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De cómo hizo Nezahualcoyotzin casas de recreación, bosques y jardines y la gente que mandó ocupar en su adorno Y en el de las casas reales y cerco de ellas Demás de los jardines que tenía el rey Nezahualcoyotzin llamados Hueitecpan y en los palacios de su padre llamados Cillan y en los de su abuelo el emperador Techotlalatzin, hizo otros, como fueron el bosque tan famoso y celebrado de las historias, Tetzcotzinco, y el de Quauhyácac, Tzinacanóztoc, Cozcaquauhco, Cuetlachatitlan o Tlatéitec y los de la laguna Acatelelco y Tepetzinco: asimismo señaló lo mejor de la montaña, en donde iba a caza cuando tenía algunos ratos de desenfado. Estos bosques y jardines estaban adornados de ricos alcázares suntuosamente labrados, con sus fuentes, atarjeas, acequias, estanques, baños y otros laberintos admirables, en los cuales tenía plantadas diversidad de flores y árboles de todas suertes, peregrinos y traídos de partes remotas; además de lo referido, tenía señaladas cinco suertes de tierras, las más fértiles que había cerca de la ciudad, en donde por gusto y entretenimiento le hacían sementeras, hallándose el beneficio de ellas personalmente, como era en Atenco que está junto a la laguna en el pueblo de Papalotlan y en los de Calpolanzan, Mazaapan y Yahualiuhcan. Para el adorno y servicio e estos palacios y jardines y bosques que el rey tenía, se ocupaban los pueblos que caían cerca de la corte por sus turnos y tandas; de los cuales para el servicio, adorno y limpieza de los palacios del rey, eran señalados los pueblos de Huexotla, Coatlichan, Coatépec, Chimalhuacan, Iztapalocan, Tepetlaóztoc, Acolman, Tepechpan, Chicuhnautla, Teyoyocan, Chiauhtla, Papalotla, Xaltocan y Chalco, que servían medio año, el otro medio año era a cargo de los pueblos de la campiña, que eran Otompan, Teotihuacan, Tepepolco, Zempoalan, Aztaquemecan, Ahuatépec, Axapochco, Oztotípac, Tizayocan, Tlalanapan, Coyóac, Quatlatlauhcan, Quatlaeca y Quauhtlatzinco. Para la recámara del rey estaban señalados los pueblos de Calpolalpan, Mazaapuh, Yahualiuhcan, Atenco y Tzihuinquilocan; y para los bosques y jardines las provincias de Tolantzinco, Quauhchinanco, Xicotépec, Pauhatla, Yauhtépec, Ahuacayocan y Quauhnáhuac, con sus pueblos sujetos, acudiendo por su turno y tanda al dicho efecto, teniendo cada provincia t pueblo a su cargo el jardín, bosque o labranza que le era señalado. De los jardines, el más ameno y de curiosidades fue el bosque de Tetzcotzinco, porque demás de la cerca que tenía tan grande para subir a la cumbre de él y andarlo todo, tenía sus gradas, parte de ellas, hecha de argamasa, parte labrada en la misma pena; y el agua que se traía para las fuentes, pilas, baños y canos que se repartían para el riego de las flores y arboledas de este bosque, para poderla traer desde su nacimiento, fue menester hacer fuertes y altísimas murallas de argamasa desde unas sierras a otras, de increíble grandeza, sobre la cual hizo una tarjea hasta venir a dar en lo más alto del bosque; y a las espaldas de la cumbre de él, en el primer estanque de agua, estaba una peña, esculpida en ella en circunferencia los años desde que había nacido el rey Nezahualcoyotzin hasta la edad de aquel tiempo y por la parte de afuera los años, en fin de cada uno de ellos asimismo esculpidas las cosas más memorables que hizo; y por dentro de la rueda esculpidas sus armas que eran una casa que estaba ardiendo en llamas y deshaciéndose; otra que estaba muy ennoblecida de edificios y en medio de las dos un pie de venado, estaba en él una piedra preciosa y salían del pie unos penachos de plumas preciosas; asimismo una cierva y en ella un brazo asido de un arco con unas flechas y como un hombre armado con su morrión y orejeras, coselete y dos tigres a los lados de cuya boca salían agua y fuego y por orla doce cabezas de reyes y señores y otras cosas que el primer arzobispo de México don fray Juan de Zumárraga mandó hacer pedazos, entendiendo ser algunos ídolos y todo lo referido era la etimología de sus armas; y de allí se repartía esta agua en dos partes, que la una iba cercando y rodeando el bosque por la parte del norte y la otra por la del sur. En la cumbre de este bosque estaban edificadas unas casas de manera de torre y por remate y chapitel estaba hecha de cantería una como a manera de maceta y dentro de ella salían unos penachos de plumería, que era la etimología del nombre del bosque; y luego más abajo hecho de una peña un león de más de dos brazas de largo con sus alas y plumas, estaba echado y mirando a la parte del oriente, en cuya boca asomaba un rostro que era el mismo retrato del rey, el cual león estaba de ordinario debajo de un palio hecho de oro y plumería; un poquito más abajo estaban tres albercas de agua y en la del medio estaban en sus bordos tres ranas esculpidas y labradas en la misma peña, que significaban la gran laguna y las ranas las cabezas del imperio; y por un lado (que era hacia la parte del norte) otra alberca y en una peña esculpido el nombre y escudo de armas de la ciudad de Tolan, que fue cabecera del imperio de los tultecas; y por el lado izquierdo que caía hacia la parte del sur estaba la otra alberca; y en la peña esculpido el escudo de armas y nombre de la ciudad de Tenayocan que fue la cabecera del imperio de los chichimecas y de esta alberca salía un caño de agua que saltando sobre unas peñas salpicaba el agua, que iba a " caer en un jardín de todas flores olorosas de tierra caliente, que parecía que llovía con la precipitación y golpe que daba el agua sobre la peña. Tras de este jardín se seguían los baños hechos y labrados de peña viva, que con dividirse en dos baños eran de una pieza; y por aquí se bajaba asimismo por una peña grandísma de unas gradas hechas de la misma peña, tan bien labradas y lisas que parecían espejos y por el pretil de estas gradas estaba esculpido el día, mes, año y hora en que se le dio aviso al rey Nezahualcoyotzin de la muerte de un señor de Huexotzinco a quien quiso y amó notablemente y le cogió esta nueva cuando se estaban haciendo estas gradas: luego consecutivamente estaban el alcázar y palacios que el rey tenía en el bosque, en los cuales había entre otras muchas salas, aposentos y retretes, una muy grandísima y delante de ella un patio, en la cual recibía a los reyes de México y Tlacopan, y a otros grandes señores cuando se iban a holgar con él y en el patio se hacían las danzas y algunas representaciones de gusto y entretenimientos. Estaban estos alcázares con tan admirable y maravillosa hechura y con tanta diversidad de piedras, que no parecían ser hechos de industria humana, el aposento en donde el rey dormía era redondo, todo lo demás de este bosque, como dicho tengo, estaba plantado de diversidad de árboles y flores odoríferas; y en ellos diversidad de aves, sin las que el rey tenía en jaulas traídas de diversas partes, que hacían una armonía y canto que no se oían las gentes; fuera de las florestas, que las dividía una pared, entraba la montaña en que había muchos venados, conejos y liebres, que si de cada cosa muy en particular se describiese y de los demás bosques de este reino, era menester hacer historia muy particular.
