De cómo el gobernador dejó de los bastimentos que llevaba En este puerto de Tapua, porque iban muy cargados de bastimentos los navíos, tanto, que no lo podían sufrir, por asegurar la carga, dejó allí más de doscientos quintales de bastimentos; y acabados de dejar, se hicieron a la vela, y fueron navegando prósperamente hasta que llegaron a un puerto que los indios llaman Juriquizaba, y llegó a él a un hora de la noche; y por hablar a los indios naturales dél estuvieron hasta tercero día, en el cual tiempo le vinieron a ver muchos indios cargados de bastimentos, que dieron así entre los españoles que allí iban como entre los indios guaraníes que llevaba en su compañía; y el gobernador los recibió a todos con buenas palabras, porque siempre fueron éstos amigos de los cristianos y guardaron amistad; y a los principales y a los demás que trujeron bastimentos les dio rescates, y les dijo cómo iba a hacer el descubrimiento de la tierra, lo cual era bien y provecho de todos ellos, y que entretanto que el gobernador tornaba, les rogaba siempre tuviesen paz y guardasen paz a los españoles que quedaban en la ciudad de la Ascensión, y así se lo prometieron de lo hacer; y dejándolos muy contentos y alegres, navegaron con buen tiempo río arriba.
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Cómo entramos en Cempoal, que en aquella sazón era muy buena población, y lo que allí pasamos Y como dormimos en aquel pueblo donde nos aposentaron los doce indios que he dicho, y después de bien informados del camino que habíamos de llevar para ir al pueblo que estaba en el peñol, muy de mañana se lo hicimos saber a los caciques de Cempoal cómo íbamos a su pueblo, y que lo tuviesen por bien; y para ello envió Cortés los seis indios por mensajeros, y los otros seis quedaron para que nos guiasen; y mandó Cortés poner en orden los tiros y escopetas y ballesteros, y siempre corredores del campo descubriendo, y los de a caballo y todos los demás muy apercibidos. Y desta manera caminamos hasta que llegamos una legua del pueblo; e ya que estábamos cerca de él, salieron veinte indios principales a nos recibir de parte del cacique, y trajeron unas piñas rojas de la tierra, muy olorosas, y las dieron a Cortés y a los de a caballo con gran amor, y le dijeron que su señor nos estaba esperando en los aposentos, y por ser hombre muy gordo y pesado no podía venir a nos recibir; y Cortés les dio las gracias, y se fueron adelante. E ya que íbamos entrando entre las casas, desque vimos tan gran pueblo, y no habíamos visto otro mayor, nos admiramos mucho dello; y como estaba tan vicioso y hecho un verjel, y tan poblado de hombres y mujeres, las calles llenas que nos salían a ver, dábamos muchos loores a Dios, que tales tierras habíamos descubierto; y nuestros corredores del campo, que iban a caballo, parece ser llegaron a la gran plaza y patios donde estaban los aposentos, y de pocos días, según pareció, teníanlos muy encalados y relucientes, que lo saben muy bien hacer, y pareció al uno de los de a caballo que era aquello blanco que relucía plata, y vuelve a rienda suelta a decir a Cortés cómo tenían las paredes de plata. Y doña Marina e Aguilar dijeron que sería yeso o cal, y tuvimos bien que reír de su plata e frenesí, que siempre después le decíamos que todo blanco le parecía plata. Dejemos de la burla, y digamos cómo llegamos a los aposentos, y el cacique gordo nos salió a recibir junto al patio, que porque era muy gordo así le nombraré, e hizo muy gran reverencia a Cortés y le zahumó, que así lo tenían de costumbre, y Cortés le abrazó, y allí nos aposentaron en unos aposentos harto buenos y grandes, que cabíamos todos, y nos dieron de comer y pusieron unos cestos de ciruelas, que había muchas, porque era tiempo dellas, y pan de maíz; y como veníamos hambrientos, y no habíamos visto otro tanto bastimento como entonces, pusimos nombre a aquel pueblo Villaviciosa, y otros le nombraron Sevilla. Mandó Cortés que ningún soldado les hiciese enojo ni se apartase de aquella plaza. Y cuando el cacique gordo supo que habíamos comido, le envió a decir a Cortés que le quería ir a ver, e vino con buena copia de indios principales, y todos traían grandes bezotes de oro e ricas mantas; y Cortés también les salió al encuentro del aposento, y con grandes caricias y halagos le tornó a abrazar; y luego mandó el cacique gordo que trajesen un presente que tenía aparejado de cosas de joyas de oro y mantas, aunque no fue mucho, sino de poco valor, y le dijo a Cortés: "Lopelucio, lopelucio, recibe esto de buena voluntad"; e que si más tuviera, que se lo diera. Ya he dicho que en lengua totonaque dijeron señor y gran señor, cuando dicen lopelucio, etc. Y Cortés le dijo con doña Marina e Aguilar que él se lo pagaría en buenas obras, e que lo que hubiese menester, que se lo dijese, que lo haría por ellos; porque somos vasallos de un tan gran señor, que es el emperador don Carlos, que manda muchos reinos y señoríos, que nos envía para deshacer agravios y castigar a los malos, y mandar que no sacrificasen más ánimas; y se les dio a entender otras muchas cosas tocantes a nuestra santa fe. Y luego como aquello oyó el cacique gordo, dando suspiros, se quejó reciamente del gran Montezuma y de sus gobernadores, diciendo que de poco tiempo acá le había sojuzgado, y que le había llevado todas sus joyas de oro, y les tiene tan apremiados, que no osan hacer sino lo que les manda, porque es señor de grandes ciudades, tierras, e vasallos y ejércitos de guerra. Y como Cortés entendió que, de aquellas quejas que daban, al presente no podían entender en ello, les dijo que él haría de manera que fuesen desagraviados; y porque él iba a ver sus acales (que en lengua de indios así llaman a los navíos), e hacer su estada e asiento en el pueblo de Quiahuistlán, que desque allí esté de asiento se verán más de espacio; y el cacique gordo les respondió muy concertadamente. Y otro día de mañana salimos de Cempoal, y tenía aparejados sobre cuatrocientos indios de carga, que en aquellas partes llaman tamemes, que llevan dos arrobas de peso a cuestas y caminan con ellas cinco leguas; y desque vimos tanto indio para carga nos holgamos, porque de antes siempre traíamos a cuestas nuestras mochilas, los que no traían indios de Cuba, porque no pasaron en la armada sino cinco o seis, y no tantos como dice el Gómara. Y doña Marina e Aguilar nos dijeron, que en aquestas tierras, que cuando están de paz, sin demandar quien lleve carga, los caciques son obligados de dar de aquellos tamemes; y desde allí adelante, donde quiera que íbamos demandábamos indios para las cargas. Y despedido Cortés del cacique gordo, otro día caminamos nuestro camino, y fuimos a dormir a un pueblezuelo cerca de Quiahuistlán, y estaba despoblado, y los de Cempoal trajeron de cenar. Aquí es donde dice el cronista Gómara que estuvo Cortés muchos días en Cempoal, e que se concertó la rebelión e liga contra Montezuma: no le informaron bien; porque, como he dicho, otro día por la mañana salimos de allí; y dónde se concertó la rebelión y por qué causa, adelante lo diré. E quédese así, e digamos cómo entramos en Quiahuistlán.
