De cómo Inca Yupanqui salió del Cuzco, dejando por gobernador a Lloque Yupanqui, y de lo que sucedió. Como ya por mandado de Inca Yupanqui se hobiese juntado cantidad de más de cuarenta mill hombres, junto a la piedra de la guerra se hizo alarde y nombró capitanes, haciendo fiestas y borracheras; y estando adrezado salió del Cuzco en andas ricas de oro y pedrería, yendo a la redonda dél su guarda con alabardas y hachas y otras armas; junto a él iban los señores; y mostrava más valor y autoridad este rey que todos los pasados suyos. Dejó en el Cuzco, a lo que dicen, por gobernador a Lloque Yupanqui, su hermano. La Coya y otras mujeres iban en hamacas y afirman que llevaban gran cantidad de cargas de joyas y de repuesto. Delante iban limpiando el camino, que ni yerba ni piedra pequeña ni grande no había de haber en él. Llegado al río de Apurima pasó por la puente que se había echado y anduvo hasta los aposentos de Curahuasi. De la comarca salían muchos hombres y mujeres y algunos señores y principales, y cuando lo vían quedaban espantados, y llamábanlo "Gran señor, Hijo del Sol, Monarca de todos" y otros nombres grandes. En este aposento dicen que dio a un capitán de los Chancas, llamado Tupac Uasco, por mujer una palla del Cuzco y que la tuvo en mucho. Pasando adelante el Inca por el río de Apurima y Cochacassa, como los naturales de aquella parte estuviesen en los pucaraes fuertes y no tuviesen pueblos juntos, les mandó que viviesen ordenadamente sin tener costumbre mala ni darse la muerte los unos a los otros. Muchos se alegraron con esto los dichos y les fue bien de obedecer su mandamiento. Los de Curampa reían dello, y entendido de Inca Yupanqui, y no bastando amonestaciones, los venció en batalla, matando a muchos y cativando a otros. Y porque la tierra era buena, mandó a un mayordomo suyo quedase a reformarla y a que se hiciesen aposentos y templo del sol. Ordenado esto con gran prudencia, el rey salió de allí y anduvo hasta la provincia de Andaguaylas, a donde le fue hecho solene recebimiento y estuvo allí algunos días determinando si iría a conquistar a los naturales de Guamanga o Xauxa o los Soras y Rucanas, mas, después de haber pensado, con acuerdo de los suyos determinó de ir a los Soras. Y saliendo de allí anduvo por un despoblado que iba a salir a los Soras, los cuales supieron su venida y se juntaron para su defender. Había inviado Inca Yupanqui capitanes con gentes para otras partes muchas a que allegasen las gentes a su servicio con la más blandura que pudiesen y a los Soras envió mensajeros sobre que no tomasen armas contra él, prometiendo de los tener en mucho sin les hacer agravio ni daño; mas no quisieron paz con servidumbre, sino guerrear por no perder la libertad. Y así, juntos unos con otros, tuvieron la batalla, la cual, dicen los que della tuvieron memoria, que fue muy reñida y que murieron muchos de ambas partes, mas quedando el campo por los del Cuzco. Los que escaparon de ser muertos y presos fueron dando aullidos y gemidos a su pueblo, a donde pusieron algún cobro en sus haciendas y, sacando sus mujeres, lo desampararon y se fueron, según es público, a un peñol fuerte questá cerca del río de Vilcas, donde había en lo alto muchas cuevas y agua por naturaleza; y en este peñol se recogieron muchos hombres con sus mujeres; e hízose por miedo del Inca, proveyéndose del más bastimento que pudieron. Y no sólo los Soras se recogieron a este peñol, que de la comarca de Guamanga y del río de Vilcas y de otras partes se juntaron con ellos, espantados de oir que el Inca quería ser solo señor de las gentes. Vencida la batalla, los vencedores gozaron del despojo y el Inca mandó que no hiciesen daño a los cativos; antes los mandó soltar a todos ellos y mandó ir un capitán con gente a lo de Condesuyo por la parte de Pumatampu; y como entrase en los Soras y supiese haberse ido la gente al peñol ya dicho, recebió mucho enojo y determinó de los ir a cercar; y así, mandó a sus capitanes que con la gente de guerra caminasen contra ellos.
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Túvose vista de otras cuatro islas desiertas, y lo demás que pasó Navegando al Oesnoroeste, el otro siguiente día encontramos una isla, al parecer de seis leguas, y luego otra, y otras dos; y en todas cuatro no se halló puerto ni fondo. Son bajas y anegadas y casi de un mismo cuerpo. Distan las unas de otras a cuatro y a cinco leguas, y de la ciudad de los Reyes mil y cincuenta. Su altura son veinte grados y su nombre Las Cuatro Coronadas. Viendo el capitán que en todas las siete islas descubiertas no halló puerto ni agua, preguntó la que había en la nao; y hallando menos botijas de las que mandó embarcar, hizo algunos discursos en razón del tiempo y del estado presente, y parecióle convenir acortar, como acortó, la ración, de tal manera que de doce a quince botijas de agua que se gastaban cada día, las redujo a tres y cuatro. Hallábase presente al repartirla, y cerrada la escotilla, guardaba las llaves della. Ordenó luego que se hiciese sobre uno de los dos fogones un horno de ladrillo, para con un instrumento de cobre que llevaba, sacar del agua de la mar agua dulce por vía de destilación. Sacábanse al día dos, tres botijas della, muy dulce y muy sana: el día que menos, botija y media, y por todas hasta cincuenta; cuya invención, añadiéndole ciertos requisitos, promete que con poca leña se pueden sacar en quince horas ocho, nueve y diez botijas de agua dulce, y más si fueren necesarias. Era este día de Ceniza. Nuestro padre comisario la dio a toda la gente de la nao. La derrota seguida fue al Oesnoroeste, y a distancia de setenta y cinco leguas de las cuatro islas atrás, se vio al Nordeste otra isla pequeña, a la cual no se pudo ir por estar a barlovento. Juzgóse ser su altura diez y ocho grados y medio. Diósele nombre de San Miguel, y por amenazas del tiempo y mucho escuro, esta noche estuvimos de mar al través con las naos.
