Cuéntase cómo se tuvo vista de la tercera isla descubierta, y una grande tormenta Siguiéndonos iba la vía del Oes-noroeste, cuando a tres de febrero el capitán hizo poner una bandera en la gavia, y tenía un auto hecho para declarar los pilotos en cuántos grados se hallaban, y cuántas leguas de Lima, y el resguardo que a las naos habían dado por el abatir del mar y vientos y variación de aguja, y las islas las Marquesas de Mendoza a donde le demoraban. Llegáronse los navíos, y sus pilotos dijeron que por los muchos nublados no habían pesado el sol tres días había, y que a su parecer tenían las Marquesas de Mendoza al Nor-nordeste, y que en habiendo sol sabrían su altura y hablarían más en forma. Estando, pues, tratando desto, fue vista al Poniente una tierra que por estar nublada y cerca, y ser ya tarde, se tomaron todas las velas. Cerró la noche, y a poco andado della se levantó al Nordeste un negro y espeso nublado con tres pies, que en breve se hicieron uno, y con éste enderezó la vía hacia donde estaban las naos, con tanta presteza y furia, que a todos nos hizo cuidar de buscar remedio a los males con que venía amenazando. Los navíos temblando lo recibieron y se inclinaron a las bandas. Alborotóse la mar; y todo se puso horrendo: los fuciles y relámpagos que por el aire tejían, parecía dejar los cielos rasgados, y deslumbradas las vistas. Oyéronse caer tres rayos, los truenos espantosísimos; terribles los aguaceros, y los borbotes de viento venían con tanto ímpetu, que el menor daño esperado era llevarse los mástiles; y por vecindad de la zabra, el piloto della decía con roncas voces: --¡Ah de la nao capitana: desvía! ¡Ah, orza, arriba! Todo eran sobresaltos, todo priesa y todo grita. Era la noche espantable, la determinación incierta, grande la pena por no saberse si era seguro el lugar a donde estaban las naos. Nuestro padre comisario, con una cruz en las manos, pasó la noche toda en claro conjurando mar y vientos. Allí pareció Santelmo, según dicen marineros, al cual con gran devoción le saludaron tres veces. En suma, noche tenebrosa, confusa, fea y larga, que pasamos fiados, después de Dios, en la bondad de navíos y valor de marineros. Venido el muy deseado día, se vio ser nuestra tierra una isla toda en medio anegada y cercada de un paredón raso de múcaras. No se halló fondo ni puerto, que con cuidado se buscó para provisión de agua, de que ya íbamos faltos; y para leña sólo había matorrales. Acordóse, por verla ser tan inútil, dejarla para quien era, y más también, porque la noche que nos dio, fuera cara de pasar por una muy buena tierra, cuanto más siendo tan mala. Esta isla, al parecer, dista de Lima mil y treinta leguas: bojes treinta y cinco: tiene de elevación de Polo Antártico, veinte grados y medio. Diósela por nombre San Telmo.
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Cómo paró por hablar a los naturales de la tierra de aquel puerto A 12 días del mes llegó a otro puerto que se dice Itaqui, en el cual hizo surgir y parar los bergantines por hablar a los naturales del puerto, que son guaraníes y vasallos de Su Majestad; y el mismo día vinieron al puerto gran número de indios cargados de bastimentos para la gente, y con ellos sus principales, a los cuales el gobernador dio cuenta, como a los pasados, cómo iba a hacer el descubrimiento de la tierra, y que en el entretanto que volvía, les rogaba y mandaba que tuviesen mucha paz y concordia con los cristianos españoles que quedaban en la ciudad de la Ascensión; y demás de pagarles los bastimentos que habían traído, dio y repartió entre los más principales y los demás sus parientes muchos rescates graciosos, de lo cual ellos quedaron muy contentos y bien pagados; estuvo con ellos aquí dos días, y el mismo día se partió y llegó otro día a otro puerto que llaman Itaqui, y pasó por él, y fue a surgir al puerto que dicen de Guazani, que es el que se había levantado con Tabere para hacernos la guerra que he dicho, los cuales vivían en paz y concordia; y luego como supieron que estaba allí, vinieron a ver al gobernador, con muchos indios, otros de su liga y parcialidad, los cuales el gobernador recebió con mucho amor, porque cumplían las paces que habían hecho, y toda la gente que con ellos venía venían alegres y seguros, porque esto dos, estando en nuestra paz y amistad, con tenerlos a ellos solos, toda la tierra estaba segura y quedaba pacífica; y otro día que vinieron les mostró mucho amor y les dio muchos rescates graciosos, y lo mismo hizo con sus parientes y amigos, demás de pagar los bastimentos a todos aquellos que los trujeron; de manera que ellos quedaron contentos; y como ellos son la cabeza principal de los naturales de aquella tierra, el gobernador les habló lo más amorosamente que pudo, y les encomendó y rogó que se acordasen de tener en paz y concordia toda aquella tierra, y tuviesen cuidado de servir y visitar a los españoles cristianos que quedaban en la ciudad de la Ascensión, y siempre obedeciesen los mandamientos que mandasen de nombre de Su Majestad; a lo cual respondieron que después que ellos habían hecho la paz y tornado a dar la obediencia a Su Majestad estaban determinados de lo guardar y hacer ansí, como él lo vería; y para que más se creyese de ellos, que el Tabere quería ir con él, como hombre más usado en la guerra, y que el Guazani convenía que quedase en la tierra en guarda de ella, para que siempre estuviese en paz y concordia; y el gobernador le paresció bien y tuvo en mucho su ofrescimiento, porque le paresció que era, buena prenda para que cumplieran lo que ofrescían, y la tierra quedaba muy pacífica y segura con ir Tabere en su compañía, y él se lo agradeció mucho, y aceptó su idea, y le dio más rescates que a otro ninguno de los principales de aquel río; y es cierto que teniendo a éste contento toda la tierra quedaría en paz y no se osaría levantar ninguno, de miedo dél; y encomendó a Guazani mucho los cristianos, y él lo prometió de lo hacer y cumplir como se lo prometía; y así, estuvo allí cuatro días hablándolos, contentándolos y dándoles de lo que llevaba, con que los dejó muy contentos. Estándose despachando en este puerto, se le murió el caballo al factor Pedro Dorantes; y dijo al gobernador que no se le hallaba en disposición para seguir el descubrimiento y conquista de la dicha provincia sin caballo; por tanto, que él se quería volver a la ciudad de la Ascensión, y que en su lugar dejaba y nombraba, para que sirviese en el oficio de factor, a su hijo Pedro Dorantes, el cual por el gobernador y por el contador, que iba en su compañía, fue recebido y admitido al oficio de factor, para que se hallase en el descubrimiento y conquista en lugar de su padre; y así, se partió en su compañía el dicho Tabere (indio principal), con hasta treinta indios parientes y criados suyos, en tres canoas. El gobernador se hizo a la vela del puerto de Guazani, fue navegando por el río del Paraguay arriba, y viernes 24 días del mes de septiembre llegó al puerto que dicen de Ipananie, en el cual mandó surgir y parar los bergantines, así para hablar a los indios naturales de esta tierra, que son vasallos de Su Majestad, como porque le informaron que entre los indios del puerto estaba uno de la generación de los guaraníes, que había estado captivo mucho tiempo en poder de los indios payaguaes, y sabía su lengua, y sabía su tierra y asiento donde tenían sus pueblos, y por lo traer consigo para hablar con los indios payaguaes, que fueron los que mataron a Juan de Ayolas, y cristianos, y por vía de paz haber de ellos el oro y plata que le tomaron y robaron; y como llegó al puerto, luego salieron los naturales dél con mucho placer, cargados de muchos bastimentos, y el gobernador los recebió e hizo buenos tratamientos, y les mandó pagar todo lo que trujeron, y a los indios principales les dio graciosamente muchos rescates; y habiendo hablado y platicado con ellos, les dijo la necesidad que tenía del indio que había sido captivo de los indios payaguaes, para lo llevar por lengua e intérprete de los indios, para los atraer a paz y concordia, y para que encaminase el armada donde tenía asentados sus pueblos; los cuales indios luego enviaron por la tierra adentro a ciertos lugares de indios a llamar el indio con gran diligencia.
