Cómo vino el cacique gordo y otros principales a quejarse delante de Cortés cómo en un pueblo fuerte, que se decía Cingapacinga, estaban guarniciones de mexicanos y les hacían mucho daño, y lo que sobre ello se hizo Después de despedidos los mensajeros mexicanos, vino el cacique gordo, con otros muchos principales nuestros amigos, a decir a Cortés que luego vaya a un pueblo que se decía Cingapacinga, que estaría de Cempoal dos días de andadura, que serían ocho o nueve leguas, porque decían que estaban en él juntos muchos indios de guerra de los culúas, que se entiende por los mexicanos, y que les venían a destruir sus sementeras y estancias, y les salteaban sus vasallos y les hacían otros malos tratamientos; y Cortés lo creyó, según se lo decían tan afectuadamente; y viendo aquellas quejas y con tantas importunaciones, y habiéndoles prometido que los ayudaría, y mataría a los culúas o a otros indios que los quisiesen enojar; e a esta causa no sabía qué decir, salvo echarlos de allí y estuvo pensando en ello, y dijo riendo a ciertos compañeros que estábamos acompañándole: "Sabéis, señores, que me parece que en todas estas tierras ya tenemos fama de esforzados, y por lo que han visto estas gentes por los recaudadores de Montezuma, nos tienen por dioses o por cosas como sus ídolos. He pensado que, para que crean que uno de nosotros basta para desbaratar aquellos indios guerreros que dicen que están en el pueblo de la fortaleza de sus enemigos, enviemos a Heredia "el viejo"; que era vizcaíno, y tenía mala catadura en la cara, y la barba grande, y la cara medio acuchillada, e un ojo tuerto, e cojo de una pierna, escopetero; el cual le mandó llamar, y le dijo: "Id con estos caciques hasta el río (que estaba de allí un cuarto de legua) e cuando allá llegáreis, haced que os paráis a beber e lavar las manos, e tirad un tiro con vuestra escopeta, que yo os enviaré a llamar; que esto hago porque crean que somos dioses, o de aquel nombre y reputación que nos tienen puesto; y como vos sois mal agestado, crean que sois ídolo"; y el Heredia lo hizo según y de la manera que le fue mandado, porque era hombre que había sido soldado en Italia; y luego envió Cortés a llamar al cacique gordo e a todos los demás principales que estaban aguardando el ayuda y socorro, y les dijo: "Allá envío con vosotros este mi hermano, para que mate y eche todos los culúas de ese pueblo, y me traiga presos a los que no se quisieren ir". Y los caciques estaban elevados desque lo oyeron, y no sabían si lo creer o no, e miraban a Cortés, si hacía algún mudamiento en el rostro, que creyeron que era verdad lo que les decía; y luego el viejo Heredia, que iba con ellos, cargó su escopeta, e iba tirando tiros al aire por los montes porque lo oyesen e viesen los indios, y los caciques enviaron a dar mandado a los otros pueblos cómo llevan a un teule para matar a los mexicanos que estaban en Cingapacinga; y esto pongo aquí por cosa de risa, porque vean las mañas que tenía Cortés. Y cuando entendió que había llegado el Heredia al río que le había dicho, mandó de presto que le fuesen a llamar, y vueltos los caciques y el viejo Heredia, les tornó a decir Cortés a los caciques que por la buena voluntad que les tenía que el propio Cortés en persona con algunos de sus hermanos quería ir a hacerles aquel socorro y a ver aquellas tierras y fortalezas, y que luego le trajesen cien hombres tamemes para llevar los tepuzques, que son los tiros, y vinieron otro día por la mañana; y habíamos de partir aquel mismo día con cuatrocientos soldados y catorce de a caballo y ballesteros y escopeteros, que estaban apercibidos; y ciertos soldados que eran de la parcialidad de Diego Velázquez dijeron que no querían ir, y que se fuese Cortés con los que quisiese; que ellos a Cuba se querían volver. Y lo que sobre ello se hizo diré adelante.
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Capítulo XLIX Cómo los tres cristianos que fueron al Cuzco llegaron a aquella ciudad y lo que les sucedió, y de cómo salió de Caxamalca por mandado de Pizarro su hermano Hernando Pizarro, para ir por el tesoro del templo de Pachacama Conté en los capítulos de atrás cómo de la provincia de Caxamalca salieron Martín Bueno, con los otros dos cristianos, para traer el oro y plata del templo de Curicancha; los cuales anduvieron por sus jornadas camino del Cuzco; servíanles los indios por do quiera que pasaban; no faltaba sino adorarles por dioses, según los estimaban; creían que había en ellos encerrada alguna deidad; espantábanse los cristianos de ver la razón tan grande de los indios, el mucho proveimiento que tenían de todas cosas, la grandeza de los caminos, cuán limpios y poblados de aposentos estaban. Llegó al Cuzco nueva de cómo iban y a qué. Mandaban la ciudad los que tenían la opinión de Atabalipa; por entonces no sabían Guascar ser muerto, de quien también había muchos valedores y servidores de secreto, porque en público no se osaba nombrar su nombre; mas tanto fue el placer que recibieron cuando supieron que los cristianos venían a su ciudad que alzaron clamor tan grande, de alabanza que hacían a Dios, porque, en tiempos tan calamitosos se acordaba de ellos; esperaban por manos de los españoles ser vengados de Atabalipa y sus caciques. Mandaron a las vírgenes de su linaje que estaban en el templo, llamadas mamaconas, se estuviesen arreadas y acompañadas de su gravedad y autoridad para servir a los que venían, porque los tenían por hijos de Dios. Y, como llegasen al Cuzco, hiciéronles solemne recibimiento a su modo, aposentándolos, tan honradamente como a ellos fue posible, derribándose todos por tierra; haciéndoles la mocha. Eran éstos tres de poco saber; no supieron conservar con prudencia su estado, para que la salida fuera tan honrosa como la entrada; mas ellos, teniendo por extrañeza tal novedad, se reían conociéndose por no dignos de honra tan alta. Espantáronse de ver la riqueza del solemne templo del sol y de la hermosura de las muchas señoras que en él estaban. Los que traían cargo de parte de Atabalipa, hicieron saber a los gobernadores y mandones de la ciudad y al sumo sacerdote Vilaoma, cómo por verse libre de la cadena de la prisión, el gran señor Atabalipa había tratado con el capitán de los cristianos de dar por su rescate una casa llena de oro y plata, con que los que lo tenían en poder se contentaban; por tanto, que por el sol alto y poderoso y por la mar y tierra, con todos los otros dioses, les pedía y amonestaba diesen lo que bastase de aquel metal para cumplir su promesa, pues había bien de donde sacar mucho más que ello; sin que se tomase nada del servicio de los incas sus padres, ni de sus sepulturas, sino sólo del templo y de lo que tuviese por suyo Guascar; de quien también vino nueva en este tiempo a Cuzco de ser muerto. Y lamentaron caso tan triste los que le tenían amor, mas viendo que gente extraña estaba en tierra, no intentaron novedad en los despachos de los cristianos, antes se procuró de que llevasen buen recaudo del Cuzco; de donde es público que se había llevado más de mil quintales de oro en piezas conocidas; mucho de lo cual hubo después, Mango Inca, y lo más se está perdido en las entrañas de la tierra; y tanto oro fue lo que había en el Cuzco, y plata, que muchos particulares enterraron grandes sumas y llevaron a Caxamalca lo que oiréis, y robó el Quizquiz lo que más tengo dicho; y