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CAPÍTULO XIX De diversos géneros de verduras y legumbres, y de los que llaman pepinos, y piñas y frutilla de Chile, y ciruelas Ya que hemos comenzado por plantas menores; brevemente se podrá decir lo que toca a verduras y hortaliza, y lo que los latinos llaman arbusta, que todo esto no llega a ser árboles. Hay algunos géneros de estos arbustos o verduras en Indias, que son de muy buen gusto; a muchas de estas cosas de Indias, los primeros españoles les pusieron nombres de España, tomados de otras cosas a que tienen alguna semejanza, como piñas, y pepinos y ciruelas, siendo en la verdad frutas diversísimas, y que es mucho más sin comparación en lo que difieren de las que en Castilla se llaman por esos nombres. Las piñas son del tamaño y figura exterior de las piñas de Castilla; en lo de dentro, totalmente difieren, porque ni tienen piñones ni apartamientos de cáscaras, sino todo es carne de comer quitada la corteza de fuera; y es fruta de excelente olor y de mucho apetito para comer; el sabor tiene un agrillo dulce y jugoso; cómenlas haciendo tajadas de ellas y echándolas un rato en agua de sal. Algunos tienen opinión que engendran cólera, y dicen que no es comida muy sana; mas no he visto experiencia que las acredite mal. Nacen en una como caña o verga, que sale de entre muchas hojas al modo que el azucena o lirio, y en el tamaño, será poco mayor, aunque más grueso. El remate de cada caña de estas es la piña; dase en tierras cálidas y húmedas; las mejores son de las Islas de Barlovento. En el Pirú no se dan; tráenlas de los Andes, pero no son buenas ni bien maduras. Al Emperador D. Carlos le presentaron una de estas piñas, que no debió costar poco cuidado traerla de Indias en su planta, que de otra suerte no podía venir; el olor alabó; el sabor no quiso ver qué tal era. De estas piñas en la Nueva España he visto conserva extremada. Tampoco los que llaman pepinos son árboles, sino hortaliza que en un año hace su curso. Pusiéronles este nombre porque algunos de ellos o los más, tienen el largo y el redondo semejante a pepino de España, mas en todo lo demás difieren, porque el color no es verde sino morado, o amarillo o blanco, y no son espinosos ni escabrosos, sino muy lisos, y el gusto tienen diferentísimo y de mucha ventaja, porque tienen también éstos un agrete dulce muy sabroso cuando son de buena sazón, aunque no tan agudo como la piña. Son muy jugosos y frescos, y fáciles de digestión; para refrescar en tiempo de calor son buenos; móndase la cáscara, que es blanda, y todo lo demás es carne; danse en tierras templadas y quieren regadío, y aunque por la figura los llaman pepinos, muchos de ellos hay redondos del todo, y otros de diferente hechura; de modo que ni aún la figura no tienen de pepinos. Esta planta no me acuerdo haberla visto en Nueva España ni en las Islas, sino sólo en los llanos del Pirú. La que llaman frutilla de Chile, tiene también apetitoso comer, que cuasi tira al sabor de guindas, mas en todo es muy diferente, porque no es árbol sino yerba que crece poco y se esparce por la tierra, y da aquella frutilla, que en el color y granillos tira a moras cuando están blancas por madurar, aunque es más ahusada, y mayor que moras. Dicen que en Chile se halla naturalmente nacida esta frutilla en los campos. Donde yo la he visto, siémbrase de rama y críase como otra hortaliza. Las que llaman ciruelas, son verdaderamente fruta de árboles y tienen más semejanza con verdaderas ciruelas. Son en diversas maneras: unas llaman de Nicaragua, que son muy coloradas y pequeñas, y fuera del hollejo y hueso, apenas tienen carne que comer; pero eso poco que tienen es de escogido gusto, y un agrillo tan bueno o mejor que el de guinda; tiénenlas por muy sanas, y así las dan a enfermos y especialmente para provocar gana de comer. Otras hay grandes y de color escuro y de mucha carne, pero es comida gruesa y de poco gusto, que son como chavacanas. Estas tienen dos o tres osezuelos pequeños en cada una. Y por volver a las verduras y hortalizas, aunque las hay diversas y otras muchas demás de las dichas, pero yo no he hallado que los indios tuviesen huertos diversos de hortaliza, sino que cultivaban la tierra a pedazos para legumbres que ellos usan, como los que llaman frisoles y pallares, que les sirven como acá, garbanzos y habas y lentejas; y no he alcanzado que éstos ni otros géneros de legumbres de Europa, los hubiese antes de entrar los españoles, los cuales han llevado hortalizas y legumbres de España, y se dan allá extremadamente y aún en partes hay que excede mucho la fertilidad a la de acá, como si dijésemos de los melones, que se dan en el valle de Yca en el Pirú, de suerte que se hace cepa la raíz y dura años, y da cada uno melones, y la podan como si fuese árbol, cosa que no sé que en parte ninguna de España acaezca; pues las calabazas de Indias es otra monstruosidad de su grandeza y vicio con que se crían, especialmente las que son proprias de la tierra que allá llaman capallos, cuya carne sirve para comer, especialmente en Cuaresma, cocida o guisada. Hay de este género de calabazas mil diferencias y algunas son tan disformes de grandes, que dejándolas secar hacen de su corteza cortada por medio y limpia, como canastos, en que ponen todo el aderezo para la comida; de otros pequeños hacen vasos para comer o beber, y lábranlos graciosamente para diversos usos. Y esto dicho de las plantas menores, pasaremos a las mayores, con que se diga primero del axi, que es todavía de este distrito.
