De la astrología de los indios inventada e instituida por Quetzalcoatl Pintaban veinte signos y a cada uno le asignaban trece días, casa o efigies sujetas a él y a las que dominaba; los días eran doscientos sesenta y entre éstos repartían los trescientos sesenta y cinco días y casi seis horas del año considerando qué signo tocaba a cada día; concluidos estos doscientos sesenta días volvían al principio de los signos y así juzgaban de la fortuna o del infortunio de los recién nacidos; computaban el día de una salida del sol a la otra. La semana tenía trece días, el mes sólo veinte, exceptuando el último al cual le añadían cinco más y el año completo tenía dieciocho meses, cuatro veces trece años, dispuestos de tal manera en una figura que se asignaban trece al Oriente y otros tantos al Septentrión, al Austro y al Occidente, formaban el año que según nuestra costumbre puedes llamar del jubileo y que comprendía cincuenta y dos años. En ese tiempo encendían el fuego nuevo sobre el pecho de algún noble varón cautivo en batalla, no sin magnos y peregrinos sacrificios y ritos de hombres quemados y no estaba permitido después usar el fuego viejo. Con estos signos se constituían las fiestas movibles, según que éstos o aquéllos caían en estos o aquellos días del año, y si otras fiestas eran fijas, estaban consagradas (como ya se dijo) a determinados días del año. El primer signo era Cipactli, al cual estaban sujetos otros doce días y otros tantos signos, y era considerado feliz (no hay, en verdad, necesidad de dar cuenta pormenorizada de cosa tan vana y carente del apoyo de algún fundamento cierto), pero tenían por seguro que el hombre malo echaría a perder cualquiera fortuna prometida por el cielo aun cuando fuera felicísima. A los nacidos en este signo los bautizaban inmediatamente y les imponían el nombre de su signo o de su abuelo; o (si así parecía bien), transferían el bautismo a otro signo más afortunado. Dentro del mismo signo si el nacido era varón, tenían cuidado de hacerle un pequeño escudo y algunas flechas pequeñas, que ataban con el ombligo que le habían cortado y después los llevaban a la guerra y allí los enterraban. Pero si era mujer ponían en la bañera ornamentos mujeriles y los útiles para hilar y tejer, y puesto que a las mujeres les corresponde quedarse en casa, enterraban el apéndice del ombligo junto al fuego. Los inventores de éstos fueron un varón llamado Cipactlinal y una mujer, Oxomoco, a los cuales pintaban con los signos. El segundo signo y los trece otros días y signos eran del tigre, como imperando a los demás, y muy adverso (según dicen) y presagio de cautiverio tan cierto, según la vulgar opinión de los indios, que prontamente se vendían los que les había tocado este género de natalicio o se suicidaban con leve pretexto a pesar de que estuviesen persuadidos de que las buenas costumbres prestaban alguna ayuda en contra de las amenazas del cielo, así como la afición a la virtud y las buenas acciones. La cuarta casa de este signo se llamaba Ollín, dedicada a los héroes y al sol, en gracia del cual en este tiempo mataban codornices. Le ponían por delante fuego con incienso, le ofrecían penachos de plumas y mataban algunos cautivos. La suerte de los nacidos en ese día era considerada indiferente, porque si era varón creían que había de ser fuerte y que había de vencer muchos enemigos en la guerra y hacer muchos cautivos o que debía de morir en ella, si Marte le era adverso. Este día todos se traspasaban las orejas y derramaban sangre en honor de ese dios, de quien decían que se deleitaba con tales tormentos. También la séptima casa se juzgaba indiferente. Esta la veneraban los pintores y las pasamaneras como aparecerá cuando hablemos del signo dedicado a ellos. El tercero se llamaba Maçatl, porque los que nacían bajo él, se decía que serían cargados de riquezas, felices y audaces, o según opinaban otros, pusilánimes y tímidos y expuestos a los rayos y a otros varios desastres. Reinando este signo creían que bajaban a la tierra las diosas Çioateteuh, y por lo tanto, se les hacía fiesta en aquel tiempo y se les ofrecían muchos dones y con muchos papeles pintados de varios colores vestían sus ídolos. La segunda casa de este signo se llamaba Umetochtli y los que nacían en ella eran aficionadísimos al vino y se embriagaban de las muchas maneras que dijimos (?). De las demás casas de este signo se ha encontrado por larga experiencia que algunas son prósperas y otras adversas y otras promiscuas (?). En el cuarto signo, que llamaban Xochitl, todas las casas se reputaban por algunos infelices y por otros de fortuna ambigua. Los nacidos en este signo eran propensos a la chocarrería, pero si se mostraban contentos con la muerte y con el hado que les había concedido el cielo y se alegraban de haber nacido así, se creía que vivirían alegres y contentos, pero si fuesen iracundos y soberbios morirían al fin de cualquiera manera y desalentados de todo. Las mujeres nacían con propensión natural al arte de tejer pluma y serían ingeniosas si su signo natal les era caro y grato y si hacían penitencia en su obsequio. De lo contrario tenían por seguro que todo les seria adverso y que nacerían aficionadísimas a Venus en todos sus modos. Los señores se ejercitaban durante este signo en bailes y otras solemnidades de la misma clase. El quinto signo llamado Çetacatl era sumamente adverso, puesto que a los que nacían bajo él los hacían soplones, chismosos y calumniadores, delatores y testigos falsos. Decían además que ese signo era de Quetzalcoatl y por eso los de noble estirpe nacidos en su tiempo hacían muchas fiestas. El sexto, que llamaban Çemizquitl, se consideraba amigo y familiar de Tetzcatlipoca, en cuyo honor se ofrecían muchas cosas privadamente en los altares y se hacían muchos sacrificios. Por esos días cada uno en casa mimaba y halagaba a sus cautivos. Este signo era reputado como bueno en parte y en parte de mal agüero; creían que se concederían riquezas a los buenos y que los ingratos serían despojados de los bienes de fortuna. Ese día eran bondadosos con sus cautivos y poco severos y se abstenían de azotarlos aun cuando hubieran cometido crímenes graves, porque si se atrevían a portarse de otro modo incurrirían en castigo. Si acaso perdían su fortuna increpaban a Tetzcatlipoca y lo denostaban, llamándolo puto, porque los había abandonado y llenado de calamidades y repetían lo mismo cuando algún esclavo se huía de la casa. Si el cautivo era puesto en libertad y ellos reducidos a la esclavitud, creían que esto también era grato a Tetzcatlipoca. El séptimo signo llamado Çequiahuitl se consideraba infausto y producía (según creían) hombres nigrománticos, benéficos, charlatanes y engañadores. La mayor parte de las casas de este signo eran de mal agüero, a pesar de que dos, la décima segunda y la décima tercera, fueran consideradas universalmente de buen agüero en todos los signos; algunas también eran indiferentes, otras completamente malas de la manera que consta por la tabla misma (?). Era ominoso ese día tropezar con una piedra en el camino o caerse y también nacer en la casa octava. Las cuatro últimas casas de este signo se reputaban prósperas y se creía que los nacidos en ellas serían de buena índole y morigerados. El signo octavo se llama Çemalinaltli; lo consideraban adverso excepto en su segunda casa y en las cinco últimas. El noveno, dicho Çe Coatl, era considerado afortunado a no ser que el nacido bajo él no estuviera conforme con su felicidad y resistiera a ella. Este signo era propicio para los mercaderes, quienes acostumbraban advertir en un largo discurso al momento de la partida a los que se dirigían a algún lugar para comerciar o que por la misma razón recorrieran alguna vez varias regiones, lo que les convendría hacer; y si los viajeros observaban las recomendaciones y hacían varias ceremonias, los que se quedaban en casa hacían por ellos otras diversas. La sexta casa de este signo se reputaba adversa como todas las otras casas de este número: se decía que los que nacían bajo ella serían malos, de mal carácter, detractores y falsos. La séptima casa estimábase de augurio próspero, así como todas las otras octavas, siniestra. La nona infeliz, feliz la décima; la undécima y la duodécima en parte felices y en parte infelices; y sólo se podría resistir al infortunio eligiendo la décima tercera para el bautismo. El décimo signo llamado Ectepatli producía hombres famosos por su valor en la guerra, fuertes y felices, y mujeres varoniles e idóneas para aprender cualquier cosa, y afortunadas. Este signo era propio de Hoitzilopochtli y de camaxtli y por consiguiente cuando comenzaba hacían fiesta a Hoitzilopochtli y también durante los otros días, los cuales predecían prósperos. El undécimo signo se llamaba Çeoçomatli y los que nacían bajo él eran bien criados, obsequiosos y propensos a la amistad, risueños, amables y sumamente aficionados a la música y a las artes que se consideraban liberales (?). Se decía entre ellos que reinando este signo ciertas diosas bajarían a la tierra a sembrar enfermedades y a dañar a los que topaban y por esta razón todos se quedaban en casa durante ese tiempo; cuando también los titici o médicos presagiaban la muerte de cualesquiera enfermos aun cuando fueran presa de leve enfermedad. De este signo era infausta la segunda casa. El segundo por duodécimo signo se llamaba Çequetzpalli. Los que nacían bajo él tenían muy buena salud, eran nervudos, robustos y enjutos, y además ingeniosos e industriosos para buscar el sustento. La cuarta, quinta, sexta y novena casas se reputaban adversas en todos los signos; pero la segunda y la octava, de fortuna ambigua. El signo décimo tercero, llamado Çe Olín, era también de indiferente fortuna, a saber, bueno para los bien educados y continentes, pero malo para los malos y malvados. El signo décimo cuarto llamado Çe Itzquintli, era próspero y peculiar del dios del fuego; en él los señores y los reyes hacían fiestas solemnes y los electos para gobernar las repúblicas celebraban la fiesta de su elección. Se hacían también entonces expediciones bélicas, y los criminales se castigaban con la muerte y los que habían sido hechos prisioneros por algún crimen atroz. El décimo quinto signo, llamado Çe Calli, era considerado adverso y los hombres nacidos bajo él, ladrones, venéreos (?), jugadores, pródigos y a quienes estuviese reservado un final infeliz de vida y las mujeres perezosas, dormilonas e inútiles para hacer cualesquiera cosa bien. El décimo sexto signo, dicho Çecozcaquauhtli, era próspero y dilataba la vida a los hombres nacidos bajo el, aun cuando algunos murieran pronto. El décimo séptimo llamado Çeatl era infausto a los que nacían bajo él: porque si les tocaba la mitad de la vida feliz, se precedía que la otra mitad sería infeliz y se presagiaba que la mayor parte de ellos moriría felizmente. Este signo era peculiar al dios del agua, a quien hacían fiesta los aguadores y los que acarreaban en chalupas agua para vender. El octavo por décimo octavo, llamado Çehecatl, era considerado desgraciado y adverso y también el décimo noveno, llamado Ceqauhtli, porque los varones que nacían bajo él a pesar de ser fuertes y audaces eran sin embargo impudentes, de mala índole, locuaces, y soberbios, y las mujeres eran orgullosas, deslenguadas, impudentes, petulantes y lascivas. Se decía que bajo este signo descendían a la tierra diosas menores para dañar a los muchachos y a las muchachas y que por lo tanto en ese tiempo no era seguro ir al baño o salir de casa. Bajo Çetochtli, último y vigésimo signo, nacían hombres parcos, ávidos de lucro, avaros e industriosos para aumentar la fortuna de familia y para comprar (?). A la recién parida la visitaban inmediatamente los vecinos y los parientes, pero antes de que entrasen a su domicilio frotaban las rodillas de los niños que habían traído con ellos y las articulaciones de los otros miembros, teniendo por seguro que así nunca se las podrían dislocar. Durante un espacio de cuatro días no se debía de apagar el fuego en casa de la parida, no fuera que (según ellos creían) se alejara la próspera fortuna del niño. Temprano por la mañana lavaban a los niños y convidaban a comer a cuantos muchachos podían, difiriendo o adelantando el bautismo según la buena o mala fortuna del signo. Preparaban también una cena opípara para los otros parientes o amigos y arrullaban al niño nacido con varios discursos, pero de este asunto ya he dicho muchas cosas al principio de esta historia. Los signos del año que se ven en la primera tabla son cuatro, que multiplicados por trece hacen cincuenta y dos; este producto se llama "gavilla" o "período", a cuyo final celebran una gran fiesta. La cuenta de los años se contiene en los nombres que están al margen izquierdo de la segunda tabla antes de los signos; después sigue la computación de los días, y se asignan trece a cada uno de los signos, u otras tantas casas, comenzando desde arriba y al principio, procediendo hasta el calce y volviendo otra vez al principio y siguiendo la cuenta en caracteres arábigos que no pasan del número trece. Es de advertir que todo signo que tiene al lado la unidad, ejerce su imperio sobre las trece casas siguientes con otros doce signos asignados de entre los veinte, de los cuales el primero ocupa la segunda casa, el segundo la tercera y así después hasta la décima tercera. Esto se hace veinte veces. Los veinte signos multiplicados por trece, completan el círculo de los doscientos sesenta días, concluido el cual hay que volver al principio. En el espacio de un período de cincuenta y dos años, se completan setenta y dos círculos; el tiempo de dos períodos lo llamaban Cohuehuetiliztli, es decir, siglo o ciento y cuatro años. Esta cuenta al presente la desconocen enteramente los indios, los que no pueden decir ni dónde comenzó ni cuándo tenga fin, porque no sigue el orden del año. Sólo aquellos (si hay algunos) que la usan aún en estos días podrían dar razón, pero se niegan completamente a ello para no ser reprendidos porque persistan en su protervia y en sus falsos dogmas. Las casas mitigan la fuerza de los signos dominantes, principalmente si se difiere el bautismo para los más felices.
