Busqueda de contenidos

contexto
Capítulo XLIV De lo que Atabalipa habló a sus gentes antes que moviesen de donde estaban; y cómo de parte de los cristianos llegó uno a le hablar Estaba Atabalipa muy orgulloso; parecíale que por ninguna manera podría suceder cosa que bastase a estorbar que él no matase o prendiese a los cristianos, pues eran contra ellos más de ciento y setenta mil hombres de guerra. Había visto los caballos; decía que no comían hombres, que ¡por qué les había de temer! Mas con todo esto mandó juntar los principales señores con los capitanes y mandones; como los incas fueron muy sabios y razonados hacían en las juntas largas pláticas, y Atabalipa hubiese seguido desde su niñez la guerra, propúsoles una oración concertada llena de pausa, amonestándoles que valientemente se hubiesen contra los enemigos, pues estaban entre ellos muchos que con su padre anduvieron en la guerra y gozaron de grandes victorias, venciendo muchas naciones, como sabían y les era notorio; pues que aquello era cierto, y les constaba el atrevimiento, que tuvieron, a entrar en la tierra robando y matando, mostrándose ejemplo de toda crueldad; que todos, con un corazón y una voluntad fuesen y los tomasen a manos, para hacer solemne sacrificio de los caballos, certificándoles que porque ninguno se le pudiese huir y escapar de ser muerto o preso, les había dejado los aposentos principales de Caxamalca, y que pensaba engañarlos sutilmente, para que sin peligro, a su salvo, pudiese salir con lo que tanto les importaba, fingiendo con el capitán que traían, que convenía que los cristianos y caballos estuviesen escondidos en las casas y él lo aguardase en la plaza con algunos desarmados, lo cual él no dudaba que rehusaría, porque entendía que le aguardaba para tener paz y alianza, y con tal cautela podrían ellos entrar en la plaza por orden y cercar los aposentos, y dar en ellos de golpe y prenderlos y matarlos; y que para hacer esto, se armasen secretamente, para descuidarlos de su intento; y que hiciese cada uno lo que su capitán o mandón le mandase. Como esto habló Atabalipa, muchos millares de ellos se pusieron unas coracinas de hoja de palma, y nudo tan fuerte, que la lanza y espada la hallara dura, vistiéndose encima camiseta de lana para encubrir las armas; y otros llevaban con tal engaño hondas y bolsas de piedras; otros porras de metal con púas agudas y largas, otros ayllos, poniéndose todos de tal arte los vestidos, que ninguno que los viera juzgara que llevaban armas. También iban otros escuadrones (detrás de éstos que habían de entrar primero en la batalla), armados de otras suertes, pública y descubiertamente. Las andas del señor se adornaron ricas y muy vistosas, delante iban los para ello señalados, limpiando el camino, que yerba ni piedra en él no parecía; de los orejones, y naturales del Cuzco, iban junto a las andas vestidos con una librea como continuos del rey; la guardia iba entre éstos. Las andas habían de llevar hombres principales que viniesen de linajes más altos o fuesen señores de muchos vasallos; doce mil hombres, en sus escuadrones armados como se ha dicho, iban delante de todos como batalla; y luego iban otros cinco mil indios con los ayllos; avisados de prender con ellos a los caballos. La demás gente, que, por toda, decían que sería setenta mil hombres de guerra con más de treinta mil de servicio, sin las mujeres, salió poniéndose en la orden que se mandó. Los cristianos vieron la mudanza; conocieron que presto andarían envueltos con los que contra ellos movían. Pizarro les animó de nuevo, apartándoles el temor, que tenían a la muchedumbre, que eran los de Atabalipa; a quien con algunos de los indios que allí estaban envió a decir que le rogaba se diese prisa a venir, porque lo aguardaban a comer. Preguntó Atabalipa a este mensajero el estado de los cristianos; afirmóle que estaban temerosos, nueva con que más se ensoberbecía, y con un principal, teniendo propósito asentado, envió a decir a Pizarro, que ya él hubiera llegado a verse con él; que no había podido con su gente, por el gran temor que tenían a los caballos, y perros, el cual temor había crecido más en ellos, viéndose más cerca; por tanto, que le rogaba mucho, si deseo tenía de aliarse con él, mandase atar fuertemente los caballos y perros, y los cristianos que se escondiesen todos unos en un lugar y otros en otro, de tal manera que ninguno pareciese, cuando entrambos se hablasen, porque se les quitare a los suyos el gran miedo que llevaban; y que por cuanto su gente andaba acostumbrada a traer armas, que no lo alterase si viese que algunos de ellos iban con ellas. Como llegara este indio donde los cristianos estaban y el gobernador hubo entendido la embajada, entendió el daño que Atabalipa traía pensado; mandó luego llamar a sus hermanos y a los más principales de su real para tomar consejo sobre lo que harían. Todos se esforzaron; decían que el Espíritu Santo había inspirado en Atabalipa que enviase con tal embajada, porque conociendo por ella su intención se apercibiesen, y estando dentro en las casas saldrían a los indios por tal modo, que fuesen breve desbaratados. Porque cierto, si como Atabalipa lo guió no se hiciera, era cosa que pareciese ser imposible, puestos en campo los nuestros, podrían ser parte, para se defender de tantos como entre ellos eran. En la plaza había solas dos puertas; la cerca era poco más de estado y medio. En esto Atabalipa venía con su gente en orden y llegando muy cerca de donde los cristianos estaban, mandó asentar su real, poniendo en medio su tienda, rica y muy grande. Pesó mucho a los cristianos cuando tal vieron, porque había poco día; creyeron que los indios querían dar en ellos de que fuese noche. Pizarro, que más lo sentía, dijo que holgara que alguno de los cristianos se atreviera de ir con su mensaje a Atabalipa; oyólo uno a quien llamaban Hernando Aldana, Respondió que iría donde estaba Atabalipa y diría lo que él mandase; alegróse Pizarro y mandóle que dijera a Atabalipa, que, porque era ya tarde, le rogaba mucho se diese prisa a llegar adonde le estaba aguardando para que diesen orden a lo que convenía al bien de todos. Aldana partió luego (entendía un poco la lengua de los indios, porque lo había procurado). Mandó Pizarro que todos estuviesen apercibidos, los caballos ensillados, las riendas y las lanzas en las manos. Aldana anduvo hasta que llegó a la tienda de Atabalipa, hallólo sentado a la puerta de ella, acompañado de muchos señores y capitanes; explicó la embajada que traía; no le respondió nada, mas levantóse con mucha ira, y arremetiendo con el cristiano, quiso tomarle el espada; túvola tan fuertemente que no bastó. Algunos de los principales que allí estaban se levantaron con voluntad de lo matar y tomarle el espada. Atabalipa, como que había recibido afrenta en no se la quitar, les mandó que lo dejasen; y le dijo con buen semblante que se volviese y dijese a Pizarro que luego se partiría por le hacer placer, y se verían entrambos. Aldana, que no las tenía todas consigo, hizo su acatamiento, y a paso largo volvió donde estaba Pizarro, a quien contó lo que había pasado y cómo Atabalipa traía gran cantidad de oro y plata en muchos vasos y vasijas, y que le parecía que venía de mal arte y con gran soberbia.