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Cómo entramos en Quiahuistlán, que era pueblo puesto en fortaleza, y nos acogieron de paz Otro día, a hora de las diez, llegamos en el pueblo fuerte, que se decía Quiahuistlán, que está entre grandes peñascos y muy altas cuestas, y si hubiera resistencia era mala de tomar. E yendo con buen concierto y ordenanza, creyendo que estuviese de guerra, iba el artillería delante, y todos subíamos en aquella fortaleza, de manera que si algo aconteciera, hacer lo que éramos obligados. Entonces Alonso de Ávila llevó cargo de capitán; e como era soberbio e de mala condición, porque un soldado que se decía Hernando Alonso de Villanueva no iba en buena ordenanza, le dio un bote de lanza en un brazo que le mancó; y después se llamó Hernando Alonso de Villanueva "el manquillo". Dirán que siempre salgo de orden al mejor tiempo por contar cosas viejas. Dejémoslo, y digamos que hasta en la mitad de aquel pueblo no hallamos indios ninguno con quien hablar, de lo cual nos maravillamos, que se habían ido huyendo de miedo aquel propio día; e cuando nos vieron subir a sus casas, y estando en lo más de la fortaleza en una plaza junto adonde tenían los cues e casas grandes de sus ídolos, vimos estar quince indios con buenas mantas, y cada uno un brasero de barro, y en ellos de sus inciensos, y vinieron donde Cortés estaba y le zahumaron, y a los soldados que cerca dellos estábamos, y con grandes reverencias le dicen que les perdonen porque no le han salido a recibir, y que fuésemos bien venidos e que reposemos, e que de miedo se habían huido e ausentado hasta ver qué cosas éramos, porque tenían miedo de nosotros y de los caballos, e que aquella noche les mandarían poblar todo el pueblo; y Cortés les mostró mucho amor, y les dijo muchas cosas tocantes a nuestra santa fe, como siempre lo teníamos de costumbre a do quiera que llegábamos, y que éramos vasallos de nuestro gran emperador don Carlos, y les dio unas cuentas verdes e otras cosillas de Castilla; y ellos trajeron luego gallinas y pan de maíz. Y estando en estas pláticas, vinieron luego a decir a Cortés que venía el cacique gordo de Cempoal en andas, y las andas a cuestas de muchos indios principales; y desque llegó el cacique habló con Cortés, juntamente con el cacique y otros principales de aquel pueblo dando tantas quejas de Montezuma, y contaba de sus grandes poderes, y decíalo con lágrimas y suspiros, que Cortés y los que estábamos presentes tuvimos mancilla; y demás de contar por qué vía y modo los había sujetado, que cada año les demandaban muchos de sus hijos y hijas para sacrificar y otros para servir en sus casas y sementeras, y otras muchas quejas, que fueron tantas, que ya no se me acuerda; y que los recaudadores de Montezuma les tomaban sus mujeres e hijas si eran hermosas, y las forzaban; y que otro tanto hacían en aquellas tierras de la lengua de Totonaque, que eran más de treinta pueblos; y Cortés los consolaba con nuestras lenguas cuanto podía, e que los favorecería en todo cuanto pudiese, y quitaría aquellos robos y agravios, y para eso les envió a estas partes el emperador nuestro señor, e que no tuviesen pena ninguna, que presto verían lo que sobre ello hacíamos; y con estas palabras recibieron algún contento, mas no se les aseguraba el corazón con el gran temor que tenían a los mexicanos. Estando en estas pláticas vinieron unos indios del mismo pueblo a decir a todos los caciques que allí estaban hablando con Cortés, cómo venían cinco mexicanos que eran los recaudadores de Montezuma, e como los vieron se les perdió la color y temblaban de miedo, y dejan solo a Cortés y los salen a recibir, y de presto les enraman una sala y les guisan de comer y les hacen mucho cacao, que es la mejor cosa que entre ellos beben; y cuando entraron en el pueblo los cinco indios vinieron por donde estábamos, porque allí estaban las casas del cacique y nuestros aposentos; y pasaron con tanta continencia y presunción, que sin hablar a Cortés ni a ninguno de nosotros se fueron e pasaron delante; y traían ricas mantas labradas, y los bragueros de la misma manera (que entonces bragueros se ponían), y el cabello lucio e alzado, como atado en la cabeza, y cada uno unas rosas oliéndolas, y mosqueadores que les traían otros indios como criados, y cada uno un bordón con un garabato en la mano, y muy acompañados de principales de otros pueblos de la lengua totonaque; y hasta que los llevaron a aposentar, y les dieron de comer muy altamente, no les dejaron de acompañar. Y después que hubieron comido mandaron llamar al cacique gordo e a los demás principales, y les dijeron muchas amenazas y les riñeron que por qué nos habían hospedado en sus pueblos, y les dijeron que qué tenían ahora que hablar y ver con nosotros. E que su señor Montezuma no era servido de aquello, porque sin su licencia y mandado no nos habían de recoger en su pueblo ni dar joyas de oro. Y sobre ello al cacique gordo y a los demás principales les dijeron muchas amenazas, e que luego les diesen veinte indios e indias para aplacar a sus dioses por el mal oficio que había hecho. Y estando en esto, viéndole Cortés, preguntó a doña Marina e Jerónimo de Aguilar, nuestras lenguas, de qué estaban alborotados los caciques desque vinieron aquellos indios, e quién eran. E doña Marina, que muy bien lo entendió, se lo contó lo que pasaba; e luego Cortés mandó llamar al cacique gordo y a todos los más principales, y les dijo que quién eran aquellos indios, que les hacían tanta fiesta. Y dijeron que los recaudadores del gran Montezuma, e que vienen a ver por qué causa nos recibían en el pueblo sin licencia de su señor, y que les demandan ahora veinte indios e indias para sacrificar a sus dioses Huichilobos porque les de victoria contra nosotros, porque han dicho que dice Montezuma que os quiere tomar para que seáis sus esclavos; y Cortés le consoló e que no hubiesen miedo, que él estaba allí con todos nosotros y que los castigarían. Y pasemos adelante a otro capítulo, y diré muy por extenso lo que sobre ello se hizo.