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CAPITULO XV Que trata de las causas de la enemistad que obo entre los tlaxcaltecas y los culhuas tenuchcas y de las hazañas de Tlahuicole Habiendo, como hemos referido, continuas guerras entre tlaxcaltecas y mexicanos, eran también continuos los reencuentros y escaramuzas entre unos y otros, ansí para ejercitar la milicia como por si en algún tiempo Moctheuzoma los pudiese conquistar y hacellos sus tributarios, aunque tienen por opinión algunos contemplativos, que si Motecuhzoma quisiera destruir a los tlaxcaltecas lo hiciera, sino que los dejaba estar como codornices en jaula, porque no se perdiera el ejercicio de la guerra y porque tuvieran en qué emplearse los hijos de los señores, y también para tener de industria gentes con que sacrificar y servir a sus ídolos y falsos dioses. Lo cual no me puedo persuadir a creer por muchos respectos: porque si ansí fuera, no tomaran tan de veras la demanda los señores de esta provincia para ir contra los mexicanos, como fueron en favor de los cristianos; lo otro, por donde se entiende, es por la enemistad que se tenían, que era mortal y terrible, pues jamás trabaron parentesco ninguno los unos con los otros, ni por casamientos, ni por otra vía alguna la quisieron, antes les era odioso y aborrecible el nombre de mexicanos, ansí como a éstos el nombre de tlaxcaltecas, porque se sabe y es notorio que en todas las demás provincias emparentaban los unos con los otros. Y ansí, es de creer que pues Nuestro Señor fue servido que por mano de estas gentes se ensalzase su santo nombre, que la guardó y tuvo guardada para instrumento de tan heroica y santa obra, como es la que hemos visto y desde aquí en adelante diremos. Estando en este continuo cerco y perpetua guerra, siempre se cautivaban los unos a los otros y jamás se rescataban ni se redimían sus personas, porque lo tenían por grande afrenta e ignominia, sino que habían de morir peleando, mayormente los capitanes y personas calificadas, de las cuales no se servían, sino que antes morían sacrificados o peleando a manera de gladiatores romanos. Y es ansí que como oviesen algún prisionero de valor y cuenta, lo llevaban en medio de una plaza, donde tenían una gran rueda de más de treinta palmos de ancho de cada parte, y en medio de esta gran rueda otra menor, redonda, que servía de altar, como de un codo de alto del suelo, de la cual se ataba una muy grande soga y larga que no pasaba de los límites de la rueda mayor. Finalmente, al miserable prisionero le ataban con esta soga, a manera de toro que se ata en bramadero, y allí le ponían todos los géneros de armas con que se podía defender y ofender para que pudiera aprovechar de las que más gusto le diesen. Dábanle rodelas, espadas, arcos, flechas y macanas arrojadizas, porras de palo engastadas en ellas puntas de pedernales, y, puesto en este extremo, se cantaban cantares tristes y dolorosos. Mas el miserable hombre con esfuerzo y ánimo, como aquel que pensaba ir a gozar de la gloria de sus dioses, ansimismo se componía y, estando atado, salían a él tres o cuatro hombres valientes a combatir con él, y hasta que allí moría peleando no le dejaban, y ansí se defendía con tanto ánimo que algunas veces mataba antes que muriese más de cuatro. Aquí se probaban las fuerzas de algunos hijos de señores que salían aviesos e incorregibles, y probaban sus venturas otros por adiestrarse o por perder el miedo de la guerra. Acaeció en los tiempos en que ya los españoles se acercaban en su venida (y aún quieren decir que en aquel propio año) que prendieron los de Huexotzinco uno de los más valientes indios que entre los tlaxcaltecas obo, que se llamó Tlahuicole, que quiere decir "El de la divisa del barro", y era porque siempre traía por divisa una asa de un jarro, el cual era de barro cocido y torcido como una asa. Este fue tan esforzado y valiente que, con solo oír su nombre, sus enemigos huían de él. Fue de tan grandes fuerzas que la macana con que peleaba tenía un hombre bien que hacer en alzarla. Este quieren decir que no fue alto de cuerpo, sino bajo y espaldudo, de terribles y muy grandes fuerzas, que hizo hazañas y hechos que parecen cosas increíbles y más que de hombre. De modo que, peleando, donde quiera que entraba mataba y desbarataba de tal modo la gente que por delante hallaba, que en poco tiempo desembarazaban sus enemigos el campo. Finalmente, que al cabo de muchas hazañas y buenos hechos que hizo, le prendieron los huexotzincas atollado en una ciénega y, por gran trofeo, lo llevaron enjaulado a presentalle a Moctheuzoma a México, donde le fue hecha mucha honra y se le dio libertad para que se volviese a su tierra, cosa jamás usada con ninguno. Y fue esta la ocasión que como Moctheuzoma andaba en pretenciones de entrar por tierras de los tarascos michoacanenses, a causa que le reconociesen con plata y cobre que poseían en mucha suma y los mexicanos carecían de ella, pretendió por fuerza conquistar alguna parte de los tarascos. Mas como Catzonsí en aquellos tiempos reinaba, y fuese tan cuidadoso de conservar lo que sus antesores habían ganado y sustentado, jamás se descuidó en cosa alguna. Y ansí fue que hecha una muy gruesa armada por los mexicanos, al dicho Tlahuicole, prisionero de Tlaxcalla, se le encargó por parte de Moctheuzoma, la mayor parte de esta armada para hacer esta tan famosa entrada a los michoacanenses, la cual se hizo con inumerables gentes, y fueron a combatir las primeras provincias fronteras de Michoacan, que son las de Tacimaloyan, que los españoles llaman Taximaloa, Maravatío y Acámbaro, Oquario y Tzinapécuaro. Aunque esta tan grande entrada se hizo a costa de muchas gentes, que en ella murió de la una parte y de la otra, puso terrible espanto a los michoacanenses, no les pudieron entrar ni ganar cosa alguna de su tierra, a lo menos trajeron los mexicanos plata y cobre de la que pudieron robar en algunos reencuentros y alcances que hicieron en seis meses que duró la guerra, en la cual Tlahuicole hizo por su persona grandes hechos y muy temerarios, y ganó entre los mexicanos eterna fama de valiente y extremado capitán. Venido de esta guerra de Michoacan, Moctheuzoma le dio libertad para que se volviese a sus tierras o que se quedase por su capitán, el cual no quiso aceptar ni lo uno ni lo otro. No quiso quedar por capitán de Moctheuzoma por no ser traidor a su patria; lo otro porque él no quería volverse a ella por no vivir afrentado, pues que se tenía por afrenta cuando ansí eran presos en la guerra, sino que habían en ella de vencer o morir. Y ansí, pidió a Moctheuzoma que no quería sino morir y que, pues no había de servir en cosa alguna, le hiciese merced de solemnizar su muerte, pues quería morir como lo acostumbraban hacer con los valientes hombres como él. Visto por Moctheuzoma que no quería sino morir, mandó que se le cumpliese su demanda, y ansí fue que ocho días antes que muriese le hicieron muy grandes fiestas, bailes y banquetes, según sus antiguos ritos, y entre estos banquetes que le hicieron quieren decir que le dieron a comer ¡cosa vergonzosa y no para contada! la natura de su mujer guisada en un potaje, porque como estuviese de asiento más de tres años en México, la mujer que más quería le fue a ver para hacer vida con él o morir con su marido. Y ansí acabaren los dos en su cautiverio. Idos al sacrificio, el desventurado Tlahuicole fue atado en la rueda del sacrificio con mucha solemnidad, según sus ceremonias y, peleando, mató más de ocho hombres e hirió más de otros veinte antes que le acabasen de matar. Al fin, al punto que le derribaron, le llevaron ante Huizilopuhtli y allí le sacrificaron y sacaron el corazón, ofreciéndoselo al demonio, como lo tenían de costumbre. Este fue el fin del miserable Tlahuicole de Tlaxcalla, el cual no fue de los muy principales, sino un pobre hidalgo que por sola su valentía y persona había tenido valor, y si no fuera preso llegara a ser muy gran Señor en esta provincia.
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CAPITULO XV Funda el V. Padre la primera Misión, que dedicó a San Fernando, y sale con la Expedición para el Puerto de San Diego. Con motivo de la detención dé la Gente y Tropa de las Expediciones en el paraje nombrado de aquellos naturales Vellicatá, hubo lugar para que se explorase aquel terreno y todas sus cercanías, como también para que los Soldados hiciesen algunas casitas para resguardarse la temporada que duró la mansión; y asimismo una Capillita en que les dijo Misa el Padre Predicador Fr. Fermín Lazuén, cuando fue por la Cuaresma a confesar a la gente del primer trozo de la Expedición que queda ya citada; y habiendo llegado a aquel sitio el Señor Gobernador, y los Padres Presidente y Fr. Miguel de la Campa el día 13 de Mayo (como dije en el Capítulo antecedente) Vigilia de Pentecostés; les pareció que estaba acomodado para fundar allí una Misión, y más por haberles dicho lo mismo los Soldados, que habiendo estado en aquel paraje algunos meses con el ganado y caballada, habían registrado algunas leguas de su circuito. En esta atención, y que era muy conveniente para la comunicación desde San Diego a la antigua California, y que la Misión más inmediata a Vellicatá, era la de San Francisco de Borja, distante como sesenta leguas de tierra despoblada, estéril y falta de aguas, determinaron hacer el establecimiento en el citado sitio. Convenidos en esto, y no pudiendo demorarse, por la precisión de marchar para San Diego, se dispuso que el siguiente día (14 de mayo) tan festivo, como que era el del Espirítu Santo, se tomase posesión del terreno en nombre de nuestro Católico Monarca, y que se diese principio a la Misión. Luego que vieron estas resoluciones los Soldados, Mozos y Arrieros, dieron mano a limpiar la pieza que había de servir de Iglesia interina, y a adornarla según la posiblidad que había: colgaron las campanas, y formaron una grande Cruz. E1 día siguiente, 14 de mayo (como queda dicho) y primero de Pascua del Espirítu Santo, se dió principio a la fundación. Revistióse el V. Padre de Alba y Capa pluvial; bendijo Agua, y con ella el sitio y Capilla, e inmediatamente la Santa Cruz, la que habiendo sido adorada de todos, fue enarbolada y fijada en el frente de la Capilla. Nombro por Patrono de ella y de la Misión (al que lo es de nuestro Colegio) el Santo Rey de Castilla y León Señor San Fernando, y por Ministro de ella al Padre Predicador Fr. Miguel de la Campa Coz; y habiendo cantado la Misa primera, hizo una fervorosa Plática de la venida del Espíritu Santo, y establecimiento de la Misión. Concluido el Santo Sacrificio (que se celebró sin mas luces que de un cerillo, y otro pequeño cabo de vela, por no haber llegado las cargas en que venía la cera) cantó el Veni Creator Spiritus, supliendo la falta de Organo, y demás instrumentos músicos, los continuos tiros de la Tropa, que disparó durante la función; y el humo de la pólvora, al del incienso que no tenían. Por la urgencia con que debía salir la Expedición, no logró el V. P. Fundador el gusto de ver en esta Misión primera Bautismo alguno, como lo tuvo por primicia en las otras diez que estableció; pero delante de Dios no perdería el mérito de los muchos Gentiles que a su Majestad se convirtieron; pues pasado el tiempo de cuatro años, y cuando se entregó aquella Misión a los RR. PP. Dominicos, había en ella 296 cristianos nuevos de todas edades, según consta del Padrón que entregué a los mismos Padres, y firmado por ellos se remitió al Excmô. Señor Virrey. Habiéndose mantenido allí nuestro V. Fr. Junípero tres días, quiso el Señor enseñarle una Cuadrilla de Gentiles que en breve tiempo recibieron el Sagrado Bautismo, causándole grande regocijo, como manifiesta en la siguiente expresión de su Diario, que no omito insertar, ya que no puede ir todo por lo muy volumosa que se haría esta Relación. "Día 15 de Mayo, segundo día de Pascua, y de fundada la Misión, después de las dos Misas, que el padre Campa, y yo celebramos, tuve un gran consuelo, porque acabadas las dos Misas, estándome recogido dentro del jacalito de mi morada, me avisaron que venían, y ya cerca, Gentiles. Alabé al Señor, besé la tierra, dando a su Majestad gracias, de que después de tantos años de desearlos, me concedía ya verme entre ellos en su tierra. Salí prontamente, y me hallé con doce de ellos, todos varones, y grandes, a excepción de dos, que eran muchachos, el uno como de diez años, y el otro de diez y seis: vi lo que apenas acababa de creer, cuando lo leía, o me lo contaban, que es el andar enteramente desnudos, como Adán en el Paraíso, antes del pecado. Así iban, y así se nos presentaron; y los tratamos largo rato, sin que en todo él, con vernos a todos vestidos, se les conociese la mas mínima señal de rubor a estar de aquella manera desnudos. A todos, uno por uno, puse ambas manos sobre sus cabezas, en señal de cariño; les llené ambas manos de higos pasados, que luego comenzaron a comer; y recibimos, con muestras de apreciarles mucho, el regalo que nos presentaron, que fue una red de mescales tlatemados, y cuatro pescados, más que medianos y hermosos; aunque como los pobres no tuvieron la advertencia de destriparlos, y mucho menos de salarlos, dijo el Cocinero que ya no servían. El P. Campa también les regaló sus pasas: el Señor Gobernador les dió Tabaco en hoja: todos los Soldados los agasajaron y les dieron de comer; y yo con el Intérprete les hice saber que ya en aquel propio lugar se quedaba Padre de pie, el que allí veían, y se llamaba Padre Miguel: que viniesen ellos y demás gentes de sus conocidos a visitarlo, y que echasen la voz de que no había que tener miedo ni recelos que el Padre sería muy su amigo; y que aquellos Señores Soldados que allí quedaban junto con el Padre todos les harían mucho bien, y ningún perjuicio: Que ellos no hurtasen de las reses que iban por el campo; sino que en teniendo necesidad viniesen a pedir al Padre, y les daría siempre que pudiese. Estas razones y otras semejantes, parece que atendieron muy bien, y dieron muestras de asentirlas todos, de suerte que me pareció que no habían de tardar en dejarse coger en la red apostólica, y evangélica... Así fue, como después veremos: y el Señor Gobernador le dijo al que hacía de Capitán, que si hasta entonces no mas tenía este título, por el decir, o querer de sus gentes, que desde este día lo hacían Capitán, y con su poder, en nombre del Rey nuestro Señor. Viendo el citado Señor que tan prontamente ocurrían Gentiles a aquella primera Misión, puso luego en ejecución la orden que tenía del Señor Visitador general para entregar al Padre de aquella Misión la quinta parte del ganado vacuno, cuya porción recibió el Padre Campa en nombre de sus futuros hijos, señalando aquellas reses para distinguirlas de las demás que quedaron allí pertenecientes a las Misiones de Monterrey, por parecerle así conveniente al Señor Gobernador, pues ignoraba el éxito de las Expediciones. Dejó asimismo al citado padre cuarenta fanegas de Maíz, un tercio de Harina, y otro de pan bizcochado, chocolate, higos y pasas, para tener con qué regalar a los Gentiles para atraerlos; te dejó de resguardo una escolta de Soldados con su Cabo; y el mismo día 15 por la tarde salió la Expedición, aunque anduvo solas tres leguas. En los tres días que se mantuvo en Vellicatá no sintió nuestro V. Padre novedad alguna en el pie; desde luego que la alegría y divertimiento con la citada fundación le harían olvidar los dolores; pero no fue así, pues luego en la primera jornada de tres leguas, se le inflamó de tal suerte el pie y pierna, que parecía estar acancerado; y entonces eran con tanta vehemencia, que no lo dejaban sosegar; pero no obstante, sin decir nada anduvo otra jornada, también de tres leguas, hasta llegar al paraje nombrado San Juan de Dios. Allí se sintió ya tan agravado del accidente, que no pudiendo mantenerse en pie, ni estar sentado, hubo de postrarse en la cama, padeciendo los dolores con tanta fuerza, que le imposibilitaban el dormir. Viéndolo de esta suerte el Señor Gobernador, le dijo: "Padre Presidente, ya ve V. R. cómo se halla incapaz de seguir con la Expedición: estamos distantes de donde salimos sólo seis leguas; si V. R. quiere, lo llevarán a la primera Misión, para que allí restablezca, y nosotros seguiremos nuestro viaje". Pero nuestro V. Padre, que jamás desmayó en su esperanza, le respondió de esta manera: "No hable Vm. de esto, porque yo confío en Dios, me ha de dar fuerzas para llegar a San Diego, como me las ha dado para venir hasta aquí; y en caso de no convenir, me conformo con su santísima voluntad. Mas que me muera en el camino, no vuelvo atrás, a bien que me enterrarán y quedaré gustoso entre los Gentiles, si es la voluntad de Dios." Considerando el citado Señor Gobernador la firme resolución del V. Padre, y que ni a caballo ni a pie podía seguir, mandó hacer un tapestle en forma de parigüela o féretro de difuntos (formado de varas) para que acostado allí, lo llevasen cargado los Indios Neófitos de la California, que iban con la expedición para Gastadores y demás oficios que se ofreciesen. Al oir esto el V. Padre se contristó mucho, considerando (como prudente y humilde) el trabajo tan grande que se originaba a aquellos pobres en cargarlo. Con esta pena, recogido en su interior, pidió a Dios, le diese alguna mejoría, parta evitar la molestia que se seguía a los Indios, si lo conducían de este modo; y avivando su fe y confianza en Dios, llamó aquella tarde al Arriero Juan Antonio Coronel, y le dijo: "Hijo, ¿no sabrás hacerme un remedio para la llaga de mi pie y pierna?" Pero él le respondió: "Padre, ¿qué remedio tengo yo de saber? ¿que acaso soy Cirujano? Yo soy Arriero, y solo he curado las mataduras de las bestias". "Pues hijo: haz cuenta que yo soy una bestia, y que esta llaga es una matadura, de que ha resultado la hinchazón de la pierna, y los dolores tan grandes que siento, que no me dejan parar ni dormir; y hazme el mismo medicamento que aplicarías a una bestia". Sonriéndose el Arriero, y todos los que lo oyeron, le respondió: "Lo haré, Padre, por darle gusto". Y trayendo un poco de sebo, lo machacó entre dos piedras, mezclándole las hierbas del campo que halló a mano; y habiéndolo frito, le untó el pie y pierna, dejándole puesto en la llaga un emplasto de ambas materias. Obró Dios de tal suerte, que (como me escribió su Siervo desde San Diego) se quedó dormido aquella noche hasta el amanecer, que despertó tan aliviado de sus dolores y llaga, que se levantó a rezar Maitines y Prima, como lo tenía de costumbre; y concluido el rezo dijo Misa, como si no hubiera padecido tal accidente. Quedaron admirados así el Señor Gobernador como los demás de la Tropa al ver en el V. Padre tan repentina salud y alientos, que para seguir la Expedición tenía, sin que por su causa hubiese la más mínima demora. Continuó la Expedición su camino, siguiendo el rastro de los Exploradores, que era el mismo que había andado tres años antes el padre Wenceslao Link (según dijeron los Soldados que lo acompañaron en la expedición al Río Colorado) hasta un lugar que el citado Padre nombró la Cieneguilla, distante de la nueva Misión de San Fernando en Vellicatá veinte y cinco leguas al rumbo del Norte. Del citado sitio seguía el rastro de dicha Expedición, hacia el mismo viento, buscando el desemboque del Río Colorado, a donde no pudo llegar, porque (como dice en su Diario que formó y remitió al Exemô. Señor Virrey) a pocos días de haber salido de la Cieneguilla, encontraron con una grande Sierra, toda de piedra, donde por imposibilitadas las bestias, no pudieron seguir, y se vieron obligados a retroceder hasta la Misión frontera nombrada San Borja, de donde había salido la citada Expedición. De todo esto eran sabedores los de la nuestra, así por las noticias que daban algunos Soldados que iban en ella, y habían acompañado al Dicho Padre jesuita, como por las que ministraba el diario de éste, que tenía nuestro V. Fr. Junípero. Y como quiera que nuestras Expediciones no se encaminaban al Río Colorado, sino al Puerto de San Diego, dejaron el rumbo del Norte desde la Cieneguilla, y tomaron el del Noroeste, declinándose a la Costa del mar grande, o Pacífico; con lo cual lograron hallar el deseado Puerto de San Diego, a donde arribaron el día 1 de Julio, habiendo gastado en el viaje desde la Misión de San Fernando cuarenta y seis días. Cuando los individuos de esta Expedición divisaron aquel Puerto, desde luego parece se llenó a todos el corazón de alegría, según las demostraciones que hizo la Tropa en continuos tiros, a los cuales correspondió la del primer trozo que había llegado allí, el mismo día que en Vellicatá se celebró la fundación de la primera Misión nombrada S. Fernando. Asimismo acompañaron la salva los dos Barcos que estaban ya fondeados en el mismo Puerto, la cual duró hasta que apeándose todos, pararon a significarse su recíproco cariño con estrechos abrazos, y finos parabienes, de verse todas las Expediciones juntas, y ya en su anhelado destino. Las funciones que en aquel Puerto practicaron después de su llegada a él, así el Señor Gobernador (principal jefe y Comandante) como el R. P. Presidente, se verán en el siguiente Capítulo; el cual ocupará la Carta que a su llegada me escribió mi venerado P. Lector Fr. Junípero, en que me da noticia de su viaje, y del de los demás, con las providencias y determinaciones de los Señores Comandantes de mar y tierra.
