De lo que acaesció a Lope de Oviedo con unos indios Desque la gente hubo comido, mandé a Lope de Oviedo, que tenía más fuerza y estaba más recio que todos, se llegase a unos árboles que cerca de allí estaban, y subido en uno de ellos, descubriese la tierra en que estábamos y procurase de haber alguna noticia de ella. El lo hizo así y entendió que estábamos en isla, y vio que la tierra estaba cavada a la manera que suele estar tierra donde anda ganado, y paresciólo por esto que debía ser tierra de cristianos, y ansí nos lo dijo. Yo le mandé que la tornase a mirar muy más particularmente y viese si en ella había algunos caminos que fuesen seguidos, y esto sin alargarse mucho por el peligro que podía haber. El fue, y topando con una vereda se fue por ella adelante hasta espacio de media legua, y halló unas chozas de unos indios que estaban solas, porque los indios eran idos al campo, y tomó una olla de ellos, y un perrillo pequeño y unas pocas de lizas, y así se volvió a nosotros; y paresciéndonos que se tardaba, envié otros dos cristianos para que le buscasen y viesen qué le había suscedido; y ellos le toparon cerca de allí y vieron que tres indios, con arcos y flechas, venían tras él llamándole, y él asimismo llamaba a ellos por señas; y así llegó donde estábamos, y los indios se quedaron un poco atrás asentados en la misma ribera; y dende a media hora acudieron otros cien indios flecheros, que agora ellos fueses grandes o no, nuestro miedo les hacía parecer gigantes, y pararon cerca de nosotros, donde los tres primeros estaban. Entre nosotros excusado era pensar que habría quien se defendiese, porque difícilmente se hallaron seis que del suelo se pudiesen levantar. El veedor y yo salimos a ellos y llamámosles, y ellos se llegaron a nosotros; y lo mejor que podimos, procuramos de asegurarlos y asegurarnos, y dímosles cuentas y cascabeles, y cada uno de ellos me dio una flecha, que es señal de amistad, y por señas nos dijeron que a la mañana volverían y nos traerían de comer, porque entonces no lo tenían.
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Cómo los indios nos trujeron de comer Otro día, saliendo el sol, que era la hora que los indios nos habían dicho, vinieron a nosotros, como lo habían prometido, y nos trajeron mucho pescado y de unas raíces que ellos comen, y son como nueces, algunas mayores o menores; la mayor parte de ellas se sacan de bajo del agua y con mucho trabajo. A la tarde volvieron y nos trajeron más pescado y de las mismas raíces, y hicieron venir sus mujeres y hijos para que nos viesen, y ansí, se volvieron ricos de cascabeles y cuentas que les dimos, y otros días nos tornaron a visitar con lo mismo que estotras veces. Como nosotros veíamos, que estábamos proveídos de pescado y de raíces y de agua y de las otras cosas que pedimos, acordamos de tornarnos a embarcar y seguir nuestro camino, y desenterramos la barca de la arena en que estaba metida, y fue menester que nos desnudásemos todos y pasásemos gran trabajo para echarla al agua, porque nosotros estibamos tales, que otras cosas muy más livianas bastaban para ponernos en él; y así embarcamos, a dos tiros de ballesta dentro en la mar, nos dio tal golpe de agua que nos mojó a todos; y como íbamos desnudos y el frío que hacía era muy grande, soltamos los remos de las manos, y a otro golpe que la mar nos dio, trastornó la barca; el veedor y otros dos se asieron de ella para escaparse; mas sucedió muy al revés, que la barca los tomó debajo y se ahogaron. Como la costa es muy brava, el mar de un tumbo echó a todos los otros, envueltos en las olas y medio ahogados, en la costa de la misma isla, sin que faltasen más de los tres que la barca había tomado debajo. Los que quedamos escapados, desnudos como nascimos y perdido todo lo que traíamos, y aunque todo valía poco, para entonces valía mucho. Y como entonces era por noviembre, y el frío muy grande, y nosotros tales que con poca dificultad nos podían contar los huesos, estábamos hechos propria figura de la muerte. De mí sé decir que desde el mes de mayo pasado yo no había comido otra cosa sino maíz tostado, y algunas veces me vi en necesidad de comerlo crudo; porque aunque se mataron los caballos entretanto que las barcas se hacían, yo nunca pude comer de ellos, y no fueron diez veces las que comí pescado. Esto digo por excusar razones, porque pueda cada uno ver qué tales estaríamos. Y sobre todo lo dicho había sobrevenido viento norte, de suerte que más estábamos cerca de la muerte que de la vida. Plugo a Nuestro Señor que, buscando los tizones del fuego que allí habíamos hecho, hallamos lumbre, con que hicimos grandes fuegos; y ansí, estuvimos pidiendo a Nuestro Señor misericordia y perdón de nuestros pecados, derramando muchas lágrimas, habiendo cada uno lástima, no sólo de sí, mas de todos los otros, que en el mismo estado vían. Y a hora de puesto el sol, los indios, creyendo que no nos habíamos ido, nos volvieron a buscar y traernos de comer; mas cuando ellos nos vieron ansí en tan diferente hábito del primero y en manera tan extraña, espantáronse tanto que se volvieron atrás. Yo salí a ellos y llamélos, y vinieron muy espantados; hícelos entender por señas cómo se nos había hundido una barca y se habían ahogado tres de nosotros, y allí en su presencia ellos mismos vieron dos muertos, y los que quedábamos íbamos aquel camino. Los indios, de ver el desastre que nos había venido y el desastre en que estábamos, con tanta desventura y miseria, se sentaron entre nosotros, y con el gran dolor y lástima que hobieron de vernos en tanta fortuna, comenzaron todos a llorar recio, y tan de verdad, que lejos de allí se podía oír, y esto les duró más de media hora; y cierto ver que estos hombres tan sin razón y tan crudos, a manera de brutos, se dolían tanto de nosotros, hizo que en mí y en otros de la compañía cresciese más la pasión y la consideración de nuestra desdicha. Sosegado ya este llanto, yo pregunté a los cristianos, y dije que, si a ellos parescía, rogaría a aquellos indios que nos llevasen a sus casas; y algunos de ellos que habían estado en la Nueva España respondieron que no se debía hablar en ello, porque si a sus casas nos llevaban, nos sacrificarían a sus ídolos; mas, visto que otro remedio no había, y que por cualquier otro camino estaba más cerca y más cierta la muerte, no curé de lo que decían, antes rogué a los indios que nos llevasen a sus casas, y ellos mostraron que habían gran placer de ellos, y que esperásemos un poco, que ellos harían lo que queríamos; y luego treinta de ellos se cargaron de leña, y se fueron a sus casas, que estaban lejos de allí, y quedamos con los otros hasta cerca de la noche, que nos tomaron, y llevándonos asidos y con mucha prisa, fuimos a sus casas; y por el gran frío que hacía, y temiendo que en el camino alguno no muriese o desmayase, proveyeron que hobiese cuatro o cinco fuegos muy grandes puestos a trechos, y en cada uno de ellos nos escalentaban; y desque vían que habíamos tomado alguna fuerza y calor, nos llevaban hasta el otro tan apriesa, que casi los pies no nos dejaban poner en el suelo; y de esta manera fuimos hasta sus casas, donde hallamos que tenían hecha una casa para nosotros, y muchos fuegos en ella; y desde a un hora que habíamos llegado, comenzaron a bailar y hacer grande fiesta, que duró toda la noche, aunque para nosotros no había placer, fiesta ni sueño, esperando cuándo nos habían de sacrificar; y la mañana nos tornaron a dar pescado y raíces, y hacer tan buen tratamiento, que nos aseguramos algo y perdimos algo el miedo del sacrificio.