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Capítulo XLV De cómo Atabalipa entró en la plaza donde los cristianos estaban, y de cómo fue preso y muchos de los suyos muertos y presos Había mandado don Francisco Pizarro que el general Hernando Pizarro y los capitanes Soto, Mena, Belalcázar, con los españoles de a caballo, armados a punto de guerra, estuviesen sobre aviso para salir a batalla con los enemigos, porque Atabalipa le había mandado a decir que estuviesen escondidos, y aun los caballos atados; pusiéronse unos tirillos en lugar alto que estaba diputado para ver los juegos o hacer los sacrificios, y que Pedro de Candía los soltase cuando se hiciera cierta seña, que concertaron entre todos se hiciese, a la cual los de a caballo y peones habían, con determinación, de salir, estando con el gobernador hasta quince rodeleros solamente. Tenían tino a dejar entrar en la plaza a algunos escuadrones y a Atabalipa; y luego tomar las dos puertas y alancear y prender los que pudiesen; si quisiesen guerra, porque también se platicó, si Atabalipa viniese de paz, sustentársela. El cual comenzó a salir de donde había parado, alzando en breve tiempo las tiendas todas, trayendo la gente su orden y concierto en sus escuadrones: armados, muchos disimuladamente, como se ha escrito. Traían grandes atambores, muchas bocinas, con sus banderas tendidas, que cierto era hermosa cosa ver tal junta de gente movida para tan poquitos. De rato en rato llegaba un indio para reconocer el estado que tenían los españoles. Volvían con mucha alegría, que de miedo se habían todos escondido por las casas, sin parecer más que su capitán con muy poquitos. Con esto que Atabalipa oyó le crecía más el orgullo mostrándose más brioso que lo que después pareció. Los más de los suyos le daban prisa que anduviesen o licencia les diesen para que ellos pudiesen ir a atar a los cristianos, que no parecían ya de temor de ver su potencia. Como llegase hasta un tiro de ballesta de los aposentos, venían algunos indios reconociendo más por entero como estaban los nuestros; vieron lo que habían oído, que no parecía caballo ni más cristianos que el gobernador con aquellos pocos; como si ya estuvieran presos en su poder trataban de ellos. Comenzaron de entrar en la plaza; los escuadrones, como llegaron en medio de ella, hicieron de sí una muy grande muela; entró Atabalipa después de haberlo hecho muchos capitanes de los suyos con sus gentes; pasó por todos hasta ponerse en sus andas como iba en medio de la gente; púsose en pie en medio del estrado; habló en voz alta que fuesen valientes, que mirasen no se les escapase ningún cristiano, ni caballo, y que supiesen que estaban escondidos de miedo; acordóles cómo siempre habían vencido a muchas gentes y naciones militando debajo de las banderas de su padre y suyas; certificóles que si por sus pecados prevaleciesen los cristianos contra ellos, habrían fin sus deleites, religiones: porque harían de ellos lo que habían oído que hicieron de los de Cuaque y la Puná; tomó en la mano una bandera y campeóla reciamente. Pizarro, como vio que se iba deteniendo Atabalipa, mandó a fray Vicente de Valverde, fraile dominico, que fuese a Atabalipa a le dar prisa que viniese, pues ya era tarde, que ya el sol quería trasponer, y a que le amonestase dejase las armas y viniese de paz. Llevó el fraile a Felipillo para que su razón fuese entendida por Atabalipa, a quien contó, como a él llegó, lo que se ha dicho: y que él era sacerdote de Dios que predicaba su ley y procuraba cuanto en sí era, que no hubiese guerra sin paz, porque de ello se serviría Dios mucho. Llevaba en las manos un brevario cuanto esto decía. Atabalipa, oíalo como cosa de burla; entendió bien con el intérprete todo ello; pidió a fray Vicente el breviario; púsoselo en las manos, con algún recelo que cobró de verse entre tal gente. Atabalipa lo miró y remiró, hojeólo una vez y otra; pareciéndole mal tantas hojas, lo arrojó en alto sin saber lo que era; porque para que lo entendiera, habíanselo de decir de otra manera, y de esta manera no tenía lugar; mas los frailes por acá nunca predican sino donde no hay peligro ni lanza enhiesta; y mirando contra fray Vicente y Felipillo, les dijo que dijesen a Pizarro que no pasaría de aquel lugar donde estaba hasta que le volviesen y restituyesen todo el oro, plata, piedras, ropa, indios e indias con todo lo demás que le habían robado. Con esta respuesta, cobrado el brevario, alzadas las faldas del manto, con mucha prisa volvió Pizarro, diciéndole que el tirano de Atabalipa venía, como "dañado perro", ¡que diesen en él! Como el fraile partió de donde estaba, Atabalipa dijo a sus gentes, según nos cuentan ahora, por los provocar a ira, que los cristianos en menosprecio suyo, habiendo forzado tantas mujeres y muerto tantos hombres, y robado lo que habían podido sin vergüenza ni temor, pedían paz con pretensión de quedar superiores; que ellos dieran gran grita sonando sus instrumentos. Habían llegado los demás escuadrones, mas no entraron en la plaza, por estar tan ocupada, quedáronse junto a ella en otro llano. Pizarro como entendió lo que le había pasado a fray Vicente con Atabalipa, mirando cómo no era tiempo de más aguardar, alzó una toalla señal para mover contra los indios, soltó Candía los tiros, cosa nueva para ellos y de espanto, mas fueron los caballos, que diciendo los caballeros grandes voces "Santiago, Santiago", salieron de los aposentos contra los enemigos; los cuales, sin usar de los ardides que tenían pensados, se quedaron hechos "personajes"; no pelearon, mas buscaron por donde huir. Los de a caballo se mezclaron entre ellos, desbaratándoles en breve; fueron muertos y heridos muchos. El gobernador, con los de a pie, que peleaban con rodelas y espadas, tiraron contra las andas, donde había junta de señores; se daban algunas cuchilladas que llevasen brazo o mano de los que tenían las andas; luego, con gande ánimo asían con las otras, deseando guardar su Inca de muerte o prisión. Llegó Miguel Estete, natural de Santo Domingo de la Calzada, soldado de a pie, que fue el primero que echó mano de Atabalipa para le prender; luego llegó Alonso de Mesa. Pizarro dando voces que no le matasen, se puso junto a las andas. Los indios, como eran muchos, unos a otros se hacían mayor daño, derribándose por una y otra parte, los caballos entre ellos, ni tuvieron ánimo ni industria para pelear; faltóles aquel día; o Dios los quiso cegar. Deseaban salir de la plaza, no podían por los muchos que la ocupaban; hicieron un hecho no visto ni oído; fue, que todos con un tropel furioso fueron por una parte del lienzo que cercaba la plaza, y con ser la pared ancha, pusieron fuerza con tan gran ímpetu, que rompiéndola hicieron camino para huir. Los aullidos que daban eran grandes, espantábanse y preguntábanse unos a otros si era cierto o si soñaban; y que el Inca dónde estaba. Morirían de los indios más de dos mil, fueron heridos muchos. Salieron de la plaza, siguiendo el alcance hasta donde estuvo el real de Atabalipa. Vino un agua pesada, que fue harto alivio para los indios. El señor Atabalipa fue llevado por el gobernador, mandando que se le hiciese toda honra y buen tratamiento. Algunos de los cristianos daban voces a los indios que viniesen a ver Atabalipa, porque lo hallarían vivo, sano, sin ninguna herida: alegre nueva para todos ellos. Y así se recogieron aquella noche, pasados de cinco mil indios sin armas; los más se derramaron por la comarca de Caxamalca, pregonando la desventura grande, que les había sucedido, derramando muchas lágrimas por la prisión del señor, que ellos tanto amaban. Los cristianos se recogieron todos y se juntaron, mandando Pizarro que soltasen un tiro para que todos oyesen que quería así. El despojo que se hubo fue grande de cántaros de oro y plata, y vasos de mil hechuras, ropa de mucho precio y otras joyas de oro y piedras preciosas. Hubieron cautivas muchas señoras principales de linaje real y de caciques del reino, algunas muy hermosas y vistosas, con cabellos largos, vestidas a su modo, que es galano. También se hubieron muchas mamaconas, que son las vírgenes que estaban en los templos. Despojos que fue tan grande el que hubieron estos ciento y setenta hombres, que si sólo supieran conocer, con no matar a Atabalipa y pedirle más oro y plata, aunque lo que dio fue mucho, que no hubiera habido en el mundo ninguno que se igualara. De los españoles no peligró ninguno; todos ellos tuvieron por milagro lo que Dios usó en haber permitido que se ordenase como se ordenó; y así le dieron muchas gracias por ello. Pasó este desbarate y prisión de Atabalipa en la provincia de Caxamalca, jurisdicción que es ahora de la ciudad de Trujillo, viernes, día de Santa Cruz de mayo del año mil y quinientos y treinta y tres años.