contexto
Capítulo XLIV Que trata de cómo llevaron a estos dos españoles al valle y de lo que los indios usaron y la maña que tuvieron para escaparse Llegados que fueron a la entrada del valle, como dicho habemos, les ataron las manos y les echaron sogas a las gargantas. Ya los señores sabían como los llevaban presos, y ansí estaba toda la gente del valle junta esperándolos. Y de placer que tenían de cómo los llevaban, se emboscaron doscientos indios con sus capitanes y su orden muy buena, y los que traían a los cristianos también la traían. Y al tiempo que llegaron, salieron éstos de la emboscada para quererles quitar la presa, y los que lo llevaban por defenderlo, trabaron una escaramuza que era cosa de ver, aunque los españoles no lo tenían a buena señal. Y con esta escaramuza y regocijo los llevaron hasta donde estaban los señores y los presentaron ante ellos, y ellos hicieron su acatamiento a usanza de los indios, por aviso que les dio aquel español que allí estaba con ellos, y que les besasen los pies, y así lo hicieron. Y presentados ante ellos les volvieron los rostros hacia el oriente, mirando al sol. Y luego salió un indio vestido como un clérigo, éstos están dedicados para aquel efecto, con una hacha en las manos, y se puso hacia el sol haciendo un parlamento en su lengua y adorándole y dándole gracias por la victoria que habían tenido. Y con aquella hacha amagaba a los dos españoles ciertas veces, como que les querían hender las cabezas. Y hechas estas cerimonias, les volvieron los rostros al señor y tornaron a hacer su reverencia. Y mandó que se asentasen como ellos lo acostumbraban, y luego les mandaron traer de comer, y lo mesmo a toda aquella gente que allí estaban. Acabado de comer los españoles, se levantó una señora, hermana de Aldequín, a la cual tenían mucho respeto, y de lástima de ver a los españoles tan desfigurados y maltratados, tomó dos vasos del vino que ellos beben, y bebió ella el uno y dio el otro al capitán Monrroy, y lo mismo hizo al que estaba con él, porque esa ceremonia se hace entre ellos, que dando de beber semejante señora a cualquiera prisionero está cierto que no morirá por aquella vez. Estuvieron en esta prisión tres meses, y en este tiempo los llevaron a quererlos sacrificar. Y el capitán Cateo, que es a quien ellos se dieron a prisión, siempre procuró de sustentarlos y favorecellos, como lo hizo, porque se lo prometió cuando a él se dieron. Y esta señora por su parte, era gran parte con el hermano Aldequín, y él mismo por contento de su hermana y de este capitán, excusaba por todas vías que no muriesen, mas de los otros señores eran perseguidos por las grandes quejas que venían de los valles atrás por donde habían pasado. En este tiempo, visto los españoles que ya andaban con ellos de mala, determinaron de darse diligencia en cómo se irían. Ya en este tiempo los indios los dejaban cabalgar en los caballos y los tenían descuidados, y como se vieron con caballos pensaron su deliberación, y hubieron un cuchillo y unas tijeras, con lo cual tenían ordenado de matar a Aldequín, porque muerto este señor no tenían temor de los demás. Y ansí con este acuerdo, viniendo un día de un pueblo que era cuatro leguas de donde solían estar, y viniendo por el camino Aldequín a caballo, luego los dos españoles determinaron de poner por obra lo que tenían concertado, y viniendo por este camino llegóse el uno al otro y prometieron de que muerto el señor, de ir y proseguir su viaje o en la demanda morir, y pedir el socorro en los reinos del Pirú al marqués don Francisco Pizarro porque iban, y llevar al otro español consigo, que fue parte de que a ellos les aconteciese aquella desgracia, por fiarse de él como de español. Y viendo tiempo oportuno para efectuar su propósito, se allegaron, y el otro español iba delante, que no sabia nada del concierto, porque no le osaban dar parte. Y llegándose el capitán Alonso de Monrroy a Aldequín, con un cuchillo que llevaba le dio dos puñaladas, y visto, el otro su compañero arremetió a un indio para quitalle una espada que llevaba, que era de Aldequín, y se la quitó. Y como se vio con la espada, volvió a Aldequín, que iba huyendo con la rabia de la muerte, y diole una cuchillada que le derribó luego. Y aquí se rehacía otro señor que a la sazón estaba allí, que era del Guasco, con unos indios que tenía. Y visto los españoles que se ponían en arma, arremetió el uno a él y huyeron los indios. Y el capitán Alonso de Monrroy se allegó al otro español, al cual halló muy triste de lo que habían hecho. Y el capitán le decía muchas cosas animándole que se fuese con ellos, porque ya no tenían remedio de quedar en el valle. Y respondióle: "Pues ¿cómo, señor, esto así se había de hacer sin darme a mi parte? que agora no tenemos remedio para irnos tan larga jornada", que no tenían herraje, ni de comer para entrar en tan gran despoblado, y que se volviesen a Mapocho que era más cerca. Y el capitán le respondió que su compañero tenía escondidos ochenta clavos de herrar y un martillo, y que él tenía cuatro herraduras que bastaban, porque él había de ir a lo que había de ir o morir en la demanda. Y estando ellos en esto, el otro español andando por el campo topó dos carneros que traían los indios cargados de bastimento. Y les tomó dos taleguillas de maíz y fuese donde estaba el capitán Monrroy con el otro español. Llegó a ellos y le dijo: "¡Veis aquí donde traigo comida!" Y dio la una talega al español que había estado en aquella tierra, y con esto tomo ánimo, porque no le tenía. Tomaron su camino según lo que tenían de pasar. Y los indios del valle de Copiapó tenían por guarda de los españoles tomados los caminos, y en el Chañaral toparon diez indios que habían de cumplir su guardia, que estaban quince y veinte días, y se remudaban en este tiempo. Y venían los indios cargados de sal, y como los indios lo vieron, dejaron las cargas y huyeron, barruntando el daño que habían hecho. Y corrieron tras de ellos y tomaron un indio, el cual les contó que ellos se iban y quedaban otros diez indios guardando que no se huyesen, y para dar aviso si del Pirú venían cristianos y que para este efecto habían estado allí. Los españoles siguieron su viaje y a donde quedaban los otros diez indios, que era seis leguas de allí, pasaron de noche porque no fuesen sentidos. Y ansí llegaron a los reinos del Pirú con harto trabajo que pasaron de sed y hambre. Estuvieron tres meses en esta prisión, y no supo el general el suceso de ellos hasta que volvieron con el socorro. El compañero que escapó con Monrroy se decía Pedro de Miranda, natural de las montañas.
contexto
De los hijos que tuvo Nezahualcoyotzin, y otras cosas acaecidas en este discurso de tiempo hasta la muerte del príncipe Tetzauhptiltzintli Las bodas y casamiento del rey Nezahualcoyotzin sucedieron antes de la calamidad, hambre y pestes que atrás se han referido, y así parece que Dios fue servido de castigarle por la muerte injusta que dio a Quaquauhtzin. Aquel tuvo en dicha señora dos hijos varones, aunque no nacieron unos tras de otro, sino que pasaron muchos años de por medio después del nacimiento del primero, que fue el príncipe Tetzauhpizintli, el cual salió muy agraciado y con todos los dotes de naturaleza que podía dar a un esclarecido príncipe, porque tenía muy buen natural, y con poco trabajo de sus ayos y maestros salió consumado en todo, porque era lindo filósofo, poeta y muy excelente soldado, y aún en las artes mecánicas era casi en todas ellas muy aventajado; lo que más a su natural inclinaba era la milicia y edificar palacios, como los edificó en la parte que se dice Ahuehuetitlan, porque halló en aquel puesto una sabina que se aficionó de edificar a la redonda de ella, de donde tomó el nombre de sus palacios; y estando en estos entretenimientos, un infante hijo natural de su padre labró una piedra preciosa en figura de un ave, tan al natural que parecía estar viva, y por ser tan linda esta joya, se la quiso presentar al rey, su padre, el cual, holgándose de verla, quiso dársela a su hijo el príncipe, porque le quería y amaba infinito, y enviándosela con otro infante, asimismo hijo natural del rey, llamado Eyahue se la dio y le dijo, que la había labrado el infante Huetzin su hermano, y el príncipe envió a agradecer al rey su padre la merced que le hacía y se holgaba que su hermano fuese tan buen artífice, y que se holgara mucho más que se inclinara a la milicia, con que fuera mucho más estimado y su alteza fuera más bien servido. Al tiempo que fue a dar la respuesta del príncipe, mudó las palabras este infante por consejo de su madre (que era una de las concubinas que el rey tenía, y que privaba mucho ella solo con él pretendiendo que no hubiese hijo legítimo en la reina, porque sus hijos entrasen en la sucesión del reino después de los días del rey, por parecerle a ella que se anteponía en calidad y privanza con el rey a todas las demás concubinas que tenía): y así este infante le dijo al rey que había ido a ver al príncipe, y que le había dado muy mala respuesta y sospechosa de quererse alzar con el reino, porque había respondido que él no se preciaba de los oficios mecánicos en que se ocupaba el infante que había labrado la joya, sino de la milicia en la cual entendía subir y sujetar al mundo, y si fuera posible, venir a ser y mandar más que su padre; y que cuando le dijo estas razones, le mostró un almacén de todas sus armas, como podía su alteza enviar a verlas (que con esta ocasión pudo el infante confirmar el testimonio que con orden y consejo de su madre levantaba al príncipe su hermano, el cual, como era tan aficionado a las armas, tenía sus cuartos muy adornados de todos géneros de armas y divisas pertenecientes a la guerra y ejercicio militar); y enviando el rey, su padre, a un caballero de los de su recámara a que viese si el príncipe tenía alguna prevención de armas, le vino a decir cómo los cuartos y casas que labraban estaban adornados con ellas, y pareciéndole ser verdad lo que se le acumulaba, quiso atajarle los pasos, y que los reyes de México, Motecuhzomatzin y Totoquihuatzin de Tlacopan, a quienes competía el castigo, le reprendiesen y castigasen, para lo cual les envió a pedir se viniesen a la ciudad de Tetzcuco, y venidos que fueron, les dio parte de todo lo que había oído decir del príncipe, su hijo, y que les rogaba le reprendiesen y castigasen que como mancebo y muchacho de poco entender y saber se hubiese desvanecido, y que mientras se le hacía la reprensión él no se quería hallar presente, sino que se iba en el ínter al bosque de Tetzotzinco, y que en todo y por todo, les encargaba el cumplimiento de las leyes, pues no era justo que por su respeto se quebrantasen. Ido que fue al bosque, los reyes Motecuhzomatzin y Totoquihuatzin, haciendo la pesquisa muy secreta y la información del caso con las personas que le habían levantado el testimonio, sin recibirle descargo y notificarle lo que se le acumulaba, fueron a sus palacios, y como que le iban a visitar y ver la casa que edificaba, ciertos capitanes que iban en su compañía, so color que le echasen al cuello un collar de flores, le dieron garrote y lo mataron. Muerto que fue, y puesto en una sala amortajado con todas las insignias que acostumbraban ponerse los príncipes y los reyes, se despidieron de los que pudieron ver, y se embarcaron luego por la vía de sus ciudades, dejando dicho que dijeran al rey Nezahualcoyotzin que había hecho lo que debían y conforme las leyes disponían; y cuando llegó la nueva al bosque y supo la muerte del príncipe, a quien quería y amaba notablemente, comenzó a llorar amargamente su desdicha, quejándose de la inclemencia de los dos reyes, y pesándole infinito de haberles remitido el caso, aunque por otra parte le parecía que debió de convenir, pues a los que sentenciaron les venía tanta parte como a él, pues por lo menos eran sus tíos. Estuvo muchos días en este los que triste y afligido, lamentando sus desdichas, porque no tenía otro hijo legítimo que pudiese heredar el reino, aunque tenían en sus concubinas sesenta hijos varones y cincuenta y siete hijas; los varones, los más de ellos, salieron famosísimos capitanes que le ayudaron mucho en las entradas y conquistas referidas y lances que después se ofrecieron. Las hijas las casó con señores, así delos de su corte y reino, como con los de las otras dos de México y Tlacopan; y a los unos y a los otros dio cantidad de tierras, pueblos y lugares, de donde tenían rentas, y eran servidos y tenidos en mucho.