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De cómo envió por una lengua para los payaguaes Dende a tres días que los naturales del puerto de Ipananie enviaron a llamar el indio, vino donde estaba el gobernador, y se ofresció a ir en su compañía y enseñarle la tierra de los indios payaguaes, y habiendo contentado los indios del puerto, se hizo a la vela por el río del Paraguay arriba, y llegó dentro de cuatro días al puerto que dicen de Guayviaño, que es donde acaba la población de los indios guaraníes, en el cual puerto mandó surgir, para hablar a los indios naturales, los cuales vinieron, y trujeron los principales muchos bastimentos, y alegremente los recebieron, y el gobernador les hizo buenos tratamientos, y mandó pagar sus bastimentos, y les dio a los principales graciosamente muchos rescates y otras cosas; y luego le informaron que la gente de a caballo iba por la tierra adentro y había llegado a sus pueblos, los cuales habían sido bien recebidos, y les habían proveído de las cosas necesarias, y les habían guiado y encaminado, e iban muy adelante cerca del puerto de Itabitan, donde decían que habían de esperar el armada de los bergantines. Sabida esta nueva, luego con mucha presteza mandó dar vela, y se partió del puerto Guayviaño, y fue navegando por el río arriba con buen viento de vela; y el propio día, a las nueve de la mañana, llegó al puerto de Itabitan, donde halló haber llegado la gente de caballo todos muy buenos, y le informaron haber pasado con mucha paz y concordia por todos los pueblos de la tierra, donde a todos habían dado muchas dádivas de los rescates que les dieron para el camino.
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Cómo Cortés mandó que prendiesen aquellos cinco recaudadores de Montezuma, y mandó que dende allí adelante no obedeciesen ni diesen tributo, y la rebelión que entonces se ordenó contra Montezuma Como Cortés entendió lo que los caciques le decían, les dijo que ya les había dicho otras veces que el rey nuestro señor le mandó que viniese a castigar los malhechores e que no consintiese sacrificios ni robos; y pues aquellos recaudadores venían con aquella demanda, les mandó que luego los aprisionasen e los tuviesen presos hasta que su señor Montezuma supiese la causa cómo vienen a robar y llevar por esclavos sus hijos y mujeres, e hacer otras fuerzas. E cuando los caciques lo oyeron estaban espantados de tal osadía, mandar que los mensajeros del gran Montezuma fuesen maltratados, y temían y no osaban hacerlo; y todavía Cortés les convocó para que luego los echasen en prisiones, y así lo hicieron, y de tal manera, que en unas varas largas y con colleras (según entre ellos se usa) los pusieron de arte que no se les podían ir; e uno dellos porque no se dejaba atar le dieron de palos; y demás desto, mandó Cortés a todos los caciques que no les diesen más tributo, ni obediencia a Montezuma, e que así lo publicasen en todos los pueblos aliados y amigos. E que si otros recaudadores hubiese en otros pueblos como aquellos, que se lo hiciesen saber, que él enviaría por ellos. Y como aquella nueva se supo en toda aquella provincia, porque luego envió mensajeros el cacique gordo haciéndoselo saber, y también lo publicaron los principales que habían traído en su compañía aquellos recaudadores, que como los vieron presos, luego se descargaron y fueron cada uno a su pueblo a dar mandado y a contar lo acaecido. E viendo cosas tan maravillosas e de tanto peso para ellos, dijeron que no osaran hacer aquello hombres humanos, sino teules, que así llamaban a sus ídolos en que adoraban; e a esta causa desde allí adelante nos llamaron teules, que es, como he dicho, o dioses o demonios; y cuando dijere en esta relación teules en cosas que han de ser tocadas nuestras personas, sepan que se dice por nosotros. Volvamos a decir de los prisioneros, que los querían sacrificar por consejo de todos los caciques, porque no se les fuese alguno dellos a dar mandado a México; y como Cortés lo entendió les mandó que no los matasen, que él los quería guardar, y puso de nuestros soldados que los velasen; e a media noche mandó llamar Cortés a los mismos nuestros soldados que los guardaban, y les dijo: "Mirad que soltéis dos dellos, los más diligentes que os parecieren, de manera que no lo sientan los indios destos pueblos"; y que se los llevasen a su aposento; y así hicieron y después que los tuvo delante les preguntó con nuestras lenguas que por qué estaban presos y de qué tierra eran, como haciendo que no los conocía; y respondieron que los caciques de Cempoal y de aquel pueblo con su favor y el nuestro los prendieron; y Cortés respondió que él no sabía nada y que le pesa dello; y les mandó dar de comer y les dijo palabras de muchos halagos, y que se fuesen luego a decir a su señor Montezuma cómo éramos todos sus grandes amigos y servidores; y porque no pasasen más mal les quitó las prisiones, y que rifió con los caciques que los tenían presos, y que todo lo que hubiesen menester para su servicio que lo hará de muy buena voluntad, y que los tres indios sus compañeros que tienen en prisiones que él los mandará soltar y guardar, y que vayan muy presto, no los tornen a prender y los maten; y los dos prisioneros respondieron que se lo tenían en merced, y que habían miedo que los tornarían a las manos, porque por fuerza habían de pasar