Busqueda de contenidos

contexto
De la hambre y necesidad, que padeció toda la armada Sabido por don Pedro el suceso y desbarato con la muerte de su hermano y de los demás que fueron en su campaña, recibió tan gran sentimiento, que estuvo a pique de perder la vida; y más con un acaecimiento y desastre de haber hallado muerto en su cama al capitán Medrano de cuatro o cinco puñaladas, sin que se pudiera saber quien lo hubiese verificado, aunque se hicieron grandes diligencias, prendiendo muchos parientes y amigos de Juan de Osorio, con los cuales sucesos, y la hambre que sobrevino, estaba la gente muy triste y desconsolada, llegando a tanto extremo la falta de comida, que había día que sólo se daba de ración seis onzas de harina, y esa podrida y mal pesada, que lo uno y lo otro causó tan gran pestilencia, que corrompidos morían muchos de ellos, para cuyo remedio determinó don Pedro mandar al capitán Gonzalo de Mendoza con una nao a la costa del Brasil en busca de algunos víveres; y salido al efecto hizo su jornada; y por otra parte despachó doscientos hombres con Juan de Ayolas, a que descubriesen lo que había el río arriba, nombrándole por su teniente general, el cual salió en dos bergantines y una barca, llevando en su compañía al capitán Alvarado, y a otros caballeros, con orden de que dentro de cuarenta días le viniesen a dar cuenta de lo que descubriesen, para que conforme a su relación ordenase lo más conveniente; y pasados algunos días estuvo don Pedro cuidadoso de saber lo sucedido. Vencido ya el término de los cuarenta días, y harto más, le causó notable pena, y mucho más viendo que cada día la pestilencia iba creciendo con la hambre y la necesidad, de tal manera que determinó irse al Brasil, llevándose consigo la mitad de la gente que allí tenía, a proveerse de bastimentos, y con ellos volver a proseguir su conquista, aunque a la verdad su intento no era éste sino de irse a Castilla, y dejar la tierra; para lo cual con gran priesa hizo aparejar los navíos que había de llevar, y embarcada la gente necesaria para el viaje, aquella misma noche llegó Juan de Ayolas, antes de él partirse, haciendo grande salva de artillería con gran júbilo por haber hallado cantidad de comida, y muchos indios amigos que dejaba de paz, llamados Timbúes y Caracaraes en el fuerte de Corpus Christi, donde dejó al capitán Alvarado con cien soldados en su compañía. Con este socorro y la buena nueva que de la tierra tuvo, mudó de parecer don Pedro, y determinó ir en persona a verla, llevando en su compañía la mayor parte de su gente con algunos caballeros, dejando por su lugar teniente en Buenos Aires, al capitán Francisco Ruiz Galán, y en su compañía a don Nuño de Silva, y por capitán de los navíos a Simón Jacques de Ramúa. Tardó don Pedro en el viaje muchos días por causa de la gran flaqueza de la gente, que se le moría por momentos, tanto que ya le faltaba cerca de la mitad, y llegando donde esta Alvarado, halló habérsele muerto la mitad de la gente, no pudiendo arriba de la gran flaqueza y hambre pasada, y la que de presente tenían; con todo determinó de hacer allí asiento, en vista de la buena comodidad del sitio, mandando construir una casa para su morada, y recibiendo gran consuelo en la comunicación y amistad de los naturales, de quienes se informó de lo que había en la tierra, y como a la parte del sudoeste residían ciertos indios vestidos, que tenían muchas ovejas de la tierra, y que contrataban con otras naciones muy ricas de plata y oro, y que habían de pasar por ciertos pueblos de indios que viven debajo de tierra, que llamaban Comechingones, que son los de las Cuevas, que hoy día están repartidos a los vecinos de la ciudad de Córdoba. Con esta relación se ofrecieron dos soldados a don Pedro de Mendoza de ir a ver y descubrir aquella tierra y traer razón de ella; el cual, deseando satisfacerse, condescendió con su petición, y salidos al efecto nunca más volvieron, ni se supo que se hicieron; aunque algunos han dicho, que atravesando la tierra, y cortando la cordillera general, salieron al Perú, y se fueron a Castilla. En este tiempo padecían en Buenos Aires cruel hambre, porque faltándoles totalmente la ración, comían sapos, culebras, y las carnes podridas que hallaban en los campos, de tal manera, que los excrementos de los unos comían los otros, viniendo a tanto extremo de hambre como en tiempo que Tito y Vespasiano tuvieron cercada a Jerusalén: comieron carne humana; así le sucedió a esta mísera gente, porque los vivos se sustentaban de la carne de los que morían, y aun de los ahorcados por justicia, sin dejarle más de los huesos, y tal vez hubo hermano que sacó la asadura y entrañas a otro que estaba muerto para sustentarse con ella. Finalmente murió casi toda la gente, donde sucedió que una mujer española, no pudiendo sobrellevar tan grande necesidad fue constreñida a salirse del real, e irse a los indios, para poder sustentar la vida; y tomando la costa arriba, llegó cerca de la Punta Gorda en el monte grande, y por ser ya tarde, busco adonde albergarse, y topando con una cueva que hacía la barranca de la misma costa, entró en ella, y repentinamente topó con una fiera leona que estaba en doloroso parto, que vista por la afligida mujer quedó ésta muerta y desmayada, y volviendo en sí, se tendía a sus pies con humildad. La leona que vio la presa, acometió a hacerla pedazos; pero usando de su real naturaleza, se apiadó de ella, y desechando la ferocidad y furia con qué le había acometido, con muestras halagüeñas llegó así a la que ya hacía poco caso de su vida, y ella, cobrando algún aliento, la ayudó en el parto en que actualmente estaba, y venido a luz parió dos leoncillos; en cuya compañía estuvo algunos días sustentada de la leona con la carne que traía de los animales; con que quedó bien agradecida del hospedaje, por el oficio de comadre que usó; y acaeció que un día corriendo los indios aquella costa, toparon con ella una mañana al tiempo que salía a la playa a satisfacer la sed en el río donde la sorprendieron y llevaron a su pueblo, tomándola uno de ellos por mujer, de cuyo suceso y demás que pasó, haré relación adelante.
contexto
CAPÍTULO XII Incursiones de los españoles en la ciudad sitiada Los testimonios indígenas conservan la descripción de numerosas escenas de vivo realismo acerca de lo que ocurrió en México-Tenochtitlan, durante el largo sitio impuesto por los conquistadores. Los textos de los informantes de Sahagún que aquí se transcriben se refieren a los combates que a cada momento tenían lugar en los alrededores y aun en el interior mismo de la ciudad. En una de las primeras embestidas de los conquistadores, los mexicas hicieron prisioneros a quince españoles, que fueron sacrificados luego, a la vista de sus compatriotas, que miraban desde los bergantines cómo les daban muerte. Trata asimismo el texto acerca de la trágica situación de los sitiados, del modo como penetraron los españoles al mercado de Tlatelolco, del incendio del templo y de la forma como rechazaban los mexicas con valentía increíble a quienes trataban de adueñarse de su ciudad Más adelante se describe el modo como los españoles colocaron un trabuco o catapulta sobre el templete que había en la plaza del mercado de Tlatelolco para atacar con él a los mexicas. Y tratando ya del final del sitio, se recuerda el último esfuerzo hecho para salvara la ciudad. Cuauhtémoc, que había sucedido en el mando supremo de los mexicas a Cuitláhuac, muerto a consecuencia de la epidemia, determinó entonces revestir a un capitán de nombre Opochtzin con las insignias del rey Ahuízotl. Esos atavíos que convertían a aquel hombre en Tecolote de Quetzal, le daban asimismo fuerza invencible. Se decía que en esas insignias estaba colocada la voluntad de Huitzilopochtli. Se creía que lanzando el dardo del dios, "la serpiente de fuego", si lograba ésta alcanzara uno o dos de los enemigos, era posible aún la victoria. El documento indígena refiere que los españoles mostraron espanto al contemplar la figura del Tecolote de Quetzal. Así acabó la batalla, hubo un momento de calma que presagiaba el desenlace fatal. Como se verá en el capítulo siguiente, apareció por ese tiempo una como gran llama que parecía venir del sol. Era como un remolino que andaba haciendo espirales: era el último presagio de la ruina final de México-Tenochtitlan. Quince españoles son apresados y sacrificados Comienza luego el estruendo, empiezan a tañerse flautas. Golpean y blanden los escudos, los que están para afrontar la guerra. Persiguen a los españoles, los acosan, los atemorizan: luego atraparon a quince españoles. Los llevaron y sus barcas retrocedieron y fueron a colocarlas en medio de la laguna. Y cuando completaron dieciocho cautivos, tenían que ser sacrificados allá en Tlacochcalco (Casa del Arsenal). Al