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Capítulo XLVI De cómo otro día por la mañana los españoles salieron a correr el campo, y de cómo se divulgó la nueva de ser preso Atabalipa por todo el reino Parece que con la prisión de Atabalipa los españoles estaban seguros de no tener guerra. Conocido esto, poníase gran recaudo en guardar su persona. Permitió Pizarro que tuviese sus mujeres, servicio de casa, porque se juntó parte de ello con él. Mostraba buen semblante, fingiendo más alegría que tristeza. Esforzaba a los que veía de los suyos, diciéndoles que, era usanza de guerra, vencer y ser vencidos. Como fue de día, luego, el sábado, mandó Pizarro que fuesen los caballos a correr el campo y llegasen hasta donde Atabalipa tuvo el real asentado; hiciéronlo así; hallaron grandes tesoros en piezas soberbias, muchas de gran precio, todo de metal de oro y plata fina; la ropa que se desperdició, si se guardara, valiera más de un millón y no poco más, sino mucho. Vieron gran golpe de armas que habían dejado; recogieron lo que pudieron; con ello volvieron a su alojamiento. No hacían enojo a los indios, porque ellos tampoco se ponían en arma; harto tenían que llorar su calamidad. Amonestábanles los nuestros que fuesen a ver a Atabalipa y a entender lo que mandaba; muchos iban. Pizarro, con las lenguas los consolaba, certificándoles que él no daría guerra si ellos no la diesen primero; aseguróles mucho tal razón. Llególe a Atabalipa nueva de cómo su hermano venía preso; rióse, cuando lo supo, diciendo que se reía de la vanidad del mundo, pues en un mismo día se hallaba vencido y lo mismo vencedor. Pidió hablar con Pizarro; vino luego, consolándolo con buenas palabras que no tuviese pena, le dijo, ni dejase de comer; pues era gran señor, tuviese ánimo semejante; prometió de le tratar como a tal, avisándole que si alguna de sus mujeres y parientes estuviesen en poder de algún cristiano, se lo hiciese saber, porque se lo mandaría dar. Cobró aliento, con lo que Pizarro dijo, Atabalipa, y esfuerzo para ser más largo en querer entender por entero la intención de los cristianos, y así lo quiso preguntar a su capitán y no a otro ninguno, diciendo que holgaría le dijesen quién eran, de qué tierra habían venido, si tenían Dios y rey. Pizarro respondió que eran cristianos, naturales de España, gran provincia, y que creían y adoraban en Dios, todopoderoso en Cristo, creador y hacedor del cielo, mar y tierra, con todo lo que en ella hay, y que si él se volvía cristiano, recibiendo agua de bautismo, iría a gozar del cielo y vista de Dios, donde no, que sería condenado como todos los que morían sin claridad de la fe; díjole más, que eran vasallos del emperador don Carlos, gran señor. Admiróse con esto que oyó Atabalipa; no trató con Pizarro más de ello, ni de otra cosa por entonces, sino encargarle su vida, persona, mujeres, hijos. Como él fue preso, muchos de los indios huyeron a diversas partes del reino, como se ha dicho. Llevaron grandes tesoros robados de los reales. Zopezopagua y Rumiñabi con otros fueron la vuelta de Quito, robando mucho tesoro de los templos y de los palacios reales. Es fama que escondieron más de tres mil cargas de oro y plata, que hasta hoy se está perdido. Hacían tiranías. Con tal vuelta, quedaron muchos por señores de lo que no era suyo, con poder y favor que tuvieron, matando a los naturales. Las vírgenes de los templos se salían y andaban hechas placeras; en fin, ya no se guardaban las buenas leyes de los incas; todo su gobierno se perdió; no tenían temor por no haber quien lo castigase; perdióse su dignidad, cayóse lo que tanto había subido, con la entrada de los españoles. Y, pues viene a propósito, diré de una señora natural, que dijo en mi presencia a fray Domingo de Santo Tomás, preguntándole cosas de los incas, dijo ella: "Padre, has de saber que Dios se cansó de sufrir los grandes pecados de los indios de esta tierra, y envió a los incas a los castigar, los cuales tampoco duraron mucho, y por su culpa cansóse Dios también de sufrirlos y venistes vosotros que tomastes su tierra, en la cual estáis, y Dios también cansará de sufriros y vendrán otros que os midan como medistes". Esto dijo esta india señora, un domingo por la mañana, porque veáis que ellos entienden que Dios castiga los reinos por los pecados. Vuelto al propósito hacen grandes exclamaciones los indios cuando cuentan los grandes males que pasaron por todas las provincias, preso que fue Atabalipa, no osaban ponerse en armas contra los cristianos, porque había mandado que no lo hiciesen, ni entendiesen, sino en servirlos. Como se derramó la fama de estar preso, causó grande admiración; espantábanse de ser poderosos ciento y sesenta hombres a lo hacer; muchos se holgaron y otros lloraban con gemidos de pena que recibieron. Chalacuchima fue el capitán que más notable sentimiento hizo; quejábase de sus dioses, pues habían permitido tal cosa; encomendó la guarda de Guascar a los capitanes que le pareció y él fue al valle de Xauxa a sosegar los movimientos que tenían los Guancas, donde hizo notable daño. En el Cuzco, como llegó la nueva de la prisión de Atabalipa, alegráronse los anancuzcos; tenían tal acaecimiento por milagro, creían que Dios todopoderoso, a quien llamaban Ticiviracocha, envió del cielo aquellos hijos suyos, para que libraran a Guascar y lo restituyesen en el trono de lo que habían echado. Mandaron estar los templos como se estaban y las vírgenes en ellos, hasta que se entendiese la voluntad de aquellos a quienes llamaban Viracocha (nombre que les pusieron, según ellos dicen, por que los tuvieron por hijos de Ticiviracocha; otros dicen que porque venían por la mar como espuma, los llamaron así; escrito tengo sobre esto más largo, en lo de atrás), aguardaban a ver qué es lo que los cristianos harían de Atabalipa; nunca se pensó que lo mataran, ni tampoco el Atabalipa lo pensó. Y con tanto contaré en este lugar la salida que hizo de Panamá el mariscal don Diego de Almagro.
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Capítulo XLVI Que trata de cómo después que hubo tomado el fuerte el general Pedro de Valdivia acordó salirse del monte por ser mal sitio y de lo que le sucedió Viendo los indios perdida su fuerza y su esperanza y muertos muchos indios, y en gran peligro ellos y sus mujeres e hijos, pensaron en como mejor se pudiesen aprovechar de los españoles y matarlos todos y hacerles el daño que pudiesen. Enviaron cierta gente a matar los caballos que habían quedado en el pequeño raso que tengo dicho, donde habían quedado doce de a caballo en guarda, haciendo su cuenta, según se supo por indios que después se tomaron, que muertos los caballos y aquellos que los guardaban, tenían seguros los demás, por quedar menos y a pie. Sabido por el general, y él que en gran cuidado lo tenía, mandó a su gente que quedase allí con sus caudillos y fue él en persona muy de presto a do los caballos estaban. Y llegado que fue, puso los españoles en orden, e luego dieron los indios la grita disparando mucha flechería, mas fueron resestidos por el general e los españoles que con él estaban. Mas en poco tiempo hicieron lo que suelen hacer, e dejaron la pelea, aunque todavía hirieron algunos españoles y caballos. Desbaratados los indios y metidos por los montes, dio el general aviso a los españoles que estuviesen sobre aviso, porque él se volvía a socorrer los demás que había dejado. Llegado que fue a donde los otros españoles, les dijo que caminasen, que no era justo que allí quedasen aquella noche, porque estaban divididos y en mal sitio, y que él se quería salir a lo llano que estaba de allí una legua y media, y que allí comerían los caballos y ellos tendrían descanso. Ya es notorio que la fortaleza de los españoles para con los indios es en lo llano gran defensa. Y saliendo del bosque comenzaron los indios otra nueva grita, y en lo cual daba a entender a los indios que están temerosos que ya se van huyendo los cristianos. Como todo el monte estaba lleno de gente, acudió muy gran copia y con demasiado ánimo que ponían, como lo usan, en aquel tiempo cargaron sobre los españoles e hirieron muchos de ellos e a sus caballos, y ellos no dejaban de matar y asombrar con los arcabuces y ballestas, porque peleaban entre arboleda y áspero monte. Y de esta suerte salieron a lo llano con gran trabajo. Puesto que habían salido, no dejaban los indios de herir crudamente en los españoles, diciendo como suelen: ¡a ellos que huyen!. Viendo el general que con aquel ímpetu salieron a lo llano, ya que estaban más de una carrera de caballo apartados del monte, arremetió con cuatro de a caballo que sanos y más descansados estaban. Y matando e hiriendo, los echó del llano y los encerró en el monte, donde no tornaron a perseverar por ir bien castigados y aún asombrados. El general mandó alojar su gente en sitio a lo llano muy apartado del monte y mandó curar los heridos que había. De aquí despachó a Francisco de Aguirre con veinte y cinco de a caballo a correr el campo, y que recogiese alguna comida para llevar a la ciudad.
