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Capítulo XLVIII De las dos batallas que hubo entre la gente de Huascar Ynga y Atao Hualpa En disponiendo Atao Hualpa las cosas necesarias para su defensa y previniendo las armas, quiso por medio de un mensajero saber de fundamento la intención con que venía Ato, capitán de su hermano, que le iba a prender. Así lo despachó, diciendo qué novedad era aquélla y a qué efecto venía con gente armada a aquellas provincias, y que si su hermano quería hacer alguna entrada que adónde era, porque todas las provincias estaban de paz y quietas de la misma suerte que su padre Huaina Capac las había dejado, sin haberse alterado en cosa ninguna el gobierno dellas. oyendo esta embajada Ato, que ya estaba cerca de Quito, le respondió: decidle a Atao Hualpa que no vengo a entrada ninguna sino a prenderle y matarlo, pues se hace ynga sin serlo, ni venirle de derecho, sino que los perfectos yngas suelen ser elegidos y hechos por manos de los sacerdotes y del Sol, y jurado de todas las provincias y reverenciado delante del Sol. Y que mayor novedad era aquélla de hacer Atao Hualpa semejantes cosas, contra todo lo que hasta allí se había guardado en los Yngas y que no había para qué le preguntar si se iba en busca de alguna entrada o conquista, y así se lo decid. Los mensajeros de Atao Hualpa que oyeron tan desabrida respuesta se volvieron con ella a Quito a su señor, el cual oída, viendo la determinación tan resoluta de Ato dijo: verdaderamente nos vienen a prender y mirar que no será razón que muramos como cobardes afeminados, y así mandó poner en arma toda su gente, haciendo muestra de todo su ejército, que era muy grande. Envió delante un capitán suyo, que comenzase la guerra contra Ato. Ato cuando salió del Cuzco llevó consigo por orden de Huascar Ynga la imagen del Sol, porque pensaron que viéndola se dejaría prender Atao Hualpa, pero engañáronse en este pensamiento. Ato, como se topó con el capitán enviado por Ato Hualpa en Mullu diole batalla, la cual fue muy reñida y porfiada y murió en ella mucha gente de la de Atao Hualpa y los venció Ato capitán de Huascar Ynga. Los que de la batalla se escaparon se retiraron a Quito y dieron nuevas a Atao Hualpa, de lo cual fue increíble la pena que recibió, y oyéndolas la gente que con él estaba desmayó la mayor parte, y muchos temerosos le quisieron dejar y huirse, pareciéndoles que era mal principio aquél para sus intentos y las esperanzas que en él tenían. Pero Atao Hualpa, que era animoso y de gran corazón, los animó de nuevo, proponiéndoles la miseria y desventura que esperaban si se entregaban en manos de los enemigos encarnizados en su sangre, y que a trueque de vengar sus parientes y amigos, que en la batalla habían muerto, habían de salir con nuevo brío y coraje a ellos. Y habiendo dado orden en todo lo necesario no quiso encomendar el suceso segundo, de donde pendía todo su bien y fortuna, a ninguno de sus capitanes, sino él mismo en persona, con toda la gente que le seguía, salió de Quito a dar batalla a Ato. Y topándole en Mullu Hampato, con grandísima determinación se la dio y fue tan tenida y tratada que duró desde la mañana hasta hora de vísperas, sin conocerse ventaja de ambas partes y murió de los unos y los otros infinita cantidad de gente de la más valiente. Al cabo quedó vencido Ato y quedó preso en poder de Atao Hualpa, y los que huyeron de la batalla vinieron a Tomebamba a dar la nueva del desastrado suceso. Atao Hualpa vencida la batalla y recogidos los despojos se volvió a Quito triunfante y gozoso, con los prisioneros, y con esta victoria confirmó en su opinión a todas las naciones de la redonda de Quito para obedecerle con más voluntad y temor que hasta allí. Y luego se quiso informar de Ato de las cosas del Cuzco y del gobierno que en el Cuzco tenía en la guerra, y en las demás cosas y de algunos secretos suyos, que le convenía saber. Pero Ato al principio estuvo duro sin querer decir cosa ninguna de las que le fueron preguntadas, pero al fin Atao Hualpa le mandó dar grandísimos tormentos, y por medio dellos vino a confesar todo lo que en el Cuzco había, muy por extenso. Y habiéndose informado bastantemente de todo lo que prentedía, al cabo lo mandó matar y con él juntamente hizo lo mismo a Ullco Colla, cacique de los cañares, que también fue preso en la batalla, mandando que lo flechasen con tiraderas, porque él había sido el principal instrumento de discordia entre él y su hermano Huascar Ynga y el que había fomentado las cizañas y revueltas entre ellos, habiendo sido el que primero dijo a Atao Hualpa que se hiciese Ynga, pues lo podía ser. Acabado esto se estuvo Atao Hualpa en Quito muy despacio, holgándose con los suyos y no con intención de dar guerra a su hermano, ni inquietarle sus tierras, antes a todos los que querían ir al Cuzco les daba licencia para ello, y venían como querían, sin tener puestas guardas en parte ninguna, antes mostraba que le pesaba de tener diferencias con su hermano. Hualtopa, gobernador de Tomebamba, despachó a Huascar Ynga mensajeros haciéndole saber como a su capitán Ato le habían vencido y preso y muerto, con mucha destrucción de su ejército, de lo cual Huascar, aunque en su corazón sintió increíble pena y dolor, lo disimuló en lo exterior no queriendo dar muestras dello, antes se rió, y con palabras risueñas dijo: huélguese agora mi hermano y esté en cebo, que su tiempo se vendrá en que yo le castigue como lo verá. Desde a pocos días que le fue dada esta nueva acordó de cambiar capitanes y gente que prendiesen a su hermano, y lo matasen, y que fuesen a la sorda, como dicen, sin aparato ni estruendo y esto lo fue dilatando, por descuidarle más. En este tiempo Atao Hualpa acordó en Quito de dividir el reino, pensando alzarse con la mitad, y habiendo tenido acuerdo con los capitanes de su consejo determinó que desde Yanamayo, que es dos jornada de Caja-Marca, hasta Pasto y todo lo de allá abajo quería que fuese suyo, sin reconocer a nadie y que a él solo le obedeciesen las naciones que caían en este distrito, y que desde Yanamayo para arriba hasta Chile fuese de su hermano Huascar. Habiendo aprobado esta repartición todos los suyos, hizo solemnísimos sacrificios al Sol para tenerle grato en el nuevo reino, y con esto se acabó de quitar la máscara de la intención con que se había quedado en Quito cuando murió su padre Huayna Capac, si entonces había sido de no alzarse y no reconocer a su hermano Huascar Ynga por rey y señor, lo cual hasta entonces había disimulado con las cubiertas y excusas que habemos visto. Pero el corazón del hombre a sólo Dios es dado alcanzar y ver lo que en él está escondido.
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Cómo el Almirante salió de la isla de Guadalupe, y de algunas islas que halló en su camino Domingo, a 10 de Noviembre, el Almirante hizo levar las anclas, salió con la armada, fue por la costa de la isla de Guadalupe, hacia Noroeste, con rumbo a la Española, y llegó a la isla de Monserrat, a la que por su altura dio este nombre, y supo por los indios que consigo llevaba que la habían despoblado los caribes, comiéndose la gente. De allí pasó luego a Santa María la Redonda, llamada así por ser redonda y lisa, que parece no se puede entrar en ella sin escala; era llamada por los indios, Ocamaniro. Después llegó a Santa María de la Antigua, que los indios llamaban Giamaica, y es una isla de más de 18 leguas de costa. Siguiendo su camino hacia Noroeste, se veían muchas islas que estaban a la parte del Norte, e iban del Noroeste a Sudeste, todas ellas muy altas y con grandísimas selvas. En una de estas islas fondearon, y la llamaron San Martín; sacaban pedazos de coral pegados en las puntas de las áncoras, por lo que esperaban hallar otras cosas útiles en aquellas tierras. Pero, aunque el Almirante estaba muy deseoso de conocer todo, sin embargo, por ir en socorro de los que había dejado en la Española, acordó seguir hacia allí su camino; mas por la violencia del viento, el jueves, a 14 de Noviembre, fondeó en una isla, donde mandó que se apresase algún indio, para saber donde estaba. Y mientras el batel volvía a la armada llevando cuatro mujeres y tres niños que habían tomado, halló una canoa en la que iban cuatro hombres y una mujer; los cuales, viendo que no podían huir remando, se aparejaron a la defensa e hirieron a dos cristianos con sus saetas, las que lanzaban con tanta fuerza y destreza, que la mujer pasó una adarga de un lado a otro; pero, embistiéndoles impetuosamente el batel, la canoa se volcó, y los cogieron a todos nadando en el agua; uno de los cuales, según nadaba, lanzaba muchas flechas como si estuviese en tierra. Estos tenían cortado el miembro genital, porque son cautivados por los caribes en otras islas, y después castrados para que engorden, lo mismo que nosotros acostumbramos a engordar los capones, para que sean más gustosos al paladar. De allí, salido el Almirante, continuó su camino al Oesnoroeste, donde halló más de cincuenta islas que dejaba a la parte del Norte; a la mayor llamó Santa Ursula y a las otras las Once Mil Vírgenes. Después llegó a la isla que llamó de San Juan Bautista, y que los indios decían Boriquen. En ésta, en un puerto la Occidente fondeó la armada, y cogieron muchas variedades de peces, como caballos, lenguados, sardinas y sábalos; vieron halcones, y vides silvestres. Fueron algunos cristianos, al Oriente, a ciertas casas bien fabricadas, según costumbre de los indios, las cuales tenían la plaza y la salida hacia el mar; una calle muy ancha con torres de cañas a los dos lados; y lo alto estaba tejido con bellísimas labores de verdura, como los jardines de Valencia. A lo último, hacia el mar, había un tablado en el que podían estar diez o doce personas, alto y bien labrado.