momento los despojan, les quitan sus armaduras, sus cotas de algodón y todo cuanto tenían puesto. Del todo los dejaron desnudos. Luego así ya convertidos en víctimas, los sacrifican. Y sus congéneres estaban mirando, desde las aguas, en que forma les daban muerte. Otra vez introdujeron dos bergantines en Xocotitlan. Cuando allí hubieron anclado, se fueron hacia las casas de los que habitaban allí. Pero Tzilacatzin y algunos otros guerreros cuando vieron a los españoles, se arrojaron contra ellos, los vinieron acosando, los estrecharon tanto que los precipitaron al agua. También en otra ocasión llevaron sus bergantines al rumbo de Coyonazazco para dar batalla y atacar. Y cuando hubieron llegado allá, salieron algunos españoles. Venía guiando a aquella gente Castañeda y Xicoténcatl. Este venía trayendo su penacho de plumas de quetzal. Tiraron con la ballesta y uno fue herido en la frente, con lo cual murió al momento. El que tiró la ballesta era Castañeda. Se arrojaron sobre él los guerreros mexicanos y a todos los acosaron, los hicieron ir por el agua y a pedradas los abrumaron. Hubiera muerto allí Castañeda, pero se quedó cogido de la barca y fue a salir a Xocotitlan. Había puesto otro bergantín en la espalda de la muralla, donde la muralla da vuelta, y otro estaba en Teotlecco, donde el camino va recto hacia el Peñón (Tepetzinco). Estaban como en resguardo de la laguna. Por la noche se los llevaron. Y hasta pasados algunos días otra vez contra nosotros vinieron. Vinieron a resultar por el rumbo de Cuahuecatitlan, en el camino se colaron. Y los de Tlaxcala, Acolhuacan, Chalco luego llenaron el canal, y de esta manera prepararon camino. Echaron allí adobes, maderamento de las casas: los dinteles, las jambas, los pilares, las columnas de madera. Y las cañas que cercaban, también al agua las arrojaron. Nuevo ataque español Cuando así se hubo cegado el canal, ya marchan los españoles, cautelosamente van caminando: por delante va el pendón; van tañendo sus chirimías, van tocando sus tambores. A su espalda van en fila los tlaxcaltecas todos, y todos los de los pueblos ("aliados de los españoles"). Los tlaxcaltecas se hacen muy valientes, mueven altivos sus cabezas, se dan palmadas sobre el pecho. Van cantando ellos, pero también cantando están los mexicanos. De un lado y de otro se oyen cantos. Entonan los cantares que acaso recuerdan, y con sus cantos se envalentonan. Cuando llegan a tierra seca, los guerreros mexicanos se agazapan, se pliegan a la tierra, se esconden y se hacen pequeños. Están al acecho esperando a qué horas alzarse deben, a qué horas han de oír el grito, el pregón de ponerse en pie. Y se oyó el grito: -¡Mexicanos, ahora es cuando!# Luego viene a ver las cosas el tlapaneca otomí Hecatxin; se lanza contra ellos y dice: -¡Guerreros de Tlatelolco, ahora es cuando! ¿Quiénes son esos salvajes? ¡Que se dejen venir acá!# Y al momento derribó a un español, lo azotó contra el suelo. Y éste se arrojó contra él y también lo echó por tierra. Hizo lo que con él había aquél hecho primero. Pero (Hecatzin) lo volvió a derribar y luego vinieron otros a arrastrar a aquel español. Hecho esto, los guerreros mexicanos vinieron a arrojarlo por allá. Los que habían estado recatados junto a la tierra, se fueron persiguiendo a los españoles por las calles. Y los españoles, cuando los vieron, estaban meramente como si se hubieran embriagado. Al momento comenzó la contienda para atrapar hombres. Fueron hechos prisioneros muchos de Tlaxcala, Acolhuacan, Chalco, Xochimilco. Hubo gran cosecha de cautivos, hubo gran cosecha de muertos. Fueron persiguiendo por el agua a los españoles y a toda la gente (aliada suya). Pues el camino se puso resbaloso, ya no se podía caminar por él; solamente se resbalaba uno, se deslizaba sobre el lodo. Los cautivos eran llevados a rastras. Allí precisamente fue donde el pendón fue capturado allí fue arrebatado. Los que lo ganaron fueron los de Tlatelolco. El sitio preciso en que lo capturaron fue donde hoy se nombra San Martín. Pero no lo tuvieron en estima, ningún caso hicieron de él. Otros (de los españoles) se pusieron en salvo. Fueron a retraerse y reposar allá por la costa de rumbo de Colhuacan, en la orilla del canal. Allá fueron a colocarse. Cincuenta y tres españoles sacrificados Pues ahora ya llevan los mexicanos a sus cautivos al rumbo de Yacacolco. Se va a toda carrera, y ellos guardan a sus cautivos. Unos van llorando, otros van cantando, otros se van dando palmadas en la boca, como es costumbre en la guerra. Cuando llegaron a Yacacolco, se les pone en hilera, en filas fueron puestos: uno a uno van subiendo al templete: allí se hace el sacrificio. Fueron delante los españoles, ellos hicieron el principio. Y en seguida van en pos de ellos, los siguen todos los de los pueblos (aliados de ellos). Cuando acabó el sacrificio de éstos, luego ensartaron en picas las cabezas de los españoles; también ensartaron las cabezas de los caballos. Pusieron éstas abajo, y sobre ellas las cabezas de los españoles. Las cabezas ensartadas están con la cara al sol. Pero las cabezas de los pueblos aliados, no las ensartaron, ni las cabezas de gente de lejos. Ahora bien los españoles cautivados fueron cincuenta y tres y cuatro caballos. Por todas partes estaban en guardia, había combates, y no se dejaba de vigilar. Por todos los rumbos nos cercaban los de Xochimilco en sus barcas. De un lado y de otro se hacían cautivos, de un lado y otro había muertos. La situación de los sitiados Y todo el pueblo estaba plenamente angustiado, padecía hambre, desfallecía de hambre. No bebían agua potable, agua limpia, sino que bebían agua de salitre. Muchos hombres murieron, murieron de resultas de la disentería. Todo lo que se comía eran lagartijas, golondrinas, la envoltura de las mazorcas, la grama salitrosa. Andaban masticando semillas de colorín y andaban masticando lirios acuáticos, y relleno de construcción, y cuero y piel de venado. Lo asaban, lo requemaban, lo tostaban, lo chamuscaban y lo comían. Algunas yerbas ásperas y aun barro. Nada hay como este tormento: tremendo es estar sitiado. Dominó totalmente el hambre. Poco a poco nos fueron repegando a las paredes, poco a poco nos fueron haciendo ir retrocediendo. Los españoles entran al mercado de Tlatelolco Y sucedió una vez que cuatro de a caballo entraron al mercado. Y después de haber entrado, recorrieron su circuito, fueron caminando al lado del muro que cierra el mercado. Iban dando estocadas a los guerreros mexicanos, de modo que muchos murieron. Atropellaron todo el mercado. Fue la primera vez que vinieron a dar al mercado. Luego se fueron, retrocedieron. Los guerreros mexicanos echaron a correr tras ellos, fueron en su seguimiento. Pues la primera vez que entraron al mercado los españoles fue de improviso, sin que se dieran cuenta de ello (los mexicanos). El incendio del templo Fue en este mismo tiempo cuando pusieron fuego al templo, lo quemaron. Y cuando se le hubo puesto fuego, inmediatamente ardió: altas se alzaban las llamas, muy lejos las llamaradas subían. Hacían al arder estruendo y reverberaban mucho. Cuando ven arder el templo, se alza el clamor y el llanto, entre lloros uno a otro hablaban los mexicanos. Se pensaba que después el templo iba a ser saqueado. Largo tiempo se batalló en el mercado, en sus bordes se estableció el combate: apenas dejaban libre el muro por el rumbo en que la cal se vende. Pero por donde se vende el incienso, y en donde estaban los caracoles del agua, y en la casa de las flores, y en todos los reductos que quedan entre las casas, iban entrando. Sobre el muro se mantenían los guerreros mexicanos y de todas las casas de los habitantes de Quecholan, que están al entrar al mercado se hizo como un solo muro. Sobre de las azoteas estaban muchos colocados. Desde allí arrojaban piedras, desde allí lanzaban dardos. Y todas aquellas casas de los de Quecholan fueron perforadas por detrás, se les hizo un hueco no grande, para que al ser perseguidos por los de a caballo, cuando iban a lancearlos, o estaban para atropellarlos, y trataban de cerrarles el paso, los mexicanos Por esos huecos se metieran. Otra incursión de los españoles Sucedió en una ocasión que llegaron los españoles hasta Atliyacapan. Desde luego saquearon y atraparon a las gentes para llevárselas, pero cuando los vieron los guerreros mexicanos, luego los persiguieron, les hicieron disparos de flechas los mexicanos. Iba andando por allí un jefe cuáchic llamado Axoquentzin. Acosó a los enemigos, les hizo soltar su presa, los hizo retroceder: ese jefe allí murió: le dieron una estocada: le atravesaron el pecho: en el corazón le entró el estoque. De ambas partes cogido, quedó allí muerto. Entonces los enemigos se replegaron y en el suelo se tendieron. También allá en Yacacolco hubo batallas. Los españoles