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De los más pueblos que hay desde la Tacunga hasta llegar a Ríobamba, y lo que pasó en él entre el adelantado don Pedro de Albarado y el mariscal don Diego de Almagro Luego que salen de la Tacunga, por el camino real que va a la grande ciudad del Cuzco se llega a los aposentos de Muliambato, de los cuales no tengo que decir más de que están poblados de indios de la nación y costumbres de los de la Tacunga; y había aposentos ordinarios, y depósitos de las cosas que por los delegados del Inga era mandado, y obedecían al mayordomo mayor, que estaba en la Tacunga; porque los señores tenían aquéllos por cosa principal, como Quito y Tumebamba, Caxamalca, Jauja y Bilcas y Paria, y otros de la misma manera, que eran como cabeza de reino o de obispo, como le quisieran dar el sentido, y adonde estaban los capitanes y gobernadores, que tenían poder de hacer justicia y formar ejércitos si alguna guerra se ofrecía o se levantaba algún tirano; no embargante que las cosas arduas y de mucha importancia no lo determinaban sin lo hacer saber a los reyes ingas, para lo cual tenían tan gran aviso y orden que en ocho días iba por la posta la nueva de Quito al Cuzco; porque, para hacello, tenían cada media legua una pequeña casa, a donde estaban siempre dos indios con sus mujeres, y así como llegaba la nueva que habían de llevar el aviso, iba corriendo el uno sin parar la media legua, y antes que llegase, a voces decía lo que pasaba y había de decir; lo cual oído por el otro que estaba en otra casa, corría otra media legua con tanta ligereza que, según es la tierra áspera y fragosa, en caballos ni mulas no pudieran ir con más brevedad; y porque en el libro de los reyes ingas (que es el que saldrá con ayuda de Dios tras éste) trato largo esto de las postas, no diré más; porque lo que toco, solamente es para dar claridad al lector y para que lo entienda. De Muliambato se va al río llamado Ambato, donde asimismo hay aposentos que servían de lo que los pasados. Luego están tres leguas de allí los suntuosos aposentos de Mocha, tantos Y tan grandes que yo me espanté de los ver; pero ya, como los reyes ingas perdieron su señorío, todos los palacios y aposentos, con otras grandezas suyas, se han ruinado y parado tales que no se ven más de las trazas y alguna parte de los edificios dellos, que, como fuesen obrados de linda piedra y de obra muy prima, durará grandes tiempos y edades estas memorias sin se acabar de gastar. Hay a la redonda de Mocha algunos pueblos de indios, los cuales todos andan vestidos, y lo mismo sus mujeres, y guardan las costumbres que tienen lo de atrás, y son de una misma lengua. A la parte del poniente están los pueblos de indios llamados sichos, y al oriente los pillaros; todos, unos y otros, tienen grandes provisiones de mantenimientos, porque la tierra es muy fértil y hay grandes manadas de venados y algunas ovejas y carneros de los que se nombran del Perú, y muchos conejos y perdices, tórtolas y otras cazas. Sin esto, por todos estos pueblos y campos tienen los españoles gran cantidad de hatos de vacas, las cuales se crían muchas por los pastos tan excelentes que tienen, y muchas cabras por ser la tierra aparejada para ellas, que no les falta mantenimiento; y puercos se crían más y mejores que en la mayor parte de las Indias, y se hacen tan buenos perniles y tocinos como en Sierra Morena. Saliendo de Mocha se llega a los grandes aposentos de Ríobamba, que no son menos que ver que los de Mocha, los cuales están en la provincia de los Puruaes; en unos muy hermosos y vistosos campos, muy propios a los de España en el temple, hierbas y flores y otras cosas, como sabe quien por ellos ha andado. En este Ríobamba estuvo algunos días depositada la ciudad de Quito o asentada, desde donde se pasó a donde agora está, y sin esto, son más memorados estos aposentos de Ríobamba; porque como el adelantado don Pedro de Albarado, gobernador que fue de la provincia de Guatimala, que confina con el gran reino de la Nueva España, saliese con una armada de navíos llenos de muchos y muy principales caballeros (de lo cual largamente trataré en la tercera parte desta obra), saltando en la costa con los españoles a la fama del Quito, entró por unas montañas bien ásperas y fragosas, a donde pasaron grandes hambres y necesidades. Y no me parece que debo pasar de aquí sin decir alguna parte de los males y trabajos que estos españoles y todos los demás padecieron en el descubrimiento destas Indias, porque yo tengo por muy cierto que ninguna nación ni gente que en el mundo haya sido tantos ha pasado. Cosa es muy digna de notar que en menos tiempo de sesenta años se haya descubierto una navegación tan larga y una tierra tan grande y llena de tantas gentes, descubriéndola por montañas muy ásperas y fragosas y por desiertos sin camino, y haberlas conquistado y ganado, y en ellas poblado de nuevo más de doscientas ciudades. Cierto los que esto han hecho merecedores son de gran loor y de perpetua fama, mucho mayor que la que mi memoria sabrá imaginar ni mi flaca mano escribir. Una cosa diré por muy cierta: que en este camino se padeció tanta hambre y cansancio que muchos dejaron cargas de oro y muy ricas esmeraldas por no tener fuerzas para las llevar. Pues pasando adelante, digo que, como ya se supiese en el Cuzco la venida del adelantado don Pedro de Albarado por una probanza que trajo Gabriel de Rojas, el gobernador don Francisco Pizarro, no embargante que estaba ocupado en poblar aquella ciudad de cristianos, salió della para tomar posesión en la marítima costa de la mar del Sur y tierra de los llanos, y al mariscal don Diego de Almagro, su compañero, mandó que a toda furia fuese a las provincias de Quito y tomase en su poder la gente de guerra que su capitán Sebastián de Belalcázar tenía, y pusiese en todo el recaudo que convenía. Y así, a grandes jornadas el diligente mariscal anduvo, hasta llegar a las provincias de Quito, y tomó en sí la gente que halló allí, hablando ásperamente al capitán Belalcázar porque había salido de Tangaraca sin mandamiento del gobernador. Y pasadas otras cosas que tengo escriptas en su lugar, el adelantado don Pedro de Albarado, acompañado de Diego de Albarado, de Gómez de Albarado, de Alonso de Albarado, mariscal que es agora del Perú, y del capitán Garcilaso de la Vega, Juan de Saavedra, Gómez de Albarado y de otros caballeros de mucha calidad, que en la parte por mí alegada tengo nombrado, llegó cerca de donde estaba el mariscal don Diego de Almagro y pasaron algunos trances; tanto, que algunos creyeron que llegaron a romper unos con otros; y por medios del licenciado Caldera y de otras personas cuerdas vinieron a concertarse que el adelantado dejase en el Perú la armada de navíos que traía y pertrechos pertenescientes para la guerra y armada, y los demás aderezos y gente, y que por los gastos que en ello había hecho se les diesen cien mil castellanos; lo cual capitulado y concertado, el mariscal tomó en sí la gente y el adelantado se fue a la ciudad de los Reyes, donde ya el gobernador don Francisco Pizarro, sabidos los conciertos, lo estaba aguardando, y le hizo la honra y buen recebimiento que merecía un capitán tan valeroso como fue don Pedro de Albarado; y dándole sus cien mil castellanos, se volvió a su gobernación de Guatimala. Todo lo cual que tengo escripto pasó y se concertó en los aposentos y llanura de Ríobamba, de que agora trato. También fue aquí donde el capitán Belalcázar, que después fue gobernador de la provincia de Popayán, tuvo una batalla con los indios bien porfiada, y a donde, con muerte de muchos dellos, quedó la vitoria con los cristianos, según se contará adelante.
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CAPITULO XLII Baja el V. P. Junípero a Sala Diego: trata de restablecer su Misión, y se le frustran los deseos y diligencias. Desde el mismo instante que llegó la noticia de lo acaecido en la Misión de San Diego, estaba el V. P. Presidente con vivas ansias de bajar a dicho Puerto; pero se le frustraron los deseos por lo que queda expresado en el Capítulo anterior último, ya por la prisa del Comandante Rivera, como por la venida de la Expedición de Sonora; siendo el fin de sus anhelos el volver a reedificar la Misión incendiada. Medio año estuvo privado de poder cumplir sus deseos, hasta que dispuso Dios que los Paquebotes viniesen a Monterrey, y que el Paquebot el Príncipe, dejada parte de la carga, bajase con la demás para San Diego, y en él se embarcó el 30 de Junio y con doce días de navegación llegó a San Diego, y desembarcó S. R. con otro Misionero el P. Fr. Vicente Santa María, que habiendo venido con los Barcos, lo llevó consigo para ocuparlo en una de aquellas Misiones. Encontró el V. Prelado que vivían en el Presidio los tres Padres, los dos de San Capistrano, y el que había quedado con vida de la de San Diego. Después de haberlos consolado y animado, le expresaron no tener más desconsuelo que el ver no se daba mano a nada, y que se estaban ociosos. Preguntóles cómo estaban los Indios, si había habido más novedad, y le respondieron que no, pues el Señor Comandante ya había escrito a S. Excâ. que ya todo estaba pacificado, que ya tenían aseguradas las cabecillas, y los querían despachar para San Blas con el Barco, para que allí se les diese el merecido castigo. Enterado S. R. de todo, procuró consolar a los Padres, y con su gran paciencia y mucha prudencia esperó que se fuese acabando la descarga del Barco, y cuando vio se iba concluyendo habló al Comandante del Navío Don Diego Choquet diciéndole, si los Marineros podrían ir a ayudar a trabajar a la Misión del Santo de su nombre. Que de Dios recibiría él y los Marineros el premio: que S. Excâ. lo tendría muy a bien. Respondió como Caballero, que con mucho gusto, que no sólo los Marineros, sino que él también de Peón. Conseguida esta respuesta tan cristiana, habló por papel (para más facilitarlo) al Comandante de tierra, diciéndole, que en atención a la detención del Barco hasta mediados de octubre, y de ofrecerle el Señor Capitán la Tripulación para la reedificación de la Misión, le suplicaba por la Escolta de la Misión para pasar a dar mano a la obra. En vista de él, aprontó un Cabo y cinco Soldados dispuestos, y todo para la marcha, que fue el día 22 de agosto de dicho año de 76. Fue a dar principio a la obra el V. P. Presidente con dos de los Misioneros, el Capitán del Barco con uno de los Pilotos, el Contramaestre, y veinte Marineros, todos armados con armas blancas y de fuego para cualquier evento. Fueron también tollos los Indios Neófitos capaces de trabajar, y fue el Cabo con los cinco Soldados. Llegados al sitio, distribuyeron la gente, que completó el número de cincuenta Peones, a más de Rancheros y Cocineros. Empezaron unos a acarrear piedra, otros a abrir cimientos, y otros a hacer adobes, sirviendo de Sobrestantes no sólo el Piloto y Contramaestre, a cuyo fin habían ido, sino también los Padres y el Capitán del Paquebot. Iba la obra con tanto calor y trabajaban con tanto gusto, que según lo que hicieron en dos semanas, todos daban por cierto que antes de la salida del Barco quedaría concluida la obra, amurallada con pared de adobes; pero el enemigo tiró a impedirlo no por medio de los Gentiles, pues ni siquiera uno se asomó por todos los contornos, sino que el Comandante de tierra, el día de la Natividad de Ntra. Señora 8 de septiembre, que estaba el V. P. Presidente en el Presidio, sin que el Comandante Rivera le hablase lo más mínimo, salió para el sitio de la Misión, y llamando a solas al Comandante del Barco, le dijo, que corrían voces de que los Gentiles querían dar otra ver a la Misión, y así que convenía se retirase con su gente a bordo, que él daba la orden al Cabo para que con los Soldados se retirase al Presidio. Me hará favor (prosiguió) de avisar a los Padres, que yo no se los digo, porque conozco lo han de sentir. No pudo el Capitán del Barco con toda su viveza, alcances y eficacia hacerlo desistir, preguntándole si ya había hecho la diligencia para indagar la verdad; y diciéndole que no, que sólo viendo se repetía el dicho de los Indios, sin duda sería verdad: Pues