contexto
De la grandeza de los ricos palacios que había en los asientos de Tumebamba, de la provincia de los Cañares En algunas partes deste libro he apuntado el gran poder que tuvieron los ingas reyes del Perú, y su mucho valor, y cómo en más de mil y doscientas leguas que mandaron de costa tenían sus delegados y gobernadores, y muchos aposentos y grandes depósitos llenos de las cosas necesarias, lo cual era para provisión de la gente de guerra, porque en uno destos depósitos había lanzas, y en otros dardos, y en otros ojotas, y en otros las demás armas que ellos tienen. Asimismo unos depósitos estaban proveídos de ropas ricas, y otros de más bastas, y otros de comida y todo género de mantenimientos. De manera que, aposentado el señor en su aposento, y alojada la gente de guerra, ninguna cosa, desde la más pequeña hasta la mayor y más principal, dejaba de haber para que pudiesen ser proveídos; lo cual si lo eran y hacían en la comarca de la tierra algunos insultos y latrocinios, eran luego con gran rigor castigados, mostrándose en esto tan justicieros los señores ingas que no dejaban de mandar ejecutar el castigo aunque fuese en sus propios hijos; y no embargante que tenía esta orden y había tantos depósitos y aposentos (que estaba el reino lleno dellos), tenían a diez leguas y a veinte, y a más y a menos, en la comarca de las provincias, unos palacios suntuosos para los reyes, y hecho templo del sol, a donde estaban los sacerdotes y las mamaconas vírgenes ya dichas, y mayores depósitos que los ordinarios; y en éstos estaba el gobernador, y capitán mayor del Inga con los indios mitimaes y más gente de servicio. Y el tiempo que no había guerra y el Señor no caminaba por aquella parte tenía cuidado de cobrar los tributos de su tierra y término, y mandar bastecer los depósitos y renovarlos a los tiempos que convenían, y hacer otras cosas grandes; porque, como tengo apuntado, era como cabeza de reino o de obispado. Era grande cosa uno destos palacios; porque aunque moría uno de los reyes, el sucesor no ruinaba ni deshacía nada, antes lo acrecentaba y paraba más ilustre; porque cada uno hacía su palacio, mandando estar el de su antecesor adornado como él lo dejó. Estos aposentos famosos de Tumebamba, que (como tengo dicho) están situados en la provincia de los Cañares, eran de los soberbios y ricos que hubo en todo el Perú, y adonde había los mayores y más primos edificios. Y cierto ninguna cosa dicen destos aposentos los indios que no vemos que fuese más, por las reliquias que dellos han quedado. Está a la parte del poniente dellos la provincia de los Guancabilcas, que son términos de al ciudad de Guayaquile y Puerto Viejo, y al oriente el río grande del Marañón, con sus montañas y algunas poblaciones. Los aposentos de Tumebamba están asentados a las juntas de dos pequeños ríos en un llano de campana que terná más de doce leguas de contorno. Es tierra fría y bastecida de mucha caza de venados, conejos, perdices, tórtolas y otras aves. El templo del sol era hecho de piedras muy sutilmente labradas, y algunas destas piedras eran muy grandes, unas negras, toscas, y otras parescían de jaspe. Algunos indios quisieron decir que la mayor parte de las piedras con que estaban hechos estos aposentos y templo del sol las habían traído de la gran ciudad del Cuzco por mandado del rey Guaynacapa y del gran Topainga, su padre, con crecidas maromas, que no es pequeña admiración (si así fue), por la grandeza y muy gran número de piedras y la gran longura del camino. Las portadas de muchos aposentos estaban galanas y muy pintadas, y en ellas asentadas algunas piedras preciosas y esmeraldas, y en lo de dentro estaban las paredes del templo del sol y los palacios de los reyes ingas, chapados de finísimo oro y entalladas muchas figuras, lo cual estaba hecho todo lo más deste metal y muy fino. La cobertura destas casas era de paja, tan bien asentada y puesta, que si algún fuego no la gasta y consume durará muchos tiempos y edades sin gastarse. Por de dentro de los aposentos había algunos manojos de paja de oro, y por las paredes esculpidas ovejas y corderos de lo mismo, y aves, y otras cosas muchas. Sin esto, cuentan que había suma grandísima de tesoro en cántaros y ollas y en otras cosas, y muchas mantas riquísimas llenas de argentería y chaquira. En fin, no puedo decir tanto que no quede corto en querer engrandescer la riqueza que los ingas tenían en estos sus palacios reales, en los cuales había grandísima cuenta, y tenían cuidado muchos plateros de labrar las cosas que he dicho y otras muchas. La ropa de lana que había en los depósitos era tanta y tan rica, que si se guardara y no se perdiera valiera un gran tesoro. Las mujeres vírgenes que estaban dedicadas al servicio del templo eran más de doscientas y muy hermosas, naturales de los Cañares y de la comarca que hay en el distrito que gobernaba el mayordomo mayor del Inga, que residía en estos aposentos. Y ellas y los sacerdotes eran bien preveídos por los que tenían cargo del servicio del templo, a las puertas del cual había porteros, de los cuales se afirma que algunos eran castrados, que tenían cargo de mirar por las mamaconas, que así habían Por nombre las que residían en los templos. Junto al templo y a las casas de los reyes ingas había gran número de aposentos, a donde se alojaba la gente de guerra, y mayores depósitos llenos de las cosas ya dichas; todo lo cual estaba siempre bastantemente proveído; aunque mucho se gastase, porque los contadores tenían a su usanza grande cuenta con lo que entraba y salía, y dello se hacía siempre la voluntad del señor. Los naturales desta provincia, que han por nombre los cañares, como tengo dicho, son de buen cuerpo y de buenos rostros. Traen los cabellos muy largos, y con ellos dada una vuelta a la cabeza de tal manera, que con ella y con una corona que se ponen redonda de palo, tan delgado como aro de cedazo, se ve claramente ser cañares, porque para ser conoscidos traen esta señal. Sus mujeres, por el consiguiente, se precian de traer los cabellos largos y dar otra vuelta con ellos en la cabeza, de tal manera que son tan conoscidas como sus maridos. Andan vestidos de ropa de lana y de algodón, y en los pies traen ojotas, que son (como tengo otra vez dicho) a manera de albarcas. Las mujeres son algunas hermosas y no poco ardientes en lujuria, amigas de españoles. Son estas mujeres para mucho trabajo, porque ellas son las que cavan las tierras y siembran los campos y cogen las sementeras, y muchos de sus maridos están en sus casas tejiendo y hilando y aderezando sus armas y ropa, y curando sus rostros y haciendo otros oficios afeminados. Y cuando algún ejército de españoles pasa por su provincia, siendo, como aquel tiempo eran obligados a dar indios que llevasen a cuestas las cargas del fardaje de los españoles, muchos daban sus hijas y mujeres y ellos se quedaban en sus casas. Lo cual yo vi al tiempo que íbamos a juntarnos con el licenciado Gasca, presidente de su majestad, porque nos dieron gran cantidad de mujeres, que nos llevaban las cargas de nuestro bagaje. Algunos indios quieren decir que más hacen esto por la gran falta que tienen de hombres y abundancia de mujeres, por causa de la gran crueldad que hizo Atabaliba en los naturales desta provincia al tiempo que entró en ella, después de haber en el pueblo de Ambato muerto y desbaratado al capitán general de Guascar inga, su hermano, llamado Atoco. Que afirman que, no embargante que salieron los hombres y niños con ramos verdes y hojas de palma a pedirle misericordia, con rostro airado, acompañado de gran severidad, mandó a sus gentes y capitanes de guerra que los matasen a todos; y así, fueron muertos gran número de hombres y niños, según que yo trato en la tercera parte desta historia. Por lo cual los que agora son vivos dicen que hay quince veces más mujeres que hombres; y habiendo tan gran número sirven desto y de lo más que les mandan sus maridos y padres. Las casas que tienen los naturales cañares, de quien voy hablando, son pequeñas, hechas de piedra, la cobertura de paja. Es la tierra fértil y muy abundante de mantenimientos y caza. Adoran al sol, como los pasados. Los señores se casan con las mujeres que quieren y más les agrada, y aunque éstas sean muchas, una es la principal. Y antes que se casen hacen gran convite, en el cual, después que han comido y bebido a su voluntad, hacen ciertas cosas a su uso. El hijo de la mujer principal hereda el señorío, aunque el señor tenga otros muchos hijos habidos en las demás mujeres. A los difuntos los metían en las sepulturas de la suerte que hacían sus comarcanos, acompañados de mujeres vivas, y meten con ellos de sus cosas ricas, y usan de las armas y costumbres que ellos. Son algunos grandes agoreros y hechiceros; pero no usan el pecado nefando ni otras idolatrías, mas de que cierto solían estimar y reverenciar al diablo, con quien hablaban los que para ello estaban elegidos. En este tiempo son ya cristianos los señores, y se llamaba (cuando yo pasé por Tumebamba) el principal dellos don Fernando. Y ha placido a nuestro Dios y redentor que merezcan tener nombre de hijos suyos y estar debajo de la unión de nuestra santa madre Iglesia, pues es servido que oigan el sacro Evangelio, fructificando en ellos su palabra, y que los templos destos indios se hayan derribado. Y si el demonio alguna vez los engaña, es con encubierto engaño, como suele muchas veces a los fieles, y no en público, como solía antes que en estas Indias se pusiese el estandarte de la cruz, bandera de Cristo. Muy grandes cosas pasaron en el tiempo del reinado de los ingas en estos reales aposentos de Tumebamba, y muchos ejércitos se juntaron en ellos para cosas importantes. Cuando el rey moría, lo primero que hacía el sucesor, después de haber tomado la borla o corona del reino, era enviar gobernadores a Quito y a este Tumebamba, a que tomasen la posesión en su nombre, mandando que luego le hiciesen palacios dorados y muy ricos, como los habían hecho a sus antecesores. Y así, cuentan los orejones del Cuzco (que son los más sabios y principales deste reino) que inga Yupangue, padre del gran Topainga, que fue el fundador del templo, se holgaba de estar más tiempo en estos aposentos que en otra parte; y lo mismo dicen de Topainga, su hijo. Y afirman que estando en ellos Guaynacapa supo de la entrada de los españoles en su tierra, en tiempo que estaba don Francisco Pizarro en la costa con el navío en que venía él y sus trece compañeros, que fueron los primeros descubridores del Perú; y aunque dijo que después de sus días había de mandar el reino gente extraña y semejante a la que venía en el navío. Lo cual diría por dicho del demonio, como aquel que pronosticaba que los españoles habían de procurar de volver a la tierra con potencia grande. Y cierto oí a muchos indios entendidos y antiguos que sabe hacer unos palacios en estos aposentos fue harta parte para haber las diferencias que hubo entre Guascar y Atabaliba. Y concluyendo en esto, digo que fueron gran cosa los aposentos de Tumebamba; ya está todo desbaratado y muy ruinado, pero bien se ve lo mucho que fueron. Es muy ancha esta provincia de los Cañares y llena de muchos ríos, en los cuales hay gran riqueza. El año de 1544 se descubrieron tan grandes y ricas minas en ellos, que sacaron los vecinos de la ciudad de Quito más de ochocientos mil pesos de oro. Y era tanta la cantidad que había deste metal, que muchos sacaban en la batea más oro que tierra. Lo cual afirmo porque pasó así y hablé yo con quien en una batea sacó más de setecientos pesos de oro. Y sin lo que los españoles hubieron, sacaron los indios lo que no sabemos. En toda parte desta provincia que se siembre trigo se da muy bien, y lo mismo hace la cebada, y se cree que se harán grandes viñas y se darán y criarán todas las frutas y legumbres que sembraren de las que hay en España, y de la tierra hay algunas muy sabrosas. Para hacer y edificar ciudades no falta grande sitio, antes lo hay muy dispuesto. Cuando pasó por allí el visorey Blasco Núñez Vela, que iba huyendo de la furia tiránica de Gonzalo Pizarro y de los que eran de su parte, dicen que dijo que si se viese puesto en la gobernación del reino que habla de fundar en aquellos llanos una ciudad y repartir los indios comarcanos a los vecinos que en ella quedasen. Mas siendo Dios servido, y permitiéndolo por algunas causas que El sabe, hubo de ser el visorey muerto; y Gonzalo Pizarro mandó al capitán Alonso de Mercadillo que fundase una ciudad en aquellas comarcas, y por tenerse este asiento por término de Quito no se pobló en él, y se asentó en la provincia de Chaparra, según diré luego. Desde la ciudad de San Francisco del Quito hasta estos aposentos hay cincuenta y cinco leguas. Aquí dejaré el camino real por donde voy caminando, por dar noticia de los pueblos y regiones que hay en las comarcas de las ciudades Puerto Viejo y Guayaquil; y concluido con sus fundaciones, volveré al camino real que he comenzado.