lanzaban sus pasadores. En fila bien colocados iban dándoles ayuda, iban dándoles consejos aquellos cuatro reyes: ellos les cerraban el paso. Pero los guerreros mexicanos se pusieron en acecho, para entrar por la retaguardia, cuando el sol hubiera declinado. Pero, hecho esto, llegaron algunos de los enemigos y treparon a las azoteas, y desde allí, luego gritaron: -Ea, gente de Tlaxcala: venid a juntaros acá. ¡Aquí están vuestros enemigos! Entonces lanzaron dardos contra los emboscados: éstos se entregaron a general desbandada. Con toda calma llegaron aquéllos hasta Yacacolco: allí se trabó el combate. Pero allí nada más hallaron resistencia: no pudieron abrir las columnas de los tlatelolcas: éstos apostados en la ribera opuesta lanzaban contra aquéllos dardos, lanzaban piedras. Ya no pudieron los españoles seguir pasando los vados, ya no tomaron puente ninguno# Colocación de la catapulta en el mercado de Tlatelolco En este tiempo colocaron los españoles en el templete una catapulta hecha de madera, para arrojar piedras a los indios. Cuando ya la habían acabado, cuando estaba para tirar, la rodearon muchos a ella, la señalaban con el dedo, la admiraban unos con otros los Indios que estaban reunidos en Amáxac. Todos los del pueblo bajo estaban allí mirando. Los españoles manejan para tirar en contra de ellos. Van a lanzarles un tiro como si fuera una honda. En seguida le dan vueltas, dan vueltas en espiral, y dejan enhiesto luego el maderamento de aquella máquina de palo que tiene forma de honda. Pero no cayó la piedra sobre los naturales, sino que pasó a caer tras ellos en un rincón del mercado. Por esto se pelearon unos con otros, según pareció, los españoles. Señalaban con las armas hacia los indios y hacían gran alboroto. Pero el artificio aquél de madera iba dando vuelta y vuelta, n tener dirección fija, sólo con gran lentitud iba enderezando si, su tiro. Luego se dejó ver que era: en su punta había una honda, la cuerda era muy gruesa. Y por tener esa cuerda se le dio el nombre de "honda de palo". Una vez más se replegaron a una los españoles y todos los de Tlaxcala. Otra vez se ponen en hileras en Yacacolco, en Tecpancaltitlan y en donde se vende el incienso. Y allá en Acocolecan dirigía (su jefe) a los que nos acosaban, lentamente iba pasando por la tierra. Contraataque de los mexicas Por su parte, los guerreros mexicanos vienen a ponerse en pie de defensa, en hileras. Muy fuertes se sienten, muy viriles se muestran. Ninguno se siente tímido, nadie muestra ser femenil. Dicen: -Caminad hacia acá, guerreros, ¿quiénes son esos salvajillos? ¡Son gentuza del sur de Anáhuac! Los guerreros mexicanos no van en una dirección, van y vienen por doquiera. Nadie se para en directo, nadie va por línea recta. Ahora bien, los españoles muchas veces se disfrazaban: no se mostraban lo que eran. Como se aderezan los de acá, así se aderezaban ellos. Se ponían insignias de guerra, se cubrían arriba con una tilma, para engañar a la gente, iban del todo encubiertos, de este modo hacían caer en error. Cuando a alguno habían flechado los españoles, la gente se replegaba contra la tierra, había desbandada. Estaban muy atentos. Fijaban la mirada Para ver por cual rumbo venía a salir el tiro. Estaban muy en guardia, se recataban muy bien los guerreros de Tlatelolco. Pero los españoles paso a paso iban entrando a su terreno, contra las casas se estrechaban. Y en donde se vende el incienso, en el camino hacia Amáxac, estaban muy pegados a nosotros sus escudos y venían a dar contra sus lanzas. La acción del "Tecolote de Quetzal" Por su parte, el rey Cuauhtémoc y con él los capitanes Coyohuehuetzin, Temilotzin, Topantemoctzin, Ahuelitoctzin, Mixcoatlailotlactzin, Tlacuhtzin y Petlauhtzin, tomaron a un gran capitán de nombre Opochtzin, tintorero de oficio. En seguida lo revistieron, le pusieron el ropaje de "tecolote de quetzal", que era insignia del rey Ahuizotzin. Le dijo Cuauhtémoc: -Esta insignia era la propia del gran capitán, que fue mi padre Ahuizotzin. Llévela éste, póngasela y con ella muera. Que con ella espante, que con ella aniquile a nuestros enemigos. Véanla nuestros enemigos y queden asombrados. Y se la pusieron que cuatro capitanes fueran en su compañía, le sirvieron de resguardo. Le dieron aquello en que consistía la dicha insignia de mago. Era esto: Era un largo colocado en vara, que tenía en la punta un pedernal. Y con esto lo dispusieron tal que pudiera contarse entre los príncipes de México. Dijo el cihuacóatl Tlacutzin: -Mexicanos tlatelolcas: " ¡Nada es aquello con que ha existido México! ¡Con que ha estado perdurando la nación mexicana! ¡Se dice que en esta insignia está colocada la voluntad de Huitzilopochtli: la arroja sobre la gente, pues es nada menos que la Serpiente de fuego (Xiuhcóalt), el Perforador del fuego mamalhuaztli! ¡La ha venido arrojando contra nuestros enemigos! Ya tomáis mexicanos, la voluntad de Huitzilopochtli, la flecha. Inmediatamente la haréis ver por el rumbo de nuestros enemigos. No la arrojareis como quiera a la tierra, mucho la tenéis que lanzar contra nuestros enemigos. Y si acaso a uno, a dos, hiere este dardo, y si alcanza a uno, a dos, de nuestros enemigos, aún tenemos cuenta de vida, aún un poco de tiempo tendremos escapatoria. Ahora, ¡como sea la voluntad de nuestro señor!#". Ya va en seguida el tecolote de quetzal. Las plumas de quetzal parecían irse abriendo. Pues cuando lo vieron nuestros enemigos. fue como si se derrumbara un cerro. Mucho se espantaron todos los españoles: los llenó de pavor: como si sobre la insignia vieran alguna otra cosa. Subió a la azotea el tecolote de quetzal. Y cuando lo vieron algunos de nuestros enemigos, luego regresaron, se dispusieron a atacarlo. Pero otra vez los hizo retroceder, los persiguió el tecolote de quetzal. Entonces tomó las plumas, el oro y bajó inmediatamente de la azotea. No murió él ni se llevaron (oro y plumas) nuestros enemigos. Y también quedaron prisioneros tres de nuestros enemigos. De golpe acabó la batalla, todo quedó en calma y nada más sucedió. Se fueron luego nuestros enemigos y todo quedó en calma. Nada aconteció durante la noche. Y al día siguiente, nada en absoluto pasó. Nadie hablaba siquiera. Los indios estaban replegados en defensa. Y los españoles nada obraban. Sólo estaban en sus posiciones, veían constantemente a los indios. Nada se dispuso, no hacían más que estar a la expectativa unos y otros#.
contexto
CAPÍTULO XII Del estrecho que algunos afirman haber en la Florida Como Magallanes halló aquel estrecho que está al Sur, así han otros pretendido descubrir otro estrecho que dicen haber al Norte, el cual fabrican en la tierra de la Florida, la cual corre tanto que no se sabe su término. El adelantado Pedro Meléndez, hombre tan plático y excelente en la mar, afirmaba ser cosa cierta el haber estrecho, y que el Rey le había mandado descubrille, de lo cual mostraba grandísima gana. Traía razones para probar su opinión, porque decía que se habían visto en la mar del Norte pedazos de navíos que usan los chinas, lo cual no fuera posible si no hubiera paso de la una mar a la otra. Iten refería que en cierta bahía grande que hay en la Florida y entra trescientas leguas la tierra adentro, se veían ballenas a ciertos tiempos, que venían de otro mar; otros indicios también refería concluyendo finalmente que a la sabiduría del Hacedor y buen orden de naturaleza pertenecía que como había comunicación y paso entre los dos mares al polo Antártico, así también la hubiese al polo Ártico, que es más principal. Este estrecho dicen algunos que tuvo de él noticia aquel gran corsario Drac, y que así lo significó él cuando pasó la costa de Nueva España por la mar del Sur, y aun se piensa que hayan entrado por él los corsarios ingleses que este año pasado de mil quinientos y ochenta y siete robaron un navío que venía de las Filipinas, con gran cantidad de oro y otras riquezas, la cual presa hicieron junto a las Californias, que siempre reconocen las naos que vuelven a la Nueva España, de las Filipinas y de la China. Según es la osadía de los hombres y el ansia de hallar nuevos modos de acrecentarse, yo seguro que antes de muchos años se sepa también este secreto, que es cierto cosa digna de admiración que como las hormiguillas, tras el rastro y noticia de las cosas nuevas, no paran hasta dar con lo dulce de la codicia y gloria humana. Y la alta y eterna sabiduría del Creador usa de esta natural curiosidad de los hombres, para comunicar la luz de su santo Evangelio, a gentes que todavía viven en las tinieblas obscuras de sus errores. Mas en fin, hasta agora el estrecho del polo Ártico, si le hay, no está descubierto, y así será justo decir las propriedades y noticias que del Antártico, ya descubierto y sabido, nos refieren los mismos que por sus ojos las vieron.