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CAPITULO XII Pártese de las Islas de los Ladrones y llégase a las de Luzón o Filipinas por otro nombre: cuéntase las cosas particulari- dades de aquellas islas Desde estas Islas de los Ladrones caminando hacia el Oeste casi 200 leguas hasta la boca que llaman del Espíritu Santo, se entra luego en el Archipiélago, que son innumerables islas, casi todas pobladas de naturales y muchas conquistadas de los españoles, o por guerra o amistad. Al cabo de 50 leguas de él está la ciudad de Manila, que es en la isla de Luzón, donde vivía de ordinario el Gobernador de todas las dichas islas, y los oficiales de Su Majestad, y donde está el Obispo o Iglesia Catedral. Está esta ciudad en 14 grados y un cuarto, y alrededor de ella hay tantas islas, que hasta hoy ninguno las ha podido contar. Extiéndense todas de Nordueste a Sudueste y NorteSur, tanto que por una parte llegan al Estrecho de Sincapura (que está 25 leguas de Malaca) y por otra hasta los Malucos y otras islas donde se coge infinito clavo, pimienta y jengibre, de lo cual hay montes muy grandes. Los primeros que descubrieron estas islas fueron españoles que vinieron a ellas en compañía del famoso Magallanes, y no las conquistaron porque sabían más de navegar que de conquistar. Por cuya causa después de haber descubierto y pasado el Estrecho (hasta el día de hoy se llama de su sobrenombre) y llegados a la isla de Zubú, donde bautizaron algunos de los naturales, después en un convite los mesmos isleños le mataron a él, y a otros 40 compañeros, que fue causa que Sebastián de Guetaria, natural de Vizcaya, para escapar con la vida se metiese en una nao que había quedado del viaje, que después se llamó la Victoria, y con ella y muy poca gente que le ayudó con el favor de Dios llegó a Sevilla, habiendo dado vuelta a todo el mundo desde Oriente a Poniente, cosa que causó a todos gran admiración, y al Emperador Carlos Quinto nuestro Señor, de gloriosa memoria, más en particular: el cual después de haber hecho grandes mercedes al Sebastián de Guetaria, dio orden que se tornase a hacer nueva Armada y que volviesen en demanda de aquellas islas y a descubrir aquel nuevo mundo. Y luego que fue puesta en orden para navegar, que se hizo con mucha brevedad, señaló por General de toda la Flota a un fulano de Villalobos, mandándole ir por la vía de Nueva España. Este Villalobos arribó a las islas Malucas y a las de Terrenate y a otras a ellas juntas, las cuales estaban empeñadas por el Emperador ya dicho a la Corona de Portugal. En estas islas tuvieron muchas guerras por respeto de los portugueses, y viéndose con poca resistencia y mal recado para proseguir la conquista, desistieron de ella, yéndose los más de ellos con los sobredichos portugueses a la India de Portugal, de donde después los enviaron medio presos al mesmo Rey de Portugal, como a hombres delincuentes y que habían entrado en sus islas sin su licencia. E1 cual no sólo no les hizo daño, pero los trató muy bien y invió a sus tierras a Castilla, dándoles lo necesario para el camino muy cumplidamente. De allí a algunos años el Rey D. Felipe nuestro Señor, queriendo que el descubrimiento que el Emperador su padre con tantas veras había procurado, se siguiese, invió a mandar a Dn. Luis de Velasco, que era su Virrey en la Nueva España, que hiciese Armada y gente para tornar a descubrir las dichas islas y que inviase en ellas por Gobernador de todo lo que se descubriese a Miguel López de Legazpi; que se cumplió todo como Su Majestad lo mandaba e hicieron el descubrimiento de la manera que en la primera relación de la entrada de los Padres Agustinos en la China largamente se ha contado. Fueron estas islas antiguamente sujetas al Rey de la China hasta la dejación voluntaria que el hizo de todas ellas por las razones ya dichas en la primera parte de esta historia; y a esta causa, cuando los españoles llegaron a ella las hallaron si cabeza ni Señor a quien obedeciesen, mandando en cada una de ellas el que más poder y más gente tenía. Esto y el haber muchos de igual poder, era ocasión de que siempre tuviesen entre sí continuas guerras civiles sin respeto alguno ni a parentesco ni a otra obligación más que si fueran animales irracionales, despedazándose, matándose y cautivándose los unos a los otros, que fue lo que ayudó y favoreció a nuestros españoles para sujetar la tierra por Su Majestad tan fácilmente, poniéndoles por nombre Islas Filipinas por respecto de su nombre. Usaban entre ellos hacer cautivos y esclavos con grande facilidad en guerras ilícitas y por causas muy leves: lo cual remedió Dios con la ida de nuestros españoles. Iba un hombre con 40 ó 50 compañeros o criados y daba de repente en una aldea de gente pobre y desapercibida para semejante asalto, y atábanlos a todos llevándolos por esclavos, sin otra causa ni razón, y servíanse de ellos toda la vida, o vendíanlos en otras islas. Y si acaso uno prestaba a otro un cesto de arroz o dos que valían hasta un real, con condición que dentro de diez días se lo devolviese, si el deudor no pagaba el propio día o el siguiente, había de pagar doblado, y después iba doblando la deuda de día en día, hasta que venía a ser tan grande, que para pagarla le era forzado darse por esclavo. A todos los que lo eran con estos títulos y otros semejantes, ha mandado la Majestad Católica del Rey nuestro Señor dar libertad, aunque no se cumple de todo punto este justo mandamiento, por ser los que lo han de ejecutar interesados en él. Todas estas islas eran de gentiles e idólatras: hay ya en ellas muchos millares de bautizados, con los cuales usó nuestro Señor de gran misericordia inviándoles el remedio para sus almas a tan buen tiempo, que si los españoles se detuvieran algunos años, fueran el día de hoy todos moros, porque habían ya venido algunos de los que hay de este secta en la isla de Burneo a enseñársela, y no estaban ya muy lejos de adonde el falso profeta Mahoma, cuya pérfida memoria fue con el Santo Evangelio de Cristo fácilmente extirpada. Adoraban en todas estas islas al sol y luna y otras segundas causas y algunas figuras de hombres y mujeres, a quien en su lengua llaman Maganito a cuyas fiestas, que las hacían muy suntuosas y con grandes ceremonias y supersticiones, llamaban Magaduras. Entre todos estos tenían en mayor veneración a un ídolo, cuyo nombre es Batala: la cual reverencia la habían tornado por tradición, y así no sabían decir en qué había sido mayor que los demás por donde mereciese mayor estima. En unas islas que estaban cerca llamadas de los Illocos, adoraban al diablo haciéndole muchos sacrificios en pago y agradecimiento de mucho oro que él les daba. Ya por la bondad de Dios y por la buena diligencia que han puesto los Padres Agustinos, que fueron los primeros que pasaron en aquellas partes y han trabajado y vivido loablemente, y por la de los Padres de San Francisco que fueron diez años después, todas estas islas, o las más de ellas, están bautizadas y debajo de la bandera de Jesucristo, y los que quedan han sido más por falta de Ministros y Predicadores que por repugnancia de parte suya. Ya han pasado allí los Padres jesuitas, que ayudarán para ello con su acostumbrado trabajo y celo, y agora van muchos Religiosos muy doctos y varones apostólicos de la Orden de Santo Domingo que trabajaron en aquella viña del Señor con tantas veras, como lo hacen donde quiera que está.
