De la provincia de Andabailas y lo que se contiene en ella hasta llegar al valle de Xaquixaguana Cuando yo entré en esta provincia era señor della un indio principal llamado Basco, y los naturales han por nombre chancas. Andan vestidos con mantas y camisetas de lana. Fueron en los tiempos pasados tan valientes (a lo que se dice) éstos, que no solamente ganaron tierras y señoríos, mas pudieron tanto que tuvieron cercada la ciudad del Cuzco, y se dieron grandes batallas entre los de la ciudad y ellos, hasta que por el valor de inga Yunpangue fueron vencidos; y también fue natural desta provincia el capitán Ancoallo, tan mentado en estas partes por su grande valor; del cual cuentan que, no pudiendo sufrir el ser mandado por los ingas y las tiranías de algunos de sus capitanes, después de haber hecho grandes cosas en la comarca de Tarama y Bombón, se metió en lo más adentro de las montañas y pobló riberas de un lago que está, a lo que también se dice, por bajo del río de Moyobamba. Preguntándoles yo a estos chancas qué sentían de sí propios y dónde tuvo principio su origen, cuentan otra niñería o novela como los de Jauja, y es que dicen que sus padres remanecieron y salieron por un palude pequeño, llamado Soclococha, desde donde conquistaron hasta llegar a una parte que nombran Chuquibamba, adonde lugero hicieron su asiento. Y pasados algunos años, contendieron con los quichúas, nación muy antigua y señores que eran desta provincia de Andabailas, la cual ganaron y quedaron por señores della hasta hoy. Al lago de donde salieron tenían por sagrado, y era su principal templo donde adoraban y sacrificaban. Usaron los entierros como los demás; y así, creían la inmortalidad del ánima, que ellos llaman xongon, que es también nombre de corazón. Metían con los señores que enterraban mujeres vivas y algún tesoro y ropa. Tenían sus días señalados, y aun deben agora tener, para solemnizar sus fiestas, y plazas hechas para sus bailes. Como en esta provincia ha estado a la continua clérigo industriando a los indios, se han vuelto algunos dellos cristianos, especialmente de los mozos. Ha tenido siempre sobre ella encomienda el capitán Diego Maldonado. Todos los más traen cabellos largos entranzados menudamente, puestos unos cordones de lana que les viene a caer por debajo de la barba. Las casas son de piedra. En el comedio de la provincia había grandes aposentos y depósitos para los señores. Antiguamente hubo muchos indios en esta provincia de Andabailas, y la guerra los ha apocado como a los demás deste reino. Es muy larga y poseen gran número de ganado doméstico, y en sus términos no tiene cuenta lo que hay montes. Y es bien bastecida de mantenimientos y dase trigo, y por los valles calientes hay muchos árboles de fruta. Aquí estuvimos muchos días con el presidente Gasca cuando iba a castigar la rebelión de Gonzalo Pizarro y fue mucho lo que estos indios pasaron y sirvieron con la importunidad de los españoles. Y este buen indio, señor deste valle, Guasco, entendía en este proveimiento con gran cuidado. Desta provincia de Andabailas (que los españoles comúnmente llaman Andaguailas) se llega al río de Abancay, que está nueva leguas más adelante hacia el Cuzco, y tiene este río sus padrones o pilares de piedra bien fuertes, adonde está puente, como en los demás ríos. Por donde éste pasa hacen las sierras un valle pequeño, adonde hay arboledas y se crían frutas y otros mantenimientos abundantemente. En este río fue donde el adelantado don Diego de Almagro desbarató y prendió al capitán Alonso de Albarado, general del gobernador don Francisco Pizarro, como diré en la guerra de las Salinas. No muy lejos deste río estaban aposentos y depósitos como los que había en los demás pueblos pequeños, y no de mucha importancia.
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Capítulo XC De quién fue Capac Huaritito y Ausitopa Porque no se quede ninguna cosa notable, de las que a mi noticia han venido, de los Yngas y de sus hijos y capitanes, he querido poner los capítulos antes de éste y los que se le siguen. Fue Capac Huaritito hijo de Ynga Yupanqui y hermano de el valeroso Tupa Ynga Yupanqui, a quien los indios celebran como al más famoso y memorable de todos sus Yngas y Reyes, por las grandes conquistas que hizo, y la mucha orden y concierto en que puso este Reino, pues a él se le debe toda la que en él hallaron los españoles, la cual si en lo político y en lo que no contradice a nuestra evangélica religión se hubieran guardado y observara, sin duda que estas amplísimas provincias fueran gobernadas como conviene y los naturales de ellas en grandísimo aumento. Capac Guaritito fue de ánimo invencible, y lo mostró en las guerras en que se halló con su hermano y con otros capitanes compañeros suyos, como fueron Collatupa Sinchiroca y Huaillipo Cusi Atauchi y otros. Refieren algunos indios viejos que estos capitanes, con Tupa Ynga Yupanqui, deseosos de saber qué les había de suceder en los tiempos venideros y qué sucesos vendrían a sus herederos, habiendo hecho grandes sacrificios y ayunos a su usanza, con llantos y ofrendas de animales, que para ello mataron, y después de algunos días, les fue respondido por el demonio que supiesen que muy presto vendrían a este Reino unos hombres de barbas largas y vestidos todo el cuerpo; y serían tan valientes que con sus espadas henderían un indio de arriba abajo, y que harían en ellos matanza y destrucción increíble, y que vertían y derramarían la sangre de sus hijos y nietos, y los maltratarían y robarían, y hollarían pisando sus ídolos y huacas, y desharían sus ritos y ceremonias. Oída semejante respuesta, tristes y pensativos, habían hecho grandísimos llantos y muestras de dolor y sentimiento, por la persecución y trabajo que esperaban. Y por memoria de tan temerosa respuesta, compusieron un cantar triste y melancólico, a modo de endechas, el cual cantaban en las solemnidades y cosas que les sucedían de tristeza y pesar. Todas estas cosas se les cumplieron a la letra, y puede ser lo más cierto que los indios mienten, fingiendo que se les profetizó lo que les ha acontecido, o que el demonio, viendo ya lo que los españoles, teniendo por guía a Colón; primer descubridor y conquistador de las Yndias, trataban y aparejaban, les anunciase lo que está dicho por conjetura verosímil, para obligarles de nuevo a nuevos sacrificios de niños inocentes, y a nuevas ofrendas conociendo el ánimo feroz y codicia insaciable de los españoles, que no porque él sepa, ni alcance con evidencia, las cosas futuras, que están por venir, que eso sólo está reservado al Todopoderoso Dios, sabiduría inmensa, y a quien él fuere servido de revelarlo, como lo hizo muchas veces a sus profetas, anunciando por medio de ellos muchos sucesos que habían de venir, y castigos que había de hacer. Los segundos sacrificios y ofrenda que ofrecieron a sus dioses e ídolos, como queda ya dicho, en el capítulo pasado y en éste, fue esta postrera vez, después que el Ynga sanó, y estaba bueno de su enfermedad tan prolija. Siempre parecían responder sus ídolos, o por mejor decir el demonio, lo que había se suceder, con lo que tenía a esta miserable gente tan sujeta para sus idolatrías que, hasta hoy, pocos o ninguno entiendo se escapan de sus uñas. También fue valeroso y temido Ausitopa, hijo de Tupa Ynga Yupanqui y hermano de Huaina Capac, el cual ciertas provincias, que se habían rebelado contra su padre, con gran valor y prudencia las sujetó. Deste dicen que, por orden de su padre, hizo un camino por debajo de la tierra, desde la fortaleza de la ciudad del Cuzco, que señorea la ciudad, hasta el templo que hizo tan famoso de Curi Cancha, como en el capítulo pasado queda ya dicho, donde adoraban al Sol y tenían otra infinidad de huacas e ídolos. Está hoy la boca de este camino abierta, y la llaman la Chingana, que significa lugar donde se pierde, a modo de aquel tan mentado laberinto de las isla de Creta, aunque ya todo se ha perdido, y acabado, porque no hay ninguno que atine por dónde va, sino es solamente la entrada de este socavón, que en caminando por él algún trecho, se pierden y no pueden dar con el camino, y así es fuerza volver, ni en el paraje del templo dicho hay ahora memoria. De ello dicen que el Ynga, lo mandó cerrar y cegar todo él. Refieren deste Ausitopa que, en la conquista de aquellas provincias rebeladas, le aconteció pelear con su gente veinte días a reo, sin jamás descansar día ninguno, hasta que al fin les vino a sujetar e hizo temerosos castigos en ellos. Las cuales quieren decir que eran los abachiris, curiamunas y piriamunas, que están junto a la gran provincia de Paititi, donde dicen proceder de los indios pacajes, collas y canas, y canchis, y que así hablan aymara, aunque más cerrada. Y dicen que en esta gran provincia de Paititi hay una laguna mayor que la del Collao, y que en ella entra el río Magno, que está en los vertientes de S. Juan de Oro; por debajo de la cual laguna, en el desaguadero, se hace un gran río, que va a la provincia de las mujeres que llaman amazonas. El cual va a dar a la mar del norte, y va por detrás de los Andes del Cuzco, de donde se refiere ser lo indios desta gran provincia de Paititi descendientes de los indios de la dicha ciudad, los cuales saben la quéchua y el curaca principal, y señor que los gobierna, se llama Choco.