contexto
De la población del río de San Juan, y de cómo no pudo mantenerse, y de la pérdida de la Galera Después que el General Domingo Martínez de Irala volvió de la Mala Entrada, propuso a los Oficiales Reales la grande importancia que había de tener poblado un puerto para escala de las embarcaciones en la entrada del Río de la Plata; y de común acuerdo determinaron se fuese a poblar, y para ello nombraron al Capitán Romero, hombre principal y honrado, con ciento y tantos soldados. Salió de la Asunción en dos bergantines hasta ponerse en el paraje de Buenos Aires; y tomando a mano izquierda a la parte del norte, pasó por junto de la isla de San Gabriel, y entró por el Río de Uruguay, donde a dos leguas surgió el de San Juan, y allí determinó hacer la fundación que les estaba cometida, para la que nombró competentes Oficiales y Regidores, llamándola la Ciudad de San Juan, de que tomó nombre aquel río. Pasado algún tiempo los naturales de aquella tierra procuraron impedir la fundación, haciendo muchos asaltos a los españoles, de modo que no les daban lugar de hacer sus sementeras. Por cuya causa y la del poco socorro que tenían, padecían grande necesidad y hambre, y haciéndole saber Juan Romero a Domingo de Irala, fue acordado despachar una persona de satisfacción, para que viese y considerase el estado de este negocio, y las dificultades que se ofrecían, y a la vista se hiciese lo que más conviniese, para los cual salió Alonso Riquelme de la Asunción en un navío, que llamaban la Galera, con 60 soldados; antes de llegar al río de las Palmas entró por el de las Carabelas, que sale al del Uruguay, poco más adelante que el de San Juan, y atravesando aquel brazo, llegó a este puerto con mucho aplauso de la gente, la cual halló muy enflaquecida, desconfiando ya de poder salir de allí con vida por los continuos asaltos que les daban los indios, cuyas causas y otras de consideración bien vistas ocasionaron acordar desamparar el puesto; y metiéndose toda la gente en navíos que allí tenían, subieron río arriba. Una mañana aportaron en unas barranqueras altas y peinadas, donde determinaron descansar y comer, y estando sobre la barranca, haciendo fuego con 15 ó 16 personas, súbitamente se desmoronó y cayó al agua, llevando a los que estaban arriba, los cuales todos se ahogaron y murieron, con tal estrépito, que alteró toda el agua del río, y con tan violento movimiento que la Galera, que estaba cerca, fue trastornada, como si fuera una cáscara de avellana, y quedó con la quilla para arriba, y se fue por debajo del agua más de mil pasos río abajo, hasta que topó el mástil en un bajío, donde en una punta se detuvo, y llegada la gente la volvieron boca arriba, y hallaron dentro una mujer, que quiso Dios conservarla con vida todo este tiempo. No era menos el peligro que los demás padecieron con los indios enemigos, que al mismo tiempo los acometieron, que habían estado a la mira, esperando ocasión de hacerles daño; y peleando con ellos con gran denuedo, les resistieron y rechazaron, que con el favor de Dios y la buena diligencia del Capitán fueron libres de tan manifiesto peligro. Esto sucedió día de todos los santos del año 1552: otras veces en igual día han sucedido en esta provincia grandes desgracias y muertes, por cuya razón es ésta una fiesta temida y muy guardada en toda la provincia, y aun la víspera y el día siguiente, sin hacer cosa alguna, aunque sea muy precisa.
contexto
De cómo tenían coronistas para saber sus hechos y la orden de los quipos cómo fue y lo que dello vemos agora. Fue ordenado por los Incas lo que ya habemos escripto acerca del poner los bultos en sus fiestas y en que se escogiesen algunos de los más sabios dellos para que en cantares supiesen la vida de los señores qué tal había sido y cómo se habían habido en el gobierno del reyno, para el efecto por mí dicho. Y es también de saber que, sin esto, fue costumbre dellos y ley muy usada y guardada de escoger a cada uno, en tiempo de su reynado, tres o cuatro hombres ancianos de los de su nación a los cuales, viendo que para ello eran hábiles y suficientes, les mandaba que todas las cosas que sucediesen en las provincias durante el tiempo de su reynado, ora fuesen prósperas, ora fuesen adversas, las tuviesen en la memoria y dellas hiciesen y ordenasen cantares, para que por aquel sonido se pudiese entender en lo foturo haber así pasado, con tanto questos cantares no pudiesen ser dichos ni publicados fuera de la presencia del Señor; y eran obligados éstos que habían de tener esta razón durante la vida del rey no tratar ni decir cosa alguna de lo que a él tocaba, y luego que era muerto al sucesor en el imperio le decían, casi por estas palabras: "¡Oh Inca grande y poderoso, el Sol y la Luna, la Tierra, los montes y los árboles, las piedras y tus padres te guarden de infortunio y hagan próspero, dichoso y bienaventurado sobre todos cuantos nacieron! Sábete, que las cosas que sucedieron a tu antecesor son éstas". Y luego, en diciendo esto, los ojos puestos al suelo y bajadas las manos, con gran humildad le daban cuenta y razón e todo lo que ellos sabían; lo cual podrían muy bien hacer, porque entre ellos hay muchos de gran memoria, subtiles de ingenio y de vivo juizio y tan abastados de razones como hoy día somos testigos los que acá estamos e los oímos. Y así, dicho esto, luego que por el rey era entendido mandaba llamar a otros de sus indios viejos, a los cuales mandaba que tuviesen cuidado de saber los cantores que aquellos tenían en la memoria y de ordenar otros de nuevo de lo que pasaba en el tiempo de su reynado, y que las cosas que se gastaban y lo que las provincias contribuían se asentasen en los quipos, para que supiesen lo que daban y contribuían muerto él y reynando su progenitor. Y si no era un día de gran regocijo o en otro que hobiese lloro o tristeza por muerte de algún hermano o hijo del rey, porque éstos tales días se permitía contar su grandeza dellos y su origen y nascimiento, fuera destos a ninguno era permitido tratar dello, porque estaba así ordenado por los señores suyos y, si lo hacían, eran castigados rigurosamente. Sin lo cual tuvieron otra orden para saber y entender cómo se había de hacer en la contribución, en las provincias de los mantenimientos, ora pasase el rey con el ejército, ora fuese visitado el reyno, o que sin hacer nada desto se entendiese lo que entraba en los depósitos y pagaba a los súbditos, de tal manera que no fuesen agraviados, tan buena y subtil que ecede en artificio a los carastes que usaron los mexicanos para sus cuentas y contratación. Y esto fue los quipos, que son ramales grandes de cuerdas anudadas, y los que desto eran contadores y entendían el guarismo destos nudos daban por ellos razón de los gastos que se habían hecho o de otras cosas que hobiesen pasado de muchos años atrás; y en estos nudos contaban de uno hasta diez y de diez hasta ciento y de ciento hasta mill; y en uno destos ramales está la cuenta de lo uno y en otro lo del otro, de tal manera esto que para nosotros es una cuenta donosa y ciega y para ellos singular. En cada cabeza de provincia había contadores a quien llamaban quiposcamayos, y por estos nudos tenían la cuenta y razón de lo que habían de tributar los questaban en aquel distrito, desde la plata, oro, ropa y ganado, hasta la leña y las otras cosas más menudas, y por los mismos quipos se daba a cabo de un año, o de diez o de veinte, razón a quien tenía comisión de tomar la cuenta, tan bien que un par de alpargatas no se podían esconder. Yo estaba incrédulo en esta cuenta y, aunque lo oía afirmar y tratar, tenía lo más dello por fábula; y estando en la provincia de Xauxa, en lo que llaman Marcavillca, rogué al señor Guacapdra que me hiciese entender la cuenta dicha de tal manera que yo me satisficiese a mi mismo, para estar cierto que era fiel y verdadera; y luego mandó a sus criados que fuesen por los quipos, y como este señor sea de buen entendimiento y razón para ser indio, con mucho reposo satisfizo a mi demanda y me dijo que, para que mejor lo entendiese, que notase que todo lo que por su parte había dado a los españoles desde que entró el gobernador don Francisco Pizarro en el valle estaba allí sin faltar nada: y así vi la cuenta del oro, plata, ropa que habían dado, con todo el maíz, ganado y otras cosas, que en verdad yo quedé espantado dello. Y es de saber otra cosa, que tengo para mí por muy cierto, según han sido las guerras largas y las crueldades, robos y tiranías que los españoles han hecho en estos indios, que si ellos no estuvieran hechos a tan grande orden y concierto totalmente se hubieran todos consumido y acabado; pero ellos, como entendidos y cuerdos y que estaban impuestos por príncipes tan sabios, entre todos determinaron que si un ejército de españoles pasase por cualquiera de las provincias, que si no fuera el daño que por ninguna vía se puede escusar, como es destruir las sementeras y robar las casas y hacer otros daños mayores questos, que en lo demás todas las comarcas tuviesen en el camino real, por donde pasaban los nuestros, sus contadores, y éstos tuviesen proveimiento lo más amplio que ellos pudiesen, porque con achaque no los destruyesen del todo, y así eran proveídos; y después de salidos, juntos los señores, iban los quipos de las cuentas y por ellos, si uno había gastado más que otro, lo que menos habían proveído lo pagaban, de tal suerte que iguales quedasen todos. Y en cada valle hay esta cuenta hoy día y siempre hay en los aposentos tantos contadores como en él hay señores y de cuatro en cuatro meses fenescen sus cuentas por la manera dicha. Y con la orden que han tenido han podido sufrir combates tan grandes que, si Dios fuese servido que del todo hobiesen cesado con el buen tratamiento que en este tiempo reciben y con la buena orden y justicia que hay, se restaurarían y multiplicarían, para que en alguna manera vuelva a ser este reyno lo que fue, aunque yo creo que será tarde o nunca. Y es verdad que yo he visto pueblos, y pueblos bien grandes, y de una sola vez que cripstianos españoles pasen por él quedar tal que no parecía sino que fuego lo había consumido; y como las gentes no eran de tanta razón, ni unos a otros se ayudaban, perdíanse después con hambres y enfermedades, porque entre ellos hay poca caridad y cada uno es señor de su casa y no quiere más cuenta. Y esta orden del Perú débese a los señores que lo mandaron y supieron ponerla en todas las cosas tan grande como vemos los que acá estamos, por estas y otras cosas mayores. Y, con tanto, pasaré adelante.