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Cómo en este tiempo llevaron preso a la Real Audiencia a Francisco de Aguirre, Gobernador del Tucumán Aunque parezca apartarme fuera del propósito de mi historia, desviándome del hilo de las cosas que tocan al Río de la Plata, no he querido pasar en silencio lo que sucedió a Francisco de Aguirre en la gobernación de Tucumán, que, como tengo dicho, me es fuerza tocar algunas cosas de aquella tierra, según en esta historia he comenzado, el cual gobernando aquella provincia en nombre de S.M. por el conde de Niebla, Virrey del Perú, mandó hacer la población de San Miguel de Tucumán, cometiéndola a Diego de Villaroel, su sobrino, y el año de 1564 hizo esta fundación, que dista de Santiago del Estero veinticinco leguas en comarcas de cuatro o cinco mil indios, parte de ellos reconocieron en tiempos pasados por Señor al Inca Rey del Perú, que son los serranos, y los demás tienen sus caciques, a quienes respetan. Está en la altura de 28 grados, y allí tiene buen temperamento, es tierra de muchos bosques y arboledas muy crecidas, pastos convenientes para todo género de ganados. Pasa por este pueblo un pequeño río, que de este y de otros donde se viene a formar el de Santiago, que comúnmente se llama del Estero. Después de conluida esta población con buen suceso, determinó Francisco de Aguirre hacer una jornada a la provincia de los Comechingones, que es hoy la de Córdoba; y habiendo salido con buen orden, y golpe de gente española y amigos, hizo su jornada, visitando los pueblos de aquel camino, tomando noticia y lengua que a la parte del sudeste había un término muy poblado de indios muy ricos, según y como a Diego de Rojas le informaron, cuando descubrió esta provincia, y después de algunos sucesos por desavenirse la gente que llevaba, dio la vuelta por Santiago; y llegando cuarenta leguas de ella en un puesto que llaman los Altos de Francisco de Aguirre, le prendieron una noche en el año 1566, siendo cabeza de este motín Diego de Heredia y Versocana, con el pretexto de un mandamiento eclesiástico que tenía del Vicario de aquella ciudad, a quien le llevaron bien asegurado, usurpando la Real jurisdicción, y de su propia autoridad administraron él y sus confidentes su Real justicia, tomando en sí el gobierno de la tierra, prendiendo a todas las personas que podían apellidar la voz del Rey. Esto mismo se practicó en el Tucumán con todos los dichos, a excepción del capitán Gaspar Medina, que se puso con tiempo en salvo, ganando las serranías de Concho distante doce leguas del Estero, quedando enteramente apoderados de la tierra los tiranos. Y para colocar en algo sus depravadas operaciones, determinaron hacer una población entre el poniente y setentrión del Estero en la provincia que antes descubrió el capitán Diego de Rojas, en la que fundaron una ciudad que llamaron Esteco, aludiendo a un pueblo de indios de la comarca de este nombre: dista 45 leguas de la de Santiago: está en altura de 26 grados y medio. En este tiempo tuvo modo el capitán Gaspar de Medina, teniente del Gobernador Francisco de Aguirre, de convocar algunos amigos suyos por medio del favor y ayuda de Nicolás Carrizo, Miguel de Ardiles, y el capitán Juan Pérez Moreno, y con ellos y con los que se le agregaron, prendieron a Heredia y Versocana, y otros secuaces, y haciéndoles causa, los condenó a muerte, como se ejecutó en varias personas motoras de esta rebelión, con lo cual quedó restituida la jurisdicción Real, y para obtenerlo con el gobierno, despachó a la Real Audiencia a Diego Pacheco, en el ínterin se viese por la Audiencia la causa de Francisco de Aguirre, que había sido llevada a aquella ciudad y corte. Así que Diego Pacheco fue recibido del gobierno, determinó reformar algunas cosas de la provincia; mudó el nombre de la ciudad del Estero en Nuestra Señora de Talavera; y repartió los indios en sesenta encomenderos. Luego la Real Audiencia restituyó al gobierno a Francisco de Aguirre aunque no duró mucho en él, porque arrebatado de pasión por lo pasado, atropelló varias cosas contra justicia y cristiandad, de modo que fue causado por la Iglesia, y después por la Inquisición, por cuyo Santo Tribunal fue despachado del Perú al capitán Diego de Arana a ejecutar su prisión: traía también merced del gobierno del Señor Virrey, que con ambas facultades entró en la provincia, y conclusas las cosas de su comisión, se fue llevando al prisionero, dejando en su lugar al capitán Nicolás Carrizo, hasta que se proveyó este empleo en don Gerónimo Luis de Cabrera.