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Capítulo XLV Que trata de cómo llegó el general Pedro de Valdivia con su gente a la fuerza de los indios y de lo que allí hizo Habiendo reposado el general Pedro de Valdivia con su gente, comenzó a marchar contra la gran fuerza de los indios toda la noche y habiendo bien caminado, cuando amanecía vieron muy cerca las albarradas y fuerzas donde estaban los indios y toda la gente de los pormocaes y de la provincia de Mapocho. Tenía este monte seis leguas de latitud y siete de longitud. Era tan espeso que no podía entrar un caballo por él, si no era por alguna vereda que los indios a mano tenían hecha para su entrada y salida. Allegados allí, el general comenzó a entrar dentro por el camino de los indios angosto, y se allegó animando a sus compañeros como debía y usaba hacer. Iban de uno en uno atollando y tropezando en los maderos, donde pasaron un mal paso de agua y cieno y maleza el general con sus guías y lengua. Allí fue avisado de la guía, cómo muy cerca estaba un chico compás de llano sin monte y sin agua, y que allí estaban por la orilla del arboleda mucha gente de guerra ensotada para herir a los cristianos. Paró el general antes de ser descubierto fuera del monte para aguardar a sus compañeros que venían uno a uno, y de que vido que era hora salió con todos a lo llano pareciendo. Y visto por los indios, alzaron tan gran vocería que parecía que todo el mundo estaba allí y que los montes se asolaban y talaban. Y como voceaban en parte cerrada, resonaba el eco de la voz más claro y causaba grave temor. Y como los indios tienen por costumbre para animarse dar voces altas, no cesaban, y con esto gran flechería que parecía nube de granizo. Como el general era animoso y los compañeros no medrosos, arremetieron como debían y usaban. Y matando e hiriendo, hicieron en breve huir los indios, y dejar el raso o llano sin impedimento alguno. Allí se ayuntaron todos los españoles con el general. Y mandó luego que quedase allí un caudillo con doce hombres y que guardasen todos los caballos que allí dejaron porque no podían pasar adelante, porque a pie habían de entrar en el fuerte, que estaba tal que apenas entraban los de a pie. Repartió el general la gente en caudillos con tres caudillos, y dioles orden para el combate del fuerte, y cómo se habían de poner para dar la batería y socorrer a la parte más necesitada. Con esta orden y buen concierto marcharon contra la fuerza que cerca estaba, donde primero que allá llegasen pasaron otra ciénaga o tremedal. Y pasada con gran trabajo, fueron vistos de los indios que dentro de la fuerza estaban, y alzaron gran alarido y dispararon sus flechas en tanta cantidad que era cosa admirable. Y los españoles sirviéronles de arcabucería y ballestas. Trabajaron los indios y pelearon por defender la entrada a los cristianos, y ellos por ganarla. Pelearon gran rato. Y el general socorría y animaba de tal suerte y con tal orden animosamente, que los indios dejaron el fuerte y los españoles entraron dentro, donde mataron muchos indios, y los que huyeron se fueron a ensotar en lo más espeso del monte.
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Que trata de cómo se ganó la provincia de Chalco por medio del infante Axoquentzin, y nacimiento del príncipe Nezahualpilli Viéndose Nezahualcoyotzin tan contrastado de la fortuna, que por una parte estaba sin sucesor de su reino, y por otra que a sus barbas y a la puerta de su casa estuviesen tan descomedidos y desvergonzados los de la provincia de Chalco, a quien la otra vez había sojuzgado, que cuando toda la tierra estaba sujeta a su voluntad y mando, éstos hubiesen llegado a tanto atrevimiento que le hubiesen matado dos hijos suyos y otros dos infantes del reino de México, hijos de Axayacatzin, que a la sazón era capitán y sumo sacerdote del templo de México; y lo peor, que les sirviesen de candeleros sus cuerpos en una sala donde de noche hacía sus saraos y convites, y los corazones de ellos con otros de los más famosos capitanes y gente ilustre que había muerto en el discurso de esta guerra, le sirvieron de collar y joyas a Toteotzintecuhtli, su señor, que los tenía engastados en oro por modo de soberbia y vana presunción; y lo que más le acabó de irritar y atravesar el corazón fue que una mujer natural de la ciudad de Tetzcuco, que había sido cautiva de los chalcas y servía en palacio, una noche cogió los cuerpos de los infantes, que los tenían embalsamados, compadecida y lastimada de esta crueldad y espectáculo, y se los llevó al rey Nezahualcoyotzin, librándolos, aunque muertos, del poder de sus enemigos; todas estas cosas y las atrás referidas movieron al rey a buscar el remedio conveniente, y éste no podía venir por mano de los hombres, y así, juntando a los más doctos de su reino, le dijeron y aconsejaron que convenía hacer muy grandes y solemnes sacrificios a sus dioses, para que aplacasen su ira y le diesen victoria contra sus enemigos y heredero de su reino y señorío, el cual, aunque siempre era enemigo de este modo de servir y agradecer a los dioses de los culhuas mexicanos, hubo de hacerles muy grandes y solemnes sacrificios, y admitir su adoración, que hasta entonces no lo había hecho, ni admitido hacerles templos ningunos, y así en esta ocasión dentro de sus casas comenzaron a edificar los templos de los dioses mexicanos, como queda atrás referido. Fueron de tan poco efecto estos sacrificios, víctimas y servicios que hizo a los falsos dioses, como piedras y palos mudos que no tenían poder alguno, que no tan solamente no alcanzó lo que les pedía, sino que aún iban sus cosas de mal en peor, y así echó de ver que su opinión no era falsa, y que aquellos ídolos eran algunos demonios enemigos de la vida humana, pues no se hartaban de que les sacrificasen tanta suma de hombres, y así salió de la ciudad de Tetzcuco y se fue a su bosque de Tetzcotzinco, en donde ayunó cuarenta días, haciendo oraciones al Dios no conocido, creador de todas las cosas y principio de todas ellas, a quien compuso en su alabanza sesenta y tantos cantos que el día de hoy se guardan, de mucha moralidad y sentencias, y con muy sublimes nombres y renombres propios a él; hacía esta oración cuatro veces en cada día natural, que era al salir el sol, al mediodía, al ponerse y a la media noche, ofreciendo sahumerio de mirra y copal, y otros sahumerios aromáticos; al cabo de los cuales, una noche como a la mitad de ella, Iztapalotzin, uno de los caballeros de su recamara, oyó una voz que le llamaba por su nombre de la parte de afuera, y saliendo a ver quien era, vio a un mancebo de agradable aspecto y el lugar en donde estaba claro y refulgente, que le dijo que no temiese, que entrase y dijese al rey su señor, que el día siguiente, antes del mediodía, su hijo el infante Axoquentzin ganaría la batalla de los chalcas, y que la reina su mujer, pariría un hijo que le sucedería en el reino, muy sabio y suficiente para el gobierno de él; desapareciéndose esta visión, se entró a donde el rey dormía, y lo halló que estaba en oración y sacrificio de incienso y perfumes, mirando hacia donde nace el sol, al cual dijo lo que había visto y oído que le dijese; el rey llamó a los de su guardia y mandó que a Iztapalotzin le pusiesen en una jaula para castigarlo, pareciéndole que eran embelesos y ficciones suyas. Aquella madrugada, Axoquentzin, mancebo que sería de hasta dieciocho años, se fue con otros mancebos amigos suyos al campo de Chalco, codicioso y deseoso de ver a sus hermanos los infantes Ichantlatoatzin, Acapioltzin y Xochiquetzaltzin, que había mucho tiempo que estaban por caudillos del ejército que tenía el rey en estas fronteras y campo contra los chalcas; el cual, llegó al tiempo y cuando se sentaban a almorzar para dar luego la batalla a sus enemigos, que la misma ocupación tenían en esta ocasión. Los infantes estaban almorzando todos tres sobre una gran rodela, y Acapioltzin, que fue el primero que conoció a su hermano, se holgó mucho de verle, y preguntándole de su venida, lo llamó y sentó a su lado para que comiese con ellos. Ichantlatoatzin se indignó de esto diciendo que aquel puesto no era para que comiese en él un muchacho rapaz sin haberse hallado en guerra ninguna, que aún de mochilero no podía servir, y que mejor estuviera en las faldas de las mujeres y amas que lo habían criado, diciéndole otras palabras sacudidas, y reempujándole del lugar en donde su hermano lo tenía. El mancebo corrido y afrentado de las cosas que su hermano le había dicho, se fue a una tienda de armas que allí cerca vio, y entrándose en él desesperadamente (queriendo más aína ser muerto y hecho pedazos de sus enemigos, que vivir afrentado y menospreciado de su hermano), se dio tan buena maña y tanta prisa que en dos saltos entró dentro de la tienda en donde estaba Toteotzintecuhtli, señor y caudillo principal del ejército de los chalcas, que aunque era ya muy viejo y ciego, gobernaba el campo valerosamente por medio de dos famosos capitanes que tenía llamados (blanco en el original) y embistiendo con él le asió de los cabellos con una mano, y con la otra se fue defendiendo de sus enemigos, y fue tan de repente, que cuando quisieron defenderse y libertar a su señor ya los tetzcucanos tenían ganado los demás del ejército, que por librar a este infante habían ido en seguimiento los más valerosos capitanes que allí estaban, con lo cual muy a su salvo, pudo cautivar a este señor, herir y matar a los contrarios que se le ponían por delante. Cuando acordaron sus hermanos, ya se cantaba la gloria del triunfo y vencimiento de su hermano Axoquentzin, y haciendo ellos por su parte, fueron prosiguiendo la victoria hasta ganar y sujetar a todos los chalcas, con que quedó sujeta su provincia; y al tiempo que esta hazaña hizo Axoquentzin, despacharon por la posta a dar aviso al rey, su padre, con lo cual se holgó infinito y fue libre Iztapalotzin de la jaula y prisión en que estaba, y luego se hicieron muy grandes y solemnes fiestas, y de allí a pocos días parió la reina un hijo que se llamó Nezahualpiltzintli, que significa príncipe ayunado y deseado. En recompensa de tan grandes mercedes que había el rey recibido del dios incógnito y creador de todas las cosas, le edificó un templo muy suntuoso, frontero y opuesto al templo mayor de Huitzilopochtli, el cual, además de tener cuatros descansos y fundamento de una torre altísima, estaba edificada sobre él con nueve sobrados, que significaban nueve cielos; el décimo que servía de remate de los otros nueve sobrados, era por la parte de afuera matizado de negro y estrellado, y por la parte inferior estaba todo engastado en oro, pedrería y plumas preciosas, colocándolo al dios referido y no conocido ni visto hasta entonces, sin ninguna estatua ni formar su figura. El chapitel referido casi remataba en tres puntas, y en el noveno sobrado estaba un instrumento que llamaban chililitli, de donde tomo el nombre este templo y torre; y en él asimismo otros instrumentos musicales, como eran las cornetas, flautas, caracoles y un artesón de metal que llamaban tetzilácatl que servía de campana, que con un martillo asimismo de metal le tañían, y tenía casi el mismo tañido de una campana; y uno a manera de a tambor que es el instrumento con que hacen las danzas, muy grande; éste, los demás, y en especial el llamado chililitli, se tocaba cuatro veces cada día natural, que era a las horas que atrás queda referido que el rey oraba.
