Cómo huyeron los indios que estaban presos en las naves, y el Almirante supo de la derrota de los de tierra Mientras sucedían en tierra estas cosas, pasaron diez días, los cuales estuvo el Almirante con gran desvelo y sospecha de lo que hubiese acaecido, esperando de hora en hora que sosegase el tiempo para enviar la otra barca a saber el motivo de la tardanza de la primera; pero siéndonos contraria en toda la fortuna, no quiso que supiésemos los unos de los otros, y aun por aumentar el trabajo, sucedió que los hijos y parientes del Quibio, que teníamos presos en la nave Bermuda para traerlos a Castilla, pudieron libertarse del modo siguiente: Por la noche los metían debajo de cubierta, y por estar la escotilla tan alta que los presos no podían llegar a ella, se olvidaron los guardas de cerrarla por la parte de arriba, con cadenas, porque allí encima dormían algunos marineros; esto motivó el que procurasen huir los indios; para ello recogieron poco a poco todos los cantos del lastre, los pusieron debajo de la escotilla, haciendo un gran montón, y luego, todos juntos subidos en él, empujando con las espaldas, abrieron una noche, a viva fuerza, la escotilla, derribando los que dormían encima; y saliendo fuera, prontamente, algunos de los principales indios se echaron al agua; mas, por haber concurrido la gente al ruido, no pudieron hacerlo muchos otros. Habiendo luego cerrado la escotilla los marineros con la cadena, hicieron mejor la guardia; por lo que, desesperados los que no se habían podido escapar con sus compañeros, amanecieron ahorcados con las cuerdas que pudieron haber; estaban colgados con los pies y las rodillas en el suelo y en el lastre de la nave, pues no había tanta altura que pudieran levantarse más; de modo que todos los presos de aquel navío huyeron o se mataron, "que aunque la falta de aquellos muertos e idos no hiciese en los navíos mucho daño, parecía que, demás de acrecentarse las desdichas podría a los de tierra recrecerse, que porque quizá el cacique o señor Quibia, por razón de haber sus hijos, holgara de tomar paz con los cristianos, y viendo que no había prenda por quien temer, les haría más cruda guerra". Hallándonos con tantos daños y desgracias muy atribulados y a discreción de las amarras con que estábamos surtos, sin saber nada de los de tierra, no faltó quien se atreviese a decir, que, pues aquellos indios, para salvar solamente la vida, se habían arriesgado a echarse al mar, a más de una legua de distancia de tierra, ellos por salvarse a si mismos y a tanta gente, se arriesgarían a tomar tierra nadando, si con la barca que quedaba, que era de la nave Bermuda, los llevaban hasta donde las olas no rompían. Sólo había aquella barca, porque la barca de la Vizcaína, ya hemos dicho que se perdió en el combate, y en todos los tres navíos no había más que la referida, para sus necesidades. Viendo el Almirante el buen ánimo de estos marineros, convino en que ejecutasen su ofrecimiento, y la mencionada barca los llevó hasta un tiro de arcabuz de tierra, en parte a la que no podían arrimarse fuera de riesgo, a causa lo recio de las olas que rompían contra la playa; desde aquí se echó al agua Pedro de Ledesma, piloto de Sevilla, y con buen ánimo, ya encima, ya debajo de las olas, llegó finalmente a tierra, donde supo el estado de les nuestros, y oyó decir, a todos, unánimes, que de ningún modo querían quedar vendidos y sin remedio, como estaban, suplicando al Almirante que no se fuera sin recogerlos, porque dejarlos era tanto como condenarlos a muerte, y más entonces que, con las sediciones entre ellos no obedecían al Adelantado, ni a los capitanes, y que todo su estudio y aplicación era ponerse en orden para, cuando abonanzase, tomar alguna canoa y embarcarse; pues con una barca sola que les había quedado no podían hacer esto cómodamente; y que si el Almirante no los acogía en la nave que le había quedado, procurarían salvar las vidas y ponerse al arbitrio de la fortuna antes que estar a la discreción de la muerte que aquellos indios, como crueles carneceros, quisiesen darles. Con esta respuesta volvió Pedro de Ledesma a la barca que le esperaba, y de allí a los navíos, donde contó al Almirante lo que sucedía.
