Capítulo XLIII Que trata del suceso que a los seis de a caballo que al Pirú iban les sucedió en el camino Caminando estos seis compañeros llevando por caudillo a Alonso de Monrroy, por sus jornadas. No muy seguros de los indios que en cada valle topaban. De esta manera llegaron al valle de Copiapó, y entrando en él fueron a una chácara a tomar comida para luego pasar adelante. Ya tenía cada uno su carga de maíz cogida y a las ancas del caballo puestas para proseguir su viaje, y esto hacían temiéndose de los naturales, y estando en esto que se querían salir de la chácara, vinieron a ellos dos capitanes indios del valle, que el uno se llamaba Cateo y el otro Ulpar, y traían consigo cincuenta indios de guerra. Luego los españoles se apercebieron. En esto dijo el un capitán Cateo que no venía a pelear, sino que los enviaba a llamar un cristiano que a la sazón en el valle estaba. Y este cristiano que estaba en el valle era de ocho que vinieron tras del general y mataron a los siete, y éste le dejaron los indios. Esto hicieron estos indios por asegurallos. Visto por el capitán Alonso de Monrroy lo que los indios decían, les preguntó que dónde estaba aquel cristiano, y le dijeron que allí junto estaba. Y mandó el capitán que cabalgasen aquellos capitanes indios a las ancas de dos de ellos y que fuesen a ver si era verdad lo que decían. Y ellos cabalgaron luego con apercibimiento que les dio a los que los llevaban, que si en algo los hallasen mentirosos, les diesen de puñaladas, cada uno al que llevaba, y luego que diesen en los demás indios. Caminaron obra de media legua donde hallaron el español que les habían dicho. Y llegados que llegaron, salió el español a ellos llorando de placer de ver españoles, que había nueve meses que estaba allí en poder de indios. Y abrazáronle todos y se holgaron con él, y le preguntaron por los caciques. Y les dijo que estaban seis leguas de allí huidos, pensando que venían más españoles, porque ya tenía noticia de como venían. En lo cual les dijo este español que le enviasen un caballo y mensajero al cacique, que no deseaba sino ver un capitán para salirle de paz, el cual le envió al capitán Alonso de Monrroy, y quedaron allí por aquella noche. Otro día siguiente en la tarde vieron venir toda la gente del valle a punto de guerra, y el cacique Aldequín encima del caballo que le habían enviado. Visto por el capitán Alonso de Monrroy como venían los indios, dijo al español que hallaron allí: "Mucha gente es ésta para venir a servir y de paz, y vienen a punto de guerra". Respondió Gasco, que así se llamaba aquel español: "Es usanza que tienen entre ellos, que aunque vayan a la chácara, cuando van hacer las sementeras, van con sus armas en las manos. Sálgale vuestra merced a recebir". Tanto le importunó que salió el capitán y otro compañero, avisando a los demás que estuviesen a punto. Llegando a donde venía el cacique en medio de su gente, se quitó el arco de las manos como vido Alonso de Monrroy y diolo a un paje, y saludóle conforme a su usanza. Y de esta manera se fueron todos a una ramada y casa grande que era de aquel señor, y allí se asentaron. Y luego mandó traer de comer para los españoles, y empezó a desculparse con el capitán Alonso de Monrroy, que si hasta allí había hecho guerra y muerto cristianos, que no tenía él culpa, sino otro señor que arriba en el mismo valle estaba. Estuvieron aquel día y la noche los españoles, y retrujéronse a su dormida, aunque en toda la noche no durmieron sueño ni se apearon de los caballos, velando por sus cuartos. Venida la mañana dijeron que se querían ir otro día siguiente, y entre ellos estaba concertado de seguir aquella noche su camino y dejar aquella gente, si no fuera por aquel español que allí estaba, que les dijo tanto que los aseguró. Y visto los indios su determinación, dijeron que les querían hacer una ramada para en que estuviesen, y esto fue para ellos tener entrada entre ellos y efectuar su intención. Y haciendo aquesta ramada, en achaque de traer recaudo, traían sus armas secretamente debajo de sus mantas. Dieron en los españoles por todas partes de tal manera que luego mataron los cuatro españoles. Visto por el capitán Alonso de Monrroy, él y otro compañero cabalgaron y dieron dos y tres vueltas rompiendo por todos los indios. Y visto que no tenían remedio ni eran parte para tanta gente, salieron de entre ellos y tomaron su viaje, y se metieron por el despoblado, aunque llevaban los caballos bien heridos y ellos bien fatigados de sed y heridos. Salió del valle detrás de ellos el capitán que se decía Cateo, y ellos con todo su trabajo revolvían sobre los indios y aún les daban en qué entender. Y como no llevaban lanzas no eran parte para ellos, y los siguieron una legua, y como los indios vieron que se defendían, se volvieron al valle, y los dos españoles siguieron su camino y anduvieron tres días que no atinaron con el camino real, y como les fatigaba la sed y hambre y los caballos fatigados, no tenían remedio sino el de Dios, y volver donde habían salido. Y visto por el cacique que los indios se habían vuelto sin llevar las cabezas de aquellos dos españoles, mandó a este mesmo capitán que se apercebiese con sesenta indios y que llevasen comida y agua, y que no volviesen sin traer las cabezas de aquellos españoles, y que les siguiesen hasta Atacama. Y estando estos dos españoles para volver, se llegó este capitán a ellos con su gente, y visto por los españoles los indios, con todo su trabajo querían más morir peleando que no darse. Visto por el capitán indio que los dos españoles se venían para ellos para defenderse, les dijo en lengua del Cuzco: "Ama raca -que quiere decir, esperaos que os quiero hablar primero- A mí me ha mandado Aldequín que os lleve vivos allá y que no tengáis miedo, que como tiene vivo aquel cristiano que hallastes en el valle, que así lo hará con vosotros". El capitán Monrroy, visto que ya tenían habla con los indios, preguntóle que si traían agua que le diesen a beber y que luego los matase si quisiese. Dijo el capitán indio que él traía allí una poca de agua, mas que primero que la diese le habían de dar las armas. Y visto el capitán Monrroy el partido dijo que le placía y: "hela aquí la espada", y con la otra mano tomó el vaso del agua el capitán Monrroy, y otro tanto hizo el otro que venía con él. Y desque hubieron bebido, les juró el capitán indio que no les querían matar sino llevarlos vivos a su señor. Y así se fueron con él. Y en el camino tardaron cuatro días, y en la mitad de esta jornada toparon otro capitán con otros sesenta indios que venían en su busca. A la entrada del valle les dijo el capitán indio: "Cristianos, la usanza de esta tierra es que cualquiera prisionero que entre en él, son obligados los capitanes que te traen a meterles las manos atadas y sogas a la garganta", y ansí se las ataron y llevaron al cacique.
