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Capítulo XL De algunas cosas notables y de admiración deste reino Hay, en este Reino del Pirú, muchas y diversas cosas increíbles y de admiración, y sucesos notables, algunos de los cuales se tratará en este capítulo, aunque no de todo, por la prolijidad y fastidio que puede dar al lector. En la provincia de Quito hay un pueblo de indios llamado San Miguel de Chinbo, en cuyo distrito esta una laguna de una legua de bojeo en contorno, muy hondable, a la falda de una sierra alta, temple caliente y tierra de mucha arboleda, y dentro de la laguna está un pedazo de isla llena de árboles y espesura de yerbas, la cual se despide y aparta de la Tierra Firme. A las cuatro de la tarde, iba navegando por medio de la laguna, hasta ponerse de la otra parte della, frontero de donde se salió; y otro día, a las ocho, vuelve a ponerse en su mismo lugar, volviendo por el mismo estilo que había ido. Este curso es de ordinario, y muchas veces sucede estar esta isla pegada a la Tierra Firme, de manera que en ella se entra mucho ganado vacuno y de otro género que hay allí pastando, y en la misma isla se va y vuelve, atravesandola toda de una parte a otra, como está dicho. La isla será, como dos grandes cuadras, negocio increíble y peregrino y de admiración, pero cierto y verdadero. En esta misma provincia, junto a un pueblo de indios llamado Carangui, hay una laguna de media legua en contorno, muy honda, y en medio della está un grandísimo árbol silvestre muy verde y coposo, que jamás se seca, y tiene su fundamento y raíz encima de las obas y llamas que se crían en la dicha laguna, cuando hace aire, lo muda a la parte donde corre sin derribarle ni ladearle, sino de ordinario muy entero. Con ser tan grande y hondable esta laguna que no se le halla fondo, se ha criado en ella este árbol. El ynga, cuando llegó desta provincia, degolló y mató muchísima gente, de suerte que se convirtió con la matanza de los cuerpos en sangre toda ella, y así le llaman hoy en día los indios, la laguna de Yahuarcocha, que quiere decir laguna o mar de sangre. Negocio es todo esto de gran admiración, y notable suceso y muy notorio, a cuantos la quieren ver cuando pasan por junto a ella, que está una legua del Camino Real, donde tienen los padres de la Compañía de Jesús una gran heredad. Pues no sólo esto es lo que puede causar admiración al lector, pues diré aquí una de las cosas más admirables que entiendo ha sucedido en el mundo; y lo que me mueve a ponerla, es el ser tan pública y sabida en este reino. La relación de la cual dice así: En tres de octubre de mil y seiscientos y ocho años, en el pueblo de Puna, cuatro leguas de Potosí, Barbola de los Reyes, mestiza, estando preñada de trece meses, parió un monstruo de la misma suerte que va aquí pintado. Después que nació, estuvo tres horas sin bullirse, hasta que habiendo recibido calor de un brasero que allí tenía Ynés, india partera, encendido, se levantó revoloteando en presencia del padre Nicolás de Antecura del dicho pueblo, y se salió por la puerta. No quiso Dios que monstruo tan espantable viviese, y así, en dándole el sol, murió. Trujéronlo a la silla de Potosí, en cuya plaza estuvo dos día, para que lo viesen todos. Ha habido probanza de que la dicha Barbola es de la Ciudad de los Reyes, y poniéndola a cuestión de tormento, confesó haber tenido cópula con un carnero de la tierra, con el cual estuvo toda aquella noche en una borrachera, donde se hallaron catorce indios y un negro. Por este delito tan grande la justicia tenía a cargo para hacer su oficio. También en un pueblo de indios, una legua de la ciudad de la Plata, llamado la Limpia Concepción de Nuestra Señora de Huata, siendo yo cura y comendador en el dicho pueblo, vi de parir a una india en el dicho pueblo una niña llena de pelos desde los ojos para arriba, sin facción de frente, y todo el rostro, y cuerpo. Llámase Pascuala, y habla, los ojos tiene con el rostro muy espantable. Dijo su madre haber visto un oso encima de una cama, que pasaba por el pueblo estando preñada, y que desto procedía todo lo que se ha referido. No debe de ser, sino que ella sería posible tener cópula con algún animal, vide oso, en algún guaico o quebrada, cuando iba a su chácara, porque la sobredicha niña no sacó de la madre más de las facciones, y todo los demás de bestia. Es Dios sabedor de todas estas cosas, como quien todo lo puede y alcanza, y, con esto, he concluido lo tocante a los ritos, ceremonias, costumbres, sacrificios que observaban los indios en su gentilidad, y las cosas monstruosas y notables que hay en el Pirú.
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De varios sucesos del piloto mayor Pedro Fernández de Quirós, hasta que llegó a la corte del Rey de España En esta ciudad de Manila, como se ha dicho, estuvimos algún tiempo; la cual es cabeza del gobierno de las islas Filipinas, y está plantada en una punta rasa que hace al mar, y un río que entra en él, y tiene una buena fortaleza y edificios y otras cosas particulares y dignas de cuenta, de que se pudiera hacer un largo capítulo; pero puédese excusar, remitiéndonos a un libro particular que de la dicha ciudad, islas Filipinas, y de sus conquistas y sucesos escribió el doctor Antonio de Morga. Estando en esta ciudad, vino a ella, proveído por nuevo gobernador, don Francisco Tello, que había sido tesorero de la casa de contratación de Sevilla; en cuyo recibimiento hubo muchas fiestas, que le hicieron así los españoles como los indios, y en especial fueron mucho de ver tres elefantes que se sacaron a la plaza, de los cuales el más grande se decía don Fernando, que el rey de Camboja envió de presente al gobernador pasado cuando le pidió socorro. En cada uno de ellos venía caballero un indio, diestro en el modo de gobernarle así de palabra como con un garabato de hierro, con que puesto en la frente le hacía correr, parar, arrodillar, levantar y otras cosas bien de ver hacer a un tan grande animal. Sirve este garabato como a un caballo el freno. Fueron corriendo derechos a donde el gobernador estaba en la ventana, a quien pusieron de rodillas en el suelo por tres veces, quedando los pies largos para atrás, porque no los pueden doblar. Las gentilezas que los elefantes hicieron fueron muchas; y por remate le apartaron a don Fernando, y su indio le puso con el rostro derecho a las vigas, sobre que se había armado el castillo de fuego de la noche antes y diciéndole una palabra, y tocándole con el garabato en la frente, daba el elefante un arremetón y entre los dos colmillos cogía la viga que le decían, con mucha facilidad, y así las sacó todas: cosa notable. Pocos días había (según allí se decía), que estando este elefante bebiendo en el río, se llegó a él un grande y cebado cocodrilo, que en aquel río había hecho muchas presas en indios; aferróle de la trompa y tiróle para sí, y como el elefante lo sintió lo levantó al modo que la caña de pescar saca un leve pez, y a un buen trecho fue a caer en el campo sin dar más paso: y pesa un caimán, cual éste era, lo que pesa un grueso buey. Decíase también, que este mismo elefante tuvo una llaga en una encía, y que habiéndole curado un día el mismo indio, por el dolor le aventó con la trompa de que le trató muy mal y cuando sanó le dijo: --Muy enojado me tenéis, señor don Fernando, pues en pago del beneficio que os hice, me habéis querido matar. ¿Qué os parece si lo supiera el rey mi señor y vuestro que os envió aquí, y me dio por vuestro compañero para que mirase por vos? Mirad que no podéis comer y os vais enflaqueciendo, con que moriréis muy presto sin tener yo culpa: abrid si queréis la boca, y luego os curaré como amigo, olvidado del mal que me hicisteis. Y que el elefante había dado con la trompa dos vueltas a un estante que allí estaba y abrió la boca, con que fue curado sin moverse, mostrando bien el gruñir cuánto sentía el dolor; y así vino a sanar. De otro elefante me contaron que, por vengarse de un indio que le mandaba, pasando por un portal lo estrujó y mató, y que su mujer le dijo: --Don Pedro, habéis muerto a mi marido; ¿quién me ha de sustentar? Y que luego el elefante fue a la plaza y della cogió con la trompa una cesta de arroz, que le dio, y cuando le pareció que había comido le llevó otra, y más adelante otra. Sosas se dicen destos animales que parecen increíbles, y para mí lo