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Del camino que hay de la provincia de Quito a la costa de la mar del sur, y términos de la cuidad de Puerto Viejo Llegado he con mi escriptura a los aposentos de Tumebamba, por poder dar noticia de manera que se entienda de las ciudades de Puerto Viejo y Guayaquil. Y cierto rehusé en este paso la carrera de pasar adelante; porque lo uno, yo anduve poco por aquellas comarcas, y lo otro, porque los naturales son faltos de razón y orden política; tanto, que con gran dificultad se puede colegir dellos sino poco, y también porque me parescía que bastaba proseguir el camino real; mas la obligación que tengo de satisfacer a los curiosos me hace tomar ánimo de pasar adelante para darles verdadera relación de todas las cosas que más posible me fuere. Lo cual creo cierto me será agradescido por ellos y por los doctos hombres benévolos y prudentes. Y así, de lo más verdadero y cierto que yo hallé tomé la relación y noticia que aquí diré. Lo cual hecho, volveré a mi principal camino. Pues volviendo a estas ciudades de Puerto Viejo y Guayaquil, es desta manera: que saliendo por el camino de Quito a la parte de la costa de la mar del Sur, comenzaré desde Quaque, que es por aquel cabo el principio desta tierra, y por la otra se podrá decir el fin. De Tumebamba no hay camino derecho a la costa si no es para ir a salir de los términos de la ciudad de San Miguel, primera población hecha por los cristianos en el Perú. Por lo cual digo que en la comarca de Quito, no muy lejos de la ciudad de Tumebamba, está una provincia que ha por nombre Chumbo, puesto que antes de llegar allí hay otras mayores y menores pobladas de gente vestida, y que sus mujeres son de buen parecer. Hay en la comarca destos pueblos aposentos principales, como en los pasados, y sirvieron y obedecieron a los ingas señores suyos, y hablaban la lengua general que me mandó por ellos que se usase en todas partes. Y a tiempos usan de congregaciones para hallarse en ellas los más principales, a donde tratan lo que conviene al beneficio así de sus patrias como de los particulares provechos dellos. Tienen las costumbres como las que arriba he dicho, y son semejantes a ellos en las religiones. Adoran por dios al sol y a otros dioses que ellos tienen o tenían. Creen la inmortalidad del ánima. Tenían su cuenta con el demonio, y permitiéndolo Dios por sus pecados, tenía sobre ellos gran señorío. Agora en este tiempo, como por todas partes se predica la santa fe, muchos se llegan y están conjuntos con los cristianos, y tienen entre ellos clérigos y frailes que les dotrinan y enseñan las cosas de la fe. Cada uno de los naturales destas provincias y todos los más linajes de gentes que habitan en aquellas partes tienen una señal muy cierta y usada, por la cual en todas partes son conocidos. Estando yo en el Cuzco entraban de muchas partes gentes, y por las señales conocíamos que los unos eran canches y los otros cañas y los otros collas, y otros guancas y otros cañares y otros chachapoyas. Lo cual cierto fue galana invención para en tiempo de guerra no tenerse unos por otros, y para en tiempo de paz conocerse a sí propios entre muchos linajes de gentes que se congregaban por mandado de los señores y se juntaban para cosas tocantes a su servicio, siendo todos de una color y faiciones y aspecto, y sin barbas, y con un vestido, y usando por toda la tierra un solo lenguaje. En todos los más destos pueblos principales hay iglesias, a donde se dicen misas y se dotrina, y se tiene gran cuidado y orden en traer los muchachos hijos de los indios a que aprendan las oraciones, y con ayuda de Dios se tiene esperanza que siempre irá en crecimiento. Desta provincia de Chumbo van hasta catorce leguas, todo camino áspero y a partes dificultoso, hasta llegar a un río, en el cual hay siempre naturales de la comarca que tienen balsas, en que llevan a los caminantes por aquel río a salir al paso que dicen de Guaynacapa. El cual está (a lo que dicen) de la isla de Puna doce leguas por una parte, y por otra hay indios naturales y no de tanta razón como los que atrás quedan, porque algunos dellos enteramente no fueron conquistados por los reyes ingas.
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CAPITULO XLV Fundación del Presidio y Misión de Nuestro P. San Francisco. En cuanto el Comandante recibió la Carta del Señor Anza, envió desde San Diego la Orden al Teniente Moraga, para que pasase con toda la gente venida de Sonora a la fundación del Presidio de este Puerto de Ntrô. Padre San Francisco; la que recibida, hizo saber a todos, a fin de que se dispusiesen para el día 17 de Junio. A los pocos días de publicada la orden, entraron al Puerto de Monterrey los dos Paquebotes con los víveres, memorias y avíos. Traía la orden el Capitán del Príncipe de dejar parte de la carga, y bajar con la demás al Puerto de San Diego; con el que determinó bajar el V. Prelado, logrando la ocasión, como ya queda dicho en el Capítulo 42. Asimismo el Comandante y Capitán del Paquebot San Carlos, que lo era el Teniente de Navío Don Fernando de Quirós traía la orden de S. Excâ. de dejar en Monterrey lo perteneciente a dicho Presidio, y con la demás carga subir a este Puerto para auxiliar las fundaciones. Determinó el V. P. Presidente que los dos Misioneros para la Misión de N. P. San Francisco viniésemos con la Expedición de tierra, que aunque no había el Comandante Rivera enviado la orden para la fundación de las Misiones, consecuente a que tenía en San Diego los doce Soldados, que era la Escolta perteneciente a las Misiones; pero que no podía ser mucha la demora, y que en fin puestos con todos los avíos en este Puerto, obraríamos según nos dictase la prudencia. En vista de esta determinación, embarcamos en el Paquebot todo lo perteneciente a esta Misión de N. Padre, dejando sólo el ornamento y Capilla de campo, y lo muy preciso para el viaje de cuarenta y dos leguas por tierra para caminar con la Expedición, sin tanto embarazo de cargas. Salió dicha Expedición de tierra del Presidio de Monterrey el día señalado 17 de Junio de dicho año de 76, la que se componía del dicho Teniente Comandante D. José Moraga, de un Sargento y diez y seis Soldados de Cuera, todos casados, y con crecidas familias de siete Pobladores también casados, y con familias de algunos agregados y sirvientes de los dichos de Vaqueros y Arrieros que conducían el ganado vacuno del Presidio, y la recua con víveres y útiles precisos para el camino, dejando la demás carga en el Paquebot que se iba a hacer a la vela. Y por lo perteneciente a la Misión, nos agregamos los dos Misioneros arriba dichos, dos Mozos sirvientes para la Misión, dos Indios Neófitos de la antigua California, y otro de la Misión de San Carlos, a fin de ver si podría servir de Intérprete; pero como se halló ser distinto el idioma, sólo sirvió de cuidar las vacas que se trajeron para poner pie de ganado mayor. Siguió toda la dicha Expedición para este Puerto. Cuatro jornadas antes de llegar al Puerto, en el grande Llano nombrado de San Bernardino, caminando la Expedición acordonada, divisaron una punta de ganado grande que parecía vacuno, sin saber de donde podía ser, o haber salido: fueron luego unos Soldados a cogerlo para que no se alborotase el ganado manso que llevábamos, y acercándose vieron no ser ganado vacuno, sino Venados, o especie de ellos, tan grandes como el mayor Buey o Toro, con una cornamenta de la misma hechura o figura que la del Venado; pero tan larga que se le midieron de punta a punta diez y seis palmos. Lograron los Soldados matar a tres, que cargaron en mulas hasta la parada en donde había agua, que distaba como media legua, y queriendo llevar uno entero, no pudo una mula solo cargarlo, y fue preciso a trechos remudar mulas, y así pudo llegar entero, y tuvimos el gusto de ver aquel animal, que parecía un Monstruo con tan grandes astas; y tuve la curiosidad de medirlas, y hallé que tenían de largo las cuatro varas dichas: reparé que abajo de cada ojo tenía una abertura, que parecía tenía cuatro ojos, pero vacíos los dos de abajo, que parece ser por donde lacrimean: dijéronme los Soldados que los corrieron, que habían observado que su correr es siempre por donde viene el viento; sin duda será porque el mucho peso de tan grandes astas, que extendidas con tantas puntas forman como un abanico, si corriesen contra el viento los había o de tumbar, o de impedir el correr con tanta ligereza como corren, de modo que de quince que divisaron sólo pudieron los Soldados con buenos caballos alcanzar