Capítulo XCIII De lo que le sucedió al capitán Alonso de Alvarado en su conquista de los Chachapoyas Como se juntó Samaniego con Alvarado, como supo lo pasado y que los naturales de aquellas serranías estaban endurecidos en no querer paz, por hacer lo que era obligado a los cristianos, les envió mensajeros, amonestándoles, ni sus casas desamparasen, ni dejasen de sembrar sus campos por saber su estada en la tierra: que era para provecho suyo y de sus ánimas, y no daño. No bastó estos dichos ni otros para que hiciesen lo que él deseaba, que fue causa que determinó de con todo el real irlos a buscar. Mandó luego Alonso Camacho que con veinte españoles fuese descubriendo el campo y mirando si el camino estaba seguro. Caminaron por la halda de una montaña hasta llegar a un lugar despoblado, de donde, habiendo andado poco más de legua y media, dieron en campaña, mas lleno el camino de unas piedras agudas, que llaman ceborucos, peligrosas para los caballos y más para los hombres que van a pie. Los naturales de aquella región por donde Alvarado iba descubriendo, bien sabían su venida y cuántos caballos y cristianos eran, y habíanse juntado muchos con sus capitanes y mandones, habiendo puesto primero sus mujeres y haciendas en cobro, trataron lo que les sería más sano hacer; determinaron de ofrecer fingida paz a los cristianos para descuidarlos que viniesen, sin recelo, donde, saliendo ellos con tropel, los pudiesen matar. Con este dolo fueron cinco o seis indios con algunas ovejas adonde venía Alvarado y le dijeron que: por reverencia de Dios tuviesen de ellos misericordia para no darles guerra ni que las ballestas lanzasen jaras, con la velocidad que ellos sabían, en sus cuerpos, porque querían paz, y así la demandaban en nombre de todos. Alvarado les respondió bien, loando tan buen propósito. Volvieron los indios a dar cuenta de lo que habían hecho. Los cristianos marchaban sin parar; cuando llegaron donde los aguardaban, salieron con tanta grita, y ruido tan temeroso, que parecía vocería de demonios; tiraron algunos tiros, los nuestros: se pusieron en orden, ni turbados ni espantados de lo que veían; hirieron y mataron muchos enemigos, apretándolos en tanta manera, que aunque para cada cristiano había más de ciento y cincuenta indios, no los osaron más aguardar, antes comenzaron de huir con mucha pusilanimidad. Iba un español llamado Prado en seguimiento del capitán; un indio le tiró un tiro de piedra con tanta fuerza, que sin aprovechar el casquete y morrión que llevaba, acertándolo en la cabeza, le derribó del caballo los sesos de fuera. Luis Varela se vio en peligro, porque se halló solo cercado de indios; encomendóse a Dios, con cuyo favor milagrosamente se defendió de ellos, hasta que acertó a venir algunos compañeros que le dieron favor, habiendo muerto siete indios cuando le tenían cercado. Los indios que escaparon de la guazabara con los que más se juntaron, trataron mucho sobre lo que les convenía hacer para estar seguros de no morir todos ellos; no sabían cuál consejo les sería más saludable. Estaba entre ellos un señor, el más principal, a quien llamaban Guayamanil; éste les dijo que era locura querer mantenerse en guerra con hombres a quien claramente veían ser favorecidos del sol, y que determinaba de ir a les ganar la voluntad y estar en su gracia. Algunos les pesó cuando esto le oyeron; otros lo loaron; y dejando sus buenas mantas, se puso unas viles, y con una mujer vieja fue al real de los nuestros, donde habló con Alvarado sobre lo que se ha dicho. Recibiólo bien, y así prometió de lo tratar. Guaman, que era otro señor enemigo de éste, osadamente confiado en la amistad de los españoles, le habló a éste con grande enojo y amenaza; Alvarado lo maltrajo por ello, afirmando que guardaría la paz a los que viniesen, aunque hubiesen hecho guerra y muerto a cristianos. Pasado esto, habló Alvarado a este señor rogándole procurase con los señores y principales de la provincia de Chillano y de los otros valles que viniesen a la buena amistad con los españoles; prometió de los hacer venir y así lo cumplió, provocándoles a ello con palabras que les envió; y como llegaron a la presencia del capitán, los recibió bien. Supo de ellos mismos cómo el movedor de la liga era uno que estaba entre ellos llamado Guandamulos, el cual era tirano y muy embaidor; y de consentimiento de todos fue preso y muerto por justicia. Comenzaron dende adelante a venir muchos indios sin armas a servir a los nuestros. Supo Alvarado cómo cerca de allí estaba un valle muy poblado llamado Baguan. Mandó el capitán a un Francisco Hernández que con algunos españoles fuese a ver lo que era, y como volvió con razón de ello, Alvarado salió de aquel lugar y anduvo descubriendo Por aquellas partes los pueblos y ríos que había, procurando de atraer a los naturales a la amistad de los españoles, estorbando lo más que podía que no se hiciesen robos ni daños notables; y así, entre los capitanes que loan haberlo hecho razonablemente con los indios, lo ponen a él en la delantera. Y como anduviese en esta conquista, allegó a un río grande que corría al septentrión. De la otra parte había muchos indios puestos en arma; envióles mensajeros persuadiéndoles con la paz; no quisieron sino guerra; mandó Alvarado hacer balsas para pasar el río; fueron hechas diligentemente, porque los españoles de acá son para mucho; y como fuese el río con furia, llevóse una de las balsas, pasando peligro los que iban en ella por el río. Fue Pedro de Samaniego con algunos españoles, para dar que hacer a los enemigos por todas partes; llegó cerca de un pequeño río que corría por el valle a un pueblo que después nombraron "de la Cruz", donde había cantidad de gente de los naturales, de guerra, lo cuales, como vieron a los españoles tan cerca de sí, tirando muchos tiros de honda y de dardo, con gran grita que dieron, sin osar aguardar, se fueron río abajo. Los españoles robaron el pueblo con intención de volver a se juntar con el capitán. Los naturales, como tuviesen lengua de sus vecinos que los que con los cristianos formaban amistad y alianza los trataban amigablemente y, a los que no, guerreaban hasta los destruir totalmente, determinaron de salir de paz, y así lo hicieron, porque los principales de ellos fueron a hablar Alvarado, y los recibió como solía hacer a los que querían ser amigos de los cristianos: hacíalos entender a todos, cómo en acabando de descubrir las provincias enteramente, había de fundar un pueblo de cristianos, que fuese como el Cuzco o Lima, o San Miguel, adonde todos habían de acudir a servir a los cristianos; entre quien se habían de repartir los pueblos y caciques que hubiese. Y como esto hubo pasado, Alvarado movió de allí para el pueblo que dije llamarse "de la Cruz", donde Samaniego allegó, y aquel día llegó a dormir enfrente de él con todo el real, sin llegar, sino fueron algunos, al lugar, y pasando el río, vino una tormenta de truenos y granizo que nunca tal habían visto. Llegado al pueblo el capitán, se aposentó y supo como había algunos indios de los de aquella comarca, que no venían como los demás habían hecho a se ver con él; salieron algunos caballos; hallaron que era verdad, mas estaba en el río en medio, que era causa que no les podían hacer mal ninguno; los amigos les talaban los campos, destruyendo las sementeras, de lo cual pesó mucho al capitán, y envió mensajeros al señor de aquellos indios, para que quisiese ser su amigo. Respondió que le enviase una espada, porque quería ver con qué armas peleaban los cristianos. Envióle Alvarado con un indio una espada que tenía el pomo de plata. Holgóse como la vido; determinó de salir de paz a los cristianos, enviando primero un presente de plumas y unas mantas al capitán, y acompañado de algunos indios fue a verse con él, y le honró mucho, esforzándolo en que tuviese buen corazón con los cristianos.
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Capítulo XCIII Que trata de la provincia de los pormocaes y costumbres de los indios y por qué se llamaron pormocaes Está esta provincia de los pormocaes que comienza de siete leguas de la ciudad de Santiago, que es una angostura y ansí le llaman los españoles estos cerros que hacen una angustura. Y aquí llegaron los ingas cuando vinieron a conquistar esta tierra, y de aquí adelante no pasaron. Y en una sierra de una parte de angostura hacia la cordillera toparon una boca y cueva, la cual está hoy en día y estará. Y de ella sale viento y aún bien recio. Y como los ingas lo vieron fueron muy contentos, porque decían que habían hallado "guaira huasi", que es tanto como si dijese "la casa del viento". Y allí poblaron un pueblo, los cuales cimientos están hoy en día, y no digo de ellos por estar tan arruinados. Y de aquí hasta el río de Maule que son veinte y tres leguas es la provincia de los pormocaes. Es tierra de muy lindos valles y fértil. Los indios son de la lengua y traje de los de Mapocho. Adoran al sol y a las nieves, porque les da agua para regar sus sementeras, aunque no son muy grandes labradores. Es gente holgazana y grandes comedores. Y los ingas, cuando vinieron a aquella angostura, de allí los enviaron a llamar los ingas, y venían a servirles y huíanseles que no se podían averiguar con ellos. Y preguntándoles qué era su vida o qué manera tenían de vivir, ellos se lo contaron, y cómo sembraban muy poco y se sustentaban el más del tiempo de raíces de una manera de cebollas que tengo dicho, y de otra raíz que llaman ellos "pique pique", que es una manera de castañas piladas, salvo que no tienen el gusto que ellas, y blancas. Y por qué llaman "pique pique", es porque unas pulgas pequeñas que se meten en los pies, entran en la carne, y hácense gordas como un garbanzo, salvo que no es redondo, y es a esta apariencia por tener a un cabo y otro dos puntillas negras como estas niguas, y a este efecto le llaman "pique pique". Visto los ingas su manera de vivir los llamaron pomaucaes, que quiere decir lobos monteses, y de aquí se quedaron pormocaes, que se ha corrupto la lengua, porque de antes se llamaban picones porque estaban a la banda del sur y al viento sur llaman pico.