contexto
CAPITULO XV Dáse noticia de los dos goviernos ultimos de la Audiencia de Charcas, el Paraguay y Buenos Ayres, de las missiones de la Compañia que hay en ellos con el methodo de su govierno y de su economía 384 El govierno del Paraguay ocupan las tierras que caen á la parte del sur de Santa Cruz de la Sierra y el oriente de las del Tucumán; por el sur linda con el de Buenos Ayres y, por el oriente, con la capitanía de San Vicente, en el Brasil, cuya capital es la ciudad de San Pablo. El primero que emprendió el descubrimiento de estas tierras fue Sebastian Gaboto, que, haviendo llegado el año de 1526 al rio de la Plata, subió con embarcaciones pequeñas por el rio Paraná y de él entró en el del Paraguay; despues se siguió en el de 1536 Juan de Ayolas, á quien havia conferido comission y dado la gente necessaria Don Pedro de Mendoza, primer governador de Buenos Ayres, de cuya orden fundó despues Juan de Salinas la ciudad de Nuestra Señora de la Asuncion, que hace cabeza á toda la provincia; pero como ninguno de estos concluyó enteramente el descubrimiento de toda ella ni la conquista de las naciones que la habitaban, la siguió Alvar Nuñez Cabeza de Baca, á quien por muerte de Don Pedro de Mendoza le fue dado el govierno de Buenos Ayres. 385 Las poblaciones de españoles que hay en el distrito de este govierno están reducidas á la ciudad de la Assuncion, Villa Rica y otros pueblos, cuyos vecindarios se componen de españoles, mestizos y algunos indios, aunque la mayor parte es gente de castas. La ciudad, y, á su corresponencia, la villa y demás pueblos, es reducida en capaciad y con poco orden; sus casas están interpoladas con huertas y arboledas sin formalidad; en ella reside el governador de la provincia; y aunque antiguamente pertenecian á su jurisdiccion parte de los pueblos que componen las missiones del Paraguay, desde pocos años acá se separaron de ellas y quedaron agregados al govierno de Buenos Ayres, no sucediendo lo mismo por lo correspondiente á la ecclesiastica porque esta subsiste en el pie que ha estado siempre. Hay en la Assuncion iglesia episcopal, cuyo cabildo se compone del obispo, quatro dignidades, dean, arcediano, chantre y thesorero, y dos canongias de presentacion. El cuidado de las parroquias de la ciudad y villa y del numero de pueblos dependientes del govierno está á el cargo de los padres del orden Seraphico, pero los pueblos de missiones, á el de la religion de la Compañia; y porque estos hacen el mayor numero de los de aquella provincia, se dirá de ellos en particular, reduciendome á la brevedad que se ha guardado en las noticias de los demás corregimientos. 386 Las missiones del Paraguay no solo se estienden sobre los territorios de la provincia de este nombre sino tambien en gran parte á los de Santa Cruz de la Sierra, Tucumán y Buenos Ayres, logrando en cosa de siglo y medio que se entablaron reducir al gremio de la Iglesia muchas naciones de indios, que en los distritos de estos quatro obispados vivian hasta entonces en el ciego error de su idolatría y en las torpezas de las costumbres barbaras heredadas de sus passados. El celo de la Compañia y el apostolico fervor de sus individuos dió principio á aquella conquista espiritual por la predicacion de los indios guaranies, que habitaban unos en las orillas de los rios Uruguay y Paraná, y otros como cien leguas mas arriba, en las tierras que están al noroeste del Guayrá; para apartarlos de allí y de la inmediacion de los portugueses, que, atendiendo entonces solo al fomento de sus colonias, entraban á perseguirlos con el fin de llevarlos esclavos á sus chaparas ó haciendas, les fue preciso transponerlos á las tierras del Paraguay en numero de casi doce mil personas, que eran las yá convertidas entre grandes y pequeñas de ambos sexos, y otras tantas del Tapé á fin de que viviessen con mas seguridad y menos inquietud. 387 Estos pueblos crecieron tanto con los que despues se convirtieron y se iban agregando que, segun una relacion muy fiel que pude haber hallandome en Quito, el año de 1734 eran 32 las poblaciones de guaranies que se contaban, y en ellas passaban de treinta mil familias las que los habitaban; pero como continuamente se acrecentaban los que recibian la fé y se producian en los medios yá fundados, se pensaba entonces en hacer otros tres pueblos, siendo estos 32 parte del obispado de Buenos Ayres y parte del de Paraguay . De la nacion de los indios chiquitos pertenecientes al obispado de Santa Cruz de la Sierra havia aquel mismo año siete pueblos de mucho gentío y tambien se disponía la fundacion de otros, pidiendolo assi el crecido numero de indios recien convertidos que se havian agregado á ellos. 388 Están las missiones del Paraguay cercadas por todas partes de indios gentiles, unos que viven en amistad con los que habitan en los pueblos y otros que los amenazan siempre con sus acostumbradas correrias, y en estas es en donde los padres missioneros hacen sus frequentes entradas para predicarles y persuadirles á que conozcan la razon y reciban la ley de Jesu Christo, no dexando de sacar mucho fruto porque siempre los mas racionales abren los ojos para conocer al Dios verdadero y salen de sus tierras á los pueblos de los christianos donde, despues de cathequizados, reciben el bautismo. 389 A cosa de cien leguas distante de las missiones, hay una nacion de infieles llamados guanoas, los quales son dificiles de atraer á la luz del Evangelio assi porque aman mucho la vida licenciosa como porque se han mezclado con ellos muchos mestizos y aun algunos españoles huidos por sus maldades de los pueblos de christianos, librandose por este medio de las penas que correspondian á sus delitos; el mal exemplo de estos indispone aquellos indios á prestar la atencion á lo que se les predica, agregandose el ser ellos de su natural ociosos y holgazanes, pues, aun para su sustento, no cultivan las tierras y viven de lo que pueden cazar; y como recelen que si se convierten y subordinen á los missioneros los harán trabajar, resisten el beneficio de la conversion por no perder el de su ociosidad; no obstante, suelen algunos entrar en los pueblos de christianos para visitar á sus parientes y ver como viven, y de estos quedarse entre ellos muchos que abrazan la religion. 390 Lo mismo casi sucede con los charrúas, los quales habitan en las tierras que median entre el rio Paraná y el Uruguay. Los que habitan en las orillas del rio Paraná desde el pueblo del Corpus arriba, llamados quañañas, son mas reducibles, y la predicacion hace en ellos algun mas fruto porque tienen aplicacion al trabajo y cultivan las tierras, coadyuvando tambien el no tener comercio ó comunicacion con los que se huyen de los antiguos pueblos. Cerca de la ciuad de Cordova, hay otra nacion de infieles llamados pampas, los quales, aunque frequentemente van á la ciudad á comerciar llevando algunas cosas comestibles, son dificiles de reducir, y estas quatro naciones de indios infieles que acaban de nombrarse son de paz. 391 391 Cerca de la ciudad de Santa Fé, que pertenece á la provincia de Buenos Ayres, hay otras varias que están continuamente en guerra, passando á tanto su ossadía que han solido llegar hasta las cercanías de las de Santiago y Salta, en el govierno de Tucumán, haciendo grandes estragos en las haciendas y poblaciones. Las otras naciones que habitan desde los confines de estos hasta los chiquitos y lago de Xarayes son poco conocidos; en años passados entraron missioneros de la Compañia para descubrirlos por el rio Pilcomayo, que atraviessa desde el Potosí hasta la Assuncion, y no lograron encontrarlos, contribuyendo á ello lo muy dilatado del país, el ser ellos errantes y sin poblaciones fixas y no ser en gran numero. Lo mismo que en esta ha sucedido en otras ocasiones en que se ha repetido la diligencia. 392 Los indios gentiles que habitan en las tierras desde la Asuncion para el norte son muy pocos; algunos han solido encontrar los missioneros, haciendo sus peregrinaciones para descubrirlos, y con facilidad los han reducido y llevado en su compañia á los pueblos de christianos, donde sin repugnancia han abrazado la religion. Los chiriguanos, de quienes yá se ha hablado, habitan tambien por aquella parte pero son dificiles de atraer á vida menos libre que la que ellos tienen en las montañas. 393 Las tierras que ocupan las missiones del Paraguay son, como puede inferirse por lo antecedente, bastantemente dilatadas. El temperamento, por lo general, en buena proporcion y humedo, sin que esto se oponga á que tambien haya algunos parages mas frios que templados; assi, los fértiles aquellas tierras y abundantes en toda suerte de mantenimientos tanto de los del país como de los llevados de Europa. Los frutos particulares que se cogen y con los que se comercia son algodón, cuya cosecha es tan abundante que en cada pueblo passa todos los años de dos mil arrobas; con este, hacen los indios texidos de lienzos y otras cosas, y despues salen á venderse fuera; cogese, assimismo, mucho tabaco, algun azucar, y excede á todo la labor de la yerva que llaman del Paraguay, cuyo renglon solo bastaria á hacer quantioso el comercio de aquella provincia, pues, siendo esta la unica donde se produce, passa de allí á todas las del Perú y Chile, y su consumo es de los mayores que se hacen en aquellos reynos por lo m uy introducido de su uso en todas partes, especialmente la que llaman caminí, que es de pura hoja, porque la otra, que dicen de palos, como menos fina y no tan á proposito para la bebida del mate, no tiene tanta estimacion. 394 Estos generos se llevan á vender á las ciudades de Santa Fé y Buenos Ayres, en donde tiene la Compañia un procurador particular que cuide de ellos, porque el encogimiento y cortos alcances de los indios, particularmente los guaranies, no es capaz de tales encargos. Estos procuradores reciben lo que se les remite del Paraguay y, expendido, emplean su importe en generos de Europa, segun lo necessitan los pueblos, assi para el beneficio de los propios indios, á quienes se les provee de todo, como para la decencia y adorno de las iglesias y manutencion de los curas que los assisten, y principalmente se separa de lo que cada pueblo embia el monto de tributos de sus indios, cuyo entero se hace en las Caxas reales adonde pertenece sin la mas leve demora, atrasso ni otro descuento que los estipendios ó synodos de los curas y pensiones de caciques. 395 Los demás frutos que se producen en aquellas tierras y los ganados que en ellos se crian sirven para la manutencion de sus moradores, distribuyendose todo con tanto orden y buen methodo que sería hacer agravio á la conducta sabia de los que dirigen aquellas missiones el omitir sus noticias y las de la formalidad en que están y se goviernan los pueblos. 396 Tiene cada una de los de las missiones del Paraguay, á semejanza de las ciudades y pueblos grandes de españoles, un governador, regidores y alcaldes. El governador es elegido por los mismos indios con la aprobacion de los curas para que assi no pueda recaer un empleo de graduacion entre ellos en persona que no sea digna de él y capaz de desempeñar cumplidamente las obligaciones en que se constituye; los alcaldes se nombran annualmente por los regidores, y el governador junto con ellos celan el buen régimen de los vecinos, y, para que ni unos ni otros puedan, conducidos de la propia passion ó ciegos de la ira, como gente en quien no concurren las mayores alcances usando de la autoridad de los empleos, cometer alguna tropelía ú ofensa contra los demás indios, les es prohibido el castigar á ninguno sin dar parte primero al cura para que este examine el delito y vea si es justa la pena; instruido el cura de ello y visto ser culpado el que lo cometió, dexa que le prendan, y luego á proporcion es castigado, á veces con el encierro en una prision por mas ó menos dias, á veces haciendolo ayunar, y, quando el delito es grande, dandole algunos azotes, que es el mayor castigo que allí se vé porque los excessos de aquellas gentes nunca llegan á tanto grado de malicia que necessiten mayor severidad, y esto porque, desde los principios de entablarse aquellas misszones, fue con tan buenas reglas que les hicieron abominar los homicidios, assesinatos y otros delitos de esta gravedad. Antes que se execute algun castigo, precede una platica que el cura con suavidad y agrado hace al delinquente, poniendole presente su culpa y la fealdad de ella, de modo que, convencido, llega á conocer la justicia del castigo y que la piedad con que se le trata le dispensa el passar por otro mayor; assi, aunque lo siente, como es natural, quando llega la execucion, lo recibe con humildad y resignacion conociendo que es él mismo quien se lo ha impuesto; y no llega el caso de que cobren odio á los curas ni de que se alboroten contra ellos, antes bien, por el contrario, es tanto el amor y veneracion que les tienen que, aun quando sin razon les impusiessen alguna pena, la tendrian por merecida segun la confianza y seguridad de que no los han de hacer castigar sin bastante causa. 397 Cada pueblo tiene una armería articular, y en ella están recogidas todas las armas de fuego y de corte con que se arman las milicias cuando llega el caso de salir á campaña, bien sea contra los portugueses ó contra los indios infieles de las naciones comarcanas; y para estar diestros en su manejo, hacen exercicio las tardes de los dias de fiesta en las plazas de los mismos pueblos, que son de bastante capacidad para ello. La gente hábil para tomar armas está compartida en cada pueblo en varias compañias con el numero de oficiales correspondiente, que son aquellos mas benemeritos por su juicio y conducta; y á proporcion del caracter, tienen vestidos muy lucidos galoneados de oro y de plata y con la divisa de sus pueblos; con estos lucen los dias de fiesta y quando assisten al exercicio militar. A este respecto, el governador, los alcaldes y regidores tienen vestidos de gala distintos del ordinario con que andan y correspondiente á su caracter y ministerio. 398 Hay escuelas de leer y escrivir en todos los pueblos y tambien de musica y de danza para la enseñanza de los muchachos, en cuyas artes suelen salir muy diestros porque, segun es la particular aplicacion de cada uno, assi lo aplican, y muchos que tienen genio para ello aprenden la latinidad y salen hábiles en ella. En uno de los patios de la casa que el cura de cada pueblo tiene, hay varios talleres de pintores, escultores, doradores, plateros, cerrageros, carpinteros, texedores, reloxeros y, assi, de toda suerte de artes y oficios mecanicos, donde trabajan diariamente los que son de cada uno de ellos para beneficio del pueblo baxo la direccion de algunos de los coadjutores, y entran al mismo tiempo á aprender los muchachos segun su particular aficion. 