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Que trata de la muerte del rey Motecuhzomatzin de México, y elección de Axayacatzin; y de algunos dichos, hechos y sentencias admirables del rey Nezahualcoyotzin El príncipe Nezahualpiltzintli nació en el día que llamaron matlactliome cóatl, que era el octavo día de su quinceno mes, llamado atemoztli y en su año llamado matlactlioce técpatl, que conforme a nuestra cuenta, fue a primero de enero del año de 1465 de la encarnación de Cristo nuestro Señor, y este mismo año (que fue el siguiente de los naturales que llaman matlactliomome calli) comenzaron los chalcas a edificar salas y aposentos de increíble grandeza en las casas y palacios del rey, en las demás de los señores y caballeros de su reino, y en las de los otros dos reyes y cabezas del imperio, por castigo de su obstinación y rebeldía, trayendo de su provincia, madera, Piedras y los demás materiales para los edificios referidos, con tan grave y excesivo trabajo suyo que más no podía ser en el mundo, y cómo con las guerras pasadas que ellos habían tenido tantos años, se había muerto la mayor parte de los varones, eran aún hasta las mujeres compelidas a este trabajo. El rey Nezahualcoyotzin, acertó a ver esta calamidad que padecían los chalcas y lo peor de todo que perecían de hambre, el cual confundido y lastimado de ver esto, mandó que hiciesen unas muy grandes casas pajizas que llaman jacales, y que en ellas sus mayordomos tuviesen grandísima máquina de comida para los chalcas que andaban ocupados en los edificios referidos. Demás de que ellos recibieron este gran refugio, fue parte para poder sobrellevar el hambre que corría en aquellos tiempos en su provincia; con que de su voluntad venían bandadas de ellos a la obra que hacían, viendo que con esto mitigaban el hambre que tenían; habiéndose ocupado los chalcas casi en estos cuatro años sucesivos. El siguiente año de 1469, casi a los últimos del que llaman el calli, murió el gran Motecuhzomatzin Ilhuicamina en su ciudad de México, y llegada la nueva a Nezahualcoyotzin, hizo lo que la vez pasada, y en su lugar fue recibido y jurado Axayacatzin, hijo de Tezozómoc, hijo de Itzcóatl y de Atotoxtli, hija legítima del difunto Motecuhzomatzin, que no tuvo otro legítimo; y así demás de sus partes, calidad y virtudes, vino a exceder a su abuelo. Recibido que fue y hechas las fiestas de su jura y coronación, se vino a la ciudad de Tetzcuco, en donde asistió muchas veces mientras vivió el rey Nezahualcoyotzin, el cual, entre otras cosas que hizo dignas de su fama y nombre fue que alargó los montes, porque de antes tenía puestos límites señalados hasta donde podían ir a traer maderas para sus edificios y leña para su gasto ordinario, y tenía puesta pena de la vida al que se excedía de los límites; y fue que yendo una vez con uno de sus grandes de su reino en traje de cazador (que lo acostumbraba hacer muy de ordinario, saliendo a solas y disfrazado para que no fuese conocido, a reconocer las faltas y necesidades que había en la república para remediarlas), con el mismo intento se fue hacia la montaña, y cerca de los límites referidos halló a un niño con harta miseria y penuria, juntando palitos para llevar a su casa; el rey le dijo que ¿por qué no entraba a la montaña adentro, pues había tanta suma de leña seca que poder llevar?, respondió el niño: "ni pienso hacer tal, porque el rey me quitará la vida". Preguntóle que ¿quién era el rey? y respondió el niño: "un hombrecillo miserable, pues quita a los hombres lo que Dios a manos llenas les da". Replicó el rey que bien podía entrar adentro de los límites que el rey tenía puestos, que nadie se lo iría a decir: visto por el muchacho, comenzó a enojarse y a reñirle, diciéndole que era un traidor y enemigo de sus padres, pues le aconsejaba cosa con que pudiese costarles la vida; y dando la vuelta el rey para su corte dejó dada orden a un criado suyo (que desde lejos les había seguido) cogiese aquel niño y a sus padres y los llevase a palacio; lo cual puso luego por obra, y llevándolos bien afligidos y atemorizados, no sabiendo a qué eran llamados a la presencia del rey, llegados que fueron, mandó a sus mayordomos les diesen cierta cantidad de fardos de mantas y mucho maíz, cacao y otros dones, y los despidió, dando las gracias al muchacho por la corrección que le había dado, y el guardar las leyes que él tenía establecidas; y desde entonces mandó que se quitasen los términos señalados, y que todos entrasen en los montes y se aprovechasen de las maderas y leñas que en ellos había, con tal que no cortasen ningún árbol que estuviese en pie, pena de muerte. Otra vez estando en un mirador, que caía a una de las puertas de la plaza y palacios del rey, llegó a descansar al pie de él un leñador que venía fatigado con su carga de leña y con él, su mujer, y al tiempo que se recostó un poco sobre su carga, miró la magnificencia y la grandeza de los palacios y alcázares del rey, y dijo a su mujer: "el dueño de toda esta máquina estará harto y repleto, y nosotros cansados y muertos de hambre". La mujer le respondió que callase la boca, no le oyese alguno, y por sus palabras fuesen castigados. El rey llamó a un criado suyo a quien mandó fuese a traer aquel leñador, que estaba descansando al pie del mirador, y se lo trajese a la sala de su consejo, el cual lo hizo así, y el rey se fue a aguardarle a la sala; y estando en su presencia atemorizados el leñador y su mujer, le dijo qué es lo que había dicho y murmurado del rey, que le dijese la verdad, y diciéndosela le dijo que otra vez no le aconteciese murmurar y decir mal de su rey y señor natural, porque las paredes oían, además de que, aunque a él le parecía que estaba repleto y harto, y lo demás que había dicho, que considerase la mucha máquina y peso de negocios que sobre él cargaban, y el cuidado de amparar, defender y mantener en justicia a un reino tan grande como era el suyo; y llamó a un mayordomo suyo, y mandóle que le diese cierta cantidad de fardos de mantas, cacao y otras cosas, y habiéndoselas traido en presencia del rey, le dijo que con aquello poco le bastaba y viviría bienaventurado; y él, con toda la máquina que le parecía que tenía harto, no tenía nada, y así lo despidió. Otro lance le sucedió con un cazador, y fue que éste ganaba su vida en cazar, y una vez, después de haber andado en montañas y quebrados, volvió a su casa cansado sin haber podido matar ninguna caza, y para poderse sustentar aquel día, comenzó a andar tras de los pajaritos pequeños que por allí había en los árboles; un mancebo vecino suyo viéndole cuán afligido andaba, y cómo no podía tirar a aquellos pajarillos, le dijo por modo de burla y vituperio que le tirase al miembro viril, y que quizá acertaría mejor; y como el cazador estaba afligido, enarcó y apuntó con la flecha, y disparándole, le acertó; viéndose herido con la flecha, comenzó a dar voces de tal manera que alborotó el barrio, y fue preso el cazador y llevado a palacio con el herido ante los jueces, y al tiempo que iban pasando por el patio principal de palacio, preguntó el rey que los estaba mirando ¿que qué era aquel murmullo? y habiéndole informado, que un herido que un cazador, que allí traían preso, había flechado, los mandó traer ante sí, y sabida la verdad del caso, mandó que el cazador curase al herido, y si sanaba quedase por su esclavo o diese su rescate, con que salió libre el cazador, el cual, viendo la magnificencia que había usado con él