con todo esto halló Pizarro más que repartir: que repartió en Caxamalca: grandeza, no vista ni oída ni entendida, por gentes en ninguno de los siglos pasados. En esto los cristianos se dieron maña a recoger oro solamente del templo, donde hubo este metal, a mi creer, más que en ninguno de cuantos han sido en el mundo. Estaban muchas casas del templo enforradas las paredes con planchas de oro; comenzaron a desconcharlas tirando la cinta que lo ceñía a la redonda, y de lo que había escondido, comenzaron a hacer cargas de ello con muchos cántaros de gran peso de plata y de oro, argentería, chaquira y otras cosas extrañas. Las mamaconas sagradas servían a los tres cristianos con mucha reverencia y acatamiento, ellos mirándolo mal, es público que teniéndose por seguros, con la prisión de Atabalipa, escogiendo de aquellas mujeres del templo las más hermosas, usaban con ellas como si fueran mancebas; teniendo en poco lo que ellos tuvieron en mucho, las corrompieron sin ninguna vergüenza ni temor de Dios. Los indios orejones, como son tan entendidos, conocieron luego cómo los cristianos no eran santos ni hijos de Dios, como ellos los intitulaban, sino peores que diablos; aborrecieron luego su lujuria y codicia; lloraban que tal gente hubiese señoreado su tierra; creían que habían de venir muchos más en los navíos, que habían de tomarles sus mujeres e hijas, pues osaron los tres ya dichos, estando solos, desenfrenarse a lo que hacían. Platicaron de los matar; no osaron hacerlo, por el mandato de Atabalipa; antes dieron prisa en su salida del Cuzco, haciéndose unas como angarillas para llevar el tesoro a Caxamalca; donde se comenzaba allegar oro y plata, y sabíase ya cierto cómo Almagro con su gente venía muy cerca de allí; y de cómo había hecho justicia de su secretario Rodrigo Pérez, de que Pizarro se holgó diciendo: "¡plega a Dios que malos hombres no sean parte para que Almagro y yo nos perdamos!". Había muy gran noticia de mucho tesoro en el templo de Pachacama, que fue en los yuncas, cuatro leguas más allá de la ciudad de los Reyes, según tengo escrito en mi Primera parte. Determinó don Francisco Pizarro de enviar al general Hernando Pizarro, su hermano, con algunos españoles, para que fuesen por él, comunicándolo con Atabalipa, el cual fue contento con tanto que había de entrar en la casa que se había de henchir para su rescate lo que viniese; y mandó mensajeros que envió, que por todas partes por donde pasase Hernando Pizarro con los que con él fuesen, los sirviesen y proveyesen de mantenimientos y guías sin les hacer enojo ni les dar guerra; y luego que se hubo esto ordenado, se partió Hernando Pizarro, yendo con él sus hermanos Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro, que mucho trabajaron en aquella conquista, con otros españoles que el gobernador mandó. El capitán general de Atabalipa estaba en Xauxa, donde había hecho harto daño a los guancas, y no había querido haber movimiento ninguno hasta ver lo que su señor le mandaba; y cómo mediante el gran rescate que había prometido pensaba ser libre, deseando ver a Chalacuchima le envió a mandar a Xauxa, que luego viniese a Caxamalca; y no embargante que Atabalipa estuviese preso y él fuese jubilado, por ser tan grande capitán, entró a le hablar descalzo y con una carga, llevando tanta humildad como si Atabalipa estuviese en el Cuzco en toda la libertad y él fuera un hombre bajo. Y pasando por ahora en esto, trataré cómo entró en Caxamalca don Diego de Almagro.
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Capítulo XLIX Que trata de la guerra que se hizo a la gente del valle de Aconcagua Estando el general Pedro de Valdivia en la ciudad siempre tenía aviso de su maestre de campo de todo el suceso que cada día le sucedía, y reconociendo por sus obras a los indios de aquel valle de Chile cómo habían sido aviesos en no mantener lo que prometían, porque al tiempo que mejor servían se alzaban, determinó de irlos a castigar porque se enmendasen y porque los demás escarmentasen en cabeza ajena, y castigándolos servirían los que restasen, y estarían los españoles más seguros y en sosiego, para poder hacer en las cosas que más conviniese al servicio de Dios y de Su Majestad y ensalzamiento de nuestra religión cristiana. Para lo cual mandó a un capitán de la infantería con diez de a caballo y treinta de pie que fuesen a la casa fuerte a donde el maestre de campo estaba. Y mandóle que con los de a caballo que en la casa estaban y los que él llevaba, eran cuarenta de a caballo, corriesen el valle y que castigasen a quien servir no quisiese y en arma se pusiese, y que desbaratasen todas las fuerzas que en todo el valle hallasen. Y lo mismo escribió al maestre de campo, y que en todo tuviese gran aviso, y que lo primero que hiciese fuese envialle con seis de a caballo al cacique Tanjalongo, porque mejor estaría en la ciudad para que mejor fuese su valle corrido y sus indios castigados, y porque no se embarazasen seis de a caballo y cuatro de a pie para guardarlo en la casa. Luego que fue venido el cacique Tanjalongo y presentado ante el general, mandóle cortar los pies por la mitad. No le mataron, puesto que sus culpas lo pedían, porque era cacique tenido y que por su aviso y respeto podían venir muchos caciques e indios de paz, ansí como era parte para munillos que viniesen de guerra, y también porque con matarlo no pagaba lo que debía ni el mal y daño que por su causa habíamos recebido, y cortarle los pies le sería más castigo. Y los indios, viendo que aquel cacique estaba en la casa en su tierra, por consentidor e inventor del alzamiento le habían cortado los pies, y otros diez caciques muertos, estarían temerosos y no cometerían traición. Este es un género de castigo que para los indios es el más conveniente y no matarlos, porque los vivos olvidan a los muertos, como en todas partes se usa, y quedando uno vivo y de esta suerte castigado, todos los que lo ven se le representa el delito que cometió aquél, pues anda castigado. Y el propio lo tiene tan en memoria que aunque quiera, no puede olvidarlo. En estos días que el maestre de campo hizo la guerra en el valle, castigó muchos y mató algunos y deshizo las fuerzas que halló, puesto que era invierno y muy trabajoso. Esta gente de este valle es guerrera y cautelosa, y entienden los ardides bien, y para vencerlos, bien convenía ánimo y potencia, como en el maestre de campo había con mucha experiencia. Y junto con esto, el general avisaba cada día de lo que más convenía, de suerte que en breve andaban los indios muchos de ellos mansos y servían, y otros no paraban en el valle. Pues viendo el maese de campo que él y toda la gente española estaba muy trabajada de la guerra, velas, rondas y camino, y de pasar grandes ríos y mayores fríos y no pequeña hambre, porque la vianda de este tiempo es maíz cocido a la noche y tostado al día con alguna poca de carne, si haber se podía, y viendo que era ya hecha la guerra y castigados todos los indios del valle, ansí de Tanjalongo como los de Michimalongo, y en estas vueltas muertos algunos caciques, y viendo que era cumplido el plazo que el general les había dado, se partió el maese de campo para la ciudad y llevó consigo algunos indios principales, los cuales enviaba el general por mensajeros, después de castigados y aún asombrados, a aquellos que andaban huidos para que se volviesen a sus casas.