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CAPÍTULO X De un extraño modo de idolatría que usaron los mexicanos Como dijimos que los reyes ingas del Pirú, substituyeron ciertas estatuas de piedra hechas a su semejanza, que les llamaban sus guaoiquies o hermanos, y les hacían dar la misma veneración que a ellos, así los mexicanos lo usaron con sus dioses, pero pasaron éstos mucho más adelante, porque hacían dioses de hombres vivos, y era en esta manera: Tomaban un cautivo, el que mejor les parecía, y antes de sacrificarle a sus ídolos, poníanle el nombre del mismo ídolo a quien había de ser sacrificado, y vestíanle y adornábanle del mismo ornato que a su ídolo, y decían que representaba al mismo ídolo. Y por todo el tiempo que duraba esta representación, que en unas fiestas era de un año y en otras era de seis meses, y en otras menos, de la misma manera la veneraban y adoraban que al proprio ídolo, y comía, y bebía y holgaba. Y cuando iba por las calles, salía la gente a adorarle, y todos le ofrecían mucha limosna, y llevábanle los niños y los enfermos para que los sanase y bendijese, y en todo le dejaban hacer su voluntad, salvo que porque no se huyese, le acompañaban siempre diez o doce hombres, adonde quiera que iba. Y él, para que le hiciesen reverencia por donde pasaba, tocaba de cuando a cuando un cañutillo, con que se apercibía la gente para adorarle. Cuando estaba de sazón y bien gordo, llegaba la fiesta, le abrían y mataban, comían haciendo solemne sacrificio de él. Cierto pone lástima ver de la manera que Satanás estaba apoderado de esta gente, y lo está hoy día de muchas, haciendo semejantes potajes y embustes a costa de las tristes almas y miserables cuerpos que le ofrecen, quedándose él riendo de la burla tan pesada que les hace a los desventurados, mereciendo sus pecados que les deje al altísimo Dios en poder de su enemigo, a quien escogieron por dios y amparo suyo. Mas pues se ha dicho lo que basta de las idolatrías de los indios, síguese que tratemos del modo de religión, o superstición, por mejor decir, que usan de sus ritos. De sus sacrificios, de templos y ceremonias, y lo demás que a esto toca.
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Cómo el Almirante fue por la costa de Oreja hacia el Cabo de Gracias a Dios, llegó a Cariay, y lo que vio e hizo allí Navegó el Almirante por la mencionada costa de Oreja a Poniente hasta el Cabo de Gracias a Dios, que fue llamado así porque, no habiendo desde la punta de Caxinas más de sesenta leguas, se padeció mucho, por la contrariedad de los vientos y por las corrientes, en setenta días de caminar a la bolina, saliendo de una borda hacia el mar, y volviendo de otra a tierra, ganando muchas veces con el viento, y perdiendo con frecuencia, según era abundante o escaso en los rumbos que se hacían; es indudable que si no hubiera sido la costa de tan buenos surgideros como era, hubiésemos tardado más en pasarla; pero como era limpia y media legua de ella, tenía el mar dos brazos de fondo, y entrando en el mar, a cada legua de distancia crecía el agua otras dos, teníamos gran comodidad para dar fondo de noche, o cuando era muy poco el viento, por causa del buen fondo; de modo que, si bien con dificultad, se pudo navegar aquel camino. Después, cuando a 14 de Septiembre llegamos a dicho Cabo, viendo que la tierra iba hacia Mediodía, y que con los vientos levantes que allí reinaban y nos habían sido tan contrarios, podíamos continuar cómodamente nuestro viaje, dimos todos muchas gracias a Dios. En memoria de esto, le llamó el Almirante, Cabo de Gracias a Dios. Poco más allá pasamos por algunos bancos peligrosos, que salían al mar, cuanto alcanzaba la vista. Como teníamos necesidad de tomar agua y leña, el sábado a 16 de Septiembre, envió el Almirante las barcas a un río que parecía profundo y de buena entrada; pero no fue tal a la salida, porque habiéndose enfurecido los vientos, e hinchándose mucho el mar, rompiéndose contra la corriente de la boca, embistió a las barcas con tanta violencia, que se anegó una y pereció toda la gente que iba en ella, por lo que le llamó el Almirante Río de la Desgracia. En este río y su contorno había cañas tan gruesas como el muslo de un hombre. El domingo, a 25 de Septiembre, siguiendo hacia el Mediodía, fondeamos en una isleta llamada Quiribiri, y un pueblo de Tierra Firme llamado Cariay, que era de la mejor gente, país y sitio que hasta allí habíamos hallado, así porque era alta la tierra, de muchos ríos y copiosa de árboles elevadísimos, como porque dicha isleta era espesa como el basilicón, llena de muchos boscajes de árboles derechos, así de palmitos y mirobalanos, como de otras muchas especies, por lo que llamóla el Almirante, la Huerta. Dista una legua pequeña del pueblo llamado Cariay por los indios que tiene cerca un río grande; allí concurrió infinita gente de aquel contorno, muchos con arcos y flechas y otros con varas de palma, negras como la pez y duras como hueso, cuya punta estaba armada con huesos y espinas agudas de peces; otros, con macanas o recios bastones, y habían ido allí con ánimo de defender la tierra. Llevaban los hombres trenzados los cabellos, y revueltos a la cabeza; las mujeres, cortados como nosotros. Viendo que éramos gente de paz, mostraban gran deseo de nuestras cosas a cambio de las suyas, que son armas, mantas de algodón, camisetas de las dichas, y aguilillas de guanines, que es oro muy bajo, que traían colgado al cuello, como nosotros llevamos el Agnus Dei, u otra reliquia. Todas estas cosas llevaban, nadando, a las barcas porque, los cristianos, ni aquel día ni el siguiente salieron a tierra, ni el Almirante permitió que se les tomase cosa alguna, para que no los tuviesen por hombres que deseaban lo que ellos tenían, antes les hizo dar muchas de nuestras cosas. Los indios, cuanto más veían que hacíamos poco caso de rescatar, lo deseaban más, haciendo muchas señas desde tierra y extendiendo las mantas como banderas, convidándonos a ir a tierra; finalmente, viendo que ninguno iba a ellos, cogieron todas las cosas que les habíamos dado, sin dejar alguna, y, muy bien atadas, las pusieron en el mismo sitio donde habían ido las barcas a recibirlos; allí las hallaron los nuestros el miércoles, que salieron a tierra. Como los indios vecinos a este lugar creían que los cristianos no se fiaban de ellos, enviaron a las naves un indio viejo, de venerable presencia, con una bandera puesta en un palo, y dos muchachas, una de ocho años y otra de catorce, las cuales entradas en la barca, hizo señal de que los cristianos podían desembarcar seguramente. Atendiendo a este ruego, salieron a tomar agua; los indios tuvieron mucho cuidado de no hacer algún ademán ni otra cosa de que se asustasen los cristianos, y cuando después los vieron volver a los navíos, les hacían muchos gestos de que llevasen consigo las mozas, con los guanines que traían al cuello, y a instancias del viejo que las llevaba, nos agradó traerlas. En lo cual, no sólo mostraban más ingenio de el que hasta entonces se había visto en otros, pero en las muchachas se observó una gran fortaleza, porque siendo los cristianos de tan extraña vista, trata y generación, no dieron muestra de sentimiento, ni de tristeza, manteniéndose siempre con semblante alegre y honesto, por lo que fueron muy bien tratadas por el Almirante, que mandó darlas vestir y comer; luego encargó que fuesen llevadas a tierra, donde estaban 50 indios, y las volvió a recibir el viejo que las había traído, alegrándose mucho con ellas. Volviendo aquel mismo día las barcas a la costa, hallaron los mismos indios con las muchachas, las cuales destituyeron a los cristianos todo lo que les habían dado, sin quedarse con cosa alguna. El día siguiente, habiendo salido el Adelantado a tierra para informarse de estas gentes, llegaron dos de los más honrados a la barca donde estaba; tomándolo por los brazos en medio de ellos, le hicieron sentar en la hierba de la playa, y preguntándoles éste algunas cosas, mandó al escribano de la nave que anotase lo que respondían; pero viendo el papel y la pluma, se alborotaron de forma que la mayor parte de los indios echó a huir, por miedo, según pareció, de ser hechizados con palabras o hechos, aunque verdaderamente ellos nos parecían grandes hechiceros, y con razón, pues cuando se acercaban a los cristianos echaban por el aire cierto polvo hacia éstos, y con sahumerios hechos .el mismo polvo, procuraban que el humo fuese hacia los nuestros; además que el no querer recibir ninguna cosa de las nuestras, y sí restituirlas, daba sospecha, pues, como suele decirse, piensa el ladrón que todos son de su condición. Habiéndonos detenido aquí más de lo que requería la presteza del viaje, prevenidos y aprestados los navíos de todo lo que necesitaban, el domingo 2 de Octubre, mandó el Almirante que saliese el Adelantado, salir a tierra con alguna gente, a reconocer los pueblos de los indios, sus costumbres y su naturaleza, con la calidad del país. Lo más notable que vieron fue que, dentro de un palacio grande de madera, cubierto de cañas, tenían sepulturas; en una de ellas había un cuerpo muerto, seco y embalsamado; en otra, dos sin mal olor, envueltos en paños de algodón; sobre las sepulturas había una tabla, en que estaban algunos animales esculpidos; en otras, la figura del que estaba sepultado, adornado de muchas joyas, de guanines, de cuentecillas y otras cosas que mucho estimaban. Por ser estos indios de más entendimiento que los otros vistos en aquella región, mandó el Almirante que se tomase alguno para saber los secretos de la tierra; de siete que se cogieron, eligió dos principales, y despachó a los otros cinco, con algunas dádivas, habiéndolos tratado muy bien para que no se alborotase la tierra; dijo a los otros que los llevaría por guías en aquella costa, y después les daría libertad. Pero, creyendo los indios haber sido presos, por avaricia y ganancia nuestra, para cambiarlos por joyas y mercancías, al día siguiente llegó, de improviso, mucha gente a la playa; enviaron cuatro mensajeros a la Capitanía, para tratar del rescate, por el que ofrecieron algunas cosas, y llevaron de regalo dos porquezuelos de la tierra, que aunque pequeños, son muy bravos. El Almirante, viendo la prudencia de esta gente, entró en mayor deseo de tratar con ellos, y no quiso partir de allí sin tomar lengua de éstos; no dando crédito a sus ofertas, mandó que a los mensajeros se les donasen algunas cosillas, para que volviesen más satisfechos, y que les fuesen pagados los puercos. Con éstos hubo una cacería, y es siguiente: Entre otros animales de aquella tierra hay algunos gatos de color gris, del tamaño de un pequeño lebrel, con la cola más larga, y tan fuerte, que cogiendo alguna cosa con ella, parecía que estaba atada con una soga; andan éstos por los árboles, como ardillas, saltando de uno en otro, y cuando dan el salto, no sólo se agarran a las ramas con las manos, más también con la cola, de la cual muchas veces se quedan colgando, como por juguete y descanso; cierto ballestero trajo de un bosque uno de estos gatos, echándole de un árbol abajo con un virote, y porque estando ya en tierra se puso tan feroz que no se atrevió a acercarse a él, le cortó un brazo de una cuchillada; trayéndole así herido, se espantó, en cuanto le vio, un buen perro que teníamos; pero mayor miedo dio a uno de los puercos que nos habían traído, que apenas vio al gato, echó a huir mostrando grande miedo. Esto nos causó grande admiración, porque antes que sucediese, el puerco embestía a todos, y no dejaba al perro quieto, en la cubierta; por lo cual, mandó el Almirante que le arrimasen al gato, el cual viéndole cerca, le echó la cola y le rodeó el hocico, y con el brazo que le había quedado sano, le agarró el copete para morderle; el puerco gruñía de miedo, fuertemente, de lo que conocimos que semejantes gatos deben de cazar, como los lobos y los lebreles de España.
