CAPÍTULO XV De diversos pescados y modos de pescar de los indios Hay en el Océano innumerable multitud de pescados, que sólo el Hacedor puede declarar sus especies y propriedades. Muchos de ellos son del mismo género que en la mar de Europa se hallan, como lizas, sábalos que suben de la mar a los ríos, dorados, sardinas y otros muchos. Otros hay que no sé que los haya por acá, como los que llaman cabrillas, y tienen alguna semejanza con truchas, y los que en Nueva España llaman bobos, que suben de la mar a los ríos. Besugos ni truchas no las he yo visto; dicen que en tierra de Chile las hay. Atunes hay algunos, aunque raros, en la costa del Pirú, y es opinión que a tiempos suben a desovar al Estrecho de Magallanes, como en España al Estrecho de Gibraltar, y por eso se hallan más en la costa de Chile, aunque el atún que yo he visto traído de allá, no es tal como lo de España. En las islas que llaman de Barlovento, que son Cuba, la Española, Puerto Rico, Jamaica, se halla el que llaman manatí, extraño género de pescado, si pescado se puede llamar animal que para vivos sus hijos, y tiene tetas y leche con que los cría, y pace yerba en el campo, pero en efecto habita de ordinario en el agua, y por eso le comen por pescado, aunque yo cuando en Santo Domingo lo comí un viernes, cuasi tenía escrúpulos, no tanto por lo dicho, como porque en el color y sabor no parecían sino tajadas de ternera, y en parte de pernil, las postas de este pescado; es grande como una vaca. De los tiburones y de su increíble voracidad me maravillé con razón, cuando vi que de uno que habían tomado en el puerto que he dicho le sacaron del buche un cuchillo grande carnicero y un anzuelo grande de hierro, y un pedazo grande de la cabeza de una vaca, con su cuerno entero y aún no sé si ambos a dos. Yo vi por pasatiempo echar colgado de muy alto en una poza que hace la mar, un cuarto de un rocín, y venir a él al momento una cuadrilla de tiburones tras el olor, y porque se gozase mejor la fiesta, no llegaba al agua la carne del rocín, sino levantada no sé cuántos palmos, tenía en derredor esta gentecilla que digo, que daban saltos, y de una arremetida en el aire cortaban carne y hueso con extraña presteza, y así cercenaban el mismo jarrete del rocín como si fuera un troncho de lechuga, pero tales navajas tienen en aquella su dentadura. Asidos a estos fieros tiburones, andan unos pececillos que llaman romeros, y por más que hagan no los pueden echar de sí; estos se mantienen de lo que a los tiburones se les escapa por los lados. Voladores son otros pececillos que se hallan en la mar dentro de los trópicos, y no sé que se hallen fuera. A éstos persiguen los dorados, y por escapar de ellos, saltan de la mar y van buen pedazo por el aire; por eso los llaman voladores, tienen unas aletas como de telilla o pergamino que les sustentan un rato en el aire. En el navío en que yo iba, voló o saltó uno, y vi la facción que digo de alas. De los lagartos o caimanes que llaman, hay mucho escrito en historias de Indias; son verdaderamente los que Plinio y los antiguos llaman cocodrilos. Hállanse en las playas y ríos calientes; en playas o ríos fríos no se hallan. Por eso en toda la costa del Pirú no los hay hasta Paita, y de allí adelante son frecuentísimos en los ríos. Es animal ferocísimo, aunque muy torpe; la presa hace fuera del agua y en ella ahoga lo que toma vivo, pero no lo traga sino fuera del agua, porque tiene el tragadero de suerte que fácilmente se ahogaría entrándole agua. Es maravillosa la pelea del caimán con el tigre, que los hay ferocísimos en Indias. Un religioso nuestro me refirió, haber visto a estas bestias pelear cruelísimamente a la orilla de la mar. El caimán, con su cola, daba recios golpes al tigre, y procuraba con su fuerza llevarle al agua; el tigre hacía fuerte presa en el caimán, con las garras, tirándole a tierra. Al fin prevaleció el tigre y abrió al lagarto, debió de ser por la barriga, que la tiene blanda, que todo lo demás no hay lanza y aun apenas arcabuz que lo pase. Más excelente fue la victoria que tuvo de otro caimán un indio, al cual le arrebató un hijuelo y se los metió debajo del agua, de que el indio, lastimado y sañudo, se echó luego tras él con un cuchillo, y como son excelentes buzos y el caimán no prende sino fuera del agua, por debajo de la barriga le hirió, de suerte que el caimán se salió herido a la ribera, y soltó al muchacho, aunque ya muerto y ahogado. Pero más maravillosa es la pelea que tienen los indios con las ballenas, que cierto es una grandeza del Hacedor de todo, dar a gente tan flaca como indios habilidad y osadía para tomarse con la más fiera y disforme bestia de cuantas hay en el universo; y no sólo pelear, pero vencer y triunfar tan gallardamente. Viendo esto me he acordado muchas veces de aquello del Salmo, que se dice de la ballena: Draco iste, quem formasti ad illudendum ei. ¿Qué más burla que llevar un indio sólo con un cordel, vencida y atada, una ballena tan grande como un monte? El estilo que tienen (según me refirieron personas expertas) los indios de la Florida, donde hay gran cantidad de ballenas, es meterse en un canoa o barquilla, que es como una artesa, y bogando, llegarse al costado de la ballena, y con gran ligereza salta y sube sobre su cerviz, y allí caballero, aguardando tiempo, mete un palo agudo y recio que trae consigo por la una ventana de la nariz de la ballena; llamo nariz aquella fístula por donde respiran las ballenas; luego le golpea con otro palo muy bien y le hace entrar bien profundo. Brama la ballena y da golpes en la mar, y levanta montes de agua, y húndese dentro con furia y torna a saltar, no sabiendo qué hacerse de rabia. Estase quedo el indio y muy caballero, y la enmienda que hace del mal hecho es incarle otro palo semejante en la otra ventana, y golpealle de modo que le tapa del todo y le quita la respiración, y con esto se vuelve a su canoa, que tiene asida al lado de la ballena, con una cuerda, pero deja primero bien atada su cuerda a la ballena, y haciéndose a un lado con su canoa, va así dando cuerda a la ballena, la cual mientras está en mucha agua, da vueltas a una parte y a otra como loca de enojo, y al fin se va acercando a tierra, donde con la enormidad de su cuerpo presto encalla, sin poder ir ni volver. Aquí acuden gran copia de indios al vencido, para coger sus despojos. En efecto, la acaban de matar y la parten y hacen trozos, y de su carne harto perversa, secándola y moliéndola, hacen ciertos polvos que usan para su comida, y les dura largo tiempo. También se cumple aquí lo que de la misma ballena dice otro Salmo: Dedisti eum escam populis Aethiopum. El adelantado Pedro Meléndez muchas veces contaba esta pesquería, de que también hace mención Monardes en su libro. Aunque es más menuda, no deja de ser digna de referirse también otra pesquería que usan de ordinario los indios en la mar. Hacen unos como manojos de juncia o espadañas secas bien atadas, que allá llaman balsas, y llévanlas a cuestas hasta la mar, donde arrojándolas con presteza, suben en ellas, y así caballeros se entran la mar adentro, y bogando con unos canaletes de un lado y de otro se van una y dos leguas en alta mar a pescar; llevan en los dichos manojos sus redes y cuerdas, y sustentándose sobre las balsas lanzan su red y están pescando gran parte de la noche o del día, hasta que hinchan su medida, con que dan la vuelta muy contentos. Cierto verlos ir a pescar en el Callao de Lima, era para mí cosa de gran recreación, porque eran muchos y cada uno en su balsilla caballero, o sentado a porfía cortando las olas del mar, que es bravo allí donde pescan, parecían los tritones o neptunos, que pintan sobre el agua. En llegando a tierra sacan su barco a cuestas y luego le deshacen, y tienden por aquella playa las espadañas para que se enjuguen y sequen. Otros indios de los valles de Ica solían ir a pescar en unos cueros o pellejos de lobo marino, hinchados, y de tiempo a tiempo los soplaban como a pelotas de viento para que no se hundiesen. En el valle de Cañete, que antiguamente decían el Guarco, había innumerables indios pescadores, y porque resistieron al Inga, cuando fue conquistando aquella tierra, fingió paces con ellos, y ellos por hacerle fiesta hicieron una pesca solemne de muchos millares de indios que en sus balsas entraron en la mar; a la vuelta, el Inga tuvo apercibidos soldados de callada, e hizo en ellos cruel estrago, por donde quedó aquella tierra tan despoblada, siendo tan abundante. Otro género de pesca vi, a que me llevó el Virrey D. Francisco de Toledo, verdad es que no era en mar sino en un río, que llaman el Río Grande, en la provincia de los Charcas, donde unos indios chiriguanas se zambullían debajo del agua, y nadando con admirable presteza seguían los peces y con unas fisgas o arpones que llevaban en la mano derecha, nadando sólo con la izquierda, herían el pescado, y así atravesado lo sacaban arriba, que cierto parecían ellos ser más peces que hombres de la tierra. Y ya que hemos salido de la mar, vamos a esos otros géneros de aguas que restan por decir.