Señor, le replico, la otra vez que corría dicha voz antes de venir la obra, mandó hacer la diligencia por el Sargento, y se halló ser mentira, pues se hallaron las Rancherías muy quietas, los Indios muy compungidos y arrepentidos del hecho: que mandase hacer la diligencia; que con tanta Gente armada que allí estaba no había que temer; que le parecía más al caso, si se hallaba algún recelo, el que se aumentase la Escolta con más Tropa, que no retirarla en descrédito de las armas Españolas. Estas razones en lugar de convencerlo, lo enconaron más, y dejando la orden estrecha para que se retirasen, se marchó para el Presidio. Comunicó el Señor Capitán del Barco a los Padres la orden que había dado el dicho Comandante de tierra, refiriéndoles las razones que le había propuesto para que desistiese; pero que no había podido convencerlo. Ya veo, dijo, que no hay motivo para la retirada, y que es un grande bochorno; pero no quiero pleitos con este hombre, y así determino que nos vayamos. Mucho lo sintieron los Padres, y más que todos el V. P. Presidente. Luego que vio la retirada, quedándose como fuera de sí, sin tener más voces ni palabras con que desahogar la pena del corazón, que el decir: hágase la voluntad de Dios, quien sólo lo puede remediar, encargó a los Padres lo encomendasen a nuestro Señor. No fue menor el sentimiento que tuvo S. Excâ. en cuanto tuvo la noticia del hecho, que se la comunicó el Capitán del Barco en cuanto llegó a San Blas. De modo que luego despachó S. Excâ. orden al Gobernador de la Provincia, que residía en Loreto en la antigua California, para que luego mudase su residencia a Monterrey, y el Capitán Rivera se retirase a Loreto; lo que comunicó S. Excâ. al V. P. Presidente con Carta larga y extensiva con fecha de 25 de diciembre del propio año de 76, de la que saco las siguientes claúsulas, con las que comunica a S. R. los estrechos encargos que hace al Señor Gobernador. Copia de la Carta "No dudo que la suspensión del restablecimiento de la misión arruinada de San Diego causaría a V. R. mucha pena respecto de que a mí me ha causado displicencia el saberlo solo: cuanto más los frívolos motivos que coincidieron, de que me ha instruido la Carta del Teniente de Navío Don Diego Choquet, Comandante del Paquebot el Príncipe. Supongo que con el arribo de los veinte y cinco hombres mandados por mí reclutar para refuerzo de la Tropa de aquel Presidio, se dedicaría Don Fernando de Rivera a evacuar esta importancia, y a erigir al propio tiempo la Misión de San Juan Capistrano en el paraje antes elegido; pero si no se hubiere verificado, no dude V. R. que el Gobernador de esas Provincias, a quien va el encargo de residir en ese Presidio de Monterrey, hará todo esto, si no lo ha ejecutado, muy a gusto de V. R. por el celo que le anima del servicio, y por las demás cualidades que le adornan. Le instruyo y prevengo de cuanto debe procurar para fomento de esas adquisiciones, encargándole estrechamente que no estando verificado el restablecimiento de la Misión de San Diego, y la fundación de San Capistrario, se dedique luego a hacerlo efectivo, y le prevengo lo mismo que antes a D. Fernando de Rivera en cuanto a que no se castiguen las cabecillas o autores del pasado movimiento, por si la piedad con que se les trata, cuando merecían la última pena, les escarmienta, y hace entrar en conocimiento para vivir dóciles y quietos. Una de las cosas que también encargo estrechamente, es la erección de la Misión de Santa Clara en la cercanía del Presidio de San Francisco con esta advocación; y aunque doy la orden para que a éstas subsigan las dos que V. R. pide como precisas en el Canal de Santa Bárbara, y otra en el terreno que intermedia entre ese Establecimiento y aquel, para asegurar la comunicación; convendrá suspenderlo para más adelante, y cuando las otras se hallen perfectamente establecidas; bajo cuyo concepto puede decirme V. R. por e1 regreso de los Buques los utensilios que sean necesarios para ellas, a fin de determinar su envío, acordando en el ínterin la erección de las demás, con preferencia, que desde luego concibo deben tener las de Santa Bárbara ya meditadas, para reducir la mucha Gentilidad que puebla el terreno. El Gobernador D. Felipe Neve está encargado de consultarme y proponerme cuanto conciba conveniente y preciso a hacer felices esos Establecimientos; y como también lo está de que para todo use de los acuerdos de V. R. espero que continuando con aquel fervoroso celo que preocupa el ánimo de V. R. por la propagación de la Fe, conversión de las almas, y extensión del dominio del Rey en esas remotas distancias, se disponga cuanto parezca asequible, consultándome lo que se necesite para proporcionar con mis providencias su efectivo logro. Dios, guarde a V. R. muchos años. México 25 de diciembre de 76. =El Baylio Frey Don Antonio Bucareli y Ursua. =R. P. Fr. Junípero Serra." Si estas providencias tan favorables para la propagación de la Fe, y Cartas tan consolatorias de S. Excâ. hubieran llegado a manos del fervoroso P. Junípero tan breve y tan a continuación como aquí las inserto (para llevar el hilo de la Historia) no habría S. R. padecido tanto como padeció; pues la demora de ellas, por la mucha distancia de México, le afligía en gran manera su corazón; aunque siempre muy resignado a la divina voluntad, en cuyo servicio y para gloria del Señor padecía un incruento martirio; pues cualquiera providencia que veía dar por el Comandante de estos Establecimientos que impedía o retardaba la conversión de los Gentiles, era una saeta más aguda que las que quitaron la vida al V. P. Fr. Luis Jayme; y la que se dio para que se suspendiese la reedificación de la Misión de San Diego, no fue de las menores que recibió en su corazón el Venerable y fervoroso Prelado; pero viendo que en lo humano ya no hallaba recurso, ocurrió a Dios, como Señor de esta Viña, para que lo remediase, pidiéndoselo en los Santos Sacrificios y oraciones, encargando a los Padres hiciesen lo propio; y en breve le dio el Señor el consuelo, como veremos en el siguiente Capítulo.
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Capítulo XLII De cómo Huascar Ynga triunfó en nombre de su padre Huayna Capac, y las fiestas que después hizo Después de aderezadas las invenciones que, en los entendimientos de aquellos yngas, mejores se hallaron para autorizar con mayor majestad el triunfo que Huascar Ynga, en nombre de su Padre Huaina Capac, hacía y solemnizaba, salió Huascar del Cuzco con el más soberbio y pomposo acompañamiento de parientes, de hermanos y sobrinos, principales curacas de las provincias, criados y allegados que jamás ynga predecesor suyo sacó para entrar en el triunfo de su padre. En el cual metió todos los señores principales de las provincias, los cuales venían con los que representaban la batalla con sus escuadrones en orden de guerra. Y entre escuadrón y escuadrón los vencidos, vestidos como dicho es, y sobre sus camisetas propias las coloradas con los brazos dentro, a modo de prisioneros. Fueron a la plaza de Curicancha a adorar el Sol, con las demás figuras que con él estaban, y así quedando los cautivos vencidos en la plaza, se fue a su casa. Ese día entró la figura de Huaina Capac, que en las andas venía trayendo delante della todos los que Huaina Capac por el valor de su persona había preso; traía la cabeza de un señor de una provincia en la mano, alrededor de los más favorecidos y privados suyos y con él se habían hallado en los aprietos de las batallas y se habían señalado con más ánimo. Juntamente venía rodeado de infinitos indios con los instrumentos de músicas que ellos usaban. Venían detrás de las andas todos los soldados que de las guerras habían escapado, y los que habían escogido y señalado por más valientes, traían delante de sí mucha cantidad de cautivos, como gente que por sus personas habían dado muestras de gran valor en la guerra. Otro día entró en el Cuzco todo el restante de la gente común de guerra, con lo que había quedado del despojo; los cuales venían cargados de oro, plata, ropa de ahuasca cumbi, algodón, plumería, armas de todos géneros, vestidos, llautos, ojotas y finalmente todas las cosas más ricas y de más precio que habían huido y ganado a fuerza de brazos en las provincias que habían conquistado. Duró este despojo en entrar en la ciudad desde que amaneció hasta ponerse el sol. Pasado esto, otro día por la mañana, entró el cuerpo de Huaina Capac embalsamado, como había venido desde Quito, en hombros de los más principales de los orejones, famosamente arreados de vestidos y armas, como solían caminar con él cuando era vivo. Entró por encima de la fortaleza triunfando, con grandísima cantidad de cautivos, entre los cuales venían como más principales y de quien más caudal se hacía: La mujer e hijos de Pinto, señor de los cayambis, que ya dijimos murió de rabia y enojo. Venían con el cuerpo de Huaina Capac mucho número de señores y gente que habían salido del Cuzco a sólo a compañar el cuerpo y entrar con él en el triunfo. Todos cantaban cantares tristes y de melancolía, refiriendo las hazañas famosas de Huaina Capac y rogando al Hacedor por él. También venían infinitas mujeres y doncellas, de las que le habían servido y habían sido favorecidas y regaladas suyas en su acompañamiento, cantando con triste son al modo de quien llora, que causaba a los que las oían por las calles dolor y provocaba a lágrimas. Con esta orden y con mucho espacio, vino hasta la casa del Sol y de allí lo llevaron a su casa donde había vivido en aquella ciudad, y entonces, en presencia de Huascar Ynga, todos los más principales de los orejones, que de la guerra habían venido y que más en ella se habían señalado, tomaron en hombros las figuras del Sol, Hacedor y trueno, y con todo el espacio y majestad del mundo, y sonando todos los instrumentos que en la guerra usaban y demás suertes de músicas, y los soldados del ejército levantando una confusa vocería y estruendo, pasaron sobre los vencidos, pisándolos por su orden como estaban echados en el suelo. Acabado esto, Huascar Ynga pasó asimismo sobre los vencidos y luego llevando en las manos dos orejones principales, los cuerpos que estaban embalsamados de los señores que habían muerto en la guerra y conquistas, los pasaban por encima de los vencidos, pisándolos, y después algunas señoras principales de las que habían acompañado a Huaina Capac y a sus maridos en la guerra, pasaban por encima de los vencidos pisándolos en señal de escarnio y menosprecio. Concluido todo lo que tocaba al triunfo, llevaron los cautivos a las cárceles de Sanca Cancha y Puma Sanca, donde los metieron, y aquella noche los tuvieron y otro día los sacaron de las cárceles y les dieron, por mandado de Huascar Ynga, de vestir a su usanza y comer y beber. Repartiólos por los capitanes y gente principal y más granada para que les diesen lo que habían menester y los guardasen hasta que los pusiesen por mitimas los que estaban señalados para ello, y a los que se había de dar licencia para volver a sus tierras, se les diese y se fuesen. Acabado que hubo Huascar Ynga todo lo tocante al triunfo de Huayna Capac su padre, acordó para negociar la gente de guerra y premiar a los que en ella se habían más señalado, hacer unas solemnísimas fiestas. Así las hizo cada nación y provincia de por sí en días diferentes, donde hubo bailes y danzas, pruebas y luchas, invenciones diversas, y al cabo dellas hizo grandes mercedes, dándoles a los capitanes y soldados oro, plata, vestidos, ropas ricas de cumbi, ahuasca y algodón, tierras, criados y mujeres, remunerando y agradeciendo a todos en general, y en particular, según su valor y merecimiento, con que ganó las voluntades y amor de la gente de guerra. Después de hecho esto, ordenó todas las cosas que eran menester para otro llanto que quiso hacer por su padre Huaina Capac, y así se hizo en el Cuzco y en toda la tierra con diversas muestras de sentimiento y lloro e infinitas señales de tristeza. El último llanto fue en Yucay, donde asistió el mismo Huascar en persona, y acabado, dio muchas mujeres de las acllas, que su padre había dejado, a los principales que asistían en su servicio y se vino al Cuzco.
