CAPÍTULO XIV Una visión de conjunto Relación de la Conquista (1528) por informantes anónimos de Tlatelolco En los trece capítulos anteriores se presentaron una serie de cuadros de la Conquista, tomados de diversas fuentes indígenas intercaladas de acuerdo con la secuencia cronológica de los hechos. En seguida se ofrece, a modo de recapitulación final, otra relación indígena de la Conquista de particular interés, que menciona todos esos mismos hechos de manera más breve. La relación de la Conquista, redactada en náhuatl hacia 1528, por autores anónimos de Tlatelolco, y conservada actualmente en la Biblioteca Nacional de París, formando parte de Unos anales históricos de la nación mexicana, es tal vez el documento indígena más antiguo en el que se nos ofrece la que hemos llamado Visión de los vencidos. Iniciándose la narración con la llegada de los españoles a las costas del golfo, por donde hoy se halla la antigua Veracruz, el año de 1519, viene a culminar con la toma de la capital azteca y las desdichas que acompañaron a su caída en poder de Cortés. No obstante tratarse de un documento relativamente breve, puede decirse que es tal vez el que nos da la visión de conjunto más netamente indígena de la Conquista, Al presentarlo a continuación, vertido al castellano por el doctor Garibay, se introducen tan sólo algunos subtítulos que ayudan a distinguir las diversas etapas de la Conquista a que se refiere el texto indígena. Llegada de Cortés. Los mensajeros de Motecuhzoma Año 13-Conejo. Fueron vistos españoles en el agua. Año 1-Caña. Salieron los españoles al palacio de Tlayácac. Con esto ya viene el capitán. Cuando hubo salido al palacio de Tlayácac, luego le fue a dar la bienvenida el Cuetlaxteca (enviado por Motecuhzoma Xocoyotzin). Por este motivo va a darle allá soles de metal fino, uno de metal amarillo y otro de blanco. Y un espejo de colgar, una bandeja de oro, un jarrón de oro, abanicos y adornos de pluma de quetzal, escudos de concha nácar. Delante del capitán se hacen sacrificios. Se enojó por ello. Porque le daban al capitán sangre en una "cazoleta del águila". Por esto maltrató al que le daba sangre. Le dio golpes con la espada. Con esto se desbandaron los que le fueron a dar la bienvenida. Todo esto lo llevó al capitán para dárselo por mandato espontáneo de Motecuhzoma. Por esta razón fue a encontrar al capitán. Ese fue el oficio que hizo el de Cuetlaxtlan. Cortés en Tenochtitlan Y luego vino a llegar hasta Tenochtitlan. Llegó en el mes de Quecholi, en un signo del día 8-Viento. Y cuando ya llegó acá a Tenochtitlan, luego le dimos gallinas, huevos, maíz blanco, tortillas blancas, y le dimos qué beber. Entregamos pastura para los venados (caballos) y leña. Por una parte le hizo entrega de dones el de Tenochtitlan y por otra le hizo entrega de dones el de Tlatelolco. Entonces el capitán marchó a la costa. Dejó a don Pedro de Alvarado (apodado) "El Sol". La matanza del Templo Mayor en la fiesta de Tóxcatl En este tiempo van a preguntar a Motecuhzoma en qué forma han de celebrar a su dios. Él les dijo: Ponedle todo lo que es su atavío propio. Hacedlo. En este tiempo fue cuando dio órdenes "El Sol" (Alvarado): ya está atado preso Motecuhzoma y el Tlacochcálcatl de Tlatelolco, Itzcohuatzin. Fue cuando ahorcaron a un principal de Acolhuacan, de nombre Nezahualquentzin junto a la albarrada. En segundo lugar, murió el rey de Nauhtla, llamado Cohualpopocatzin. Lo asaetearon, y después de asaeteado, vivo aún, fue quemado. Con este motivo estaban en guardia los tenochcas de la Puerta del águila. Por un lado estaba el garitón de los tenochcas; por otro lado, el garitón de los tlatelolcas. Vinieron a decir a aquellos que ataviaron a Huitzilopochtli. Luego le ponen a Huitzilopochtli todo aquello con que se adorna, sus ropas de papel y todos los atavíos que le son propios. Todo se lo pusieron. Luego ya cantan sus cantos los mexicanos. Así lo estuvieron haciendo el primer día. Aún pudieron hacerlo el segundo día: comenzaron a cantar y fue cuando murieron tenochcas y tlatelolcas. Los que estaban cantando y danzando estaban totalmente desarmados. Todo lo que tenían eran sus mantillos labrados, sus turquesas, sus bezotes, sus collares, sus penachos de pluma de garza, sus dijes de pata de ciervo. Y los que tañen el atabal, los viejecitos, tienen sus calabazos de tabaco hecho polvo para aspirarlo, sus sonajas. A éstos (los españoles) primeramente les dieron empellones, los golpearon en las manos, les dieron bofetadas en la cara, y luego fue la matanza general de todos éstos. Los que estaban cantando y los que estaban mirando junto a ellos, murieron. Nos dieron empellones, nos maltrataron por tres horas. En donde mataron a la gente fue en el Patio Sagrado. Luego se meten (los españoles) dentro de las casas (del templo) para matar a todos: a los que acarreaban el agua, a los que traían la pastura de los caballos, a los que molían, a los que barrían, a los que estaban de vigilancia. Pero el rey Motecuhozoma acompañado del Tlacochcálcatl de Tlatelolco, Itzcohuatzin, y de los que daban de comer a los españoles, les dicen: -Señores nuestros# ¡Basta! ¿Qué es lo que estáis haciendo? ¡Pobres gentes del pueblo!# Andan enteramente desarmados!# Cuando llegó acá el capitán, ya nos había matado "El Sol" (Alvarado). Hacía veinte días que el capitán había partido para la costa cuando nos mató a traición "El Sol". Cuando llegó acá el capitán no fue recibido con guerra; en paz y calma entró acá. Hasta el día siguiente lo atacamos con fuerza y así dio principio la guerra. La noche triste En consecuencia luego salieron de noche. En la fiesta de Tecuílhultl salieron; fue cuando murieron en el Canal de los Toltecas. Allí furiosamente los atacamos. Cuando de noche salieron, primero fueron a reconcentrarse en Mazatzintamalco. Allí fue la espera de unos a otros cuando salieron de noche. Año 2-Pedernal. Fue cuando murió Motecuhzoma; también en el mismo tiempo murió el Tlacochcálcatl de Tlatelolco, Itzcohuatzin. Cuando se fueron (los españoles), fueron a asentarse en Acueco. Los echaron de allí. Fueron a situarse en Teuhcalhueyacan. Se fueron para Zoltépec. De allí partieron, fueron a situarse en Tepotzotlan. De allí se fueron, fueron a situarse en Citlaltépec; de allí fueron a establecerse en Temazcalapan. Allí los salieron a encontrar: les dieron gallinas, huevos, maíz en grano. Allí tomaron resuello. Ya se fueron a meter a Tlaxcala. Entonces se difundió la epidemia: tos, granos ardientes, que queman. El regreso de los españoles Cuando ha pasado un poco la epidemia, ya se ponen en marcha. Van a salir a Tepeyácac, fue el primer lugar que conquistan. Se van de allí: cuando es la fiesta de Tomar Licor (Tlahuano), van a salir a Tlapechhuan. Es la fiesta de Izcalli. A los doscientos días vinieron a salir, se vinieron a situar en Tetzcoco. Estuvieron allí cuarenta días. Luego ya vienen, de nuevo vienen en seguimiento de Citlaltépec. A Tlacopan. Allí se establecen en el Palacio. Y también se metieron acá los Chiconauhtla, Xaltocan, Cuauhtitlan, Tenayucan, Azcapotzalco, Tlacopan, Coyoacan. Por siete días no están combatiendo. Estaban solamente en Tlacopan. Pero luego de nuevo retroceden. No más se van todos juntos y por allá van a salir, para establecer en Tetzcoco. Ochenta días y otra vez van a salir a Huaxtepec, Cuauhnahuac (Cuernavaca). De allá bajaron a Xochimilco. Allí murió gente de Tlatelolco. Otra vez salió (el español) de allí; vino a Tetzcoco, allí también a situarse. También en Tlaliztacapa murieron gentes de Tlatelolco. Cuando él se fue a situar a Tetzcoco fue cuando comenzaron a matarse unos con otros los de Tenochtitlan. En el año 3-Casa mataron a sus príncipes el Cihuacóatl Tzihuacpopocatzin y a Cicpatzin Tecuecuenotzin. Mataron también a los hijos de Motecuhzoma, Axayaca y Xoxopehuáloc. Esto más: se pusieron a pleitear unos con otros y se mataron unos a otros. Esta es la razón por la que fueron muertos estos principales: movían, trataban de convencer al pueblo para que se juntara maíz blanco, gallinas; huevos, para que dieran tributo a aquéllos (a los españoles). Fueron sacerdotes, capitanes, hermanos mayores los que hicieron estas muertes. Pero los principales jefes se enojaron porque habían sido muertos aquellos principales. Dijeron los asesinos: -¿Es que nosotros hemos venido a hacer matanzas? últimamente, hace sesenta días que hubo muertos a nuestro lado# ¡Con nosotros se puso en obra la fiesta del Tóxcatl!# (La matanza del templo mayor.) El asedio de Tenochtitlan Ya se ponen en pie de guerra, ya van a darnos batalla (los españoles). Por espacio de diez días nos combaten y es cuando vienen a aparecer sus naves. A los veinte días van a colocar sus naves por Nonohualco, en el punto llamado Mazatzintamalco. Cuando sus naves llegaron acá, llegaron por el rumbo de Iztacalco. Entonces se sometió a ellos el habitante de Iztacalco. También se sometió a ellos el habitante de Iztacalco. También de allá se dirigieron acá. Luego se fueron a situar las naves en Acachinanco. También desde luego hicieron sus casas de estacamento los de Huexotzinco y Tlaxcala a un lado y otro del camino. También dispersan sus barcos los de Tlatelolco. Estos están en sus barcas en el camino de Nonohualco, en Mazatzintamalco están sus barcas. Pero en Xohuiltitlan y en Tepeyácac nadie tiene barcas. Los únicos que estamos en vigilancia del camino somos los de Tlatelolco cuando aquéllos llegaron con sus barcas. Al día siguiente las fueron a dejar en Xoloco. Por dos días hay combate en Huitzilan. Fue cuando se mataron unos a otros los de Tenochtitlan. Se dijeron: -¿Dónde están nuestros jefes? ¿Tal vez una sola vez han venido a disparar? ¿Acaso han hecho acciones de varones? Apresuradamente vinieron a coger a cuatro: por delante iban los que los mataron. Mataron a Cuauhnochtli, capitán de Tlacatecco, a Cuapan, capitán de Huitznáhuac, al sacerdote de Amantlan, y al sacerdote de Tlalocan. De modo tal, por segunda vez, se hicieron daño a sí mismos los de Tenochtitlan al matarse unos a otros. Los españoles vinieron a colocar dos cañones en medio del camino de Tecamman mirando hacia acá. Cuando dispararon los cañones la bala fue a caer en la Puerta del águila. Entonces se pusieron en movimiento juntos los de Tenochtitlan. Tomaron en brazos a Huitzilopochtli, lo vinieron a meter en Tlatelolco, lo vinieron a depositar en la Casa de los Muchachos (Telpochcalli), que está en Amáxac. Y su rey vino a establecerse a Acacolco. Era Cuauhtemoctzin. La gente se refugia en Tlatelolco Y eso bastó; los del pueblo bajo en esta ocasión dejaron su ciudad de Tenochtitlan para venir a meterse a Tlatelolco. Vinieron a refugiarse en nuestras casas. Inmediatamente se instalaron por todas partes en nuestras casas, en nuestras azoteas. Gritan sus jefes, sus principales y dicen: -Señores nuestros, mexicanos, tlatelolcas# Un poco nos queda# No hacemos más que guardar nuestras casas. No se han de adueñar de los almacenes, del producto de nuestra tierra. Aquí está vuestro sustento, el sostén de la vida, el maíz. Lo que para vosotros guardaba vuestro rey: escudos, insignias de guerra, rodelas ligeras, colgajos de pluma, orejeras de oro, piedras finas. Puesto que todo esto es vuestro, propiedad vuestra. No os desaniméis, no perdáis el espíritu. ¿Adónde hemos de ir? ¡Mexicanos somos, tlatelolcas somos! Inmediatamente tomaron deprisa todas las cosas los que mandan acá, cuando ellos vinieron a entregar las insignias, sus objetos de oro, sus objetos de pluma de quetzal. Y éstos son los que andan gritando por los caminos y entre las casas y en el mercado: Xipanoc, Teltlyaco, el vice-Cihuacóatl, Motelchiuh, cuando era de Huiznáhuatl, Zóchitl, el de Acolnáhuac, el de Anáhuac, el Tlacochcálcatl, Itzpotonqui, Ezhuahuácatl, Coaíhuitl, que se dio a conocer como jefe de Tezcocoac, Huánitl, que era Mixcoatlailótlac; el intendente de los templos, Téntil. Estos eran los que anduvieron gritando, como se dijo, cuando se vinieron a meter a Tlatelolco. Y aquí están los que lo oyeron: Los de Coyoacan, de Cuauhtitlan, de Tultitlan, de Chicunauhtla, Coanacotzin, el de Tetzcoco, Cuitláhuacñ, el de Tepechpan, Itzyoca. Todos los señores de estos rumbos oyeron el discurso dicho por los de Tenochtitian. Y todo el tiempo en que estuvimos combatiendo, en ninguna parte se dejó ver el tenochca; en todos los caminos de aquí: Yacacolco, Atezcapan, Coatlan, Nonohualco, Xoxohuitlan, Tepeyácac, en todas estas partes fue obra exclusiva nuestra, se hizo por los tlatelolcas. De igual modo, los canales también fue obra nuestra exclusiva. Ahora bien, los capitanes tenochcas allí (en su refugio de Tlatelolco), se cortaron el cabello, y los de menor grado, también allí se lo cortaron, y los cuachiques, y los otomíes, de grado militar, que suelen traer puesto su casco de plumas, ya no se vieron en esta forma, durante todo el tiempo que estuvimos combatiendo. Por su parte, los de Tlatelolco rodearon a los principales de aquéllos y sus mujeres todas los llenaron de oprobio y los apenaron diciéndoles: -¿No más estáis allí parados?