su rey, quiso buscar modo para que le hiciese mercedes, y fue que puso un galli-pavo a la puerta de su casa una noche, y en parte donde pudiese ser cogido de algún coyote, que es un animal que parece a los adives, que es un género de lobos, y se puso en parte donde poder ver la presa cuando la hiciese el lobo; el cual, antes que llegase la medianoche, llegó el olor del gallo y lo arrebató, y él se fue en su seguimiento, de tal manera que no le dejó comer el gallo hasta que se fue a meter a su cueva que la tenía en el interior de la montaña, en donde le dio un flechazo y lo mató, y luego se lo cargó y llevó juntamente con el gallo a palacio, y llego a ocasión que el rey se estaba vistiendo por ser muy de mañana, y diciendo a los de la recámara que le quería besar las manos y pedir justicia, mandó el rey que entrase a donde estaba, y llegado que fue a su presencia le dijo: "poderoso señor, a pedir vengo justicia contra el nombre de vuestra alteza, que esta noche me llevó este gallo, que juntamemte con él traigo, que no tenía otra hacienda; vuestra alteza lo remedie"; el cual le respondió que si su nombre lo había ofendido en matarle el gallo que traía muerto, que si lo trajera vivo lo castigara, y que otro día no le aconteciera semejante caso, porque en burlas sería castigado, y mandó pagarle lo que podían valer diez gallos, y que aquel lobo fuera desollado, y su piel se pusiese entre sus armas en el almacén. Era tan misericordioso este rey con los pobres, que de ordinario salía a un mirador que caía a la plaza, a ver la gente miserable que en ella vendía (que era de ordinario la que vendía sal, leña y legumbres que apenas se podía sustentar), y viendo que no vendían, no quería sentarse a comer, hasta tanto que sus mayordomos hubiesen ido a comprarles todo cuanto vendían a doblado precio de lo que valía, para darlo a otros, porque tenían muy particular cuidado de dar de comer y vestir a los viejos enfermos lisiados en las guerras, a la viuda y al huérfano, gastando en esto gran parte de los tributos, que para el efecto tenía señalados ciertos señores y caballeros que estaban a su cargo, porque nadie podía andar demandando por las calles ni fuera de ellas, pena de la vida.
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En que se da noticia de algunas cosas tocantes a las provincias de Puerto Viejo y a la línea equinocial El primer puerto de la tierra del Perú es el de Pasaos, y dél y del río de Santiago comenzó la gobernación del marqués don Francisco Pizarro, porque lo que queda atrás hacia la parte del norte cae en los términos de la provincia del río de San Juan; y así, se puede decir que entra en los límites de la ciudad de Santiago de Puerto Viejo, donde, por ser esta tierra tan vecina a la equinocial, se cree que son en alguna manera los naturales no muy sanos. En lo tocante a la línea, algunos de los cosmógrafos antiguos variaron, y erraron en afirmar que por ser cálida no se podía habitar. Y porque esto es claro y manifiesto a todos los que habemos visto la fertilidad de la tierra y abundancia de las cosas para la sustentación de los hombres pertenecientes, y porque desta línea equinocial se toca en algunas partes desta historia, por tanto daré aquí razón de lo que della tengo entendido de hombres peritos en la cosmografía; lo cual es que la línea equinocial es una vara o círculo imaginado por medio del mundo, de levante en poniente, en igual apartamiento de los polos del mundo. Dícese equinocial porque pasando el sol por ella hace equinocio, que quiere decir igualdad del día y de la noche. Esto es dos veces en el año, que son a 11 de marzo y 13 de setiembre. Y es de saber que (como dicho tengo) fue opinión de algunos autores antiguos que debajo desta línea equinocial era inhabitable; lo cual creyeron porque, como allí envía el sol sus rayos derechamente a la tierra, habría tan excesivo calor, que no se podría habitar. Desta opinión fueron Virgilio y Ovidio y otros singulares varones. Otros tuvieron que alguna parte sería habitaba, siguiendo a Ptolomeo, que dice: "No conviene que pensemos que la tórrida zona totalmente sea inhabitada." Otros tuvieron que allí no solamente era templada y sin demasiado calor, mas aun templadísima. Y esto afirma San Isidoro en el primero de las Etimologías, donde dice que el paraíso terrenal es en el oriente, debajo de la línea equinocial, templadísimo y amenísimo lugar. La experiencia agora nos muestra que, no sólo debajo de la equinocial, mas toda la tórrida zona, que es de un trópico a otro, es habitada, rica y viciosa, por razón de ser todo el año los días y noches casi iguales. De manera que el frescor de la noche templa el calor del día, y así contino tiene la tierra sazón para producir y criar los frutos. Esto es lo que de su propio natural tiene, puesto que accidentalmente en algunas partes hace diferencia. Pues tornando a esta provincia de Santiago de Puerto Viejo, digo que los indios desta tierra no viven mucho. Y para hacer esta experiencia en los españoles, hay tan pocos viejos hasta agora, que más se han apocado con las guerras que no con enfermedades. De esta línea hacia la parte del polo ártico está el trópico de Cáncer cuatrocientas y veinte leguas della, en veinte y tres grados y medio, donde el sol llega a los 11 de junio y nunca pasa dél; porque desde allí da la vuelta hacia la misma línea equinocial, y vuelve a ella a 13 de setiembre, y por el consiguiente, desciende hasta el trópico de Capricornio otras cuatrocientas y veinte leguas, y está en los mismos veinte y tres grados y medio. Por manera que hay distancia de ochocientas y cuarenta leguas de trópico a trópico. A esto llamaron los antiguos la tórrida zona, que quiere decir tierra tostada o quemada, porque el sol en todo el año se mueve encima della. Los naturales desta tierra son de mediano cuerpo, y tienen y poseen fertilísima tierra, porque se da gran cantidad de maíz y yuca y ajes o batatas, y otras muchas maneras de raíces provechosas para la sustentación de los hombres. Y también hay gran cantidad de guayabas muy buenas, de dos o tres maneras, y guabas y aguacates y tunas de dos suertes, las unas blancas y de tan singular sabor, que se tiene por fruta gustosa; caimitos, y otra fruta que llaman cerecillas. Hay también gran cantidad de melones de los de España y de los de la tierra, y se dan por todas partes muchas legumbres y habas, y hay muchos árboles de naranjos y limas, y no poca cantidad de plátanos, y se crían en algunas partes singulares piñas; y de los puercos que solía haber en la tierra hay gran cantidad, que tenían (como conté hablando del puerto de Urabá) el ombligo junto a los lomos, lo cual no es sino alguna cosa que allí les nace, y como por la parte de abajo no se halla ombligo, dijeron serlo lo que está arriba; y la carne destos es muy sabrosa. También hay de los puercos de la casta de España y muchos venados de la más singular carne y sabrosa que hay en la mayor parte del Perú. Perdices se crían no pocas manadas dellas, y tórtolas, palomas, pavas, faisanes y otro gran número de aves, entre las cuales hay una que llaman xuta, que será del tamaño de un gran pato; a ésta crían los indios en sus casas, y son domésticas y buenas para comer. También hay otra que tiene por nombre maca, que es poco menor que un gallo, y es linda cosa ver las colores que tienen y cuán vivas; el pico destas es algo grueso y mayor que un dedo, y partido en dos perfectísimas colores, amarilla y colorada. Por los montes