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De cómo el rey Nezahualcoyotzin se casó con Azcalxochitzin, hija del infante Temictzin su tío y del extraño modo con que se consiguió este matrimonio En todo este discurso de tiempo Nezahualcoyotzin no había casádose conforme a la costumbre de sus pasados, que es tener una mujer legítima de donde naciese el sucesor del reino, aunque a esta sazón, de sus concubinas (que tenía muchas en sus palacios y jardines) tenía muchos hijos, que algunos de ellos le habían ayudado en las guerras y conquistas atrás referidas y eran ya famosísimos capitanes. El rey Itzcoatzin su tío y el rey Motecuhzomatzin, que a esta sazón lo era de México, no se habían atrevido a tratarle casamiento alguno hostigados de lo pasado, cuando volvió a las veinticinco doncellas no admitiéndolas y así se estaba por casar; y acordando de tomar estado, mandó que le trajesen algunas doncellas que fuesen hijas legítimas que fuesen de los señores de Huexotla y Coatlichan (que eran las casas más principales y antiguas del reino y en donde se habían casado sus pasados los emperadores chichimecas), de las cuales no se halló más de una de la casa de Coatlichan y ésa era tan niña que se la entregó a su hermano el infante Quauhtlehuanitzin para que la criase y doctrinase y siendo de edad la trajese a palacio para luego celebrar con ella las bodas. En este medio tiempo falleció el infante Quauhtlehuanitzin que ya era muy viejo y Ixhuetzcatocatzin su hijo, heredero de su casa y estado, entrado que fue en la sucesión de su padre, viendo aquella tan noble y no sabiendo para que efecto se criaba, se casó con ella; que cuando el rey se vino a acordar, ya era dueño de ella su sobrino y no sabiendo aquél lo que había le envió a llamar y le dijo trajese aquella señora, que había criado su padre, a palacio para tomar estado con ella, pues para este efecto la había dado a su padre, el cual le respondió al rey, que aquella señora era ya su esposa, que la había recibido no sabiendo lo que entre su padre y su alteza se había tratado, y que bajo de esto hiciese lo que fuese servido. El rey sin responderle palabra lo remitió a los jueces para que lo castigasen si había cometido delito, los cuales hallaron no tener culpa y lo dieron por libre; y viéndose el rey tan desdichado en esta parte, habiendo sido tan venturoso en todas sus cosas, le causó muy gran tristeza y melancolía, que casi desesperado se salió solo y sin compañía de palacio y se fue hacia los bosques que tenía en la laguna, y no dándole gusto cuanto había, fue prosiguiendo su viaje hasta ir a dar en el pueblo de Tepechpan, que viéndole Quaquauhtzin señor de allí y uno de los catorce grandes del reino, le salió a recibir y lo llevó a sus palacios, en donde le sirvió con comida, que hasta entonces no había comido aquel día; y para más regalarle quiso que en la mesa le sirviese Azcalxochitzin señora mexicana hija del infante Temictzin su tío y prima hermana suya, que este señor la criaba para tomar estado con ella y ser su mujer legítima, y hasta entonces no la había gozado por no tener edad para el efecto, porque sus padres se la dieron niña pequeña en recompensa de un gran presente de oro, piedras preciosas, mantas, plumería y esclavos que les dio, que era de los despojos de una de las conquistas atrás referidas, en que se había hallado por capitán general. El rey, cuando vio aquella señora, que era su prima hermana, tan hermosa y dotada de gracias y bienes de naturaleza, le quitó todas las melancolías y tristezas que tría consigo y le robó el corazón, y disimulando lo mejor que pudo su pasión, se despidió de este señor y se fue a su corte, en donde dio orden con todo el secreto del mundo (sin jamás dar a sentir sus designios) de mandar quitar la vida a Quaquauhtzin por parecer mejor su hecho, y fue de esta manera: despachó a la señoría de Tlaxcalan un mensajero (que era de su casa y de quien más se fiaba), a decir que a su reino convenía que fuese muerto Quaquauhtzin, uno de los grandes de él, por ciertos delitos graves que había cometido, y para darle muerte honrosa pedía a la señora mandase a sus capitanes lo matasen en la batalla, que para tal día lo enviaría al efecto, de manera que no lo dejasen volver con vida; y luego llamó el rey dos capitanes de quienes él mucho se fiaba y les dijo que para tal día quería enviar a la guerra que se acostumbraba hacer en el campo de la frontera de Tlaxcalan a Quaquauhtzin, y que los metiesen en lo más peligroso de ella, de manera que los enemigos lo matasen y no escapase con vida, porque convenía así por cierto delito grave que había cometido, y que le daba esta muerte honrosa por la buena voluntad que le tenía. Luego le envió a llamar y apercibir que se dispusiese a esta guerra y jornada por general de ella. Quaquauhtzin obedeció el mandato de su rey, aunque le causó admiración y novedad, que siendo como era, soldado viejo y que no competía a su persona y calidad ir a esta jornada, se le enviase a ella: y así sospechó su daño y compuso unos cantos lastimosos que cantó en un despedimiento y convite que hizo de todos sus deudos y amigos. Ido que fue a esta jornada se quedó en ella muerto y hecho pedazos por los tlaxcaltecas. Hecha que fue esta diligencia le restaba otra, que era saber la voluntad de su prima, y porque nadie echase de ver sus designios fue a visitar a su hermana la infanta Tozcuentzin a quien comunicó su deseo, diciéndole que quería tomar estado y no hallaba otra persona en el reino con quien lo pudiese hacer, si no era con Azcalxochitzin, mujer que había de ser de Quaquauhtzin señor de Tepechpan, que los tlaxcaltecas habían muerto pocos días había, y que sólo le restaba saber la voluntad de esta señora, y por ser tan reciente la muerte de su esposo que había de ser, no le sería bien notado tratarlo a lo público, que ella diese orden como hablarla de secreto y saber su gusto. La infanta respondió que en su casa tenia una vieja criada suya, que muy de ordinario la iba a visitar y curar el cabello, con quien podía su alteza enviarle a hablar. Y así, el rey le mandó que de su parte le dijese a su prima que le pesaba de la muerte de su esposo que había de ser, y por la obligación grande que le tenía, pues era su prima hermana, tenía propuesto de tomarla por mujer y ser reina y señora de su estado y señorío, que esto se lo dijese muy en secreto, sin que persona ninguna lo entendiese. La vieja se dio tan buena maña, que dio su mensaje a la señora a solas y muy a gusto, porque ella respondió que su alteza hiciese lo que fuese servido de ella, pues tenía obligación de honrarla y ampararla, pues era su deuda. Sabiendo el rey la voluntad de esta señora, mandó luego que desde Tepechpan hasta el bosque de Tepetzinco se hiciese una calzada toda estacada, y acabada, se trajese de Chiuhnauhtla una peña que estaba en una recreación en donde fue puesto el pellejo de su hermano Acotlótlil que mandó matar y desollar el tirano Tezozómoc como atrás queda referido, dando cierto término para hacerlo todo, y luego mandó a la vieja fuese a verse con Azcalxochitzin, su prima, y le dijese, que para tal día pasaría por su pueblo una peña que había de traer de Chiuhnauhtla para ponerla en el bosque de Tepetzinco, y que ella saliese tras de ella y fuese a verla poner en el bosque con todo el más acompañamiento de gente que pudiese, sin dar a sentir que era por su orden, sino por curiosidad de ver aquella grandeza: y que él estaría en un mirador desde donde la vería, y mandaría llevar a palacio, en donde después se celebrarían las bodas, y ella sería jurada y recibida por reina y señora de Tetzcuco: lo cual se puso a efecto, y el día citado fue esta señora con todos los caballeros de Tepechpan, acompañada de todas sus amas, criadas y de otras señoras, y el rey estando en un mirador con todos sus grandes , como admirando ver tan grande acompañamiento de gente y tantas mujeres en parte donde pocas veces parecían, preguntó muy al disimulo a sus grandes ¿quién era aquella señora?: dijeron que era Azcalxochitzin, su prima, que venía a ver aquella peña que se había traído en dónde se había de poner. El rey, oído esto, dijo que no era razón que su prima siendo tan niña anduviese en semejante lugar, y que así la llevasen a palacio, en donde estaría mejor. Llevada que fue, pasados algunos días, y habiendo comunicado el rey a sus grandes cómo sería bien casarse con ella, pues era doncella y de tan alto linaje, a los grandes les pareció muy bien, y así se celebraron las bodas con mucha solemnidad y regocijos y fiestas, hallándose en ellas Motecuhzomatzin y Totoquihuatzin y otros muchos señores, y fue jurada y recibida por reina y señora de los aculhuas chichimecas. Con la astucia referida hubo esta señora Nezahualcoyotzin, sin que jamás supiesen con cercioridad si la muerte de Quaquauhtzin fuese de intento o caso fortuito que le sucediese, aunque los autores que alcanzaron este secreto, y fueron su hilo y nietos, le condenan por la cosa más mal hecha que hizo en toda su vida, y no le hallan otra más de ésta, digna de ser tenida por mala y abominada, aunque el celo y amor le cegó.