399 Las iglesias, además de su capacidad, son muy bien fabricadas y tan lucidas y adornadas que no embidian nada á las mas ricas del Perú, y hasta las casas de los indios son tan bien dispuestas, asseadas y proveidas de los adornos y muebles necessarios que sería de gran satisfaccion el que les igualassen las de muchos pueblos de españoles que hay en aquella America. Las mas son de tapia, otras de adoves y algunas de piedra, pero todas cubiertas de texas. La providencia de estos pueblos se halla tan adelantada que aun hasta casa particular tienen, donde se fabrica polvora para que no les falte la necessaria quando se ofrece tomar las armas y hacer los fuegos de artificio con que se solemnizan las funciones de Iglesia ú otras semejantes, siendo tanta la formalidad que guardan en estas que no se omite ceremonia alguna de quantas, para hacerlas mas plausibles, se practican en las grandes ciudades; y en la proclamacion de los reyes de España se disponen galas de nuevo distintas en la invencion de las que hasta entonces han servido para los regidores, alcaldes, governadores y oficiales de la milicia que deben concurrir á ella, como que assi lo pide la mayor recomendacion de tal assunto y lo requiere la mayor obligacion á manifestar los esmeros del afecto en las demostraciones del júbilo. 400 Las iglesias tienen su capilla de musica, compuesta de crecido numero de instrumentos de todas especies y cantores; celebrase en ellas el culto divino con la pompa y seriedad que en las cathedrales; y del mismo modo se hacen las processiones publicas, entre las quales se particulariza la del Corpus, á que acompañan el govierno, alcaldes y regidores con las galas reservadas para tales dias y las milicias en cuerpo de tropa, quedando para alumbrar la demás gente, que toda vá con buen orden y mucha reverencia. Disponense para ella danzas muy lucidas y bien distintas de las que se descrivieron en la primera parte tratando de la provincia de Quito, para las quales hay tambien vestidos muy costosos y galanos, no echandose menos nada de lo que hace magestuosa y grave esta funcion en las ciudades, donde procura distinguirse mas la devocion y la reverencia. 401 Tiene cada pueblo una casa á modo de beaterio, donde se pone á las mugeres que viven mal, y se retiran tambien á ellas las casadas que no tienen familia quando sus maridos están ausentes; para la subsistencia de esta casa, para la manutencion de los viejos y huerfanos y para los que por impedidos no pueden ganar el alimento, están destinados dos dias de la semana, y en ellos trabaja toda la gente de cada pueblo en una siembra comun que se nombra labor de la comunidad, y lo que sobra de lo que produce se aplica para los ornamentos y adornos de la iglesia y para los vestuarios de los mismos indios viejos, huerfanos ó impedidos, con cuyo govierno y régimen de nada carecen aquellos habitadores. Los tributos reales están pagados con puntualidad sin quiebras ni menoscabos, y en todo parece que reyna allí la felicidad, efecto de la paz y union de sus vecinos; y todo es debido á la vigilancia y cuidado con que se observan las prudentes y sabias maximas con que se estableció la policia en aquella nueva republica. 402 Los padres de la Compañia, curas de estas missiones, cuidan solamente de los efectos y generos que en ellas se fabrican ó producen, y sirven para comerciar por lo que corresponde á las de los indios guaranies, por ser el genio de ellos naturalmente amante de la ociosidad y desperdiciado, no sabiendo guardar lo que adquieren, y sin el cuidado de los padres, se dexarian abandonar á la pereza y carecerian de un todo. No sucede lo mismo con las missiones de los chiquitos porque son trabajadores, guardosos, aprovechados, y gastan lo que tienen con economía, tratando por sí sin necessidad de que otros intervengan en sus negociados. Los curas que assisten en los pueblos de esta nacion no tienen synodo por el rey, y los mismos indios los mantienen, labrando entre todos una chacara con toda suerte de simientes y frutos para el cura, la qual dá lo bastante para su regular gasto; y vendido lo que sobra, queda tambien para el adorno de las iglesias. 403 Para que á los indios no les falte nada de lo que pueden necessitar, tienen los curas el cuidado de proveerse de herramientas, ropas y otras mercancias; y quando aquellos las han menester, ocurren á él llevando por la permuta cera, de la mucha que se coge allí, y otros frutos del país, observandose en el cambio ó permuta una buena fé inalterable y gran legalidad para que assi no padezcan agravio los indios ni descaezca de su estado la alta reputacion de la justicia en que tienen á sus curas; estos remiten lo que reciben al superior de las missiones, que es distinto del de los guaranzes, y con su producto se vuelven á surtir de nuevos generos, evitandose assi el que los indios tengan que salir de sus tierras para proveerse de ellos y el grave perjuicio de que, passando áotras, contrayendo con la comunicacion los vicios de que están essentos. 404 No es menos particular que el govierno civil, politico y economico de estos pueblos su régimen espiritual; para este fin importantissimo, tiene cada uno su cura particular, á el qual acompaña otro sacerdote de la misma Compañia, y muchas veces dos, segun lo pide la capacidad y vecindario del pueblo. Entre estos dos ó tres sacerdotes, con seis muchachos que les sirven y assisten á la iglesia, forman una especie de pequeño colegio en cada pueblo, donde tienen arregladas todas las horas y exercicios con la misma formalidad que en los colegios grandes de las ciudades. El mas pesado exercicio de los curas es celar las chacaras de los indios, passando personalmente á visitarlas porque no las entreguen al descuido y abandonen, pues, es tal la desidia de los guaranies, que si faltara esta diligencia cessarian de darles el cultivo y beneficio que necessitan; assiste, igualmente, á la carnicería, publica, donde, matandose diariamente las reses necessarias de las que se hacen criar á los mismos indios, se reparten raciones de ella á todo el pueblo, proporcionandolas al numero de personas que compone cada familia, de modo que á ninguno falte lo necessario ni tenga cosa que sirva al desperdicio; visita igualmente á los enfermos para ver si se les assiste con caridad y amor; y estos exercicios le tienen tan ocupado casi todo el dia que le dexan tiempo para que ayude al coadjutor ó padre compañero en los oficios espirituales que corren á su cargo. Este debe hacer doctrina en la iglesia todos los dias de la semana, á excepcion de los jueves y sabados, para instruir en ella á los muchachos varones y hembras, siendo tantos los que hay en cada pueblo que passan de dos mil de ambos sexos; los domingos concurre todo el vecindario á la doctrina. Y demás de estas ocupaciones, tienen la de ir á confessar los enfermos y subministrarles el viatico quando están de cuidado, á que se agregan las otras funciones que son propias de los curas. 405 Estos, en todo rigor, deberian ser presentados en nominas de tres al governador, como á vice patrono, y habilitarse para el exercicio de curas por el obispo; pero atento á que siempre entre los tres comprehendidos en cada nomina hay uno mas benemerito y propio para él, y á que es este un assunto en el qual ninguno puede conocer mejor la aptitud de los sugetos que los provinciales de la religion, tienen tanto el governador como el obispo cedidas sus veces en él, y assi este las provee por sí y los promueve quando lo pide la ocasion. 406 En las missiones de los guaranies hay un padre superior de todas ellas, el qual nombra por sí los coadjutores ó curas compañeros de los demás pueblos. El lugar de su residencia es el pueblo de la Candelaria, que está en medio de todas las missiones, pero anda continuamente visitando los otros pueblos para cuidar de su buen govierno y procurar su aumento, disponiendo al mismo tiempo que algunos padres hagan entradas en los paises de infieles para irlos atrayendo y ganando la voluntad. No pudiendo, pues, él solo atender á tanto como está á su cargo, hay dos vice superiores que residen el uno en el Paraná y otro en el rio Uruguay, de modo que todas estas dos doctrinas vienen á ser como un colegio muy esparcido, de quien el superior es rector, y cada pueblo, una casa de familia bien cuidada y atendida por su padre, que es el cura. 407 En los pueblos de las missiones guaranies, dá el rey la congrua ó synodo á los curas, siendo el de cada uno 300 pesos al año, comprehendido el estipendio del ayuda de cura. Esta suma entra en poder del superior, el qual les subministra mensualmente lo que necessitan assi para su manutencion como para el vestuario; y siempre que han menester alguna cosa fuera de lo ordinario, ocurren á él, y se les acude con puntualidad. 408 Las missiones de los indios chiquitos, como ya se dixo, tienen superior aparte, cuyas funciones son las mismas que las de los guaranies; y por el mismo termino y methodo, las de los curas, si bien no de tanto trabajo porque la aplicacion de los indios les exime de la pension de haver de celar en los assuntos que se dirigen á su propia utilidad. 409 Todos estos indios son muy propensos á padecer algunas enfermedades contagiosas, como viruelas, fiebres malignas y otras, á que dan el nombre de peste vulgarmente por el grande estrago que causan en ellos, y estos accidentes son causa de que aquellas poblaciones no se aumenten como sería correspondiente al mucho gentío que hay en ellas, á el tiempo que ha passado de su reducion y al descanso y conveniencias con que viven. Quando reynan estas enfermedades, se aumenta considerablemente el trabajo de los curas y coadjutores, y entonces acuden otros mas de los regulares á ayudarles en la assistencia de los enfermos. 410 Los padres missioneros no consienten que ninguno de los que habitan el Perú, españoles ó de otra nacion, mestizos y ni aun indios, entren en las missiones que están á su cargo en el Paraguay, no por embarazar el que se reconozca y sepa lo que allí se comprehende ni porque se recelen perder la oportunidad de ser los unicos en el comercio de los frutos que allí se producen ni por ninguna otra de las causales que aun con menos fundamento presumen muchos de sus émulos, adelantando la malicia hasta cerrar el passo á la razon, sino porque aquellos indios que no hicieron mas que salir de la rusticidad de las selvas y entrar en la doctrina y documentos que les enseñaron se mantienen en tal estado de inocencia y simplicidad que no tienen noticia de otros vicios que los comunes entre ellos, y aun estos los han ido abominando con las continuas amonestaciones, consejo y direccion de los padres, de tal modo que muchos los han olvidado enteramente y los demás los reparan con horror en los antiguos y los notan en ellos con verguenza. Estos indios no conocen la inobediencia, el rencor, la embidia ni otras passiones que son la lima sorda con que se destruyen y aniquilan los pueblos; si entraran allí otras gentes, no bien havrian dado los primeros passos en la tierra quando les empezarian con el exemplo á dar lecciones de lo que ignoran; y perdida la verguenza y el respeto con que ahora miran los documentos de sus curas, dentro de muy breve tiempo se perderia el florido fruto de tantas almas como dan el mas debido culto al verdadero Dios y de tantos vassallos como reconocen al soberano sin violencia por unico señor natural. 411 Estos indios viven ahora con una total confianza de que todo lo que sus curas les aconsejan es bueno y malo todo lo que les reprehenden, lo que no sucederia tan fácilmente si viessen otras gentes en quienes hacía menos efecto la doctrina del Evangelio y que sus operaciones eran opuestas á lo que se les predicaba. Están al presente persuadidos á que en los tratos y comercio se debe obrar con legalidad y no conocen el engaño, la falta de correspondencia ni la mala fé, siendo cosa cierta que, si se permitiesse el que todos entraran á tratar con ellos, sería el primer efecto de este comercio que, procurando unos tener los efectos que comprassen por menos precio y vender los suyos con la mayor reputacion, dentro de poco los harian caer en esta malicia y con ella en otras muchas que le son accesorias, á cuyo respeto sucederla lo mismo en todos los demás assuntos de otra naturaleza; y perdido una vez el pie del buen govierno, nunca lo volverian á recuperar. No es mi animo en manera alguna ofender con lo que acabo de exponer la buena reputacion de los españoles ú otras gentes de aquellas partes que están en proporcion á poder entrar en el Paraguay, dandoles el carácter de viciosos ó de costumbres pervertidas, pero, como es, sin duda, que entre muchos no dexa de haver alguno que sea comprehendido en ellas, y baste uno de estos para inficionar todo un país, ¿quien podrá assegurar que, de consentirse allí la entrada de forasteros, no irá entre ellos alguno que las lleve y las comunique? O que quizás, ¿no será este el primero que entre? Nadie lo assegurará, y este es el fundamento que los padres de la Compañia han tenido siempre y conservan para no admitirlos allí, en que los debe confirmar la lastimosa experiencia de lo que por iguales causas se padece en otras doctrinas del Perú. 412 Aunque no hay minas de oro ni de plata en aquella parte del Paraguay que siempre han ocupado las missiones, las hay en tierras de su pertenencia y dominios de los reyes de España, las que disfrutan los portugueses por haverse introducido hasta el lago de Xarayes, en cuya inmediacion ha poco mas de 20 años que se descubrieron unos minerales ricos de oro; y apropiandoselos sin mas fundamento que la ocupacion, se han mantenido en ella desentendiendose del remedio los ministros de España por no alterar con alguna expedicion la paz y buena correspondencia que se guarda entre dos naciones tan vecinas y parciales. 413 Estiendese la jurisdiccion eclesiastica del obispado de Buenos Ayres á los paises que son del govierno del mismo nombre, el qual, teniendo principio por el oriente en las costas maritimas orientales y meridionales de aquella America, confina por el occidente con las tierras del Tucumán; por norte, con las del Paraguay; y por el sur, con las tierras magallanicas, siendo las de su pertenencia las que forman las orillas del gran rio de la Plata, cuyo descubrimiento se debió á Juan Diaz de Solís, que, saliendo el año de 1515 de España con dos embarcaciones á este fin, arribó á sus orillas y tomó possession el rey de España, bien que, engañado de las aparentes demostraciones de paz que daban los indios, salió á tierra, y, alexandose de la playa, á muy corta distancia cargaron sobre él y le dieron muerte. El mismo viage repitió en el año de 1526 Sebastian Gaboto, el qual, entrando en el rio, descubrió la isla de San Gabriel, cuyo nombre le impuso, y, passando adelante, descubrió otro rio que desaguaba en el de la Plata, á quien impuso el de San Salvador, y en él hizo que entrasse su armada y la descargó, á que contribuyó el ser fondable; y haviendo fabricado una fortaleza y dexado en ella parte de su gente, continuó con la restante su navegacion por el rio Paraná cosa de 200 leguas, descubriendo tambien el del Paraguay. Gaboto, haviendo rescatado algunas planchas de plata de los indios que encontró, y particularmente de los guaranies, quienes la llevaban de las otras provincias del Perú, persuadido á que las sacaban de las inmediaciones de aquel rio, le dió el nombre de la Plata, y este ha prevalecido á el de rio de Solís, que antes tuvo, tomandolo desde su primer descubridor, el qual solo se conserva en un pequeño rio que está al occidente de la bahía de Maldonado como de 7 á 8 leguas. 