contexto
CAPÍTULO XII Las provisiones que el gobernador proveyó en Santiago de Cuba, y de un caso notable de los naturales de aquellas islas Casi tres meses se entretuvo la gente del gobernador en las fiestas y regocijos, habiendo entre ella y los de la ciudad toda paz y concordia, porque los unos y los otros procuraban tratarse con toda amistad y buen hospedaje. El gobernador, que atendía a cuidados mayores, visitó en este tiempo los pueblos que en la isla había, proveyó ministros de justicia que en ellos quedasen por tenientes suyos, compró muchos caballos para la jornada, y su gente principal hizo lo mismo, para lo cual dio a muchos de ellos socorro en más cantidad que lo había hecho en San Lúcar, porque, para comprar caballos, era menester socorrerlos más magníficamente. Los de la isla le presentaron muchos, que, como hemos dicho, los criaban en gran número. Y entonces estaba aquella tierra próspera y rica y muy poblada de indios, los cuales, poco después, dieron en ahorcarse casi todos. Y la causa fue que, como toda aquella región de tierra sea muy caliente y húmeda, la gente natural que en ella había era regalada y floja y para poco trabajo. Y como por la mucha fertilidad y frutos que la tierra tiene de suyo, no tuviesen necesidad de trabajar mucho para sembrar y coger, que por poco maíz que sembraban cogían por año más de lo que habían menester para el sustento de la vida natural, que ellos no pretendían otra cosa; y, como no conociesen el oro por riqueza ni lo estimasen, hacíaseles de mal el sacarlo de los arroyos y sobre haz de la tierra donde se cría, y sentían demasiadamente, por poca que fuese, la molestia que sobre ello les daban los españoles. Y como también el demonio incitase por su parte, y con gente tan simple, viciosa y holgazana pudiese lo que quisiese, sucedió que, por no sacar oro, que en esta isla lo hay bueno y en abundancia, se ahorcaron de tal manera y con tanta prisa que hubo día de amanecer cincuenta casas juntas de indios ahorcados con sus mujeres e hijos de un mismo pueblo, que apenas quedó en él hombre viviente, que era la mayor lástima del mundo verlos colgados de los árboles, como pájaros zorzales cuando les arman lazos. Y no bastaron remedios que los españoles procuraron e hicieron para lo estorbar. Con esta plaga tan abominable se consumieron los naturales de aquella isla y sus comarcas, que hoy casi no hay ninguno. De este hecho sucedió después la carestía de los negros, que al presente hay, para llevarlos a todas partes de India, que trabajen en las minas. Entre otras cosas que el gobernador proveyó en Santiago de Cuba, fue mandar que un capitán llamado Mateo Aceituno, caballero natural de Talavera de la Reina, fuese con gente por la mar a reedificar la ciudad de La Habana, porque tuvo aviso que pocos días antes la habían saqueado y quemado corsarios franceses sin respetar el templo ni atacar las imágenes que en él había. De que el gobernador y toda su gente, como católicos, hicieron mucho sentimiento. En suma proveyó el general todo lo que le pareció convenir para pasar adelante en la conquista. A la cual no ayudó poco lo que diremos, y fue que en la villa de la Trinidad, que es un pueblo de los de aquella isla, vivía un caballero muy rico y principal llamado Vasco Porcallo de Figueroa, deudo cercano de la ilustrísima casa de Feria. El cual visitó el gobernador en la ciudad de Santiago de Cuba, y, como él estuviese en ella algunos días y viese la gallardía y gentileza de tantos caballeros y tan buenos soldados como iban a esta jornada y el aparato magnífico que para ella se proveía, no pudo contenerse que su ánimo ya resfriado de las cosas de la guerra no volviese ahora de nuevo a encenderse en los deseos de ella. Con los cuales, voluntariamente se ofreció al gobernador de ir en su compañía a la conquista de la Florida tan famosa, sin que su edad, que pasaba ya de los cincuenta años, ni los muchos trabajos que había pasado así en Indias como en España e Italia, donde en su juventud había vencido dos campos de batalla singular, ni la mucha hacienda ganada y adquirida por las armas, ni el deseo natural que los hombres suelen tener de la gozar, fuese para resistirle; antes posponiéndolo todo, quiso seguir al adelantado, para lo cual le ofreció su persona, vida y hacienda. El gobernador, vista una determinación tan heroica, y que no la movía deseo de hacienda ni honra, sino propia generosidad y el ánimo belicoso que este caballero siempre había tenido, aceptó su ofrecimiento, y habiéndole estimado y con palabra encarecida en lo que era razón, por corresponder con la honra que tan gran hecho merecía, le nombró por teniente general de toda su armada y ejército, habiendo muchos días antes depuesto de este cargo a Nuño Tovar por haberse casado clandestinamente con doña Leonor de Bobadilla, hija del conde de la Gomera. Vasco Porcallo de Figueroa y de la Cerda, como hombre generoso y riquísimo ayudó magníficamente para la conquista de la Florida, porque, sin los muchos criados españoles, indios y negros que llevó a esta jornada, y sin el demás aparato y menaje de su casa y servicio, llevó treinta y seis caballos para su persona, sin otros más de cincuenta que presentó a caballeros particulares del ejército. Proveyó de mucho bastimento de carnaje, pescado, maíz y cazavi, sin otras cosas que la armada hubo menester. Fue causa que muchos españoles de los que vivían en la isla de Cuba a imitación suya se animasen y fuesen a esta jornada. Con las cuales cosas, en breve tiempo se concluyeron las que eran de importancia para que la armada y gente de guerra pudiese salir y caminar a La Habana.