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Que trata que hay que decir de los más pueblos de indios que hay hasta llegar a los aposentos de Tumebamba Estos aposentos de Ríobamba ya tengo dicho cómo están en la provincia de los Puruaes, que es de lo bien poblado de la comarca de la ciudad de Quito, y de buena gente; éstos andan vestidos, ellos y sus mujeres. Tienen las costumbres que usan sus comarcanos, y para ser conoscidos traen su ligadura en la cabeza, y algunos o todos los más tienen los cabellos muy largos y se los entrenchan bien menudamente; las mujeres hacen lo mismo. Adoran al sol, hablan con el demonio los que entre todos escogen por más idóneos para semejante caso, y tuvieron, y aun parece que tienen, otros ritos y abusos, como tuvieron los ingas, de quien fueron conquistados. A los señores, cuando se mueren, les hacen, en la parte del campo que quieren, una sepultura honda cuadrada, a donde le meten con sus armas y tesoros, si lo tiene. Algunas destas sepulturas hacen en las propias casas de sus moradas; guardan lo que generalmente todos los más de los naturales destas partes usan, que es echar en las sepulturas mujeres vivas de las más hermosas; lo cual hacen porque yo he oído, a indios que para entre ellos son tenidos por hombres de crédito, que algunas veces, permitiéndolo Dios por sus pecados e idolatrías, con las ilusiones del demonio les paresce ver a los que de mucho tiempo eran muertos andar por sus heredades adornados con lo que llevaron consigo y acompañados con las mujeres que con ellos se metieron vivas; y viendo esto, paresciéndoles que a donde las ánimas van es menester oro y mujeres, lo echan todo, como he dicho. La causa desto, y también por qué hereda el señorío el hijo de la hermana y no del hermano, adelante lo trataré. Muchos pueblos hay en esta provincia de los Puruaes, a una parte y a otra, que no trato dellos por evitar prolijidad. A la parte de levante de Ríobamba están otras poblaciones en la montaña que confina con los nacimientos del río del Marañón y la sierra llamada Tinguragua, alrededor de la cual hay asimismo muchas poblaciones; las cuales unas y otras guardan y tienen las mismas costumbres que estotros indios, y andan todos ellos vestidos, y sus casas son hechas de piedra. Fueron conquistados por los señores ingas y sus capitanes, y hablan la lengua general del Cuzco, aunque tenían y tienen las suyas particulares. A la parte del poniente está otra sierra nevada, y en ella no hay mucha población, que llaman Urcolazo. Cerca desta sierra se toma un camino que va a salir a la ciudad de Santiago, que llaman Guayaquil. Saliendo de Ríobamba se va a otros aposentos llamados Cayambi. Es la tierra toda por aquí llana y muy fría; partidos della, se llega a los tambos o aposentos de Teocaxas, que están puestos en unos grandes llanos despoblados y no poco fríos, en donde se dio entre los indios naturales y el capitán Sebastián de Belalcázar la batalla llamada Teocaxas; la cual, aunque duró el día entero y fue muy reñida (según diré en la tercera parte desta obra), ninguna de las partes alcanzó la vitoria. Tres leguas de aquí están los aposentos principales, que llaman Tiquizambi, que tienen a la mano diestra a Guayaquil y sus montañas y a la sinestra a Pomollata y Quizna y Macas, con otras regiones que hay, hasta entrar en las del Río Grande, que así se llaman; pasados de aquí, en lo bajo están los aposentos de Chanchan, la cual, por ser tierra cálida, es llamada por los naturales Yungas, que quiere significar ser tierra caliente; a donde, por no haber nieves ni frío demasiado, se crían árboles y otras cosas que no hay a donde hace frío; y por esta causa todos los que moran en valles o regiones calientes y templadas son llamados yungas, y hoy día tienen este nombre, y jamás se perderá mientras hubieren gentes, aunque pasen muchas edades. Hay destos aposentos hasta los reales suntuosos de Tumebamba casi veinte leguas; el cual término está todo repartido de aposentos y depósitos que estaban hechos a dos y a tres y a cuatro leguas. Entre los cuales están dos principales, llamados el uno Cañaribamba y el otro Hatuncañari, de donde tomaron los naturales nombre, y su provincia, de llamarse los cañares como hoy se llaman. A la mano diestra y siniestra deste real camino que llevo hay no pocos pueblos y provincias, los cuales no nombro porque los naturales dellas, como fueron conquistados y señoreados por los reyes ingas, guardaban las costumbres de los que voy contando y hablaban la lengua general del Cuzco y andaban vestidos ellos y sus mujeres. Y en la orden de sus casamientos y heredar el señorío se hacía como los que he dicho atrás en otros capítulos, y lo mismo en meter cosas de comer en las sepulturas y en los lloros generales, y enterrar con ellos mujeres vivas. Todos tenían por dios soberano al sol; creían lo que todos creen, que hay Hacedor de todas las cosas criadas, al cual en la lengua del Cuzco llaman Ticebiracoche; y aunque tuviesen este conocimiento, antiguamente adoraban árboles y piedras y a la luna, y otras cosas, impuestos en ello por el demonio, enemigo nuestro, con el cual hablan los señalados para ello, y les obedescen en muchas cosas; aunque ya en estos tiempos, habiendo nuestro Dios y Señor alzado su ira destas gentes, fue servido que se predicase el sagrado Evangelio y tuviesen lumbre de la fe, que no alcanzaban. Y así, en estos tiempos ya aborrecen al demonio, y en muchas partes que era estimado y venerado es aborrecido y detestado como malo, y los templos de los malditos dioses deshechos y derribados; de tal manera, que ya no hay señal de estatua ni simulacro, y muchos se han vuelto cristianos, y en pocos pueblos del Perú dejan de estar clérigos y frailes que los dotrinan. Y para que más fácilmente conozcan el error en que han vivido, y conoscido abracen nuestra santa fe, se ha hecho arte para hablar su lengua con gran industria, para que se entiendan los unos y los otros; en lo cual no ha trabajado poco el reverendo padre fray Domingo de Santo Tomás, de la orden del señor santo Domingo. Hay en todo lo más deste camino ríos pequeños, y algunos medianos y pocos grandes, todos de agua muy singular, y en algunos hay puentes para pasar de una parte a otra. En los tiempos pasados, antes que los españoles ganasen este reino, había por todas estas sierras y campañas gran cantidad de ovejas de las de aquella tierra, y mayor número de guanacos y vicunias; mas, con la priesa que se han dado en las matar los españoles, han quedado tan pocas que casi ya no hay ninguna. Lobos ni otras bestias, ni animales dañosos, no se han hallado en estas partes, salvo los tigres que dije haber en las montañas de la Buenaventura, y algunos leones pequeños y osos. También se ven por las quebradas y partes donde hay montaña algunas culebras, y por todas partes raposas, chuchas y otras salvajinas de las que en aquella tierra se crían; perdices, palomas, tórtolas y venados hay muchos, y en la comarca de Quito hay gran cantidad de conejos, y por las montañas algunas dantas.