a tres. Con lo que tuvo la gente que comer para algunos días de la que hicieron cecina, y a muchos les duró hasta el Puerto. Es la carne muy sabrosa y sana, y tan gorda que del que llegó entero sacaron un costal, y medio de manteca y sebo. Llaman a estos animales Cier-vos, para diferenciarlos de los demás ordinarios como los de España, que aquí llaman Venados, que los hay también por las cercanías de este Puerto con abundancia y grandes, y algunos de ellos que tira el color a amarillo o alazán. En dichos llanos de San Bernardino, que están en la medianía de los dos Puertos de Monterrey y San Francisco, como también en los Llanos más inmediatos al de Monterrey, hay otra especie de Ciervos o Venados del tamaño de unos Carneros de tres años: son de la misma figura que los Venados, con la diferencia de tener las astas chicas, y de pierna también corta, como el Carnero; éstos se crían en los Llanos, y van en bandadas de ciento, doscientos y más, corren por los llanos todos juntos, que parece que vuelan, y siempre que ven Pasajeros van las bandadas a cruzar por delante; pero no es fácil el cogerlos en el llano, no obstante que los Soldados no dejan de hacer la diligencia, y logran algunos con lo que han ideado de dividirse los Cazadores todos con buenos caballos mirando las carreras unos arriba, y otros abajo espantándolos para cansarlos sin cansar los caballos, y en cuanto observan que alguno de ellos se queda atrás de la manada, que es señal de cansancio, salen a caballo, y logrando el apartarlo de la manada, lo tienen seguro, y lo mismo sucede cuando logran el meterlos en las lomas altas, o cerros, porque sólo en los llanos son ligeros, al contrario del Venado. Llaman a los dichos animales Verrendos: de éstos hay muchos también por las Misiones del Sur, en las que tienen llanos; pero de los Ciervos grandes sólo se han hallado desde Monterrey exclusive por arriba, de lo que se alegraron mucho los Soldados, y vecinos que componían la Expedición; y habiendo descansado un día en el paraje nombrado de las Llagas de N. P. San Francisco, siguió la Expedición para este Puerto. Día 27 de junio llegamos a la cercanía de este Puerto, y se formó el Real, que se componía de 15 Tiendas de Campaña a la orilla de una grande Laguna que vacía en el brazo de mar del Puerto que interna quince leguas al Sureste, a fin de esperar el Barco para señalar el sitio para el Presidio, según el fondeadero. En cuanto paró la Expedición ocurrieron muchos Gentiles de paz, y con expresiones de alegrarse de nuestra llegada, y mucho más cuando experimentaron la afabilidad con que los tratamos, y los regalitos que les hacíamos para atraerlos, así de abalorios, como de nuestras comidas, frecuentaron sus visitas trayéndonos regalitos de su pobreza, que se reducían a almejas, y semillas de zacates (hierbas silvestres). El día siguiente a la llegada se hizo una enramada, y se formó un Altar, en el que dije la primera Misa el día de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo y mi Padre Compañero inmediatamente celebró, y continuamos diciendo Misa todos los días del mes entero que nos mantuvimos en dicho sitio, en cuyo tiempo, que no pareció el Barco, nos empleamos en explorar la tierra, y visitar las Rancherías de los Gentiles, que todos nos recibieron de paz, y se expresaban alegres de nuestra llegada a su tierra; se portaron corteses volviéndonos la visita, viniendo Rancherías enteras con sus regalitos, que procuramos recompensar con otros mejores, a los que se aficionaron luego. En el registro que hicimos vimos que nos hallábamos en una Península, sin más entrada ni salida que por el rumbo entre Sur y Sur Sureste, que por todos los demás vientos estábamos cercados del Mar. Por el Oriente tenemos el brazo de mar que interna al Sureste, aunque por no tener éste más que unas tres leguas de ancho, se ve la tierra y Sierra de la otra banda muy clara. Por el Norte está el otro brazo de Mar, y por el Poniente y parte del Sur el mar grande o Pacífico y Ensenada de los Farallones, en que está la boca y entrada de este Puerto. Viendo la tardanza del Barco, se determinó empezar a cortar madera para las fábricas del Presidio cerca de la entrada del Puerto, y para las de la Misión en este mismo sitio de la Laguna en el plan o llano que tiene al Poniente. Viendo que al mes de llegados al sitio no parecía el Barco ni la orden del Comandante Rivera con la remesa de los Soldados, determinó el Teniente dejarnos seis Soldados para la Escolta en este sitio señalado para la Misión, como también dejó dos Vecinos Pobladores, y él se mudó con toda la demás gente cerca de la entrada del Puerto, para empezar a trabajar ínterin llegaba el Paquebot. Éste entró en el Puerto el 18 de agosto, habiendo sido la causa de la demora los vientos contrarios, que lo hicieron bajar hasta los treinta y dos grados de altura. Con la ayuda de los Marineros, que el Comandante del Paquebot repartió al Presidio y Misión, se hizo para el Presidio una pieza para Capilla y otra para Almacén para custodiar los víveres, y en la Misión otra pieza para Capilla, y otra con sus divisiones para vivienda de los Padres, y los Soldados hicieron sus Casas así en el Presidio como en la Misión, todo de madera con su techo de tule. Hízose la solemne posesión del Presidio el día 17 de septiembre , día de la Impresión de las Llagas de N. S. Padre San Francisco Patrón del Presidio y Puerto. Canté dicho día la primera Misa después de bendita, adorada y enarbolada la Santa Cruz, y concluída la función con el Te Deum, hicieron los Señores el acto de posesión en nombre de nuestro Soberano, con muchos tiros de cañones de Mar y tierra, y de fusilería de la Tropa. Dilatóse la posesión de la Misión, esperando llegase la orden del Comandante Rivera, e ínterin venía determinaron los Señores Comandantes del nuevo Presidio y Paquebot hacer una Expedición por mar para registrar el gran brazo de agua que entra en el Puerto, y se interna rumbo al Norte, y entra por tierra, a fin de registrar el grande Río de Ntro. P. San Francisco, que vacía en la Ensenada de los Farallones del mar grande por la boca del Puerto. Salieron para el registro, convenidos en el punto en que se habían de ver para seguir la Lancha para el Río grande, y la de tierra caminando por la orilla de él. Fue con la Lancha el Señor Capitán del Paquebot Don Fernando Quirós Teniente de Navío, con su primer Piloto D. José Cañizares: con los dichos fue mi Padre Compañero Fr. Pedro Benito Cambó para tratar y comunicar con los Gentiles: navegaron para el Norte hasta ponerse en una punta de tierra en donde se habían de unir ambas Expediciones para seguir en conserva al registro. El mismo día salió el Comandante del Presidio con la Tropa que juzgó necesaria, y caminaron para el Sureste a vista del grande Estero o brazo de mar hasta llegar al término de él, que tiene de largo quince leguas, en cuya punta hallaron un Río mediano, aunque con bastante agua, el que se llamó de Ntrâ. Señora de Guadalupe. Subiendo algo hacia el Sureste les dio lugar para cruzarlo a caballo, y puestos a la otra banda del brazo de mar, viendo que tenían que desandar las quince leguas para ponerse a la vista y paralelo del Puerto, y después tenían que subir para la Costa hasta la punta citada para el punto de unión con la Expedición de mar, para ahorrar viaje, teniendo a la vista una obra que les ofrecía la Sierra con cañadas entre lomas, determinaron entrar por la Cañada, a fin de juntarse más breve con la Expedición de mar; pero les salió al contrario, pues fue ésta la causa porque no se pudieron ver en todo el viaje, porque siguiendo por las Cañadas que forman la Sierra, fueron a salir a una grande llanada muy lejos de la Playa, y mucho más del punto de unión para encontrar la Expedición de mar; y considerando que para ir a buscarla se pasaría el tiempo señalado para la unión, determinó seguir por aquel dilatado llano, por el que vio corrían cinco Ríos, que conoció lo serían por las arboledas que de lejos veía, y juzgó correrían por ellas Ríos, que todos culebreando, y viniendo de distintos rumbos, iban a dar hacia el Puerto. Caminaron para la primera calle de arboleda que veían, y hallaron era un grande Río todo poblado de grandes y distintos árboles; subieron por su orilla, no atreviéndose a cruzarlo por la mucha agua que traía; hallaron por las orillas algunas Rancherías de Gentiles, que se manifestaron todos de paz, con quienes comunicaron, y los regalaron con abalorios, a lo que correspondían con pescado, y algunos de ellos los acompañaron Río arriba. Habiéndoles