más es que entienden a todos en la lengua que les hablen; como yo lo vi allí, estando cercado de soldados españoles decirle uno, sin otra señal, que le sacase de la faltriquera un plátano para comer; y entrar la trompa en ella, y porque no lo halló cogió del suelo con la trompa un poco de tierra, y se la tiró al rostro al soldado que le engañó. Acabadas estas fiestas, se casó nuestra gobernadora con un caballero mozo llamado don Fernando de Castro, primo del gobernador Mariñas, el cual, como era justo, tomó las cosas de su mujer por propias suyas, y podía en la ciudad mucho; y así, con su ayuda, la nao se avitualló y aprestó de todo lo necesario, y se dio vela día de San Lorenzo para hacer viaje a la Nueva España, en que, por haber salido tan tarde, se pasaron increíbles trabajos y tormentas. Y en efecto, llegamos al puerto de Acapulco a once de diciembre del año de mil quinientos y noventa y siete, donde la nao se visitó, y se dio franca licencia para que todos pudiesen saltar en tierra; y allí yo, el capitán Pedro Fernández de Quirós, me despedí de la gobernadora, y demás compañeros, y me embarqué en una nave pasajera para el Perú. Habiendo corrido toda la costa de la Nueva España, llegué al puerto de Paita, a tres de mayo de mil quinientos noventa y ocho, de donde escribí una carta al virrey don Luis de Velasco, y por tierra caminé a Lima, donde llegué a cinco de junio, y fui muy bien recibido por el dicho virrey; que se quiso informar particularmente del discurso y sucesos de nuestro descubrimiento y navegaciones, y yo le di de todo la mejor relación que pude y supe, y me ofrecí que, dándome un navío de sesenta toneladas y cuarenta marineros, volvería por los rumbos convenientes a descubrir las dichas tierras, y otras muchas que sospechaba, y aun tenía por cierto, había de hallar en aquellos mares. Pero, en efecto, se resolvió que no podía darme el despacho que yo pretendía y era necesario, sin particular consulta y orden de Su Majestad: y que así tenía por mejor que me animase a ir en persona a la corte de España, pues el negocio eran tan grave e importante, que nadie lo podía alentar y dar a entender mejor que yo que tenía de ello tanta noticia; y que él de su parte me ayudaría con algún socorro, y con cartas para Su Majestad y sus consejeros. Y habiéndolas recibido, me embarqué en el puerto del Callao en la capitana, a diez y siete de abril de mil quinientos noventa y ocho, general don Beltrán de Castro y de la Cueva, y en veintidós días llegamos a Panamá, y de allí por tierra a Puerto-belo, donde me embarqué en una fragata de las del trato, y en siete días llegué a Cartagena; la cual hallé muy alborotada, porque había parecido sobre ella una escuadra de veintidós naos gruesas, cuyo general era el conde de Morlant, inglés, que había tomado la ciudad de Puerto Rico. Pero parte de este temor cesó con la llegada de don Luis Fajardo, caballero del hábito de Calatrava y general de la Armada de la guarda de Indias y su carrera. Desde allí volví a escribir al virrey del Perú, y, por si acaso yo muriese en el viaje, le di más particular cuenta del discurso de la jornada y descubrimiento que pretendía, y de las cosas que juzgaba ser necesarias para cuando se hubiese de proseguir; y habiendo vuelto don Luis Fajardo de Puerto-belo con la plata, me embarqué en su galeón, y salimos de Cartagena primero de noviembre de mil quinientos y noventa y ocho. En veintisiete días dimos fondo en la Habana, de donde salimos a diez y seis de enero del año siguiente en conserva de treinta navíos; y habiendo desembocado bien y brevemente, en altura de veintinueve grados tuvimos una tormenta tan recia, que estuvimos para perdernos, y se desaparecieron muchos navíos, y otros con el nuestro se desaparejaron, y fue forzoso volver a arribar a Cartagena, martes tres de marzo. De allí escribí a Su Majestad y al virrey del Perú, y hubimos de invernar todo aquel año hasta que, habiendo llegado aviso de Su Majestad y venido nuevos galeones por la plata, los dos generales cargaron en veinte bajeles trece millones. A cuatro días de enero dieron velas, y habiendo pasado algunas tormentas llegamos al cabo de San Vicente, donde se tomaron dos naos inglesas, y a veinticinco de febrero de mil y seiscientos, con estruendo de artillería y música de instrumentos, dimos fondo en Sanlúcar. De allí me embarqué para Sevilla, donde entré tan ajustado de cuenta, como se deja entender de los trabajos y arribadas que había padecido; y viéndome libre de ellos, y considerando que aquel año era el santo en que en Roma se gana el gran jubileo, me determiné de ir allá, y gastar en esto aquel verano. Para cuyo efecto vendí lo poco que tenía y compré un hábito de peregrino; y a pie, con sólo el arrimo de un bordón, fui siguiendo mi viaje hasta Cartagena de Levante, en todo lo cual me pasaron varios sucesos; y habiendo llegado las galeras de Italia, me embarqué en ellas por San Juan, y fuimos costeando por Valencia y Barcelona. A quince de agosto atravesamos el golfo de Narbona, y poco después desembarcamos en el puerto de Baya, que está en el Ginovesado, de donde vestido como peregrino, en compañía de otro y de un fraile, pasamos por todos los mejores pueblos de Italia, en que tuve mucho que ver y notar. Finalmente, habiendo llegado a la gran ciudad de Roma, tuve suerte de ser bien recibido y oído por el señor duque de Sesa, que hacía a la sazón oficio de embajador de España en aquella corte, a quien di cuenta de las tierras que había descubierto y el deseo que tenía de volver a ellas, y cuán justo era que Su Santidad favoreciese este intento; pues principalmente iba enderezado a la salud y conservación de infinitas almas, como las de aquel nuevo orbe. Parecióle bien a Su Excelencia, e hizo juntar en su casa los mayores pilotos y matemáticos que se hallaban en Roma; y habiendo en su presencia hecho largo examen de mis papeles, discursos y cartas de marear, y quedando satisfechos de que todo lo que yo decía era probable y digno de ponerse en ejecución, me negoció el señor duque audiencia para con Su Santidad de Clemente VIII, la cual tuve a veintiocho de agosto, habiendo primero comido en la mesa de los pobres. Su Santidad me oyó muy de espacio y vio todos los papeles que le mostré y se enteró de mi celo y verdad; animándome a que siguiese tan loable intento, con muchas gracias y jubileos que me concedió para cuando hubiese de hacer la jornada, y con cartas para la Majestad del Rey Nuestro Señor, a quien ansimismo escribió en mi abono y recomendación el señor duque de Sesa, y también me dio cartas y socorro para otros príncipes y consejeros de la corte de España, y poder llegar a ella. Habiendo ganado el santo jubileo, y visto muchas cosas que en él se ofrecen que notar, y la canonización del glorioso San Reimundo, me detuve todavía en Roma mucho más de lo que pensé, por negociar el despacho de los breves y jubileos que he dicho, y que Su Santidad me hiciese gracia y merced de algunas cuentas benditas y de parte del Lignum Crucis, en que tuve gran dificultad. Al fin, pasadas estas y otras que se me ofrecieron, llegó el día de salir de Roma, que fue Miércoles Santo a la tarde del año mil seiscientos y dos; y habiendo ido por la Casa de Nuestra Señora de Loreto, pasé por las ciudades de Arimino, Forli, Ferrara y Lodi, en que tuve mucho que ver y notar, y me acontecieron varios y notables sucesos; y entré en la ciudad de Milán, que tiene tantas cosas de grandeza y admiración, que no se pueden decir brevemente sin agraviarlas. Pasé a Pavía y a Tortona, de donde fui a dormir a la villa de Santo Esteban, primero lugar de la señoría de Génova; y de allí entré en Génova en tan buena ocasión, que al segundo día me embarqué en una de seis galeras del príncipe Doria, que enviaba con su sobrino suyo a dar el parabién a Su Majestad de nacimiento de la señora infanta. Y con este llegamos a Barcelona, de donde fui a Monsarrate, y pasando por otras principales ciudades de España, entré en Madrid la víspera de la octava del Corpus Christi del dicho año de seiscientos y dos; y por no estar allí la corte, que había pasado a Valladolid, fui luego al insigne convento del Escorial, donde tuve noticia que estaba Su Majestad, a quien puede hablar, y besar sus reales pies, y dar el primero mi memorial, cerca de mi pretensión, un lunes que se contaron diez y siete de junio del dicho año.