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Cómo el Almirante salió de Lisboa para venir a Castilla por mar Después, el miércoles, 13 de Marzo, a dos horas del día, el Almirante dio velas para ir a Sevilla; el viernes siguiente, a mediodía, entró en Saltes, y surgió dentro del puerto de Palos, de donde había salido el 3 de Agosto del año pasado de 1492, siete meses y once días antes. Allí fue recibido por todo el pueblo en procesión, dando gracias a Nuestro Señor por tan excelsa gracia y victoria, de la que tanto acrecentamiento se esperaba para la religión cristiana y para el estado de los Reyes Católicos, teniendo aquellos vecinos en mucho que el Almirante, cuando salió, hubiese desplegado velas en aquel lugar, y que la mayor parte y más noble de la gente que había llevado, saliese de aquella tierra; aunque muchos de éstos, por culpa de Pinzón, hubieran tenido alguna perfidia y desobediencia. Al mismo tiempo que el Almirante llegó a Palos, Pinzón arribó a Galicia, y quería ir él solo a Barcelona para dar cuenta del suceso a los Reyes Católicos; pero éstos le intimaron que no fuera sino con el Almirante, con el cual había ido al descubrimiento; de lo que recibió tanto dolor y enojo que se fue a su patria, doliente, y en pocos días murió de pena. Antes que éste volviese a Palos, el Almirante fue por tierra a Sevilla, con ánimo de ir de allí a Barcelona, donde estaban los Reyes Católicos. Y en el viaje tuvo que detenerse algo, aunque poco, por la mucha admiración de los pueblos por donde pasaba, pues de todos ellos y de sus proximidades, corría la gente a los caminos para verle, y a los indios y las otras cosas y novedades que llevaba. Así continuando su camino, llegó a mitad de Abril a Barcelona, habiendo hecho antes saber a Sus Altezas el próspero suceso de su viaje. De lo que mostraron infinita alegría y contento; y como a hombre que tan gran servicio les había prestado, mandaron que fuese solemnemente recibido. Salieron a su encuentro todos los que estaban en la ciudad y en la Corte; y los Reyes Católicos le esperaron sentados públicamente, con toda majestad y grandeza, en un riquísimo trono, bajo un dosel de brocado de oro, y cuando fue a besarles las manos se levantaron, como a gran señor, le pusieron dificultad en darle la mano, y le hicieron sentarse a su lado. Después, dichas brevemente algunas cosas acerca del proceso y resultado de su viaje, le dieron licencia para que se fuese a su posada, hasta donde fue acompañado por toda la Corte. Estuvo allí con tan gran favor y con tanta honra de Sus Altezas que, cuando el Rey cabalgaba por Barcelona, el Almirante iba a un lado, y el Infante Fortuna a otro, no habiendo antes costumbre de ir más que dicho Infante que era pariente muy allegado al Rey.
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De cómo Cari volvió a Chucuito y de la llegada de Viracocha Inca y de la paz que entre ellos trataron. Luego que Çapana fue muerto Cari se apoderó de su real y robó todo lo que en él había; con la cual presa dio la vuelta a Chucuito; y estaba aguardando a Viracocha Inca y mandó adrezar los aposentos y proveerlos de mantenimientos. El Inca supo en el camino el fin de la guerra y cómo Cari había vencido y, aunque en lo público daba a entender haberse holgado, en lo secreto le pesó por lo sucedido, porque con haber diferencias entre aquellos dos pensaba él fácilmente hacerse señor del Collao; y pensó de se volver con brevedad al Cuzco, porque no le sucediese alguna desgracia. Y como estuviese ya cerca de Chucuito, salió Cari con los más principales de los suyos a le recebir y fue aposentado e muy servido; y como desease la vuelta al Cuzco con brevedad, habló con Cari adulándole con palabras de lisonjas sobre lo mucho que se había holgado de su buena andanza y que venía a le ayudar con toda voluntad y que para que estuviese cierto que siempre le sería buen amigo le quería dar por muger a una hija suya. A lo cual respondió Cari que era muy viejo y estaba muy cansado, que le rogaba que casase a su hija con mancebo pues había tantos en que escoger, y que supiese que él le había de tener por señor y amigo y reconocerle en lo que él mandase; y así, le ayudarla en guerras y en otras cosas que se ofresciesen. Y luego, en presencia de los más principales que allí estaban, mandó traer Viracocha Inca un gran vaso de oro y se hizo el pleito homenaje entre ellos desta manera: bebieron un rato del vino que tenían las mujeres y luego el Inca tomó el vaso ya dicho y, poniéndolo encima de una piedra muy lisa, dijo: "La señal sea ésta, que este vaso se esté aquí y que yo no le mude ni tú le toques, en señal de ser cierto lo asentado. " Y besando, hicieron reverencia al sol y hicieron un gran taqui y areyto con muchos sones; y los sacerdotes, diciendo ciertas palabras, llevaron el vaso a uno de los vanos templos donde se ponían los semejantes juramentos que se hacían por los reyes y señores. Y habiéndose holgado algunos días Viracocha Inca en Chucuito se volvió al Cuzco, siendo por todas partes muy servido y bien recebido. E ya muchas provincias estaban asentadas y usaban de mejores ropas y tenían mejores costumbres y religiones que antes, gobernándose por las leyes y costumbres del Cuzco, a donde había quedado por gobernador de la ciudad Inca Urco, hijo de Viracocha Inca, del cual cuentan que era muy cobarde, remiso, lleno de vicios y con pocas virtudes; mas, como era el mayor, había de suceder en el imperio de su padre; quien dicen que, conociendo estas cosas, quisiera mucho privarlo del señorío y darlo a Inca Yupanqui, su segúndo hijo, mancebo de muy gran valor y adornado de buenas costumbres, esforzado y animoso y que tenía los pensamientos muy grandes y altos; mas los orejones y principales de la ciudad no querían que fuesen quebrantadas las leyes y lo que se usaba y guardaba por ordenación y estatuto de los pasados y, aunque conocían cuán mal inclinado era Inca Urco, querían que él y no otro fuese rey después de la muerte de su padre. Y esto lo he dicho tan largo, porque dicen los que desto me avisaron que, desde Urcos Viracocha Inca embió sus mensajeros a la ciudad para que lo tratasen y no pudo concluir nada de lo que quería. Y como entró en el Cuzco, le fue hecho gran recebimiento; y como ya estuviese muy viejo y cansado determinó de dejar la gobernación del reino a su hijo y entregarle la borla y salirse al valle de Yucay y al de Xaquixaguana a recrear y holgar; y así lo comunicó con los de la ciudad, pues no pudo conseguir que le sucediese Inca Yupanqui.