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Capítulo XIX De otra casa que había de indias dedicadas al sol Sin las Casas referidas en los dos capítulos de antes de este, tenía dado el Ynga otra más principal y guardada, en la cual estaban encerradas las acllas que se decían hijas del Sol. Allí vivían siempre con grandísimo recogimiento y clausura, guardando castidad perpetua. No conocían jamás varón, ni aun el mesmo Ynga se atrevía a llegar a ellas, porque solamente estaban dedicadas para el Sol. Llamábanlas señora de toda la tierra; tratábanse más aventajadamente, que las ñustas reservadas para el Ynga. Estas hijas del sol eran traídas de las cuatro provincias sujetas al Ynga, que fueron Chinchaisuio, Contisuio, Antisuio, y Collasuio; para estas ñustas hacían grandes y bizarros palacios en muchas partes, y especial hizo el Ynga uno famoso y suntuosísimo en la sierra nevada, que está junto a Yucay, llamada Sauasirai y Pitusiray, donde después sucedió un caso desastrado a un pastor llamado Acoitapra, que guardaba el ganado blanco de el sacrificio del Sol, con una hija de esta de el Sol llamada Chuqui Llanto, como dijimos en el capítulo noventa, y dos del primer libro. Estas ñustas, dicen fabulosamente los indios, que ninguna necesidad tenían de manjares ni mantenimientos para sustentarse y que solamente bebían del olor de una cierta comida y fruta que tenían silvestre. Cuando salían de la dicha casa de camino, llevaban para su provisión aquella fruta para sustentarse del olor de ella, y si acaso acertaban a oler alguna cosa hedionda y asquerosa era cierto que sin ningún remedio habían de morir. Podíanse salir estas hijas del Sol a su voluntad de la casa a recrearse y pasearse por las sierras y valles que junto a ella estaban, acompañadas de otra porque no había indio por atrevido y deshonesto que fuese que tuviese osadía de hacerles algún desacato, antes, como cosa divina, eran veneradas y temidas, donde quiera que las encontraban, y a Coitapra que se atrevió a envolverse con Chuqui Llanto, refieren que se volvieron los dos en piedra en la sierra de Pitusiray y Sauasiray, para castigo de su delito y escarmiento de su osadía. Así lo refieren los indios viejos, contando esta fábula que ya tengo dicha. Demás de las ñustas, hijas del Sol, había otras dedicadas él con título de mujeres suias, porque desde que se comenzó a adorar el Sol luego le aplicaron estas mamaconas de servicio y por sus mujeres, lo cual dicen que instituyó Pacha Cuti Ynga, mandando que entre los otros sacerdotes del Sol hubiese estas doncellas, las cuales eran hijas de los orejones y principales de las provincias. Estas, que eran las primeras, tenían otras criadas y aun otras sirvientas de las criadas. Servían estas mujeres del Sol de hacerles ropas de cumbi muy delicadas y preciosas, hilando la lana y haciendo en las ropas labores vistosas y ricas y, demás de esto, hacían excelentísima y regalada chicha, mucho más aventajada que la del Ynga, para que se ofreciesen los sacrificios al Sol y asistían de día y de noche en el templo del Sol, cuidando de los sacrificios, aseo y perfección de ello. Estas mujeres y ñustas, hijas del Sol, se renovaban de tres a tres años y de las más hermosas y de mejor talle y nobleza del Reino se escogían para este ministerio, como el supremo y más de cuidado. Guardaban estas Mamaconas perpetua e inviolable castidad exteriormente, y afirman los indios viejos que jamás ninguna de estas mujeres de el Sol se supo ni oyó que la quebrantáse, porque si tal se sospechara, el Ynga y los sacerdotes mayores la mandaran enterrar viva, como los antiguos romanos hacían en las vírgenes vestales que caían en semejante flaqueza.
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Capítulo XIX 439 Del árbol o cardo llamado maguey, y de muchas cosas que de él se hacen, así de comer como de beber, calzar y vestir, y de sus propiedades 440 Me es un árbol o cardo que en lengua de las islas se llama maguey, del cual se hacen y salen tantas cosas, que es como lo que dicen que hacen del hierro; es verdad que la primera vez que yo le vi sin saber ninguna de sus propiedades dije: "gran virtud sale de este cardo". Él es un árbol o cardón a manera de una yerba que se llama zábila, sino que es mucho mayor. Tiene sus ramas o pencas verdes, tan largas como vara y media de medir; van seguidas como una teja, del medio gruesa, y adelgazando los lados del nacimiento: es gorda y tendrá casi un palmo de grueso; va acanalada, y adelgázase tanto la punta, que la tiene tan delgada como una púa o como un punzón; de estas pencas tienen cada maguey treinta o cuarenta, pocas más o menos, según su tamaño, porque en unas tierras se hacen mejores y mayores que en otras. Después que el methl o maguey está hecho y tiene su cepa crecida, córtanle el cogollo con cinco o seis púas, que allí las tiene tiernas. La cepa que hace encima de la tierra, de adonde proceden aquellas pencas, será del tamaño de un buen cántaro, y allí dentro de aquella cepa le van cavando y haciendo una concavidad tan grande como una buena olla; y hasta gastarle del todo y hacerle aquella concavidad tardarán dos meses, más o menos según el grueso del maguey; y cada día de éstos van cogiendo un licor en aquella olla, en la cual se recoge lo que destila. Este licor luego como de allí se coge, es como aguamiel; cocido y hervido al fuego, hácese un vino dulcete limpio, lo cual beben los españoles, y dicen que es muy bueno y de mucha sustancia y saludable. Cocido este licor en tinajas como se cuece el vino, y echándole unas raíces que los indios llaman ocpatl, que quiere decir medicina o adobo de vino, hácese un vino tan fuerte, que a los que beben en cantidad embeoda reciamente. De este vino usaban los indios en su gentilidad