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De lo que escribió Gonzalo de Mendoza Dende a pocos días que Gonzalo de Mendoza se hobo partido con los tres navíos, escribió una carta al gobernador, por la cual le hacía saber cómo él había llegado al puerto que dicen de Giguy, y había enviado por la tierra adentro a los lugares donde le habían de dar los bastimentos, y que muchos indios principales que le habían venido a ver y comenzado a traer los bastimentos; y que las lenguas habían venido huyendo a se recoger a los bergantines porque los habían querido matar los amigos y parientes de un indio que andaza alzado y andaba alborotando la tierra contra los cristianos y contra los indios que eran nuestros amigos; que decían que no les diesen bastimentos, y que muchos indios principales que habían venido a pedirle ayuda y socorro para defender y amparar sus pueblos de dos indios principales, que se decían Guazani y Atabare, con todos sus parientes y valedores, y les hacían la guerra crudamente a fuego y a sangre, y les quemaban sus pueblos, y les corrían la tierra diciendo que los matarían y destruirían si no se juntaban con ellos para matar y destruir y echar de la tierra a los cristianos; y que él andaba entreteniendo y temporizando con los indios hasta le hacer saber lo que pasaba, para que proveyese en ello lo que conviniese; porque allende de lo susodicho, los indios no le traían ningún bastimento por tenerles tomados los contrarios los pasos; y los españoles que estaban en los navíos padescían mucha hambre. Y vista la carta de Gonzalo de Mendoza, mandó el gobernador llamar a los frailes y clérigos y oficiales de Su Majestad y a los capitanes, los cuales fueron juntos, y les hizo leer la carta; y vista, les pidió que le diesen parescer lo que sobre ello les parescía que se debía de hacer, conformándose con la instrucción de Su Majestad, la cual les fue leída en su presencia; y que conformándose con ella, le diesen su parescer de lo que debía de hacer y que más conviniese al servicio de Su Majestad; los cuales dijeron que, pues los dichos indios hacían la guerra contra los cristianos y contra los naturales vasallos de Su Majestad, que su parescer de ellos era, y así lo daban, y dieron y firmaron de sus nombres, que debía mandar enviar gente de guerra contra ellos, y requerirlos primero con la paz, apercibiéndolos que se volviesen a la obediencia de Su Majestad; que si no lo quisiesen hacer, se lo requiriesen una, y dos, y tres veces, y más cuantas pudiesen protestándoles que todas las muertes y quemas y daños que en la tierra se hiciesen fuesen a su cargo y cuenta de ellos; y cuando no quisiesen venir a dar la obediencia, que les hiciese la guerra como contra enemigos, y amparando y defendiendo a los indios amigos que estaban en la tierra. Dense a pocos días que los religiosos y clérigos y los demás dieron su parescer, el mismo capitán Gonzalo de Mendoza tornó a escrebir otra carta al gobernador, en la cual le hacía saber cómo los indios Guazani y Tabere, principales, hacían cruel guerra a los indios amigos, corriéndoles la tierra, matándolos y robándolos, hasta llegar al puerto donde estaban los cristianos que habían venido defendiendo los bastimentos; y que los indios amigos estaban muy fatigados, pidiendo cada día socorro a Gonzalo de Mendoza, y diciéndole que si brevemente no los socorría, todos los indios se alzarían, por excusar la guerra y daños que tan cruel guerra les hacía de continuo.
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Cómo Cortés envió a buscar otro puerto y asiento para poblar y lo que sobre ello se hizo Despachados los mensajeros para México, luego Cortés mandó ir dos navíos a descubrir la costa adelante, y por capitán dellos a Francisco de Montejo, y le mandó que siguiese el viaje que habíamos llevado con Juan de Grijalva, porque el mismo Montejo había venido en nuestra compañía y del Grijalva, y que procurase buscar puerto seguro y mirase por tierras en que pudiésemos estar, porque bien veía que en aquellos arenales no nos podíamos valer de mosquitos y estar tan lejos de poblaciones; y mandó al piloto Alaminos y Juan álvarez "el manquillo", fuesen por pilotos, porque sabían aquella derrota, y que diez días navegase costa a costa todo lo que pudiesen; y fueron de la manera que les fue dicho e mandado, y llegaron al paraje del río Grande, que es cerca de Pánuco, adonde otra vez llegamos cuando lo del capitán Juan de Grijalva, y desde allí adelante no pudieron pasar, por las grandes corrientes. Y viendo aquella mala navegación, dio la vuelta a San Juan de Ulúa, sin más pasar adelante, ni otra relación, excepto que doce leguas de allí habían visto un pueblo como fortaleza, el cual pueblo se llamaba Quiahuistlan, y que cerca de aquel pueblo estaba un puerto que le parecía al piloto Alaminos que podrían estar seguros los navíos, del norte; púsosele un nombre feo, que es el tal de Bernal, que parecía a otro puerto que hay en España que tenía aquel propio nombre feo; y en estas idas y venidas se pasaron al Montejo diez o doce días. Y volveré a decir que el indio Pitalpitoque, que quedaba para traer la comida, aflojó de tal manera, que nunca más trajo cosa ninguna; y teníamos entonces gran falta de mantenimientos, porque ya el cazabe amargaba de mohoso, podrido y sucio de fátulas, y si no íbamos a mariscar no comíamos, y los indios que solían traer oro y gallinas a rescatar, ya no venían tantos como al principio, y estos que acudían, muy recatados y medrosos; y estábamos aguardando a los indios mensajeros que fueron a México, por horas. Y estando desta manera, vuelve Tendile con muchos indios, y después de haber hecho el acato que suelen entre ellos de zahumar a Cortés y a todos nosotros, dio diez cargas de mantas de plumas muy finas y ricas, y cuatro chalchiuites, que son unas piedras verdes de muy gran valor, y tenidas en más estima entre ellos, más que nosotros las esmeraldas, y es color verde, y ciertas piezas de oro, que dijeron que valía el oro, sin los chalchiuites, tres mil pesos; y entonces vinieron el Tendile y Pitalpitoque, porque el otro gran cacique, que se decía Quintalbor, no volvió más, porque había adolecido en el camino; y aquellos dos gobernadores se apartaron con Cortés y doña Marina y Aguilar, y le dijeron que su señor Montezuma recibió el presente, y que se holgó con él, e que en cuanto a la vista, que no le hablen más sobre ello, y que aquellas ricas piedras de chalchiuites que las envía para el gran emperador, porque son tan ricas, que vale cada una dellas una gran carga de oro, y que en más estima las tenía, y que ya no cure de enviar más mensajeros a México. Y Cortés les dio las gracias con ofrecimientos; y ciertamente que le pesó a Cortés que tan claramente le decían que no podríamos ver al Montezuma, y dijo a ciertos soldados que allí nos hallamos: "Verdaderamente debe de ser gran señor y rico, y si Dios quisiere, algún día le hemos de ir a ver." Y respondimos los soldados: "Ya querríamos estar envueltos con él." Dejemos por ahora las vistas, y digamos que en aquella sazón era hora del Ave-María, y en el real teníamos una campana, y todos nos arrodillamos delante de una cruz que teníamos puesta en un médano de arena, el más alto, y delante de aquella cruz decíamos la oración del Ave-María; y como Tendile y Pitalpitoque nos vieron así arrodillar, como eran indios muy entremetidos, preguntaron que a qué fin nos humillábamos delante de aquel palo hecho de aquella manera. Y como Cortés lo oyó, y el fraile de la Merced estaba presente, le dijo Cortés al fraile: "Bien es ahora, padre, que has, buena materia para ello, que les demos a entender con nuestras lenguas las cosas tocantes a nuestra santa fe"; y entonces se les hizo un tan buen razonamiento para en tal tiempo, que unos buenos teólogos no lo dijeran mejor; y después de declarado cómo somos cristianos e todas las cosas tocantes a nuestra santa fe que se convenían decir, les dijeron que sus ídolos son malos y que no son buenos; que huyen de donde está aquella señal de la cruz, porque en otra de aquella hechura padeció muerte y pasión el señor del cielo y de la tierra y de todo lo criado, que es el en que nosotros adoramos y creemos, que es nuestro Dios verdadero, que se dice Jesucristo, y que quiso sufrir y pasar aquella muerte por salvar todo el género humano, y que resucitó al tercer día y está en los cielos, y que habemos de ser juzgados por él; y se les dijo otras muchas cosas muy perfectamente dichas, y las entendían bien, y respondían cómo ellos lo dirían a su señor Montezuma; y también se les declaró que una de las cosas por que nos envió a estas partes nuestro gran emperador fue para quitar que no sacrificasen ningunos indios ni otra manera de sacrificios malos que hacen, ni se robasen unos a otros, ni adorasen aquellas malditas figuras; y que les ruega que pongan en su ciudad, en los adoratorios donde están los ídolos que ellos tienen por dioses, una cruz como aquella, y pongan una imagen de nuestra señora, que allí les dio, con su hijo precioso en los brazos, y verán cuánto bien les va y lo que nuestro Dios por ellos hace. Y porque pasaron otros muchos razonamientos, e yo no los sabré escribir tan por extenso, lo dejaré, y traeré a la memoria que como vinieron con Tendile muchos indios esta postrera vez a rescatar piezas de oro, y no de mucho valor, todos los soldados lo rescatábamos; y aquel oro que rescatábamos dábamos a los hombres, que traíamos, de la mar, que iban a pescar, a trueco de su pescado, para tener de comer; porque de otra manera pasábamos mucha necesidad de hambre, y Cortés se holgaba dello y lo disimulaba, aunque lo veía, y se lo decían muchos criados y amigos de Diego Velázquez que para qué nos dejaba rescatar. Y lo que sobre ello pasó diré adelante.