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De cómo habiendo el capitán Pedro Fernández de Quirós salido del puerto del Callao con su armada, fue navegando por la costa del Perú, y la instrucción que dio a los demás pilotos y gente de mar y guerra para que supiesen cómo se habían de gobernar Comenzando a salir del puerto del Callao, fueron puestas las proas de las tres naves a donde estaba puesto el tema. íbase poniendo el sol. La almiranta pidió el nombre. Fuele dado el nombre de San Pedro, patrón de la misma nave y causa. Navegóse con el viento Susueste, tan continuo en aquella costa, a la vuelta del Oes-sudueste, y así como nos íbamos apartando se iba el viento pasando de cuarta en cuarta hasta que hizo Leste franco, a donde por muchos días afijó y sopló suavemente. Parece que aquella alta cordillera del Perú de Norte-Sur impide que no cale el viento Leste, hasta que ya engolfados, se abate el horizonte y se goza de él, que es la brisa ordinaria. El capitán, aquellos tres primeros días, señaló en su carta puntos, y luego le faltó la salud; porque de Lima sacó el cerebro tal, que ni le sufría sol ni sombra tenerle desnudo o cubierto. Sobre este mal le dio un pasmo que le puso en grande aprieto, y según después se entendió, fue curado al revés, y nada de esto bastó para acabarle, pues quien Dios quiere vivirá. Las tres vísperas y días de Navidad, Circuncisión y de los Reyes, fueron celebradas con grande fiesta, y el de la Conversión de San Pablo, el capitán, por no haber podido antes, dio la instrucción siguiente a la gente de su nave y de las otras dos de su armada, por juzgarla muy necesaria. Instrucción "Pedro Fernández de Quirós, capitán y cabo de los tres navíos de armada que llevo a cargo para descubrir la parte meridional incógnita por Su Majestad, etc. "Por cuanto conviene al servicio de Dios Nuestro Señor y al del Rey de España don Felipe, tercero deste nombre, cuya es la dicha armada, y cuyo vasallo soy, y en cuyo nombre voy al dicho efecto; y conviene al buen gobierno que los capitanes han de tener, reglas que han de guardar, el viaje que han de seguir, y lo demás que han de hacer, si acaso por algún temporal forzoso y otra legítima causa perdieren mi compañía, lleven instrucción y avisos para con ellos procurar todo buen aumento en lo que va a su cargo, se le da a Luis Vaez de Torres, almirante del navío llamado San Pedro, la orden como se sigue: "Encargo mucho al dicho almirante, que procure introducir toda buena disciplina cristiana, política y militar en la gente de su nao. "Y más le encargo, que vele mucho que no se pesie ni reniegue, ni digan ni hagan otras cosas de mal sentir o sonido contra Dios Nuestro Señor, ni contra su Madre Santísima, ni contra los ángeles y santos y cosas divinas o sagradas; y si acaso (lo que Dios no permita) hubiere algunos tan desalmados que se atrevan a semejantes blasfemias, sin disimular los castigará luego severa y rigurosamente como merecieren sus delitos. "Otrosí: Le encargo mucho que no consienta que se juegue a dados, ni naipes en poca ni en mucha cantidad; y si acaso en su navío fueren algunos naipes, o dados (excepto para jugar las tablas), los eche luego a la mar, como cosa tan perjudicial al intento que se lleva; y si el juego de las tablas, damas o perinola causaren porfías, inquietud y revueltas, los echará todos a la mar, para con esto del todo evitar ocasiones tan dañosas. "Tendrá mucho cuidado que todos los días a las tardes, la gente toda de rodillas delante de una altar a donde estará una imagen de Cristo o de la Virgen María, se rece la salve y las letanías de Nuestra Señora de Loreto; pidiéndole su favor y suplicándole su intercesión para que Dios Nuestro Señor nos guíe y muestre las tierras y gentes que buscamos y nos ayude en todo aquello que con justicia pretendemos, y nos dé tal suceso cual conviene a este negocio, que tan enderezado es a su mayor honra y gloria, y al bien de tantas sus criaturas. "Más le encargo, que vele y del todo evite que no se jure el nombre de Dios en vano, con pena que la persona que incurriere le será quitada la ración de aquel día, y si la hubiere cobrado, será la del día siguiente; y pasarán por la misma pena aquellas personas que le dieren de comer aunque sean sus camaradas: y si el jurador se arrepiente de su culpa, le será perdonado por aquella vez, y por la segunda, tercera o más veces será la pena arbitraria de cepo, o grillos, o dinero para las almas del purgatorio, y esto irremisible. Y porque venga a noticia de todos, se pegará la copia de este capítulo al árbol mayor de la nao. "Otrosí: Será muy vigilante en que no se digan palabras libres, o desacato contra la persona Real ni se hagan contra su servicio: ya los que las dijeren o hicieren, los castigará con rigor brevísimamente; justificando siempre bien la causa desta y de todas especies. "Ansí mismo tendrá cuidado y mucha cuenta, de tratar suave y amorosamente toda la gente de su cargo, y honrar y mantener a cada uno de sus oficiales en el puesto que les tocare, y de hacerles respetar a todos y a cada uno de por sí. En suma, se desvelará en adquirir aquellos modos y medios que han de ser parte para que su gente concorde y guarde en su trato amor, verdad, fidelidad y lealtad; recordando cuán digno es de estimación el capitán que, sin cuchillo ni otro rigor alguno, gobierna en paz su gente y la conserva. "Encomendará mucho al maestre de su nao, que sea muy vigilante en mirar que los bastimentos no se pudran ni malgasten; y que aquellos de que se tuviere sospecha que se han de corromper los haga gastar primero. "La ración que ha de mandar se dé cada un día, a cada una persona de cuantas fueren en la nao con sueldo o sin sueldo, ha de ser libre y media de bizcocho, una libra de carne, dos onzas de tocino, una de garbanzos, media azumbre de agua para beber y la que bastare para guisar las ollas. Los días de pescado se les dará un tollo, y si fuere grande, la parte, seis onzas de garbanzos, una medida de aceite, otra de vinagre y su pan y agua como en día de carne, y cuando no hubiere tollo, se darán cuatro onzas de queso; y en lo tocante a ventajas, hará lo que le pareciere convenir, mirando siempre mucho tiempo a que mirar y camino que andar. "Será vigilantísimo, así de día como de noche, en ir siguiendo la nao capitana, que va navegando la vía del Oessudueste, hasta subir altura de treinta grados; y si puesta en ellos no hallare tierra, hará su derrota al Noroeste franco hasta bajar a altura de diez grados: y si hasta ponerse en ellos no hallare tierra, navegará al Sudueste hasta subir a veinte grados; y si hasta este punto no hallare tierra, navegará al Noroeste hasta bajar a diez grados y un cuarto; y puesto en ellos navegará al Oeste en demanda de la isla de Santa Cruz, y en ella tomará puerto en la bahía Graciosa, que está a la parte del Norte en altura de diez grados y un tercio, y mil ochocientas y cincuenta leguas de la ciudad de los Reyes, al Sur de un grande y alto volcán que está solo en la mar ocho leguas más o menos de la dicha bahía. El capitán que primero llegare a este puerto, que está en el remate de la bahía entre un grande manantial de agua y un mediano río bien junto a tierra, su fondo de cuarenta a treinta y cinco brazas, surgirá allí, y esperará allí tres meses a los otros dos navíos, para que estando juntos se tome resolución de lo que se ha de hacer en cumplimiento de lo que Su Majestad manda; y si acaso no se juntaren, el capitán que quisiere salir del puerto levantará una cruz, y al pie de ella o del más cercano árbol, haciendo señal en el tronco para que sea entendido del que llegare después, enterrará una botija tapada la boca con brea y dentro en ella la relación de todo cuanto le hubiere sucedido, y el intento que lleva, y luego irá navegando a la vuelta del Sudueste hasta subir a veinte grados, y de ellos al Noroeste bajará a cuatro, y puesto en ellos irá al Oeste a demandar la Nueva Guinea. Y costeada toda ella, y tomada la razón cuanto más fuere posible, arribará a la ciudad de Manila en la isla de Luzón y Filipinas, altura de catorce grados; y dellas, por la India Oriental, irá a España a dar a Su Majestad la cuenta que espera de todo lo descubierto, en la forma que sigue. "Tendrá cuidado todos los días de pesar el sol y de noche el crucero, o al menos las veces que diere lugar el tiempo, para saber su altura y para señalar punto en la carta, dando los resguardos del abatimiento de la nao por viento, o por corrientes, y por la aguja dará el resguardo de cuarto, o grado que tuviese de variación al Nordeste; y para mejor saberlo cuidará de mascarla por el sol y por las estrellas conocidas, cuando estuvieren en el meridiano. Y asimismo irá haciendo derrotero de las leguas que cada día anduviere su navío, de los vientos y mudanzas dellos, de los aguaceros, corrientes, pájaros, cardumes de peces, y otras señales que son de tierra, y el paraje donde topare con ellas: asimismo de las islas pobladas y despobladas, que se ha de describir en la carga según longitud, latitud y forma; y si fuere tierra firme será guardada la misma orden en los puertos, puntas, cabos, senos y ensenadas, y de todo lo demás que contiene; escribiendo las señas, y para qué parte está cada cosa, y juntamente los ríos, u otra cualquier parte a donde poderse hacer aguada y leña, y también más los bajos placeres y arrecifes que encontrare: siendo de arena, señalarse han con puntillos de tinta; si fueren de tierra con crucetas. Demás desto el color, talle, faciones y trajes de las gentes que las habitan, de sus comidas, armas, embarcaciones, tratos, señorío, gobierno y culto; y de todo esto y de lo demás que viere hará tal relación, que por si solo la pueda dar copiosa y verdadera al Rey Nuestro Señor