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Que trata de la muerte de Nezahualcoyotzin Tenía setenta y un años Nezahualcoyotzin y había cerca de cuarenta y dos que gobernaba el imperio en compañía de los reyes mexicanos y tepanecas, cuando le dio una enfermedad procedida de los muchos trabajos que había padecido en recobrarle, sujetarle y ponerle en el mejor estado que antes ni después tuvo (el cual tuvo sesenta hijos varones y cincuenta y siete hijas, aunque los legítimos no fueron más que dos, como queda atrás declarado) y estando cercano a la muerte, una mañana mandó traer al príncipe Nezahualpiltzintli (que era de la edad de siete años poco más) y tomándole en sus brazos lo cubrió con la vestimenta real que tenía puesta, y mandó entrar a los embajadores de los reyes de México y Tlacopan que asistían en su corte y fuera de allí estaban aguardando en una sala para darle los buenos días, y habiéndoselos dado y salido fuera, descubrió al niño puesto en pie, y le mandó relatase lo que los embajadores le habían dicho y lo que él les había respondido; y el niño, sin faltar palabra, hizo la relación con mucha cortesía y donaire; hecho esto, habló con los infantes Ichantlatoatzin, Acapioltzin, Xochiquetzaltzin y Hecahuehuetzin sus hijos mayores (que eran presidentes de los consejos y estaban allí con los demás hermanos y hermanas) trayéndoles ante todas cosas a la memoria los trabajos y peregrinaciones que padeció desde su niñez y muerte y persecuciones de su padre Ixtlilxóchitl, hasta alcanzar y recobrar el imperio y gobernarle con tanto acuerdo y vigilancia como a ellos les constaba; y que para su perpetuidad, convenía a todos se quisiesen y amasen la paz y concordia, y si alguno intentase alteración y novedades de rebeldía entre ellos, aunque fuese el mayor y más tenido entre ellos, fuese castigado con pena de muerte sin dilación alguna; y luego les dijo: "veis a vuestro príncipe señor natural, aunque niño, sabio y prudente, el cual os mantendrá en paz y justicia, conservandoos en vuestras dignidades y señoríos, a quien obedeceréis como leales vasallos, sin exceder un punto de sus mandatos y de su voluntad; yo me hallo muy cercano a la muerte, y fallecido que sea, en lugar de tristes lamentaciones, cantaréis alegres cantos, mostrando en vuestros ánimos valor y esfuerzo, para que las naciones que hemos sujetado y puesto debajo de nuestro imperio, por mi muerte no hallen flaqueza de ánimo en vuestras personas, sino que entiendan que cualquiera de vosotros es solo bastante para tenerlos sujetos". Habiendo dicho otras muchas razones, y encargado al niño de la manera que había de gobernar y regir a sus súbditos y vasallos, guardando en todo y por todo las leyes que tenía establecidas, habló con el infante Acapioltzin y le dijo: desde hoy en adelante, harás el oficio de padre que yo tuve con el príncipe tu señor, a quien doctrinaras, para que siempre viva como debe, y debajo de tu consejo gobierne el imperio, asistiendo en su lugar y puesto, hasta que por sí mismo pueda regir y gobernar; y habiéndole encargado otras cosas que en semejantes casos se requieren, por la mucha satisfacción que de Acapioltzin tenía de lealtad, sagacidad y maduro consejo, le dejó en este puesto, y con lágrimas de sus ojos se despidió de todos sus hijos y privados, mandándoles salir de allí, y a los porteros que no dejasen entrar persona alguna. Dentro de pocas horas se le agravó la enfermedad, y falleció en el año que fue llamado chiquacen técpatl, que fue en el 1462. De esta manera, acabó la vida de Nezahualcoyotzin, que fue el más poderoso, valeroso, sabio y venturoso príncipe y capitán que ha habido en este nuevo mundo; porque contadas y consideradas bien las excelencias, gracias y habilidades, el ánimo invencible, el esfuerzo incomparable, las victorias y batallas que venció y naciones que sojuzgó, los avisos y ardides de que usó para ello, su magnanimidad, su clemencia y liberalidad, los pensamientos tan altos que tuvo, hallárase por cierto que en ninguna de las dichas, ni en otras que se podían decir de él le ha hecho ventaja capitán, rey ni emperador alguno de los que hubo en este nuevo mundo; y que él en las más de ellas la hizo a todos, y tuvo menos flaquezas que ningún otro de sus mayores, antes las castigó con todo cuidado y diligencia, procurando siempre más el bien común que el suyo particular; y era tan misericordioso con los pobres, que no se había de sentar a comer hasta haberlo remediado, como de ordinario usaba con los de la plaza y mercado, comprándoles a doblado precio de lo que podía valer, la miseria de lo que traían a vender para darlo a otros, teniendo muy particular cuidado de la viuda, del huérfano y demás imposibilitados; y en los años estériles, abría sus trojes para dar y repartir a sus súbditos y vasallos el sustento necesario, que para el efecto siempre se guardaba; y alzaba los pechos y derechos que tenían obligación de tributarle en tales tiempos sus vasallos. Tuvo por falsos a los dioses que adoraban los de esta tierra, diciendo que no eran sino estatuas de demonios enemigos del género humano, porque fue muy sabio en las cosas morales y el que más vaciló, buscando de donde tomar lumbre para certificarse del verdadero Dios y creador de todas las cosas, como se ha visto en el discurso de su historia, y dan testimonio sus cantos que compuso en razón de ésto, como es el decir, que había uno solo, y que éste era el hacedor del cielo y de la tierra, y sustentaba todo lo hecho y creado por él, y que estaba, donde no tenía segundo, sobre los nueve cielos que él alcanzaba; que jamás se había visto en forma humana ni en otra figura, que con él iban a parar las almas de los virtuosos después de muertos, y que las de los malos