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Cómo echamos los dos bergantines al agua, y cómo el gran Montezuma dijo que quería ir a cazar; y fue en los bergantines hasta un peñol donde había muchos venados y caza; que no entraba a cazar en él persona ninguna, con grave pena Como los dos bergantines fueron acabados de hacer y echados al agua, y puestos y aderezados con sus jarcias y mástiles, con sus banderas reales e imperiales, y apercibidos hombres de la mar para los marear, fueron en ellos al remo y vela, y eran muy buenos veleros. Y como Montezuma lo supo, dijo a Cortés que quería ir a caza en la laguna a un peñol que estaba acotado, que no osaban entrar en él a montear por muy principales que fuesen, so pena de muerte; y Cortés le dijo que fuese mucho en buen hora, y que mirase lo que de antes le había dicho cuando fue a sus ídolos, que no era más su vida de revolver alguna cosa, y que en aquellos bergantines iría, que era mejor navegación ir en ellos que en sus canoas y piraguas, por grandes que sean; y el Montezuma se holgó de ir en el bergantín más velero y metió consigo muchos señores y principales, y el otro bergantín fue lleno de caciques y un hijo de Montezuma, y apercibió sus monteros que fuesen en canoas y piraguas. Cortés mandó a Juan Velázquez de León, que era capitán de la guarda, y a Pedro de Alvarado y a Cristóbal de Olí fuese con él, y Alonso de Ávila con doscientos soldados, que llevasen gran advertencia del cargo que les daba, y mirasen por el gran Montezuma; y como todos estos capitanes que he nombrado eran de sangre en el ojo, metieron todos los soldados que he dicho, y cuatro tiros de bronce con toda la pólvora que había, con nuestros artilleros, que se decían Mesa y Arvenga, y se hizo un toldo muy emparamentado, según el tiempo; y allí entró Montezuma con sus principales; y como en aquella sazón hizo el viento muy fresco, y los marineros se holgaban de contentar y agradar a Montezuma, mareaban las velas de arte que iban volando, y las canoas en que iban sus monteros y principales quedaban atrás, por muchos remeros que llevaban. Holgábase el Montezuma y decía que eran gran maestría la de las velas y remos todo junto; y llegó el peñol, que no era muy lejos, y mató toda la caza que quiso de venados y liebres y conejos, y volvió muy contento a la ciudad. Y cuando llegábamos cerca de México mandó Pedro de Alvarado y Juan Velázquez de León y los demás capitanes que disparasen el artillería, de que se holgó mucho Montezuma, que, como le veíamos tan franco y bueno, le teníamos en el acato que se tienen los reyes destas partes, y él nos hacía lo mismo. Y si hubiese de contar las cosas y condición que él tenía de gran señor, y el acato y servicio que todos los señores de la Nueva-España y de otras provincias le hacían, es para nunca acabar, porque cosa ninguna que mandaba que le trajesen, aunque fuese volando, que luego no le era traído; y esto dígolo porque un día estábamos tres de nuestros capitanes y ciertos soldados con el gran Montezuma, y acaso abatióse un gavilán en unas salas como corredores por una codorniz; que cerca de las casas y palacios donde estaba el Montezuma preso, estaban unas palomas y codornices mansas, porque por grandeza las tenía allí para criar el indio mayordomo que tenía cargo de barrer los aposentos; y como el gavilán se abatió y llevó presa, viéronlo nuestros capitanes, y dijo uno dellos, que se decía Francisco de Acevedo "el pulido", que fue maestresala del almirante de Castilla: "¡Oh qué lindo gavilán, y qué presa hizo, y tan buen vuelo tiene!". Y respondimos los demás soldados que era muy bueno, y que había en estas tierras muchas buenas aves de caza de volatería; y el Montezuma estuvo mirando en lo que hablábamos, y preguntó a su paje Orteguilla sobre la plática, y le respondió