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De la manera e persona del gran Montezuma y de cuán gran señor era Sería el gran Montezuma de edad de hasta cuarenta años, y de buena estatura y bien proporcionado, e cenceño e pocas carnes, y la color no muy moreno, sino propia color y matiz de indio, y traía los cabellos no muy largos, sino cuanto le cubrían las orejas, e pocas barbas, prietas y bien puestas e ralas, y el rostro algo largo e alegre, los ojos de buena manera, e mostraba en su persona en el mirar por un cabo amor, e cuando era menester gravedad. Era muy pulido y limpio, bañándose cada día una vez a la tarde; tenía muchas mujeres por amigas, e hijas de señores, puesto que tenía dos grandes cacicas por sus legítimas mujeres, que cuando usaba con ellas era tan secretamente, que no lo alcanzaban a saber sino alguno de los que le servían; era muy limpio de sodomías; las mantas y ropas que se ponía cada un día no se las ponía sino desde a cuatro días. Tenía sobre doscientos principales de su guarda en otras salas junto a la suya, y éstos no para que hablasen todos con él, sino cual o cual; y cuando le iban a hablar se habían de quitar las mantas ricas y ponerse otras de poca valía, mas habían de ser limpias, y habían de entrar descalzos y los ojos bajos puestos en tierra, y no mirarle a la cara, y con tres reverencias que le hacían primero que a él llegasen, e le decían en ellas: "Señor, mi señor, gran señor"; y cuando le daban relación a lo que iban, con pocas palabras los despachaba; sin levantar el rostro al despedirse de él sino la cara e ojos bajos en tierra hacia donde estaba, e no vueltas las espaldas hasta que salían de la sala. E otra cosa vi, que cuando otros grandes señores venían de lejas tierras a pleitos o negocios, cuando llegaban a los aposentos del gran Montezuma habíanse de descalzar e venir con pobres mantas, y no habían de entrar derecho en los palacios, sino rodear un poco por el lado de la puerta del palacio; que entrar de rota batida teníanlo por descaro; en el comer tenían sus cocineros sobre treinta maneras de guisados hechos a su modo y usanza; y teníanlos puestos en braseros de barro, chicos, debajo, porque no se enfriasen. E de aquello que el gran Montezuma había de comer guisaban más de trescientos platos, sino más de mil para la gente de guarda; y cuando habla de comer, salíase el Montezuma algunas veces con sus principales y mayordomos, y le señalaban cuál quisado era mejor o de qué aves e cosas estaba guisado, y de la que decían, de aquello había de comer, e cuando salía a lo ver eran pocas veces, e como por pasatiempo; oí decir que le solían guisar carnes de muchachos de poca edad; y como tenía tantas diversidades de guisados y de tantas cosas, no lo echábamos de ver si era de carne humana y de otras cosas, porque cotidianamente le guisaban gallinas, gallos de papada, faisanes, perdices de la tierra, codornices, patos mansos y bravos, venado, puerco de la tierra, pajaritos de caña y palomas y liebres y conejos, y muchas maneras de aves e cosas de las que se crían en estas tierras, que son tantas, que no las acabaré de nombrar tan presto; y así, no miramos en ello. Lo que yo sé es, que desque nuestro capitán le reprendió el sacrificio y de comer carne humana, que desde entonces mandó que no le guisasen tal manjar. Dejemos de hablar en esto, y volvamos a la manera que tenía en su servicio al tiempo de comer, y es desta manera: que si hacía frío teníanle hecha mucha lumbre de ascuas de una leña de cortezas de árboles que no hacían humo; el olor de las cortezas de que hacían aquellas ascuas muy oloroso; y porque no le diesen más calor de lo que él quería, ponían delante una como tabla labrada con oro y otras figuras de ídolos, y él sentado en un asentadero bajo, rico e blando, e la mesa también baja, hecha de la misma manera de los asentaderos, e allí le ponían sus manteles de mantas blancas y unos pañizuelos algo largos de lo mismo, y cuatro mujeres muy hermosas y limpias le daban aguamanos en unos como a manera de aguamaniles hondos, que llaman jicales, y le ponían debajo para recoger el agua otros a manera de platos, y le daban sus toallas, e otras dos mujeres le traían el pan de tortillas; e ya que comenzaba a comer, echábanle delante una como puerta de madera muy pintada de oro, porque no le viesen comer; y estaban apartadas las cuatro mujeres aparte, y allí se le ponían a sus lados cuatro grandes señores viejos y de edad, en pie, con quien el Montezuma de cuando en cuando platicaba e preguntaba cosas, y por mucho favor daba a cada uno destos viejos un plato de lo que él comía; e decían que aquellos viejos eran sus deudos muy cercanos, e consejeros y jueces de pleitos, y el plato y manjar que les daba el Montezuma comían en pie y con mucho acato, y todo sin mirarle a la cara. Servíase con barro de Cholula, uno colorado y otro prieto. Mientras que comía, ni por pensamiento habían de hacer alboroto ni hablar alto los de su guarda, que estaban en las salas cerca de la del Montezuma. Traíanle frutas de todas cuantas había en la tierra, mas no comía sino muy poca, y de cuando en cuando traían unas copas de oro fino, con cierta bebida hecha del mismo cacao, que decían era para tener acceso con mujeres; y entonces no mirábamos en ello; mas lo que yo vi, que traían sobre cincuenta jarros grandes hechos de buen cacao con su espuma, y de lo que bebía; y las mujeres le servían al beber con gran acato, y algunas veces al tiempo del comer estaban unos indios corcovados, muy feos, porque eran chicos de cuerpo y quebrados por medio de los cuerpos, que entre ellos eran chocarreros; y otros indios que debían de ser truhanes, que le decían gracias, e otros que le cantaban y bailaban, porque el Montezuma era muy aficionado a placeres y cantares, e a aquéllos mandaban dar los relieves y jarros del cacao; y las mismas cuatro mujeres alzaban los manteles y le tornaban a dar agua a manos, y con mucho acato que le hacían; e hablaba Montezuma a aquellos cuatro principales viejos en cosas que le convenían, y se despedían de él con gran acato que le tenían, y él se quedaba reposando; y cuando el gran Montezuma había comido, luego comían todos los de su guarda e otros muchos de sus serviciales de casa, y me parecen que sacaban sobre mil platos de aquellos manjares que dicho tengo: pues jarros de cacao con su espuma, como entre mexicanos se hace, más de dos mil, y fruta infinita. Pues para sus mujeres y criadas, e panaderas e cacaguateras era gran cosa la que tenía. Dejemos de hablar de la costa y comida de su casa, y digamos de los mayordomos y tesoreros, e despensas y botillería, y de los que tenían cargo de las casas adonde tenían el maíz, digo que había tanto que escribir cada cosa por sí, que yo no sé por dónde comenzar, sino que esperábamos admirados del gran concierto e abasto que en todo había. Y más digo, que se me había olvidado, que es bien de tornarlo a recitar, y es, que le servían al Montezuma estando a la mesa cuando comía, como dicho tengo, otras dos mujeres muy agraciadas; hacían tortillas amasadas con huevos y otras cosas sustanciosas, y eran las tortillas muy blancas, y traíanselas en unos platos cobijados con sus paños limpios, y también le traían otra manera de pan que son como bollos largos, hechos y amasados con otra manera de cosas sustanciales, y pan pachol, que en esta tierra así se dice, que es a manera de unas obleas. También le ponían en la mesa tres cañutos muy pintados y dorados, y dentro traían liquidámbar revuelto con unas yerbas que se dice tabaco, y cuando acababa de comer, después que le habían cantado y bailado, y alzaba la mesa, tomaba el humo de uno de aquellos cañutos, y muy poco, y con ello se dormía. Dejemos ya de decir del servicio de su mesa, y volvamos a nuestra relación. Acuérdome que era en aquel tiempo su mayordomo mayor un gran cacique que le pusimos por nombre Tapia, y tenía cuenta de todas las rentas que le traían al Montezuma, con sus libros hechos de su papel, que se dice amatl, y tenía destos libros una gran casa dellos. Dejemos de hablar de los libros y cuentas, pues va fuera de nuestra relación, y digamos cómo tenía Montezuma dos casas llenas de todo género de armas, y muchas de ellas ricas con oro y pedrería, como eran rodelas grandes y chicas, y unas como macanas, y otras