse otras tantas veces. Los que esto ignoran y no lo entienden, espántanse de que en Castilla, adonde son las heladas tan recias, no se hielan las plantas de la manera que acá se hielan. Esto que aquí digo no va fuera de propósito de contar historias y propiedades de esta tierra, ni me aparto de loar y encarecer la tierra y comarca de esta ciudad de los Ángeles, por lo cual digo que en esta Nueva España cualquier pueblo para ser perfecto ha de tener alguna tierra caliente, adonde tenga sus viñas y huertas, y heredades, como lo tiene ésta de que hablamos. 430 A cuatro leguas de esta ciudad está un vago que se llama el Val de Cristo, adonde los vecinos tienen sus heredades, y huertas y viñas con muchos árboles, los cuales se hacen en extremo bien de toda manera de fruta, mayormente de granados; y en las tierras cogen mucho pan todo lo más del año, que en tierra fría no se da más de una vez como en España; más aquí adonde digo, como es tierra caliente y no le hace mal la helada, y como este valle tiene mucha agua de pie, siembran y cogen cuando quieren, y muchas veces acontece estar un trigo acabado de sembrar, y otro que brota, y otro estar en berza, y otro espigando, y otro para segar; y lo que más ricas hace estas heredades son los morales que tienen puestos y ponen cada día, porque hay muy grande aparejo para criar seda. Es tan buena esta vega adonde está este valle que dicen el Val de Cristo, que en toda la Nueva España no hay otra mejor, porque personas que se les entiende y saben conocer las tierras, dicen que es mejor esta vega que la Vega de Granada en España, ni que la de Orihuela, por lo cual será bien decir algo en suma de tan buena cosa como esta vega es. 431 Esta es una vega que llaman los españoles el Valle de Atlixco, mas entre los indios tiene muchos nombres, por ser muy gran pedazo de tierra. Atlixco quiere decir en su lengua ojo o nacimiento de agua. Es este lugar propiamente dos leguas encima del sitio de los españoles o del Val de Cristo, adonde nace una muy grande y hermosa fuente, de tanta abundancia de agua, que luego se hace de ella un gran río, que va regando muy gran parte esta vega que es muy ancha, y muy larga, y de muy fértil tierra; tiene otros ríos y muchas fuentes y arroyos. Junto a esta gran fuente está un pueblo que tiene el mismo nombre de la fuente, que es Atlixco. Otros llaman a esta vega Cuauhquechula la vieja, porque en la verdad los de Cuauhquechula la plantaron y habitaron primero; esto es adonde ahora se llama Acapetlaca, que para quien no sabe el nombre es adonde se hace el mercado o tianguez de los indios; esto aquí es de lo mejor de toda esta vega. Como los de Cuauhquechula se hubiesen aquí algo multiplicado, cerca del año de 140, ensorberbecidos se determinaron y fueron a dar guerra a los de Calpa, que está arriba cuatro leguas a el pie del volcán, y tomándolos desapercibidos mataron a muchos de ellos; y los que quedaron retrajéronse y fuéronse a Huexuzinco, y aliáronse y confederáronse con ellos, y todos juntos fueron sobre los de Acapetlaca, y mataron muchos más, y echáronlos del sitio que tenían tomado; y los que quedaron se retrajeron dos o tres leguas, el río grande abajo, adonde ahora se llama Coatepec. 432 Pasados algunos años, los de Cuauhquechula o Capetlaca, arrepentidos de lo que habían hecho, y conociendo la ventaja que había del lugar que habían dejado a el que entonces tenían, ayuntáronse, y con muchos presentes, conociéndose por culpados en lo pasado, rogaron a los de Huexuzinco y Calpa que los perdonasen y los dejasen tornar a poblar la tierra que habían dejado; lo cual les fue concedido, porque todos los unos y los otros eran parientes, y descendían de una generación. Vueltos éstos a su primer asiento tornaron a hacer sus casas y estuvieron algunos años en paz y sosegados, hasta que ya olvidados de lo que había sucedido a sus padres, volvieron a la locura primera y tornaron a mover guerra a los de Calpa; los cuales vista la maldad de sus vecinos, tornáronse a ayuntar con los de Huexuzinco y fueron a pelear con ellos, y matando muchos los compelieron a huir y a dejar la tierra que ellos les habían dado, y echáronlos a donde ahora están, y edificaron a Cuauhquechula; y porque éstos fueron los primeros pobladores de esta vega llamáronla Cuauhquechula la vieja. Y desde aquella vez los de Huexuzinco y los de Calpa repartieron entre sí lo mejor de esta vega, y desde entonces la poseen. A esto llaman los españoles Tochmilco, entiéndese toda aquella provincia, la cabeza de la cual se llama Acapetlayuca; ésta es la cosa más antigua de todo este valle. Está a siete leguas de la ciudad de los Ángeles, entre Cuauhquechula y Calpa, y es muy buena tierra y poblada de mucha gente. Dejadas las cosas que los indios en esta vega cogen, que son muchas, y entre ellos son de mucho provecho, como son frutas y maíz, que se coge dos veces en el año, danse fríjoles, ají y ajos, algodón, etc. Es valle adonde se plantan muchos morales, y ahora se hace una heredad para el rey, que tiene ciento y diez mil morales, de los cuales están ya traspuestos más de la mitad, y crecen tanto, que en un año se hacen acá mayores que en España en cinco. En la ciudad de los Ángeles hay algunos vecinos de los españoles, que tienen cinco y seis mil pies de morales, por lo cual se criará aquí tanta cantidad de seda que será una de las ricas cosas del mundo, y éste será el principal lugar del trato de la seda; porque ya hay muchas heredades de ella, y con la que por otras muchas partes de la Nueva España se cría y se planta desde aquí a pocos años se criará más seda en esta Nueva España que en toda la cristiandad, porque se cría al gusano tan recio, que ni se muere porque le echen por ahí, ni porque le dejen de dar de comer dos ni tres días, ni porque haga los mayores truenos del mundo (que es lo que más daño les hace), ni ningún perjuicio sienten como en otras partes, que si truena a el tiempo que el gusano hila, se queda muerto colgado del hilo. En esta tierra antes que la simiente viniese de España yo vi gusanos de seda naturales y su capullo, mas eran pequeños y ellos mismos se criaban por los árboles sin que nadie hiciese caso de ellos, por no ser entre los indios conocida su virtud y propiedad, y lo que más es de notar de la seda es que se criará dos veces en el año, porque yo he visto los gusanos de la segunda cría en este año de 1540, en principio de junio ya grandecillos, y que habían dormido dos o tres veces. La razón porque se criará la seda dos veces es porque los morales comienzan a echar hojas desde principio de febrero, y están en crecida y con hoja tierna hasta agosto; de manera que cogida la primera semilla, la tornan a avivar, y les queda muy buen tiempo y mucho, porque como las aguas comienzan acá por abril, están los árboles en crecida mucho más tiempo que en Europa ni en África. 