Cómo el Adelantado visitó algunos pueblos de la provincia y las cosas y costumbres de los indios de aquella tierra El jueves, a 16 de Febrero del año referido de 1503, salió el Adelantado con cincuenta y nueve personas y con una barca por mar con catorce; el día siguiente, por la mañana, llegaron al río Urirá, que dista siete leguas del de Belén, hacia Occidente; a una legua del pueblo le fue a recibir el cacique, con veinte indios, le presentó muchas cosas de las que comen, y se trocaron algunos espejos de oro. Mientras estaban allí el cacique y sus principales, no cesaban de meterse en la boca una hierba seca, y de mascarla; a veces tomaban también cierto polvo, que llevaban juntamente con la hierba seca, lo cual parece mucha barbarie. Después de estar allí un rato, los indios y los cristianos fueron al pueblo, donde había mucha gente que los salió a recibir; señaláronles una casa donde se alojasen, y presentándoles muchas cosas de comer. De allí a poco vino el cacique de Dururi, que es otro pueblo vecino, con muchos indios, los cuales también traían algunos espejos para trocarlos; y de éstos y de aquéllos entendieron que en la tierra adentro había muchos caciques que tenían gran abundancia de oro, y de gente armada como nosotros. Al día siguiente mandó el Adelantado que la mayor parte de la gente se volviese por tierra a los navíos, y siguió su viaje, con treinta hombres, hacia Zobraba, donde había más de seis leguas de maizales, que son como los campos de trigo; desde aquí fue a Cateba, que es otro pueblo; en ambos tuvo buena acogida, y le dieron bastimentos, rescatando aún algunos espejos de oro, los que, según hemos dicho, son como patenas de cáliz, unos mayores y otros menores, de doce ducados de peso, unos más y otros menos; traénlos al cuello, colgados de una cuerdecilla, como nosotros el Agnus Dei u otra reliquia. Como entonces el Adelantado se había alejado mucho de los navíos, sin haber hallado por toda aquella costa puerto alguno, ni río más grande que el de Belén, para edificar una población, se volvió por el mismo camino, a 24 de Febrero, con muchos ducados de oro, ganados en rescates. Tan luego como llegó, comenzó con diligencia a disponer su mansión, y, para esto, en cuadrillas de diez, o de menos, como lo acordaban quienes hablan de quedar, que eran en total ochenta, comenzaron a edificar casas, a distancia de un tiro de lombarda de la boca del río, pasada una cala que está a mano derecha, entrando por el río, en cuya boca se levanta un montecillo. A más de las casas, que eran de madera, cubiertas de hojas de palmas, que nacen en la playa, se hizo también otra casa grande que sirviese de tienda y alhóndiga, en la que se puso mucha pólvora, artillería, bastimentos y otras cosas para el sustento de los pobladores, las más necesarias, como vino, bizcocho, aceite, vinagre, quesos y muchas legumbres, porque no había allí otra cosa que comer. Estas cosas dejaban aquí como en parte más segura que en la nave Gallega, que la reservaba el Adelantado para valerse de ella en mar y tierra, con todos los aparejos de redes y anzuelos y otras cosas útiles a la pesca, porque, según hemos dicho, hay en aquella región muchos peces en todos los ríos, a los cuales, y a la orilla del mar, van en ciertos tiempos del año, como de paso, ciertas especies de aquéllos, de los que toda la gente del país se alimenta más que de carne, pues aunque hay allí algunas especies de animales, no bastan al ordinario sustento de los indios. Las costumbres de estos indios son, generalmente, parecidas a los de la Española e islas vecinas; pero, los de Veragua y del contorno, cuando hablan uno con otro, se ponen de espaldas, y cuando comen, mascan siempre cierta hierba, lo que juzgamos debe ser causa de tener los dientes gastados y podridos. Su comida es pescado, que pescan con redes y con anzuelos de hueso, que los hacen de las conchas de las tortugas, cortándolas con hilo de cabuya; lo mismo hacen en las otras islas. Tenían otro modo para pescar algunos peces tan pequeños como los que más, llamados Titi en la Española; éstos acuden a ciertos tiempos, con las lluvias, a las orillas, donde son tan perseguidos de los peces mayores, que se ven obligados a subir a la superficie del agua, en la que los pescan los indios con esterillas y con redes muy chicas; así cogen cuantos quieren, y los envuelven en hojas de árboles, del mismo modo que conservan los drogueros sus confecciones; tostados luego, en el horno, se conservan por largo tiempo. También acostumbran pescar sardinas, de modo análogo al que hemos dicho en otras pescas, pues la sardina huye, en ocasiones, de los peces grandes, con tanta velocidad y miedo, que saltan a la playa seca dos o tres pasos; de modo que el único trabajo es tomarlas, como a los otros peces. Pescan también de otro modo las sardinas; en las canoas, desde la popa a la proa, pon en un seto de hojas de palma, de tres brazas de alto; navegando por el río, hacen mucho ruido y dan con los remos en el bordo, porque las sardinas, para salvarse del pez que las persigue, saltan por la canoa, dan en el seto y caen dentro; y así toman cuantas quieren. Los jureles, los sábalos y aun las lizas van también allí a su tiempo, como también otros géneros de peces, y es cosa maravillosa ver, cómo al tiempo que éstos pasan por aquellos ríos, toman tan gran cantidad, que conservan mucho tiempo tostada. Tienen también para su alimento mucho maíz, que es cierto grano que nace como el mijo, con una espiga o panocha, de que hacen vino tinto, y blanco, como la cerveza de Inglaterra; allí echan lo que les parece, según lo que más les agrada, y sale de buen sabor, semejante al vino raspante. Hacen otro vino de unos árboles que parecen palmas, y yo creo que son especie de éstas, aunque son lisos como los otros árboles y tienen en el tronco muchas espinas tan largas como las del puerco espín. De la médula de estas palmas, que son como palmitos, apretándola y exprimiéndola, sacan el zumo de que hacen el vino, y cociéndolo con agua y con sus especias, lo tienen por muy bueno y preciado. También hacen otro vino del mismo fruto que hemos dicho que se halló en la isla de Guadalupe, que es semejante a una piña gruesa, y la planta se siembra en campos anchos, con un gran pimpollo que sale encima de la misma piña, como sucede en los tallos de la lechuga; esta planta dura tres o cuatro años, dando siempre fruto. Hacen también vino de varias suertes de frutas, especialmente de una que nace en árboles altísimos, tan grandes como cedros; cada una tiene dos, tres y cuatro huesos, a modo de nueces, aunque no redondo, sino como el ajo, o la castaña; la corteza de ese fruto es como la de la granada, y se parece a ella cuando está quitado del árbol, aunque no tiene coronilla; su sabor es como de durazno, o pera muy buena; de éstas unas son mejores que otras, como sucede en las demás frutas; también las hay en las islas Antillas, y los indios las llaman Mameyes.