# ¿No os da vergüenza? ¡No habrá mujer que en tiempo alguno se pinte la cara para vosotros! # Y las mujeres de ellos andaban llorando y pidiendo favor en Tlatelolco. Y cuando ven todo esto los de esta ciudad alzan la voz, pero ya no se ven por ninguna parte los tenochcas. De parte de los tlatelolcas, pereció lo mismo el cuáchic que el otomí y el capitán. Murieron a obra de cañón, o de arcabuz. El mensaje del señor de Acolhuacan En este tiempo viene una embajada del rey de Acolhuacan, Tecocoltzin. Los que vienen a conferenciar en Tlatelolco son: Tecucyahuácatl, Topantemoctzin, Tezcacohuácatl Coyohuehuetzin y el Tziuhtecpanécatl Matlalacatzin. Dicen los enviados del rey de Acolhuacan Tecocoltzin: -Nos envía acá el señor el de Acolhuacan Tecotzin. Dice esto: "Oigan por favor los mexicanos tlatelolcas: "Arde, se calcina su corazón y su cuerpo está doliente. "De igual modo a mí me arde y se calcina mi corazón. "¿Qué es lo poquito que yo tengo? De mi fardo, el hueco de mi manto, por dondequiera cogen: me lo van quitando. Se hizo, se acabó el habitante de este pueblo". Pues digo: "Que por su sola voluntad lo disponga el tenochca: que por su propio gusto perezca: nada ya haré en su favor, ya no esperaré en su palabra. "¿Qué dirá? ¿Cómo dispondréis los poquitos días? Es todo: que oigan mis palabras." Ya le retornan el discurso los señores de Tlatelolco, le dicen: -No haces honor, oh tu capitán, hermano mío: ¿Pues qué, es acaso nuestra madre y nuestro padre el chichimeca habitante de Acolhuacan? Pues aquí está: lo oyen: sesenta días van de que tiene intención de que se haga como él lo ha dicho. Y ahora no más lo ha visto: totalmente se destruyen, no más lo ha visto: totalmente se destruyen, no más dan gritos: pues unos se conservan como gente de Cuauhtitlan, otros como de Tenayucan, de Azcapotzalco, o de Coyoacan se hacen pasar. No más esto veo: y es que ellos gritan que son tlatelolcas. ¿Cómo lo haré? ¡Se ha satisfecho su corazón, ha tenido el gusto de hacerlo, le han salido bien, le vino como deslizado!# ¡Ah, ya estamos haciendo el mandato y la disposición de nuestro señor! ¡Hace sesenta días que estamos combatiendo!# Los tlatelolcas son invitados a pactar Vino a amedrentarlos de parte de los españoles, a dar gritos el llamado Castañeda, en donde se nombra Yauhtenco vino a dar gritos. Lo acompañan tlaxcaltecas, ya dan gritos a los que están en atalaya de guerra junto al muro en agua azul. Son el llamado Itzpalanqui, capitán de Chapultepec, dos de Tlapala, y Cuexacaltzin. Viene a decirles: -¡Vengan acá algunos! Y ellos se dicen: -¿Qué querrá decir? Vayamos a oírlo. Luego se colocan en una barca y desde lejos dispuestos le dicen a aquél: -¿Qué es lo que queréis decir? Ya dicen los tlaxcaltecas: -¿Dónde es vuestra casa? Dicen: -Está bien: sois los que son buscados. Venid acá, os llama el "dios", el capitán. Entonces salieron, van con él a Nonohualco, a la Casa de la Niebla en donde están el capitán y Malintzin y "El Sol" (Alvarado) y Sandoval. Allí están reunidos los señores del pueblo, hay parlamento, dicen al capitán: -Vinieron los tlatelolcas, los hemos ido a traer. -Dijo Malintzin a ellos: "Venid acá: dice el capitán: "¿Qué piensan los mexicanos? ¿Es un chiquillo Cuauhtémoc? "¿Qué no tienen compasión de los niñitos, de las mujeres? "¿Es así como han de perecer los viejos? "Pues están aquí conmigo los reyes del Tlaxcala, Huexotzinco, Cholula, Chalco, Acolhuacan, Cuauhnáhuac, Xochimilco, Mízquic, Cuitláhuac, Culhuacan." Ellos (varios de esos reyes) dijeron: -¿Acaso de las gentes se está burlando el tenochca? También su corazón sufre por el pueblo en que nació. Que dejen sólo al tenochca; que solo y por sí mismo# vaya pereciendo# ¿Se va a angustiar acaso el corazón del tlatelolca, porque de esta manera han perecido los mexicanos, de quienes él se burlaba? Entonces dicen (los enviados tlatelolcas) a los señores: -¿No es acaso de este modo como lo decís, señores? Dicen ellos (los reyes indígenas aliados de Cortés): -Sí. Así lo oiga nuestro señor el "dios": dejad solo al tenochca, que por sí solo perezca# ¿Allí está la palabra que vosotros tenéis de nuestros jefes? Dijo el "dios" (Cortés): -Id a decir a Cuauhtémoc: que toman acuerdo, que dejan sólo al tenochca. Yo me iré para Teucalhueyacan, como ellos hayan concertado allá me irán a decir sus palabras. Y en cuanto a las naves, las mudaré para Coyoacan. Cuando lo oyeron, luego le dijeron (los tlatelolcas): -¿Dónde hemos de coger a aquellos (a los tenochcas) que andan buscando? ¡Ya estamos al último respiro, que de una vez tomemos algún aliento!# Y de esta misma manera se fueron a hablar con los tenochcas. Allá con ellos se hizo junta. Desde las barcas no mas se gritó. No era posible dejar solo al tenochca. Se reanuda la lucha Así las cosas, finalmente, contra nosotros se disponen a atacar. Es la batalla. Luego llegaron a colocarse en Cuepopan y en Cozcacuahco. Se ponen en actividad con sus dardos de metal. Es la batalla con Coyohuehuetzin y cuatro más. Por lo que hace a las naves de ellos, vienen a ponerse en Texopan. Tres días es la batalla allí. Vienen a echarnos de allí. Luego llegan al Patio Sagrado: cuatro días es la batalla allí. Luego llegan hasta Yacacolco: es cuando llegaron acá los españoles, por el camino de Tlilhuacan. Y esto fue todo. Habitantes de la ciudad murieron dos mil hombres exclusivamente de Tlatelolco. Fue cuando hicimos los de tlatelolco armazones de "hileras de cráneos" (tzompantli). En tres sitios estaban colocados estos armazones. En el que está en el Patio Sagrado de Tlilancalco (casa negra). Es donde están ensartados los cráneos de nuestros señores (españoles). En el segundo lugar, que es Acacolco también están ensartados cráneos de nuestros señores y dos cráneos de caballo. En el tercer lugar que es Zacatla, frente al templo de la diosa (Cihuacóatl), hay exclusivamente cráneos de tlatelolcas. Y así las cosas, vinieron a hacernos evacuar. Vinieron a estacionarse en el mercado. Fue cuando quedó vencido el tlatelolca, el gran tigre, el gran águila, el gran guerrero. Con esto dio su final conclusión la batalla. Fue cuando también lucharon y batallaron las mujeres de Tlatelolco lanzando sus dardos. Dieron golpes a los invasores; llevaban puestas insignias de guerra; las tenían puestas. Sus faldellines llevaban arremangados, los alzaron para arriba de sus piernas para poder perseguir a los enemigos. Fue también cuando le hicieron un doselete con mantas al capitán allí en el mercado, sobre un templete. Y fue cuando colocaron la catapulta aquí en el templete. En el mercado la batalla fue por cinco días. Descripción épica de la ciudad sitiada Y todo esto pasó con nosotros. Nosotros lo vimos, nosotros lo admiramos: con esta lamentosa y triste suerte nos vimos angustiados. En los caminos yacen dardos rotos, los cabellos están esparcidos. Destechadas están las casas, enrojecidos tienen sus muros. Gusanos pululan por calles y plazas, y en las paredes están los sesos. Rojas están las aguas, están como teñidas, y cuando las bebimos, es como si bebiéramos agua de salitre. Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe, y era nuestra herencia una red de agujeros. Con los escudos fue su resguardo, pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad. Hemos comido palos de colorín (eritrina), hemos masticado grama salitrosa, piedras de adobe, lagartijas, ratones, tierra en polvo, gusanos# Comimos la carne apenas sobre el fuego estaba puesta. Cuando estaba cocida la carne de allí la arrebataban, en el fuego mismo, la comían. Se nos puso precio. Precio del joven, del sacerdote, del niño y de la doncella. Basta: de un pobre era el precio sólo dos puñados de maíz, sólo diez tortas de mosco; sólo era nuestro precio veinte tortas de grama salitrosa. Oro, jades, mantas ricas, plumajes de quetzal, todo eso que es precioso, en nada fue estimado. Solamente se echó fuera del mercado a la gente cuando allí se colocó la catapulta. Ahora bien, a Cuauhtémoc le llevaban los cautivos. No quedan así. Los que llevan a los cautivos son los capitanes de Tlacatecco. De un lado y de otro les abren el vientre. Les abría el vientre Cuauhtemoctzin en persona y por sí mismo. El mensaje del Acolnahuácatl Xóchitl Fue en este tiempo cuando vinieron a traer (los españoles) al Acolnahuácatl Xóchitl, que tenía su casa en Tenochtitlan. Murió en la guerra. Por veinte días lo habían andado trayendo con ellos. Vinieron a dejarlo en el mercado de Tlatelolco. Allí las flechas lo cazaron. Cuando lo vinieron a dejar fue así: lo venían trayendo de ambos lados cogido. Traían también una ballesta, un cañón, que vienen a colocar en el lugar donde se vende el incienso. Allí dieron gritos. Luego van los de Tlatelolco, van a recogerlo. Va guiando a la gente el capitán de Huitznahuac, un huasteco. Cuando hubieron recogido a Xóchitl viene a dar cuenta (a Cuauhtémoc) el capitán de Huitznahuac, viene a decirle: -Trae un recado Xóchitl. Y Cuauhtémoc conferenció con Topantémoc: -Tú irás a parlamentar con el capitán (con Cortés). Durante el tiempo en que fueron a dejar a Xóchitl, descansó el escudo, ya no hubo combates, ya no se cogía prisionero a nadie. Luego llevan a Xóchitl, lo vienen a poner en el templo de la Mujer (Cihuacóatl), en Axocotzinco. Cuando lo han colocado allí, luego Topantemoctzin, Coyohuehuetzin y Temolitzin dicen a Cuauhtémoc: -Príncipe mío: (los españoles) han venido a dejar a uno de los magistrados, Xóchitl, el de Acoinahuácatl. Dizque te ha de dar su recado. Respondió (Cuauhtémoc), luego dijo: -¿Y vosotros, qué decís? Inmediatamente todos alzaron el grito y dijeron: -Que lo traigan acá# ha venido a ser como nuestra paga. Ya hicimos agüeros con incienso. Que oiga solamente su mensaje el que lo ha ido a recoger. Por tanto, inmediatamente va el capitán de Huitznáhuac, el huasteco, a ver cómo es el mensaje que viene a dejar Xóchitl. El Acolnahuácatl Xóchitl dijo: os manda decir el "dios" capitán y Malintzin: -Oigan, por favor, Cuauhtémoc, Coyohuehuetzin, Topantémoc: "¿No tienen compasión de los pobres, de los niñitos, de los viejecitos, de las viejecitas? ¡Ya todo acabó aquí! ¿Acaso todavía pueden las vanas palabras? ¡Todo está ya terminado! " ¡Entreguen mujeres de color claro, maíz blanco, gallinas, huevos, tortillas blancas! Aún es esto posible. ¿Qué responden? ¡Es necesario que por su propia voluntad se someta el tenochca, o que por su propia voluntad perezca!