dado a entender por señas que deseaban cruzar el Río, les dijeron que allí no se podía, que era menester subir más arriba: así lo hicieron, y lograron el cruzarlo, aunque con mucho trabajo, y sólo por un vado que les enseñaron los Indios, que cruzaron con ellos; caminando por aquel dilatado llano, que por ningún rumbo se divisaba Cerro, sino que por todos vientos se les hacía Horizonte, naciendo y poniéndose el Sol, como si estuvieran en alta mar, hallando toda la tierra despoblada de Gentiles, sin duda por la falta de agua y leña: y sólo encontraron Gentiles arrimados a la Caja del Río por el beneficio del agua y leña; y para librarse bajo la sombra de la grande arboleda de los excesivos calores que hace en aquellos inmensos llanos, como también para pescar en el Río, que abunda de pescado, y para la matanza de Ciervos, que hay tantos, que parece haber estancias de Ganado Vacuno que pastea no muy apartado del Río, así por estar más verde el pasto, y tener a mano la agua, como para tener cerca el refugio (cuando se ven perseguidos) de tirarse al Río, y pasar a nado a la otra parte, aunque no les faltan ardides a los Gentiles para cogerlos, manteniéndose mucha parte del año de dicha carne. Viendo el Comandante serle imposible el pasar adelante en el registro de los demás Ríos, ni de el que cruzó para poder ver de donde venía, se contentó con lo visto, y se volvió para este Presidio, y nos refirió todo lo dicho y que según le parecía venía dicho río de los grandes Tulares, y de la mucha agua que se ha hallado tras de las Misiones de San Antonio y San Luis rumbo al Oriente. La Expedición de mar navegó en derechura a la punta en donde se había de ver con la de tierra; y habiéndose detenido mucho más tiempo del señalado, y que no parecía, registraron la Costa, trataron con los Gentiles de las Rancherías, y de las que viven entre los Tulares, que todos se manifestaron de paz, regalándoles de sus pescados, a que correspondieron los nuestros con abalorios y galleta. Navegaron por la gran Bahía redonda, que tiene como diez leguas de ancho, hasta donde llegan los Ballenatos. Llegaron al desemboque del Río grande, que tiene un cuarto de legua de ancho, y hallaron cerca del desemboque un grande Puerto, que llamaron de la Asunción de Ntrâ. Señora, no menos famoso y seguro que el de San Diego: divisaron ya cerca la Sierra alta de Ntrô P. San Francisco, y según la altura en que se hallaban, por haber navegado en derechura al Norte, les pareció que el remate de dicha Sierra que corría al Poniente sería el Cabo Mendozino. En el registro que hicieron de la Costa por el rumbo de Oeste vieron varios Esteritos, y entre ellos uno muy ancho que se internaba mucho, que no se veía el fin. Entraron en sospecha si iría a comunicar con el mar grande o Pacífico por el Puerto de la Bodega; que siendo así sería Isla toda la tierra de la punta de Reyes. Entraron al registro de este grande Estero, que llamaron de Ntrâ. Señora de la Merced, y habiendo navegado por él un día y una noche entera, siempre al Poniente, el segundo día llegaron al término de él, con lo que salieron de la duda, y quedaron cerciorados que todo este mar escondido Mediterráneo no tiene más comunicación con el Pacífico que por la boca en donde está el Fuerte y Presidio, que su anchura no pasa de media legua, y una de largo, con fuertes corrientes, llevando la mar hacia el Oriente, y vaciando hacia el Poniente en la Ensenada de los Farallones, que están al Poniente de la boca del Puerto, y está en la altura 37 grados y 56 y seis minutos desde la punta de Reyes, que forma la Ensenada dicha de los Farallones hasta la entrada de este Puerto: hay fondeaderos buenos, en donde fondeados los Barcos pueden esperar la creciente para entrar. Lo mismo se ha hallado al lado del Sur, en donde está la punta de Almejas, que es la que forma con la de Reyes la Ensenada, aunque no sale tanto como ésta. En la dicha punta de Almejas, y la boca o entrada del Puerto, hay unos grandes Méganos de arena, que desde la mar parecen lomas altas de tierra blanca, y al pie de ellos hay también fondeaderos, como que en ellos han fondeado los Barcos, y han entrado las Fragatas al Puerto por entre los dos montones de Farallones, y por entre el montón del Norte, y punta de Reyes, que dista como ocho leguas de la entrada del puerto. Concluido el registro, se volvió la Lancha al Puerto, y se comunicaron ambos Comandantes dichas noticias, y cuanto habían visto y observado, para dar cuenta a S. Excâ. y atendiendo a que ya era tiempo de regresarse para San Blas el Paquebot, viendo que no venía la orden del Comandante Rivera para la fundación de la Misión de N. P. San Francisco, resolvieron se pasase a tomar posesión, y a dar principio a ella, como se ejecutó el día 9 de octubre. Después de bendecido el sitio, y enarbolada la Santa Cruz, y hecha una Procesión con la Imagen de N. P. San Francisco puesta en unas andas, y colocada después en un Altar; canté la primera Misa, y prediqué de N. S. Padre como Patrón de la Misión; a cuya fundación asistió la gente del Presidio, del Barco, y Misión haciendo sus salvas en todas las funciones. Ninguna de las funciones vieron los Gentiles, porque a mediados de agosto desampararon esta Península, y con balsas de tule se marcharon unos a las Islas despobladas que hay dentro del Puerto, y otros a la banda pasando el Estrecho. Ocasionó esta novedad el haberles caído de sorpresa la Nación Sakona, que eran sus capitales enemigos; viven unas seis leguas distantes rumbo al Sureste por las cercanías del brazo de mar; y pegándoles fuego a sus Rancherías, mataron e hirieron a muchos, sin poderlo nosotros remediar, porque no lo supimos hasta que se marcharon para la otra banda; y aunque hicimos lo que se pudo para detenerlos, no lo pudimos conseguir. Esta ida de los Naturales fue causa de que se demorase la Conversión, porque no se dejaron ver hasta últimos de marzo del siguiente año de 77, que poco a poco se les fue quitando el miedo de sus Enemigos, y se les fue entrando la confianza en nosotros. Con esto frecuentaron la Misión, y con halagos y regalos se fueron atrayendo, y se lograron los primeros Bautismos el día de San Juan Bautista de dicho año 77, y se fueron poco a poco reduciendo y aumentando el número de Cristianos, de modo que vio el V. P. Presidente antes de morir ya bautizados 394, y ya continuando el Catequismo. Los Naturales de este sitio y Puerto son algo trigueños, por lo quemados del Sol, aunque los venidos de la otra banda del Puerto y del Estero (de los que han venido ya a avecindarse en la Misión, y quedan ya bautizados) son más blancos y corpulentos. Todos acostumbran así hombres como mujeres cortarse el pelo a menudo, principalmente cuando se les muere algún pariente, o que tienen alguna pesadumbre, y en estos casos se echan puñados de ceniza sobre la cabeza, en la cara y demás partes del cuerpo, lo que practican cuasi todos los Conquistados, aunque no en cuanto a cortarse el pelo, pues los de los Establecimientos del Sur parece que tienen su vanidad en él, así hombres, como mujeres, haciendo éstas, que lo crían bastante largo, unas grandes trenzas bien peinadas; y los hombres forman como un turbante, que les sirve de bolsa para guardar en la cabeza los abalorios y demás chucherías que se les da. En ninguna de las Misiones que pueblan el tramo de más de doscientas leguas desde esta Misión hasta la de San Diego, no se ha hallado en ellas idolatría alguna, sino una mera infidelidad negativa; pues no se ha hallado la menor dificultad en creer cualquiera de los Misterios; sólo se han hallado entre ellos algunas supersticiones y vanas observancias, y entre los viejos algunos embustes, diciendo, que ellos envían el agua, hacen la bellota que hacen bajar las Ballenas, el pescado, etc. Pero fácilmente se convencen, y quedan corridos, y tenidos de los mismos Gentiles por embusteros, y que lo dicen por el interés de que los regalen. Siempre que enferman atribuyen a que algún Indio enemigo les ha hecho daño, y queman a los que mueren Gentiles, sin habérselos podido quitar, a diferencia de los del Sur, que los entierran, y muchas Rancherías, principalmente las de la Canal de Santa Bárbara, tienen sus Cementerios cercados para el entierro. Manteníanse los Gentiles de este Puerto de las semillas de las hierbas del campo, corriendo a cargo de las mujeres el recogerlas cuando están de sazón, las que muelen y hacen harina para sus atoles, y entre ellas tienen una especie de semilla negra, y de su harina hacen unos tamales, a modo de bolas, del