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Cómo y de qué manera se hacían las cazas reales por los Señores del Perú. En la primera parte conté ya cómo en este reino del Perú había suma grandísima de ganado doméstico y bravo, urcos, carneros y pacos, vicunias y ovejas, llamas, en tanta manera que así lo poblado como lo que no lo era andaba lleno de grandes manadas; porque por todas partes había y hay excelentes pastos para que bien se pudiese criar. Y es de saber que, aunque había tanta cantidad, era mandado por los reyes que so graves penas ninguno osase matar ni comer hembra ninguna. Y, si lo quebrantaban, luego eran castigados y con este temor no lo osaban comer. Multiplicábanse tanto ques de no creer lo mucho que había en el reino cuando los españoles entraron en él; y lo principal porquesto se mandaba es porque hobiese abasto de lanas para hacer ropas; porque, cierto, en muchas partes, si faltase del todo este ganado, no se como podrían las gentes guarecerse del frío, Por la falta que tenían de lanas para hacer ropas. Y así, con esta orden, eran muchos los depósitos que por todas partes había llenos de ropa, así para la gente de guerra como para los demás naturales; y la más desta ropa se hacía de la lana del ganado de los guanacos y vicunias. Y cuando el Señor quería hacer alguna caza real, es de oír lo mucho que se mataba y tomaba a manos de los hombres; y tal día hubo que se tomó más de treinta mill cabezas de ganado; mas cuando el rey lo tomaba por pasatiempo y salía para ello de propósito, poníanle las tiendas en el lugar que a él les parescía; porque como fuese en lo alto de la serranía, en ninguna parte dejaba de haber este ganado y tanto como habemos dicho; de donde, habiéndose ya juntado cincuenta o sesenta mill personas, o cien mill si mandado les era, cercaban los breñales y campanas de tal manera que con el ruido que iban haciendo en el resonido de sus voces bajaban de los altos a lo más llano, en donde poco a poco se vienen juntando unos hombres con otros hasta quedar asidos de las manos, y en el redondo que con sus propios cuerpos hacían está la caza detenida y represada y el Señor puesto en la parte que a él más le place, para ver la matanza que della se hace. Y, entrando otros indios con unos que se llaman aylIos, ques para prender por los pies, y otros con bastones y porras, comienzan de tomar y matar; y como hay tan gran cantidad de ganado detenido y entre ellos tantos de los guanacos, que son algunos mayores que pequeños asnillos, largos de pescuezos como camellos, procuran la salida echando por la boca la roña que tienen en los rostros de los hombres y con hender por donde pueden con grandes saltos. Y cierto se dice, ques cosa despanto ver el ruido tan grande que tienen los indios por les tomar y el estruendo que ellos hacen para salir, tanto que se oye gran trecho de donde pasa. Y si el rey quiere matar alguna caza sin entrar en la rueda questá hecha lo hace como a él le place. Y en estas cazas reales se gastaban muchos días; y muerta tanta cantidad de ganado, luego se mandaba por los veedores llevar la lana de todo ello a los depósitos o a los templos del sol, para que las mamaconas entendiesen en hacer ropas finísimas para los reyes, que lo eran tanto que parescían de sargas de seda, y con colores tan perfectos cuanto se puede afirmar. La carne de esto que sacaban, della comían los que estaban allí con el rey y della se secaba al sol, pata tener puesta en los depósitos para proveimiento de la gente de guerra; y todo este ganado se entiende que era de lo montesino y no ninguno de lo doméstico. Tomábase entre ellos muchos venados y biscachas, raposas y algunos osos y leones pequeños.
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Cómo vinieron los indios y trujeron a Andrés Dorantes ya Castillo y a Estebanico Desde a dos días que Lope de Oviedo se había ido, los indios que tenían a Alonso del Castillo y Andrés Dorantes vinieron al mesmo lugar que nos habían dicho, a comer de aquellas nueces de que se mantienen, moliendo unos granillos de ellas, dos meses del año, sin comer otra cosa, y aun esto no lo tienen todos los años, porque acuden uno, y otro no; son del tamaño de las de Galicia, y los árboles son muy grandes, y hay gran número de ellos. Un indio me avisó cómo los cristianos eran llegados, y que si yo quería verlos me hurtase y huyese a un canto de un monte que él me señaló; porque él y otros parientes suyos habían de venir a ver aquellos indios, y que me llevarían consigo adonde los cristianos estaban. Yo me confié de ellos, y determiné de hacerlo, porque tenían otra lengua distinta de la de mis indios; y puesto por obra, otro día fueron y me hallaron en el lugar que estaba señalado; y así, me llevaron consigo. Ya que llegué cerca de donde tenían su aposento, Andrés Dorantes salió a ver quién era, porque los indios le habían también dicho cómo venía un cristiano; y cuando me vio fue muy espantado, porque había muchos días que me tenían por muerto, y los indios así lo habían dicho. Dimos muchas gracias a Dios de vernos juntos, y este día fue uno de los de myor placer que en nuestros días habemos tenido; y llegado donde Castillo estaba, me preguntaron que dónde iba. Yo le dije que mi propósito era pasar a tierra de cristianos, y que en este rastro y busca iba. Andrés Dorantes respondió que muchos días había que él rogaba a Castillo y a Estebanico que se fuesen adelante, y que no lo osaban hacer porque no sabían nada, y que temían mucho los ríos y los ancones por donde habían de pasar, que en aquella tierra hay muchos. Y pues Dios nuestro Señor había sido servido de guardarme entre tantos trabajos y enfermedades, y al cabo traerme en su compañía, que ellos determinaban de huir, que yo los pasaría de los ríos y ancones que topásemos; y avisáronme que en ninguna manera diese a entender a los indios ni conosciesen de mí que yo quería pasar adelante, porque luego me matarían; y que para esto era menester que yo me detuviese con ellos seis meses, que era tiempo en que aquellos indios iban a otra tierra a comer tunas. Esta es una fruta que es del tamaño de huevos, y son bermejas y negras y de muy buen gusto. Cómenlas tres meses del año, en los cuales no comen otra cosa alguna, porque al tiempo que ellos las cogían venían a ellos otros indios de adelante, que traían arcos para contratar y cambiar con ellos; y que cuando aquéllos se volviesen nos huiríamos de los nuestros, y nos volveríamos con ellos. Con este concierto yo quedé allí, y me dieron por esclavo a un indio con quien Dorantes estaba, el cual era tuerto, y su mujer y un hijo que tenía y otro que estaba en su compañía; de manera que todos eran tuertos. Estos se llaman mariames, y Castillo estaba con otros sus vecinos, llamados iguases. Y estando aquí ellos me contaron que después que salieron de la isla de Mal Hado, en la costa de la mar hallaron la barca en que iba el contador y los frailes al través; y que yendo pasando aquellos ríos, que son cuatro muy grandes y de muchas corrientes, les llevó las barcas en que pasaban a la mar, donde se ahogaron cuatro de ellos, y que así fueron adelante hasta que pasaron el ancón, y lo pasaron con mucho trabajo, y a quince leguas delante hallaron otro; y que cuando allí llegaron ya se les habían muerto dos compañeros en sesenta leguas que habían andado; y que todos los que quedaban estaban para lo mismo, y que en todo el camino no habían comido sino cangrejos y yerba pedrera; y llegados a este último ancón, decían que hallaron en él indios que estaban comiendo moras; y como vieron a los cristianos, se fueron de allí a otro cabo; y que estando procurando y buscando manera para pasar el ancón, pasaron a ellos un indio y un cristiano, y que llegado, conoscieron que era Figueroa, uno de los cuatro que habíamos enviado adelante en la isla de Mal Hado, y allí les contó cómo él y sus compañeros habían llegado hasta aquel lugar, donde se habían muerto dos de ellos y un indio, todos tres de frío y de hambre, porque habían venido y estado en el más recio tiempo del mundo, y que a él y a Méndez habían tomado los indios 1 y que estando con ellos, Méndez había huído yendo la vía lo mejor que pudo de Pánuco, y que los indios habían ido tras él y que lo habían muerto; y que estando él con estos indios supo de ellos cómo con los mariames estaba un cristiano que había pasado de la otra parte, y lo había hallado con los que llamaban quevertes; y que este cristiano era Hernando de Esquivel, natural de Badajoz, el cual venía en compañía del comisario, y que él supo de Esquivel el fin en que habían parado el gobernador y contador y los demás, y le dijo que el contador y los frailes habían echado al través su barca entre los ríos, y viniéndose por luengo de costa, llegó la barca del gobernador con su gente en tierra, y él se fue con su barca hasta que llegaron a aquel ancón grande, y que allí tornó a tomar la gente y la pasó del otro cabo, y volvió por el contador y los frailes y todos los otros; y contó cómo estando desembarcados, el gobernador había revocado el poder que el contador tenía de lugarteniente suyo, y dio el cargo a un capitán que traía consigo, que se decía Pantoja, y que el gobernador se quedó en su barca, y no quiso aquella noche salir a tierra, y quedaron con él un maestre y un paje que estaba malo, y en la barca no tenían agua ni cosa ninguna que comer; y que a media noche el norte vino tan recio, que sacó la barca a la mar, sin que ninguno la viese, porque no tenía por resón, sino una piedra, y que nunca más supieron de él; y que visto esto, la gente que en tierra quedaron se fueron por luengo de costa, y que como hallaron tanto estorbo de agua, hicieron balsas con mucho trabajo, en que pasaron de la otra parte; y que yendo adelante, llegaron a una punta de un monte orilla del agua, y que hallaron indios, que como los vieron venir metieron sus casas en sus canoas y se pasaron de la otra parte a la costa; y los cristianos, viendo el tiempo que era, porque era por el mes de noviembre, pararon en este monte, porque hallaron agua y leña y algunos cangrejos y mariscos, donde de frío y de hambre se comenzaron poco a poco a morir. Allende de esto, Pantoja, que por teniente había quedado, les hacía mal tratamiento, y no lo pudiendo sufrir Sotomayor, hermano de Vasco Porcallo, el de la isla de Cuba, que en el armada había venido por maestre de campo, se revolvió con él y le dio un palo, de que Pantoja quedó muerto, y así se fueron acabando; y los que morían, los otros los hacían tasajos; y el último que murió fue Sotomayor, y Esquivel lo hizo tasajos, y comiendo de él se mantuvo hasta 1 de marzo, que un indio de los que allí habían huído vino a ver si eran muertos, y llevó a Esquivel consigo; y estando en poder de este indio, el Figueroa lo habló, y supo de él todo lo que habemos contado, y le rogó que se viniese con él, para irse ambos la vía del Pánuco; lo cual Esquivel no quiso hacer, diciendo que él sabía sabido de los frailes que Pánuco había quedado atrás, y así, se quedó allí, y Figueroa se fue a la costa adonde solía estar.
