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Capítulo XIV Las últimas profecías Estas palabras compuestas aquí son para ser dichas al oído de los que no tienen padre y de los que no tienen madre. Estas palabras deben ser escondidas, como se esconde la Joya de la Piedra Preciosa. Son las que dicen que vendrán a traer el cristianismo, a Tancáh de Mayapán y a Chichén Itzá, y será arrollado Suhuyuá, y será arrollado el Itzá. Despertará la tierra por el Oriente, por el Norte, por el Poniente y por el Sur. Venido de la boca de Dios es, y lo manifiestan cinco sacerdotes. Sacerdotes Adoradores, llegados a la presencia de Dios. Ellos profetizaron la carga de la amargura para cuando venga a entrar el cristianismo. He aquí sus nombres escritos: Chilam-Balam, Gran Sacerdote. Napuc-tun, Gran Sacerdote. Nahau-Pech, Gran Sacerdote. Ah Kuil-Chel, Gran Sacerdote. Natzin-yabun-chan, Gran Sacerdote. Estos Hombres de Dios, doblando su espalda sobre la tierra virgen, manifestaron la carga de las penas, en presencia de Dios Nuestro Padre, para cuando venga a entrar el cristianismo. Vómitos de sangre, pestes, sequías, años de langosta, viruelas, la carga de la miseria, el pleito del diablo. En el cielo habrá círculos blancos y arderá la tierra, dentro del Tres Ahau Katún y el Uno Ahau Katún y los tres katunes malos. Así fue escrito por el Profeta y Evangelista Balam, lo que vino de la boca del Señor del cielo y de la tierra. Y lo pusieron los sacerdotes en escritura sagrada, en el tiempo de los Grandes Soles, en Lahun Chablé. Dentro del cristianismo llegarán Saúl y don Antonio Martínez, para que los hijos de sus hijos reciban justicia. Y entonces despertará la tierra. Así está escrito, por mandato del Gran Sacerdote y Profeta Chilam Balam, por el que habla. -Amén. -Jesús.
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CAPITULO XIV Que trata de la pujanza del imperio mexicano y de cómo los mexicanos tenuchcas conquistaron Quatimalla y Nicarahua En este tiempo estaba tan pujante el imperio de los mexicanos y señorío de Moctheuzoma, que no había otra cosa en este Nuevo Mundo, que ya su Imperio y monarquía llegaba más de trescientas leguas adelante de Quatimalla y de Nicarahua, donde el día de hoy la lengua mexicana se trata corruptamente en estas provincias. Yendo grandes ejércitos mexicanos poblando y conquistando tierras y provincias riquísimas de oro y plumas verdes de mucha estima, y cacao y bálsamo, liquidámbar y otras resinas olorosas, licores y atramentos que los naturales tenían en mucho aprecio, algunas provincias se les resistían con gran resistencia de armas y no les dejaban entrar, como fue la propia provincia de Nicarahua y otras comarcanas, y es que, como sintieron que iban grandes ejércitos a conquistallos, les salieron al encuentro a estorballes el pasaje y decilles que se fuesen y no volviesen a sus tierras. Salieron de tal manera que maltraron a los mexicanos en un encuentro; les mataron muchas gentes y los pusieron en grande aprieto, que tuvieron necesidad de rehacerse y volver sobre sí, que como las partes por donde habían pasado todos los pueblos y provincias se les sujetaban, entendieron que fuera lo mismo de todas las demás provincias, y salióles muy al revés. Vista tan grande resistencia de aquellas gentes, procuraron con ardid y maña valerse, porque su valor no viniera a menos y se perdiera el crédito y fama que en tantos años habían ganado. Procuraron de hacer partido con los moradores de aquella tierra, fingiendo que ellos querían pasar adelante y no parar allí, pues no los querían tener por amigos ni por vecinos, y que, como ellos habían perdido mucha gente en el camino y reencuentros que habían tenido, que les diesen cinco o seis mil tamemes para que les pasasen sus equipajes y hato a los pueblos de adelante, y con esto se saldrían de sus tierras, porque si no, cada día tendrían escaramuzas y muertos. Condescendiendo los nicaraguas con esta demanda, tuvo efecto su ardid y astuta imaginación, pues que dieron a los mexicanos los tamemes que pedían por echalles cabe de sí, y saliendo la mayor parte de esta gente de su patria, las gentes y ejércitos mexicanos quedaban atrás a retaguardia sin resistencia alguna se entraron en esta provincia y alzaron con ella, bien descuidados los nicaraguas de tan inaudita traición. Apoderados ya de esta provincia, cuando los miserables tamemes volvieron a sus casas las hallaron tomadas y ocupadas de gentes extrañas, y sobreviviendo los mexicanos que adelante habían marchado, tomaron muy a su salvo esta gran provincia y sus sujetos, y fueron señores de ella como de las demás. Y ansí reconocieron desde entonces las gentes de Nicaragua y Verapaz a los mexicanos por señores y les enviaban de tributo oro y plumería verde y otras cosas que la tierra producía, pedrería, esmeraldas, turquesas y cosas de mucha estima y valor. Por esta orden y maña y astucias, fue Moctheuzoma muy gran señor de la mayor parte de este Nuevo Mundo, aunque en él algunas partes se le rebelaban y alzaban algunas provincias, las cuales tornaba a pacificar con sus gentes, castigando a los alzados, a unos por amor, y a otros con promesas, dádivas y franquezas, según era necesario. Finalmente, aunque bárbaros, se conservaban a su modo en pujanza y poder, con disciplina militar, la cual sustentó y sustenta la Monarquía Universal del Mundo.
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CAPITULO XIV Funciones de la Expedición de tierra, salida de Loreto del V. Padre, y su llegada a la Gentilidad, donde dio principio a la Misión primera Con la misma eficacia que el Illmô. Señor Visitador general deseaba dar cumplimiento a la Real Orden de S. M. para poblar el Puerto de Monterrey, empleó cuantos medios consideró oportunos para la consecución de tan noble intento. Ya dije como a más de la Expedición marítima que mandaba S. M. se hiciese, añadió el mismo Señor Illmô. (y a la presente Exmô.) D. José de Gálvez, otra Expedición por tierra, en atención a que según estaba informado, no podía estar muy lejos el Puerto de San Diego de la Frontera de la California descubierta; y sin olvidarse de la de mar, ni de la Visita de la Península, dio sus disposiciones para la citada Expedición, a efecto de que juntándose ambas en dicho Puerto, y quedando éste poblado, se pasase a hacer lo mismo con el de Monterrey. Luego que S. S. Illmâ. determinó hacer la segunda Expedición, no menos ardua que peligrosa, con respecto a la de mar, por la mucha Gentilidad de diversas y belicosas Naciones, como era natural se encontrase en el camino, dispuso a imitación del Patriarca Jacob, el dividirla en dos trozos, para que si se desgraciase el uno, se salvase el otro. Nombró por principal Comandante a D. Gaspar de Portlá Capitán de Dragones, y Gobernador de la California, y de su segundo a D. Fernando Rivera y Moncada, Capitán de la Compañía de Cuera del Presidio de Loreto, para ir mandando el primer trozo, y de Explorador de aquella tierra hasta entonces no conocida de los Españoles, y al Señor Gobernador para ir en la segunda parte de la Expedición. Hecho este nombramiento, le dio las instrucciones correspondientes, y al Señor Capitán la orden para que de toda la Compañía de Cuera escogiese el número de Soldados que juzgase conveniente y a propósito, y en caso necesario reclutase otros, y el número de Arrieros para las cargas y equipaje de la Expedición, como también que fuese caminando para la Frontera, y entrando en todas las Misiones, donde debía pedir todas las bestias mulares y caballares que no hiciesen allí falta; como asimismo cuantas cargas se pudiesen de carne hecha cecina, granos, harina, pinole y bizcocho, dejando en cada Misión recibo de cuanto sacase, para satisfacerlo todo; y que con toda la provisión subiese para la Frontera de Santa María de los Ángeles, llevando también doscientas reses; y que de todo le diese noticia, como asimismo del tiempo en que podría salir el primer trozo de la Expedición. Con todas estas órdenes (que cumplió puntualmente) salió el Señor Capitán del Real de Santa Ana, por el mes de Septiembre de 1768; y habiendo llegado al sitio de nuestra Señora de los Ángeles, que es la Frontera de la Gentilidad (donde encontró parte de la carga que habían subido ya por Lanchas hasta la Bahía de San Luis) registró el terreno, y no hallándolo capaz para que en él se mantuviesen ni aún las bestias, por la absoluta falta de pastos, reconoció las cercanías, internándose hacia la Gentilidad, y quiso Dios que a las diez y ocho leguas de haber caminado para San Diego, halló un paraje acomodado a su intento; y haciendo conducir allí toda la carga, ganados y bestias, dio parte al Señor Visitador general (que se hallaba entonces en el Sur de la California trabajando en el despacho de la Expedición marítima) avisándole que en todo Marzo esperaba estar dispuesto para poder continuar su viaje. Con esta noticia el V. P. Fr. Junípero, que tenía nombrado para ir con dicha Expedición al P. Predicador Fr. Juan Crespí, Misionero de la Misión de la Purísima Concepción, le escribió se pusiese en camino para no hacer falta. Salió el citado Padre de aquella Misión a 26 de Febrero de 1769, y llegó a la Frontera, en donde estaba formado el Real (en el paraje que aquellos Gentiles nombraban Vellicatá) el Miércoles Santo día 22 de Marzo, encontrando ya allí al Señor Capitán, y a toda la gente pronta para la salida, y ya confesada por el Misionero de San Borja, que con este fin había subido, para que el siguiente día jueves Santo cumpliesen todos (como lo hicieron) con el precepto de nuestra Madre la Iglesia, y el Viernes Santo, 24 de Marzo, saliese la Expedición. Ésta se componía de los siguientes sujetos: el Señor Capitán Comandante, el Padre Fr. Juan Crespí, un Pilotín (que iba para observar y formar el Diario) veinte y cinco Soldados de Cuera, tres Arrieros, y una cuadrilla de indios Neófitos Californios para Gastadores, ayudantes de Arrieros y demás quehaceres que se ofreciesen, armados todos de arco y flechas: y habiendo gastado en el camino cincuenta y dos días sin novedad alguna, llegaron el 14 de Mayo al Puerto de San Diego, donde hallaron fondeados dos dos Barcos, como diré adelante. Para la segunda parte de la Expedición quedaron en el dicho paraje de Vellicatá las bestias mulares y caballares, toda la carga perteneciente a ella, el ganado Vacuno, parte de la Tropa y Arrieros que habían de marchar, y la restante había de acompañar al Señor Gobernador y V. Padre Presidente, quien suplicó a este Señor se adelantase, supuesto que tenía que recoger otras cargas en el camino; que le dejase dos Soldados, y un mozo, que él saldría después, y lo alcanzaría antes de llegar a la Frontera. Convenido en esto el citado Señor Gobernador, salió de Loreto con la Tropa el día 9 de Marzo, y habiendo llegado a mi Misión, me comunicó (aunque de paso) lo malo que estaba del pie y pierna el V. Padre Junípero, pues en el viaje que había hecho hacia el Sur se había empeorado mucho, como asimismo que creía se le había acancerado el pie, y dudaba que con este accidente pudiese hacer tan penoso y dilatado viaje. "Y no obstante de haberle hecho presente, el atraso que podía seguirse a la Expedición si en el camino se imposibilitaba, no he podido conseguir el que se quede, y que V. P. vaya. Su respuesta ha sido siempre que le he hablado del asunto: que espera en Dios le dará fuerzas para seguir hasta San Diego y Monterrey; que vaya yo por delante, que me alcanzará a la raya de la Gentilidad: Yo lo miro casi imposible; y así se lo escribo al Señor Visitador". Díjome que verificase yo lo mismo (como lo hice) y se fue caminando con la Tropa, hasta acercarse a los Gentiles; y en la Misión de San Ignacio se le agregó el Padre Fr. Miguel de la Campa, Ministro que era de ella, y estaba nombrado para subir a la Conquista. El día 28 de Marzo, tercera fiesta de la Pascua de Resurrección, salió nuestro V. Padre de su Misión y Presidio de Loreto, después de haber celebrado con la devoción que acostumbraba la Semana Santa, y de dejar confesados todos los vecinos de la Misión y Presidio, y comulgados en cumplimiento del precepto de nuestra Santa Madre Iglesia, pues por estas atenciones no pudo ir con el Señor Gobernador; pero habiéndolas concluido en el último día de la Pascua, cantó la Misa, predicó al Pueblo, despidiéndose de todos hasta la eternidad, y partió de Loreto (como llevo dicho) sin más compañía que la de dos Soldados y un Mozo. Así llegó a mi Misión; pero viéndole la llaga e hinchazón del pie y pierna, no pude contener las