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Capítulo XV 143 De las fiestas del Corpus Christi y San Juan que se celebraron en Tlaxcala en el año de 1538 144 Allegado este santo día del Corpus Christi del año de 1538, hicieron aquí los tlaxcaltecas una tan solemne fiesta, que merece ser memorada, porque creo que si en ella se hallara el papa y emperador con sus cortes, holgaran mucho de verla; y puesto que no había ricas joyas ni brocados, había otros aderezos tan de ver, en especial de flores y rosas que Dios cría en los árboles y en el campo, que había bien en qué poner los ojos y notar cómo una gente que hasta ahora era tenida por bestial supiesen hacer tal cosa. Iba en la procesión el Santísimo Sacramento y muchas cruces y andas con sus santos; las mangas de las cruces y los aderezos de las andas hechas todas de oro y plumas, y en ellas muchas imágenes de la misma obra de oro y pluma, que las bien labradas se preciarían en España más que de brocado. Había muchas banderas de santos. Había doce apóstoles vestidos con sus insignias: muchos de los que acompañaban la procesión llevaban velas encendidas en las manos. Todo el camino estaba cubierto de juncia, y de espadañas y flores, y de nuevo había quien siempre iba echando rosas y clavelinas, y hubo muchas maneras de danzas que regocijaban la procesión. Había en el camino sus capillas con sus altares y retablos bien aderezados para descansar, adonde salían de nuevo niños cantores cantando y bailando delante del Santísimo Sacramento. Estaban diez arcos triunfales grandes muy gentilmente compuestos; y lo que era más de ver y para notar, era que tenían toda la calle a la larga hecha en tres partes como naves de iglesias; en la parte de en medio había veinte pies de ancho; por ésta iba el Sacramento y ministros y cruces con todo el aparato de la procesión, y por las otras dos de los lados que eran de cada quince pies iba toda la gente, que en esta ciudad y provincia no hay poca; y este apartamiento era todo hecho de unos arcos medianos que tenían de hueco a nueve pies; y de éstos había por cuenta mil y sesenta y ocho arcos, que como cosa notable y de admiración lo contaron tres españoles y otros muchos. Estaban todos cubiertos de rosas y flores de diversas colores y manera, apodaban que tenía cada arco carga y media de rosas (entiéndese carga de indios), y con las que había en las capillas, y las que tenían los arcos triunfales, con otros sesenta y seis arcos pequeños, y las que la gente sobre sí y en las manos llevaban, se apodaron en dos mil cargas de rosas; y cerca de la quinta parte parecía ser de clavelinas, que vinieron de Castilla, y hanse multiplicado en tanta manera que es cosa increíble; las matas son muy mayores que en España, y todo el año tienen flores. Había obra de mil rodelas hechas de labores de rosas, repartidas por los arcos, y en los otros arcos que no tenían rodelas había unos florones grandes, hechos de unos como cascos de cebolla, redondos, muy bien hechos, y tienen muy buen lustre; de éstos había tantos que no se podían contar. 145 Una cosa muy de ver: tenían en cuatro esquinas o vueltas que se hacían en el camino, en cada una su montaña, y de cada una salía su peñón bien alto; y desde abajo estaba hecho como prado, con matas de yerba y flores, y todo lo demás que hay en un campo fresco, y la montaña, y el peñón tan al natural como si allí hubiera nacido; era cosa maravillosa de ver, porque había muchos árboles, unos silvestres y otros de frutas, otros de flores, y las setas, y hongos, y vello que nace en los árboles de montaña y en las peñas, hasta los árboles viejos quebrados a una parte como monte espeso y a otra más ralo; y en los árboles muchas aves chicas y grandes; había halcones, cuervos, lechuzas, y en los mismos montes mucha caza de venados y liebres, y conejos, y adives, y muy muchas culebras; éstas atadas y sacados los colmillos, o dientes, porque las más de ellas eran de género de víboras, tan largas como una braza, y tan gruesas como el brazo de un hombre por la muñeca. Tómanlas los indios en la mano como a los pájaros porque para las bravas y ponzoñosas tienen una yerba que las adormece, o entomece, la cual también es medicinable para muchas cosas; llámase esta yerba picietl. Y porque no faltase nada para contrahacer a todo lo natural, estaban en las motañas unos cazadores muy encubiertos, con sus arcos y flechas, que comúnmente los que usan este oficio son de otra lengua, y como habitan hacia los montes son grandes cazadores. Para ver estos cazadores había menester aguzar la vista, tan disimulados estaban y tan llenos de rama y de vello de árboles, que a los así encubiertos fácilmente se les vendría la caza hasta los pies; estaban haciendo mil ademanes antes que tirasen, con que hacían picar a los descuidados. Este día fue el primero que estos tlaxcaltecas sacaron su escudo de armas, que el Emperador les dio cuando a este pueblo hizo ciudad; la cual merced aún no se ha hecho con otro ninguno de indios, sino con éste, que lo merece bien porque ayudaron mucho cuando se ganó toda la tierra, a don Hernando Cortés, por su Majestad; tenían dos banderas, de éstas y las armas del Emperador en medio, levantadas en una vara tan alta, que yo me maravillé a donde pudieron haber palo tan largo y tan delgado; estas banderas tenían puestas encima del terrado de las casas de su ayuntamiento porque pareciesen más altas. iba en la procesión, capilla de canto de órgano de muchos cantores y su música de flautas que concertaban con los cantores, trompetas y atabales, campanas chicas y grandes, y esto todo sonó junto a la entrada y salida de la iglesia, que parecía que se venía el cielo abajo. 146 En México, y en todas las partes do hay monasterio, sacan todos cuantos atavíos e invenciones saben y pueden hacer, y lo que han tomado y deprendido de nuestros españoles; y cada año se esmeran y hacen más primos, y andan mirando como monas para contrahacer todo cuanto ven hacer, que hasta los oficios, con sólo estarlos mirando sin poner la mano en ellos, quedan maestros como adelante diré. Sacan de unas yerbas gruesas, que acá nacen en el campo, el corazón, el cual es como cera blanca de hilera, y de esto hacen piñas y rodelas de mil labores y lazos que parecen a los rollos hermosos que se hacen en Sevilla; sacan letreros grandes de talla, la letra de dos palmos; y después enróscanle y ponen el letrero de la fiesta que celebran aquel día. Porque se vea la habilidad de esta gente diré aquí lo que hicieron y representaron luego adelante el día de San Juan Bautista, que fue el lunes siguiente, y fueron cuatro autos, que sólo para sacar los dichos en prosa, que no es menos devota la historia que en metro, fue bien menester todo el viernes, y en sólo dos días que quedaban, que fueron sábado y domingo, lo deprendieron, y representaron harto devotamente: la anunciación de la Natividad de San Juan Bautista hecha a su padre Zacarías, que se tardó en ella obra de una hora, acabando con un gentil motete en canto de órgano. Y luego adelante en otro tablado representaron la Anunciación de Nuestra Señora, que fue mucho de ver, que se tardó tanto como en el primero. Después en el patio de la iglesia de San Juan a do fue la procesión, luego en allegando antes de misa, en otro cadalso, que no eran poco de ver los cadalsos cuan graciosamente estaban ataviados y enrosados, representaron la Visitación de Nuestra Señora a Santa Elisabet. Después de misa se representó la Natividad de San Juan, y en lugar de la Circuncisión fue bautismo de un niño de ocho días de nacido que se llamó Juan, y antes que diesen al mudo Zacarías las escribanías que pedía por señas, fue bien de reír lo que le daban, haciendo que no entendían. Acabóse este auto con Benedictus Dominus Deus Israel, y los parientes y vecinos de Zacarías que se regocijaron con el nacimiento del hijo llevaron presentes y comidas de muchas maneras, que puestas la mesa asentáronse a comer que era ya hora. 147 A este propósito una carta que escribió un fraile morador de Tlaxcala a su provincial, sobre la penitencia y restituciones que hicieron los tlaxcaltecas en la cuaresma pasada del año de 1539, y cómo celebraron la fiesta de la Resurrección y Anunciación. 148 "No sé con qué mejores pascuas dar a vuestra caridad, que con contarle y escribirle las buenas pascuas que Dios ha dado a estos sus hijos los tlaxcaltecas, y a nosotros con ellos, aunque no sé por dónde lo comience; porque es muy de sentir lo que Dios en esta gente ha obrado, que cierto mucho me han edificado en esta cuaresma, así los de la ciudad como los de los pueblos, hasta los otomíes. Las restituciones que en la cuaresma hicieron yo creo que pasaron de diez o doce mil, de cosas que eran a cargo de tiempo de su infidelidad como de después; unos de cosas pobres, y otros de más cantidad y de cosas de valor; y muchas restituciones de harta calidad así de joyas de oro y piedras de precio, como de tierras y heredades. Alguno ha habido que ha restituido doce suertes de tierra, la que menos de cuatrocientas brazas, otras de setecientas, y suerte de mil y doscientas brazas, con muchos vasallos y casas dentro en las heredades. Otros han dejado otras suertes que sus padres y abuelos tenían usurpadas y con mal título; los hijos ya como cristianos se descargan y dejan el patrimonio, aunque esta gente ama tanto las heredades como otros, porque no tienen granjerías." 149 "Han hecho también mucha penitencia, así en limosnas a pobres como a su hospital, y con muchos ayunos de harta abstinencia, muchas disciplinas secretas y públicas; en la cuaresma por toda la provincia se disciplinan tres días en la semana en sus iglesias, y muchos de estos días se tornaban a disciplinar con sus procesiones de iglesia en iglesia, como en otras partes se hace la noche del Jueves Santo; y ésta de este día no la dejaron, antes vinieron tantos que a parecer de los españoles que aquí se hallaron, juzgaron haber veinte o treinta y cinco mil ánimas. Toda la Semana Santa estuvieron a los divinos oficios. El sermón de la Pasión lloraron con gran sentimiento, y comulgaron muchos con mucha reverencia, y hartos de ellos con lágrimas de lo cual los frailes recién venidos se han edificado mucho." 150 "Para la Pascua tenían acabada la capilla del patio, la cual salió una solemnísima pieza; llámanla Belén. Por parte de fuera la pintaron luego a el fresco en cuatro días, porque así las aguas nunca la despintaran; en un ochavo de ella pintaron las obras de la creación del mundo de los primeros tres días, y en otro ochavo las obras de los otros tres días; en otros dos ochavos, en el uno la verga de Jesé, con la generación de la madre de Dios, la cual está en lo alto puesta muy hermosa; en otro está nuestro padre San Francisco; en otra parte está la Iglesia; santo papa, cardenales, obispos, etcétera; y a la otra banda el Emperador, reyes y caballeros. Los españoles que han visto la capilla, dicen que es de las graciosas piezas que de su manera hay en España. Lleva sus arcos bien labrados; dos coros: uno para los cantores, otro para los ministriles; hízose todo esto en seis meses, y así la capilla como todas las iglesias tenían muy adornadas y compuestas. Han estos tlaxcaltecas regocijado mucho los divinos oficios con cantos y músicas de canto de órgano; tenían dos capillas; cada una de más de veinte cantores, y otras dos de flautas, con las cuales también tañían rabel y jabebas, y muy buenos maestros de atabales concordados con campanas pequeñas que sonaban sabrosamente." Y con esto este fraile acabó su carta. 