Busqueda de contenidos
contexto
Cómo nuestro Cortés envió a la Villa Rica por teniente y capitán a un hidalgo que se decía Alonso de Grado, en lugar del alguacil mayor Juan de Escalante, y el alguacilazgo mayor se lo dio a Gonzalo de Sandoval, y desde entonces fue alguacil mayor; y lo que después pasó diré adelante Después de hecha justicia de Quezalpopoca y sus capitanes, e sosegado el gran Montezuma, acordó de enviar nuestro capitán a la Villa Rica por teniente della a un soldado que se decía Alonso de Grado, porque era hombre muy entendido y de buena plática y presencia, y músico e gran escribano. Este Alonso de Grado era uno de los que siempre fue contrario de nuestro capitán Cortés porque no fuésemos a México y nos volviésemos a la Villa Rica, cuando hubo en lo de Tlascala ciertos corrillos, ya por mí dichos en el capítulo que dello habla; y el Alonso de Grado era el que lo muñía y hablaba; y si como era hombre de buenas gracias fuera hombre de guerra, bien le ayudara todo junto; esto digo porque cuando nuestro Cortés le dio el cargo, como conocía su condición, que no era hombre de afrenta, y Cortés era gracioso en lo que decía, le dijo: "Hé aquí, señor Alonso de Grado, vuestros deseos cumplidos, que iréis ahora a la Villa Rica, como deseabais, y entenderéis en la fortaleza; y mirad no vayáis a ninguna entrada, como hizo Juan de Escalante, y os maten"; y cuando se lo estaba diciendo guiñaba el ojo porque lo viésemos los soldados que allí nos hallábamos y sintiésemos a qué fin lo decía; porque sabía de él que aunque se lo mandara con pena no fuera. Pues dadas las provisiones e instrucciones de lo que había de hacer, el Alonso de Grado le suplicó a Cortés que le hiciese merced de la vara de alguacil mayor, como la tenía el Juan Escalante que mataron los indios, y le dijo ya la había dado a Gonzalo de Sandoval, y que para él no le faltaría, el tiempo andando, otro oficio muy honroso, y que se fuese con Dios; y le encargó que mirase por los vecinos e los honrase, y a los indios amigos que no se les hiciese ningún agravio ni se les tomase cosa por fuerza, y que dos herreros que en aquella villa quedaban, y les había enviado a decir y mandar que luego hiciesen dos cadenas gruesas de hierro y anclas que sacaran de los navíos que dimos al través, que con brevedad las enviase, y que diese prisa a la fortaleza que se acabase de enmaderar y cubrir de teja. Y como el Alonso de Grado llegó a la villa, mostró mucha gravedad con los vecinos, y queríase hacer servir dellos como gran señor, e a los pueblos que estaban de paz, que fueron más de treinta, los enviaba a demandar joyas de oro e indias hermosas; y en la fortaleza no se le daba nada de entender en ella, y en lo que gastaba el tiempo era en bien comer y en jugar; y sobre todo esto, que fue peor que lo pasado, secretamente convocaba a sus amigos e a los que no lo eran para que si viniese a aquella tierra Diego Velázquez de Cuba o cualquier su capitán, de darle la tierra a hacerse con él; todo lo cual muy en posta se lo hicieron saber por cartas a Cortés a México; y como lo supo, hubo enojo consigo mismo por haber enviado a Alonso de Grado conociéndole sus malas entrañas e condición dañada; y como Cortés tenía siempre en el pensamiento que Diego Velázquez, gobernador de Cuba, por una parte o por otra había de alcanzar a saber cómo habíamos enviado a nuestros procuradores a su majestad, e que no le acudiríamos a cosa ninguna, e que por ventura enviaría armada y capitanes contra nosotros parecióle que sería bien poner hombre de quien fiar el puerto e la villa, y envió a Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor por muerte de Juan de Escalante, y llevó en su compañía a Pedro de Ircio, aquel de quien cuenta el cronista Gómara que iba a poblar a Pánuco. Y entonces el Pedro de Ircio fue a la villa; y tomó tanta amistad Gonzalo de Sandoval con él, porque el Pedro de Ircio, como había sido mozo de espuelas en la casa del conde de Ureña y de don Pedro Girón, siempre contaba lo que les había acontecido: y como el Gonzalo de Sandoval era de buena voluntad y no nada malicioso, y le contaba aquellos cuentos, tomó amistad con él, como dicho tengo, y siempre le hizo subir hasta ser capitán; y si en este tiempo de ahora fuera, algunas palabras mal dichas decía el Pedro de Ircio en lugar de gracias, que se las reprendía harto Gonzalo de Sandoval, que le castigarían por ellas por el santo oficio. Dejemos de contar vidas ajenas, y volvamos a Gonzalo de Sandoval, que llegó a la Villa Rica, y luego envió preso a México con indios que lo guardasen a Alonso de Grado, porque así se lo mandó Cortés; y todos los vecinos querían mucho a Gonzalo de Sandoval, porque a los que halló que estaban enfermos los proveyó de comida lo mejor que podía y les mostró mucho amor, y a los pueblos de paz tenía en mucha justicia y los favorecía en todo lo que se les ofrecía, y en la fortaleza comenzó a enmaderar y tejar, y hacía todas las cosas como conviene hacer todo lo que los buenos capitanes son obligados; y fue harto provechoso a Cortés y a todos nosotros, como adelante verán en su tiempo e sazón. Dejemos a Sandoval en la Villa Rica, y volvamos a Alonso de Grado, que llegó preso a México, y quería ir a hablar a Cortés, y no le consintió que apareciese delante de él, antes le mandó echar preso en un cepo de madera que entonces hicieron nuevamente. Acuérdome que olía la madera de aquel cepo como a sabor de ajos y cebollas, y estuvo preso dos días. Y como el Alonso de Grado era muy plático y hombre de muchos medios, hizo grandes ofrecimientos a Cortés que le sería muy servidor, y luego le soltó; y aun desde allí adelante vi que siempre privaba con Cortés, mas no para que le diese cargos de cosas de guerra, sino conforme a su condición; y aun el tiempo andando le dio la contaduría que solía tener Alonso de Ávila, porque en aquel tiempo envió al mismo Alonso de Ávila a la isla de Santo Domingo por procurador, según adelante diré en su coyuntura. No quiero dejar de traer aquí a la memoria cómo cuando Cortés envió a Gonzalo de Sandoval a la Villa Rica por teniente y capitán y alguacil mayor, le mandó que así como llegase le enviase dos herreros con todos sus aderezos de fuelles y herramientas, y mucho hierro de los navíos que dimos al través, y las dos cadenas grandes de hierro, que estaban ya hechas, y que enviase velas y jarcias y pez y estopa y una aguja de marear, y todo otro cualquier aparejo para hacer dos bergantines para andar en la laguna de México; lo cual luego se lo envió el Sandoval muy cumplidamente, según y de la manera que lo mandó.