lágrimas al considerar lo mucho que tenía que padecer en los ásperos y penosísimos caminos que eran conocidos hasta la Frontera, y los que se ignoraban, y descubrirían después, sin más Médico ni Cirujano que el divino, y sin mas resguardo el accidentado pie que la sandalia, sin usar jamás en cuantos caminos anduvo en la N. E. como en ambas Californias, zapatos, medias ni botas; disimulando y excusándose con decir, que le iba mejor con tener el pie y piernas desnudas. Detúvose conmigo en la Misión el V. Padre tres días, y así por gozar de su amable compañía por el amor recíproco que nos profesábamos desde el año de 1740, en que me asignó la obediencia por uno de sus Discípulos de Filosofía, como también para tratar los puntos pertenecientes a la presidencia, por estar yo nombrado en la Patente de nuestro Colegio de Presidente por muerte o ausencia del V. Fr. Junípero; antes de hablar acerca de estos asuntos, le hice presente el estado en que se hallaba del pie y pierna, y que naturalmente era imposible pudiese hacer tan dilatado viaje; pudiéndose originar de esto que se desgraciase la Expedición, o por lo menos que se demorara; y que no ignoraba yo, me adelantaba en los deseos, de ir a la Conquista; pero no en las fuerzas y salud que lograba; y que en atención a esto tuviese a bien el quedarse, y que yo fuese. Pero habiendo oido mi proposición, me respondió luego en estos términos: "No hablemos de eso: yo tengo puesta toda mi confianza en Dios, de cuya bondad espero me conceda llegar, no sólo a San Diego, para fijar y clavar en aquel Puerto el Estandarte de la Santa Cruz; sino también al de Monterrey." Me resigné, viendo que el fervoroso Prelado me excedía, y no poco, en la fe y confianza en Dios, por cuyo amor sacrificaba su vida en las aras de sus apostólicos afanes. Pasamos después a tratar de los demás asuntos, y concluidos salió de la Misión a continuar su viaje, aumentándoseme el dolor de la despedida, al ver que para subir y bajar de la mula en que iba, era necesario que dos hombres, levantándolo en peso, lo acomodasen en la silla. Y fue su última despedida el decirme: "A Dios hasta Monterrey, donde espero nos juntaremos, para trabajar en aquella Viña del Señor." "Mucho me alegré de esto; pero mi despedida fue hasta la eternidad;" y habiendo sido reprehendido amorosamente de mi poca fe, me dijo, que le había penetrado el corazón. Fue subiendo de una Misión a otra, visitando a los Padres, consolándolos a todos, y pidiéndoles lo encomendasen a Dios. Hallábase este su Siervo distante de mi Misión cincuenta leguas, en la de Nrâ. Srâ. de Guadalupe, cuando recibí la respuesta del Señor Visitador general a la Carta que le había escrito, dándole noticia del estado del V. Padre, quien no había modo de quedarse, y que me parecía no podría seguir la Expedición; a la que me respondió (como que ya le había tratado en el Real de Santa Ana, y en el Puerto de la Paz, y conocido su grande espíritu) con esta expresión "Me alegro mucho vaya caminando con la Expedición el R. P. Junípero, y alabo su fe y gran confianza que tiene en que ha de mejorar, y que le ha de conceder Dios, el llegar a S. Diego: Esta misma confianza tengo yo" Y ciertamente, como después veremos, no le salió falsa. Con esta respuesta perdí yo la esperanza de ir con la Expedición; pero conformándome con la voluntad de Dios, proseguí pidiendo a su Majestad por la salud de mi venerado Padre, feliz éxito de las Expediciones. Con mucho trabajo, no menor fatiga, y ningún alivio del penoso accidente, pudo alcanzar en el paraje de nuestra Señora de los Ángeles (Frontera de la Gentilidad) al Señor Gobernador y Padre Predicador Fr. Miguel de la Campa; y habiendo descansado allí tres días, siguieron juntos con la Tropa entre la Gentilidad, hasta llegar al paraje de Vellicatá, donde estaba parado el Real con todas las cargas, y entraron en el día 13 de Mayo.
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CAPITULO XIV Noticias de los tres obispados, La Paz, Santa Cruz de la Sierra y el Tucumán, y de los corregimientos que en ellos se comprehenden 359 Fue antiguamente conocida la provincia en donde está fundada la presente ciudad de la Paz con el nombre de Chuquiyapu, que segun la mas comun opinion significa en el idioma de aquel país chacra ó heredad de oro, y por corruptela se llama yá Chuquiabo. Garcilaso pretende que chuquiapu equivalga en castellano á lanza capitana ó principal, bien que esto es tomandolo de la lengua general de los ingas y con la diferencia que hay en la penultima sylaba, no siendo cosa estraña que una palabra muy semejante en el sonido signifique en cada idioma cosas distintas. La primer conquista de esta provincia fue hecha por el quarto Inca-Mayte Capac; y despues que los españoles entraron allí y se pacificó la tierra, se hizo la fundacion de la ciudad de orden del licenciado Pedro de la Gasca con el fin de que, en la dilatada distancia de 170 leguas que media entre Arequipa y la Plata, huviesse poblacion de españoles para la seguridad del comercio y comodidad de los que se empleaban en su tráfico. El presidente Gasca encargó la fundación á Alonso de Mendoza ordenandole que la pusiesse en la medianía del camino, de modo que se promediasse la distancia que hay de 160 leguas que hay de Cuzco á Charcas, y que se llamasse Nuestra Señora de la Paz por haverse hecho esta fundacion despues de pacificado el reyno con la prision y muerte de Gonzalo Pizarro y sus sequaces; y se dió principio á ella el 20 de octubre de 1548 estableciendola y situandola en lo abrigado de un valle en el país que llaman de los pacasas, el qual se hallaba muy poblado de indios por ser fértil y abundante de ganados. 360 Hace curso por el valle de la Paz un mediano rio, que aumenta considerablemente su caudal cuando toma aguas de la sierra, la qual y su cordillera solo dista de la ciudad como 12 leguas, contribuyendo con su vecindad á que el temple de aquel país sea en la mayor parte frio y á que se experimenten en él heladas fuertes, nieves y granizos, de lo que está exempta la ciudad en gran parte por la comunidad del sitio que ocupa. A este respeto, hay quatro cañadas tan hondas y abrigadas que tienen temples cálidos, y se producen en ellas los frutos que le son propios, como la caña de azucar, coca, maiz y otros. En la parte que tiene de montaña, se crian muchos arboles le maderas buenas, y entre los bosques que estos forman se encuentran ossos, tigres, leopardos, venados, y en los páramos, guanacos, vicuñas y llamas; en estos pastean, assimismo, muchos ganados de los que se han llevado de Europa, como se irá viendo por las noticias particulares de este corregimiento. 361 La capacidad de la ciudad es mediana, y, siendo su planta en las quebradas que se forman de la cordillera, en su terreno desigual, y está toda rodeada de cerros sin permitir á la vista mas desahogo que el del corto espacio que sirve de madre al rio; cuando toma agua este con las lluvias ó con los yelos que se derriten en la sierra, suele arrastrar peñascos formidables y, entre ellos, algunas pepitas de oro, las quales se encuentran despues que cessa la avenida, siendo por ellas consiguiente la riqueza que encierran aquellos vecinos montes. En el año de 1730, con la casualidad de haver ido un indio á lavarse los pies, encontró una tan particular y grande que el marqués de Castel-Fuerte la compró en doce mil pesos y la remitió á España como alhaja digna á la verdad de el soberano. 362 Es governada esta ciudad por un corregidor, y hay en ella regidores y alcaldes ordinarios, como en las otras. Además de la iglesia mayor y parroquia del sagrario, servida por dos curas, tiene otras tres, que son Santa Barbara, San Sebastian y San Pedro; comunidades de religiosos, San Francisco, Santo Domingo, la Merced, San Agustin, un colegio de padres de la Compañia y un convento y hospital de San Juan de Dios; monasterios de monjas, uno de la Concepcion y otro de Santa Teresa. Hay, assimismo, un colegio seminario con la advocacion de san Geronymo y destino para la educacion y enseñanza de los que se emplean en el servicio de la iglesia, no menos que para todos los seglares que quieren ir á estudiar en él. 363 La iglesia de la Paz se erigió en cathedral el año de 1608, separandose de la de Chuquisaca, á cuya diocesis pertenecía. Su cabildo, además del obispo, se compone de dean, arcediano, chantre, dos canonigos de oposicion, dos de presentacion y dos racioneros; y porque en todo lo demás sucede lo que en las otras ciudades de que se ha tratado, passaré sin mas detencion á dar las noticias pertenecientes á los corregimientos que están dentro de su diocesis. 364 Los corregimientos que comprehende el obispado de la Paz son seis, incluso el de aquella ciudad, y sus nombres, como se siguen, La Paz, Omasuyos, Pacajes, Larecaxa, Chucuito y Paucarcolla. 365 El corregimiento de la Paz, en quanto á jurisdiccion, se estiende poco y por partes no tiene mas poblaciones que la de la ciudad; á la parte del oriente, como á 14 leguas de distancia y en la misma cordillera, hay un elevado cerro que llaman de Illimani, el qual es de gran riqueza, como lo dió á entender havrá cosa de 50 años un criston ó peñasco que arrancó de él el golpe de un rayo, y, haviendo caido sobre las vecinas montañas, que todas son baxas respeto de su altura, fue tanto el oro que se sacó de él que valia en la Paz la onza de este metal ocho pesos, y assi se mantuvo mientras huvo de que beneficiar en el pedazo derrumbado. No se trabaja en este cerro mina alguna porque todo él está continuamente vestido de yelo, á imitacion de aquellos elevados de la provincia de Quito, que se descrivieron en la parte primera, y assi las tentativas para ello no han sido de algun provecho. 366 Casi á las goteras de la Paz por la parte del noroeste, empieza la jurisdiccion del corregimiento de Omasuyos, que se estiende cosa de 20 leguas, haciendole terminos por el occidente la célebre laguna de Titi caca ó Chucuito, de que se tratará después. El temple que gozan estas tierras declina mas á frio que templado, y por esto no se cogen granos en él pero es abundante de ganados. Los indios que habitan en los pueblos inmediatos á la laguna se emplean en la pesca de peces que en ella se crian y, llevandolos á vender á las otras provincias, hacen con esto parte de su comercio. 367 Como al sudoeste de la Paz, se sigue el corregimiento de Pacajes. Por la mayor parte, es de temperamento frio; y no produciendo sus tierras granos ni otros frutos de consideracion, hacen su suerte los ganados de que abunda. Es rica esta provincia de minerales de plata aunque solo se trabaja una pequeña parte de los que encierra, siendo aún mas los que no se han descubierto, y, por noticias ciertas y justificadas, se sabe que en el tiempo de los ingas se hacian labores para la extraccion de este metal. Hay minerales de talco, que allí llaman jaspes blancos de verenguela; es muy blanco y transparente y se comercia llevandolo por todo el Perú, donde lo emplean para hacer vidrios de ventanas, tanto en las iglesias como en las casas, á manera de la piedra que llaman tecali en Nueva España que sirve á los mismos fines; á esta correspondencia, son pródigos aquellos montes en otras especies de minerales de piedras, entre las quales hay marmoles de diversos colores y un mineral conocido de esmeraldas, bien que sin provecho por que no se trabaja en él. En esta provincia se halla el afamado mineral de plata llamado de verenguela, con los cerros de Santa Juana, Tampaya y otros, los quales son bien conocidos por la mucha riqueza que de ellos ha salido. 