que decíamos aquellos capitanes que el gavilán que entró a cazar era muy bueno, e que si tuviésemos otro como aquel que le mostrarían a venir a la mano, y que en el campo le echarían a cualquier ave, aunque fuese algo grande, y la mataría. Entonces dijo el Montezuma: "Pues yo mandaré ahora que tomen aquel mismo gavilán, y veremos si lo amansan y cazan con él." Todos nosotros los que allí nos hallamos le quitamos las gorras de armas por la merced; y luego mandó llamar sus cazadores de volatería, y les dijo que le trajesen el mismo gavilán; y tal maña se dieron en le tomar, que a horas del Ave-María vienen con el mismo gavilán, y le dieron a Francisco de Saucedo, y le mostró al señuelo; y porque luego se nos ofrecieron cosas en que iba más que la caza, se dejará aquí de hablar de ello. Y helo dicho porque era tan gran príncipe, que no solamente le traían tributos de todas las más partes de la Nueva-España, y señoreaba tantas tierras, y en todas bien obedecido, que aun estando preso, sus vasallos temblaban de él, que hasta las aves que vuelan por el aire hacía tomar. Dejemos esto aparte, y digamos cómo la adversa fortuna vuelve de cuando en cuando su rueda. En aqueste tiempo tenían convocado entre los sobrinos y deudos del gran Montezuma a otros muchos caciques y a toda la tierra para darnos guerra y soltar al Montezuma, y alzarse algunos dellos por reyes de México; lo cual diré adelante.
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Capítulo XCIX Que trata de cómo el gobernador fundó la ciudad de Santiago, digo de la Concepción, en el sitio donde estaba el fuerte Habiendo salido a correr la tierra el maestre de campo Pedro de Villagran y el capitán don Cristóbal de la Cueva y el capitán Diego Oro, cada uno por su parte con gente, traían de paz muchos caciques y prencipales. Y en este noble exercicio se ocuparon estos capitanes y conquistadores todo el invierno, que no es poco trabajo. Pues viendo el gobernador al fin de las aguas y entrada de la primera vez, que habían venido de paz y venían muchos caciques y servían con sus indios, acordó con ellos y con los españoles hacer un fuerte en una cuadra de cuatro solares. Y para hacello convino trazar la ciudad en el sitio donde estaba hecho el fuerte. Y fundóla e intitulola la ciudad de la Concepción. Y formó cabildo y justicia y regimiento, y puso en la plaza una picota. Y en esta sazón andaban los españoles sacando de la mar en la playa mucha piedra y la acarreaban con carretas a las zanjas que abrían los indios, y otros entendían en hacer adobes. De suerte que todos trabajábamos, unos en la guerra y otros en la obra, con la orden siguiente, que los que andaban en la guerra un mes, venían a la ciudad y entendían en la obra, y de los que andaban en la obra, iban otros tantos a la guerra y estaban otros treinta o cuarenta días. Y de esta suerte conquistaba y poblaba y se sustentaba. Y muchas veces y aun muchos días, no comíamos sino mejillones y marisco sacado de la mar y cogollos chicos y raíces de achupallas, que son a imitación de palmitos. Comenzado esto y entrado el mes de octubre, despachó el gobernador un mensajero, que se decía Alonso de Aguilera, a dar cuenta a Su Majestad de todo. Partió de la ciudad de la Concepción en quince días del mes de octubre del año de nuestra salud de mil y quinientos y cincuenta. Despachado el mensajero, viendo el gobernador que de ahí a tres meses le convenía subir con la gente de guerra arriba la tierra dentro y poblar adelante hacia el estrecho una ciudad, y dando orden en cómo había de llevar la gente que conviniese y dejar la que bastase para sustentarse y sustentar la ciudad que poblado había, y considerando que tenía pocos caballos y no muchos españoles, acordó hacer en el cercado que habemos dicho una casa fuerte de adobes donde pudiesen quedar seguros hasta sesenta vecinos y conquistadores. Y quedando en este fuerte a buen recaudo, podían quedar con veinte caballos, porque con éstos y con quedar en aquel fuerte, no eran parte los