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Capítulo XL De cómo se tornó a dar batalla entre unos y otros, y Guascar salió del Cuzco y fue preso con engaño Huancanque, con los otros capitanes y gente que de la batalla escapó, se juntaron en un lugar que dicen llamarse Huarachaca, donde hicieron alto y avisaron con celeridad al Cuzco de lo pasado, al Inca; el cual recibió gran temor, no quiso burlarse más, hizo sacrificio conforme a gentilidad; mandó juntar los orejones y principales, que era la nobleza del Cuzco, y que viniesen los mitimaes con sus guarniciones y otra gente de Condesuyo y Collasuyo, para con su persona salir a procurar no perder la dignidad que le querían usurpar; y así, con mensajeros fieles, lo avisó a su capitán general exhortándolo a su amistad, poniendo su honra y estado en el favor de los dioses y sus brazos. También fue la nueva de este suceso a Caxamalca, donde Atabalipa se holgó y alegró tanto cuanto su hermano se entristeció. En el valle de Xauxa se hizo gran daño y lo robaron los de Atabalipa, y así hacían en otras tierras por do pasaban. Chalacuchima prosiguió su camino al Cuzco, y Guancanque había tornado a juntar gran ejército y quiso aguardar a sus enemigos y fue por su mal, porque dicen que teniendo batalla quedó vencido el desdichado con muerte de más de veinte mil hombres que murieron en ella. Guascar venía con grandes compañías sentado en andas ricas, que no es de afirmar lo que cuentan del oro y pedrería de que eran hechas. Traíanlo en hombros orejones de su linaje, mas tan triste, que hablaba poco y quería que le viesen en público, menos de lo que en aquel tiempo convenía. Chalacuchima con su gente caminó victorioso; dicen que como supo que el inca había salido del Cuzco tan acompañado, que temió y que le envió mensajeros para con fingimiento procurar de le prender, y que los que fueron le mostraron tales rostros y se lo afirmaron con tales palabras que lo creyó, y que saliendo del río de Apurimac con parte de su gente a recibir en su poder el ejército de su enemigo, le tenían tal celada, que le prendieron. Otros cuentan que se dieron batalla y que en ella se hizo esta prisión y algunos tratan en que Chalacuchima y el Quizquiz entraron en el Cuzco, y que dentro de la ciudad prendieron a Guascar. Crea cada uno lo que quisiere, para mí tengo por cierto que fue preso en Apurimac, muy mentado en ese reino, por el paso que llaman de Cotabamba. Tratáronle inhumanamente, tanto, que es lástima contarlo, ultrajándolo con palabras de gran oprobio. Robaron su repuesto, deshonraron las mujeres principales suyas; mataron muchos inocentes que no pecaron; mandaron a los de Cuzco, que luego obedeciesen por señor a Atabalipa, y teniéndolo por inca le diesen la obediencia. Derramóse la nueva de caso tan extraño por todas partes. Con esto que pude entender a costa de mi trabajo y curiosidad, de estas controversias que tuvieron estos señores, quiero volver sobre lo que les pasaba a los españoles, que es ya tiempo que se haga; porque, como partieron de la Puná para Túmbez, fueron a Caxamalca a contar a Atabalipa de cuanto dáño habían hecho en todos ellos, cómo robaban cuanto hallaban y se lo tomaban, sirviéndose de ellos a su pesar, tomando sus mujeres para tenerlas por mancebas, y a sus hijos por cautivos; sin lo cual publicaban que habían de ganar toda la tierra y quitarla al que de ella era señor. Contaban más: que se burlaban cuando oían que adoraban en el sol y en los otros dioses suyos, y así lo mostraban más claro cuando violaban sus huacas, teniéndolas como cosa de burla, y que todos ellos confesaban tener un dios, en quien adoraban, del cual afirmaban que era solo señor y hacienda del cielo y de la tierra, y obedecían a un rey muy grande. Esto súpolo más por extenso Atabalipa en este tiempo, que antes de él. Fue la causa los de Túmbez que lo avisaron, porque lo sabían muy bien, por dos razones: la una, porque entre ellos tuvieron a los cristianos que, cuando Pizarro descubría quisieron quedarse, de quien alcanzaron mucho; lo otro, porque anduvieron con Pizarro en la Puná muchos de ellos sin tener otro cuidado que robar a sus enemigos, y saber lo que los españoles pensaban y querían hacer; lo cualles decían las lenguas, porque habían estado en España y en Panamá, donde aprendieron y vieron mucho que contaban a sus naturales. Dijeron más los de Túmbez a Atabalipa de la grandeza y ligereza de los caballos, y de cómo los españoles eran valientes y peleaban con lanza, y espada y rodela. Oído esto, Atabalipa comenzó a pensar en el caso más que hasta allí; puesto que como le dijeron que no llegaban a doscientos hombres, mostraba que era desvarío pensar que había de ser parte para nada y por entonces no proveyó más de mandar a un orejón, su pariente, que fuese con disimulación al real de los cristianos y entendiese en el intento que traían y su manera, y volviese con brevedad a le avisar.
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Capítulo XL Que trata de cómo el general Pedro de Valdivia mandó reformar la ciudad de Santiago y se dieron a criar y sembrar Quemada la ciudad, dio el general orden en cómo tornaron a reedificarla, y con un principal y sus indios hicieron la iglesia, trabajando cristianos e indios, así en hacer adobes como en asentarlos y traer la madera y paja de los campos. Todo el verano que fue aquel año largo, se ocuparon en reformar la ciudad. Y además de estas obras tan convinientes tenían otras, que sin ellas no podían pasar ni aun vivir, que era hacer sementeras de maíz, las cuales se hacían y hacen a la entrada del verano, porque así se usa, y sustentarla con riego por acequias. Y el maíz que se sembró se buscó y sacó con gran trabajo de donde los indios enterrado lo tenían, porque todo el maíz y gallinas y puercos que tenían, con la mísera ropa se quemó cuando la ciudad, que no se salvó sino lo que traían vestido y armado y un poco de trigo que había hasta la cuarta parte de un celemín. Y escaparon dos cochinas y un cochino y un pollo y una polla y una gallina, que fue la multiplicadora y sacadora de todos los pollos, de suerte que le llamaron madre Eva. Demás de estos excesivos trabajos tenían otros muy graves que era no dormir, guardando las sementeras de los indios que no las viniesen arrancar, y guardar los yanaconas no nos los matasen, y guardar la ciudad que no la quemasen. En este continuo trabajo estuvieron hasta el invierno y entrado el otoño, que es por el mes de abril, mandó el general que sembrasen aquel poco de trigo. Y para sembrarlo convino que el general habló a todos los españoles, porque a los conquistadores se les hace grave el sembrar y cultivar la tierra, prencipalmente aquellos que lo dejaron en Castilla. La plática fue ésta: "Amigos y compañeros míos, habéis de saber que el maíz en esta tierra no bastará a sustentarnos, y es cosa muy necesaria y nos conviene sembrar este trigo, aunque poco, porque será Dios nuestro Señor servido multiplicarlo, y en dos veces que se siembre, guardándolo tendremos a la tercera mucho que podemos comer y hacer grandes sementeras, y será más parte para podernos sustentar que con el maíz". Sembrado este trigo se dieron doce fanegas de trigo aquel año, y el segundo hubo mucho. Multiplicaron las cochinas y cochinos en este tiempo, tantos que no había falta. En el tiempo que esto se multiplicaba lo reservábamos con caza, que había mucha. Y ansí se multiplicaba y tenían grande aparejo por ser la tierra cálida, y con caza de perdices, que hay muchas, y con carneros salvajes, que llaman guanacos, que tiene uno tanta carne como una ternera. Aunque los naturales no nos daban lugar todas veces a cazar, comíamos chicharras, que son unas que cantan en el estío en Castilla encima de los almendros, que hay harta cantidad en esta tierra en algunas partes. Y para cazar estas chicharras tomábamos unas talegas, en callentando el sol vuelan, y ya que se pone el sol, pósanse en unos arbolicos pequeños que hay cabe las acequias. Y cuando queríamos ir a caza madrugábamos. Muy de mañana íbamos aquella parte que más de éstas había, y como era de mañana, tomábamoslas sin que se meneasen y echábamoslas en las talegas que llevábamos. Ya traíamos qué comer. Era caza cierta mientras el verano nos duraba. Es buen mantenimiento para los naturales. Como los naturales vieron reedificada la ciudad y nos dábamos a hacer sementeras, entendieron que no teníamos voluntad de nos volver, ni dejarles la tierra, porque ellos creído tenían muy de veras que habíamos de hacer la vuelta, como la hizo el adelantado don Diego de Almagro, y con esto pusieron tanta diligencia y tanta solicitud en hacernos la guerra, que convino al general hacer dos partes de la gente que velaban y guardaban las sementeras hasta cogerlas después. Al sembrar iban todos juntos. Y viendo los naturales el recaudo que en esto ponían los cristianos, acordaron hacernos otra nueva guerra en no sembrar ellos y mantenerse de cebolletas que la tierra produce, y de ello perecían. Y tenían por más seguro partido perder las vidas que servir a los cristianos. Esto procede de gente silvestre, faltos de amor y caridad, y por ser tan avasallados del demonio, que los atrae a la muerte antes que vengan al conocimiento de la verdad por la amonestación de los cristianos. Y de engañados del demonio, permiten antes morir como ciegos que vivir con vista ganada por nuestra conversación y amonestación.