iban a otro lugar, que era el más ínfimo de la tierra, de trabajos y penas horribles. Nunca jamás (aunque había muchos ídolos que representaban diferentes dioses) cuando se ofrecía tratar de deidad, los nombraba ni en general ni en particular, sino que decía Intloque y Nahuaque, y palnemo alani, que significa lo que está atrás declarado; sólo decía que reconocía al sol por padre y a la tierra por madre, y aún muchas veces solía amonestar a sus hijos en secreto, que no adorasen aquellas figuras de los ídolos, y que aquello que hiciesen en público fuese sólo por cumplimiento, pues el demonio los traía engañados en aquellas figuras, y aunque no pudo de todo punto quitar el sacrificio de los hombres conforme a los ritos mexicanos, todavía alcanzó con ellos que tan solamente sacrificasen a los habidos en guerra, esclavos y cautivos, y no a sus hijos y naturales como solían tener de costumbre. Autores son de todo lo referido y de lo demás de su vida y hechos, los infantes de México, Itzcoatzin y Xiuhcozcatzin, y otros poetas e históricos en los anales de las tres cabezas de esta Nueva España, y en particular en los anales que hizo el infante Quauhtlatzacuilotzin, primer señor del pueblo de Chiauhtla, que comienzan desde el año de su nacimiento, hasta el tiempo del gobierno del rey Nezahualpiltzintli, y asimismo se halla en las relaciones que escribieron los infantes de la ciudad de Tetzcuco don Pablo, don Toribio, don Hernando Pimentel y Juan de Pomar, hijos y nietos del rey Nezahualpiltzintli de Tetzcuco, y asimismo el infante don Alonso Axayacatzin, señor de Itzapalapan, hijo del rey Cuitláhuac y sobrino del rey Motecuhzomatzin, y últimamente, en nuestros tiempos, lo tiene escrito en su historia y Monarquía indiana el diligentísimo y primer descubridor de la declaración de las pinturas y cantos, el reverendo padre fray Juan de Torquemada, padre del santo evangelio de esta provincia.
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De cómo se daban poco estos indios de haber las mujeres vírgenes y de cómo usaban el nefando pecado de la sodomía En muchas destas partes los indios dellas adoraban al sol, aunque todavía tenían tino a creer que había un Hacedor y que su asiento era en el cielo. El adorar al sol, o debieron de tomarlo de los ingas, o era por ellos hecho antiguamente en la provincia de los Guancabilcas, por sacrificio establecido por los mayores y usado de muchos tiempos dellos. Solían (según dicen) sacarse tres dientes de lo superior de la boca y otros tres de lo inferior, como en lo de atrás apunté, y sacaban destos dientes los padres a los hijos cuando eran de muy tierna edad, y creían que en hacerlo no cometían maldad, antes lo tenían por servicio grato y muy apacible a sus dioses. Casábanse como lo hacían sus Comarcanos, y aun oí afirmar que algunos o los más, antes que casasen, a la que había de tener marido la corrompían, usando con ella sus lujurias. Y sobre esto me acuerdo de que en cierta parte de la provincia de Cartagena, cuando casan las hijas y se ha de entregar la esposa al novio, la madre de la moza, en presencia de algunos de su linaje, la corrompe con los dedos. De manera que se tenía por más honor entregarla al marido con esta manera de corrupción que no con su virginidad. Ya de la una costumbre o de la otra, mejor era la que usan algunas destas tierras, y es que los más parientes y amigos tornan dueña a la que está virgen, y con aquella condición la casan y los maridos la reciben. Heredan en el señorío, que es mando sobre los indios, el hijo al padre, y si no, el segundo hermano; y faltando estos (conforme a la relación que a mí me dieron), viene al hijo de la hermana. Hay algunas mujeres de buen parescer. Entre estos indios de que voy tratando, y en sus pueblos, se hace el mejor y más sabroso pan de maíz que en la mayor parte de las Indias, tan gustoso y bien amasado que es mejor que alguno de trigo que se tiene por bueno. En algunos pueblos destos indios tienen gran cantidad de cueros de hombres llenos de ceniza, tan espantables como los que dije en lo de atrás que había en el valle de Lile, subjeto a la ciudad de Cali. Pues como éstos fuesen malos y viciosos, no embargante que entre ellos había mujeres muchas, y algunas hermosas, los más dellos usaban (a lo que a mí me certificaron) pública y descubiertamente el pecado nefando de la sodomía, en lo cual dicen que se gloriaban demasiadamente. Verdad es que los años pasados el capitán Pacheco y el capitán Olmos, que agora están en España, hicieron castigo sobre los que cometían el pecado susodicho, amonestándolos cuánto dello el poderoso Dios se desirve, y los escarmentaron de tal manera, que ya se usa poco o nada de este pecado, ni aun las demás costumbres que tenían dañosas, ni usan los otros abusos de sus religiones, porque han oído doctrina de muchos clérigos y frailes y van entendiendo cómo nuestra fe es la perfecta y la verdadera y que los dichos del demonio son falsos y sin fundamento, y cuyas engañosas respuestas han cesado. Y por todas partes donde el Santo Evangelio se predica y se pone la cruz, se espanta y huye, y en público no osa hablar ni hacer más que los salteadores, que hacen a hurto y en oculto sus saltos. Lo cual hace el demonio a los flacos y a los que por sus pecados están endurecidos en sus vicios. Verdad es que la fe imprime mejor en los mozos que no en muchos viejos; porque, como están envejecidos en sus vicios, no dejan de cometer sus antiguos pecados secretamente y de tal manera que los cristianos no los pueden entender. Los mozos oyen a los sacerdotes nuestros, y escuchan sus santas amonestaciones, y siguen nuestra doctrina cristiana. De manera que en estas comarcas hay de malos y buenos, como en todas las demás partes.