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CAPÍTULO XII La relación que Baltasar de Gallegos envió de lo que había descubierto Concluidas en brevísimo tiempo las cosas que hemos dicho, se embarcó Vasco Porcallo y llevó consigo todos los españoles e indios y negros que para su servicio había traído, dejando nota en todo el ejército, no de cobardía, porque no cabía en su ánimo, sino de inconstancia de él; como en la isla de Cuba, cuando se ofreció para la conquista, la había dejado de ambición demasiada, por desamparar su casa, hacienda y regalo, por cosas nuevas, sin necesidad de ellas. En casos graves, siempre las determinaciones no consultadas con la prudencia y consejo de los amigos suelen causar arrebatados y aun desesperados arrepentimientos, con mal y daño y mucha infamia del que así las ejecuta, que, si este caballero mirara antes de salir de su casa lo que miró después para volverse a ella, no fuera notado de lo que lo fue ni inquietara su persona para menoscabo y pérdida de su reputación y gasto de su hacienda, pudiendo haberla empleado en la misma jornada con más prudencia y mejor consejo para más loa y honra suya. Mas, ¿quién domará una bestia fiera ni aconsejará a los libres y poderosos, confiados de sí mismos y persuadidos que conforme a los bienes de fortuna tienen los del ánimo y que la misma ventaja que hacen a los demás hombres en la hacienda que ellos no ganaron, esa misma les hacen en la discreción y sabiduría que no aprendieron? Por lo cual, ni piden consejo, ni lo quieren recibir, ni pueden ver a los que son para dárselo. El dia siguiente a la partida de Vasco Porcallo, llegaron al ejército los cuatro caballeros que Baltasar de Gallegos envió con la relación de lo que habían visto y oído de las tierras que habían andado. Los cuales la dieron muy bien cumplida y de mucho contento para los españoles, porque todas las cosas que dijeron en favor de su pretensión y conquista, salvo una, que dijeron que adelante del pueblo de Urribarracuxi había una grandísima ciénaga y muy mala de pasar. Todos se alegraron con las buenas nuevas, y a lo de la ciénaga respondieron que Dios había dado al hombre ingenio y maña para allanar y pasar por las dificultades que se le ofreciesen. Con esta relación mandó el gobernador echar bando que se apercibiesen para caminar pasados los tres días siguientes. Ordenó que Gonzalo Silvestre, con otros veinte de a caballo, volviese a dar el aviso a Baltasar de Gallegos cómo al cuarto día saldría el ejército en su seguimiento. Habiendo de salir el gobernador del pueblo de Hirrihigua era necesario dejar presidio y gente de guarnición que defendiese y guardase las armas, bastimentos y municiones que el ejército tenía, porque de todo esto había llevado mucha cantidad, y también que la carabela y los dos bergantines que estaban en la bahía no quedasen desamparados. Para lo cual nombró al capitán Pedro Calderón que quedase por caudillo de mar y tierra y tuviese a su cargo lo que en ambas partes quedaba, para cuya defensa y guarda dejó cuarenta lanzas y ochenta infantes (sin los marineros de los tres navíos), con orden que estuviesen quedos, sin mudarse a otra parte, hasta que les enviasen a mandar otra cosa, y que con los indios de la comarca procurasen tener siempre paz y en ninguna manera guerra, aunque fuesen sufriéndoles mucho desdén y particularmente regalasen e hiciesen toda buena amistad a Mucozo. Dejada esta orden, la cual el capitán Pedro Calderón guardó como buen capitán y soldado, salió el gobernador de la bahía del Espíritu Santo y pueblo de Hirrihigua y caminó hacia el de Mucozo, al cual llegó a dar vista la mañana del día tercero de su camino. Mucozo, que sabía su venida, salió a recibirle con muchas lágrimas y sentimiento de su partida, y le suplicó se quedase aquel día en su pueblo. El gobernador, que deseaba no molestarle con tanta gente, le dijo que le convenía pasar adelante porque llevaba las jornadas contadas, que se quedase con Dios y hubiese por encomendados al capitán y soldados que en el pueblo de Hirrihigua quedaban. Rindiole de nuevo las gracias de lo que por él y su ejército y Juan Ortiz había hecho, abrazole con mucha ternura y señales de gran amor, que lo merecía la bondad de este famoso indio, el cual, con muchas lágrimas, aunque procuraba retenerlas, besó las manos al gobernador, y, entre otras palabras que para significar la pena de su ausencia le habló, dijo que no sabría decir cuál había sido mayor, o el contento de haberle conocido y recibido por señor, o el dolor de verle partir sin poder seguir a su señoría; que le suplicaba por última merced se acordase de él. Despedido del general, habló a los demás capitanes y caballeros principales, y por buen término les dijo la tristeza y soledad en que le dejaban y que el Sol les encaminase y prosperase en todos sus hechos. Con esto se quedó el buen Mucozo y el gobernador pasó adelante en su viaje hasta el pueblo de Urribarracuxi sin que por el camino se le ofreciese cosa digna de memoria. De la bahía del Espíritu Santo al pueblo de Urribarracuxi caminaron siempre al nordeste, que es al norte torciendo un poco hacia donde sale el sol. En este rumbo, y en todos los demás que en esta historia se dijeren, es de advertir que no se tomen precisamente para culparme si otra cosa pareciere después cuando aquella tierra se ganare, siendo Dios servido, que, aunque hice todas las diligencias necesarias para poderlos escribir con certidumbre, no me fue posible alcanzarla porque, como el primer intento que estos castellanos llevaban era conquistar aquella tierra y buscar oro y plata, no atendían a otra cosa que no fuese plata y oro, por lo cual dejaron de hacer otras cosas que les importaban más que el demarcar la tierra. Y esto basta para mi descargo de no haber escrito con la certinidad que he deseado y era necesario.