por sus tierras; y luego mandó Cortés a seis hombres de la mar que esa noche los llevasen en un batel obra de cuatro leguas de allí, hasta sacarlos a tierra segura fuera de los términos de Cempoal. Y como amaneció, y los caciques de aquel pueblo y el cacique gordo hallaron menos los dos prisioneros, querían muy de hecho sacrificar los otros tres que quedaban, si Cortés no se los quitara de su poder, e hizo del enojado porque se habían huido los otros dos; y mandó traer una cadena del navío y echólos en ella, y luego los mandó llevar a los navíos, e dijo que él los quería guardar, pues tan mal cobro pusieron de los demás; y cuando los hubieron llevado les mandó quitar las cadenas, e con buenas palabras les dijo que presto les enviaría a México. Dejémoslo así, que luego que esto fue hecho todos los caciques de Cempoal y de aquel pueblo e de otros que se habían allí juntado de la lengua totonaque, dijeron a Cortés que qué harían, pues que Montezuma sabría la prisión de sus recaudadores, que ciertamente vendrían sobre ellos los poderes de México del gran Montezuma, y que no podrían escapar de ser muertos y destruidos. Y dijo Cortés con semblante muy alegre: que él y sus hermanos, que allí estábamos, los defenderíamos, y mataríamos a quien enojarlos quisiese. Entonces prometieron todos aquellos pueblos y caciques a una que serían con nosotros en todo lo que les quisiésemos mandar, y juntarían todos sus poderes contra Montezuma y todos sus aliados. Y aquí dieron la obediencia a su majestad por ante un Diego de Godoy el escribano, y todo lo que pasó lo enviaron a decir a los demás, pueblos de aquella provincia; e como ya no daban tributo ninguno, e los recogedores no parecían, no cabían de gozo en haber quitado aquel dominio. Y dejémos esto, y diré cómo acordamos de nos bajar a lo llano a unos prados, donde comenzamos a hacer una fortaleza. Esto es lo que pasó, y no la relación que sobre ello dieron al cronista Gómara.
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Capítulo XLVII De cómo Almagro partió de Panamá en naves al Perú para socorrer a Pizarro, y lo que le sucedió Cuando salió de Panamá Pizarro, quedó Almagro, su compañero, a efecto de con su diligencia, que él siempre tuvo, darse maña a allegar gente y caballos, para con ellos ir en busca de Pizarro; y aunque estaba enfermo, lo procuró de tal manera, que juntó ciento y cincuenta españoles y cincuenta caballos, armados con las armas que cada uno tenía y podía haber; y había hecho una nave grande con dos gavias, para que en ésta y en las de Hernán Ponce, que volvieron con el oro de Cuaque, pasar la gente; y así poniendo en camino, salió de Panamá, yendo con él el piloto Bartolomé Ruiz, digno de más premio del que le dieron para tanto cuanto trabajó. Navegaron algunos días hasta que llegaron a la bahía de San Mateo, donde estando surtos, aportó un navío que venía de la provincia de Nicaragua con algunos españoles, por capitán de ellos, Francisco de Godoy. Envióles Almagro a decir, que pues les constaba ser compañero de Pizarro y le iba a socorrer, que se juntasen todos para ir en compañía, dándole la obediencia. Godoy no quería dejar de mandar, ni de entrar con aquel sonido donde Pizarro estuviese. Venían, con él, Rodrigo Orgonez, Juan de Barrios y otros que le aconsejaron no saliese de la voluntad del mariscal; y se hizo todo como él mandó, hablándole cuando se vieron con mucha cortesía y buenos comedimientos. Traían en esta nao a un Juan Fernández; determinaron que los navíos con lo que en ellos conviniese, navegasen por la mar la costa en la mano, y ellos hiciesen lo mismo por tierra, hasta que tuviesen nueva de Pizarro. Con este concierto llegaron a Pasao; daban los indios nuevas de estar los cristianos adelante algunas jornadas; no se daban crédito, porque los farautes no eran bien ladinos.; como no hallasen nuevas que los satisficiese mandaron que uno de los navíos se adelantase, hasta donde pudiendo tomar lengua de lo que buscaban y saber cierto donde estaban los cristianos, para no pasando adelante, dar la vuelta a les avisar. Navegó algunos días en este navío, dicen que en paraje de la punta de Santa Elena paró, donde llegados los otros navíos supieron el poco recaudo que tenían sospechaban cosas tristes en los cristianos de muerte o prisión. Almagro y los suyos venían por tierra donde pasaron gran trabajo, andando por malos caminos de los ríos, ciénagas que hallaban, sin lo cual les faltó el mantenimiento y tuvieron falta de comida. Con tal tormento iban los fatigados españoles con la congoja que podéis sentir, que fue causa que murieron más de treinta de ellos, y el mismo Almagro estuvo muy enfermo, y como supieron que el navío no había hallado nueva ninguna cierta, ni rastro fresco de los cristianos, hubieron gran dolor y pena triste. No pararon ni dejaron de andar con su fortuna. Otro navío que salió para saber de los cristianos, no paró hasta llegar a Túmbez, donde surgieron. Los indios, como los vieron, salieron a él en más de ochocientas balsas, que fue causa de coger algún miedo los cristianos, creyendo que venían a cercar el navío y les dar guerra; presto se les cayó, porque los indios amorosamente los recibieron dándoles de comer, diciéndoles que los cristianos estaban en Tangara, cerca de allí. Alegráronse mucho los que venían en la nao con estas nuevas; salieron en tierra