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CAPITULO XLIX Continúa confirmando en su Misión: recibe la noticia del nuevo Superior Gobierno: viene a visitar y a confirmar en estas Misiones del Norte, en donde recibió la noticia de la muerte del Exmô. Señor Virrey Bucareli. El retiro a su Misión de San Carlos, que al parecer le había de servir de descanso, era para más ejercitarse en el ministerio Apostólico, pues luego se puso a la continua labor del Catequismo de los Gentiles, y ya instruidos, en bautizarlos, y disponer a los Neófitos para confirmarlos, en cuyos santos ejercicios se mantuvo mientras estaba en su Misión, y siempre que se regresaba a ella le parecía, por lo que veía en los demás, que él era el más perezoso y tibio; pues solía decir: "Edificado vengo de lo que trabajan, y he visto han trabajado en las demás Misiones: aquí siempre nos quedamos atrás." En este cotidiano ejercicio se hallaba el fervoroso Padre cuando por junio de 79 por la Fragata que llegó con los víveres y avíos recibió la noticia de haber segregado del Gobierno del Exmô. Señor Virrey de la N. E. todas las Provincias Internas, contando entre ellas las Californias, y creado por S. M. un Comandante y Capitán General como Jefe de todas ellas, que lo era D. Teodoro de Croix, cuya residencia había de ser en la Provincia de Sonora, a quien se había de recurrir, como que en él residía el Superior Gobierno de las Internas Provincias de la N. E. Esta novedad tan impensada en estos nuevos Establecimientos no dejó de contristar a S. R. (aunque siempre muy resignado a la voluntad de Dios, en quien tenía puesta su confianza). Consideraba que mientras el nuevo Jefe tomaba asiento, ponía en corriente su Comandancia, y se imponía en tantos asuntos que de nuevo entraba a su cargo, podía retardar las providencias para estos nuevos Establecimientos, y principalmente las fundaciones de la Canal, que el año anterior con acuerdo del Señor Gobernador había pedido al Exmô. Señor Virrey; y no corriendo ya a su cargo era preciso hubiese demora. Pero el afecto grande que el Exmô. Señor Bucareli había cobrado al V. P. Junípero, y la atención que le debían sus espirituales proyectos, no le dieron lugar a olvidarlos, sino que los recomendó al nuevo Comandante, como lo expresa en la Carta que dicho Señor Comandante General antes de llegar a su destino escribió al V. P. Presidente, de la que es copia la siguiente. Copia de la Carta del Comandante General "Los informes de S. Excâ. y el contenido de las Cartas que V. P. le dirige me persuaden la actividad de su celo, su religiosidad y prudencia en el gobierno de esas Misiones, y trato de los Indios y solicitud de su verdadera felicidad. Yo en el día no puedo resolver en los auxilios que V. P. pide por los motivos que manifiesto a ese Gobernador; mas espero brevemente hallarme en estado de satisfacer su celo, y de trabajar infatigable al bien de esos nuevos Establecimientos, para cuyo logro confío contribuya V. P. no sólo continuando su acertadísima conducta, sino ilustrándome con sus avisos y reflexiones. V. P. hallará en mí cuanto pueda desear para la propagación de la Fe y gloria de la Religión, y le encargo que con todos los Religiosos ruegue a Dios por la prosperidad y buen éxito de mis importantes comisiones, como yo le pido por la salud de V. P. y que en ella le guarde muchos años. Querétaro 15 de agosto de 1777. =El Caballero de Croix=M. R. P. Presidente Fr. Junípero Serra." Esta Carta que tardó algo a llegar a manos del V. Padre Presidente mitigó algo la pena que tenía en su corazón. Consideraba la demora ya premeditada con la mutación de Gobierno tan distante de México, y en la Capital de la Comandancia no tener quien pudiese dar calor como lo tenía en México con el Colegio. Estas consideraciones le hacían avivar más las oraciones a Dios para que mirase esta causa como tan suya. Agravósele el habitual accidente que no le dio lugar a venir a estas Misiones del Norte a confirmar hasta octubre en el tiempo que estaban fondeadas en este Puerto las dos Fragatas que venían del registro de la Costa de la altura, de que hablé en el Capítulo 33. Deseaban los Señores Oficiales de dichas Fragatas así los Capitanes, como el Comandante de la Expedición (que todos lo habían tratado en Monterrey) el ver a S. R.; pero habiendo escrito que según se hallaba no juzgaba el poderse poner en camino, lo hicieron los Señores, enviando el Comandante D. Ignacio Arteaga a los dos Capitanes, su segundo D. Fernando Quirós, y a Don Juan Francisco de la Bodega y Quadra, a fin únicamente de visitar a S. R. enviando al mismo tiempo uno de los Cirujanos Reales de la Expedición para medicinarlo. Logré la ocasión de acompañar a los señores deseoso de ver a mi amado P. Lector. Llegamos el día 11 de octubre a la Misión de Santa Clara, y en la misma hora y punto llegó también el V. P. Junípero, que de repente se le puso el ponerse en camino para estas Misiones, a fin de hacer Confirmaciones, y de paso lograr el ver a los Señores de la Expedición, atropellando con el accidente, y poniendo toda la confianza en Dios; pero llegó tal que no se podía tener en pie, y no era para menos, pues anduvo en dos días el camino de veintisiete leguas; y cuando los Señores y Cirujano vieron la hinchazón de la pierna y pie con la llaga, decían que sólo de milagro podía andar; pero lo que es cierto que anduvo dicho camino, y nos dejó a todos llenos de gozo y admiración por la casualidad de llegar a un mismo tiempo S. R. que venía del Sur, y nosotros del Norte, sin que procediese aviso ni de una parte ni de otra. Expresaron los Señores con extraordinarias demostraciones el gusto que tenían de ver a S. R. haciéndole el cumplido de parte del Señor Comandante. El día siguiente que trató el Cirujano de aplicarle algún remedio, le dijo S. R. mejor será que lo dejemos para cuando lleguemos a la Misión de N. Padre, no sea que se empeore, y me imposibilite: así anduvo a pie, como si tal accidente no tuviera, y lo que mas admiró fue, el que luego se puso a bautizar unos Catecúmenos, para lo que convidó a los Señores para Padrinos, que quedaron admirados de que pudiese S. R. estar en pie tanto como duró la función, que decían los Capitanes que se habían cansado, aunque muy enternecidos de la devoción con que el R. P. hacía las santas ceremonias del Bautismo de los Adultos. Nos mantuvimos dos días en la Misión, y el día 14 salimos