433 Hácense en este valle melones, cohombros y pepinos, y todas las hortalizas que se hacen en tierra fría, porque este valle no tiene otra cosa de tierra caliente, si no es el no le hacer mal la helada; en lo demás es tierra muy templada, especialmente el lugar a donde los españoles han hecho su asiento; y así hace las mañanas tan frescas como dentro en México, y aun tiene este valle una propiedad bien notada de muchos y aun de todos, y es que siempre a la hora de mediodía viene un aire fresco como embate de mar, y así le llaman los españoles que aquí residen, el cual es tan suave y gracioso que da a todos muy gran descanso. Finalmente se puede decir de este valle que le pusieron el nombre como le convenía en llamarle Val de Cristo, según su gran fertilidad y abundancia, y sanidad y templanza de aires. 434 Antiguamente estaba muy gran parte de esta vega hecha eriales, a causa de las guerras, porque por todas partes tiene este valle grandes pueblos, y todos andaban siempre envueltos en guerra unos contra otros, antes que los españoles viniesen, y aquí eran los campos a donde se venían a dar las batallas, y adonde peleaban; y era costumbre general en todos los pueblos y provincias, que en fin de los términos de cada parte dejaban un gran pedazo yermo y hecho campo, sin labrarlo, para las guerras, y si por caso alguna vez se sembraba, que eran muy raras veces, los que lo sembraban nunca lo gozaban, porque los contrarios sus enemigos se lo talaban y destruían. Ahora ya todo se va ocupando de los españoles con ganado, y de los naturales con labranza, y de nuevo se amojonan los términos; y algunos que no están bien claros determínanlos por pleito, lo cual es causa que entre los indios haya siempre muchos pleitos, por estar los términos confusos. 435 Volviendo pues a el intento y propósito digo: que en aquella ribera que va junto a las casas de la ciudad hay buenas huertas, así de hortaliza como de árboles de pepita, como son perales, manzanos y membrillos; y de árboles de cuesco, como son duraznos, melocotones y ciruelos, etc.; a éstos no les perjudica ni quema la helada y paréceme que debía ser como ésta la tierra que sembró Isaac en Palestina, de la cual dice el Génesis que cogió ciento por uno, porque yo me acuerdo que cuando San Francisco de los Ángeles se edificó, había un vecino sembrando aquella tierra que estaba señalada para el monasterio, de trigo, y estaba bueno; y preguntado qué tanto había sembrado y cogido, dijo que había sembrado una fanega y cogido ciento; y esto no fue por ser aquel el primer año que aquella tierra se sembraba, porque antes que la ciudad allí se edificase sembraban la ribera de aquel arroyo para el español que tenía el pueblo de Cholola en encomienda, y había ya más de cinco años que cada año se sembraba; y así es costumbre en esta Nueva España que las tierras que siembren cada año, y no las estercolando produzcan el fruto muy bien. En otra parte de esta Nueva España he sido certificado que de una fanega se cogieron más de ciento y cincuenta fanegas de trigo castellano; verdad es que esto que así acude se siembra a mano como el maíz, porque hacen la tierra a camellones, y con la mano escarban y ponen dos o tres granos, y de palmo en palmo hacen otro tanto, y después sale una mata llena de cañas y espigas. Maíz se ha sembrado en término de esta ciudad que ha dado una fanega, trescientas. Ahora hay tantos ganados que en toda parte vale de balde. Labran la tierra con yuntas de bueyes a el modo de España. También usan carretas como en España, de las cuales hay muchas en esta ciudad, y es cosa muy de ver las que cada día entran cargadas; unas de trigo, otras de maíz, otras de leña para quemar cal, otras con vigas y otras con madera. Las que vienen del puerto traen las mercaderías, y a la vuelta llevan bastimentos y provisiones para los navíos. 436 Lo principal de esta ciudad y que hace ventaja a otras más antiguas que ella es la iglesia principal, porque cierto es muy solemne, y más fuerte y mayor que todas cuantas hasta hoy hay edificadas en toda la Nueva España; es de tres naves, y los pilares de muy buena piedra negra y de buen grano, con sus tres puertas, en las cuales hay tres portadas muy bien labradas, y de mucha obra; residen en ella el obispo, con sus dignidades, canónigos, curas y racioneros, con todo lo conveniente a el culto divino, porque aunque en Tlaxcala se tomó primero la posesión, está ya mandado por su Majestad que sea aquí la catedral, y como en tal, residen aquí los ministros. Tiene también esta ciudad dos monasterios, uno de San Francisco y otro de Santo Domingo. Hácese también un muy buen hospital. Hay muy buenas casas y de buen parecer por de fuera y de buenos aposentos. Está poblada de gente muy honrada, y personas virtuosas y que hacen grandes ayudas a los que nuevamente vienen de Castilla, porque luego que desembarcan, que es desde mayo hasta septiembre, adolecen muchos y mueren algunos, y en esto se ocupan muchos de los vecinos de esta ciudad, en hacerles regalos y caricias, y caridad. 437 Tiene esta ciudad mucho aparejo para poderse cercar, y para ser la mayor fuerza de toda la Nueva España, y para hacerse en ella una muy buena fortaleza, aunque por ahora la iglesia basta según es fuerte. Y hecho esto, que se puede hacer con poca costa y en breve tiempo, dormirán seguros los españoles de la Nueva España, quitados de los temores y sobresaltos que ya por muchas veces han tenido; y sería gran seguridad para toda la Nueva España, porque la fortaleza de los españoles está en los caballos y tierra firme, lo cual todo tiene esta ciudad: los caballos, que se crían en aquel valle y vega que está dicho, y la tierra firme el asiento que la ciudad tiene. Asimismo está en comarca y en el medio para ser señora y sujetar a todas partes, porque hasta el puerto no hay más de cuatro o cinco días de camino; y para guardar la ciudad basta la mitad de los vecinos que tienen, y los demás para correr el campo y hacer entradas a todas partes en tiempo de necesidad. Y hasta que en esta Nueva España haya una cosa fuerte, y que ponga algún temor no se tiene la tierra por muy segura, por la gran multitud que hay de gente de los naturales; pues se sabe que para cada español hay quince mil indios y más. Y pues que esta ciudad tiene tantas y tan buenas partes y tantas buenas cualidades, y con haber tenido hartas contradicciones en el tiempo de su fundación y haber sido desfavorecida, ha venido a subir y a ser tan estimada, que casi quiere dar en barba a la ciudad de México, será justo que de su majestad del Emperador y Rey don Carlos su señor y monarca del mundo, sea favorecida y mirada no más de como ella misma lo merece, sin añadir ninguna cosa falsamente; y con esto se podrá decir de ella que sería ciudad perfecta y acabada, alegría y defensión de toda la tierra. 438 Es muy sana, porque las aguas son muy buenas y los aires muy templados; tiene muy gentiles y graciosas salidas; tiene mucha caza y muy hermosas vistas; porque de una parte tiene las sierras de Huexuzinco, que la una es el volcán y la otra la sierra nevada; a otra parte y no muy lejos, la sierra de Tlaxcala y otras montañas en derredor; a otras partes tiene campos llanos y rasos. En conclusión, que en asiento y en vista, y en todo lo que pertenece a una ciudad para ser perfecta, no le falta nada.