contexto
CAPITULO XLIV Providencias que para las Fundaciones de N. P. San Francisco dio el Exmô. Señor Virrey. Uno de los puntos que el V. P. Junípero pidió a S. Excâ. estando en México, fue, que tuviesen efecto las dos Misiones de N. P. San Francisco y Santa Clara, proyectadas desde el año de 70. Y viendo S. R. que en el Provisional Reglamento que se había formado, no sólo no se hablaba de tales Misiones, antes parecía se cerraba la puerta a nuevas fundaciones, se estrechó con S. Excâ. haciéndole presente las muchas conversiones que se lograrían con dichas Fundaciones. Como ya por la frecuente conversación que dicho Señor había tenido con el fervoroso Padre, se le había prendido en su noble corazón el fuego de la caridad acerca de la conversión de los Gentiles, lo consoló diciéndole, que descuidase, que dichas Misiones corrían a su cuenta: que la Real junta tuvo presente el corto número de Tropa que había en los Establecimientos, y la dificultad de transportarla: que encomendase a Dios se lograse el abrir paso por el Río Colorado, que conseguido, se lograrían no sólo las dos dichas, sino las demás que se juzgasen convenientes. Quedó con esto consolado, pidiendo a Dios el feliz éxito de la Expedición de D. Juan Bautista de Anza, y quiso Ntrô. Señor que viese el paso abierto, aún antes de llegar S. R. a su Misión de San Carlos, como queda dicho en el Capítulo 31. En cuanto llegó a México el Capitán Anza, que dio cuenta a S. Excâ. de su Comisión, y de que quedaba descubierto el paso del Río Colorado, y abierto camino desde Sonora a Monterrey entre muchas Naciones de Gentiles, que todas se habían manifestado amigas. Enterado de todo el viaje el Exmô. Señor Virrey, mandó al mismo Capitán se dispusiese para segunda Expedición, y que pidiese todo lo necesario para reclutar en las Provincias de Cinaloa y Sonora treinta Soldados de Cuera que fuesen casados, para llevar todas sus familias, y para a más de los dichos había de reclutar otras familias de casados para Pobladores, que llegados a estos Establecimientos pudiesen formar Pueblo; y que los gastos que se ofrecían para el efecto de la Recluta y transporte desde sus Provincias y casas hasta Monterrey, libró a las Cajas Reales, que le franquearon cuanto pidió, y salió de México para dar cumplimiento a esta segunda Expedición a principios del año de 1775. No quiso el Exmô. Señor Virrey privar de esta noticia al V. P. Presidente, así para que la tuviese adelantada, como para que encomendase a Dios el feliz éxito de la Expedición; y así se lo comunicó por Carta de 15 de diciembre de 1774, encargándole nombrase cuatro Misioneros para Ministros de las dos Misiones que se habían de fundar de N. P. San Francisco y Santa Clara, bajo la sombra de un Presidio que se había de establecer en el Puerto de San Francisco. Recibió el V. Prelado esta alegre noticia el 27 de Junio de 75 por el Paquebot San Carlos, cuyo Capitán era el Teniente de Navío de la Real Armada D. Juan de Ayala; traía la orden de que dejada en Monterrey la carga de víveres y memorias, pasase al Puerto de San Francisco a registrarlo, a fin de ver si tenía entrada por la Canal o garganta que de tierra se había visto. Así lo practicó, con la felicidad de que a los nueve días de salido del Puerto de Monterrey, llegó al Puerto de N. P. San Francisco: halló en la Canal bastante fondo, que entraron de noche con toda felicidad. Tiene la garganta de largo una legua corta, y de ancho un cuarto de legua, y en partes más: la entrada sin barra, y con fuertes corrientes para entrar y salir según la creciente o menguante del mar. Adentro hallaron un Mar mediterráneo con dos brazos, el uno que interna rumbo al Sueste como quince leguas, de tres, cuatro y cinco leguas hacia el Norte; y dentro de éste hallaron una grande Bahía cuasi de diez leguas de ancho de figura redonda, en la que vacía el grande Río de N. P. San Francisco, que tiene de ancho un cuarto de legua, que se forma de unos cinco Ríos todos caudalosos, que culebreando por una grande llanada, tan dilatada que forma Horizonte, todos se juntan y forman dicho Río grande, y toda esta inmensidad de agua va a vaciar por la dicha garganta al mar Pacífico, que es la Ensenada llamada de los Farallones. Mantúvose el Paquebot en este puerto, cuarenta días, y lograron hacer el registro a toda satisfacción con la Lancha, comunicando con muchas Rancherías de Gentiles todos mansos, de paz, y muy afables. Formaron sus Planes de todo lo visto y registrado, observando estar en la entrada del Puerto la altura de 38 grados menos pocos minutos, aunque adentro por el brazo que corre al Norte en breve se halla mayor altura. Concluido el registro volvieron al Puerto de Monterrey a mediados de septiembre, y nos refirieron todo lo dicho: y preguntando al Capitán, si le parecía buen Puerto respondió: Que no era Puerto, sino un estuche de Puertos, que podrían estar en él muchas Escuadras sin saber la una de la otra; sólo a la entrada y salida se pueden ver por la angostura de ella, y que dentro estarían seguras. De todo lo dicho dio cuenta a S. Excâ. con el Mapa que de dicho Puerto formó el Señor Comandante del Barco; y el V. P. Presidente las gracias y parabienes por las providencias dadas a beneficio de estas espirituales Conquistas, dándole noticia de haber nombrado por Ministros de las dos Misiones, para la de Santa Clara a los Padres Fr. José Murguía, hijo del Apostólico Colegio, y Fr. Tomás de la Peña de la Provincia de Cantabria; y para ésta de N. P. San Francisco al P. Fr. Pedro Benito Cambón de la Provincia de Santiago de Galicia, y a mí el menor Hijo de esa Santa Provincia de Mallorca: y que nos estábamos previniendo para pasar a las nuevas Fundaciones, en cuanto se verificase la llegada de la Expedición de Sonora, para cuya felicidad quedábamos todos haciendo rogativas al Señor. La noticia que recibió S. Excâ. del registro de este Puerto, y las buenas calidades de él, eran más incentivo para desear la fundación de estos Establecimientos. Pero como es tanta la distancia por tierra desde México, que en sentir del Comandante de la Expedición el Señor Anza, que lo anduvo varias veces, pasa de mil leguas, y los varios accidentes para una Recluta de Soldados, y Pobladores causan precisamente demora; además que una Expedición de tanta Gente, y de todas edades, que venía, no podían hacer las jornadas largas; fue preciso gastar más tiempo del que quisieran los deseos de S. Excâ. de modo que habiéndose juntado toda la Gente de dicha Expedición por septiembre del año de 75 en el Presidio de S. Miguel de Orcasitas de la Provincia de Sonora, y salido toda la Expedición de dicho Presidio de San Miguel el 29 de dicho mes, día del Santo Príncipe, por la tarde, no llegaron a la Misión de San Gabriel, a donde fueron a salir, hasta el día 4 de enero del siguiente año de 76, habiendo gastado en el despoblado de Cristianos, y muy poblado de Gentiles, noventa y ocho días, inclusos algunos que dieron en el camino de descanso a las gentes y a las bestias. En dicha Misión de San Gabriel tuvieron la demora, por lo que ya queda insinuado en el Capítulo 41 folio 186 de la ida del Comandante con la Tropa para San Diego, y concluida la diligencia dejando al Señor Comandante Rivera doce Soldados, subió para Monterrey con toda la demás gente, a donde llegó con toda felicidad el día 10 de marzo, y el siguiente fuimos a cantar Misa de gracias, que cantó el P. Predicador Fr. Pedro Front, Misionero del Apostólico Colegio de la Santa Cruz de Querétaro, Ministro de las Misiones de Sonora, que vino como Capellán de dicha Expedición; y en dicho Presidio tomó asiento, y descansó la gente hasta Junio, como diré después. Traía el Señor Comandante Anza encargo de S. Excâ. de que verificada la llegada a Monterrey, pasase con el Comandante Moncada al registro de las cercanías del Puerto, para señalar los sitios para la ubicación del Presidio y Misiones; pero habiéndosele excusado el Comandante Rivera, por decir ser precisa su asistencia en San Diego por las ocurrentes circunstancias, cediendo su parecer al del Comandante Anza en todo y por todo, pasó éste al registro, llevando consigo a Don José Moraga Teniente Capitán, nombrado Comandante para el nuevo Presidio, y una Partida de Soldados; y concluido el registro, y señalados los sitios, se regresó a Monterrey, comunicando lo practicado al comandante Rivera por Carta en que le decía, que procurase cuanto antes verificar las Fundaciones, como encargaba S. Excâ, y que si no podía desocuparse tan breve, que diese la comisión al dicho Teniente Moraga, que había asistido en el registro; y que convenía no hubiese demora, por lo disgustada que se hallaba la gente en Monterrey por no ser aquél su destino. Con estas diligencias dio por concluida su Comisión el Señor Teniente Coronel Don Juan Bautista de Anza, y se regresó para Sonora con los diez Soldados que había traído para el efecto de su regreso, y pasó a México a dar cuenta al Exmô. Señor Virrey de su Comisión, que le había encomendado.