en el su Consejo de Estado donde esta causa mandó. "Todos los días llegará a esta capitana a dar, como es costumbre, el buen viaje, y a pedir el nombre; y se le dará, y responderá en la forma que se usa. "Tendrá cuidado al salir y poner el sol, y más veces si le pareciere convenir, hacer subir a los topes a dos hombres para explorar la mar a todas partes del horizonte; y de noche hará que la nao se vele con dobladas centinelas, habiendo una en el bauprés: y la ronda y sobrerronda la hará por su persona, y no pudiendo, la encomendará a otras de quien tenga muy grande satisfacción; y en esto será puntual, y riguroso en castigar a los que estando de guardia se descuidaren, o durmiesen. Y en lo que es tomar las velas, no haya en esto pereza cuando el tiempo amenaza. "Cuando en la capitana se pusiere una bandera en la gavia mayor, es señal para pedir el punto a los pilotos, hacer junta y acordar lo que convenga. Luego los navíos llegarán a su capitana, para hacer lo que de ella se ordenare. "Si la capitana virase de noche de otra vuelta, tirará una pieza; y si avisare de vista de tierra y de bajíos, tirará dos piezas. Lo mismo harán los otros dos navíos; y todos tres se responderán para entenderse. "Si de día le sucediere alguna cosa que necesite, avise de ello poniendo una bandera en el medio de la jarcia, de modo que pueda ser vista por los otros dos navíos, que luego se llegarán a saber la necesidad que tiene y a remediarla; y si este caso fuere de noche, hará dos lumbres, sin la del farol, para aviso que pide el socorro, que luego se le dará. "Tendrá mucha cuenta con el fogón, y con que no vaya vela encendida, ni otro fuego abajo de cubiertas, si no fuere dentro de una linterna y con un hombre que la lleve y otro de guarda que la vele. Y le encargo que no reserve de esta deuda y de todas a ninguna persona de cuantas fueren en la nao como sean capaces. "Tendrá mucho cuidado de que no se malgastase la cuerda, pólvora y balas, y mucha cuenta con los gastos y consumos de toda Hacienda Real, para que en esto no haya fraude alguno. "Si navegare con mar y viento y se hallare de golpe sin los dos, si fuere de noche, reparo y sonda y buena guardia, porque suele ser por interposición de cercana tierra. "Si hallare embates o bahajes de viento fuera del que va en las velas, o el navío alzare la popa y proa como que le dan de rempujones, si fuere de noche, breve la sonda, porque suele ser muy cerca de tierra o de bajíos, a donde quiebra la mar y vuelve la resaca atrás. "Si estando el cielo claro, el sol, luna y estrellas saliere, o se pusiesen más altas que el horizonte, por ser señal cierta de tierra, si fuese de noche reparo y sonda, y de día demandarla. "Si a su camino tuviere nublados espesos que no corran ni se deshagan, o una ceja fija, o cerrazón ahumada, si fuere de noche, reparo, sonda y buena guarda, que suele ser sobre tierra. "Si hacia donde navega viere unos fuciles muertos y de poca lumbre, u oyere algunos truenos roncos o viere unos pequeños y a menudo chubazos, si fuere de noche, reparo y sonda, porque suele ser señal de cayos, o de islas pequeñas o de bajos coronados; y si los relámpagos fueren encendidos y apresurados con recios truenos, si fuere de noche, lo mismo de reparo y sonda y buena guarda, y de día procurarla. "Si a pesar del viento que llevare vinieren de alguna otra parte unos refregones secos, o con agua o con granizo, señal de tierra cerca, y si menudearen, señal de más cerca; siendo de noche, reparo, para de día buscarla. "Si hallare la mar engrasada, o en ella hojas de árboles, pajas, yerbas, maderos, ramas, cocos, palmas, y las otras cosas que el agua saca de playas, y los ríos le traen con avenidas, es señal de tierra cerca hacia la parte a donde el presente cursa el viento, o ha cursado, o las corrientes las trajeron, o las traen; y en caso tal, el paraje puede mejor avisar de lo que tiene de hacer, sino deja tierra atrás de hacia el viento que lleva. "Si hallare corrientes, es mejor cuanto mayores, con cardumes de peces menudos que suelen hervir sobre el agua o manchas de camarones, culebras, lobos marinos, tortugas, muchas aguas malas, alfurrezas y carabelas juntas, o el agua sin su pureza revuelta como compulo, o algunos pájaros de tierra que suelen della desgarrar, cuidado como en lo demás, por ser muy cerca de tierra. "Si topare bandadas de muchos pájaros marinos, como lo son garajaos blancos o negros, rabiahorcados, ha de mirar a la tarde para qué parte van volando, y de dónde vienen de mañana; advirtiendo que si se recogen temprano y vuelven tarde, que tienen lejos la tierra, y si se recogen tarde y vuelven temprano, que la tierra está más cerca, y que si no los viese recoger y de noche los viese graznar, y al amanecer están a vista que en caso tal, o la tierra está muy cerca o que duermen en la mar; con advertencia que casi siempre habitan pájaros en islas o placeladas, por ser allí muy cerca su pesquería, a cuya causa es mas debida su vigilancia por no dar en sus bajíos, o en ellas. "Si los pájaros que encontrare fuesen piqueros, patos, gaviotas, gallaretes, estopegados, tiñosas, gavilanes, alcatraces, flamencos, siloricos, señal de tierra más cerca; y si sólo fueren pardelas, no dará tanto cuidado por hallarse estos pájaros en los mayores de los golfos, y lo mismo rabos-de-junco, que suelen volar cuanto quieren. Mas si todas las castas de pájaros o parte de ellas andasen juntos, es señal más cerca de tierra; advirtiendo que unos de esos pájaros suelen andar desgarrados y buscando tierra de una y de otra vuelta. "Si hallaren en la mar manchas de agua parda, señal de peñascos entre aguados; si fuere blanca, señal de poco fondo de arenas; si fuere negra, señal de lama; si colorada, señal de barro; si verde, señal que el fondo es de yerbas. En suma, si el agua fuere de otra color, fuera del ordinario que tiene el mar de mucho fondo, que es azul obscuro, le dará el verlo así el debido cuidado, y mucho más cuando de noche se oyere roncar, sonar y hervir la mar un poco o mucho más que el ordinario; por ser todas las dichas señales que obligan a grandes vigilias y sonda, que son dos cosas de que más se ha de cuidar y se ha de usar, y las que más han de importar a la seguridad del viaje. Siendo principal aviso que aunque todas las dihas señales suelen ser de tierra y de bajíos, que también los pájaros tienen alas, y que duermen cuando quieren en la mar, y que los peces están en su elemento, y los vientos, truenos y relámpagos y nublados vuelan todos por el aire, y que sólo en Dios se ha de poner la confianza, pues sólo Dios es el que sabe y el que puede guiarle y salvarle su persona, gente y nave. "Después de surtos en algún puerto, sea aviso que se mire recatadamente, así de día como de noche, que los indios son muy grandes nadadores y buzos, y pueden acuñar los timones, cortar las amarras, y se debe temer pegarán fuego a las naos; a cuya causa será bueno que en las partes sospechosas se haga guarda de noche a las boyas en la barca, o a lo menos que las visiten muchas veces. "Aviso que no deje entrar en su navío a tantos indios que se puedan alzar con él, o, cuando poco, suceda de esto un grande daño así a nosotros como a ellos, que no conocen nuestras armas, con que se dará principio a guerra y nunca se haga paz fiel. "Aviso que siendo fuerza salir a tierra, sea de día, y jamás de noche; y que la parte sea rasa y sin monte, o a lo menos el mejor puesto que se pueda hallar; llevando perros delante para descubrir emboscadas, las armas prestas, marchando juntos y en orden, y en los pasos ocasionados, antes de entrar en ellos se haga alto y se acuerde lo que pareciere con venir: advirtiendo bien que los indios suelen estar detrás de troncos o peñascos, o en el suelo tendidos, aunque sea en campo raso, cubiertos con sólo yerbas. "Aviso que si posible fuere, antes de nuestra gente salir a tierra, se queden en el navío caciques u otros indios que parecieren de más cuenta como por prendas; y que a éstos se les haga buen tratamiento y se les den cosas de las nuestras a que más se inclinaren: y esto mismo se haga en tierra cuando ellos buscan trato y nuestra conversación y el rescate lo haga un nuestro, dándoles siempre a entender que las cosas que les dan son todas de mucha estima, como realmente lo son para ellos, y esto porque no estimen las suyas en mucho y en poco las nuestras. "Informarse ha de los indios si tienen cerca otras islas o grandes tierras, o si es firme la en que están, si tienen gente, y de qué colores, si comen carne humana, si son amigos, o tienen guerra. Mostrarles ha oro en polvo o en pepitas, o en joyas, plata labrada, por labrar, y en metales, toda suerte de perlas, de especerías y sal, para saber si comen estos géneros; y si les dieren nombre escribirlos, y preguntarles en qué parte se hallan las dichas cosas, y cómo se llaman aquellas tierras. Lo que dieren, mostrarse agradecidos a ello; y a lo que preguntaren por señas, procurar dárselo a entender. "Aviso que no se haga poca cuenta de los indios, porque son maniprestos y corredores, y cuando a su parecer ven la suya, conócenla bien y ejecútanla mejor; a lo menos la intentan, de que se siguen daños de parte a parte, que es lo que se debe excusar. "Aviso que no se dejen guiar de los indios sin ir con grande recato; que jamás se fíen ni crean de ellos en ninguna ocasión de muchas ni pocas muestras de amistad, porque suelen empuyar los caminos, hacer cuevas cubiertas con yerbas y tierra. Pueden llevarlos derechos a donde estén sus trampas armadas, o emboscadas hechas, o con otro mal intento apartarlos de las barcas, o playas, o campos, y entrarlos la tierra adentro, o en los montes, y hacer el mal que pudieren. Lleven siempre sus cañutos abiertos por ambos cabos a donde