368 Contiguo á las tierras del corregimiento de la Paz y por la parte del norte de esta ciudad, se sigue el corregimiento de Larecaxa, que se estiende de oriente á occidente 118 leguas y de norte á sur cosa de 30. Goza de todos temples, y se cogen en sus tierras los mismos frutos que en la provincia de Carabaya, con quien confina por la parte del norte. Todo el país de esta provincia es muy rico en minas de oro, el qual tiene tan sobresaliente calidad que es su ley de 23 quilates y tres granos. Hallase en ella el famoso monte de Sunchuli, en que havrá cosa de 50 años se descubrió una abundante mina de oro que dió á aquellos reynos gran suma de este metal, todo de la ley que queda expressada; y aunque haviendo dado despues en agua, se intentó poner corriente por medio de un socabón, y en él se llegaron á consumir crecidas sumas; no se logró el fin por haverse errado la obra. 369 Al occidente de la Paz y como á 20 leguas distante de ella, está el corregimiento de Chucuito, que, por caer sus tierras en parte á las orillas de la laguna de Titi caca, le comunica su nombre llamandose tambien de Chucuito. La extension del corregimiento de norte á sur es de 26 á 28 leguas y de oriente á occidente mas de 40. Su temperamento, por lo general, es frio y muy penoso para la vida porque la mitad del año es de yelos y la otra mitad, de nieve y granizo; y assi, nada proporcionado por la producion de frutos, á excepcion de las papas y quinoa, que son los unicos que se producen y prevalecen. Es abundante de ganados mayores y menores no menos que de los que son connaturales del país; estos sirven en parte para hacer su comercio pues, convertidos en cecina, los llevan á la costa, volviendo, en cambio de ellos, aguardientes y vinos y llevando á Cochabamba la misma cecina, papas y otros frutos de temple frio; retornan, en cambio, harinas. Todos los cerros de esta provincia están beteados de minas de plata, que en los tiempos passados produxeron mucho, mas yá al presente se experimenta en ellas una total decadencia. 370 Ocupan las tierras de la provincia de Chucuito las orillas occidentales de la laguna de Titi caca, de la qual no sería razon dexar de hacer alguna mencion segun lo pide su gran fama. Hallase, pues, esta laguna en aquellas provincias que están comprehendidas baxo del nombre del Collao, siendo la mayor de todas entre las muchas que se conocen en aquella America, pues tiene de circuito 80 leguas, formando una figura algo ovalada que corre de noroeste al sueste con corta diferencia. Su profundidad es, por partes, de 70 á 80 brazas, y le entran continuamente las aguas de 10 ó 12 rios grandes sin las de otras menores que finalizan su curso en ella. El agua no es ni muy amarga ni salobre, pero tan gruessa y de mal gusto que no se puede beber; y se crian en ella pescados de dos especies, á los grandes y de buen gusto dan los indios el nombre de suchis, y á los otros, que son pequeños, de mal sabor y muy espinosos, dieron los primeros españoles el de bogas; hay en ella tambien mucha abundancia de patos de varias especies y otros pajaros. Y sus orillas están muy pobladas de totoras ó eneas y de junciales, cuyos materiales sirven para hacer el puente de que despues se tratará. 371 La orilla ó territorios orientales de esta laguna tienen el nombre de Omasuyo, y la occidental, el de Chucuito. En su ámbito hay muchas islas, y entre estas se distingue una por su mayor capacidad, la qual formaba en lo antiguo un cerro que, despues de allanado por disposicion de los ingas, comunicó á la laguna su propio nombre de Titi caca, que en lengua de allí quiere decir cerro de plomo. En esta isla tuvo principio la fabula inventada por el primer Inca Manco Capac, fundador de aquel imperio, de que el Sol, su padre, los havia puesto á él y á su hermano y muger, Mama Oello Huaco, en aquel lugar ordenandoles que diessen leyes razonables y sacassen de la barbara rusticidad en que vivian á todos aquellos pueblos, mejorandolos en costumbres y religion; por esto, todos los indios tuvieron siempre esta isla por sagrada, y los ingas, haviendo hecho allí templo consagrado al Sol, dispusieron que se allanasse para que el sitio quedasse mas hermoso y recreable. 372 Este templo fue de los mas suntuosos que havia en todo el imperio; sus paredes estaban enteramente vestidas con planchas de oro y de plata; y, además de esta riqueza, era muy grande la que estaba amontonada fuera de él porque todas las provincias sujetas al imperio le hacian una visita al año, llevando por modo de ofrenda porciones de oro, de plata y piedras preciosas. Todas estas riquezas es sentir comun que los indios, al ver á los españoles en sus tierras y que se aprovechaban de quantas encontraban, las echaron á la laguna, como tambien lo executaron con mucha parte de las que havia en el Cuzco y entre estas con la tan celebrada cadena de oro que el Inca Huayna Capac havia mandado labrar para la festividad de poner nombre á su hijo primogenito, las quales dicen haverlas arrojado á otra laguna que está cosa de seis leguas al sur del Cuzco, en el valle de Orcos, y, aunque algunos españoles hicieron diligencias entonces para sacarlas, fueron sin fruto por su mucha profundidad pues, siendo su circuito solo como de media legua, tiene de 23 á 24 brazas de agua por muchas partes, á que se agrega la mala disposicion del fondo, que es de cieno ó lama suelta, lo que volvió mas ardua la empressa. 373 Estrechanse las orillas de esta laguna alguna cosa y vienen á hacer como una ensenada de la parte del sur de toda ella; por el fin de este, corre un rio que llaman el Desaguadero, el qual forma despues la laguna de Paria, y de esta no sale rio alguno visible pero por los remolinos que se dexan percibir en ella se convence que tienen salida las aguas por conductos subterraneos; en este caño ó desaguadero que sale de la laguna de Titi caca, permanece el puente de juncias y eneas que el quinto Inca Capac Yupanqui inventó para passar con su exercito á la otra parte y hacer la conquista de las provincias de Collasuyo; tendrá de ancho el desaguadero como 80 ó 100 varas, y aunque en lo superficial demuestran mansedumbre las aguas, por abaxo es grande la fuerza de la corriente que llevan. El Inga, pues, mandó de hacer de aquella paja que abunda en las lomas y colinas de los páramos de todo el reyno, á quien los indios llaman ichu, quatro maromas muy gruessas que son el fundamento de todo el puente; tendidas las dos de estas sobre el agua, pusieron entre ellas muchos haces de juncias y totora seca, bien atados unos con otros y á las mismas maromas; sobre esto, tendieron las otras dos y encima volvieron á atar otros haces del mismo material, pero mas chicos y bien ordenados, por los quales hizo transito todo el exercito. Este puente, que tendrá de ancho como cinco varas y está elevado del agua como una y media, se conserva todavia con el cuidado de repararlo ó de hacerlo nuevo cada seis meses; para lo qual, tienen obligacion de concurrir aquellas provincias comarcanas por ley que el mismo Inga dexó entablada desde entonces y fue despues confirmada por los reyes de España. Por este medio, mantienen su tráfico continuo todas aquellas provincias, entre quienes pone division el desaguadero. 374 El ultimo corregimiento de este obispado es el de Paucarcolla, cuya capital es la villa de Puno. Su jurisdiccion confina por la parte del sur con la de Chucuito, siendo sus terminos los mismos que los de aquel y no diferente el temperamento; assi, carece de frutos y semillas, siendo necessario proveerse de ellos de las provincias inmediatas, pero es abundante en ganados domesticos y no menos en los del país, con cuyas lanas texen costales los indios de sus poblaciones y hacen parte de su comercio. Los cerros del territorio de este provincia son abundantes de minas de plata, y en ellos se halla la nombrada mina de Laycacota, que perteneció á Joseph Salcedo, en que muchas veces la plata se cortaba á sincel; su mucha riqueza la ocasionó la muerte á el dueño con anticipacion, y, dando en agua, fue preciso abandonarla despues de muchas diligencias que sin fruto se hicieron para quitarsela. Las demás tampoco se trabajan, como sucede con la mayor parte de las que se conocen en toda la jurisdiccion de aquella Audiencia, y con particularidad del arzobispo de Charcas y este obispado de la Paz. 375 La provincia de Santa Cruz de la Sierra es govierno y capitanía general; y aunque dilatada su jurisdiccion, se halla poco poblada de españoles, siendo la mayor parte de los pocos pueblos de su pertenencia missiones de las comprehendidas baxo el nombre del Paraguay. Hizose la ereccion de silla episcopal en la ciudad capital que tiene el mismo nombre el año de 1605, y su cabildo se compone de obispo, dean y arcediano, sin mas prebendas ni dignidades; que dista 80 leguas de la de Santa Cruz de la Sierra. 376 La jurisdiccion de Misque Pocona es de mas de 30 leguas, y, aunque la ciudad está casi despoblada, hay poblaciones en lo demás de ella. El temperamento de aquel territorio es caliente pero no tanto que dexe de ser proporcionado para viñas; en el valle, donde la ciudad tiene su assiento, que coge mas de 8 leguas de circuito, se producen todas especies de fruto, y en las selvas y parages de montaña se coge mucha miel y cera, cuyos renglones componen parte de su comercio. 377 Las missiones que los padres de la Compañia tienen en paises pertenecientes á este obispado son las que llaman de los indios chiquitos, nombre que los españoles les impusieron por haver reparado que las puertas de sus casas ó chozas las hacian muy pequeñas. Las tierras que estos ocupan son las que median entre Santa Cruz de la Sierra y el lago Xarayes, de donde sale el rio del Paraguay, que, uniendosele despues otros, forman el célebre de la Plata. Los padres de la Compañia entraron á predicar á esta nacion á fines del siglo passado con tan buen sucesso que el año de 1732 tenian formados 7 pueblos de mas de seiscientas familias cada uno; en aquel año pensaban fundar otros mas con los muchos indios que continuamente se convertian. Son estos indios chiquitos bien dispuestos y valerosos, haviendolo acreditado en varias ocasiones que se les ha ofrecido defenderse de las correrias que los portugueses, sus vecinos, hacian en sus tierras para apresarlos y llevarlos por esclavos á sus paises, no solo libertandose de la esclavitud por medio de su valor sino obligandolos á abandonar la empressa y retirarse; las armas que usan son flechas envenenadas y otras de fuego y corte; su lengua, distinta de la de las otras naciones del Paraguay; pero en cuanto á las costumbres, tienen con corta diferencia las que son comunes entre todos los demás indios. 378 Con esta nacion de los chiquitos es confinante otra de indios infieles que nombran chiriguanos ó cheriguanaes, los quales permanecen sin querer admitir la religion catholica; no obstante, hacen entradas en sus tierras y las predican los padres de la Compañia, llevando consigo algunos indios chiquitos para la seguridad, en cuya forma suelen convertirse algunos y salir á hacer vida sociable con ellos, lo qual sucede regularmente quando se ven vencidos en las guerras que continuamente sostienen entre sí; entonces, para hacer las paces y que los chiquitos no los persigan, piden missioneros; pero quando les parece, los despiden con la disculpa de que no se acomodan á ver se haga castigo en los que se apartan de las reglas de la razon, que es bastante prueba de que su genio é inclinacion no apetece otra cosa que la licenciosa libertad de vida y costumbres á que están entregados sin alguna sujecion. 379 La situacion de Santa Cruz de la Sierra, ciudad principal de este govierno, es el oriente de la Plata y distante de esta cosa de 80 á 90 leguas. Su primitiva fundacion fue algo mas al oriente y sur que donde está ahora, cerca de la cordillera de los chiriguanos; hizola el capitan Ñuflo de Chaves el año de 1548 dandole este nombre por haverse criado en el pueblo que lo tiene en España y está á poca distancia de Truxillo; pero haviendose arruinado, la mudaron despues al parage que ahora ocupa. Su capacidad es reducida y mal dispuesta, faltandole la formalidad que debia corresponderle por el titulo de ciudad que goza. 380 El govierno de Tucmá, que los españoles dicen Tucumán, tiene principio por la parte del sur de la Plata passados los pueblos de chichas, que dan indios al Potosí, y ocupando el centro de aquella America; por el oriente confina con los del Paraguay y Buenos Ayres; por el occidente, con el reyno de Chile; y por el sur tiene las pampas de la tierra magallanica. Este país, aunque estuvo unido al imperio de los ingas, no fue conquistado por ellos porque antes que llegasse este caso, hallandose al Inca-Viracocha, octavo soberano de aquel imperio, en Charcas, le despacharon embaxadores los curacas de Tucmá pidiendole que los admitiesse baxo de su soberanía y los numerasse entre sus vassallos, embiandoles governadores para que mejorassen sus paises con el beneficio de las leyes y cultura que establecian en todos los demás dependientes del imperio. Entrados los españoles en el Perú y concluida la conquista de casi todo lo principal de aquel imperio, passó á hacer la de Tucumán el año de 1549, por comission que el presidente Pedro de la Gasca le confirió, el capitan Juan Nuñez de Prado, y no fue de tanta dificultad como otras de aquel reyno porque, siendo los indios sus habitadores dóciles, se convinieron con facilidad en dar la obediencia, y entonces se fundaron en aquel país quatro ciudades, siendo la primera de estas la de Santiago del Estero, assi llamada por hallarse en la inmediacion de un rio que, teniendo el mismo nombre, con sus desbordes en tiempo de avenidas fecundiza mucho las tierras; hallase distante de la Plata acia la parte del sur mas de 160 leguas; la segunda fue San Miguel del Tucumán, al occidente de la anterior de 25 á 30 leguas; la tercera, Nuestra Señora de Talavera, al noroeste de Santiago algo mas de 40 leguas; y la quarta, Cordova de la Nueva Andalucia, al sur de Santiago mas de 80 leguas. 