# Cuando hubo recibido el mensaje el capitán de Huitznáhuac, el huasteco, luego va a dar la palabra a los señores de Tlatelolco y allí al rey de los tenochcas, Cuauhtémoc. Y cuando oyeron el mensaje que les vino a comunicar al Acoinahuácatl Xóchitl luego se ponen en deliberación los señores de Tlatelolco. Dicen: -¿Qué es lo que decís vosotros? ¿Qué determinación tomáis? Dijo a esto el Tlacochcálcatl Coyohuehuetzin: -Habladle al huasteco. Se consulta a los agoreros Y dice Cuauhtémoc (a los agoreros): -Venid por favor: ¿qué miráis, qué veis en vuestros libros? Le dice el sacerdote, el sabedor de papeles, el que corta papeles. -Príncipe mío: oíd lo que de verdad diremos: Solamente cuatro días y habremos cumplido ochenta. Y acaso es disposición de Huitzilopochtli de que ya nada suceda. ¿Acaso a excusas de él tendréis que ver por vosotros? Dejemos que pasen estos cuatro días para que se cumplan ochenta. Y hecho esto, no se hizo caso. Y también de nueva cuenta empezó la batalla. De modo que solamente fue a presentarla, a dar comienzo a la guerra el capitán de Huitznáhuac, el huasteco. Por fin de cuentas todos nos pusimos en movimiento hacia Amáxac. Hasta allá llegó la batalla. Luego fue la dispersión, no más por las cuestas están colocadas las gentes. El agua está llena de personas; los comienzos de los caminos están llenos de gente. La ciudad vencida Este fue el modo como feneció el mexicano, el tlatelolca. Dejó abandonada su ciudad. Allí en Amáxac fue donde estuvimos todos. Y ya no teníamos escudos, ya no teníamos macanas, y nada teníamos que comer, ya nada comimos. Y toda la noche llovió sobre nosotros. Prisión de Cuauhtémoc Ahora bien, cuando salieron del agua ya van Coyohuehuetzin, Topantemoctzin, Temilotzin y Cuauhtemoctzin. Llevaron a Cuauhtemoctzin donde estaba el capitán, y don Pedro de Alvarado y doña Malintzin. Y cuando aquéllos fueron hechos prisioneros, fue cuando comenzó a salir la gente del pueblo a ver dónde iba a establecerse. Y al salir iba con andrajos, y las mujercitas llevaban las carnes de la cadera casi desnudas. Y por todos lados hacen rebusca los cristianos. Les abren las faldas, por todos lados les pasan la mano, por sus orejas, por sus senos, por sus cabellos. Y esta fue la manera como salió el pueblo: por todos los rumbos se esparció; por los pueblos vecinos, se fue a meter a los rincones, a las orillas de las casas de los extraños. En un año 3-Casa (1521), fue conquistada la ciudad. En la fecha en que nos esparcimos fue en Tlaxochimaco, un día 1-Serpiente. Cuando nos hubimos dispersado los señores de Tlatelolco fueron a establecerse a Cuauhtitlan: son Topantemoctzin, el Tlacochcálcatl Coyohuehuetzin y Temilotzin. El que era gran capitán, el que era gran varón sólo por allá va saliendo y no lleva sino andrajos. De modo igual, las mujeres, solamente llevaban en sus cabezas trapos viejos, y con piezas de varios colores habían hecho sus camisas. Por esta causa están afligidos los principales y de eso hablan unos con otros: ¡hemos perecido por segunda vez! Un pobre hombre del pueblo que iba para arriba fue muerto en Otontlan de Acolhuacan traicioneramente. Por tanto, se ponen a deliberar unos con otros los del pueblo que tienen compasión de aquel pobre. Dicen: -Vamos, vamos a rogar al capitán nuestro señor. La orden de entregar el oro En este tiempo se hace requisa de oro, se investiga a las personas, se les pregunta si acaso un poco de oro tienen, si lo escondieron en su escudo, o en sus insignias de guerra, si allí lo tuvieron guardado, o si acaso su bezote, su colgajo del labio, o su luneta de la nariz, o tal vez su dije pendiente, todo cuanto sea, luego ha de Juntarse. Y hecho así, se rejuntó todo cuanto se pudo descubrir. Luego lo viene a presentar uno de sus jefes, Cuezacaltzin de Tlapala, Huitziltzin, de Tepanecapan, el capitán de Huitznáhuac, el huasteco, y Potzontzin de Cuitlachcohuacan. Estos van a entregar el oro a Coyoacan. Cuando han llegado allá dicen: -Capitán, señor nuestro, amo nuestro: te mandan suplicar los señores tus vasallos los grandes de Tlatelolco. Dicen: "Oiga por favor el señor nuestro. "Están afligidos sus vasallos, pues los afligen los habitantes de los pueblos en donde están refugiados por los rincones y esquinas. "Se burlan de ellos el habitante de Acolhuacan y el Otomí, los matan a traición. "Y esto más: aquí está esto con que vienen a Implorarte: esto es lo que estaba en las orejeras y en los escudos de los dioses de tus vasallos." En su presencia colocan aquello, lo ponen en cestones para que lo vea. Y cuando el capitán y Malintzin lo vieron se enojaron y dijeron: -¿Es acaso eso lo que se anda buscando? Lo que se busca es lo que dejaron caer en el Canal de los Toltecas. ¿Dónde está? ¡Se necesita! Al momento le responden los que vienen en comisión: -Lo dió Cuauhtemoctzin al Cihuacóatl y al Huiznahuácatl. Ellos saben en dónde está: que les pregunten. Cuando lo oyó finalmente mandó que les pusieran grillos, que los encadenaran. Vino a decirles Malintzin: -Dice el capitán: que se vayan, que vayan a llamar a sus principales. Les quedó agradecido. Puede ser que de veras estén padeciendo los del pueblo, pues de él se están mofando. Que se vengan, que vengan a habitar sus casas de Tlatelolco; que en todas sus tierras vengan a establecerse los tlatelolcas. Y decid a los señores principales de Tlatelolco: ya en Tenochtitlan nadie ha de establecerse, pues es la conquista de los "dioses", es su casa. Marchaos. El suplicio de Cuauhtémoc Hecho así, cuando se hubieron ido los embajadores de los señores de Tlatelolco, luego se presentaron ante (los españoles) los principales de Tenochtitlan. Quieren hacerlos hablar. Fue cuando le quemaron los pies a Cuauhtemoctzin. Cuando apenas va amanecer lo fueron a traer, lo ataron a un palo, lo ataron a un palo en casa de Ahuizotzin en Acatliyacapan. Allí salió la espada, el cañón, propiedad de nuestros amos. Y el oro lo sacaron en Cuitlahuactonco, en casa de Itzpotonqui: Y cuando lo han sacado, de nuevo llevan atados a nuestros principales hacia Coyoacan. Fue en esta ocasión cuando murió el sacerdote que guardaba a Huitzilopochtli. Le habían hecho investigación sobre dónde estaban los atavíos del dios y los del Sumo Sacerdote de Nuestro Señor y los del Incensador (máximo). Entonces fueron hechos sabedores de que los atavíos que estaban en Cuauhchichilco, en Xaltocan; que los tenían guardados unos jefes. Los fueron a sacar de allá. Cuando ya aparecieron los atavíos, a dos ahorcaron en medio del camino a Mazatlan. El pueblo regresa a establecerse en Tlatelolco Fue en este tiempo cuando comenzó a regresar acá el pueblo bajo, se vino a establecer en Tlatelolco. Fue el año 4-Conejo. Luego viene Temilotzin, viene a establecerse en Capultitlan. Y don Juan Huehuetzin se vino a establecer en Atícpac. Pero Coyohuehuetzin y Topantemoctzin murieron en Cuauhtitlan. Cuando vinimos a establecernos en Tlatelolco aquí solamente nosotros vivimos. Aún no se venían a instalar nuestros amos los cristianos. Aún nos dejaron en paz, todos se quedaron en Coyoacan. Allá ahorcaron a Macuilxochitl, rey de Huitzilopochco. Y luego al rey de Culhuacan, Pizotzin. A los dos allá los ahorcaron. Y al Tlacatécatl de Cuauhtitlan y al mayordomo de la Casa Negra los hicieron comer por los perros. También a unos de Xochimilco los comieron los perros. Y a tres sabios de Ehécatl, de origen tetzcocano, los comieron los perros. No más ellos vinieron a entregarse. Nadie los trajo. No más venían trayendo sus papeles con pintura (códices). Eran cuatro, uno huyó: sólo tres fueron alcanzados, allá en Coyoacan. En cuanto a los españoles, cuando han llegado a Coyoacan, de allí se repartieron por los diversos Pueblos, por dondequiera. Luego se les dieron indios vasallos en todos estos pueblos. Fue entonces cuando se dieron como esclavos. En este tiempo también dieron libres a los señores de Tenochtitlan. Y los libertados fueron a Azcapotzalco. Allí (en Coyoacan) se pusieron de acuerdo (los españoles) de cómo llevarían la guerra a Metztitlan. De allá se volvieron a Tula. Luego ya toma la guerra contra Uaxacac (Oaxaca) el capitán. Ellos van a Acolhuacan, luego a Metztitlan, a Michoacan# Luego a Huey Mollan y a Cuauhtemala, y a Tecuantépec. No más aquí acaba. Ya se refirió cómo fue hecho este papel.
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CAPÍTULO XIV Del flujo y reflujo del mar Océano en Indias Uno de los secretos admirables de naturaleza es el flujo y reflujo del mar, no solamente por la extrañeza de su crecimiento y diminución, sino mucho más por la variedad que en diversos mares se halla en esto, y aun en diversas playas de un mismo mar, hay mares que no tienen el flujo y reflujo cotidiano, como consta del Mediterráneo inferior, que es el Tirreno, teniendo flujo y reflujo cotidiano el Mediterráneo superior, que es el mar de Venecia, cosa que con razón causa admiración porque siendo ambos mediterráneos, y no mayor el de Venecia, aquel tiene flujo y reflujo como el Océano, y este otro mar de Italia no lo tiene, pero algunos mediterráneos manifiestamente tienen crecimiento y menguante cada mes; otros ni al día ni al mes. Otros mares como el Océano de España, tienen el flujo y reflujo de cada día, y ultra de ese el de cada mes, que son dos, es a saber, a la entrada y a la llena de luna, que llaman aguas vivas. Mar que tenga el crecimiento y diminución de cada día, y no le tenga el de cada mes, no sé que le haya. En las Indias es cosa de admiración la variedad que hay en esto; partes hay en que llena y vacía la mar cada día dos leguas, como se ve en Panamá, y en aguas vivas es mucho más. Hay otras donde es tan poco lo que sube y lo que baja, que apenas se conoce la diferencia. Lo común es tener el mar Océano creciente y menguante cotidiana y menstrua; y la cotidiana es dos veces al día natural, y siempre tres cuartos de hora menos el un día del otro, conforme al movimiento de la luna, y así nunca la marea un día es a la hora del otro. Este flujo y reflujo han querido algunos sentir que es movimiento local del agua del mar, de suerte que el agua que viene creciendo a una parte, va descreciendo a la contraria, y así es menguante en la parte opuesta del mar, cuando es acá creciente. A la manera que en una caldera hace hondas el agua, que es llano, que cuando a la una parte sube, baja a la otra; otros afirman, que el mar a un mismo tiempo crece a todas partes y a un mismo tiempo mengua también a todas partes, de modo que es como el fervor de la olla, que juntamente sube y se extiende a todas sus partes, y cuando se aplaca, juntamente se disminuye a todas partes. Este segundo parecer es verdadero y se puede tener a mi juicio por cierto y averiguado, no tanto por las razones que para esto dan los filósofos que en sus meteoros fundan esta opinión, cuanto por la experiencia cierta que de este negocio se haya podido alcanzar. Porque para satisfacerme de este punto y cuestión, yo pregunté con muy particular curiosidad al piloto arriba dicho, cómo eran las mareas que en el estrecho hallaron, si por ventura descrecían y menguaban las mareas del mar del Sur al tiempo que subían y pujaban las del mar del Norte, y al contrario. Porque siendo esto así, era claro que el crecer del mar de una parte era descrecer de otra, que es lo que la primera opinión afirma. Respondióme que no era de esa suerte, sino que clarísimamente a un proprio tiempo venían creciendo las mareas del mar del Norte y las del mar del Sur, hasta encontrarse unas olas con otras, y que a un mismo tiempo volvían a bajar cada una a su mar, y que este pujar y subir, y después bajar y menguar, era cosa que cada día la veían, y que el golpe y encuentro de la una y otra creciente era (como tengo dicho) a las setenta leguas del mar del Norte, y treinta del mar del Sur; de donde se colige manifestamente que el flujo y reflujo del Océano no es puro movimiento local, sino alteración y hervor con que realmente todas sus aguas suben y crecen a un mismo tiempo, y a otro tiempo bajan y menguan, de la manera que del hervor de la olla se ha puesto la semejanza. No fuera posible comprender por vía de experiencia este negocio, sino en el Estrecho donde se junta todo el mar Océano entre sí; porque por las playas opuestas, saber si cuando en la una crece, descrece en la otra, solos los ángeles lo podrían averiguar, que los hombres no tienen ojos para ver tanta distancia, ni pies para poder llevar los ojos con la presteza que una marea da de tiempo, que son solamente seis horas.