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De cómo el piloto mayor pidió licencia para ir en nombre del general a hablar a los soldados a tierra, y lo que con ellos pasó El siguiente día, que fue un viernes, viendo el piloto mayor la determinación de la gente del campo, por lo que el vicario le había dicho, y la falta de salud y tristeza del adelantado, le pidió licencia para de su parte ir a hablar a los soldados; a que le respondió el adelantado: --No sé si esa gente estará para oír cosas dichas en mi favor y de la tierra, por estar ya tan declarados y determinados en hacer su voluntad. Volvió el piloto segunda vez a instar por ella, y al fin se la concedió; y con esto fue a tierra, y el primero que encontró como al desgaire, con la cabeza a modo de burla, le dijo: --¿No se despacha para irse con el aviso al Perú? Avíese, que ya es tiempo y llevarme ha unas cartas. Llegóse un soldado amigo del adelantado mayor, que le dijo: --Muy dañado lo veo; no sé en qué ha de parar según anda. Y otro le dijo, que cuanto se holgó de verle venir a la jornada, le pesaba de verle allí, por las amenazas que le hacían. En entrando más en el campo, se vinieron a él muchos soldados, unos diciendo: --¡A dónde nos han traído!, qué es lugar éste, dónde no daldrá hombre, ni aquí volverá, aunque vaya aviso, sino es llevando oro, plata, perlas u otras cosas de valor que aquí no hay. El adelantado no ha de enviar aviso, ni lo habemos de consentir todos, o ninguno. Decían otros: --Aquí no venimos a sembrar, que para esto mucha tierra hay en el Perú; ésta lo es de que se sigue servicio a Dios ni al Rey. Más obligación tenemos a nosotros mismos, que no a estos bárbaros. No son éstas las islas que el adelantado nos dijo, ni habemos de quedar aquí. Embarquémonos y vámoslas a buscar; o sino, llévennos al Perú o a otra parte de cristianos. Palabras resolutas de gente sin dueño. De estas cosas y semejantes, decían los unos y los otros, corriendo todos por donde sus deseos los guiaban, o por mejor decir los despeñaban, sin atender a cosa que fuese de provecho ni daño; porque de los muñidores tenían las voluntades tan rebotadas, que no había freno que los hiciese parar, aunque más verdades les dijesen. El piloto mayor les preguntó las causas por qué hallaban ser mala la tierra; a que respondieron, que porque no tenía que dar; y él les dijo: ¿qué habían dejado en el Perú?, o qué trajeron de él?, ¿o qué se busca pasar esta vida, sino dinero para comprar una casa y sustentar la vida?, cosa que pocos alcanzan tarde, o se les va la vida en esperanzas, y que lo presente era bueno para hacendarse, sin saberse lo que más habrá y lo que se descubriría. Dijeron que cuando llegase ese tiempo, se pasarían veinte años y serían viejos. El piloto les dijo: --Según eso debieron de entender hallar ciudades, viñas y huertas, entrar en casa a mesa puesta, y que los dueños dejando la posesión, se la otorgasen con perpetua esclavitud; o hallar los montes, valles y campos de esmeraldas, rubíes y diamantes para cargar, y dar vuelta; mal mirando que todas las provincias del mundo han tenido su principio, y que Sevilla, Roma y Venecia y las demás ciudades que tiene el mundo, o fueron montes o campos rasos, y que a sus pobladores ha costado lo que cuestan cosas grandes, para que sus sucesores gozasen como las gozan. Mas yo entiendo, quisieran ellos que otros hubieran trabajado, para que ellos descansasen; sin acordarse que todo estuviera por hacer, si los primeros hubieran hecho estas cuentas. Teníanle al piloto mayor por sospechoso y daban por razón que como había de ir con el aviso, por eso favorecía tanto la población de la tierra por quedarse en la otra; y él les dijo, que ¿qué riquezas le veían prestas para que tal se entendiese de él?, que era el que más arriesgaba, pues había de ir para su bien de ellos a descubrir caminos por mares no navegados, a donde podría, demás de los trabajos a que iba puesto, encontrar de noche una piedra y rematar cuantas. Díjoles más: --Señores, ¿quién les engaña e inquieta?, ¿cuál es el mal mirado que dice podemos salir todos de este lugar con la facilidad que prometen? Díganme quiénes, que yo les daré a entender las imposibilidades que hay y puede haber en ir desde aquí, así al Perú como a cualquiera otra parte. Respondió el uno: --Haya lo que hubiere; que más quiero morir en la mar que donde estoy, y entrambos habemos de ir en un grillo. A esto dijo el piloto: --¿No saben que seguimos a nuestro general, que está en lugar de el Rey, y que tenemos obligación de querer lo que él en su servicio quiere, y el querer otra cosa es querer ir contra el servicio del Rey? Respondieron: --Aquí no vamos contra el servicio real. --¿Pues cómo quieren (replicó el piloto), contra la voluntad de su general, salirse y desamparar la tierra que en su real nombre ha poblado, y libertarse e incitar y amenazar a los que no estamos de su parecer? Dijeron --Nosotros no queremos sino que no envíe aviso al Perú, que somos poca gente y queremos que nos saque de aquí y lleve a las islas que pregonó, o a otra parte mejor. Dijo el piloto mayor: --El adelantado es la persona que tiene a cargo lo que a todos estará bien; bueno será dejarlo a él, que ya quiere segunda vez enviar a buscar al almirante a la isla de San Cristóbal, que llevaba por instrucción buscarla si se derrotase; y que si la hallase haría lo conveniente, y que si no, tomaría cristiano parecer, medido a la necesidad del estado presente; que también él tenía su persona y la de su mujer en el lugar que todos estaban: que no se podían escapar de los peligros que ellos tanto recelaban. Y cuanto a la vista de la almiranta, lo aprobaron todos; mas que el piloto mayor no había de ir, sino el adelantado que estaba bien prendado. Mas el piloto estaba enfermo y no era razón poner su persona a nuevos riesgos, ni que se ausentase del lugar; mas antes cuando el quisiera ir, se lo habían de contradecir, teniendo hombres tan honrados de quien poder fiar esto y más. Ya en este tiempo se habían juntado otros a dar su parecer; mas como era música de muchos y tan desconcertada, mal sonaba. Mas prosiguiendo, les dijo el piloto mayor, que les vía olvidados de lo que había pasado navegando, con traer los navíos tanta provisión, y contó por acaso cuatro islas donde se hizo nueva escala, y haber sido el viento a popa, el viaje breve. --Acuérdense, les dijo, que si Dios no nos diera la isla en que estamos, podría ser pereciéramos, y pues nos la dio, debe ser su voluntad quedémonos en ella agora. Ya se ve que el mismo viento que trujimos ése tenemos, y que cuanto fue en favor es contrario, y que la vuelta al Perú es imposible, sin subir a mucha altura; y que las naos están desaparejadas y sin orden de poderlas dar carena, y que no había cables, y la jarcia está podrida; y que bastimentos no había más que poca harina, y que las botijas del agua eran menos, por haberse quebrado muchas, y las pipas rotas, por no haber quien las aderezase. El camino mucho y no conocido: que no se sabía el tiempo que había de durar tal jornada: que estas cuentas eran las ciertas que se habían de hacer, y no tratar sin fundamento de acometer cosas con riesgos de propias vidas y ajenas. Dijo más: --Yo quiero que se mude el viento y se haga el oeste, que es todo lo que puede ser favorable; y estamos ciertos que no habemos de estar más tiempo en el viaje que el que estuvimos en llegar aquí, a donde tenemos otros tantos bastimentos como se trujeron, cuanto más que los otros no llegaron. ¿Y para qué habíamos tomado tanto trabajo, gastando nuestras haciendas y nos pusimos a tantos riesgos, emprendiendo una tan honrada empresa para no salir con ella? Y mirasen bien que otros vasallos ha tenido y tiene el Rey, que le han sustentado y sustentan fronteras y provincias enteras, y a veces comiendo los gatos y perros por no hacer una vileza, y todo sin esperar premio tan grande como aquí se puede esperar; y que al presente ni adelante faltará de comer en tan fértil tierra, ni los enemigos apretaban tanto, ni otras faltas que nos necesiten y obliguen a olvidar de lo que otros no se olvidaron. Y pues estamos en tan honrada ocasión, no la dejemos, pues otros muchos las desean sin poder jamás verse en ellas; esto por eternizarse a costa de muchas finezas; y para que se diga que no rehusamos la carrera, mostremos buena voluntad, pues para todo hay tiempo; y tanto importa llegar a donde se desea por mayo como por septiembre. Y en fin, a donde quiera que lleguemos se ha de decir que sólo venimos a buscar nuestros provechos, y que aun para procurarlos nos faltó el ánimo; pues tan presto, y sin haber más causa que nuestra flaqueza, lo habíamos desamparado; y todos habíamos de ser tenidos por enemigos de Dios y del Rey, y de la honra de nuestro general y nuestra propia, si dejábamos tal empresa y tal tierra. De Dios, porque con tanta facilidad y sin haber causas bastantes, alzábamos la predicación que se venía a hacer a los naturales, y por ser honra de Dios y salvación de almas, es el mayor interés en que habemos de poner entrambos ojos, y sacallas del cautiverio