381 Como el territorio de este govierno es tan espacioso que de norte á sur corre mas de 200 leguas y como 100 á pocas menos por algunas partes de oriente á occidente, pareció conveniente aumentar el numero de las poblaciones españolas, y se fundaron otras dos ciudades, que son la Rioja, al sudoeste de Santiago mas de 80 leguas, y Salta, á la parte del noroeste de la misma y algo mas de 60 leguas distante de ella, á las quales se agregó una villa, que es San Salvador ó Xuxui, al norte de Salta algo mas de 20 leguas. Todas estas poblaciones son cortas y mal dispuestas, guardando sus casas poco orden. Y aunque fue Santiago la primitiva, no reside en ella el governador sino en Salta, y el obispo con su cabildo, en Cordova, que es la mayor; en las otras, hay corregidores particulares que goviernan en los pueblos de indios pertenecientes á cada una, los quales no son en gran numero á causa de que mucha parte del país se compone de despoblados, que no pueden habitarse yá por ser de montaña espesa ó yá por faltar en ellos el agua, y los restantes, de indios bravos, que continuamente las insultan con sus acostumbradas correrias. 382 La iglesia del Tucumán, que como se ha dicho está en Cordova, fue erigida en episcopal el año de 1570, y su cabildo se compone de el obispo, dean, arcediano, chantre, maestre escuela y tesorero, siendo esta ultima dignidad de oposicion, sin tener otros prebendados. 383 Aquellas partes del país adonde puede alcanzar la humedad de los rios son fértiles, y en ellas se producen frutos y simientes con la abundancia necessaria para el comun consumo de los que lo habitan; en los montes, que tambien los hay espesos, se coge cera y miel silvestre, y en los parages calientes, caña de azucar y algodón. De esto se hacen lienzos, los quales con otras ropas de lana que tambien se texen componen parte de su comercio; pero el mayor consiste en ganado mular, el qual pastea en los valles y sitios fecundos de yerva y se lleva en piaras muy crecidas á todo el Perú, proveyendose de él la mayor parte de aquellos provincias por ser las mulas tucumanas de mejor arte y fortaleza que las que se crian en otras partes.
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Capítulo XIV De la Coya Cusi Chimpo, por otro nombre Mamamicay Dicen los indios que esta Coya Cusi Chimpo, mujer de Ynga Roca, fue cruel, mal acondicionada, amiga de que se hiciesen castigos, inclinada a borracheras y banquetes; dicen algunos que fue hermana de Capac Yupanqui y que le mató con ponzoña que le dio en un mate de oro. Otros que fue su hija, pero en fin, fue casada con Ynga Roca, de cuyo consejo resultó ser las borracheras públicas como ya dijimos en el capítulo precedente. Tenían mil indios de guardia ordinaria, que comían de los depósitos del Ynga; todos se descalzaban para entrar en Palacio y no la miraban a la cara, y cuando se despedían no le volvían las espaldas. El Palacio donde vivía era magnificentísimamente labrado y en él se encerraban más de mil mujeres de su servicio y algunos dicen más de tres mil. Las armas de esta gran señora fueron: La Mascay Pacha, que era la Corona Real de los Yngas, y un pájaro llamado Cori Quinqui y un tigre en un árbol grande atravesado, con la lengua fuera que ellos llaman Otorongo, y dos culebras grandes. En otra puerta princial de su Palacio había otras armas pintadas, que era un arco del cielo con un águila de dos cabezas encima, que entre ellos se llama Cuichi Cuntur, y un indio armado con un champi en la mano, que se deía Orquetuya Hualpa; tuvo hijos esta Coya, el principal fue Yahuar Huacac y otros que ya dijimos, y una hija llamada Ypahuaco y por otro nombre Mamachiquia. Su figura es esta que se ve (rubricado).
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Cómo el Almirante volvió al campo de Santa Fe y se presentó a los Reyes Católicos, pero no llegó a convenio alguno con ellos Partido el Almirante de la Rábida, que está cerca de Palos, juntamente con fray Juan Pérez, al campamento de Santa Fe, donde los Reyes Católicos entonces habían vuelto para el sitio de Granada, dicho religioso informó a la Reina y le hizo tantas instancias, que Su Majestad dispuso que se volviese otra vez a discutir el descubrimiento; mas porque el parecer del prior de Prado y de otros sus seguidores era contrario, y de otra parte, el Almirante demandaba el Almirantazgo, título de Virrey y otras cosas de grande estimación e importancia, pareció cosa recia concedérselas; como quiera que, aun saliendo verdadero lo que proponía, estimaban mucho lo que demandaba; y resultando lo contrario, les parecía ligereza el concederlo; de lo que se siguió que el negocio totalmente se convirtió en humo. No dejaré de decir que yo estimo grandemente el saber, el valor y la previsión del Almirante, porque siendo poco afortunado en esto, deseoso, como he dicho, de permanecer en estos reinos, y reducido en aquel tiempo a estado que de cualquier cosa debía contentarse, fue animosísimo en no querer aceptar, sino grandes títulos, pidiendo tales casos que, si hubiese previsto y sabido con la mayor certeza el fin venturoso de su empresa, no habría demandado capitular mejor, ni más gravemente de como lo hizo, de modo que, al fin, hubo que concederle cuanto pedía, esto es: que fuese Almirante en todo el mar Océano, con los títulos, prerrogativas y preeminencias que tenían los Almirante de Castilla en sus jurisdicciones; que en todas las islas y tierra firme fuese virrey y gobernador con la misma autoridad y jurisdicción que se les concedían a los almirantes de Castilla y León; que los cargos de la administración y justicia en todas las dichas islas y tierra firme fuesen en absoluto provistos, o removidos a su voluntad y arbitrio; que todos los gobiernos y regimientos se debiesen dar a una de tres personas que él nombrase, y que en cualquier parte de España donde se traficase o contratase con las indias, él pusiese jueces que resolviesen sobre lo que a tal materia perteneciera. En cuanto a rentas y utilidades, a más de los salarios y derechos propios de los mencionados oficios de Almirante, Virrey y Gobernador, pidió la décima parte de todo aquello que se comprase, permutase, se hallase o se rescatase dentro de los confines de su Almirantazgo, quitando solamente los gastos hechos en adquirirlos: de modo, que, si en una isla se ganaban mil ducados, ciento debían ser suyos. Y porque sus contrarios decían que no aventuraba cosa alguna en aquel viaje, sino verse capitán de una armada mientras esta subsistiera, pidió también que le fuese dada la octava parte de aquellos que trajese en su retorno, y que él tendría la octava parte del gasto de dicha armada; por lo cual siendo estas cosas tan importantes, y no queriendo Sus Altezas concedérselas, el Almirante se despidió de sus amigos y emprendió el camino de Córdoba para disponer su viaje a Francia, porque a Portugal estaba resuelto de no tomar, aunque el rey le había escrito, como se dirá más adelante.
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CAPÍTULO XIV Qué significan en la Escritura Tarsis y Ofir Y si valen conjeturas y sospechas, las mías son que en la Divina Escritura, los vocablos de Ofir y de Tarsis las más veces no significan algún determinado lugar, sino que su significación es general cerca de los hebreos, como en nuestro vulgar el vocablo de Indias es general, porque el uso y lenguaje nuestro nombrando Indias, es significar unas tierras muy apartadas y muy ricas, y muy extrañas de las nuestras. Y así los españoles igualmente llamamos Indias al Pirú y a México, y a la China y a Malaca y al Brasil; y de cualquier parte de estas que vengan cartas, decimos que son cartas de las Indias, siendo las dichas tierras y reinos de inmensa distancia y diversidad entre sí, aunque tampoco se puede negar que el nombre de Indias se tomó de la India Oriental, y porque cerca de los antiguos esa India se celebraba por tierra remotísima. De ahí vino que esta otra tierra tan remota, cuando se descubrió, la llamaron también India, por ser tan apartada como tenida por el cabo del mundo, y así llaman indios a los que moran en el cabo del mundo. Al mismo modo me parece a mí que Tarsis, en las Divinas Letras, lo más común no significa lugar ni parte determinada, sino unas regiones muy remotas y al parecer de las gentes, muy extrañas y ricas. Porque lo que Josefo y algunos quieren decir, que Tarsis y Tarso es lo mismo en la Escritura, paréceme que con razón lo reprueba San Jerónimo, no sólo porque se escriben con diversas letras los dos dichos vocablos, teniendo uno aspiración y otro no, sino también porque muy muchas cosas que se escriben de Tarsis, no pueden cuadrar a Tarso, ciudad de Cilicia. Bien es verdad que en alguna parte se insinúa en la Escritura, que Tarsis cae en Cilicia, pues se escribe así de Holofernes en el libro de Judith: "Y como pasase los términos de los asirios, llegó a los grandes montes Ange (que por ventura es el Tauro) los cuales montes caen a la siniestra de Cilicia, y entró en todos sus castillos, y se apoderó de todas sus fuerzas, y quebrantó aquella ciudad tan nombrada Melithi, y despojó a todos los hijos de Tarsis y a los de Ismael, que estaban frontero del desierto, y los que estaban al Mediodía hacia tierra de Cellón, y pasó al Éufrates, etc.". Mas como lo he dicho, pocas veces cuadra a la ciudad de Tarso lo que dice de Tarsis. Theodorito y otros, siguiendo la interpretación de Los Setenta, en algunas partes ponen a Tarsis en África, y quieren decir que es la misma que fue antiguamente Cartago y agora Reino de Túnez. Y dice que allá pensó hacer su camino Jonás, cuando la Escritura refiere que quiso huir del Señor a Tarsis. Otros quieren decir que Tarsis es cierta región de la India, como parece sentir San Jerónimo. No contradigo yo por agora a estas opiniones, pero afírmome en que no significa siempre una determinada región o parte del mundo. Los Magos, que vinieron a adorar a Cristo, cierto es que fueron de Oriente, y también se colige de la Escritura, que eran de Sabá y de Epha y de Madián, y hombres doctos sienten que eran de Etiopía, y de Arabia y de Persia. Y de estos canta el Salmo y la Iglesia: "los reyes de Tarsis traerán presentes". Concedamos pues, con San Jerónimo, que Tarsis es vocablo de muchos significados en la Escritura, y que unas veces se entiende por la piedra crisolito o jacinto, otras alguna cierta región de la India, otras la mar que tiene el color de jacinto cuando reverbera el sol. Pero con mucha razón, el mismo santo doctor niega que fuese región de la India el Tarsis, donde Jonás huía, pues saliendo de Jope era imposible navegar a la India por aquel mar; porque Jope, que hoy se llama Jafa, no es puerto del mar Bermejo, que se junta con el mar Oriental Índico, sino del mar Mediterráneo, que no sale a aquel mar Índico. De donde se colige clarísimamente, que la navegación que hacía la flota de Salomón de Asiongaber (donde se perdieron las naos del rey Josafat) iba por mar Bermejo a Ofir y a Tarsis, que lo uno y lo otro afirma expresamente la Escritura, fue muy diferente de la que Jonás pretendió hacer a Tarsis; pues es Asiongaber puerto de una ciudad de Idumea, puesta en el estrecho que se hace donde el mar Bermejo se junta con el gran Océano. De aquel Ofir y de aquel Tarsis (sea lo que mandaren) traían a Salomón oro y plata y marfil, y monos y pavos, con navegación de tres años muy prolija. Todo lo cual sin duda era de la India Oriental, que abunda de todas esas cosas, como Plinio largamente lo enseña y nuestros tiempos lo prueban asaz. De este nuestro Pirú no pudo llevarse marfil, no habiendo acá memoria de elefantes; oro y plata y monos muy graciosos bien pudieran llevarse. Pero en fin, mi parecer es que por Tarsis se entiende en la Escritura, comúnmente, o el mar grande o regiones apartadisísimas y muy extrañas. Y así me doy a entender que las profecías que hablan de Tarsis, pues el espíritu de profecía lo alcanza todo, se pueden bien acomodar muchas veces a las cosas del Nuevo Orbe.