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De la muerte del rey Itzcoatzin de México y cómo en su lugar entró Motecuhzomatzin Ilhuicaminatzin Primero de este nombre y de algunas guerras que hicieron las tres cabezas del imperio contra las provincias remotas En los postreros días del año de 1440, que llaman matlactliomey técpatl, falleció el valerosísmo rey Itzcoatzin, que fue el primero de los de México que en compañía de los de Tetzcuco y Tlacopan imperaron en esta tierra de Anáhuac que llaman Nueva España, habiendo reinado casi catorce años. Y como fue una de las leyes y capitulaciones que entre los tres quedaron establecidas, elegir sucesor los dos que quedasen cuando falleciese alguno de los tres, acordó Nezahualcoyotzin hacer llamamiento general en todo el imperio; y juntándose con el rey Totoquihuatzin de Tlacopan juntaron sus ejércitos y fueron sobre las provincias de Cohuixco, Oztoman, Quizaltépec, Ixcateopan, Teozcahualco, Poctépc, Tomazlapan, Chilapan, Quiauhteopan, Ohuapan, Tzompahuacan y Cozamaloapan y habiéndolas sojuzgado y puesto debajo del imperio con otros muchos pueblos a ellos sujetos y dada la orden que en las demás se volvieron a sus tierras. El orden que se tenía en ir a estas jornadas y conquistas era, que iban los tres ejércitos juntos y de conformidad y llegados que eran sobre la provincia que habían de conquistar, se tornaban a dividir y aunque tojos a un tiempo daban la batalla, cada uno entraba por su parte peleando con los enemigos, con que a pocos lances los desbarataban y sujetaban, procurando cada ejército señalarse y aventajarse. Venido que fue el rey Nezahualcoyotzin a su ciudad, dio orden de ir sobre las provincias de la Cuexteca que es Pánuco, que pertenecía a su patrimonio, para lo cual habiendo juntado el ejército necesario envió a su hijo el infante Xochiquetzaltzin por su capitán general y habiendo salido de la ciudad de Tetzcuco, de allí a cinco o seis días después despachó a otro infante hijo suyo llamado Acamapipioltzin con más gente para socorrer al primero, por ser esta nación de los cuextecas gente belicosísima. El infante Acamapipioltzin (que a esta sazón era muy buen soldado), por ganar gloria y fama hizo tanto con la gente de socorro que llevaba y con salir seis días después que el tro se dio tan buena maña, que llegó con la gente que llevaba tres días antes que llegase su hermano Xochiquetzaltzin con el ejército, yendo por diferente rumbo porque no fuese visto por el hermano y con animo ferocísimo y con ejército muy desigual del que los cuextecas tenían, embistió con ellos y habiéndolos vencido y roto junto a un gran río, por pasarle se ahogaron muchos y él en su seguimiento pasó el río y cuando llegó su hermano Xochiquetzaltzin con el ejército, ya casi tenía sujetos a los cuextecas y ganados algunos lugares suyos, de manera que no sirvió más de para socorrerle. Las provincias y pueblos más señalados que se ganaron en esta entrada, fueron Tlahuitolan, Coxolitlan, Acatlan, Piaztla, Tetlcoyoyan, Otlaquiquiztlan y Xochipalco. Y habiéndolos ganado y puesto sus presidios y fronteras en aquellas tierras, que confinaban con otras de otros chichimecas de la provincia de Pánuco, se volvieron a su patria, en donde entraron triunfando y fueron muy bien recibidos de Nezahualcoyotzin su padre. En esta jornada se halló en favor de Nezahualcoyotzin, Xicoténcatl, una de las cuatro cabezas de la señoría de Tlaxcalan, que ya comenzaba a florecer, y era un mancebo de grande e invencible ánimo, el cual volvió a su tierra cargado de despojos y riquezas que en esta conquista ganó.
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Del sitio que tiene la ciudad de San Francisco del Quito, y de su fundación y quién fue el que la fundó La ciudad de San Francisco del Quito está a la parte del Norte en la inferior provincia del reino del Perú. Corre el término desta provincia de longitud (que es de Este Oeste) casi setenta leguas y de latitud veinte y cinco o treinta. Está asentada en unos antiguos aposentos que los ingas habían en el tiempo de su señorío mandado hacer en aquella parte, y habíalos ilustrado y acrecentado Guaynacapa y el gran Topainga, su padre. A estos aposentos tan reales y principales llamaban los naturales Quito, por donde la ciudad tomó denominación y nombre del mismo que tenían los antiguos. Es sitio sano, más frío que caliente. Tiene la ciudad poca vista de campos o casi ninguna, porque está asentada en una pequeña llanada a manera de hoya que unas sierras altas donde ella está arrimada hacen, que están de la misma ciudad entre el norte y el poniente. Es tan pequeño sitio y llanada que se tiene que el tiempo adelante han de edificar con trabajo si la ciudad se quisiere alargar, la cual podrían hacer muy fuerte si fuese necesario. Tiene por comarcanas las ciudades de Puerto Viejo y Guayaquile, las cuales están della a la parte del poniente a sesenta y ochenta leguas, y a la del sur tiene asimismo las ciudades de Loja y San Miguel, la una ciento y treinta, la otra ochenta. A la parte del Levante están della las montañas y nacimiento del río que en el mar Océano es llamado mar Dulce, que es el más cercano al de Marañón. También está en el propio paraje la villa de Pasto, y a la parte del norte la gobernación de Popayán, que queda atrás. Esta ciudad de Quito está metida debajo la línea equinocial tanto que la pasa casi a siete leguas. Es tierra toda la que tiene por términos al parecer estéril; pero en efecto es muy fértil; porque en ella se crían todos los ganados abundantemente, y lo mismo todos los otros bastimentos de pan y legumbres, frutas y aves. Es la disposición de la tierra muy alegre, y en extremo parece a la de España en la hierba y en el tiempo, porque entra el verano por el mes de abril y marzo y dura hasta el mes de noviembre, y aunque es fría, se agosta la tierra ni más ni menos que en España. En las vegas se coge gran cantidad de trigo y cebada, y es mucho el mantenimiento que hay en la comarca desta ciudad, y por tiempo se darán toda la mayor parte de las frutas que hay en nuestra España, porque ya se comienzan a criar algunas. Los naturales de la comarca en general son más domésticos y bien inclinados y más sin vicio que ningunos de los pasados, ni aun de los que hay en toda la mayor parte del Perú, lo cual es según lo que yo vi y entendí; otros habrá que tendrán otro parecer; mas si hubieren visto y notado lo uno y lo otro como yo, tengo por cierto que serán de mi opinión. Es gente mediana de cuerpo y grandes labradores, y han vivido con los mismos ritos que los reyes ingas, salvo que no han sido tan políticos ni lo son, porque fueron conquistados dellos y por su mano dada la orden que agora tienen en el vivir; porque antiguamente eran como los comarcanos a ellos, mal vestidos y sin industria en el edificar. Hay muchos valles calientes, donde se crían muchos árboles de frutas y legumbres, de que hay grande cantidad en todo lo más del año. También se dan en estos valles viñas, aunque, como es principio, de sola la esperanza que se tiene de que se darán muy bien se puede hacer relación y no otra cosa. Hay árboles muy grandes de naranjos y limas, y las legumbres de España que se crían son muy singulares, y todas las más y principales que son necesarias para el mantenimiento de los hombres. También hay una manera de especia que llamamos canela, la cual traen de las montañas que están a la parte del Levante, que es una fruta o manera de flor que nace en los muy grandes árboles de la canela, que no hay en España que se puedan comparar si no es aquel ornamento o capullo de las bellotas, salvo que es leonado en la color, algo tirante a negro, y es más grueso y de mayor concavidad; es muy sabroso al gusto, tanto como la canela, sino que no se compadece comerlo más que en polvo, porque usando dello como de canela en guisados pierde la fuerza y aun el gusto; es cálido y cordial, según la experiencia que dél se tiene, porque los naturales de la tierra lo rescatan y usan dello en sus enfermedades; especialmente aprovecha para dolor de ijada y de tripas y para dolor de estómago; la cual toman bebido en sus brebajes. Tienen mucha cantidad de algodón, de que se hacen ropas para su vestir y para pagar sus tributos. Había en los términos desta ciudad de Quito gran cantidad deste ganado que nosotros llamamos ovejas, que más propiamente tiran a camellos. Adelante trataré deste ganado y de su talle y cuántas diferencias hay destas ovejas y terneros que decimos del Perú. Hay también muchos venados y muy grande cantidad de conejos y perdices, tórtolas, palomas y otras cazas. De los mantenimientos naturales fuera del maíz, hay otros dos que se tienen por principal bastimento entre los indios; al uno llaman papas, que es a manera de turmas de tierra, el cual después de cocido queda tan tierno por de dentro como castaña cocida; no tiene cáscara ni cuesco más que lo que tiene la turma de la tierra; porque también nace debajo la tierra, como ella; produce esta fruta una hierba ni más ni menos que la amapola; hay otro bastimento muy bueno, a quien llaman quima, la