se ven algunas zorras y osos, leoncillos pequeños y algunos tigres y culebras; pero, en fin, estos animales antes huyen del hombre que no le acometen. Otros algunos habrá de que yo no tengo noticia. Y también hay otras aves nocturnas y de rapiña, así por la costa como por la tierra dentro, y algunos condores y otras aves que llaman gallinazas hediondas, o por otro nombre auras. En las quebradas y montes hay grandes espesuras, florestas y árboles de muchas maneras, provechosos para hacer casas y otras cosas; en lo interior de algunos dellos crían abejas, que hacen en la concavidad de los árboles panales de miel singular. Tienen estos indios muchas pesquerías, a donde matan pescado en cantidad; entre ellos se toman unos que llaman bonitos, que es mala naturaleza de pescado, porque causa a quien lo come calenturas y otros males. Y aun en la mayor parte desta costa se crían en los hombres unas verrugas bermejas del grandor de nueces, y les nascen en la frente y en las narices y en otras partes; que, demás de ser mal grave, es mayor la fealdad que hace en los rostros, y créese que de comer algún pescado procede este mal. Como quiera que sea, reliquias son de aquella costa, y sin los naturales, ha habido muchos españoles que han tenido estas verrugas. En esta costa y tierra subjeta a la ciudad de Puerto Viejo y a la de Guayaquil hay dos maneras de gente, porque desde el cabo de Pasaos y río de Santiago hasta el pueblo de Zalango son los hombres labrados en el rostro, y comienza la labor desde el nacimiento de la oreja y superior dél, y desciende hasta la barba, del anchor que cada uno quiere. Porque unos se labran la mayor parte del rostro y otros menos, casi y de la manera que se labran los moros. Las mujeres destos indios, por el consiguiente, andan labradas y vestidas ellas y sus maridos de mantas y camisetas de algodón, y algunas de lana. Traen en sus personas algún adornamiento de joyas de oro y unas cuentas muy menudas, a quien llaman chaquira colorada, que era rescate extremado y rico. Y en otras provincias he visto yo que se tenía por tan preciada esta chaquira, que se daba harta cantidad de oro por ella. En la provincia de Quimbaya (que es donde está situada la ciudad de Cartago) le dieron ciertos caciques o principales al mariscal Robledo más de mil y quinientos pesos por poco menos de una libra. Pero en aquel tiempo por tres o cuatro diamantes de vidrio daban doscientos y trescientos pesos. Y en esto de vender a los indios, seguros estamos que no nos llamaremos a engaño con ellos. Aun me ha acaecido de vender a indio una hacha pequeña de cobre y darme él por ella tanto oro fino como la hacha pesaba; y los pesos tampoco iban muy por fiel; pero ya es otro tiempo, y saben bien vender lo que tienen y mercar lo que han menester. Y los principales pueblos donde los naturales usan labrarse en esta provincia son: Pasaos, Xaramixo, Pimpanguace, Peclansemeque y el valle de Xagua, Pechonse, y los de Monte-Cristo, Apechigue y Silos, y Canilloha y Manta y Zapil, Manavi, Xaraguaza y otros que no se cuentan, que están a una parte y a otra. Las casas que tienen son de madera, y por cobertura paja, unas pequeñas y otras mayores, y como tiene la posibilidad el señor della.
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CAPITULO XLVI Fundación de la Misión de la Madre Santa Clara. La Carta que recibió por el mes de septiembre de 76 en San Diego el Comandante D. Fernando Rivera del Exmô. Señor Virrey, que daba ya por fundadas estas dos Misiones del Puerto de San Francisco N. Padre, siendo así que no sólo no había dado paso a ello, sino que tenía consigo los doce Soldados pertenecientes a ellas, teniendo mucho cuidado, y para salir se puso en camino con dicha Tropa para verificar dichas fundaciones; y llegado a Monterrey tuvo la noticia de estar ya fundada ésta de N. P. San Francisco; y para dar mano a la segunda, vino a hacer el registro con el P. Fr. Tomás de la Peña, uno de los dos Ministros señalados; y llegando a unos grandes llanos nombrados de San Bernardino, caminaron por ellos hasta llegar al remate del brazo de mar del Puerto de San Francisco, que corre al Sureste. Hallaron en él un Río con mucha agua, que tiene su nacimiento como tres leguas del remate del grande Estero o brazo de mar dicho del Sureste, en el que vacía dicho Río; y por las cercanías encontraron varios ojos de agua corriente, que podían servir para beneficiar las muchas y buenas tierras de dicho llano, todas pobladas de Rancherías de Gentiles, y de muchos y grandes Robles. Pareció así al Comandante Rivera, como al P. Peña el sitio muy al propósito para una grande Misión: con este gusto se vinieron para esta de N. Padre, en donde llegaron el 26 de noviembre; y convenidos en que en dicho sitio se pondría la Misión, se quedó el P. Fr. Tomás, y el Comandante se fue a visitar el nuevo Presidio de N. Padre, que no había visto; y de allí el día 30 se volvió para el de Monterrey, a fin de enviar la Tropa, y que viniese con ella el P. Fr. José Murguía con los avíos, que estaban en la Misión de San Carlos, pertenecientes a la nueva Misión. A últimos de diciembre llegó la Tropa con sus familias, y salió el P. Fr. Tomás con el Teniente Comandante del Presidio y demás Gente para la fundación el día 6 de enero de 77: y habiendo llegado al registrado paraje, que dista quince leguas rumbo al Sureste de esta Misión, hicieron una Cruz, que bendita y adorada enarbolaron, y bajo de enramada formado el Altar, dijo el P. Peña la Misa primera, el día 12 de enero, y a pocos días se le juntó su P. Compañero, que llegó con los avíos de la Misión. En breve frecuentaron los Gentiles a visitarlos y regalarlos. Lograron por mayo del dicho año los primeros Bautismos, porque habiendo entrado una grande epidemia en los párvulos, lograron el Bautismo muchos con el trabajo de ir los Padres por las Rancherías; con lo que consiguieron el enviar a muchos párvulos (que acabados de bautizar murieron) al Cielo, como primicia, para que pidiesen a Dios por la conversión de sus parientes y conterráneos, de los que se van logrando muchos, gracias a Dios, pues vio el V. Padre Presidente antes de morir ya bautizados en sola esta Misión seiscientos sesenta y nueve, continuando sin novedad en el catequismo, y aumentándose el número de Cristianos. Esta Misión logra cuasi el mejor sitio de todo lo conquistado, pues está fundada en los grandes llanos de San Bernardino, que tienen más de treinta leguas de largo, y de ancho tres, cuatro y cinco; tienen buenas tierras para labores, y logran grandes cosechas de Trigo y Maíz, y toda especie de legumbres, no sólo para que se mantengan los Neófitos, sino para regalar a los Gentiles para atraerlos al Gremio de la Santa Iglesia, como también para proveer a la Tropa de los Presidios a trueque de ropa para vestir a los Neófitos. Logra abundancia de agua, no sólo del Río de Ntra. Señora de Guadalupe, que dista como un cuarto de legua de las casas de la Misión, del que logran buenas Truchas por el Verano, que he visto pesar una de cuatro libras, de la que comí, y me pareció ser Trucha asalmonada, muy sabrosa. A más de la abundancia de agua del Río, tiene varios manantiales que corriendo por zanjas la conducen a las sementeras para regarlas: logran ya con abundancia de las frutas de España de cuantas se han sembrado, nacidos todos los frutales de los huesos y pepitas que se sembraron al principio, hasta de la Uva. Tiene aquel grande llano muchos manchones de arboledas de