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En que se prosigue lo sucedido con don Diego de Torres y Juan Roldán. La prisión del visitador Juan Bautista de Monzón, la muerte de don Fernando de Monzón, su hijo, y el gran riesgo en que estuvo el visitador de perder la vida; con lo demás sucedido en aquellos tiempos Había ya bien entrado la noche, escura y tenebrosa y con agua; los calabozos cerrados y sin ruido de gente, cuando don Diego de Torres sacó la empanada que había guardado para cenar, abrióla, halló los dos cuchillos y un papel que le advertía lo que había de hacer. Cortó las prisiónes, y suelto de ellas acudió a la ventana, fue sacando ladrillos por de dentro y Roldán por de fuera. La mucha agua que llovía les favorecía, con que no fueron vistos de persona alguna. En breve espacio hicieron un grande agujero, por donde salió don Diego de Torres. Llevólo al visitador y díjole: --"¿Ve aquí Usía a don Diego de Torres suelto?". Al cual le dijo el visitador: --"Don Diego, suelto estáis, mirad por vos, que yo os favoreceré, y andad con Dios". Con esto se bajó a la caballeriza, donde halló un buen caballo ensillado y armas, con lo cual se salió luego de la ciudad. Agradeció con palabras el visitador el hecho de Roldán, el cual le dijo: --"¿Quiere Usía que por la mañana dé un picón a estos señores de la Real Audiencia?". Respondióle: --"Hazlo que quisieres, que cualquier cosa se os puede fiar". Venía ya cerca el día, despidióse, fuese a su posada, ensilló una yegua en que recogía sus vacas; salió a la sabana, y como entre las nueve y las diez horas del día vino a la plaza. En la esquina de la cárcel de la ciudad, que fue donde don Diego de Torres estuvo preso, estaba un gran corrillo de gente, sin otros muchos qué había por la plaza. Preguntó a los primeros, diciendo: --"Señores, ¿qué ha sucedido? ¿Qué alboroto es éste de tantos corrillos de gente?". Respondiéronle: --"¿No sabéis cómo se ha huido don Diego de Torres?". Respondió con mucho espanto, diciendo: --"¡Válgame Dios, que se ha huido don Diego! ¿Por dónde se huyó?". Respondiéronle: --"Por un agujero que está hecho en la ventana del calabozo donde estaba preso, que cabrá un buey por él". Volvió a decir Roldán: --"¡Válgame Dios! Señores, andando yo esta mañana buscando unas vacas mías en aquellos pantanos de la estancia del Zorro (y me embarré como ven), de entre aquellos carrizales vide salir un hombre en un buen caballo, con su lanza y adarga (y me vibró la lanza) y enderezó hacia los aposentos del Zorro, pero no le pude conocer". Esto estaba contando Roldán, cuando, por orden del Acuerdo, a caballo como estaba, lo pusieron en la cárcel, en el calabozo fuerte, donde estaba preso Juan Prieto Maldonado. Bajó del Acuerdo el fiscal Orozco a tomarle su declaración, y de ella resultó condenarle a tormento (tómame ese picón). El propio sábado en la tarde le pusieron a él. Halláronse presentes el oidor Pedro Zorrilla y el fiscal Orozco. Secretario de la causa era Juan de Albis, que lo era de cámara, y vizcaíno. Puesto Juan Roldán en la garrucha, y habiéndola levantado algún tanto, comenzó a dar voces diciendo: ¡Bájenme, que yo diré la verdad!". Comenzó Juan Roldán a decirla, empezando por los amores del fiscal Orozco y diciendo cómo ellos eran causa del fingido alzamiento. Dijo muchas cosas en orden a esto; metió en algunas de ellas al oidor Pedro Zorrilla, de tal manera que le obligó a decir al secretario: --"Tened, secretario, no escribáis"; y como era vizcaíno, dijo: --"Secretario del rey, Secretario fiel. Di, Roldán, que yo escribiré todo". El cual prosiguió diciendo verdades, a cuya declaración me remito. Recusó con fuertes razones al fiscal, y le mandaron salir de la sala de tormento. Volvieron a virar la garrucha, y el Roldán a decir: --"¡Ay! ¡Ay!". A estas razones se puso el fiscal al umbral de la puerta diciendo: --"¡Ay! ¡Ay! De poco os quejáis". Respondióle Roldán desde la garrucha: --"¿De poco? Pues póngase aquí, que de cuatro se la doy". Fueron con esto levantando más la garrucha. Era el paciente tocado de mal de jaqueca. Acometióle en esta ocasión; dejó caer la cabeza, empezó a echar espumarajos, y dijeron: "¡Que se muere! ¡Que se muere!". Alborotóse el oidor, dijo "suelta presto", y fue tan presto que largaron la cuerda de golpe. Cayó tendido al suelo Roldán, sin sentido del golpe de la caída. Comenzó a echar sangre por los oídos, narices y boca. Avivó la gente la voz diciendo: "¡Que se muere!". Mandó el oidor llamar al licenciado Auñón, médico. No le hallaron tan presto; toparon con el doctor Juan Sánchez, que no era más que cirujano, que nombre de doctor le había puesto el oidor Antonio de Cetina por una cura que le hizo o acertó. Entrando Juan Sánchez, díjole el oidor: --"Mira ese hombre". Allegóse a él, tomóle la mano para verle el pulso. A este tiempo, Roldán le apretó la mano a Juan Sánchez pidiéndole misericordia. Desvióse el Juan Sánchez mirándolo al rostro. Díjole el oidor: --"¿Cómo está ese hombre?". Respondióle: --"Malo está, pero no tan malo". Saltó el secretario Juan de Albis del asiento donde estaba, dando voces y diciendo: --"¡Válgate el diablo, médico indio! ¡Médico indio! ¿Hallaste malo está? No está tan malo. ¡Válgate el diablo, indio médico!". Fue tal el alboroto del secretario y las voces, que ni el oidor ni el fiscal lo podían aquietar. De fuera dijeron: "Ya viene el licenciado Álvaro de Auñón"; con lo cual se sosegaron. Entró el médico, mandóle el oidor que viese aquel hombre y que le aplicase el remedio necesario. Tomóle el pulso; hízole Roldán la propia seña, y dijo al oidor: --"Señor, este hombre se está muriendo, y si no se remedia con tiempo morirá en breve". --"¿Qué será menester?", dijo el oidor. Respondió: --"Traigan una sábana mojada de vino y un brasero con candela, y ropa con que abrigallo". Salióse el oidor de la sala muy enfadado; llamó al fiscal; fuéronse al Acuerdo; trajeron la sábana y el vino y candela, un colchón y frazadas; entróse Auñón con otros dos hombres en la sala del tormento, mojaron la sábana del vino, calentáronla, envolvieron en ella al Roldán, echáronle en el colchón, que parecía que ya estaba muerto. Tocaron en la iglesia mayor a la sumaria. Después de haberla rezado, cerró el licenciado Auñón la puerta y ventanas de la sala, llevóse las llaves diciendo que iba a visitar a otro enfermo, y no volvió hasta dadas las ocho de la noche. Habían llevado de la tienda de Martín Agurto cuatro barras de hierro, que pesaban a treinta libras, para darle el tormento a Roldán, poniéndoselas por pesas a los pies. El tiempo que Auñón gastó en ir y volver, le tuvo Roldán para levantarse y descoser los cogujones del colchón y meter por ellos las cuatro barras, y volverse a acostar en su sábana empapada en vino. Del Acuerdo habían enviado a preguntar cómo estaba; las guardas no supieron más razón de que el licenciado Auñón había llevado las llaves y que lo estaban guardando, el cual vino entre ocho y nueve de la noche. Avisaron al Acuerdo; envió a preguntar cómo estaba el enfermo. Respondió que muy malo. Salió proveído auto en que por él se mandaba que Julián Roldán llevase a su casa a Juan Roldán, su hijo. Estaba en el patio de las casas reales, donde había dado muchas voces; y notificando el auto, dio muchas más, haciendo muchos protestos y requerimientos, y diciendo que "no había de llevar a su hijo si no se lo daban sano y bueno", con lo cual el Acuerdo mandó que volviesen a la cárcel a Juan Roldán. Lleváronlo con el colchón, y como los que lo llevaban no sabían el secreto de las barras, como pesaba mucho, decían que ya estaba muerto. Metiéronlo en el calabozo donde estaba preso el capitán Juan Prieto Maldonado, que le pesó mucho de ver llevar así a Roldán. Fuéronse aquellos señores del Acuerdo y toda la demás gente a sus casas. Quedaron la cárcel y calabozos cerrados, y el alcaide se fue a dormir. Había dejado un pequeño cabo de vela encendido en el calabozo donde quedaba Roldán, el cual acabado y la cárcel sin ruido, se levantó de la cama y se fue a la del capitán Juan Prieto Maldonado y lo llamó, que ya dormía, el cual dijo: --"¿Quiénes quien me llama?". Respondió: --"Yo, Roldán". Díjole: --"Pues, hermano mío, ¿cómo estáis?" Respondióle: --"Bueno estoy, sino que estoy muerto de hambre. ¿Tenéis algo que comer?". Respondió Juan Prieto: --"Sí, aquí hay bizcochuelos y vino". Diole de ello y estando comiendo le dijo a Juan Prieto. --"¿No sabéis qué os traigo?". Respondióle: --"Cuatro barras famosas de hierro para que calcéis las rejas en Tunja". Sacólas de donde las había puesto y metiólas debajo de los colchones de la cama de Juan Prieto Maldonado, que toda ésta fue la ganancia del picón que quería dar a los señores de la Real Audiencia. Y más sacó, casi dos años de prisión en que estuvo hasta que vino el visitador Juan Prieto de Orellana, que le sacó de ella, y a los demás comprendidos en la visita del visitador Juan Bautista de Monzón, como adelante veremos. Mucho ciega una pasión amorosa, y más si va desquiciada de la razón, porque va dando de un despeñadero en otro despeñadero, hasta dar en el abismo de la desventura. El fiscal, que tenía ausente lo que él tenía por gloria, vivía en un mar de tormentos que le traían fuera de todo gusto, y a esto se le añadían los de su causa, nacidos de los rabiosos celos de su mujer, que con ellos y con lo que Roldán había dicho en el tormento, andaba ya la cosa muy rota; y para enmendarse y remediallo tomó el camino siguiente. Corría el año de 1581, cuando el fiscal procuró encuentro entre el oidor Pedro Zorrilla y el visitador Monzón. Empezáronse a notificar cédulas reales de la una parte a la otra. Con la fuga de don Diego de Torres tomaba fuerza la voz del alzamiento, y de ello le hacían cargo al de Monzón. Guiábase el oidor por el parecer del fiscal, porque ya la pasión no le daba lugar a discurrir con la razón; trataron de prender al visitador. Comunicábanlo con sus aficionados y con los que se recelaban de la visita, los cuales aprobaban el intento y tenían por acertada la prisión. Acabó el fiscal con el oidor en que se enviase por el capitán Diego de Ospina, que estaba en Marequita y era capitán del Sello Real. Dio orden que el llamarle fuese por mandato del Real Acuerdo, y él le escribió, que era íntimo amigo suyo, que viniese bien acompañado. Púsole en ejecución; partió de Marequita con treinta soldados arcabuceros, vino a la ciudad de Tocaima, que en aquellos tiempos era por allí el camino, que después muchos años se abrió el de la Villeta, que hoy se sigue. Llegando a Tocaima el capitán Ospina, trató el negocio con el capitán Oliva, que era su amigo, y rogóle que le acompañase; lo cual hizo con otros diez arcabuceros. Llegó toda esta gente a la venta que decían de Aristoi, a donde habíamos llegado poco antes yo y un cuñado mío, llamado Francisco Antonio de Ocallo, napolitano, cuyo hijo fue el padre Antonio Bautista de Ocallo, mi sobrino, cura que hoy es del pueblo de Une y Cueca. Eran