cual tiene la hoja ni más ni menos que bledo morisca, y crece la planta dél casi un estado de hombre, y echa una semilla muy menuda, della es blanca y della es colorada, de la cual hacen brebajes, y también la comen guisada como nosotros el arroz. Otras muchas raíces y semillas hay sin éstas; mas conociendo el provecho y utilidad del trigo y de la cebada, muchos de los naturales subjetos a esta ciudad del Quito siembran de lo uno y de lo otro, y usan comer dello y hacen brebajes de la cebada. Y como arriba dije, todos estos indios son dados a la labor, porque son grandes labradores, aunque en algunas provincias son diferentes de las otras naciones, como diré cuando pasare por ellos, porque las mujeres son las que labran los campos y benefician las tierras y mieses, y los maridos hilan y tejen y se ocupan en hacer ropa y se dan a otros oficios feminiles, que debieron aprender de los ingas; porque yo he visto en pueblos de indios comarcanos al Cuzco, de la generación de los ingas, mientras las mujeres están arando, estar ellos hilando y aderezando sus armas y su vestido, y hacen cosas más pertenecientes para el uso de las mujeres que no para el ejercicio de los hombres. Había en el tiempo de los ingas un camino real hecho a mano y fuerzas de hombres, que salía desta ciudad y llegaba hasta la del Cuzco, de donde salía otro tan grande y soberbio como él, que iba hasta la provincia de Chile, que está del Quito más de mil y doscientas leguas; en los cuales caminos había a tres y a cuatro leguas muy galanos y hermosos aposentos o palacios de los señores, y muy ricamente aderezados. Podráse comparar este camino a la calzada que los romanos hicieron, que en España llamamos camino de la Plata. Detenido me he en contar las particularidades de Quito más de lo que suelo en las ciudades de que tengo escripto en lo de atrás, y esto ha sido porque (como algunas veces he dicho) esta ciudad es la primera población del Perú por aquella parte, y por ser siempre muy estimada, y agora en este tiempo todavía es de lo bueno del Perú; y para concluir con ella, digo que la fundó y pobló el capitán Sebastián de Belalcázar, que después fue adelantado y gobernador en la provincia de Popayán, en nombre del emperador don Carlos, nuestro señor, siendo el adelantado don Francisco Pizarro, gobernador y capitán general de los reinos del Perú y provincias de la Nueva Castilla, año del nascimiento de nuestro redentor Jesucristo de 1534 años.
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CAPITULO XL Muerte del V. P. Fr. Luis Jayme, y de lo acaecido en su Misión de San Diego. Hallábanse por el mes de Noviembre del año de 1775 administrando con grande júbilo de sus almas la Misión de San Diego el V. P. Lector Fr. Luis Jayme, hijo de la Santa Provincia de Mallorca, y el Padre Predicador Fr. Vicente Fuster, de la de Aragón, y cogiendo con abundancia los copiosos frutos que producía ya aquella Viña del Señor encomendada por el Prelado a sus RR. de tal suerte, que con sesenta Gentiles que habían bautizado el día 3 de octubre inmediato (vigilia de N. P. San Francisco) y los muchos que habían recibido el Santo Bautismo antes, se formaba un numeroso Pueblo, el cual habían mudado el año anterior a la Cañada del Río o Arroyo que vacía en aquel puerto, por ofrecer el terreno (que dista como dos leguas del Presidio) mayores ventajas para el logro de sementeras, y cosechas de trigo y maíz para la manutención de los Neófitos; quienes desde luego demostraban hallarse muy gustosos. Al paso que los Padres y los Cristianos nuevos se hallaban con tanta alegría y sosiego, era mayor la rabia del enemigo capital de las almas, no pudiendo sufrir con su infernal furor el ver que por las inmediaciones del Puerto se le iba acabando su partido de la Gentilidad por los muchos que se reducían a nuestra verdadera Religión por medio del ardiente celo de aquellos Ministros; y reparando en que se iban a poner otros entre San Diego y San Gabriel, que desde luego harían lo mismo con aquellos Gentiles, de que él estaba apoderado, desmereciendo por esta causa su partido, arbitró para atajar el daño que se le seguía, no sólo impedir la nueva fundación, sino también aniquilar la de San Diego (que había sido la primera de estos Establecimientos) y vengarse de los Ministros. Para conseguir estos diabólicos intentos se valió de dos Neófitos de los anteriormente bautizados, que después de la fiesta de N. P. San Francisco salieron a pasear por las Rancherías de la Sierra, influyéndoles a que publicasen entre los Gentiles de aquellos territorios la noticia de que los Padres querían acabar con toda la Gentilidad, haciéndolos Cristianos a fuerza, para lo cual daban por prueba los muchos que en un día habían bautizado. Quedaban los que lo oían suspensos, creyéndolo unos, y dudándolo otros, los cuales decían, que los Padres a nadie hacían fuerza, y que si aquellos se habían bautizado era porque ellos habían querido. Pero la mayor parte daba crédito al dicho de los dos apóstatas; y teniéndolos el enemigo así dispuestos les engendró la pasión de ira contra los Padres, de que resultó el cruel intento de quitarles la vida, como también a los Soldados que los resguardaban, y pegar fuego a la Misión para acabar con todo. Apenas se hablaba por aquellos contornos de otra cosa, convidándose unos a otros para el hecho; aunque muchas de las Rancherías no convinieron, diciendo que ni los Padres les habían hecho daño, ni hacían fuerza a ninguno para que se hiciese Cristiano. Nada de esto se sabía en San Diego, ni se recelaba de lo más mínimo, porque habiendo echado de ver la falta de los citados dos Neófitos, que salieron sin licencia, y habiendo salido el Sargento con Soldados en busca de ellos, no los pudieron encontrar, y sólo adquirieron la noticia de que se habían internado mucho por la sierra que guía al Río Colorado; y en ninguna de cuantas Rancherías transitaron con este fin, advirtieron la menor novedad ni indicio alguno de guerra; pero el hecho manifestó el intento que tenían, y el sigilo con que se manejaban. Convocáronse más de mil Indios, muchos de ellos entre sí no conocidos, ni jamás vistos, sino convidados de otros. Los cuales pactaron el dividirse en dos trozos, para caer uno a la Misión y otro al Presidio, convenidos en que luego que estos últimos viesen arder la Misión, prendiesen fuego al Presidio, y matasen a toda la gente; y que los destinados para la Misión harían lo mismo. Así pactados, y bien armados de flechas y macanas se encaminaron a poner en ejecu-ción su depravado designio. Llegaron a la Cañada del Río de San Diego la noche del día 4 de noviembre, y se dividieron caminando la mitad de ellos para el Presidio los destinados a él; llegaron sin ser sentidos a las casas de los Neófitos de la Misión, y se pusieron en cada una de ellas unos Gentiles armados para no dejarlos salir ni gritar, amenazándoles de muerte; y se fue el mayor golpe de ellos a la Iglesia y Sacristía a hurtar las ropas, ornamentos, y demás que quisieron; y otros con tizones de la lumbrada que tenían en el Cuartel los Soldados (que se reducían a tres y un Cabo, que según parece estaban todos durmiendo) empezaron a pegar fuego al Cuartel, y a todas las piezas; con esto, y los funestos alaridos de los Gentiles despertaron todos. Pusiéronse los Soldados al arma, cuando ya los Indios habían empezado a descargar flechas. Los Padres dormían en distintos cuartos: salió el P. Fr. Vicente, y viendo el incendio se encaminó para donde estaban los Soldados, como también dos muchachitos, hijo y sobrino del Teniente Comandante del Presidio: en otro cuarto vivían Herrero y Carpintero de la Misión, y el Carpintero del Presidio que había pasado a la Misión por enfermo, llamado Urselino, digno de que se lea su nombre por el acto tan heroico de verdadero Católico que practicó, como diré luego. El P. Fr. Luis, que dormía en otro cuartito, al ruido de los alaridos, y del fuego salió, y viendo un gran pelotón de Indios, se arrimó a ellos saludándolos con la acostumbrada salutación: amad a Dios hijos; y conociendo que era el Padre lo agarraron como Lobos a un Corderito, y portóse como mudo sin abrir sus labios; lleváronlo para la espesura del Arroyo, allí le quitaron el santo hábito, y desnudo el V. Padre empezaron a darle golpes con las macanas, y le des-cargaron innumerables flechas, no saciando su furor y rabia con quitarle con tanta crueldad la vida, pues después de muerto le machacaron la cara, cabeza y demás del cuerpo, de modo que desde los pies hasta la cabeza no le quedó parte sana más que las manos consagradas, como así se halló en el sitio donde lo mataron. Quiso Dios preservarle las manos para manifestar a todos, que no había obrado mal para que le quitasen la vida con tanta crueldad; sino que con toda limpieza había trabajado tanto a fin de encaminarlos a Dios, y salvar sus almas, y no dudamos todos los que lo conocimos y tratamos, que gustoso y alegre daría su vida, y derramaría su sangre inocente para regar aquella mística Viña, que con tantos afanes había cultivado, y aumentado con tanto número de almas que