contexto
Capítulo XCVI De cómo Rodrigo Orgóñez salió del Cuzco, y lo que le sucedió hasta llegar al valle de Copayapo En lo de atrás me acuerdo que tengo escrito que cuando el adelantado salió de la ciudad del Cuzco, dejó en ella a su general, Rodrigo Orgóñez, para que fuese en seguimiento con la gente que venía de todas partes para ir en la jornada; y siendo tiempo salió, yendo con él, Cristóbal de Sotelo, Oñate, Pérez y otros vecinos. Llevaban buenos caballos y con buen aderezo así de servicio, negros, como de otras cosas que son convenientes para los descubrimientos. Por sus jornadas anduvieron hasta entrar en la grande provincia de Collao: servían los indios bien, proveíanlos de lo necesario, sin recibir de ello paga ninguna, porque acá no se ha usado sino comer a discreción; puesto que estaban estos naturales desasosegados y mucho, con lo que había amonestado Villahoma. Aguardaban a saber que Mango estuviese fuera de la prisión para clara y abiertamente oponerse contra los cristianos y darles guerra. Por estos pueblos anduvieron hasta que saliendo de ellos, dende a pocos días, llegaron a la provincia de Topisa, con alguna necesidad de bastimento, que fue causa que convino salir algunos caballos por la tierra con gente de servicio a lo buscar. Andando ocho leguas, en una quebrada estaba cantidad de ganado de ovejas y otros bastimentos, mas los indios cuyo eran, estaban puestos en arma para los defender de quien lo viniese a tomar: por lo alto de los cabezos tenían puestas muchas galgas para desgalgar por los cerros, y que con su grandeza y furia matasen todo lo que por delante topasen. Los españoles, como no habían salido si no a buscar lo que sabían estaba allí, teniendo en poco los indios ni sus tan crecidas piedras abajaron de yuso la quebrada: los naturales, amenazándolos malamente dieron de mano a las galgas, pusieron gran pavor en los nuestros, procuraban de hurtar los cuerpos por miedo que no los encontrase. Aprovechó a los que se salvaron, mas del todo no pudieron huir, ni dejar de ser hechos pedazos dos de ellos, con que los indios se alegraron mucho, diciendo: "¡Tomá, ladrones, comé lo que os hemos echado! ", y otros dichos como éstos semejantes. Los españoles habían dejado los caballos algo atrás porque la tierra --por ser fragosa-- no eran de provecho, y como se vieron en tal peligro y que no podían hacer daño a los indios, determinaron de como mejor pudiesen salir de entre ellos: los indios, que conocieron esta flaqueza, les apretaron malamente, pudieron tanto que mataron otros dos de los cristianos. Los demás, con gran ventura, y favor de Dios, principalmente, tomaron los caballos y vueltos al real contaron a Orgóñez lo que les había sucedido; el cual salió de aquella tierra, marchando por el camino que llevaba Almagro, pasando gran trabajo y necesidad: porque los naturales habían alzado el bastimento y no hallaron sino algunas raíces y yerbas campesinas. Llegaron de esta manera a los Xuys, donde hallaron alguna comida que les fue harto remedio. Venían los caballos cansados, que fue causa que holgaron cuatro días; de aquí fueron a Chicuana, donde pararon dos para se proveer de comida, que hallaron mucha. Tenían noticia de los alpes de Chicuana, caminaron hasta llegar a un río, que llaman río Bermejo, donde hicieron pan de algarroba, que es bueno. Dende algunos días llegaron a vista de las grandes sierras nevadas, espantáronse de ver tanta blancura, temían el frío que habían de pasar; como mejor pudieron entraron en las nieves, encomendándose todos a Dios nuestro señor, caminaban con gran trabajo, el viento era recio; venida la noche era mayor el temor, como mejor podían armaban los toldos. Fue tan grande el frío que se murieron los más de los negros, y indios e indias; y los que escaparon fue con los dedos comidos o ciegos de los ojos. Estando poniendo el toldo Orgóñez, de no más de poner la mano en el palo para lo tener, cayó tanta nieve que le quemó los dedos y se le cayeron las uñas, y por días mudó los cueros de todos, como si fuera fuego de Sant Antón. Dos españoles estaban dentro de un toldo de éstos, viniendo el austro furiosamente lo arrancó y cayó tanta nieve que los dos españoles con sus indios e indias que tenían, tomaron aquel lugar por sepultura para siempre, e lo mismo los caballos que tenían atados junto a la tienda. Sotelo y Castillo también sintieron en las manos el daño que Orgóñez. Espantados los españoles de ver tanta tormenta, rogaban a Dios que los sacase de ella; y con su ayuda, siendo pasados cuatro días, se hallaron fuera de las nieves, dejando muertos los dos españoles y muchos indios e indias y negros, y veinte y seis caballos con sus sillas y aderezos, muchas petacas y líos de ropa. Los naturales de Copayapo supieron su venida; el señor del valle por el beneficio que recibió de Almagro cuando lo puso en la posesión de su señorío, determinó de honrar los cristianos que venían porque el mismo Almagro se lo había rogado; y así mandó que saliesen del valle muchos indios con bastimento, de que Orgóñez y los suyos holgaron mucho. Volviendo todos al valle con los cristianos, donde fueron bien recibidos y aposentados en los aposentos ordinarios; los cristianos, como habían pasado tanto trabajo en los alpes, determinaron de descansar algunos días en aquella tierra, pues los naturales recibían poca pesadumbre con ellos.