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CAPITULO XVII Trátase de la grandeza, bondad, riqueza y fortaleza del Reino de China Está este reino debajo del Trópico de Capricornio y extiéndese su costa de mar de Sudueste a Nordueste más de 500 leguas. Tiene por la parte del Sudueste al Reino de Conchinchina y por la de Nordueste confina con la Tartaria, reino que le cerca la mayor parte de la tierra. Por la otra parte de Poniente tiene otro gran reino de gente blanca, que está más allá del reino de Persia, llamado Catay. Hay en él cristianos y el Rey de ellos se llama Manuel. Dícese por muy cierto que desde lo último de este reino hasta Hierusalén hay seis meses de camino por tierra, lo cual se supo de unos indios que vinieron de aquel reino por la Persia, cuyos testimonios eran hechos en Hierusalén seis meses había, en los cuales dijeron habían caminado por Arabia la felice y pasado el Mar Bermejo. Por la otra cuarta parte está este reino cercano de una asperísima Sierra que tiene 500 leguas de cordillera, donde, como quedasen algunos pedazos abiertos por naturaleza de la parte del Nordueste hasta distancia de 80 leguas para llegar al mar del Japón, que es hacia el Septentrión, suplió esto la gran riqueza de este reino y la mucha gente que en él hay, de la manera que en la primera parte de esta historia más largamente queda dicho: porque el Rey de aquel reino, viéndose acosado del Gran Tártaro y pareciéndole que se podía defender de él fácilmente cerrando aquel portillo que la naturaleza había dejado abierto, lo hizo con muerte de muchos millares de hombres, por usar en ello de gran tiranía, que después fue causa de su propia muerte. Esta montaña con este suplemento humano es la muralla famosa del reino de la China, que tiene 500 leguas, aunque se han de entender de la manera dicha, para poderse creer que solas la 80 hizo el humano poder con mucha industria, y en ellas infinitos baluartes que la hacen más hermosa y fuerte, pero no tanto como lo es en las otras 420 leguas que fueron obradas por naturaleza. Cerca de ella hay un gran desierto lleno de muchos pantanales y lagunas, que ha sido la causa que este reino se haya conservado por espacio de dos mil años, según parece por sus mesmas historias que se tienen por auténticas y verdaderas. Todo él está repartido en 15 Provincias con la de Aynao, y cada una de ellas tiene una ciudad principal de quien se denomina toda. En medio de este reino está una laguna muy grande, de la cual salen muchos y muy caudalosos ríos que corren por todo él, de tal manera, que con ser tan grande, se navega por todo él en unas barcas, fragatas, bergantines y otras muchas maneras de bajeles. Esta abundancia de agua es causa de que sea fertilísimo y muy bastecido, por estar las más ciudades y villas edificadas en las riberas de los ríos y comunicarse por ellos todas las Provincias, llevando de las unas a las otras muchas mercadurías y otras cosas de muchas curiosidad; y por haberse esto a poca costa, valen todas ellas a precios baratísimos. La costa del mar de este reino es la mayor y mejor que se sabe en el mundo. Caen en ellas cinco Provincias, que son la de Cantón, Chinchero, Siampón, Nanquin y la de Paquian, que es la última hacia el Nordueste, en la cual reside el Rey y su Consejo de ordinario con toda la Corte y la mayor parte de la gente de guerra que tiene, por confinar esta Provincia por aquella parte con los Tártaros, sus enemigos. Algunos quieren decir que el vivir el Rey de ordinario en ella es por ser la mejor y más fértil del reino; pero yo creo, según algunos de los chinos dicen, que no es sino por la cercanía que tiene con la Tartaria y por hallarse donde pueda acudir a las necesidades que por parte del enemigo se pueden sobrevenir. Entre los brazos de estos ríos hay algunas islas que son de mucho provecho en todo aquel reino, porque se crían en ellas muchos venados, puercos y otros animales, que es ocasión de que las ciudades sean muy bastecidas. Una de las cosas que más admira a los que van a este reino es ver la infinidad de navíos y barcos que hay en todos los puertos de él, que son tantos que, habiendo en la ciudad de Macao nombres que han apostado que solo en el río de Cantón hay más navíos y bajeles que en toda la costa de España. Una cosa puedo yo afirmar que he oído decir a personas fidedignas que han estado en este reino y en especial al Padre Ignacio, a quien sigo en este Itinerario: que es tan fácil en cualquiera de las cinco Provincias que están a la costa de la mar juntar mil navíos de guerra y todos dedicados a ella como en España diez. Qué sea la causa de haber tantos ya queda dicho en su propio capítulo. Hay diversas opiniones en lo que. toca a la grandeza de este reino, pero los más conforman con la del Padre fray Martín de Herrada, que como tan gran geómetra y matemático dio mejor en el punto. Esta opinión queda declarada atrás en la primera parte, a quien yo me remito en esto. Y en lo que toca a cosas particulares del reino por haberlas allí largamente puesto de la manera que de sus mesmos libros fueron sacadas, una cosa no puedo dejar de decir por parecerme digna de hacer de ella memoria particular y la supe de boca del dicho Padre Ignacio, y es: que la afirmaron por cosa certísima y averiguada que todos los días del año, uno con otro, sin guerras ni pestilencias que en este reino no se acuerdan haber habido ninguna ni se halla en sus historias escrita de dos mil años acá, ni hambre jamás y sin otras ocasiones accidentales, morían nueve millares de personas entre grandes y pequeños en todas las 15 Provincias de aquel reino, que no es poca lástima para los que con celo cristiano se pusiesen a considerar este pesadísimo tributo de tantas almas como el demonio cobra cada día y lleva a sus infernales moradas. Es tanta la fertilidad de toda esta tierra, así por el regadío ordinario como por el temperamento del cielo, que casi todo el año hay cosecha, en especial de trigo y arroz, que así lo uno como lo otro vale tan barato, que acaeció a los nuestros en el discurso de su peregrinación comprar un pico de arroz o de harina de trigo, que son cinco arrobas de España, por valor de real y medio, y a este respecto valen todas las demás cosas, como ya queda dicho. Dicen que la tierra adentro hay muchos elefantes, leones, tigres, onzas y otros animales bravos, de los cuales estos Padres vieron pocos vivos y muchos pellejos de ellos, que lo tuvieron por señal de verdad. Hay muchos animales de almizcle, los cuales son del tamaño y parecer de un perro pequeño, a quien matan y entierran por algunos días y después de podrido toda la