indios, porque aunque viniesen muchos no bastaban a los ofender, ni aún forzalles que saliesen a pelear, si ellos no quisiesen. Y esto se hizo a fin que pudiesen estar seguros los españoles, hasta en tanto que poblaba adelante, porque después de haber poblado, el gobernador pondría remedio en la sustentación. En esta sazón mandó el gobernador apercebir ochenta hombres y mandó al general Gerónimo de Alderete que fuese con aquella gente y pasase a Niehuequetén y a Bibio, y que fuese hasta quince leguas de la ciudad y que llegase a la cordillera, y que por allí descubriese y fuese hasta donde le pareciese, y que al fin de febrero volviese a la costa de la mar a la ribera de Bibio, porque para aquel tiempo saldría él a juntarse allí para ir adelante. Salido el general Gerónimo de Alderete, luego despachó al capitán Joan Bautista con los navíos, que fuese a correr la costa y descubriese unas islas de que tenía noticia, que donde más seguro y sin peligro pudiese tomar comida, y cargase aquellos navíos para dejar proveídos aquella gente que había de quedar en sustentación de aquella ciudad. Salió el capitán con los navíos y llegamos a la isla que de antes se había descubierto, y fue avisado del gobernador que no saltase en tierra firme, sino que fuese a las islas que él tenía noticia que estaban adelante de aquella otra que había descubierto. Llegamos a la primera isla habiendo navegado un día y una noche. Estará esta isla de la ciudad de la Concepción doce leguas y dos leguas de tierra firme. Y a media noche mandó el capitán hacer a la vela los navíos y fuimos a la tierra firme a Labapi, donde la otra vez habíamos estado. Y luego el capitán mandó saliesen cuarenta hombres a tierra, pareciéndole que allí se tomaría la comida. Entramos por el valle arriba un cuarto de legua y hallábamos las casas despobladas, que era ya que amanecía. Salieron los indios a nosotros y nos retiramos hacia la mar. Y como éramos de a pie, se nos atrevían, que cuando llegamos a la mar donde estaban los navíos era el sol salido y allí cargó sobre nosotros gran cantidad de gente a estorbarnos la entrada. Y por buena maña que nos dimos, aunque no perezosos, nos mataron cinco hombres, allí delante de nosotros los hacían pedazos y los comían sin que los pudiésemos socorrer, y nos hirieron veinte españoles. Embarcamos con esta ganancia, aunque habíamos salido a tomar comida, más ellos nos la defendieron muy bien. Y ansí mismo nos hicimos a la vela de donde habíamos salido a hacer el salto. Estuvimos un día y una noche, y otro día salimos para seguir nuestro viaje, y al tercero día vimos la otra isla, en la cual tomamos puerto. Esta isla se decía de Amocha. Está alta en medio y montuosa, y la falda rasa y muy poblada donde se da mucho bastimento. Estará de la otra isla treinta leguas y ocho de tierra firme. Tendrá una legua de ancho y dos y media en torno. Hay más de ochocientos indios. Llegados a ella vinieron muchos indios y mujeres y muchachos, espantados de ver aquello que no habían visto. Y otro día salimos por la mañana y luego vinieron los indios, y nos mandaron sentar y que no pasásemos adelante, que nos matarían. Mandó el capitán diésemos en ellos, y matáronse hasta catorce indios y los demás huyeron y perdiéronse dos señores, los cuales metimos en la galera. Y con el servicio que llevábamos cargamos los navíos de maíz y papas y frísoles, que había gran cantidad. Y fue, que en la sazón que llegamos estaban diferentes dos señores que hay en aquella isla, y por esto no se nos defendió. Y como ellos en condición general se huelgan del mal de unos y de otros, no se confederaron y ansí la tomamos seguramente. Aunque yo he andado e visto hartas provincias, no he visto indios más proveídos de bastimento y de mejores casas que en esta isla. Mas no es de maravillar, porque es muy fértil tierra. Hecho este salto o ranchería, como acá decimos, nos hicimos a la vela y nos volvimos a la ciudad. Esta comida se repartió en las personas que habían de quedar en la ciudad. Habló el gobernador aquellos prencipales indios, y pesóle el suceso que nos había acontecido. Tardamos en este viaje treinta días, que el gobernador nos tenía por perdidos y aún no tuvo poca alegría cuando nos vido entrar por la bahía. Y de allí a seis días mandó al capitán Diego Oro fuese con aquellos navíos y llevase aquellos caciques a sus tierras, porque era el prencipal, señor de la una parcialidad de la isla y el otro era su hijo.