151 "Lo más principal he dejado para la postre, que fue la fiesta que los cofrades de Nuestra Señora de la Encarnación celebraron; y porque no la pudieron celebrar en la cuaresma, guardáronla para el miércoles de las ochavas. Lo primero que hicieron fue aparejar muy buena limosna para los indios pobres, que no contentos con los que tienen en el hospital, fueron por las casas de una legua a la redonda a repartirles setenta y cinco camisas de hombre y cincuenta de mujer, y muchas mantas y zaragüelles; repartieron también por los dichos pobres necesitados diez carneros y un puerco, y veinte perrillos de los de la tierra, para comer con chile como es costumbre. Repartieron muchas cargas de maíz, y muchos tamales en lugar de roscas, y los diputados y mayordomos que lo fueron a repartir no quisieron tomar ninguna cosa por su trabajo, diciendo que antes habían ellos de dar de su hacienda al hospital, que no tomársela. Tenían su cera hecha, para cada cofrade un rollo, y sin éstos, que eran muchos, tenían sus velas y doce hachas, y sacaron de nuevo cuatro ciriales de oro y pluma muy bien hechos, más vistosos que ricos. Tenían cerca de la puerta del hospital aparejado para representar un auto, que fue la caída de nuestros primeros padres, y al parecer de todos los que lo vieron fue una de las cosas notables que se han hecho en la Nueva España. Estaba tan adornada la morada de Adán y Eva, que bien parecía paraíso de la tierra, con diversos árboles con frutas y flores, de ellas naturales y de ellas contrahechas de pluma y oro; en los árboles mucha diversidad de aves, desde búho y otras aves de rapiña hasta pajaritos pequeños, y sobre todo tenía muy muchos papagayos, y era tanto el parlar y gritar que tenían, que a veces estorbaban la representación; yo conté en un solo árbol catorce papagayos entre pequeños y grandes. Había también aves contrahechas de oro y plumas, que era cosa muy de mirar. Los conejos y liebres eran tantos, que todo estaba lleno de ellos, y otros muchos animalejos que yo nunca hasta allí los había visto. Estaban dos ocotochles atados, que son bravísimos, que ni son bien gato ni bien onza; y una vez descuidóse Eva y fue a dar en el uno de ellos, y él, de bien criado, desvióse; esto era antes del pecado, que si fuera después, no tan en hora buena ella se hubiera allegado. Había otros animales bien contrahechos, metidos dentro unos muchachos; éstos andaban domésticos y jugaban y burlaban con ellos Adán y Eva. Había cuatro ríos o fuentes que salían del paraíso, con sus rótulos que decían Fisón, Geón, Tigris, Eufrates; y el árbol de la vida en medio del paraíso, y cerca de él, el árbol de la ciencia del bien y del mal, con muchas y muy hermosa fruta contrahechas de oro y pluma. 152 Estaban a la redonda del paraíso tres peñoles grandes, y una sierra grande, todo esto lleno de cuanto se puede hallar en una sierra muy fuertil fértil y fresca montaña; y todas las particularidades que en abril y mayo se pueden hallar, porque en contrahacer una cosa al natural estos indios tienen gracia singular, pues aves no faltan chicas ni grandes, en especial de los papagayos grandes, que son tan grandes como gallos de España; de éstos había muchos, y dos gallos y una gallina de las monteses, que cierto son las más hermosas aves que yo he visto en parte ninguna; tendría un gallo de aquellos tanta carne como dos pavos de Castilla. A estos gallos les sale del papo una guedeja de cerdas más ásperas que cerdas de caballo, y de algunos gallos viejos son más largas que de un palmo; de éstas hacen hisopos y duran mucho. 153 Había en estos peñoles animales naturales y contrahechos. En uno de los contrahechos estaba un muchacho vestido como león, y estaba desgarrando y comiendo un venado que tenía muerto; el venado era verdadero y estaba en un risco que se hacía entre unas peñas, y fue cosa muy notada. 154 Allegada la procesión, comenzóse luego el auto; tardóse en él gran rato, porque antes que Eva comiese ni Adán consintiese, fue y vino Eva, de la serpiente a su marido y de su marido a la serpiente, tres o cuatro veces, siempre Adán resistiendo, y como indignado alanzaba de sí a Eva; ella rogándole y molestándole decía, que bien parecía el poco amor que le tenía, y que más le amaba ella a él que no él a ella, y echándole echándose? en su regazo tanto le importunó, que fue con ella al árbol vedado, y Eva en presencia de Adán comió y diole a él también que comiese; y en comiendo luego conocieron el mal que habían hecho y aunque ellos se escondían cuanto podían, no pudieron hacer tanto que Dios no lo viese, y vino con gran majestad acompañado de muchos ángeles; y después que hubo llamado a Adán, él se excusó con su mujer, y ella echó la culpa a la serpiente, maldiciéndolos Dios y dando a cada uno su penitencia. Trajeron los ángeles dos vestiduras bien contrahechas, como de pieles de animales, y vistieron a Adán y a Eva. Lo que más fue de notar fue el verlos salir desterrados llorando: llevaban a Adán tres ángeles y a Eva otros tres, iban cantando en canto de órgano, Circumdederunt me. Esto fue tan bien representado, que nadie lo vio que no llorase muy recio; quedó un querubín guardando la puerta del paraíso con su espada en la mano. Luego allí estaba el mundo, otra tierra cierto bien diferente de la que dejaban, porque estaba llena de cardos y de espinas, y muchas culebras; también había conejos y liebres. Llegados allí los recién moradores del mundo, los ángeles mostraron a Adán cómo había de cultivar y labrar la tierra, y a Eva diéronle husos para hilar y hacer ropa para su marido e hijos; y consolando a los que quedaban muy desconsolados, se fueron cantando por desecha en canto de órgano un villancico que decía: Para qué comía La primer casada Para qué comía La fruta vedada. La primer casada Ella y su marido, A Dios han traído En pobre posada Por haber comido La fruta vedada. Este auto fue representado por los indios en su propia lengua, y así muchos de ellos tuvieron lágrimas y mucho sentimiento, en especial cuando Adán fue desterrado y puesto en el mundo." 155 otra carta del mismo fraile a su prelado, escribiéndole las fiestas que se hicieron en Tlaxcala por las paces hechas entre el Emperador y el rey de Francia, el prelado se llamaba fray Antonio de Ciudad Rodrigo. 156 "Como vuestra caridad sabe, las nuevas vinieron a esta tierra antes de cuaresma pocos días, y los tlaxcaltecas quisieron primero ver lo que los españoles y los mexicanos hacían, y visto que hicieron y representaron la conquista de Rodas, ellos determinaron de representar la conquista de Jerusalén, el cual pronóstico cumpla Dios en nuestros días; y por la hacer más solemne acordaron de la dejar para el día de Corpus Christi, la cual fiesta regocijaron con tanto regocijo como aquí diré." 157 "En Tlaxcala, en la ciudad que de nuevo han comenzado a edificar, abajo en lo llano, dejaron en el medio una grande y muy gentil plaza, en la cual tenían hecha a Jerusalén encima de unas casas que hacen para el Cabildo, sobre el sitio que ya los edificios iban en altura de un estado; igualáronlo todo e hinchiéronlo de tierra, y hicieron cinco torres; la una de homenaje en medio, mayor que las otras, y las cuatro a los cuatro cantos; estaban cercadas de una cerca muy almenada, y las torres también muy almenadas y galanas, de muchas ventanas y galanes arcos, todo lleno de rosas y flores. De frente de Jerusalén, en la parte oriental fuera de la plaza, estaba aposentado el emperador; a la parte diestra de Jerusalén estaba el real adonde el ejército de España se había de aposentar; al opósito estaba aparejado para las provincias de la Nueva España; en el medio de la plaza estaba Santa Fe, adonde se había de aposentar el emperador con su ejército: todos estos lugares estaban cercados y por de fuera pintados de canteado, con sus troneras, saeteras y almenas bien al natural." 158 "Allegado el Santísimo Sacramento a la dicha plaza, con el cual iban el papa, cardenales y obispos contrahechos, asentáronle en su cadalso, que para esto estaba aparejado y muy adornado cerca de Jerusalén, para que adelante del Santísimo Sacramento pasasen todas las fiestas." 159 "Luego comenzó a entrar el ejército de España a poner cerco a Jerusalén, y pasando delante del Corpus Christi atravesaron la plaza y asentaron su real a la diestra parte. Tardó buen rato en entrar, porque era mucha gente repartida en diez escuadrones. Iba en la vanguardia, con la bandera de las armas reales, la gente del reino de Castilla y de León, y la gente del capitán general, que era don Antonio Pimentel, conde de Benavente, con su bandera de sus armas. En la batalla iban Toledo, Aragón y Galicia, Granada, Vizcaya y Navarra. En la retaguardia iban Alemania, Roma e italianos. Había entre todos pocas diferencias de trajes, porque como los indios no los han visto ni lo saben, no lo usan hacer y por esto entraron todos como españoles soldados, con sus trompetas contrahaciendo a las de España, y con sus atambores y pífanos muy ordenados; iban de cinco en cinco en hilera, a su paso de los atambores." 160 "Acabados de pasar éstos y aposentados en su real, luego entró por la parte contraria el ejército de la Nueva España repartido en diez capitanías, cada una vestida según el traje que ellos usan en la guerra; éstos fueron muy de ver, y en España y en Italia los fueran a ver y holgaran de verlos. Sacaron sobre sí lo mejor que todos tenían de plumajes ricos, divisas y rodelas, porque todos cuantos en este auto entraron, todos eran señores y principales, que entre ellos se nombran tecutlis ypiles. Iba en la vanguardia Tlaxcala y México: éstos iban muy lucidos y fueron muy mirados; llevaban el estandarte de las armas reales y el de su capitán general, que era don Antonio de Mendoza, visorrey de la Nueva España. En la batalla iban los huaxtecas, zempoaltecas, mixtecas, culiuaques y una capitanía que se decían los del Perú e islas de Santo Domingo y Cuba. En la retaguardia iban los tarascos y cuahtemaltecas. En aposentándose éstos, luego salieron a el campo a dar la batalla el ejército de los españoles, los cuales en buena orden se fueron derecho a Jerusalén, y como el soldán los vio venir, que era el marqués del Valle don Hernando Cortés, mandó salir su gente al campo para dar la batalla; y salida, era gente bien lucida y diferenciada de toda la otra, que traían unos bonetes como los usan los moros; y tocada el arma de ambas partes, se ayuntaron y pelearon con mucha grita y estruendo de trompetas, atambores y pífanos, y comenzó a mostrarse la victoria por los españoles, retrayendo a los moros y prendiendo a algunos de ellos, y quedando otros caídos, aunque ninguno herido. Acabado esto, tornóse el ejército de España a recoger a su real en buena orden." 161 "Luego tornaron a tocar arma, y salieron los de la Nueva España, y luego salieron los de Jerusalén, y pelearon un rato, y también vencieron y encerraron a los moros en su ciudad, y llevaron algunos cautivos a su real, quedando otros caídos en el campo." 