contexto
Capítulo XCVI Que trata de cómo vencida por el gobernador esta batalla que se dice la de Andalién con sus buenos españoles se fue de ahí a la orilla de una bahía y asentó su campo e hizo un fuerte y de lo que en este tiempo le sucedió Otro día siguiente se levantó el campo y se fue a una bahía que había visto el gobernador cuando vino el año de mil y quinientos y cuarenta y cuatro, donde dijo que había de poblar una ciudad cuando allá tornase. Y así fue. Y hallado el asiento, estará una legua y media del río de Bibio. En esta bahía entra el río Andalién. Aunque es río dulce, crece y mengua por sus mareas, porque entra la marea de la mar por él casi una legua el río arriba. Miró el gobernador el sitio junto a la bahía y llano, y por medio de este llano corre otro río chico de agua clara todo el año, que procede de las vertientes de las más cercanas lomas. La bahía es ancha y casi redonda, tendrá dos leguas de latitud y tres de longitud. Tiene a la boca y entrada de la bahía una isla pequeña poblada. Viendo el gobernador tan buen sitio y lugar tan aparejado para poblar, asentó allí el campo a veinte y uno de febrero, por mejor poderse favorecer y aprovechar de su armada, que cada día la aguardaba. Otro día siguiente, en aquel llano junto aquella bahía, acordó no fundar la ciudad, sino hacer un fuerte hasta en tanto que trajesen los caciques de paz, porque tenía por cierto que si se ocupaba en hacer casas, vendrían los indios a le buscar cada el día, y que era mejor acertado hacerles la guerra y amonestarles viniesen de paz. Y si acaso los indios viniesen, los hallasen fortalecidos, y también por dar descanso a los españoles en lo de la vela de noche que era excesiva, y porque de aquel fuerte saldrían a pelear cuando quisiesen y no cuando la ímpetu de los indios lo constriñesen. Luego otro día mandó el gobernador traer grandes maderos y varas, y mandó hincarlos en la tierra y enlatarlos, y abrir un foso de doce pies de ancho y otros tantos de hondo. Y la tierra que sacaban se echaba para reparar y fortalecer el palenque, que sería estado y medio de alto, muy espeso. Tendría de circuito mil y quinientos pasos, el cual, con la diligencia y solicitud del gobernador y de buenos hombres hábiles y a fuerza de brazos, se tardó ocho días en hacer una trinchera fuerte con tres puertas para servidumbre. Y en cada puerta estaban los baluartes muy bien hechos en que velaban las velas, y por de fuera andaba cada noche la ronda. Luego que fue hecho, repartió el gobernador los alonjamientos y sitios donde cada uno había de estar, y todos juntos dentro por sus cuarteles. Acabóse esto de hacer a los tres de marzo del año de mil y quinientos y cincuenta. De aquí mandó el gobernador ir sus capitanes a correr la tierra, y enviaba mensajeros a los caciques, dándoles a entender su venida por mandado de Su Majestad, y que viniesen a dar la paz y obediencia como lo habían hecho los indios de Mapocho y de toda su comarca.
contexto
Cómo en todas las más de las Indias usaron los naturales, dellas traer hierba o raíces en la boca, y de la preciada hierba llamada coca, que se cría en muchas partes deste reino Por todas las partes de las Indias que yo he andado he notado que los indios naturales muestran gran deleitación en traer en las bocas raíces, ramos o hierbas. Y así, en la comarca de la ciudad de Antiocha algunos usan traer de una coca menuda, y en las provincias de Arma, de otras hierbas; en las de Quimbaya y Ancerma, de unos árboles medianos, tiernos y que siempre están muy verdes, cortan unos palotes, con los cuales se dan por los dientes sin se cansar. En los más pueblos de los que están subjetos a la ciudad de Cali y Popayán traen por las bocas de la coca menuda ya dicha, y de unos pequeños calabazos sacan cierta mixtura o confación que ellos hacen, y puesto en la boca, lo traen por ella, haciendo lo mismo de ciera tierra que es a manera de cal. En el Perú, en todo él se usó y usa traer esta coca en la boca, y desde la mañana hasta que se van a dormir la traen, sin la echar della. Preguntando a algunos indios por qué causa traen siempre ocupada la boca con aquesta hierba (la cual no comen ni hacen más de traerla en los dientes), dicen que sienten poco la hambre y que se hallan en gran vigor y fuerza. Creo yo que algo lo debe de causar, aunque más me paresce una costumbre aviciada y conveniente para semejante gente que estos indios son. En los Andes, desde Guamanga hasta la villa de Plata, se siembra esta coca, la cual da árboles pequeños y los labran y regalan mucho para que den la hoja que llaman coca, que es a manera de arrayán, y sécanla al sol, y después la ponen en unos cestos largos y angostos, que terná uno dellos poco más de una arroba, y fue tan preciada esta coca o hierba en el Perú el año de 1548, 49 y 51, que no hay para qué pensar que en el mundo haya habido hierba ni raíz ni cosa criada de árbol que críe y produzca cada año como ésta, fuera la especiería, que es cosa diferente, se estimase tanto, porque valieron los repartimientos en estos años, digo, los más del Cuzco, la ciudad de la Paz, la villa de Plata, a ochenta mil pesos de renta, y a sesenta, y a cuarenta, y a viente, y a más y a menos, todo por esta cosa. Y al que le daban encomienda de indios luego ponía por principal los cestos de coca que cogía. En fin, teníanlo como por posesión de hierba de Trujillo. Esta coca se llevaba a vender a las minas de Potosí, y diéronse tanto al poner árboles della y coger la hoja, que es esta coca que no vale ya tanto, ni con mucho; mas nunca dejará de ser estimada. Algunos están en España ricos con lo que hubieron de valor desta coca mercándola y tornándola a vender y rescatándola en los tiangues o mercados a los indios.