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De la población de la Villa de Ontiveros en la provincia del Paraná, donde algunos se retiraron a vivir No se puede negar lo mucho que esta provincia del Río de la Plata debe a Domingo Martínez de Irala, desde que en ella sirvió de capitán y soldado, y mucho más después que fue electo General de los conquistadores españoles, que en ella estaban, procurando el aumento y utilidad del Real servicio con la comodidad y sustento de sus vasallos, de suerte que con verdad se puede decir que se le debe la mayor parte del establecimiento de la tierra, y los buenos efectos de ella, como se colige de los referido en esta historia. Habiendo considerado que hasta entonces no se había podido sustentar población alguna en la entrada del Río de la Plata, siendo tan necesaria para escala de los navíos que viniesen de España, determinó hacer una fundación en el camino del Brasil a la parte del leste sobre el Río Paraná, pues era fuerza haber de cursar aquel camino, y tener comunicación y trato con los de aquella costa para avisar por esa vía a S.M. del estado de la tierra. Y también por excusar los grandes daños y asaltos, que los portugueses hacían por aquella parte a los indios Caries de esta provincia, llevándolos presos y cautivos sin justificación alguna de guerra y vendiéndolos por esclavos, privándoles de su libertad, y sujetándolas a perpetua servidumbre. Y con esta resolución dio facultad al Capitán García Rodríguez de Vergara, para que con 60 soldados fuese a hacer esta población; y tomando los pertrechos necesarios, salió de la Asunción el año de 1554, y con buen suceso llegó al Paraná, y pasó de la otra parte, donde fue bien recibido de los indios de la comarca, y considerando el puesto más acomodado para el asiento de su fundación, tuvo por conveniente el hacerla una legua poco más o menos más arriba de aquel gran salto en el pueblo de los indios sujetos al cacique Canendiyú, que era muy amigo de los españoles. Parecióle a García Rodríguez ser por entonces aquel sitio el mejor; y más acomodado para su pretensión por ser en el propio pasaje del río y camino del Brasil, y por la muchedumbre de naturales que en su contorno había, aunque después se siguieron muchos inconvenientes y daños de estar mal situado: esta fundación fue llamada la Villa de Ontiveros, a similitud de la que era natural García Rodríguez, y hecha su población se mantuvo en ella algún tiempo, hasta que Domingo de Irala le hizo llamar para otros negocios de más consideración, enviando allí persona que en su lugar gobernase en justicia aquella Villa, quien habiendo llegado, no le quisieron recibir ni obedecer los poderes que llevaba, diciendo otros desacatos y libertades contra la autoridad y reputación del General; quien enterado de cuanto en el asunto había pasado, determinó enviar al castigo de esta osadía y a recoger los españoles que andaban dispersos, al Capitán Pedro de Segura, su yerno, con cincuenta hombres, que salió el año de 1556, y habiendo llegado al río Paraná, en la inmediación del paso hizo señas con grandes fuegos y humaredas, para que le trajesen algunas canoas o balsas en que pasar; y habiendo entendido los españoles que estaban en la villa, de como el Capitán Pedro de Segura se hallaba en el puerto, acordaron los más a que no le diesen pasaje, antes procurasen impedir su entrada, porque, si la consentían, les había de costar caro el no haber querido admitir las órdenes de Domingo de Irala, y porque estaban en la villa también algunos de los parciales del Capitán Diego de Abreu, y de la tumultuación que andaban por los pueblos de los indios: y así luego tomaron las armas, entraron en sus canoas, y fueron a tomar una isla, que está en el mismo río en la travesía del paso sobre la canal del gran Salto. Y puesto allí en arma, le requirieron al Capitán Segura se volviese a la Asunción, porque ellos no le habían de permitir poner los pies en la otra parte del río, sin que antes arriesgasen sus vidas. De todos estos que tan descaradamente se rebelaron, fue cabeza un inglés llamado Nicolás Colman, que, aunque tenía una sola mano, que era la izquierda, por haber perdido en una pendencia la derecha, era el más resuelto y atrevido soldado de cuantos allí estaban, como siempre lo mostró, de modo que, viendo el Capitán Pedro de Segura la libertad de esta gente, determinó pasar una noche secretamente en unas balsas que hizo de madera, trozos y tablas. Y estando en el efecto ya en punto de largarse, salieron de la isla más de 100 canoas grandes y fuertes llenas de indios, con que los acometieron a donde estaban las balsas en el puerto con mucha gente ya embarcada, y les dieron una rociada de arcabuces y flechas; y respondiéndoles los de las balsas, que luego se echaron a tierra, mataron un soldado y algunos indios de los contrarios, los cuales habiendo dicho muchas libertades, y haciendo caracoles se volvieron a la isla, donde a más de la fortaleza de ella, está junto a la canal de la caída principal de aquel salto, correspondiendo a otra isla que dista de ella un tiro de arcabuz, la cual es tan larga que tiene más de 14 leguas de longitud, por cuya causa no pueden tener otro pasaje para aquella travesía, que aquel boquerón o distancia intermedia entre ambas islas: y continuando la defensa del pasaje, pasados ocho días, constreñidos de necesidad, el Capitán Segura dio vuelta con su compañía a la Asunción; y habiendo dado parte de este desacato al General Domingo de Irala, recibió dé ello grande indignación y enojo, e hizo propósito de castigarlo con todo rigor de justicia. En este tiempo tenía a los naturales de aquella provincia con mucha paz y quietud, y tan a su devoción y obediencia, que cualquier cosa por grave que fuese, siéndoles mandada de orden del General por cualquier español o indio, era ejecutada puntualmente, y así edificó en esta ciudad en muy breve tiempo una Iglesia, que hoy es la Catedral de aquel obispado, hacha de buena y bien labrada madera, las paredes de tapia bien gruesa y cubierta de tejas hechas de una dura palma, y otros edificios y casas consistoriales de consideración, que ennoblecieron aquella ciudad, de modo que estaba la República tan aumentada, abastecida y acrecentada en su población, abundancia y comodidad que desde entonces hasta hoy no se ha visto en tal estado; porque demás de la fertilidad y buen temperamento del cielo, es abundante de caza pesquería y volatería, juntando la Divina Providencia en aquella tierra tantas y tan nobles calidades, que muy pocas veces se habrán visto juntas en un parte, como las que vemos en este país; y aunque al principio no se hizo el ánimo de fundar ciudad en aquel sitio, el tiempo y la nobleza de sus fundadores la perpetuaron. Está fundada sobre el mismo río Paraguay al naciente en tierra alta y llana, hermoseada de arboledad, y compuesta de buenos y entendidos campos. Ocupaba antiguamente la población más de una legua de largo, y más de una milla de ancho, aunque el día de hoy ha venido a mucha disminución. Tiene a más de la Iglesia Catedral dos parroquiales, una de españoles llamada de Santa Lucía, y otra de naturales del Bienaventurado San Blas, a las que S. Santidad ha concedido muchas indulgencias plenarias; hay tres casas de religión: de Nuestro Padre San Francisco, Nuestra Señora de las Mercedes, y de la Compañía de Jesús, y un Hospital de españoles y naturales. La traza de esta ciudad no está ordenada por cuadras y solares iguales, sino en calles anchas y angostas, que salen o cruzan a las principales, como algunos lugares de Castilla. Es de sano temperamento, aunque bastante caluroso, por lo que suelen padecerse algunas calenturas y mal de ojos, resultas de los vapores y ardentía del sol, aunque se templa mucho con la frescura de aquel gran río caudaloso, abundante de todo género de peces, así grandes como pequeños. Los campos provistos de muchas gamas, ciervos, jabalíes que vulgarmente llaman puercos monteses, y antas casi del tamaño de una vaca, de muy buena carne, tienen éstas una pequeña trompa, y un cerviguillo alto, que es la más gustosa carne de toda ella, y suelen cogerse en las lagunas y ríos, donde de ordinario viven muchos tigres, onzas, osos, y algunos leopardos, pero no muy carnívoros. Los montes se componen de mucha diversidad de árboles frutales, de frutos dulces y agrios, con que se sustentan y regalan los naturales, y los campos de otros tantos y muy diversos. Es la tierra muy agradable en su perspectiva, y de mucha cantidad de aves hermosas y canoras, que lisonjean la vista y oído, así en las lagunas y arroyos, como en los montes y campos, en los cuales hay avestruces y perdices en mucha cantidad. Finalmente es muy abundante de todo lo necesario para la vida y sustento de los hombres, que por ser la primera fundación que se hizo en esta provincia, he tenido a bien tratar de ella en este capítulo, por ser madre de todos los que en ella hemos nacido, y de donde han salido los pobladores de las demás ciudades de aquella gobernación.
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De cómo fue muy grande la riqueza que tuvieron y poseyeron los reyes del Perú y cómo mandaban asistir siempre hijos de los señores en su Corte. Por la gran riqueza que habemos visto en estas partes podremos creer ser verdad lo que dice de las muchas que tuvieron los Incas; porque yo creo, lo que ya muchas veces tengo afirmado, que en el mundo no hay tan rico reyno de metal, pues cada día se descubren tan grandes veneros, así de oro como de plata; y como en muchas partes de las provincias cogiesen en los ríos oro y en los cerros sacasen plata y todo era por un rey, pudo tener y poseer tanta grandeza; y dello yo no me espanto de estas cosas, sino cómo toda la ciudad del Cuzco y los templos suyos no eran hechos los edificios de oro puro. Porque lo que hace a los príncipes tener necesidad y no poder atesorar dineros es la guerra; y desto tenemos claro ejemplo en lo que el Emperador ha gastado desdel año que se coronó hasta éste; pues aviendo mas plata y oro que ovieron los reyes dEspaña desde el rey don Rodrigo hasta él, ninguno dellos tuvo tanta necesidad como S.M.; y si no tuviera guerras y su asiento fuera en España, verdaderamente, con sus rentas y con lo que ha venido de las Indias, toda España estuviera tan llena de tesoros como lo estaba el Perú en tiempo de sus reyes. Y esto tráigolo a comparación, que todo lo que los Incas habían lo gastaban no en otra cosa que arreos de su persona y ornamento de los templos y servicio de sus casas y aposentos; porque en las guerras las provincias les daban toda la gente, armas y mantenimientos que fuese necesario, y si a alguno de los mitimaes daban algunas pagas de oro en alguna guerra que ellos tuviesen por dificultosa era poca y que en un día lo sacaban de las minas; y como preciaron tanto la plata y oro, y por ellos fuese tan estimada, mandaban sacar en muchas partes de las provincias cantidad grande della, de la manera y con la orden que adelante se dirá. Y sacando tanta suma y no podiendo el hijo dejar que la memoria del padre, que se entiende su casa y familiares con su bulto, estuviese siempre entera, estaban de muchos años allegados tesoros, tanto que todo el servicio de la casa del rey, así de cántaros para su uso como de cocina, todo era oro y plata; y esto no en un lugar y en una parte lo tenía sino en muchas, especialmente en las cabeceras de las provincias, donde había muchos plateros, los cuales trabajaban en hacer estas piezas; y en los palacios, y aposentos suyos había planchas destos metales y sus ropas llenas de argentería y desmeraldas y turquesas y otras piedras preciosas de gran valor. Pues para sus mugeres tenían mayores riquezas para ornamento y servicio de sus personas y sus andas todas estaban engastonadas en oro y plata y pedrería. Sin ésto, en los depósitos había grandísima cantidad de oro en tejuelos y de plata en pasta y tenían mucha chaquita, ques en estremo menuda, y otras joyas muchas y grandes para sus taquis y borracheras; y para los sacrificios eran más lo que tenían destos tesoros; y como tenían y guardaban aquella ceguedad de enterrar con los difuntos tesoros es de creer que, cuando se hazían los osequias y entierros destos reyes, que seria increíble lo que meterían en las sepulturas. En fin, sus atambores y asentamientos y estrumentos de música y armas para ellos eran deste metal; y por engrandecer su señorío, paresciéndoles que lo mucho que digo era poco, mandaban por ley que ningún oro ni plata que entrase en la ciudad del Cuzco della pudiese salir, so pena de muerte, lo cual ejecutaban luego en quien lo quebrantaba; y con esta ley, siendo lo que entraba mucho y no saliendo nada, había tanto que, si cuando entraron los españoles se dieran otras mañas y tan presto no ejecutaran su crueldad en dar la muerte a Atahuallpa, no sé qué navíos bastaran a traer a las Españas tan grandes tesoros como están perdidos en las entrañas de la tierra y estarán, por ser ya muertos los que lo enterraron. Y como se tuviesen en tanto estos Incas, mandaron más, que en todo el año residiesen en su corte hijos de los señores de las provincias de todo el reino, porque entendiesen la orden della y viesen su magestad grande y fuesen avisados cómo le habían de servir y obedecer de que heredasen sus señoríos y curacazgos; y si iban los de unas provincias, venían los de otras. De tal manera se hacía esto que siempre estaba su corte muy rica y acompañada; porque, sin esto, nunca dejaban destar con él muchos caballeros de los orejones y señores de los ancianos, para tomar consejo en lo que se había de proveer y ordenar.