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CAPITULO XLIII Llega socorro de Tropa, y favorables órdenes con que se logra el restablecer la Misión de San Diego, y la fundación de Saca Juan Capistrano. A los veintiún días de suspendida la obra de la reedificación de la Misión de San Diego llegaron por tierra a aquel Presidio por la antigua California los veinte y cinco Soldados que remitía S. Excá. para reforzar la Tropa, y por el cabo de ellos recibió el V. P. Presidente las dos Cartas tan consolatorias de S. Excâ. que quedan ya copiadas en el Capítulo 41 folio 187 y 189. Estas felices noticias que recibió el V. P. Presidente el día 29 de septiembre, Fiesta del Príncipe Gloriosísimo San Miguel (concedido nuevamente por su Santidad Patrón de todas las Misiones del Colegio) causaron suma alegría al fervoroso Padre, que quiso expresarlo con un solemne repique de campanas, y el día siguiente con Misa cantada en acción de gracias por este beneficio, encargando a los Padres hiciesen lo mismo en las Misas rezadas, y que pidiesen a Dios por la salud y vida del Exmô. y fervoroso Señor Virrey. Enterado el Comandante D. Fernando Rivera de las superiores órdenes de S. Excâ. puso luego en libertad a los Indios presos que quería con el Barco despachar para San Blas, y aprontó la Escolta de doce Soldados para la Misión de San Diego, para que se fuese a la reedificación de dicha Misión; y para la fundación de San Capistrano nombró diez, y un Cabo, y añadió dos a la de San Gabriel, y los restantes quedaron para el Presidio, que quedó con la fuerza de treinta Hombres; y no queriendo presenciar dichas fundaciones, subió para Monterrey con los doce Soldados de las Misiones de N. P. San Francisco. En cuanto el fervoroso P. Junípero se vio con los auxilios que necesitaba, sin pérdida de tiempo pasó a la reedificación de la Misión de San Diego con otros dos Misioneros, mudándose al sitio con todos los Neófitos de dicha Misión, y empezó con todo empeño la obra, trabajando los Neófitos con mucha alegría, y con tal esfuerzo, que en breve dieron muestras de que no tardarían en poner en buen estado la Misión. Puestos en corriente, dejando en la obra a los dos Misioneros, se retiró S. R. al Presidio a disponer para la de San Capistrano: y supuesto que en breve saldría el Barco, se puso a escribir a S. Excâ., dándole las gracias así del perdón de los Indios que había enviado para que se pusiesen en libertad, como del aumento de la Tropa, y de las demás Ordenes y providencias que había enviado, y que en cumplimiento de ellas quedaba ya corriente la obra de San Diego con mucho gusto de los Indios; y que luego de salido el Barco pasaría a fundar la de San Juan Capistrano. Así lo practicó, llevando consigo los dos Misioneros el P. Lector Fr. Pablo Mugartegui y el P. Fr. Gregorio Amurrio, y todos los avíos pertenecientes a ella, escoltados de un Cabo con diez Soldados, llegaron al sitio en donde hallaron enarbolada la Cruz, y desenterraron las campanas, a cuyo repique ocurrieron los Gentiles muy festivos de ver volvían a su tierra los Padres. Hízose una enramada, y puesto el Altar, dijo en él el V. Padre Presidente la primera Misa. Deseoso de que se adelantase la obra tomó el trabajo de pasar S. R. a la Misión de San Gabriel a fin de traer algunos Neófitos para ayuda de la obra, algún socorro de víveres para todos, y el ganado vacuno que allí estaba. Regresando para la nueva Misión con dicho socorro, quiso adelantarse de las cargas para llegar más breve, y se fue con un Soldado, que conducía el ganado, y con un Neófito de San Gabriel. A la medianía del camino, como diez leguas de la Misión se vio en evidente peligro de que lo matasen los Gentiles, y según S. R. me contó la primera vez que después nos vimos, creyó ciertamente que lo mataban: porque les salió al camino un gran pelotón de Gentiles, todos embijados, y bien armados con sus espantosos alaridos enarcando sus flechas en ademán de matar al Padre y al Soldado, con el interés sin duda de quedarse con el ganado. Librólos Dios por medio del Neófito, que viendo la acción de los Gentiles les gritó que no matasen al Padre, porque atrás venían muchos Soldados que acabarían con ellos. Oyendo esto en su propia lengua e idioma se contuvieron, los llamó el Padre, y se le arrimaron todos ya convertidos en mansos corderos, los persignó a todos, como siempre lo acostumbró, y después les regaló con abalorios (cuentas de vidrio que estiman mucho) y los dejó ya hechos amigos, y prosiguió su camino sin la menor novedad, más que la fatiga del viaje, y el dolor del pie. Llegó al sitio de la nueva Misión, y con el socorro de Peones y víveres, se dio más calor a la obra material. Es el sitio de la Misión muy alegre y con buena vista, pues desde las casas se ve la Mar, y los Barcos cuando cruzan, pues (lista de la Playa como media legua, con buen fondeadero para las Fragatas, y resguardadas en el tiempo que vienen los Barcos; que en este tiempo que reinan los Sures no estarían muy seguras por estar abierto y descubierto por dicho rumbo; pero por el Norte y demás laterales están seguros los Barcos por una tierra alta que sale muy afuera formando una ensenada nombrada de los Marítimos de San Juan Capistrano, la que tiene un Estero mediano, al que vacía el Arroyo de agua buena que corre por el lado de las casas de la Misión: cerca del Estero desembarcan las cargas de dicha Misión, y las de San Gabriel, con lo que se ahorran de haber de ir hasta el Puerto de San Diego a transportar con Mulas los avíos. Hállase situada la Misión en la altura del Norte de 33 1/2 grados, distante de la Misión y Puerto de San Diego veinte y seis leguas, y de la de San Gabriel rumbo al Noroeste diez y ocho leguas. E1 temperamento es bueno, logrando sus calores en el Verano, y sus fríos en el Invierno, y hasta ahora se ha experimentado sano; a su tiempo hay lluvias, y ayudados del riego con el agua de dicho Arroyo, consiguen abundantes cosechas de Trigo y Maíz, legumbres de Frijol, etc. no sólo lo suficiente para la manutención de los Neófitos, sino que les sobra para socorrer a la Tropa, a trueque de Ropa, para ayudar a vestirse. Logra también buenos pastos para toda especie de ganados, que se han aumentado mucho. Habiendo reparado desde el principio de la fundación, que toda aquella tierra estaba matizada de Parras silvestres, que parecían Viñas, dieron en sembrar unos Sarmientos