carne y sangre, se convierte en aquellos olorosos polvos. Hay asimismo muchos gatos de algalia y valen a muy poco precio; y gran cantidad de caballo. Y aunque los que los dichos Padres vieron eran pequeños, es pública voz y fama que en algunas de las 15 Provincias los hay muy buenos, pero a éstas no llegaron y por esto no pudieron hablar de vista. Las gallinas, gansos, ánades y otras aves que hay por todas las partes de este reino son sin número y aun sin estima por esta causa y no es menor el abundancia de pescado, así de la mar como de los ríos, en la cual han conformado todos los que han contado las cosas de esta tierra y en el poco precio por que se venden, que lo es tanto, que me afirmó el dicho Padre y otros que han estado en aquel reino que con valor de seis maravedises pueden comer muy bien carne, pescado, arroz y fruta, y beber buen vino de lo de aquella tierra cuatro compañeros. Hay en todo el reino muchas minas de oro y plata y todas muy ricas y no las deja labrar el Rey sino con grande limitación, diciendo que lo que en ellas hay ya se está en casa; que procuren traer lo que hay en otros reinos. Con todo esto es tanta la abundancia que hay, así de lo uno como de lo otro y tan comúnmente, que no hay hombre, aunque sea oficial, que no tenga en su casa cosas de oro y plata y otras joyas muy ricas. Estiman en más en su tanto la plata que el oro, y dicen es la causa que el precio de oro es variable, como en Italia, y la plata está siempre en su ser y precio. Hay muchas perlas y en especial en la isla de Aynao, y mucha abundancia de azogue, cobre, hierro, acero, latón, estaño, plomo, salitre, azufre y otras cosas que suelen fertilizar un reino, y sobre todo hay mucho almizcle y ámbar. El Rey de este reino, demás de la gran venta que tiene, es fama de tener grandes tesoros en todas las ciudades principales que son cabezas de Provincia. En cuya conformidad, afirmaron por muy cierto al dicho Padre en la ciudad de Cantón que todo el dinero que ha entrado en ella por espacio de 500 años, así por vía de los portugueses como por la de los reinos de Cian y otros comarcanos, y todos los tributos de la Provincia, estaban juntos en la casa del tesoro del Rey, de aquella ciudad, que viene a montar según buena cuenta muchos más millones de los que se pueden nombrar para que se crean fácilmente. Es tan usado entre la gente de este reino vestir seda como en Europa lienzo, y traer hasta los zapatos de ella o de raso, y algunas veces de brocado con galanas pinturas. Esto causa la gran abundancia que hay de ella en todo él, que es tan grande, que salen de la ciudad de Cantón para las indias de Portugal cada año más de tres mil quintales, sin otros muchos que van para Japón, y más de 15 navíos de ordinario a las islas de Luzón, y otra gran parte sacan los Sianes y otras naciones, y con toda esta saca ordinaria queda tanta en el reino que se pueden cargar muchas flotas. Hay también mucho lino, algodón y otras telas y todo vale tan poco que me afirmó el dicho Padre había visto vender una carga que son 15 brazas, en cuatro reales. La loza fina que hay en esta tierra no se puede decir con muchas palabras. La que se trae a España es muy basta, aunque a los que no han visto la más fina les parece buena; pero hayla allá tanto, que una vajilla de ella sería entre nosotros tenida en tanta estima, como de oro. La finísima no se puede sacar del reino so pena de la vida, ni la pueden usar en él sino solamente los Loytias que son los Caballeros, como ya dijimos. Hay mucha cantidad de azúcar, miel y cera, y tan barato como lo que arriba se ha dicho. Y para sumarlo todo, digo que viven en tanta abundancia, que todo les sobra y ninguna cosa les falta para los cuerpos, aunque de lo principal (que es el remedio de las almas) carecen tanto como por el discurso de esta historia se ha visto. Remédielos Dios como puede. La renta que tiene el Rey de este reino pusimos en su propio capítulo y así en este sólo añadiré que me dijo el dicho Padre que solamente un río que se llama de la sal en la Provincia de Cantón, le valía al año millón y medio, y, que aunque la renta ordinaria de cada año era mucha y en que excedía al mayor rey de los que se saben en el mundo, en los tesoros que tiene recogidos y guardados (si es verdad lo que dicen los chinos) en todas las ciudades principales de las 15 Provincias, muchos juntos no le igualan ni llegan con mucho. Todas las ciudades y villas de este reino son cercadas de murallas de cantería con baluartes de 50 en 50 pasos, y alrededor de todas ellas comúnmente, o hay río o cava muy honda donde se puede meter agua, con lo cual son muy fuertes. No usan fortalezas ni las tienen sino solamente unas torres sobre las puertas de las ciudades, como queda dicho, y allí ponen toda la artillería que hay para defensa de la tal villa y ciudad. Usan de muchas maneras de armas, en especial de arcabuces, arcos y lanzas de tres o cuatro maneras, y también de espadas, que son como alfanjes y con ellas rodelas. Todos los soldados cuando van a pelear llevan unas ropas largas hasta la rodilla llenas de algodón muy bien estofado, las cuales resisten a una lanza y a una estocada. Los que lo son y llevan por ello sueldo real, traen por insignia de ello sombreros colorados o amarillos, de los cuales hay tantos, así de pie como de a caballo, que casi es imposible poderlos contar. Y es opinión muy común de todos los que han estado en este reino y los han visto, que en todos los de España, Francia y en los del Gran Turco no hay tanto número de ellos como hay en sólo él. Hay capitanes de a 10 soldados, de a 100, de a 1.000, de a 10.000 y de a 20.000, y de esta manera hasta llegar a 100.000. Todos estos soldados se conocen y el número de soldados que gobiernan por ciertas insignias que cada uno de ellos trae. Hacen reseña y alarde todas las lunas nuevas y el mesmo día se paga el sueldo a cada uno de ellos irremisiblemente y ha de ser la paga en plata y no en otra moneda. Dicen los que han visto hacer esta paga, y en especial el dicho Padre Ignacio, que les dan un pedacito de plata que pesará como real y medio de España, y esto es más para allá que cuatro escudos entre nosotros respecto del valor de las cosas. En el uno y en el otro reino el día que reciben la paga hace cada uno demostración en acto de las armas que usa en presencia de los Veedores; y al que hallan que no las ejercita con destreza, la reprenden y castigan ásperamente. Escaramuzan con mucho concierto; y en lo que toca a ser obedientes a los Capitanes y a las señales que acostumbran usar en la guerra, pueden competir con todas las naciones del mundo.