de ellos los que convino; holgándose cuando veían por los campos tantas manadas de ovejas. En San Miguel se supo luego cómo estaba el navío en Túmbez, mandó el teniente Navarro que cuatro o cinco de a caballo fuesen a ver qué gente era y de dónde venía el navío. Estos vinieron a habar con los otros que dije haber saltado en tierra, de quien supieron cómo Almagro venía con gente y caballos en socorro de Pizarro. Supieron también la nueva que tenía de ser Atabalipa preso en Caxamalca, donde se halló gran tesoro. Con esta nueva volvió el navío a dar aviso a Almagro, que lo alcanzó antes de llegar a Puerto Viejo. Como Almagro y los suyos oyeron tan buenas nuevas, alegráronse en extremo; no veían la hora de hallarse en tan buena tierra; antes que llegase esta nueva, estaban determinados de volverse a Panamá, según opinión de algunos, o de poblar en Puerto Viejo. Algunos de los que hoy son vivos, quieren decir que Almagro tuvo propósito de no acudir con el socorro a Pizarro, sino meterse hacia el norte a ocupar lo de Quito, y enviar al rey a pedir en gobernación; otros lo reprueban; dicen que nunca tal pensó; porfíanlo extrañamente. Estas son opiniones de gentes; las más de las veces son inciertas; sin lo cual, los que andan acá son mañosos, cautelosos, buscan por mil cabos por do enemistar a los que mandan, para que teniendo de ellos necesidad, puedan hacer lo que han hecho, y harán según quedan los movedores de tales tramas sin castigo. Traía el mariscal por secretario uno a quien llamaban Rodrigo Pérez, el cual dicen que escribió al gobernador por la vía que pudo, avisándole cómo Almagro tenía contra él ruin propósito y pensaba hacerse señor de lo mejor de la tierra, y otras cosas a estas semejantes, creyendo ganar con ello la gracia de Pizarro; y que se alteró con tal nueva, mandando llamar luego a sus hermanos, y otros algunos de los que tenía por más amigos, con quien lo comunicó; y por su consejo, mandó a Pero Sancho, con Diego de Agüero, que saliesen a encontrarse con Almagro, con cartas que le dieron para él mostrando no entender nada, sino avisando cómo había preso a Atabalipa, de quien esperaban grandes tesoros; que se diese prisa a andar, porque en todo tenían partes; y a los más principales que venían con Almagro, se escribió cartas alegres y muy graciosas, para atraerlos a su amistad y que éstos habían de entender con la intención que el mariscal venía, para le avisar luego a toda furia de ello. Almagro venía a la ciudad de San Miguel, de donde también dicen que no faltó otros tramadores que secretamente le avisaron que se guardase de Pizarro y mirase por sí, porque le quería matar y quitarle la gente que traía. Andaban con estas cosas desasosegados los ánimos de los compañeros, y Almagro tuvo noticia de la bellaquería de su secretario, y cómo él había escrito lo que él no traía en el pensamiento, mandó llevarlo a los navíos, donde le tomaron su confesión y conoció la maldad, por lo cual Almagro mandó que se confesase y lo ahorcó de la entena del navío. Esto hecho, anduvo Almagro hasta que llegó a Túmbez; halló a Pero Sancho y Diego de Agüero, y escribieron a Pizarro cómo Almagro no venía con el intento que se pensaba, sino con gran deseo de verlo y llevarle socorro. De Túmbez fue a la ciudad de San Miguel, Almagro, donde estuvo con alguna indisposición; fue curado con diligencia.
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Capítulo XLVII Que trata en cómo estando el general en este sitio supo cómo iban los indios contra el caudillo que habían enviado y cómo se partió a socorrelle Estando el general Pedro de Valdivia, como he dicho, con su gente reposando, tuvo noticia cómo los indios de guerra iban contra el caudillo que el general había enviado a recoger alguna comida, el cual estaba doce leguas de donde el general estaba. Luego mandó ir los heridos a la ciudad y él partió con toda la demás gente que le quedó a socorrer a los que recogían la provisión. E llegó a ellos otro día siguiente por la mañana. Sabido por los indios que el general había allegado con veinte y cuatro de a caballo a donde los otros estaban, recibieron gran congoja y desmayo, y de desanimados se tornaron sin orden a sus montes y fuerzas, porque le tenían demasiadamente los indios al general. Los amigos e indios que servían y eran los más culpados en la cautela que habían tramado, como arriba dijimos, procuraban servir muy bien, pensando de se abonar. Luego, visto esto, despachó seis de a caballo con todos los peones a llevar el bastimento que tenían recogido a la ciudad, que fue buen socorro para la necesidad que se pasaba y para el invierno que venía cerca. En estas provincias vienen los ríos caudalosos y muy furiosos a causa de tener cerca la corrida, digo desde a donde nace de las sierras nevadas hasta la mar, y por ser tan agra la bajada para correr. Y corren por pedregales de grandes y gruesas piedras, y con la furia que el agua lleva ruedan las piedras y son muy peligrosos. Y a causa de este peligro se dejó de recoger más bastimento. Partióse el general con veinte de a caballo después de despachados los que llevaban el bastimento, y se fue a correr el campo y la costa de la mar, y de allí fue a la ciudad. No le sucedió en esta jornada cosa ninguna que de contar sea, más de ver la tierra despoblada por estar toda la gente en las fuerzas que dicho habemos.