Robles, que cargan de Bellota, con que se mantienen los Gentiles, ayudándose con las semillas del Campo, como queda dicho de los de San Francisco N. Padre. Logran asimismo la Abeliana, que bajan de la Sierra de Poniente, como tres leguas de la Misión; pero carecen de la Fresa, y del Marisco y Almeja, por estar muy apartados de la Playa, como tambien del pescado, no logrando más que la Trucha en el verano, y no con mucha abundancia. Los Naturales son de la misma lengua que los del Puerto de San Francisco, pues es muy poca la diferencia en los términos. Son de las mismas costumbres que los del Puerto, del que dista esta Misión como quince leguas, del de Monterrey veintisiete, y del remate del brazo de mar, o Estero grande como dos leguas: tiene al Poniente el mar Pacífico, como doce leguas de Sierra, toda poblada de Gentilidad, y en su Costa, cuasi en frente de esta Misión, viene a caer la Punta de Año nuevo, que con la de Pinos, forma la grande Ensenada del Puerto de Monterrey. Están los Llanos de San Bernardino muy poblados de Rancherías de Gentiles, y muchos de ellos ocurren a esta Misión de Santa Clara, así hombres como mujeres, principalmente en tiempo de cosechas, por lo mucho que comen y llevan para sus Rancherías. En una de estas ocasiones repararon los Padres Ministros de esta Misión, que entre las mujeres Gentiles (que siempre trabajan separadas sin mezclarse con los hombres) había una, que según el traje que traía de tapada honestamente, y según el adorno gentílico que cargaba, y en el modo de trabajar, sentarse, etc. era indicio de ser mujer; pero según el aspecto de la cara, y sin pechos, teniendo bastante edad, y llamando esto la atención, preguntaron los Padres a algunos Cristianos nuevos, y les dijeron, que era hombre, que iba como mujer, y siempre iba con ellas, y no con los hombres, y que no era bueno que anduviese así. Juzgando los Padres en ello alguna malicia, quisieron averiguarlo; valiéronse del Cabo de la Escolta, encargándole estuviese a la vista, y tomase algún pretexto para llevarlo a la Guardia; y si hallase ser hombre, le quitase todo el traje de mujer y lo dejase con el de los hombres Gentiles, que es el que traía Adán en el Paraiso antes de pecar; así lo practicó el Cabo, y quitándole las naguitas quedó mas avergonzado que si hubiera sido mujer. Tuviéronle así tres días en la Guardia, haciéndole barrer la plazuela, dándole bien de comer; pero se mantuvo siempre muy triste, avergonzado, y después de haberle expresado que no estaba bueno el ir con aquel traje, y menos el meterse entre las mujeres, con quienes se presumía estaría pecando, le dieron libertad, y se marchó, y jamás se ha vuelto a ver en la Misión; y por los Neófitos se ha sabido está en las Rancherías de los Gentiles, como antes, con el traje de mujer, sin poder averiguar el fin, pues no se les pudo sacar otra cosa a los Neófitos, sino la expresión de que no estaba bueno. Pero en la Misión de San Antonio se pudo algo averiguar, pues avisando a los Padres, que en una de las casas de los Neófitos se habían metido dos Gentiles, el uno con el traje natural de ellos y el otro con el traje de mujer, expresándolo con el nombre de joya (que dicen llamarlo así en su lengua nativa) fue luego el P. Misionero con el Cabo y un Soldado a la casa a ver lo que buscaban, y los hallaron en el acto de pecado nefando. Castigáronlos, aunque no con la pena merecida, y afeáronles el hecho tan enorme; y respondió el Gentil que aquella joya era su mujer; y habiéndoles reprehendido, no se han vuelto a ver ni en la Misión, ni en sus contornos, ni en las demás Misiones se ha visto tan execrable gente. Sólo en el tramo de la Canal de Santa Bárbara se hallan muchos joyas, pues raro es el Pueblo donde no se vean dos o tres; pero esperamos en Dios, que así como se vaya poblando de Misiones, se irá despoblando de tan maldita gente, y se desterrará tan abominable vicio plantándose en aquella tierra la Fe Católica, y con ella todas las demás virtudes para mayor gloria de Dios, y bien de aquellos pobres ignorantes.
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Capítulo XLVI Cómo empezaron las diferencias entre Huascar Ynga y su hermano Atao Hualpa En el tiempo que esto se hacía en Tomebamba, Huascar Ynga mandó hacer los edificios de Calca en el Cuzco, y sacó juntamente con una visita infinita cantidad de indios para su servicio, llamados aylloscas, que fueron los yauyos, cajas y huambos, que es junto a Caja Marca, los chumbiuilcas, canas y corazoras, que son los de Paria. En esta ocasión estuvo Huascar Ynga en el Cuzco, siempre con grandísimo sosiego, sin entender en otra cosa de guerra ni de conquista, sino de holgarse y darse a vicios de comer y beber y regocijos y placeres con los principales de los suyos, pero siempre con recelo y muestra de poca voluntad a su hermano Atao Hualpa, que estaba en Quito. Para acabar de confirmar su sospecha y poca aficionada voluntad a su hermano Atao Hualpa, le llegaron en este medio mensajeros del gobernador de Tomebanba y del cacique principal de los cañares, llamado Ocllo Calla, diciendo que Atao Hualpa había hecho grandes palacios para él y so color destos había levantado para sí otros de mejor fábrica y más suntuosos, y que se trataba y hacía servir como si fuera Ynga y señor, con mucha majestad y aplauso, siendo en aquellas provincias reverenciado con gran acatamiento. Oídas estas nuevas por Huascar Ynga, recibió dellas, como estaba con mala voluntad, infinito enojo, y de nuevo comenzó a hacer pesquisa de la quedada de Atao Hualpa en Quito. Y sobre ello riñó ásperamente con su madre, porque le había encubierto algunas cosas de las que allá a la partida habían pasado. Dentro de ocho días le llegaron mensajeros de Quito enviados por Atao Hualpa, los cuales trajeron muchas cosas, estando Huascar Ynga en Calca, y entre otras cosas de ver le envió la traza y modelo de los palacios que le tenía hechos y mucha cantidad de ropa, de pedrería y plumería muy rica, y Huascar Ynga, habiéndolas visto con desdén y menosprecio, dijo a los mensajeros: para qué me envía mi hermano estas cosas a mí; piensa por ventura que acá no las hay y que me faltan acá. Las tengo yo mucho mejores que no allá, y los oficiales que las hacen y él tiene allá consigo son míos y no suyos. Entonces Ynga Roca su consejero le dijo que decía mucha verdad y tenía gran razón en todo y Huascar Ynga, con el enojo y cólera que estaba, mandó echar toda aquella ropa en el fuego en que se estaban calentando por ser de mañana, y se quemó toda sin que se escapase nada de la furia del fuego. Y vuelto Huascar a los embajadores de su hermano les dijo palabras injuriosas y sin mirar el derecho que siempre a los tales, aun entre los muy bárbaros se guardó, mandó matar a algunos dellos, y de los cueros hizo que se hiciesen tambores para sus taquies. Chuqui Huipa, hermana y mujer de Huascar, muy triste de lo que había pasado, porque quería mucho a su hermano Atao Hualpa, mandó secretamente llamar los mensajeros que habían sido reservados con la vida y les preguntó por su hermano, y les contó la mala vida que la daba su marido Huascar y el enojo que había tenido con su madre y cómo la había afrentado de palabra, y los mensajeros oyendo estas cosas, y considerando no estaban seguros de otro tanto que como a sus compañeros había sucedido, trataron de volverse a Quito y quitarse de la presencia de Huascar Ynga, tan airado contra su señor Atao Hualpa. Pidiéronle licencia para volverse adonde