mansos, traídos de la antigua California, y han conseguido ya el lograr Vino, no sólo para las Misas, sino también para el gasto, como asimismo de frutas de Castilla de Granadas, Duraznos, Melocotones, Membrillos etc. y logran muy buenas hortalizas, etc. Con el auxilio del Intérprete que de San Gabriel llevó el V. P. Presidente y Fundador, como desde luego se les pudo decir el fin principal que los atraía a venir a vivir entre ellos; que era a enseñarles el camino del Cielo, a hacerlos Cristianos, para que se salvasen, etc. que de tal manera lo entendieron, y se les impresionó que luego empezaron a pedir el Bautismo, de modo, que según escribieron al principio los Padres, que así como los Gentiles de las otras Misiones habían sido molestos en pedir a los Padres cosas de comer y otros regalitos, los de San Juan Capistrano eran molestos en pedir el Bautismo, haciéndoseles largo el tiempo de la instrucción; y por esto, y con dicho auxilio se dio calor a la obra espiritual, y en breve lograron los primeros Bautismos, y se fue aumentando el número de ellos de modo, que cuando murió el V. P. Fundador Fr. Junípero contaban ya cuatrocientos y setenta y dos Naturales de aquel sitio y Rancherías comarcanas, y luego después de su ejemplar muerte fue en gran manera aumentándose el número. Pues habiendo Yo escrito a todos la noticia de la muerte de nuestro V. Prelado, y que poco antes de morir me había prometido que si lograba el ir a ver a Dios le pediría por todos nosotros, y para que se logre la conversión de los Gentiles: me respondió el dicho P. Lector Fr. Pablo Mugartegui: Parece que ya veo se va cumpliendo la promesa de nuestro V. P. Junípero, pues en estos tres meses últimos hemos logrado más Bautismos que en los tres años, y continúan en el catequismo gracias a Dios, y confiamos en el Señor se logrará la conversión de los demás". Era tanta la sed del V. Padre Junípero de la conversión de las almas, que ni el ver radicada la Misión de San Diego ni la fundación de la de San Capistrano lo saciaban, y lo tenían con mucho cuidado las fundaciones de este Puerto de Ntro. P. S. Francisco, de las que por la mucha distancia de cerca de doscientas leguas, no había tenido la menor noticia; y para salir de este cuidado, y dar mano a su fundación en caso de no haberse efectuado, se encaminó para Monterrey, visitando de paso las tres Misiones de San Gabriel, San Luis y San Antonio, teniendo el gusto de verlas con grandes aumentos en lo espiritual y temporal, y a sus Ministros muy contentos; y logró la ocasión de bautizar algunos Catecúmenos para dejar en todas partes hijos; y gastando en dichas tareas Apostólicas seis meses, llegó a su Misión de San Carlos con el mérito de tantos trabajos por el mes de Enero de 1777, y tuvo a la llegada el complemento de sus deseos con la noticia de quedar ya fundadas las dos Misiones de este Puerto, de las que hablaré en el Capítulo siguiente.
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Capítulo XLIII De cómo Huascar Inga se casó con su hermana Chuqui Huipa, y de las grandes fiestas que en el casamiento se hicieron Asentado ya el señorío de Huascar Ynga en todos estos reinos y acabado el llanto que por su padre mandó hacer, acordó Ynga Roca, su capitán general, que tomase mujer legítima para que la sucesión de su estado se fuese continuando en sus hijos legítimos, porque aunque los yngas tenían infinitos e infinitas mujeres, sólo los que eran de la Coya y Reina eran los que tenían acción al reino y a la sucesión, y los que más respetaban y temían, que los demás eran tenidos por bastardos. Tratado esto, llamaron a los sacerdotes del Sol y demás principales y hermanos, parientes y orejones para saber cuál de sus hermanas había de tomar por su mujer legítima, y después de muchos pareceres y acuerdos, todos dijeron y convinieron que se casase con Chuqui Huipa, su hermana de padre y madre, y llamaron a Rahua Ocllo, mujer de Huayna Capac y madre de Huascar Ynga y Chuqui Huipa y le dijeron todos juntos cómo habían determinado que su señor Huascar Ynga tomase por mujer a Chuqui Huipa, su hermana. Rahua Ocllo, oyendo estas razones y vista la voluntad de su hijo, consejeros y capitanes, no se sabe la causa, si por las crueldades que le había visto hacer con sus hermanos y parientes, o por no ser tratada dél con la veneración y respeto que quisiera, o por otra causa, constantemente lo rehusó, negando lo que le pedía y diciendo que no quería darle su hermana por mujer. oyendo tan seca y desabrida respuesta, Huascar Ynga tomó grandísimo enojo y, con cólera y desprecio, levantándose de donde estaba sentado, dijo a su madre muy feas y descomedidas palabras, tratándola con escarnio y menosprecio, las cuales oídas por ella, afrentada, se levantó y se fue a su casa, dejando a su hijo y consejeros con gran ira. Vista la determinación de Rahua Ocllo por los consejeros de Huascar Ynga, determinaron que aunque su madre no quisiese, que al Sol su padre pidiese Huascar a su hermana Chuqui Huipa por mujer, con sacrificios y dones y otras cosas que para ello hiciese y ofreciese al Sol y que diese muchas y muy ricas dádivas al cuerpo de Tupa Ynga Yupanqui, su abuelo y padre de Rahua Ocllo, su madre. Y determinado esto, Huascar Ynga, siguiendo el orden y consejo de sus privados, primero fue al cuerpo de Tupa Ynga Yupanqui con grandes presentes que estaban en el lugar del cuerpo de Tupa Ynga Yupanqui, que eran Adcayquy Atarimachi y Achache y Manco, en su nombre le aceptaron y recibieron y se la concedieron por mujer. De allí Huascar y fue al templo del Sol con grandes sacrificios y ofrendas, y como a su padre le pidió a Chuqui Huipa su hermana por mujer legítima, y todos los sacerdotes del Sol juntos en nombre suyo se la dieron por mujer, recibiendo los dones y queriendo que el casamiento fuese con gusto y voluntad de Rahua Ocllo, su madre, para aplacarla, que estaba enojada, y darla contento, le llevaron ricos presentes de oro, plata y vestiduras y criados y con solemnidad de nuevo todos los sacerdotes y hermanos de Huascar y consejeros la juraron por mujer legítima del dicho Huascar. Se hicieron nuevas fiestas y regocijos con danzas y bailes en el Cuzco por el juramento que se había reiterado, y mandóse que por todo aquel mes hubiese luminarias por todas las torres y casas de la ciudad y todos los géneros de músicas que hubiese de las naciones que entonces