contexto
Cómo para seguridad del pueblo de los cristianos fue preso el Quibio, con muchos indios principales, y cómo huyó por negligencia de los que le guardaban Ya estaban en orden todas las cosas de la población, en la que había diez o doce casas cubiertas de paja, y el Almirante dispuesto para ir a Castilla, cuando el río, que antes, por la soberbia de las aguas, nos había puesto en gran peligro, ahora nos puso en mayor, por falta de ellas, pues habiendo cesado ya las lluvias de Enero, con el buen tiempo, se cerró la boca del río con arena, de modo que cuando entramos en él, tenía cuatro brazas de agua, que era muy poca para la que se necesitaba; cuando quisimos salir, tenía media braza; con esto, quedamos encerrados y sin remedio alguno, porque era imposible sacar los navíos por la arena; y aun cuando hubiéramos tenido máquinas para hacerlo, no estaba el mar tan tranquilo que con la menor ola que llegase a la orilla, no hiciese pedazos los navíos, especialmente los nuestros, que ya parecían panales, agujereados todos por la broma. Entonces, nos encomendamos a Dios, pidiéndole nos diese lluvia, como antes le habíamos pedido tiempo sereno, porque sabíamos que lloviendo, llevaría más agua el río y se abriría la boca, como suele suceder en aquellos ríos. Súpose, al mismo tiempo, por medio del intérprete, que el Quibio, .cacique de Veragua, tenía deliberado de venir secretamente a poner fuego a las casas y matar a los cristianos, porque a todos los indios pesaba mucho que poblasen en aquel río. Y pareció que para castigo suyo, y escarmiento y temor de los comarcanos, era bien prendello con todos sus principales, y traellos a Castilla, y que su pueblo quedase en servicio de los cristianos. Para hacerlo así fue el Adelantado con setenta y cuatro hombres al pueblo de Veragua, el día 30 de Marzo de 1503; y aunque llamóle pueblo, es de advertir que en aquella tierra no hay casas juntas, pues viven como los de Vizcaya, separados los unos de los otros. Cuando el Quibio supo que se acercaba el Adelantado, le mandó a decir que no fuese a su casa, que estaba en una colina sobre el río Veragua; para que no se huyese de miedo, acordó el Adelantado ir a ella con solo cinco hombres, dejando orden a los demás que fuesen a la zaga, de dos, en dos, separados unos de otros, y que en oyendo disparar un arcabuz, rodeasen la casa de manera que nadie se escapase. Habiéndose acercado el Adelantado a la casa, le envió otro recado el Quibio, diciéndole que no entrase en ella, que él saldría a hablarle, aunque estaba herido de una flecha; esto lo hacen así para que no vean sus mujeres, porque son celosísimos; por ello salió hasta la puerta, y se sentó allí, diciendo que llegase sólo el Adelantado, el cual lo hizo así. Habiendo llegado el Adelantado al cacique, le preguntó por su enfermedad y otras cosas de la tierra, por medio de un indio que llevaba, que habíamos cogido más de tres meses antes, cerca de allí, y andaba con nosotros familiar y voluntariamente; el cual tenía entonces gran miedo, por el amor que nos profesaba, sabiendo que el Quibio deseaba mucho matar a los cristianos, y como no conocía aún nuestras fuerzas, creía se podría salir con ello fácilmente, por la multitud de gente que había en la provincia. Pero el Adelantado se cuidaba poco de este miedo, y fingiendo querer ver dónde tenía el cacique la herida, le cogió de un brazo. Y como ambos eran de gran fuerza, el Adelantado hizo tan buena presa que le sujetó hasta que llegaron los cuatro; hecho esto, mandó disparar el arcabuz y corrieron todos los cristianos de la emboscada en torno a la casa, donde había cincuenta personas grandes y pequeñas, de que se prendió la mayor parte, sin haber herido a ninguno; porque viendo a su rey preso, no quisieron ponerse en defensa. Había entre éstos algunos hijos y mujeres del Quibio, y otros indios principales, que prometían grandes riquezas, diciendo que en un bosque cercano había un gran tesoro, y que todo lo darían por su rescate; pero no satisfecho el Adelantado con aquella promesa, determinó que, antes que se juntasen los del contorno, el Quibio fuese enviado preso a la nave juntamente con su mujer e hijos y los indios principales; él quedóse con la mayor parte de la gente, para ir contra los vasallos y parientes que habían huido. Después, tratando con los capitanes y la gente de más honra, acerca de a quién se debía encomendar aquella gente para que la llevase hasta la boca del río, se la entregó a Juan Sánchez de Cádiz, piloto y hombre muy estimado, porque se ofreció a conducirlos, llevando al cacique atado de pies y manos; advirtiéndole que tuviese cuidado de que no se escapase; respondió que le pelasen las barbas si se le huía. Tomóle a su cuidado y partió con él, río abajo de Veragua; estando a media legua de la boca, empezó el Quibio a lamentarse mucho de llevar atadas tan fuertemente las manos, de manera que movió a piedad a Juan Sánchez, y le desató del banco de la barca donde iba sujeto, teniéndole sujeto con la cuerda. De allí a poco, viéndole el Quibio algo distraído, se echó al agua, y Juan Sánchez, no pudiendo hacer fuerza con la cuerda, la dejó, por no caer también al río. Llegada la noche, con el ruido de los que andaban en la barca, no pudieron ver ni oír dónde había tomado tierra; de modo que no supieron más noticia de él, como si fuese un peñón que había caído en el agua. Para que no sucediese lo mismo con los otros cautivos, siguieron su camino las naves, con bastante vergüenza de su descuido e inadvertencia. El día siguiente, que fue primero de abril, viendo el Adelantado que la tierra era montuosa, llena de árboles, y que allí no había pueblo ordenado, sino una casa en un collado y otra en otro, y que sería muy dificultoso ir de una parte a otra, acordó volverse a los navíos con su gente, sin que ninguno de ellos fuese muerto o herido, y presentó al Almirante los despojos habidos en la casa del Quibio, que valdrían 300 ducados en espejos, aguilillas y canutillos de oro que se ponen engarzados en los brazos y alrededor de las piernas, y tiras de oro con que, a modo de corona, se rodean la cabeza; todo lo cual, sacado el quinto para los Reyes Católicos, se dividió y repartió entre los que habían ido a la empresa; al Adelantado, en señal de su victoria, se le dio una corona de las ya mencionadas.
contexto
Cómo estando el gran Montezuma preso, siempre Cortés y todos nuestros soldados le festejábamos y regocijábamos, y aun se le dio licencia para ir a sus cues Como nuestro capitán en todo era muy diligente, y vio que el Montezuma estaba preso, y por temor no se congojase con estar encerrado y detenido, procuraba cada día, después de haber rezado, que entonces no teníamos vino para decir misa, de irle a tener palacio, e iban con él cuatro capitanes, especialmente Pedro de Alvarado y Juan Velázquez de León y Diego de Ordás, y preguntaban al Montezuma con mucha cortesía, y que mirase lo que mandaba, que todo se haría, y que no tuviese congoja de su prisión; y le respondía que antes se holgaba de estar preso, y esto por que nuestros dioses nos daban poder para ello, o su Huichilobos lo permitía; y de plática en plática le dieron a entender por medio del fraile más por extenso las cosas de nuestra santa fe y el gran poder del emperador nuestro señor; y aun algunas veces jugaba el Montezuma con Cortés al totoloque, que es un juego que ellos así le llaman, con unos bodoquillos chicos muy lisos que tenían hechos de oro para aquel juego, y tiraban con aquellos bodoquillos algo lejos a