para embeodarse reciamente, y para se hacer más crueles y bestiales. Tiene este vino mal olor, y peor el aliento de los que beben mucho de él; y en la verdad, bebido templadamente es saludable y de mucha fuerza. Todas las medicinas que se han de beber se dan a los enfermos con este vino; puesto en su taza o copa echan sobre él la medicina que aplican para la cura y salud del enfermo. De este mismo licor hacen buen arrope y miel, aunque la miel no es de tan buen sabor como la de las abejas; pero para guisar de comer dicen que es ésta mejor y es muy sana. También sacan de este licor unos panes pequeños de azúcar, pero ni es tan blanco ni tan dulce como el nuestro. Asimismo hacen de este licor vinagre bueno; unos lo aciertan o saben hacer mejor que otros. Sácase de aquellas pencas hilo para coser. También se hacen cordeles y sogas, maromas, cinchas y jáquimas, y todo lo demás que se hace del cáñamo. Sacan también de él vestido y calzado; porque el calzado de los indios es muy al propio del que traían los apóstoles, porque son propiamente sandalias. Hacen también alpargates como los del Andalucía, y hacen mantas y capas; todo de este methl o maguey. 441 Las púas en que se rematan las hojas sirven de punzones, porque son agudas y muy recias, tanto, que sirven algunas veces de clavos, porque entran por una pared y por un madero razonablemente; aunque su propio oficio es servir de tachuelas cortándolas pequeñas. En cosa que se haya de volver o roblar no valen nada, porque luego saltan; y puédenlas hacer que una púa pequeña al sacarla saquen con su hebra, y servirá de hilo y aguja. 442 Las pencas también por sí aprovechan para muchas cosas. Cortan estas pencas, porque son largas, y en un pedazo ponen las indias el maíz que muelen, y cae allí; que como lo muelen con agua y el mismo maíz ha estado en mojo, ha menester cosa limpia en que caiga; y en otro pedazo de la penca lo echan después de hecho masa. De estas pencas hechas pedazos se sirven mucho los maestros que llaman amantecas, que labran de pluma y oro, y encima de estas pencas hacen un papel de algodón engrudado, tan delgado como una muy delgada toca, y sobre aquel papel y encima de la penca labran todos sus dibujos; y es de los principales instrumentos de su oficio. Los pintores y otros oficiales se aprovechan mucho de estas hojas, hasta los que hacen casas toman un pedazo y en él llevan el barro. Sirven también de canales y son buenas para ello. 443 Si a este methl o maguey no le cortan para coger vino, sino que le dejan espigar, como de hecho muchos espigan, echa un pimpollo tan grueso como la pierna de un hombre, y crece dos y tres brazas, y echada su flor y simiente sécase. Y adonde hay falta de madera sirve para hacer casas, porque de él salen buenas latas, y las pencas de los verdes suplen por teja. Cuando ha echado su árbol luego se seca todo hasta la raíz, y lo mismo hace después que le han cogido el vino. Las pencas secas aprovechan para hacer lumbre, y en las más partes es esta la leña de los pobres; hace muy buen fuego y la ceniza es muy buena para hacer lejía. 444 Es muy saludable para una cuchillada o para una llaga fresca, tomada una penca y echada en las brasas, y sacar el zumo así caliente es mucho bueno para la mordedura de la víbora; han de tomar de estos magueyes chiquitos, del tamaño de un palmo y la raíz que es tierna y blanca, y sacar el zumo, y mezclado con zumo de ajenjos de los de esta tierra, y lavar la mordedura, luego sana; esto yo lo he visto experimentar y ser verdadera medicina: esto se entiende siendo fresca la mordedura. 445 Hay otro género de estos cardos o árboles de la misma manera, sino que el color es algo más blanquecino, aunque es tan poca la diferencia, que pocos miran en ellos, y las hojas o pencas son un poco más delgadas; de éste que digo sale mejor el vino que dije que bebían algunos españoles, y yo lo he bebido. El vinagre de éste también es mejor. Este cuecen en tierra, las pencas por sí y la cabeza por sí, y sale de tan buen sabor como un diacitrón no bien adobado o no muy bien hecho. Lo de las pencas está tan lleno de hilos que no se sufre tragarlos, sino mascar y chupar aquel zumo que es dulce; mas si las cabezas están cocidas de buen maestro, tiene tan buenas tajadas que muchos españoles lo quieren tanto como buen diacitrón; y lo que es de tener en más es que toda la tierra está llena de estos metheles, salvo la tierra caliente; la que es templada tiene más de estos postreros. Estas eran las viñas de los indios; y así tienen ahora todas las linderas y valladares llenas de ellos. 446 Hácese del methl buen papel; el pliego es tan grande como dos pliegos del nuestro; y de esto se hace mucho en Tlaxcala, que corre por gran parte de la Nueva España. Otros árboles hay de que se hace en tierra caliente, y de éstos se solía gastar gran cantidad; el árbol y el papel se llaman amatlh y de este nombre llaman a las cartas, y a los libros y al papel amatlh, aunque el libro su nombre tiene. 447 En este methl o maguey hacia la raíz se crían unos gusanos blanquecinos, tan gruesos como un cañón de una avutarda y tan largos como medio dedo, los cuales tostados y con sal son muy buenos de comer; yo los he comido muchas veces en días de ayuno a falta de peces. Con el vino de este methl se hacen muy buenas cernadas para los cabellos, y es más fuerte y más cálido y más apropiado para esto que no el vino que los españoles hacen de uvas. 448 En las pencas u hojas de este maguey hallan los caminantes agua, porque como tiene muchas pencas y cada una como he dicho tiene vara y media de largo, cuando llueve, algunas de ellas retienen en sí el agua, lo cual como ya los caminantes lo sepan y tengan experiencia de ello, vanlo a buscar y muchas veces les es mucha consolación.