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Del viaje que hizo Felipe de Cáceres a Buenos Aires, y de la vuelta de Alonso de Riquelme a la provincia del Guairá y su prisión Lo primero que el General Felipe de Cáceres hizo, después que llegó a la Asunción, fue mandar aparejar los bergantines y demás embarcaciones que allí había, y alistar 150 soldados para ir a reconocer la boca del Río de la Plata, y ver si venía alguna gente de España en cumplimiento de la instrucción que traía de Juan Ortiz de Zárate desde la ciudad de los Reyes, y habiendo hecho todos los aprestos necesarios, entrado el año de 1570, salió de aquel puerto, y llegado a las Siete Corrientes, halló muchas canoas de indios Guaraníes, con quienes tuvieron encuentro, en que señorearon los nuestros a fuerza de arcabuzazos. Desde allí caminando por sus jornadas, llegaron al puerto del Fuerte de Gaboro, de donde vinieron los indios a pedir paz, y de allí pasaron al río de las Palmas y Golfo de Buenos Aires. Reconocida esta costa, pasó a la otra de San Gabriel, donde dejó escritas unas cartas de aviso, metidas dentro de una botijuela al pie de una cruz. Desde allí dio vuelta río arriba hacia la Asunción sin haber tenido mal suceso alguno. Habiendo llegado persuadió con muchas razones al Capitán Alonso Riquelme a que volviese a la provincia del Guairá a gobernarla, como se lo había encargado el Gobernador Juan Ortiz de Zárate; y habiendo condescendido, le dio los poderes que para ello traía, y demás provisiones de la Real Audiencia; y habiéndose prevenido de gente y demás que era necesario, salió de la Asunción con cincuenta soldados. Y porque en aquel tiempo estaba la tierra alborotada y puesta en arma, salieron a acompañarle cien arcabuceros a cargo del Tesorero Dame de la Barriaga; y habiendo llegado a distancia de 39 leguas de la ciudad sobre un gran pantano llamado Cuarepotí, hallaron todos los indios juntos con intento de hacer guerra a los españoles; y habiéndolos acometido éstos por tres distintas partes, los sacaron al campo raso, donde los desbarataron y vencieron con muerte de muchos indios. Hecho esto se despidieron unos para la Asunción, y otros prosiguieron con el Capitán Riquelme su camino, en que tuvieron otros varios encuentros hasta llegar a un pueblo de indios llamados Maracayúes, cinco jornadas de la ciudad Real, de donde despachó ciertos mensajeros españoles a avisar al Capitán Ruy Díaz de su ida, y ofrecerle de su parte su amistad y gracia. Recibidas las cartas, en vez de despacharle el socorro necesario, y agradecer sus ofertas, como buen caballero, convocó a sus amigos y otros muchos que juntó en su casa, vencidos unos del temor, y otros del ruego, y les comunicó el intento que tenía, que era no recibir a Riquelme, ni obedecer los poderes que llevaba, para lo cual se hizo elegir en la junta por Capitán General y justicia mayor en nombre de su hermano Francisco Ortiz de Vergara, y luego salió de la ciudad con cien arcabuceros, y se puso con ellos en la travesía y paso del río, en una isla que dista de tierra un cuarto de legua sobre el canal de aquel peligroso salto, donde asentó su Real, y puso su gente en forma de guerra, con orden que nadie pasase a la parte donde estaba Alonso Riquelme con pena de la vida. Aquella noche despachó mañosamente algunos amigos suyos, para que fuesen a sonsacarle la gente que pudiesen de su compañía, que como los más eran vecinos y casados en la ciudad Real, le pareció fácil persuadirlos; como con efecto sucedió, de suerte que no quedaron más que su Capitán que cuatro soldados. Viéndose Alonso Riquelme en este desamparo, mandó suplicar a Ruy Díaz que, pues no le permitía entrar, se sirviese despacharle su mujer e hijos, que con ellos y los pocos soldados que le habían quedado, se quería volver a la Asunción. La respuesta fue que no era tan inhumano, que permitiese que los indios del camino matasen a los que no tienen culpa, como él la tenía en haberle ido a dar pesadumbre, pero como le entregase los poderes que llevaba, le daba palabra de no hacerle ningún agravio, con cuyo seguro podría pasar a su casa sin tratar de meterse en cosa de justicia, sino vivir sosegadamente. Oído este recado, y viéndose Alonso de Riquelme sin poder hacer otra cosa, se pasó con mucha confianza a la isla, donde fue a la tienda de Ruy Díaz, quien luego le hizo quitar las armas, y poner en prisión con dos pares de grillos, y le mandó embarcar una canoa, y con toda la comitiva se partió para la ciudad, llevando delante de sí en una hamaca al preso, formada la gente en escuadrón, tocando pífano y atambores: habiendo llegado, le metió en su propia casa en una estrecha cárcel, que le tenía prevenida, donde le puso con guardias con notable riesgo de perder la vida a mano de tanta vejación y molestia. Al cabo de un año de prisión le desterró a una casa fuerte que tenía cuarenta leguas de la ciudad fabricada para este efecto, donde fue entregado a un Alcaide llamado Luis de Osorio. Allí estuvo otro año con el mismo padecimiento, hasta que Dios Nuestro Señor quiso aliviarle con otros acaecimientos.
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CAPÍTULO XVII Llega el gobernador a la provincia Ocali y lo que en ella sucedió Pasados los veinte días, salió el gobernador de la provincia Acuera sin hacer daño alguno en los pueblos ni sementeras, porque no los notasen de crueles e inhumanos. Fueron en demanda de otra provincia, llamada Ocali; de la una a la otra hay cerca de veinte leguas. Llevaron su viaje al norte, torcido algún tanto al nordeste. Pasaron un despoblado que hay entre ambas provincias, de diez o doce leguas de traviesa, en el cual había mucha arboleda de nogales, pinos y otros árboles no conocidos en España. Todos parecían puestos a mano; había tanto espacio de unos a otros que seguramente podían correr caballos por entre ellos; era un monte muy claro y apacible. En esta provincia no se hallaban ya tantas ciénagas y malos pasos de atolladeros como en las pasadas, porque por estar más alejada de la costa no alcanzaban los esteros y bahías, que en las otras entraban de la mar, que por ser este pasaje la tierra tan baja y llana, entra el mar por ella por una parte treinta leguas, por otra cuarenta y cincuenta y sesenta, y por algunas más de ciento, haciendo grandes ciénagas y tremedales que dificultan, y aun imposibilitan, el pasar por ellas, que algunas hallaban estos castellanos tan malas que, poniendo el pie en ellas, temblaba la tierra veinte o treinta pasos a la redonda, por cima parecía que podían correr caballos, según tenían la haz enjuta, sin sospecha que hubiese agua o cieno debajo, y, rompida aquella tez, se hundían y ahogaban los caballos sin remedio, y también los hombres y, para descabezar los tales pasos, se veían en mucho trabajo. Hallaron asimismo ser esta provincia de Ocali más abundante de mantenimiento que las otras que hemos dicho, así por haber en ella más gente que cultivase la tierra como por ser ella de suyo más fértil, y lo propio se notó en todas las provincias que estos españoles anduvieron por este gran reino, que cuanto la tierra era más adentro y alejada de la mar, tanto más poblada y habitada era de gente, y ella en sí más fértil y frutífera. En las cuatro provincias que quedan referidas, y en las demás que adelante diremos, y generalmente en toda la tierra de la Florida que estos españoles descubrieron, pasaron mucha necesidad de vianda de carne, que por todo lo que anduvieron no la hallaron, ni los indios la tienen de doméstico ganado. Venados y gamos hay muchos por toda aquella tierra, que los indios matan con sus arcos y flechas. Los gamos son tan grandes que son poco menores que los ciervos de España, y los ciervos son como grandes toros. También hay osos grandísimos y leones pardos, como atrás dijimos. Pasadas las doce leguas de despoblado, caminaron otras siete de tierra poblada de pocas casas, derramadas por los campos sin orden de pueblo. En todas las siete leguas había esta manera de población. Al cabo de ellas estaba el pueblo principal, llamado Ocali como la misma provincia y el cacique de ella, el cual con todos los suyos, llevándose lo que tenían en sus casas, se fueron al monte. Los españoles entraron en el pueblo, que era de seiscientas casas, y en ellas se alojaron, donde hallaron mucha comida de maíz y otras semillas y legumbres, y diversas frutas, como ciruelas, nueces, pasas, bellotas. El gobernador envió luego indios al curaca principal, convidándole con la paz y la amistad de los castellanos. El indio se excusó por entonces con palabras comedidas, diciendo que no podía salir tan presto. Pasados seis días, salió de paz, aunque sospechosa, porque todo el tiempo que estuvo con los españoles nunca anduvo a derechas. El gobernador y los suyos, habiéndole recibido con muchas caricias, disimulaban lo malo que en él sentían porque no se escandalizase más de lo que con sus malos propósitos lo estaba de suyo, como luego veremos. Cerca del pueblo había gran río de mucha agua, que aún entonces, con ser de verano, no se podía vadear. Tenían las barrancas de una parte y otra de dos picas en alto, tan cortadas como paredes. En toda la Florida, por la poca o casi ninguna piedra que la tierra tiene, cavan mucho los ríos y tienen barrancas muy hondas. Descríbese este río más particularmente que otro alguno porque adelante se ha de hacer mención de un hecho notable que en él hicieron treinta españoles. Para pasar este río era menester hacer una puente de madera, y, habiendo tratado el gobernador con el curaca la mandase hacer a sus indios, salieron un día a ver el sitio donde podría hacerse. Andando ellos trazando la puente, salieron más de quinientos indios flecheros de entre unas matas que había de la otra parte del río, y diciendo a grandes voces: "Puente queréis, ladrones, holgazanes, advenedizos, no la veréis hecha de nuestras manos", echaron una rociada de flechas hacia do estaban el cacique y el gobernador, el cual le preguntó cómo permitía aquella desvergüenza habiéndose dado por amigo. Respondió que no era en su mano remediarla, porque muchos de sus vasallos, por haberle visto inclinado a la amistad y servicio de los españoles, le habían negado la obediencia y perdido el respeto, como al presente lo mostraban, de que él no tenía culpa. A la grita que los indios levantaron al tirar de las flechas, arremetió un lebrel que un paje del gobernador llevaba asido por el collar, y, arrastrando al paje, lo derribó por tierra y se hizo soltar y se arrojó al agua y, por muchas voces que los españoles le dieron, no quiso volver atrás. Los indios, yendo nadando el perro, lo flecharon tan diestramente que en la cabeza y en los hombros, que llevaba descubiertos, le clavaron mas de cincuenta flechas. Con todas ellas llegó el perro a tomar tierra, más en saliendo del agua cayó luego muerto, de que al gobernador y a todos los suyos pesó mucho porque era pieza rarísima y muy necesaria para la conquista, en la cual, en lo poco que duró, había hecho en los indios enemigos, de noche y de día, suertes de no poca admiración, de las cuales contaremos sola una, que por ella se verá qué tal fue.