contexto
Capítulo XLIV De la jornada que mandó hacer Huascar Ynga en los chachapoyas, y muerte de su hermano Chuquis Huaman Certísima cosa es que ninguno está contento con su suerte y que esta hambre y deseo de oro y plata, y la ambición de reinos y señoríos cada día, como enfermedad de hidropesía, va en aumento como ellos se van aumentando y creciendo, sin jamás verse satisfecho el apetito. Bien clara muestra desta dio Huascar Ynga, que en viendo ya concluidas las inauditas fiestas de su coronación y desposorio, lo primero que trató, sin dar lugar de descansar a los capitanes que en la guerra habían servido a su padre, fue de ensanchar su estado y ampliarle, porque entre los ingas se tenía por mengua, después que creció su poder, con el no hacer hazañas y no conquistar nuevas tierras y naciones, y así Huascar entró en acuerdo con sus mensajeros, a los cuales pareció que por la parte de los chachapoyas se hiciese una entrada, y para ello mandó apercibir en todas las provincias de su reino soldados nuevos, los más valientes y esforzados que se hallasen, y a los orejones ordenó que los mejores y más atrevidos se hiciesen dos ejércitos. Habiéndose juntado en el Cuzco con la demás gentes que de fuera vinieron, declaró no querer él ir en persona a la guerra, sino que gustaba hacerla por medio de sus capitanes, de los cuales nombró por su capitán general al traidor Chuquis Huamán, que ya dijimos que presto le llegó el pago de su alevosía, y con él a su hermano Tito Atauchi. Dioles comisión para que con ellos fuese Unto, gobernador de los chachapoyas. Aderezadas todas las cosas para la partida y habiendo en presencia de Huascar Ynga hecha reseña general del ejército, salieron los dos hermanos poco a poco del Cuzco, no queriendo a los principios cansar la gente con jornadas largas, y llegaron al Avanto y de allí entraron por la provincia de Pumacocha y conquistaron parte della, y pasaron adelante con ánimo de prender al señor principal de toda la provincia, el cual, sabida la intención de los capitanes del Ynga, con la gente más valiente y de quien más confianza tenía, se fue retirando a un sitio y fortaleza llamada Pumacocha, y allí se fortaleció como mejor supo y pudo de las cosas necesarias a la defensa del fuerte. Y Chuquis Huaman, sabido el lugar donde se había encastillado, caminó con todo su ejército sobre él y llegado a Pumacocha le cercó en torno por todas partes, poniendo guardas y espías, porque no se le fuese, pensando cuando no pudiese haberle a las manos, por fuerza de armas que la hambre se lo haría entregar. El señor de Pumacocha, habiendo estado cercado algunos días y viendo que el cerco iba a la larga y conociendo la intención con que su enemigo estaba de cogerle por falta de comida, y entendiendo que esto era su perdición, por no poderle meter ningún socorro por las muchas guardas y el gran ejército del Ynga, acordó librarse por maña y arte, donde la fuerza le sobrepujaba. Y así envió mensajeros a Chuquis Huaman y Tito Atauchi, con mucha humildad, diciendo que bien conocía que era por demás tratar de la defensa contra un ejército invencible, como era el suyo, y así él tenía voluntad de entregarles la fortaleza y toda su tierra y sujetarse a Huascar Ynga y reconocerlo por rey y señor para siempre, y que mandaría que el restante de su tierra, que no había venido a su poder y obediencia, hiciese lo mismo que él, pero que había de ser con condición que no le robasen y destruyesen la tierra, matando la gente della, pues de su voluntad se entregaba y no por fuerza. Oída esta embajada por Chuquis Huaman y Tito Atauchi, trataron los embajadores del señor de Pumacocha con mucha cortesía y humanidad, y les agradecieron la buena intención con que venían y el buen consejo que habían tomado en su negocio y aceptaron en nombre de Huascar Ynga su señor, el ofrecimiento que les hacía de la fortaleza y todo lo demás restante de la tierra y prometieron que el señor de Pumacocha y todos sus vasallos serían muy bien tratados y honrados, así del Ynga como de sus capitanes, sin consentir ahora ni siempre se les quitase nada de lo que poseían y tenían, sino antes se lo aumentarían y harían cada día nuevas mercedes. Hechos los conciertos y habiendo regalado a los embajadores, y dádoles de comer y beber en abundancia, y muchas ropas finas de todas suertes, los despidieron. Muy contentos Chuquis Huaman y Tito Atauchi con el buen suceso que parecía iban tomando sus negocios en aquella conquista, pareciéndole que volvería al Cuzco rico y triunfante, y que sería muy estimado del Ynga, habiendo concluido lo que se le había encargado, tan felizmente, para entrar en la fortaleza de Pumacocha y apoderarse della, como se había concertado, mandó apercibir tres mil indios orejones, charcas y de otras naciones de los más escogidos de todo el ejército para que fuesen con él arriba haciéndole compañía y lo demás del restante del ejército se quedase en el Real donde habían estado de la otra parte del un río que allí había. El señor de Pumacocha, para más disimular su traición que tenía pensada y descuidar mejor a los capitanes de Huascar, les envió grandes presentes de plumas y pájaros muy vistosos y lindos, los cuales habiendo recibido Chuquis Huaman los envió a su señor Huascar Ynga, con mensajeros, dándole aviso como tenía conquistada aquella provincia y que le había dado obediencia y todos le reconocían por señor, no sabiendo el engaño que se le aparejaba. Y así, habiendo despachado al Ynga los mensajeros, salió Chuquis Huaman de su Real, dejando en él a su hermano Tito Atauchi, con los tres mil indios orejones y de otras provincias, que estaban aparejados para ir en su compañía, y con ellos entró por un montecillo que cerca de la fortaleza estaba y subieron todos a ella, y al camino le tornó a enviar el señor de Pumacocha muchos presentes y regalos de cosas de su tierra, para con ellos asegurarlo más. Llegado a la entrada de la fortaleza Chuquis Huaman salió al encuentro el señor de Pumacocha, y con rostro alegre y grandes muestras de buena voluntad le hizo reverencia con todos los principales de los suyos y le dio obediencia en nombre de su señor Huascar, recibiéndole por tal y le entregó la fortaleza y toda su tierra como tenía prometido y luego se sentaron en la Pampa, donde hizo una solemne fiesta a los que habían entrado con Chuquis Huaman, dándoles de comer y beber en abundancia. Otro día por la mañana, sin haber dado muestras de su ruin y dañado pecho en cosa por donde Chuquis Huaman se pudiese recelar del ni los suyos, le dijo el señor de Pumacocha que si gustaba se querían holgar en la fortaleza él y todos los suyos, para que por sus ojos viese los vasallos y gente nueva de los cuales daría la obediencia a su hermano y señor Huascar Ynga. Chuquis Huaman se lo concedió con mucha voluntad y gusto, y así se juntaron grandísima cantidad de aquellos indios de Pumacocha y entraron en la plaza de la fortaleza, que era muy grande, con invenciones para hacer la fiesta al Chuquis Huaman. Todos venían aderezados con sus armas secretas sin que las pudiese ver ninguno de los indios del Ynga, y así comenzaron a celebrar su fiesta, con bailes y danzas y grande ostentación de regocijo y contento, y Chuquis Huaman les dio muchas dádivas de cosas del Cuzco, que no había en aquella provincia, todo para acariciarlo más y mostrarles amor. Así estuvieron holgándose desde la mañana hasta que pasó el medio día, brindando los chachapoyas a priesa a los orejones y demás soldados del Ynga, y ellos menudeando los vasos y la bebida, con más priesa que se la ofrecían, hasta que los humos de la chicha se fueron subiendo por las chimeneas arriba, de suerte que dieron señal que ya estaban apoderados de los altos y bajos de las casas. Entonces los chachapoyas, que moderados habían andado, conociendo la ocasión, la cogieron por los cabellos y cerrando las puertas de, la fortaleza salió la demás gente que el señor de Pumacocha tenía apercibida y con ímpetu furioso dieron sobre los orejones y demás gente, y de los primeros mataron al traidor de Chuquis Huaiman, con que remató su vida y traiciones, y no gozó del triunfo que deseaba y con él juntamente murió Unto, que había entrado allá y fue tal la matanza y la gana con que la hacían, que no escapó de la gente del Ynga, sino solos mil indios de tres mil que habían entrado en la fortaleza. Esos que escaparon más fueron guiados en la huida de una suerte venturosa, que no de industria ni diligencia suya. Y los chachapoyas, hecha esta mortandad, se bañaban en la sangre de Chuquis Huaman, untándose con ella el rostro y en la demás de los enemigos y luego alegres y regocijados empezaron de nuevo a hacer fiestas y bailes. Los mil indios de las manos de los chachapoyas escaparon, vinieron a dar aviso al Real, donde había quedado Tito Atauchi con el ejército, donde oída tan nueva todo fue confusión y alboroto, sin saber adónde acudir en tal trance, temerosos que los enemigos no viniesen sobre ellos, que sin duda si siguieran el alcance y arremetieran al Real los desbarataran haciendo una notable destrucción. Pero olvidados deste pensamiento, no salieron de la fortaleza como debieran, y Tito Atauchi y demás capitanes tristes y dolorosos de tan no pensado suceso, tomaron por último remedio por entonces retirarse, y así con la mejor orden que pudieron se retiraron al Avanto, donde se fortalecieron y los chachapoyas tomaron las cabezas de Chuquis Huaman y demás indios principales que habían muerto, y las pusieron en, las puertas de sus casas por trofeo e insignia de su valentía, o por mejor decir de su traición.