414 Hace cabeza en este govierno la ciudad de Nuestra Señora de Buenos Ayres fundada el año de 1535 por Don Pedro de Mendoza, que fue el primero á quien se le confirió aquel empleo. Este la dispuso en un sitio llamado cabo Blanco, en la costa austral del rio de la Plata y junto á un riachuelo que hace su curso por allí; su latitud, segun la determinó el padre Feville por observacion, es de 34 grados 34 minutos 38 segundos austral; diósele el nombre de Buenos Ayres por serlos efectivamente los de aquella atmosphera. La planta de la ciudad es en un espacioso llano, algo elevado del plano, por donde corre el pequeño rio que le hace vecindad, siendo bastante su extension, pues se regula de hasta tres mil casas, donde habitan assi los españoles como la demás gente de castas que residen allí. La poblacion es prolongada y angosta; las calles, derechas y de proporcionado ancho, y la plaza principal, muy espaciosa y vecina al pequeño rio, ocupando la fachada que corresponde á este una fortaleza donde hace su continua residencia el governador, y la guarnecen con las demás fortalezas hasta mil hombres de tropa reglada. Las casas, aunque en lo antiguo eran por la mayor parte de tapias, cubiertas de paja y baxas, modernamente se han mejorado contruyendolas de cal y ladrillo con un alto, y casi todas están yá cubiertas de texa. 415 La iglesia cathedral, que es muy buena, sirve de parroquia á la mayor parte del vecindario pues, aunque hay otra á los extremos de la ciudad, es particular para los indios ó naturales. El cabildo se compone del obispo, dean, arcediano, una canongia de oposicion, que es la magistral, y otra de presentacion. Además de las dos iglesias referidas, hay varios conventos y una capilla real en la fortaleza. El govierno economico, politico y civil y el cuerpo de ciudad es en todo conforme á lo que queda dicho de otras. 416 El temperamento no tiene diferencia al que es regular en España. Las estaciones del año se distinguen en la misma conformidad; en el ibierno son frequentes y grandes los aguaceros, acompañandolos grandes tormentas de truenos y rayos que ponen horror á los habitadores; y en el verano se mitiga la fuerte influencia de los rayos del sol con algunos vientos suaves que se levantan desde las 8 ó 9 de la mañana en adelante. 417 Circundan á la ciudad unas campañas muy dilatadas y amenas, donde se estiende la vista sin embarazo para lograr el recreo de la verde yerva que las viste con igualdad. Su fertilidad hace sean las carnes tan abundantes que su valor por lo inferior no puede compararse con el que tienen en la ciudad mas abastecida y comoda de Europa ó de las Indias, siendo el cuero de las reses el que ordinariamente se compra; á esto se agrega el buen gusto porque, estando siempre gordas, nunca dexa de ser delicado. Las campañas que se estienden de Buenos Ayres para el occidente y sur y acia el norte estaban ahora 20 años tan poblados de ganados bacuno y cavallar silvestre que su mayor costo consistia en el trabajo de irlo á coger, y despues se vendia un cavallo por un peso de aquella moneda, y una baca, escogida en tropa de 200 á 300, por quatro reales. Aunque en los tiempos presentes no faltan, no es con aquella abundancia, y están algo mas retirados por las crecidas matanzas que tanto los españoles como los portugueses han hecho para aprovecharse de la corambre, principal renglon de aquel comercio. 418 A proporcion de las carnes, es abundante de caza y no menos de pescado, el qual se logra en aquel rio de varias especies, particularizandose la de los pexe reyes, que los hay de media vara y aun algo mas de largo. En frutas es tambien muy abastecida, lograndose de las europeas y criollas. Y por todo lo que se ha referido, es un país de los mas regalados que se pueden imaginar para las comodidades de la vida, haciendo excesso sobre todo la sanidad del ayre que en él corre. 419 Dista esta ciudad del cabo de Santa Maria, que está á la entrada del rio de la Plata por la costa del norte, 77 leguas. Y como el fondo del rio no es suficiente para que los navios grandes entren hasta Buenos Ayres, se quedan en una de las dos bahías que hay en la misma costa; la mas oriental dista de aquel cabo 9 leguas, á quien dan el nombre de Maldonado; y la otra, llamada Monte Video, tomandolo de un cerro alto que le está inmediato, como 20 leguas ó poco mas del mismo cabo. 420 A la governacion de Buenos Ayres son pertenecientes otras tres ciudades nombradas Santa Fé, las Corrientes y Montevideo. La fundacion de esta ultima es muy moderna, hallandose situada en los bordos de la bahía, de quien toma el nombre. Santa Fé cae al noroeste de Buenos Ayres, de cuya ciudad dista como 90 leguas, y su situacion es en la orilla del rio de la Plata, entre este y el rio Salado, que, passando por las tierras del Tucumán, entra en aquel; es de capacidad reducida, y sus casas guardan poca formalidad, provenido en parte de los insultos que en los tiempos passados y aun en los presentes ha padecido de los indios infieles, los quales, saqueandola con muerte de los moradores de aquellas campañas inmediatas, la han tenido en continua zozobra; por medio de esta ciudad, se hace el comercio de la yerva caminí y de palos entre el Paraguay y Buenos Ayres, segun antes queda dicho. La ciudad de las Corrientes, cuya situacion es en la costa oriental del rio de la Plata, entre este y el Paraná, dista de la de Santa Fé acia la parte del norte como cien leguas y hace frente á la governacion del Paraguay; su capacidad y disposicion aun es mas reducida y mal dispuesta que la de Santa Fé, no teniendo de ciudad mas que el titulo. En cada una de estas dos hay corregidor particular, que es theniente del governador, y la gente de sus vecindarios, no menos que la que tiene su demora en las campañas esparcidas en casas de campo ó poblaciones pequeñas, forman distintos cuerpos de milicias, que, uniendose quando los insultos de los indios amenazan, les hacen frente para defenderse de sus acostumbradas correrias. Parte de los pueblos de las missiones del Paraguay, como queda dicho, pertenecen á este obispado; y en quanto á la jurisdiccion real, son al presente dependientes del governador de Buenos Ayres todas las missiones del Paraguay por haverse segregado de aquel govierno las que antes estaban unidas á él. 421 Haviendose dado fin con el govierno de Buenos Ayres á las noticias de los que pertenecen á las dos Audiencias de Lima y Charcas y á las de los corregimientos comprehendidos en sus obispados, solo resta para concluir con las de todo el virreynato del Perú dar razon del reyno y Audiencia de Chile; pero debiendose tratar de ella con alguna mas extension, me ha parecido conveniente reservarlas á el siguiente libro. Las que se han incluido en este, segun he advertido en su lugar, eran dignas de mayor obra pues, por lo que se ha dicho en la primera parte de la provincia de Quito, se podrá inferir lo que serán las dos de que vá hecha aqui mencion, tanto por lo tocante al numero crecido de pueblos y gentío que estos encierran quanto por lo correspondiente á su comercio y tráfico. Y para formar un juicio mas completo, podrá fixarse la atencion; lo uno, en que la provincia de Quito está reducida á un obispado y parte de otro, comprehendiendo por el contrario la de Lima un arzobispado y quatro obispados, y la de Charcas, un obispado mas; y lo otro, que en la provincia de Quito son pocos los minerales que se trabajan y estos con ningun fomento, quando en las de Lima y Charcas están corrientes los mas por su mayor opulencia; y siendo estos el atractivo de la gente y el embeleso del comercio, corresponde en ellas mayor riqueza, mas crecido numero de habitadores, mas frequente tráfico y mas pronto y regular expendio de los generos que á ellas se conducen. Con todo, no es proporcionada la gente que hay en aquellas provincias á el dilatado espacio que ocupan, y se dice con bastante fundamento estar muchas despobladas porque no contradice á esto el que un corregimiento contenga veinte pueblos quando sus tierras se dilatan por partes treinta ó mas leguas y quince por donde menos, pues, si se forma una area quadrilonga con estas proporciones, contendrá quatrocientas y cinquenta leguas quadradas de territorio, en cuya suposicion corresponderán á cada uno de los 20 pueblos á razon de veinte y dos leguas y media quadradas, y esto es formando el cálculo por las menores distancias respeto de que, como queda visto por las noticias particulares de cada corregimiento, hay muchos que exceden considerablemente estas proporciones como tambien otros que, sin ser menores en extension, no llegan sus pueblos al numero de veinte. 422 Por lo correspondiente á lo que se produce y fabrica en cada uno de estos corregimientos, debe entenderse que solo se ha dicho aquello mas general y que además hay otras cosas particulares que se hacen ó crian en algunos pueblos, no siendo comunes á los otros, á semejanza de lo que sucede en los de la provincia de Quito, cuyas noticias podrán servir de modelo para formar concepto de lo que son aquellos paises, los quales se hacen dignos de la mayor atencion no solo por sus riquezas, por su fertilidad, por su vasta extension y por tantos otros motivos que concurren en ellos, correspondiendo agradecidos á los cuidados de su conversion y siendo los mas leales á la real corona, sino mas principalmente por la felicidad con que se ha establecido en ellos la religion, dando adoracion á Dios y obediencia al Romano Pontifice, su vicario, tantas almas sacadas del gentilismo é idolatría á esfuerzos del catholico celo de nuestros monarcas y cuidados del Supremo Consejo de las Indias.
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Capítulo XV De Yahuar Huacac, ynga y rey séptimo Este Ynga y señor Yahuar Guacac fue siendo mozo enfermo de sangre que le salía por las narices, la cual enfermedad le duró muchos años; algunos dicen que siendo muchacho le hurtaron sus enemigos y lo llevaron a Vilcabamba, a donde le quisieron matar y lloró lágrimas de sangre, por lo cual lo dejaron y él se fue a los llanos a curar de su enfermedad, donde en una india yunga tuvo tres hijos. Después envió a conquistar nuevas tierras y en ganando les mandaba tomar la Guaca principal y traerla al Cuzco, con que tenía toda aquella gente sujeta del todo sin osar revelarse, y contribuyan personas y riquezas para los sacrificios y guardas de las Huacas, y la Huaca poníala en el templo del sol en Curi Cancha, donde había muchos altares e ídolos, como en su lugar propio diremos. Fue casado con Ypaguaco Coya, por otro nombre llamada Mamá Chiquia; dejó un hijo llamado Viracocha Ynga y una hija llamada Mamayunto Coya, que después fue Coya. Su figura es esta que se ve.
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Cómo los Reyes Católicos mandaron volver al Almirante, y le concedieron cuanto pedía Siendo ya entrado el mes de Enero de 1492, el mismo día que el Almirante salió de Santa Fe, disgustando su partida, entre otros, a Luis de Santángel, de quien arriba hemos hecho mención, anheloso éste de algún remedio, se presentó a la Reina, y con palabras que el deseo le suministraba para persuadirla, y al mismo tiempo reprenderla, le dijo, que él se maravillaba mucho de ver que siendo siempre Su Alteza de ánimo presto para todo negocio grave e importante, le faltase ahora para emprender otro en el cual poco se aventuraba, y del que tanto servicio a Dios y a exaltación de su Iglesia, podía resultar, no sin grandísimo acrecentamiento y gloria de sus reinos y estados; y tal, finalmente, que si algún otro príncipe consiguiera lo que ofrecía el Almirante, era claro el daño que a su estado vendría; y que, en tal caso, de sus amigos y servidores sería con justa causa gravemente reprendida y censurada de sus enemigos. Por lo cual, todos dirían después, que le estaba bien merecida tan mala suerte; que ella misma se apenaría, y sus sucesores sentirían justo dolor. De consiguiente, pues que el negocio parecía tener buen fundamento, el Almirante, que lo proponía, era hombre de buen juicio y de saber; no pedía más premio sino de lo que hallase, y estaba presto a concurrir en parte del gasto, y aventuraba su persona, no debía Su Alteza juzgar aquello tan imposible como le decían los letrados, y que era vana la opinión de quienes afirmaban que sería reprensible haber ayudado semejante empresa, cuando ésta no saliese tan bien como proponía el Almirante; así que, él era de contrario parecer y creía que más bien serían juzgados los Reyes como príncipes magnánimos y generosos, por haber intentado saber las grandezas y secretos del universo. Lo cual habían hecho otros reyes y señores, y les era atribuido como gran alabanza. Pero aunque fuese tan incierto el buen éxito, para hallar la verdad en tal duda estaba bien empleada una gran cantidad de oro. A más de que el Almirante no pedía más que dos mil quinientos escudos para preparar la armada; y también para que no se dijese que el miedo de tan poco gasto la detenía, no debía en modo alguno abandonar aquella empresa. A cuyas palabras la Reina Católica, conociendo el buen deseo de Santángel, respondió dándole gracias por su buen consejo, diciendo que era gustosa de aceptarlo, a condición de que se dilatara la ejecución hasta que respirase algo de los trabajos de aquella guerra; y también aunque él opinase de otro modo, se hallaba pronta a que con las joyas de su Cámara se buscase algún empréstito por la cantidad de dinero necesaria para hacer tal armada. Pero Santángel, visto el favor que le hacía la Reina en aceptar por su consejo aquello que por el de otros habían antes rechazado, respondió que no era menester empeñar las joyas, porque él haría un pequeño servicio a Su Alteza, prestándole de su dinero. Con tal resolución, la Reina mandó pronto un capitán por la posta, para que hiciese tornar al Almirante. Dicho capitán lo encontró cerca del Puente de Pinos que dista dos leguas de Granada, y aunque el Almirante se dolía de las dilaciones y la dificultad que había encontrado en su empresa, sin embargo, informado de la determinación y voluntad de la Reina, regresó a Santa Fe, donde fue bien acogido por los Reyes Católicos; y pronto fue cometida su capitulación y expedición al secretario Juan de Coloma el cual, de orden de Sus Altezas, y con la real firma y sello, le concedió y consignó todas las capitulaciones y cláusulas que, según hemos dicho arriba, había demandado, sin que se quitase ni mudase cosa alguna.