allí estaban y, según se mandó, se cumplió con puntualidad. Después que el cuerpo de Topa Ynga Yupanqui y el Sol y Rahua Ocllo concedieron a Chuqui Huipa por mujer a Huascar Ynga, se acordó de que se efectuase el casamiento, y para mayor majestad y grandeza y mayor ostentación se acordó fuesen a las bodas el Sol y el cuerpo de Tupa Ynga Yupanqui, y que estuviesen allí representando la persona de Huaina Capac, padre de la desposada, pues que ellos se la habían dado por mujer, y Huascar Ynga saliese con la imagen del trueno, los cuales eran los que hacían la fiesta al Sol y a Topa Ynga Yupanqui. Para celebrarla más mandaron que la casa de Tupa Ynga Yupanqui y la de Huaina Capac se cubriesen de argentería de oro y plata, y así se cubrieron cuatro torres y las paredes se entapizaron todas de ropa fina. Los que estaban en lugar de Tupa Ynga Yupanqui y de Huaina Capac y los sacerdotes del Sol, mandaron que la casa de Huasca Ynga y la de la desposada estuviesen ni más ni menos cubiertas de argentería de oro y ropa fina, y todas las casas de los yngas muertos se cubriesen todos los tejados de plumería y las paredes se entoldasen de ropa fina, de cumbi y algodón, y las torres de la plaza se adornasen de la misma manera y en ellas de día y de noche, mientras durasen las fiestas y regocijos, hubiese mucha música, cantares y bailes. Llegado el día del desposorio, salió Huascar Ynga de su casa acompañado de la imagen del Sol y el cuerpo de Tupa Ynga Yupanqui y el de Huaina Capac, y Chuqui Ylla con todos los sacerdotes, sus hermanos y parientes y consejeros y orejones y los capitanes de su ejército e infinito gentío con diversas y nunca vistas invenciones fueron a la casa de Rahua Ocllo, que estaba riquísimamente entapizada, y allí le dieron y entregaron a Huascar Ynga a Chuqui Huipa su hermana, con toda la solemnidad posible y todas las ceremonias que entre ellos se acostumbraban en semejantes casamientos. Estuvieron allí desde la mañana hasta hora de vísperas y después la sacaron para llevarla a casa de su marido Huascar, con infinita música y cantares. Por donde ella iba con su marido, estaba todo el camino sembrado de oro y plata en polvo e infinita chaquira y plumería, cosa nunca hasta entonces vista en fiestas ni casamientos de ningún monarca del mundo desde el primer hombre, hasta este punto a lo menos no se escribe tal en ningún autor ni lo que luego diremos. Fueron desde Casana hasta Marucancha, que eran las casas y moradas de Huascar Ynga, y todo lo que de aquel día quedó hasta la noche se gastó en bailes, cantares, danzas y regocijos. El día siguiente, para más autoridad y grandeza, vinieron todas las naciones que estaban en el Cuzco a hacer fiestas a su señora y duraron más de un mes. Huascar Ynga, por más ostentación y celebrar su desposorio de suerte que para siempre quedase del memoria, mandó hacer todos los géneros de maíz que hay de oro y plata, y todas las diversidades de hierbas que ellos comían y todas las raleas de pájaros, de palomas, garzas, huacamayos, papagayos, halcones, sirgueros, tordos, águilas, gavilanes, cóndores y cuantas suertes de pescado de la mar y de laguna conocieron. Maneras de leña, así entera como rajada, y todas las diferencias de animales terrestes que había entre ellos, se hicieron de oro y plata y plumería y mullu. Los criados de Huascar lo daban por las mesas a comer como si fuera cosa para este efecto, a los que se hallaron en las fiestas. Hicieron traer infinita cantidad de animales vivos, así como osos, tigres, leones, onzas, monos, venados, vicuñas, vizcachas, carneros de la tierra, con vestiduras de diferentes colores hechas aposta, que parecían que así habían nacido y los habían domesticado para el efecto y todos los cántaros, arquillas y demás vasos y vajilla era de oro y plata. Como era tanta la multitud y grosedad de cosas e infinito número de gente que en estas bodas se halló, y aun también sin medida ni orden el beber y privarse de juicio desta gente, sin conocimiento del verdadero Dios, muchos se quedaron con piezas ricas de oro y plata, que después ni hubo cuenta ni se supo dellas con la confusión, y con esto se concluyeron y acabaron las más soberbias y pomposas fiestas que hasta allí ynga ninguno había hecho ni ordenado. Ni como digo arriba, ningún señor ni príncipe del mundo, porque aunque en invenciones, majestad y aparato haya habido muchas que le han excedido, ninguna de tanta abundancia de oro ni infinidad de plata que como si fueran manjares comestibles se ofrecieron a los convidados.
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Cómo se acordó que el Almirante volviese con gran armada a poblar la isla Española, y se logró del Papa la aprobación de la conquista Dióse en Barcelona, con mucha solicitud y presteza, orden para la expedición y retorno del Almirante a la Española, tanto para socorrer a los que allí habían quedado, como para aumentar la población y sojuzgar aquella isla, y las otras que estaban ya descubiertas o se esperaba descubrir. Muy luego los Reyes Católicos, por consejo del Almirante, para más claro y justo título de las Indias, procuraron tener del Sumo Pontífice la aprobación y donación de la conquista de todas aquellas. La cual, el Papa Alejandro VI, que regía entonces el pontificado, concedió liberalísimamente, no sólo en cuanto a lo ya descubierto, sino de todo lo que se descubriese al Occidente, hasta llegar al Oriente en parte donde en aquel tiempo tuviese posesión, de hecho, algún príncipe cristiano; prohibiendo a todos en general que entrasen en dichos confines. Al año siguiente, dicho Pontífice volvió a confirmar esto, con muchas cláusulas eficaces y significativas palabras. Viendo los Reyes Católicos que de aquella gracia y concesión que les hizo el Papa, era causa y principio el Almirante, y que con su viaje y descubrimiento les había adquirido el derecho y la posesión de todo aquello, quisieron recompensarlo por todo. Y así, en Barcelona, el 28 de Mayo, le concedieron nuevo privilegio, o más bien una exposición y declaración del primero, por el cual confirmaban lo que con él habían antes capitulado, y con claras y abiertas palabras declaraban los límites y confines de su almirantazgo, virreinato y gobernación, en todo lo que el Papa les había concedido, ratificando en este privilegio el que antes le habían hecho; el cual, con la subsiguiente declaración, copiamos aquí.