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Del proveimiento que S. M. hizo de este Gobierno en el Adelantado Juan de Sanabria Después que Alvar Núñez Cabeza de Vaca llegó preso a Castilla, y se vio en el Consejo de S.M. su causa, como queda referido, algunos caballeros pretendieron este gobierno, como fue un noble valenciano hombre de caudal, a quien se le hizo merced de este proveimiento; pero luego se le opuso otro caballero vecino de Trujillo, llamado Juan de Sanabria, quien por sus méritos y calidades pidió a S.M. le hiciese merced de esta gobernación, de que resultaron entre ambos algunas pesadas diferencias, pasiones y desafíos, que no tocan al intento de mi historia: al fin tuvo S.M. a bien conceder al segundo la merced del gobierno con título de Adelantado, como los demás lo habían tenido, y estando en la ciudad de Sevilla, previniéndose de lo necesario para su armada, murió de enfermedad, quedando disipada su hacienda en los gastos del apresto; y por su fallecimiento quedó en la sucesión su hijo Diego de Sanabria, respecto de haber sido concedida esta merced a su padre por dos vidas; y porque en este tiempo le convino pasar a la Corte a algunos negocios que de nuevo se le ofrecieron, determinó que caminase la armada del puerto de San Lúcar, de donde se hicieron a la vela, y siguiendo su derrota por el año de 1552, en una nao y dos carabelas, en que venían doña Mencia Calderón, viuda del Adelantado Juan de Sanabria, y dos hijas suyas llamadas doña María y doña Mencia, llegaron a las Canarias. Venía por Cabo de la gente de esta armada Juan de Salazar de Espinosa, que por negociación que tuvo por medio del Duque de Braganza de quien había sido criado, consiguió licencia de S.M. para volver a esta provincia, con un aviso que se le dio en Portugal. Vinieron así mismo otros muchos caballeros hidalgos, entre los cuales venía Cristóbal de Saavedra, natural de Sevilla, hijo del Correo mayor Hernando de Trejo, y el Capitán Becerra, que traía su mujer e hijos en una nao suya y caminando por su derrota con felicidad, llegaron a tomar puerto a la costa del Brasil, y de allí vinieron a la isla de Santa Catalina, y a la laguna de los Patos, donde a la entrada de la barra de ella se perdió el navío de Becerra con todo cuanto traía, excepto la gente, que toda salió a salvamento, y habiendo llegado a tierra por algunas causas y pendencias que se ofrecieron entre Salazar y el Piloto mayor de la armada, fue depuesto del empleo y oficio, y eligieron por superior y cabeza al Capitán Hernando de Trejo, con cuyas revueltas se disgustó mucha parte de la gente, y se fue al Brasil; y viéndose Hernando de Trejo desamparado de ella, por hacer algún servicio a S.M. determinó establecer una población en aquella costa, y atrayendo los soldados que pudo, fundó el año 1553 un pueblo en el puerto de San Francisco, poniéndole su nombre. Es un puerto el más capaz y seguro que hay en toda aquella costa, está en 25 grados poco más o menos, 30 leguas de la comarca que cae a la parte del Brasil, y otras tantas de Santa Catalina, que queda a la parte del Río de la Plata. Toda la costa es muy montuosa, y cercada de grandes bosques. Continuóse esta población con la asistencia de su fundador, que en este tiempo, se casó con doña María de Sanabria, de cuyo matrimonio hubieron al Reverendísimo señor don Fray Hernando de Trejo, Obispo de Tucumán. Puesta en efecto la población, se dirigió luego avisó a S.M. de lo sucedido, de que se dio por muy bien servido por ser ella una escala muy conveniente para la conquista y población de aquella tierra, y tránsito para el reino del Perú, y demás partes occidentales. El año siguiente padecieron los pobladores muchas necesidades y trabajos, y como toda la gente era de poca experiencia, no se daba maña a proveerse de lo necesario por aquella tierra, siendo tan abundante de caza y pesquería. Quienes más sintieron la penuria, fueron las señoras doña Mencia y sus hijas, y otras que estaban en aquella población, por cuyas persuasiones y continuos ruegos se movió Hernando de Trejo a desamparar aquel puesto, y dejar la fundación que tenía hecha; y conformándose todos en ello, se puso en efecto, determinando ir por tierra a la Asunción, para donde caminaron la mitad de la gente con las mujeres por el río de Itabuzú, y la demás por tierra hasta la falda de la sierra, con orden de juntarse cada noche en su alojamiento; y así caminaron muchas jornadas por el mismo camino de Cabeza de Vaca, hasta que un día una compañía de soldados de los que iban por tierra con el Capitán Saavedra, se extravió del camino para buscar yerbas, palmas y otras cosas de comer, y apartándose más de lo que debían, no se pudieron juntar después; y habiendo salido a buscarlos por aquellos bosques, los hallaron muertos de hambre a los pies de los árboles y palmas cuyas raíces habían querido sacar para comer. Murieron en esta ocasión 32 soldados, y los que quedaron con el Capitán Saavedra, se juntaron con los del río, que iban con Hernando de Trejo. Y dejadas las canoas, subieron por una alta y áspera sierra, desde cuya cumbre descubrieron unos muy extendidos campos, todos poblados de indios, de quienes fueron muy bien recibidos, en especial de un cacique de aquella tierra llamado Tatúa, y atravesando aquel territorio, llegaron al río Iguazú, y de allí pasaron al de Latibajiba, que es de la provincia más poblada de indios Guaraníes que hay en todas aquellas partes, donde hicieron mansión muchos días, y prevenidos de los mantenimientos necesarios, partieron de allí continuando su derrota por unos grandes llanos, y fueron a salir a un pueblo de indios del cacique Sujabañe, que los recibió con mucha amistad, y buen hospedaje. Y de allí prosiguieron hacia el río Ubay a un pueblo de indios, que llaman el Asiento de la Iglesia, por haber edificado en él Hernando de Trejo una casa de oración para decir misa y doctrinar algunos indios. De aquí bajaron en balsas y canoas hasta otro pueblo de indios llamados Aguaraes, arriba del pueblo de Roque, donde hallaron muy bien acogimiento, y abundancia de comida, por lo cual determinaron pasar allí algún tiempo, y aun con pretensión de hacer una fundación, dando aviso en el interín de todo lo que se les ofrecía, a Domingo de Irala, que ya tenía una cierta por el Brasil de como S.M. le había hecho merced de aquel gobierno. Pasados algunos meses, habiendo tenido correspondencia de la ciudad de la Asunción, se dispusieron luego a seguir su derrota, y después de una larga peregrinación atravesaron aquella tierra, y llegaron a la Asunción, donde el General Domingo de Irala pidió a Hernando de Trejo le diese la razón porque había despoblado el puerto de San Francisco; y no habiéndole dado bastante satisfacción, le prendió y tuvo recluso, hasta tanto que llegase disposición de S.M. en este asunto. En este mismo tiempo, llegaron por el río Paraná abajo cierta gente de la que estaba en el Brasil y con ella el Capitán Salazar, y Ruy Díaz de Melgarejo, marido de doña Elvira de Contreras, hija del Capitán Becerra, como queda referido, y otros hidalgos portugueses y españoles como Scipion de Goes, Vicente Goes, hijos de un caballero de aquel reino llamado Luis Goes: éstos fueron los primeros que trajeron vacas a esta provincia, haciéndolas caminar muchas leguas por tierra, y después por el río en balsas; eran siete vacas y un toro a cargo de un fulano Gaete, que llegó con ellas a la Asunción con grande trabajo y dificultad sólo por el interés de una vaca, que le señaló por salario, de donde quedó en aquella tierra un proverbio que dice: son mas caras que las vacas de Gaete. Llegados ante el General el Capitán Ruy Díaz Melgarejo y Salazar, fueron muy bien recibidos sin hacer memoria de las antiguas diferencias, que entre ellos habían tenido.