unos tejuelos que también eran de oro, e a cinco rayas ganaban o perdían ciertas piezas e joyas ricas que ponían. Acuérdome que tanteaba a Cortés Pedro de Alvarado, e al gran Montezuma un sobrino suyo, gran señor; y el Pedro de Alvarado siempre tanteaba una raya de más de las que había Cortés, y el Montezuma, como lo vio, decía con gracia y risa que no quería que le tantease a Cortés el Tonatio, que así llamaban al Pedro de Alvarado; porque hacía mucho ixixiol en lo que tanteaba, que quiere decir en su lengua que mentía, que echaba siempre una raya de más; y Cortés y todos nosotros los soldados que aquella sazón hacíamos guarda no podíamos estar de risa por lo que dijo el gran Montezuma. Dirían ahora que por qué nos reímos de aquella palabra: es porque el Pedro de Alvarado, puesto que era de gentil cuerpo y buena manera, era vicioso en el hablar demasiado, y como le conocimos su condición, por esto nos reímos tanto. E volvamos al juego: y si ganaba Cortés, daba las joyas a aquellos sus sobrinos y privados del Montezuma que le servían; y si ganaba Montezuma nos lo repartía a los soldados que le hacíamos guarda; y aun no contento por lo que nos daba del juego, no dejaba cada día de darnos presentes de oro y ropa, así a nosotros como al capitán de la guarda, que entonces era Juan Velázquez de León, y en todo se mostraba Juan Velázquez grande amigo e servidor de Montezuma. También me acuerdo que era de la vela un soldado muy alto de cuerpo y bien dispuesto y de muy grandes fuerzas, que se decía fulano de Trujillo, y era hombre de la mar, y cuando le cabía el cuarto de la noche de la vela, era tan mal mirado, que hablando aquí con acato de los señores leyentes, daba unos traques, que le oyó el Montezuma; e como era un rey destas tierras y tan valeroso, túvolo a mala crianza y desacato, que en parte que él lo oyose se hiciese tal cosa, sin tener respeto a su persona; y preguntó a su paje Orteguilla que quién era aquel mal criado e sucio, e dijo que era hombre que solía andar en la mar e que no sabe de policía e buena crianza, y también le dio a entender de la calidad de cada uno de los soldados que allí estábamos, cuál era caballero y cuál no, y le decía a la continua muchas cosas que el Montezuma deseaba saber. Y volvamos a nuestro soldado Trujillo, que desque fue de día Montezuma lo mandó llamar, y le dijo que por qué era de aquella condición, que sin tener miramiento a su persona, no tenía aquel acato debido; que le rogaba que otra vez no lo hiciese; y mandóle dar una joya de oro que pesaba cien pesos: y al Trujillo no se le dio nada por lo que dijo, y otra noche adrede tiró otro traque, creyendo que le daría otra cosa; y el Montezuma lo hizo saber a Juan Velázquez, capitán de la guarda, y mandó luego el capitán quitar a Trujillo que no velase más, y con palabras ásperas le reprendieron. También acaeció que otro soldado que se decía Pedro López, gran ballestero, y era hombre que no se le entendía mucho, y era bien dispuesto y velaba al Montezuma, y sobre si era hora de tomar el cuarto o no tuvo palabras con un cuadrillero, y dijo: "Oh pesia tal con este perro, que por velarle a la continua estoy muy malo del estómago, para me morir"; y el Montezuma oyó aquella palabra y pesóle en el alma, y cuando vino Cortés a tenerle palacio lo alcanzó a saber, y tomó tanto enojo de ello, que al Pedro López, con ser muy buen soldado, le mandó azotar dentro en nuestros aposentos; y desde allí adelante todos los soldados a quien cabía la vela, con mucho silencio y crianza estaban velando: puesto que no había menester mandarlo a mí, ni a otros soldados de nosotros que le velábamos, sobre este buen comedimiento que con aqueste gran cacique habíamos de tener; y él bien conocía a todos, y sabía nuestros nombres y aun cualidades; y era tan bueno, que a todos nos daba joyas, a todos mantas e indias hermosas. Y como en aquel tiempo era yo mancebo, y siempre que estaba en su guarda o pasaba delante dél con muy grande acato le quitaba mi bonete de armas, y aun le había dicho el paje Orteguilla que vine dos veces a descubrir esta Nueva-España primero que Cortés, e yo le había hablado al Orteguilla que le quería demandar a Montezuma que me hiciese merced de una india hermosa; y como lo supo el Montezuma, me mandó llamar y me dijo: "Bernal Díaz del Castillo, hanme dicho que tenéis motolínea de oro y ropa; yo os mandaré dar hoy una buena moza; tratadla muy bien, que es hija de hombre principal; y también os darán oro y mantas." Yo le respondí con mucho acato que le besaba las manos por tan gran merced y que Dios nuestro señor le prosperase; y parece ser preguntó al paje que qué había respondido, y le declaró la respuesta; y díjole el Montezuma: "De noble condición me parece Bernal Díaz"; porque a todos nos sabía nos nombres, como tengo dicho; e me mandó dar tres tejuelos de oro e dos cargas de mantas. Dejemos de hablar de esto, y digamos cómo por la mañana, cuando hacía sus oraciones y sacrificios a los ídolos, almorzaba poca cosa, e no era carne, sino ají, y estaba ocupado una hora en oír pleitos de muchas partes, de caciques que a él venían de lejas tierras. Ya he dicho otra vez en el capítulo que de ello habla, de la manera que entraban a negociar y el acato que le tenían, y cómo siempre estaban en su compañía en aquel tiempo para despachar negocios veinte hombres ancianos, que eran jueces; y porque está ya referido, no lo torno a referir; y entonces alcanzamos a saber que las muchas mujeres que tenía por amigas, casaba dellas con sus capitanes o personas principales muy privados, y aun dellas dió a nuestros soldados (y la que me dio a mí era una señora dellas, y bien se pareció en ella, que se dijo doña Francisca); y así se pasaba la vida, unas veces riendo y otras veces pensando en su prisión. Quiero aquí decir, puesto que no vaya a propósito de nuestra relación, porque me lo han preguntado algunas personas curiosas, que cómo, porque solamente el soldado por mí nombrado llamó perro al Montezuma, aun no en su presencia, le mandó Cortés azotar, siendo tan pocos soldados como éramos, y que los indios tuviesen noticia dello. A esto digo que en aquel tiempo todos nosotros, y aun el mismo Cortés, cuando pasábamos delante del gran Montezuma le hacíamos reverencia con los bonetes de armas, que siempre traíamos quitados, y él era tan bueno y tan bien mirado, que a todos nos hacía mucha honra; que, demás de ser rey desta Nueva-España, su persona y condición lo merecía. Y demás de todo esto, si bien se considera la cosa en que estaban nuestras vidas, sino en solamente mandar a sus vasallos le sacasen de la prisión y darnos luego guerra, que en ver su presencia y real franqueza lo hicieran. Y como veíamos que tenía a la continua consigo muchos señores que le acompañaban, y venían de lejas tierras otros muchos más señores, y el gran palacio que le hacían y el gran número de gente que a la continua daba de comer y beber, ni más ni menos que cuando estaba sin prisión; todo esto considerándolo Cortés, hubo mucho enojo cuando lo supo que tal palabra le dijese, y como estaba airado dello, de repente le mandó castigar como dicho tengo; y fue bien empleado en él. Pasemos adelante y digamos que en aquel instante llegaron de la Villa-Rica indios cargados con las cadenas de hierro gruesas que Cortés había mandado hacer a los herreros. También trajeron todas las cosas pertenecientes para los bergantines, como dicho tengo; y así como fue traído se lo hizo saber al gran Montezuma. Y dejarlo he aquí y diré lo que sobre ello pasó.