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CAPÍTULO XIV Llega a La Habana una nao en la cual viene Hernán Ponce, compañero del gobernador El gobernador andaba ya muy cerca de embarcarse para ir a su conquista, que no esperaba sino la bonanza del tiempo, cuando entró en el puerto otra nao que venía de Nombre de Dios, la cual, como pareció, entró contra toda su voluntad, forzada del mal temporal que corría, porque, en cuatro o cinco días que anduvo contrastando con el viento, la vieron llegar a la boca del puerto tres veces y volverse a meter en alta mar otras tantas como huyendo de aquel puerto por no le tomar. Mas, no pudiendo resistir a la furia de la tormenta que hacía, aunque el principal pasajero que en ella venía hubiese hecho grandes promesas a los marineros porque no entrasen en el puerto, mal que les pesó lo hubieron de tomar sin poder hacer otra cosa, porque a la furia del mar no hay resistencia. Para lo cual es de saber que, cuando Hernando de Soto salió del Perú para venir a España, como se dijo en el capítulo primero, dejó hecha compañía y hermandad con un Hernán Ponce que fuesen ambos a la parte de lo que los dos durante su vida ganasen o perdiesen, así en los repartimientos de indios que Su Majestad les diese como en las demás cosas de honra y provecho que pudiesen haber. Porque la intención de Hernando de Soto cuando salió de aquella tierra fue de volver a ella a gozar del premio que por los servicios hechos en la conquista de ella había merecido, aunque después, como se ha visto, pasó los pensamientos a otra parte. Esta misma compañía se hizo entonces y después entre otros muchos caballeros y gente principal que se halló en la conquista del Perú, que aún yo alcancé a conocer algunos de ellos, que vivían en ella como si fueran hermanos, gozando de los repartimientos que les habían dado sin dividirlos. Hernán Ponce (cuya parentela ni patria no alcancé a saber más de que oí decir que era del reino de León), después de la venida de Hernando de Soto a España, tuvo en el Perú un repartimiento de indios muy rico (merced que el marqués don Francisco Pizarro en nombre de Su Majestad le hizo), los cuales le dieron mucho oro y plata y piedras preciosas, con lo cual, y con lo que más pudo recoger del valor de las preseas y alhajas de casa, que entonces todo se vendía a peso de oro, y con la cobranza de algunas deudas que Hernando de Soto le dejó, venía a España muy próspero de dinero. Y, como supiese en Nombre de Dios o en Cartagena que Hernando de Soto estaba en La Habana con tanto aparato de gente y navíos para ir a la Florida, quisiera pasarse de largo sin tocar en ella por no darle cuenta de lo que entre los dos había, y por no partir con él de lo que traía, que temió no se lo quitase todo como hombre menesteroso que se había metido en tanto gasto. Y ésta era la causa de haber rehusado tanto de no tomar el puerto, si pudiera no tomarlo; mas no le fue posible, porque la fortuna o tempestad de la mar, sin atención o respeto alguno, desdeña o favorece a quien se le antoja. Luego que la nao entró en el puerto supo el gobernador que venía Hernán Ponce en ella. Envió a visitarle y darle el parabién de su venida y ofrecerle su posada y todo lo demás de su hacienda, oficios y cargos, pues, como compañero y hermano, tenía la mitad en todo lo que él poseía y mandaba, y, en pos de este recaudo, fue en persona a verle y sacarle a tierra. Hernán Ponce no quisiera tanto comedimiento ni hermandad; empero, después de haberse hablado el uno al otro con palabras ordinarias de buenas cortesías, disimulando su congoja, se excusó lo mejor que pudo de salir a tierra, diciendo que por el mucho trabajo y poco sueño que en aquellos cuatro o cinco días con la tormenta de la mar había tenido no estaba para desembarcarse; que suplicaba a su señoría, por aquella noche siquiera, tuviese por bien se quedase en el navío; que otro día, si estuviese mejor, saldría a besarle las manos y a recibir y gozar toda la merced que le ofrecía. El gobernador lo dejó a toda su voluntad por mostrar que no quería ir contra ella en cosa alguna, mas, sintiendo el mal que tenía, mandó con mucho secreto poner guardas por mar y por tierra que con todo cuidado velasen la noche siguiente y viesen lo que Hernán Ponce hacía de sí. El cual, no fiando de la cortesía de su compañero ni pudiendo entender que fuese tanta, como después vio, ni aconsejándose con otro, que con la avaricia, cuyos consejos siempre son en perjuicio del mismo que los toma, acordó poner en cobro y esconder en tierra una gran partida de oro y piedras preciosas que traía, no advirtiendo que, en mar ni en tierra en todo aquel distrito, podía haber lugar seguro para él, donde le fuera mejor esperar en el comedimiento ajeno que en sus propias diligencias, mas el temeroso y sospechoso siempre elige por remedio lo que le es mayor mal y daño. Así lo hizo este caballero que, dejando la plata para hacer muestra con ella, mandó sacar del navío a media noche todo el oro, perlas y piedras preciosas que en dos cofrecillos traía, que todo ello pasaba de cuarenta mil pesos de valor, y llevarlo al pueblo, a casa de algún amigo o enterrarle en la costa a vista del navío para volverlo a cobrar pasada la tormenta que recelaba tener con Hernando de Soto. Mas sucedió al revés, porque las guardas y centinelas, que velaban metidos en el monte, que lo hay muy bravo en aquel puerto y en toda su costa, viendo ir el batel hacia ellos, se estuvieron quedos hasta que desembarcase lo que traía, y cuando vieron la gente en tierra y lejos del batel, arremetieron con ellos, los cuales, desamparando el tesoro, huyeron al barco. Unos acertaron a tomarlo y otros se echaron al agua por no ser muertos o presos. Los de tierra, habiendo recogido la presa, sin hacer más ruido, la llevaron toda al gobernador, de que él recibió pena por ver que su compañero viniese tan sospechoso de su amistad y hermandad, como lo mostraba por aquel hecho, y mandó tener encubierto hasta ver cómo salía de él Hernán Ponce.
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Capítulo XIV 135 De la ofrenda que hacen los tlaxcaltecas el día de Pascua de Resurrección, y del aparejo que los indios tienen para se salvar 136 En esta casa de Tlaxcala en el año de 1536 vi un ofrecimiento que en ninguna otra parte de la Nueva España he visto ni creo que le hay; el cual para escribir y notar era menester otra mejor habilidad que la mía, para estimar y encarecer lo que creo que Dios tiene y estima en mucho; y fue que desde el Jueves Santo comienzan los indios a ofrecer en la iglesia de la Madre de Dios, delante de las gradas adonde está el Santísimo Sacramento, y este día y el Viernes Santo siempre vienen ofreciendo poco a poco; pero desde el Sábado Santo a vísperas y la noche en peso, es tanta la gente que viene que parece que en toda la provincia no queda nadie. La ofrenda es algunas mantas de las con que se cubren; otros pobres traen unas mantillas de cuatro o cinco palmos en largo y poco menos de ancho, que valdrá cada una dos o tres maravedíes, y algunos más pobres ofrecen otras más pequeñas. Otras mujeres ofrecen unos paños como paños de portapaz y de eso sirven después; son todos tejidos de labores de algodón y de pelo de conejo; y éstos son de muchas maneras. Las más tienen una cruz en el medio, y estas cruces muy diferentes unas de otras. Otros de aquellos paños traen en medio un escudo con las cinco plagas, tejido de colores. Otros el nombre de Jesús o de María con sus caireles o labores a la redonda, otros son de flores y rosas tejidas y bien asentadas. Y en este año ofreció una mujer en un paño de éstos un crucifijo tejido a dos haces, aunque la una de cerca parecía ser más la haz que la otra, y era tan bien hecho que todos los que lo vieron, así frailes como seglares españoles, lo tuvieron en mucho, diciendo, que quien aquél hizo también tejería tapicería. Estas mantas y paños tráenlas cogidas, y llegando cerca de las gradas hincan las rodillas, y hecho su acatamiento, sacan y descogen su manta, y tómanla por los cabos con ambas manos extendida, y levantada hacia la frente levantan las manos dos o tres veces, y luego asientan la manta en las gradas y retráense un poco, tornando a hincar las rodillas como los capellanes que han dado paz a algún gran señor, y allí rezan un poco, y muchos de ellos traen consigo niños por quien también traen ofrenda, y dánsela en las manos y amuéstranles cómo tienen de ofrecer, y a hincar las rodillas; que ver con el recogimiento y devoción que esto hacen, es para poner espíritu a los muertos. Otros ofrecen de aquel copalli o incienso, y muchas candelas; unos ofrecen una vela razonable, otros más pequeña, otros su candela delgada de dos o tres palmos, otros menor, otros una candelilla como el dedo; que vérselas ofrecer y allí rezar parecen ofrendas como la de la viuda que delante de Dios fue muy acepta, porque todas son quitadas de su propia sustancia, y las dan con tanta simplicidad y encogimiento, como si allí estuviese visible el Señor de la tierra. Otros traen cruces pequeñas de palmo, o palmo y medio, y mayores, cubiertas de oro y pluma, o de plata y pluma. También ofrecen ciriales bien labrados, de ellos cubiertos de oro y pluma bien vistosos, con su argentería colgando, y algunas plumas verdes de precio. Otros traen alguna comida guisada, puesta en sus platos y escudillas, o ofrécenla entre las otras ofrendas. En este mismo año trajeron un cordero y dos puercos grandes vivos; traía cada uno de los que ofrecían puerco, atado en sus palos como ellos traen las otras cargas, y así entraban en la iglesia, y allegados cerca de las gradas, verlos tomar los puercos y ponerlos entre los brazos y así ofrecerlos, era cosa de reír. También ofrecían gallinas y palomas, y todo en grandísima cantidad; tanto que los frailes y los españoles estaban espantados, y yo mismo fui muchas veces a mirar, y me espantaba de ver cosa tan nueva en tan viejo mundo; y eran tantos los que entraban a ofrecer y salían, que a veces no podía caber por la puerta. 137 Para recoger y guardar esta ofrenda hay personas diputadas, lo cual se lleva para los pobres del hospital que de nuevo se ha hecho, al modo de los buenos de España, y le tienen ya razonablemente dotado, y hay aparejo para curar muchos pobres. De la cera que se ofrece hay tanta que basta para gastar todo el año. Luego el día de Pascua antes que amanezca hacen su procesión muy solemne, y con mucho regocijo de danzas y bailes. Este día salieron unos niños con una danza, y por ser tan chiquitos, que otros mayores que ellos aún no han dejado la teta, hacían tantas y tan buenas vueltas, que los españoles no se podían valer de risa y de alegría. Luego acabado esto, les predican y dicen su misa con gran solemnidad. 138 Maravíllanse algunos españoles y son muy incrédulos en creer el aprovechamiento de los indios, en especial los que no salen de los pueblos en que residen españoles, o algunos recién venidos de España, y como no lo han visto, piensan que debe ser fingido lo que de los indios se dice, y la penitencia que hacen, y también se maravillan que de lejos se vengan a bautizar, casar y confesar, y en las fiestas a oír misa, pero vistas estas cosas es muy de notar la fe de estos tan nuevos cristianos. Y ¿por qué no dará Dios a éstos que a su imagen formó su gracia y gloria, disponiéndose tan bien como nosotros? Estos nunca vieron alanzar demonios, ni sanar cojos, ni vieron quién diese el oír a los sordos, ni la vista a los ciegos, ni resucitar muertos, y lo que los predicadores les predican y dicen es una cifra, como los panes de San Felipe, que no les cabe a migaja; sino que Dios multiplica su palabra, y la engrandece en sus ánimas y entendimientos, y es mucho más el fruto que Dios hace y lo que se multiplica y sobra, que lo que se les administra. 139 Estos indios que en sí no tienen estorbo que les impida para ganar el cielo, de los muchos que los españoles tenemos y nos tienen sumidos, porque su vida se contenta con muy poco, y tan poco, que apenas tienen con qué se vestir ni alimentar. Su comida es muy paupérrima, y lo mismo es el vestido: para dormir, la mayor parte de ellos aún no alcanza una estera sana. No se desvelan en adquirir ni guardar riquezas, ni se matan por alcanzar estados ni dignidades. Con su pobre manta se acuestan, y en despertando están aparejados para servir a Dios, y si se quiere disciplinar, no tienen estorbo ni embarazo de vestirse y desnudarse. Son pacientes, sufridos sobre manera, mansos como ovejas; nunca me acuerdo haberlos visto guardar injuria; humildes, a todos obedientes, ya de necesidad, ya de voluntad, no saben sino servir y trabajar. Todos saben labrar una pared y hacer una casa, torcer un cordel, y todos los oficios que no requieren mucha arte. Es mucha la paciencia y sufrimiento que en las enfermedades tienen: sus colchones es la dura tierra, sin ropa ninguna; cuando mucho, tienen una estera rota, y por cabecera una piedra o un pedazo de madero, y muchos ninguna cabecera, sino la tierra desnuda. Sus casas son muy pequeñas, algunas cubiertas de un solo terrado, muy bajo, algunas de paja, otras como la celda de aquel santo abad Hilarión, que más parecen sepultura que no casa; las riquezas que en tales casas pueden caber, dan testimonio de sus tesoros. Están estos indios y moran en sus casillas, padres, hijos y nietos; comen y beben sin mucho ruido ni voces. Sin rencillas ni enemistades pasan su tiempo y vida, y salen a buscar el mantenimiento a la vida humana necesario, y no más. Si a alguno le duele la cabeza o cae enfermo, si algún médico entre ellos fácilmente se puede haber, sin mucho ruido ni costa, valo a ver, y si no, más paciencia tiene que Job; no es como en México, que cuando algún vecino adolece y muere, habiendo estado veinte días en cama, para pagar la botica y el médico ha menester cuanta hacienda tiene, que apenas le queda para el entierro; que de responsos y pausas y vigilias le llevan tantos derechos, o tuertos, que queda adeudada la mujer, y si la mujer muere queda el marido perdido. Oí decir a un casado, hombre sabio, que cuando enfermase alguno de los dos, teniendo cierta la muerte, luego el marido había de matar a la mujer, y la mujer al marido, y trabajar de enterrar el uno al otro en cualquier cementerio por no quedar pobres, solos y adeudados; todas estas cosas ahorra esta gente. 