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De cómo el maese de campo vino a la nao: lo que pasó con el adelantado, y a él con los soldados en la tierra a donde el piloto mayor habló al maese de campo Este era el estado de las cosas cuando el maese de campo fue a la nao a hablar al adelantado, que pues le tenía solo, le hiciese dar garrote y le colgase de una entena; también le daba prisa doña Isabel su mujer (según ella contó), que decía a su marido: --Señor, matadlo, o hacedlo matar: ¿qué más queréis, pues os ha venido a las manos?, y si no, yo le mataré con este machete. Era el adelantado prudente, y no lo hizo. Entendió que te pareció que su deseo del maese de campo no llegaría a tantas ofensas suyas cuantas le decían trataba. Llegó a tierra el maese de campo, y dijo a los soldados: --Señores, yo vengo de hablar al general sobre cosas suyas y de esta población, y me dijo que sabía que todos andaban afligidos y alborotados, diciendo no ser buena esta tierra; que los sacasen de ella: y dice que pidan por papel que él responderá, y es razón; pues es nuestro general. Y luego dijo: --Motín no lo es, sino cuando sin decir nada a sus cabezas vienen de rondón los soldados, matando y diciendo: "afuera bellacos". Vuesas mercedes pueden pedir; y entre tanto se irá a buscar la almiranta; que son hermanos nuestros, y no es justo se quede sin que se busque. Pero si yo fuera que el maese de campo, dijera e hiciera porque no se entendiese que en lo que se pretendía prestaba consentimiento, y más habiéndole dicho el adelantado que sus amigos eran en todo lo más declarados; razón con que se daba a entender que también gustaba de ello. Ningún soldado, de cualquier condición que sea, de hoy más hable palabra que mal suene al oído de mi general; porque le tengo de colgar, aunque sea el más amigo. Mi general tiene fiado de mí su honra y el servicio del Rey, en cuyo lugar está: yo le tengo de servir: cada uno se aperciba a otro tanto: a mí me tiene porque favorezco vuestro partido; no tengo de perder mi honra, ni se ha de entender jamás que a una persona de mis obligaciones, cargo y prática le pasan por el pensamiento cosas tan feas e injustas. Tampoco es razón se entienda que tan honrados soldados, como son los de este campo, querrán por fuerza lo que suena. Cada uno acuda a lo que se le ordenare; porque aquí venimos sólo a obedecer y servir al Rey, y a quien mal le sirviere, castigarlo. Los soldados comenzaron a decir cosas de voz común; que como no los amedrentaron no se acordaron de ello, y dijo uno, tratándose de buscar el almiranta, que él se ofrecía a ir en nombre de todos a buscarla: que como él fuese, estaba seguro el negocio, como si fuera de más confianza que los otros, o como si no ignorara del todo el arte de navegar. Dijo otro: --Vaya el adelantado, que es experto, y no le pueden engañar; y otros decían que fuese el maese de campo: y a esto, un soldado: que el maese de campo no era marinero; y él, riéndose, dijo: --Señores, yo no entiendo estas cosas, y bien me pueden vender en ellas; y dijo más: alguno ha de ir y de alguno se ha de fiar esta ida; y así se quedó lo que toca a público. Lo secreto juró un testigo que estando el piloto mayor hablando, dijo un soldado a otro: --¿Qué escuchamos a este traidor?, matémosle. El piloto mayor apartó al maese de campo, diciendo le oyese un poco. Con cuidado le miró las manos, y en breve espacio trataron muchas cosas sobre las otras que están dichas; y acerca de la navegación le dijo el piloto mayor, que cuando se ofreciese, los llevaría bien a todos a donde lo mandase el general; y el maese de campo le dijo que ya no hacía cuenta de su vida, y que no dijese nada si no es cuando se le preguntase. Despedido el piloto mayor, se fue a la nao a dar cuenta al general de lo que había pasado, diciéndole que era su parecer que fuese a tierra y hablase con su gente, que la tenía por fácil de atraer y reducir, con su presencia, a su voluntad, representándoles las causas justas que había. El siguiente día fue el general a tierra; en donde saltando, dijo un criado suyo, arremangando los brazos: --Morcillas ha de haber. Viendo ciertos soldados al adelantado, dijo uno a otro: --Fulano, con la martingala sale nuestro general; también viene armado: ¿qué os parece de aquello que su criado dice? El adelantado dejó concertado aquel día con don Lorenzo y otros tres soldados de quien se fió la muerte del maese de campo, que fue bien diferente de lo que yo entendí salió a hacer; pero tantas cosas debieron de decirle que a mi parecer le mudaron del suyo. Cierta persona me dijo había dicho un mal tercero al adelantado, que si diesen de puñaladas al maese de campo (que él no decía que lo matasen), pero que si le matasen, etc. juzgue el de mejor entendimiento, el más experimentado y celoso; porque yo no me tengo por bueno, para juez de vivos y muertos.
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CAPÍTULO XIX Pedro Calderón pasa la ciénaga grande y llega a la de Apalacbe Volviendo a tomar el hilo de nuestro camino, decimos que los indios que salían del monte a inquietar los españoles en su alojamiento se contentaron con haber muerto el caballo de Gonzalo Silvestre y con haber perdido el indio que lo mató, que debía ser principal entre ellos, pues, viéndole muerto, se retiraron luego y no volvieron más. Los castellanos llegaron otro día, después de este suceso, al paso de la ciénaga grande, donde pasaron aquella noche, y luego, el día siguiente sin contradicción de los enemigos la pasaron con no más trabajo del que ella daba de suyo, que era harto grande. Siguieron su viaje por toda la provincia de Acuera, alargando siempre las jornadas todo lo más que podían caminar y, para sobrellevar a los infantes el trabajo de ir a pie, se apeaban los caballeros y les daban los caballos que fuesen en ellos a ratos, y no los tomaban a las ancas por no fatigar los caballos para cuando los hubiesen menester. Con esta diligencia y cuidado, caminaron hasta llegar al pueblo de Ocali, sin contradicción alguna de los enemigos como si fueran por tierra desierta. Los indios desampararon el pueblo y se fueron al monte. Los españoles tomaron la comida que hubieron menester y llegaron al río y, en balsas que hicieron, le pasaron sin que de la una ribera ni de la otra hubiese indio que les diese un grito. Pasado el río de Ocali, entraron en el pueblo de Ochile y atravesaron toda la provincia de Vitachuco y llegaron al pueblo donde fue la muerte del soberbio Vitachuco y de los suyos, que los castellanos llamaban la Matanza. Pasada la provincia de Vitachuco, llegaron al río de Osachile y lo pasaron en balsas sin ver indio que les hablase palabra. Del río fueron al pueblo llamado Osachile, al cual desampararon sus moradores como lo habían hecho todos los demás que atrás quedaron. Los españoles, habiendo tomado bastimento en Osachile, caminaron por el despoblado que hay antes de la ciénaga