grandes amigos el Ospina y el Oliva de Francisco Antonio, y como íbamos de esta ciudad de Santa Fe a la de Tocaima, a cierto negocio, preguntóle el Ospina que qué había de nuevo en la ciudad. Respondióle Francisco Antonio que toda andaba revuelta con el encuentro de la Audiencia y el visitador. Respondió el Ospina: "Allá voy, que me han enviado a llamar, y para lo que se me ofreciere llevo conmigo esta gente. ¿Qué os parece en esto?". Se apartaron los dos y se fueron hablando por aquel campo. El Francisco Antonio era soldado viejo de Italia, y decía él que se había hallado con el emperador Carlos V sobre Argel, cuando se perdió aquella ocasión. Díjole al Diego de Ospina: "Si nuestra amistad sufre consejo, y si mis muchos años y experiencia lo pueden dar, yo lo daré". Respondióle el Ospina que "con ese intento lo había desviado de los demás, y que le dijese su parecer". Respondióle el Francisco Antonio: --"Mi parecer es, señor capitán Diego de Ospina, que no meta vuesamerced esta gente en Santa Fe ni la pase de aquí, porque en todo este Reino no hay otra gente armada sino ésta que vuesamerced lleva; no sea esto causa de algún alboroto que no se pueda remediar, y venga vuesamerced a pagar lo que ellos han causado". Y no se engañó, porque siete mil pesos de buen oro le costó esta burlilla, que se los llevó el visitador Juan Prieto de Orellana; y si después en tiempo del presidente don Francisco de Sandi, no se diera tan buena maña a huir de la cárcel, le costara la cabeza esto y otras cosillas. Agradecióle el capitán Ospina el consejo. Fuéronse a comer, que ya estaba puesta la mesa; y después de haber comido dijo, hablando con todos los soldados, lo siguiente: --"Estoy, señores soldados, tan agradecido de la merced que me han hecho en acompañarme, que me queda obligación de servirlos toda mi vida; y porque en las cosas que no se hacen con acuerdo y maduro consejo, se suele errar, y de ellas suelen nacer notables daños, yo me he resuelto, vistos los rumores de la ciudad de Santa Fe, y que no se me ha dado el aviso que se me había de dar en este puesto, a asegurar vuestras personas y la mía, porque no quiero que impensadamente nos suceda alguna desgracia, que agora podemos remediar; y así os suplico tengáis por bien que no pasemos de aquí. Yo tan sólo me iré, acompañado de dos amigos, que el uno de ellos será el señor capitán Juan de las Olivas y el otro pedro Hernández, el alguacil. Iré a ver lo que la Real Audiencia me manda. A todos los demás les ruego yo se vuelvan a Marequita, a mi casa, a donde tendrán mesa y cama y todo lo necesario hasta que yo vuelva". Ninguno le quiso contradecir demanda tan justa. Alargóse a decirles más: que si algunos tuviesen voluntad de ir a la ciudad de Santa Fe a negocios, lo podrían hacer con tal que no fuesen juntos ni en tropa. En esta licencia estuvo todo el daño. Con esta resolución, al día siguiente el capitán Ospina con los dos compañeros partió para Santa Fe y mi cuñado y yo a Tocaima, quedándose en la venta todos los demás soldados. De ellos se volvieron algunos a Marequita y a Tocaima, otra parte salió a la sabana, para ir a Santa Fe. Iban en tropa y contra el orden que el capitán Ospina les había dado. Llegaron a la venta de Alcocer, a donde comieron bien y bebieron mejor. Con este calor salieron a pasearse por la sabana, con las escopetas cargadas; comenzaron a disparar tiros, diciendo: --"Este para fulano". --"Este otro para zutano". --"Con este le tengo de quitar la hija a fulano". --"Yo con este cofre a zutano", nombrándolos por sus nombres. En la venta había oyentes, y no eran sordos. Estos cogieron las palabras; fueron después testigos en las informaciones. Costó este disparate gran suma de dinero en la visita del licenciado Juan Prieto de Orellana, que vino luego al negocio de Monzón y a acabar la visita, que tampoco la acabó. Costóle al capitán Diego de Ospina los siete mil pesos de buen oro que tengo dicho; y todos los demás que pudieron coger fueron muy bien perneados. Y con esto volvamos a la Real Audiencia y al visitador, que han comenzado a romper lanzas. * * * De los celos de la fiscala, que para la venganza de ellos no tenía más armas que la lengua, y de lo que Juan Roldán en el tormento había dicho con la suya, andaba el aire inficionado, y alguno toco en el oído al capitán de a caballo, marido de la dama causadora de todas estas revueltas. Estaban en el campo donde todos hablaban, que como oían acá decían allá; y quizá añadían todo sin máscara; de donde nació costarle a la pobre señora la vida, como adelante diré. El fiscal, con estas cosas y otras, andaba encendido en un fuego infernal; y aunque con facilidad atraía a sí al oidor Zorrilla para todo lo que quería, con todo eso, para indinalle contra el visitador le dijo cómo trataba de suspender toda la Real Audiencia; y no le engañó, que auto tuvo hecho por ello, sino que se descuidó y la Audiencia le ganó por la mano. Después de haberse notificado de una parte a la otra muchas cédulas reales, modernas y antiguas, la Real Audiencia en acuerdo determinó de prender al licenciado de Monzón. Mandaron llamar a Juan Díaz de Martos, alguacil mayor de Corte; entregáronle lo decretado, con una cédula real, y mandaron que fuese a prender al visitador Juan Bautista de Monzón. El alguacil mayor fue luego a cumplir lo que se le había mandado, acompañado con los alguaciles de Corte y otras personas que llamó. Fue a casa del visitador, subió solo arriba al aposento donde estaba. Lo que resultó fue que al cabo de rato salió huyendo por la escalera abajo, y el licenciado de Monzón tras él con una partesana en las manos tirándole botes y diciéndole muchas palabras injuriosas contra su persona y contra los que le habían enviado. Con esto se volvió al Acuerdo a informarle. Cuando esto pasaba (serían las diez horas del día, poco más o menos) dijéronle el señor arzobispo don fray Luis Zapata de Cárdenas lo que pasaba. Mandó llamar al tesorero don Miguel de Espejo, que era la persona que en estos bullicios y otros siempre le acompañaba, como tan gran jurista y canonista. Fuéronse juntos en sus dos mulas a casa del licenciado de Monzón. Llamáronle a la ventana de su recamara, a la cual se asomó, y después de las cortesías, el arzobispo le dijo le hiciese la merced de irse con él a comer a su casa. El visitador dio sus excusas, el señor arzobispo le volvió a importunar, y el visitador a se excusar; con lo cual le dejó y se volvió Su Señoría a su casa. Entre once horas y doce, el propio día, fue a casa del visitador el fiscal Orozco, enviado por el Real Acuerdo, acompañado de alcaldes ordinarios, alguaciles mayores y menores de Corte y ciudad con el capitán del Sello Real, y más de cien hombres que lo acompañaban. Tenía el visitador en su casa tres hombres valientes para la ocasión que se le ofreciese: el uno era Juan López Moreno, el otro fulano Gallinato y un mozo mestizo del Pirú. Cuando pasó lo del alguacil mayor, que salió el visitador tras él con la partesana, estaban todos tres en casa del visitador. Pasada la ocasión dicha, fuéronse sospechando lo que podía resultar, con lo cual no se hallaron en casa del visitador al tiempo de su prisión, sino sólo el mestizo. Entró toda la gente en casa del visitador; el primero que subió a los corredores de la casa fue Diego de Ospina, capitán del Sello Real, acompañado de un Pedro Hernández, su alguacil en Marequita. Salió a esta sazón un sobrino del licenciado Monzón al corredor, cobijado con su capa, sin otras armas, y dijo: --"¿Qué es esto, señores? ¿Qué revuelta y traición es ésta?". A este tiempo sacó el capitán del Sello Real una pistola de dos cañones, que apretó la llave y dijo: --"Aquí no hay otros traidores sino vosotros". Quiso Dios que no encendiese fuego la pistola. Diole con ella entre ceja y ceja, que lo tendió a sus pies. A este tiempo se había trabado pendencia de cuchilladas, abajo en el patio, contra el mestizo del Pirú, que peleó valientemente contra más de cien espadas. La verdad es que algunos se le aficionaron viéndolo tan desenvuelto, y le rapaban a golpes y desviaban puntas hasta que ganó la puerta de la calle, huyendo a San Francisco; y en el puente le alcanzó uno con una cuchillada que le dio en la cabeza, para que llevase en qué entretenerse. Con estas revueltas habían entrado el fiscal, alcaldes y alguaciles en la recámara del visitador, y al cabo de rato lo sacaron al corredor, a donde Monzón se arrimó a la pared y así les hacía requerimientos y protestaciones, a todo lo cual el fiscal le respondía que caminase, y el Monzón porfiaba en sus protestas, hasta que el fiscal dijo: "Échenle mano, échenle mano". Asiéronlo de piernas y brazos, levantándolo en peso; llegaron con él por la escalera abajo hasta ponerlo en la calle. Al bajar por la escalera, llevaba colgando la cabeza. Juan Rodríguez de Vergara, un buen hidalgo, vecino de Tunja, que se halló en esta plaza, viendo al visitador que llevaba colgada la cabeza, metió la espada, que la tenía desnuda, debajo del brazo, y tomóle la cabeza con dos manos. Yendo bajando por la escalera deslizábasele la espada, y por tenerla no le diesen en el rostro, soltóle la cabeza y diose un gran golpe en un escalón de la escalera, del cual se desmayó después en la calle, a la esquina de Juan Sánchez el cirujano. Vuelto en sí, lo llevaron por sus pies a las casas reales, a donde le prendieron y dejaron preso en el cuarto donde estaba el reloj. Los comprendidos en la visita gustaron mucho de esta prisión; los desapasionados sintieron mal de ella. Unos decían que lo habían maltratado, otros que lo habían arrastrado. Llegó esta murmuración a oídos de la Real Audiencia; trató luego de hacer información de cómo lo habían prendido muy honradamente. Llegaron a tomar la declaración a Diego Romero, el conquistador, que se había hallado aquel día presente, y dijo en su dicho: "Si es verdadero, señores, aquel refrán que dicen, que lo que arrastra honra, digo que ni honradamente lo prendieron". Este dicho dijeron que lo habían celebrado mucho después en el Consejo, en la vista de los autos. A Juan Rodríguez de Vergara le costó después el comedimiento de haber alzado la cabeza al visitador Monzón mil y quinientos pesos de buen oro, que le llevó Prieto de Orellana, segundo Visitador. Con la prisión del licenciado Monzón y con la fuga de don Diego de Torres, cacique de Turmequé, cesó de todo punto el alboroto del alzamiento, porque el Diego se fue a España en seguimiento de sus negocios, a donde se casó, y murió allá. Dijeron le había dado Philipo II, nuestro rey y señor, cuatro reales cada día para su plato, porque picaba los caballos de la caballeriza real, y como era tan gran jinete se entretenía entre señores, con que pasó su vida hasta acabarla. Preso el visitador Monzón, luego el fiscal puso la mira en quitalle la vida. Tenía sobre esto muy apurado al oidor Zorrilla, metiéndole temores por lo hecho y diciéndole: "El muerto no habla". La primera diligencia que hicieron