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Que trata de la segunda vista que dio Cortés a México en contorno de toda ella y de sus lagunas, combate de los españoles en Tlayacapa y guerra de Xochimilco Tuvo aviso Cortés el sábado santo de los de la provincia de Chalco, cómo los mexicanos tenían junto un grueso ejército de todos los pueblos de la laguna y de la de Tlalnáhuac, que venía con intento de vengarse de ellos y asolarlos. Y así juntando su gente se salió de la ciudad de Tetzcuco el viernes siguiente (que fue quince de abril del dicho año de mil quinientos veintiuno), con treinta de a caballo y trescientos de a pie, dejando otros veinte de a caballo y otros trescientos peones y por capitán al alguacil mayor del campo Gonzalo de Sandoval y en su favor Ixtlilxóchitl con veinticuatro mil hombres de los aculhuas sus vasallos, con dos intentos, el uno asegurar la provincia de Chalco y echar de sus términos a los mexicanos que les venían a molestar, pues eran amigos y defendían el bando de los nuestros y el otro, correr las tierras de los tlahuicas y de los pueblos de la laguna que llaman chinampanecas, para sojuzgarlos y dar otra vista a la ciudad de México, para con más seguridad dar principio a la empresa que tan deseada tenía de ganar la ciudad; con que quedaría de todo punto llano el imperio, pues dentro de ella estaban las cabezas fortalecidas y desde allí lo gobernaban y ordenaban sus ejércitos contra Cortés y los suyos y contra los del reino de Tetzcuco y provincia de Chalco, que eran del bando de Cortés y de nuestros españoles; porque ya de estas partes para allá de la sierra y volcán, después que sojuzgó a los de Tepeyácac y otras provincias y echó de sus tierras y términos los ejércitos mexicanos, estaban quietas y favorecían nuestra causa y así saliendo de la ciudad de Tetzcuco con el ejército referido con buena ordenanza, llegó a la ciudad de Tlalmanalco, cabecera de toda la provincia de Chalco, en donde fueron muy bien recibidos de los dos señores de ella y habiendo dado orden de lo que se debía hacer, y habiéndose juntado allí otros cuatro mil hombres de guerra de los de esta provincia y otros amigos de Tlaxcalan, Huexotzinco, Quauhquecholan y otras panes, tomaron la vía de la provincia de Totolapan, que confina con otra provincia de la parte del mediodía y que en los términos de ella estaba la mayor fuerza de los enemigos, especialmente en el pueblo de Tlayacapan, lugar fuerte, en donde hay unos peñascos de inexpugnable grandeza y defensa para fortalecerse y defenderse de los enemigos... habiendo pasado por unas sierras agrias, llegaron una tarde al pueblo de Tlayacapan y vieron cómo en un peñol de este lugar muy alto y agrio, estaba encima toda la gente de mujeres y niños y otras personas que no se podían defender, naturales de aquellos lugares y las laderas de él llenas de gente de guerra, que así como vieron a los nuestros comenzaron a defenderse, tirándoles con hondas muchas piedras, flechas y lanzas arrojadizas y determinándose Cortés a subir el risco, mandó a Cristóbal Corral, alférez de sesenta hombres de a pie, que con su bandera acometiese y subiese por la parte más agria y que ciertos escopeteros y ballesteros le siguiesen y a los capitanes Francisco Verdugo y Juan Rodríguez Villafuerte, que con su gente y con ellos otros ballesteros y escopeteros, subiesen por otra parte; que los capitanes Pedro Dirsio y Andrés Monjaraz acometiesen por otra con otros ballesteros y escopeteros y habiendo soltado una escopeta que fue la señal que les dio, todos a un tiempo comenzaron a subir y en su seguimiento y por los lados, Ixtlilxóchitl con los suyos y los chalcas y no se pudieron ganar más de dos vueltas del peñol, lo uno por ser muy agrio, que apenas se podían tener en él de pies y manos y los contrarios echaban lanzas galgas de lo alto que hacían grandísimo daño a los nuestros, de tal manera que mataron a dos españoles e hirieron a más de veinte y de los amigos fueron muchos más heridos y muertos y lo otro, porque venían muchos de los enemigos a socorrer los del peñol, que corrían los campos y habían cogido a los nuestros en medio, que les fue fuerza bajarse y acudir a lo llano, donde tuvieron una refriega con los contrarios hasta echarlos de todo el campo, alanceando y matando en ellos... que... en alcance más de hora y media hasta llegar a otro peñol... estaba del primero casi una legua con muchas gentes... no tan fuerte, en donde cerca de él hicieron noche, aunque con harta necesidad de agua y así como amaneció comenzó Cortés a subir con los suyos sobre el peñol por dos padrastros que tenía, como los vieron subir, de temor desampararon la subida y los fueron a socorrer los que estaban arriba y subiendo por los padrastros en su seguimiento, matando a muchos de los enemigos y muchos de ellos por huir se despeñaban, hasta que reconociendo su daño se rindieron y se dieron de paz. Viendo Cortés esto, mandó que no se les hiciese más daño y los recibió bien, perdonándoles lo hasta allí hecho y por medio de ellos los del otro peñol se vinieron a dar y pedir perdón. Estuvo Cortés con los suyos en este lugar dos días, desde donde se despacharon a Tetzcuco los heridos y otro día siguiente se partió para Huaxtepec en donde fueron bien recibidos y aposentados y regalados en una huerta y casas de recreación que allí tenían los reyes de México y habiéndose estado allí un día el ejército, se partió ara Quauhtépec y aunque allí le habían aguardado muchos le la gente de guerra de los enemigos, viéndolos cerca del lugar lo desampararon, porque los moradores de él dejaron sus casas y se fueron huyendo y pasando de pasada por este lugar, siguieron a los enemigos hasta irlos a encerrar en Xilotépec, en donde se hicieron fuertes y fueron muertos y alanceados muchos de ellos, se cautivaron muchas mujeres y niños y los demás viendo su daño desampararon el lugar, en donde estuvieron los nuestros dos días, el último de los cuales, queriendo poner fuego, se rindieron y vinieron a darse de paz ellos y los de Xauhtépec y luego prosiguiendo su viaje cerca de media legua a la ciudad de Coháuhuac, que era la cabeza de toda la provincia de los tlahuicas, lugar muy fuerte y dentro de él había mucha gente para su defensa y quitadas las puentes no se podía entrar por aquella parte... que iban legua y media de allí a rodear... hallaron un paso aunque dificultoso por donde pudieron entrar algunos de los nuestros, que viéndolos los enemigos comenzaron a ponerse en huida, hasta que de todo punto les ganaron la ciudad, saqueándola y quemando muchas casas de ella. El señor se llamaba Yoatzin, que se fue retirando a la montaña y Ixtlilxóchitl le envió a reprender su rebeldía y que luego se viniese a dar y pedir perdón de lo que hasta allí había hecho y así luego que amaneció se vinieron a ofrecer al servicio y amparo de los cristianos, prometiendo de ayudarles y ser siempre en su favor como en efecto lo hicieron. Dando la vuelta desde Coháuhuac, vinieron a dar sobre la ciudad de Xochimilco, que era la más fuerte y de más gentío de la laguna dulce y aunque los moradores de ella estaban bien apercibidos, con muchas albarradas, fortalecidos y las acequias quitadas las puentes de todas las entradas de la ciudad, combatieron los nuestros las albarradas y viendo el daño que recibían de las escopetas, desamparándola, dentro de media hora ganaron la mayor parte de la ciudad peleando con los enemigos por agua y por tierra hasta la noche y otro día siguiente los mismos combates, mataron a dos españoles y Cortés se vio en un gran aprieto, porque cansado su caballo se dejó caer y como lo vieron a pie lo cercaron los enemigos y con una lanza se defendió valerosamente de ellos hasta que llegó Chichimecatecuhtli caudillo de los tlaxcaltecas a socorrerle y uno de los criados de Cortés, con ayuda y con el socorro que llegó después, los enemigos