140 Si alguna de estas indias está de parto, tienen muy cerca la partera, porque todas lo son; y si es primeriza va a la primera vecina o parienta que la ayude, y esperando con paciencia a que la naturaleza obre: paren con menos trabajo y dolor que las nuestras españolas, de las cuales muchas por haberlas puesto en el parto antes de tiempo y poner fuerza, han peligrado y quedan lijadas y quebrantadas para no poder parir más; y si los hijos son dos de un vientre, luego que ha pasado un día natural, y en partes, dos días, no les dan leche, y los toma la madre después, el uno con el un brazo y el otro con el otro, y les da la teta, que no se les mueren, ni les buscan amas que los amamanten, y adelante conoce despertando cada uno su teta; ni para el parto tienen aparejadas torrejas, ni miel, ni otros regalos de parida, sino el primer beneficio que a sus hijos hace es lavarlos luego con agua fría, sin temor que les haga daño; y con todo esto vemos y conocemos que muchos de éstos así criados desnudos, viven buenos y sanos, y bien dispuestos, recios, fuertes, alegres, ligeros y, hábiles para cuanto de ellos quieren hacer; y lo que más hace a el caso es, que ya que han venido en conocimiento de Dios, tienen pocos impedimentos para seguir y guardar la vida y ley de Jesucristo. 141 Cuando yo considero los enredos y embarazos de los españoles, querría tener gracia para me compadecer de ellos, y mucho más y primero de mí. Ver con cuánta pesadumbre se levanta un español de su cama muelle, y muchas veces le echa de ella la claridad del sol, y luego se pone un monjilazo, porque no le toque el viento, y pide de vestir, como si no tuviese manos para lo tomar, y así le están vistiendo como a manco, y atacándose está rezando; ya podéis ver la atención que tendrá; y porque le ha dado un poco de frío o de aire, vase al fuego mientras que le limpian el sayo y la gorra; y porque está muy desmayado desde la cama a el fuego, no se puede peinar, sino que ha de haber otro que le peine; después, hasta que vienen los zapatos o pantuflos y la capa, tañen a misa, y a las veces va almorzado, y el caballo no está acabado de aderezar; ya veréis en qué son irá a la misa; pero como alcance a ver a Dios, o que no hayan consumido, queda contento, por no topar con algún sacerdote que diga un poco despacio la misa, porque no le quebrante las rodillas. Algunos hay que no traen maldito el escrúpulo aunque sea domingo o fiesta; luego de vuelta, la comida ha de estar muy a punto, si no, no hay paciencia, y después reposa y duerme; ya veréis si será menester lo que resta del día para entender en pleitos y en cuentas, en proveer en las minas y granjerías; y antes que estos negocios se acaben es hora de cenar, y a las veces se comienza a dormir sobremesa, si no desecha el sueño con algún juego; y si esto fuese un año o dos y después se enmendase la vida, allá pasaría; pero así se acaba la vida creciendo cada año más la codicia y los vicios, de manera que el día y la noche y casi toda la vida se les va sin acordarse de Dios ni de su ánima, sino con algunos buenos deseos que nunca hay tiempo para los poner por obra. Pues qué diremos de los que en diversos vicios y pecados, están encenagados y viven en pecado mortal, guardando la enmienda para el tiempo de la muerte, cuando son tan terribles los dolores y trabajos, y las asechanzas y tentaciones del demonio, que son tantas y tan recias, que entonces apenas se pueden acordar de sus ánimas, y esto les viene de justo juicio de Dios, porque el que viviendo no se acuerda de Dios, muriendo no se acuerde de sí. 142 Tienen los tales mucha confianza en los testamentos, y aunque algo o mucho deban y lo pueden pagar, con los testamentos piensan que cumplen; y ellos serán tan bien cumplidos por sus hijos como los mismos cumplieron los de los padres; entonces la cercana pena y tormentos le abrirán los ojos que en la vida los deleites y penas cerraron y tuvieron ciegos. Esto se entiende de los descuidados de su propia salvación, para que con tiempo miren por sí y se pongan en estado seguro de gracia, y de caridad y matrimonio, como muchos ya por la bondad de Dios viven en esta Nueva España, amigos de sus ánimas, y cuidadosos de su salvación, y caritativos con sus prójimos; y con esto es tiempo de volver a nuestra historia.
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De cómo nos apartaron los indios Cuando fueron cumplidos los seis meses que yo estuve con los cristianos esperando a poner en efecto el concierto que teníamos hecho, los indios se fueron a las tunas, que había de allí donde las habían de coger hasta treinta leguas; y ya estábamos para huirnos, los indios con quien estábamos, unos con otros riñeron sobre una mujer, y se apuñearon y apalearon y descalabraron unos a otros; y con el grande enojo que hubieron, cada uno tomó su casa y se fue a su parte; de donde fue necesario que todos los cristianos que allí éramos también nos apartásemos, y en ninguna manera nos podimos juntar hasta otro año; y en este tiempo yo pasé muy mala vida, ansí por la mucha hambre como por el mal tratamiento que de los indios rescebía, que fue tal, que yo me hube de huir tres veces de los amos que tenía, y todos me anduvieron a buscar y poniendo diligencia para matarme; y Dios nuestro Señor por su misericordia me quiso guardar y amparar de ellos; y cuando el tiempo de las tunas tornó, en aquel mismo lugar nos tornamos a juntar. Ya que teníamos concertado de huirnos y señalado el día, aquel mismo día los indios nos apartaron, y fuimos cada uno por su parte; y yo dije a los otros compañeros que yo los esperaría en las tunas hasta que la Luna fuese llena; y este día era 1 de septiembre y primero día de luna; y avisélos que si en este tiempo no viniesen al concierto, yo me iría solo y los dejaría; y ansí, nos apartamos y cada uno se fue con sus indios, y yo estuve con los míos hasta trece de luna, y yo tenía acordado de me huir a otros indios en siendo la Luna llena; y a 13 días del mes llegaron adonde yo estaba Andrés Dorantes y Estebanico; y dijéronme cómo dejaban a Castillo con otros indios que se llamaban anagados, y que estaban cerca de allí, y que habían pasado mucho trabajo, y que habían andado perdidos. Y que otro día adelante nuestros indios se mudaron hacia donde Castillo estaba, y iban a juntarse con los que lo tenían, y hacerse amigos unos de otros, porque hasta allí habían tenido guerra, y de esta manera cobramos a Castillo. En todo el tiempo que comíamos las tunas teníamos sed, y para remedio de esto bebíamos el zumo de las tunas y sacábamoslo en un hoyo que en la tierra hacíamos, y desque estaba lleno bebíamos de él hasta que nos hartábamos. Es dulce y de color de arrope; esto hacen por falta de otras vasijas. Hay muchas maneras de tunas, y entre ellas hay algunas muy buenas, aunque a mí todas me parescían así, y nunca la hambre me dio espacio para escogerlas ni parar mientes en cuáles eran mejores. Todas las más destas gentes beben agua llovediza y recogida en algunas partes; porque, aunque hay ríos, como nunca están de asiento, nunca tienen agua conoscida ni señalada. Por toda la tierra hay muy grandes y hermosas dehesas, y de muy buenos pastos para ganados; y parésceme que sería tierra muy fructífera así fuese labrada y habitada de gente de razón. No vimos sierra en toda ella en tanto que en ella estuvimos. Aquellos indios nos dijeron que otros estaban más adelante, llamados camones, que viven hacia la costa, y habían muerto toda la gente que venía en la barca de Peñalosa y Téllez, que venían tan flacos, que aunque los mataban no se defendían; y así, los acabaron todos, y nos mostraron ropas y armas de ellos, y dijeron que la barca estaba allí al través. Esta es la quinta barca que faltaba, porque la del gobernador ya dijimos cómo la mar la llevó, y la del contador y los frailes la habían visto echada al través en la costa, y Esquivel contó el fin de ellos. Las dos en que Castillo y yo y Dorantes íbamos, ya hemos contado cómo junto a la isla de Mal Hado se hundieron.
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CAPITULO XIX Trátase de las Islas de Japón y de las cosas de aquel reino Las Islas de Japón, que son muchas y todas hacen un gran reino que está repartido entre muchos señores, distan de la tierra firme de la China por espacio de 300 leguas y medio (entre ambos reinos la Provincia de Lanquín que es una de las quince, ya nombradas), aunque yendo desde Macao, ciudad de portugueses y cercana a la de Cantón, que es en la propia China, no se ponen más de 250, caminando siempre hacia el Norte; y estas mesmas se cuentan comúnmente desde las Islas de Luzón o Filipinas a las mesmas de Japón, a las cuales se puede ir muy fácil, y por la Nueva España por ser mejor y más segura la navegación y más corto el viaje, pues, según la cuenta de los pilotos que navegan aquel mar no hay más de 1750 leguas, que no viene a ser la mitad de lo que hay por donde hacen la navegación los portugueses. Demás de ser estas Islas muchas, como ya he dicho, están muy pobladas de gente, que se diferencia poco de los chinos en los rostros y cuerpos, aunque no son tan políticos. Por lo cual parece ser verdad lo que se halla escrito en las historias del Reino de la China acerca de que estos japones antiguamente fueron chinos, y que vinieron de aquel gran Reino a estas islas, donde están poblados por el caso siguiente: Un pariente del Rey de la China, hombre de mu-cho valor y brío, habiendo concebido en su entendimiento de matar al Rey y hacerse señor del Reino, para ponerlo en ejecución dio parte de su mal intento a otros amigos suyos, pidiéndoles para ejecutarlo su favor y prometiéndoles el suyo, después de acabado, y de tenerlos siempre por especiales amigos; los cuales, no pareciéndoles cosa dificultosa y movidos de ambición, se lo prometieron y en confirmación de ello comenzaron a hacer gente y a apercibirla por un día señalado. Y como esto no se pudiese poner en efecto con tanto secreto como el negocio requería, vino a ser descubierta la traición y declarada al Rey tan a tiempo, que lo tuvo para remediar el daño muy a su salvo y con mucho de su contrario y pariente y los demás sus seguidores: los cuales todos fueron con facilidad presos. Determinados por los del Real Consejo que todos los traidores fuesen degollados según las leyes del Reino y llevando al Rey la sentencia para que la confirmase, como supiese que todos estaban muy arrepentidos y apesarados del pecado y traición que contra él habían intentado, acordó se remediase con menos daño, temiendo el que las muertes podían causar, mandando no muriesen, sino que fuesen para siempre desterrados de todo el Reino, con obligación precisa de vivir siempre ellos y sus mujeres e hijos y descendientes en islas que agora llaman de Japón, que estaban desiertas y sin gente. Ejecutóse esta sentencia y los culpados la aceptaron por misericordia; y así fueron llevados a las dichas islas, donde viéndose fuera de su natural e imposibilitados de volver a él, ordenaron su República como cosa perpetua, encaminando todas las leyes que para su conservación y gobierno hicieron, contrarias a las de los chinos de donde descendían, y haciendo particularmente una en que prohibía para siempre el tener amistad sus descendientes con los de los chinos, y los amonestaba a hacerles todo el mal que les fuese posible, como lo guardan el día de hoy inviolablemente, mostrándose sus contrarios en todas las cosas que pueden, hasta en los trajes, lengua y costumbres: por lo cual no hay nación mas aborrecida a los chinos que los dichos Japones, pagándose los aborrecidos en la misma moneda. Y aunque en aquel tiempo los dichos Japones fuesen súbditos y tributarios del Rey de la China, y mucho tiempo después, agora no sólo no lo son, mas hacen algunas burlas bien pesadas a los de aquel Reino. Tienen mucha plata, aunque no tan fina como es la de nuestras Indias. Así mesmo gran abundancia de arroz y carnes, y en algunas partes hay trigo. Y con tener todo esto y muchas frutas y hortalizas y otras que comen de ordinario, no son tan bastecidas como las de sus comarcanos; y no está el defecto en la tierra, porque es muy buena y fructífera, sino en que los naturales se dan poco a cultivarla y sembrarla, por ser más aficionados a cosas de guerra que a ello, y ésta es la razón de carecer algunas veces de mantenimientos, y la que éstos y los que han estado en ellas dan para ello. En todas estas islas hay 66 reinos o provincias y muchos reyes, aunque mejor se dirían régulos o principales, como los que hallaron nuestros españoles en las islas de Luzón; y a esta causa, aunque se llaman reyes, ni lo son en el trato ni en la renta, que tienen muy poca respecto de la gente, que es mucha. El Rey Noburianga, que murió el año de 1583, era el más principal y mayor señor de todas ellas, así de gente como de riqueza: el cual fue muerto por un Capitán suyo, castigando Dios