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CAPÍTULO XII Del arte que se saca el azogue y se beneficia con él la plata Digamos agora cómo se saca el azogue y cómo se saca con él la plata. La piedra o metal donde el azogue se halla, se muele y pone en unas ollas, al fuego, tapadas, y allí fundiéndose o derritiéndose aquel metal, se despide de él el azogue con la fuerza del fuego, y sale en exhalación a vueltas del humo del dicho fuego, y suele ir siempre arriba, hasta tanto que topa algún cuerpo, donde para y se cuaja, o si pasa arriba sin topar cuerpo duro, llega hasta donde se enfría, y allí se cuaja y vuelve a caer abajo. Cuando está hecha la fundición, destapan las ollas y sacan el metal, lo cual procuran se haga estando ya frías, porque si da algún humo o vapor de aquel a las personas que destapan las ollas, se azogan y mueren, o quedan muy maltratadas o pierden los dientes. Para dar fuego a los metales, porque se gasta infinita leña, halló un minero por nombre Rodrigo de Torres, una invención utilísima, y fue coger de una paja que nace por todos aquellos cerros del Pirú, la cual allá llaman icho, y es a modo de esparto, y con ella dan fuego. Es cosa maravillosa la fuerza que tiene esta paja para fundir aquellos metales, que es como lo que dice Plinio del oro, que se funde con llama de paja no fundiéndose con brasas de leña fortísima. El azogue así fundido lo ponen en badanas, porque en cuero se puede guardar, y así se mete en los almacenes del Rey, y de allí se lleva por mar a Arica, y de allí a Potosí, en recuas o carneros de la tierra. Consúmese comúnmente en el beneficio de los metales en Potosí, de seis a siete mil quintales por año, sin lo que se saca de las lamas (que son las heces que quedan y barro de los primeros lavatorios de metales que se hacen en tinas), las cuales lamas se queman y benefician en hornos para sacar el azogue que en ellas queda, y habrá más de cincuenta hornos de éstos en la villa de Potosí y en Tarapaya. Será la cuantidad de los metales que se benefician, según han echado la cuenta hombres pláticos, más de trescientos mil quintales al año, de cuyas lamas beneficiadas se sacarán más de dos mil quintales de azogue. Y es de saber que la cualidad de los metales es varia, porque acaece que un metal da mucha plata y consume poco azogue; otro al revés, da poca plata y consume mucho azogue; otro da mucha y consume mucho; otro da poca y consume poco, y conforme a cómo es el acertar en estos metales, así es el enriquecer poco o mucho, o perder en el trato de metales. Aunque lo más ordinario es que en metal rico como da mucha plata, así consume mucho azogue, y el pobre al revés. El metal se muele muy bien primero con los mazos de ingenios, que golpean la piedra como batanes, y después de bien molido el metal, lo ciernen con unos cedazos de telas de arambre, que hacen la harina tan delgada como los comunes de cerdas, y ciernen estos cedazos, si están bien armados y puestos, treinta quintales entre noche y día. Cernida que está la harina del metal, la pasan a unos cajones de buitrones, donde la mortifican con salmuera, echando a cada cincuenta quintales de harina cinco quintales de sal, y esto se hace para que la sal desengrase la harina de metal, del barro o lama que tiene, con lo cual el azogue recibe mejor la plata. Exprimen luego con un lienzo de holanda cruda el azogue sobre el metal, y sale el azogue como un rocío, y así van revolviendo el metal para que a todo él se comunique este rocío del azogue. Antes de inventarse los buitrones de fuego, se amasaba muchas y diversas veces el metal con el azogue, así echado en unas artesas, y hacían pellas grandes como de barro, y dejábanlo estar algunos días, y tornaban a masallo otra vez y otra, hasta que se entendía que estaba ya encorporado el azogue en la plata, lo cual tardaba veinte días y más, y cuando menos, nueve. Después, por aviso que hubo, como la gana de adquirir es diligente, hallaron que para abreviar el tiempo, el fuego ayudaba mucho a que el azogue tomase la plata con presteza, y así trazaron los buitrones, donde ponen unos cajones grandes en que echan el metal con sal y azogue, y por debajo dan fuego manso en ciertas bóvedas hechas a propósito, y en espacio de cinco días o seis, el azogue encorpora en sí la plata. Cuando se entiende que ya el azogue ha hecho su oficio, que es juntar la plata mucha o poca sin dejar nada de ella, y embeberla en sí, como la esponja al agua, encorporándola consigo y apartándola de la tierra, y plomo y cobre con que se cría, entonces tratan de descubrilla y sacalla y apartalla del mismo azogue, lo cual hacen en esta forma. Echan el metal en unas tinas de agua, donde con unos molinetes o ruedas de agua, trayendo alrededor el metal, como quien deslíe o hace mostaza, va saliendo el barro o lama del metal en el agua que corre, y la plata y azogue como cosa más pesada, hace asiento en el suelo de la tina. El metal que queda está como arena, y de aquí lo sacan y llevan a lavar otra vuelta con bateas en unas balsas o pozas de agua, y allí acaba de caerse el barro, y deja la plata y azogue a solas, aunque a vueltas del barro y lama va siempre algo de plata y azogue que llaman relaves, y también procuran después sacallo y aprovechallo. Limpia pues que está la plata y el azogue, que ya ello reluce despedido todo el barro y tierra, toman todo este metal y echado en un lienzo, exprímenlo fuertemente, y así sale todo el azogue que no está encorporado en la plata, y queda lo demás hecho todo una pella de plata y azogue, al modo que queda lo duro y cibera de las almendras cuando exprimen el almendrada; y estando bien exprimida la pella que queda, sola es la sexta parte de plata, y las otras cinco son azogue. De manera que si queda una pella de sesenta libras, las diez libras son de plata y las cincuenta de azogue. De estas pellas se hacen las piñas a modo de panes de azúcar, huecas por dentro y hácenlas de cien libras de ordinario. Y para apartar la plata del azogue, pónenlas en fuego fuerte, donde las cubren con un vaso de barro de la hechura de los moldes de panes de azúcar, que son como unos caperuzones, y cúbrenlas de carbón, y dánles fuego, con el cual el azogue se exhala en humo, y topando en el caperuzón de barro, allí se cuaja y destila, como los vapores de la olla en la cobertera, y por un cañón al modo de alambique, recíbese todo el azogue que se destila, y tórnase a cobrar, quedando la plata sola, la cual en forma y tamaño es la misma; en el peso es cinco partes menos, que antes queda toda crespa y esponjada, que es cosa de ver; de dos de estas piñas se hace una barra de plata que pesa sesenta y cinco o sesenta y seis marcos, y así se lleva a ensayar, y quintar y marcar. Y es tan fina la plata sacada por azogue, que jamás baja de dos mil y trescientos y ochenta de ley; y es tan excelente, que para labrarse ha menester que los plateros la bajen de ley echándole liga o mezcla, y lo mismo hacen en las casas de monedas donde se labra y acuña. Todos estos tormentos y (por decirlo así) martirios, pasa la plata para ser fina, que si bien se mira, es un amasijo formado, donde se muele y se cierne, y se amasa y se leuda, y se cuece la plata, y aun fuera de eso se lava y relava, y se cuece y recuece, pasando por mazos y cedazos, y artesas y buitrones, y tintas y bateas, y exprimideros y hornos, y finalmente por agua y fuego. Digo esto porque viendo este artificio en Potosí consideraba lo que dice la Escritura, de los justos, que Colabit eos, et purgabit quasi argentum. Y lo que dice en otra parte. Sicut argentum purgatum terrae, purgatum septuplum. Que para apurar la plata, y afinalla y limpialla de la tierra y barro en que se cría, siete veces la purgan y purifican, porque en efecto son siete; esto es, muchas y muchas las veces que la atormentan hasta dejalla pura y fina. Y así es la doctrina del Señor y lo han de ser las almas que han de participar de su pureza divina.