desampararon todo el campo y los nuestros se fueron recogiendo por la parte interior de la ciudad y aquella noche hicieron cegar con piedra adobes todas las acequias por donde estaban las puentes alzadas, para que los de a caballo pudiesen entrar y salir sin estorbo ninguno, quedando aquella noche todos aquellos pasos muy bien aderezados y en toda ella estuvieron los nuestros con mucho aviso y recaudo de velar y guardar, porque aquel día vinieron los mexicanos con un grueso ejercito por agua y por tierra a defender a los de Xochimilco y vieron a los nuestros dentro de esta ciudad, los cuales dándoles orden Cortés de todo lo que debían hacer, se defendieron valerosamente hasta ganar una fuerza que estaba en la parte que llaman Tepechpan y como se dividieron, cada escuadrón siguió a los enemigos por su cabo y después de haberlos desbaratado, matando muchos de ellos, se vinieron a recoger al pie del cerro referido, en donde tuvieron muy gran contienda y mataron más de quinientos de los enemigos y otro día siguiente desbarataron otro escuadrón de los enemigos, que era el segundo socorro que venía de México, matando a muchos de ellos y volviendo a la ciudad de Xochimilco hallaron a ¡os nuestros que habían quedado dentro de ella bien necesitados, porque los enemigos habían apretado mucho y habían trabajado harto en defenderse y echar de la ciudad a los enemigos matando a muchos de ellos y no habían descansado, cuando llegó otro mayor escuadrón que los dos primeros de mexicanos, que venían a socorrer y defender esta ciudad y acometiendo los nuestros con ellos, en breve tiempo los desbarataron, guareciéndose dentro del agua en sus canoas y volviéndose a la ciudad, la quemaron toda los nuestros, excepto en donde ellos estaban aposentados. Estuvieron otros tres días en la ciudad ocupados en asolarla, al cabo de los cuales se partieron para Coyohuacan y como los de Xochimilco y sus valedores los vieron ir, les dieron por las espaldas con mucha grita y Cortés con los de a caballo revolvió sobre ellos y los fue siguiendo hasta meterlos en el agua y después prosiguiendo su camino llegaron a la ciudad de Cuyohuacan cerca de mediodía y la hallaron despoblada; se aposentaron en las casas del señor de ella y otro día fueron a ver y ojear la ciudad de México hasta llegar a donde se juntaban las dos calzadas, la que viene de Xochimilco y entra en la ciudad de México y la que viene de Iztapalapan que va a juntarse con ella, donde los enemigos tenían una albarrada... y en ella infinitos de ellos para defenderla y en la laguna muchas canoas y en ella asimismo mucha gente de guerra y combatiendo con ellos, aunque se defendían, mas al fin los nuestros se la ganaron y mataron muchos de los mexicanos y viendo... que por esta parte había de ser... una de las entradas para sojuzgar la ciudad de México... en Cuyohuacan con la guarnición se volvieron, contentádose con sólo dejar quemadas algunas de las casas más principales y templos de esta ciudad de Cuyohuacan y otro día se partieron para la de Tlacopan que dista dos leguas, siempre peleando con los enemigos que salían de la laguna y no pararon en la ciudad de Tlacopan, sino que fueron prosiguiendo su viaje hasta la de Quauhtitlan en donde hicieron noche. En este viaje aunque mataron muchos enemigos y de la gente más lúcida de ellos, todavía costó dos españoles que eran criados de Cortés, que los cautivaron vivos y los sacrificaron a sus falsos dioses y algunos de nuestros amigos. Otro día fueron a dormir al pueblo de Xilotzinco (que éste y el de Quauhtitlan estaban despoblados) y otro día a mediodía llegaron al de Acolman perteneciente al reino de Tetzcuco, en donde fueron bien recibidos y festejados y luego aquel mismo día llegaron a Tetzcuco a hacer noche, en donde se holgaron Sandoval y todos los que con él estaban, de ver a Cortés y a los suyos con tan próspero suceso, que también a él no le faltaron sus combates y contiendas con los mexicanos, entendiendo que estaba la ciudad de Tetzcuco desapercibida en la ausencia de Cortés e Ixtlilxóchitl. En esta ocasión tuvo Cortés nuevas de Hernando de Barrientos y otro compañero suyo que estaban en la provincia de Chinauhtlan, que confina con la de Tototépec del sur y como el señor de esta provincia era amigo del bando de Cortés y había tenido muchos encuentros con los del bando mexicano, capitaneándolo estos dos españoles, por esta causa y porque no lo matasen los enemigos, si volvían, no los habían dejado venir aunque tenían deseo de ver a Cortés, quien se holgó infinito tener estas nuevas y saber que aquellos españoles estuviesen vivos, enviándoles a decir que se detuviesen hasta tanto que se acabase de conquistar México.
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En que se declaran mas en particular las cosas desta ciudad del Cuzco Como fuese esta ciudad la más importante y principal deste reino, en ciertos tiempos del año acudían los indios de las provincias, unos a hacer los edificios y otros a limpiar las calles y barrios y a hacer lo que más les fuese mandado. Cerca della, a una parte y a otra, son muchos los edificios que hay, de aposentos y depósitos que hubo, todos de la traza y compostura que tenían los demás de todo el reino; aunque unos mayores y otros menores y unos más fuertes que otros. Y como estos ingas fueron tan ricos y poderosos, algunos destos edificios eran dorados y otros estaban adornados con planchas de oro. Sus antecesores tuvieron por cosa sagrada un cerro grande que llamaron Guanacaure, que está cerca desta ciudad; y así, dicen sacrificaban en él sangre humana y de muchos corderos y ovejas, y como esta ciudad estuviese llena de naciones extranjeras y tan peregrinas, pues había indios de Chile, Pasto, sañares, chachapoyas, guancas, collas, y de los más linajes que hay en las provincias ya dichas, cada linaje dellos estaba por sí en el lugar y parte que les era señalado por los gobernadores de la misma ciudad. Estos guardaban las costumbres de sus padres y andaban al uso de sus tierras, y aunque hubiese juntos cien mil hombres, fácilmente se conoscían con las señales que en las cabezas se ponían. Algunos destos extranjeros enterraban a sus difuntos en cerros altos, otros en sus casas, y algunos en las heredades, con sus mujeres vivas y cosas de las preciadas que ellos tenían por estimadas, como de suso es dicho, y cantidad de mantenimiento: y los ingas (a lo que yo entendí) no les vedaban ninguna cosa destas, con tanto que todos adorasen al sol y le hiciesen reverencia, que ellos llaman Mocha. En muchas partes desta ciudad hay grandes edificios debajo la tierra, y en las mismas entrañas della hoy día se hallan algunas losas y caños, y aun joyas y piezas de oro de lo que enterraban; y cierto debe de haber en el circuito desta ciudad enterrados grandes tesoros, sin saber dellos lo que son vivos; y como en ella hubiese tanta gente y el demonio tan enseñoreado sobre ellos por la permisión de Dios, había muchos hechiceros, agoreros, idolatradores; y destas reliquias no está del todo limpia esta ciudad, especialmente de las hechicerías. Cerca desta ciudad hay muchos valles templados, y adonde hay arboledas y frutales y se cría lo uno y lo otro bien; lo cual traen lo más dellos a vender a la ciudad. Y en este tiempo se coge mucho trigo, de que hacen pan. Y hay plantados en los lugares que digo muchos naranjos y otros árboles de frutas de España y de la misma tierra. Del río que pasa por la ciudad tiene sus moliendas, y cuatro leguas della se ven las pedreras donde sacaban la cantería, losa y portadas para los edificios, que no es poco de ver. Demás de lo dicho, se crían en el Cuzco muchas gallinas y capones, tan buenos y gordos como en Granada, y por los valles hay hatos de vacas y cabras y otros ganados, así de España como de lo natural. Y puesto que no haya en esta ciudad arboledas, críanse muy bien las legumbres de España.