de Apalache. Llegaron a la ciénaga habiendo caminado casi ciento treinta y cinco leguas en toda la paz y quietud del mundo, que, si no fue la noche que mataron el caballo de Gonzalo Silvestre, no les dieron otra pesadumbre en todo este largo camino, de lo cual no hallamos razón que dar ni entonces se pudo alcanzar. Los indios de la provincia de Apalache, como más belicosos que los pasados, quisieron suplir la falta y descuido que tuvieron los otros en molestar y dañar a los españoles, como luego veremos. Habiendo llegado los nuestros al monte cerrado que está en la ribera de la ciénaga, durmieron fuera en lo raso de un llano y, luego que amaneció, caminaron por el callejón angosto del monte, que dijimos ser de media legua en largo, y entraron en el agua y llegaron a toda prisa por el agua a tomar la tierra. A este tiempo, palos que hallaron caídos. Pasaron por ella los infantes, y los de a caballo pasaron nadando lo más hondo de la canal. El capitán Pedro Calderón, viendo que habían pasado lo más hondo y peligroso del agua, mandó, para mayor diligencia y seguridad de lo que quedaba por pasar, que diez caballeros, tomando a las ancas cinco ballesteros y cinco rodeleros, fuesen a tomar el callejón angosto del monte que había en la otra ribera. Ellos lo pusieron así por obra y fueron a toda prisa para el agua a tomar la tierra. A este tiempo salieron muchos indios de diversas partes del monte, donde hasta entonces habían estado emboscados tras las matas y árboles gruesos y, con gran vocería y alarido, acometieron a los diez caballeros que llevaban los infantes a las ancas y les tiraron muchas flechas con que mataron al caballo de Álvaro Fernández, portugués, natural de Yelves, e hirieron otros cinco caballos, los cuales, como los sobresaltaron tan de repente y como iban tan cargados y el agua a los pechos, revolvieron huyendo sin que sus dueños pudiesen resistirles, derribaron en el agua los diez infantes que llevaban a sus ancas casi todos mal heridos que, como los indios al revolver de los caballos los tomaron por las espaldas, pudieron flecharlos a su placer y, viéndolos caídos en el agua arremetieron a toda furia a los degollar con gran vocería que a los demás indios daban avisándoles de su victoria para que con mayor esfuerzo y ánimo acudiesen a gozar de ella. El sobresalto tan repentino con que los indios acometieron a los castellanos y el derribar los peones en el agua y el huir los caballos y los muchos enemigos que acudían a combatirles causaron en ellos gran confusión y alboroto y aun temor de ser desbaratados y vencidos, porque era la pelea en el agua donde los caballos no podían servir con su ligereza para socorrer a los amigos y ofender a los enemigos. Al contrario, los indios, viendo cuán bien les había sucedido el primer acontecimiento cobraron nuevo ánimo y osadía y, con mayor ímpetu, acometieron a matar los infantes que habían caído en el agua. Al socorro de ellos acudieron los españoles más esforzados que más cerca se hallaron, y los primeros que llegaron fueron Antonio Carrillo, Pedro Morón, Francisco de Villalobos y Diego de Oliva, que habían pasado por la puente, y se pusieron delante de los indios y defendieron que no matasen los infantes. Por el lado izquierdo de los castellanos venía una gran banda de indios que acudían a la victoria que los primeros habían cantado. Delante de todos ellos más de veinte pasos, venía un indio con un gran plumaje a la cabeza con todo el denuedo y bizarría que se puede imaginar. Venía a tomar un árbol grande que estaba entre los unos y los otros, de donde podían, si los indios lo ganaran, hacer mucho daño a los españoles, y aun defenderles el paso. Lo cual, como Gonzalo Silvestre, que estaba más cerca del árbol, lo advirtiese, llamó a grandes voces a Antonio Galván, de quien atrás hicimos mención, el cual, aunque estaba herido y era uno de los que habían caído de los caballos, (como buen soldado) no había perdido su ballesta, y, poniéndole una jara, fue en pos de Gonzalo Silvestre, que con un medio repostero que halló en el agua iba haciendo escudo y le persuadía que no tirase a otro sino al indio que venía delante, que parecía ser capitán general. Y era así verdad, aunque él lo dijo a tiento. De esta manera llegaron al árbol y el indio que venía delante cuando vio que los españoles lo habían ganado por haberse hallado más cerca de él les tiró en un abrir y cerrar de ojos tres flechas, las cuales Gonzalo Silvestre recibió en el escudo que llevaba que, por ir mojado, pudo resistir la furia de ellas. Antonio Galván, que por no perder el tiro había esperado que el enemigo llegase más cerca, viéndole en buen puesto, le tiró con tan buena puntería que le dio por medio de los pechos y, como el triste no traía por defensa más del pellejo, le metió toda la jara por ellos. El indio, dando una vuelta en redondo, que no cayó del tiro, alzó la voz a los suyos diciendo: "Muerto me han estos traidores." Los indios arremetieron a él y, tomándolo en brazos con gran murmullo, pasando la palabra de unos a otros, lo llevaron por el mismo camino que habían traído.
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Cómo se querellaron al gobernador de los indios guaycurúes Los indios principales de la ribera y comarca del río del Paraguay, y más cercanos a la ciudad de la Ascensión, vasallos de Su Majestad, y todos juntos parescieron ante el gobernador y se querellaron de una generación de indios que habitan cerca de sus confines, los cuales son muy guerreros y valientes, y se mantienen de la caza de los venados, mantecas y miel, y pescado del río, y puercos que ellos matan, y no comer otra cosa ellos y sus mujeres e hijos, y éstos cada día la matan y andan a cazar con su puro trabajo; y son tan ligeros y recios, que corren tanto tras los venados, y tanto les dura el aliento, y sufren tanto el trabajo de correr, que los cansan y toman a mano, y otros muchos matan con las flechas, y matan muchos tigres y otros animales bravos. Son muy amigos de tratar bien a las mujeres, no tan solamente las suyas propias, que entre ellos tienen muchas preeminencias; mas en las guerras que tienen, si captivan algunas mujeres, danles libertad y no les hacen daño ni mal; todas las otras generaciones les tienen gran temor; nunca están quedos de dos días arriba en un lugar; luego levantan sus casas, que son de esteras, y se van una legua o dos desviados de donde han tenido asiento, porque la caza, como es por ellos hostigada, huye y se va, y vanla siguiendo y matando. Esta generación y otras que se mantienen de las pesquerías y de unas algarrobas que hay en la tierra, a las cuales acuden por los montes donde están estos árboles, a coger como puercos que andan a montanera, todos en un tiempo, porque es cuando está madura el algarroba por el mes de noviembre a la entrada de diciembre, y de ella hacen harina y vino, el cual sale tan fuerte y recio, que con ello se emborrachan.