a manera de espadas de a dos manos, engastadas en ellas unas navajas de pedernal, que cortaban muy mejor que nuestras espadas, e otras lanzas más largas que no las nuestras, con una braza de cuchillas, y engastadas en ellas muchas navajas, que aunque den con ellas en un broquel o rodela no saltan, e cortan en fin como navajas, que se rapan con ellas las cabezas; y tenían muy buenos arcos y flechas, y varas de a dos gajos, y otras de a uno con sus tiraderas, y muchas hondas y piedras rollizas hechas a mano, y unos como paveses, que son de arte que los pueden arrollar arriba cuando no pelean porque no les estorbe, y al tiempo del pelear, cuando son menester, los dejan caer, e quedan cubiertos sus cuerpos de arriba abajo. También tenían muchas armas de algodón colchadas y ricamente labradas por defuera, de plumas de muchos colores a manera de divisas e invenciones, y tenían otros como capacetes y cascos de madera y de hueso, también muy labrados de pluma por defuera, y tenían otras armas de otras hechuras, que por excusar prolijidad las dejo de decir. Y sus oficiales, que siempre labraban y entendían en ello, y mayordomos que tenían cargo de las casas de armas. Dejemos esto, y vamos a la casa de aves, y por fuerza me he de detener en contar cada género de qué calidad era. Digo que desde águilas reales y otras águilas más chicas, e otras muchas maneras de aves de grandes cuerpos, hasta pajaritos muy chicos, pintados de diversos colores. También donde hacen aquellos ricos plumajes que labran de plumas verdes; y las aves destas plumas es el cuerpo dellas a manera de las picazas que hay en nuestra España:, llámanse en esta tierra quetzales; y otros pájaros que tienen la pluma de cinco colores, que es verde, colorado, blanco, amarillo y azul; éstos no sé como se llaman. Pues papagayos de otras diferenciadas colores tenía tantos, que no se me acuerda los nombres dellos. Dejemos patos de buena pluma y otros mayores que les quería parecer, y de todas estas aves pelábanles las plumas en tiempos que para ello era convenible, y tornaban a pelechar. Y todas las más aves que dicho tenga, criaban en aquella casa, y al tiempo del encoclar tenían cargo de les echar sus huevos ciertos indios e indias que miraban por todas las aves, e de limpiarles sus nidos y darles de comer; y esto a cada género e ralea de aves lo que era su mantenimiento. Y en aquella casa había un estanque grande de agua dulce, y tenía en él otra manera de aves muy altas de zancas, y colorado todo el cuerpo y alas y cola; no sé el nombre dellas, mas en la isla de Cuba las llamaban ipiris a otras como ellas. Y también en aquel estanque había otras raleas de aves que siempre estaban en el agua. Dejemos esto, y vamos a otra gran casa donde tenían muchos ídolos, y decían que eran sus dioses bravos; y con ellos muchos géneros de animales, de tigres y leones de dos maneras; unos que son de hechura de lobos, que en esta tierra se llaman adives, y zorros y otras alimañas chicas; y todas estas carniceras se las mantenía con carne, y las más dellas criaban en aquella casa, y les daban de comer venados, gallinas, perrillos y otras cosas que cazaban, y aun oí decir que cuerpos de indios de los que sacrificaban. Y es desta manera que ya me habrán oído decir; que cuando sacrificaban a algún triste indio, que le aserraban con unos navajones de pedernal por los pechos, y bullendo le sacaban el corazón y sangre, y lo presentaban a sus ídolos, en cuyo nombre hacían aquel sacrificio; y luego les cortaban los muslos y brazos y la cabeza, y aquello comían en fiestas y banquetes; y la cabeza colgaban de unas vigas, y el cuerpo del indio sacrificado no llegaban a él para le comer, sino dábanlo a aquellos bravos animales; pues más tenían en aquella maldita casa muchas víboras y culebras emponzoñadas, que traen en las colas unos que suenan como cascabeles: éstas son las peores víboras que hay de todas, y teníanlas en unas tinajas y en cántaros grandes, y en ellos mucha pluma, y allí tenía sus huevos y criaban sus viboreznos; y les daban a comer de los cuerpos de los indios que sacrificaban y otras carnes de perros de los que ellos solían criar. Y aun tuvimos por cierto que cuando nos echaron de México y nos mataron sobre ochocientos y cincuenta de nuestros soldados e de los de Narváez, que de los muertos mantuvieron muchos días a aquellas fuertes alimañas y culebras, según diré en su tiempo y sazón; y aquestas culebras y bestias tenían ofrecidas a aquellos sus oídos bravos para que estuviesen en su compañía. Digamos ahora las cosas infernales que hacían cuando bramaban los tigres o leones y aullaban los adives y zorros y silbaban las sierpes: era grima oírlo, y parecía infierno. Pasemos adelante, y digamos de los grandes oficiales que tenía de cada género de oficio que entre ellos se usaba; y comencemos por los lapidarios y plateros de oro y plata y todo vaciadizo, que en nuestra España los grandes plateros tienen qué mirar en ello; y destos tenía tantos y tan primos en un pueblo que se dice Escapuzalco, una legua de México; pues, labrar piedras finas y chalchihuites, que son como esmeraldas, otros muchos grandes maestros. Vamos adelante a los grandes oficiales de asentar de pluma y pintores y entalladores muy sublimados, que por lo que ahora hemos visto la obra que hacen, tendremos consideración en lo que entonces labraban; que tres indios hay en la ciudad de México, tan primos en su oficio de entalladores y pintores, que se dicen Marcos de Aquino y Juan de la Cruz y el Crespillo, que si fueran en tiempo de aquel antiguo e afamado Apeles, y de Miguel ángel o Berruguete, que son de nuestros tiempos, les pusieran en el número dellos. Pasemos adelante, y vamos a las indias de tejedoras y labranderas, que se hacían tanta multitud de ropa fina como muy grandes labores de plumas; y de donde más cotidianamente le traían, era de unos pueblos y provincias que está en la costa del norte de cabe la Vera-Cruz que le decían Cotastán, muy cerca de San Juan de Ulúa, donde desembarcamos cuando veníamos con Cortés y ; y en su casa del mismo Montezuma todas las hijas de señores que tenía por amigas, siempre tejían cosas muy primas, e otras muchas hijas de mexicanos vecinos, que estaban como a manera de recogimiento, que querían parecer monjas, también tejían, y todo de pluma. Estas monjas tenían sus casas cerca del gran cu del Huichilobos, y por devoción suya o de otro ídolo de mujer, que decían que era su abogada para casamientos, las metían sus padres en aquella religión hasta que se casaban, y de allí las sacaban para las casar. Pasemos adelante, y digamos de la gran cantidad de bailadores que tenía el gran Montezuma, y danzadores, e otros que traen un palo con los pies, y de otros que vuelan cuando bailan por alto, y de otros que parecen como matachines; y éstos eran para darle placer. Digo que tenía un barrio que no entendían en otra cosa. Pasemos adelante, y digamos de los oficiales que tenía de canteros e albañiles, carpinteros, que todos entendían en las obras de sus casas: también digo que tenía tantos cuantos quería. No olvidemos las huertas de flores y árboles olorosos, y de muchos géneros que dellos tenía, y el concierto y paseaderos dellas, y de sus albercas, estanques de agua dulce, cómo viene una agua por un cabo y va por otro, e de los baños que dentro tenía, y de la diversidad de pajaritos chicos que en los árboles criaban; y que de yerbas medicinales y de Provecho que en ellas tenía, era cosa de ver; y para todo esto muchos hortelanos; y todo labrado de cantería, así baños como paseaderos y otros retretes y apartamientos, como cenadores, y también adonde bailaban e cantaban; e había tanto que mirar en esto de las huertas como en todo lo demás, que no nos hartábamos de ver su gran poder; e así por el consiguiente tenía maestros de todos cuantos oficios entre ellos se usaban, y de todos gran cantidad. Y porque yo estoy harto de escribir sobre esta materia, y más lo estarán los lectores, lo dejaré de decir, y diré cómo fue nuestro capitán Cortés con muchos de nuestros capitanes y soldados a ver el Tatelulco, que es la gran plaza de México, y subimos en el alto cu, donde estaban sus ídolos Tezcatepuca, y su Huichilobos; y ésta fue la primera vez que nuestro capitán salió a ver la ciudad de México, y lo que en ello pasó.