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Cómo por la fuerza de los temporales volvió el Almirante hacia Poniente para saber de las minas e informarse de Veragua Lunes, a 5 de Diciembre, viendo el Almirante que la violencia de los vientos levantes y nordestes no cesaba, y que no podía rescatar con aquellos pueblos, determino volver a certificarse de lo que decían los indios acerca de las minas de Veragua; y así aquel día fue a dormir a Portobelo, diez leguas a Occidente; siguiendo otro día su camino, fue embestido de un viento oeste, contrario a su nuevo intento; pero bien próspero comparado con el que había tenido por espacio de tres meses antes, y porque no creyó que durase este viento, no quiso cambiar de rumbo, sino luchar algunos días, porque eran los vientos inseguros; ya que vino un poco de buen viento a propósito para ir a Veragua, le sucedió otro contrario, que le hizo volver hacia Portobelo, y cuando tenía más esperanza de entrar en el puerto, volvía el viento a mudarse, contrario al que necesitábamos, a veces con tantos truenos y relámpagos que no se atrevía la gente a abrir los ojos; parecía que los navíos se hundían y que el cielo se venía abajo; algunas veces se continuaban tanto los truenos, que se tenía por cierto que alguna nave de la compañía disparaba la artillería pidiendo socorro; otras veces se resolvía el tiempo en tanta lluvia, que en dos o tres días no dejaba de llover copiosamente, de modo que parecía un nuevo diluvio. Por ello, ninguno de los navíos dejaba de padecer gran trabajo, y de estar medio desesperado, viendo que no podían reposar media hora, bañados continuamente de agua, y caminando, ya a una parte, ya a otra, luchando con todos los elementos y temiendo de todos; pues en temporales tan espantosos, temían al fuego, por los rayos y los relámpagos; al aire, por su furia; al agua, por las olas, y a la tierra, por los bajos y escollos de costas no conocidas, que suelen hallar los hombres cerca del puerto donde esperaban encontrar descanso, y por no tener noticia, o no conocer bien la entrada, se tiene por mejor luchar con otros elementos de los que se reciba menos daño. A más de estos temores tan diversos, sobrevino otro de no menor peligro y admiración, que fue una manga de agua que pasó el martes, 13 de Diciembre, por entre los navíos, que si no la hubiesen cortado diciendo el Evangelio de San Juan, no hay duda que anegara cuanto cogiera debajo; porque, como hemos dicho, sube el agua hasta las nubes en forma de columna más gruesa que un tonel, retorciéndola como un torbellino. Aquella misma noche perdimos de vista la nave Vizcaína, y con buena suerte, volvimos a verle después de tres días oscurísimos, aunque perdido el batel, por haber corrido enorme peligro, pues habiendo fondeado cerca de tierra con el auxilio de una áncora, que al fin perdió, se vio precisado a cortar el cable. En aquella ocasión se notó que las corrientes de la costa eran conformes a los temporales, pues entonces iban con el viento hacia Levante, y se volvían al contrario cuando reinaban levantes, que corrían hacia Poniente; porque parece que las aguas siguen aquí el curso de los vientos que soplan más. Con tales contrariedades de mar y de viento, perseguida la armada con tanta fuerza que la tenían medio deshecha, sin poder ninguno hacer más, por los trabajos padecidos, se logró algún descanso en un día o dos de calma, en que vinieron a los navíos tantos tiburones, que casi ponían miedo, especialmente a los que observan agüeros; pues así como se dice de los buitres que barruntan donde hay cuerpo muerto, y perciben el olor a muchas leguas de distancia, esto mismo piensan algunos que sucede a los tiburones, los cuales cogen el brazo o la pierna de una persona, con los dientes, y la cortan como con una navaja, porque tienen dos filas de dientes a modo de sierra, fue tanta la matanza que hicimos de ellos, con el anzuelo de cadena, que por no poder matar más, los dejamos correr por el agua; es tanta la voracidad suya, que no sólo comen toda carroña, sino que son cogidos con el trapo colorado en que se envuelve al anzuelo, yo vi sacar del vientre de uno de estos tiburones, una tortuga, que vivió después en el navío; de otro, la cabeza de un tiburón, que habíamos cortado y echado al mar, por no ser de comer, aunque lo demás es carne apetitosa; se la había engullido el tiburón, y nos pareció cosa fuera de razón que un animal se tragase una cabeza de la grandeza de la suya; pero no es de maravillar, porque tienen la boca rasgada casi hasta el vientre. Aunque algunos lo tuviesen por mal agüero, y otros por mal pescado, a todos les hicimos el honor de comerlos, por la penuria que teníamos de vituallas, pues habían pasado más de ocho meses que corríamos por el mar, en los que se había consumido toda la carne y el pescado que llevamos de España, y con los calores y la humedad del mar, hasta el bizcocho se había llenado tanto de gusanos que, ¡así Dios me ayude!, vi muchos que esperaban a la noche para comer la mazamorra, por no ver los gusanos que tenía; otros estaban ya tan acostumbrados a comerlos, que no los quitaban, aunque los viesen, porque si se detenían en esto, perderían la cena. El sábado, a 17 del mes, entró el Almirante en un puerto, tres leguas al Oriente del peñón que los indios llamaban Huiva, y era como un gran puerto, donde descansamos tres días; saltando en tierra, vimos a los moradores habitar en las copas de los árboles, como pájaros, atravesados algunos palos de un ramo a otro, y fabricadas allí sus cabañas, que así pueden llamarse, mejor que casas; aunque no sabíamos el motivo de esta novedad, juzgamos que procediese de miedo a los grifos que hay en aquel país, o a los enemigos, porque en toda aquella costa, de una legua a otra, hay grandes enemistades. A 20 del mismo mes, partimos de este puerto con bonanza poco segura, porque apenas salimos al mar, volvieron a molestarnos los vientos y las tempestades, de manera que nos vimos obligados a entrar en otro puerto, del que salimos al tercer día con muestra de mejor tiempo; pero, como quien espera al enemigo en alguna esquina para matarle, luego nos embistió un mal tiempo, que nos llevó casi al Peñón, y cuando ya teníamos esperanza de entrar en el puerto donde nos habíamos refugiado primero, como si jugase con nosotros nos embistió a la boca del puerto tan contrario viento, que nos forzó a volver hacia Veragua. Estando parados en la ribera del mismo río, se volvió el tiempo tan violento que sólo fue de provecho en dejarnos tomar aquel puerto de cuya boca nos habíamos retirado antes, el jueves, a 22 del mes de Diciembre; aquí estuvimos desde el día segundo de Navidad, hasta 3 de Enero del año siguiente de 1503. Compuesta allí la nave Gallega, y hecha la provisión de maíz, agua y leña, volvimos al camino de Veragua con malos y contrarios vientos que se hacían peores conforme el Almirante cambiaba el rumbo de su camino; esto fue cosa tan extraña y jamás vista, que yo no habría anotado tantos cambios si, a más de estar presente, no lo hubiese visto escrito por Diego Méndez, el que navegó con las canoas desde Jamaica, de que adelante se hará mención, el cual también escribió este viaje, y en la carta que el Almirante envió con él a los Reyes Católicos, cuya relación puede conocer el lector, pues está impresa, cuánto padecimos, y cuánto persigue la fortuna a los que debía dar prosperidades. Pero, volviendo a las mudanzas y contrariedades de los vientos y del viaje que tanta fatiga nos dieron, entre Veragua y Portobelo, por lo cual se llamó aquella costa después, la Costa de los Contrastes, digo que el jueves de la Epifanía dimos fondo junto a un río que los indios llaman Yebra, y el Almirante le llamó Belén, porque llegamos a dicho lugar el día de los Tres Magos. Al punto hizo sondar la boca de aquel río, y de otro que estaba más a Occidente, que los indios llamaban Veragua; halló su entrada muy baja, y la de Belén con cuatro brazas de agua en plena mar. Entraron con las barcas en el río Belén, y subieron hasta el pueblo donde tenían noticia que estaban las minas de oro de Veragua, aunque, al principio, no sólo rehusaban los indios hablar, sino que se juntaban armados para impedir que desembarcasen los cristianos. Al día siguiente, yendo nuestras barcas al río de Veragua, los indios de aquel pueblo hicieron lo mismo que los anteriores; tanto en tierra, como en el mar, se prepararon a la defensa con sus canoas; mas por haber ido con los cristianos un indio de aquella costa, que les entendía un poco, y les dijo ser nosotros buenas personas, que no queríamos cosa alguna sin pagarla, se aquietaron algo; trocaron veinte espejos de oro, algunos canutillos y granos de oro sin fundir; para darles más valor, decían que se cogían lejos de allí; que cuando esto hacían no comían, ni llevaban mujeres consigo; que es lo mismo que decían también los de la Española cuando fue descubierta.
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Cómo fue la batalla que dieron los capitanes mexicanos a Juan de Escalante, y cómo le mataron a él y el caballo y a otros seis soldados, y muchos amigos indios totonaques que también allí murieron Y es desta manera: que ya me habrán oído decir en el capítulo que dello habla, que cuando estábamos en un pueblo que se dice Quiahuistlan, que se juntaron muchos pueblos sus confederados, que eran amigos de los de Cempoal, y por consejo y convocación de nuestro capitán, que los atrajo a ello, quitó que no diesen tributo a Montezuma; y se le rebelaron y fueron más de treinta pueblos: y esto fue cuando le prendimos sus recaudadores, según otras veces dicho tengo en el capítulo que dello habla; y cuando partimos de Cempoal para venir a México quedó en la Villa Rica por capitán y alguacil mayor de la Nueva España un Juan de Escalante, que era persona de mucho ser y amigo de Cortés, y le mandó que en todo lo que aquellos pueblos nuestros amigos hubiesen menester les favoreciese; y parece ser que, como el gran Montezuma tenía muchas guarniciones y capitanes de gente de guerra en todas las provincias, que siempre estaban juntos a la raya dellos; porque una tenía en lo de Soconusco por guarda de Guatemala y Chiapa, y otra tenia en lo de Guazacualco, y otra capitanía en lo de Michoacan, y otra a la raya de Pánuco, entre Tuzapan y un pueblo que le pusimos por nombre Almería, que es en la costa del norte; y como aquella guarnición que tenía cerca de Tuzapan, pareció ser demandaron tributo de indios e indias y bastimentos para sus gentes a ciertos pueblos que estaban allí cerca, o confinaban con ellos, que eran amigos de Cempoal y servían a Juan de Escalante y a los vecinos que quedaron en la Villa Rosa y entendían en hacer la fortaleza; y como les demandaban los mexicanos el tributo y servicio, dijeron que no se les querían dar, porque Malinche les mandó que no lo diesen, y que el gran Montezuma lo ha tenido por bien; y los capitanes mexicanos respondieron que si no lo daban, que los vendrían a destruir sus pueblos y llevarlos cautivos, y que su señor Montezuma se lo había mandado de poco tiempo acá. Y como aquellas amenazas vieron nuestros amigos los totonaques, vinieron al capitán Juan de Escalante, e quejáronse reciamente que los mexicanos les venían a robar y destruir sus tierras; y como el Escalante lo entendió, envió mensajeros a los mismos mexicanos para que no hiciesen enojo ni robasen aquellos pueblos, pues su señor Montezuma lo había a bien, que somos todos grandes amigos; si no, que irá contra ellos y les dará guerra. A los mexicanos no se les dio nada por aquella respuesta ni fieros, y respondieron que en el campo los hallaría; y el Juan de Escalante, que era hombre muy bastante y de sangre en el ojo, apercibió todos los pueblos nuestros amigos de la sierra