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Cómo vinimos otra vez con otra armada a las tierras nuevamente descubiertas, y por capitán de la armada Hernando Cortés, que después fue marqués del Valle y tuvo otros ditados, y de las contrariedades que hubo para le estorbar que no fuese capitán En 15 días del mes de noviembre de 1518 años, vuelto el capitán Juan de Grijalva de descubrir las tierras nuevas (como dicho habemos), el gobernador Diego Velázquez ordenaba de enviar otra armada muy mayor que las de antes, y para ello tenía ya diez navíos en el puerto de Santiago de Cuba; los cuatro dellos eran en los que volvimos cuando lo de Juan de Grijalva, porque luego les hizo dar carena y adobar, y los otros seis recogieron de toda la isla, y los hizo proveer de bastimento, que era pan cazabe y tocino, porque en aquella sazón no había en la isla de Cuba ganado vacuno ni carneros, y este bastimento no era para más de hasta llegar a la Habana, porque allí habíamos de hacer todo el matalotaje, como se hizo. Y dejemos de hablar en esto, y volvamos a decir las diferencias que se hubo en elegir capitán para aquel viaje. Había muchos debates y contrariedades, porque ciertos caballeros decían que viniese un capitán de calidad, que se decía Vasco Porcallo, pariente cercano del conde de Feria, y temióse el Diego Velázquez que se alzaría con la armada, porque era atrevido; otros decían que viniese Agustín Bermúdez o un Antonio Velázquez Borrego o un Bernardino Velázquez, parientes del gobernador Diego Velázquez; y todos los más soldados que allí nos hallamos decíamos que volviese el Juan de Grijalva, pues era buen capitán y no había falta en su persona y en saber mandar. Andando las cosas y conciertos desta manera que aquí he dicho, dos grandes privados del Diego Velázquez, que se decían Andrés de Duero, secretario del mismo gobernador, y un Amador de Lares, contador de su majestad, hicieron secretamente compañía con un buen hidalgo, que se decía Hernando Cortés, natural de Medellín, el cual fue hijo de Martín Cortés de Monroy y de Catalina Pizarro Altamirano, e ambos hijosdalgo, aunque pobres; e así era por la parte de su padre Cortés y Monroy, y la de su madre Pizarro e Altamirano: fue de los buenos linajes de Extremadura, e tenía indios de encomienda en aquella isla, e poco tiempo había que se había casado por amores con una señora que se decía doña Catalina Xuárez Pacheco, y esta señora era hija de Diego Xuárez Pacheco, ya difunto, natural de la ciudad de Ávila, y de María de Marcaida, vizcaína y hermana de Juan Xuárez Pacheco, y éste, después que se ganó la Nueva-España, fue vecino y encomendado en México; y sobre este casamiento de Cortés le sucedieron muchas pesadumbres y prisiones; porque Diego Velázquez favoreció las partes della, como más largo contarán otros; y así pasaré adelante y diré acerca de la compañía, y fue desta manera: que concertaron estos dos grandes privados del Diego Velázquez que le hiciesen dar a Hernando Cortés la capitanía general de toda la armada, y que partirían entre todos tres la ganancia del oro y plata y joyas de la parte que lo cupiese a Cortés; porque secretamente el Diego Velázquez enviaba a rescatar, y no a poblar. Pues hecho este concierto, tienen tales modos el Duero y el contador con el Diego Velázquez, y le dicen tan buenas y melosas palabras, loando mucho a Cortés, que es persona en quien cabe aquel cargo, y para capitán muy esforzado, y que le sería muy fiel, pues era su ahijado, porque fue su padrino cuando Cortés se veló con doña Catalina Xuárez Pacheco: por manera que le persuadieron a ello y luego se eligió por capitán general; y el Andrés de Duero, como era secretario del gobernador, no tardó de hacer las provisiones, como dice en el refrán, de muy buena tinta, y como Cortés las quiso bastantes, y se las trajo firmadas. Ya publicada su elección, a unas personas les placía y a otras les pesaba. Y un domingo, yendo a misa el Diego Velázquez, como era gobernador, íbanle acompañando las más nobles personas y vecinos que había en aquella villa, y llevaba a Hernando Cortés a su lado derecho por le honrar; e iba delante del Diego Velázquez un truhán que se decía Cervantes "el loco", haciendo gestos y chocarrerías: "A la gala de mi amo; Diego, Diego, ¿qué capitán has elegido? Que es de Medellín de Extremadura, capitán de gran ventura. Mas temo, Diego, no se te alce con el armada; que le juzgo por muy gran varón en sus cosas." Y decía otras locuras, que todas iban inclinadas a malicia. Y porque lo iba diciendo de aquella manera le dio de pescotazos el Andrés de Duero, que iba allí junto con Cortés, y le dijo: "Calla, borracho, loco, no seas más bellaco; que bien entendido tenemos que esas malicias, so color de gracias, no salen de ti"; y todavía el loco iba diciendo: "Viva, viva la gala de mi amo Diego y del su venturoso capitán Cortés. E juro a tal, mi amo Diego, que por no te ver llorar tu mal recaudo que ahora has hecho, yo me quiero ir con Cortés a aquellas ricas tierras." Túvose por cierto que dieron los Velázquez parientes del gobernador ciertos pesos de oro a aquel chocarrero porque dijese aquellas malicias, so color de gracias. Y todo salió verdad como lo dijo. Dicen que los locos muchas veces aciertan en lo que hablan; y fue elegido Hernando Cortés, por la gracia de Dios, para ensalzar nuestra santa fe y servir a su majestad, como adelante se dirá.