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De la gran comarca que tienen los Collas, y la disposición de la tierra donde están sus pueblos, y de cómo tenían puestos mitimaes para proveimiento dellos Esta parte que llaman Collas es la mayor comarca, a mi ver, de todo el Perú y la más poblada. Desde Ayavire comienzan los Collas, y llegan hasta Caracollo. Al oriente tienen las montañas de los Andes, al poniente las cabezadas de las sierras nevadas y las vertientes dellas, que van a parar a la mar del Sur. Sin la tierra que ocupan con sus pueblos y labores, hay grandes despoblados, y que están bien llenos de ganado silvestre. Es la tierra del Collao toda llana, y por muchas partes corren ríos de buen agua; y en estos llanos hay hermosas vegas y muy espaciosas, que siempre tienen hierba en cantidad, y a tiempos muy verde, aunque en el estío se agosta como en España. El invierno comienza (como ya he escrito) de octubre y dura hasta abril. Los días y las noches son casi iguales, y en esta comarca hace más frío que en ninguna otra de las del Perú, fuera los altos y sierras nevadas, y cáusalo ser la tierra alta; tanto, que ahína que emparejara con las sierras. Y cierto si esta tierra del Collao fuera un valle hondo como el de Jauja o Choquiabo, que pudiera dar maíz, se tuviera por lo mejor y más rico de gran parte destas Indias. Caminando con viento es gran trabajo andar por estos llanos del Collao; faltando el viento y haciendo sol da gran contento ver tan lindas vegas y tan pobladas; pero, como sea tan fría, no da fruto el maíz ni hay ningún género de árboles; antes es tan estéril, que no da frutas de las muchas que otros valles producen y crían. Los pueblos tienen los naturales juntos, pegadas las casas unas con otras, no muy grandes, todas hechas de piedra, y por cobertura paja, de la que todos, en lugar de teja, suelen usar. Y fue antiguamente muy poblada toda esta región de los Collas, y adonde hubo grandes pueblos todos juntos. Alrededor de los cuales tienen los indios sus sementeras, donde siembran sus comidas. El principal mantenimiento dellos es papas, que son como turmas de tierra, según otras veces he declarado en esta historia, y éstas las secan al sol y guardan de una cosecha para otra; y llaman a esta papa, después de estar seca, chuno, y entre ellos es estimada y tenida en gran precio, porque no tienen agua de acequias, como otros muchos deste reino, para regar sus campos; antes si les falta el agua natural para hacer las sementeras padecen necesidad y trabajo sino se hallan con este mantenimiento de las papas secas. Y muchos españoles enriquecieron y fueron a España prósperos con solamente llevar deste chuno a vender a las minas de Potosí. Tienen otra suerte de comida, llamada oca, que es, por el consiguiente, provechosa; aunque más lo es la semilla, que también cogen, llamada quinua, que es menuda como arroz. Siendo el año abundante, todos los moradores deste Collao viven contentos y sin necesidad; mas si es estéril y falto de agua, pasan grandísima necesidad; aunque, a la verdad, como los reyes ingas que mandaron este imperio fueron tan sabios y de tan buena gobernación y tan bien proveídos, establecieron cosas y ordenaron leyes a su usanza que verdaderamente, si no fuera mediante ello, las más de las gentes de su señorío pasaran gran trabajo y vivieran con gran necesidad, como antes que por ellos fueran señoreados. Y esto helo dicho porque en estos Collas, y en todos los más valles del Perú, que por ser fríos no eran tan fértiles y abundantes como los pueblos cálidos y bien proveídos, mandaron