por este medio su luciferina soberbia que excedió en mucho a la Nabucodonosor y había llegado a querer ser adorado por Dios, para lo cual había mandado hacer un templo muy suntuoso y poner en él cosas que denotaban bien su locura; de las cuales, para que se vea cuán grande era, pondré aquí tan solamente las que prometía a quien visitase su templo. Lo primero, que los ricos que viniesen al dicho templo y adorasen su figura, serían mucho más ricos, y los que fuesen pobres alcanzarían grandes riquezas, y que así los unos como los otros que no tuviesen subcesores para ellos, los tendrían y vida muy larga, de la cual gozarían con mucha paz y reposo. Lo segundo, que les sería prolongada la vida hasta ochenta años. Lo tercero, que serían sanos de todas sus enfermedades y alcanzarían cumplimiento de sus deseos con salud y tranquilidad. Y lo último, mandaba guardar fiesta todos los meses el día de su nacimiento y que visitasen su templo en ellos, con certificación de que todos los que tuviesen fe en él y en lo que les prometía, lo verían sin ninguna duda todo cumplido; y los que en esto fuesen falsos y defectuosos, en esta vida y en la otra irían camino de perdición. Y para que mejor esta su voluntad se cumpliese, mandó poner en este templo todos los ídolos que en sus reinos eran más venerados, y a quien acudía más frecuencia de peregrinos; y luego vedó que ninguno de todos ellos fuese adorado sino sólo él, que era el verdadero Fotoque y Dios del universo y autor de la naturaleza. Estas locuras hizo este soberbio Rey poco antes de su miserable muerte, y otras muchas que dejo por temor de no ser más largo en este Itinerario. A esté soberbio Rey ha sucedido en el Reino un hijo suyo llamado Vocequixama, a quien por ser de poca edad gobierna el día de hoy un valeroso Capitán llamado Taxivandano. Todos los hombres que nacen en esta tierra son naturalmente inclinados a robos y guerras, y las tienen de ordinario entre sí propios, llevando siempre la mejor parte el que la tiene en el poder y fuerza; y aun éste goza de poquísima seguridad, porque nunca le falta horma de su zapato, como dicen., y quien le saltee y robe la victoria cuando más sin pensamiento de ello está, vengando las injurias los unos a los otros, sin ser para esto rogados. Por esta causa jamás faltan entre ellos guerras civiles, que parecen ser influencia del clima de la tierra. Esto y el continuo ejercicio de las armas y el robar, les ha dado nombre de belicosos, y tienen atemorizados a sus vecinos y comarcanos. Usan de muchas armas, especialmente de arcabuces y espadas y lanzas, y son diestros de ambas a dos cosas. En la tierra firme de la China han hecho algunas presas y saltos, saliendo bien y a su salvo de ellos; y queriendo hacer lo propio en las islas de Luzón y puesto para ello los medios posibles, les ha salido muy al revés de su pensamiento y han vuelto las espaldas a mal de su grado y las manos en la cabeza. Una vez vinieron a los Ilocos, los cuales con el favor de los españoles, cuyos vasallos son, se defendieron tan valerosamente, que los japoneses tuvieron por bien de volverse a sus casas dejando su intento comenzado, y con presupuesto de no meterse en semejante peligro otra vez y, lo que es más, con pérdida y muerte de muchos de ellos. La misma muerte y desgracia les sucedió pocos años ha en la China, adonde como fuesen diez mil de ellos a robar y a la entrada saquearan una ciudad con muy poco daño, y no previniéndose para el daño que les podría sobrevenir, los chinos ofendidos los cercaron de manera que cuando despertaron de su descuido los Japones se hallaron de suerte que les fue forzado darse a sus enemigos, y ellos se pagaron a su voluntad de la injuria recibida, escarmentando muy bien a los que la oyeron para huir de ponerse en semejante trance, y vengándose muy ala suya los chinos de la injuria que de ellos tenían recibida. Está la fe de nuestro Señor muy introducida en algunas de estas islas por la buena diligencia y trabajo de los Padres jesuitas, y muy en particular la que en ello puso el Santo Maestro Francisco Xavier, uno de los diez compañeros del Padre Maestro Ignacio de Loyola, fundador de la dicha Religión, el cual trabajó con grandísimo celo en la conversión de las dichas islas, ayudando para ello mucho su santa doctrina y apostólica vida, como lo confiesan el día de hoy los propios Japones, atribuyendo a él, después de Dios, el bien que por el bautismo les ha venido, a quien han imitado bien al vivo los Padres de la dicha Compañía que quedaron después de su muerte y los que después acá han ido a ellas; y así se les deben justísimamente las gracias por haber ablandado tan diamantinos corazones, como son los de los naturales de estas Islas, cuyos ingenios, aunque son buenos y sutiles naturalmente, se conocen inclinados a guerras y robos y a hacer mal. Y el día de hoy, con ser cristianos, siguen sus malas inclinaciones. Con todo esto, por la buena doctrina y ejemplo de los dichos Padres son mejores cristianos que los de la India Oriental. No pongo aquí el número de los bautizados que hay en estas islas, así por haber de diversas opiniones, como porque los Padres jesuitas lo tienen muy distinta y difusamente declarado en sus cartas. Los portugueses dicen, que, respecto de la gente que hay que convertir, es muy poca la que se ha bautizado, y que muchos lo dejan de hacer por falta de ministros y predicadores, que se podría remediar fácilmente con mandar pasar a ellas religiosos de otras Ordenes para que ayudasen a los dichos Padres jesuitas, lo cual sería para ellos muy particular contento y regalo, a lo que yo creo, como se ha visto por experiencia en todas las partes de las indias donde han llegado religiosos a lugares de sus doctrinas; porque es tanta la gente que hay en estas islas, que, aunque fuesen muchos obreros del Evangelio y todas las Religiones, no se impidirían los unos a los otros y tendrían todos harto en que ocuparse, especialmente si el sucesor de Noburanga se convirtiese con sus vasallos. Son los hombres de estas islas bien dispuestos y proporcionados y andan bien tratados, aunque no tanto como los de la China, y viven muy sanos y mucho tiempo por usar poca diferencia de mantenimientos. No permiten médicos ni se curan sino con medicinas simples. Hay entre ellos muchos sacerdotes de los ídolos, a quien llaman bonzos de los cuales hay grandes conventos; y hay entre ellos grandes hechiceros y que hablan de ordinario con el demonio, los cuales no son pequeño impedimento para que la ley de Dios no se reciba en este reino. Las mujeres de estos Japones son reconocidas y salen muy poco fuera de sus casas, en lo cual se parecen mucho a las de la China, como queda dicho, y con haber en cada casa muchas, porque les es lícito por sus leyes tener todas las que quisieren y pueden sustentar, son tan prudentes que se conservan en mucha paz. Los criados y criadas sirven a sus amos como si fuesen sus esclavos, a los cuales pueden matar conforme a su voluntad sin incurrir por sus leyes en ninguna pena, cosa bien ajena de buena policía. Otras muchas cosas de este Reino pudiera tratar; dejo por la razón arriba dicha y porque los Padres de la Compañía lo han tratado en sus cartas difusa y muy verdaderamente. No lejos de estas Islas de Japón han descubierto de poco acá unas que llaman las Amazonas, por ser todas pobladas de mujeres, cuyas armas ordinarias son arco y flecha y muy diestras en ello; traen el pecho derecho seco para ejercitar mejor el arco. A estas Islas van cada año en ciertos meses algunos navíos de Japones a llevar mercadurías y traer de las que ellas tienen, en las cuales tratan con las dichas Amazonas como con sus propias mujeres, y para evitar entre sí enojos usan el modo que se sigue: En llegando las naos, saltan en tierra dos mensajeros a dar aviso a la Reina de su venida y del número de los hombres que en ellas vienen, la cual les señala el día en el cual se han de desembarcar todos y el mesmo día lleva ella a la playa igual número de mujeres que el que le trajesen de los hombres, las cuales llegan primero que ellos se desembarquen, y llevando cada una un par de zapatos o alpargatas en la mano con su señal distinta a las de las demás, los ponen en el arenal de la playa sin orden ni concierto y al punto se apartan de allí. Saltando en tierra los hombres, cada uno se calza los primeros zapatos que topa y luego salen las mujeres y llevan por huésped a su casa a aquel a quien le cupo en suerte el calzarse sus zapatos, sin que en ello haya más particularidad de como cae en suerte, aunque sea la del hombre más vil de todos topar con los de la Reina o por el contrario. Acabados los meses señalados por la Reina en los cuales permiten los hombres ya dichos se parten dejando cada uno seña a su huéspeda de su nombre y pueblo para si acaso quedó preñada y pariere hijo se lo lleven el año siguiente a su padre, quedándose ellas con las hijas. Esto se me hace dificultoso de creer, aunque me lo han certificado Religiosos que han hablado con persona que dos años a esta parte ha estado en las dichas islas y han visto las dichas mujeres; y lo que me hace más fuerza es ver que los Padres de la Compañía que viven en el Japón no hayan en sus cartas tratado de este particular. Crea cada uno lo que acerca de esto le diere más gusto.
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Cómo fue llevado Felipe de Cáceres a Castilla. La población de Santa Fe, y de cómo los pobladores se toparon con el Gobernador de Tucumán En este estado estaban las cosas de la provincia después de la prisión de Felipe de Cáceres, cuando por orden del Obispo y Martín Suárez de Toledo le despacharon mensajeros a la provincia del Guairá a llamar a Ruy Díaz Melgarejo, para que como enemigo capital suyo, le llevase a Castilla en la carabela, que ya a este tiempo se estaba haciendo a mucha priesa; y así el mismo año salió el Capitán Hernán González con treinta soldados al efecto: y llegando al puerto y paraje que está tres leguas de la otra parte de la ciudad, hicieron sus fuegos, para que les acudiese gente. Luego el Capitán Ruy Díaz envió seis soldados a ver quiénes eran, con orden que no llegasen a tierra hasta haberla reconocido, y con todo recato mirar que gente era la que venía, y siendo sospechosa, no embarcasen a ninguna hasta saber su voluntad. Llegada la canoa donde estaba Hernán González y sus compañeros, hablaron con ellos desde fuera, e informados de la prisión de Felipe de Cáceres, de quien era todo el recelo, y asegurados que todo eran amigos, embarcaron al Caudillo, y otros dos con él, y los llevaron al Capitán Ruy Díaz con las cartas y recados, que conducían, quedándose los demás en aquel puerto, hasta que se les envió lo necesario para su pasaje. Vistos los recados y cartas de sus amigos, se determinó de hacer lo que le pedían, y prevenido de lo necesario, con buena compañía de gente salió de aquella ciudad, aunque después de puesto en camino se arrepintió; mas no pudiendo hacer otra cosa, prosiguió y llegó a la Asunción, donde no fue tan bien recibido de Martín Suárez de Toledo, como algunos creían, respecto de que el uno del otro no se fiaba, ni tenían buena voluntad: y así estuvieron algunos días no muy corrientes, hasta que el Obispo tomó la mano y los conformó. Luego que Ruy Díaz Melgarejo salió de la Ciudad Real, todos los vecinos y demás personas de la tierra enviaron a sacar al Capitán Alonso de Riquelme de la Fortaleza, donde estaba preso y desterrado por Ruy Díaz, y venido a la ciudad, todos le recibieron por su Capitán y Teniente de Gobernador y Justicia Mayor de aquel distrito. Recibido con la solemnidad debida al uso de su oficio, puso la Ciudad y tierra en paz y justicia, de que carecía, hasta tanto que, el que tenía la superior gobernación en nombre de S.M., otra cosa proveyese. Acabada la carabela determinó irse el Obispo personalmente en ella a Castilla, llevándose consigo preso a Felipe de Cáceres, y que fuese por capitán Ruy Díaz Melgarejo, como persona que tenía necesidad de ir a Roma por el suceso pasado. Juntamente con esto se concedió facultad a un hidalgo vizcaíno llamado Juan de Garay, para que se hiciese de gente, y saliese con ella a hacer una población en Santi Espíritu, o donde más conviniese, y hecho su nombramiento, levantó ochenta soldados, todos los más hijos de la tierra, y prevenidos de armas, municiones y caballos, salieron de la ciudad de la Asunción el año de 1573 por tierra y por el río en un bergantín y otras embarcaciones juntos en conserva del Obispo, y de los demás que iban a España, y por tierra llevaron caballos, yeguas y vacas, que llegados a la boca del Río Paraguay, acordaron que los de tierra pasasen el río a la otra parte del Paraná, y por aquella costa se fuesen hasta la laguna de los Patos. Lo cual se hizo sin dificultad de enemigos, a más de ir descubriendo aquel camino, que jamás se había andado por los españoles, y juntos en aquel pasaje los de la carabela y pobladores, se dividieron los unos para Castilla, y los otros tomaron el río que llaman de los Quiloazas, atravesando a la parte del Sudoeste, y sentado su Real corrió Juan de Garay aquel territorio, y vista su buena disposición determinó hacer allí una fundación, para lo cual ordenó su elección de Cabildo y Regidores con dos Alcaldes ordinarios y su Procurador. Y habiendo tomado posesión y hecho los requisitos de ella, puso luego por obra un fuerte de tapias de la capacidad de una cuadra con sus torreones, donde se metió con su gente. Fue hecha esta fundación, llamada la ciudad de Santa Fe, el año referido, día del bienaventurado San Gerónimo; está en un llano tres leguas más adentro