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Que trata de algunas profecías y dichos que dijo el rey Nezahualcoyotzin Entre los cantos que compuso el rey Nezahualcoyotzin, donde más a la clara dijo algunas sentencias, como a modo de profecías, que muy a la clara en nuestros tiempos se han cumplido y visto, fueron los que se intitulan Xompancuícatl, que significa canto de la primavera, las cuales se cantaron en la fiesta y convites del estreno de sus grandes palacios, que empieza el uno así: Tlacxoconcaquican hani Nezahualcoyotzin etcétera, que traducidas a nuestro vulgar castellano, conforme al propio y verdadero sentido, quieren decir: "oíd lo que dice el rey Nezahualcoyotzin, en sus lamentaciones sobre las calamidades y persecuciones que han de padecer sus reinos y señoríos". Ido que seas de esta presente vida a la otra, oh rey Yoyontzin, vendrá tiempo que serán deshechos y destrozados tus vasallos, quedando todas tus cosas en las tinieblas del olvido; entonces de verdad, no estará en tu mano el señorío y mando, sino en la de Dios. Y entró dijo "entonces serán las aflicciones, las miserias y persecuciones que padecerán tus hijos y nietos; y llorosos se acordarán de ti, viendo que los dejaste huérfanos en servicio de otros extraños en su misma patria Acolihuacan; porque en esto vienen a parar los mandos, imperios y señoríos, que duran poco y son de poca estabilidad. Lo de esta vida es prestado, que en un instante lo hemos de dejar como otros lo han dejado, pues los señores Zihuapantzin, Acolnahuacatzin y Quauhtzontezoma, que siempre te acompañaban, ya no los ves en estos breves gustos". Y a este modo dijo otras muchas cosas muy de notar. En el año 1467 que llaman ce ácatl, se acabó y fue el estreno del templo mayor de la ciudad de Tetzcuco del ídolo Huitzilopochtli, y entonces dijo: "en tal año como éste, se destruirá este templo, que ahora se estrena ¿quien se hallará presente? ¿Si será mi hijo o mi nieto?, entonces irá a disminución la tierra, y se acabarán los señores, de suerte que el maguey siendo pequeño y sin sazón, será talado; los árboles siendo pequeños darán fruto y la tierra defectuosa siempre ira a menos; entonces la malicia, deleites y sensualidad, estarán en su punto, dándose a ellos desde su tierna edad los hombres y mujeres; y unos a otros se robarán las haciendas. Sucederán cosas prodigiosas: las aves hablarán ya, y en este tiempo llegará el árbol de la luz, y de la salud y sustento. Para librar a vuestros hijos de estos vicios y calamidades, haced que desde niños se den a la virtud y trabajos". Todas estas mudanzas aquí contenidas y aumentos de vicios se han cumplido a la letra, porque las que en aquellos tiempos se tenían por cosas sobrenaturales y prodigiosas, son en éste muy patentes y ordinarias, y así no causan admiración, porque ¿quien vería en aquel tiempo, que si por desgracia aparecía un borracho, luego al punto de ser afrentado y castigado, le destechaban la casa y saqueaban, no dejándole vivir en el poblado, y ahora es tan común, que lo tienen por costumbre cotidiana? Las doncellas que tenían veinticinco y treinta años, no sabían salir de los rincones de sus padres, y ahora, aún no han cumplido doce, que no sean dueñas; y así de lo demás se echará de ver la diferencia que hay de este tiempo a aquel, y la mudanza tan grande. Este muy sabio rey mandó a todos los artífices que cada uno en el oficio que usaba le retratasase, porque andando el tiempo sus descendientes oyendo sus hechos y hazañas desearían verle y conocerle, el cual su deseo se les cumpliría en ver su retraso; y así cada uno en su facultad hizo los retratos; los plateros hicieron una estatua de oro muy al natural; los lapidarios otra de pedrería; los plumeros en un cuadro dibujado de varias plumas su retrato tan al natural, que parecía estar vivo. Otro cuadro hicieron los pintores lo mejor que pudieron. Los escultores una estatua de la misma manera, y los arquitectos de piedra fueron a su bosque de Tetzcotzinco e hicieron aquel león que atrás queda referido, y no retrataron más de tan solamente el rostro; hasta los herreros hicieron lo mismo, y por su orden fueron presentándole sus retratos que habían hecho, excepto el de la peña, que era forzoso el ir a verlo, y así, habiéndolo visto, sólo aquel le cuadró, y todos los demás los desechó, diciendo que el oro y piedras preciosas con la codicia se perderían, y los cuadros con el tiempo se desharían y borrarían, el barro se quebraría, y la madera se carcomería; mas que el de la peña sólo permanecería, y gozarían de él sus nietos y descendientes.