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CAPÍTULO XV De la profecía de Abdías que algunos declaran de estas Indias No falta quien diga y afirme que está profetizado en las Divinas Letras, tanto antes, que este Nuevo Orbe había de ser convertido a Cristo, y eso por gente española. A este propósito declaran el remate de la profecía de Abdías, que dice así: "Y la transmigración de este ejército de los hijos de Israel, todas las cosas de los cananeos hasta Sarepta, y la transmigración de Jerusalén, que está en el Bósforo, poseerá las ciudades del Austro, y subirán los salvadores al monte de Sión para juzgar el monte de Esaú, y será el reino para el Señor." Esto es puesto de nuestra Vulgata así a la letra. Del hebreo leen los autores que digo, en esta manera: "Y la transmigración de este ejército de los hijos de Israel, cananeos hasta Sarfat (que es Francia) y la transmigración de Jerusalén, que está en Sefarad (que es España) poseerá por heredad las ciudades del Austro, y subirán, los que procuran la salvación al monte de Sión, para juzgar el monte de Esaú, y será el reino para el Señor." Mas porque Sefarad, que San Jerónimo interpreta el Bósforo o estrecho, y Los Setenta interpretan Eufrata, signifique a España, algunos no alegan testimonio de los antiguos ni razón que persuada, más de parecelles así. Otros alegan a la paráfrasis Caldaica que lo siente así, y los antiguos rabinos, que lo declaran de esta manera. Como a Sarfat, donde nuestra Vulgata y Los Setenta tienen Sarepta, entienden por Francia. Y dejando esta disputa, que toca a pericia de lenguas, ¿qué obligación hay para entender por las ciudades de Austro o de Nageb (como ponen Los Setenta) las gentes del Nuevo Mundo? ¿qué obligación también hay, para entender la gente española, por la transmigración de Jerusalén en Sarafad, ni no es que tomemos a Jerusalén espiritualmente, y por ella entendamos la Iglesia? De suerte que el Espíritu Santo, por la transmigración de Jerusalén, que está en Safarad, nos signifique los hijos de la Santa Iglesia, que moran en los fines de la tierra o en los puertos; porque eso denota en lengua siriaca Sefarad, y viene bien con nuestra España, que según los antiguos es lo último de la tierra y casi toda ella está rodeada de mar. Por las ciudades del Austro o del Sur, puédense entender estas Indias, pues lo más de este Mundo Nuevo está al Mediodía, y aun gran parte de él mira el polo del Sur. Lo que se sigue y subirán los que procuran la salvación, al monte de Sión, para juzgar el monte de Esaú, no es trabajoso de declarar, diciendo que se acojen a la doctrina y fuerza de la Iglesia santa, los que pretenden deshacer los errores y profanidades de los gentiles; porque eso denota juzgar al monte de Esaú. Y síguese bien, que entonces será el reino no para los de España o para los de Europa, sino para Cristo Nuestro Señor. Quien quisiere declarar en esta forma la profecía de Abdías, no debe ser reprobado, pues es cierto que el Espíritu Santo supo todos los secretos tanto antes; y parece cosa muy razonable que de un negocio tan grande como es el descubrimiento y conversión a la Fe de Cristo, del Nuevo Mundo, haya alguna mención en las Sagradas Escrituras. Esaías dice: "¡Ay de las alas de las naos que van de la otra parte de la Etiopía!" Todo aquel capítulo, autores muy doctos le declaran de las Indias, a quien me remito. El mismo Profeta, en otra parte, dice que los que fueron salvos de Israel, irán muy lejos a Tarsis, a islas muy remotas, y que convertirán al Señor muchas y varias gentes, donde nombra a Grecia, Italia y África y otras muchas naciones, y sin duda se puede bien aplicar a la conversión de estas gentes de Indias. Pues ya lo que el Salvador con tanto peso nos afirma, que se predicará el Evangelio en todo el mundo, y que entonces verán el fin, ciertamente declara que en cuanto dura el mundo hay todavía gentes a quien Cristo no esté anunciado. Por tanto, debemos colegir que a los antiguos les quedó gran parte por conocer, y que a nosotros hoy día nos está encubierta no pequeña parte del mundo.
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En que se cuenta la venida del licenciado Alonso Pérez de Salazar, licenciado Gaspar de Peralta, doctor don Francisco Guillén Chaparro, el licenciado Juan Prieto de Orellana, segundo visitador, con lo sucedido en estos tiempos Era ya entrado el año de 1582, y dentro de pocos días, por la vía de la isla española de Santo Domingo, se tuvo aviso y pliego en que por él se supo nueva del visitador y de oidores y fiscal para la Real Audiencia, con lo cual se apagó de todo punto el fuego que andaba, y se encogieron los ánimos de los mal intencionados. Los primeros que llegaron a esta Real Audiencia, en el propio año, fueron el licenciado Alonso Pérez de Salazar, oidor más antiguo, y en su compañía vino el doctor Francisco Guillén Chaparro, que traía la plaza de fiscal, con que quedaron el oidor Pedro Zorrilla y el licenciado Orozco; con lo cual salieron a la plaza los que huían de ella, culpados y no culpados. El visitador Juan Prieto de Orellana, que vino en la mesma ocasión, no subió tan presto a este reino por tener negocio que hacer en Cartagena, tocantes a su visita. Entró en esta ciudad el propio año de 1582, y la primera visita que hizo el propio día que entró fue a la iglesia mayor, donde hizo oración, y de ella fue a las casas reales, donde estaba preso el licenciado de Monzón, y le sacó de la prisión, poniéndolo en la plaza en su libertad, del cual se despidió y se fue a la posada que le estaba aderezada. Serían las cuatro horas de la tarde, cuando Monzón salió a la plaza. Encaminóse a hacer oración a la iglesia mayor. Fue tanta la gente que acudió a darle el parabién y abrazarle, que no le dejaban dar paso; tocaron el Ave María, y con esto tuvo lugar de irla a rezar a la iglesia. El día siguiente se soltaron todos los demás presos comprendidos en la visita, y entre ellos a Juan Roldán, que salió diciendo: "Vosotros sois güelfos y gibelinos; no más con vosotros, no a par de vosotros"; y así lo cumplió. Y con esto volvamos al licenciado Alonso Pérez de Salazar y a su gobierno, porque es de mi devoción, y a quien fui yo sirviendo hasta Castilla con deseo de seguir en ella el principio de mis nominativos. Digo, primero, que lo restante del año de 1582 y parte del de 1583, gastó el visitador Orellana en la visita del licenciado Orozco y el oidor Zorrilla, y con lo que de ella resultó en aquella ocasión los envió presos a Castilla, bajo de fianzas, a donde se presentaron en Corte; y luego fue prosiguiendo en la visita, tomándola desde donde la había dejado el licenciado Monzón, al cual también envió a España en seguimiento de sus negocios; el cual llegado a Cartagena, halló cédula de Su Majestad, en que le mandaba ir por oidor más antiguo a la Audiencia Real de Lima, para donde se partió luego dejando el viaje de España, que les estuvo muy bien a Zorrilla y Orozco, que negociaron como quisieron. Luego diré lo que le sucedió a Monzón en Lima. Mientras el visitador se ocupaba en la visita de Zorrilla y Orozco, el licenciado Alonso Pérez de Salazar se ocupaba en castigar ladrones, que había muchos con los bullicios pasados, aunque agora no faltan. También se ocupaba en limpiar la tierra de vagamundos y gente perdida. ¡Oh si fuera agora, y qué buena cosecha cogiera! Harto mejor que nosotros la hemos tenido de trigo, por ser el año avieso, y hasta agora no he visto ninguno para holgazanes y vagamundos. ¡Quiera Dios que el gobernador que tenemos tope con ellos y resucite al licenciado Pérez de Salazar! Este oidor puso los primeros corregidores en los partidos de los pueblos de los indios; y él fue el que mandó hacer la fuente del agua que hoy está en esta plaza, para buena memoria suya. En cuanto a su justicia y no dejar delito sin castigo, fue muy puntual. Del Pirú sacó un hombre que había cometido un grave delito en ese Reino, y lo ahorcó en esta plaza. A dos hidalgos que habían bajado del Pirú, llamados X. de Bolaños y el otro Sayabedra, los mandó degollar; y fue el caso y culpa así: Salieron estos dos hombres de esta ciudad haciendo viaje a la villa de la Palma; hicieron noche en una estancia junto al pueblo de Simijaca, donde los hospedaron. El día siguiente madrugaron, y en pago del hospedaje llevóle el Sayabedra al huésped una india de su servicio. Es la ingratitud pecado luciferino, y así penan en el infierno el capitán y los soldados que la siguen, que con esto lo digo todo. La ingratitud es un viento que quema y seca para sí la fuente de la piedad y el río de la misericordia, y el arroyo y manantial de la gracia. El huésped, que se halló sin su india, salió a buscarla. Halló nueva que dos soldados se la llevaban. Pues yéndolos siguiendo topó con un alguacil del campo, nombrado por la Real Audiencia; diole parte del caso y ofreciole satisfacer la diligencia que sobre ello hiciese; el cual fue luego tras los hombres y alcanzólos pasada la puente de Pacho, subiendo las lomas del Crama. Trató que le diesen la india, que la llevaba el Sayabedra en las ancas de su caballo; y resistiendo el darla, tuvieron palabras. Metió mano el Sayabedra a la espada y diole al alguacil una cuchillada en la cara, que le derribó todo un carrillo; de lo cual se enfadó mucho el Bolaños y trató muy mal de palabra al compañero, afeándole el un hecho y el otro, de lo cual el Sayabedra no hizo caso, sino con la china a las ancas siguió su camino. El herido y el Bolaños se quedaron solos. El alguacil le rogó que le diese unas puntadas en aquella herida, para poderse ir a curar. Hallábanse en paraje donde no había hilo ni aguja, ni con qué podello remediar. Díjole que con aquel paño de manos que le daba se apretase la herida, y que caminase hasta donse se pudiese curar. El alguacil, viendo el poco remedio que había para su cura, rogó al Bolaños que le quitase aquel pedazo que le colgaba, el cual se excusó todo lo posible. Fue tanta la importunación del herido, que sacó la daga y le cortó el pedazo que le colgaba y se lo dio, con lo cual prosiguió su viaje, apesarado del mal suceso. El alguacil se vino ante el licenciado Salazar y se querelló de entrambos dos compañeros. El oidor puso gran diligencia en prenderlos; lo cual se ejecutó y se trajeron presos a esta cárcel de Corte, a donde, substanciada la causa, los condenó a que muriesen degollados. Cuando se pronunció esta sentencia, corría ya el año de 1584, y estaba ya en la Real Audiencia el licenciado Gaspar de Peralta, fiscal que había sido de la de Quito, que yendo a Castilla en seguimiento de su pleito sobre la muerte de Francisco Ontanera, halló cédula en Cartagena de oidor para este Nuevo Reino. Adelante diré algo de esto, por lo que aquí se supo por relación; y yo vi en verso compuesto el suceso, y de un criado del oidor me enteré mejor cómo había pasado. Muchas diligencias hicieron por librar de la muerte a los dos compañeros, y el que más apretaba en ellas era el señor arzobispo don fray Luis Zapata de Cárdenas, el cual alcanzó el perdón de la parte, y allegó a dar, por lo que tocaba al rey, cinco mil pesos de buen oro y dos esclavos suyos para que sirviesen a Su Majestad donde mandase. Ninguna cosa de éstas bastó, porque por todas rompió el licenciado Salazar, y mandó ejecutar la sentencia. Degollaron primero al Sayabedra; doblaron luego en la iglesia mayor. Dijo el Bolaños, que le tenían vueltas las espadas al cadalso: "¡Ya es muerto mi amigo Sayabedra! Por amor de Dios, que me dejen rezar por él". Diéronle este breve espacio, y luego padeció la misma pena. Dios Nuestro Señor los haya perdonado. Ya tengo dicho que todos estos casos, y los más que pusiese, los pongo para ejemplo; y esto de escribir vidas ajenas no es cosa nueva, porque todas las historias las hallo llenas de ellas, y lo que adelante diré en otros casos, consta por autos, a los cuales remito al lector a quien esto no satisficiere. * * * Este año de 1584 murió aquella hermosura causadora de las revueltas pasadas y prisión del licenciado de Monzón. Díjose que fue ayudada del marido, porque habiéndola sangrado, por un achaque, saliendo la sangre de las venas estaba el marido presente, allegó a taparle la herida, diciendo: "No le saquen más sangre". En el dedo pulgar con que le detuvo la sangre se dijo que llevaba pegado el veneno con que la mató. Dios sabe la verdad, allá están todos. Nuestro Señor, por quien es, los haya perdonado. Ya dije cómo en la ciudad de Cartagena había hallado el licenciado Juan Bautista de Monzón cédula de oidor más antiguo para la Real Audiencia de la Ciudad de los Reyes, para donde se partió luego, dejando el viaje de Castilla; con lo cual el licenciado Pedro Zorrilla y el fiscal Orozco negociaron en Corte todo lo que quisieron, volviéndose a nuevas plazas. Llegado el de Monzón a su plaza, dentro de pocos días murió el presidente de ella y de la Real Audiencia, y luego tras él murió el virrey, con lo cual quedó el de Monzón por gobernador de todo el Pirú. Gozó de esto más de dos años. Envió Su Majestad presidente y virrey, el cual trajo unas nuevas cédulas que cumplir; y sobre la publicación de ellas le hacía contradicción el licenciado de Monzón, como persona que conocía muy bien la gente del Pirú, y sabían cuán mal habían de llevar el cumplimiento de aquellas nuevas cédulas y órdenes. Este celo movió al de Monzón. El virrey quiso romper por todo, de donde en un acuerdo pasaron muy adelante en razones. Fuese el licenciado de Monzón a su casa, y conociendo que de lo sucedido en el Acuerdo no le podía venir sino daño, al punto previno el dinero que tenía y ropa necesaria para lo que sucediese. A media noche llegó la guardia del virrey con el avío necesario, y le dijeron que se fuese a embarcar. Pidió término para proveerse de bastimentos y de lo necesario. Respondiéronle que no tenía necesidad de la diligencia, porque todo estaba prevenido y embarcado, y orden para que si hubiera menester más se le diese. Visto que ya la suerte estaba echada y que era el mandato sin embargo, de réplica, mandó cargar los baúles que tenía prevenidos y fuese a embarcar. Súpose todo esto en esta ciudad, y que en el Real Consejo le dieron por muy buen juez, restituyéndole su plaza. Hallábase viejo y cansado para volver a Indias. Suplicó a Su Majestad que, considerando su edad, lo hubiese por excusado para volver a ellas, y que si en Castilla hubiese en qué servirle, lo haría. Díjose que se le había dado una honrada plaza, mas no la gozó porque murió luego. El buen gobierno del licenciado Alonso Pérez de Salazar tenía muy quieta la tierra, y por excelencia tuvo gracia en el conocimiento de los naturales de ella, que con facilidad conocía sus malicias y castigaba sus delitos. No gastaba tiempo en escribir; vocalmente hacía las averiguaciones, y en resultando culpa, caía sobre ella el castigo. Sacaban sartales de indios a pie, azotándolos por las calles, unos con las gallinas colgadas al pescuezo, otros con las mazorcas de maíz, otros con los naipes, paletas y bolas, por vagamundos, en fin, cada uno con las insignias de su delito. Este juez hizo, como tengo dicho, la fuente del agua que está hoy en la plaza, quitando de aquel lugar el árbol de la justicia que estaba en ella; y asimismo quitó que los encomenderos no cobrasen las demoras, por excusar los agravios de los indios, poniendo los primeros corregidores, encargándoles con mucho cuidado diesen el servicio necesario a los labradores y a los que no tenían encomiendas. En esto, y en que los indios sirviesen pagándoles conforme a la tasa, puso especial cuidado; con lo cual andaba esta tierra muy bastecida, y las rentas eclesiásticas tenían acrecentamiento; de todo lo cual se carece el día de hoy, y se ha de minorar por el mal servicio y tanto vagamundo como tiene la tierra, de donde procede la carestía de ella. El administrar justicia era por igual y sin excepción de personas, con lo cual el campo, los caminos, las ciudades estaban libres de ladrones y cada uno tenía su hacienda segura; pero quiso Dios, o lo permitió, que durase poco, como luego diré. * * * El licenciado Gaspar de Peralta, que, como queda dicho, vino a esta Real Audiencia el año de 1584, habiendo sido fiscal en la de Quito, le sucedió que su mujer, no considerando el honrado marido que tenía, y desvanecida con su hermosura, puso su afición en un mancebo rico, galá y gentilhombre, vecino de aquella ciudad, llamado Francisco de Ontanera. Peligrosa cosa es tener la mujer hermosa, y muy enfadosa tenella fea; pero bienaventuradas las feas, que no he leído que por ellas se hayan perdido reinos ni ciudades, ni sucedido desgracias, ni