contexto
Capítulo XII 120 De la forma y manera de los teucales y de su muchedumbre y de uno que había más principal 121 La manera de los templos de esta tierra de Anáhuac, o Nueva España, nunca fue vista ni oída, así de su grandeza y labor, como de todo lo demás; y la cosa que mucho sube en altura también requiere tener gran cimiento; y de esta manera eran los templos y altares de esta tierra, de los cuales había infinitos, de los cuales se hace aquí memoria para los que a esta tierra vinieren de aquí en adelante, que lo sepan, porque ya va casi pereciendo la memoria de todos ellos. Llámanse estos templos teucallis, y hallamos en toda esta tierra, que en lo mejor del pueblo hacían un gran patio cuadrado; en los grandes pueblos tenía de esquina a esquina un tiro de ballesta y en los menores pueblos eran menores los patios. Este patio cercábanle de pared, y muchos de ellos eran almenados; guardaban sus puertas a las calles y caminos principales, que todos los hacían que fuesen a dar al patio, y por honrar más sus templos sacaban los caminos muy derechos por cordel, de una y de dos leguas, que era cosa harto de ver desde lo alto del principal templo, cómo venían de todos los pueblos menores y barrios salían los caminos muy derechos e iban a dar al patio de los teucallis. En lo más eminente de este patio hacían una gran cepa cuadrada y esquinada, que para escribir esto medí una de un pueblo mediano que se dice Tenayuca y hallé que tenía cuarenta brazas de esquina a esquina, lo cual todo henchían de pared maciza, y por la parte de fuera iba su pared de piedra: lo de dentro henchíanlo de piedra, lodo o de barro y adobe; otros de tierra bien tapiada; y como la obra iba subiendo, íbanse metiendo adentro, y de braza y media o de dos brazas en alto iban haciendo y guardando unos relejes metiéndose adentro, porque no labraban a nivel; y por más firme labraban siempre para adentro, esto es, el cimiento ancho, y yendo subiendo la pared iban ensangostando; de manera que cuando iban en lo alto del teucalli habían ensangostádose y metiéndose adentro, así por los relejes como por la pared hasta siete u ocho brazas de cada parte; quedaba la cepa en lo alto de treinta y cuatro o treinta y cinco brazas. A la parte de occidente dejaban las gradas, y subida, y arriba en lo alto hacían dos altares grandes allegándolos hacia oriente, que no quedaba más espacio detrás de cuanto se podían andar; el uno de los altares a mano derecha y el otro a mano izquierda, y cada uno por sí tenía sus paredes y casa cubierta como capilla. En los grandes teucallis tenían dos altares, y en los otros uno, y cada uno de estos altares tenían sus sobrados; los grandes tenían tres sobrados encima de los altares, todos de terrados y bien altos, y la cepa también era muy alta; parecíanse desde muy lejos. Cada capilla de éstas se andaba a la redonda y tenía sus paredes por sí. Delante de estos altares dejaban grande espacio, adonde se hacían los sacrificios, y sola aquella cepa era tan alta, como una gran torre, sin los sobrados que cubrían los altares. Tenía el teucalli de México, según me han dicho algunos que lo vieron, más de cien gradas; yo bien las vi y las conté más de una vez, mas no me acuerdo. El de Tezcuco tenía cinco o seis gradas más que el de México. La capilla de San Francisco de México que es de bóveda y razonable de alta, subiendo encima y mirando a México, hacíale mucha ventaja el templo del demonio en altura, y era muy de ver desde allí a todo México y a los pueblos de la redonda. 122 En los mismos patios de los pueblos principales había otros cada doce o quince teucallis harto grandes, unos mayores que otros; pero no allegaban al principal con mucho. Unos tenían el rostro y gradas hacia otros; otros las tenían a oriente, otros a mediodía, y en cada uno de éstos no había más de un altar con su capilla, y para cada uno había sus salas y aposentos adonde estaban aquellos tlamacazques o ministros, y que eran muchos y los que servían de traer agua y leña; porque delante de todos estos altares había braseros que toda la noche ardían, y en las salas también tenían sus fuegos. Tenían todos aquellos teucallis muy blancos, y bruñidos y limpios, y en algunos había huertecillos con flores y árboles. Había en todos los más de estos grandes patios un otro templo, que después de levantada aquella cepa cuadrada, hecho su altar, cubríanlo con una pared redonda, alta y cubierta con su chapitel; éste era del dios del aire, del cual dijimos tener su principal silla en Chololan, y en toda esta provincia había muchos de éstos. A este dios del aire llamaban en su lengua Quezalcoatlch, y decían que era hijo de aquel dios de la grande estatua y natural de Tula, y que de allí había salido a edificar ciertas provincias adonde desapareció y siempre le esperaban que había de volver; y cuando parecieron los navíos del marqués del Valle don Hernando Cortés, que esta Nueva España conquistó, viéndolos venir a la vela de lejos decían que ya venía su dios; y por las velas blancas y altas decían que traía por la mar teucallis; mas cuando después desembarcaron decían que no era su dios, sino que eran muchos dioses. No se contentaba el demonio con los teucallis ya dichos, sino que en cada pueblo, en cada barrio, y a cuarto de legua, tenían otros patios pequeños adonde había tres o cuatro teucallis, en algunos más, en otras partes sólo uno, y en cada mogote o cerrejón uno o dos; y por los caminos y entre los maizales había otros muchos pequeños, y todos estaban blancos y encalados, que parecían y abultaban mucho, que en la tierra bien poblada parecía que todo estaba lleno de casas, en especial de los patios del demonio, que eran muy de ver, y había harto que mirar entrando dentro de ellos, y sobre todos hacían ventaja los de Tezcuco y México. 123 Los chololas comenzaron un teucalli extremadísimo de grande, que sólo la cepa de él que ahora parece tendrá esquina a esquina un buen tiro de ballesta, y desde el pie a lo alto ha de ser buena la ballesta que echare un pasador, y aun los indios naturales de Cholola señalan que tenía de cepa mucho más, y que era mucho más alto que ahora parece; el cual comenzaron para le hacer más alto que la más alta sierra de esta tierra, aunque están a vista las más altas sierras que hay en toda la Nueva España, que son el volcán y la sierra blanca, que siempre tienen nieve. Y como éstos porfiasen a salir con su locura, confundiólos Dios, como a los que edificaban la torre de Babel, con una gran piedra que en figura de sapo cayó con una terrible tempestad que sobre aquel lugar vino, y desde allí cesaron de más labrar en él. Y hoy día es tan de ver este edificio, que si no pareciese la obra de ser piedra y barro, y a partes de cal y canto, y de adobes, nadie creería sino que era alguna sierra pequeña. Andan en él muchos conejos y víboras, y en algunas partes están sementeras de maizales. En lo alto estaba un teucalli viejo y pequeño, y desbaratáronle, y pusieron una cruz alta, la cual quebró un rayo, y tornado a poner otra, y otra, también las quebró, y a la tercera yo fui presente, que fue el año pasado de 1535, por lo cual descopetaron y cavaron mucho de lo alto, a do hallaron muchos ídolos e idolatrías ofrecidas al demonio; y por ello yo confundía a los indios, diciendo: que por los pecados en aquel lugar cometidos no quería Dios que allí estuviese su cruz. Después pusieron allí una gran campana bendita, y no han venido más tempestades ni rayos después que la pusieron. 124 Aunque los españoles conquistaron esta tierra por armas, en la cual conquista Dios mostró muchas maravillas en ser ganada de tan pocos una tan gran tierra, teniendo los naturales muchas armas, así ofensivas como defensivas de las de Castilla; y aunque los españoles quemaron algunos ídolos, fue muy poca cosa en comparación de los que quedaron, y por esto ha mostrado Dios más su potencia en haber conservado esta tierra con tan poca gente, como fueron los españoles; porque muchas veces que los naturales han tenido tiempo para tornar a cobrar su tierra con mucho aparejo y facilidad, Dios les ha cegado el entendimiento, y otras veces que para esto han estado todos ligados y unidos, y todos los naturales uniformes, Dios maravillosamente ha desbaratado su consejo; y si Dios permitiera que lo comenzaran, fácilmente pudieran salir con ello, por ser todos a una, y estar muy conformes, y por tener muchas armas de Castilla; que cuando la tierra en el principio se conquistó había en ella mucha división y estaban unos contra otros, porque estaban divisos, los mexicanos a una parte contra los de Mechuacán, y los tlaxcaltecas contra los mexicanos, y a otra parte los guastecas de Pango o Pánuco; pero ya que Dios los trajo al gremio de su Iglesia, y los sujetó a la obediencia del rey de España. Él traerá los demás que faltan, y no permitirá que en esta tierra se pierdan y condenen más ánimas, ni haya más idolatrías. 125 Los tres años primeros o cuatro después que se ganó México, en sólo en el monasterio de San Francisco había Sacramento, y después el segundo lugar en que se puso fue en Tezcuco; y así como se iban haciendo las iglesias de los monasterios iban poniendo el Santísimo Sacramento y cesando las apariciones e ilusiones del demonio, que antes muchas veces aparecía, engañaba y espantaba a muchos, y los traía en mil maneras de errores, diciendo a los indios "que por qué no le servían y adoraban como solían, pues era su dios, y que los cristianos presto se habían de volver a su tierra"; y a esta causa los primeros años siempre tuvieron creído y esperaban su ida, y de cierto pensaban que los españoles no estaban de asiento, por lo que el demonio les decía. Otras veces les decía el demonio que aquel año quería matar a los cristianos, y como no lo podía hacer, decíales que se levantasen contra los españoles y que él les ayudaría; y a esta causa se movieron algunos pueblos y provincias, y les costó caro, porque luego iban los españoles sobre ellos con indios que tenían por amigos, y los destruían y hacían esclavos. Otras veces les decía el demonio que no les había de dar agua ni llover, porque le tenían enojado; y esto se parecio más claramente ser mentira y falsedad, porque nunca tanto ha llovido ni tan buenos temporales han tenido como después que se puso el Santísimo Sacramento en esta tierra, porque antes tenían muchos años estériles y trabajosos; por lo cual conocido de los indios, está esta tierra en tanta serenidad y paz, como si nunca en ella se hubiera invocado el demonio. Los naturales de ver con cuánta quietud gozan de sus haciendas, y con cuánta solemnidad y alegría se trata el Santísimo Sacramento, y las solemnes fiestas que para esto se hacen, ayuntando los más sacerdotes que se pueden haber y los mejores ornamentos; el pueblo adonde de nuevo se pone Sacramento, convida y hace mucha fiesta a los otros pueblos sus vecinos y amigos, y unos a otros se animan y despiertan para el servicio del verdadero Dios nuestro. 126 Pónese el Santísimo Sacramento reverente y devotamente en sus custodias bien hechas de plata, y demás de esto los sagrarios atavían de dentro y de fuera muy graciosamente con labores muy lucidas de oro y plumas, que de esta obra en esta tierra hay muy primos maestros, tanto que en España y en Italia los tendrían por muy primos, y los estarían mirando la boca abierta, como lo hacen los que nuevamente acá vienen; y si alguna de estas obras ha ido a España imperfecta y con figuras feas, halo causado la imperfección de los pintores que sacan primero la muestra o dibujo, y después el amantecatlh, que así se llama el maestro de esta obra que asienta la pluma; y de este nombre tomaron los españoles de llamar a todos los oficiales amantecas; mas propiamente no pertenece sino a éstos de la pluma, que los otros oficiales cada uno tiene su nombre, y si a estos amantecas les dan buena muestra de pincel tal sacan su obra de pluma, y como ya los pintores se han perfeccionado, hacen muy hermosas y perfectas imágenes y dibujos de pluma y oro. Las iglesias atavían muy bien, y cada día se van más esmerando, y los templos que primero hicieron pequeños y no bien hechos, se van enmendando y haciendo grandes; y sobre todo el relicario del Santísimo Sacramento hacen tan pulido y rico, que sobrepuja a los de España, y aunque los indios casi todos son pobres, los señores dan liberalmente de lo que tienen para ataviar a donde se tiene de poner el Corpus Christi, y los que no tienen, entre todos lo reparten y lo buscan de su trabajo.