que viniesen con sus armas, que eran arcos, flechas, lanzas, rodelas, y asimismo apercibió los soldados más sueltos y sanos que tenía; porque ya he dicho otra vez que todos los más vecinos que quedaban en la Villa Rica estaban dolientes y eran hombres de la mar; y con dos tiros y un poco de pólvora, y tres ballestas y dos escopetas, y cuarenta soldados y sobre dos mil indios totonaques, fue adonde estaban las guarniciones de los mexicanos, que andaban ya robando un pueblo de nuestros amigos los totonaques, y en el campo se encontraron al cuarto del alba; y como los mexicanos eran doblados que nuestros amigos los totonaques, e como siempre estaban atemorizados dellos de las guerras pasadas, a la primera refriega de flechas y varas y piedras y gritas huyeron, y dejaron al Juan de Escalante peleando con los mexicanos, y de tal manera, que llegó con sus pobres soldados hasta un pueblo que llaman Almería, y le puso fuego y le quemó las casas. Allí reposó un poco, porque estaba mal herido; y en aquellas refriegas y guerra le llevaron un soldado vivo que se decía Argüello, que era natural de León y tenía la cabeza muy grande y la barba prieta y crespa, y era muy robusto de gesto y mancebo de muchas fuerzas, y le hirieron muy malamente al Escalante y otros seis soldados, y mataron el caballo, y se volvió a la Villa Rica, y dende a tres días murió él y los soldados; y desta manera pasó lo que decimos "la de Almería", y no como lo cuenta el cronista Gómara, que dice en su Historia que iba Pedro de Ircio a poblar a Pánuco con ciertos soldados ¡y para bien velar no teníamos recaudo, cuanto más enviar a poblar a Pánuco! Y dice que iba por capitán el Pedro de Ircio, que ni aun en aquel tiempo no era capitán ni aun cuadrillero, ni se le daba cargo, y se quedó con nosotros en México. También dice el mismo cronista otras muchas cosas sobre la prisión de Montezuma: había de mirar que cuando lo escribía en su Historia que había de haber vivos conquistadores de los de aquel tiempo, que le dirían cuando lo leyesen: "Esto pasa desta suerte." Y dejarlo he aquí, y volvamos a nuestra materia, y diré como los capitanes mexicanos, después de darle la batalla que dicho tengo al Juan de Escalante, se lo hicieron hacer al Montezuma, y aún le llevaron presentada la cabeza de Argüello, que parece se murió en el camino de las heridas, que vivo le llevaban; y supimos que el Montezuma cuando se lo mostraron, como era robusto y grande, y tenía grandes barbas y crespas, hubo pavor y temió de la ver, y mandó que no la ofreciesen a ningún cu de México, sino en otros ídolos de otros pueblos; y preguntó el Montezuma que, siendo ellos muchos millares de guerreros, que cómo no vencieron a tan pocos teules. Y respondieron que no aprovechaban nada sus varas y flechas ni buen pelear; que no les pudieron hacer retraer, porque una gran tecleciguata de Castilla venía delante dellos, y que aquella señora ponía a los mexicanos temor, y decía palabras a sus teules que los esforzaba; y el Montezuma entonces creyó que aquella gran señora que era Santa María y la que le habíamos dicho que era nuestra abogada, que de antes dimos al gran Montezuma con su precioso hijo en los brazos. Y porque esto yo no lo vi, porque estaba en México, sino lo que dijeron ciertos conquistadores que se hallaron en ello y pluguiese a Dios que así fuese! Y ciertamente todos los soldados que pasamos con Cortés tenemos muy creído, e así es verdad, que la misericordia divina y nuestra señora la virgen María siempre eran con nosotros; por lo cual le doy muchas gracias. Y dejarlo he aquí, y diré lo que pasó en la prisión del gran Montezuma.
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Capítulo XCIV De cómo Almagro envió al capitán Saucedo a castigar los indios que mataron tres cristianos; y le dieron de presente más de noventa mil pesos; y Villahoma se huyó, y lo que más pasó Cuando Almagro supo la muerte que habían dado en Xuxuy a los tres cristianos, recibió mucho enojo, mandó al capitán Saucedo que se partiese luego con sesenta caballos y peones, y que no parase hasta que llegado a aquella tierra hiciese gran castigo de ella. Salió Saucedo como le fue mandado; llevaba por guías a los dos cristianos que habían escapado. Los que se hallaron en matar a los cristianos dichos, hicieron grandes sacrificios a sus demonios aderezándose de armas; recelando lo que fue, hicieron por los caminos hoyos hondables, como suelen hacerlos, cubiertos sutilmente con hierba para que el engaño sea encubierto, sin lo cual se fortificaron en un lugar haciendo albarradas y baluartes. Saucedo, habiendo caminado con prisa, llegó donde los indios estaban, mas no pudo hacerles guerra ni daño, por la fuerza grande que tenían; salvo el sitiarla para que no pudiesen entrar ni salir: de todo lo cual envió aviso a Almagro pidiéndole socorro. El cual, como lo supo, mandó a Francisco de Chaves que con algunos caballos fuese a lo dar, y dándose prisa andar se juntó con Saucedo. Los indios, por sus espías, supieron como venían, y antes que se juntasen, sin hacer ruido ninguno, por donde mejor pudieron se fueron todos, desamparando el fuerte. Y habiendo pasado Francisco de Chaves con los caballos; salieron los vecinos de éstos al camino e hicieron daño en los yanaconas, que robaron parte del bagaje; retrayéndose a paso ligero, por huir de la furia de los caballos, que dando alarma revolvían sobre ellos. Entendiendo como los enemigos habían desamparado el pueblo, asentaron el real los cristianos, y en unas arboledas que estaban por bajo de él. Estando muy recatados, por estar cerca de los xuris, gente indómita, muy calientes, que muchos comen carne humana: y fueron tan temidos de los incas que no solamente no pudieron hacer de ellos amigos, mas por temor de los daños que hacían, en las fronteras había guarniciones ordinarias de gente de guerra; y casi viven como los alarbes. Muchos cuentan de estas gentes, especialmente los españoles que andan en la conquista del río de la Plata. Tornó a hacer Saucedo mensajeros al adelantado Almagro, haciéndole saber lo que había sucedido y cómo los tres cristianos habían sido muertos ciertamente en aquella tierra, y que tenía aviso corno adelante iban otros tres. Había llegado Almagro a Topisa, donde alcanzó a Villahoma y a Paullo que habían venido delante y le dieron los indios noventa mil pesos, en oro fino que dicen algunos habían traído de Chile de los tributos de los incas; y tuvo gran noticia de haber ricas vetas de metales en Collasuyo: y aun se trató de poblar, que fuera otra cosa, pues tenía los pies en la más rica tierra del mundo. Mas esto respondía Almagro que era poca tierra para tantos españoles, como con él iban. Los principales de aquella provincia de Paria con otros caciques de los pueblos de atrás habían venido con Almagro porque se los mandó: habían recibido mucha honra: los más o todos se volvieron a sus tierras. Villahoma, como dejase concertado con Mango Inga de levantar las provincias australes contra los cristianos que iban a Chile, porque aquella vía les parecía ser más cierta la destrucción de ellos, de callada y con gran disimulación, alborotaba los pueblos y lugares por donde estaban: diciendo de los españoles muchas blasfemias, para que luego descubiertamente se opusiesen contra ellos. Ni los que lo oían tenían ánimo, ni él lo pretendía, por temor de que eran muchos los caballos y españoles, mas deseaba ausentarse por juntarse con Mango; y teniendo más fácil matar a los que estaban en el Cuzco que los que iban a Chile; y así, pareciéndole que Almagro estaba lejos del Cuzco y que no sería en su mano volver con brevedad, determinó de se huir: como lo pensó, lo puso por obra, una noche que tal no pensaban, llevando consigo algunos indios y mujeres. Caminó hacia el Collao, por caminos secretos, de los nuestros no sabidos, recibiendo por dondequiera que pasaba grandes servicios: porque por la dignidad pontifical del sacerdocio le tenían gran respeto; por la mañana fue echado de menos Villahoma, súpose ciertamente como se había ausentado; recibió Almagro enojo por ello, mandó llamar a Paullo, a quien airadamente preguntó cómo se había ido Villahoma, y por qué no le dio aviso de ello. Paullo era muchacho; respondió con temor que no supo nada ni lo entendió; proveyó Almagro que lo mirasen dende adelante porque no hiciese lo que Villahoma, encargándolo a Martiacote, soldado valiente natural vizcaíno. A los naturales de aquella tierra donde estaba, habló con toda gracia, esforzólos con la amistad de los cristianos; partió para se juntar con los capitanes Saucedo y Francisco de Chaves, dejando escrito a Noguerol de Ulloa que quedaba con la retaguardia para que se diese prisa a caminar y a juntar con él. Marchó luego con su gente, llegó al pueblo de Xuxuy, donde estuvo más de dos meses aguardando a los españoles que quedaban atrás: vino entre ellos don Alonso de Montemayor, caballero principal, natural de Sevilla, a quien Almagro recibió muy bien. De esta tierra fue descubriendo Almagro hasta llegar a Chicuana, donde halló a los naturales alborotados y puestos a punto de guerra: mandó a Francisco de Chaves y a Saucedo que fuesen con ciertos caballos a correr el valle arriba; aprovechó mucho porque como los naturales vieron la ligereza de los caballos, unos por una parte y otros por otra, se escondieron todos, sin parecer ninguno. Mas dende a algunos días se juntaron mayor poder, cobrado esfuerzo; juraban por el sol, alto y poderoso, que había de morir o matarlos a todos: enviando, cuanto esto pensaban, de ellos mismos para que molestasen y matasen a los yanaconas negros y servidores que de los cristianos saliesen del real a buscar leña, yerba, paja, o las otras cosas necesarias. Después de haber hecho algún daño, se puso Almagro con algunos caballos en celada para los matar, mas ellos sin recibir demasiado daño, le mataron el caballo. Dende a poco volvió a salir con más gente, hallaba los pueblos desiertos y los indios ausentados no parecían sino Por cima de los altos y collados donde se ahincaban dando grita que parecía que entre ellos estaban algunos demonios, según daban los aullidos roncos y temerosos. Vuelto el adelantado donde fue a buscar los indios, determinó de salir de Chicuana dando licencia a los señores de Paria, y a los demás para que se volviesen a sus tierras. Sería la gente que se había juntado con Almagro ciento y noventa y tres españoles, caballos y peones, llevaba por su maese de campo a Rodrigo Núñez y por su alférez a Maldonado; para llevar el bagaje y de servicio llevaban tantos indios e indias que era lástima decirlo, todos puestos en cadenas, sogas y otras prisiones; llevando que los guardasen los tiranos, de los yanaconas y negros, los cuales por nada les daban grandes palos y azotes sin les dar tiempo de tomar huelgo: si alguno se quejaba por ir cansado o estar enfermo, no era creído ni tenía otra cura que golpes, tanto que perdiendo el vigor y aliento dejaban los cuerpos sin ánimos en las cadenas y prisiones; y no solamente servían de esto, mas en llegando al real luego, así cansados como estaban, les hacían ir por leña, por yerba, paja, agua, todo lo demás que era menester; comían mucha mala ventura; venida la noche hacían una parva de todos, dándoles para cama el suelo, y aunque estuviese más helado, y por cobertura del cielo, y allí los guardaban; y si quería usar de su persona alguno, o de cansado se meneaba, los veladores con los pomos de las espadas, o palos, les hacían estar quedos, a su pesar. Estas cosas y otras más ásperas, por mis ojos he yo visto hacer a esta gente desventurada, muchas y muchas veces. Y los que lo leyeren, tengan paciencia, pues me corto en lo que cuento; y aprovéchense de lo leer para suplicar a nuestro Señor perdone tan graves pecados.