162 "Sabida la necesidad en que Jerusalén estaba, vínole gran socorro de la gente de Galilea, Judea, Samaría, Damasco y de todo la tierra de Suria Siria, con mucha provisión y munición, con lo cual los de Jerusalén se alegraron y regocijaron mucho, y tomaron tanto ánimo que luego salieron al campo, y fuéronse derechos hacia el real de los españoles, los cuales les salieron al encuentro, y después de haber combatido un rato comenzaron los españoles a retraerse y los moros a cargar sobre ellos, prendiendo algunos de los que se desmandaron, y quedando también algunos caídos. Esto hecho, el capitán general despachó un correo a Su Majestad, con una carta de este tenor:" 163 "Será Vuestra Majestad sabedor cómo allegó el ejército aquí sobre Jerusalén, y luego asentamos real en lugar fuerte y seguro, y salimos al campo contra la ciudad, y los que dentro estaban salieron al campo, y habiendo peleado, el ejército de los españoles, criados de Vuestra Majestad, y vuestros capitanes y soldados viejos así peleaban que parecían tigres y leones; bien se mostraron ser valientes hombres, y sobre todos pareció hacer ventaja la gente del reino de León. Pasado esto vino gran socorro de moros y judíos con mucha munición y bastimentos, y los de Jerusalén como se hallaron favorecidos, salieron al campo y nosotros les salimos al encuentro. Verdad es que cayeron algunos de los nuestros, de la gente que no estaba muy diestra ni se habían visto en campo con moros; todos los demás están con mucho ánimo, esperando lo que Vuestra Majestad será servido mandar para obedecer en todo. De Vuestra Majestad siervo y criado. -Don Antonio Pimentel." 164 Vista la carta del capitán general, responde el emperador en este tenor: "A mi caro y muy amado primo, don Antonio Pimentel, capitán general del ejército de España." 165 "Vi vuestra letra, con la cual holgué en saber cuán esforzadamente lo habéis hecho. Tendréis mucho cuidado que de aquí adelante ningún socorro pueda entrar en la ciudad, y para esto pondréis todas las guardas necesarias, y hacerme heis sabes si vuestro real está bien proveído; y saber cómo he sido servido de esos caballeros, los cuales recibirán de mí muy señaladas mercedes; y encomendadme a todos esos capitanes y soldados viejos, y sea Dios en vuestra guarda. -Don Carlos Emperador." 166 "En esto ya salía la gente de Jerusalén contra el ejército de la Nueva España, para tomar venganza del reencuentro pasado, con el favor de la gente que de refresco había venido, y como estaban sentidos de lo pasado, querían vengarse, y comenzada la batalla, pelearon valientemente, hasta que finalmente la gente de las islas comenzó a aflojar y a perder el campo de tal manera, que entre caídos y presos no quedó hombre de ellos. A la hora el capitán general despachó un correo a Su Majestad con una carta de este tenor:" 167 "Sacra, Cesárea, Católica Majestad:" 168 "Emperador, semper augusto, Sabrá Vuestra Majestad cómo yo vine con el ejército sobre Jerusalén, y asenté real a la siniestra parte de la ciudad, y salimos contra los enemigos que estaban en el campo, y vuestros vasallos los de la Nueva España lo hicieron muy bien, derribando muchos moros, y los retrajeron hasta meter por las puertas de su ciudad, porque los vuestros peleaban como elefantes y como gigantes. Pasado esto les vino muy gran socorro de gente y artillería munición y bastimento; luego salieron contra nosotros, y nosotros les salimos al encuentro, y después de haber peleado gran parte del día, desmayó el escuadrón de las islas y de su parte echaron en gran vergüenza a todo el ejército, porque como no eran diestros en las armas, ni traían armas defensivas, ni sabían el apellido de llamar a Dios, no quedó hombre que no cayese en manos de los enemigos. Todo el resto de las otras capitanías están muy buenas. De Vuestra Majestad siervo y menor criado. -Don Antonio de Mendoza." 169 "Respuesta del Emperador." 170 "Amado pariente y mi gran capitán sobre todo el ejército de la Nueva España. Esforzaos como valiente guerrero y esforzad a todos esos caballeros y soldados; y si ha venido socorro a esa ciudad, tener por cierto que de arriba del cielo vendrá nuestro favor y ayuda. En las batallas, diversos son los acontecimientos, y el que hoy vence mañana es vencido, y el que fue vencido otro día es vencedor. Yo estoy determinado de luego esta noche sin dormir sueño andarla toda y amanecer sobre Jerusalén. Estaréis apercibido y puesto en orden con todo el ejército, y pues tan presto seré con vosotros, sed consolados y animados: y escribid luego al capitán general de los españoles para que también esté a punto con su gente, porque luego como yo allegue, cuando pensaren que allego fatigado, demos sobre ellos y cerquemos la ciudad, y yo iré por la frontera, y vuestro ejército por la siniestra parte, y el ejército de España por la parte derecha, por manera que no se puedan escapar de nuestras manos. Nuestro Señor sea en vuestra guarda. 171 Don Carlos, Emperador." 172 "Esto hecho, por una parte de la plaza entró el emperador, y con él el rey de Francia y el rey de Hungría, con sus coronas en las cabezas; y cuando comenzaron a entrar por la plaza, saliéronle a recibir por la una banda el capitán general de España con la mitad de su gente, y por la otra el capitán general de la Nueva España, y de todas partes traían trompetas y atabales y cohetes que echaban muchos, los cuales servían por artillería. Fue recibido con mucho regocijo y con gran aparato, hasta aposentarle en su estancia de Santa Fe. En esto los moros mostraban haber cobrado gran temor, y estaban todos metidos en la ciudad; y comenzando la batería, los moros se defendieron muy bien. En esto el maestro de campo, que era Andrés de Tapia, había ido con un escuadrón a reconocer la tierra detrás de Jerusalén, y puso fuego a un lugar, y metió por medio de la plaza un hato de ovejas que había tomado. Tornados a retraer cada ejército a su aposento, tornaron a salir al campo solos los españoles, y como los moros los vieron venir y que eran pocos, salieron a ellos y pelearon un rato, y como de Jerusalén siempre saliese gente, retrajeron a los españoles y ganáronles el campo, y prendieron algunos y metiéronlos a la ciudad. Como fue sabido por su majestad, despachó luego un correo al Papa con esta carta:" 173 "A nuestro muy Santo Padre:" 174 "¡Oh muy amado padre nuestro! ¿Quién como tú que tan alta dignidad posea en la tierra? Sabrá tu Santidad cómo yo he pasado a la Tierra Santa, y tengo cercada a Jerusalén con tres ejércitos. En el uno estoy yo en persona; en el otro, españoles; el tercero es de naturales; y entre mi gente y los moros ha habido hartos reencuentros y batallas, en las cuales mi gente ha preso y herido muchos de los moros; y después de esto ha entrado en la ciudad gran socorro de moros y judíos, con mucho bastimento y munición. Como vuestra Santidad sabrá del mensajero, yo al presente estoy con mucho cuidado hasta saber el suceso de mi viaje; suplico a tu Santidad me favorezcas con oraciones y ruegues a Dios por mí y por mis ejércitos, porque yo estoy determinado de tomar a Jerusalén y a todos los otros lugares santos, o morir sobre esta demanda, por lo cual humildemente te ruego que desde allá a todos nos eches tu bendición. -Don Carlos, Emperador." 175 "Vista la carta por el Papa, llamó a los cardenales, y consultada con ellos, la respuesta fue ésta:" 176 "Muy amado hijo mío: Vi tu letra con la cual mi corazón ha recibido grande alegría, y he dado muchas gracias a Dios porque así te ha confortado y esforzado para que tomases tan santa empresa; sábete que Dios es tu gracia, y de todos tus ejércitos. Luego a la hora se hará lo que quieres, y así mando luego a mis muy amados hermanos los cardenales, y a los obispos con todos los otros prelados, órdenes de San Francisco y Santo Domingo, y a todos los hijos de la Iglesia, que hagan sufragio; y para que esto tenga efecto, luego despacho y concedo un gran jubileo para toda la cristiandad. El Señor sea con tu ánima. Amén. 177 Tu amado Padre. -El Papa." 178 "Volviendo a nuestros ejércitos, como los españoles se vieron por dos veces retraídos, y los moros los habían encerrado en su real, pusiéronse todos de rodillas hacia donde estaba el Santísimo Sacramento demandándole ayuda, y lo mismo hicieron el Papa y cardenales; y estando todos puestos de rodillas, apareció un ángel en la esquina de su real, el cual consolándolos dijo: "Dios ha oído vuestra oración, y le ha placido mucho vuestra determinación que tenéis de morir Por su honra y servicio en la demanda de Jerusalén, porque lugar tan santo no quiere que más le posean los enemigos de la fe; y ha querido poneros en tantos trabajos para ver vuestra constancia y fortaleza; no tengáis temor que vuestros enemigos prevalezcan contra vosotros, y para más seguridad os enviará Dios a vuestro patrón el apóstol Santiago." Con esto quedaron todos muy consolados y comenzaron a decir: "Santiago, Santiago, patrón de nuestra España"; en esto entró Santiago en un caballo blanco como la nieve y él mismo vestido como lo suelen pintar; y como entró en el real de los españoles, todos le siguieron y fueron contra los moros que estaban delante de Jerusalén, los cuales fingiendo gran miedo dieron a huir, y cayendo algunos en el camino, se encerraron en la ciudad; y luego los españoles la comenzaron a combatir, andando siempre Santiago en su caballo dando vueltas por todas partes, y los moros no osaban asomar a las almenas por el gran miedo que tenían; entonces los españoles, sus banderas tendidas, se volvieron a su real. Viendo esto el otro ejército de los naturales o gente de la Nueva España y que los españoles no habían podido entrar en la ciudad, ordenando sus escuadrones fuéronse de presto a Jerusalén, aunque los moros no esperaron a que llegasen, sino que saliéronles al encuentro, y peleando un rato iban los moros ganando el campo hasta que los metieron en su real, sin cautivar ninguno de ellos; hecho esto, los moros con gran grita se tornaron a su ciudad. Los cristianos viéndose vencidos recurrieron a la oración, y llamando a Dios que les diese socorro, y lo mismo hicieron el Papa y cardenales. Luego les apareció otro ángel en lo alto del real, y les dijo: "aunque sois tiernos en la fe os ha querido Dios probar, y quiso que fuésedes vencidos para que conozcáis que sin su ayuda valéis poco; pero ya que os habéis humillado, Dios ha oído vuestra oración, y luego vendrá en vuestro favor el abogado y patrón de la Nueva España, San Hipólito, en cuyo día los españoles con vosotros los tlaxcaltecas ganasteis a México." Entonces todo el ejército de naturales comenzaron a decir: "San Hipólito, San Hipólito." A la hora entró San Hipólito encima de un caballo morcillo, y esforzó y animó a los naturales, y fuese con ellos hacia Jerusalén; y también salió de la otra banda Santiago con los españoles, y el emperador con su gente tomó la frontera, y todos juntos comenzaron la batería, de manera que los que en ella estaban aún en las torres, no se podían valer de las pelotas y varas que les tiraban. Por las espaldas de Jerusalén, entre dos torres, estaba hecha una casa de paja harto larga, a al cual al tiempo de la batería pusieron fuego, y por todas las otras partes andaba la batería muy recia, y los moros al parecer con determinación de antes morir que entregarse con ningún partido. De dentro y de fuera andaba el combate muy recio, tirándose unas pelotas grandes hechas de espaldañas, y alcancías de barro secas al sol llenas de almagre mojado, que al que acertaban parecían que quedaba mal herido y lleno de sangre, y lo mismo hacían con unas tunas coloradas. Los flecheros tenían en las cabezas de las viras unas bolsillas llenas de almagre, que doquiera que daban parecía que sacaban sangre; tirábanse también cañas gruesas de maíz. Estando en el mayor hervor de la batería apareció en el homenaje el arcángel San Miguel, de cuya voz y visión así los moros como los cristianos espantados dejaron el combate e hicieron silencio; entonces el arcángel dijo a los moros: "Si Dios mirase a vuestras maldades y pecados y no a su gran misericordia, ya os habría puesto en el profundo del infierno, y la tierra se hubiera abierto y tragádoos vivos; pero porque habéis tenido