contexto
Cómo supimos de otros cristianos Este mismo día yo vi a un indio de aquellos un rescate, y conoscí que no era de los que nosotros les habíamos dado; y preguntado dónde le habían habido, ellos por señas me respondieron que se lo habían dado otros hombres como nosotros, que estaban atrás. Yo, viendo esto, envié dos cristianos y dos indios que les mostrasen aquella gente, y muy cerca de allí toparon con ellos, que también venían a buscarnos, porque los indios que allá quedaban les habían dicho de nosotros, y éstos eran los capitanes Andrés Dorantes y Alonso del Castillo, con toda la gente de su barca. Y llegados a nosotros, se espantaron mucho de vernos de la manera que estábamos, y rescibieron muy gran pena por no tener qué darnos; que ninguna otra ropa traían sino la que tenían vestida. Y estuvieron allí con nosotros, y nos contaron cómo a 5 de aquel mismo mes su barca había dado al través, legua y media de allí, y ellos habían escapado sin perderse ninguna cosa; y todos juntos acordamos de adobar su barca, y irnos en ella los que tuviesen fuerza y disposición para ello; los otros quedarse allí hasta que convaleciesen, para irse como pudiesen por luengo de costa, y que esperasen allí hasta que Dios los llevase con nosotros a tierra de cristianos; y como lo pensamos, así nos pusimos en ello, y antes que echásemos la barca al agua, Tavera, un caballero de nuestra compañía, murió, y la barca que nosotros pensábamos llevar hizo su fin, y no se pudo sostener a sí misma, que luego fue hundida; y como quedamos del arte que he dicho, y los más desnudos, y el tiempo tan recio para caminar y pasar ríos y ancones a nado, ni tener bastimento alguno ni manera para llevarlo, determinamos de hacer lo que la necesidad pedía, que era invernar allí; y acordamos también que cuatro hombres, que más recios estaban, fuesen a Pánuco, creyendo que estábamos cerca de allí; y que si Dios nuestro Señor fuese servido de llevarlos allá, diesen aviso de cómo quedábamos en aquella isla, y de nuestra necesidad y trabajo. Estos eran muy grandes nadadores, y al uno llamaban Alvaro Fernández, portugués, carpintero y marinero; el segundo se llamaba Méndez, y el tercero Figueroa, que era natural de Toledo; el cuarto, Astudillo, natural de Zafra: llevaban consigo un indio que era de la isla.
contexto
CAPITULO XIII Deciáranse algunas cosas notables que hay y se han visto en estas Islas Filipinas Acostumbraban los de estas islas a celebrar sus fiestas va dichas y a hacer los sacrificios a los ídolos por orden de unas mujeres hechiceras a quien en su propia lengua llamaban Holgoi, y eran entre ellos tenidas en tanta estimación como entre los cristianos los sacerdotes. Estas hablaban muy de ordinario con el demonio y muchas veces públicamente, y hacían endemoniadas hechicerías con palabras y obras, a las cuales visiblemente se seguía revestírseles el mesmo demonio, y luego respondían a todo lo que les preguntaban, aunque las más veces diciendo mentira o cosas a quien se pudiese dar muchas interpretaciones y diversos sentidos. Usaban también de echar suertes de la manera y modo que ya habemos dicho en la primera parte de esta historia; y eran tan agoreros que si comenzaban algún camino y al principio de él topaban acaso algún caimán o lagarto o otras algunas sabandijas a quien conocían por de mal aguero, dejaban al punto el camino, aunque les importase mucho, y se volvían a sus casas diciendo que el cielo no quería que prosiguiesen aquel camino. Todas estas falsedades que les tenía el demonio persuadidas, las ha derribado la ley evangélica, como queda dicho, y hay entre ellos muchos monasterios poblados de Religiosos de la Orden de San Agustín y San Francisco y del Nombre de Jesús. Las almas convertidas y bautizadas hasta el día de hoy en estas islas dice la común opinión que pasan de 400 mil, que, aunque es gran número para las muchas que quedan por convertir, es muy pequeño, dejándolo de hacer, como ya he dicho, por falta de ministros: porque, aunque Su Majestad invía de ordinario, sin tener respeto a los muchos gastos que en esto hace, como las islas son tantas y se van descubriendo de cada día y están tan lejos, no se puede acudir a todos como la necesidad lo demanda. Los que se bautizan toman la fe con firmeza y son buenos cristianos, y lo serían mejores si les ayudaran con buenos ejemplos, los que por serlo mucho tiempo ha tienen obligación a ello, lo cual hace a algunos de ellos tan aborrecibles de aquellos naturales, que aun pintados no los querrían ver. Para prueba de esto y para mover a los que tienen el poder pongan en ello remedio, pondré aquí un caso extraño que acaeció en realidad de verdad en una de estas islas y es en todas ellas muy sabido y público, y fue: que murió en ella un isleño, hombre principal entre ellos, a pocos días después de haberse bautizado, y como la muerte le sobreviniese estando contrito de los pecados que antes del bautismo y después había hecho contra Dios, por permisión divina apareció después a muchos de aquella isla, a quien persuadía a recibir luego el bautismo con eficacísimas razones y con declararles como quien lo había experimentado, el premio de la Bienaventuranza que por él y por vivir después conforme a los mandamientos de Cristo se les daría sin ninguna duda. Para esto les contó y dijo que, luego que murió, habia sido llevado por los ángeles a la gloria, donde todas las cosas que había eran de deleite y contento, el cual se comunicaba con solo ver a Dios; y que en ella ninguno entraba ni podía entrar que no fuese bautizado, como predicaban los Castillas, de los cuales y de otros que se les parecían había infinitos allá. Por tanto, que si querían ellos ir a gozar de aquellos bienes y deleites, era necesario primero bautizarse, y después guardar todos los mandamientos que predicaban los Padres que estaban entre los Castillas. Luego al punto se les desapareció y quedaron entre ellos tratando acerca de lo que habían oído, que fue causa de que algunos se bautizasen luego y que otros lo dilatasen y dijesen que por el mismo caso que había allá soldados Castillas, no querían ellos ir allá por no entrar en su compañía. Todo este daño hace un desalmado con un mal ejemplo, a quien los muchos buenos que de ellos hay en todas partes (y en aquéllas muy en particular) habían de remediar y castigar asperísimamente. Estas Islas en su primer descubrimiento tuvieron fama de mal sanas, y después la experiencia ha enseñado lo contrario. Es tierra fertilísima y produce mucho arroz, trigo, cabras, gallinas, venados, búfalos, vacas y muchos puercos, cuya carne es tan sana y sabrosa como la del carnero de España. Hay en ella muchos gatos de algalia. Tiene infinitas frutas muy buenas y sabrosas, gran abundancia de miel y pescado y todo ello por precios tan bajos que casi son de balde. Hay mucha canela, y aunque no hay aceite de olivos si no lo llevan de Nueva España, hay mucho aljonjoli y de linaza, de lo cual gastan de ordinario en aquella tierra sin hacer falta el de olivas. Hay mucho azafrán, clavo y pimienta, nuez moscada y otras muchas drogas, mucho algodón y seda de todos los colores, de las cuales traen a ellas los mercaderes chinos gran cantidad cada año, a donde vienen más de 20 navíos cargados de piezas de diferentes colores, y de loza, pólvora, salitre, hierro, acero y mucho azogue, bronce y cobre, harina de trigo, nueves y castañas, bizcochos, dátiles, lencería, escritorios labrados con muchos matices, tocas de red, buratos, espumillas, aguamaniles de estaño, pasamanos, franjas de seda y hilo de oro hilado por modo jamás visto en la Cristiandad, y otras muchas curiosidades, y todo como digo, lo dan a muy bajos precios. Las cosas de la propias Islas se venden también muy baratas, porque se hallarán cuatro arrobas de vino de palma, que a falta del de uvas es muy bueno, por cuatro reales; doce fanegas de arroz, por ocho; tres