del demonio que tan domados y ciertos tiene, y desterrarle su adoración y darle a Dios, a quien se debe y cuya es. Del Rey, por impedir el servicio que se le podía hacer deste lugar, sin que para estos descubrimientos se hiciesen nuevos gastos ni arriesgase otras armadas. Y puede ser que sea lo que se entiende, que cuando se descubrió el Nuevo Mundo no dieron luego con lo importante de él, sino con unas muy cortas islas de él y de poco o ningún provecho; y por la constancia de sus descubridores hubieron después a las manos las dos tan grandes y ricas provincias de la Nueva España y Perú, y que la vuelta para España les fue oculta y trabajosa muchos años, lo que agora se hace fácil por la misericordia de Dios. De la honra de nuestro general, porque ha gastado su hacienda, dejando lo que dejó en el Perú. Quieren por sólo su gusto desbaratalle tan cristianos pensamientos que tanto le han durado. De nuestras propias honras, porque de este paraje en que estamos, a ningunas partes podemos ir que no sean tierras de nuestro Rey; a donde sus ministros nos han de pedir muy estrecha cuenta, de dónde venimos y a dónde dejábamos al general y qué razón tuvimos para despoblar las tierras, que en nombre del Rey estaban pobladas, en especial ésta que es fértil, la gente mucha y doméstica, que por un camino u otro no podemos dejar de ofender nuestras conciencias, arriesgar vidas, honras y libertad. Salir todos, aunque queramos, no es posible: dejar las mujeres, niños y gente impedida en lugar semejante, no fuera justo: ir a la Nueva España, ya el adelantado ha andado aquel camino cuando destas partes fue, y se le murió mucha gente, pasó inmensos trabajos y estuvo mucho en llegar; que no eran todos caminos ni tiempos para poderse navegar: ir a las Filipinas, también tiene sus dificultades. Pensándolo todo bien, y por hartar esta inconsiderada gana, y por concluir, el piloto mayor cerró este punto con decir: --Y porque vean que pleitean sin fundamento, váyanse luego a embarcar; que yo acabaré con el adelantado que los deje hoy ir a la vela, y verán lo imposible de toda su pretensión. Algunos, abriendo los ojos, se mostraron convencidos a las dichas razones, y otros no, diciendo que cuanto a comida, que ellos se preferían de hinchir los navíos de lo que la tierra tenía, y el agua la meterían en diez mil cocos, en cañutos de cañas, o si no que en las mismas canoas de los indios, tapándolas y calafateándolas, y otras cosas tan bien concertadas como éstas. Mas el piloto mayor, les dijo: --¿Toda esa máquina no ha de menester tiempo?, ¿pues cómo no le dan al adelantado para que se determine en lo que ha de hacerse? Dicen que de la tierra han de llevar mucha comida; ¿cómo dicen que ya no tienen qué comer della?, y sin salir desta bahía, se comieron cien leguas de isla. ¿Qué certidumbre tienen de que los bastimentos de aquí durarán cuanto el viaje sin corrupción? --Dijeron que a ese riesgo querían ir. --Cuanto al agua, les dijo, que no teníamos sabidas otras islas en el camino, como hallamos Para hacer nueva aguada, y que se sujetasen a la razón, pues eran racionales. En fin, reventaron con decir querían ir a Manila, que era tierra de cristianos. Díjoles el piloto: --También lo fue de gentiles, y el ser de cristianos se debe a los descubridores que la Poblaron y conservaron: y en nuestro negocio otro tanto se debiera a nosotros, como se debió a ellos; y adviertan bien que en Manila no han de ser más que unos soldados sujetos a presidios que allí tiene el Rey, haciendo buenas y seguras las haciendas a los encomenderos della, y que para andar allá con el arcabuz al hombro, más valdrá aquí, donde vendrán a ser lo que los otros son con honra y fama. A esto dijo el uno de ellos que la honra había de ser a donde está el Papa y el Rey, y no entre indios. Mas el piloto les dijo que mejor era pedir comedidamente lo que querían a su general, que era persona que no taparía los oídos a cosas justas, y considerasen que aquel lugar y aquel tiempo era muy peligroso y ofendía mucho el oído del general, que deseaba hacer lo que su Rey le mandaba, cualquier palabra mal sonante; cuánto más tantas y tan libres. A esto dijo un soldado: --Déjenlo, déjenlo, y quédese quien se quisiere quedar; que nosotros nos habemos de ir, pese a quien pesare. Estaba sin espada, y él y otros seis, o siete fueron por ellas, y vinieron luego demudada la color; y preguntando por el maese de campo, se le arrimaron todos las cabezas bajas, las espadas en la mano muy a lo bravo, no faltando sobrecejos, ni secretos entre algunos que se hablaban al oído, y fue público que venían a matar al piloto mayor, y hay quien juró en juicio que venían diciendo: --Vamos y matemos a éste que es causa de que estemos en esta tierra; y otros juraron que pasaban las amenazas a decir "que beberían por su calavera". Las apariencias no parecieron bien; la intención sábelo Dios. Habló el que dijo que se habían de ir, y dijo: --Ninguno hay que no se quiera ir desta tierra, y alguno que se hace muy afuera, era el que más voluntad mostró; pero no importa. En resolución ello se dijo mucho en esta parte, esta y otras veces; y como había mucha gente, muchas razones y con ellas voces: el piloto mayor acabó las suyas con decir que cuanto había dicho tocaba al servicio de Dios y del Rey, y lo había de sustentar hasta morir, como lo tiene probado.
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CAPÍTULO XVIII Sale Pedro Calderón con su gente, y el suceso de su camino hasta llegar a la ciénaga grande Luego que Juan de Añasco y Gómez Arias se hicieron a la vela, el uno para la bahía de Aute y el otro para la isla de La Habana, apercibió el capitán Pedro Calderón la gente que le quedó, que eran setenta lanzas y cincuenta infantes, porque los treinta españoles que faltan llevaron Juan de Añasco y Gómez Arias en los bergantines y carabela por no ir solos con los marineros. Salió del pueblo de Hirrihigua; dejó los huertos frescos que los castellanos para su regalo habían plantado de muchas lechugas y rábanos y la demás hortaliza de cuyas semillas habían ido apercibidos para si poblasen. El segundo día de su camino llegaron al pueblo del buen Mucozo, el cual salió a recibirlos y aquella noche les hizo muy buen hospedaje; y otro día los acompañó hasta ponerlos fuera de su tierra, y a la despedida, con mucha ternura y sentimiento, les dijo: "Señores, ahora pierdo del todo la esperanza de jamás ver al gobernador mi señor ni a ninguno de los suyos, porque, hasta ahora, con teneros en aquel presidio esperaba ver a su señoría y me gozaba pensando servirle como siempre lo he deseado; mas ahora sin consuelo alguno lloraré toda mi vida su ausencia. Por lo cual os ruego le digáis estas palabras, y que le suplico las reciba como se las envió". Con estas palabras, y muchas lágrimas con que mostraba el amor que a los españoles tenía, se despidió de ellos y se volvió a su casa. El capitán Pedro Calderón y sus ciento y veinte compañeros caminaron por sus jornadas hasta llegar a la ciénaga grande sin que les acaeciese cosa digna de memoria, si no fue una noche antes que llegasen a la ciénaga que, habiéndose alojado los castellanos en un llano, cerca de un monte, salían de él muchos indios a les dar sobresaltos y rebatos a todas horas, hasta entrársele por el alojamiento y llegar a las manos, y, cuando los españoles les apretaban, se volvían huyendo al monte; luego tornaban a salir a los inquietar. En un lance de estos arremetió un caballero con un indio que se mostraba más atrevido que los otros, el cual huyó del caballero, mas, cuando sintió que le iba alcanzando, revolvió a recibirle con una flecha puesta en el arco y se la tiró tan cerca que al mismo tiempo que el indio desembrazó la flecha le dio el español una lanzada de que cayó muerto. Mas no vengó mal su muerte, porque con la flecha que tiró dio al caballo por los pechos, y, aunque de tan cerca, fue el tiro tan bravo que con las piernas y brazos abiertos sin dar un paso más ni menearse, cayó el caballo muerto a sus pies. De manera que el indio y el caballo y su dueño cayeron todos tres juntos unos sobre otros, y este caballo era el afamado de Gonzalo Silvestre, que no le valió toda su bondad para que el indio se la respetara. Los españoles, admirados que un animal tan animoso, feroz y bravo, cual es un caballo, hubiese muerto tan repentinamente de la herida de sola una flecha tirada de tan cerca, quisieron, luego que amaneció, ver qué tal había sido el tiro y abrieron el caballo y hallaron que la flecha había entrado por los pechos y pasado por medio del corazón y buche y tripas y parado en lo último de los intestinos, tan bravos, fuertes y diestros son en tirar las flechas comúnmente los naturales de este gran reino de la Florida. Mas no hay de qué espantarnos, si se advierte al perpetuo ejercicio que en ellas tienen en todas edades, porque los niños de tres años y de menos, en pudiendo andar en sus pies, movidos de su natural inclinación y de lo que continuamente ven hacer a sus padres, les piden arcos y flechas, y, cuando no se las dan, ellos mismos las hacen de los