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Capítulo XCIV Que trata de la salida del gobernador de la ciudad de Santiago para la provincia de Arauco El gobernador, puesto en voluntad de seguir su jornada, hizo sus oficiales y nombró a Gerónimo de Alderete por su general y a Pedro de Villagran por su maestre de campo, e hizo sus capitanes. Y luego mandó hacer de madera unas andas, que llevaban cuatro negros y a veces seis indios. Dejó la armada de por mar, que era una galera y un bergantín, encargado al capitán Joan Batista, y mandóle, como a su capitán que era en la mar, la llevase y fuese hasta treinta y siete grados, y corriese la tierra y la costa, y donde hubiese gran ahumada que él mandaría hacer, que fuese a reconocer, y si viese gente de a caballo, que tomase puerto, porque él estaría aguardándole en puerto o bahía. Hecho esto y pasados los días de Pascua primero, acordó aventurar su persona, aunque contra voluntad de todos, y proveer a todo como convenía, y viendo que era tiempo muy convenible para ir a poblar adelante, por tener los indios entonces sus sementeras ya grandes y cuando allá allegasen estarían de sazón para coger, y estando ansí no padecerían detrimento, ansí los naturales como los pobladores. Y con esto consideraba el gobernador que si no iba en aquella coyuntura y tiempo, no podía salir hasta el otro año, de donde se le recrecía inmensos trabajos. Y no convenía entrar en invierno, que es trabajoso. Y saliendo en aquella sazón, iban en buen tiempo para correr la tierra y traer la gente de paz, y traerlos en conocimiento de la verdad, y buscar sitio bueno para poblar e invernar y hacer sus casas. Hechas estas cuentas y consideradas estas consideraciones, después de haber oído misa mandóse poner en su litera y fue a visitar la casa de nuestra Señora del Socorro. Y salió con ciento y ochenta hombres a caballo y siguió su jornada y camino veinte días, hasta que llegó a lo último de los límites de esta ciudad. Y en estos días iba mejorando el pie que podía ir a caballo. Y como el gobernador se vido pasado el río de Itata y en tierra de gente de guerra, cuarenta leguas de la ciudad de Santiago, mandó poner en orden toda la gente y mandó a sus capitanes tuviesen cuenta con los caballos que a cargo llevaban. Y dioles la orden que habían de tener ansí en el caminar como en el velar. Y él proveyendo muy bien en la rezaga, trayendo el servicio y bagaje en medio. E iba cada el día delante descubriendo el campo y corriendo la tierra con cincuenta de a caballo. Y el maestre de campo, cuando le parecía, enviaba un capitán. Y con esta orden iba marchando, topando en cada valle indios que nos daban guazábaras o recuentros y punaban y trabajaban con toda diligencia defender nuestro viaje y entrada de su tierra cada el día. Y a cada escuadrón y junta de indios los enviaba el gobernador a requerir con la paz y darles a entender a lo que venía de parte de Su Majestad, y que viniesen a la obediencia porque en ello ganarían. Caminamos con esta orden hasta treinta leguas adelante del río de Itata que arriba dijimos, y apartados de la costa de la mar catorce leguas, donde se halló muy gran poblazón y tierra muy alegre y apacible. Y en este compás de leguas que habemos dicho, hallamos un río muy ancho y caudaloso. Va muy llano y sesgo, y corre por unas vegas anchas, y por ser arenoso no va hondo, mayormente en verano que daba hasta los estribos de los caballos. Este río se llama Nihuequetén, que es cinco leguas antes de la mar. Entra en el gran río que se dice Bibio. A la pasada de este río Nihuequetén se desbarataron hasta dos mil indios y se tomaron tres caciques. Caminando más adelante, llegó el gobernador al gran río de Bibio a los veinticuatro de enero del año de mil y quinientos y cincuenta. Mandó el gobernador a todos no pasase nadie, ni procurase vadear tan ancho río, sino que se hiciesen balsas de carrizo y de madera, porque era arenoso y hondo. Y estando haciendo las balsas de carrizo y dando orden en el pasaje, allegó de la otra banda mucha cantidad de indios a defendernos el paso. Y confiados en su multitud, viendo que nosotros éramos tan pocos, determinaron muchos de ellos de pasar a pelear con nosotros. Y como el gobernador vido que pasaban, mandó a todos que estuviésemos quedos e hiciésemos muestra que les temíamos. Y de esta manera acabaron de pasar el río los indios en unas balsas. Vistos en tierra de esta parte, mandó el gobernador a un su capitán, que se decía Esteban de Sosa, que fuese a ellos con su compañía. Y fue con cuarenta hombres de pie, y púsose el gobernador con ciento de a caballo a su amparo. Y con los arcabuces mataron los de a pie hasta veinte indios, porque los demás se echaron en el agua huyendo, temiendo aquella voz que los mataba sin ver quién, que no aprovechaba asegurarles la vida con buenas palabras. Y pasados a la otra parte, no osaban acometer ni volver, sino dar muy grandes voces. De allí partió el gobernador por no aventurar un hombre ni un caballo en tal pasaje, y fue el río arriba con toda su gente a buscar otro mejor paso. Habiendo caminado otras dos leguas, pareció otra mayor cantidad de indios, y vistos, mandó el gobernador al general Gerónimo de Alderete que fuese con veinte de a caballo y pasase el río y les cometiese, que él iría cerca con toda la gente para su socorro, lo cual fue hecho como fue mandado, puesto que fue el pasar el río muy trabajoso. Los indios, como no sabían qué cosa era caballo, esperaron, pensando resistirles. Y no bastó su esfuerzo y fuerza a resestir la menor furia e ímpetu de los caballos. Y después que conocieron la gran fortaleza y liberalidad de los españoles, acordaron no tener con ellos trabacuenta, temiendo de ser perdidos. Y por presto que revolvieron a echarse al río e huir por la tierra, quedaron muertos más de doscientos indios. Cuando el gobernador vido tanto número de gente de guerra, estando a la orilla del río, mandó pasar otros treinta de a caballo al socorro de los veinte. Allí se nos ahogó un comendador que se decía Pero Fernández Mascareñas. Siguieron el alcance los caballos con su capitán y recogieron algunas ovejas. Y viendo que era tarde, tornaron a pasar el río y volvieron al sitio donde el gobernador estaba. Otro día siguiente caminó el gobernador con toda la gente tres leguas más adelante el río arriba por sus riberas, y junto al agua asentó el campo. Y luego envió a llamar caciques de paz como lo traía de costumbre, y vinieron de guerra mucha más gente que de antes había venido a punar y defendernos el paso del río. Y puesto que daba el agua a los estribos y bastos de las sillas, pasamos por cascajar, y no cenagoso, con el gobernador cincuenta de a caballo. Y confiados los indios tenerse por valientes y los más belicosos del reino y en su multitud, esperaron y cometieron. Acaudilló el gobernador y peleó con ellos. Quedaron muertos muchos indios, y a hora de vísperas recogióse el gobernador con su gente a su real. Y otro día tornó a pasar el río por el mismo vado con sesenta de a caballo, quedando el campo asentado en donde solfa, y corrió dos días la tierra hacia la mar, donde se halló gran poblazón. Visto esto dio la vuelta al real. Aquí estuvo el gobernador ocho días enviando mensajeros a los señores de aquella comarca a hacerles saber a lo que venían. En estos días que aquí estuvo se recogió algún ganado.