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Capítulo XIX De cómo el capitán Francisco Pizarro con sus compañeros salieron de la isla; y de lo que hicieron Después de haber llegado el navío a la Gorgona, como se ha contado, y que Francisco Pizarro hubo visto las cartas de sus compañeros, platicó con los que con él estaban; que sería bien que en aquella isla se quedasen todos los indios e indias que tenían de servicio, pues había harto bastimento de lo que había venido en el navío, con el bagaje que teman, que no era mucho; y para en guarda de ellos tres españoles de los más flacos. Este consejo fue loado de todos y quedaron Peralta, Trujillo y Páez, los cuales, con todo lo demás, se habían de tomar a la vuelta en el navío. Los indios de Túmbez fueron dentro; porque ya sabían hablar y convenía no ir sin ellos para tenerlos por lengua. El capitán con los demás se embarcaron, y derecho al poniente por la costa arriba, navegaron; y fue Dios servido de les dar tan buen tiempo que, dentro de veinte días que había que navegaron, reconocieron una isla que estaba enfrente de Túmbez y cerca de la Puná, a quien pusieron por nombre Santa Clara; y como tuviesen falta de leña y de agua, arribaron a ella para se proveer. En esta isla no hay poblado ninguno, mas tenían la comarca por sagrada, y a tiempos hacían en ella grandes sacrificios, ofreciéndole la ofrenda de la Capacocha; el demonio, quien estaba enseñoreado en estas gentes, por la permisión de Dios, era visto por los sacerdotes. Tenían ídolos o piedras en que adoraban. Los indios de Túmbez que venían en el navío, como vieron la isleta reconociéronla y con alegría decían al capitán cuán cerca estaban de su tierra. Echado el batel, fueron allá el capitán con algunos de los españoles, y toparon la huaca donde adoraban, que era su ídolo de piedra poco mayor que la cabeza del hombre ahusada con punta aguda. Vieron la gran muestra de la riqueza que tenían por delante, porque hallaron muchas piezas de oro y plata pequeñas, a manera de figura de manos, y tetas de mujer, y cabezas, y un cántaro de plata, que fue el primero que se tomó, en que cabía una arroba de agua; y algunas piezas de lana, que son sus mantas, a maravilla ricas y vistosas. Como los españoles vieron estas cosas y las hallaron, estaban tan alegres cuanto se puede pensar. Pizarro quejábase de los que fueron con Juan Tafur, pues por no venir con él, no serían parte, para de aquella vez hacer algún gran hecho en la tierra. Recogiéronse a la nao oyendo a los indios de Túmbez que no era nada aquello que habían hallado en aquella isla, para lo que había en otros pueblos grandes de su tierra; y navegando su camino, otro día, a hora de nona, vieron venir por la mar una balsa tan grande que parecía navío, y arribaron sobre ella con la nao y tomáronla con quince o veinte indios que en ella venían vestidos con mantas, camisetas y en hábito de guerra; y dende a un rato vieron otras cuatro balsas con gente. Preguntaron a los indios que venían en la que había tomado, que dónde iban y de dónde eran. Respondieron que ellos eran de Túmbez, que salían a dar la guerra a los de la Puná, que eran sus enemigos, y así lo afirmaron las lenguas que traían. Como emparejaron con las otras balsas, tomáronlas con los indios que venían en ellas, haciéndoles entender que no los detenían para los tener cautivos ni para los detener, sino para que fuesen juntos a Túmbez. Holgáronse de oír esto, y estaban admirados de ver el navío y sus instrumentos y a los españoles, como eran blancos y barbados. El piloto Bartolomé Ruiz, con el navío fue arribando en tierra, y como vieron que no había montaña, ni mosquitos, dieron gracias a Dios por ello. Llegados en la playa de Túmbez surgieron y díjoles el capitán a los indios que habían tomado en las balsas, que supiesen que no venía a les dar guerra ni hacerles enojo ni mal ninguno, sino a conocerlos para tenerlos por amigos y compañeros, y que se fuesen con Dios a su tierra. Y que así lo dijesen a sus caciques. Los indios, con las balsas y todo lo que en ellas trajeron sin les faltar nada, se fueron en tierra, diciendo al capitán que ellos lo dirían a sus señores y volverían presto para el mandado suyo. Y esto que se les dijo a los indios y otras cosas bastaba para decirlo y responder sus respuestas los indios de Túmbez que habían tenido con ellos tantos días, que habían aprendido mucha parte de nuestra lengua.
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Capítulo XIX De la villa de Cañete y de Ica Pasada la noble Ciudad de los Reyes, a cuatro leguas de ella, se ve un monstruoso edificio y templo de los Yngas, dedicado al Hacedor, con nombre de Pachacamac, que lo significa, donde hubo un templo, de los Yngas. Infinita multitud de ministros, hombres y mujeres, que sólo atendían a servir al demonio y reverenciarle, y allí acudían del Reino, como en romería, indios e indias, a preguntar al demonio sus acontecimientos, y él les daba sus equívocas y dudosas respuestas, tan verdaderas como el que siendo padre de mentira, no puede acertar con la verdad. Allí se sacrificaban a este padre de las tinieblas criaturas, porque siempre fue amigo de sacrificios de sangre, que ya, por la misericordia del Omnipotente Dios, han cesado, y este memorable templo está desierto e inhabitado. A veinte y dos leguas de Lima está poblada la villa de Cañete, que antiguamente se llamó el Huarco, donde hubo una fortaleza de las más fuertes y bravas del Reino, edificio de los Yngas, todo de piedras, donde tuvieron muchos soldados de guarnición, hoy está desbaratado, y la piedra dél se lleva a Lima para labrar obras de consideración y hermosear los templos y sus portadas. Asimismo había un templo y huaca muy grande, donde estaban encerradas muchas mujeres, que las unas se metían allí por devoción, otras por enfermedades y otras por guardar clausura y recogimiento, hasta que las sacasen de allí con la orden del Ynga. Estas se trasquilaban para diferenciarse de las otras, y su oficio era hilar algodón y lana y plumería, y tejer mantas para los ídolos y para si, y barrían el templo, y en las procesiones iban con los hechiceros: ellos en una hilera, ellas en otra; comían juntas, y el Ynga las sustentaba de sus depósitos, y si alguna hablaba o se reía con algún indio, era castigada, y si se juntaba con él, entrambos morían, y tenían por infalible que, si perdían allí su virginidad, se les habían de pudrir las carnes. Dicen que a este valle y asiento le llamaban Huarco por la mucha gente que en él ahorcaban. Otros quieren sacar el nombre, de que, preguntando un capitán al Marqués Pizarro cómo se llamaba la moneda de que usaban y gastaban, le respondió que se llamaba patagón o peso, y el capitán le dijo que en su lengua se diría huarco, y esto fue en este asiento, y se le quedó este nombre. El de Cañete le dio don Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete que la pobló. Cógese en este valle infinito trigo, y se come regaladísimo pan, tanto que anda un refrán que dice: "en Cañete, toma pan y vete". Hay muchas frutas, y