que, pues la gran serranía de los Andes comarcaba con la mayor parte de los pueblos, que de cada uno saliese cierta cantidad de indios con sus mujeres, y estos tales, puestos en las partes que sus caciques les mandaban y señalaban, labraban sus campos, en donde sembraban lo que faltaba en sus naturalezas, proveyendo con el fruto que cogían a sus señores o capitanes, y eran llamados mitimaes. Hoy día sirven y están debajo de la encomienda principal, y crían y curan la preciada coca. Por manera que, aunque en todo el Collao no se coge ni siembra maíz, no les falta a los señores naturales dél y a los que lo quieren procurar con la orden ya dicha, porque nunca dejan de traer cargas de maíz, coca y frutas de todo género; y cantidad de miel, la cual hay en toda la mayor parte destas espesuras, criada en la concavidad de los árboles de la manera que conté en lo de Quimbaya. En la provincia de los Charcas hay desta miel muy buena. Francisco de Caravajal, maestro de campo de Gonzalo Pizarro, el cual se dio por traidor, dicen que siempre comía desta miel, y aunque la bebía como si fuera agua o vino, afirmando hallarse con ella sano y muy recio, y así estaba él cuando yo lo vi justiciar en el valle de Xaquixaguana con gran subjeto, aunque pasaba de ochenta años su edad a la cuenta suya.
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Cómo el Almirante entró con sus navíos en el río de Belén y determinó edificar allí un pueblo, y dejar en él al Adelantado, su hermano Entramos en el río de Belén con la nave Capitana y la Vizcaína, el lunes 9 de Enero, y al instante vinieron los indios a cambiar las cosas que tenían, especialmente pescado, que a ciertos tiempos entra en aquel río, del mar, lo que parece increíble a quien no lo vea; allí trocaron algún poco de oro, por alfileres; lo que valía más, lo daban por unas cuentas, o por cascabeles. El día siguiente entraron los otros dos navíos que no habían entrado antes, pues por haber poca agua en la boca, les fue preciso esperar la creciente, aunque no sube allí el mar, en la mayor marea, sino media braza. Como Veragua tenía mucha fama de minas y grandes riquezas, al tercer día de nuestro arribo, el Adelantado fue con las barcas al mar, para entrar por el río e ir hasta el pueblo del Quibio, que así llaman los indios a sus reyes. Este, sabida la venida del Adelantado fue con sus canoas por el río abajo, a recibirle; se trataron ambos con mucha cortesía y amistad, dando el uno al otro las cosas que más estimaban, y habiendo estado un gran rato en conversación, se retiró cada uno a los suyos, con gran quietud y paz. El día siguiente fue el Quibio a los navíos a visitar al Almirante, y habiendo estado más de una hora en conversación, el Almirante le dio algunas cosas, los suyos rescataron algún oro por cascabeles, y se volvió sin ceremonia alguna por el camino que había ido. Estando nosotros muy contentos y seguros, el martes a 24 de Enero, de repente creció el río de Belén tanto que: sin poder evitarlo ni echar los cables a tierra, dio la violencia del agua a la Capitana con tanta fuerza que rompió una de sus dos anclas, y la echó con tanto ímpetu sobre la nave Gallega, que estaba a su popa, que del golpe le rompió la contramesana; luego, abordándose la una con la otra, corrían con tanta furia de aquí para allá que estuvieron en peligro de perecer con toda la armada. Pensaron algunos que la causa de esta marejada fuesen las grandes y continuas lluvias que hubo el invierno en aquella tierra, sin que cesasen ni un día; pero, si esto fuera así, habría la creciente engrosado poco a poco, y no vendría de repente con tanta vehemencia; por lo cual se sospechaba que fuese algún gran turbión que descargó sobre los montes de Veragua que llamó de San Cristóbal el Almirante, porque la cumbre del más alto entraba en la región del aire donde se engendran los cambios, por lo que, en su altura, no se ven nubes, sino que están más bajas; quien lo viere dirá que es una ermita, y está, por lo menos, a veinte leguas