a mí en ningún tiempo me quitaron el sueño, ni agora me cansan en escribir sus cosas; y no porque falte para cada olla su cobertura. Este mancebo Ontanera, por ser hombre de prendas y hacendado, tenía mistad con algunos señores de la Real Audiencia, con los cuales trataba con familiaridad, hallándose con ellos en negocios, convites y fiestas que se hacían. Pues sucedió que saliendo al campo a holgarse algunos de estos señores, y entre ellos el fiscal, donde se detuvieron tres o cuatro días, fue el Ontanera a verlos y a gozar de la fiesta. Sucedió, pues, que como la gente moza y amigos, tratando de mocedades contaba cada uno de la feria como le había ido en ella. Espéreme aquí el lector por cortesía un poquito. Tanto es mayor el temor cuanto más fuerte la causa. El bravo animal es un toro, espantosa la serpiente, fiero un león y monstruoso el rinoceronte; todo vive sujeto al hombre, que lo rinde Y vence. Un solo miedo halló, el más alto del cuerpo, el más invencible y espantoso de todos, y es la lengua del maldicente murmurador, que siendo aguda saeta, quema con brasas de fuego la herida; y contra ella no hay reparo, no tiene su golpe defensa, ni lo pueden ser fuerzas humanas. Y pues no las hay, corte el murmurador como quisiere, que él se cansará o se dormirá. Muchos daños nacen de la lengua, y muchas vidas ha quitado. La muerte y la vida están en manos de la lengua, como dice el sabio, aunque el primer lugar tiene la voluntad de Dios, sin la cual no hay muerte ni vida. Muchos ejemplos podría traer para en prueba de lo que voy diciendo; pero sírvanos sólo uno, y sea el de aquel mancebo amalequita que le trajo la nueva a David de la muerte de Saúl, que su propia lengua fue causa de que le quitasen la vida. Lo propio sucedió a este mancebo Ontanera de quien voy hablando, el cual, respondiendo al consonante de otras razones que habían dicho, dijo: "No es mucho eso, que no ha de dos noches que estando yo con una dama harto hermosa, a los mejores gustos se nos quebró un balaústre de la cama". Estaba el fiscal en esta conversación, que también era mozo, no porque por entonces supiese nada ni reparase en las mocedades, que mejor diré tonterías o eso otro dichas. Acabada fiesta y huelga volviéronse a sus casa. Holgóse mucho el fiscal en ver a su mujer, que por su hermosura la quería en extremo grado. ¡Oh hermosura, dádiva quebradiza y tiranía de poco tiempo! También la llamaron Reino solitario, y yo no sé por qué; por mi sé decir que yo no la quiero en mi casa ni por la moneda ni por prenda, porque la codician todos y la desean gozar todos; pero paréceme que este arrepentimiento es tarde, porque cae sobre más de los setenta. Al cabo de dos o tres días, dijo la mujer: "Señor, mandad que llamen a un carpintero que aderece un balaústre de la cama que se ha quebrado". En el mismo punto que oyó tales razones, se acordó de las que el Ontanera había dicho en la huelga. Helósele la sangre en las venas, cubriósele el corazón de pena, los celos le abrasaron el alma y todo él quedó fuera de sentido; y porque no se le echase de ver se levantó diciendo: "Vaya un mozo a llamar al carpintero". Entró en la recámara, vio el balaustre quebrado, y aunque el dolor le sacaba de sus sentidos, se esforzó y dio lugar a que el tiempo le trajese la ocasión a las manos. Puso desde luego mucha vigilancia y cuidado en su casa, y por su persona le contaba los pasos al Ontanera, tomando puestos de día y disfrazándose de noche, para enterarse de la verdad; y como el amor es ciego y traía tanto a los pobres amantes, que no veían su daño ni les daba lugar a discurrir con la razón, porque en las iglesias, en ventanas y visitas de otras damas vio el fiscal tanto rastro de su daño, que echó bien de ver que el fuego era en su casa, y luego procuró la venganza de su honra, para lo cual pidió en la Real Audiencia una comisión, para ir él en persona a la diligencia; la cual conseguida, previno todo lo necesario,, y en su casa todas las entradas y salidas; fió su secreto de sólo un esclavo y de un indio pijao que le servía. Llegado el día de la partida, mostró mucho sentimiento en el apartarse de su mujer y dejalla. Ella le consolaba, rogándole fuese breve su vuelta. En fin, con mucho acompañamiento salió de la ciudad, diciendo a que tal tambo se había de ir a hacer la noche, que estaba más de cinco leguas de la ciudad. Despidiéronse los que lo acompañaban, y él con sus dos criados y el paso lento siguió su viaje, y en cerrando noche revolvió sobre la ciudad como un rayo; y de la espía que dejó para el aviso supo cómo el galán estaba dentro de su casa. Entró en ella por las paredes, fue al aposento de su estudio, sacó de él un hacha de cera que había dejado aderezada para el efecto, encendióla, tomó un montante, al negro puso a la ventana que salía a la calle, al pijao dio orden que en derribando las puertas de la sala y recámara tuviese mucho cuidado no le apagase la hacha de cera. Con este orden, se arrimó a las puertas de la sala, y dando con ellas en el suelo, fue a las de la recámara, y haciendo lo propio entró hasta la cama, a donde halló sola a su mujer. Por el aposento no parecía persona alguna. Detrás de las cortinas de la cama parecía un bulto, tiróle una estocada con el montante, y luego vio que estaba aquí el daño, porque herido el contrario, con la más presteza que pudo salió detrás de la cama y con su espada desnuda se comenzó a defender. Anduvieron un rato en la pelea. En este tiempo, la mujer saltó de la cama, bajó por la escalera al patio, y el pijao, dejando la hacha arrimada, la siguió y vio donde entró. El fiscal en breve espacio mató al adúltero, y salió en busca de la mujer. El pijao le dijo a dónde se había metido, que era un seno como aquel en que se metió uno de los condes de Carrión cuando iba huyendo del león. Sacóla de allí y matóla junto al muerto amigo, dejándolos juntos. Dio luego mandado a la justicia, vino al punto e hiciéronse las informaciones. El muerto era muy emparentado; revolvióse la ciudad, anduvo el pleito. En esta ocasión, bajó a Cartagena, donde halló la cédula de oidor para esta Audiencia. El amor es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una deleitable dolencia, un alegre tormento, una gustosa y fiera herida y una blanda muerte. El amor, guiado por torpe y sensual apetito, guía al hombre a desdichado fin, como se vio en estos amantes. El día que la mujer olvida la vergüenza y se entrega al vicio lujurioso, en ese punto muda el ánimo y condición, de manera que a los muy amigos tenga por enemigos, y a los extraños y no conocidos los tiene por muy leales y confía más en ellos. * * * El visitador Juan Prieto de Orellana había apretado mucho la visita y cobrado muy grandes salarios; todos los presos que estaban en la cárcel cuando soltó al visitador Monzón los mandó soltar, y prendió a otros muchos, de los cuales sacó muy grandes dineros, que, como tengo dicho, a solo el capitán Diego de Ospina le costó más de siete mil pesos de buen oro el haber sido capitán del Sello Real y el haber llevado consigo la gente que trajo de Marequita. Trajo el visitador consigo de Castilla a un yerno suyo, llamado Cristóbal Chirinos. Vivían todos juntos, y servía de buen tercero a los culpados. Había venido en esta ocasión del Pirú un soldado, llamado Melchor Vásquez Campuzano, el cual trabó amistad con el Chirinos, y por su intercesión el visitador le dio una comisión para Pamplona y otros lugares de esta jurisdicción. Fue a su comisión el Campuzano, y vuelto a esta ciudad a dar cuenta, vinieron tras él quejas en razón de salarios, por lo cual el visitador lo mandó prender; y estando en la cárcel, un domingo salió de ella y se fue a San Agustín, llevando consigo a un negro que le había traído la espada y una escopeta. Contó a los frailes su trabajo, los cuales le subieron al caballete del tejado de la iglesia, metiéndolo entre él y el encarrizado. Al tiempo que hicieron esto, parece que lo vido un muchacho que andaba por allí. Sabido por el visitador el caso, mandó que los alcaldes ordinarios fuesen a la iglesia y lo sacasen de ella y lo volviesen a la cárcel. Fue la justicia ordinaria a hacer esta diligencia; buscaron todo el convento y no le hallaron. El muchacho que vio esconder al Campuzano, hablando con otros muchachos preguntó: --"¿Qué buscan?". Respondiéronle los otros: --"Aun hombre que se huyó de la cárcel". Dijo el muchacho: --"Ese hombre allí lo escondieron los Padres". Oyeron a los muchachos algunos de los que allí había, con lo cual la justicia dio orden de sacarle; y desentejando el tejado, dijo el Campuzano: --"Al primero que viere el rostro, le tengo que meter dos balas en el cuerpo". Con lo cual los que desentejaban se retiraron. Había ya corrido la voz por la ciudad; vino Porras, portero de la Real Audiencia, que también fue enviado. Comenzó a hablar con el Campuzano, aconsejándole, trayéndose muchos ejemplos y requiriéndole. Respondióle el Campuzano con gran flemaza, diciéndole: --"Padre San Pablo, ¿a dónde predica mañana?". Con lo cual el Porras no le habló más palabra. Entró en esta ocasión el alguacil mayor de Corte, Juan Díaz de Marcos, con orden del visitador para que atropellando por todas las dificultades y estorbos sacase al Campuzano y lo volviese a la cárcel. Empezó el alguacil mayor a hacerle requerimientos que se bajase de allí y se diese a prisión, a lo cual le respondió Campuzano que "no pensaba hacer tal". A este tiempo, le dijo el negro que estaba con él, en voz alta que le oyeron todos: --"No te des, señor, que en siendo de noche yo te sacaré y te pondré en salvo". A este tiempo dijo el alguacil mayor: --"Arrimen aquí las escaleras, que yo subiré el primero". Fuéronlas arrimando junto al altar mayor, porque hacia aquella parte estaba el Campuzano, el cual dijo, hablando con el alguacil mayor: --"Subid, barril de anchovas, que ¡voto a Dios! que yo os meta dos balas en el cuerpo con que rodéis por las escaleras que ponéis". Pasaron otros muchos dichos ridiculosos. Entró en la iglesia a este tiempo Cristóbal Chirinos, yerno del Visitador, y le dijo: --"Señor Melchor Vásquez Campuzano, vuesamerced se baje de ahí y se vaya conmigo". Respondió el Campuzano: --"Como vuesamerced me dé la palabra de llevarme de su amparo, yo bajaré". Respondió el Chirinos: --"Aunque yo valgo poco y puedo poco, yo recibo a vuestra merced debajo de mi amparo. Bájese vuestra merced de ahí; pongan las escaleras". Y bajándose, fue con el Cristóbal Chirinos, el cual lo llevó derecho a la cárcel; y dentro de tercero día, en unas fiestas de toros, lo vimos muy galán y pasear la plaza; y dentro de otros ocho días llegó la requisitoria de la Audiencia Real de Lima, con la cual le prendieron, y con cuatro guardas y bien aprisionado lo remitieron a aquella ciudad. Tenía el Campuzano un hermano en la Ciudad de los Reyes en el Pirú, hombre honrado y hacendado. Este tuvo un encuentro con otro hombre rico, llamado Francisco Palomino, de donde salió afrentado. Bajó el Melchor Vásquez Campuzano del Cuzco, a donde había muchos años que residía, a ver a su hermano, el cual le contó lo que le había pasado con el Palomino, y cómo le había puesto la mano en el rostro. Puso luego el Campuzano la mira en la satisfacción. Díjole el hermano que quería ir a casa del Palomino, que le enseñase la casa. Díjole el hermano que cuando quisiese él se la enseñaría e iría con él. Aliñó el Campuzano lo que le importaba, y fuéronse los dos juntos. Quedóse el hermano en la calle, y el Campuzano, como no era conocido, entró en la casa y halló al Palomino con cuatro o cinco soldados, que se asentaban a comer. Díjole cómo le traía unas cartas del Cuzco. Levantóse el Palomino a recibillas con comedimiento. Llevaba el Campuzano un pliego hechizo, fuéselo a dar, y al tiempo que alargó la mano hízolo caedizo. Acomidió a quererlo alzar; anticipóse el Palomino a alzarlo, y en este tiempo sacó el Campuzano un palo que llevaba; diole con él cuatro o cinco palos, que lo tendió a sus pies. A este tiempo, los soldados que estaban a la mesa saltaron de ella, tomaron sus espadas y acometieron al Campuzano, el cual peleó valientemente hasta retirarlos. En la pendencia le quitaron las narices. Salió de la casa a la calle, donde estaba el hermano, que no había oído ni sentido nada de la pendencia. Díjole: --"¿Qué ha sucedido, hermano; sin narices venís?". --"¿Sin narices?", dijo el Campuzano, que hasta entonces no las había echado menos, con la cólera. --"¡Pues he volver por ellas, voto a Dios!". Y entrando en la casa otra vez, las sacó ya frías, Abrióse el brazo para calentarlas con la sangre, y tampoco tuvo remedio. Servíanle unas de barro, muy al natural. Esta fue la causa por que vino a este Reyno y por la que le llevaron preso a Lima. No se recelaba el Campuzano de ir a la cárcel de Lima; lo que temía era que lo habían de matar sus enemigos en el camino antes de llegar a ella. En razón de esto y de su soltura, escribió a su hermano de secreto, el cual le previno gente y el orden que habían de tener en matar los guardas que lo llevaban. Había el Campuzano señalado los puestos donde se había de hacer el hecho. Pasó por todos ellos sin ver ninguna persona ni remedio para su soltura, y perdidas ya las esperanzas, fueron caminando. Pues bajando una quebrada áspera y montañosa, le salieron dos hombres enmascarados. El Campuzano que reconoció la gente que era, les dijo: "Señores, ya es tarde, antes había de haber sido; no se haga ningún daño, sólo se me hagan espaldas hasta que yo llegue a la cárcel, porque esto es lo que agora conviene, que no quiero que se pierda nadie por mí". Con esto prosiguió su viaje, sirviéndole los enmascarados de retaguardia hasta llegar a la ciudad, donde le llevaron a la cárcel; de la cual salió en breve tiempo desterrado, que todo lo alcanza el dinero. Volvióse a esta ciudad de Santa Fe y de ella fue a la gobernación de Venezuela, donde se casó honradamente y con buen dote, y en ella murió. De las guardas que lo llevaron, que eran vecinos de esta ciudad, se supo todo lo aquí referido. El licenciado Gaspar de Peralta era hombre brioso y de ánimo levantado; sufría mal cosquillas, traía todavía el Pirú en el cuerpo. Empezó a haber entre él y el visitador Orellana toques y respuestas, que no era de mejor condición, por no decir peor. Parecióle al visitador que aquellos principios olían a otra revuelta como la de Monzón. Anticipóse al remedio; hizo en su casa auto de suspensión contra el Peralta. Aguardó a que estuviese en el Acuerdo, subió en una mula y fuese hacia las casas reales; y debajo de la ventana del Acuerdo echó el bando de la suspensión contra el oidor Peralta. A este tiempo, el licenciado Alonso Pérez de Salazar, que no sabía de estos encuentros nada, corrió al bastidor de la ventana del Acuerdo, y como vio al visitador, y vio lo que pasaba, le dijo: --"¿Qué queréis aquí? ¿A qué venís? ¡Por vida del rey!, que si os arrebato, que os tengo de dar el pago de vuestro atrevimiento". Díjole el visitador, dando de cabeza: --"Pues ¡por vida del rey! que me la habéis de pagar". Luego al punto y sin quitarse de allí, mandó al Secretario Pedro de Mármol hacer el auto de la suspensión contra Salazar, y lo firmó y publicó, dando por traidores a todos los que estuviesen dentro de las casas reales y diesen favor y ayuda a los oidores. Habíanse salido de ellas todos los más con tiempo; mandólas cercar con gente. De los que quedaron dentro, como vieron que se ponía la cerca a las casas, fuéronse huyendo por las paredes a la calle, por estar ya las puertas cerradas. Entre ellos, fue uno el capitán Cigarra, que por ser mucho de la casa de Salazar y su amigo le fueron siguiendo algunos apasionados; y antes que entrase a San Agustín, por donde había enderezado, le dieron una gran cuchillada en la cabeza. Otros corrieron mejor y se metieron en la iglesia. Fue este día de grande alboroto para esta ciudad. Aquel prelado de valor, que le tenía Dios para el remedio y reparo de todas estas cosas, salió luego, acompañado del Tesorero don Miguel de Espejo y de otros prebendados. En fin, la presencia del señor arzobispo lo sosegó todo. A los oidores dieron sus casas por cárcel. Quedó la Real Audiencia sin juez ninguno, porque el doctor Francisco Guillén Chaparro, que ya era oidor, estaba ausente visitando la ciudad de la Trinidad de los Muzos y la villa de La Palma. El licenciado Bernardino de Albornoz, que en aquella sazón venía por fiscal, no había llegado; por manera que tres días tardó en venir el doctor Chaparro a la Real Audiencia. Diego Hidalgo de Montemayor, que era alcalde ordinario aquel año, proveyó peticiones debajo de dosel.