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Que trata cómo Cortés se apercibió para ir sobre la ciudad de México por agua y por tierra a sitiarla Acabados que fueron de hacer y armar los bergantines y la zanja para entrar por ellos en la laguna y hechos los demás pertrechos necesarios para la empresa que Cortés tenía comenzada (que para todo Ixtlilxóchitl y su hermano Tecocoltzin dieron bastantísimo recaudo), fueron echados en la zanja los bergantines y a veintiocho de abril de 1521 Cortés hizo alarde de toda la gente y halló ochenta y seis a caballo, entre ballesteros y escopeteros, ciento dieciocho y más de setecientos peones de espada y rodela, tres tiros gruesos de hierro, quince de bronce pequeños y diez quintales de pólvora y habiendo acabado de hacer el alarde, les hizo una plática, en que en suma les encargaba y mandaba que guardasen y cumpliesen las ordenanzas que tenía establecidas para las cosas de la guerra y que se esforzasen mucho pues veía que Dios en todo acontecimiento les favorecía; que sin duda alcanzarían victoria contra sus enemigos, pues había tan pocos que casi habían quedado ningunos y su divina majestad en tan breve espacio los había socorrido y aumentado en armas, gente y caballos, de donde podían todos conocer que la pelea era suya y en favor y aumento de su santa fe católica y en gran servicio de su majestad, aumentando la real corona de Castilla con un imperio tan grande como era el de esta tierra, en donde había tan grandes y tan espléndidos reinos y provincias y tanta grandeza y riqueza, lo que les había de poner mucho ánimo y esfuerzo para vencer o morir. Todos respondieron que así lo harían y mostraron mucho placer y deseo de verse ya en la conclusión de esta guerra, pues de ella pendía toda la paz y sosiego de esta tierra. Luego el día siguiente despachó sus mensajeros para las provincias de Tlaxcalan, Huexotzinco y Chololan, rogando a los señores de ellas que con toda la gente que tenían aprestada, como se les tenía avisado, se viniesen luego... de Tlaxcalan a la ciudad de Tetzcuco y los de Huexotzinco y Chololan a la provincia de Chalco dentro de diez días. Ixtlilxóchitl y su hermano Tecocoltzin hicieron el mismo apercibimiento para que todos los del reino de Tetzcuco Aculhuacan y las provincias de él sujetas, acudiesen con la gente de guerra y servicio para ir sobre la ciudad de México en favor de Cortés y de los suyos, trayendo por delante y ante todas cosas los bastimentos y pertrechos necesarios para el campo y servicio de Cortés, de los suyos y de los demás amigos; porque los que en la ciudad de Tetzcuco tenían juntos y apercibidos no eran bastantes y cada día se gastaban en asistencia del ejército de los nuestros y para las salidas que cada día se hacían contra los mexicanos. Los tlaxcaltecas llegaron a la ciudad de Tetzcuco cinco días antes de pascua de Espíritu Santo (que fue el tiempo que se les señaló) y lo mismo hicieron los de Huexotzinco y Chololan en Chalco, en donde fueron muy bien recibidos los unos y los otros. Los tlaxcaltecas eran cinco mil hombres de guerra e iban por sus caudillos Quauhxayacatzin, Miztliymatzin, Tenamazcuicuitzin, Tecuanitzin, Acxotécatl, Acamayotzin, Teyanquiztlatoatzin, Zeyecatecuhtli, Tepilzacatzin, Chiahuatecoletzin, Cuitlízcatl, Cocomintzin, Tzicuhcuácatl, Michcuatecuhtli, Tlachpanquizcatzin, Tizatemoctzin, Chiquacen, Mázatl, Ixconauhquitecuhtli y Tlahuihuiztli, que cada uno de ellos tenía la divisa según la dignidad y preeminencia de su oficio, de diversidad de plumería y adorno de oro y pedrería. Ixtlilxóchitl y sus hermanos los recibieron muy bien, aposentándolos en sus palacios y dándoles todo lo necesario para su sustento regalo y los pocos días que allí estuvieron fueron muy festejados. De los huexotzincas que eran más de diez mil, venían por sus caudillos Nelpilonitzin, Tozquencoyotzin, Xicoténcatl, Mecacálcatl, Quauhxayacatzin, Huitzilihuitzin, Yecatlapitzqui, Tetepotzquanitzin, Quauhtonatiuhtzin, Tehuatecuhtli, Chichimecatecuhtli, Tlacatecuhtli y otros que asimismo traían las divisas en sus armas como los de Tlaxcalan y de la misma manera venían los cholultecas, casi otros diez mil hombres, siendo muy bien recibidos todos de los señores de la provincia de Chalco. El segundo día de pascua de Espíritu Santo hizo Cortés salir a la plaza de la ciudad de Tetzcuco toda la gente que tenía de a pie y de a caballo, para ordenar y dar la gente que habían de llevar los capitanes, para tres guarniciones e gente que se habían de poner en tres ciudades que están en contorno de la de México y de la (primera) guarnición hizo general al capitán Pedro de Alvarado y le dio treinta de a caballo, dieciocho ballesteros y escopeteros, ciento cincuenta peones de espada y rodela y veinticinco mil hombres de guerra de los tlaxcaltecas y éstos habían de sentar su real en la ciudad de Tlacopan y por capitanes de su puesto a Jorge de Alvarado, hermano suyo, el capitán Pedro Dirsio y Gutiérrez de Badajoz, que fue su alférez, Juan Balante, Andrés de Monjaras, Vizcaíno, Alonso Ortiz de Zúñiga, que era el capitán de los ballesteros y Diego Valadez. De la otra guarnición hizo general a Cristóbal de Olid, natural de Baeza, al que dio treinta y tres de a caballo, dieciocho ballesteros y escopeteros, ciento sesenta peones más de dos mil hombres de guerra asimismo de la nación tlaxcalteca, que se habían de poner y asentar su real en la ciudad de Cuyohuacan. Cortés había escogido para su persona la guerra naval y habiéndose murmurado por algunos que decían tomaba lo menos peligroso, la dejó a Juan Rodríguez de Villafuerte y se paso a esta guarnición, naciendo a Cristóbal de Olid su maestre de campo. Fueron capitanes de la guarnición de este puesto, el capitán Andrés de Tapia, el tesorero Juan de Alderete, el factor Bernardino Vázquez de Tapia, el veedor Rodrigo Álvarez Chico y Antonio Quiñones, que fue capitán de la guardia de Cortés y después de él lo fue Francisco de Tenezas, que era su mayordomo mayor y.. tercera guarnición hizo general de ella a Gonzalo de Sandoval alguacil mayor del... y le dio veinticuatro de a caballo... escopeteros y trece ballesteros y ciento cincuenta peones, gente escogida de... Cortés los había traído consigo y cuarenta mil hombres de Tetzcuco, Huexotzinco, Chololan y Chalco, que éstos habían de entrar por la ciudad de Iztapalapan, para de camino destruirla y pasar adelante por una calzada de la laguna con favor y espaldas de los bergantines y que en el ínter que Cortés llegaba con ellos, se estuviese y juntase con la guarnición que estaba en Cuyohuacan y llegado que fuese Cortés, la dicha guarnición de gente, con el resguardo y ayuda de los bergantines, entrase por la calzada y albarrada de la ciudad hasta ponerse en Tepeyaquilla donde es ahora la ermita de Nuestra Señora de Guadalupe. Nombró por capitanes de esta guarnición a Fernando de Lema Gallego, al capitán Rodrigo Ranjel, Luis Marín y Vasco Porcallo. Estos fueron los capitanes que a esta sazón fueron nombrados para estas tres guarniciones que hizo Cortés de su ejercito, sin otros muchos que hubo a tiempo, entre los cuales fueron Ruiz González y Antonio de Arriaga. Para los trece bergantines en que Cortés había de entrar y hacer la guerra naval por la laguna, dejó trescientos hombres y la más gente de mar y muy diestra en este género de pelear; de manera que en cada bergantín iban veinticinco hombres de guerra, un capitán y veedor, seis ballesteros y escopeteros y eran los capitanes de ellos Juan Rodríguez de Villafuerte, capitán de la capitana que llamaban de Medellín, Juan Jaramillo natural de Salvatierra, Francisco Verdugo natural de Arévalo, Francisco Rodrigo Magariño natural de Mérida... del de don Juan Pedro Barba Caballero... de la ciudad de Sevilla, Antonio de... natural de Zamora, García Holguín natural... de Cázarez, Jerónimo Ruiz de la Mota... de Buhones natural de Salamanca, Rodri... Hon de la Vera de Medina del Campo... de Portillo que había sido soldado... por Bravo y Juan de Mancilla... de la orden referida y recibidas las mismas órdenes de lo que debían hacer los dos caudillos principales de las dos guarniciones, Pedro de Alvarado que había de ir al puesto de la ciudad de Tlacopan y Cristóbal de Olid a la de Cuyohuacan, se partieron de Tetzcuco a diez días de mayo del año de mil quinientos veintiuno y fueron a dormir a Aculman, en donde tuvieron diferencias sobre el acomodarse y aposentarse aquella noche, aunque luego los envió a apaciguar Cortés; otro día fueron a dormir a Quauhtitlan, que era su tierra de mexicanos; el tercero llegaron temprano a la ciudad de Tlacopan y habiéndose aposentado y hecho fuertes en los palacios del rey de ella (que con todos los suyos se estaba en México en favor de los mexicanos desde la vez pasada, dejándola desamparada), los tlaxcaltecas así como llegaron, dieron una vista a los enemigos por la entrada de las calzadas de la ciudad de México y pelearon con ellos dos o tres horas y sin recibir peligro ninguno por ser ya cerca de la noche, se volvieron a su puesto y otros cinco días continuos hicieron estas entradas. Los españoles quebraron dos caños de