habían venido, y Huasca Ynga se la dio y dijo que se fuesen muy presto y dijesen a su hermano Atao Hualpa que, en llegando ellos, se despachase y se viniese al Cuzco dejando buena orden y recaudo en lo de allá, en las fronteras y que no esperase segundo mandato suyo. Salidos estos mensajeros del Cuzco, caminaron con el miedo que llevaban a grandes jornadas y llegaron a Atao Hualpa, que estaba en Tomebamba, y muy por extenso le refirieron lo que su hermano Huascar Ynga decía, y cómo con mucho menosprecio y desdén había quemado toda la ropa rica que le había llevado en su nombre, y muerto a algunos dellos y de los cueros hecho tambores, y más lo que su hermana Chuqui Huipa les había contado y, en conclusión, cómo le mandaba su hermano que se aparejase y muy brevemente se fuese al Cuzco, porque así convenía. Oído esto por Atao Hualpa, recibió infinita tristeza dello, no sabiendo qué medio tomar, porque si iba al Cuzco temíase de la indignación de su hermano, que con tan poca ocasión había muerto a otros que allá estaban, y a gran número de capitanes que en la guerra habían servido a Huayna Capac, su padre, por sólo sospechar. Viéndole en esta confusión Ulco Colla, cacique de los Cañares, y Ato le dijeron: para qué señor estáis triste y penoso, haceos ynga y señor, que tan hijo sois de Huayna Capac como Huascar, vuestro hermano, y mejor lo merecéis vos por vuestra persona, que no él, que toda su vida gasta en vicios y borracheras. A estas palabras Atao Hualpa, aunque le debió de holgar en lo interior de su corazón, si tenía ánimo de rebelarse contra su hermano, no respondió cosa ninguna por no dar muestras dello. Y porque la gente y soldados que con él estaban no entendiesen que estaba melancólico y triste, y viéndole así se alborotasen, otro día siguiente mandó hacer grandes fiestas y regocijos y los entretuvo con semblante alegre y de placer. Y de nuevo tornó a llamar los mensajeros que del Cuzco habían vuelto, y se informó muy despacio dellos de todo lo que les había sucedido con Huascar y lo que les había dicho, y de Chuqui Huipa su hermana y de lo que había en el Cuzco y del modo del gobierno de su hermano, capitanes y consejeros. De allí a algunos días, sin hacer caudal del mandato de su hermano, se volvió a Quito, tomando de su propia autoridad las andas ricas que su padre Huayna Capac había dejado en Tomebamba, y las más ricas y preciosas ropas que había en los depósitos, hechas para su padre, porque tenía de costumbre, donde quiera que llegaba el Ynga, todas las vestiduras que se ponía en aquella parte las guardaban como reliquias para tenerlas allí siempre, y de las que había en Tomebamba tomó Atao Hualpa y se las vistió, lo cual no se podía hacer si no era por mandado del Ynga, y así se fue con grande aplauso y acompañamiento a Quito. Visto por Ullco Colla y Ato, que eran los que para ello le habían dado consejo con ruin intención de revolver a los dos hermanos, su partida a Quito, despacharon mensajeros a Huascar Ynga, y le enviaron a decir cómo Atao Hualpa había tomado las andas de su padre y sus vestidos y aderezos, que estaban en los depósitos y se los había vestido y se iba con gran majestad hacia Quito y que les parecía se quería rebelar, pues no había hecho caual de su orden, en que le mandaba no se volviese a Quito. Huascar Ynga, como oyó estas nuevas tomó más odio con los capitanes que habían venido desde Quito con el cuerpo de su padre, porque habían dejado allá a su hermano, y luego mandó llamar a todos los de su consejo y trató del negocio pidiéndoles le dijesen lo que en este caso haría con su hermano, pues así menospreciaba sus mandamientos y se había ido a Quito en lugar de venirse a su llamado. Entre todos se acordó que sin ninguna dilación se enviase a prender a su hermano, sin que ello entendiese, porque no hubiese más alborotos, y lo cogiesen descuidado. Pero aunque en la prisión convinieron, en el modo discordaron, que otros dijeron que no fuese así, sino que se despachase gente que lo trajese preso por si se pusiese en defensa. A este parecer se animó Huascar Ynga, y envió un capitán llamado Ato y le dio gente en el Cuzco y comisión, que desde Tomebamba fuese todo el ejército que allí había de Cañares, y Ullco Colla su cacique con ellos. Y así salió Ato con la gente que se le dio del Cuzco, y a grandes jornadas llegó a Tomebamba donde hizo mucho número de gente de los Cañares y Tomebambas, y partió con ello hacia Quito a prender a Atao Hualpa si se pusiese en defensa.
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Cómo el Almirante salió de la Gomera, y atravesando el Océano halló las islas de los Caribes Lunes, a 7 de Octubre, el Almirante siguió su viaje a las Indias, habiendo entregado antes un pliego, cerrado y sellado, j todos los navíos, el cual mandaba no fuese abierto, a no ser que la fuerza del viento los separase de él. Esto era porque daba en aquella carta noticia del rumbo que habían de seguir para la Villa de la Navidad, en la Española, y no quería que, sin gran necesidad, fuese conocido de alguno aquel itinerario. Navegando con próspero viento, el jueves, a 24 de Octubre, habiendo corrido más de 400 leguas al Occidente de la Gomera, ya no se halló la hierba que en el primer viaje habían encontrado a 250 leguas; y no sin admiración de todos, en aquel día y los dos siguientes, iba una golondrina a visitar la armada. El mismo sábado, de noche, se vio el fuego de San Telmo, con siete velas encendidas, encima de la gavia, con mucha lluvia y espantosos truenos. Quiero decir que se veían las luces qué los marineros afirman ser el cuerpo de San Telmo, y le cantan muchas letanías y oraciones, teniendo por cierto que en las tormentas donde se aparezca, nadie puede peligrar. Pero, sea lo que sea, yo me remito a ellos; porque si damos fe a Plinio, cuando aparecían semejantes luces a los marineros romanos en las tempestades del mar, decían que eran Castor y Polux; de los que hace mención también Séneca, al comienzo del libro primero de sus Naturales. Pero volviendo a nuestra historia, digo que el sábado, de noche, a 2 de Noviembre, viendo el Almirante grande alteración en el cielo y en los vientos, y observando también nubarrones, tuvo por cierto hallarse cerca de alguna tierra; con esta opinión hizo quitar la mayor parte de las velas, y dispuso que toda la gente hiciese buena guardia, no sin razonable causa; porque la misma noche, al aparecer el alba, vieron tierra al Oeste, a siete leguas de la armada, y eran una isla alta y montuosa, a la que puso nombre de Domínica, por haberla descubierto el domingo, de mañana. De allí a poco vio otra isla hacia el Nordeste de la Domínica, y después vio otras dos, una de ellas más hacia el Norte. Por esta gracia que Dios les había hecho, reuniéndose toda la gente de las naves en las popas, dijeron la Salve con otras oraciones e himnos cantados con mucha devoción, dando gracias a Nuestro Señor porque en veinte días, desde que salieron de la Gomera, habían arribado a dicha tierra, distancia que calculaban ser de 750 a 800 leguas. Por no hallar en la costa de la parte de Levante de dicha isla Domínica lugar a propósito para fondear, pasaron a otra isla a la que el Almirante puso nombre de Marigalante, porque así era denominada la nave capitana. Allí, saliendo a tierra, con todas las solemnidades necesarias, volvió a ratificar la posesión que, en nombre de los Reyes Católicos, había tomado de todas las islas y tierra firme de las Indias en el primer viaje.