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Capítulo XCI De cómo matando un español se encastillaron en un peñol los que lo mataron con su cacique; y de lo que pasó hasta que se ganó el peñol Al principio todas las cosas que no se entienden se tienen por fáciles y ligeras, mas como descubre lo que es, venimos aborrecer lo que era alegría; y así como los indios de acá estaban hechos a servir con sus personas y haciendas a sus reyes y señores, aunque oían que habían de repartir los cristianos entre sí las provincias, no mostraban de ello sentimiento: porque les parecía que serían más relevados y no serían maltratados ni agraviados. Duróles poco este contento, causa fue no la maldad de ellos, ni poca razón, como les levantan los que quieren justificar lo malo que contra ellos se ha hecho, sino los nuestros, por los tener poco, por la hambre que tenían de plata y oro, la curiosidad en ser servidos, acatados y reverenciados: que les diesen sus hijas y parientas; por otras causas muchas que se fueron descubriendo y que Dios todopoderoso, como juez recto y perfecto se lo demostraba, pues tan poco cuidado se tenía de la conversión de todas estas gentes; donde manó, por estas cosas, que los caciques y curacas hacían grandes exclamaciones, secretamente loaban la gobernación de los incas, decían que supieron conservar en paz y mantener en justicia muchas tierras; armaban sobre esto romances y cantares; hablaban con el demonio pública y abiertamente, los que eran señalados para aquella religión; hacían sacrificios matando muchas ovejas y otras aves para la ofrenda. Aborrecieron a los españoles, deseaban matarlos, y verlos divididos, para sin riesgo, darles muerte. En lo público no manifestaban su pensamiento porque temían, y especialmente viendo a Mango Inga en cadena. Salió del Cuzco un vecino a quien llamaban Pero Martín de Moguer para ir a un pueblo que le habían dado, que creo se llamaba Angocabo, donde llegó en fuerte ventura porque el cacique, con los indios que le pareció, lo mató o mandó matar una noche; y aunque pretendieron tener la muerte secreta no pudieron, porque de los mismos indios, que fueron con el cristiano, volvieron al Cuzco algunos que avisaron a Juan Pizarro de ello; el cual fue a hablar con Mango Inga creyendo que lo había mandado. Nególo, porque no lo mandó, ni lo supo. Salió Gonzalo Pizarro con algunos españoles a castigar a los matadores. Habíanse puesto en cobro en un peñol fortísimo por natura, grande, de rocas, no tenía más que una puerta, cercada con su muralla; hicieron dentro algunas chozas donde pusieron sus mujeres e hijos. Llegado Gonzalo Pizarro, procuró ganar el fuerte, no bastaba mayor poder que el suyo; para ello tornaron bastimento y agua la que pudieron llevar; tantos días estuvo Gonzalo Pizarro sobre ellos que les faltó el agua por donde se dieron a pleitesía. Aquella noche cayó tanta nieve que otro día se vieron con más agua que al principio; afirmaban que Dios, de compasión que tuvo de ellos se la envió. Avisó Gonzalo Pizarro a Juan Pizarro de la fuerza del peñol y de cómo no podía ganarlo; salió del Cuzco con más gente y muchos orejones que le ayudasen: porque decía que por ser aquél el primer cristiano que mataban los indios, convenía hacer en ellos gran justicia para escarmentar a los demás. Como llegó, mandó hacer una manta para subir, tiraron tantos tiros y piedras que la rompieron e hirieron a cinco cristianos y algunos de sus amigos y anaconas. Los del peñol tenían sus velas, cerraban la puerta con peñas crecidas a fuerza de brazos con maromas gruesas y muy recias. Juan Pizarro les amonestó se diesen; no quisieron fiarse de su palabra, y como viese que se pasaba el tiempo sin hacer nada, habló en secreto con los orejones, rogándoles tuviesen tales tratos con los del peñol que él pudiese haberlos en su poder. Los orejones habían venido por mandado del inca, deseaban que los del peñol saliesen con su intención: no porque ellos mostrasen señal de ello, antes respondieron que lo harían. Y dicen que su capitán pudo hablar con los indios del peñol a los cuales esforzó animándoles para que no desmayaran, concertando con ellos que para cierto día, siendo de noche, matarían los caballos de los cristianos, y ellos abajarían a hacer lo mismo de ellos; diciendo por otra parte a Juan Pizarro que le habían pedido seis días de plazo para determinar lo que habían de hacer. Un yanacona alcanzó a saber este trato y dio aviso a Juan Pizarro, el cual con mucho enojo mandó quemar al principal de los orejones, enviando a decir al Cuzco, al que había quedado, en su lugar, que amenazase a Mango Inga por la traición que su capitán y criado intentaba de hacer: Gabriel de Rojas lo hizo. Mango se excusaba de la culpa que le echaba y estando temeroso no le matasen los cristianos sus enemigos: mandó a un valiente capitán orejón llamado Paucara Inga que fuese a juntarse con los cristianos y les ayudase en todo lo que mandasen. Así lo hizo. Juan Pizarro le puso por delante el castigo que había dado al otro. Este, pues, con mucha disimulación habló con los de lo alto y querellándose de los cristianos, pues tenían preso a Mango en cadena, y que por su mandado había venido a les dar favor contra los cristianos. Alegráronse cuando aquello le oyeron y más cuando dijo que traía la hacha sagrada del sol para hacer juramento. Concertaron que la noche siguiente volviese con solamente cuatro indios, de sus más amigos, para que tratasen del modo que los tenían cercados. Paucar Inga se volvió disimuladamente, vio que había tres puertas entre los riscos y rocas del fuerte peñol, las cuales cerraban de noche con peñas atadas con maromas. Habló con Juan Pizarro diciéndole que, porque se hubiese bien con Mango Inga, había de hacer una gran hazaña de la cual sería venturoso salir con la vida, y que mandase que cuatro cristianos se rapasen las barbas y se vistiesen de mantas y camisetas, untándose con aquella mixtura, que poniéndosela, que sea negro, que blanco, todos parecían indios, para que fuesen con él, llevándose secretamente sus espadas, y que él, con los demás cristianos y yanaconas les fuesen siguiendo. Juan Pizarro, confiando de las palabras del orejón por tener al inca preso, mandó que Mancio Serra, Pedro del Barco, Francisco de Villafuerte, Juan Flores fuesen con el indio a le ayudar en lo que había de hacer; apercibiendo a los demás cristianos que con sus armas estuviesen aparejados para ir con él a "la segunda hora" de la noche. Ya habían salido del real el orejón y los cuatro españoles subiendo deyuso de la tierra hacia el peñol con muy gran trabajo por su aspereza, saliendo dende a un rato Juan Pizarro con los españoles para dar favor a Paucar Colla. Los que estaban en el peñol habían unos con otros platicado este negocio, y estaban dudosos no anduviesen en algún trato doble, el orejón. Habíales pesado por le haber dicho que viniese la noche siguiente a verse con ellos. Determinaron que ya que le habían dicho que viniese solamente con cuatro indios, que viesen si era así: porque viniendo más los matasen a todos, y no pasando de aquel número, abriesen la primera puerta de su tan gran fuerza, donde hiciesen quedar a los cuatro que viniesen con el orejón, y abierta la segunda puerta lo tuviesen a él hasta ver la hacha sagrada y cómo se hacían juramentos. Así como lo determinaron lo pusieron por obra enviando sus espías al camino, los cuales volvieron a decir cómo no venían más de Paucar Inga con los cuatro indios: que ya llegaban a lo alto del peñol, llevando el orejón una hachuela de cobre enhastada en un corto palo donde se hacían los juramentos solemnes por el sol sagrado, y debajo de la manta llevaba una porra. Dio una voz para que entendiesen que estaba allí; salieron de lo alto algunos armados y como entrasen por la puerta dejaron los cuatro cristianos barbirrapados, sin consentir que fuesen adelante; y abriendo la otra puerta, quisieron dejar al orejón. Los españoles estaban temerosos, creían que andaban con ellos en traición; temían la muerte, quejándose del orejón, sin razón: porque como sintió que lo querían detener y cerrar la puerta, echando de sí la manta tomó su porra, dio una gran voz, diciendo: "¡Viracochas, huicanas!", que quiere decir: ¡cristianos, venid presto!". Ellos lo hicieron así. Habían herido algunos indios al orejón con la porra: acudieron muchos diciendo que había traición y tantos dieron de los golpes y heridas a Pauca Inga que cayó muerto en el suelo, implorando el favor de los españoles, en su venganza. Los cuatro con sus espadas, animosamente pelearon contra el poder de los indios; ser de noche y estar en lugar tan estrecho les dio la vida. Juan Pizarro con los demás llegaron en su favor, y como viniese la claridad del día y los del peñol viesen a sus enemigos señores de su inexpugnable fortaleza, no así ligeramente se podrá afirmar los clamores, grandes gritos, alaridos que daban, hombres y mujeres, mozos y viejos, muchachos y niños; y como veían relucir las espadas muchos tomaban la muerte voluntaria, se despeñaban por aquellos riscos, dejando los sesos entre los picos nevados de las peñas; y muchos niños tiernos sin sentir la desventura, estando jugando con los pezones de las tetas de sus madres varonilmente se despeñaban, llegando allá lo bajo los cuerpos sin almas. Los españoles habían empezado a herir y matar sin ninguna templanza cortando piernas y brazos, no daban la vida a ninguno; los yanaconas hacían lo mismo: el estruendo de los unos y los otros era grande, y mayor la matanza. Muchos de los indios, con desesperación, tomando sus mujeres e hijos, haciendo les cerrar los ojos, se despeñaban con ellos por las peñas: diciendo, más vale morir con libertad, que no vivir en servidumbre de tan cruel gente. Entre éstos que se despeñaban se notó una hazaña que hizo un principal de muy buena persona y parecer, que fue vertiendo abundancia de lágrimas de sus ojos, nombrando muchas veces a Guaynacapa, tomó una cuerda recia y muy larga con que ató a su mujer y dos hijos, y cinco o seis ovejas, y tres cargas de su ropa y menaje, y dándose al brazo dos o tres vueltas con el cordel, cerrando los ojos, vieron que iba despeñándose tras de sí su compañía, que era gran dolor verlos: y todos ellos se hicieron pedazos. Hartos de matar hombres, los españoles entendieron en el robo y hallaron, a lo que dicen, pocos más de cinco mil castellanos. De consentimiento de todos se dieron a la fábrica de la iglesia del Cuzco, entregándolos a un clérigo que iba allí. Hecho esto castigo, Juan Pizarro entendió en asentar los que habían quedado en el pueblo; y hubo nueva cómo en el Condesuyo habían muerto sus indios a un Juan de Becerril. Con esta nueva determinó partir a castigarlos sin mirar que los indios mataban a sus enemigos, y que si no lo hacían a todos, por no hallarse poderosos para ello.