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De cómo se hacían los edificios para los Señores y los caminos reales para andar por el reino. Una de las cosas de que yo más me admire, contemplando y notando las cosas deste reino, fue pensar cómo y de qué manera se pudieron hacer caminos tan grandes y soberbios como por él vemos y qué fuerzas de hombres bastaran a los hacer y con qué herramientas y estrumentos pudieron allanar los montes y quebrantar las peñas, para hacerlos tan anchos y buenos como están; porque me parece que si el Emperador quisiese mandar hacer otro camino real, como el que va del Quito a Cuzco o sale de Cuzco para ir a Chile, ciertamente creo, con todo su poder para ello no fuese poderoso ni fuerzas de hombres le pudiesen hazer si no fuese con la orden tan grande que para ello los Incas mandaron que hobiese. Porque si fuera camino de cincuenta leguas, o de ciento o docientas, es de creer que aunque la tierra fuese más áspera no se tuviera en mucho, con buena diligencia, hacerlo; mas estos eran tan largos, que había alguno que tenía más de mil y cien leguas, todo echado por sierras tan agras y espantosas que por algunas partes mirando abajo se quitaba la vista, y algunas destas sierras drechas y llenas de piedras, tanto que era menester cavar por las laderas en peña viva para hacer el camino ancho y llano; todo lo cual hacían con el fuego y con sus picos. Por otros lugares había subidas tan altas y ásperas que salían de lo bajo escalones para poder subir por ellos a lo más alto, haciendo entre medias dellos algunos descansos anchos ara el reposo de las gentes. En otros lugares había montones Se nieve, que era más de temer, y ésto no en un lugar sino en muchas partes, y no así como quiera, sino que no va ponderado ni encarecido como ello es ni como lo vemos; y por estas nieves, y por donde había montañas de árboles y céspedes, lo hacían llano y empedrado si menester fuese. Los que leyeren este libro y hobieren estado en el Perú miren el camino que va desde Lima a Xauxa por las sierras tan ásperas de Huarochiri y por la montaña nevada de Pariacaca y entenderán, los que a ellos lo oyeren, si es mas lo que ellos vieron que no lo que yo escribo; y, sin esto, acuérdense de la ladera que abaja al río de Apurímac, y cómo viene el camino por las sierras de los Paltas, Caxas y Ayauacas y otras partes deste reyno, por donde el camino va tan ancho como quince pies, poco más o menos; y en tiempo de los reyes estaba limpio, sin que hobiese ninguna piedra ni hierba nacida, porque siempre se entendía en lo limpiar; y en lo poblado, junto a el había grandes palacios y alojamiento para la gente e guerra, y por los desiertos nevados y de campaña había aposentos donde se podían muy bien amparar de los fríos y de las lluvias; y en muchos lugares, como es en el Collao y en otras partes, había señales de sus leguas, que eran como los mojones dEspaña con que parten los términos, salvo que son mayores y mejor hechos los de acá. A estos tales llaman topos y uno dellos es una legua y media de Castilla. Entendido de la manera que iban hechos los caminos y la grandeza dellos, diré con la facilidad que eran hechos por los naturales, sin que les recreciese muerte ni trabajo demasiado; y era que, determinado por algún rey que fuese hecho alguno destos caminos tan famosos, no era menester muchas provisiones ni requerimientos ni otra cosa que decir el rey hágase esto, porque luego los veedores iban por las provincias marcando la tierra y los indios que había de una a otra, a los cuales mandaba que hiciesen los tales caminos; y así se hacían desta manera, que una provincia hacía hasta otra a su costa y con sus indios y en breve tiempo lo dejaban como se lo pintaba; y otras hacían lo mismo y aún, si era necesario, a un tiempo se acababa gran parte del camino o todo él; y si allegaban a los despoblados los indios de la tierra adentro questaban m4s cercanos venían con vituallas y herramientas a los hacer, de tal manera que con mucha alegría y poca pesadumbre era todo hecho; porque no les agraviaban en un punto, ni los Incas ni sus criados les metían en nada. Sin todo esto se hicieron grandes calzadas de excelente edificio, como es la que pasa por el valle de Xaquixaguana y sale de la ciudad del Cuzco y va por el pueblo de Muhina. Destos caminos reales había muchos en todo el reyno, así por la sierra como por los llanos. Entre todos, cuatro se tienen por los más importantes, que son los que salían de la ciudad del Cuzco, de la misma plaza de ella como crucero, a las provincias del reino, como tengo escripto en la Primera parte desta Crónica, en la fundación del Cuzco; y por tenerse en tanto los señores, cuando salían por estos caminos sus Personas reales con la guarda convenible iban por uno y por otro la demás gente; y aún en tanto tuvieron su poderío que muerto uno de ellos, el hijo, habiendo de salir a alguna parte larga, se le hacía camino por sí mayor y más ancho que el de su antecesor; más ésto era si salía (a) alguna conquista el tal rey o a hacer cosa digna de tal memoria que se pudiese decir que por aquello era más largo el camino que para él se hizo. Y esto vemos claro, porque yo he visto junto a Vilcas tres o cuatro caminos; y aún una vez me perdí por el uno, creyendo que iba por el que agora se usa; y a éstos llaman, al uno camino del Inca Yupanqui y al otro de Tupac Inca; y el que agora se usa y usará para siempre es el que mandó hacer Huaina Capac, que llegó acerca del río de Angasmayo al Norte y al Sur mucho adelante de lo que agora llamamos Chile; caminos tan largos, que había de una parte a otra más de mill y doscientas leguas.