palillos que pueden haber, y con ellos andan desfenecidos tras las sabandijas que topan en casa, y si aciertan a ver algún ratoncillo o lagartija que se entre en su cueva, se están tres y cuatro y seis horas con su flecha puesta en el arco, aguardando con la mayor atención que se puede imaginar a que salga para la matar, y no reposan hasta haber salido con su pretensión, y, cuando no hallan otra cosa a que tirar, andan tirando las moscas que ven por las paredes y en el suelo. Con este ejercicio tan continuo, y por el hábito que en él tienen hecho, son tan diestros y feroces en el tirar las flechas, con las cuales hicieron tiros extrañísimos, como lo veremos y notaremos en el discurso de la historia, y, porque viene a propósito, aunque el caso sucedió en Apalache donde el gobernador quedó, será bien contarlo aquí, que cuando lleguemos a aquella provincia no nos faltará qué contar de las valentías de los naturales de ella. Fue así que, en una de las primeras refriegas que los españoles tuvieron con los indios de Apalache, sacó el maese de campo Luis de Moscoso un flechazo en el costado derecho que le pasó una cuera de ante y otra de malla que llevaba debajo, que, por ser tan pulida, había costado en España ciento y cincuenta ducados, y de éstas habían llevado muchas los hombres ricos por muy estimadas. También le pasó la flecha un jubón estofado y lo hirió de manera que, por ser a soslayo, no lo mató. Los españoles, admirados de un golpe de flecha tan extraño, quisieron ver para cuánto eran sus cotas, las muy pulidas en quien tanta confianza tenían. Llegados al pueblo, pusieron en la plaza un cesto, que los indios hacen de carrizos a manera de cestos de vendimiar, y, habiendo escogido una cota por la más estimada de las que llevaban, la vistieron al cesto, que, según estaba tejido, era muy fuerte, y, quitando un indio de los de Apalache de la cadena que estaba, le dieron un arco y una flecha y le mandaron que la tirase a la cota que estaba a cincuenta pasos de ellos. El indio, habiendo sacudido los brazos a puño cerrado para despertar las fuerzas, tiró la flecha, la cual pasó la cota y el cesto tan de claro y con tanta furia que, si de la otra parte topara un hombre, también lo pasara. Los españoles, viendo la poca o ninguna defensa que una cota hacía contra una flecha, quisieron ver lo que hacían dos cotas, y así mandaron vestir otra muy preciada sobre la que estaba en el cesto, y, dando una flecha al indio, le dijeron que la tirase como la primera a ver si era hombre para pasarlas ambas. El indio, volviendo a sacudir los brazos como que les pedía nuevas fuerzas, pues le doblaban las defensas contrarias, desembrazó la flecha y dio en las cotas por medio del cesto y pasó los cuatro dobleces que tenía de malla, y quedó la flecha atravesada tanto de un cabo como de otro. Y como viese que no había salido en claro de la otra parte, con gran enojo que de ello mostró, dijo a los españoles: "Déjenme tirar otra, y, si no las pasare ambas de claro, como hice la una, ahórquenme luego, que esta segunda flecha no me salió del arco tan bien como yo quisiera y por eso no salió de las cotas como la primera." Los españoles no quisieron conceder la petición del indio por no ver mayor afrenta de sus cotas, y de allí adelante quedaron bien desengañados de lo poco que las muy estimadas les podían defender de las flechas. Y así, haciendo burla de ellas sus propios dueños, las llamaban holandas de Flandes, y, en lugar de ellas, hicieron sayos estofados de tres y cuatro dedos en grueso, con faldamentos largos que cubriesen los pechos y ancas del caballo, y estos sayos, hechos de mantas, resistían mejor las flechas que otra alguna arma defensiva; y las cotas de malla gruesa y bastas que no eran tenidas en precio, con cualquier otra defensa que les pusiesen debajo, defendían las flechas mejor que las muy galanas y pulidas, por lo cual vinieron a ser estimadas las que habían sido menospreciadas y desechadas las muy tenidas. De otros tiros dignos de fama que hubo en este descubrimiento haremos mención adelante en los lugares donde acaecieron que cierto son para admirar. Mas al fin, considerando que estos indios son engendrados y nacidos sobre arcos y flechas, criados y alimentados de lo que con ellas matan y tan ejercitados en ellas, no hay por qué maravillarnos tanto.
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De las querellas que dieron al gobernador los pobladores de los oficiales de su majestad Luego dende a pocos días que fue llegado a la ciudad de la Ascensión el gobernador, visto que había en ella muchos pobres y necesitados, los proveyó de ropas, camisas, calzones y otras cosas, con que fueron remediados, y proveyó a muchos de armas, que no las tenían; todo a su costa, sin interés alguno; y rogó a los oficiales de Su Majestad que no les hiciesen los agravios y vejaciones que hasta allí les habían hecho y hacían, de que se querellarían de ellos gravemente todos los conquistadores y pobladores, así sobre la cobrana de deudas debidas a Su Majestad, como derechos de una nueva imposición que inventaron y pusieron, de pescado y manteca, de la miel, maíz y otros mantenimientos y pellejos de que se vestían, y que habían y compraban de los indios naturales; sobre lo cual los oficiales hicieron al gobernador muchos requerimientos para proceder en la cobranza y el gobernador no se lo consintió, de donde le cobraron grande odio y enemistad, y por vías indirectas intentaron de hacerle todo el mal y daño que pudiesen, movidos con mal celo; de que resultó prenderlos y tenerlos presos por virtud de las informaciones que contra ellos se tomaron.
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De algunas advertencias acerca de lo que escribe Francisco López de Gómara, mal informado, en su historia Estando escribiendo esta relación, acaso vi una historia de buen estilo, la cual se nombra de un Francisco López de Gómara, que había de las conquistas de México y Nueva-España, y cuando leí su gran retórica, y como mi obra es tan grosera, dejé de escribir en ella, y aun tuve vergüenza que pareciese entre personas notables; y estando tan perplejo como digo, torné a leer y a mirar las razones y pláticas que el Gómara en sus libros escribió, e vi desde el principio y medio hasta el cabo no llevaba buena relación, y va muy contrario de lo que fue e pasó en la Nueva-España; y cuando entró a decir de las grandes ciudades, y tantos números que dice que había de vecinos en ellas, que tanto se le dio poner ocho como ocho mil. Pues de aquellas grandes matanzas que dice que hacíamos, siendo nosotros obra de cuatrocientos soldados los que andábamos en la guerra, que harto teníamos de defendernos que no nos matasen o llevasen de vencida; que aunque entuvieran los indios atados, no hiciéramos tantas muertes y crueldades como dice que hicimos; que juro ¡amén!, que cada día estábamos rogando a Dios y a nuestra señora no nos desbaratasen. Volviendo a nuestro cuento, Atalarico, muy bravísimo rey, e Atila, muy soberbio guerrero, en los campos catalanes no hicieron tantas muertes de hombres como dice que hacíamos. También dice que derrotamos y abrasamos muchas ciudades y templos, que son sus cues, donde tienen sus ídolos, y en aquello le parece a Gómara que place mucho a los oyentes que leen su historia, y no quiso ver ni entender cuando lo escribía que los verdaderos conquistadores y curiosos lectores que saben lo que pasó, claramente le dirán que en su historia en todo lo que escribe se engañó, y si en las demás historias que escribe de otras cosas va del arte del de la Nueva-España, también irá todo errado. Y es lo bueno que ensalza a unos capitanes y abaja a otros; y los que no se hallaron en las conquistas dice que fueron capitanes, y que un Pedro Dircio fue por capitán cuando el desbarate que hubo en un pueblo que le pusieron nombre Almería; porque el que fue por capitán en aquella entrada fue un Juan de Escalante, que murió en el desbarate con otros siete soldados; e dice que un Juan Velázquez de León fue a poblar a Guazacualeo; mas la verdad es así: que un Gonzalo de Sandoval, natural de Ávila, lo fue a poblar. También dice cómo Cortés mandó quemar un indio que se decía Quezalpopoca, capitán de Montezuma, sobre la población que se quemó. El Gómara no acierta también lo que dice de la entrada que fuimos a un pueblo e fortaleza: Anga Panga escríbelo, mas no como pasó. Y de cuando en los arenales alzamos a Cortés por capitán general y justicia mayor, en todo le engañaron. Pues en la toma de un pueblo que se dice Chamula, en la provincia de Chiapa, tampoco acierta en lo que escribe. Pues otra cosa peor dice, que Cortés mandó secretamente barrenar los once navíos en que habíamos venido; antes fue público, porque claramente por consejo de todos los demás soldados mandó dar con ellos a través a ojos vistas, porque nos ayudase la gente de la mar que en ellos estaba, a velar y guerrear. Pues en lo de Juan de Grijalba, siendo buen capitán, te deshace e disminuye. Pues en lo de Francisco Fernández de Córdoba, habiendo él descubierto lo de Yucatán, lo pasa por alto. Y