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De cómo Inca Urco fue recebido por gobernador general de todo el imperio y tomó la corona en el Cuzco y de cómo los Chancas determinaban de salir a dar guerra a los de Cuzco. Los orejones, y aún todos los demás naturales destas provincias, se reyeron de los hechos deste Inca Urco. Por sus poquedades quieren que no goce de que digan que alcanzó la dignidad del reino y así vemos que en la cuenta que de los quipos y romances tienen de los reyes que reinaron en el Cuzco callan éste, lo cual yo no haré, pues al fin, mal o bien, con vicios o virtudes, gobernó y mandó el reino algunos días. Y así, luego que Viracocha Inca se fue al valle de Xaquixaguana, envió al Cuzco la borla o corona, para que los mayores de la ciudad la entregasen a Inca Urco, habiendo dicho que bastaba lo que había trabajado y hecho por la ciudad del Cuzco, que lo que de la vida le quedaba quería gastar en holgarse, pues era viejo e no para la guerra. Y como se entendió su voluntad, luego Inca Urco sentró a hacer los ayunos y otras religiones conforme a su costumbre, y acabado salió con la corona y fue al templo del sol a hacer sacrificios; y se hicieron en el Cuzco a su usanza muchas fiestas y grandes borracheras. Habíase casado Inca Urco con su hermana para haber hijo en ella que le sucediese en el señorío. Era tan vicioso y dado a lujurias y deshonestidades que, sin curar della, se andaba con mujeres bajas y con mancebas, que eran las que quería y le agradaban; y aún afirman que corrompió algunas de las mamaconas questaban en el templo y era tan de poca honra que no quería que se estimasen. Y andaba por las más partes de la ciudad bebiendo; y desque tenía en el cuerpo una arroba y más de aquel brebaje, provocándose al vómito lo lanzaba y sin vergüenza descubría las partes vergonzosas y echaba la chicha convertida en orina; y a los orejones que tenían mujeres hermosas, cuando las vía, les decía: "Mis hijos, ¿cómo están?" dando a entender que habiendo con ellas usado los que tenían eran dél y no de sus maridos. Edificio ni casa nunca lo hizo; era enemigo de armas; en fin, ninguna cosa buena cuentan dél sino ser muy liberal. Y como hobiese tomado la borla, después de ser pasados algunos días determinó de salirse a holgar a las casas de placer que para recreación de los Incas estaban hechas, dejando por su lugar teniente a Inca Yupanqui, que fue padre de Tupac Inca, como adelante contaré. Estando las cosas del Cuzco de esta manera los Chancas, como atrás conté, habían vencido a los Quichuas y ocupado la mayor parte de la provincia de Andabailes y como estuviesen victoriosos, oyendo lo que se decía de la grandeza del Cuzco y su riqueza y la majestad de los Incas, desearon de no estarse encojidos ni dejar de pasar adelante, ganando con las armas todo lo a ellos posible, y luego hicieron grandes plegarias a sus dioses o demonios y dejando en Andabailes, que es lo que los españoles llaman Andaguaylas, que está encomendada a Diego Maldonado el rico, gente bastante para la defensa della, y con la que estaba junta para la guerra, salió Hastu Huaraca y un hermano suyo muy valiente, llamado Omoguara, y partieron de su provincia con muy gran soberbia, camino del Cuzco, y anduvieron hasta llegar a Curampa, donde asentaron su real y hicieron gran daño a los naturales de la comarca. Mas como en aquellos tiempos muchos de los pueblos estuviesen en los altos y collados de la sierras, con grandes cercas que llaman pucaraes, no se podían hacer muchas muertes ni querían cativos ni más que robar los campos. Y salieron de Curampa y fueron al aposento de Cochacassa y al río de Amancay destruyendo todo lo que hallaban, y así se acercaron al Cuzco, donde ya había ido la nueva de los enemigos que venían contra la ciudad; mas, aunque fue sabido por el viejo Viracocha no se le dio nada, mas antes, saliendo del valle de Xaquixaguana se fue al valle de Yucay con sus mujeres y servicio. Inca Urco también dicen que se reía, teniendo en poco lo que era obligado a tener en mucho; mas, como el ser del Cuzco estuviese guardado para ser acrecentado por Inca Yupanqui y sus hijos, hobo él de ser el que libró de estos miedos, con su virtud, a todos; y no solamente venció a los Chancas, mas sojuzgó la mayor arte de las naciones que hay en estos reinos, como adelante diré.
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Cuéntase la navegación que se fue haciendo, y las señales que se hallaron, y cómo se vio la primera isla despoblada Por el Oes-sudueste, derrota conforme a la instrucción, se fue navegando desde que se dieron velas en el Callao hasta subir altura de diez y seis grados, paraje en que se hallaron largos y bien vagarosos mares que se dicen de leva, y venían del Sudueste. A diez de enero se vieron los primeros pájaros; a once los primeros aguaceros con los vientos Leste y Les-sudueste; a doce hubo viento Sur; a trece se vio cantidad de pájaros garajaos; a quince tuvimos viento Norte y Noroeste; a diez y seis se vieron grandes bandadas de pájaros; a diez y siete, en altura e veinte y cuatro grados, nos hallaron los vientos Norte-Sur, Sudueste y el Oeste con alguna fuerza y grandes mares, por la cual mudanza hizo luego el capitán poner bandera en la gavia para tomar el parecer, a que no dio lugar el tiempo. Dijeron los pilotos de sus navíos a voces que estando fuera de los trópicos se hallaban todos los vientos, y que subiendo a más altura, más fuerza tendría el Norte. A diez y ocho anduvo el viento los rumbos todos, y uno nos dio viento Sur y Sudueste. A veinte y dos nos hallarmos en viente y seis grados con temporal y aguaceros del Sueste y con grandes mares del Sur, que descubrieron los temerosos ánimos de algunos, diciendo: --¿A dónde nos llevan por este golfo grande en tiempo de invierno? Tal hubo que dijo se echase la barca a la mar. Obligados, pues, de la fuerza de los vientos y mares, se navegó al Oes-noroeste hasta veinte y cinco grados. A veinte y cuatro días a la noche se vieron los primeros relámpagos, que no eran muy encendidos: a veinte y cinco se vieron las primeras yerbas: a veinte y seis se vieron juntos pájaros de diversas castas; y este día, a las once, se descubrió la primera isla, cuya altura es veinte y cinco grados escasos. A buen juzgar dista de Lima ochocientas leguas: tiene cinco de boj, mucha arboleda y playas de arena y junto a tierra fondo de ochenta brazas: púsosele por nombre Luna-puesta. Era ya tarde, y por esto se acordó andar la noche de toda en vueltas, esperando el otro día para ir en su demanda; que venido, nos hallamos a sotavento, a cuya causa y por otras se dejó.