bautizó; confiado en que por medio de este riego se cogerían con más abundancia sazonados frutos, como así en breve se experimentó, viniendo después muchos a pedir el Sagrado Bautismo. Hasta Rancherías enteras de mucho gentío, y bien distantes del Puerto ocurrieron a la Misión pidiendo el ser bautizados, aumentándose en gran número los Neófitos. Al mismo tiempo que los Gentiles con grande griterío iban llevando al V. P. Fr. Luis al lugar del martirio, fueron los otros al otro cuarto en que dormían los Carpinteros, y Herrero, que al ruido despertaron; iba a salir el Herrero con una espada en la mano, y al salir del cuarto le dispararon tan cruel flechazo, que quedó muerto. Viendo esto el Carpintero de la Misión, cogió una escopeta cargada, la disparó y tumbó a uno de los Gentiles que estaban cerca de la puerta, y retirándose asombrados y temerosos, pudo ir a juntarse con los Soldados. Al otro Carpintero del Presidio llamado Urselino, que estaba en cama enfermo, lo flecharon, hiriéndolo de muerte, y en cuanto se sintió herido, dijo: ¡Ha Indio que me has muerto! Dios te lo perdone. El mayor golpe de los Gentiles se ocuparon en guerrear con los Soldados que estaban en la casita que servía de cuartel, en cuya pieza se hallaban el P. Fr. Vicente Fuster, los dos muchachos arriba dichos, el Carpintero que no estaba herido, y el Cabo con los tres Soldados; y a los Gentiles en breve se les agregó toda aquella chusma de Gentiles que habían ido para el Presidio, que no se atrevieron a llegar, porque mucho antes de llegar a él vieron que ardía la Misión; y dando por supuesto que también lo verían los del Presidio, y que estarían prontos a defenderse, y que enviarían a la Misión socorro de gente, se volvieron atrás a unirse con los que estaban en la Misión; por lo que se libertó el Presidio, que sin duda estarían durmiendo; pues ni vieron el grande fuego que ardía en toda la Misión, ni oyeron tiro de tantos que se disiparon, siendo así que se oye el tiro del Alba. En cuanto llegaron al sitio de la Misión los Gentiles que habían ido al Presidio, que supieron habían ya matado uno de los Padres, preguntando cual de los dos, luego que les dijeron el rezador (así llamaban al P. Fr. Luis) celebraron con mucha alegría la noticia, y en el mismo sitio celebraron la muerte con un gran baile a su usanza bárbara, y se juntaron con los demás para acabar con el otro Padre, y con toda la Misión. El corto número de Soldados de la Misión se supo defender de tanta multitud de Gentiles con gran valor por el grande que tenía el Cabo de esquadra, que no cesaba de gritar, con que amedrentaba a los Gentiles, y de disparar matando a unos, e hiriendo a otros. Viendo los enemigos la fuerte resistencia, y el estrago que hacían los nuestros, valiéronse del fuego, pegando fuego al cuartel que era de palizada, y los nuestros por no morir asados, salieron de él con todo valor, y se mudaron a un cuartito de adobes, que servía de cocina, reduciéndose toda la fábrica, y resguardo a tres paredes de adobe, de poco más de una vara de alto, sin más techo que unas ramas, que tenía puestas el Cocinero para resguardarse del Sol. Refugiados los nuestros en dicha cocina, hacían fuego continuo, defendiéndose de tanta multitud, que los molestaba mucho por el lado que estaba descubierto sin pared, por donde les tiraban ya flechas, ya macanas. Viendo el daño que por aquel portillo les hacían, se animaron a ir a la casa que se estaba abrasando a traer unos fardos y cajones para ponerlos de parapeto; pero en esta faena (que lograron hacer a satisfacción para el resguardo) quedaron heridos dos de los Soldados, e imposibilitados por entonces a acción alguna; y sólo quedó para la defensa el Cabo con un Soldado y Carpintero. El Cabo, que era de gran valor y buen tirador, mandó al Soldado y Carpintero que no hiciesen otra cosa que cargar, y cebar escopetas, ocupándose él en sólo tirar, con que mataba, y hería a cuantos se le arrimaban. Viendo los Gentiles que las flechas ya no servían, por el resguardo de los adobes que tenían los nuestros, pegaron fuego a las ramas que servían de techo; pero como eran pocas, no les obligó el fuego a desamparar el sitio; viéronse en peligro de que se pegase fuego a la pólvora, lo que hubiera sucedido a no tener la advertencia el P. Fr. Vicente de tapar la talega con las faldas del hábito, sin atender al peligro a que se exponía. Viendo los Indios que el fuego del techo no les hizo salir, tiraron a obligarles a la salida, echándoles adentro tizones encendidos, y pedazos de adobe, que de uno de ellos quedó herido el Padre, aunque por entonces no lo sintió mucho, pero sí después, aunque no fue cosa de cuidado. Así estuvieron peleando hasta la aurora, que su hermosa luz ahuyentó a los Gentiles, que recelosos viniese gente del Presidio, se marcharon llevándose los muertos y heridos, que no se supo sino en general que habían sido muchos, según las declaraciones que se tornaron. En cuanto amaneció el día 5 de noviembre, que desapareció la gran multitud de Gentiles, salieron de sus casitas los Neófitos, y fueron luego a ver al Padre, que estaba en el fuerte de la Cocina con el Cabo y tres Soldados, todos heridos, y el Cabo aunque herido no quiso decir que lo estaba, para que no decaeciesen los demás. Los Indios Cristianos llorando refirieron al Padre como los Gentiles no los dejaron salir de sus casas, ni gritar, amenazándoles de muerte si se meneaban. Preguntóles por el P. Fr. Luis, que toda la noche lo había tenido con cuidado por no haber sabido de él, aunque los Soldados lo consolaban, diciéndole que se habría metido dentro del Sauzal; mandó a los Indios lo buscasen, y despachó un Indio Californio a avisar al Presidio, y a los Neófitos mandó apagasen el fuego de la troje para lograr algo del bastimento. Hallaron los Indios en el Arroyo a su V. P. Fr. Luis ya muerto, y tan desfigurado, que apenas lo conocieron. Cargáronlo y llevaron con grande llanto para donde estaba el P. Fr. Vicente, quien al oír el llanto de los Indios, le dio en el corazón lo que había sucedido a su Compañero; fue luego el Padre hacia ellos, y le pusieron a la vista a su amado Compañero muerto, y tan desfigurado que según escribió al R. Padre Presidente, estaba tan herido su cuerpo, que no tenía más parte sana que las consagradas manos; pero que todo lo demás del cuerpo estaba golpeado y flechado, y la cara aplastada de los golpes de macana, (porras de madera) o de alguna piedra, y ensangrentado de pies a cabeza; que sólo conoció ser su cuerpo por la blancura, que en pocas partes estaba sin sangre, que era el único vestido que cubría su cuerpo. Al ver el P. Fr. Vicente aquel espectáculo, quedó fuera de sí, hasta que el llanto de los Neófitos, que tan de corazón amaban a su difunto Padre le hizo prorrumpir en lágrimas. En cuanto la pena y dolor dio lugar al P. Fr. Vicente para deliberar, dispuso se hiciesen unos tapestles para llevar a los dos difuntos cuerpos del V. P. Fr. Luis y al Herrero José Romero, y a los heridos, que fueron el Cabo y los tres Soldados y el Carpintero Urselino. En cuanto recibieron la noticia en el Presidio, se pusieron en camino para la Misión, y con este auxilio se mudaron todos llevando en procesión a los difuntos para el Presidio, dejando en la Misión algunos Neófitos para que apagasen la lumbre de la troje. Llegados al Presidio se dio sepultura a los difuntos en la Capilla del Presidio, y dieron mano a curar los heridos, que todos sanaron, menos el Carpintero Urselino, que murió el quinto día. Este tuvo tiempo para prepararse y disponer sus cosas: tenía de su sueldo de algunos años que había servido bastante alcance en el Real Almacén; y no teniendo heredero forzoso, hizo testamento, y dejó por herederos a los mismos Indios que le quitaron la vida; acción tan ejemplar y heroica de verdadero Discípulo de Jesucristo. Recibidos todos los Santos Sacramentos entregó su alma al Criador. El Cabo que había quedado mandando el Presidio, despachó aviso al Teniente, que se hallaba en la Fundación de San Juan Capistrano, quien luego que tuvo la noticia de lo acaecido se puso en camino para San Diego, y tras de él los Padres. En cuanto éstos llegaron al Presidio, hicieron las honras al V. Padre difunto, y resolvieron mantenerse en el Presidio hasta nueva orden del V. Padre Presidente, a quien escribieron todo lo que queda expresado, que he sacado de las mismas Cartas. Igualmente con acuerdo del Comandante del Presidio determinaron que los Neófitos se mudasen arrimados al Presidio por de pronto para evitar el peligro de que volviesen a darles los Gentiles; asimismo mudaron el poco de maíz, y trigo que libertaron del fuego: quedando todo lo demás de Iglesia y casa consumido por el fuego, salvo la ropa y alhajas que hurtaron. El Comandante del Presidio dio luego sus providencias despachando partidas de Soldados por las Rancherías de los Gentiles a explorar si se percibía otro atentado, como también de indagar los que habían concurrido: llevaron presos a muchos para las averiguaciones, y hallando que no amenazaba asalto al Presidio, despachó Correo a Monterrey.