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CAPÍTULO XVII De las yucas y cazabi, y papas y chuño y arroz En algunas partes de Indias usan un género de pan que llaman cazabi, el cual se hace de cierta raíz que se llama yuca. Es la yuca raíz grande y gruesa, la cual cortan en partes menudas, y la rallan y como en prensa, la exprimen, y lo que queda es una como torta delgada y muy grande y ancha, cuasi como una adarga. Esta, así seca, es el pan que comen; es cosa sin gusto y desabrida, pero sana y de sustento; por eso decíamos estando en La Española, que era propria comida para contra la gula, porque se podía comer sin escrúpulo de que el apetito causase exceso. En necesario humedecer el cazabi para comello, porque es áspero y raspa; humedécese con agua o caldo, fácilmente, y para sopas es bueno, porque empapa mucho, y así hacen capirotadas de ello. En leche y en miel de cañas, ni aun en vino apenas se humedece ni pasa, como hace el pan de trigo. De este cazabi hay uno más delicado, que es hecho de la flor que ellos llaman jaujau, que en aquellas partes se precia, y yo preciaría más un pedazo de pan, por duro y moreno que fuese. Es cosa maravilla que el zumo o agua que exprimen de aquella raíz de que hacen el cazabi, es mortal veneno, y si se bebe, mata, y la sustancia que queda es pan sano, como está dicho. Hay género de yuca que llaman dulce, que no tiene en su zumo ese veneno, y esta yuca se come así en raíz, cocida o asada, y es buena comida. Dura el cazabi mucho tiempo, y así lo llevan en lugar de bizcocho para navegantes. Donde más se usa esta comida es en las islas que llaman de Barlovento, que son, como arriba está dicho, Santo Domingo, Cuba, Puerto Rico, Jamaica y algunas otras de aquel paraje; la causa es no darse trigo ni aún maíz, sino mal. El trigo, en sembrándolo luego nace con grande frescura, pero tan desigualmente que no se puede coger, porque de una misma sementera al mismo tiempo uno está en berza, otro en espiga, otro brota; uno está alto, otro bajo; uno es todo yerba, otro grana. Y aunque han llevado labradores para ver si podrían hacer agricultura de trigo, no tiene remedio la cualidad de la tierra. Tráese harina de la Nueva España o llévase de España o de las Canarias, y está tan húmeda, que el pan apenas es de gusto ni provecho. Las hostias, cuando decíamos misa, se nos doblaban como si fuera papel mojado; esto causa el extremo de humedad y calor juntamente que hay en aquella tierra. Otro extremo contrario es el que en otras partes de Indias quita el pan de trigo y de maíz, como es lo alto de la sierra del Pirú y las provincias que llaman del Collao, que es la mayor parte de aquel reino, donde el témpero es tan frío y tan seco que no da lugar a criarse trigo ni maíz, en cuyo lugar usan los indios otro género de raíces que llaman papas, que son a modo de turmas de tierra, y echan arriba una poquilla hoja. Estas papas cogen y déjanlas secar bien al sol, y quebrándolas hacen lo que llaman chuño, que se conserva así muchos días, y les sirve de pan, y es en aquel reino gran contratación la de este chuño para las minas de Potosí. Cómense también las papas así frescas, cocidas o asadas, y de un género de ellas más apacible que se da también en lugares caliente, hacen cierto guisado o cazuela, que llaman locro. En fin, estas raíces son todo el pan de aquella tierra, y cuando el año es bueno de éstas, están contentos, porque hartos años se les añublan y hielan en la misma tierra; tanto es el frío y destemple de aquella región. Traen el maíz de los valles y de la costa de la mar, y los españoles, regalados de las mismas partes y de otras, harina y trigo, que como la sierra es seca, se conserva bien y se hace buen pan. En otras partes de Indias, como son las Islas Filipinas, usan por pan el arroz, el cual en toda aquella tierra y en la China se da escogido, y es de mucho y muy buen sustento; cuécenlo y en unas porcelanas o salserillas, así caliente en su agua, lo van mezclando con la vianda. Hacen también su vino en muchas partes, del grano del arroz, humedeciéndolo y después cociéndolo al modo que la cerveza de Flandes o la azua del Pirú. Es el arroz comida poco menos universal en el mundo que el trigo y el maíz, y por ventura lo es más, porque ultra de la China y Japones y Filipinas, y gran parte de la India Oriental, es en la África y Etiopía el grano más ordinario. Quiere el arroz mucha humedad, y cuasi la tierra empapada en agua y empantanada. En Europa y en Pirú y México, donde hay trigo, cómese el arroz por guisado o vianda, y no por pan, cociéndose en leche o con el grano de la olla, y en otras maneras. El más escogido grano es el que viene de las Filipinas y China, como está dicho. Y esto baste así en común para entender lo que en Indias se come por pan.
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Capítulo XVII De las casas de recogimiento que tenía el Ynga No hubo cosa, por menuda que fuese, en que el Ynga no tuviese particular cuidado de ordenarla a su voluntad, para que en todo el Reino se guardase y cumpliese, sin remisión alguna. Tenía seis maneras de mujeres recogidas en casas, a manera de depósitos, repartidas por los pueblos, y dormidas, que tenían a cargo dar de comer y beber a la gente de guerra y principales, excepto las primeras de éstas, que eran exceptas y libres, por ser dedicadas para el Ynga, que eran hijas de los curacas y principales gobernadores de las provincias, de los orejones y de los parientes del Ynga y de su casta, y eran hermosísimas y escogidas, sin que tuviesen falta ni defecto en todo el cuerpo y, para este efecto, las desnudaban, miraban y examinaban. Estan eran las más encerradas y recogidas, y no las visitaba ni veía nadie, sino el Ynga, y eso era muy de tarde en tarde, y los orejones de su Consejo con particular licencia suya. También entraban en este número hijas de indios particulares, como fuesen de talle y rostro sin mancha, ni fealdad alguna, y las metían en la primera casa. Estas recogidas, su oficio y, ocupación era hilar y tejer lana y ropa sutilísimamente, para que el Ynga se vistiese, que era la más prima, delgada y rica que en todo el Reino se hallaba y, así, la hilaban y tejían tan despacio que tardaban en una pieza una año entero. Mas estas indias tenían indios de servicio, que les beneficiaban y labraban sus chácaras. Estas recogidas y ñustas de la primera Casa, aunque eran en número pocas, a todas las demás sobrepujaban en hermosura, honra y dignidad y a nadie servían sino al Ynga en la ropa. Ñustas propiamente eran las hijas o nietas o descendientes del Ynga, que quiere decir infantas. Tras de éstas, en segundo orden, eran las Mamaconas, que significa indias principales y de linaje. El hábito que comúnmente traían era un acso lindísimo, con grandes pinturas de pájaros, mariposas, flores y una lliclla de lo mismo y, encima del hombro, una ñañaca, que era a modo de el manto nuestro, o servía de lo mismo, aunque era algo menor que la lliclla, la cual prendían con un tipqui curiosamente labrado. En la cabeza su bincha muy galana. El cuerpo por la cintura y gruesa, que dicen Mama Chumpi y, en lugar de zapatos, traían unas ojotas galanísimas. Como estas ñustas e indias principales de la primera casa eran tan queridas y favorecidas del Ynga, recibían de la gente común muchos regalos y presentes, porque por ellos intercediesen acerca del Ynga, cuando las entraba a ver, porque al principio que entraba en la casa de recogimiento, se juntaban todas y le pedían mercedes para sí y para los que se les encomendaban, de donde a ellas les resultaba infinito provecho, que el Ynga siempre les concedía lo que le pedían, liberalmente. Tenían para su reconocimiento y recreación lindas huertas, con diferentes árboles y hortalizas a su modo, y flores suavísimas y cantidad de pájaros, como son garzas blancas y pardas, papagayos, mochuelos, pitos, ruiseñores, codornices, huacamayas, sirgueros, tórtolas, patos, palomas, águilas, halcones, raposas, con que se recreaban y, demás de esto, había animales que, desde pequeños, los amansaban aunque fuesen bravos. La segunda Casa de las acllas que dicen escogidas, eran de indias que llamaban Cayan Huarmi, que eran hijas de principales y de gente común aunque no tan hermosas y estimadas como las primeras y por esto entraban en segundo lugar. Estas hacían ropa para sí mismas y ellas beneficiaban las chácaras y tenían grandes trojes y depósitos de maíz y demás comidas, para dar de comer al Ynga cuando, con su corte o ejército, pasaba por allí y, saliendo a esto de las casas no se juntaban con las demás sino por si solas hacían su oficio y se volvían a su recogimiento todas juntas, sin que ninguna faltase. De estas se iban entresacando, de ordinario para casar y dar de servicio a los señores principales, a quien el Inga hacía mercedes. También éstas hacían ropa para el Ynga, pero no tan prima y delicada como las de la primera casa. Eran libres de tributo y de otras obras. Los porteros que las guardaban eran indios viejos y eunucos, que sólo entendían en este oficio. Tenían sus verjeles de recreación, como las de la primera casa. La tercera Casa de recogimiento y de menor estima era donde estaban las indias llamadas huaizuella, que eran hijas de señores; aunque no escogidas, y había con ellas indias pobres. Teníase gran cuenta con ellas y las guardas eran indios sin sospecha, como está dicho. Vivían, con orden y concierto, en común y comían juntas o, las que querían, particularmente, y la que no quería hilar y trabajar la castigaban severísimamente, y más cuando había sospecha que trataba con algún varón. Estas servían de cocineras al Ynga y le hacían chicha de la más preciada, para que él bebiese, y de muchos géneros diferentes y para los sacrificios que hacía el Ynga en persona. Comían de ordinario estas indias la carne guisada con ortigas, y de allí salían para casarse por la orden que daba el Ynga. Al indio que se enamoraba de alguna de estas ñustas de la primera, segunda y tercera casa, y daba muestras dello, la menor pena que le daban era sacarle los ojos por el delito, y así todos se abstenían de no rodear las casas de recogidas, ni que nadie les viese allí cerca, ni hablar con ninguna de ellas.