fue proveer auto en que se notificase a don Fernando de Monzón, hijo del Visitador, que estaba con su mujer, doña Jerónima de Urrego, no entrase en esta ciudad, so pena de traidor al rey y prendimiento de bienes; el cual notificado, dentro de ocho días murió el pobre caballero, de pena de la prisión del padre y de la calentura que le dio, que no le soltó hasta matarle. Fue la voluntad de Dios, porque nadie tiene las llaves de la muerte ni de la vida, sino solo El, y sin su voluntad nadie muere ni vive. En la prisión donde estaba el licenciado de Monzón nunca quiso comer cosa que ninguna persona le enviase, aunque fuese de mucha confianza. Comía tan solamente por la mano de fray Juan de Pesquera, fraile lego del orden de San Francisco, el cual llevaba en la manga del hábito pan y unos huevos asados o cocidos, y un poco de vino en un frasquito y agua en él. Este fue su sustento en más de catorce meses que estuvo preso, en el cual tiempo siempre sus enemigos procuraron quitalle la vida dándole garrote en la prisión, y colgallo de una ventana con una sábana, y decir que él se había ahorcado. Así se platicó, y se supo de un fraile de San Francisco, a quien se dijo en confesión con cargo que lo remediase; el cual envió a llamar al regidor Nicolás de Sepúlveda y le dio cuenta del caso con el mismo cargo. El regidor lo comunicó con el mariscal Hernando Venegas y con el tesorero Gabriel de Limpias, que lo era de la Real Caja, y todos juntos al capitán Juan de Montalvo, alcalde ordinario en aquel año; los cuales, para mejor se enterar, fueron a San Francisco a la celda del fraile, del cual se enteraron a satisfacción. Con lo cual se fueron a su Cabildo, y juntos unos con otros regidores ordenaron una petición para el Real Acuerdo, por la cual pedían la persona del licenciado de Monzón, ofreciéndose a darlo preso en Corte, con fianzas bastantes; lo cual hecho se salieron del Cabildo. El alcalde Montalvo se fue a las casas reales, donde vivía el licenciado Pedro Zorrilla, grande amigo suyo, y diole parte de la petición que había ordenado. De aquí se revolvió otro enfado. Envió el Real Acuerdo por el mariscal Venegas, disculpóse con el tesorero de la Real Caja; enviaron por él y disculpóse con el regidor Nicolás de Sepúlveda; enviaron por él y estaba en aquella sazón acostado en la cama afligido con el mal de la gota que la había dado en una pierna, con que se excusó. Sin embargo, enviaron por él y que lo llevasen preso. Había mandado cerrar las puertas de la calle de su casa. Cuando llegaron a ellas, sobre que se abriesen hubo revuelta, queriéndolas echar al suelo, que hasta hoy se verá en ellas los golpes de las partesanas que le dieron. Al fin llevaron al regidor al Acuerdo, a donde le dieron una gran represión, diciéndole era poco quitarle la cabeza; todo lo cual oyó con gran paciencia, y al cabo pidió licencia para responder. Bien quisiera el fiscal que se le denegara; alegó el regidor que convenía al servicio de Su Majestad y al bien de este Reino, quietud y conservación, el oírle; con lo cual se le dio licencia. Dejó sin máscara el amancebamiento del licenciado Orozco, y que por su causa estaba revuelta la tierra, y que muchos padecían injustamente, culpándolos en el alzamiento que se trataba, siendo sólo el fiscal el autor de tales movimientos y escándalos y de los muchos daños que de ellos habían resultado, todo esto por sus fines; y que para en prueba de lo que tenía dicho, se hallarían en casa del capitán fulano mucha cantidad de armas, como eran escopetas, espadas, lanzas, partesanas, petos fuertes, pólvora y plomo, y otras armas, recogidas allí por orden del dicho fiscal; y que de todo daba noticia el Real Acuerdo, y que se le diese por testimonio para que en ningún tiempo le parase perjuicio. Y que si sobre esta razón le querían quitar la cabeza, como le habían amenazado, que lo estimaría, por dejallo a sus hijos por privilegio que moriría como leal vasallo a su rey y señor, y que con lo dicho descargaba su conciencia. Que la petición que se había hecho para pedir la persona del licenciado de Monzón, era para asegurarle la vida que tenía en mucho riesgo, queriéndole ahorcar o dar garrote en secreto, negocio que podía perjudicar a su Cabildo; y que él, como uno de sus regidores, acompañado de las personas del alcalde Juan de Montalvo y del mariscal Hernando Venegas y tesorero de la Real Hacienda, le habían ordenado, en que hacían servicio a Su Majestad; y que pues se obligaban a entregarles el preso en la cárcel de Corte, no tenían que recelar, pues sólo pretendían que se hiciese justicia y que no se causasen más alborotos y escándalos como los pasados, que habían causado mucho daño a su república y gran suma de dineros. A este tiempo, el oidor Pedro Zorrilla se levantó y abrazó al regidor, diciéndole que si en el Cabildo hubiera otros cuatro hombres como él se habrían evitado muchos daños de los pasados. Diole el fiscal una represión, diciéndole cuál mal sonaban y parecían sus cosas. Envió al regidor muy honrado, agradeciéndole lo que había dicho; con lo cual el fiscal puso silencio a sus pretensiones por algunos días, sin embargo que procuraban se hiciesen muchas diligencias en buscar la persona de don Diego de Torres, que era la cabeza de lobo para ellos; y como el oidor era solo, no podía remediar muchas cosas, porque el fiscal llevaba tras sí muchos votos y aficionados y particularmente de aquellos que tenían lacra y dependencia en la visita; pero el don Diego de Torres no pudo ser hallado, porque con una camiseta de lana y una caballeta y una manta guardaba las labranzas de sus indios no las comiesen los periquitos; y vez hubo que los que le buscaban hablaron con él y no le conocieron, hasta que se pasó a España, como tengo dicho. El inquieto ánimo del licenciado Orozco no le dejaba sosegar un punto. Víase ausente de su gusto, la prenda que más amaba, desterrada, y lo que peor era para él, que a todo lo que le escribía le respondía con grandes desvíos, rematando sus finales con decirle: "Lo pasado, pasado"; porque ella pasaba muchos disgustos con el marido, pues le había dado en aquellos campos al oído lo que en la ciudad se platicaba, que donde hay celos y agravios no hay cosa secreta, si se puede llamar secreto a lo referido, que yo no sé cómo el Orozco procuró matar al regidor Sepúlveda, por lo que había dicho y pasado en el Acuerdo. Una noche lo intentó y fue a ello, queriendo echarle al suelo las puertas de la casa, fue sentido y se alborotó la calle y vecindad; lo propio quiso hacer de los demás que le eran contrarios, y con nada salió. Decía Roldán desde la cárcel, donde estaba preso: "Bien haya esta fortaleza el rey, que me defiende de un tirano"; y otras cositas que no son para aquí. Al fin, el Orozco tomó otro camino, y dando, como dicen, tiempo al tiempo, atrajo a su voluntad todas las contrarias, porque cada cual procuraba asegurar su vida y carecer de enemigos. Cuando vio el tiempo más sosegado, volvió a persuadir al oidor Zorrilla con aquel tema de su sermón: "El muerto no habla". El oidor, que también se recelaba por hallarse tan empeñado en todos aquellos bullicios, daba oídos al fiscal, aunque siempre con aquel recelo de su conciencia, lo uno, y lo otro porque su mujer lo persuadía a que se desviase de aquel mal intento y que huyese los malos consejos del licenciado Orozco. Finalmente, importunado de él y cargado de recelos y temores, porque ninguno vive sin pecado, se citaron para en un último acuerdo dejarlo definido, como dicen, dentro o fuera. Señalaron la hora para él que fuese entre once y doce de la noche. Llegó este día. Estaba después de anochecer el oidor en su estudio. Habíale su mujer aderezado la cena, vio que tardaba, fue al estudio, y díjole: --"Señor,¿cenaréis que ya es tarde?". Respondióle: --"Ahora, señora, iré; andad que ya voy". Fue saliendo la oidora; el oidor llamó a un paje. Esperó la oidora fuera del estudio, a ver lo que mandaba. Venido el paje le dijo: --"Mira desde la ventana si viene el fiscal y avísame". Salió el paje. Preguntóle la señora: --"¿Pues a qué ha de venir el fiscal?". Respondióle: --"Paréceme, señora, que esta noche ha de haber Acuerdo". Todo se supo de la boca de la misma oidora, lo que aquella noche pasó. Díjole al paje: --"Pues mirad que si viniere el fiscal, antes que aviséis a vuestro señor avisadme a mí". Con esto se fue hacia la sala del Acuerdo, a donde halló al portero Porras, y de él quedo más bien informada. Cenó el oidor, volvió al estudio, la oidora se puso una saya entera de terciopelo y aderezóse. Al cabo de rato entró el paje y díjole cómo venía el fiscal con dos hachas encendidas por la plaza. Fuese al Acuerdo y díjole al portero: --"Dejadme entrar aquí y callad la boca, que yo os sacaré sobre mis hombros". Con esto se entró en la sala, y en una esquina de ella se metió debajo del paño de Corte. Llegando el fiscal, se entraron en el Acuerdo. Después de haber dado y tomado gran rato en el negocio, fueron tan fuertes las persuasiones del fiscal y los temores que puso el oidor, que le hizo conceder con lo que él quería. Tocaron la campanilla, llamaron al portero y mandáronle que con todo secreto trajese al verdugo. Como la oidora oyó esto, salió del escondrijo, y abrazándose con su marido le dijo: --"¡Señor de mi alma, mirad lo que hacéis! Por solo Dios os ruego que no hagáis cosa tan fea". A este tiempo allegó a ella el fiscal, diciéndole que "convenía hacerse por la seguridad de su honra y de la de su marido y asegurar sus vidas". Alzó la oidora la voz, diciendo: "Váyase de ahí, señor licenciado Orozco, no meta a mi marido en negocios tan feos, que no los ha de hacer, ni yo los he de consentir. Váyase de ahí, le vuelvo a decir, y sálgase de esta sala". Todo esto en altas voces, como mujer con cólera y agraviada. De parte del señor arzobispo y del Cabildo de la ciudad y oficiales reales, por razón de los bullicios pasados se traían siempre especial vela y cuidado. Oyeron algunos de ellos las voces del Acuerdo, y luego dieron aviso. Acudieron oficiales reales, alcaldes ordinarios y regidores, de manera que dentro de una hora había ya arrimados a las casas reales más de doscientos hombres. Dijéronle al señor arzobispo lo que pasaba; vino luego con los prebendados y muchos clérigos, porque ya corría la voz por toda la ciudad con mucho alboroto, y aun se decía que habían ahorcado a Monzón. Llegado Su Señoría a la puerta del Acuerdo, llamó diciendo: --"Abran aquí, que yo también soy del Consejo". Respondieron de dentro de la sala, diciendo: --"¿Quién llama?". Respondió Su Señoría: --"El arzobispo del Reino". Dijo el oidor: --"Portero, abrid al arzobispo del Reino". Resultó de su entrada, que se pusieron cuatro guardas al licenciado Monzón, con que le aseguraron la persona; y con esto se fueron todos a dormir lo poco que restaba de la noche; y yo también quiero descansar. Y el de Monzón aguarde un poco, que cerca viene quien le sacará de la prisión y de tantos riesgos.