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CAPÍTULO XII He aquí la memoria de la muerte de Hunahpú e Ixbalanqué. Ahora contaremos la manera como murieron. Habiendo sido prevenidos de todos los sufrimientos que les querían imponer, no murieron de los tormentos de Xibalbá, ni fueron vencidos por todos los animales feroces que había en Xibalbá. Mandaron llamar después a dos adivinos que eran como profetas; llamábanse Xulú y Pacam y eran sabios, y les dijeron -Se os preguntará por los Señores de Xibalbá acerca de nuestra muerte, que están concertando y preparando por el hecho de que no hemos muerto, ni nos han podido vencer, ni hemos perecido en sus tormentos, ni nos han atacado los animales. Tenemos el presentimiento en nuestro corazón de que usarán la hoguera para darnos muerte. Todos los de Xibalbá se han reunido, pero la verdad es que no moriremos. He aquí, pues, nuestras instrucciones sobre lo que debéis decir: -Si os vinieren a consultar acerca de nuestra muerte y que seamos sacrificados, ¿qué diréis entonces vosotros, Xulú y Pacam? Si os dijeren: "¿No será bueno arrojar sus huesos en el barranco?" "¡No conviene -diréis- porque resucitarán después!" Si os dijeren: "¿No será bueno que los colguemos de los árboles?", contestaréis: "De ninguna manera conviene, porque entonces también les volveréis a ver las caras". Y cuando por tercera vez os digan: "¿Será bueno que arrojemos sus huesos al río?"; si así os fuere dicho por ellos: "Así conviene que mueran -diréis-; luego conviene moler sus huesos en la piedra, como se muele la harina de maíz; que cada uno sea molido por separado; en seguida arrojadlos al río, allí donde brota la fuente, para que se vayan por todos los cerros pequeños y grandes." Así les responderéis cuando pongáis en práctica el plan que os hemos aconsejado, dijeron Hunahpú e Ixbalanqué. Y cuando se despidieron de ellos, ya tenían conocimiento de su muerte. Hicieron entonces una gran hoguera, una especie de horno hicieron los de Xibalbá y lo llenaron de ramas gruesas. Luego llegaron los mensajeros que habían de acompañarlos, los mensajeros de Hun Camé y de Vucub-Camé. -"¡Que vengan! Id a buscar a los muchachos, id allá para que sepan que los vamos a quemar." Esto dijeron los Señores, ¡oh muchachos!, exclamaron los mensajeros. -Está bien, contestaron. Y poniéndose rápidamente en camino, llegaron junto a la hoguera. Allí quisieron obligarlos a divertirse con ellos. -¡Tomemos nuestra chicha y volemos cuatro veces cada uno encima de la hoguera, muchachos!, les fue dicho por HunCamé. -No tratéis de engañarnos, contestaron. ¿Acaso no tenemos conocimiento de nuestra muerte, ¡oh Señores!, y de que eso es lo que aquí nos espera? Y juntándose frente a frente, extendieron ambos los brazos, se inclinaron hacia el suelo y se precipitaron en la hoguera, y así murieron los dos juntos. Todos los de Xibalbá se llenaron de alegría y dando muchas voces y silbidos, exclamaban: -¡Ahora sí los hemos vencidos! ¡Por fin se han entregado! En seguida llamaron a Xulú y Pacam, a quienes los muchachos habían dejado advertidos, y les preguntaron qué debían hacer con sus huesos, tal como ellos les habían pronosticado. Los de Xibalbá molieron entonces sus huesos y fueron a arrojarlos al río. Pero éstos no fueron muy lejos, pues asentándose al punto en el fondo del agua, se convirtieron en hermosos muchachos. Y cuando de nuevo se manifestaron, tenían en verdad sus mismas caras.
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Capítulo XII De la escuela que tenía el Ynga en el Cuzco Porque no se nos quede alguna cosa notable, que dé indicios de la policía y buen gobierno de los Yngas en su república, por írseme ya olvidando una curiosidad bonísima que tuvo en el Cuzco, que fue hacer en él, y en su casa, criar a hijos de los curacas principales de los gobernadores de las provincias, y de los parientes más cercanos, y de otros de su linaje, como lo hacían antiguamente los persas, nación tan proveída y famosa; la cual he querido poner en este lugar, no se me quedase entre renglones, como dicen, pues fue éste un medio discretísimo y acertado para criar y corregir la juventud, y sacar de allí hombres valerosos y capitanes singulares en las ocasiones necesarias. Dijo el Ynga, como iba su poder y majestad creciendo, que se enseñase en su casa a los hijos de los principales y de los orejones que residían cerca de su persona, todas las cosas por donde habían de venir a ser sabios y experimentados en gobierno político y en la guerra, y por donde habían de merecer la gracia y amor del Ynga. Así puso en su casa una escuela, en la cual presidía un viejo anciano, de los más discretos orejones, sobre cuatro maestros que había para diferentes cosas y diferentes tiempos de los discípulos. El primer maestro enseñaba al principio la lengua del Ynga, que era la particular que él hablaba, diferente de la quichua y de la aymara, que son las dos lenguas generales de este reino. Acabado el tiempo, que salían en ella fáciles, y la hablaban y entendían, entraban a la sujeción y doctrina de otro maestro, el cual les enseñaba a adorar los ídolos y sus huacas, a hacerles reverencia y las ceremonias que en esto había, declarándoles la diferencia de los ídolos y sus nombres y, en fin, todas las cosas pertenecientes a su religión y supersticiones. Al tercer año entraban a otro maestro, que les declaraba en sus quipus los negocios pertenecientes al buen gobierno y autoridad suya, y a las leyes y la obediencia que se había de tener al Ynga y a sus gobernadores, y los castigos que se les daban a los que quebrantaban sus mandatos. El cuarto y postrero año, con otro maestro aprendían en los mismos cordeles y quipus muchas historias y sucesos antiguos, y trances de guerras acontecidas en tiempos pasados y las astucias de sus Yngas y capitanes, y el modo con que conquistaron las fortalezas y vencieron a sus enemigos y todas aquellas cosas que notables habían sucedido, para que las tuviesen de memoria y las refiriesen en conversación; y entre ellos y los maestros se las hacían contar y decir de memoria, porque por el modo que en referirlas tenían, sacaban la facilidad, entendimiento y prudencia de que habían sido dotatos, y su buena o mala naturaleza de los muchachos. Concluido con estos cuatro años de doctrina, daban cuenta los maestros al Ynga, mediante, el supremo de ellos, de lo que sentían y esperaban de su buena inclinación y habilidad. Eran estos muchachos muy bien tratados en sus personas y vestidos, y tenían señaladas las raciones para el sustento muy cumplidamente ellos y sus maestros. A éstos no los castigaban ni azotaban a su albedrío y como querían, antes tenían limitada la jurisdicción en el castigo; podían una vez en el día azotarlos y no en las nalgas sino en las plantas de los pies, y si el maestro excedía en el número de diez azotes y se los daba en las nalgas, o más que una vez al día, el Ynga lo castigaba muy cruelmente y por lo menos le mandaba cortar la mano derecha. Si desta escuela salían los muchachos bien enseñados, luego entraban por pajes del Ynga, favorecidos y regalados, y como iban dando muestras en el servicio del Ynga, así iban subiendo y se les empezaban a dar oficios en la guerra, o en el gobierno de provincias, hasta llegar, conforme sus merecimientos, a ser Tocoricucapa, que eran gobernadores, o ser del Consejo de estado del Ynga, como tenemos referido.