reverencia a los lugares santos quiere usar con vosotros su misericordia y esperaros a penitencia, si de todo corazón a El os convertís; por tanto, conoced al Señor de la Majestad, criador de todas las cosas, y creed en su preciosísimo hijo Jesucristo, y aplacadle con lágrimas y verdadera penitencia." Y esto dicho, desapareció. Luego el soldán que estaba en la ciudad habló a todos los moros diciendo: "Grande es la bondad y misericordia de Dios, pues así nos ha querido alumbrar estando en tan gran ceguedad de pecados; ya es llegado el tiempo en que conozcamos nuestro error: hasta aquí pensábamos que peleábamos con hombres, y ahora vemos que peleamos con Dios y con sus santos y ángeles; ¿quién les podrá resistir?" Entonces respondió su capitán general, que era el adelantado don Pedro de Alvarado, y todos con él dijeron: que se querían poner en manos del emperador, y que luego el soldán tratase de manera que les otorgasen las vidas, pues los reyes de España eran clementes y piadosos, y que se querían bautizar. Luego el soldán hizo señal de paz, y envió un moro con una carta al emperador de esta manera:" 179 "Emperador Romano, amado de Dios: Nosotros hemos visto claramente cómo Dios te ha enviado favor y ayuda del ciclo; antes que esto yo viese pensaba de guardar mi ciudad y reino, y de defender mis vasallos, y estaba determinando de morir sobre ello; pero que como Dios del cielo me haya alumbrado, conozco que tú sólo eres capitán de su ejército; yo conozco que todo el mundo debe obedecer a Dios, y a ti que eres su capitán en la tierra. Por tanto en tus manos ponemos nuestras vidas, y te rogamos que te quieras allegar cerca de esta ciudad, para que nos des tu real palabra y nos concedas las vidas, recibiéndonos con tu continua clemencia por tus naturales vasallos. 180 Tu siervo. -El Gran Soldán de Babilonia. 181 Y tlatoa de Jerusalén." 182 "Leída la carta, luego se fue el emperador hacia las puertas de la ciudad, que ya estaban abiertas, y el soldán les salió a recibir muy acompañado, y poniéndose delante del emperador de rodillas, le dio la obediencia y trabajó mucho por le besar la mano; y el emperador levantándole le tomó por la mano, y llevándole delante del Santísimo Sacramento, adonde estaba el Papa, y allí dando todos gracias a Dios, el Papa le recibió con mucho amor. Traía también muchos turcos o indios adultos, de industria, que tenían para bautizar, y allí públicamente demandaron el bautismo a el Papa, y luego Su Santidad mandó a un sacerdote que los bautizase, los cuales actualmente fueron bautizados. Con esto se partió el Santísimo Sacramento, y tornó a andar la procesión por su orden." 183 "Para la procesión de este día de Corpus Christi tenían tan adornado todo el camino y calles, que decían muchos españoles que se hallaron presentes: quien esto quisiera contar en Castilla, decirle han que está loco, y que se alarga y lo compone; porque iba el Sacramento entre unas calles hechas todas de tres órdenes de arcos medianos, todos cubiertos de rosas y flores muy bien compuestas y atadas; y estos arcos pasaban de mil y cuatrocientos, sin otros diez arcos triunfales grandes, debajo de los cuales pasaba toda la procesión. Había seis capillas con sus altares y retablos; todo el camino iba cubierto de muchas yerbas olorosas y diversas. Había también tres montañas contrahechas muy a el natural con sus peñones, en las cuales se representaron tres autos muy buenos." 184 "En la primera, que estaba luego abajo del patio alto, en otro patio bajo a do se hace una gran plaza, aquí se representó la tentación del Señor, y fue cosa en que hubo mucho que notar, en especial verlas representar a indios. Fue de ver la consulta que los demonios tuvieron para haber de tentar a Cristo, y quién sería el tentador; ya que se determinó que fuese Lucifer, iba muy contrahecho ermitaño; sino que dos cosas no pudo encubrir, que fueron los cuernos y las uñas que de cada dedo, así de las manos como de los pies, le salían unas uñas de hueso tan largas como medio dedo; y hecha la primera y segunda tentación, la tercera fue en un peñón muy alto, desde el cual el demonio con mucha soberbia contaba a Cristo todas las particularidades y riquezas que había en la provincia de la Nueva España; y de aquí saltó en Castilla, adonde dijo, que demás de muchas naos y gruesas armadas que traía por la mar con muchas riquezas, y muy gruesos mercaderes de paños, y sedas, y brocados, dijo otras muchas particularidades que tenía, y entre otras dijo que tenía muchos vinos y muy buenos, a lo cual todos picaron, así indios como españoles, porque los indios todos se mueren por nuestro vino. Y después que dijo de Jerusalén, Roma, África y Europa, y Asia, y que todo se lo daría, respondiendo el Señor: Vade Satana, cayó el demonio; y aunque quedó encubierto en el peñón, que era hueco, los otros demonios hicieron tal ruido, que parecía que toda la montaña iba con Lucifer a parar a el infierno. Vinieron luego los ángeles con comida para el Señor, que parecía que venían del cielo, y hecho su acatamiento pusieron la mesa y comenzaron a cantar." 185 "Pasando la procesión a otra plaza, en otra montaña se representó cómo San Francisco predicaba a las aves, diciéndoles por cuántas razones eran obligadas a alabar y bendecir a Dios, por las proveer de mantenimientos sin trabajo de coger, ni sembrar, como los hombres, que con mucho trabajo tienen su mantenimiento; asimismo por el vestir de que Dios las adorna con hermosas y diversas plumas, sin ellas las hilar ni tener, y por el lugar que les dio, que es el aire, por donde se pasean y vuelan. Las aves allegándose a el santo parecía que le pedían su bendición, y él se la dando les encargó que a las mañanas y a las tardes loasen y cantasen a Dios. Ya se iban, y como el santo se abajase de la montaña, salió de través una bestia fiera del monte, tan fea que a los que la vieron así de sobresalto les puso un poco de temor; y como el santo la vio hizo sobre ella la señal de la cruz, y luego se vino para ella; y reconociendo que era una bestia que destruía los ganados de aquella tierra, la reprendió benignamente y la trajo consigo al pueblo, a do estaban los señores y principales en su tablado, y allí la bestia hizo señal que obedecía, y dio la mano de nunca más hacer daño en aquella tierra; y con esto se fue la fiera alimaña. Quedándose allí el santo comenzó su sermón diciendo: que mirasen cómo aquel bravo animal obedecía la palabra de Dios, y que ellos que tenían razón, y muy grande obligación de guardar los mandamientos de Dios, y estando diciendo esto salió uno fingiendo que venía beodo, cantando muy al propio que los indios cantaban cuando se embeodaban; y como no quisiese dejar de cantar y estorbarse el sermón, amonestándole que callase, si no que se iría al infierno, y él perseverase en su cantar, llamó San Francisco a los demonios de un fiero y espantoso infierno que cerca a ojo estaba, y vinieron muy feos, y con mucho estruendo asieron al beodo y daban con él en el infierno. Tornaba luego el santo a proceder con el sermón y salían unas hechiceras muy, bien contrahechas, que con bebedizos en esta tierra muy fácilmente hacen malparir a las preñadas, y como también estorbasen la predicación y no cesasen, venían también los demonios y poníanlas en el infierno. De esta manera fueron representados y reprendidos algunos vicios en este auto. El infierno tenía una puerta falsa por do salieron los que estaban dentro; y salidos los que estaban dentro pusiéronle fuego, el cual ardió tan espantosamente que pareció que nadie se había escapado, sino que demonios y condenados todos ardían y daban voces y gritos las ánimas y los demonios; lo cual ponía mucha grima y espanto aun a los que sabían que nadie se quemaba. Pasando adelante el Santísimo Sacramento había otro auto, y era del sacrificio de Abraham, el cual por ser corto y ser ya tarde no se dice más de que fue muy bien representado. Y con esto volvió la procesión a la iglesia."
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De lo que nos acaesció en la isla de Mal Hado En aquella isla que he contado nos quisieron hacer físicos sin examinarnos ni pedirnos los títulos, porque ellos curan las enfermedades soplando al enfermo, y con aquel soplo y las manos echan de él la enfermedad, y mandáronnos que hiciésemos lo mismo y sirviésemos en algo; nosotros nos reíamos de ello, diciendo que era burla y que no sabíamos curar; y por esto nos quitaban la comida hasta que hiciésemos lo que nos decían. Y viendo nuestra porfía, un indio me dijo a mí que yo no sabía lo que decía en decir que no aprovecharía nada aquello que él sabía, ca las piedras y otras cosas que se crían por los campos tienen virtud; y que él con una piedra caliente, trayéndola por el estómago, sanaba y quitaba el dolor, y que nosotros, que éramos hombres, cierto era que teníamos mayor virtud y poder. En fin, nos vimos en tanta necesidad, que lo hobimos de hacer, sin temer que nadie nos llevase por ello la pena. La manera que ellos tienen en curarse es ésta: que en viéndose enfermo, llaman un médico, y después de curado, no sólo le dan todo lo que poseen, más entre sus parientes buscan cosas para darle. Lo que el médico hace es dalle unas sajas adonde tiene el dolor, y chúpanles al derredor de ellas. Dan cauterios de fuego, que es cosa entre ellos tenida por muy provechosa, y yo lo he experimentado, y me sucedió bien de ello; y después de esto, soplan aquel lugar que les duele, y con esto creen ellos que se les quita el mal. La manera con que nosotros curamos era santiguándolos y soplarlos, y rezar un Pater noster y un Ave María, y rogar lo mejor que podíamos a Dios Nuestro Señor que les diese salud, y espirase en ellos que nos hiciesen algún buen tratamiento. Quiso Dios nuestro Señor y su misericordia que todos aquellos por quien suplicamos, luego que los santiguamos, decían a los otros que estaban sanos y buenos, y por este respecto nos hacían buen tratamiento, y dejaban ellos de comer por dárnoslo a nosotros, y nos daban cueros y otras cosillas. Fue tan extremada la hambre que allí se pasó, que muchas veces estuve tres días sin comer ninguna cosa, y ellos también lo estaban, y parescíame ser cosa imposible durar la vida, aunque en otras mayores hambres y necesidades me vi después, como adelante diré. Los indios que tenían a Alonso del Castillo y Andrés Dorantes, y a los demás que habían quedado vivos, como eran de otra lengua y de otra parentela, se pasaron a otra parte de la Tierra Firme a comer ostiones, y allí estuvieron hasta el 1.? día del mes de abril, y luego volvieron a la isla, que estaba de allí hasta dos leguas por lo más ancho del agua, y la isla tiene media legua de través y cinco en largo. Toda la gente de esta tierra anda desnuda; solas las mujeres traen de sus cuerpos algo cubierto con una lana que en los árboles se cría. Las mozas se cubren con unos cueros de venados. Es gente muy partida de lo que tienen unos con otros. No hay entre ellos señor. Todos los que son de un linaje andan juntos. Habitan en ella dos maneras de lenguas: a los unos llaman de Capoques, y a los otros de Han; tienen por costumbre cuando se conocen y de tiempo a tiempo se ven, primero que se hablen, estar media hora llorando, y acabado esto, aquel que es visitado se levanta primero y da al otro todo cuanto posee, y el otro lo rescibe, y de ahí a un poco se va con ello, y aun algunas veces, después de rescibido, se van sin que hablen palabra. Otras extrañas costumbres tienen; mas yo he contado las más principales y más señaladas por pasar adelante y contar lo que más nos sucedió.