contexto
Privilegios concedidos por los Reyes Católicos al Almirante Don Fernando e doña Isabel, por la gracia de Dios, Rey e Reyna de Castilla, de León, de Aragón, de Secilia, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galisia, de Mallorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, del Algarbe, de Algesira, de Gibraltar e de las Yslas de Canaria, conde e Condesa de Barcelona, e Señores de Vizcaya e de Molina, Duques de Athenas e de Neopatria, Condes de Rosellón e de Cerdania, Marqueses de Oristán e de Gociano. Por quanto vos, Christobal Colon, vades, por nuestro mandado, a descobrir e ganar, con ciertas fustas nuestras, e con nuestra gente, ciertas yslas e tierra firme en la dicha mar Oceana, e se espera que, con la ayuda de Dios, se descubrirán e ganaran algunas de las dichas yslas e tierra firme, en la dicha mar Oceana, por vuestra mano et industria; e asy es cosa justa e razonable que pues os ponéis al dicho peligro por nuestro servicio, seades dello remunerado; e queriendos honrar e fase merced por lo susodicho, es nuestra merced e voluntad que vos el dicho Christobal Colon, despues que ayades descubierto e ganado las dichas yslas e tierra firme en la dicha mar Oceana, o qualesquier dellas, que seades nuestro Almirante de las dichas yslas e tierra firme que asi descubrierdes e ganardes, e seades nuestro Almirante e Viso-rey e Gobernador en ellas; e vos podades dende en adelante llamar e yntitular Don Christobal Colon, e asy vuestros fijos e subcesores en dicho oficio e cargo se puedan intitular e llamar don, e Almirante e Visorey e Gobernador dellas; e para que podades usar e exercer el dicho oficio de almirantazgo con el dicho oficio de visorey e governador de las dichas yslas e tierra firme que asi descubriedes e ganardes por vos, e por vuestros lugartenientes, e oyr e librar todos los pleitos e cabsas ceviles e criminales tocantes al dicho oficio de almirantazgo e de visorey e governador, según fallardes por derecho, e según lo acostumbran usar e exercer los almirantes de nuestros reynos, e podades punir e castigar los delinquentes; e usedes de los dichos oficios de almirantazgo e visorey e governador, vos e vuestros dichos lugartenientes, en todo lo que a los dichos oficios e a cada uno de ellos es anexo e concerniente; e que ayades e levedes los derechos e salarios a los dichos oficios e a cada uno dellos anexos e concernientes e pertenecientes, según e como los lieva e acostumbra llevar el nuestro Almirante mayor en el almirantadgo de los nuestros reynos. E por esta nuestra carta o por su treslado signado de escribano publico, mandamos al Principe D. Juan, nuestro muy caro e muy amado fijo, e a los ynfantes, duques, perlados, marqueses, condes, maestres de las ordenes, priores, comendadores, e a los del nuestro Consejo, e Oydores de la nuestra Abdiencia, alcaldes e otras justicias qualesquier de la nuestra casa e Corte e Chancillería, e a los subcomendadores, alcaydes de los castillos e casas fuertes e llanas, e a todos los concejos e asistentes, corregidores e alcaldes e alguacyles, merinos, veynte e cuatros, cavalleros jurados, escuderos, oficiales e omes buenos de todas las cibdades e villas e lugares de los nuestros reynos e señorios, e de los que vos conquistardes e ganardes, e a los capitanes, maestres, contramaestres, e oficiales, marineros e gentes de la mar, nuestros subditos e naturales, que agora son e serán de aquí adelante, e a cada uno e cualquier dellos, que syendo por vos descubiertas e ganadas las dichas yslas e tierra firme en la dicha mar Océana, e fecho por vos, e por quien vuestro poder oviere, el juramento e solepnidad que en tal caso se requiere, vos ayan e tengan dende en adelante, para en toda vuestra vida, e despues de vos, a vuestro fijo e subcesor, e de subcesor en subcesor para syempre jamas, por nuestro almirante de la dicha mar Océana, e por visorey e governador de las dichas yslas e tierras firme que vos el dicho D. Christoval Colon descubrierdes e ganardes, e usen con vos e con los dichos oficios de almirantadgo e visorey e governador pusierdes, en todo lo a ellos concerniente, e vos recudan e fagan recudir con la quitación e derechos e otras cosas a los dichos oficios anexas e pertenescientes, e vos guarden a fagan guardar todas las honras e gracias e mercedes e libertades, preheminencias, prerrogativas, esenciones, e ynmunidades, e todas las otras cosas, e cada una de ellas, que por razón de los dichos oficios de almirante e visorey e governador devedes aver e gosar, e vos deven ser guardadas, en todo bien e complidamente, en guisa que vos no menguen cosa alguna, e que en ello, ni en parte dello, embargo ni contrario alguno vos no pongan ni consientan poner, ca Nos, por esta nuestra carta, desde agora para entonces vos fasemos merced de los dichos oficios de almirantadgo e visorey e governador, por juro de heredad para siempre jamás; e vos damos la posesion e casi posesion dellos e de cada uno dellos, e poder abtoridad para lo usar e exercer, e llevar los derechos salarios a ellos e a cada uno dellos anexos e pertenescientes, según e como dicho es; sobre lo qual todo que dicho es, sy necesario vos fuere, e gelos vos pidierdes. mandamos al nuestro chanciller e notarios, e los otros oficiales qu´estan a la tabla de los nuestros sellos, que vos den e libren e pasen e sellen nuestra carta de previllejo rodado, la mas fuerte e firme e bastante que les pidierdes e ovierdes menester; e los unos ni los otros no fagades, ni fagan ende ál, por alguna manera, so pena de la nuestra merced e de diez mil maravedis para la nuestra Cámara, a cada uno que lo contrario fisiere; e demás mandamos al ome que les esta nuestra carta mostrare, que los enplaze que parescades ante nos en la nuestra Corte, doquier que nos seamos, del día que los enplasare a quince días primeros syguientes, so la dicha pena, so la qual mandamos a qualquier escribano público que para esto fuere llamado, que dé ende al que gela mostrare testimonio signado con su sygno, porque nos sepamos en como se cumple nuestro mandado. Dada en la nuestra cibdad de Granada, a treynta días del mes de Abril, año del nascimiento de nuestro señor Jhesu Christo de mil e quatrocientos e nouenta e dos años. Yo el Rey Yo la Reyna Yo Johan de Coloma, secretario del Rey e de la Reyna nuestros señores, la fis escrivir por su mandado. Acordada en forma: Rodericus, doctor. Registrada: Sebastián D´Olano. Francisco de Madrid, chanciller. E agora, porque plugo a Nuestro Señor que vos fallastes muchas de las dichas yslas, e esperamos que con la ayuda suya que fallereis e descobrireis otras yslas e tierra firme en el dicho mar Océano, a la dicha parte de las Indias, e nos suplicastes e pedistes por merced que vos confirmasemos la dicha nuestra carta que de suso va encorporada, e la merced en ella contenida, para que vos e vuestros fijos e descendientes e subcesores uno en pos de otro, y después de vuestros días, podades tener y tengades los dichos oficios de almirante e visorey e governador del dicho mar Océano e Yslas e tierra firme que asy aveys descubierto e fallado, e descubrierdes, e fallardes de aquí adelante, con todas aquellas facultades e preheminencias e prerrogativas de que han gozado e gozan los nuestros almirantes e visorey e governadores que han seydo e son, de los dichos nuestros reynos de Castilla y de León; e vos sea acudido con todos los derechos e salarios a los dichos oficios anexos e pertenescientes, usados e guardados a los dichos nuestros almirantes, visoreyes e governadores, o vos mandemos proveer sobrello como la nuestra merced fuese; e Nos, acatando el arrisco e peligro en que por nuestro servicio vos posistes en yr a catar e descobrir las dichas yslas e tierra firme, e en el que agora vos poneys en yr a buscar e descobrir las otras yslas e tierra firme, de que avemos seydo e esperamos ser de vos muy servidos, e por vos facer bien e merced, por la presente, vos confirmamos a vos et a los dichos vuestros fijos e descendientes e subcesores, uno en pos de otro, para agora e para siempre Jamas, los dichos oficios de almirante del dicho mar Océano, e visorey e governador de las dichas yslas e tierra firme que aveys fallado e descubierto, e de las otras yslas e tierra firme que por vos o por vuestra yndustria se fallaren e descubrieren de aquí adelante en la dicha parte de las Indias; e es nuestra merced e voluntad que ayades e tengades vos, e después de vuestros días, vuestros fijos e descendientes e subcesores, uno en pos de otro, el dicho oficio de nuestro almirante del dicho mar Océano, ques nuestro, que comienza por una raya o línea que nos avemos fecho marcar, que pasa desde las yslas de los Açores a las yslas de Cabo Verde, de Setentrion en Austro, de polo a polo, por manera que todo lo que es allende de la dicha liña al ocidente, es nuestro e nos pertenece; e ansi vos fasemos e criamos nuestro almirante, e a vuestros fijos e subcesores, uno en pos de otro, de todo ello para siempre jamas; e asimismo vos fasemos nuestro visorey e governador, e despues de vuestros días, a vuestros fijos e descendientes e subcesores, uno en pos de otro, de las dichas islas e tierra firme