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Capítulo XL De las crueldades que Huascar Ynga hizo en el Cuzco con sus hermanos y los que venían con el cuerpo de su padre Cuántos traidores vemos puestos en lo más alto de la rueda de la fortuna, que por sus traiciones a que ellos dieron principio y motivo, merecían estar en lo más bajo della y ser echados de entre los hombres, cuántos inocentes que por haber seguido el camino de la verdad y llaneza han sido castigados y, lo peor, enumerados entre los malos. Todo esto causa la lisonja, máscara de infinidad de vicios, con que se encubren y disimulan, que principalmente tiene asiento y trono en los asientos y tronos de los grandes monarcas del mundo. Y porque en todo él tiene mando y señorío, no quiso dejar de tener sus embajadores que representasen su persona en la corte de Huascar Ynga, Rey y señor de tantas provincias como agora veremos. Sabiendo Huascar Ynga que ya se iba acercando el cuerpo de su padre con el ejército, despachó mensajeros a su madre Rahua Ocllo Coya, que venía con él haciéndole compañía, diciendo se adelantase de la gente para que viniese a dar gracias al Hacedor y al Sol su padre, por haber alcanzado el señorío y reinos y hacer sus sacrificios con él. Sabiendo que Rahua Ocllo venía ya cerca, Cononuno y otros hermanos suyos, de padre, le pidieron licencia a Huascar Ynga diciendo que querían ir a recibir a su señora y madre Rahua Ocllo y venirse con ella, acompañándola hasta el Cuzco, y Huascar Ynga, con mucha voluntad, se la concedió, y así salieron del Cuzco con gran, acompañamiento, y llegados a Vicos Calla pararon allí a descansar y beber según su uso, y estando bebiendo Chusqui Huamán movió una plática, no se sabe si fue con ánimo verdadero de ejecutar lo que allí trató, o de sacar a la luz los ánimos y voluntades de los demás hermanos, por saber si estaban firmes en el servicio y obediencia a Huascar Ynga. Pero cualquiera cosa que en su pecho hubiese, fue trato y hecho de corazón, traidor y alevoso. Fue la plática, que sería bien matar a Huascar Ynga, su hermano y señor, y coronar por Rey a Cusi Atauchi, pues era su hermano y era más llano y afable con ellos y más bien acondicionado, y los demás hermanos oyendo esto, aunque al principio se turbaron y escandalizaron con tales palabras, el traidor las rodeó de tal manera y persuadió con tal semblante, que como gente fácil vinieron a dar crédito a su falsa intención y conceder en todo cuanto él quiso, acordando que luego que topasen a la madre de Huascar Ynga Rahua Ocllo, a quien iban a recibir, la matasen, y con la mayor presteza posible diesen la vuelta al Cuzco e hiciesen lo mismo de Huascar Ynga, alzando por Rey a Cusi Atauchi como Chusqui Huamán lo había propuesto. Concluido este acuerdo y consejo traidor, prosiguieron su camino ordenando el medio cómo se ejecutaría. Desque el traidor y falso de Chusqui Huamán, que tenía ya enlazados a los hermanos y metidos en la red, que con doblez y disimulación había tendido para prenderlos mediante la plática que movió antes de llegar a Ciella Pampa, se volvió con cierto fingimiento, diciendo que luego volvería al Cuzco. Llegado a él se fue a Tito Atauchi, su hermano, que era la segunda persona de Huascar Ynga, y muy en secreto, haciendo dél fiel y mostrando sentimiento de la traición, contó todo lo que se había tratado y movido entre todos los hermanos y lo que llevaban concertado de hacer, matando a Rahua Ocllo, y de vuelta en el Cuzco, rogándole fuesen luego a revelar esta traición a su hermano Huascar, antes que ellos diesen la vuelta a efectuar lo tratado. Así Tito Atauchi con el traidor, salió de su casa y se fue a donde estaba Huascar, descuidado de tal suceso y le refirió todo lo que le había dicho el traidor y la intención con que iban sus hermanos. Oído esto por Huascar, con consejo de Tito Atauchi y del traidor, despachó al capitán de su guarda para que donde quiera que hallase a Cononuno y demás hermanos, como los fuesen alcanzando los degollasen. El capitán de la guarda salió con toda la velocidad posible, y alcanzándolos bien descuidados de que su trato fuese descubierto, ni sabida su intención aunque cuidadosos de la tardanza del traidor de Chusqui Huamán, los mató a todos antes que ellos entendiesen su venida. Habíase quedado en el Cuzco Cusi Atauchi, a quien los demás hermanos querían alzar por Rey, bien fuera del propósito y plática de los demás, que nunca tal había tratado ni pensado, y con descuido y sencillez iba, como solía, a ver a su hermano Huascar Ynga a su casa, y en llegando a ella, la guarda principal, que estaba a la puerta, le embistió y súbitamente lo mató porque había orden expresa de Huascar Ynga, que donde quiera que lo viesen lo matasen y muerto quedó, asegurado Huascar Ynga del recelo que había concebido de su hermano y el traidor de Chusqui Huaman, que abía urdido la traición muy en gracia suya, como los demás lisonjeros del mundo. Pero la venganza desta traición antes de muchos años la hicieron los chachapoyas, como veremos adelante. Al cabo de algunos días llegó nueva cómo ya estaban cerca todos los capitanes con el cuerpo de su padre y despojos y las demás riquezas que traían para el triunfo. Sabido por Huascar que habían llegado a Punchau Puquio, que es junto a Cura Huaci, envió a mandar que el cuerpo de su padre no pasase de allí, sino que Colla Topa y Latunqui y Cua Cusi Hualpa se viniesen al Cuzco delante, no todos juntos, sino uno a uno, porque quería informarse en particular de cada uno, de la muerte de su padre y cómo había muerto y las cosas que en su testamento había dejado ordenadas, y la traza que había dado para que el triunfo se hiciese en el Cuzco y otras cosas de la jornada y ejército. Los capitanes dichos obedecieron el mandamiento de su señor, no recelándose de cosa que contra ellos hubiese, como estaban salvos de traición y levantamiento. Y viniendo hacia el Cuzco, sabido por Huascar Ynga, despachó gente para que dondequiera que los fuesen topando los matasen, antes que llegasen a su presencia, y primero les diesen tormento diciendo que por qué habían dejado sin su orden en Tomebamba a Atao Hualpa su hermano. Partido el capitán desta gente con este cruel mandato, topó en la cuesta de Vilcacunca, a la bajada de Lima Tambo, a Colla Topa, descuidado y libre de su desdicha, y prendiéndole le dieron crudos tormentos, y finalmente le mataron, y pasando adelante con suma diligencia prendieron a Hilatunqui e hicieron lo mismo que habían hecho con Colla Topa dél y luego a Cuacusi Hualpa, sin que los unos tuviesen aviso de lo que sucedía a los otros en el camino, y hecho esto se volvió al Cuzco. Sabidas estas tristes nuevas en el ejército y gente que atrás venía con los demás capitanes y principales, recibieron grandísimo escándalo y confusión, no pudiendo atinar la ocasión, porque tantas crueldades se hubiesen hecho por orden del Ynga en gente tan principal y que con tantas veras habían servido a su padre Huayna Capac en las guerras y conquistas que había hecho y que nunca habían intentado cosas en deservicio de Huascar Ynga. Estuvieron en términos de rebelarse y volverse a Quito, no sabiendo si lo que había hecho de tan principales capitanes quería hacer del restante de su ejército, si algunos de los capitanes aficionados a Huascar Ynga no los apaciguaran, quitándoles con buenas palabras el recelo y miedo que habían concebido en sus pechos de las muertes dichas. Pero, con todo esto, mucho número de gente de diversas provincias aquella noche, estando todo el real quieto y sosegado, se huyeron dando la vuelta hacia Quito, adonde dieron las nuevas de lo sucedido a Atao Hualpa, que allí había quedado, donde los dejaremos por tratar de cómo entró el cuerpo de Huayna Capac en el Cuzco y de su triunfo famoso.