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CAPÍTULO XIV Que en la región de la Equinocial se vive vida muy apacible Si guiaran su opinión por aquí, los que dicen que el Paraíso Terrenal está debajo de la Equinocial, aun parece que llevaran algún camino, no porque me determine yo a que está allí el Paraíso de Deleites que dice la Escritura, pues sería temeridad afirmar eso por cosa cierta. Mas dígolo porque si algún paraíso se puede decir en la tierra es donde se goza un temple tan suave y apacible; porque para la vida humana no hay cosa de igual pesadumbre y pena, como tener un cielo y aire contrario, y pesado y enfermo, no hay cosa más gustosa y apacible que gozar del cielo y aire suave, sano y alegre. Está claro que de los elementos, ninguno participamos más a menudo ni más en lo interior del cuerpo, que el aire. Éste rodea nuestros cuerpos; éste nos entra en las mismas entrañas, y cada momento visita el corazón, y así le imprime sus propiedades. Si es aire corrupto, en tantico mata; si es saludable, repara las fuerzas; finalmente, sólo el aire podemos decir que es toda la vida de los hombres. Así que aunque haya más riquezas y bienes, si el cielo es desabrido y malsano, por fuerza se ha de vivir vida penosa y disgustada. Mas si el aire y cielo es saludable, y alegre y apacible, aunque no haya otra riqueza, da contento y placer. Mirando la gran templanza y agradable temple de muchas tierras de Indias, donde ni se sabe qué es invierno que apriete con fríos, ni estío que congoje con calores; donde con una estera se reparan de cualesquier injurias del tiempo; donde apenas hay que mudar vestido en todo el año, digo cierto, que considerando esto, me ha parecido muchas veces y me lo parece hoy día, que si acabasen los hombres consigo de desenlazarse de los lazos que la codicia les arma, y si se desengañasen de pretensiones inútiles y pesadas, sin duda podrían vivir en Indias vida muy descansada y agradable; porque lo que los otros poetas cantan de los Campos Elíseos y de la famosa Tempe, y lo que Platón o cuenta o finge de aquella su isla Atlántida, cierto lo hallarían los hombres en tales tierras, si con generoso corazón quisiesen antes ser señores que no esclavos de su dinero y codicia. De las cualidades de la Equinocial, y del calor y frío, sequedad y lluvias, y de las causas de su templanza, bastará lo que se ha hasta aquí disputado. El tratar más en particular de las diversidades de vientos, aguas y tierras, iten de los metales, plantas y animales que de allí proceden, de que en Indias hay grandes y maravillosas pruebas, quedará para otros libros. A éste, aunque breve, la dificultad de lo que se ha tratado le hará por ventura parecer prolijo.
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De las cosas que sucedieron en esta provincia después de la partida de don Pedro de Mendoza Habiendo llegado el capitán Salazar al puerto de Buenos Aires, y dado razón de las cosas del río arriba, se determinó que Francisco Ruiz con la mayor gente que pudiese, se fuera a donde estaba Gonzalo de Mendoza, que era el puerto de nuestra Señora de la Asunción, a rehacerse de víveres por haber informado Salazar que había en gran cantidad, y que los indios de aquella tierra estaban de paz y amistad con los españoles, para lo cual se embarcaron en sus navíos toda la gente que cupo, y caminaron el río arriba, y llegados a Corpus Christi se sacó la mitad de la gente que allí había y prosiguieron unos y otros su viaje, llevando en su compañía al contador Felipe de Cáceres que quedó con el oficio de su hermano, al tesorero García Venegas, y a otros caballeros y capitanes, dejando en su lugar en Buenos Aires al capitán Juan de Ortega, siguiendo su derrota con grandes trabajos y necesidades al fin llegaron a la casa fuerte, donde hallaron al capitán Gonzalo de Mendoza en gran amistad con los indios Guaraníes de aquella comarca, que a la sazón sI hallaba escasa de bastimento por causa de una plaga general de langostas que había talado todas las chacras, con cuyo accidente Francisco Ruiz y los de su compañía quedaron muy tristes; y en esta coyuntura llegó de arriba Domingo Martínez de Irala con sus navíos; porque habiendo aguardado al General Juan de Ayolas más de ocho meses, la necesidad de alimentos le constriño bajar a rehacerse de lo necesario, y a dar carena a sus navíos, que estaban muy mal parados; y así le fue forzoso llegar a este puerto, donde Francisco Ruiz y él tuvieron algunas competencias, de que resultó el prender a Domingo Martínez de Irala; pero interviniendo algunos caballeros por él, fue luego suelto de esta prisión. Domingo de Irala con toda priesa volvió río arriba, por ver si había alguna nueva del general Juan de Ayolas, a quien dejaremos por ahora, y pasemos al capitán Francisco Ruiz, quien habiéndose rehecho de algunos víveres, regresó para Buenos Aires; y llegando a la fortaleza de Corpus Christi, que estaba al comando del capitán Alvarado, propuso determinadamente dar sobre los indios Caracaraes, sin otra más razón que decir favorecían a unos indios rebelados contra los españoles; y sin acuerdo, ni parecer de los capitanes, habiéndolos asegurado con buenas palabras, dio en ellos una madrugada, y quemándoles sus ranchos, mató gran cantidad, y prendiendo muchas mujeres y niños, los repartió entre los soldados, y hecho esto se fue con su gente a Buenos Aires, llevando al capitán Alvarado, y sustituyendo en su lugar a Antonio de Mendoza con 100 soldados. En Buenos Aires halló que había llegado de Castilla a aquel puerto por orden de S.M. el Veedor Alonso Cabrera en una nao llamada la Marañona, con muchas armas y municiones, ropa y mercaderías, que habían despachado ciertos mercaderes de Sevilla, que se habían obligado a hacer este proveimiento al gobernador don Pedro Mendoza, y así mismo vinieron algunos caballeros y soldados entre ellos especialmente el más conocido, Antonio López de Aguillar de Peraza, y Antonio Cabrera, sobrino del Veedor; y luego que desembarcaron, se determinó volver a despachar la misma nao, por dar aviso a S.M. del estado de la tierra, y para el efecto se embarcaron Felipe de Cáceres y Francisco de Alvarado, y siguieron su destino. Así que éstos hubieron partido, se tuvo nueva que el capitán Antonio de Mendoza estaba en muy notable aprieto en su casa fuerte del Corpus Christi, porque los indios comarcanos, lastimados de lo que con los Caracaraes había usado Francisco Ruiz, procuraron vengarse en forma, y así habían ya muerto cuatro soldados y no contentos con esto, y para hacerlo más cautelosamente, enviaron ciertos caciques al capitán disculpándose de lo sucedido, y echando la culpa a unos indios, con quienes decían estaban encontrados por razón de ser amigos de los españoles, y pues que lo eran, y aquellos sus enemigos, tenían obligación de favorecerlos en aquel conflicto, porque de otra suerte, no Pudiendo resistir a la fuerza de los contrarios, les sería forzoso hacerse del mismo bando contra los españoles, sin que por ello se les pudiese atribuir culpa. De tal manera supieron hacer su negocio, y con tanto disimulo, que el capitán se vio forzado a darles 50 soldados, que fuesen con ellos a cargo de su alférez Alonso Suárez de Figueroa, el cual habiendo salido, fue caminando con buen orden hasta ponerse a vista del pueblo de los indios, que distaba poco más de dos leguas del Fuerte, y entrando por un bosque adentro que antes del pueblo estaba, sintiendo ruido, y era la gente emboscada que los estaba aguardando, y acometiéndolos por las espaldas, les atacaron tan furiosamente, que sacándolos a lo raso, les dieron tan gran rociada de flechería, que quedaron muchos heridos; pero revolviéndose los nuestros sobre los indios con grande esfuerzo, mataron muchos de ellos; a este tiempo llegaron de refresco otros escuadrones de la parte del pueblo, y tomaron en medio a los nuestros, quienes, viéndose tan apretados, y algunos muertos, los demás aunque heridos, se fueron retirando desordenadamente; y así tuvieron los indios mejor ocasión de acabarlos con notable crueldad. Alcanzada esta victoria, la procuraron llevar adelante, para lo cual cercaron el Fuerte con más de 2.000 indios, perseverando en él, hasta que viendo buena ocasión, le asaltaron, y de primera instancia fue herido el capitán Mendoza con una pica que le atravesó una ingle, y los apretaron tan reciamente que a no remediarlo Dios sin ninguna duda ganaran aquel día el Fuerte, pereciendo todos en él; y fue el auxilio de esta manera: que estando en su mayor fuerza el asalto, llegaron dos bergantines en que venían el capitán Simón Jacques y Diego de Abreu, quienes oyendo la gritería y bocina de los indios, reconocieron lo que podía ser, y desde afuera empezaron a disparar las culebrinas y demás artillería que traían en los bergantines, asestando a los escuadrones de los indios, con que hicieron gran riza, y saltando en tierra con demasiada determinación, tomando los capitanes la vanguardia, y peleando cara a cara con el enemigo a espada y rodela, le rompieron, de manera que les fue forzoso desamparar el puesto, y visto por los del Fuerte, tuvieron lugar a salir a pelear, e hicieron con tan gran valor, que fueron hiriendo y matando a cuantos encontraban, de manera que los pusieron en desordenada huida, mostrando en esta ocasión los soldados el valor de sus personas, en especial Juan de Paredes extremeño, Adamae de Olabarriaga vizcaíno, un tal Campuzano, y otros que no cuento: quedaron muertos en el campo mas de 400 indios, y a no hallarse nuestros españoles tan cansados, sin duda ninguna siguen al alcance, y no dejan uno con vida, según estaban de desordenados, rendidos y atónitos de una visión que dicen vieron sobre un torreón de la fortaleza en lo más fuerte del combate: era un hombre vestido de blanco, con una espada desnuda en la mano con tanto resplandor, que al verte caían como ciegos y atónitos en el suelo. Esto sucedió el día 3 de febrero, que es el de la fiesta del Bienaventurado San Blas, de quien siempre se entendió haber dado este socorro a los nuestros, como otras muchas veces lo ha hecho en aquella tierra, en que se tiene con él tan gran devoción, que le han recibido y jurado por principal Patrón y Abogado. Concluido el suceso, se recogieron los españoles y unos a otros se daban mil parabienes; recibiéndose con lágrimas de amor y consuelo, y entrados en el Fuerte hallaron a Antonio de Mendoza que estaba agonizando de su herida; a quien Dios Nuestro Señor fue servido dar tiempo para poder confesarse con un sacerdote que venia en uno de los bergantines, y luego que recibió la absolución, pasó de esta vida a la eterna. Y la orden que traían de Francisco Ruiz los capitanes de los bergantines, era que en caso que conviniese, llevasen en ellos la jente que allí había por haberse sospechado algún mal suceso de ciertos indios, que prendieron en el río Luján, en cuyo poder hallaron una vela de navío, armas y vestidos ensangrentados, que habían sido de los que iban y venían de Buenos Aires en un bergantín a Corpus Christi, que una noche habían tomado los indios, y mataron toda le gente, que en él iba, por cuyo motivo fueron despachados estos dos bergantines con sesenta soldados y capitanes referidos, que llegaron a tan buen tiempo, e hicieron tan importante socorro.