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Capítulo XCI Que trata de una manera de juego que tienen estos indios de Mapocho y todos los demás en esta comarca Su manera de juego de estos indios es de esta manera: que en el suelo hacen una placita pequeña, y por una parte de ella hacen una raya como una "ce" al derecho y otra "ce" en contra al revés. Y en medio de estas dos "ces", digo en las cabezas, está un hoyuelo pequeño, y por las dos "ces" va por cada una de ellas diez hoyuelos más pequeños. Y ponen por ellos piedras o maíces o palos, de manera que difieren en la color los unos de los otros. Y desde fuera de este circuito hincan una varita de tres palmos y la cabeza de ella cae en medio de este circuito de las "ces". Hacen de una varita de mimbre una "o" atada allí, que será tan grande como una ajorca. Siéntanse los que quieren jugar, que son dos o cuatro compañeros, y no pueden jugar más de cuatro. Y toman cuatro frísoles blancos, porque los hay de muchas colores y por la una parte los tornan negros, y échanlos por de dentro de la mimbre que está en alto, como ajorca que digo. Y en echándolos y en dándose con las manos en el pecho y en el muslo derecho, es todo uno, hablando en alto. Y caen abajo en la placita. Y si caen todos blancos, sube aquel que les echa cuatro casas, subiendo de la casa del cabo, para arriba do está la otra casa que digo que es mayor que éstas. E si echa todos negros, sube tres casas con la misma piedra que anda. Y si echa dos blancos y dos negros, anda una casa. E si echa uno negro o tres blancos, o tres negros e uno blanco, pierde la mano e juega el otro contrario, y sube de la misma manera conforme a lo que echa. Y esta piedra que va caminando por las casas en que están las otras piedras, y si acierta a entrar en la casa mayor que dije de la cabeza de las "ces", pierde la mano. Estando allí gana aquella piedra al contrario. Y hecha ganancia, sale de allí hacia las piedras contrarias y prende a todas en cuantas casas entra con lo que ha echado. Y si estando en la casa grande pierde la piedra, es porque dicen ellos que es aquél el río y que se ahogó. Y torna a jugar con la otra del cabo que queda. Y si se la matan, con la otra del cabo, y ansí juegan. Y el que antes mata y echa fuera de sus casas las diez piedras contrarias, gana el precio que ponen. Y éste es su juego y no tienen otro. Y son muy grandes tahúres, tanto, que muchas veces juegan las mujeres e hijos. Y ellas son muy tahúras de este juego y juegan lo que tienen.
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Que trata del orden que dio Cortés para ir sobre la ciudad de México y el viaje que hizo hasta llegar a la ciudad de Tetzcuco Los maestros y carpinteros a esta sazón andaban muy ocupados, haciendo la tablazón y ligazón necesaria para los bergantines que tenía Cortés ordenado hacer para la conquista de la ciudad de México y como vio que tenían hecho razonable obra, envió a la Veracruz por todo el fierro y clavazón que hubiese, velas, jarcia y otras cosas necesarias para ello y el segundo día de pascua de natividad del dicho año de 1520, hizo alarde y halló cuarenta caballos y quinientos cincuenta peones; repartió a los de a caballo en cuatro cuadrillas y de los peones hizo cuatro capitanías de sesenta peones cada una y porque no se le enfriasen los amigos y sus compañeros echó fama de que quería ir luego a cercar la ciudad de México, con determinación de no alzarse de ella hasta destruirla; de que se holgaron infinito los de Tlaxcalan y los demás sus amigos, porque deseaban mucho vengarse de aquella ciudad que los tenía tiranizados. Hizo a los suyos una larga plática, poniéndoles delante lo que otras veces y rogándoles, que pues habían comenzado a publicar la fe de Cristo nuestro señor entre aquellos gentiles idólatras, no desmayasen hasta que de todo punto hubiesen extirpado la idolatría y las abominaciones con que Dios era tan deservido en nuestras tierras tan ricas; porque demás del premio que les daría en el cielo, se les seguirían en este mundo grandísima honra, riquezas inestimables y descanso para la vejez. Todos le mostraron grandísima voluntad, ofreciéndole las vidas y cuanto tenían y que guardarían inviolablemente ciertas ordenanzas que les constituyo convenientes al servicio de Dios y ley que profesaban, que eran todas cosas santísimas y de buen cristiano capitán. Hizo después otro razonamiento largo a la señoría de Tlaxcalan y todos los de ella y otros amigos que allí se hallaban le ofrecieron sus vidas y haciendas para la guerra de México. Antes que Cortés saliera de Tepeyácac, por ver si el rey de Tetzcuco (que a la sazón era Coanacochtzin) le era amigo, despachó a un caballero llamado Huitzcacamatzin, natural de aquesta ciudad, deudo suyo de los que fueron con Cortés a la retirada de Tlaxcalan, enviando a decir al rey Coanacochtzin que tenía presupuesto de seguir en la guerra hasta sojuzgar a los mexicanos y que así le hacía saber su última determinación para que tuviese por bien de admitirle en su reino, sin dar lugar a que hubiese ningunas contiendas, pues desde el principio él y los de su reino se habían dado de paz al rey don Carlos su señor y otras muchas razones, sólo a fin de traerse a su amistad, porque con esto fácilmente desde la ciudad de Tetzcuco podía sitiar la de México y tener las espaldas seguras. Despachado que fue Huitzcacamatzin, dio su embajada a Coanacochtzin y como era del bando de los mexicanos no le quiso oír, sino que antes lo mandó hacer pedazos y viendo Cortés que se detenía Huitzcacamatzin, despachó segundo mensajero y para que fuese creído y con su autoridad se despachase con brevedad, acordó de enviar a Tocpacxochitzin y por otro nombre Cuicuitzactzin (uno de los cuatro infantes, hijo del rey Nezahualpiltzintli, que se dieron en rehenes a Cortés), el cual llegado que fue a la ciudad de Tetzcuco y dada su embajada al rey su hermano, hizo con él lo mismo que con el primero mensajero Huitzcacamatzin. Ixtlilxóchitl por grandes inconvenientes que halló en la ciudad y en lo más del reino de Tetzcuco desde la rebelión de los mexicanos y retirada de Cortés, se estuvo en unas labranzas que tenía en términos de Tepepulco, una de las provincias que le eran sujetas y cuando supo que Coanacochtzin su hermano había matado los dos mensajeros de Cortés y que le impedía la entrada en su reino, se vino a la ciudad de Tetzcuco, sólo a fin de oponerse y favorecer a Cortés y llegó a tiempo que ya estaba de partida y apercibiéndose en Tlaxcalan. Salió de ella en nombre de Dios, día señalado de los Inocentes del año de mil quinientos veinte, con veinte mil hombres de guerra de los amigos y siguiendo la relación de Tlaxcalan que tengo citada, fue por el camino de Tetzmelocan que va a salir a Tlepehuacan, con tan buen pie, que sin acontecerle ningún desmán al pie de la sierra, llegó en las vertientes de agua; y en la parte referida, Tlepehuacan, le salió a recibir Ixtlilxóchitl, dándole en señal de paz y confirmación de la amistad antigua, un pendón de oro, dándole la bienvenida y rogándole se fuese a la ciudad de Tetzcuco, que allí sería servido y regalado; que le pesaba mucho de sus trabajos, de los bandos y rebeliones que habían causado sus tíos y deudos los señores mexicanos y los que seguían su bando y que por esta causa hallaba que el rey su hermano y los de su corte tuviesen alguna culpa, pero que los perdonase, que en su nombre vendría a disculparos y ofrecérsele en su servicio. Mucho se holgó Cortés de ver a Ixtlilxóchitl y recibióle en nombre de su hermano con tanto amor que era lo más que él deseaba. Aquel día hicieron noche en Coatépec, sujeto a la ciudad de Tetzcuco y otro día lunes, último de diciembre, fueron siguiendo su camino hasta entrar en la ciudad de Tetzcuco, en donde fueron aposentados Cortés y los suyos por Ixtlilxóchitl y se les dio todo lo necesario; mas el rey sabiendo que Cortés traía queja de que hubiesen muerto cuarenta y cinco españoles y trescientos tlaxcaltecas por orden, y que les habían quitado los despojos que llevaban de la ciudad de México y que podía redundarle algún daño de esto y de otras cosas y porque siempre fue del bando de los mexicanos, luego aquella tarde se embarcó con todos los señores y caballeros que eran de su opinión; llevando consigo sus haciendas y mujeres se fueron a la ciudad de México, desamparando la de Tetzcuco, con cuyo desmán los ciudadanos se comenzaron a alborotar, entrándose unos tras del rey por la laguna y otros por la montaña, quedándose solo y desamparado Ixtlilxóchitl deteniendo la gente y esto no se pudo hacer, sin que Cortés y los suyos lo echasen de ver y así visto el desmán que había, entendiendo que había algún trato doble, quiso saquear la ciudad y castigar a los que la alborotaban. Ixtlilxóchitl le detuvo y fue a la mano, rogándole que mirase y se condoliese de la gente mísera y sin culpa y por mucho que hizo; todavía los tlaxcaltecas y otros amigos que Cortés traía, saquearon algunas de las casas principales de la ciudad y dieron fuego a lo más principal de dos palacios del rey Nezahualpiltzintli, de tal manera que se quemaron todos los archivos reales de toda la Nueva España, que fue una de las mayores pérdidas que tuvo esta tierra, porque con esto toda la memoria de sus antiguallas y otras cosas que eran como escrituras y recuerdos, perecieron desde este tiempo; la obra de las casas era la mejor y la más artificiosa que hubo en esta tierra. Habiéndose aquietado la ciudad y despachado a los tlaxcaltecas y nuexotzincas y otros amigos para sus tierras, en Tlepehuacan (que es a la subida de la sierra), los ejércitos mexicanos les dieron alcance y mataron a muchos de ellos y si no tuvieran socorro de Cortés, lo pasaran muy mal y así el socorro los puso hasta las vertientes de Texmelocan, desde donde fueron seguros a sus casas. Cortés teniendo gran voluntad a Tecocoltzin (que había quedado solo de los cuatro infantes hijos del rey Nezahualpiltzintli que le dieron en rehenes), le nombró por señor de aquella ciudad y Ixtlilxóchitl se holgó e hizo que todos lo reconociesen y respetasen, pues su hermano el rey había desamparado la ciudad y a él no le estaba a cuento, conforme a su reputación y honra, gobernarla estando vivo su hermano, porque le tendrían por tirano; mas con todo, el reino siempre a él le reconoció por cabeza principal. Según las relaciones y pinturas de la provincia de Chalco parece que los señores y principales de ella, que eran Omacatzin, Itzcahuetzin, Necuametzin, Quetzalcoatzin, Zitlaltzin, Yaoxiuhcatzin y otros, se juntaron y trataron de lo que se debía hacer en razón de si recibirían de paz a Cortés y a los suyos, o si juntarían sus gentes en favor de los mexicanos, para lo cual enviaron a la ciudad