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Capítulo XII 382 Que cuenta del buen ingenio y grande habilidad que tienen los indios en aprender todo cuanto les enseñan; y todo lo que ven con los ojos lo hacen en breve tiempo 383 El que enseña a el hombre la ciencia, ese mismo proveyó y dio a estos indios naturales grande ingenio y habilidad para aprender todas las ciencias, artes y oficios que les han enseñado, porque con todos han salido en tan breve tiempo, que en viendo los oficios que en Castilla están muchos años en deprender, acá en sólo mirarlos y verlos hacer, tan muchos quedado maestros. Tienen el entendimiento vivo, recogido y sosegado, no orgulloso ni derramado como otras naciones. 384 Deprendieron a leer brevemente, así en romance como en latín, y de tirado y letra de mano. Apenas hay carta en su lengua, de muchas que unos a otros se escriben, que como los mensajeros son baratos, andan bien espesas; todos las saben leer, hasta los que ha poco se comenzaron a enseñar. 385 Escribir se enseñaron en breve tiempo, porque en pocos días que escriben luego contrahacen la materia que les dan sus maestros, y si el maestro les muda otra forma de escribir, como es cosa muy común que diversos hombres hacen diversas formas de letras, luego ellos también mudan la letra y la hacen de la forma que les da su maestro. 386 En el segundo año que los comenzamos a enseñar dieron a un muchacho de Tezcuco por muestra una bula, y sacóla tan a el natural, que la letra que hizo parecía el mismo modelo, porque el primer renglón era de letra grande, y abajo sacó la firma ni más ni menos, y un I.H.S. con una imagen de Nuestra Señora, todo tan al propio, que parecía no haber diferencia del molde a la otra letra; y por cosa notable y primera la llevó un español a Castilla. Letras grandes y griegas, pautar y apuntar, así canto llano como canto de órgano, hacen muy liberalmente, y han hecho muchos libros de ello, y también han deprendido a encuadernar e iluminar, alguno de ellos muy bien, y han sacado imágenes de planchas de bien perfectas figuras, tanto que se maravillan cuantos las ven, porque de la primera vez la hacen perfecta, de las cuales tengo yo bien primas muestras. 387 El tercero año les impusimos en el canto, y algunos se reían y burlaban de ellos, así porque parecían desentonados como porque parecían tener flacas voces; y en la verdad no las tienen tan recias ni tan suaves como los españoles, y creo que lo causa andar descalzos y mal arropados los pechos, y ser las comidas tan pobres, pero como hay muchos en qué escoger, siempre hay razonables capillas. Fue muy de ver el primero que los comenzó a enseñar el canto; era un fraile viejo y apenas sabía ninguna cosa de la lengua de los indios, sino la nuestra castellana, y hablaba tan en forma y en seso con los muchachos como si fuera con cuerdos españoles; los que lo oíamos no nos podíamos valer de risa, y los muchachos la boca abierta oyéndole muy atentos ver qué quería decir. Fue cosa de maravilla, que aunque a el principio ninguna cosa entendían, ni el viejo tenía intérprete, en poco tiempo le entendieron y aprendieron el canto de tal manera, que ahora hay muchos de ellos tan diestros que rigen capillas; y como son de vivo ingenio y gran memoria, lo más de lo que cantan saben de coro, tanto, que si estando cantando se revuelven las hojas o se cae el libro, no por eso dejan de cantar, sin errar en un punto; y si ponen el libro en una mesa tan bien cantan los que están a el revés y a los lados como los que están delante. Un indio de estos cantores, vecino de esta ciudad de Tlaxcala, ha compuesto una misa entera, apuntada por puro ingenio, aprobada por buenos cantores de Castilla que la han visto. 388 En lugar de órganos tienen música de flautas concertadas, que parecen propiamente órganos de palo, porque son muchas flautas. Esta música enseñaron a los indios unos menstriles que vinieron de España; y como acá no hubiese quién a todos juntos los recibiese y diese de comer, rogámosles que se repartiesen por los pueblos de los indios, y que les enseñasen pagándoselo, y así los enseñaron. Hacen también chirimías, aunque no las saben dar el tono que han de tener. Un mancebo indio que tañía flauta enseñó a tañer a otros indios en Teuacan, y en un mes todos supieron oficiar una misa y vísperas, himnos, y magnificat, y motetes; y en medio año estaban muy gentiles tañadores. Aquí en Tlaxcala estaba un español que lo enseñase, el cual le dio solas tres lecciones, en las cuales deprendió todo lo que el español sabía; y antes que pasasen diez días tañía con el rabel entre las flautas, y discantaba sobre todas ellas. Ahora he sabido que en México hay maestro que tañe vihuela de arco, y tiene ya hechas todas cuatro voces; yo creo que antes del año sabrán tanto los indios como su maestro, o ellos podrán poco. 389 Hasta comenzarlos a enseñar el latín o gramática hubo muchos pareceres, así entre los frailes como de otras personas, y cierto se les ha enseñado con harta dificultad, más con haber salido muy bien con ello se da el trabajo por bien empleado, porque hay muchos de ellos buenos gramáticos, y que componen oraciones largas y bien autorizadas, y versos hexámetros y pentámetros, y lo que en más se debe tener es el recogimiento de los estudiantes, que es como de novicios frailes, y esto con poco trabajo de su maestro; porque estos estudiantes y colegiales tienen su colegio bien ordenado, adonde solos ellos se enseñan; porque después que vieron que aprovechaban en el estudio, pasaron los del barrio de San Francisco de México a el otro barrio que se llama Santiago de Tepepulco Tatelulco (sic) adonde ahora están con dos frailes que los enseñan, y con un bachiller indio que les lee gramática. 390 Una muy buena cosa aconteció a un clérigo recién venido de Castilla, que no podía creer que los indios sabían la doctrina cristiana, ni pater nostre, ni Credo bien dicho; y como otros españoles le dijesen que sí, él todavía incrédulo; y a esta sazón habían salido dos estudiantes del colegio, y el clérigo pensando que eran de los otros indios, preguntó a uno si sabía el pater noster y dijo que sí, e hízosele decir, y después hízole decir el Credo, y díjole bien; y el clérigo acusóle una palabra que el indio bien decía, y como el indio se afirmase en que decía bien, y el clérigo que no, tuvo el estudiante necesidad de probar cómo decía bien, y preguntóle hablando en latín; reverende pater, nato cujus casus est? Entonces como el clérigo no supiese gramática, quedó confuso y atajado.