en lo de Francisco de Garay dice que vino él primero con cuatro navíos de lo de Pánuco antes que viniese con la armada postrera; en lo cual no acierta, como en lo demás. Pues en todo lo que escribe de cuando vino el capitán Narváez y de cómo le desbaratamos, escribe según e como las relaciones. Pues en las batallas de Taxcala hasta que hicimos las paces, en todo escribe muy lejos de lo que pasó. Pues las guerras de México de cuando nos desbarataron y echaron de la ciudad, e nos mataron e sacrificaron sobre ochocientos y sesenta soldados; digo otra vez sobre ochocientos y sesenta soldados, porque de mil trescientos que entramos al socorro de Pedro de Alvarado, e íbamos en aquel socorro los de Narváez e los de Cortés, que eran los mil y trescientos que he dicho, no escapamos sino cuatrocientos y cuarenta, e todos heridos, y dícelo de manera como si no fuera nada. Pues desque tornamos a conquistar la gran ciudad de México e la ganamos, tampoco dice los soldados que nos mataron e hirieron en las conquistas, sino que todo lo hallábamos como quien va a bodas y regocijos. ¿Para qué meto yo aquí tanto la pluma en contar cada cosa por sí, que es gastar papel y tinta? Porque si en todo lo que escribe va de aquesta arte, es gran lástima; y puesto que él lleve buen estilo, había de ver que para que diese fe a lo que dice, que en esto se había de esmerar. Dejemos esta plática, e volveré a mi materia; que después de bien mirado todo lo que he dicho que escribe el Gómara, que por ser tan lejos de lo que pasó es en perjuicio de tantos, torno a proseguir en mi relación e historia; porque dicen sabios varones que la buena política y agraciado componer es decir verdad en lo que escribieren, y la mera verdad resiste a mi rudeza; y mirando en esto que he dicho, acordé, de seguir mi intento con el ornato y pláticas que adelante se verán, para que salga a luz y se vean las conquistas de la Nueva-España claramente y como se han de ver, y su majestad sea servido conocer los grandes e notables servicios que le hicimos los verdaderos conquistadores, pues tan pocos soldados como vinimos a estas tierras con el venturoso y buen capitán Hernando Cortés, nos pusimos a tan grandes peligros y le ganamos ésta tierra, que es una buena parte de las del Nuevo-Mundo, puesto que su majestad, como cristianísimo rey y señor nuestro, nos lo ha mandado muchas veces gratificar; y dejaré de hablar acerca desto, porque hay mucho que decir. Y quiero volver con la pluma en la mano, como el buen piloto lleva la sonda por la mar, descubriendo los bajos cuando siente que los hay, así haré yo en caminar, a la verdad de lo que pasó, la historia del cronista Gómara, y no será todo en lo que escribe; porque si parte por parte se hubiese de escribir, sería más la costa en coger la rebusca que en las verdaderas vendimias. Digo que sobre esta mi relación pueden los cronistas sublimar e dar loas cuantas quisieren, así al capitán Cortés como a los fuertes conquistadores, pues tan grande y santa empresa salió de nuestras manos, pues ello mismo da fe muy verdadera; y no son cuentos de naciones extrañas, ni sueños ni porfías, que ayer pasó a manera de decir, si no vean toda la Nueva-España qué cosa es. Y lo que sobre ello escriben, diremos lo que en aquellos tiempos nos hallamos ser verdad, como testigos de vista, e no estaremos hablando las contrariedades y falsas relaciones (como decimos) de los que escribieron de oídas, pues sabemos que la verdad es cosa sagrada; y quiero dejar de más hablar en esta materia; y aunque había bien que decir della e lo que se sospechó del cronista que le dieron falsas relaciones cuando hacía aquella historia; porque toda la honra y prez della la dio solo al marqués don Hernando Cortés, e no hizo memoria de ninguno de nuestros valerosos capitanes y fuertes soldados; y bien se parece en todo lo que el Gómara escribe en su historia serle muy aficionado, pues a su hijo, el marqués que ahora es, le eligió su crónica e obra, e la dejó de elegir a nuestro rey y señor; y no solamente el Francisco López de Gómara escribió tantos borrones e cosas que no son verdaderas, de que ha hecho mucho daño a muchos escritores e cronistas que después del Gómara han escrito en Las cosas de la Nueva-España, como es el doctor Illescas y Pablo Iovio, que se van por sus mismas palabras y escriben ni más ni menos que el Gómara: Por manera que lo que sobre esta materia escribieron es porque les ha hecho errar el Gómara.
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Capítulo XVIII De cómo Juan Tafur llegó a Panamá, y cómo volvió un navío a la Gorgona al capitán Francisco Pizarro Habiendo dejado en la isla a Francisco Pizarro, Juan Tafur, con los cristianos que estaban embarcados en los navíos, anduvieron hasta llegar a Panamá, donde estaba el gobernador Pedro de los Ríos; y como supo que Francisco Pizarro con tan pocos españoles había quedado en la Gorgona pesóle, diciendo que si se muriese o fuesen indios a lo matar, que sobre ellos cargase la culpa, pues no habían querido venir en los navíos con Juan Tafur. Los que habían venido contaban las lástimas de los trabajos y hombres que habían pasado, y era muy gran dolor oírlos. El padre Luque y Diego de Almagro leyeron las cartas de su compañero Francisco Pizarro y derramaron muchas lágrimas de compasión que de él tuvieron, y con voluntad de le enviar con brevedad un navío para que pudiese descubrir lo de adelante o volverse a Panamá, fueron al gobernador a pedirle licencia para ello, poniéndole por delante grandes causas. Respondió que no quería dar tal licencia ni consentir que fuese navío de Panamá. Almagro con requerimientos se lo protestó, afirmando que se hacía sin justicia, pues habiendo trabajado y gastado tanto en aquel descubrimiento, no quería dar lugar a que fuese navío a traer los que habían quedado en la isla. Con estas cosas y otras que dijo Almagro, conociendo el gobernador que tenía razón, dio licencia para que fuese el navío, de que se alegraron mucho los dos compañeros; y con mucha diligencia metieron en uno de los que estaban en el puerto mucho bastimento; y como estuviese presto para el viaje, volvieron al gobernador a decirle que viese lo que mandaba, porque lo querían enviar; y dicen que le había pesado por haber dado licencia para ello, y que respondió, que él enviaría a ver el navío y a que lo registrasen y le avisasen si estaba para navegar. Habló de secreto con un Juan de Castañeda, para que yendo él con un carpintero, a quien llamaban Hernando, a ver la nao, dijesen que no estaba para navegar ni salir del puerto hasta que la adobasen. Mas cuentan que Castañeda, habiéndose cristianamente, lo hizo mejor que Pedro de los Ríos se lo había mandado, porque su visitación aprovechó y no dañó nada, antes luego el mismo Pedro de los Ríos envió a llamar a Diego Almagro, a quien dijo que fuese el navío con la bendición de Dios en busca del capitán, con tanto que cumpliesen lo que él les daría por una instrucción firmada de su nombre; que era la sustancia de ella que pudiesen navegar hasta seis meses, los cuales pasados viniesen a Panamá a dar cuenta de lo que habían hecho, so algunas penas que para ello puso. Esto hecho, el maestrescuela don Hernando de Luque y Diego de Almagro escribieron al capitán cartas alegres y que bien había mostrado su gran valor, pues así había osado con tan poca gente quedar en una tierra yerma y tan mala; y que habían trabajado harto de le enviar navío, porque el gobernador lo estorbaba; por tanto, que procurase de llegar con él a la tierra de Túmbez, que los indios decían, pues llevaban a Bartolomé Ruiz en el navío por piloto; que fue el mismo que les prendió en la balsa. Como le escribieron estas cosas y otras, se partió Bartolomé Ruiz con el navío, sin llevar más gente que los marineros, y se dio prisa navegar camino de la Gorgona. El capitán, con los españoles que habían quedado en ella, pasaban sus vidas con el trabajo que en el capítulo pasado se dijo, comiendo de lo que mariscaban y pescaban, y del maíz qué les había quedado; estaban aguardando el navío como si fuera la salvación de sus ánimas; tanto lo deseaban, que los celajes que se hacían bien dentro de la mar, se les antojaba que era él, y como viesen que no venía al cabo de tanto tiempo que había que se partieron los navíos, muy congojados y trabajados estaban con determinación de hacer balsas para se volver a Panamá la costa abajo. Y habiendo concertado esto, vieron un día bien adentro en la mar venir el navío; unos de ellos lo tuvieron por palo, otros por otra cosa, porque tanto lo deseaban, que aunque conocían que era vela, no lo creían; mas como llegó cerca, blanquearon las velas y conocieron que era lo que tanto deseaban; de que recibieron tanta alegría, que de gozo no podían hablar; y tomó puerto en la isla a hora de medio día, saliendo luego en tierra el piloto Bartolomé Ruiz con algunos marineros y se abrazaron unos con otros con gran placer, contando los de tierra a los que venían por la mar lo que habían pasado en la isla, y ellos contaban lo que les había sucedido en el viaje, como se suele hacer.