para ésta de N. S. P. en que gastamos día y medio para andar las quince leguas, y así llegamos el día 15. Fue su llegada de extraordinaria alegría y gozo para toda la Gente, así de mar como de tierra; dio las gracias al Señor Comandante de la fineza de haberle enviado a los Señores, como también los parabienes de la felicidad de la Expedición. "No sé (dijo S. R.) con qué corresponder a tanta fineza. Corresponderé con confirmarle los muchos de la Tripulación, que no estarán confirmados; y así podrá dar la orden para que se preparen para ello": Así lo hizo; y el día 21 de dicho octubre después de Misa cantada, en la que hizo una fervorosa Plática del Santo Sacramento de la Confirmación, lo administró así a los Indios como a los Españoles y Gente de mar que no estaban confirmados; y continuó otros tres días en hacer Confirmaciones, para que no quedase Persona alguna sin confirmar; y bautizó a doce Gentiles, convidando a los Señores Oficiales para Padrinos, que lo agradecieron mucho, e inmediatamente los confirmó, como también tuvo el gusto de confirmar los tres recién bautizados del Puerto de Bucareh. En solo este santo ejercicio pensaba S. R. olvidando totalmente su accidente; pero no se olvidaron los Señores Cirujanos; y queriendo ponerlo en cura se excusó diciendo: que con lo que había descansado se sentía mejor: que el accidente sin duda como de tantos años, necesitaría de larga cura; y como su detención era de pocos días, sería por demás el empezar la cura, que mejor sería dejarla para el Médico Divino. A los nueve días de estar S. R. en esta Misión llegó Correo por tierra de la antigua California con la triste noticia de la muerte del Exmô. Señor Virrey Bucareli, y de la publicación de la Guerra con Inglaterra, que causó a todos gran tristeza por haber perdido un tan celoso Virrey; y esta funesta noticia junto con la publicación de la Guerra obligó a los Señores a navegar cuanto antes para San Blas; así lo practicaron saliendo de este Puerto el último día de octubre, quedando en esa Misión el V. P. Presidente, para quien fue mayor la pena de la muerte de su grande Bienhechor y Protector para esta espiritual Conquista el Exmô. Señor Bucareli; que aunque ya no corría esta Provincia a cargo del Virreinato, sino de la nueva Comandancia general, consideraba que mucho podría valer su permanencia en el Virreinato, a lo menos para contener los atrasos que pudieran ocurrir con esta pena (aunque siempre confiando en Dios) salió mi V. P. Presidente de esta Misión el día 6 de noviembre, dejando confirmados a todos los Neófitos, y pasó a practicar lo propio a la Misión de Santa Clara, en la que se detuvo algunos días para confirmar así a los Neófitos, como a los de la Tropa y Vecinos del Pueblo de San José de Guadalupe, que no estaban confirmados; y con este mérito y algo aliviado de su accidente se retiró a su Misión de San Carlos.
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Capítulo XLIX Cómo sabida por Huascar la división que su hermano había hecho del rey no envió contra él a Huanca Auqui, y de las batallas que se dieron Luego que llegó a noticia de Huascar Ynga la partición que su hermano Hualpa hacía de los reinos y señoríos que habían sido de su padre Huayna Capac, y cuán al descubierto se rebelaba, sin quererle reconocer por Señor, y que ya otro remedio no había para reducirle sino el de la fuerza, estuvo para perder el juicio de tristeza y dolor, conociendo cuán trabajosa sería aquella guerra, más que civil, y la destrucción que causaría en sus gentes y las muchas que en ella morirían, y sobre todo saber que su hermano se había ejercitado en las guerras y conquistas de su padre. Y que era hombre de sobrado ánimo y corazón, y franco y liberal con los suyos, que era medio que le hacía ser bien quisto de todos, y que los ejércitos que estaban en Quito y obedecían a su hermano, eran los que habían militado con su padre, hechos a trabajos y peleas. Así, pareciéndole que ya no había lugar la disimulación, ni convenía dilatarlo más, porque no se fortaleciese y previniese mejor, despachó un poderosísimo ejercito de todas naciones, y con el por General a Huanca Auqui, su hermano, a Huapanti y a Huamaita, y otros de los más esforzados capitanes que tenía y de los de quien mayor confianza hacia. A Huanca Auqui por honrarlo más le dio unas andas en que anduviese, con que lo envió muy grato, y a los demás les favoreció de palabras y obras, dándoles mucho oro, plata, vestiduras ricas y otros dones preciosos, con lo cual todos ellos fueron muy contentos y ganosos de mostrar en todas ocasiones el deseo que de servir a Huascar tenían. Así caminando por sus jornadas llegaron a Tomebamba, donde repararon a que descansase la gente del ejército y se previniese otra de aquellas provincias, para poder con más gente hacer mejor la guerra. Pero Huanca Auqui quiso primero, por buenos medios, tentar a Atao Hualpa, y así le envió desde Tomebamba a saber la causa de su alzamiento con mensajeros particulares para este efecto. Atao Hualpa le respondió que bien sabía y había visto cómo estaba en Quito seguro y quieto, sin haber hecho ni dicho contra Huascar, su hermano, cosa en que le pudiese ofender ni deservir, ni de su parte había habido pensamiento de rebelión. Huascar Ynga, le había enviado a prender con ejército como si fuera rebelde y que por amparar su vida y la de los que con él estaban se había levantado, y que se acordase cómo Huascar su hermano, con una crueldad nunca vista, y una sed insaciable de la sangre de sus hermanos, había muerto a Conuno y otros hermanos suyos, sin causa ni fundamento alguno, y a muchos capitanes, de los que desde Quito habían ido acompañando el cuerpo de su padre, había hecho lo mismo, sin haber ellos intentado cosa contra él, en pago de los servicios que a su padre habían hecho en la guerra. Que mirase la soberbia y arrogancia que tenía y el menosprecio con que los trataba, que otro día haría otro tanto del Huaca Auqui, sin atender que era su sangre, y sus servicios. Cuando Huanca Auqui oyó estas razones, dicen que tuvo lástima de su hermano Atao Hualpa, de ver las lástimas que le refería, y acordándose de la muerte de los demás hermanos así mismo lloró. Pero, después, habiendo juntado los capitanes del ejército y con ellos consejo, les dijo: éste no se ha de dar por bien, justo será que le demos batalla, pues para eso nos envió nuestro señor Huascar Ynga