es pueblo abundoso, y la gente y vecinos dél se sustentan de las labranzas. Tiene dos conventos: uno de San Francisco y otro de San Agustín. Adelante, corriendo la costa, está Lunaguana, pueblo de indios que antiguamente fueron riquísimos, y hoy su iglesia esta muy adornada de ornamentos, y hay un cáliz de oro fino, que no le tiene ninguna de españoles ni de indios en el Reino. Luego está Chincha, donde hay, convento de religiosos predicadores, con su puerto, y tras ello el puerto de Pisco, que está de Lima treinta y cinco leguas, donde hay muchas viñas y se va por momentos poblando porque, como es puerto de mar y todo el vino que de Yca se trae se embarca allí, no hay año que no salgan dél más de sesenta o setenta navíos cargados de vino para los Reyes, y, así hay en él mucha contratación y gente. Tiene un convento de religiosos descalzos franciscos. Doce leguas la tierra adentro, está la villa de Valverde, en el valle de Yca. Este nombre dicen los indios se lo dio el famoso Tupa Ynga Yupanqui en esta manera: que volviendo de Pachacamac de hacer ciertos sacrificios, paró en él y habló con un indio hechicero, natural del valle, y le mandó fuese a Pachacamac a asistir en los sacrificios, y el hechicero le dijo al Ynga que le diese unas señas, como acá usamos, para el Pontífice que tenía a su cargo el templo, para que viese y le constase que por su mandado iba a la asistencia y servicio de la huaca. Entonces Tupa Ynga le respondió: "y, ca", que quiere decir: sí, toma; y le dio un champi o porra suya, y por esta memoria se le quedó al valle el nombre de Yca, y los españoles, por la verdura ordinaria que hay en él, le llamaron Valverde. Está puesto en un arenal ardentísimo rodeado por todas partes de unos árboles que llaman huarangos y nosotros algarrobales y, aunque a mediodía el sol abrasa, con todo eso traen un refrán los dél que dicen que tiene buenas mañanas, buenas tardes, buen vino, buena agua, porque es regalada y delgada, buenas uvas y buenos higos, y en todo refieren la verdad. Cojeránse en el valle y sus contornos más de doscientas mil arrobas de vino, y ésa es su contratación y, por ello, les entra cada año mucho dinero de fuera, porque se saca para la Ciudad de los Reyes, y de allí para Quito, para México, para los valles de Trujillo, y por la sierra para Guamanga, Huancavélica, Choclococha y el Cuzco. Has, hombres muy ricos en haciendas, y es pueblo muy regalado de frutas, y especialmente los melones son en él de disforme grandeza y lindo sabor y gusto. El vino para Lima se saca en recuas hasta el puerto de Pisco, que por aquellos arenales no cesan de ir y venir. El río es en el estío muy caudaloso y hondo, aunque no tiene corriente por correr por arenales. En el invierno de los Llanos se seca y va por él muy poca agua, pero ésa dulce, sabrosa y saludable. Fuera de la iglesia mayor, dedicada a San Gerónimo, hay tres conventos: uno de religiosos franciscos, de obra de ladrillo muy costosa, otro de San Agustín y otro de Nuestra Señora de las Mercedes. En medio de Yca y el puerto de Pisco, están las hoyas, que dicen de Villacuri, tan hondas que un hombre a caballo y con una lanza alta en la mano no se echará de ver, si no se llegan a la boca; y son tan grandes y anchas, que hay en cada una de ellas una viña muy extendida, y donde se cogen muchas arrobas de vino, y las uvas gruesas como aceitunas gordales y más. En este valle de Yca tienen los indios sus viñas, de donde cogen mucho vino, de que les sucede, las más veces, la muerte, por beberlo con desorden, y sin que esté en perfección de vino, sino a medio cocer, de que les resultan flujos de vientre y otras enfermedades que los acaban y consumen.
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CAPÍTULO XIX De los sacrificios de hombres que hacían Pero lo que más es de doler de la desventura de esta triste gente, es el vasallaje que pagaban al demonio, sacrificándole hombres, que son a imagen de Dios y fueron creados para gozar de Dios. En muchas naciones usaron matar para acompañamiento de sus defuntos, como se ha dicho arriba, las personas que les eran más agradables y de quien imaginaban que podrían mejor servirse en la otra vida. Fuera de esta ocasión usaron en el Pirú sacrificar niños de cuatro o de seis años, hasta diez, y lo más de esto era en negocios que importaban al Inga, como en enfermedades suyas para alcanzalle salud. También cuando iba a la guerra, por la victoria. Y cuando le daban la borla al nuevo Inga, que era la insignia de rey, como acá el cetro o corona, en la solemnidad sacrifican cantidad de doscientos niños de cuatro a diez años: duro e inhumano espectáculo. El modo de sacrificarlos era ahogarlos y enterrarlos con ciertos visajes y ceremonias; otras veces los degollaban, y con su sangre, se untaban de oreja a oreja. También sacrificaban doncellas de aquellas que traían al Inga de los monasterios, que ya arriba tratamos. Una abusión había en este mismo género, muy grande y muy general, y era que cuando estaba enfermo algún indio principal o común, y el agorero le decía que de cierto había de morir, sacrificaban al sol o al Viracocha, su hijo, diciéndole que se contentase con él y que no quisiese quitar la vida a su padre. Semejante crueldad, a la que refiere la Escritura haber usado el rey de Moab en sacrificar su hijo primogénito sobre el muro, a vista de los de Israel, a los cuales pareció este hecho tan triste que no quisieron apretarle más, y así se volvieron a sus casas. Este mismo género de cruel sacrificio refiere la Divina Escritura haberse usado entre aquellas naciones bárbaras de chananeos y jebuseos, y los demás de quien escribe el libro de la Sabiduría; llaman paz, vivir en tantos y tan graves males, como es sacrificar sus proprios hijos, o hacer otros sacrificios ocultos, o velar toda la noche haciendo cosas de locos; y así ni guardan limpieza en su vida ni en sus matrimonios, sino que éste, de envidia, quita al otro la vida, este otro le quita la mujer, y él, contento, y todo anda revuelto; sangre, muertes, hurtos, engaños, corrupción, infidelidad, alborotos, perjuicios, motines, olvido de Dios, contaminar las almas, trocar el sexo y nacimiento, mudar los matrimonios, desorden de adulterios y suciedades, porque la idolatría es un abismo de todos males. Esto dice el Sabio de aquellas gentes de quien se queja David, que aprendieron tales costumbres los de Israel, hasta llegar a sacrificar sus hijos e hijas a los demonios, lo cual nunca jamás quiso Dios, ni le fue agradable, porque como es autor de la vida y todo lo demás hizo para el hombre, no le agrada que quiten hombres la vida a otros hombres; y aunque la voluntad del fiel patriarca Abraham, la probó y aceptó el Señor, el hecho de degollar a su hijo de ninguna suerte lo consintió, de donde se ve la malicia y tiranía del demonio que en esto ha querido exceder a Dios, gustando ser adorado con derramamiento de sangre humana, y por este camino procurando la perdición de los hombres en almas y cuerpos, por el rabioso odio que les tiene como su tan cruel adversario.