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De cómo salieron a las naos, de la isla, muchas canoas; dase razón de ellas y los indios, y de lo demás que pasó hasta que se tomó puerto Estando ya cerca de esta isla, salió de ella un canalucho con su vela y detrás de él una flota de otras cincuenta, y dando voces y meneando las manos llamaban a las naos, y aunque con recelos también los llamaban los nuestros. Llegaron: la gente que en ellos venía era de color negro atezado y algunos más loros; hombres todos, de cabellos frisados, y muchos los traían blancos, rubios y de otros colores, por ser cierto el teñirlos y quitado la mitad del en la cabeza, y hechas otras diferencias; los dientes teñidos de colorado: venían todos desnudos, salvo partes que las cubrían con unas telas blondas, y con tinta más negra que su color embijados todos, y de otros colores hechas en el rostro y cuerpo algunas rayas. Traían ceñidas y en los brazos muchas vueltas de bejuco negro, y al cuello colgados muchos sarteles de cuentecillas muy menudas, de hueso y ébano y dientes de pescados; y de las caras de los ostiones de perlas, colgadas por muchas partes, muchas patenas chicas y grandes. Las canoas eran pequeñas, algunas venían amarradas de dos en dos, con unos lechos un poco altos y contrapesos, así como los de las primeras islas. Sus armas eran arcos, y las flechas tenían púas muy agudas de palo tostado y otras de huesos arponadas, y algunas de plumas metidas en carcajes untadas las puntas, que pareció ser yerba; y aunque de poco daño, traían piedras, macanas de madera pesada, que son sus espadas, dardos de palo recio con tres órdenes de arpones, en más de un palmo de punta; y como se trae el tahalí traían unas mochilas de palma bien obradas, llenas de bizcochos, que hacen de unas raíces, de que todos venían comiendo, y con facilidad dieron parte. Como vio el adelantado su color, los tuvo por la gente que buscaba, y decía: ésta es tal isla, o tal tierra. Hablóles en la lengua que en el primer viaje aprendió; pero ni ellos a él, ni él a ellos jamás entendieron. Pasáronse a mirar las naos, y todos andaban graznando al redor de ellas: nunca quisieron entrar, aunque más se les persuadió; antes, hablando unos con otros, se pusieron pronto en armas, a que parece les persuadía un indio alto, flaco y viejo que en la delantera estaba; y sin esperar más se enarcaron los arcos para tirar. Hablábales el viejo y luego se abatían; corría la palabra de unos a otros y no se acababan de determinar, y finalmente, resueltos y dando grita, tiraron muchas flechas, que clavaron por las velas y otras partes de los navíos, sin hacer otro mal ni daño. Visto esto, se mandó a los soldados, que ya estaban prestos, los arcabuzasen: mataron a unos e hirieron a otros muchos, con que todos, con grande espanto, se fueron huyendo, y en el batel se les siguió con cuatro arcabuceros, y alcanzados, se echaron dos a nado por salvar las vidas, que dejaron, y los demás, saltando en la playa, se emboscaron en la montaña. Andúvose de una en otra vuelta buscando puerto, de todos tan deseado, con la paciencia gastada por el mucho trabajo que juzgaban padecían, entendiendo estaba el refrigerio cierto en saltando en tierra. Vino la fragata sin hallar la almiranta, que de nuevo dobló la sospecha y pena, y todos los tres navíos surgieron a la boca de una bahía al abrigo de unos bajos. El fondo era a pique, y con la creciente de la marea garró el galeón como a las diez de la noche, y con el peligro de dar en los bajos salió el general para animar a la gente y levar las áncoras. La priesa y bullicio fue grande por estar el peligro cerca, y el ser de noche lo hacía más cerca: no se podía soportar el descuido de los soldados; pero no faltó quien dijo a voces: --No son causas ni descuidos los servicios que han de merecer con el Rey; salgan de debajo de cubierta los peruanos bravos, y pues hay la fama, haya las obras: dentro en sí los tiene esta nao; ayuden aquí, pues es para fama y para redimir sus propias vidas. No quisieron ni les obligó la vergüenza, y sin ellos fue servicio Dios que se recogieron las áncoras, y dadas velas salió la nao a ancha y limpia mar con trabajo, porque entraba el agua y los hacía rodar. En amaneciendo, el adelantado se embarcó en la galeota y fue a buscar el puerto, y halló uno el piloto mayor, aunque pequeño, que está al Noroeste del volcán, abrigado del Sudeste, que tiene doce brazas de fondo, pueblo, río, lastre y leña y partes airosas. Volvióse el adelantado sin hallar puerto y las naos a entrar en la bahía, y por ser ya tarde se surgió en una punta que allí había: saltó el sargento en tierra con doce arcabuceros para asegurar el puesto. Los indios de un pueblo que cerca estaba, los salieron a flechar con tanto ímpetu, que los obligó a hacer fuertes en una sola casa que allí estaba: de la nao se dispararon dos versos, con que los hicieron parar y huir, y la barca fue a traer la gente. Andúvose toda la noche por el mar, y el siguiente día, el adelantado halló en ella un puerto muerto y abrigado de todos vientos, a donde se surgió, en quince brazas de fondo de lama, y junto tierra, río y pueblos, de los cuales se sintió toda la noche músicas y bailes a su usanza, con palos unos con otros y tamboriles de palos huecos, en que los indios la pasaron.