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De cómo el gobernador llevó a la entrada cuatrocientos hombres A esta sazón ya todas las cosas necesarias para seguir la entrada y descubrimiento estaban aparejadas y puestas a punto, y los diez bergantines cargados de bastimentos y otras municiones; por lo cual el gobernador mandó señalar y escoger cuatrocientos hombres arcabuceros y ballesteros para que fuesen en el viaje, y la mitad de ellos se embarcaron en los bergantiles, y los otros, con doce de caballo, fueron por tierra cerca del río hasta que fuesen en el puerto que dicen de Guaviaño, yendo siempre la gente por los pueblos y lugares de los indios guaraníes, nuestros amigos, porque por allí era mejor; embarcaron los caballos, y porque no se detuviesen en los navíos esperándolos, los mandó partir ocho días antes, por que fuesen manteniéndose por tierra y no gastasen tanto manteniemiento por el río, y fue con ellos el factor Pedro Dorantes y el contador Felipe de Cáceres, y dende a ocho días adelante el gobernador se embarcó, después de haber dejado por su lugarteniente de capitán general a Juan de Salazar de Espinosa, para que en nombre de Su Majestad sustentase y gobernase en paz y justicia aquella tierra, y quedando en ella doscientos y tantos hombres de guerra, arcabuceros y ballesteros, y todo lo necesario que era menester para la guarda de ella; y seis de caballo entre ellos; y día de Nuestra Señora de Septiembre, dejó hecha la iglesia, muy buena, que el gobernador trabajó con su persona en ella siempre, que se había quemado. Partió del puerto con los diez bergantines y ciento veinte canoas, y llevaban mil y doscientos indios en ella, todos hombres de guerra, que parecían extrañamente bien verlos ir navegando en ellas, con tanta munición de arcos y flechas; iban muy pintados, con muchos penachos y plumería, con muchas planchas de metal en la frente, muy lucias, que cuando les daba el sol resplandecían mucho, y se dicen ellos que las traen porque aquel resplandor quita la vista a sus enemigos, y van con la mayor grita y placer del mundo; y cuando el gobernador partió de la ciudad, dejó mandado al capitán Salazar que, con la mayor diligencia que pudiese hiciese dar priesa, y que se acabase de hacer la carabela que él mandó hacer, porque estuviese hecha para cuando volviese de la entrada, y pudiese dar con ella aviso a Su Majestad de la entrada y de todo lo sucedido en la tierra, y para ello dejó todo recaudo muy cumplidamente, y con buen tiempo llegó al puerto de Tapua, a do vinieron los principales a recebir al gobernador; y él les dijo cómo iba en descubrimiento de la tierra, por lo cual les rogaba, y de parte de Su Majestad les mandaba, que por su parte estuviesen siempre en paz, y así lo procurasen siempre estar con toda concordia y amistad, como siempre lo habían estado; y haciéndolo así, el gobernador les prometían de les hacer siempre buenos tratamientos y les aprovechar, como siempre lo había hecho; y luego les dio y repartió a ellos y a sus hijos y parientes muchos rescates de lo que llevaba, graciosamente, sin ningún interés; y ansí, quedaron contentos y alegres.
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Cómo fue ordenado de enviar a Pedro de Alvarado la tierra adentro a buscar maíz y bastimentos, y lo que más pasó Ya que habíamos hecho y ordenado lo por mi aquí dicho, acordamos que fuese Pedro de Alvarado la tierra adentro a unos pueblos que teníamos noticia que estaban cerca, para que viese qué tierra era y para traer maíz e algún bastimento, porque en el real pasábamos mucha necesidad; y llevó cien soldados, y entre ellos quince ballesteros y seis escopeteros, y eran destos soldados más de la mitad de la parcialidad de Diego Velázquez, y quedamos con Cortés todos los de su bando, por temor no hubiese más ruido ni chirinola y se levantasen contra él, hasta asegurar más la cosa; y desta manera fue el Alvarado a unos pueblos pequeños, sujetos de otro pueblo que se decía Cotastlán, que era de lengua de Culúa; y este nombre de Culúa es en aquella tierra como si dijesen los romanos o sus aliados; así es toda la lengua de la parcialidad de México y de Montezuma; y a este fin en toda aquesta tierra cuando dijere Culúa son vasallos y sujetos a México, y así se ha de entender. Y llegado Pedro de Alvarado a los pueblos, todos estaban despoblados de aquel mismo día, y halló sacrificados en unos cues hombres y muchachos, y las paredes y altares de sus ídolos con sangre, y los corazones presentados a los ídolos; y también hallaron las piedras sobre que los sacrificaban, y los cuchillazos de pedernal con que los abrían por los pechos para les sacar los corazones. Dijo el Pedro de Alvarado que habían hallado todos los más de aquellos cuerpos sin brazos y piernas. E que dijeron otros indios que los habían llevado para comer; de lo cual nuestros soldados se admiraron mucho de tan grandes crueldades. Y dejemos de hablar de tanto sacrificio, pues dende allí adelante en cada pueblo no hallábamos otra cosa. Y volvamos a Pedro de Alvarado, que aquellos pueblos los halló muy abastecidos de comida y despoblados de aquel día de indios, que no pudo hallar sino dos indios que le trajeron maíz; y así, hubo de cargar cada soldado de gallinas y de otras legumbres; y volvióse al real sin más daño le hacer, aunque halló bien en qué, porque así se lo mandó Cortés, que no fuese como lo de Cozumel; y en el real nos holgamos con aquel poco bastimento que trajo, porque todos los males y trabajos se pasan con el comer. Aquí es donde dice el cronista Gómara que fue Cortés la tierra adentro con cuatrocientos soldados; no le informaron bien, que el primero que fue es el por mí aquí dicho, y no otro. Y tornemos a nuestra plática: que como Cortés en todo ponía gran diligencia, procuró de hacerse amigo con la parcialidad del Diego Velázquez, porque a unos con dádivas del oro que habíamos habido, que quebranta peñas, e otros procedimientos, los atrajo a sí y los sacó de las prisiones, excepto Juan Velázquez de León y al Diego de Ordás, que estaban en cadenas en los navíos, y desde a pocos días también los sacó de las prisiones, e hizo tan buenos y verdaderos amigos dellos como adelante verán, y todo con el oro, que lo amansa. Ya todas las cosas puestas en este estado, acordamos de nos ir al pueblo que estaba en la fortaleza, ya otra vez por mí memorado, que se dice Quiahuistlan, y que los navíos se fuesen al peñol y puerto que estaba enfrente de aquel pueblo, obra de una legua de él; y yendo costa a costa, acuérdome que se mató un gran pescado que le echó la mar en la costa en seco, y llegamos a un río donde está poblada ahora la Veracruz, y venía algo hondo, y con unas canoas quebradas lo pasamos, y a nado y en balsas, y de aquella parte del río estaban unos pueblos sujetos a otro gran pueblo que se decía Cempoal, donde eran naturales los cinco indios de los bezotes de oro, que he dicho que vinieron por mensajeros a Cortés, que les llamamos "lopelucios" en el real, y hallamos las casas de ídolos y sacrificaderos, y sangre derramada e inciensos con que zahumaban, y otras cosas de ídolos y de piedras con que sacrificaban, y plumas de papagayos y muchos libros de su papel cosidos a dobleces, como a manera de paños de Castilla, y no hallamos indios ningunos, porque se habían ya huido; que, como no habían visto hombres como nosotros ni caballos, tuvieron temor, y allí aquella noche no hubo qué cenar; caminamos la tierra adentro hacia el poniente, y dejamos la costa, y no sabíamos el camino, y topamos unos buenos prados que llaman sabanas, y estaban paciendo unos venados, y corrió Pedro de Alvarado con su yegua alazana tras un venado y le dio una lanzada, y herido, se metió por un monte, que no se pudo haber. Y estando en esto, vimos venir doce indios que eran vecinos de aquellas estancias donde habíamos dormido, y venían de hablar a su cacique, y traían gallinas y pan de maíz, y dijeron a Cortés con nuestras lenguas que su señor enviaba aquellas gallinas que comiésemos, y nos rogaba que fuésemos a su pueblo, que estaba de allí, a lo que señalaron, andadura de un día, porque es un sol; y Cortés les dio las gracias y los halagó, y caminamos adelante y dormimos en otro pueblo pequeño, que también tenía hechos muchos sacrificios. Y porque estarán hartos de oír de tantos indios e indias que hallábamos sacrificados en todos los pueblos y caminos que topábamos, pasaré adelante sin tornar a decir de qué manera e qué cosas tenían; y diré cómo nos dieron en aquel pueblezuelo de cenar, y supimos que era por Cempoal el camino para ir a Quiahuistlan, que ya he dicho que estaba en una sierra, y pasaré adelante, y diré cómo entramos en Cempoal.