acá. Otros dicen que Huanca Auqui movido de las razones de su hermano Atao Hualpa y de la miseria que se le aparejaba si era vencido, se hizo de secreto con él. Así con sus capitanes ordenó de darle batalla en el mismo Tomebamba, y mandóles que todos se pusiesen en escuadrón, con buen concierto y orden, pero ésta no fue con calor, y como los capitanes vieron lo que pasaba y lo poco que Huanca Auqui apretaba en ello y cómo tibiamente ordenaba la gente para la batalla, tomaron dello mala sospecha y sin duda pensaron que estaba hecho de concierto con Atao Hualpa, según los indicios que dello daba, pero ellos se pusieron a punto de guerra como mejor pudieron. Atao Hualpa viendo que ya la batalla no se podía escusar, habiendo hecho un razonamiento a los suyos y animándolos, poniéndoles delante la afrenta de ser vencidos y el trabajo que habían de pasar cuando escapasen con la vida, estando en poder de sus enemigos, y la gloria y honra del vencimiento y las riquezas que gozarían despojando sus contrarios, los mandó poner en concierto y visitó por su persona todos los escuadrones, lo cual fue de otra parte del río de Tomebamba. Así se mostró a los enemigos. Huanca Auqui acordó de entrar a darle la batalla por diez partes y dividiendo a su gente en ellas, se comenzó encima de la puente llamada Tumichaca, y con sumo esfuerzo y brío de ambas partes se prosiguió, cayendo a millares los que peleaban y duró todo el día con increíble porfía, sin poderse vencer los unos a los otros, y la noche los vino a departir, cansados ya de pelear y matarse. Otro día al amanecer tornaron de nuevo a la pelea con mayor braveza y coraje que el otro día antes, y con mayores muertes de los de Atao Hualpa, en la cual batalla Huanca Auqui y sus capitanes se dieron tan buena maña con su ejército que antes que se llegase el medio día rompió y venció a Atao Hualpa, el cual, no desmayando con tal suceso, en buena ordenanza se retiró con el restante de su gente a un cerro que se llama Mullutuyru y allí, con singular presteza, se fortaleció alrededor, por tener defensa si le acometían. Huanca Auqui muy gozoso de la victoria fue sobre su hermano y lo mandó cercar en el cerro, porque no se fuese. Temeroso que con la venida de la noche se escaparía, sin aguardar toda su gente, que mucha parte estaba derramada gozando de los despojos de los muertos en la batalla, y aún descuidada por la victoria, pareciendo que ya estaba concluida la guerra, entonces Huanca Auqui con sola la parte del ejército que con él estaba, antes de tiempo, y sin orden, arremetió, y como dicen algunos que estaba concertado con Atao Hualpa no gobernó bien los soldados como pudiera y debiera. Y Atao Hualpa, como hombre de guerra que conoció la ocasión y la confusión con que sus contrarios le acometían, viéndoles venir desordenados, animando a los suyos, y siendo él el primero, arremetieron con gentil denuedo a los que venían el cerro arriba y facilísimamente los desbarataron y los llevaron el cerro abajo huyendo. Y como los demás del ejército vieron desbaratado a su General Huanca Auqui, perdieron el ánimo y concierto y ellos también se comenzaron a retirar poco a poco hacia Tomebamba. Atao Hualpa, que no era perezoso, no quiso dejar pasar la buena ocasión que se le ofrecía y los fue ejecutando, matando e hiriendo sin ninguna piedad, y al fin los venció en el mismo río dicho, do hizo alto la gente de Huascar. Y allí murió y se ahogó infinito número della, que con la prisa que los enemigos le daban cargando sobre ellos, y con la turbación donde falta todo buen concierto, no acertaban a pasar el río ni a tomar el vado dél, el cual aquel día fue de color de sangre de la que de una parte y otra se derramó en la pelea por la mañana y al precedente al seguir el alcance, que ejecutó maravillosamente Atao Hualpa.
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Cómo el Almirante llegó a la Española, donde supo la muerte de los cristianos Viernes, a 22 de noviembre, llegó el Almirante al Norte de la Española; y luego envió a tierra de Samaná uno de los indios que llevaba de Castilla, natural de aquella provincia, ya convertido a nuestra santa Fe, el cual ofreció reducir todos los indios al servicio y en paz con los cristianos. Siguiendo el Almirante su camino hacia la Villa de la Navidad, llegado al Cabo del Angel, vinieron algunos indios a los navíos con deseo de cambiar algunas cosas con los cristianos, y pasando a dar fondo en el puerto de Monte Cristo, una barca que fue a tierra, encontró junto a un río dos hombres muertos; uno que parecía joven y el otro viejo, que tenía una cuerda de esparto al cuello, extendidos los brazos y atadas las manos a un madero en forma de cruz; no se pudo conocer bien si eran indios, o cristianos, pero lo tomaron a mal augurio. El día siguiente, que fue 26 de Noviembre, el Almirante tornó a mandar a la tierra por muchas partes; salieron los indios a conversar con los cristianos, muy amigable y resueltamente, y tocando el jubón y la camisa a los nuestros decían: camisa, jubón, dando a entender que sabían estos nombres; lo que aseguró al Almirante de la sospecha que tenía, por aquellos hombres muertos, creyendo que, si los indios hubiesen hecho mal a los cristianos que allí quedaron, no irían a los navíos tan resueltamente y sin miedo. Pero al día siguiente, que estaba surto junto a la boca del puerto de la Villa de la Navidad, pasada media noche, llegaron indios en una canoa, preguntaron por el Almirante, y diciéndoles que entrasen, que allí estaba, no quisieron subir, diciendo que si no le viesen y conociesen, no entrarían; de modo que fue necesario que el Almirante llegase al borde para oirlos; luego salieron dos que llevaban sendas carátulas y las dieron al Almirante de parte del cacique Guacanagarí, diciendo que éste se le encomendaba mucho. Luego, preguntados por el Almirante acerca de los cristianos que allí habían quedado, respondieron que, algunos de ellos habían muerto de enfermedad; otros se habían apartado de la compañía; otros se habían ido a distintos países, y que todos tenían cuatro o cinco mujeres. Por esto que dijeron, se conocía que todos debían ser muertos, o la mayor parte. Sin embargo, pareciéndole al Almirante que por entonces no debía hacer otra cosa, despidió a los indios con un presente de vacias, y otras cosas, para Guacanagarí y los suyos; y fueron aquella misma noche con estos regalos al cacique.