agua dulce, que entraba en la ciudad de México y nace del bosque de Chapultepec, que fue muy defendida de los enemigos por agua y tierra, por ser el sustento de la ciudad; se ganaron algunos puentes y albarradas, se aderezaron los malos pasos para que pudiesen por una parte y por otra cerrar el campo los de a caballo... y aunque fueron heridos algunos de los españoles... algunos de los amigos, de los enemigos murieron infinitos de ellos y al sexto día que llegaron... y estando ya en el estado referido... y entrada de la ciudad de México por... se fue con su guarnición al puesto... conforme a la orden que Cortés le dio... consiguió los amigos tlaxcaltecas... fueron los de las dos cabeceras de Ocotelulco y Quiahuiztlan, quedando los dos de las otras dos cabeceras de Tizapan y Tepectícpac en Tlacopan con Pedro de Alvarado. En este medio tiempo y antes de salirse Cortés con la armada, hizo ahorcar a Axayacatzin, uno de los cuatro señores de Tlaxcalan, por ciertas demasías que hizo. Los que fueron a Cuyohuacan se aposentaron e hicieron fuertes en las casas y palacios del señor de esta ciudad, que asimismo se estaba en México con toda la gente y tenían despoblada. Los nuestros desde aquí salían a dar sus combates por la calzada que entra por esta parte a la ciudad de México, en donde hallaron muy gran resistencia y que los enemigos la tenían quebrada por muchas partes y tenían puestos muchos baluartes, albarradas y otras defensas por agua y por tierra; los del un real y del otro todos los días corrían la tierra y se juntaban cada día alanceando y matando a los enemigos y quitándoles los frutos, así de maíz como de otras cosas que por aquellas partes hallaban y les entraban los de la ciudad. Cortés teniendo noticia que ya los reales se habían puesto en los lugares que les señaló, se partió con su armada de bergantines el viernes siguiente después del Corpus Cristi, aunque fue requerido de los más principales de su ejército se fuese por tierra con las guarniciones referidas, por parecerles que era lo más dificultoso y esto de la armada menos; siendo muy al contrario, porque fue bien menester aquí su persona, que fue lo más peligroso... de la batalla y antes de embarcarse... despachó a Gonzalo de Sandoval en su guarnición... de gente para Iztapalapan, que fueron... de los mil hombres de los aculhuas... la parte que llaman Aztahuacan... a encontrar con los de Chalco que venían juntos ellos, los huexotzincas y cholultecas y... todos treinta mil hombres de guerra. Los chalcas traían por sus caudillos a Quetzalcoatzin, Totomihuatzin, Chopolazcatzin, Ixpeoácatl, Tecuhxólotl, Quetzallacoltzin, Nequametzin, Ecatecólotl, Quetzalmacatzin, Tetzauhquaquillitlalatepanécatl, Xochpollo, Cacaxlequetzqui, Xocotécatl y otros, con sus armas y divisas y a costa y mención iban los ejércitos de los señores Acacitzin y Omacatzin, que por ser muchachos y de poca edad no iban en esta jornada, aunque quedaban en la provincia para despacharles socorro y refresco en todo el tiempo que durase la guerra; poco más de medio día llegaron a Iztapalapan y comenzaron a quemar la ciudad y a pelear con la gente de ella y viendo el gran poder de gente que la guarnición de Sandoval llevaba, de amigos más de cuarenta mil hombres, se acogieron en las canoas los enemigos y no pudieron resistirles más y así sin contradicción ninguna se apoderaron de la ciudad y en ella se aposentaron, aguardando allí lo que Cortés les ordenaba. Ixtlilxóchitl, Tecocoltzin y sus hermanos se quedaron en Tetzcuco, para juntar la más gente que pudiesen para ir en seguimiento de Cortés y aviar de todo lo necesario su ejercito, entrando ordinariamente por agua y por tierra la comida y bastimentos necesarios, en que andaban yendo y viniendo más de veinte mil personas de carga y por la laguna más de mil canoas y en su guarda y defensa treinta y dos mil hombres de guerra, porque los enemigos no se salteasen y quitasen por el camino lo que allí llevaban; que, no fue lo menos que hizo en servicio de su majestad, proveyendo de todo lo necesario tan poderoso ejército y todo a su costa y mención y de sus hermanos, deudos y demás señores.
contexto
Que trata del valle de Yucay y de los fuertes aposentos de Tambo, y parte de la provincia de Condesuyo Cuatro leguas desta ciudad del Cuzco, poco más o menos, está un valle llamado de Yuca, muy hermoso, metido entre la altura de las sierras, de tal manera que con el abrigo que le hacen es de temple sano y alegre, porque ni hace frío demiado ni calor, antes se tiene por tan excelente, que se ha platicado algunas veces por los vecinos regidores del Cuzco de pasar la ciudad a él, y tan de veras, que se pensó poner en efeto. Mas como haya tan grandes edificios en las casas de sus moradas, no se mudará por no tornar de nuevo a edificar, ni lo permitirán por que no se pierda la antigüedad de la ciudad. En este valle de Yucay han puesto y plantado muchas cosas de las que dije en el capítulo precedente. Y cierto en este valle y en el de Bilcas, y en otros semejantes (según lo que paresce en lo que agora se comienza), hay esperanza que por tiempos habrá buenos pagos de viñas y huertas, y vergeles frescos y vistosos. Y digo en particular más deste valle que de otros porque los ingas lo tuvieron en mucho y se venían a él a tomar sus regocijos y fiestas; especialmente Viracoche inga, que fue abuelo de Topainga Yupangue. Por todas partes dél se ven pedazos de muchos edificios y muy grandes que había, especialmente los que hubo en Tambo, que está el valle abajo tres leguas, entre dos grandes cerros, junto a una quebrada por donde pasa un arroyo. Y aunque el valle es del temple tan bueno como de suso he dicho, lo más del año están estos cerros bien blancos de la mucha nieve que en ellos cae. En este lugar tuvieron los ingas una gran fuerza de las más fuertes de todo su señorío, asentada entre unas rocas, que poca gente bastaba a defenderse de mucha. Entre estas rocas estaban algunas peñas tajadas, que hacían inexpugnables el sitio; y por lo bajo está lleno de grandes andenes que parescen murallas, unas encima de otras, en el ancho de las cuales sembraban las semillas de que comían. Y agora se ve entre estas piedras algunas figuras de leones y de otros animales fieros, y de hombres con unas armas en las manos a manera de alabardas, como que fuesen guarda del paso, y esto bien obrado y primamente. Los edificios de las casas eran muchos, y dicen que en ellos había, antes que los españoles señoreasen este reino, grandes tesoros y cierto se ven en estos edificios piedras puestas en ellos, labradas y asentadas, tan grandes, que era menester fuerza de mucha gente y con mucho ingenio para llevarlas y ponerlas donde están. Sin esto, se dice por certo que en estos edificios de Tambo o de otros que tenían este nombre (que no es sólo este lugar el que se llamó Tambo) se halló en cierta parte del palacio real o del templo del sol oro derretido en lugar de mezcla, con que, juntamente con el betún que ellos ponen, quedaban las piedras asentadas unas con otras. Y que el gobernador don Francisco Pizarro hubo desto mucho antes que los indios lo hiciesen y llevasen, y de Pacaritambo dicen algunos españoles que en veces sacaron cantidad de oro Hernando Pizarro y don Diego de Almagro el mozo. Estas cosas no dejo yo de pensar que son así cuando me acuerdo de las piezas tan ricas que se vieron en Sevilla, llevadas de Caxamalca, adonde se juntó el tesoro que Atabaliba prometió a los españoles, sacado lo más del Cuzco; y fue poco para lo que después se repartió, que se halló por los mismos cristianos, y más que lo uno y lo otro, lo que los indios han llevado está enterrado en partes que ninguno sabe dello; y si la ropa fina que se desperdició y perdió en aquellos tiempos se guardara, valiera tanto, que no lo oso afirmar, según tengo que fuera mucho, y con tanto, digo que los indios que llamaban chumbibilcas y los ubinas, y Pomatambo, y otras naciones muchas que no cuento, entran en lo que llaman Condesuyo. Algunos dellos fueron belicosos, y los pueblos tienen entre sierras altísimas. Poseían suma sin cuento de ganado doméstico y bravo. Las casas todas son de piedra y paja. En muchos lugares había aposentos de los señores. Y tuvieron estos naturales sus ritos y costumbres como todos, y en sus templos sacrificaban corderos y otras cosas, y es fama que el demonio era visto en un templo que tenían en cierta parte desta comarca de Condesuyo, y aun en este tiempo he yo oído a algunos españoles que se ven aparesciencias de nuestro enemigo y adversario. En los ríos que pasan por los aimaraes se ho cogido mucha suma de oro, y se sacaba en el tiempo que yo estaba en el Cuzco. En Pomatambo y en algunas otras partes deste reino se hace tapicería muy buena, por ser muy buena la lana de que se hace, y las colores tan perfectas, que sobrepujan a las de otros reinos. En esta provincia de Condesuyo hay muchos ríos; algunos dellos pasan con puentes de criznejas, hechas como tengo ya dicho que se hacen deste reino. Asimismo hay muchas frutas de las naturales y muchas arboledas. Hay también venados y perdices, y buenos halcones para volarlas.