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Capítulo XVII 420 De cómo y por quién se fundó la ciudad de los Ángeles y de sus calidades 421 La ciudad de los Ángeles que es en esta Nueva España en la provincia de Tlaxcala?, fue edificada por parecer y mandamiento de los señores presidente y oidores de la Audiencia Real que en ella reside, siendo presidente el señor obispo don Sebastián Ramírez de Fuenleal, y oidores el licenciado Juan de Salmerón, y el licenciado Alonso Maldonado, el licenciado Ceinos, y el licenciado Quiroga. Edificóse este pueblo a instancia de los frailes menores, los cuales suplicaron a estos señores que hiciesen un pueblo de españoles, y que fuese gente que se diese a labrar los campos y a cultivar la tierra a el modo y manera de España porque la tierra había muy grande disposición y aparejo; y no que todos estuviesen esperando repartimiento de indios; y que se comenzarían pueblos en los cuales se recogerían muchos cristianos que al presente andaban ociosos y vagabundos; y que también los indios tomarían ejemplo y aprenderían a labrar y cultivar a el modo de España; y que teniendo los españoles heredades y en qué se ocupar, perderían la voluntad y gana que tenían de se volver a sus tierras, y cobrarían amor con la tierra en que se viesen con haciendas y granjerías; y que juntamente con esto haciendo este principio, sucederían otros muchos bienes, y en fin, tanto lo trabajaron y procuraron, que la ciudad se comenzó a edificar en el año de 1530, en las ochavas de pascua de flores, a diez y seis días del mes de abril, día de Santo Toribio, obispo de Astorga, que edificó la iglesia de San Salvador de Oviedo, en la cual puso muchas reliquias que él mismo trajo de Jerusalén. Este día vinieron los que habían de ser nuevos habitadores, y por mandado de la Audiencia Real fueron aquel día ayuntados muchos indios de las provincias y pueblos comarcanos, que todos vinieron de buena gana para dar ayuda a los cristianos, lo cual fue cosa muy de ver, porque los de un pueblo tenían todos juntos por su camino con toda su gente, cargada de los materiales que eran menester, para luego hacer sus casas de paja. Vinieron de Tlaxcala sobre siete u ocho mil indios, y poco menos de Huexuzinco y Calpa y Tepeaca y Cholola. Traían algunas latas y ataduras y cordeles, y mucha paja de casas; y el monte que no está muy lejos para cortar madera. Entraban los indios cantando con sus banderas y tañendo campanillas y atabales, y otros con danzas de muchachos y con muchos bailes. Luego este día, dicha la misa que fue la primera que allí se dijo, ya traían hecha y sacada la traza del pueblo, por un cantero que allí se halló; y luego sin mucho tardar los indios alimpiaron el sitio, y echados los cordeles repartieron luego al presente hasta cuarenta suelos a cuarenta pobladores, y porque me hallé presente digo que no fueron más a mi parecer los que comenzaron a poblar la ciudad. 422 Luego aquel día comenzaron los indios a levantar casas para todos los moradores con quien se habían señalado los suelos, y diéronse tanta prisa que las acabaron en aquella misma semana; y no eran tan pobres casas que no tenían bastante aposentos. Era esto en principio de las aguas, y llovió mucho aquel año; y como el pueblo aún no estaba sentado ni pisado, ni dada las corrientes que convenía, andaba el agua por todas las casas,, de manera que había muchos que burlaban del sitio y de la población, la cual está asentada encima de un arenal seco, y a poco más de un palmo tiene un barro fuerte y luego está la tosca. Ahora ya después que por sus calles dieron corrientes y pasada a el agua, corre de manera que aunque llueva grandes turbiones y golpes de agua, todo pasa, y desde a dos horas queda toda la ciudad tan limpia como una Génova. Después estuvo esta ciudad tan desfavorecida, que estuvo para despoblarse, y ahora ha vuelto en sí y es la mejor ciudad que hay en toda la Nueva España después de México; porque informado su majestad de sus calidades, le ha dado privilegios reales. 423 El asiento de la ciudad es muy bueno y la comarca la mejor de toda la Nueva España, porque tienen a la parte del norte a cinco leguas la ciudad de Tlaxcala; tiene al poniente a Huexzinco a otras cinco leguas; a el oriente tiene a Tepeaca a cinco leguas; a mediodía, que es tierra caliente, están Yzuca y Cuauquechula a siete leguas; tiene a dos leguas a Cholola, Totomiaucan, Calpa está a cinco leguas; todo estos son pueblos grandes. Tiene el puerto de la Veracruz al oriente a cuarenta leguas; México a veinte leguas. Va el camino del puerto a México por medio de esta ciudad; y cuando las recuas van cargadas a México, como es el paso por aquí, los vecinos se proveen y compran todo lo que han de menester en mejor precio que los de México; y cuando las recuas son de vuelta cargan de harina, y tocino, y bizcocho, para matalotaje de las naos; por lo cual esta ciudad se espera que irá aumentándose y ennobleciéndose. 424 Tiene esta ciudad una de las buenas montañas que tiene ciudad en el mundo, porque comienza a una legua del pueblo, y va por partes cinco y seis leguas de muy grandes pinares y encinares, y entra esta montaña por una parte a tres leguas aquella sierra de San Bartolomé que es de Tlaxcala. Todas estas montañas son de muy gentiles pastos, porque en esta tierra aunque los pinares sean arenosos, están siempre llenos de muy buena yerba, lo cual no se sabe que haya en otra parte en toda Europa. Demás de esta montaña tiene otras muchas dehesas y pastos, adonde los vecinos traen mucho ganado ovejuno y vacuno, y yeguas. Hay mucha abundancia de aguas, así de ríos como de fuentes. Junto a las casas va un arroyo en el cual están ya hechas tres paradas de molinos, de a cada dos ruedas; llevan agua de pie que anda por toda la ciudad. A media legua pasa un gran río, que siempre se pasa por puentes; este río se hace de dos brazos, el uno viene de Tlaxcala, y el otro desciende de las sierras de Huejuzinco. Dejo de decir de otras aguas de fuentes y arroyos que hay en los términos de esta ciudad, por decir de muchas fuentes que están junto o cuasi dentro de la ciudad, y éstas son de dos calidades. Las más cercanas a las casas son de agua algo gruesa y salobre, y por esto no se tienen en tanto como las otras fuentes, que están de la otra parte del arroyo de los molinos, adonde ahora está el monasterio de San Francisco. Estas son muy excelentes fuentes, y de muy delgada y sana agua, son ocho o nueve fuentes: algunas de ellas tienen dos o tres brazadas de agua. Una de estas fuentes nace en la huerta del monasterio de San Francisco; de éstas bebe toda la ciudad por ser el agua tan buena y tan delgada. La causa de ser mala el agua que nace junto a la ciudad es porque va por mineros de piedra de sal, y estotras todas van y pasan por vena y mineros de muy hermosa piedra, y de muy hermosos sillares como luego se dirá. 425 Tiene esta ciudad muy ricas pedreras o canteras, y tan cerca, que a menos de un tiro de ballesta se saca cuanta piedra quisieren, así para labrar como para hacer cal; y es tan buena de quebrar por ser blanda, que aunque los más de los vecinos la sacan con barras de hierro y almadana, los pobres la sacan con palancas de palo, y dando una piedra con otra quiebran toda la que han menester. Están estas pedreras debajo de tierra a la rodilla y a medio estado, y por estar debajo de tierra es blanda; porque puesta a el sol y aire se endurece y hace muy fuerte; y en algunas parte que hay alguna de esta piedra fuera de las tierras, es tan dura, que no curan de ella por ser tan trabajosa de quebrar, y lo que está debajo de la tierra, aunque sea de la misma pieza es tan blanda como he dicho. Esta piedra que los españoles sacan es extremada de buena para hacer paredes, porque la sacan del tamaño que quieren, y es algo delgada y ancha para trabar la obra, y es llena de ojos para recibir la mezcla; y como esta tierra es seca y cálida hácese una argamasa muy recia, y sácase más de esta piedra en un año que se saca en España en cinco. La que sale piedra menuda y todo el ripio de lo que se labra guardan para hacer cal, la cual sale muy buena, y se hace mucha de ella, porque tienen los hornos juntos adonde sacan la piedra, y los montes muy cerca, y el agua que no falta; y lo que es más notar es que tiene esta ciudad una pedrera de piedra blanca de buen grano, y mientras más van descopetando a estado y medio y a dos estados, es muy mejor. De ésta labran pilares y portadas y ventanas, muy buenas y galanas. Esta cantera está de la otra parte del arroyo, en un cerro, a un tiro de ballesta del monasterio de San Francisco, y a dos tiros de ballesta de la ciudad. En el mismo cerro hay otro venero de piedra más recia, de la cual los indios sacan piedras para moler su centli o maíz; yo creo que también se sacarán buenas piedras para ruedas de molino. 426 Después de esto escrito se descubrió un venero de piedra colorada de muy lindo grano y muy hermosa; está a una legua de la ciudad. Sácanse ya también junto a la ciudad muy buenas ruedas de molino; las paradas de molinos que tienen son cuatro de cada dos ruedas cada una. 427 Hay en esta ciudad muy buena tierra para hacer adobes, ladrillo y teja; aunque teja se ha hecho poca, porque todas las casas que se hacen las hacen con terrados. Tienen muy buena tierra para tapias y así hay muchas heredades tapiadas y cercadas de tapia; y aunque en esta ciudad no ha habido muchos repartimientos de indios por el gran aparejo que en ella hay, están repartidos más de doscientos suelos bien cumplidos y grandes, y ya están muchas casas hechas, y calles muy largas y derechas, y muy hermosas delanteras de casas; y hay disposición y suelo para hacer una muy buena y gran ciudad, y según sus calidades y trato y contratación, yo creo que tiene de ser antes de mucho tiempo muy populosa y estimada.