descubiertas e por descobrir en el dicho mar Océano, a la parte de las Yndias, como dicho es, e vos damos la posesión e casi posesion de todos los dichos oficios de almirante e visorey e governador, para siempre jamas, e poder e facultad para que en las dichas mares podades usar e usedes del dicho oficio de nuestro Almirante, con todas las cosas et en la forma e manera e con las prerrogativas e preheminencias e derechos e salarios segun e como lo usaron e usan, gosaron e gosan, los nuestros almirantes de los mares de Castilla e de Leen, e para en la tierra de las dichas yslas e tierra firme que son descubiertas e se descubrieren de aqui adelante en la dicha mar Océana, en la dicha parte de las Yndias, porque los pobladores de todo ello sean mejor governados, vos damos tal poder e facultad para que podades, como nuestro visorey e governador, usar por vos e por vuestros lugartenientes e alcaldes e alguaciles e otros oficiales que para ello pusierdes, la jurisdicción civil e criminal, alta e baxa, mero mixto ymperio; los quales dichos oficios podades amover e quitar, e poner otros en su lugar, cada e quando quisierdes e vierdes que cumple a nuestro servicio; los quales puedan oyr e librar e determinar todos los pleitos e cabsas ceviles e criminales que en las dichas yslas e tierra firme acaescieren e se movieren, e aver e llevar los derechos e salarios acostumbrados en nuestros Reynos de Castilla e de Leon, a los dichos oficios anexos y pertenecientes; e vos el dicho nuestro visorey e governador, podades oyr e conocer de todas las dichas causas, e de cada una dellas, cada que vos quisierdes de primera ynstancia, por via de apellación o por simple querella, e las ver e determinar e librar, como nuestro visorey e governador, e podades facer e fagades vos e los dichos vuestros oficiales qualesquier pesquisas a los casos de derecho premisos, e todas las otras cosas a los dichos oficios de visorey e governador pertenecientes, e que vos e vuestros lugartenientes e oficiales que para ello pusierdes e entendierdes que cumple a nuestro servicio e a execución de nuestra justicia; lo cual todo podades e puedan haser e executar e llevar a devida execución con efecto, bien asy como lo farian e podrian facer si por Nos mismos fuesen los dichos oficiales puestos; pero es nuestra merced e voluntad que las cartas e provisiones que dierdes, sean e se expidan e libren en nuestro nombre, diciendo: "Don Fernando e Doña Ysabel, por la gracia de Dios, rey e reyna de Castilla, de Leen, etc", e sean selladas con nuestro sello que nos vos mandamos dar para las dichas yslas y tierra firme, E mandamos a todos los vecinos e moradores e a otras personas que estan et estovieren en las dichas yslas e tierra firme, que vos obedesean como a nuestro visorey e governador d´ellas; e a los que andovieren en las dichas mares suso declaradas, vos obedezcan como a nuestro almirante del dicho mar Océano, e todos ellos cumplan vuestras cartas e mandamientos, e se junten con vos e con vuestros oficiales para executar la nuestra justicia, e vos den e fagan dar todo el favor e ayuda que les pidierdes e menester ovierdes, so las penas que les pusierdes; las quales, Nos por la presente les ponemos e avemos por puestas, e vos damos poder para las executar en sus personas e bienes; e otros, es nuestra merced e voluntad que si vos entendierdes ser complidero a nuestro servicio, e a exsecución de nuestra justicia, que qualesquier personas que estan et estovieren en las dichas Yndias e tierra firme, salgan dellas, e que no entren, ni esten en ellas, e que vengan e se presenten ante Nos, que lo podais mandar de nuestra parte, e los fagays salir dellas; a los quales, Nos, por la presente, mandamos que luego lo fagan e cumplan e pongan en obra, syn nos requerir ni consultar en ello, ni esperar ni aver otra nuestra carta, ni mandamiento, non enbargante qualquier apellacion o suplicacion que del tal vuestro mandamiento fisieren e ynterpusieren; para lo qual todo que dicho es, e para las otras cosas devidas e pertenecientes a los dichos oficios de nuestro almirante e visorey e governador, vos damos todo poder complido, con todas sus yncidencias e dependencias, emergencias, anexidades e conexidades; sobre lo qual todo que dicho es, sy quisierdes, mandamos al nuestro chanciller e notarios, e a los otros oficiales que estan en la tabla de los nuestros sellos, que vos den e libren, e pasen e sellen nuestra carta de privilegio rodado, la mas fuerte e firme e bastante que les pidierdes e menester ovierdes; e los unos ni los otros non fagades ni fagan ende al por alguna manera, so pena de la nuestra merced e de diez mil maravedis para la nuestra Cámara a cada uno que lo contrario fisiere, e demas mandamos al ome que vos esta nuestra carta mostrare, que vos enplase que parescades ante Nos en la nuestra Corte, doquier que Nos seamos, del dia quel os enplasare fasta quinse dias primeros syguientes, so la dicha pena, so la qual mandamos a qualquier escribano publico que para esto fuere llamado, que de ende al que gela mostrare testimonio sygnado con su sygno, porque nos sepamos en como se cumple nuestro mandado. Dada en la ciudad de Barcelona, a veynte e ocho días del mes de Mayo, año del nascimiento de nuestro Señor Jhesu Christo de mil e quatrocientos e noventa e tres años. Yo el Rey Yo la Reyna Yo Fernand Alvares de Toledo, secretario del Rey e de la reyna nuestros señores, la fiz escribir por su mandado. Pero Gutierres, chanciller. Derechos del sello e registro, nihil. En las espaldas: acordada: Rodericus, doctor. Registrada: Alonso Pérez.
contexto
De cómo Inca Yupanqui mandó a Lloque Yupanqui que fuese al valle de Xauxa a procurar de atraer a su señorío a los Guancas y a los Yauyos, sus vecinos, con otras naciones que caen en aquella parte. Pasando lo que se ha escripto cuentan los orejones que como se hallase tan poderoso el rey Inca mandó hacer llamamiento de gente, porque quería comenzar otra guerra más importante que las pasadas; y cumpliendo su mandato acudieron muchos principales con gran número de gente armada con las armas que ellos usan, que son hondas, hachas, macanas, aillos, dardos y lanzas pocas. Como se juntaron, mandó hacerles nuevo traje o vestido, tal cual tenía la nación que aquel día quería honrar; y pasado, se ponía de otro, conforme a lo que tenían los que eran llamados al convite y borrachera. Con esto holgábanse tanto cuanto aquí se puede encarecer. Cuando hacían estos grandes bailes, cercaba la plaza del Cuzco una maroma de oro que se había mandado hacer de lo mucho que tributaban las comarcas, tan grande como en lo de atrás tengo dicho, y otra grandeza mayor de bultos y antiguallas. Y como se hubiesen holgado los días que les paresció a Inca Yupanqui, les habló cómo quería que fuesen a los Guancas y a los Yauyos, sus vecinos, y procurar de los traer en su amistad y servicio sin guerra, y cuando no, que, dándosela, se diesen maña de los vencer y forzar que lo hiciesen. Respondieron todos que harían lo que mandaba con gran voluntad. Fueron señalados capitanes de cada nación y sobre todos fue por general Lloque Yupanqui y con él, para consejo, Tupac Yupanqui3l3; y, avisándoles de lo que habían de hacer, salieron del Cuzco y caminaron hasta la provincia de Andaguaylas, a donde fueron bien recibidos por los Chancas y salió con ellos un capitán Ancoallo con copia de gente de aquella tierra para servir en la guerra al Inca. De Andaguaylas fueron a Vilcas, a donde estaban los aposentos y templos del sol que Inca Yupanqui había mandado hacer, y hablaron con todo amor a los que entendían en aquellas obras. De Vilcas fueron por los pueblos del Guamanga, Azángaro, Parcos, Picoy, Acos y otros, los cuales ya habían dado la obediencia del Inca y provenían de bastimentos y de lo que más tenían en sus pueblos y hacían el camino real que les era manda o, grande e muy ancho. Los del valle de Xauxa, sabida la venida de los enemigos, mostraron temor y procuraron favor de sus parientes y enemigos y en el templo suyo de Guarivilca hicieron grandes sacrificios al demonio que allí respondía. Venídoles los socorros, como ellos fuesen muchos, porque dicen que había más de cuarenta mill hombres a donde agora no sé si hay doce mill, los capitanes del Inca llegaron hasta ponerse encima del valle y deseaban sin guerra ganar las gracias de los Guancas y que quisiesen ir al Cuzco a reconocer al rey por Señor; y así, es público que les enviaron mensajeros. Mas, no aprovechando nada, vinieron a las manos y se dio una gran batalla en que dicen que murieron muchos de una parte y otra, mas que los del Cuzco quedaron por vencedores; y que siendo de gran prudencia Lloque Yupanqui no consintió hacer daño en el valle, evitando el robo, mandando soltar los cativos; tanto, que los Guancas, conocido el beneficio y con la clemencia que usaban teniéndolos vencidos, vinieron a hablar y prometieron de vivir dende en adelante por la ordenanza de los reyes del Cuzco y tributar con lo que hobiese en su valle; y pasando sus pueblos por las laderas, los sembraron, sin lo repartir, hasta que el rey Guayna Capac señaló a cada parcialidad lo que había de tener; y se enviaron mensajeros.