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De lo que se tiene sobre si fueron conquistados estos indios desta comarca o no por los ingas, y la muerte que dieron a ciertos capitanes de Topainga Yupangue Muchos dicen que los señores ingas no conquistaron ni pusieron debajo de su señoría a estos indios naturales de Puerto Viejo de que voy aquí tratando, ni que enteramente los tuvieron en su servicio, aunque algunos afirman lo contrario, diciendo que sí los señorearon y tuvieron sobre ellos mando. Y cuenta el vulgo sobre esto que Guaynacapa en persona vino a los conquistar, y porque en cierto caso no quisieron cumplir su voluntad, que mandó por ley que ellos y sus descendientes y sucesores se sacasen tres dientes de la boca de los de la parte de encima y otros tres de los más bajos, ya que en la provincia de los Guancabilcas se usó mucho tiempo esta costumbre. Y a la verdad, como todas las cosas del pueblo sea una confusión de variedad, y jamás saben dar en el blanco de la verdad, no me espanto que digan esto, pues en otras cosas mayores fingen desvaríos no pensados, que después quedan en el sentido de las gentes, y no ha de servir para entre los cuerdos sino de fábulas y novelas. Y esta digresión quiero hacerla en este lugar para que sirva en lo de adelante; pues las cosas que ya están escriptas, si se reiteran muchas veces es fastidio para el lector. Servirá (como digo) para dar aviso que en las más de las cosas que el vulgo cuenta de los acaescimientos que han pasado en Perú son variaciones, como arriba digo. Y en lo que toca a los naturales, los que fueren curiosos de saber sus secretos entenderán lo que yo digo. Y en lo tocante a la gobernación y a las guerras y debates que ha habido, no pongo por jueces sino a los varones que se hallaron en las consultas y congregaciones y en el despacho de los negocios; estos tales digan lo que pasó, y cuenten los dichos del pueblo, y verán cómo no concuerda lo uno con lo otro. Y esto baste para aquí. Volviendo, pues, al propósito, digo que (según yo tengo entendido de indios viejos capitanes que fueron de Guaynacapa) en tiempo del gran Topainga Yupangue, su padre, vinieron ciertos capitanes suyos con alguna copia de gente, sacada de las guarniciones ordinarias que estaban en muchas provincias del reino, y con mañas y maneras que tuvieron los atrajeron a la amistad y servicio de Topainga Yupangue. Y muchos de los principales fueron con presentes a la provincia de los Paltas a le hacer reverencia; y él los recibió benignamente y con mucho amor, dando a algunos de los que los vinieron a ver piezas ricas de lana hechas en el Cuzco. Y como les conviniese volver a las provincias de arriba, a donde por su gran valor era tan estimado, que le llamaban padre y le honraban con nombres preeminentes, fue tanta su benevolencia y amor para con todos, que adquirió entre ellos fama perpetua. Y por dar asiento en cosas tocantes al buen gobierno del reino, partió sin poder por su persona visitar las provincias destos indios; en las cuales dejó algunos gobernadores y naturales del Cuzco, para que les hiciesen entender la manera con que habían de vivir para no ser tan rústicos y para otros efectos provechosos. Pero ellos, no solamente no quisieron admitir el buen deseo destos que por mandado de Topainga quedaron en estas provincias para que los encaminasen en buen uso de vivir y en la policía y costumbres suyas, y les hiciesen entender lo tocante al agricultura, y les diesen manera de vivir con más acertada orden de la que ellos usaban; más antes, en pago del beneficio que recibieran si no fueran tan mal conocidos, los mataron todos, que no quedó ninguno en los términos desta comarca, sin que les hiciesen mal ni les fuesen tiranos para que lo mereciesen. Esta grande crueldad afirman que entendió Topainga, y por otras causas muy importantes la disimuló, no pudiendo entender en castigar a los que tan malamente habían muerto a estos sus capitanes y vasallos.