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De cómo salió el adelantado a tierra y lo que sucedió, y dijo al maese de campo: y lo que se trató entre el vicario y piloto mayor Viendo tantos desconciertos, se determinó el adelantado a salir en tierra, en donde encontró ciertos soldados con sus espadas en las manos. Preguntóles por qué razón las traían; y el uno le respondió que porque estaban en tierra de guerra. Llegóse el maese de campo al adelantado diciéndole: --V.? S.? sea bien venido; paréceme que estos bellacos van y vienen con cuentos y me revuelven con V.? S.?; pues voto a tal, que si V.? S.? no lo remedia, que los ha de hallar una mañana en un árbol colgados a todos tres; apuntándolos con el dedo. A esta desenvoltura respondió el adelantado, con mucha paciencia y mostrando gran tristeza: --No harán; no harán; y mostrando gran tristeza y callando. Replicó el maese de campo: --Bellacos, que no son para, quitar las migas a un gato; y fuera de V.? S.?, que le tengo yo sobre mi cabeza (y esto con el sombrero en las manos), no los estimo a todos, desde el chico hasta el mayor, en lo que tengo debajo de mis pies, y ninguno merece lo que yo, que soy muy caballero; y todos cuantos aquí están, fuera de V.? S?, se quieren ir y dejar la tierra; y a V ? S.? tengo yo de obedecer y servir; y sabe dios que si no fuera por mí que la honra de V.? S.? que estuviera por el suelo; y anoche habían de matar la gente de dos casas si no lo estorbaba. La una es la de fulano y la otra me callo yo. Dijéronme que había dicho más: ya yo agora no soy parte; hagan lo que quisieren. Este día se libertó un soldado con el general. Estaba el maese de campo presente y se lo riñó. Visto por el adelantado, y considerando esta y las libertades de los otros días, dijo:--¡Ya me pierden el respeto! Fue un hombre de bien, de su parte y parecer, a responder por él y por la honra de su Rey; mas trabándole el adelantado de un brazo, le dijo: --No es tiempo, no es tiempo. Hacía algunas salidas el general para ver si su presencia los templaba. Encontróse un día con el maese de campo y díjole: --De todo esto que anda, vuesa merced tiene la culpa, pues da a los soldados alas y les sufre chismes. Respondió el maese de campo: --Los chismes en el navío andan, que yo no doy a los soldados favor; mas antes he hecho que respeten a V.? S.? y obedezcan como a gobernador. En otra salida, tomó la mano el maese de campo, quejándose el adelantado por cosas que doña Isabel había hablado de él. El adelantado se amoinó esta vez más que las otras. Fuese el maese de campo, y el adelantado se entró en el cuerpo de guardia: acostóse sobre una caja, mostrando gran sentimiento; y estaba tal, que para subir los pies en ella, le ayudaron. Llegó el piloto mayor y algunos otros diciéndole, no tuviese pena y estuviese cierto que todos le eran servidores y le habían de seguir. Habiendo descansado un poco, se fue a la nao y sonóse que había dicho el maese de campo. --De mano armada venía el general para mí; y que dijo más; --que cosa era no haber ido apercibido, como era de razón, y ya que les había engañado, no traer siquiera doscientas hachas y trescientos machetes; y que lo llevó a una tierra a donde Dios ni el Rey se había de servir de la venida; que si en otra parte tuviera aquella gente, le fuera de mucho provecho. Estas cosas del maese de campo las digo ayudado de otros, porque no estoy de todas ellas muy acordado. La última vez que el adelantado salió a tierra, fue a tratar con el maese de campo la traza y el lugar de una estacada que había de servir de fuerte, y sobre esto y sementeras, y otras cosas tocantes al buen gobierno, hubo que averiguar y hartas vanidades que notar. ¡Qué de mayorazgos, parentescos, títulos o cuando poco privados de ellos! ¡Qué de mandas, respuestas y satisfacciones! ¡Qué gastaderos de tiempo y quebraderos de cabeza! Y en suma, no se fiaban unos de otros. Este día se dispararon desde el campo dos arcabuces, y la bala del uno pasó zumbando por encima del piloto mayor, que estaba en la capitana: la otra bala pasó por encima de la fragata, y no se a qué pájaros tiraban. La noche siguiente, el piloto mayor, que tenía su orden en la guarida de la nao, la veló con cuidado, y a su cuarto, que era el del alba, vino en una canoa don Diego Barreto a hablar a su cuñado; y habiéndole hablado, me dijo que las cosas del campo andaban tales, que no prometían menos que su muerte, y las de sus hermanos y cuñado, con que habrían cumplido con sus obligaciones. A este tiempo estaba el maese de campo diciendo en tierra: Arma, arma. El piloto mayor mandó al punto que el condestable pegase fuego a una pieza, que estaba asestada al pueblo, y que fuese la bala por alto, o para espantar los indios o para que se entendiese que no dormían sin perro. Cesó el ruido de todos, y sonó la voz de uno, diciendo al general les enviase pólvora y cuerda: hízose sordo por entonces, y ya que rompía el alba les envió lo pedido y juntamente a preguntar la causa del alboroto; y respondióse que las postas de cierta parte sintieron bullir unas ramas, y creyendo que eran indios, habían tocado arma. Este mismo día salió el vicario a tierra a decir misa, como lo acostumbraba, porque también estaba en la nao por falta de casa en el pueblo, y cuando a la tarde volvió le dijo al piloto mayor: --Irase sin falta aquella gente. Preguntóle el piloto mayor: --¿A dónde se han de ir? Respondióle el vicario: --Sólo sé lo que digo. Y el piloto le dijo: --¿Qué gente de mar han de llevar?, ¿han de matar o hacer fuerzas Dijo el vicario, que sí: que a todo eso estaban determinadios. Rogóle el piloto mayor que procurase que los soldados. Rogóle el piloto mayor que procurase que los sollos perdidosos. Encogió los hombros, diciendo: --De muy buena gana gastara aquí cuatro años en dotrinar a los indios. Y el piloto le dijo: --Aún no ha un mes que llegamos; ¿cómo se ha de sufrir tan poca firmeza en hombres de honra?