contexto
Cuéntase los avisos que tuvo el capitán de que se le que rían alzar con la nao, y los discursos y diligencias que hizo en razón dello Ya de atrás había visto el capitán que el piloto mayor le mudaba la derrota, y se decía se quería alzar con la nao, y si tardaba dos días no lo podría remediar. Hombre hubo que le dijo, que. por esto estuvo determinado de darle de puñaladas y echarlo a la mar. Estas y otras cosas se decían que el capitán no creía, sino lo que les oía decir de ruin sonido y lo que les veía hacer de mal parecer. Consideraba que motín no se podía formar sino entre dos o tres, y que para granjearse los otros era fuerza haber pruebas, amistades y grandes correspondencias, y que éstas se habían de ver, como ya se via la poca voluntad que el piloto mayor mostraba de que se buscase lo necesario, y la largueza con que se gastaba el agua y los bastimentos con sus amigos y otros que de nuevo adquiría, y podrían estar inocentes, favores que a todos daba, el ruido que juntos en la nao hacían, trabacuentas con los oficiales della, los concilios tan continuos que había de día y noche sin haber podido obligar a él y a ellos con los modos que buscó, más de amigo que no de juez, por no venir a rompimiento por la trabazón de cosas y disgustos de todos; en suma, por conservarse. Para lo que un día les dijo a todos, se acordasen que la Majestad Real despachó aquellas naos, con grandes gastos de hacienda, a fin de saber si había en aquella parte incógnita la tierra que se entendía; por el tanto, estuviesen todos ciertos que la había de buscar arando toda la mar con largas vueltas, hasta que diese con ella o costar a todos las vidas. Y al piloto mayor dijo que conociese lo que llevaba a su cargo, diciéndole mucho en ello; mas no por esto hizo mejores diligencias, y le envió a decir con el padre comisario le diese licencia para pasarse a la nao almirante. El capitán dijo a esto fuese luego, y no se fue ni trató más dello; ni faltó quien dijo que eran envites falsos entendidos y tenidos del capitán, que añadió que siempre los descubrimientos costaron caro a sus inventores, y que él no podía desechar los inquietos ni mejorarse de otros; Por el tanto, paciencia y vigilancia, dos cosas bien necesarias. Viendo el capitán la poca altura en que se hallaba, sin haber hallado la madre de aquellas islas que dejaba atrás, y que el piloto mayor dijo a voces al capitán de la zabra que estaba cerca el invierno, y otras cosas que de oírlas no sentía muy bien dellas; y que había otros que decían que si la navegación se hacía al Sur-Sudueste y Oeste, y la costa de la tierra que se buscaba seguía los mismos rumbos, que jamás se toparía y que quedaríamos engolfados y por contrarios vientos imposibilitados de vivir, y que al fin todos se habían de ahogar; dichos, testigos del poco amor a la obra y mucho a sí mismos, y lejos de los ánimos esforzados, que deben tener buscadores de ocultas tierras para sustentar en pie las causas de sus primeros motivos, y hacer hechos heroicos, o cuando menos merecedores de un buen nombre: a cuyas faltas, y por otras sobras, dijo en público que supiesen estimar y agradecer haberles cabido en suerte la demanda, busca y cata de la cuarta parte del globo que estaba por descubrir; y que de mostrarse arrepentidos o cansados sin haber ocasiones, ¿qué esperanza podía tener siendo lo más lo que faltaba? Y advertía, que servicios no los había sin padecer y sufrir todos los golpes que viniesen, una vez y tantas veces cuantas bastasen para dar al caso fin o a las vidas. Ordenó que se fuesen navegando al Noroeste y al Norte hasta bajar a diez grados y dos tercios, por si podía ganar el oriente de la isla de San Bernardo, que el otro viaje ayudó a descubrir aunque no se llegó a ella.
contexto
Cómo por este puerto entró Juan de Ayolas cuando le mataron a él y sus compañeros A 12 días del mes de octubre llegó al puerto que dicen de la Candelaria, que es tierra de los indios payaguaes, y por este puerto entró con su gente el capitán Juan de Ayolas, e hizo su entrada con los españoles que llevaba, y en el mismo puerto, cuando volvió de la entrada que hizo, y dejó allí que le esperase a Domingo de Irala con los bergantines que habían traído, y cuando volvió no halló a los bergantines; y estándolos esperando tardó allí más de cuatro meses, y en este tiempo padesció muy grande hambre; y conoscido por los payaguaes su gran flaqueza y falta de sus armas, se comenzaron a tratar con ellos familiarmente, y como amigos los dijeron que los querían llevar a sus casas para mantenerlos en ellas; y atravesándolos por unos pajonales, cada dos indios se abrazaron con un cristiano, y salieron otros muchos con garrotes y diéronles tantos palos en las cabezas, que de esta manera mataron al capitán Juan de Ayolas Y a ochenta hombres que le habían quedado de ciento cincuenta que traía cuando entró la tierra adentro; y la culpa de la muerte de éstos tuvo el que quedó con los bergantines y gente aguardando allí, el cual desamparó el puerto y se fue río abajo por do quiso. Y si Juan de Ayolas los hallara adonde los dejó, él se embarcara y los otros cristianos y los indios no los mataran: lo cual hizo el Domingo de Irala con mala intención, y por que los indios los matasen, como los mataron, por alzarse con la tierra, como después paresció que lo hizo contra Dios y contra su Rey, y hasta hoy está alzado, y ha destruido y asolado toda aquella tierra, y ha doce años que la tiene tiránicamente. Aquí tomaron los pilotos el altura, y dijeron que el puerto estaba en 21 grados menos un tercio. Llegados a este puerto, toda la gente de la armada estaba recogida por ver si podrían haber plática con los indios payaguaes y saber de ellos dónde tenían sus pueblos; y otro día siguiente, a las ocho de la mañana, parescieron a riberas del río hasta siete indios de los payaguaes, y mandó el gobernador que solamente les fuesen a hablar otros tantos españoles, con la lengua que traía para ellos, que para aquel efecto era muy buena; y ansí llegaron adonde estaban, cerca de ellos que se podían hablar y entender unos a otros, y la lengua les dijo que se llegasen más, que se pudiesen platicar, porque querían hablarles y asentar la paz con ellos, y que aquel capitán de aquella gente no era venido a otra cosa; y habiendo platicado en esto, los indios preguntaron si los cristianos que agora nuevamente venían en los bergantines si eran de los mismos que en el tiempo pasado solían andar por la tierra; y como estaban avisados los españoles, dijeron que no eran los que en el tiempo pasado andaban por la tierra, y que nuevamente venían; y por esto que oyeron, se juntó con los cristianos uno de los payaguaes y fue luego traído ante el gobernador, y allí, con las lenguas le preguntó por cuyo mandado era venido allí, y dijo que su principal había sabido de la venida de los españoles, y le había enviado a él y a los otros sus compañeros a saber si era verdad que eran los que anduvieron en el tiempo pasado, y les dijese de su parte que él deseaba ser su amigo, y que todo lo que había tomado a Juan de Ayolas y los cristianos él lo tenía recogido y guardado para darlo al principal de los cristianos porque hiciese paz y le perdonase la muerte de Juan de Ayolas y de los otros cristianos, pues que los habían muerto en la guerra; y el gobernador le preguntó por la lengua qué tanta cantidad de oro y plata sería la que tomaron a Juan de Ayolas y cristianos, y señaló que sería hasta sesenta y seis cargas que traían los indios chaneses, y que todo venía en planchas y en brazaletes, y coronas y hachetas, y vasijas pequeñas de oro y plata; y dijo al indio por la lengua que dijese a su principal que Su Majestad le había mandado que fuese en aquella tierra a asentar la paz con ellos y con las otras gentes que la quisiesen, y que las guerras ya pasadas les fuesen perdonadas; y pues su principal quería ser amigo y restituir lo que había tomado a los españoles, que viniese a verle y hablarle, porque él tenía muy gran deseo de lo ver y haber tratamiento, y asentarían la paz y le recebiría por vasallo de Su Majestad; y que dende luego viniese, que le sería hecho muy buen tratamiento, y para en señal de paz le envió muchos rescates y otras cosas, para que le llevasen, y al mismo indio le dio muchos rescates y le preguntó cuándo volvería él y su principal. Este principal, aunque es pescador y señor de esta captiva gente (porque todos son pescadores), es muy grave y su gente le teme y le tiene en mucho; y si alguno de los suyos le enoja en algo, toma un arco y le da dos y tres flechazos, y muerto, envía a llamar a su mujer (si la tiene) y dale una cuenta, y con esto le quita el enojo de la muerte. Si no tiene cuenta, dale dos plumas; y cuando este principal ha de escupir, el que más cerca de él se halla pone las manos juntas, en que escupe. Estas borracherías y otras de esta manera tiene este principal, y en todo el río no hay ningún indio que tenga las cosas que éste tiene. La lengua de éste le respondió que él y su principal serían allí otro día de mañana, y en aquella parte le quedó esperando.