de tierra adentro, en medio de montañas cubiertas de árboles; allí creímos haberse originado esta crecida, la cual hizo tanto daño, que el menor peligro fue que, si bien podíamos con la creciente salir al ancho mar, que estaba media milla distante, era tan cruel la tormenta que andaba en él, que pronto nos hubiera hecho pedazos al salir por la desembocadura. Esta tormenta duró tantos días que no pudimos asegurar y amarrar bien los navíos; se rompían las olas con tanta furia contra la boca del río, que no podían las barcas salir de él a correr la costa, reconocer la tierra para saber dónde estaban las minas, y elegir el mejor sitio para edificar un pueblo; porque tenía determinado el Almirante dejar aquí al Adelantado con la mayor parte de la gente, para que poblasen y sujetasen aquella tierra, hasta que él fuese a Castilla, para enviarles socorro de gente y bastimentos. Con este designio, habiendo abonanzado el tiempo, lunes, a 6 de Febrero, envió al Adelantado, por mar, con 68 hombres, a la boca del río Veragua, que distaba de Belén una legua al Occidente, y navegaron por el río arriba, otra legua y media, hasta el pueblo del Cacique, donde estuvieron un día, informándose del camino de las minas. El miércoles siguiente anduvieron cuatro leguas y media, y fueron a dormir cerca de un río que pasaron cuarenta y tres veces; el día siguiente caminaron legua y media hacia las minas, que les enseñaron los indios que había dado por guías el Rey Quibio; a cabo de dos horas, después que llegaron, cada uno cogió oro, entre las raíces de los árboles, que son altísimos en aquel país y llegan al cielo. Estimóse mucho esta muestra porque ninguno de los que iban llevaba ingenios para sacar el oro, ni vez alguna lo habían cogido. Como su viaje no era más que para informarse de las minas, se volvieron muy alegres aquel día, a dormir a Veragua, y el siguiente, a los navíos. Es verdad, como se supo después, que estas minas no eran las de Veragua, que están más cercanas, sino de Urirá, que es un pueblo de enemigos, y porque tenían guerra con los de Veragua, para darles enojo, mandó el Quibio que fuesen guiados allí los cristianos, y también para que éstos codiciasen ir a las minas de Urirá y dejasen las de Veragua.
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De la prisión de Montezuma, y lo que sobre ella se hizo E como teníamos acordado el día antes de prender al Montezuma, toda la noche estuvimos en oración rogando a Dios que fuese de tal modo que redundase para su santo servicio, y otro día de mañana fue acordado de la manera que había de ser. Llevó consigo Cortés cinco capitanes, que fueron Pedro de Alvarado y Gonzalo de Sandoval y Juan Velázquez de León y Francisco de Lugo y Alonso de Ávila, y con nuestras lenguas doña Marina y Aguilar; y todos nosotros mandó que estuviésemos muy a punto y los caballos ensillados y enfrenados; y en lo de las armas no había necesidad de ponerlo yo aquí por memoria, porque siempre de día y de noche estábamos armados y calzados nuestros alpargates, que e n aquella sazón era nuestro calzado; y cuando solíamos ir a hablar al Montezuma siempre nos veía armados de aquella manera; y esto digo porque, puesto que Cortés con los cinco capitanes iban con todas sus armas para le prender, el Montezuma no lo tendría por cosa nueva ni se alteraría dello. Ya puestos a punto todos, envióle nuestro capitán a hacerle saber cómo iba a su palacio, porque así lo tenía por costumbre, y no se alterase viéndole ir de sobresalto; y el Montezuma bien entendió poco más o menos que iba enojado por lo de Almería y no lo tenía en una castaña, y mandó que fuese mucho en buena hora; y como entró Cortés, después de le haber hecho sus acatos acostumbrados, le dijo con nuestras lenguas: "Señor Montezuma, muy maravillado estoy de vos, siendo tan valeroso príncipe y haberos dado por nuestro amigo, mandar a vuestros capitanes que teníais en la costa cerca de Tuzapan que tomasen armas contra mis españoles, y tener atrevimiento de robar los