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CAPÍTULO XV Las cosas que pasan entre Hernán Ponce de León y Hernando de Soto, y cómo el gobernador se embarcó para la Florida Venido el día siguiente, Hernán Ponce salió de su navío con mucha tristeza y dolor de haber perdido su tesoro donde pensaba haberlo puesto en cobro. Mas, disimulando su pena, fue a posar a la posada del gobernador, y a solas hablaron muy largo de las cosas pasadas y presentes, y, llegados al hecho de la noche precedente, Hernando de Soto se le quejó con mucho sentimiento de la desconfianza que había tenido de su amistad y hermandad, pues, no fiando de ella, había querido esconder su hacienda temiendo no se la quitase, de que él estaba tan lejos como él lo vería por la obra. Diciendo esto, mandó traer ante sí todo lo que la noche antes había tomado a los del batel y lo entregó a Hernán Ponce, advirtiéndole mirase si faltaba algo, que lo haría restituir. Y para que viese cuán diferente ánimo había sido el suyo, de no partir la compañía y hermandad que tenía hecha, le hacía saber que todo lo que había gastado para hacer aquella conquista, y el haberla pedido a Su Majestad, había sido debajo de la unión de ella, para que la honra y provecho de la jornada fuese de ambos, y que de esto podía certificarse de los testigos que allí había, en cuya presencia había otorgado las escrituras y declaraciones para esto necesarias; y, para mayor satisfacción suya, si quería ir a aquella conquista o, sin ir a ella, como él gustase, de cualquier manera que fuese, dijo, que luego al presente renunciaría en él el título o títulos que apeteciese de los que Su Majestad le había dado. Demás de esto dijo holgaría le avisase de todo lo que a su gusto, honra y provecho tuviese bien, que en él hallaría lo que quisiese muy al contrario de lo que él había temido. Hernán Ponce se vio confundido de la mucha cortesía del gobernador y de la demasiada desconfianza suya, y atajando razones, porque no las hallaba para su descargo, respondió suplicaba a su señoría le perdonase el yerro pasado y tuviese por bien de le sustentar y confirmar las mercedes que le había hecho en llamarle compañero y hermano, de que él se tenía por muy dichoso, sin pretender otro título mejor, que para él no lo podía haber, sólo deseaba que las escrituras de su compañía y hermandad, para mayor publicidad de ella, se volviesen a renovar, y que su señoría fuese muy enhorabuena a la conquista y a él dejase venir a España, que, dándoles Dios salud y vida, gozarían de su compañía, y adelante, si quisiesen, partirían lo que hubiesen ganado. Y, en señal que aceptaba por suya la mitad de lo conquistado, suplicaba a su señoría permitiese que doña Isabel de Bobadilla, su mujer, recibiese diez mil pesos en oro y plata, con que le servía para ayuda a la jornada, puesto que, conforme a la compañía, era de su señoría la mitad de todo lo que del Perú traía, que era mayor cantidad. El gobernador holgó de hacer lo que Hernán Ponce le pedía, y, en mucha conformidad de ambos, se renovaron las escrituras de su compañía y hermandad, y en ella se mantuvieron el tiempo que estuvieron en La Habana, y el gobernador avisó a los suyos en secreto y les persuadió con el ejemplo en público tratasen a Hernán Ponce como a su propia persona, y así se hizo, que todos le hablaban señoría y le respetaban como al mismo adelantado. Concluidas las cosas que hemos dicho, pareciéndole al gobernador que el tiempo convidaba ya a la navegación, mandó embarcar a toda prisa los bastimentos y las demás cosas que se habían de llevar, todo lo cual puesto en los navíos como había de ir, embarcaron los caballos: en la nao Santa Ana, ochenta; en la nao de San Cristóbal, sesenta; en la llamada Concepción, cuarenta; y en los otros tres navíos menores, San Juan, Santa Bárbara y San Antón, embarcaron setenta, que por todos fueron trescientos y cincuenta caballos los que llevaron a esta jornada. Luego se embarcó la gente de guerra, que con los de la isla que quisieron ir a esta conquista, sin los marineros de los ocho navíos, carabela y bergantines, llegaban a mil hombres, toda gente lucida, apercibida de armas y arreos de sus personas y caballos, tanto que hasta entonces, ni después acá, no se ha visto tan buena banda de gente y caballos, todo junto, para jornada alguna que se haya hecho de conquista de indios. En todo esto de navíos, gente, caballos y aparato de guerra, concuerdan igualmente Alonso de Carmona y Juan Coles en sus relaciones. Este número de navíos, caballos y hombres de pelea, sin la gente marinesca, sacó el gobernador y adelantado Hernando de Soto del puerto de La Habana, cuando a los doce de mayo del año mil y quinientos y treinta y nueve se hizo a la vela para hacer la entrada y conquista de la Florida, llevando su armada tan abastada de todo bastimento que más parecía estar en una ciudad muy proveída que navegar por la mar, donde le dejaremos por volver a una novedad que Hernán Ponce hizo en La Habana, donde, con achaque de refrescarse y aguardar mejor tiempo para la navegación de España, se había quedado hasta la partida del gobernador. Es así que, pasados ocho días que el general se había hecho a la vela, Hernán Ponce presentó un escrito ante Juan de Rojas, teniente de gobernador, diciendo haber dado a Hernando de Soto diez mil pesos de oro sin debérselos, forzado de temor no le quitase como hombre poderoso toda la hacienda que traía del Perú. Por tanto, le requería mandase a doña Isabel de Bobadilla, mujer de Hernando de Soto, que los había recibido, se los volviese; donde no, protestaba quejarse de ello ante la majestad del emperador nuestro señor. Sabida la demanda por doña Isabel de Bobadilla, respondió que entre Hernán Ponce y Hernando de Soto, su marido, había muchas cuentas viejas y nuevas que estaban por averiguar, como por las escrituras de la compañía y hermandad entre ellos hecha parecía, y por ellas mismas constaba deber Hernán Ponce a Hernando de Soto más de cincuenta mil ducados, que era la mitad del gasto que había hecho para aquella conquista. Por tanto pidió a la justicia prendiese a Hernán Ponce y lo tuviese a buen recaudo hasta que se averigüasen las cuentas, las cuales ella ofrecía dar luego en nombre de su marido. Esta respuesta supo Hernán Ponce antes que la justicia hiciese su oficio (que doquiera por el dinero se hallan espías dobles), y, por no verse en otras contingencias y peligros como los pasados, alzó las velas y se vino a España sin esperar averiguación de cuentas en que había de ser alcanzado en gran suma de dinero. Muchas veces la codicia del interés ciega el juicio de los hombres, aunque sean ricos y nobles, a que hagan cosas que no les sirven más que de haber descubierto y publicado la bajeza y vileza de sus ánimos. FIN DEL LIBRO PRIMERO DE LA FLORIDA DEL INCA
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Cómo se partieron los cristianos de la isla de Mal Hado Después que Dorantes y Castillo volvieron a la isla recogieron consigo todos los cristianos, que estaban algo esparcidos, y halláronse por todos catorce. Yo, como he dicho, estaba en la otra parte, en la Tierra Firme, donde mis indios me habían llevado y donde me habían dado una gran enfermedad, que ya que alguna otra cosa me diera esperanza de vida, aquélla bastaba para del todo quitármela. Y, como los cristianos esto supieron, dieron a un indio la manta de martas que del cacique habíamos tomado, como arriba dijimos, porque los pasase donde yo estaba para verme; y así vinieron doce, porque los dos quedaron tan flacos que no se atrevieron a traerlos consigo. Los nombres de los que entonces vinieron son: Alonso del Castillo, Andrés Dorantes y Diego Dorantes, Valdivieso, Estrada, Tostado, Chaves, Gutiérrez, Esturiano, clérigo; Diego de Huelva, Estebanico el Negro, Benítez; y como fueron venidos a Tierra Firme, hallaron otro que era de los nuestros, que se llamaba Francisco de León, y todos trece por luengo de costa. Y luego que fueron pasados, los indios que me tenían me avisaron de ello, y cómo quedaban en la isla Hierónimo de Alaniz y Lope de Oviedo. Mi enfermedad estorbó que no les pude seguir ni los vi. Yo hube de quedar con estos mismos indios de la isla más de un año, y por el mucho trabajo que me daban y mal tratamiento que me hacían, determiné de huir de ellos y irme a los que moran en los montes y Tierra Firme, que se llaman los de Charruco, porque yo no podía sufrir la vida que con estos otros tenía; porque, entre otros trabajos muchos, había de sacar las raíces para comer debajo del agua y entre las cañas donde estaban metidas en la tierra; y de esto traía yo los dedos tan gastados, que una paja que me tocase me hacía sangre de ellos, y las cañas me rompían por muchas partes, porque muchas de ellas estaban quebradas y había de entrar por medio de ellas con la ropa que he dicho que traía. Y por esto yo puse en obra de pasarme a los otros, y con ellos me sucedió algo mejor; y porque yo me hice mercader, procuré de usar el oficio lo mejor que supe, y por esto ellos me daban