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De cómo los Chancas allegaron a la ciudad del Cuzco y pusieron su real en ella y del temor que mostraron los que estaban en ella y del gran valor del Inca Yupanqui. Después que los Chancas hobieron hecho sacrificios en Apurima y llegasen cerca de la ciudad de Cuzco, el capitán general que llevaban o señor dellos, Hastu Guaraca, les decía que mirasen la alta empresa que tenían, que se mostrasen fuertes y no tuviesen pavor ni temor ninguno de aquellos que pensaban espantar la gente con pararse las orejas tan grandes como ellos se ponían; y que si los vencían habrían mucho despojo e mujeres hermosas con quien holgasen; los suyos le respondían alegremente que harían el deber. Pues como en la ciudad del Cuzco hobiesen sabido ya de los que venían contra ella e Viracocha Inca ni su hijo Inca Urco no se diesen nada por ello, los orejones y más principales estaban muy sentidos por ello y, como ya supiesen los enemigos cuan cerca estaban, fueron hechos grandes sacrificios a su costumbre y acordaron de rogar a Inca Yupanqui que tomase el cargo de la guerra, mirando por la salud de todos. Y tomando la mano uno de los más ancianos, habló con él en nombre de todos y él respondió que, cuando su padre quería a él darle la borla, no consintieron, sino que fuese Inca el cobarde de su hermano y que él nunca con tiranía ni contra la voluntad del pueblo pretendió la dignidad real y que, pues ya habían visto Inca Urco no convenir para ser Inca, que hiciesen lo que eran obligados al bien público, sin mirar la costumbre antigua no fuese quebrantada. Los orejones respondieron que, concluída la guerra, entenderían en hacer lo que a la gobernación del reino conviniese; y dicen que por la comarca enviaron mensajeros que a todos los que quisiesen venir a ser vecinos del Cuzco les serían dadas tierras en el valle y sitio para casas y serían privilegiados; y así vinieron de muchas partes. Y pasado esto, el capitán Inca Yupanqui salió a la plaza donde estaba la piedra de la guerra, puesta en su cabeza una piel de león, para dar a entender que había de ser fuerte como lo es aquel animal. En este tiempo llegaban los Chancas a la sierra de Villacacunga y Inca Yupanqui mandó juntar la gente de guerra que había en la ciudad, con determinación de le salir al camino, nombrando capitanes los que más esforzados les pareció; mas tornando a tomar parecer, se acordó de los aguardar en la ciudad. Los Chancas llegaron a poner su real junto al cerro de Carmenga, que está por encima de la ciudad, y pusieron luego sus tiendas. Los del Cuzco habían hecho por las partes de la entrada de la ciudad grandes hoyos llenos de piedra y por encima tapados sotilmente, para que cayesen los que allí anduviesen. Como en el Cuzco las mujeres y muchachos vieron los enemigos, hobieron mucho espanto y andaba gran ruido. La ciudad está asentada entre cerros en lugar fuerte por natura y las laderas y cabos de sierras estaban, cortados y por muchas partes puestas púas recias de alma, que son tan recias como de hierro y más enconosas y dañosas. Inca Yupanqui envió mensajeros a Hastu Guaraca para que asentasen entre ellos y no hobiese muerte de gentes. Hastu Guaraca, con soberbia, tuvo en poco la embajada y no quiso más de pasar por lo que la guerra determinase; aunque, importunado de sus parientes y más gente, quiso tener plática con el Inca y así se lo envió a decir. Llegaron a tener habla el Inca y Hastu Guaraca; y estando todos puestos en arma aprovechó poco la vista, porque encendiéndose más con las palabras que el uno al otro se dijeron allegaron a las manos, teniendo grandísima grita y ruido; porque los hombres de acá son muy alharaquientos en sus peleas mas se teme su grita que no su esfuerzo por nosotros; y pelearon unos con otros gran rato y, sobreviniendo la noche, cesó la contienda quedándose los Chancas en sus reales y los de la ciudad por la redonda della, guardándola por todas partes, porque los enemigos no la pudiesen entrar; porque el Cuzco ni otros lugares destas partes no son cercados de muralla. Pasado el rebato, Hastu Guaraca animaba los suyos esforzándolos para la pelea y lo mesmo hacía Inca Yupanqui a los orejones y gentes que estaba en la ciudad. Los Chancas denodadamente salieron de sus reales con voluntad de la entrar y los del Cuzco salieron con pensamiento de se defender; y tornaron a la pelea, a donde murieron muchos de ambas partes; mas tanto fue el valor de Inca Yupanqui que alcanzó la vitoria de la batalla con muerte de los Chancas todos, que no escapó, a lo que dicen, sino poco más de quinientos, y entre ellos su capitán Hastu Guaraca, el cual con ellos, aunque con trabajo, llegó a su provincia. El Inca gozó el despojo y hobo muchos cativos, así hombres como mujeres.
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Cuéntase cómo desapareció la nao almirante y volvió a juntarse, y cómo se vio la segunda isla despoblada Ya se iba con alguna desconfianza navegando al Oeste franco, cuando se vieron algunas ballenas y muchos pájaros grajaos. Al amanecer deste día no se vio la almiranta. Luego el capitán mandó se reparase y mirase, como de los topes miraron, con antención a todas partes; y a las nueve del día a una fue vista venir la nao por nuestra estela con todas sus velas dadas. Causó tan grande alegría, cuanto dio pena su ausencia. Llegada, recibió el capitán tina carta, diciendo el almirante en ella, que aquella noche pasada se había muerto el farol de la capitana, y que como iba enfermo no veía lo que pasaba, ni todo lo que mandaba se hacía fielmente. Yendo así navegando, a veinte y nueve de enero al romper del día, vimos tina isla cerca; fuimos luego en su demanda. La zabra, a la parte del Sudueste, halló puerto en una pequeña caleta, a donde luego surgió en veinte y siete brazas de fondo y casi en tierra. iban las naos a lo mismo. Dieron de la zabra voces que ya habían garrado, y por esto viraron de otra vuelta, y la zabra zarpó su ancla y dio velas. Envióse de la almiranta tres hombres en un botiquín a tierra, y temiendo quedarse en ella dieron priesa en se volver, trayendo de allí ciertas piñas, fruta de algunos conocida, que no se comió por verde. Dijeron que aquel desembarcadero para el botiquín era malo y mucho peor para barcas. Esta isla al parecer dista de Lima ochocientas y setenta leguas: bojea diez. Es maciza, medianamente alta, llana, tiene arboledas y sabanas: es alcantil y sin fondo, y sus orillas de unos cóncavos roquedos, morada sola de pájaros: su altura veinte y cuatro grados y tres cuartos; su nombre San Juan Bautista; y por no haber en ella puerto para buscar agua y leña, seguimos nuestro viaje al Oes-noroeste. Este día vino el almirante a ver al capitán para tratar ciertas cosas, el cual, por desterrar enemistades hizo que el almirante y el piloto mayor se abrazasen y quedasen los dos amigos, porque lo eran muy poco. El otro siguiente día, que fue penúltimo de enero, se vieron mucho número de pájaros, y el último tuvimos unos aguaceros tan recios que obligó a calar los masteleos.