vaya la cuerda encendida, porque no se apague cuando llueva. "Aviso que jamás se mezclen con los indios, ni los dejen juntar consigo, por el peligro a que se ponen de que tres o cuatro de ellos a señal dada arremetan y se aferren con uno y con todos los nuestros, y hacer a salvo la suerte que ellos quisieren. "Aviso que las veces que se vieren con los indios, si pudiera ser, sea siempre en parte clara, apartados buen espacio de ellos, y que el caudillo, u otro por su mandado, estando en medio de unos y otros, concierte con ellos lo que quisieren, o de lo que pidieren; y siempre con cuidado se procure el seguro de las espaldas, sin dejarse cercar de ellos ni jamás volver el rostro, sino todos en un cuerpo: y cuando obligados, en cerco espaldas con espaldas y rodeleros delante, para estar todos más fuertes y seguros. "Aviso que si se hubieren de embarcar de retirada por ser así necesario, o en presencia y aun en ausencia, la mitad de los arcabuceros y rodeleros hagan rostro a los indios, y guarda a la otra mitad de los nuestros para embarcarse a salvo: y con presteza los embarcados, cuerdas caladas, harán desde la barca la misma guarda a los quedados en tierra hasta que todos se embarquen; porque si van de tropel, corren peligro de flechas, pedradas, dardos y lanzas, que son las armas de los indios. "Aviso que jamás quiten a los indios cosa que traigan consigo o las que tienen en sus casas, aunque sea oro, plata, perlas y otra cualquier cosa de estima, ni entiendan nuestra cudicia; mas antes les den de las nuestras, mostrándose muy liberales, y juntamente les siembren y enseñen a sembrar maíz, frisoles, sapallos, algodón, y todas las otras semillas y legumbres más provechosas; y todas las veces que hubiere ocasión las haga sembrar a su gente aunque sea en islas disiertas: y si en ellas hubiere disposición, haga echar conejos, cabras y puercos, pues será ganando tiempo enriquecer aquellas tierras perdidas, por lo que puede suceder navegando después por ellas y para provisión de las pobladas. "Aviso que no se ceben en las cosas que los indios presentan de comida o lo que fuere, porque de intento saben hacer mucho desto; a cuya causa no embaracen las manos ni dellas quiten las armas, ni de los indios los ojos: en cualquier caso que sea, será este punto y el no se dividir, muy bien guardados; y el uno o dos nuestros hagan siempre guarda a todo velando la parte que más sospecha tenga. "Aviso que se guarden de veneno echado en agua, o dado en comida, y que las yerbas y frutas no las coman sin las conocer primero o verlas comidas de pájaros o de monos. "Aviso que en los puertos donde hubieren de asistir jamás maltraten indio alguno, ni lo prendan, si no fuere para volverlo a soltar vestido y acariciado; ni menos quiebren paz ni palabra que les hayan dado, ni les corten árbol frutal, ni talen sus sementeras, ni les quemen sus casas, piraguas, canoas u otras embarcaciones, por ser todas estas cosas de gran dolor para ellos por lo caro que les cuestan de obrar por falta de herramientas; a cuya causa procuran luego la venganza, retiran luego las comidas: en suma, se pierde todo lo que dellos se pretende. Si fuere necesario, les dará a entender el mal que con arcabuces, espadas y otras de nuestras armas les pueden hacer, y no hacen; y esto a fin de refrenarlos. "Sea aviso que los indios por dos razones pueden dar falsas noticias en materia de tierras, gentes y riquezas, que es lo por que más preguntamos y ven que buscamos. La primera porque nos vayamos; la segunda porque nos despeñemos, en venganza de algún mal que se les haya hecho; y cuando al parecer convenga seguir alguna destas noticias por tierra o por mar, se llevarán los mismos indios que las han dado, por asegurar este punto. "Aviso que los gritos y alaridos de los indios en sus juntas, ni el estruendo de sus muchos instrumentos de guerra, no han de ser parte para ser temidos de los nuestros, ni menos para ser despreciados los indios; y que en los lances forzosos se ha de probar primero si disparando por alto, con bala o sin ella, o haciendo otras diligencias acomodadas al tiempo, los hacen huir o parar. "Sea aviso principalísimo que cuando se buscare agua, leña, o comida, sea llevando en las barcas cantidad de gente armada para amedrentar a los indios, y en partes que prometan no venir a rompimiento con ellos; y si procuraren impedirlo, no siendo muchas las necesidades de lo buscado, se vuelvan a la nao a esperar mejores ocasiones; y siendo la necesidad grande, llevar más gente para guardar de los que han de hacer la provisión. Finalmente, jamás se pongan a peligro de ofender a los indios, o ser ofendidos dellos. El trato para con ellos sea como de padres a hijos, y se han de guardar dellos como si fueran enemigos conocidos; nuestra parte sea siempre la justificada, sana la intención, desnudo el celo, para que Dios nos ayude como hace a todo lo bueno. "Sea notorio a todas las personas que van a este descubrimiento, el como Su Santidad de Clemente octavo a mi humilde petición, les tiene concedido que si Nuestro Señor fuese servido llevarlos desta vida a la otra, que a la hora de la muerte, si no pudieren confesar y comulgar, estando contritos nombraren con devoción con la boca o con el corazón el Santísimo nombre de Jesús, indulgencia plenaria y remisión de todos sus pecados. El breve desta gracia tengo en mi poder. "Si alguna persona cayese enferma, confiese luego y haga su testamento. Si muriese, mandará que el maestre con el escribano hagan el inventario de los bienes que tomará a su cargo para que sean cumplidas las mandas del difunto. Si no testare, se hará la misma diligencia de inventario y guarda de bienes. "Todo lo cual guardará y hará cumplir sin exceder dello en cosa alguna, si no fuere muy obligado del tiempo. En caso tal, pareciéndole convenir mudar de lo referido, tomará consejo con su maestre y piloto, y los demás oficiales y personas de cuenta, y con el parecer de todos ellos firmados de sus nombres hará y seguirá lo acordado, siendo todo encaminado a más servicio de Dios y de Su Majestad. Dada en el navío de San Pedro y San Pablo, capitana del dicho descubrimiento en este golfo de Loreto, navegando a la vuelta del Oes-sudueste, altura diez y nueve grados, a ocho de enero de mil seiscientos y seis años."
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De cómo los frailes se iban huídos Estando a punto apercebidos y aparejados los bergantines, y cargados los bastimentos y las otras cosas que convenía para la entrada y descubrimiento de la tierra como estaba concertado, y los oficiales de Su Majestad y religiosos y clérigos lo habían dado por parescer, callada y encubiertamente inducieron y levantaron al comisario fray Bernaldo de Armenta y fray Alonso Lebrón, su compañero, de la orden de Sant Francisco, que se fuesen por el camino que el gobernador descubrió, dende la costa del Brasil por entre los lugares de los indios, y que se volviesen a la costa y llevasen ciertas cartas para Su Majestad, dándole a entender por ellas que el gobernador usaba mal de la gobernación que Su Majestad le había hecho merced, movidos con mal celo por el odio y enemistad que le tenían, por impedir y estorbar la entrada y descubrimiento de la tierra que iba a descubrir, como dicho tengo; lo cual hacían porque el gobernador no sirviese a Su Majestad ni diese ser ni descubriese aquella tierra; y la causa de esto había sido porque cuando el gobernador llegó a la tierra la halló pobre y desarmados los cristianos, y rotos los que en ella servían a Su Majestad; y los que en ella residían se le querellaron de los agravios y malos tratamientos que los oficiales de Su Majestad les hacían, y que por su proprio interés particular habían echado un tributo y nueva imposición muy contra justicia, a la cual imposición pusieron nombre de quinto, de lo cual está hecha memoria en esta relación, y por esto querían impedir la entrada, y el secreto de esto de que se querían ir los frailes, andaba el uno de ellos con un crucifijo debajo del manto, y hacían que pusiesen la mano en el crucifijo y jurasen de guardar el secreto de su ida de la tierra para el Brasil; y como esto supieron los indios principales de la tierra, parescieron ante el gobernador y le pidieron que les mandase dar sus hijas, las cuales ellos habían dado a los dichos frailes para que se las industriasen en la doctrina cristiana; y que entonces habían oído decir que los frailes se querían ir a la costa del Brasil y que les llevaban por fuerza sus hijas, y que antes que llegasen allá se solían morir todos los que allá iban; y porque las indias no querían ir y huían y que los frailes las tenían muy sujetas y aprisionadas. Cuando el gobernador vino a saber esto, ya los frailes eran dos, y envió tras de ellos y los alcanzaron dos leguas de allí y los hizo volver al pueblo. Las mozas que llevaban eran treinta y cinco; y ansimismo envió tras de otros cristianos que los frailes habían levantado, y los alcanzaron y trujeron, y esto causó grande alboroto y escándalo, así entre los españoles como en toda la tierra de los indios, y por ello los principales de toda la tierra dieron grandes querellas por llevalles sus hijas; y así, llevaron al gobernador un indio de la costa del Brasil, que se llama Domingo, muy importante al servicio de Su Majestad en aquella tierra; y habida información contra los frailes y oficiales, mandó prender a los oficiales y mandó proceder contra ellos por el delito que contra Su Majestad habían cometido; y por no detenerse el gobernador con ellos, sometió la causa a un juez para que conociese los dos de ellos consigo, dejando los otros presos en la ciudad, y suspendidos los oficios, hasta tanto que Su Majestad proveyese en ello lo que más fuese servido.