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Capítulo XVIII De otras ciudades y villas deste Reino hasta la ciudad de Trujillo Viniendo de la ciudad de Quito, que tenemos escrita, hacia la Ciudad de los Reyes, están, por la parte de la Sierra, la villa de Riobamba, veinte y cinco leguas de Quito, poblada de españoles; después, por el mismo camino, está la ciudad de Cuenca, la ciudad de Loja, fundada por el capitán Mercadillo, la ciudad de Zamora y las ricas minas de Garuma, la ciudad de Jaén y, en la provincia de los bracamoros, la ciudad de Santiago de las Montañas y Moyopampa, la ciudad de Chachapoyas y la villa de Cajarmarca, dicha Sant Antón, donde fue preso el Ynga Ata Hualpa, y se repartió aquel famosísimo rescate, nunca hasta hoy dado tal por ningún príncipe ni monarca del mundo. Todas estas ciudades y villas que he dicho, aunque tiene pocos moradores que las habiten, todavía están muy concertadas y dispuestas, y hay en sus distritos grandes crías de ganado de todas suertes y estancias, chácaras y sementeras de trigo, maíz, cebada y cualesquier granos y legumbres que fácilmente producen, y así son las comidas variadísimas, y los habitadores viven una vida quieta y sosegada, quitados de ruidos y disensiones, y, apartados y aun olvidados de los tráfagos y bullicios de las guerras. En los llanos de la costa de la mar está la ciudad de Puerto Viejo, y luego Guayaquil, junto al famoso río que dijimos. Dónase y se cría la zarzaparrilla, y el agua del río es delgada y sabrosa, que hace los mismos efectos que la zarza a quien por algún tiempo la bebe. Junto a Guayaquil está la mentada isla de la Puná, que tiene doce leguas de boje, la cual, cuando los españoles la conquistaron, hervía de gente, que casi no cabía en ella; pero después ha venido a notable disminución, que hay el día de hoy muy pocos indios por justo castigo y permisión del cielo. Fue que Fray Vicente de Valverde, religioso del orden de predicadores, el que se halló con el Marqués Pizarro en Cajamarca, cuando la prisión de Ata Hualpa, habiendo ido a España y héchosele merced del obispado del Perú, todo con tan extendida jurisdicción que, si no es la del Pontífice Romano, no se sabe de otra que en aquel tiempo fuese mayor ni más alcanzase, y viniendo de Panamá para la Ciudad de los Reyes, pasó por esta isla de la Puná con poco acompañamiento y, los indios de ella, movidos con furor diabólico, le mataron haciéndole piezas, y después se lo comieron en diversos guisados y locros. Pero, como es un negocio que tiene Dios muy a su cargo el castigar a los que manos violentas ponen en sus sacerdotes y ministros, todos lo que en este abominable hecho se hallaron, murieron mala y desastrosamente, y se han ido los indios de aquella isla apocando, como vemos que ha sucedido siempre en el mundo, en los pueblos donde semejantes delitos se cometen. Hoy los religiosos de Nuestra Señora de la Merced tienen a su cargo la isla, y son curas y doctrinantes della y de las reliquias que han quedado. Después está la ciudad de San Miguel de Piura, la primera y más antigua que en este Reino se fundó, y aún quizás hoy la más pequeña y de menos gente dél. El puerto de Paita está cerca, poblado de españoles, escala generalísima de todos lo navíos que vienen de Tierra Firme, México, Nicaragua y Guatemala, que la reconocen, y desde allí se meten a la mar para llegar a tomar el puerto del Callao, que es abundantísimo de pescado, especialmente tollos. Corriendo la costa adelante, se topa con la Villa de Miraflores, del Valle de Saña, situada siete leguas de la mar, cuyo puerto se llama Cherrepe, algo trabajaso y bravo para la desembarcación. Esta villa es una de las más ricas y de más contratación que hay en el Reino, a causa que se crían en sus alrededores y estancias, y por los algarrobales de ella, más de doscientas mil cabezas de ganado cabrío, de que se hacen muchos millares de cordobanes y quintales de sebo. Muy mucho número de ingenios poblados de negros esclavos, donde se hace miel y azúcar, que todo se lleva en navíos a la Ciudad de los Reyes, y no hay año que no se carguen en su puerto más de diez o doce navíos, y así debe de valer lo que llevan sobre quinientos mil ducados. Hay hombres muy ricos y poderosos en ella, y es pueblo de muchos regalos por los dulces que cría y la sobra de mantenimientos. Es obispado, y hay vicario en ella y beneficiados y monasterios de religiosos, del orden de San Francisco, San Agustín y Nuestra Señora de las Mercedes, en cuya iglesia está una imagen que hace muchísimos milagros, y hay parroquias de indios. Más adelante, veinte leguas, está un pueblo de indios, donde hay un monasterio de religiosos agustinos, y en él una devotísima imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, retrato de la que está en España, en Extremadura, y frecuentadísima de españoles e indios de la Sierra y de los Llanos, que acuden a esta misericordiosísima Señora al remedio de sus necesidades, trabajos y enfermedades, donde hallan consuelo los afligidos y salud los enfermos. Tienen allí los religiosos estudio ordinario de Gramática y, algunas veces, de Artes, y hay mucho número de religiosos que viven contentísimos en la quietud de aquel desierto. Siete leguas corridas de la costa hacia la Ciudad de los Reyes, está la muy nombrada ciudad de Trujillo, fundada por Diego de Mora, un muy leal vasallo de su Majestad, como se refiere en la historia del Perú. Antiguamente tuvo esta ciudad por nombre Chimoca Capac, por haber sido su fundado de este nombre y haber los chimocacapas enseñoreádose della y de toda su comarca, y sido señores naturales della, hasta que los Yngas la conquistaron, y así los edificios della son obras destos y no de los yngas. Habrá más de cuarenta años que, en su comarca, se descubrieron tan ricas y soberbias huacas con entierros de oro y plata, vasijas y bebederos destos metales, que no se puede contar la multitud que fue, y así quedaron riquísimos y muy poderosos, los que las labraron, y aún hoy se tiene noticia de otras muchas, que los indios procuran encubrir a los españoles, instigados por el diablo a quien en extremo temen, diciendo que los matará, si descubren las huacas y entierros. Hay en Trujillo muchos encomenderos y vecinos muy ricos en rentas y en haciendas y crías de ganados mayor y menor, y, sobre todo, famosos ingenios de azúcar, de que se sacan grades rentas, y es cierto que, si el puerto de esta ciudad que está dos leguas de ella, llamado Huanchaco, fuera seguro y fácil para embarcarse y salir a tierra, fuera Trujillo una de las más prósperas y opulentas ciudades del Reino. Pero acontece estar el puerto quince días, que no se puede navegar de tierra a los navíos, y, a esta ocasión los azucares y cargas del pueblo no se pueden llevar a la Ciudad de los Reyes, si no es por tierra y a gran costa, y así la villa de Saña ha ido creciendo y poblándose cada día más, y, Trujillo menguando. Está asentado en un llano, y es fertilísimo el terreno dél y, los mantenimientos se cogen en gran muchedumbre, y la gente de la ciudad muy cortesana y apacible. Hay en ella vicario, y los conventos de religiosos de todas las órdenes muy bien labrados y ricos de ornamentos y aderezos de plata y servidos con gran decencia, como gozaron del tiempo de las huacas, y de las riquezas y tesoros que dellas se sacaban. Alrededor deste pueblo y su comarca, hay grandísimas poblaciones de indios yungas, aunque muchas despobladas por secreto juicio del cielo, que se van acabando visiblemente tanto, que refieren haber un pueblo desierto donde hubo noventa mil indios moradores. Siémbrase en todos estos llanos y costa infinito algodón, de que se visten los indios en general y, las indias, y se hace dello jarcias y velas de navíos, y es trato de mucho interés. Diez y ocho leguas adelante de Trujillo, junto a la mar, está la villa de Santa María de la Parrilla, poblada de españoles con su puerto seguro, y muchos ingenios de azúcar alrededor. La villa de Guaura, dicha Nueva Carrión, poblada por orden del visorrey don Luis de Velasco, a diez y ocho leguas de Lima, de la cual se sacan cada año mucho navíos cargados de trigo para los Reyes, y toda la sal que se gasta en ella, y se lleva al Reino de Chile, y aún se podrá henchir, con la que se da y hay en el puerto, a toda España, Francia e Italia. A nueve leguas de los reyes, se ve la villa de Arnedo, en el valle de Chancay, rodeada de viñas, huertas y, chácaras de mucho regalo y temple sanísimo, donde se coge trigo que se lleva a los Reyes y todo lo recibe y gasta.