sobre este mismo río, que sale doce leguas abajo. Es muy apacible y abrigado para todo género de navíos, la tierra es muy fértil de todo lo que en ella se siembra, de mucha caza y pesquería; hay en aquella comarca muchos naturales de diferentes lenguas y naciones de una y otra parte del río, que unos son labradores, y otros no, por manera que, concluido el fuerte, luego Juan de Garay salió a correr la tierra, empadronando los indios de la comarca, así para encomendarlos a los pobladores, como para saber el numero que había, para lo cual sacó cuarenta soldados en el bergantín, una barca y algunas canoas; y navegando el río abajo, le salieron muchos indios de paz, y para poderlos visitar fue forzoso entrar con el bergantín por un estrecho río, que sale al mismo principal, por donde había muchos pueblos de naturales; y después de haber entrado por aquel brazo, y llegado a cierto pueblo de indios, donde les pidieron estuviesen algunos días para ver la tierra; una mañana fue llegando tanta multitud de gente, que los puso en gran cuidado, por lo cual mandó el Capitán a su gente que estuviesen todos alerta con las armas en las manos, y que ninguno disparase, hasta que él lo mandase; y viendo que toda aquella tierra se abrasaba en fuegos y humaredas, mandó subir a un marinero a la gavia del navío, para que reconociese el campo, el cual dijo que todo cuanto se veía a la redonda, estaba lleno de gente de guerra, y mucha más que venía por todas partes, sin muchas canoas que de río abajo y arriba acudían para coger los navíos en medio. El capitán se puso a punto de guerra, y conociendo el peligro en que estaba, por la estructura del río y la dificultad de no poder salir de él sin gran riesgo, habló a sus soldados esforzándolos animosamente; cuando en este punto dijo el marinero que estaba en la vigía: "Un hombre de a caballo veo que va corriendo tras unos indios." Dijéronle que mirase lo que decía; luego respondió: "Otros veo que le va siguiendo (y prosiguiendo, dijo) tres, cuatro, cinco, seis de a caballo." Los cuales según parecía andaban escaramuzando con los indios, que venían a esta junta a dar en los nuestros; y siendo asaltados repentinamente los de tierra, comenzaban a huir, dando la voz de como había españoles de aquella parte, que los herían y mataban, con lo que luego al punto se deshizo toda aquella multitud, de tal manera que por huir más apriesa, dejaban por los campos arcos y flechas, con que vinieron a quedar los nuestros libres de este notable riesgo. El Capitán Juan de Garay escribió luego una carta a aquellos caballeros con un indio ladino, que a sirga iba revolviendo para el Río de la Plata. Tiene en su jurisdicción esta comarca mucha cantidad de indios y pueblos, que por no estar reducidos no se pudo entonces saber la cantidad y así en diferentes tiempos se fueron encomendando a los pobladores. Está situada en 32 grados poco mas o menos desde a oeste con la ciudad de Santa Fe distante 60 leguas. Esta es otra población y ciudad. (Faltan algunas hojas del manuscrito y así no se sabe lo que es, sólo dice que está setenta leguas de Santa Fe, por la cuenta es la ciudad de Córdoba y el Gobernador de Tucumán, y que una y otra fueron pobladas en un mismo año y día que es el que se ha dicho del Señor San Gerónimo) donde después de haber hecho un fuerte de adobes con sus cubos y terrados, en que recogió toda su gente, derterminó el Gobernador de salir a correr toda la provincia, como lo hizo, y tomando lengua, fue discurriendo por aquellos llanos hasta reconocer el Río de la Plata, donde se toparon ambos Capitanes, como está referido en el capítulo pasado, y vuelto a su nueva ciudad, despachó a Nuño de Aguilar con treinta soldados a requerir a Juan de Garay le entregase la tendencia y jurisdicción que tenía de aquellas tierra, por estar en el distrito de su Gobierno y conquista, y dándole aviso de lo demás que convenía, partieron para la ciudad de Santa Fe, donde llegados hicieron sus requerimientos y protestaciones a Juan de Garay, y al cabildo de aquella ciudad, en que pasaron muchas demandas y respuestas en el caso: y respondiendo a todos ellos Juan de Garay, dijo que en manera alguna no haría tal, porque aquella población había sido hecha por él a nombre de S.M., y de la persona que tenía la superior Gobernación de aquellas provincias a su costa y mención, y a la de los demás pobladores que allí estaban en su compañía, a la cual no habían sido intrusos, porque los antiguos conquistadores de aquellas provincias habían sido los primeros descubridores de ella, por cuya razón no Podía pertenecer aquella jurisdicción a otro sino al Gobernador del Río de la Plata. Estando en estos debates de una y otra parte, legaron al puerto de aquella ciudad tres canoas de indios guaraníes, naturales de las islas de Buenos Aires con un principal llamado Ñamandú, éste traía un pliego cerrado, dirigido a Juan de Garay, a quien el cacique le entregó, y abierto que fue, halló que el Adelantado Juan Ortiz de Zárate había entrado con su armada, que venía de Castilla, en el puerto de San Gabriel, donde estaba surta con su gente a la parte de tierra firme con necesidad de comida, y apretado de los indios Charrúas de aquella costa, haciéndosele saber le hiciese el socorro conveniente de que tanta necesidad tenía. Para lo cual le despachó nombramiento de su lugar Teniente y justicia Mayor en aquella ciudad, con las demás provisiones y cédulas reales en que S.M. le hacía merced de aquel gobierno, por las cuales le incluía todas las poblaciones que otros Capitanes hubiesen hecho en 200 leguas del Río de la Plata al sur hasta la gobernación del Reino de Chile, por cuya demarcación la provincia de Tucumán entraba en el término y jurisdicción de este gobierno, en virtud de lo cual luego el Capitán Juan de Garay intimó a Nuño de Aguilar la provisión contenida, y le requirió en nombre de su Gobernador al cumplimiento de ella, el cual habiéndola oído y obedecido dio su respuesta, a lo que a su derecho convenía, y sin tratar más de este negocio, aquella misma noche antes de amanecer partieron para su ciudad, donde llegados, dieron cuenta al Gobernador de lo que pasaba, a quien al mismo tiempo le llegaron mensajeros, como le entraba sucesor en aquel gobierno por S.M., que era caballero de Sevilla, llamado Gonzalo de Abreu, de cuyos sucesos, y de los demás que acerca de esta provincia se ofreció, se podrá largamente dar individual noticia en el libro siguiente.
contexto
CAPÍTULO XIX Hacen los españoles una puente y pasan el río de Ocali y llegan a Ochile Viendo el gobernador el poco respeto y menos obediencia que los indios tenían a su cacique Ocali y que para el hacer de la puente ni para otro efecto alguno le aprovechaba poco o nada el tenerlo consigo, acordó darle libertad para que se fuese a los suyos porque los demás señores de la comarca no se escandalizasen, entendiendo que lo detenían contra su voluntad. Y así le llamó un día y le dijo que siempre le había tenido en libertad y tratándole como a amigo y que no quería que, por su amistad, perdiese con sus vasallos, ni que ellos, pensando que lo tenían preso, se amotinasen más de lo que estaban. Por tanto le rogaba se fuese a ellos cuando quisiese y volviese cuando le pluguiese, o no volviese, como más gusto le diese, que para todo le daba libertad. El curaca la tomó alegremente diciendo que sólo por reducir sus vasallos a la obediencia del gobernador quería volver a ellos para que todos viniesen a servirle, y cuando no pudiese atraerlos, volvería solo, por mostrar el amor que al servicio de su señoría tenía. Con esta promesa hizo otras muchas, mas ninguna cumplió, ni volvió, como había prometido, que de los prisioneros que debajo de sus palabras salen de la prisión pocos han hecho lo que Atilio Régulo. Habiéndose ido el cacique, los españoles, por industria de un ingeniero ginovés llamado maese Francisco, trazaron la puente por geometría, y la hicieron de grandes tablazones echadas sobre el agua, asidas con gruesas maromas (que para semejantes necesidades llevaban prevenidas). Trababan y encadenaban las tablas con largos y gruesos palos que cruzaban por cima de ellas, que, como había tanta madera en aquella tierra, a pedir de boca gastaban la que querían, con lo cual en pocos días se acabó la obra de la puente, y salió tan buena que hombres y caballos pasaron por ella muy a placer. El gobernador, antes que pasasen el río, mandó a los suyos que, puestos en emboscadas, prendiesen los indios que pudiesen para llevar quien los guiase, porque esos pocos que habían venido a servir los castellanos se huyeron con la ida del cacique. Prendieron treinta indios, entre chicos y grandes, a los cuales con halagos, dádivas y promesas --y por otra parte con grandes amenazas de cruel muerte, si no hacían el deber-- les hicieron que los guiasen en demanda de otra provincia que está de la de Ocali diez y seis leguas. Las cuales, aunque estaban despobladas, eran de tierra apacible, llena de mucha arboleda y arroyos que por ella corrían, muy llana y fértil si se cultivase. Las ocho leguas primeras anduvo el ejército en dos días, y el día tercero, habiendo caminado la media jornada, se adelantó el gobernador con cien caballos y cien infantes, y, caminando el resto del día y toda la noche siguiente, dio al amanecer en un pueblo llamado Ochile, que era el primero de una gran provincia que había por nombre Vitachuco. Esta provincia era muy grande; tenía, por donde los españoles pasaron, más de cincuenta leguas de camino. Teníanla repartida entre sí tres hermanos. El mayor de ellos se llamaba Vitachuco, como la misma provincia y el pueblo principal de ella, que adelante veremos, el cual señoreaba la mitad de ella, como, de diez partes la cinco. Y el segundo, cuyo nombre por haberse ido de la memoria no se pone aquí, poseía de las otras cinco, las tres. Y el menor, que era señor de este pueblo Ochile, y del mismo nombre, tenía las dos partes. Por qué causa o cómo hubiese sido este repartimiento no se supo, porque en las demás provincias que estos castellanos anduvieron las heredaban los primogénitos como se heredan los mayorazgos, sin dar parte a los segundos. Pudo ser que estas partes se hubiesen juntado por casamiento, que se hubiesen hecho con aditamento, que se volviesen a dividir en los hijos, o que por parientes que hubiesen muerto sin herederos forzosos las hubiesen dejado a los padres de estos tres hermanos con la misma condición que se dividiesen en los sucesores porque hubiese memoria de ellos, que el deseo de la inmortalidad, conservada en la fama, por ser natural al hombre, lo hay en todas las naciones por bárbaras que sean. Pues, como decíamos, el adelantado llegó al amanecer al pueblo Ochile, que era de cincuenta casas grandes y fuertes, porque era frontera y defensa contra la provincia vecina que atrás quedaba, que era enemiga, que en aquel reino casi todas lo son unas de otras. Dio de sobresalto en el pueblo, mandó tocar los instrumentos musicales de la guerra, que son trompetas, pífanos y atambores, para con el ruido de ellos causar mayor asombro. Prendieron muchos indios, que, con la novedad del estruendo, salían pavoridos de sus casas a ver qué era aquello que nunca habían oído. Acometieron la casa del curaca, que era hermosísima. Toda ella era una sala de más de ciento y veinte pasos de largo y cuarenta de ancho. Tenía cuatro puertas a los cuatro vientos principales. Alderredor de la gran sala, pegados a ella, había por de fuera muchos aposentos, los cuales se mandaban por de dentro de la sala como oficinas de ella. En esta casa estaba el cacique con mucha gente de guerra, que la tenía de ordinario siempre consigo como hombre enemistado, y con el rebato acudió mucha más gente del pueblo. El curaca mandó tocar al arma y quiso salir a pelear con los castellanos, mas, por prisa que él y sus indios se habían dado a tomar las armas para salir de la casa, ya los cristianos les tenían ganadas las cuatro puertas y, defendiéndoles la salida, les amenazaban que, si no se rendían, les quemarían vivos. Por otra parte les ofrecían paz y amistad y todo buen tratamiento. Mas el curaca ni por los fieros ni por los halagos quiso rendirse hasta que, salido el sol, le trajeron muchos de los suyos que habían preso, los cuales le certificaron que los españoles eran muchos, que no podrían prevalecer contra ellos por las armas, sino que fiase de ellos y de su amistad, porque a ninguno de los presos habían tratado mal, que se conformase con la necesidad presente, pues no tenía otro remedio. Por las persuasiones se rindió el cacique. El gobernador lo recibió afablemente; mandó que los españoles tratasen con mucha amistad a los indios, y reteniendo consigo al curaca, hizo soltar libremente todos los demás indios, de que el señor y los vasallos quedaron muy contentos. Alcanzada esta victoria, viendo el general que de la otra parte del pueblo, en un hermosísimo valle, había gran población de casas derramadas de cuatro en cuatro y de cinco en cinco, y de más y de menos, donde había mucho número de indios, le pareció no era seguro esperar la noche siguiente en aquel pueblo porque los indios, juntándose y viendo los pocos castellanos que eran, no se atreviesen a quitarles el curaca e hiciesen algún levantamiento con todos los señores de la comarca, por lo cual salió del pueblo y fue donde estaban los suyos. Llevó consigo el curaca y halló alojada su gente tres leguas del pueblo; estaban congojados de su ausencia, mas con su venida y la buena presa se regocijaron mucho. Con el cacique fueron sus criados y otros muchos indios de guerra que de su voluntad quisieron ir con él.