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Cómo la parcialidad de Diego Velázquez perturbaba el poder que habíamos dado a Cortés, y lo que sobre ello se hizo Y desque la parcialidad de Diego Velázquez vieron que de hecho habíamos elegido a Cortés por capitán general y justicia mayor, y nombrada la villa y alcaldes y regidores, y nombrado capitán a Pedro de Alvarado, y alguacil mayor y maestre de campo y todo lo por mí dicho, estaban tan enojados y rabiosos, que comenzaron a armar bandos e chirinolas, y aun palabras muy mal dichas contra Cortés y contra los que le elegimos, e que no era bien hecho sin ser sabidores dello todos los capitanes y soldados que allí venían y que no le dio tales poderes el Diego Velázquez, sino para rescatar, y harto teníamos los del bando de Cortés de mirar que no se desvergonzasen más y viniésemos a las armas; y entonces avisó Cortés secretamente a Juan de Escalante que le hiciésemos parecer las instrucciones que traían del Diego Velázquez; por lo cual luego Cortés las sacó del seno y las dio a un escribano del rey que las leyese, y decía en ellas: "Desque hubiéredes rescatado lo más que pudiéredes, os volveréis"; y venían firmadas del Diego Velázquez y refrendadas de su secretario Andrés de Duero. Pedimos a Cortés que las mandase incorporar juntamente con el poder que le dimos, y asimismo el pregón que se dio en la isla de Cuba; y esto fue a causa que su majestad supiese en España cómo todo lo que hacíamos era en su real servicio, y no nos levantasen alguna cosa contraria de la verdad; y fue harto buen acuerdo según en Castilla nos trataba don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, que así se llamaba; lo cual supimos por muy cierto que andaba por nos destruir, y todo por ser mal informado, como adelante diré. Hecho esto, volvieron otra vez los mismos amigos y criados del Diego Velázquez a decir que no estaba bien hecho haberle elegido sin ellos, e que no querían estar debajo de su mandado, sino volverse luego a la isla de Cuba; y Cortés les respondió que él no detendría a ninguno por fuerza, e a cualquiera que le viniese a pedir licencia se la daría de buena voluntad, aunque se quedase solo; y con esto los asosegó a algunos dellos, excepto al Juan Velázquez de León, que era pariente del Diego Velázquez, e a Diego de Ordás; y a Escobar, que llamábamos "el paje" porque había sido criado del Diego Velázquez; y a Pedro Escudero y a otros amigos del Diego Velázquez; y a tanto vino la cosa, que poco ni mucho le querían obedecer, y Cortés con nuestro favor determinó de prender al Juan Velázquez de León, y al Diego de Ordás, y a Escobar "el paje", e a Pedro Escudero, y a otros que ya no me acuerdo; y por los demás mirábamos no hubiese algún ruido, y estuvieron presos con cadenas y velas que les mandaba poner ciertos días. Y pasaré adelante, y diré cómo fue Pedro de Alvarado a entrar en un pueblo cerca de allí. Aquí dice el cronista Gómara en su historia muy al contrario de lo que pasó, y quien viere su historia verá ser muy extremado en hablar, si bien le informaran y él dijera lo que pasaba.
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Capítulo XLIII De cómo Pizarro con los españoles se aposentó en Caxamalca, y de cómo Soto fue al real de Atabalipa y lo que más pasó Aunque tan grande ejército de gente estaba en Caxamalca, era de ver sus lindos campos, laderas y valles cuán sembrado y bienlabrado estaba; porque entre ellos con grande observancia guardaban las leyes de sus mayores, por donde mandaban que comiesen de los depósitos sin destruir los campos. Los pueblos estaban llenos de mantenimientos; de la preciada ropa, con otras riquezas, muchas manadas de ovejas. Los aposentos reales cercaban una muralla y había en triángulo plaza grande. No hallaron gente de lustre ninguna; sino fueron algunas mujeres, las más, viejas. Aposentáronse para estar juntos, como se ordenó. Los indios estaban alegres por verlos tan cerca; llamábanlos locos, por su atrevimiento. Parecióle a Pizarro que era bien enviar al real de los enemigos se reconociese por entero; y así mandó a Soto que con veinte y cuatro de caballo fuesen a lo ver y aun hablase, con el gran señor Atabalipa, de su parte: que se viesen, y fuesen amigos; llevó a Felipillo para intérprete. Donde a un poco, que fue ido Soto, pareciendo al gobernador no era coyuntura para enviar tan poca gente, pues si hubiese alguna desgracia quedaban perdidos, mandó al general Hernando Pizarro que saliesen con algunos de a caballo, en resguardo de Soto, que ya iba cerca del real del inca. Mirábanlos muchos indios que a todos lados estaban puestos; cerca de ellos había una ciénaga o arroyo algo ancho y barrancoso; puso las piernas Soto al caballo, pasólo con facilidad, de lo cual quedaron los indios espantados. Estaba la gente de Atabalipa ordenada a la usanza suya: los de arco por sí, los de porra también, los que tenían otras armas, por la misma orden. Soto pasó por los escuadrones de los mismos indios preguntando por Atabalipa que, aunque sabía de su venida, no había querido salir de su aposento real, donde estaba acompañado de muchos señores y capitanes principales. Llegado Soto, con la lengua, a la puerta del palacio, los porteros dieron aviso; respondió que supiesen que es lo que querían. Habló Soto: "que ver a Atabalipa y decille su embajada". Salió con gentil denuedo y gravedad, tanto, que bien representaba su dignidad. No se turbó viendo el caballo ni el cristiano; sentó en su asiento rico; habló con voz baja, preguntando qué buscaba Soto; y qué le quería decir; respondió Soto que Pizarro le enviaba a ver, y saludar de su parte, y que le había pesado porque no le aguardó en los aposentos, y que le rogaba se fuese a cenar con él, y si no, que fuese otro día a comer, porque deseaba conocerlo, para le dar noticias; su venida, a qué era, en aquella tierra. Esto, con otras cosas, dijo Soto sin se apear del caballo él, ni ninguno de los que fueron acompañándolo. Atabalipa, bien entendió lo que se le dijo; no respondió nada, pero habló con uno de sus capitanes que le dijese, que se volviese a su capitán y le dijese que él sería con él otro día, porque por ser ya tarde entonces no podía. Tornó Soto a preguntar si tenía más que le decir, porque aquella respuesta él la daría a Pizarro. Respondió por el tono pasado que había de ir con su gente en escuadrones y armados, mas que no recibiesen pena, ni hubiesen miedo. En esto era llegado Hernando Pizarro, y habló con Atabalipa, algunas razones; respondiendo a lo que dijo él y Soto que fuesen en buen hora conforme a su voluntad; que supiesen que los cristianos no se espantaban de ver mucha gente. Esto pasado, Soto cogió la rienda a su caballo delante de Atabalipa, para que conociese qué cosa era, le hizo meter los pies y batallar con las manos y llegó tan junto de Atabalipa, que los bufidos que daba el caballo soplaban la borla que tenía en la frente, corona del reinado. No se meneó Atabalipa, ni en el rostro se le conoció novedad, antes estuvo con tanta serenidad y buen semblante como si su vida toda hubiera gastado en domar potros. Mas de los suyos hubo algunos que pasaron de cuarenta que con el miedo que cobraron, se derribaron por una parte y otra. Vueltos a Caxamalca los cristianos, Atabalipa se embraveció por la cobardía de los suyos, pues así habían huido de ver menearse un caballo; mandó, delante de sí pareciesen, y dijo: "¿qué pensáis?, que no son aquéllos sino animales que en la tierra de los que les traen, nacen como en la vuestra, ovejas y carneros, para que huyáis de ellos. Pagaréis con vuestras vidas el afrenta que por vuestra causa recibí", y fueron luego muertos, sin ninguno quedar vivo de estos tales. Llegados adonde estaba Pizarro, su hermano y Soto, contaron lo que les pasó: dijeron que, Atabalipa tenía presencia de gran príncipe, y como tal se mostraba en sus cosas; la gente que estaba con él, mucha, todos bien armados, y él con voluntad de tomar guerra y no dar paz. Algunos de los españoles temían, pues había para cada uno más de cuatrocientos; animábalos Pizarro con buenas palabras, diciendo que confiaba en Dios, pues es cierto se dispone, por su voluntad de permisión, todo lo que pasa debajo del cielo y encima de él, y que él estaba alegre para que tanta gente estuviese junta, pues serían más fácilmente desordenados, y aun desbaratados. Entendióse en guardarse con mucho recaudo, poniendo sus rondas y velas. Los indios también tuvieron sus escuchas, y como si ya los nuestros fueran de huida salió Rumiñabi, como estaba ordenado, con la gente que se dijo, cargados de ayllos, que es un arma para prender con cierta arte de nudos y cuerdas, para ponerse por el camino, que entraron, para que no se escapase ninguno. Atabalipa hizo sus sacrificios, y aun tendrían sus pláticas con el demonio, con quien todos hablan. Poca parte eran todos; Dios permitió lo que se hizo, y lo tenía ordenado. Como fue de día, hiciéronse por el gran real de Atabalipa muchos fuegos y ahumadas comieron todos, porque ellos así lo hacen, determinando Atabalipa de se acercar hacia Caxamalca, donde los cristianos estaban suplicando a Dios los librase de sus manos y poder.