de comer y me hacían buen tratamiento y rogábanme que me fuese de unas partes a otras por cosas que ellos habían menester, porque por razón de la guerra que contino traen, la tierra no se anda ni se contrata tanto. E ya con mis tratos y mercaderías entraba la tierra adentro todo lo que quería, y por luengo de costa me alargaba de cuarenta o cincuenta leguas. Lo principal de mi trato eran pedazos de caracolas de la mar y corazones de ellos y conchas, con que ellos cortan una fruta que es como frísoles, con que se curan y hacen sus bailes y fiestas, y ésta es la cosa de mayor precio que entre ellos hay, y cuentas de la mar y otras cosas. Así, esto era lo que yo llevaba la tierra adentro, y en cambio y trueco de ello traía cueros y almagra, con que ellos se untan y tiñen las caras y cabellos, pedernales para puntas de flechas, engrudo y cañas duras para hacerlas, y unas borlas que se hacen de pelo de venados, que las tiñen y para coloradas; y este oficio me estaba a mí bien, porque andando en él tenía libertad para ir donde quería, y no era obligado a cosa alguna, y no era esclavo, y dondequiera que iba me hacían buen tratamiento y me daban de comer por respeto de mis mercaderías, y lo más principal porque andando en ello yo buscaba por dónde me había de ir adelante, y entre ellos era muy conoscido; holgaban mucho cuando me vían y les traía lo que habían menester, y los que no me conoscían me procuraban y deseaban ver por mi fama. Los trabajos que en esto pasé sería largo contarlos, así de peligros y hambres, como de tempestades y fríos, que muchos de ellos me tomaron en el campo y solo, donde por gran misericordia de Dios nuestro Señor escapé; y por esta causa yo no trataba el oficio en invierno, por ser tiempo que ellos mismos en sus chozas y ranchos metidos no podían valerse ni ampararse. Fueron casi seis años el tiempo que yo estuve en esta tierra solo entre ellos y desnudo, como todos andaban. La razón por que tanto me detuve fue por llevar conmigo un cristiano que estaba en la isla llamado Lope de Oviedo. El otro compañero de Alaniz, que con él había quedado cuando Alonso de Castillo y Andrés Dorantes con todos los otros se fueron, murió luego; y por sacarlo de allí yo pasaba a la isla cada año y le rogaba que nos fuésemos a la mejor maña que pudiésemos en busca de cristianos, y cada año me detenía diciendo que el otro siguiente nos iríamos. En fin, al cabo lo saqué y le pasé el ancón y cuatro ríos que hay por la costa, porque él no sabía nadar, y ansí, fuimos con algunos indios adelante hasta que llegamos a un ancón que tiene una legua de través y es por todas partes hondo; y por lo que de él nos paresció y vimos, es el que llaman del Espíritu Santo, y de la otra parte de él vimos unos indios, que vinieron a ver los nuestros, y nos dijeron cómo más adelante había tres hombres como nosotros, y nos dijeron los nombres de ellos; y preguntándoles por los demás, nos respondieron que todos eran muertos de frío y de hambre, y que aquellos indios de adelante ellos mismos por su pasatiempo habían muerto a Diego Dorantes y a Valdivieso y a Diego de Huelva, porque se habían pasado de una casa a otra; y que los otros indios, sus vecinos, con quien agora estaba el capitán Dorantes, por razón de un sueño que habían soñado, habían muerto a Esquivel y a Méndez. Preguntámosles qué tales estaban los vivos; dijéronnos que muy maltratados, porque los muchachos y otros indios, que entre ellos son muy holgazanes y de mal trato, les daban muchas coces y bofetones y palos, y que ésta era la vida que con ellos tenían. Quesímonos informar de la tierra adelante y de los mantenimientos que en ella había; respondieron que era muy pobre de gente, y que en ella no había qué comer, y que morían de frío porque no tenían cueros ni con qué cubrirse. Dijéronnos también si queríamos ver aquellos tres cristianos, que de ahí a dos días los indios que los tenían vernían a comer nueces una legua de allí, a la vera de aquel río; y porque viésemos que lo que nos habían dicho del mal tratamiento de los otros era verdad, estando con ellos dieron al compañero mío de bofetones y palos, y yo no quedé sin mi parte, y de muchos pellazos de lodo que nos tiraban, y nos ponían cada día las flechas al corazón, diciendo que nos querían matar como a los otros nuestros compañeros. Y temiendo esto Lope de Oviedo, mi compañero, dijo que quería volverse con unas mujeres de aquellos indios, con quien habíamos pasado el ancón, que quedaban algo atrás. Yo porfié mucho con él que no lo hiciese, y pasé muchas cosas, y por ninguna vía lo pude detener, y así se volvió y yo quedé solo con aquellos indios, los cuales se llamaban Quevenes, y los otros con quien él se fue se llamaba Deaguanes.
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CAPITULO XVI Son enviados los nuestros de la ciudad de Hucheofú y cuéntase lo que en ella les sucedió De la ciudad de Haucheofú fueron enviados a la de Hucheofú, que es más principal y mayor que la primera, acompañándolos y guardándolos siempre el número de soldados que queda dicho, haciendo una parte del camino por agua y otra por tierra, donde vieron tantas cosas y tan ricas que respecto de ellas les pareció nada todo lo que habían visto hasta allí: las cuales (aunque de muchas de ellas tenía relación particular), yo dejo de intento por no hacer de Itinerario historia, y lo principal, porque muchas de ellas parecen increíbles, y lo serán para los que no tienen mucha noticia de las grandezas de este reino. Las villas y ciudades que en el discurso del camino vieron fueron muchas y muy grandes y todas con muralla fuerte; y en una de ellas un gran río, en el cual había más de 500 anorias que estaban hechas con tal artificio, que con solamente la violencia de la corriente del río que las movía regaban todas las tierras a él cercanas por distancia de dos leguas y más, sin otro favor ni impulso humano. En esta ciudad estuvieron algunos días en visitas y cumplimientos. Después de los cuales los mandaron ir a Cantón, de quien ya en las dos relaciones atrás se ha hecho particular mención. En llegando a la ciudad fueron llevados a la cárcel del Tequexí, que es donde están los condenados a muerte y donde ellos la vieron bien claramente. Allí los tuvieron muchos días, sacándolos los más de ellos y llevándolos a los tribunales de los jueces en compañía de otros condenados a muerte. En este tiempo estaba en esta ciudad el Tutan, que es el Virrey de la Provincia, y el Chaer, que es visitador general, y era tiempo en que hacían grandes justicias para desocupar las cárceles donde había millares de hombres, y algunos de ellos que habían estado en ellas pasados de diez años. Hubo día de éstos en que en presencia de los nuestros sacaron a justiciar dos mil hombres, unos con pena de muerte, otros de azotes y otros de destierro, y de otras maneras de justicias, según la disposición y rigor de sus leyes. El día que ha de haber justicia capital usan de particulares ceremonias, como soltar ciertas piezas de artillería y cerrar las puertas de la ciudad sin ser permitido a ninguno entrar en ella ni salir hasta ser acabado el tal acto y justicia y otras muchas cosas, de la manera que queda dicho en la primera parte de esta historia. Estando en esta ciudad y en tiempo tan calamitoso los nuestros, un caballero portugués llamado Arias Gonzalo de Miranda, Capitán mayor de la ciudad de Macao y muy devoto de religiosos y amigo de castellanos, como entendiese el trabajo y peligro en que estaban, dio orden cómo librarlos poniendo en ello tanto cuidado que salió con su intento, de manera que los soltaron de la prisión y temor en que estaban por los ruegos de este caballero y porque con buena maña y amor deshizo la mala fama que contra ellos había, compeliéndolos con esto a revocar la sentencia rigurosa y de muerte que tenían fulminada. No se tratan en particular las cosas que a estos religiosos y siervos de Dios le sucedieron, así en la prisión como en los caminos, por ser muchas y que para decirse requerían mucho tiempo, y aun hacer nueva historia. Aunque en los libros que quedan atrás se han tocado las riquezas y cosas de aquel reino en particular, para mayor certificación me pareció no sería sin propósito poner en el capítulo siguiente algunas de las que el dicho Padre fray Martín Ignacio conmigo comunicó, usando en el tratarlas de tanta brevedad, que sirva más de epílogo que de nueva relación para mayor verificación de la verdad, para que ella sea más eficazmente entendida y creída, viendo que hay concordia entre las personas que vieron lo que aquí se pone y dice, y también porque el dicho Padre y sus compañeros vieron algunas cosas más que los otros cuyas relaciones hemos puesto. Siendo la causa de esto el fiarse de ellos y dejarlos ver y entender muchos secretos como a hombres a quien tenían sentenciados a muerte, que llenamente se lo prohibieran si entendieran habían de tornar a salir fuera del reino, porque huyen con mucho cuidado que las demás naciones no sepan sus cosas secretas y manera de gobierno y de vivir.