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De lo que sucedió al capitán Domingo Martínez de Irala río arriba, y la muerte de Juan de Ayolas Después que Domingo de Irala partió del puerto de Nuestra Señora de la Asunción con sus navíos en demanda de alguna nueva del general Juan de Ayolas, llegó al de la Candelaria, y saltando en tierra, buscó a la redonda, si hallaba algún rastro o señal de haber llegado gente española, y no hallándole, pegó fuego al campo por ver si venían algunos indios, y así aguardaron aquella noche con mucho cuidado por no haber hallado la tabla que había dejado escrita Salazar. Al otro día de mañana se hicieron a la vela, y tomaron otro puerto más arriba, que llaman de San Fernando, y corriendo la tierra, hallaron unas rancherías, como que hubiesen sido alojamiento de gente de guerra, por lo cual se fue con sus bergantines a una isla que estaba en medio del río para alojarse en ella; allí le vinieron cuatro canoas de indios que llaman Guayarapos, y preguntándoles el capitán si tenían noticia de la gente de Juan de Ayolas, respondieron que no sabían nada. Irala se hallaba con mucha pena, porque la tarde antes un clérigo y dos soldados, que salieron a pescar, no habían vuelto, y así al otro día salió a buscarlos, y no pudo hallarlos; aunque corrió toda la costa, y sólo topó con un indio, y una india payaguaes que andaban pescando, y preguntándoles si habían visto al clérigo y españoles, dijeron que no sabían de ellos, y así los trajo consigo a la isla, de donde despacho al indio a llamar a su cacique, que dijo estaba cerca con toda su gente sobre una laguna, que llaman hoy de Juan de Ayolas; y otro día como a las dos de la tarde vinieron dos canoas de aquellos indios de parte de su Señor con mucho pescado y carne; y estando hablando con ellos, vieron venir de la otra banda 40 canoas con más de 300 indios, y tomando tierra en la misma isla a la parte de abajo, el capitán mandó aprontar la gente a punto de guerra. Los Payaguaes desembarcaron en tierra, y vinieron al real con 100 de ellos sin ningunas armas, y desde lejos dijeron que no se atrevían a llegar de temor de los arcabuceros y armas que tenían en las manos, y que pues ellos no las traían y venían de paz, no era razón que los españoles las tuviesen. El capitán, por asegurar y demostrar su buena fe, mandó arrimar las armas; pero con prevención de estar alerta por si intentaban alguna traición. Los indios con este seguro llegaron a hablar con Domingo Martínez de Irala, quien por intérprete les preguntó si sabían de Juan de Ayolas, y ellos comenzaron a decir muchas cosas diversas unas de otras, y muy atentos al movimiento de todos se fueron despacio arrimando a los españoles con muestras de querer contratar con ellos; y pareciendo a los indios que ya los tenían asegurados, hicieron seña, tocando una corneta a cuyo sonido vinieron a un tiempo a los brazos con los españoles, acometiendo primero a Domingo Martínez de Irala doce indios, dando grandes alaridos, y lo mismo hicieron con cada soldado, procurando derribarlos y rendirlos, mas como el capitán siempre había recelado esta traición, valerosamente se desenvolvió con su espada y rodela, hiriendo y matando a los que le cercaron, derribando a sus pies siete de ellos, e hizo plaza, socorriendo a sus soldados, que estaban bien oprimidos por ser muchos los que a cada uno acometieron, y el primero con quien encontró fue con el alférez Vergara, que le tenían en tierra, al cual libró del peligro, y luego defendió a Juan de Vera, a quien tenían cercado, y con ellos fue socorriendo a los demás, a tiempo que don Juan de Carvajal, y Pedro Sánchez Maduro, se habían ya mejorado de sus enemigos valerosamente, de manera que ya casi todos estaban libres, cuando llegó la fuerza de los enemigos, tirándoles gran número de flechas, y con tal vocería, que parecía que la isla se hundía, y haciéndoles rostro nuestra gente con gran esfuerzo les impidieron la entrada. A este mismo tiempo fueron acometidos los navíos por 20 canoas, y llegaron al término de echar mano de las amarras y áncoras con intento de meterse dentro, a los cuales resistieron Céspedes, y Almaraz con otros soldados, que en los navíos estaban, matando a algunos indios, que con atrevimiento quisieron asaltar, y haciéndose algo afuera, dispararon algunas culebrinas y arcabuces, con que trastornando varias canoas, las echaron a fondo, y viéndose en tan gran conflicto ellos y los de tierra, tiraron a huir, y los españoles con imponderable valor los siguieron, matando al cacique principal, y ellos hirieron de un flechazo en la garganta a don Juan de Carvajal, de que murió dentro de tres días: llegaron tras ellos hasta donde tenían sus canoas, en las que luego se embarcaron y pasaron a la otra parte, donde había gran multitud de gente, mirando el paradero y fin de aquel negocio; y visto esto por los nuestros se recogieron a su cuartel, donde hallaron dos soldados muertos y 40 heridos, y entre ellos el capitán con tres heridas peligrosas, y todos juntos dieron muchas gracias a Dios Nuestro Señor por haberlos librado de tan gran peligro y traición. Esto sucedió el año de 1538. Algunos indios que en la refriega fueron tomados, dieron noticia que el Padre Aguilar y sus compañeros habían acabado a manos de estos traidores. El día siguiente partió Domingo Martínez de Irala para otro puerto que estaba más arriba, y saltando en tierra, reconoció por todas partes si había alguna señal de haber llegado gente española, y visto que no, volvió a embarcarse, fondeando distante de tierra, donde estuvo aquella noche con bastante vigilancia. Cerca de la aurora oyeron unas voces hacia el poniente, como que llamaban, y para ver lo que era, mandó el capitán un batel con cuatro soldados y llegando con el recato posible cerca de tierra, donde sentían las voces, reconocieron un indio, que en lengua española pedía le embarcasen; y mandándole subir más de un tiro de ballesta arriba (por que no hubiese allí alguna celada) le metieron en el batel, y condujeron ante Domingo Martínez de Irala. Así que llegó, comenzó a derramar muchas lágrimas, diciendo: "Yo, señor, soy un indio natural de los llanos, de una nación que llaman Chanés, trájome de mi pueblo por su criado el desventurado Juan de Ayolas, cuando por allí pasó: púsome por nombre Gonzalo, y siguiendo su jornada en busca de sus navíos, vino a parar en este río, donde a traición y con engaño le mataron estos indios Payaguaes con todos los españoles que traía en su compañía." Dicho esto, no pudo más pasar adelante ahogado de sentimiento. Luego que el capitán vio algo sosegado, le dijo que le contase bien por extenso aquel suceso y continuó el indio diciendo: "que habiendo llegado Juan de Ayolas a los últimos pueblos de los Samócocis y Sibócocís, que son de una nación muy política, y muy abundante de alimentos que esta poblada a la falda de la cordillera del Perú, dio vuelta cargado de muchos metales que habían habido de los indios de toda aquella comarca, de los cuales había sido muy bien recibido, pasando con mucha paz y amistad con los de otras naciones, que admirados de ver tan buena gente, les daban sus hijos e hijas, para que los sirvieren, entre los cuales yo fui uno, y con esta buena suerte caminando por sus jornadas, llegó a este puerto, donde no halló los navíos que había dejado, tiempo en que vosotros habías bajado abajo, y según entendí, el general quedó muy triste y pesaroso de no hallaros aquí donde los Payaguaes y otros indios de este río vinieron a visitarle, y le proveyeron de víveres. Estando en esta espera, le dijeron que se fuese a descansar con toda su gente a sus pueblos, ínterin que venían los navíos, de que luego sería avisado por ellos, y allí también le proveerían de todo lo necesario. Persuadido Ayolas de estas razones, mandó luego levantar su campo, y se fue al pueblo de los indios, que de aquí está distante dos leguas, donde alojando su real, estuvo allí algunos días con más confianza y menos recato de lo que debía, en cuyo tiempo los indios disimulando su maldad, los agasajaban y servían con gran puntualidad, hasta que les pareció ser ocasión oportuna para ejecutar su traición. Una noche cerrada el real con mucha gente de guerra a tiempo que dormían los españoles, sobre quienes dieron de sobresalto, de tal manera que los mataron a todos. Se repartieron pael lance con tan buen orden, que se emplearon muchos indios para cada español, cuando bastaban pocos en el estado en que se hallaban. De este trance se escapó el general Juan de Ayolas, pero al otro día le hallaron metido en unos matorrales de donde le sacaron, le llevaron a la mitad del pueblo, le mataron e hicieron pedazos. Con este hecho quedaron los indios victoriosos de los españoles, y ricos con sus despojos. " Y nombrando a algunos de aquellos infelices caballeros, dio fin a su lamentable historia. De todo lo que dijo el Chanés, se hizo una información, que fue comprobada con las testificaciones de otros indios Payaguaes, que fueron presos en la refriega pasada, como consta por testimonio de Juan de Valenzuela, ante quien pasó.
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CAPÍTULO XV Cantos tristes de la Conquista Tal vez el mejor final que pueda darse a la Visión de los vencidos sea la trascripción de unos cuantos icnocuícatl, cantares tristes, verdaderas elegías, obra de los cuicapicque o poetas nahuas postcortesianos. El primer icnomicatl acerca de la Conquista que a continuación se transcribe, proviene de la colección de "Cantares Mexicanos" y probablemente fue compuesto hacia el año de 1523. En él se recuerda con tristeza la forma como se perdió para siempre el pueblo mexicatl. El siguiente poema es todavía más expresivo. Tomado del manuscrito indígena de 1528, describe con un dramatismo extraordinario cuál era la situación de los sitiados durante el asedio de México-Tenochtitlan. Finalmente, el tercer poema, que forma parte del grupo de poemas melodramáticos que servían para ser representados. Comprende desde la llegada de los conquistadores a Tenochtitlan, hasta la derrota final de los mexicas. Aquí tan sólo se transcriben los más dramáticos momentos de la parte final. Estos poemas, con más elocuencia que otros testimonios, muestran ya la herida tremenda que dejó la derrota en el ánimo de los indios. Son, usando las palabras de Garibay, uno de los primeros indicios del trauma de la Conquista. Se ha perdido el pueblo mexicatl El llanto se extiende, las lágrimas gotean allí en Tlatelolco. Por agua se fueron ya los mexicanos; semejan mujeres; la huida es general. ¿Adónde vamos?, ¡oh amigos! Luego ¿fue verdad? Ya abandonan la ciudad de México: el humo se está levantando; la niebla se está extendiendo# Con llanto se saludan el Huiznahyácatl Motelhuihtzin, el Tlailotlácatl Tlacotzin, el Tlacatecuhtli Oquihtzin# Llorad, amigos míos, tened entendido que con estos hechos hemos perdido la nación mexicana. ¡El agua se ha acedado, se acedó la comida! Esto es lo que ha hecho el Dador de la vida en Tlatelolco. Sin recato son llevados Motelhuithtzin y Tlacontzin. Con cantos se animaban unos a otros en Acahinanco, ah, cuando fueron a ser puestos a prueba allá en Coyoacan#. Los últimos días del sitio de Tenochtitlan Y todo esto pasó con nosotros. Nosotros lo vimos, nosotros lo admiramos. Con esta lamentosa y triste suerte nos vimos angustiados. En los caminos yacen dardos rotos, los cabellos están esparcidos. Destechadas están las casas, enrojecidos tienen sus muros. Gusanos pululan por calles y plazas, y en las paredes están salpicados los sesos. Rojas están las aguas, están como teñidas, y cuando las bebimos, es como si bebiéramos agua de salitre. Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe, y era nuestra herencia una red de agujeros. Con los escudos fue su resguardo, pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad. Hemos comido palos de colorín, hemos masticado grama salitrosa, piedras de adobe, lagartijas, ratones, tierra en polvo, gusanos# Comimos la carne apenas, sobre el fuego estaba puesta. Cuando estaba cocida la carne, de allí la arrebataban, en el fuego mismo, la comían. Se nos puso precio. Precio del joven, del sacerdote, del niño y de la doncella. Basta: de un pobre era el precio sólo dos puñados de maíz, sólo diez tortas de mosco; sólo era nuestro precio veinte torta de grama salitrosa. Oro, jades, mantas ricas, plumajes de quetzal, todo eso que es precioso, en nada fue estimado#. La ruina de tenochcas y tlatelolcas Afánate, lucha, ¡oh Tlacatéccatl Temilotzin!: ya salen de sus naves los hombres de Castilla y los de las Chinampas. ¡Es cercado por la guerra el tenochca; es cercado por la guerra el tlatelolca! Ya viene a cerrar el paso el armero Coyohuehuetzin; ya salió por el gran camino del Tepeyac: el acolhua. ¡Es cercado por la guerra el tenochca; es cercado por la guerra el tlatelolca! Ya se ennegrece el fuego; ardiendo revienta el tiro, ya se ha difuminado la niebla: ¡Han aprehendido a Cuautémoc! ¡Se extiende una brazada de príncipes mexicanos! ¡Es cercado por la guerra el tenochca, es cercado por la guerra el tlatelolca!. La prisión de Cuauhtémoc ¡Es cercado por la guerra el tenochca; es cercado por la guerra el tlatelolca! Ya se ennegrece el fuego, ardiendo revienta el tiro: ya la niebla se ha difundido: ¡Ya aprendieron a Cuauhtemoctzin: una brazada se extiende de príncipes mexicanos! ¡Es cercado por la guerra el tenochca; es cercado por la guerra el tlatelolca! Pasados nueve días son llevados en tumulto a Coyohuacan, Cuauhtemoctzin, Coanacoch, Tetlepanquetzaltzin: prisioneros son los reyes. Los confortaba Tlacotzin y les decía: Oh, sobrinos míos, tened ánimo: con cadenas de oro atados, prisioneros son los reyes. Responde el rey Cuauhtemoctzin: Oh sobrino mío, estás preso, estás cargado de hierros. ¿Quién eres tú, que te sientas junto al Capitán General? ¡Ah es doña Isabel, mi sobrinita! ¡Ah, es verdad, prisioneros son los reyes! Por cierto serás esclava, serás persona de otro: "será forjado" el collar, el quetzal será tejido en Coyohuacan. ¿Quién eres tú, que te sientas junto al Capitán General? ¡Ah es doña Isabel, sobrinita! ¡Ah, es verdad, prisioneros son los reyes!".