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CAPÍTULO XVII De las cosas que los capitanes Juan de Añasco y Pedro Calderón ordenaron en cumplimiento de lo que el general les había mandado El curaca Mucozo se entretuvo con Juan de Añasco y los demás españoles cuatro días, en los cuales, y en los demás que los nuestros estuvieron en el pueblo de Hirrihigua, no cesaron sus indios de llevar a su tierra, yendo y viniendo como hormigas, todo lo que los españoles, por no lo poder llevar consigo, habían de dejar en aquel pueblo, que era mucha cantidad, porque de solo cazavi, que es el pan de aquella isla de Santo Domingo y Cuba y sus circunvecinas, les quedó más de quinientos quintales, sin otra mucha cantidad de capas, sayos, jubones, calzones, calzas y calzado de todas suertes: zapatos, borceguíes y alpargates. Y de armas había muchas corazas, rodelas, picas y lanzas y morriones, que de todas estas cosas, como el gobernador era rico, llevó gran abundancia, sin las otras que eran menester para los navíos, como velas, jarcias, pez, estopa y sebo, sogas, espuertas, serones, áncoras y gúmenas, mucho hierro y acero que, aunque de estas cosas el gobernador llevó consigo lo que pudo llevar, quedó mucha cantidad, y, como Mucozo era amigo, holgaron los españoles que se las llevase, y así lo hicieron sus indios y quedaron ricos y contentos. Juan de Añasco traía orden del gobernador para que en los dos bergantines que en la bahía de Espíritu Santo habían quedado fuese costeando toda la costa al poniente hasta la bahía de Aute, que el mismo Juan de Añasco con tantos trabajos como vimos había descubierto y dejado señalada para conocerla cuando fuese costeando por la mar. Por cumplir su comisión, visitó los bergantines, que estaban cerca del pueblo; reparolos y proveyó de bastimentos, y apercibió la gente que con él había de ir, en lo cual gastó siete días. Dio aviso al capitán Pedro Calderón del orden que el gobernador mandaba que llevase en el camino que había de hacer por tierra, y, habiéndose despedido de los demás compañeros, se hizo a la vela en demanda de la bahía de Aute, donde lo dejaremos hasta su tiempo. El buen caballero Gómez Arias, que también llevaba comisión del gobernador para ir a La Habana en la carabela para ir a visitar a doña Isabel de Bobadilla y a la ciudad de La Habana y a toda la isla de Santiago de Cuba y darles cuenta de lo que hasta entonces les había sucedido y de las buenas partes y calidades que habían visto y notado de la Florida, demás de lo cual había de tratar otros negocios de importancia, que, porque no son de nuestra historia, no se hace relación de ellos. Para lo cual Gómez Arias mandó requerir la carabela de carena y proveerla de gente y bastimentos y alzó velas, y en pocos días llegó en salvamento a La Habana, donde fue bien recibido de doña Isabel y de todos los de la isla de Cuba, los cuales, con mucha fiesta y regocijo solemnizaron las nuevas de los prósperos sucesos del descubrimiento y conquista de la Florida, y la buena salud del gobernador, a quien todos ellos particular y generalmente amaban y deseaban suma felicidad, como si fuera padre de cada uno de ellos, y lo tenía merecido a todos. Atrás, en el libro primero, hicimos mención, diciendo que los indios de esta provincia de Hirrihigua en dos lances habían preso dos españoles. Lo cual fue más por culpa de los mismos españoles presos que por gana que los indios hubiesen tenido de hacerles mal, y, porque fueron cosas que sucedieron en el tiempo que el capitán Pedro Calderón estuvo en esta provincia, después que el gobernador salió de ella, aunque son de poca importancia, y también porque no le sucedieron otras de más momento, será bien contarlas aquí. Es de saber que los indios de aquella provincia tenían hechos en la bahía de Espíritu Santo grandes corrales de piedra seca para gozar de las lizas y otro mucho pescado que con la creciente de la mar en ellos entraba y, con la menguante, quedaba acorralado casi en seco, y era mucha la pesquería que los indios así mataban. Y los castellanos que estaban con el capitán Pedro Calderón gozaban también de ella. Acaeció que un día se les antojó a dos españoles, el uno llamado Pedro López y el otro Antón Galván, naturales de Valverde, de ir a pescar sin orden del capitán. Fueron en una canoa pequeña y llevaron consigo un muchacho, natural de Badajoz, de catorce o quince años, que había nombre Diego Muñoz, paje del mismo capitán. Andando los dos españoles pescando en un corral grande, llegaron veinte indios que iban en dos canoas, sin otros muchos que quedaban en tierra y, entrando en el corral, con buenas palabras, de ellas en español y de ellas en indio, les dijeron: "Amigos, amigos, gocemos todos del pescado". Pedro López, que era hombre soberbio y rústico, les dijo: "Andad para perros, que no hay para qué tener amistad con perros." Diciendo esto, echó mano a su espada e hirió a un indio que se le había llegado cerca. Los demás, viendo la sinrazón de los españoles, los cercaron por todas partes, y a flechazos y a palos con los arcos y con los remos de las canoas mataron a Pedro López, que causó la pendencia, y a Galván dejaron por muerto, la cabeza abierta y todo el rostro desbaratado a poder de palos, y a Diego Muñoz llevaron preso, sin hacerle otro mal por su poca edad. Los castellanos que estaban en el alojamiento acudieron en canoas a la grita por dar socorro a los suyos, y llegaron tarde, porque hallaron muertos los dos compañeros, y el otro, preso en poder de los indios. A Pedro López enterraron y a Antón Galván, sintiendo que todavía respiraba, le hicieron beneficios con que se restituyó a esta vida, pero tardó en sanar de las heridas más de treinta días, y, por muchos meses (aunque sanó de sus miembros) quedó como tonto, atronado de la cabeza de los palos que en ella le dieron. Y él, que en salud no era el más discreto de sus aldeanos, siempre que contaba lo que aquel día había acaecido, entre otras rústicas palabras decía: "Cuando los indios nos mataron a mí y a mi compañero Pedro López, hicimos esto y esto". Los compañeros, habiendo placer con él, le decían: "A vos no os mataron, sino a Pedro López. ¿Cómo decís que os mataron, pues estáis vivo?". Respondía Antón Galván: "A mí también me mataron, y si soy vivo, Dios me volvió a dar la vida". Por oírle estas rusticidades y groserías, le hacían contar muchas veces el cuento, y Galván, perseverando en su lenguaje pulido, diciéndolo siempre de una propia manera, daba contento y qué reír a sus compañeros. En otro lance semejante prendieron los indios de esta provincia Hirrihigua otro español llamado Hernando Vintimilla, gran hombre de mar. El cual salió una tarde inadvertidamente, mariscando y cogiendo camarones por la ribera de la bahía abajo, con la menguante de ella, y así descuidado fue hasta encubrirse con un monte que había entre la bahía y el pueblo donde había indios escondidos. Los cuales, viéndole solo, salieron a él y le hablaron amigablemente diciendo que partiese con ellos el marisco que llevaba. Vintimilla respondió con soberbia, pretendiendo amedrentar los indios con palabras porque viesen que no les temía y no se atreviesen a hacer algún mal. Los indios, enfadados y enojados de que un español solo hablase con tanta soberbia a diez o doce que ellos eran, cerraron con él y lo llevaron preso, mas no le hicieron mal alguno. Estos dos españoles tuvieron consigo los indios de esta provincia diez años --y los dejaban andar libres, como si fueran de ellos mismos-- hasta el año de mil y quinientos y cuarenta y nueve, que con tormenta aportó a esta bahía de Espíritu Santo el navío del padre fray Luis Cáncer de Barbastro, dominico, que fue a predicar a los indios de la Florida y ellos le mataron y a dos compañeros suyos. Y los que en el navío quedaron se acogieron a la mar, y, yendo huyendo, les dio tormenta y tuvieron necesidad de entrar en aquella bahía a socorrerse de la furia de la mar. Los indios de Hirrihigua salieron, pasada la tormenta, con muchas canoas a combatir la nao, la cual, como no llevaba gente de guerra, se retiró a la mar. Los indios todavía porfiaban a seguirla, y con ellos iban los dos españoles Diego Muñoz y Vintimilla, de por sí en una canoa desechada, con intención de huirse de los indios e irse a la nao, si ella les esperase. Yendo así todos siguiendo el navío, acaeció que el viento norte se levantó. Los indios, temiendo no creciese el viento con la furia que en aquella región suele correr y los echase la mar adentro, donde peligrasen, tuvieron por bien de volverse a tierra. Los dos españoles con astucia se hicieron quedadizos; daban a entender que por ser dos solos no podían remar contra el viento y, cuando vieron los indios algo apartados, volvieron la proa de su canoa al navío y remaron a toda furia como hombres que deseaban libertad por la cual se ponían al peligro de perder allí las vidas, y, a grandes voces, pedían que los esperasen. Los de la nao, viendo ir a ellos una canoa sola, luego entendieron que era de gente que los había menester y amainaron las velas y esperaron la canoa, y llegada que fue, recibieron los dos españoles en trueque y cambio de los que habían perdido. De esta manera volvieron a poder de cristianos Diego Muñoz y Vintimilla al cabo de diez años que habían estado en poder de los indios de la provincia de Hirrihigua y bahía de Espíritu Santo.