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De un tumulto que se levantó contra el Capitán Alonso Riquelme, y del socorro que se le dio Después que el Capitán Alonso Riquelme hubo allanado los pasados movimientos de los indios de la provincia del Guairá, cuyo gobierno tenía por el Gobernador Francisco Ortiz de Vergara, estaba aquella tierra pacífica, y los vecinos encomenderos con mucho descanso y comodidad hasta el año de 1569 en que hubo entre ellos ciertas novedades que principiaron en esta forma. Descubriéronse en aquel territorio unas piedras muy cristalinas, que se crían dentro de unos cocos de pedernal, tan apretadas como juntas, haciendo unas puntas piramidales, que ocupan toda aquella periferia. Son de diversos y lucidos colores, blancas, amarillas, moradas, coloradas y verdes, con tanta diafanidad y lustres, que fueron reputadas por piedras finísimas y de gran valor, diciendo eran rubíes, esmeraldas, amatistas, topacios y aun diamantes. Estos cocos por lo común se crían bajo de tierra en los montes, hasta que sazonados los granos, revientan, dando un grande estruendo, y con tanta fuerza, que se han hallado algunos pedazos de pedernal más de diez pasos de distancia de adonde reventó el coco, que con el incremento que toma dentro de aquellas piedrecillas, hace tal estrago al reventar debajo de tierra que parece que con la fuerza de estruendo estremece los montes. Con haber hallado estas tan lucidas piedras creyeron aquellos hombres que poseían la mayor de las riquezas del mundo, con lo cual resolvieron dejar la población y caminar hacia la costa del mar, y por uno de sus puertos irse a España con sus familias, lo que quisieron poner en ejecución secretamente; más, habiéndose entendido por el Superior, fueron presos de su orden algunos de los seductores de esta determinación, y habiendo ofrecido éstos con juramento el aquietarse en lo sucesivo, fueron puestos en libertad. Pasados algunos días, estando Alonso Riquelme muy descuidado de este tumulto, llegaron a su casa cuarenta soldados, todos armados, y le requirieron por escrito les diese caudillo para ir a los puertos de mar de aquella costa, y embarcase a dar cuenta a S.M. de la gran riqueza que tenía aquella tierra, y que de negársela, harían lo que más le conviniese. Respondióles que se vería más despacio, y se resolvería lo más acertado al real servicio; pero habiendo tardado en la resolución, tomaron la de prender al Capitán, y a algunos de su Parte una noche, como lo ejecutaron, quitándoles las armas con que pudiesen resistir, siendo cabeza de esta rebelión el Padre Escalera, clérigo. Habiéndose prevenido de lo necesario, salieron de la ciudad por el río y por tierra bajo la conducta de un inglés llamado Nicolás Colman, hasta que llegados a cierto puerto, dejaron sus canoas y tomaron el camino por tierra, habiendo dejado en la ciudad al Capitán Alonso Riquelme solo con algunos amigos suyos, quien, habiendo dado aviso de lo que había sucedido, a la ciudad de Asunción, fue a su socorro el Capitán Ruy Díaz Melgarejo, que, aunque por haber muerto a un clérigo, está excomulgado, fue absuelto por el Previsor general de aquel obispado, el Padre Paniagua, quien quiso ir en esta empresa con otros sus amigos, que entre todos componían cincuenta soldados. Llegados al Paraná, tuvieron pronto lo necesario para el pasaje, con que brevemente lo facilitaron. Prosiguieron en seguir a los amotinados, y habiéndolos alcanzado, los castigaron con más suavidad y benignidad que merecían sus delitos, los cuales coloreaba el Capitán Ruy Díaz, favoreciendo en secreto a los tumultuarios con perjuicio del buen crédito de Alonso de Riquelme por la antigua emulación que entre ellos había; y conociendo éste cuánto disminuía su reputación, y lo que podía seguirle de estar juntos, determino venirse a la Asunción con el Provisor y el Capitán Ruy García, y otros cuarenta hombres de aquella tierra, que puestos en camino por el año de 1569, hallaron los indios de los pueblos que por allí había alzados, resueltos a estorbarles el camino, por lo cual se juntaron y pusieron emboscada en algunos sitios cómodos, en los cuales era preciso reñir con ellos los más de los días. Hallándose ya los nuestros a distancia de 26 leguas de la Asunción en la travesía de un asperísimo bosque llamado Erespoco, les ganaron la entrada más de 4.000 indios, y todo el camino, dándoles de un lado y otro muchas rociadas de flecherías, donde los nuestros hubieron de menester bien las manos, y ganándoles el puerto, los fueron echando por sus senderos a arcabuzazos, hasta sacarlos a lo raso, donde el Capitán Alonso de Riquelme con sus soldados escaramuzó, y poniéndolos en huida, pasaron adelante, y otro día siguiente llegaron a las barranqueras del río Paraguay, donde se junta el camino de Santa Cruz, con el que va de esta tierra, y mirando por aquel campo, vieron mucho estiércol de caballos y vacas de los que habían traído los españoles del Perú, aunque los nuestros no pudieron saber de qué podrían ser aquellos vestigios, hasta que la noche siguiente prendieron a ciertos indios, que venían desertores de la Asunción a vivir con los alzados. De éstos supieron la llegada del General y del obispo, y demás gentes que iban del Perú. Noticia poco agradable a Riquelme por la enemistad que tenían entre sí, desde la prisión del Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca su tío. No fue menos sensible para Francisco Gómez Paniagua por haber entendido que el Ilustrísimo Obispo no tendría a bien la absolución de Ruy Díaz Melgarejo. En tal grado puso a ambos esta confusión, que a no contemplar las grandes dificultades del camino que habían andado, se hubieran quizá vuelto. Mas al fin resolvieron ir a ponerse delante de quienes tanto se recelaban. Despacharon luego mensajeros a la ciudad, avisando de su ida, por lo cual el General envió luego a saludarlos. Al otro día entraron en la Asunción, a cuyo recibimiento salió el General desde su casa hasta la puente de la Catedral con grandes demostraciones de cortesía y afabilidad, trabando desde aquel día nueva amistad entre sí, y olvidando los agravios pasados, como después diremos en adelante.
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CAPÍTULO XVI Descomedida respuesta del señor de la provincia Acuera Habiéndose juntado todo el ejército en Acuera, entretanto que la gente y los caballos se reformaban de la hambre que los días atrás habían pasado, que no fue poca, el gobernador con su acostumbrada clemencia envió al cacique Acuera indios que prendieron de los suyos con recaudos diciendo le rogaban saliese de paz y holgase tener los españoles por amigos y hermanos, que era gente belicosa y valiente, los cuales si no aceptaba la amistad de ellos, podrían hacerle mucho mal y daño en sus tierras y vasallos; asimismo supiese y tuviese por cierto que no traían ánimo de hacer agravio a nadie, como no lo habían hecho en las provincias que atrás dejaban, sino mucha amistad a los que habían querido recibirla, y que el principal intento que llevaban era reducir por paz y amistad todas las provincias y naciones de aquel gran reino, a la obediencia y servicio del poderosísimo emperador y rey de Castilla, su señor, cuyos criados ellos eran, y que el gobernador deseaba verle y hablarle para decirle estas cosas más largamente y darle cuenta de la orden que su rey y señor le había dado para tratar y comunicar con los señores de aquella tierra. El cacique respondió descomedidamente diciendo que ya por otros castellanos, que años antes habían ido a aquella tierra, tenía larga noticia de quién ellos eran y sabía muy bien su vida y costumbres, que era tener por oficio andar vagabundos de tierra en tierra viviendo de robar y saquear y matar a los que no les habían hecho ofensa alguna; que, con gente tal, en ninguna manera quería amistad ni paz, sino guerra mortal y perpetua; que, puesto caso que ellos fuesen tan valientes como se jactaban, no les había temor alguno, porque sus vasallos y él no se tenían por menos valientes, para prueba de lo cual les prometía mantenerles guerra todo el tiempo que en su provincia quisiesen parar no descubierta ni en batalla campal, aunque podía dársela, sino con asechanzas y emboscadas, tomándolos descuidados; por tanto, les apercibía y requería se guardasen y recatasen de él y de los suyos, a los cuales tenía mandado le llevasen cada semana dos cabezas de cristianos, y no más, que con ellas se contentaba, porque degollando cada ocho días dos de ellos, pensaba acabarlos todos en pocos años, pues, aunque poblasen e hiciesen asiento, no podían perpetuarse porque no traían mujeres para tener hijos y pasar adelante con su generación. Y a lo que decían de dar la obediencia al rey de España, respondía que él era rey en su tierra y que no tenía necesidad de hacerse vasallo de otro quien tantos tenía como él; que por muy viles y apocados tenía a los que se metían debajo de yugo ajeno pudiendo vivir libres; que él y todos los suyos protestaban morir cien muertes por sustentar su libertad y la de su tierra; que aquella respuesta daban entonces y para siempre. A lo del vasallaje y a lo que decían que eran criados del emperador y rey de Castilla y que andaban conquistando nuevas tierras para su imperio respondía que lo fuesen muy enhorabuena, que ahora los tenía en menos, pues confesaban ser criados de otro y que trabajaban y ganaban reinos para que otros los señoreasen y gozasen del fruto de sus