tamaño de una naranja, que son muy sabrosos, que parecen de almendra tostada muy mantecosa. Ayúdanse para su manutención del pescado que de distintas especies cogen en las Costas de ambos mares, todo muy sano y sabroso, como también del marisco, que nunca les falta, de varias especies de Almejas, como también de la caza de Venados, Conejos, Anzares, Patos, Codornices, y Tordos. Logran alguna ocasión el que pare en la Playa alguna Ballena, lo que celebran con gran fiesta por lo muy aficionados que son a su carne, que es todo unto o manteca; hacen de ella trozos, la asan bajo de tierra, y la cuelgan en los árboles, y cuando quieren comer cortan un pedazo, y lo comen junto con otra de sus viandas: lo mismo hacen con el Lobo marino, que les cuadra no menos que la Ballena porque es todo manteca. Tienen bellota, de la que molida, hacen sus atoles y bolas. Hay también por los montes inmediatos y Cañadas Avellanas según y como las de España; y por las Lomas y Méganos de arena hay mucha Fresa muy sabrosa y más grande que la de España, que se da por los meses de mayo y junio, como también moras de zarza: tienen en todos los Campos y Lomas abundancia de amole, que es del tamaño de la Cebolla, de cabeza larga y redonda, y de ésta hacen unas hornadas bajo de tierra, y sobre ella hacen lumbre tres o cuatro días, hasta que conocen está bien asada, la sacan, y la comen, que es dulce y sabrosa como la conserva. Tienen otra especie de amole, que no se come por no ser dulce; pero sirve de jabón, haciendo espuma, y quitando las manchas lo mismo que el jabón de Castilla. Aunque los Gentiles poco lo necesitan por no tener más ropa que la que les dio la naturaleza, y así como Adamitas se presentan sin el menor rubor ni vergüenza (esto es, los hombres) y para librarse del frío que todo el año hace en esta Misión, principalmente las mañanas, se embarran con lodo, diciendo que les preserva de él, y en cuanto empieza a calentar el Sol se lavan; las mujeres andan algo honestas, hasta las muchachas chiquitas: usan para la honestidad de un delantal que hacen de hilos de tule, o juncia, que no pasa de la rodilla, y otro atrás amarrados a la cintura, que ambos foman como unas enaguas, con que se presentan con alguna honestidad, y en las espaldas se ponen otros semejantes para librarse en alguna manera del frío. Tienen sus casamientos, sin más ceremonia que el convenio de ambos, que dura hasta que riñen y se apartan, juntándose con otro o con otra, siguiendo los hijos a la madre de ordinario; no tienen mas expresión para decir que se deshizo su matrimonio que decir, ya la tiré, o lo tiré; no obstante se han hallado muchos casamientos de mozos y viejos que viven muy unidos y con mucha paz, estimando mucho a sus hijos, y éstos a sus padres. No conocen para sus casamientos el parentesco de afinidad; antes bien éste los incita a recibir por sus propias mujeres a sus cuñadas, y aun a las suegras, y la costumbre que observan es, que el que logra muchas mujeres, sin que entre ellas se experimente la menor emulación, mirando a los hijos de sus hermanas segunda o tercera mujer con el mismo amor que a sus propios hijos, viviendo todos en una misma casa. Ya hemos logrado en esta Misión el bautizar a tres párvulos nacidos dentro de dos meses, hijos de un Gentil, y de tres hermanas, todas mujeres suyas; y no contento con esto tenía también su propia suegra; pero quiso Dios se lograse su conversión, y la de sus cuatro mujeres, quedándose sólo con la hermana mayor, que había sido su primera mujer, y las demás después de bautizadas se casaron con otros Neófitos según el Ritual Romano; y con este ejemplar, y con lo que se les va predicando y explicando, van dejando la multiplicidad de mujeres, y se van reduciendo a nuestra Santa Fe Católica, y todos los reducidos viven en Pueblo bajo de campana, asistiendo dos veces al día a la Iglesia a rezar la Doctrina Cristiana, manteniéndose de comunidad de las cosechas que llevan de Trigo, Maíz, Frijol, etc. Logran ya frutas de las de Castilla de Duraznos, Melocotones, Granadas, etc., que se sembraron desde el principio. Visten todos de comunidad de las ropas que les solicitan los Padres de México de cuenta del Señor Síndico, y de limosna de algunos Bienhechores. Y es digno de reparo, que no teniendo antes del Bautismo el menor rubor ni vergüenza, lo mismo es quedar bautizados, que ya les entra tal rubor acabados de bautizar, que si es menester mudar calzones o paños de honestidad por ser chicos, se esconden, y ya no se descubren delante de otros, y mucho menos delante del Padre. Todo lo expresado de los Naturales dé este Puerto y sus cercanías se halla en los demás de las otras Misiones con poca diferencia, no obstante de ser distintos idiomas.
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Capítulo XLV De la venganza de la muerte de Chuquis Huaman, y cómo llegaron a Huascar Ynga mensajeros de su hermano Atao Hualpa Tito Atauchi y los demás capitanes como se certificaron de la muerte de Chuquis Huaman por las señales de ver puesta su cabeza en lugar público, que habían sospechado lo tendrían en prisión, habiéndose retirado como está dicho, enviaron mensajeros al Ynga a avisarle de la muerte de su hermano y de todos los sucesos, y la traición con que los de Pumacocha lo habían cogido y muerto. Juntamente con el aviso le enviaron pintada toda la tierra y la traza della, y donde estaba asentada la fortaleza y el sitio que tenía, lo cual hicieron con consejo de Tambusca Mayta, capitán de la gente de Urincuzco y de Jicci de Hanancuzco. Llegados al Cuzco los mensajeros y dando a Huascar Ynga la nueva, tan no pensada, del desastrado suceso de su hermano Chuquis Huaman, no hay palabras con que significar la pena que recibió y el llanto que secretamente hizo. Porque por la traición pasada estaba este hermano muy en su gracia y hacia mucho caudal dél, y quiso él mismo en persona ir a la venganza de tan gran traición, pero Ynga Roca, sacerdote mayor, y los demás se lo estorbaron, poniéndole por delante el riesgo que corría de las asechanzas de los enemigos. Habiendo habido acuerdo sobre el modo con que podía socorrer a su gente, y concluir la conquista, destruyendo la tierra, envió comisión nuevamente a Tito Atauchi y a Maita Yupanqui, tío de Huaina Capac, con nuevo ejército de muy valerosos soldados de todas naciones, y a decir la manera y orden que habían de tener en combatir la fortaleza de Pumacocha, por la traza que había visto. Y fue que los indios, que eran de tierras ásperas y fragosas, entrasen en la fortaleza por las partes montuosas y los demás por un lado donde había llanura, y los orejones por el camino Real que iba a dar a la frente della. Y así salió el ejército nuevo del Cuzco, y llegado al Avanto, donde estaba retirado Tito Atauchi y los demás, se juntaron, y viendo la comisión diferente que antes y traza mejor para tomar la fortaleza, partieron de allí con más cuidado y recato que la vez pasada, en buen orden de guerra. Llegados a la fortaleza de Pumacocha la cercaron, destruyendo toda la tierra en contorno y quemando mucha parte de los montes que había cerca della por las partes do le podía entrar socorro de repente. Así estuvieron un mes dándole recios combates y al cabo le dieron por todas partes, uno con toda la gente, en el cual entraron en la fortaleza, haciendo una lamentable destrucción en los que en ella estaban, satisfaciendo el deseo que tenían de vengar la muerte de Chuquis Huaman y los que con él murieron. En la toma y entrada llevaron la loa los tomebambas y los quihuares, huaros y chupaicos. Habiendo preso gran multitud de los chachapoyas hizo Tito Atauchi con ellos diligente inquisición de los que se habían hallado en la fortaleza en la muerte de Chuquis Huaman, y a todos los que ayudaron a la traición los hizo hacer pedazos, y asoló y destruyó sus tierras y poblaciones, para memoria del castigo. Algunos bien agestados guardó para el triunfo con que había de entrar en el Cuzco y los que no se habían hallado en la muerte de Chuquis Huaman, en la fortaleza, dejólos para población della y de la demás tierra. Y habiendo pacificádola toda y puesto orden según su costumbre, y dejando guarnición de soldados, volvió con el ejército victorioso y triunfante hacia el Cuzco, conforme tenía la orden de Huascar Ynga, trayendo consigo a los hijos del señor de Pumacocha para el triunfo, porque al padre, luego que lo tuvo en las manos, lo mandó hacer cuartos y poner por los caminos de su misma tierra, para más atemorizar a sus vasallos para que no intentasen rebelarse de nuevo. Llegados