de Tetzcuco por sus embajadores a Zitlaltzin y Yaoxiuhcatzin, a que de su parte se informasen de Ixtlilxóchitl de lo que debían hacer. Ixtlilxóchitl habiendo oído su embajada, les dijo que dijesen a los señores de la provincia de Chalco, que de ninguna manera levantasen armas contra Cortés y sus compañeros, porque sería muy gran mengua y afrenta de su provincia si tal hiciesen; sino que antes procurasen el bien y favor de los cristianos y que se quietasen todos y de paz recibiesen la santa fe católica. Vista por los señores de Chalco la determinación de Ixtlilxóchitl, luego enviaron otros mensajeros a Cortés, dándosele por amigos. Asimismo se redujeron algunos pueblos que habían estado de la parte del rey Coanacochtzin, como fueron Otumpan, Huexutla, Coatlichan, Chimalhuacan y Atenco, con que de todo punto el reino de Tetzcuco quedó de la parte de Ixtlilxóchitl en favor de Cortés y de los suyos y echaron de sus tierras y términos los ejércitos mexicanos, yendo donde fue necesario algunos españoles en su favor para el efecto, como el capitán Gonzalo de Sandoval que vino en favor de los de la provincia de Chalco, hasta que de todo punto echaron de sus tierras y términos a los mexicanos. Estuvo Cortés pertrechándose en la ciudad de Tetzcuco de todo lo necesario para sitiar y sujetar la ciudad de México e hizo traer la tablazón y ligazón que había dejado en la ciudad de Tlaxcalan para los bergantines, sin la que se cortó en la ciudad de Tetzcuco para el efecto en uno de los bosques de los reyes de ella, que los de la provincia de Tolantzinco plantaron en tiempo de Nezahualcoyotzin; con que hubo bastantísima madera y se comenzaron a aderezar y armar los bergantines y para poderlos sentar en la laguna, por traza y orden de Cortés, mandó hacer Ixtlilxóchitl una zanja profunda que tenía más de media legua de longitud, con la profundidad necesaria, que corría desde dentro de los jardines y palacios del rey Nezahualcoyotzin su abuelo, hasta dentro de la laguna y para esta obra mandó, que en cincuenta días que duró trabajasen un xipiuipil, que son ocho mil hombres cada día y que éstos fuesen hombres suficientes para la milicia, que fue un tanteo sólo por ver qué cantidad de gente podía poner en campaña de sola una provincia de Tetzcuco, la que se llama Aculhuacan y halló doscientos mil hombres por copia, de que se holgó mucho, para las ocasiones que se habían de ofrecer en favor de los cristianos y dio de ello parte a Cortés, que no menos se holgó de ver el gran poder que el reino de Tetzcuco tenía, pues de sólo lo que era parte de la nación aculhua se podían poner doscientos mil hombres en campaña. Asimismo hizo juntar todos los bastimentos que fueron necesarios para sustentar el ejército y guarniciones de gente que andaban en favor de Cortés y así hizo traer a la ciudad de Tetzcuco el maíz y fríjoles que había en los trojes y graneros de las provincias sujetas al reino de Tetzcuco y fortaleció muy bien esta ciudad y particularmente las casas y grandes palacios de su abuelo el rey Nezahualcoyotzin, que era en donde posaban Cortés y los suyos, para que si acaso los mexicanos los vencían, viniesen a guarecerse en ella. Por otra parte el rey Quauhtémoc, Coanacochtzin y Tetlepanquetzaltzin sus aliados, con mucha diligencia y cuidado se pertrechaban y fortalecían en su ciudad, de gente, vituallas y todo lo necesario para defenderse de sus enemigos y aun ofenderlos si pudiesen; y así andaban sus embajadores requiriendo a todos los señores que eran de su bando y los que habían atraído a su voluntad, que (corno atrás queda referido) fue uno de ellos el rey de Michoacan, que era poderosísimo y su gente muy belicosa y si Dios por su infinita misericordia no guiara las cosas de Cortés por su mano, sin duda que con el favor y ayuda de este rey, no consiguiera su intento; mas hizo Dios un caso milagroso y fue que cuando fueron a ver la primera vez los embajadores de estos reyes al de Michoacan, Tangajuan, le dieron por extenso relación de lo que Cortés y los suyos habían hecho con los de Cholula y el capitán Pedro de Alvarado con los de México, tratándolos de crueles y tiranos, que se alzaban con los estados y señoríos; se halló presente la hermana del rey y oyendo decir las crueldades que los embajadores significaban de Cortés y de los suyos y teniendo por cosa cierta profetizada por sus mayores, que los de esta nación habían de poseer y ser señores de la tierra, desesperadamente por no oírlos ni verlos, se dejó morir de hambre y fallecida que fue, como era costumbre en aquella tierra a los reyes y grandes señores meterlos en un sótano del templo mayor, velarlos allí ciertos días y al cabo de ellos quemarles el cuerpo y guardar sus cenizas, haciendo con ella la misma ceremonia como hermana que era del rey, al cabo de cuatro días que había fallecido, resucitó y mandó a los que la velaban llamasen al rey su hermano, que tenía negocios graves que comunicar con él, muy importantes al bien de todo su reino y de sus súbditos y vasallos; de que quedaron todos espantados y admirados y fueron a llamar al rey, al cual venido que fue le dijo, que se quietase, no se alborotase y con toda atención le escuchase todas las cosas que de parte del verdadero Dios señor del cielo y de la tierra le quería anunciar y revelar y estando el rey su hermano atento, le dijo, que luego de parte de Dios le mandaba dejase las armas y despidiese las gentes que tenía juntas en dos llanos que llaman de Avallos, para ir a favorecer a los de México, porque de ninguna manera convenía impedir la entrada de aquellas nuevas gentes que venían a plantar la ley del verdadero Dios y que antes procurase admitirlos y recibirlos de paz en su reino, para que asimismo en él se plantase esta ley y fuese conocido y adorado este Dios y que en testimonio de todo (demás del gran milagro que había usado con ella en resucitarla y darla otros quince años de vida), el día de la feria principal de la ciudad que era cabeza de su reino, vería por la religión del aire venir por la parte del oriente un mancebo con una luz en la una mano que excedería a la del sol y en la otra una espada que era la arma que esta nación recién venida usaba y pasando por encima de la ciudad iría a perderse por la de occidente y que de ninguna manera porfiase en ser contra esta nación que traía por d tensa y amparo una cruz, que todos los enemigos en viéndola se le rendían y que ella había visto el lugar donde iban a parar todos los que no conocían al verdadero Dios, que era de penas intolerables y eternas, donde estaban todos sus padres y abuelos padeciendo y asimismo vio la gloria donde estaban gozando de la presencia de este Dios todos aquellos que se salvaban, mediante la fe y ley que estas nuevas gentes traían. El rey Tangajuan quedó admirado de oír todas estas razones y ver a su hermana resucitada hasta la visión que le dijo y así dejó las armas y no quiso socorrer a los mexicanos, despidiendo doscientos mil hombres que había juntado en campaña para irlos a socorrer, que los cien mil eran michoaques que llaman tarascos y los otros cien mil eran los teochichimecas, gente la más belicosa que ha habido en esta Nueva España. Todo esto que aquí se ha escrito fue sacado de las relaciones y pinturas del reino de Michoacan, y se lo oí contar muchas veces a don Constantino Huitzimengari, nieto de este rey, que era cacique y señor de aquella provincia.
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Del río de Apurima y del valle de Xaquixaguana, y de la calzada que pasa por él, y lo que más hay que contar hasta llegar a la ciudad del Cuzco Adelante está el río de Apurima, que es el mayor de los que se han pasado desde Caxamalca, hacia la parte del Sur, ocho leguas del de Abancay; el camino ya va bien desechado por las laderas y sierras, y debieron de pasar gran trabajo los que hicieron este camino en quebrantar las piedras y allanarlo por ellas, especialmente cuando se abaja por él al río, que va tan áspero y dificultoso este camino que algunos caballos cargados de plata y de oro han caído en él y perdido, sin lo poder cobrar. Tiene dos grandes pilares de piedra para poder armar la puente. Cuando yo volví a la ciudad de los Reyes después que hubimos desbaratado a Gonzalo Pizarro pasamos este río algunos soldados, sin puente, por estar desecha, metidos en un cesto cada uno por sí, descolgándonos por una maroma que estaba atada a los pilares de una parte a otra del río, más de cincuenta estados: que no es pequeño espanto ver lo mucho a que se ponen los hombres que por las Indias andan. Pasado este río se ve luego dónde estuvieron los aposentos de los ingas, y en donde tenían un oráculo, y el demonio respondía (a lo que los indios dicen) por el troncón de un árbol, junto al cual enterraban oro y hacían sus sacrificios. Deste río de Apurima se va hasta llegar a los aposentos de Limatambo, y pasando la sierra de Bilcaconga (que es donde el adelantado don Diego de Almagro, con algunos españoles, tuvo una batalla con los indios antes que se entrase en el Cuzco) se llega al valle de Xaquixaguana, el cual es llano, situado entre las cordilleras de sierras. No es muy ancho ni tampoco largo. Al principio dél es el lugar donde Gonzalo Pizarro fue desbaratado, y juntamente él, con otros capitanes y valedores suyos, justiciado por mandado del licenciado Pedro de la Gasca, presidente de su majestad. Había en este valle muy suntuosos aposentos y ricos, adonde los señores del Cuzco salían a tomar sus placeres y solaces. Aquí fue también donde el gobernador don Francisco Pizarro mandó quemar al capitán general de Atabaliba, Chalicuchima. Hay deste valle a la ciudad del Cuzco cinco leguas, y pasa por él el gran camino real. Y del agua de un río que nace cerca deste valle se hace un grande tremedal hondo, y que con gran dificultad se pudiera andar si no se hiciera una calzada ancha y muy fuerte, que los ingas mandaron hacer, con sus paredes de una parte y otra, tan fijas, que durarán muchos tiempos. Saliendo de la calzada, se camina por unos pequeños collados y laderas hasta llegar a la ciudad del Cuzco. Antiguamente fue todo este valle muy poblado y lleno de sementeras, tantas y tan grandes, que era cosa de ver, por ser hechas con una orden de paredes anchas; y con su compás algo desviado salían otras, habiendo distancia en el anchor de una y otra para poder sembrar sus sementeras de maíz y de otras raíces que ellos siembran. Y así, estaban hechas desta manera, pegadas a las haldas de las sierras. Muchas destas sementeras son de trigo, porque se da bien. Y hay en él muchos ganados de los españoles vecinos de la antigua ciudad del Cuzco. La cual está situada entre unos cerros, de la manera y forma que en el siguiente capítulo se declara.