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CAPITULO XV Prosigue las cosas que dichos Padres vieron y entendieron la segunda tez que entraron en la China y los trabajos que padecieron Otro día siguiente de mañana el sacerdote de los ídolos abrió el templo, adonde como metiesen luego a los religiosos, le hallaron con sus ministros encendiendo muchas candelillas y poniendo perfumes a los ídolos con muchas y supersticiosas ceremonias, tras las cuales echó cierta manera de suertes entre ellos muy usada, que entendieron las echaban para consultar al diablo que estaba en los ídolos, sobre lo que harían de ellos; aunque esto no se puede entender claramente, mas de que luego los sacaron del templo y los llevaron los soldados a un juez que era Generalísimo de toda la mar de aquella Provincia y estaba seis leguas de allí en una ciudad llamada Quixué, a la cual se va por un camino muy ancho, llano y empedrado, cuyas orillas estaban llenas de muchos sembrados y flores. Ayudados del favor de Dios llegaron los nuestros a la presencia de este General, aunque con mucho trabajo, por estar sin fuerzas para caminar, que las habían perdido en los sobresaltos ya dichos por espacio de ocho días. Llegados a la dicha ciudad de Quixué los tuvieron los soldados en continua guarda, hasta que el día siguiente fueron llevados delante de aquel General que le hallaron en una casa muy grande y hermosa y que tenía dos patios, uno que respondía a la puerta de la calle y otro que estaba más en lo interior de la casa, y entrambos que estaban cerrados con rejas, había mucha cantidad y diversidad de árboles, y entre los árboles andaban paciendo mucho número de ciervos y otros animales brutos tan domésticos como ovejas. Delante de este patio último estaba un corredor en que había muchos soldados armados para guarda de la persona del General, que estaba en una sala muy grande y galana sentado en una silla de marfil con mucha majestad. Antes de entrar en el segundo patio dispararon de la parte de adentro algunos tiros y arcabuces y comenzaron a tocar un atambor tan grande que tenía por tres de los que se usan en España, y tras de él sonaron chirimías y trompetas y otros muchos instrumentos. Después de lo cual abrieron luego las puertas que estaban adelante del último patio junto al corredor ya dicho, desde donde se parecía el trono en que estaba sentado el General. Tenía delante de si una mesa con papeles y recado para escribir, cosa usada en todo aquel reino como queda ya dicho. Los soldados que estaban puestos de guarda tenían todos una mesma librea de seda y estaban con tanto silencio y concierto, que causó espanto a los nuestros. Los primeros eran todos arcabuceros, y los segundos piqueros, y entre los unos y los otros estaba un rodelero con su espada. Serían los soldados que había en este corredor hasta cuatrocientos. Luego tras ellos estaban los verdugos con sus instrumentos para azotar, e inmediatos a ellos los escribanos y procuradores, obra de treinta pasos poco más o menos, apartados de la silla del General que la tenían cercada algunos caballeros al parecer y hasta una docena de pajecillos destocados y muy galanamente vestidos de seda y oro. Por entre estos soldados metieron a los nuestros. llevándolos con las señales e insignias que suelen presentar a los Jueces los condenados a muerte; y gran trecho antes de llegar a donde estaba el General, los hicieron poner de rodillas. A este punto sacaron a juzgar ciertos chinos que estaban presos, y como se hubiese visto sus culpas y fuesen sentenciados por ellas, ejecutaron los verdugos las sentencias en presencia de los nuestros, desnudándolos primero los vestidos y atándolos de pies y manos con cuerdas muy apretadas, tanto que les hacían dar gritos que los ponían en el cielo. Tiénenlos así atados hasta ver lo que manda el juez, el cual, oída la culpa, si quiere que sean azotados, da una palmada en la mesa que está delante y luego le dan cinco azotes con unas cañas gruesas en las pantorrillas (de la manera que ya está dicho) y son tan crueles que ninguno puede sufrir 50 de ellos sin dar la vida. Dada la palmada, luego uno de los procuradores alza la voz, y a ella acuden los verdugos a ejecutar y dar los cinco azotes; y si merece más su culpa, da el juez otra palmada, y tórnale a dar otros cinco, y de esta propia manera todas las veces que al juez le parece. A los gritos que dan estos miserables no hacen los jueces más movimiento de piedad que si los azotes se diesen a unas piedras. Acabada la audiencia de los naturales, mandó el General llegar un poco más a los nuestros y los hizo mirar las vestiduras y todo lo demás, hasta los Breviarios y libros. Y luego tras esto, habiendo sido informado de los que los traían de cómo los habían prendido y de lo demás tocante a su venida al reino, los mandó llevar a la cárcel y tener a buen recado, y con gran guarda por espacio de algunos días, en los cuales pasaron increíbles trabajos, así de hambre como de sed y calor, que fue causa de que los más de ellos enfermaron de calenturas y cámaras. Después de los días de la prisión los llevaron otra vez a la Audiencia, y otras muchas que fueron sacados a ser visitados, creyendo todas ellas los nuestros que los llevaban para no volver y para justiciarlos que ya les fuera de contento por librarse con una muerte de las muchas que cada día vían a los ojos. En la última de estas Audiencias decretó el General fuesen llevados por mar a la Ciudad de Cantón, donde estaba el Virrey de aquella Provincia, para que él mandase justiciar o diese el castigo que le pareciese según la pena puesta a cualquiera extrajero que entrase en el reino sin licencia como ellos habían entrado. Cuando vieron que los llevaban de la cárcel a la mar, tuvieron por muy cierto era para ahogarlos en ella. Por lo cual (habiéndose confesado de nuevo y encomendado a Dios) se esforzaban y animaban los unos a los otros con la representación del premio que les estaba aparejado. Cuando llegaron a la barra donde los habían de embarcar, comenzó el mar a embravecerse tanto y tan repentinamente que pareció caso milagroso: tanto, que decían los soldados y marineros que jamás habían visto semejante tormenta, la cual duró por espacio de diez días y fue causa de que no los embarcasen y de que el General mudase parecer, determinando fuesen llevados por tierra a la gran ciudad de Saucheofu, como se puso por obra. En este camino ocuparon algunos días con cincuenta soldados de guardia, en los cuales vieron tantas curiosidades y riquezas que juzgaron esta tierra por la mejor del mundo. Llegados a la ciudad con no pequeño cansancio y fatiga, a causa del largo camino y mal tratamiento que les hacían los soldados, luego los trajeron de Herodes a Pilatos, como dicen, sin dejarlos día ninguno de llevar a Audiencia pública o a juez particular. Es esta ciudad fresquísima dentro y fuera y llena de muchas huertas donde hay infinitas arboledas, frutales, jardines y estanques y otras cosas de grande recreación: la cual, con ser tres veces mayor que Sevilla, está toda cerrada de una muralla muy fuerte y las casas son muy bien edificadas y grandes. Las calles son por extremo lindas y muy anchas y largas, y tan derechas que desde el principio hasta el cabo se puede ver un hombre. De trecho a trecho con igual compás están edificados en ellas arcos triunfales (cosa común y ordinaria en todas las de aquel reino), sobre cuyas puertas tienen edificadas unas torres en que está puesta toda la artillería para defensa de la ciudad, como está dicho. Toda ésta la ceñía un río muy hermoso y grande por el cual andaban de ordinario infinitos barcos y bergantines y tiene tanto fondo que pueden llegar a la muralla por él galeras y aun navíos de alto bordo. A una parte de la ciudad está una isleta llena de gran recreación, a la cual se pasó por una hermosísima puente, cuya mitad es de piedra y la otra de madera, y es tan grande que en la parte que es de piedra contó el Padre Ignacio treinta mesones o bodegones donde hallaban a comprar, no solamente cosas de comida de carne y pescado, sino muchas mercadurías de grande estima y valor, hasta ámbar y almizcle y telas de seda y brocado.
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De la guerra que los indios hicieron en el camino a Felipe de Cáceres y su compañía Puesto en marcha Felipe de Cáceres con buen orden hacia el río Paraguay, no le sucedió cosa adversa con los indios de aquellos llanos, y llegó hasta sus cercanías, sin ninguna pesadumbre, hasta que estando como tres jornadas del puerto, una tarde encontraron con ocho indios con sus familias que venían de la otra parte del río a visitar a los de ésta, que todos eran de una nación y parientes, y esta noche unos soldados registraron la ropa que traían, y entre ella hallaron en un cesto un puño de daga de plata dorada, que luego se conoció haber sido del mensajero Jacome, con que al instante se sospechó el mal suceso, y para averiguarlo, se llamaron a los indios, a quienes fue preguntado, de donde habían sacado aquel puño, sobre que variamente respondieron, de que resultó poner a uno de ellos en cuestión de tormento, en que confesó todo lo que había pasado, y como a Jacome le habían muerto en el pueblo de Anguaguasú y que sus habitadores con todos los de la tierra estaban resueltos a dar una cruel guerra a los españoles, y no dejarlos pasar; esta noticia causó bastante turbación en el Real. Habiendo llegado al pasaje del río, fueron luego metidos de los indios Payaguáes y Guayarapos, porque acaeció que, habiendo el General enviado en dos canoas pequeñas a seis soldados a sacar de una laguna ciertas barcas y canoas que habían dejado hundidas para su vuelta, los asaltaron y prendieron los Payaguaes, que con su acostumbrada malicia habían visto en las bajas del río aquellas embarcaciones, con que creyeron tener en ellas cebo para conseguir sus malditos intentos, cuando los nuestros fuesen a sacarlas. Así fue que luego que llegó nuestra tropa, salió cantidad de canoas a ponerse a la vista de nuestro Real con gente de guerra, encubriéndose con ramas y yerbasales de la vega del río: así estuvieron esperando a que fuesen los nuestros a sacar las embarcaciones que allí estaban debajo del agua. De los seis soldados que cogieron cautivos, se rescataron tres, y los otros tres fueron llevados a los pueblos de Payaguaes, quienes no los quisieron dar a precio alguno, hasta que vinieron a pedir una trompeta de plata, que traía el General con otras preseas y ropa de color, de que hacen grande aprecio, con que fueron rescatados: y sacadas las embarcaciones de donde estaban sumergidas, mandó luego el General pasar a la otra banda veinte arcabuceros para señorearse del paso, y hecho con diligencia, fueron atravesando con buen orden, hasta que pusieron de la otra parte todo el tren, caballos y vacas y yeguas que traían. Al tercer día que caminaron del puerto, llegaron al primer pueblo de la comarca de Itatin, el que hallaron sin gente por haberse retirado sus habitadores y con ánimo de poner en efecto sus depravados intentos. Y pasando adelante hacia el pueblo principal de la comarca, sintieron los nuestros en un bosque rumor de mucha gente, que estaba allí de celada, con que todos fueron marchando muy alerta puestos en orden; y cerrados en cinco columnas o mangas como a las diez del día acometieron los indios a nuestra vanguardia que iba mandada del General, y luego inmediatamente asaltaron a los demás del batallón hasta retaguardia, hiriendo a los nuestros con tanta furia que pareció imposible resistir; mas, esforzándose los españoles con tan indecible brío a pie y a caballo, causaron mucha mortandad en los indios enemigos, aunque en mucho rato no se pudo conocer ventaja: el Obispo y demás religiosos exhortaron a los soldados, animándolos con la moderación y eficacia que les prometía su estado en circunstancia de tanto aprieto, con que los nuestros poco a poco fueron ganando tierra: y viendo esta ventaja, se empeñaron de tal modo los nuestros, que dentro de poco tiempo se pusieron en fuga los infieles en lo más ardiente de la pelea, cosa que causó gran novedad en nuestra gente. Después de pasada la refriega se supo que habían los indios huido por no haber podido sufrir el valor y esfuerzo de un valerosísimo caballero, que lleno de resplandores los lanceaba, con tanta velocidad que parecía un rayo. Creyóse piadosamente que fuese el Apóstol Santiago o el bienaventurado San Blas, patrón de aquella tierra: sea cual fuese, lo cierto es que aquel gran beneficio vino de la misericordiosa mano del Altísimo, que no quiso que pereciese aquel buen Pastor con su rebaño, pues permitió el vencimiento de más de diez mil indios en tan ventajoso sitio. Esto sucedió el 12 de diciembre del año 1568. De allí adelante continuaron los indios sus asaltos y celadas, aunque siempre fueron desairados sus discursos, porque salieron siempre vencidos. Llegó al fin la armada a la costa del río Jejuí, que dista de la Asunción treinta y tantas leguas, a donde salieron a recibirlos algunos indios de paz. Desde este paraje dieron aviso a la ciudad, pidiendo enviasen algunas embarcaciones para bajar con más comodidad, como se ejecutó, echando por tierra la gente más ligera con los ganados hasta llegar a su destino. El Capitán Juan de Ortega con los demás caballeros de la República salieron a recibir al Obispo con mucho aplauso, y lo mismo al General, aunque entrambos iban discordes, si bien que por entonces lo disimularon, hasta que después con el tiempo vinieron a manifestar su enemistad. Luego que llegó el General, aún sin quitarse las armas de que iba vestido, ni tomar descanso, mandó convocar a cabildo, y se recibió al uso y ejercicio de su empleo, quedando por entonces en pacífica posesión del gobierno: esto pasó a la entrada del año de 1569: nombró por su Teniente General a Martín Suárez de Toledo, y por Alguacil mayor de la provincia al Capitán Pedro de la Puente, acudiendo en todo lo demás a lo que convenía al Real servicio y bien de la República.