contexto
Capítulo XCVII De cómo Juan de Rada salió del Cuzco llevando las provisiones de Almagro; y lo que le sucedió hasta que llegó al valle de Copayapo, donde se juntó con Orgóñez Juan de Rada, mayordomo de Almagro, estuvo en Lima hasta que Hernando Pizarro llegó. Pidióle las provisiones que traía para el adelantado: respondióle que, pues todos habían de ir al Cuzco, que allí las daría; y escribiría con él a Almagro. Juan de Rada se quejó a Pizarro, diciendo que sentía de su hermano que no le quería entregar las provisiones, por tanto que le mandase las diese luego; respondióle que en el Cuzco se las daría sin falta ninguna. Y habiendo allegado al Cuzco Hernando Pizarro, Juan de Rada recibió las provisiones, y aun dicen algunos que le requirió se las diese. En seguimiento de Juan de Rada salieron Lorenzo de Aldana, el contador Juan de Guzmán, Hernán Gómez, Juan de Larreinaga, Pero Mateo, Picón, Luis de Matos y el bachiller Enrique, y otros hasta cincuenta. Juntáronse con Juan de Rada en los Chichas, donde hallaron que iban ochenta y tantos españoles, de pie y de caballo, proveídos de gente del Perú para su servicio. De donde caminaron pasando mucha necesidad, porque habían los naturales alzado el mantenimiento; y llegado a Topisa, tampoco hallaron que comer, que fue causa que se les doblase la pena. Una jornada más adelante, salieron por mandado de Juan de Rada veinte caballos a una parte y a otra del camino para ver si por ventura topaban algo: como los indios tenían el maíz en cuevas, los anaconas que llevaban descubrieron alguno con que volvieron bien alegres. También se halló por otros españoles una manada de ovejas que repartieron por todos. Marchando más adelante, como hubieron con algunos caballos a buscar alguna y con gastado esta comida, salió Juan de Rada diligencia que puso fue a aportar a una quebrada donde los indios tenían alguna puesta en cobro; en lo alto de la quebrada había muchos indios de guerra; fue necesario salir algunos de los nuestros con espadas y rodelas a ganar lo alto, mas tiráronles tantos tiros de piedra y dardo que tuvieron por seguro el no pasar adelante, sino antes dar la vuelta donde los caballos estaban. Juan de Rada mandó a los de a caballo se apeasen y abajasen de yuso la quebrada, de donde a pesar de los indios sacarían hasta ciento y tantas cargas de buen maíz, con que se volvieron al real. De donde anduvieron hasta llegar a una fortaleza donde pararon por salir a buscar bastimento: porque con la pasada de Almagro y Orgóñez, quedaba todo asolado, y por no morir de hambre, los naturales en lugares secretos pusieron lo que les quedó. De este lugar salieron por una parte y por otra, españoles y anaconas, y con su mucha diligencia hallaron algún bastimento. Holgaron quince días por curar de los caballos que estaban flacos, supieron cómo había los puertos nevados y cómo Orgóñez estaba en Copayapo. Topaban algunos negros e indios de los que habían quedado cansados, veían estar muchos muertos que era lástima de los ver; determinó Juan de Rada que se adelantara el bachiller Enrique, Luis de Matos y otros dos o tres de a caballo, para que andando a toda prisa llegasen donde estaba Orgóñez para que, sabiendo de su ida, y con que llevaba provisiones de Almagro les proveyesen de algún bastimento; y así partieron éstos y con harto trabajo llegaron a Copayapo, donde dieron esta relación a Orgóñez; el cual se holgó, publicando que el Cuzco con lo mejor de la tierra caía en su gobernación, y acordó de aguardar a Juan de Rada, el cual, con los españoles que con él venían, padecía mucha necesidad. Donde los dejaremos por decir de la venida de Hernando Pizarro al Cuzco y lo que más pasó.
contexto
Capítulo XCVII Que trata de cómo vino el capitán Ainavillo sobre el gobernador estando en aquel fuerte y la victoria que nuestro Señor fue servido de dalle Estando el gobernador con sus españoles aderezando lo que había menester para el invierno que se les acercaba, que entra por abril y sale en septiembre, estando en este cuidado, supo el gobernador nueva cómo la mayor parte de la gente de guerra de toda la tierra venían marchando con sus campos, repartida la gente en tres escuadrones, y que era en tanta cantidad que pasaban sesenta mil indios, y que venían la gente de las riberas del gran río de Itata con los de Reinoguelen y sus comarcanos en un escuadrón, por la parte de entre oriente de donde estaba el gobernador y su gente. Y cumplidos los doce de marzo fueron representados todos tres escuadrones. A hora de nona parecieron entre lomas bajas que tienen sus vertientes sobre el asiento de la ciudad, y como el sol iba contra occidente, reverberaba en aquella gente de guerra y se mostraba ser cosa admirable y aun temerosa ver tanto género de armas, así ofensivas como defensivas, y tantos plumajes y de tan diversas colores. Pues viendo el gobernador cómo los indios venían repartidos en los escuadrones y avisado de qué generación era cada escuadrón, y viendo por qué loma y camino habían venido y cómo la gente más belicosa era la de Arauco y de más cantidad, y el general de ellos era Ainavillo, el que arriba dijimos, y reconociendo que estaban asentados en sitio que no podían favorecerse los unos a los otros, y reconociendo que los indios tendrían mucho temor de la nieve que tendrían de la batalla de Andalién, y que a esta causa venían divididos para mejor se aprovechar de sus pies más que de sus manos, hechas estas consideraciones, mandó el gobernador venir toda su gente a punto de guerra y no perezosos. En esto los escuadrones marchaban en su orden a son de sus cornetas. Viendo el gobernador el escuadrón mayor y más lucido y más cercano, mandó al general Gerónimo de Alderete que acometiese con la cuarta parte de los de a caballo y de pie, quedando el gobernador con los demás muy a punto. Y aprestado el general con los dichos, acometió sin temor ni pereza, todos juntos al galope, y llegando cerca con toda furia rompieron el escuadrón de los indios. Y viéndose desbaratados, temían tanto el resultado de los caballos que no paraban, y dejando las armas en el campo, y como iban a la ligera, que no les embarazaba mucho la ropa que traen, no iban muy perezosos huyendo. Y viendo los otros dos escuadrones la obra que se le había hecho al más fuerte y en el que más confiaban, volvieron las espaldas. El despojo que en el campo dejaron fueron muchas picas y plumajes y otras armas. En este recuentro murieron trescientos indios y prendiéronse más de doscientos. Y de aquéstos mandó el gobernador castigar, que fue cortalles las narices y manos derechas. Esta victoria hubo el gobernador con el ayuda de Dios y de su bendita madre Santa María y del bienaventurado apóstol Santiago, porque cortándole las manos a estos indios habló con algunos, y decían todos a una que no habíamos sido parte nosotros para con ellos, sino una mujer que había bajado de lo alto y se había puesto en medio de ellos, y que juntamente bajó un hombre de una barba blanca y armado con una espadacha desnuda y un caballo blanco. Y visto por los indios tan gran resplandor que de si salía, les quitaba la vista de los ojos, y que de verlo perdieron el ánimo y fuerzas que traían. Y según yo me informé de ellos, fue muy cierto ver este milagro cuando se pusieron a vista de los españoles, porque sin el favor de Dios, tan pocos españoles contra tanto enemigo no nos podíamos sustentar. Pues ver los aparejos que traían era de ver, porque yo vi muchas ollas y flechas de fuego para echarnos en las casas y muchos tablones para poner en el foso y pasarnos al fuerte. Hecho este castigo, les habló el gobernador a todos juntos, porque había algunos caciques y prencipales, y les dijo y declaró cómo aquello se usaba con ellos porque les había enviado a llamar muchas veces y a requerir con la paz, diciéndoles a lo que venía a esta tierra, y que habían recebido el mensajero, y que no tan solamente no cumplieron aquello, pero vinieron con mano armada contra nosotros y tanta cantidad para tan pocos españoles, y que lo mismo se haría con los demás que no viniesen a dar la obediencia y a servir a los españoles. De esta suerte se enviaron estos indios a sus casas para en castigo de ellos y enxemplo para los demás. Luego mandó el gobernador a ciertos caudillos fuesen con todo recaudo y trujesen bastimento para el invierno, y que corriesen el campo y que trujesen de paz los caciques que les saliesen, y que diesen a entender a los indios que viniesen de paz a los servir, y donde no, que les harían la guerra y que no estarían seguros en ninguna parte que se metiesen.