trabajos; que ya que en semejante empresa pasaban hambre y cansancio y los demás afanes y aventuraban a perder sus vidas, les fuera mejor, más honroso y provechoso ganar y adquirir para sí y para sus descendientes, que no para los ajenos; y que, pues eran tan viles que estando tan lejos no perdían el nombre de criados, no esperasen amistad en tiempo alguno, que no pretendía emplearla tan vilmente ni quería saber el orden de su rey, que él sabía lo que había de hacer en su tierra y de la manera que los había de tratar; por tanto, que se fuesen lo más presto que pudiesen si no querían morir todos a sus manos. El gobernador, oída la respuesta del indio, se admiró de ver que con tanta soberbia y altivez de ánimo, acertase un bárbaro a decir cosas semejantes. Por lo cual, de allí adelante, procuró con más instancia atraerle a su amistad, enviándole muchos recaudos de palabras amorosas y comedidas. Mas el curaca a todos los indios que a él iban decía que ya con el primero había respondido, que no pensaba dar otra respuesta, ni la dio jamás. En esta provincia estuvo el ejército veinte días, reformándose del trabajo y hambre del camino pasado, apercibiendo cosas necesarias para pasar adelante. El gobernador procuraba en estos días haber noticia y relación de la provincia. Envió corredores por toda ella, que con cuidado y diligencia viesen y notasen las buenas partes de ella, los cuales trajeron buenas nuevas. Los indios en aquellos veinte días no se durmieron ni descuidaron, antes, por cumplir con los fieros y amenazas que su curaca había hecho a los castellanos, y porque ellos viesen que no habían sido vanas, andaban tan solícitos y astutos en sus asechanzas que ningún español se desmandaba cien pasos del real que no flechasen y degollasen luego, y por prisa que los suyos se daban a los socorrer los hallaban sin cabezas, que se las llevaban los indios para presentarlas al cacique como él les tenía mandado. Los cristianos enterraban los cuerpos muertos donde los hallaban. Los indios volvían la noche siguiente y los desenterraban, y hacían tasajos, y los colgaban por los árboles, donde los españoles pudiesen verlos. Con las cuales cosas cumplían bien lo que su cacique les había mandado que cada semana le llevasen dos cabezas de cristianos, que en dos días, de dos en dos le llevaron cuatro, y catorce en toda la temporada que los españoles estuvieron en su tierra, sin los que hirieron, que fueron muchos más. Salían a hacer estos saltos tan a su salvo y tan cerca de las guaridas, que eran los montes, que muy libremente se volvían a ellos dejando hecho el daño que podían, sin perder lance que se les ofreciese. De donde vinieron a verificar los castellanos las palabras que los indios que hallaron por todo el camino de las ciénagas más les decían a grandes voces: "Pasad adelante, ladrones, traidores, que en Acuera, y más allá en Apalache, os tratarán como vosotros merecéis, que a todos os pondrán hechos cuartos y tasajos por los caminos en los árboles mayores". Los españoles, por mucho que lo procuraron, en toda la temporada no mataron cincuenta indios, porque andaban muy recatados y vigilantes en sus asechanzas.
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CAPÍTULO XVI Del pan de Indias y del maíz Viniendo a las plantas, trataremos de las que son más proprias de Indias, y después, de las comunes a aquella tierra y a esta de Europa. Y porque las plantas fueron criadas principalmente para mantenimiento del hombre, y el principal de que se sustentan es el pan, será bien decir qué pan hay en Indias, y qué cosa usan en lugar de pan. El nombre de pan es allá también usado con propriedad de su lengua, que en el Pirú llaman tanta, y en otras partes de otras maneras. Mas la cualidad y sustancia del pan que los indios tenían y usaban, es cosa muy diversa del nuestro, porque ningún género de trigo se halla que tuviesen, ni cebada, ni mijo, ni panizo, ni esos otros granos usados para pan en Europa. En lugar de esto usaban de otros géneros de granos y raíces; entre todos tiene el principal lugar y con razón el grano de maíz, que en Castilla llaman trigo de las Indias, y en Italia, grano de Turquía. Así como en las partes del orbe antiguo, que son Europa, Asia y África, el grano más común a los hombres es el trigo, así en las partes del nuevo orbe ha sido y es el grano de maíz, y cuasi se ha hallado en todos los reinos de Indias Occidentales, en Pirú, en Nueva España, en Nuevo Reino, en Guatimala, en Chile, en toda Tierrafirme. De las Islas de Barlovento, que son Cuba, La Española, Jamaica, San Juan, no sé que se usase antiguamente el maíz; hoy día usan más la yuca y cazabi, de que luego diré. El grano de maíz, en fuerza y sustento pienso que no es inferior al trigo; es más grueso y cálido y engendra sangre; por donde los que de nuevo lo comen, si es con demasía, suelen padecer hinchazones y sarna. Nace en cañas, y cada una lleva una o dos mazorcas, donde está pegado el grano, y con ser granos gruesos tienen muchos, y en alguna contamos setecientos granos. Siémbrase a mano y no esparcido; quiere tierra caliente y húmeda. Dase en muchas partes de Indias con grande abundancia; coger trescientas hanegas de una desembradura, no es cosa muy rara. Hay diferencia en el maíz como también en los trigos: uno es grueso y sustancioso; otro chico y sequillo que llaman moroche; las hojas del maíz y la caña verde es escogida comida para cabalgaduras, y aun seca también sirve como de paja. El mismo grano es de más sustento para los caballos y mulas que la cebada, y así es ordinario en aquellas partes teniendo aviso de dar de beber a las bestias, primero que coman el maíz, porque bebiendo sobre él, se hincha y les da torzón, como también lo hace el trigo. El pan de los indios es el maíz; cómenlo comúnmente cocido así en grano y caliente, que llaman ellos mote, como comen los chinos y japones el arroz también cocido con su agua caliente. Algunas veces lo comen tostado; hay maíz redondo y grueso, como lo de las Lucanas, que lo comen españoles por golosina, y tiene mejor sabor que garbanzos tostados. Otro modo de comerle más regalado es moliendo el maíz y haciendo de su harina, masa, y de ella unas tortillas que se ponen al fuego, y así caliente se ponen a la mesa y se comen; en algunas partes las llaman arepas. Hacen también de la propria masa unos bollos redondos, y sazonándolos de cierto modo que duran y se comen por regalo. Y porque no falte la curiosidad también en comidas de Indias, han inventado hacer cierto modo de pasteles de esta masa, y de la flor de su harina con azúcar, bizcochuelos y melindres que llaman. No les sirve a los indios el maíz, sólo de pan, sino también de vino, porque de él hacen sus bebidas con que se embriagan harto, más presto que con vino de uvas. El vino de maíz que llaman en el Pirú azua, y por vocablo de Indias común, chicha, se hace en diversos modos. El más fuerte al modo de cerveza, humedeciendo primero el grano de maíz hasta que comienza a brotar, y después cociéndolo con cierto orden, sale tan recio que a pocos lances derriba; éste llaman en el Pirú sora, y es prohibido por ley, por los graves daños que trae, emborrachando bravamente; mas la ley sirve de poco, que así como así lo usan, y se están bailando y bebiendo noches y días enteros. Este modo de hacer brebaje con que emborracharse de granos mojados y después cocidos, refiere Plinio haberse usado antiguamente en España y Francia, y en otras provincias, como hoy día en Flandes se usa la cerveza hecha de granos de cebada. Otro modo de hacer el azua o chicha, es mascando el maíz y haciendo levadura de lo que así se masca, y después cocido, y aun es opinión de indios que para hacer buena levadura, se ha de mascar por viejas podridas, que aun oíllo pone asco y ellos no lo tienen de beber aquel vino. El modo más limpio y más sano y que menos encalabria, es de maíz tostado; esto usan los indios más pulidos, y algunos españoles, por medicina; porque en efecto, hallan que para riñones y urina es muy saludable bebida, por donde apenas se halla en indios semejante mal, por el uso de beber su chicha. Cuando el maíz está tierno en su mazorca y como en leche, cocido o tostado lo comen por regalo indios y españoles, y también lo echan en la olla y en guisados, y es buena comida. Los cebones de maíz son muy gordos y sirven para manteca en lugar de aceite; de manera que para bestias y para hombres, para pan y para vino, y para aceite, aprovecha en Indias el maíz. Y así decía el Virrey D. Francisco de Toledo, que dos cosas tenía de sustancia y riqueza el Pirú, que eran el maíz y el ganado de la tierra. Y cierto tenía mucha razón, porque ambas cosas sirven por mil. De dónde fue el maíz a Indias y por qué este grano tan provechoso le llaman en Italia grano de Turquía, mejor sabré preguntarlo que decirlo. Porque en efecto en los antiguos no hallo rastro de este género, aunque el milio que Plinio escribe haber venido a Italia de la India, diez años había cuando escribió, tiene alguna similitud con el maíz, en lo que dice que es grano y que nace de caña, y se cubre de hoja, y que tiene al remate como cabellos, y el ser fertilísimo, todo lo cual no cuadra con el mijo, que comúnmente entienden por milio. En fin, repartió el Creador a todas partes su gobierno; a este orbe dio el trigo, que es el principal sustento de los hombres; a aquel de Indias dio el maíz, que tras el trigo tiene el segundo lugar para sustento de hombres y animales.