gallinas, por uno; un puerco entero, por ocho; un búfalo, por cuatro; un venado, por dos; y ha de ser muy bueno y grande; cuatro arrobas de azúcar, por seis; una botija de aceite de ajonjoli, tres; dos cestos de azafrán, dos; seis libras de pimienta o clavo, uno; 200 nueces moscadas, otro: y una arroba de canela, seis; un quintal de hierro o acero, 100 reales; treinta platos de porcelana fina, cuatro; y todo lo demás a este respecto. Entre las cosas notables que los nuestros han visto en aquellas islas y en el Reino de la China y en los demás por donde han pasado, una de las que más lo ha compelido a admirar y a encomendarla a la memoria, es un árbol que se llama ordinariamente palma de cocos, a diferencia de la del dátiles, y con gran razón, porque es planta tan provechosa y misteriosa que ha acaecido venir a estas Islas navío, que así él como lo que traía dentro para vender y las sogas y jarcias y velas y mástiles y clavazón era hecha de este árbol, y la mercaduría que traían era mantas hechas de cortezas de él con mucho primor y sutileza, y así mesmo todo el mantenimiento que traía para matalotaje de treinta hombres que en él venían hasta el agua. Certificaron los mercaderes que venían en este navío que en toda la Isla de Maldivia de donde venían no se coge otro mantenimiento ni le hay, sino lo que da este árbol, del cual hacen también las casas con sus techos y de la fruta sacan un meollo muy sabroso y sano, cuyo sabor imita al de las avellanas verdes, y cortando el racimo donde se crían estos cocos (que es la fruta principal, y tiene cada uno de ordinario un cuartillo de agua suavísima y delicada) toda aquella sustancia se recoge al tronco de árbol, donde está dado un barreño por el cual sacan toda aquella agua, que es mucha; de ella con otras cosas que le mezclan se hace buen vino y el que se bebe en todas las Islas y Reino de la China. De esta propia agua hacen vinagre y del meollo que dije aceite medicinal y leche como de almendras, miel y azúcar muy sabrosa. Estas y otras muchas virtudes tiene la palma, que las he declarado en parte por ser cosa notable y que causa admiración a todos los que pasan a aquellas partes, dejando de decir lo que resta por no ser largo. Cerca de la Ciudad de Manila, de la otra banda del río hay un pueblo de chinos bautizados que se han quedado a vivir en ella por gozar de la libertad evangélica; hay entre ellos muchos oficiales de oficios mecánicos, como zapateros, sastres, plateros, herreros y de otros oficios, y algunos mercaderes.
contexto
De lo que sucedió a Francisco de Vergara en el Perú, y de la vuelta del Obispo Después de haber vencido las dificultades y peligros del camino, llegaron al Perú el Gobernador Francisco de Vergara y el obispo don Fray Pedro de la Torre, oficiales Reales y demás caballeros que le acompañaron el año de 1565, y aún llegados a la ciudad de la Plata, no le faltaron al Gobernador dificultades que vencer en cuanto a la propuesta de su pretensión al gobierno, en que tuvo fuertes oposiciones, más de los denigrativos capítulos, que se le pusieron en aquella Audiencia, siendo el más poderoso el haber sacado del Río de la Plata tantos españoles y naturales con tanto costo de la Real Hacienda, con el pretexto de pedir socorro y ayuda para aquella conquista, que no podía ser mayor ni aún tanto como el que se había consumido en tanto perjuicio de la provincia, en que el procurador general a instancias de sus émulos le formó 120 capítulos, los más de ellos dignos de oponerse a este gobierno Diego Pantoja y Juan Ortiz de Zárate, vecinos principales de esta ciudad, con otros que vinieron del Río de la Plata. Ni faltaron turbaciones en aquella Corte, como una querella que puso Hernando de Vera y Guzmán, sobrino de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, contra Felipe de Cáceres y Pedro de Orantes, autores de su prisión, por cuya causa fueron presos, y alegaron en su favor aquella causa radicada ante S.M. y Supremo Consejo de Indias. Con esto y los testimonios que presentaron, se alzó mano de tan peligrosa causa, y siendo libres de la prisión, se fue el contador a la ciudad de los reyes con los otros pretendientes al gobierno; de los cuales el que hizo más instancia, fue Juan Ortiz de Zárate, persona principal y de muchos méritos, como servidor al Rey en las pasadas guerras civiles del Perú, según refiere S.M. en el título de Adelantado de que se le hizo merced. Capituló en aquella Corte con el Licenciado Lope García de Castro, Gobernador General de aquel Reino, gastar en la conquista y población del Río de la Plata ochenta mil ducados, poblando ciertas ciudades a su costa, con tal de que se le diese aquel gobierno con título de Adelantado con los demás privilegios concedidos a los capitanes pobladores de las Indias, con cuyas condiciones se le dio el gobierno de aquellas provincias, con cargo de traer confirmación de S.M., mandándosele así mismo a Francisco de Vergara comparecer ante la Real persona en la prosecución de su causa. El año siguiente partió Juan de Ortiz de Zárate para Castilla, llevando gran suma de dinero, que le robó en la mar un capitán francés, y no le dejó más que unos tejuelos de oro, que había escondido una esclava suya entre sus basquiñas. Antes de ir nombró por su Teniente General a Felipe de Cáceres, a quien ayudó con suma de dinero para su avío, y restitución a su provincia, socorriendo así mismo a todas las personas que quisieron volver a aquella tierra, y juntos en la ciudad de la Plata el obispo, el general y demás caballeros entraron a su jornada, y llegados a Santa Cruz de la Sierra fueron recibidos por Nuño de Chaves con muestras de mucha voluntad, aunque en los negocios de su despacho les dio poco favor, y puesto en buen orden, salieron de aquella ciudad con el general, el Obispo, 60 soldados, algunas mujeres y niños, gente de servicio, y cantidad de ganado vacuno y ovejas. Salió a acompañarlos Nuño de Chaves con otra compañía, queriendo, con motivo de escoltarlos, llevar adelante su pasado intento, como que era bien otro del que significaba. Manifestóse con haber sacado algunas personas de la compañía de Cáceres, como un tal Muñoz, famoso minero, y otras que pasó a su parte, hasta que llegaron a la comarca de los indios Guaraníes, que quedaron poblados, cuando vinieron con Francisco Ortiz de Vergara, que los más eran naturales de la provincia de Itatin, que con su continua malicia se hallaban alborotados, y habían desamparado algunos pueblos que estaban en el camino, retirándose a los más lejanos, recelosos de recibir algún daño de los nuestros, o deseosos de cometer alguna traición. Esto ocasionó que Nuño de Chaves tuvo necesidad de irse apartando del general, metiéndose de un lado y otro del camino por aquietar aquellos indios, y habiendo llegado cerca de un pueblo, donde supo que estaban muchos caciques principales, se adelantó de su compañía con 12 soldados, y llegó al pueblo, donde apeándose en la plaza, fue bien recibido y hospedado con muestras de amistad; y dándosele una casa por posada, Nuño de Chaves entró en ella, donde le tenían colgada una hamaca, en que se sentó y quitó la celada de la cabeza para refrescarse. A esta sazón llegó a él un cacique principal llamado Porrilla, que por detrás le dio con una macana en la cabeza, con tanta fuerza que le echó fuera los sesos, y lo derribó en el suelo. A este tiempo todos los indios acometieron a los otros españoles, que estaban a la puerta muy ajenos de tal traición, de modo que de esta impensada trampa no escapó la vida más que un trompeta ya herido en su caballo, y se puso en salvo, y fue a dar aviso a don Diego de Mendoza, que venía marchando con el resto de la gente hacia este pueblo muy ajeno del suceso: el cual a no ser avisado del trompeta, cayera como el General en manos de aquellos enemigos, que con la misma traición le esperaban según lo tenían dispuesto.