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CAPÍTULO XV Salen treinta lanzas con el socorro del bizcocho en pos del gobernador Los indios, aunque vieron fuera del agua los dos españoles, no dejaron de seguirlos por tierra tirándoles muchas flechas con gran coraje que cobraron de que hubiesen caminado tantas leguas sin que los suyos los sintiesen. Mas luego que vieron a Nuño Tovar y a los demás caballeros que venían al socorro, los dejaron y se volvieron al monte y a la ciénaga por no ser ofendidos de los caballos, que no se sufría burlar con ellos en campo raso. Los dos compañeros fueron recibidos de los suyos con gran placer y regocijo, y mucho más cuando vieron que no iban heridos. El maese de campo Luis de Moscoso, sabida la orden del general, apercibió los treinta caballeros que volviesen luego con Gonzalo Silvestre, el cual apenas tuvo lugar de almorzar dos bocados de unas mazorcas cocidas de maíz a medio granar y un poco de queso que le dieron, porque no había otra cosa, que todo el real padecía hambre. Llevaron dos acémilas cargadas de bizcocho y queso, socorro para tanta gente harto flaco, si Dios no lo proveyera por otra parte, como adelante veremos. Con este recaudo se partió Gonzalo Silvestre con los treinta compañeros, no habiendo pasado una hora de tiempo que había llegado al real. Juan López se quedó en él, diciendo: "A mí no me mandó el general volver, ni venir." Los treinta de a caballo pasaron la ciénaga sin contradicción de los indios, aunque del ejército llevaban gente que les ayudara en el paso, mas no fue menester. Caminaron todo el día sin ver enemigo y, por buena prisa que se dieron, no pudieron llegar al sitio donde el gobernador les dijo les esperaría hasta que fue dos horas de noche. Hallaron que el general había pasado la ciénaga e ídose adelante, de que ellos se afligieron mucho, por verse treinta hombres solos en medio de tantos enemigos como temían que había sobre ellos. Por no saber dónde era ido el gobernador, no pasaron en pos de él. Acordaron quedarse en el mismo alojamiento que él tuvo la noche antes, con orden que entre sí dieron que los diez rondasen a caballo el primer tercio de la noche y los otros diez estuviesen velando con los caballos ensillados y enfrenados, teniéndolos de rienda para acudir con presteza donde fuese menester pelear, y los otros diez tuviesen los caballos ensillados y sin frenos y los dejasen comer para que de esta manera, trabajando unos y descansando otros, por su rueda, pudiesen llevar el trabajo nocturno. Así pasaron toda la noche, sin sentir enemigos. Luego que fue de día, viendo el rastro que el gobernador dejaba hecho en la ciénaga, la pasaron con buena dicha de que los indios no la tuviesen ocupada para les defender el paso, que les fuera de mucho trabajo haberlo de ganar peleando en el agua hasta los pechos, sin poder acometer ni huir ni tener armas de tiro con que detener a lejos los enemigos, y ellos, por el contrario, tener grandísima agilidad para entrar y salir con sus canoas en los nuestros y tirarles las flechas de lejos o cerca. Y cierto, en este paso, y en otros semejantes que la historia dirá, es de considerar cuál fuese la causa que unos mismos indios, en unos propios sitios y ocasiones, peleasen unos días con tanta ansia y deseo de matar los castellanos, y otros días no se les diese nada por ello. Yo no puedo dar otra razón sino que para pelear o no pelear debían de guardar algunas abusiones de su gentilidad, como lo hacían algunas naciones en tiempo del gran Julio César, o que por verlos ir de paso y no parar en sus tierras los dejaban. Como quiera que fuese, los treinta caballeros lo tuvieron a buena suerte, y siguieron el rastro del gobernador, y, habiendo caminado seis leguas, le hallaron alojado en unos hermosísimos valles de grandes maizales, tan fértiles que cada caña tenía a tres y a cuatro mazorcas de las cuales cogían de encima de los caballos para entretener la hambre que llevaban. Comíanselas crudas, dando gracias a Dios Nuestro Señor que los hubiese socorrido con tanta hartura, que a los menesterosos cualquiera se les hace mucha. El gobernador los recibió muy bien y, con palabras magníficas y grandes alabanzas, encareció la buena diligencia que Gonzalo Silvestre había hecho y el mucho peligro e incomportable trabajo que había pasado. Dijo a lo último que humanamente no podía haberse hecho más. Ofreció para adelante la gratificación de tanto mérito. Por otra parte, le pedía perdón de no haberle esperado como quedó de esperarle; decía, disculpándose, que había pasado adelante, lo uno, porque no se podía sufrir la hambre en que los dejó, y lo otro, porque no tuvo por muy cierta su vuelta por el mucho peligro en que iba, y que había temido le hubiesen muerto los indios. Esta provincia tan fértil donde los treinta caballeros hallaron al gobernador se llamaba Acuera, y el señor de ella había el mismo nombre. El cual, sabiendo la ida de los castellanos a su tierra, se fue al monte con toda su gente. De la provincia de Urribarracuxi a la de Acuera habrá veinte leguas poco más o menos norte-sur. El maese de campo Luis de Moscoso, recibida la orden del general, luego aquel mismo día puso por obra la partida del ejército. Pasaron la ciénaga con facilidad por no haber contradicción de enemigos. Siguieron su camino, y, en otros tres días, llegaron al otro paso de la misma ciénaga, y por ser aquel vado más ancho y llevar más agua que el otro, tardaron tres días en pasarlo, en los cuales, ni en las doce leguas que caminaron por la ribera de la ciénaga, no vieron indio alguno, que no fue poca merced que ellos les hicieron, porque siendo los pasos de suyo tan dificultosos por poco que les contradijeran les aumentaran mucho trabajo. El gobernador, mientras Luis de Moscoso pasaba la ciénaga, porque su gente padecía hambre, le envió mucha zara o maíz con que se hartaron, y llegaron donde el gobernador estaba.
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CAPÍTULO XV De las perlas Ya que tratamos la principal riqueza que se trae de Indias, no es justo olvidar las perlas, que los antiguos llamaban margaritas, cuya estima en los primeros fue tanta, que eran tenidas por cosa que sólo a personas reales pertenecían. Hoy día es tanta la copia de ellas que hasta las negras traen sartas de perlas. Críanse en los ostiones o conchas del mar, entre la misma carne, y a mí me ha acaecido comiendo algún ostión, hallar la perla en medio. Las conchas tienen por dedentro unas colores del cielo muy vivas, y en algunas partes hacen cucharas de ellas, que llaman de nácar. Son las perlas de diferentísimos modos en el tamaño, y figura y color, y lisura, y así su precio es muy diferente. Unas llaman avemarías, por ser como cuentas pequeñas de rosario; otras paternostres, por ser gruesas. Raras veces se hallan dos que en todo convengan en tamaño, en forma, en color. Por eso los romanos (según escribe Plinio), las llamaron Uniones. Cuando se aciertan a topar dos que en todo convengan, suben mucho de precio, especialmente para zarcillos; algunos pares he visto que los estimaban en millares de ducados, aunque no llegasen al valor de las dos perlas de Cleopatra, que cuenta Plinio haber valido cada una cien mil ducados, con que ganó aquella reina loca la apuesta que hizo con Marco Antonio, de gastar en una cena más de cien mil ducados, porque acabadas las viandas echo en vinagre fuerte una de aquellas perlas, y desecha así, se la tragó; la otra dice que partida en dos fue puesta en el Panteón de Roma, en los zarcillos de la estatua de Venus. Y del otro Clodio, hijo del Farsante o Trágico Esopo, cuenta, que en un banquete dio a cada uno de los convidados una perla rica desecha en vinagre, entre los otros platos, para hacer la fiesta magnífica. Fueron locuras de aquellos tiempos estas, y las de los nuestros no son muy menores, pues hemos visto no sólo los sombreros y trenas, mas los botines y chapines de mujeres de por allí, cuajados todos de labores de perlas. Sácanse las perlas en diversas partes de Indias; donde con más abundancia es en el mar del Sur, cerca de Panamá, donde están las islas que por esta causa llaman de las Perlas. Pero en más cuantidad y mejores se sacan en la mar del Norte, cerca del río que llaman de la Hacha. Allí supe cómo se hacía esta granjería, que es con harta costa y trabajo de los pobres buzos, los cuales bajan seis y nueve, y aun doce brazas en hondo, a buscar los ostiones, que de ordinario están asidos a las peñas y escollos de la mar. De allí los arrancan y se cargan de ellos, y se suben, y los echan en las canoas, donde los abren y sacan aquel tesoro que tienen dentro. El frío del agua allá dentro del mar, es grande, y mucho mayor el trabajo de tener el aliento estando un cuarto de hora a las veces, y aun media, en hacer su pesca. Para que puedan tener el aliento, hácenles a los pobres buzos, que coman poco y manjar muy seco, y que sean continentes; de manera que también la codicia tiene sus abstinentes y continentes, aunque sea a su pesar. Lábranse de diversas maneras las perlas y horádanlas para sartas. Hay ya gran demasía donde quiera. El año de ochenta y siete vi en la memoria de lo que venía de Indias para el Rey, diez y ocho marcos de perlas y otros tres cajones de ellas, y para particulares, mil y doscientos y sesenta y cuatro marcos de perlas, y sin esto otras siete talegas por pesar, que en otro tiempo se tuviera por fabuloso.