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CAPITULO XLVII Visita el V. P. Junípero estas Misiones del Norte, y se funda un Pueblo de Españoles Queda dicho en el Capítulo 43, cómo habiendo llegado a su Misión de San Carlos por el mes de enero de 77 el V. P. Presidente, tuvo la alegre noticia de las fundaciones de estas dos Misiones las más Septentrionales del Puerto de San Francisco N. Padre, las que desde luego habría venido a visitar supuesto que no pudo asistir a su fundación. Pero se le dilataron sus deseos con la noticia de que subía el Señor Gobernador D. Felipe Neve a poner su residencia en el Presidio de Monterrey y, a donde llegó el día 3 de febrero del dicho año de 77; por cuya razón y de tratar entre los dos los negocios de esta espiritual Conquista, y cotejar las órdenes que ambos tenían del Exmô. Señor Virrey para sus adelantamientos, se hubo de detener en su Misión de San Carlos, ínterin dicho Señor concluía la visita, como en efecto subió hasta el Presidio de San Francisco a últimos de abril. A vuelta de la dicha visita acordaron ambos lo importante que era la fundación de tres Misiones en la Canal de Santa Bárbara para la reducción de tanta Gentilidad como la puebla, y para asegurar el giro de la comunicación de los Establecimientos del Norte con las del Sur; y así convenidos de acuerdo lo consultaron a S. Excâ. por junio de 77 con la Fragata que condujo los víveres y memorias, y se regresó para San Blas. Evacuadas estas precisas diligencias de oficio, sin olvidar las del ministerio Apostólico de catequizar y bautizar a los Gentiles, y educar a los Neófitos, en que se empleaba el tiempo que residía en su Misión, luego que se halló con hueco para salir a la visita, vino a la Misión de Santa Clara, a donde llegó el día 28 de septiembre; y el siguiente día del Príncipe y Arcángel San Miguel cantó la Misa y predicó; y habiendo permanecido y descansado el siguiente, siguió su camino para esta última Misión de N. Padre el día 1 de octubre, que siendo la jornada de quince leguas, la hizo en un día con parte de la noche, por lo que llegó muy fatigado. Celebró en esta Misión el día de N. S. P. San Francisco Patrón de la Misión, Presidio y Puerto, cuya fiesta se hizo con la solemnidad posible: cantó S. R. la Misa, y predicó en ella con alegría de todos, así Misioneros, que nos juntamos cuatro, como de la Tropa de la Misión y la del Presidio que vino (la que no fue precisa para la Guardia de él) y con mucho júbilo de los nuevos Cristianos, que ya contábamos diez y siete todos adultos. Mantúvose en esta Misión hasta el día 10 de dicho mes, en cuyo tiempo descansó de la caminata de cuarenta y dos leguas que dista Monterrey; fue a ver el nuevo Presidio, y el Puerto que jamás había visto; y mirando que ya no se podía pasar adelante sin Embarcación, prorrumpió con él gracias a Dios (que era muy frecuente en sus labios) Ya N. P. San Francisco con la Santa Cruz de la Procesión de Misiones, llegó al último término del continente de la California pues para pasar adelante es necesaria Embarcación. En esta nueva California había cuando el V. P. Presidente hizo la primera visita a esta Misión sólo ocho Misiones; y quedando grandes tramos entre una y otra, decía el fervoroso Padre: "Esta Procesión de Misiones está muy trunca, es preciso que sea vistosa a Dios y a los hombres que corra seguida; ya tengo pedida la fundación de tres en la Canal de Santa Bárbara: ayúdenme a pedir a Dios se consiga, y después trabajaremos para llenar los otros huecos." De modo que los fervorosos deseos del V. Prelado eran de que se convirtiese toda la Gentilidad que puebla las doscientas diez leguas de Costa, que poblándose de Misiones en proporcionadas distancias, cayesen todos en la red Apostólica, si no en la de una Misión, cayese en la otra, y con esto se aumentasen en gran manera los hijos de Dios y de la Santa Iglesia. Con estos fervorosos y abrasados deseos salió de esta Misión, pasó a la de Santa Clara, y descansando un par de días, se retiró a su Misión de San Carlos. FUNDACIÓN DE UN PUEBLO DE ESPAÑOLES, TITULADO SAN JOSE DE GUADALUPE Para dar fomento y estabilidad a esta espiritual Conquista, encargó el Exmô. Señor Virrey al nuevo Gobernador D. Felipe Neve, que procurase poblar la tierra con algunos Pueblos de Gente Española, que se ocupasen en el laborío de las tierras y crías de ganados y bestias, para que sirviesen de fomento para estas adquisiciones. Y teniendo presente dicho Señor este superior encargo, habiendo visto cuando vino a la visita del Real Presidio de este Puerto los grandes Llanos en que está la Misión de Santa Clara, la mucha tierra que se podía regar con la abundancia de agua del Río nombrado Ntrâ. Señora de Guadalupe: juntó a los Pobladores que habían venido con la Expedición de Sonora; y agregándoles otros, les señaló sitio, y repartió tierras para formar un Pueblo, titulado de San José de Guadalupe, señalándoles para la ubicación arriba de la Misión de Santa Clara, al otro lado del Río hacia el nacimiento de él, nombrado de Guadalupe, distante de las Casas de la Misión tres cuartos de legua. En dicho sitio formaron los Colonos su Pueblo, dando principio a él a los primeros días de noviembre de 1777, a los que les han agregado otros Vecinos, y todos gobernados por un Alcalde de los mismos Vecinos, subordinado al Gobernador de la Provincia, escoltados de tres Soldados y un Cabo, ocurriendo todos a oir Misa a la Misión. Se mantienen de las cosechas que logran de Trigo, Maíz y Frijol, y con lo sobrante que venden para la Tropa se visten, teniendo para el mismo fin crías de ganados mayor y menor, y de las Yeguas para proveer la Tropa de Caballos, etc.