contexto
Del camino que se anda dende el Cuzco hasta la ciudad de la Paz, y de los pueblos que hay hasta salir de los indios que llaman canches Desde la ciudad del Cuzco hasta la ciudad de la Paz hay ochenta yeguas, poco más o menos, y es de saber que antes que esta ciudad se poblase fueron términos del Cuzco todos los pueblos y valles que hay subjetos a esta nueva ciudad de la Paz. Digo, pues, que, saliendo del Cuzco por el camino real de Collasuyo, se va hasta llegar a las angosturas de Mohina, quedando a la siniestra mano los aposentos de Quispicanche; va el camino por este lugar, luego que salen del Cuzco, hecho de calzada ancha y muy fuerte de cantería. En Mohina está un tremedal lleno de cenagales, por los cuales va el camino hecho en grandes cimientos, la calzada de suso dicha. Hubo en este Mohina grandes edificios; ya están todos perdidos y deshechos. Y cuando el gobernador don Francisco Pizarro entró en el Cuzco con los españoles, dicen que hallaron cerca destos edificios, y en ellos mismos, mucha cantidad de plata y de oro, y mayor de ropa de la preciada y rica que otras veces he notado, y a algunos españoles he oído decir que hubo en este lugar un bulto de piedra conforme al talle de un hombre, con manera de vestidura larga y cuentas en la mano, y otras figuras y bultos. Lo cual era grandeza de los ingas y señales que ellos querían que quedase para en lo futuro; y algunos eran ídolos en que adoraban. Adelante de Mohina está el antiguo pueblo de Urcos, que estará seis leguas del Cuzco; en este camino está una muralla muy grande y fuerte, y según dicen los naturales por lo alto della venían caños de agua, sacada con grande industria de algún río y traída con la policía y orden que ellos hacen sus acequias. Estaba en esta gran muralla una ancha puerta, en la cual había porteros que cobraban los derechos y tributos que eran obligados a dar a los señores, y otros mayordomos de los mismos ingas estaban en este lugar para prender y castigar a los que con atrevimiento eran osados a sacar plata y oro de la ciudad del Cuzco, y en esta parte estaban las canterías de donde sacaban las piedras para hacer los edificios, que no son poco de ver. Está asentado Urcos en un cerro, donde hubo aposento para los señores; de aquí a Quiquixana hay tres leguas, todo de sierras bien ásperas; por medio dellas abaja el río de Yucay, en el cual hay puente de la hechura de las otras que se ponen en semejantes ríos; cerca deste lugar están poblados los indios que llaman cavinas, los cuales, antes que fuesen señoreados por los ingas, tenían abiertas las orejas y puesto en el redondo dellas aquel ornamento suyo, y eran orejones. Mangocapa, fundador de la ciudad del Cuzco, dicen que los atrajo a su amistad. Andan vestidos con ropa de lana, los más dellos sin cabellos, y por la cabeza se dan vuelta con una trenza negra. Los pueblos tienen en las sierras hechas las casas de piedra. Tuvieron antiguamente un templo en gran variación, a quien llamaban Auzancata, cerca del cual dicen que sus pasados vieron un ídolo o demonio con la figura y traje que ellos traen, con el cual tenían su cuenta, haciéndole sacrificios a su uso, Y cuentan estos indios que tuvieron en los tiempos pasados por cosa cierta que las ánimas que salían de los cuerpos iban a un gran lago, donde su vana creencia les hacía entender haber sido su principio, y que de allí entraban en los cuerpos de los que nascían. Después, como los señorearon los ingas, fueron más polidos y de más razón, y adoraron al sol, no olvidando el reverenciar a su antiguo templo. Adelante desta provincia están los canches, que son indios bien domésticos y de buena razón, faltos de malicia, y que siempre fueron provechosos para trabajo, especialmente para sacar metales de plata y de oro, y poseyeron mucho ganado de sus ovejas y carneros; los pueblos que tienen no son más ni menos que los de sus vecinos, y así andan vestidos, y traen por señal en las cabezas unas trenzas negras que les viene por debajo de la barba. Antiguamente cuentan que tuvieron grandes guerras con Viracoche inga y con otros de sus predecesores, y que puestos en su señorío, los tuvieron en mucho. Usan por armas algunos dardos y hondas y unos que llaman aillos, con que prendían a los enemigos. Los enterramientos y religiones suyas conformaban con los ya dichos, y las sepulturas tienen hechas por los campos de piedra, altas, en las cuales metían a los señores con algunas de sus mujeres y otros sirvientes. No tienen cuenta de honra ni pompa, aunque es verdad que algunos de los señores se muestran soberbios con sus naturales y los tratan ásperamente. En señalados tiempos del año celebraban sus fiestas, teniendo para ello sus días situados. En los aposentos de los señores tenían sus plazas para hacer sus bailes, y adonde el señor comía y bebía. Hablaban con el demonio en la manera que todos los demás. En toda la tierra destos canches se da trigo y maíz y hay muchas perdices y cóndores, y en sus casas tienen los indios muchas gallinas, y por los ríos toman mucho pescado, bueno y sabroso.