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Capítulo XV De las coyas y del modo que el Ynga tenía en su casamiento con ella Pues que hemos tratado en el capítulo precedente de la usanza y costumbre del Ynga en la sucesión de sus reinos, y tocado algo de las mujeres cuyos hijos sucedían, antepuestos a otros, nos era fuera de propósito tratar en este capítulo de la majestad y pompa que las Coyas tenían y cómo el Ynga contraía matrimonio con ellas. El orden que guardaba era que el Ynga, de todas las hermanas legítimas que tenía, escogía la más hermosa, grave y que andaba mejor, señales que representarían la dignidad de Reina y Coya con más majestad y señorío, o la que más le agradaba de todas ellas. Esta, ante todas cosas, la pedía a su madre por mujer legítima y habiéndoselo concedido la madre, porque para ello le hacía grandes ofrecimientos, dádivas y presentes, como vimos en el casamiento de Guascar Ynga con su hermana Chuqui Huipa, iba el Ynga acompañado de sus hermanos, parientes y orejones, y de los más principales, a la Casa del Sol, que decían ellos era el padre de la novia, donde estaba el sacerdote principal del Sol; y los demás y el Ynga hacían innumerables sacrificios, con toda la solemnidad posible. El, y los que iban con él, y hablaba con el Sol, diciéndole y rogándole tuviese por bien de concederle por su mujer legítima a su hija, que él la respetaría y honraría serviría como a tal. Llevaba el Ynga una pieza de ropa finísima de cumbi, y unos trozos de oro y el demás aderezo que le había de dar a su mujer, y decíale al Sol que así como había de ser Señora de aquellas vestiduras, topos y lo demás, así lo sería sin falta de todo cuanto él tenía y poseía, y que él la trataría como hija del Sol. Concluido esto se salía del templo del Sol y con mucha música y acompañamiento iba a casa del la novia, que estaba con su madre, a la cual de nuevo tornaba a hacer muchos ofrecimientos y presentes y, en su presencia, daba a la desposada el vestido y topos, y le rogaba que luego se lo vistiese, recibiéndolo en su nombre. Su madre le mandaba lo tomase y ella lo recibía y luego daba otro vestido, hecho de su mano, al Ynga, y ambos se los ponían allí luego, y vestidos se abrazaban y daban las manos, y el Ynga la sacaba de la mano, diciendo haco Coya, que quiere decir Vamos reyna, y ella respondía Hu Capac Ynga, que significa Vamos Rey Poderoso, y así, con todo el acompañamiento que había venido, la llevaba a su casa, yendo delante los orejones y parientes, y los gobernadores de las provincias, y de toda la gente del Reino, que se juntaba deste casamiento y fiestas. Todo el trecho que había desde la casa de la novia hasta el Palacio Real del Ynga, estaba el suelo por donde habían de pasar, lleno de paños de colores y plumería riquísimos, y las calles entapizadas e infinito género de árboles y pájaros colgados en ellos, y muchos arcos. Y metida la Coya en casa del Ynga, se estaban así cuatro días, sin hacer ningún género de regocijos, y no llegaba ni dormía con ella, porque en este tiempo estaba con gran recogimiento, y ayunaba y confesábase con uno de los más principales hechiceros y pontífices de las haucas del Sol. Al cabo de esto empezaban las fiestas y regocijos, con toda la pompa y gasto posible, que solían durar un mes y dos, haciéndose de día y de noche infinitos bailes y danzas e invenciones, con atambores y flautas, y los demás instrumentos que ellos usaban. Venían todos los hermanos, deudos y amigos del Ynga a la desposada con presentes, y de todas las naciones concurrían a la solemnidad, y cada una de ellas en diferentes días hacían sus muestras y fiestas. Y en todo este tiempo estaban las casas y palacios del Ynga ricamente entapiados, con muchos géneros de paños de cumbi de todos colores y plumería, parte de oro y parte de plata, y los leños y rajas de leña dorada que parecían de oro macizo, y los tres o cuatro días primeros era el servicio de la leña de esta manera. Había otro género de paja, de colores finas, en que se sentaban todos los principales, y el Ynga en pajas de plata, con espigas de oro. Los cuatro días primeros de las bodas convidaba a los cuatro orejones principales de su Consejo a almorzar, y con ellos toda la demás gente común, y antes que empezasen a comer, se levantaba el mismo Ynga en persona, y daba a estos señores de su Consejo, en unos platos grandes de plata y unos queros de oro, con mucha cantidad de papas de oro y plata macizas, y les daba unas varas de lo mismo, y piezas de ropa de cumbi, finas, de hombre y mujer y plumería. A los demás caciques y principales, así mismo les hacía mercedes, dándoles indios de servicio, ropa, carneros, lana, y a los hijos de éstos y deudos, les daba, conforme a su calidad, y al amor que les tenía. Entre todos los casamientos y bodas ninguno hubo de mayor majestad, riqueza, ni gasto, como fue el de Huascar Ynga, hijo de Huaina Capac, como en su vida contamos, porque estaba entonces el poder y reino de estos Yngas en el colmo y cumbre, que jamás había tenido, y así era sin número el oro y plata que alcanzaban y el que gastó Huascar en sus bodas. De la suerte referida, casado el Ynga, esta Coya, a quien recibía por principal mujer, era la reina, a quien todas las demás obedecían y respetaban, y ésta era tenida por mujer legítima y los hijos de ésta heredaban el reino, como está dicho. Estas coyas y reinas salían de su palacio raras veces, y cuando salían era con una pompa admirable y majestad de infinitos escuderos, criados y gente de su servicio, que tenían casa aparte, y los oficios de su casa, diferentes que el Ynga, iban rodeadas de mucho número de ñustas, hermano, sobrinas y deudas de los Yngas y de las otras mujeres de los Yngas y de las que estaban en las casas de recogimiento. Estas ñustas salían bizarramente aderezadas de vestidos de cumbi, con mucha chaquira y unas cuentas menudas a manera de aljófar, que las hallaban en las orillas de la mar, y cuanto más menuda es más preciada. De ellos y con ellas labraban sus cinchas, que son como una cinta que se ciñen a la frente. Andaban siempre en cabello suelto a los hombros y espaldas, los acsos y llicllas labrados de diversidad de pájaros y mariposas de mucha curiosidad. Mudaban las coyas cada día tres vestidos, y no se lo ponían segunda vez, que lo tenían por mengua, donde había tanta riqueza y abundancia. Esta Coya comía de ordinario con el Ynga y dormía con él lo más del tiempo, y cuando solía de su casa iba con el mismo aparato que el Ynga, salvo que no iba en andas ni en hamaca, sino a pie y con mucha autoridad, y nunca faltaban de su lado, en estas salidas, los cuatro orejones del Consejo del Ynga. Sin ésta tenía el Ynga, como tengo dicho, infinito número de mujeres, porque se casaba con cuantas quería, las cuales, conforme a su voluntad y gusto, dormían con él, estaban en su palacio real y comían juntas y vivían juntas, sin haber entre ellas rencillas ni disensiones, que no era poco, donde había tantas, no reinar los celos y envidias. A causa de tanta multitud de mujeres procedía tener los Yngas tantos hijos bastardos, pues Huascar Ynga cuando le prendieron, como está referido, le mataron ochenta hijos e hijas, y no había más que reinaba que ocho años. Así, con haber muerto en las guerras que entre sí tuvieron Huascar Inga y Atao Hualpa, tantos hermanos y parientes de los Yngas, y después en el cerco de el Cuzco, cuando los españoles estaban en él, hay todavía tantos descendientes de los Yngas, que residen en el Cuzco y sus parroquias, que es maravilla, los cuales gozan, como gente de casta real, de muchos privilegios y exenciones. Pero por concluir con lo tocante a este capítulo de las fiestas, digo que asentados a comer, sacaban carneros vestidos, del sacrificio, a los cuales llamaban pillco llama, que lo tenían en gran estima, porque así como ellos lo ofrecían al Sol por sacrificio, de la misma manera decían que el Sol los daba para honrar a su hija. Después traían las demás viandas, repartiéndolas entre todos, sin exceptuar a ninguno. Había infinita cantidad de chicha junta, en tinajas grandes de oro y plata, que cada cántaro de oro pesaría seis arrobas y las de plata diez, con muchos mates de lo mismo, en que se bebía todos en general, sin los que tenía el Ynga aparte para sí y los cuatro orejones, y a quien ellos por favor brindaban en ellos. Acabada la comida, se repartía la coca entre todos, en bolsones de oro y plata y plumería, muy ricos, y en gran cantidad y, mientras duraban las bodas, el Ynga hacía mercedes a chicos y grandes, de cualquier calidad que fuesen y nación. Concluidas las fiestas se juntaban todos los orejones y principales y, con mucho acatamiento, se llegaban al Ynga y los más ancianos a él y a la Coya le hacían una plática, exhortándoles a quererse bien y servirse. Cuando el Ynga moría, al alzar nuevo rey hacían también solemnes fiestas por todo el reino. Los principales le traían a la coronación presentes, conforme su posibilidad de cada cual, y los que no podían venir, por justos impedimentos, se los enviaban con sus hijos o parientes, en señal de vasallaje.
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Capítulo XV 406 De la ayuda que los niños hicieron para la conversión de los indios, y de cómo se recogieron las niñas indias y del tiempo que duró, y de dos cosas notables que acontecieron a dos indias con dos mancebos 407 Si estos niños no hubieran ayudado a la obra de la conversión, sino que solos los intérpretes lo hubieran de hacer todo, paréceme que fueran lo que escribió el obispo de Tlaxcala al Emperador diciendo: "Nos los obispos sin los frailes intérpretes, somos como halcones en muda." Así lo fueran los frailes sin los niños, y casi de esta manera fue lo que las niñas indias hicieron, las cuales, a lo menos las hijas de los señores, se recogieron en muchas provincias de esta Nueva España, y se pusieron so la disciplina y corrección de mujeres devotas españolas, que para el efecto de tan santa obra envió la Emperatriz, con mandamiento y provisiones para que se les hiciesen casas a donde las recogiesen y enseñasen. Esta buena obra y doctrina duró obra de diez años y no más, porque como estas niñas no se enseñaban más de para ser casadas, y que supiesen coser y labrar, que tejer todas lo saben, y hacer telas de mil labores, y en las telas, ora sea para mantas de hombre, ora sea para camisas de mujeres, que llaman uipiles, mucha de esta ropa ve tejida de colores, porque aunque las llaman los españoles camisas, son ropas que se traen encima de toda la otra ropa, y por esto las hacen muy galanas y de muchos colores, de algodón teñido, o de pelo de conejo, que es como sirgo o seda de Castilla, de lo cual también hacen camas, más vistosas que costosas, la cual aunque se lave no recibe detrimento, antes cada vez queda más blanca, por ser teñida en lana. La seda que en estas partes se hace, aunque hasta ahora es muy poca, es tan fina que aunque la echen en colada fuerte no desdice. La labor que es de algodón no se sufre lavar, porque todo lo que tocan, manchan, porque el algodón es teñido en hilo. De lana merina de las ovejas hacen muy buenas obras, y los indios hacen mucho por ella. De toda esta obra labraban aquellas niñas; después, como sus padres vinieron a el bautismo, no hubo necesidad de ser más enseñadas de cuanto supieron ser cristianas y vivir en la ley del matrimonio. En estos diez años que se enseñaron, muchas que entraron ya algo mujercillas se casaban y enseñaban a las otras. En el tiempo que estuvieron recogidas deprendieron la doctrina cristiana y el oficio de Nuestra Señora, el cual decían siempre a sus tiempos y horas, y aún algunas les duró esta buena costumbre después de casadas, hasta que con el cuidado de los hijos y con la carga de la gobernación de la casa y familia lo perdieron. Y fue cosa muy de ver en Huexuzinco un tiempo que había copia de casadas nuevas y había una devota ermita de Nuestra Señora, a la cual todas o las más iban luego de mañana a decir sus horas de Nuestra Señora muy entonadas y muy en orden, aunque ninguna de ellas no sabía el punto del canto. Muchas de estas niñas a las veces con sus maestras, otras veces acompañadas de algunas indias viejas, que también hubo algunas devotas que servían de porteras y guardas de las otras, con éstas salían a enseñar, así en los patios de las iglesias como en las casas de las señoras, y convertían a muchas a se bautizar y a ser devotas cristianas y limosneras, y siempre han ayudado mucho a la doctrina cristiana. 408 En México aconteció una cosa muy de notar a una india doncella, la cual era molestada y requerida de un mancebo soltero; y como se defendiese de él, el demonio despertó a otro y púsole en la voluntad que intentase la misma cosa; y como ella también se defendiese del segundo como del primero, ayuntáronse ambos los mancebos y concertáronse de tomar a la doncella por fuerza lo que de grado no habían podido alcanzar; para lo cual la anduvieron aguardando algunos días; y saliendo ella de la puerta de su casa a prima noche, tómanla y llévanla a una casa yerma adonde procuraron forzarla, y ella defendiéndose varonilmente, y llamando a Dios y a Santa María, ninguno de ellos pudo haber acceso a ella; y como cada uno por sí no pudiese, ayuntáronse ambos juntos, y como por ruegos no pudiesen acabar nada con ella, comenzáronla a maltratar y a dar de bofetadas y puñadas y a mesalla cruelmente; a todo esto ella siempre perseverando en la defensión de su honra. En esto estuvieron toda la noche, en la cual no pudieron acabar nada, porque Dios a quien la moza siempre llamaba con lágrimas y buen corazón la libró de aquel peligro; y como ellos la tuviesen toda la noche, y nunca contra ella apudiesen prevalecer, quedó la doncella libre y entera; y luego a la mañana, ella por guardarse con más seguridad, fuese a la casa de las niñas y contó a la madre lo que le había acontecido, y fue recibida en la compañía de las hijas de los señores, aunque era pobre, por el buen ejemplo que había dado y porque Dios la tenía de su mano. 409 En otra parte aconteció que como una casada enviudase siendo moza, requerióla y aquejábala un hombre casado, del cual no se podía defender, y un día viose él solo con la viuda, encendido en su torpe deseo, al cual ella dijo: "¿Cómo intentas y procuras de mí tal cosa? ¿Piensas que porque no tengo marido que me guarde has de ofender conmigo a Dios? Ya que otra cosa no mirases, sino que ambos somos cofrades de la hermandad de Nuestra Señora, y que en esto la ofenderíamos mucho, y con razón se enojaría de nosotros, y no seríamos dignos de nos llamar sus cofrades, ni tomar sus benditas candelas en las manos; por esto sería mucha razón que tú me dejases, y ya que tú por esto no me quieres dejar, sábete que yo estoy determinada de antes morir que cometer tal maldad." Fueron estas palabras de tanta fuerza y imprimiéronse de tal manera en el corazón del casado, y así lo compugieron, que luego en aquel mismo instante respondió a la mujer diciéndola: "Tú has ganado mi ánima que estaba ciega y perdida. Tú has hecho como buena cristiana, y sierva de Santa María. Yo te prometo de me apartar de este pecado, y de me confesar y hacer penitencia de él, quedándote en grande obligación para todos los días que yo viviere."