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Capítulo XCI En que se pone una ficción y suceso de un pastor Acoytapia, con Chuquillanto hija de el Sol Por concluir con las relaciones tocantes a estos indios, y sucesos que los antiguos cuentan de algunos de que ellos hacen memoria, para pasar adelante a las ceremonias y costumbres de este Reino, quiero poner en este lugar una ficción de que algunos hacen mucho caso y muestran memorias de ella. No muy lejos de la ciudad del Cuzco, que son unos cerros llamados Saua Siray y Pitusiray, que están junto a los pueblos de Guaillabamba y Calaca, en que dicen se convirtieron un pastor, por nombre Acoitapia, y una ñusta de las que estaban consagradas al Sol, llamada Chuquillanto, y lo tienen por tradición. En esta cordillera y sierra nevada, que está encima del valle de Yucay (cuatro leguas del Cuzco), famoso por sus muchas huertas y recreaciones llamada Saua Siray, guardaba el ganado blanco del sacrificio, que los Yngas ofrecían al Sol. Un indio, natural de los Lares, llamado Acoitapia, el cual mozo, dispuesto y de gallardo entendimiento, andaba tras su ganado todo el día, y cuando el ganado descansaba, también el pastor lo hacía tocando una flauta suave y dulcemente, en que era muy diestro, no sintiendo cosa que le diese pena, ni que le alterase su contento con disgustos ni pesares, de cuidados propios ni ajenos. Sucedió un día, cuando con más descuido estaba tocando la flauta, y recreándose con los acentos de ella, una cosa que de todo punto le metió en hartos cuidados, y fue que a él llegaron las dos hijas del Sol, que en toda la Sierra tenían lugares donde acogerse y guardas en todos los contornos. Podían estas hijas del Sol espaciarse por toda la Sierra, y regocijarse en los prados y fuentes de ella, pero en llegando la noche se recogían a su casa, en cuya entrada las guardas y porteros las miraban, y cataban si llevaban alguna cosa que dañar las pudiese. Llegaron súbitamente adonde el pastor cantaba, preguntándole por el ganado y el pasto dónde lo traía. Como llegaron de repente al pastor, y él nunca las había visto, quedó admirado de tan rara belleza y hermosura; como eran dotadas las dos ñustas, y turbado se hincó de rodillas delante de ellas, entendiendo que no eran cosa humana, ni en el ser humano cabía tanta belleza, y con la turbación no les respondió palabra. Ellas, conociendo en su semblante lo que en su pecho tenía, le dijeron que no temiese, que ellas eran las hijas del Sol, tan celebradas en toda aquella Sierra y, por más asegurarle, le tomaron del brazo haciéndole que se sentase y preguntándole otra vez por su ganado. El venturosos pastor, alentado con la afabilidad de las ñustas, se levantó, besándoles las manos, y de nuevo admirándose de la hermosura y donaire de ellas y, a lo que le preguntaron, respondió con unas razones tan poco compuestas, causado del espanto y novedad, que ellas también se espantaron de ello. Y la mayor, llamada Chuquillanto, que de la gracia y disposición de Acoitapia se había pagado, y aun aficionado extrañamente, por entretenerse le hizo diversas preguntas, cómo era su nombre, de dónde era natural y quién eran sus parientes. A todo satisfizo el pastor, algo más asegurado. Estando en estas razones, puso Chuquillanto los ojos en un tirado de plata que el pastor tenía encima de la frente, llamado entre los indios canipu, el cual resplandecía y hacía unos visos graciosos, y vio en el pie dos aradores muy sutiles y, mirándolo de más cerca, vio que los aradores estaban comiendo un corazón. Agradada de ello le preguntó Chuquillanto que cómo se llamaba aquel tirado de plata, Acoitapia le respondió que se llamaba Utussi, el cual vocablo hasta ahora no se ha podido alcanzar su verdadera significación, y es de notar que lo que comúnmente llaman canipu él le dijese se nombraba Utussi. La ñusta, habiéndolo visto muy despacio, se lo volvió y aún con él su corazón, y se despidió del pastor, llevando muy en la memoria el nombre del plumaje y el de los aradores. Iba pensando cuán delicadamente estaban dibujados, y al parecer vivos, comiendo el corazón y aún a ella se lo roían y consumían. Y en todo el discurso del camino no trató otra cosa con su hermana sino de la gentileza y talle de el pastor, y la mucha gracia con que tocaban su flauta y de sus razones, hasta que llegaron a sus palacios y morada, donde las ñustas hijas del Sol tenían su habitación. A la entrada, los porteros y guardas las cataron y miraron con diligencia si llevaban alguna cosa consigo, porque refieren que, algunas veces, sucedió a algunas ñustas de aquéllas llevar a sus galanes metidos en los chumpis, que aca llamamos fajas, y otras en las cuentas de las gargantillas que se ponían en las gargantas, y recelosos de esto los porteros las miraban con mucho cuidado. Entradas en los palacios hallaron las mujeres del Sol que las aguardaban para cenar, teniendo guisadas muchas diferencias de comidas, que ellas usaban en ollas de fino oro. Chiquillanto, con el desasosiego que en su corazón llevaba, no quiso cenar con su hermana y las demás, sino luego se metió en su aposento, diciendo que venía molida y cansada de andar por la sierra, y a la verdad la memoria del pastor la molía y fatigaba más que el cansancio, que de muy buena gana tornara salir luego y andar por la sierra, a trueque de gozar de su vista. Las más cenaron y Chuquillanto, retirada en su aposento, un tan solo punto no podía sosegar, que el corazón ardía en vivas llamas, y con la soledad las aumentaba y crecían a más andar, y ya deseaba el día, y la noche le parecía larga y penosa. Luchando con el nuevo amor, y con la tuerza que en su pecho hacía por desecharlo al principio, se quedó dormida con algunas lágrimas que bañaban su rostro. Había en esta morada, dedicada a solas las hijas y mujeres del Sol, palacios grandes y suntuosos, y en ellos infinitos aposentos ricamente labrados, y en ellos vivían las mujeres e hijas del Sol dichas, traídas de las cuatro provincias sujetas al Ynga, y en que dividió su extendido reino, llamadas Chichai Suyo, Conti Suyo y Colla Suio y Ante Suyo. Y para estas cuatro diferencias de mujeres había cuatro fuentes de agua clara y cristalina, que salían y traían su curso de las cuatro partes dichas, y en esa fuente se bañaban las naturales de la parte donde corría. Llamábanse las fuentes la de Chinchai Suio, que estaba a la parte del occidente, Sulla Puquío, que significa fuente de guijas, y la otra se llamaba Llullu Chapuquío, que significa fuente de ovas, y estaba a la parte oriental, que se dice Colla Suio; la otra, hacia la parte de septentrión, se decía Ocorura Puquío, fuente de berros, que es Conte Suio, y la de hacia el mediodía se llamaba Siclla Puquío, que quiere decir fuente de ranas, que es Anti Suyo. En estas fuentes se bañaban las que hemos dicho que dedicadas al sol moraban en aquella casa. La hermosa Chuquillanto, metida en un profundo sueño, parecíales que veía un ruiseñor volar y mudarse de un árbol en otro, cantando suavemente, y con su dulce armonía la entretenía y, después de haber cantado, se le vino a poner en sus faldas, y la empezó a hablar, diciéndole que era la causa porque estaba triste y a ratos suspirando, que no tuviese pena ni imaginase en cosa que se la pudiese causar; y la ñusta le respondía que sin duda muy presto acabaría su vida, si no le daba remedio a su mal, y el ruiseñor le respondió que él se le daría muy conforme a su gusto, que le dijese la ocasión de su tristeza, a lo cual Chuquillanto, brevemente, le decía el mucho amor que había cobrado al pastor Acoitapia, guarda del ganado blanco de su padre el Sol, y que muy presto vería su muerte si no le veía y, por otra parte, si fuese sentida de las mujeres de el Sol, su padre, la mandaría matar su padre. Entonces el ruiseñor le dijo que no le causase aflicción aquello, que se levantase y pusiese en medio de las cuatro fuentes y allí cantase lo que más en memoria tenía, y que si las cuatro fuentes concordasen en el canto, respondiéndole lo mismo que ella cantase, que seguramente podía hacer lo que quisiese. Y diciendo esto el ruiseñor se fue y la ñusta, despavorida, despertó espantada del sueño y, a grandísima prisa, se comenzó a vestir y, como toda la gente de la casa estuviese en profundo sueño sepultada, tuvo lugar, sin ser sentida, de levantarse, y fuese y púsose en medio de las cuatro fuentes y empezó a cantar, acordándose de los aradores y tirado de plata en el cual estaban comiendo el corazón, que dijimos, y decía suavemente, micuc, usutu, cuyuc, utussi cusin, que significa: arador que estás comiendo el utussi que se menea dichoso es, y luego comenzaron las cuatro fuentes, unas y otras, a decirse lo mismo a gran prisa, respondiendo a la ninfa con mucha conformidad y consonancia, de que la ñusta quedó contentísima, pareciéndole que no había más que desear, pues todo correspondía a su deseo y las fuentes se le mostraban favorables. Así se volvió a su aposento lo poco que de la noche quedaba, deseando la luz del día por ver a su querido pastor Acoitapia.