contexto
Capítulo XLVII Cómo Atao Hualpa, sabiendo que su hermano le enviaba a prender, se preparó para la defensa Luego que llegó Ato a Tomebamba con la gente del Cuzco, fue avisado dello Atao Hualpa por espías y amigos, que luego le despacharon advirtiéndole de la intención con que venía. De lo cual muy acongojado, y temeroso que si le prendían no podía escapar con la vida, llamó a Chalco Chima y Quisquis, que eran sus principales en el consejo, y habiendo tratado lo que le pareció convenir mandó juntar todas las naciones que hay a la redonda de Quito, y a todos los mitimas puestos allí por su abuelo Tupa Ynga Yupanqui. Desde que los tuvo juntos se levantó en pie y llorando enderezó su plática, primero a los mitimas, y les dijo: ya sabéis, hermanos míos, que fuisteis dejados por mi padre y abuelo en estas partes para guarda y reparo de esta tierra y yo, queriéndoos y amándoos de todo corazón, por ayudaros y defenderos quedé en vuestra compañía y ahora no sé qué es la causa que mi hermano nos aborrece, que ningún servicio ni presente que le he enviado ha querido recibir con alegre rostro, antes con desdén lo ha menospreciado, estimándolo en poco y desechando con gran vergüenza y afrenta los mensajeros que han ido de mi parte, siendo como le somos tan leales vasallos. Y pues así lo ha querido, ya sabéis que si a mí me prenden que vosotros padeceréis juntamente conmigo por haber estado y quedado entre vosotros y haberme favorecido. Lo que al presente tengo que rogaros es que, pues que sabéis que soy hijo de Huaina Capac como Huascar Ynga, mi hermano, me ayudéis con vuestras personas y todas vuestras fuerzas, porque yo tengo ánimo de defenderme de todos los del mundo que sin razón me quisieren agraviar, y ofenderlos hasta la muerte. En diciendo estas razones se levantaron Chalco Chima y Quisquis y otros capitanes de los mitimas y le dijeron que tenía razón en cuanto había propuesto, que pues su hermano los había tratado tan mal a los que a su padre habían servido lealmente, y a costa de su sangre le habían conquistado tantas provincias y muerto a muchos de los que habían ido con el cuerpo de su padre, acompañándole, y no contento con esto ahora enviaba gente que los prendiese, como si fueran estraños y no conocidos y hubieran faltado a sus obligaciones y fueran rebeldes e inobedientes a sus mandamientos, pues no somos mujeres, sino hombres que sabemos y sabremos mandar las armas y a fuerza de nuestros brazos nos defenderemos de todo el mundo, pues Nuestro Señor nos mueve tan sin razón la guerra y él mismo la demanda y pide a sus vasallos, que nosotros diestros somos en las batallas, y en las guerras que tuvo vuestro padre nos hemos hallado y ejercitado nuestras fuerzas y ánimo y es muy justo que nos defendamos dél, y entienda que somos hombres en quien hay brío para ello. Oyendo estas razones Atao Hualpa, se levantó en pie y con mucha humildad y afables razones se lo agradeció, y vista la prontitud con que se habían ofrecido a su servicio y le habían respondido según su voluntad y deseo les dijo: hermanos míos, que estáis aparejados en todo y por todo a seguirme, de hoy más andad apercibidos con las armas en las manos, aderezándoos de lo necesario, como gente que está en frontera de enemigos. Oído esto se tornaron los mitimas a asentar, haciendo gran reverencia a Ato Hualpa. El cual, después de haber hablado con ellos, mandó llamar ante sí a los naturales de la tierra y provincias de la redonda de Quito, que estaban asentados por ayllos, escuchando las razones que pasaban con los mitimas y venidos delante dél les dijo: ya sabéis, hermanos míos, lo que he tratado y dicho a los mitimas; agora os quiero decir a vosotros lo que tengo en mi pecho y es que bien os acordaréis cómo mi padre os conquistó y asoló por fuerza de armas y a vuestros padres y hermanos llevó desta tierra al Cuzco, cautivos y aprisionados para triunfar dellos por su valor y grandeza. Y bien os es notorio cómo yo soy hijo y heredero y mi hermano Huascar Ynga, siéndole yo tan leal y sujeto y no habiendo quebrantado en nada su mandato me ha tratado y trata como enemigo, y ahora me comienza guerra injusta y sin razón y por haberme dado vosotros favor creo que os tiene de asolar y robar esta vez como la primera, que aun de la destrucción pasada no estáis restaurados ni vueltos en vuestro primer ser. Yo estoy con determinación de defenderme con las armas en las manos hasta morir y no consentir que se os haga agravio alguno. Mirad, hermanos míos, lo que pensáis hacer, porque bien conocéis y habéis visto cómo os he tenido en lugar de tales y que ninguna mala obra os he hecho ni he consentido se os haga, sino, todo buen tratamiento, y para esto acordaos de tanta multitud como de vosotros mató mi padre en Yahuarcocha y otras partes, y aunque no fuera sino por vengaros dello habéis de hacer esto que os ruego y pido. Estas últimas razones les dijo, porque cuando entendieron lo que se trataba con los mitimas, le habían dicho: ¿cómo señor queréis sobrepujar a vuestro hermano siendo Ynga y tan poderoso y que tiene tanto número de soldados? pero como les acordó los trabajos y destrucciones que por ellos habían pasado en las guerras y conquistas, y las muertes de los suyos, dijeron todos a una que le seguirían haciendo su voluntad, y que todos estaban muy bien en ello, que mirase lo que hacía, que aparejadas tenían sus armas para favorecerle. Entonces, muy contento Atao Hualpa desta respuesta de los naturales y muy satisfecho de su buen ánimo y voluntad, para confirmarlos más en su propósito y determinación, mandó sacar gran cantidad de ropa de todas suertes, plata y oro y otras cosas de estima y valor de los depósitos de su padre y, con muestras de liberalidad y amor, y magnificencia, la repartió en toda aquella gente según la calidad y méritos de cada uno, con lo cual todos quedaron en extremo contentos y satisfechos del valor de Atao Hualpa y se pusieron en armas secretamente.