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CAPÍTULO XVIII De los sacrificios que al demonio hacían los indios, y de qué cosas En lo que más el enemigo de Dios y de los hombres, ha mostrado siempre su astucia, ha sido en la muchedumbre y variedad de ofrendas y sacrificios que para sus idolatrías ha enseñado a los infieles. Y cómo el consumidor la substancia de las criaturas en servicio y culto del Creador, es acto admirable y proprio de religión, y eso es sacrificio, así el padre de la mentira ha inventado que como a autor y señor, le ofrezcan y sacrifiquen las criaturas de Dios. El primer género de sacrificios que usaron los hombres fue muy sencillo, ofreciendo Caín de los frutos de la tierra, y Abel de lo mejor de su ganado, lo cual hicieron después también Noé y Abraham y los otros patriarcas, hasta que por Moisés le dio aquel largo ceremonial del Levítico, en que se ponen tantas suertes y diferencias de sacrificios y para diversos negocios de diversas cosas, y con diversas ceremonias; así también Satanás en algunas naciones se ha contentado con enseñar que le sacrifiquen de lo que tienen, como quiera que sea; en otras ha pasado tan adelante en dalles multitud de ritos y ceremonias en esto, y tantas observancias, que admira y parece que es querer claramente competir con la ley antigua, y en muchas cosas usurpar sus proprias ceremonias. A tres géneros de sacrificios podemos reducir todos los que usan estos infieles: unos de cosas insensibles; otros de animales y otros de hombres. En el Pirú usaron sacrificar coca, que es una yerba que mucho estiman, y maíz, que es su trigo, y plumas de colores y chaquira, que ellos llaman mollo, y conchas de la mar, y a veces oro y plata, figurando de ello animalejos; también ropa fina de Cumbi y madera labrada y olorosa, y muy ordinariamente cebo quemado. Eran estas ofrendas o sacrificios para alcanzar buenos temporales o salud, o librarse de peligros y males. En el segundo género era su ordinario sacrificio de cuies, que son unos animalejos como gazapillos, que comen los indios bien. Y en cosas de importancia o personas caudalosas ofrecían carneros de la tierra o pacos (rasos o lanudos) y en el número y en las colores, y en los tiempos, había gran consideración y ceremonia. El modo de matar cualquier res, chica o grande, que usaban los indios, según su ceremonia antigua, es la propria que tienen los moros, que llaman el alquible, que es tomar la res encima del brazo derecho y volverle los ojos hacia el sol, diciendo diferentes palabras, conforme a la cualidad de la res que se mata. Porque si era pintada, se dirigían las palabras al chuquilla o trueno, para que no faltase el agua; y si era blanco raso, ofrecíanle al sol con unas palabras, y si era lanudo, con otras, para que alumbrase y criase, y si era guanaco, que es como pardo, dirigían el sacrificio al Viracocha. Y en el Cuzco se mataba con esta ceremonia cada día, un carnero raso, al sol, y se quemaba vestido con una camiseta colorada, y cuando se quemaba, echaban ciertos cestillos de coca en el fuego (que llamaban villcaronca), y para este sacrificio tenían gente diputada, y ganado que no servía de otra cosa. También sacrificaban pájaros, aunque esto no se halla tan frecuente en el Pirú como en México, donde era muy ordinario el sacrificio de codornices. Los del Pirú sacrificaban pájaros de la puna, que así llaman allá al desierto, cuando habían de ir a la guerra, para hacer disminuir las fuerzas de las guacas de sus contrarios. Este sacrificio se llamaba cuzcovicza o contevicza, o huallavicza o sopavicza, y hacíanlo en esta forma: tomaban muchos géneros de pájaros de la puna, y juntaban mucha leña espinosa, llamada yanlli, la cual escendida juntaban los pájaros, y esta junta llamaban quizo, y los echaban en el fuego, alrededor del cual andaban los oficiales del sacrificio con ciertas piedras redondas y esquinadas, adonde estaban pintadas muchas culebras, leones, sapos y tigres, diciendo "usachúm", que significa: suceda nuestra victoria bien, y otras palabras en que decían: "piérdanse las fuerzas de las guacas de nuestros enemigos"; y sacaban unos carneros prietos, que estaban en prisión algunos días, sin comer, que se llamaban urcu, y matándolos, decían que así como los corazones de aquellos animales estaban desmayados, así desmayasen sus contrarios. Y si en estos carneros veían que cierta carne que está detrás del corazón, no se les había consumido con los ayunos y prisión pasada, teníanlo por mal agüero. Y traían ciertos perros negros llamados apurucos, y matábanlos y echábanlos en un llano, y con ciertas ceremonias, hacían comer aquella carne a cierto género de gente. También hacían este sacrificio, para que el Inga no fuese ofendido con ponzoña, y para esto ayunaban desde la mañana hasta que salía la estrella, y entonces se hartaban y zahoraban a usanza de moros. Este sacrificio era el más acepto para contra los dioses de los contrarios; y aunque el día de hoy ha cesado cuasi todo esto por haber cesado las guerras, con todo han quedado rastros y no pocos para pendencias particulares de indios comunes o de caciques, o de unos pueblos con otros. Iten también sacrificaban u ofrecían conchas de la mar, que llamaban mollo, y ofrecíanlas a las fuentes y manantiales, diciendo que las conchas eran hijas de la mar, madre de todas las aguas. Tienen diferentes nombres según la color, y así sirven a diferentes efectos. Usan de estas conchas cuasi en todas las maneras de sacrificios, y aun el día de hoy echan algunos el mollo molido en la chicha por superstición. Finalmente, de todo cuanto sembraban y criaban, si les parecía conveniente, ofrecían sacrificio. También había indios señalados para hacer sacrificios a las fuentes, manantiales o arroyos que pasaban por el pueblo, y chacras o heredades, y hacíanlos en acabando de sembrar, para que no dejasen de correr y regasen sus heredades. Estos sacrificios elegían los sortílegos por sus suertes, las cuales acabadas, de la contribución del pueblo se juntaba lo que se había de sacrificar, y lo entregaban a los que tenían el cargo de hacer los dichos sacrificios, y hacíanlos al principio del invierno que es cuando las fuentes, y manantiales y ríos, crecen, por la humedad del tiempo, y ellos atribuíanlo a sus sacrificios, y no sacrificaban a las fuentes y manantiales de los despoblados. El día de hoy aún queda todavía esta veneración de las fuentes, manantiales, acequias, arroyos o ríos que pasan por lo poblado, y chacras; y también tienen reverencia a las fuentes y ríos de los despoblados. Al encuentro de dos ríos hacen particular reverencia y veneración, y allí se lavan para sanar, untándose primero con harina de maíz o con otras cosas, y añadiendo diferentes ceremonias, y lo mismo hacen también en los baños.