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Capítulo XVI Del orden que tenían los demás indios en sus casamientos y bodas Pues hemos ya dicho el modo con que el Ynga se casaba con la mujer principal que tenía, y cómo solemnizaban las fiestas y bodas, vendrá muy bien referir qué orden. tenían los demás indios, principales y comunes, en tomar mujeres. Lo primero, a ninguno se consentía casar ni que tuviese mujer si no era de edad bastante para ello y la que tenía el Ynga señalada para los casamientos, que era veinte y cinco cumplidos y de ahí arriba, y entonces podían tomar mujer los principales y curacas, y la gente común, precediendo la licencia del Ynga, y lo que después diremos. Cuando ya tenían tratado y concertado el casamiento, con la mujer que había escogido cada uno, conforme su calidad y gusto, llevaban una pieza de ropa y algunas ovejas y otras cosas, conforme su posible, y atambores. Los curacas con palotes de oro o plata; y para la desposada unos topos de plata, con su tipquí de oro y plata con chicha, y cada uno como más podía y tenía. Con sus parientes y criados, iban en casa de su suegro, padre de la desposada, y, le rogaban le diesen la hija por mujer, y ellos se la concedían y con ella le daban los ricos de lo que tenían. Los demás indios llevaban sus chipanas de oro o plata, y si la alcanzaban, y leña de unas raíces que llaman Urutne y, si no hallaban desta, de aliso, hechas rajas, y el que no la tenía de suyo, la pedía a su cacique. Y llevaban cuyes, charquí y coca y un haz de paja y algunos, que eran ricos, ropa conforme su posible y con ello, como está dicho, iban a casa de la novia a los padres, o parientes de ella, y se lo presentaban y pedían a su hija por mujer, y ellos se la daban y, concertado, hacían su acatamiento y derramaban paja por la casa, donde se sentaban todos; y de la leña que llevaban encendían fuego y comían y bebían la chicha que habían traído. Estas bodas de ordinario se hacían de medio día para abajo y estando en ellas luego que acababan de comer y beber. El suegro, padre de la moza, o su hermano o deudos, si no tenían padres, públicamente hacían junta de su familia, parientes y mujeres y los ponía junto a sí y, estando en pie, llamaba al yerno y puesto delante de él, en pie, hacía que la desposada se pusiese junto al marido y, sobre todo, le encargaba el servicio del Ynga, pues él lo había casado y dado a su hija por mujer, y le rogaba la tratase bien y no la aporrease, y a ella que sirviese bien a su marido y le tejiese ropa, para sus vestidos. Acabada la plática el yerno, con toda parentela, le daban gracias al suegro, prometiéndole que su hija sería muy bien tratada y amada y, con esto, le hacía una gran humillación, en reconocimiento de ello, y tomaba a su mujer de la mano, y la pasaba consigo al puesto donde estaba asentado, y la madre y padre y parientes de el desposado la abrazaban, haciendo la mocha que dicen, y embijaban la cara con una bija colorada, que sacaban para éste efecto que llamaban canchuncay, y sobre esto tornaban de nuevo a beber y brindarse los unos a los otros. Concluido, llevaban todos juntos los deudos a la novia a casa de su marido, cantando y bailando con grande regocijo y placer donde volvían a beber y brindarse. Al otro día el yerno convidaba al suegro a su casa a comer y mataban, los que tenían ganado, ovejas y corderos y comían los menudos deste ganado, y el padre del desposado y la madre, mostraban al suegro toda la casa y lo que en ella había, y las trojes de maíz y de otras semillas y le ofrecían lo que tenían y él se lo agradecía y, con esto, se acababan las bodas. Para los días que en ellas entendían estaban reservados el desposado y sus parientes y los de su mujer, pero en acabando bolvían a sus oficios y trabajos. También refieren que si entre los padres y madres concertaban algún casamiento sin que dél diesen parte a sus hijos era hecho, aunque los hijos no quisiesen, y este abuso aún dura hasta e día de hoy entre ellos, que si hablan al padre o madre, o le traen algún presente de leña, paja o chicha y la recibe y bebe y se calienta con la leña, aunque la hija no quiera consentir en el matrimonio, los padres dicen que ya recibió el presente y que no ha de rehusarlos y el marido la persigue donde quiera que va, diciéndole que ya sus padres se la dieron, y que es su mujer aunque no quiera, y así se las cogen en lugar oculto, las fuerzan contra su voluntad, diciendo que ya son suyas y que su padre recibió la leña y presente y, por grado o contra él, las hacen consentir en ello, y aun muchas veces lo suelen pedir casi por justicia ante los sacerdotes y curas. Otras veces el Ynga daba, por merced y favor que quería hacer, a algún curaca y principal mujer de su linaje, o de las recogidas que él tenía, y si acaso tenía otra principal, eran ambas iguales y las llamaban Mama Huarmis por ser ñustas o Mamaconas de las escogidas. Si rehusaba recibir otra mujer decía que la que tenía sería en lugar de la que le daba el Ynga, y así se quedaba con la que tenía antes, cuyos hijos eran habidos por legítimos. Otro modo había de casamientos entre ellos y era que, cuando venían indios que en la guerra se señalaban, y habían estado en las fronteras y pasado trabajos en servicio del Ynga, daba comisión el Ynga al toc-ri-cuc-apu de la provincia, que era como su teniente, que les diese mujeres las que él escogiese, y así iban todos los indios y sacaban las indias casaderas de los lugares y casas donde estaban recogidas, como después diremos, y se ponían los indios enfrente de ellas y el toc-ri-cuc les mandaba que, por su orden, escogiesen la mujer que querían, prefiriendo luego los principales y que más hechos famosos tenían en la guerra, e íbanse a la que les parecía y tomábala de la mano y traíasela a su puesto, y poníala a las espaldas, y si quedaban algunos indios que no escogiesen mujeres, se les preguntaba la causa y respondían que por haberse juntado con alguna de las que había caído a otro en suerte y, averiguándolo, le tomaban a ella el consentimiento y se la daban, y al otro que escogiese y después dábaseles indias de servicio, conforme hubiesen peleado en las guerras. Algunos, antes que llegasen a estas juntas, estaban concertados con los padres y madres de las indias de darse sus hijas los unos a los otros, y levantábanse con unas bolsas llenas de coca y, llegando a los padres y madres de las mujeres que deseaban, y dábanles coca y luego brindábanle, y en tomando la coca y mascándola, era visto aceptar, y quedaba hecho el casamiento. Después de haber escogido todos los indios mujeres a su gusto en presencia del tocricuc, y que bebían y se holgaban, el tocricuc y otro, que tenía comisión del Ynga, con el cada uno de por sí, hacían a los indios un parlamento, comenzando de la comisión y decían a toda la gente, que ya el Ynga les había dado mujeres y hecho mercedes, y que lo tuviesen en memoria para servirlo, y quisiesen bien a sus mujeres y no las maltratasen, y ellas tuviesen mucho respeto a sus maridos, y que ninguno solicitase ni quitase la mujer otro, so pena de ser castigado con rigor, y que no anduviesen ociosos, sino que trabajasen en sus chácaras y usasen sus oficios, y no fuesen ladrones. Luego el gobernador empezaba a hacerles otra plática, encargándoles lo mismo y el Ynga, y el Sol su padre, les galardonaría lo bien que hiciesen y, si no, los castigaría gravísimamente. Así se estaban dos o tres horas y, acabado, las mujeres que quedaban se volvían a sus casas de recogimiento y entraban otras, por orden, en lugar de las que habían salido.