cerca del Cuzco y sabido por Huascar Ynga, salió acompañado de todos sus hermanos y parientes, y entró con todo el ejército vencedor y triunfo de los cautivos y vencidos solemnísimamente, y con mucha grandeza por haber sido la primera victoria que sus capitanes habían alcanzado en su nombre. A todos los que en la empresa se señalaron hizo diferentes mercedes de ganado, vestidos de todas suertes, criados y mujeres, y mandó hacer muy regocijadas fiestas en el Cuzco, para más ostentación y memoria de la victoria. Estando Huascar Ynga en estos placeres y contentos, le llegaron mensajeros de Quito, enviados de su hermano Atao Hualpa a darle el parabién de la asunción suya en el reino y de ser Ynga y señor, y a decirle cómo él estaba en aquellas provincias por él, y que le suplicaba, pues era su hermano, y tan obediente, le diese la gobernación dellas, para que en su nombre las guardase y defendiese de sus enemigos y se las rigiese, y que el Hacedor le tuviese de su mano y la tierra le obedeciese todo como a único señor della, y que el Sol su padre le diese infinitos reinos y señoríos, los cuales poseyese y gobernase en paz y sosiego, para siempre, y que envejeciese en ellos y dejase a sus hijos por herederos, y que engrandeciese el reino de su padre, y lo aumentase como habían hecho sus antepasados y fuese respetado y tenido de sus enemigos como los Yngas sus antecesores. Oída esta embajada por Huascar Ynga, como vino en medio de los placeres del triunfo, se holgó mucho con ella, y recibió los mensajeros de su hermano Atao Hualpa con honra y les hizo mercedes. Estos mensajeros trajeron muchos presentes y ricos dones a Rahua Ocllo, madre de Huascar Ynga, y a su mujer Chuqui Huipa y Rahua Ocllo los recibió muy bien, lo cual sabido después por Huascar Ynga y que habían traído a su madre y mujer dádivas, tomó mala sospecha dello, y de allí a algunos días mandó llamar los mensajeros de Atao Hualpa con mala voluntad, y con poca cortesía y muestras de tibieza, les dijo: decidle a mi hermano que pues se quedó en esa tierra y está en ella desde la muerte de mi padre, mire con mucho cuidado por ella y la gobierne tratando los naturales y soldados de guarnición muy bien, y que no haya quejas dél ningunas, que yo le despacharé mis mensajeros a Quito y le mandaré mediante ellos lo que tiene que hacer allá, y con esto los despidió. Los mensajeros se volvieron a Quito a do estaba Atao Hualpa y le dijeron todo lo que su hermano les había dicho, y él oído esto, no sospechando mala voluntad ni falta de amor en su hermano, se holgó mucho, pensando que estaba en su gracia, y habiendo regalado a los mensajeros se vino a Tomebamba y allí mandó hacer unos suntuosísimos palacios para su hermano Huascar, de mucha labor y artificio, y con este achaque hizo hacer y levantar otros para sí, de no menor grandeza y majestad, de lo cual empezaron las diferencias y emulaciones entre los dos hermanos cómo adelante diremos.
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Cómo el Almirante salió de Barcelona para Sevilla, y de Sevilla para la Española Una vez provisto cuanto hacía falta para la población de aquellas tierras, el Almirante salió de Barcelona para Sevilla, el mes de Junio. Tan pronto como llegó, procuró con entera diligencia la expedición de la armada que los Reyes Católicos le habían mandado hiciese, y en breve tiempo fueron puestos a punto diez y siete navíos, entre grandes y pequeños, proveídos de muchos bastimentos y de todas las cosas y artificios que para poblar todas aquellas tierras parecieron necesarius, a saber: artesanos de todos los oficios; hombres de trabajo; labriegos, que cultivasen la tierra; sin contar con que, a la fama del oro y de otras cosas nuevas de aquellos países, habían acudido tantos caballeros e hidalgos y otra gente noble, que fue necesario disminuir el número, y que no se diese permiso a tanta gente que se alistaba, hasta que se viese en alguna manera cómo sucedían las cosas en aquellas regiones, y que todo, en algún modo, estuviese arreglado, aunque no se pudo restringir tanto el número de la gente que estaba para entrar en la armada, que no llegase a mil quinientas personas, entre grandes y pequeñas; algunos de los cuales llevaron caballos y otros animales que fueron de mucha utilidad y provecho para la población de aquellas tierras. Hechos estos preparativos, el miércoles, a 25 de Septiembre del año 1493, una hora antes de salir el sol, estando presentes mi hermano y yo, el Almirante levó anclas en el puerto de Cádiz, donde se había reunido la armada, y llevó su rumbo al Sudoeste, hacia las islas de Canaria, para tomar allí refresco de las cosas necesarias, y así, con buen tiempo, a 28 de Septiembre, estando ya cien leguas más allá de España, fueron a la nave del Almirante muchos pajarillos de tierra, tórtolas y otras especies de pájaros pequeños, que parecían ir de paso para invernar en Africa, y que venían de las islas Azores. Continuando luego su viaje, miércoles, a 2 de Octubre, llegó el Almirante a la Gran Canaria, donde fondeó. A media noche tornó a su camino para ir a la Gomera, donde llegó el sábado, 5 de Octubre, y con gran diligencia ordenó que se tomase cuanto hacía falta para la armada.
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De cómo Inca Yupanqui fue rescebido por rey y quitado el nombre de Inca Urco y de la paz que hizo con Hastu Guaraca. Desbaratados los Chancas entró en el Cuzco Inca Yupanqui con gran triunfo y habló a los principales de los orejones sobre que se acordasen de cómo había trabajado por ellos lo que habían visto y en lo poco que su hermano ni su padre mostraron tener a los enemigos; por tanto, que le diesen a él el señorío y gobernación del imperio. Los del Cuzco, unos con otros trataron y miraron así el dicho de Inca Yupanqui como lo más que Inca Urco les había hecho; y, por consentimiento del pueblo, acordaron de que Inca Urco no entrase más en el Cuzco y que le fuese quitada la borla o corona y dada a Inca Yupanqui; y aunque Inca Urco, como lo supo, quiso venir a Cuzco a justificarse y mostrar sentimiento grande quejándose de su hermano y de los que le quitaban de la gobernación del reino, no le dieron lugar ni se dejó de cumplir lo ordenado. Y aún hay algunos que dicen que la Coya, mujer de Inca Urco, lo dejó sin tener hijo dél ninguno y se vino al Cuzco, donde la recebió por mujer su segúndo hermano Inca Yupanqui, que, hecho el ayuno y otras cerimonias, salió con la borla, haciéndose en el Cuzco grandes fiestas, hallándose a ellas gentes de muchas partes. Y a todos los que murieron de la arte suya en la batalla los mandó el nuevo Inca enterrar, mangando hacerles osequias a su usanza; y a los Chancas, mandó que se hiciese una casa larga a manera de tumba en la parte que se dio la batalla adonde para memoria fuesen desollados todos los cuerpos de los muertos y que inchiesen los cueros de ceniza o de paja, de tal manera que la forma humana paresciese en ellos, haciéndoles de mil maneras; porque a unos, paresciendo hombres, de su mesmo vientre salía un atambor y con sus manos hacían muestra de lo tocar; otros ponían con flautas en las bocas. De esta suerte y de otras estuvieron hasta que los españoles entraron en el Cuzco. Pero Alonso Carrasco y Juan de Pancorvo, conquistadores antiguos, me contaron a mí de la manera que vieron estos cueros de ceniza, y otros muchos de los que entraron con Pizarro y Almagro en el Cuzco. Y dicen los orejones que había en este tiempo gran vecindad en el Cuzco y que siempre iba en crecimiento; y de muchas partes vinieron mensajeros a congratularse con el nuevo rey, el cual respondió a todos con buenas palabras, y deseaba salir a hacer guerra a lo que llaman Condesuyo; y como por experiencia hobiese conocido cuán valiente y animoso era Hastu Guaraca, el señor de Andaguaylas, pensó de lo atraer a su servicio; y así, cuentan que le embió mensajeros, rogándole con sus hermanos y amigos se viniese a holgar con él; y entendiendo que le sería provechoso allegarse a la amistad de Inca Yupanqui, e al Cuzco, donde fue bien recebido. Y como se hobiese hecho llamamiento de gente, se determinó de ir a Condesuyo. En este tiempo cuentan que murió Viracocha Inca, y se le dio sepultura con menos pompa y honor que a los pasados suyos, porque en la vejez había desamparado la ciudad y no querido volver a ella cuando tubieron la guerra con los Chancas. De Inca Urco no digo más, porque los indios no tratan de sus cosas sino es para reir, y dejando a él aparte, digo que Inca Yupanqui es el noveno rey que hobo en el Cuzco.