pueblos que están en guarda y amparo de nuestro rey y señor, y demandarles indios e indias para sacrificar y matar un español hermano mío y un caballo"; no le quiso decir del capitán ni de los seis soldados que murieron luego que llegaron a la Villa Rica, porque el Montezuma no lo alcanzó a saber, ni tampoco lo supieron los indios capitanes que les dieron guerra; y más le dijo Cortés, que teniéndole por tan su amigo, "mandé a mis capitanes que en todo lo que posible fuese os sirviesen y favoreciesen, y vuestra merced, por el contrario, no lo ha hecho. Y asimismo en lo de Cholula tuvieron vuestros capitanes gran copia de guerreros, ordenado por vuestro mandado, que nos matasen; helo disimulado lo de entonces por lo mucho que os quiero; y asimismo ahora vuestros vasallos y capitanes se han desvergonzado, y tienen pláticas secretas que nos queréis mandar matar; por estas causas no querría comenzar guerra ni destruir aquesta ciudad; conviene que para excusarlo todo, que luego callando y sin hacer ningún alboroto os vayáis con nosotros a nuestro aposento, que allí seréis servido y mirado muy bien como en vuestra propia casa"; y que si alboroto o voces daba, "que luego seréis muerto de aquestos mis capitanes, que no los traigo para otro efecto". Y cuando eso oyó el Montezuma, estuvo muy espantado y sin sentido, y respondió que nunca tal mandó que tomasen armas contra nosotros, y que enviaría luego a llamar sus capitanes y sabría la verdad y los castigaría; y luego en aquel instante quitó de su brazo y muñeca el sello y señal de Huichilobos, que aquello era cuando mandaba alguna cosa grave e de peso para que se cumpliese, e luego se cumplía; y en lo de ir preso y salir de sus palacios contra su voluntad, que no era persona la suya para que tal le mandasen, e que no era su voluntad salir; y Cortés le replicó muy buenas razones, y el Montezuma le respondía muy mejores y que no había de salir de sus casas; por manera que estuvieron más de media hora en estas pláticas; y como Juan Velázquez de León y los demás capitanes vieron que se detenía con él, y no veían la hora de haberlo sacado de sus casas y tenerlo preso, hablaron a Cortés algo alterados, y dijeron: "¿Qué hace vuestra merced ya con tantas palabras! O le llevamos preso o le daremos de estocadas; por eso tornadle a decir que si da voces o hace alboroto, que le mataréis; porque más vale que desta vez aseguremos nuestras vidas o las perdamos. Y como el Juan Velázquez lo decía con voz algo alta y espantosa, porque así era su hablar, y el Montezuma vio a nuestros capitanes como enojados, preguntó a doña Marina que qué decían con aquellas palabras altas; y como la doña Marina era muy entendida, le dijo: "Señor Montezuma, lo que yo os aconsejo es que vayáis luego con ellos a su aposento sin ruido ninguno; que yo sé que os harán mucha honra, como gran señor que sois; y de otra manera, aquí quedaréis muerto; y en su aposento se sabrá la verdad"; y entonces el Montezuma dijo a Cortés: "Señor Malinche, ya que eso queréis que sea, yo tengo un hijo y dos hijas legítimas; tomadlas en rehenes, y a mí no me hagáis esta afrenta; ¿qué dirán mis principales si me viesen llevar preso?" Tornó a decir Cortés que su persona había de ir con ellos, y no había de ser otra. Y en fin de muchas más razones que pasaron, dijo que él iría de buena voluntad; y entonces nuestros capitanes le hicieron muchas caricias, y le dijeron que le pedían por merced que no hubiese enojo, y que dijese a sus capitanes y a los de su guarda que iba de su voluntad, porque había tenido plática de su ídolo Huichilobos y de los papas que le servían que convenía para su salud y guardar su vida estar con nosotros; y luego le trajeron sus ricas andas en que solía salir, con todos sus capitanes que le acompañaron, y fue a nuestro aposento, donde le pusimos guardas y velas; y todos cuantos servicios y placeres le podíamos hacer, así Cortés como todos nosotros, tantos le hacíamos, y no se le echó prisiones ningunas; y luego le vinieron a ver todos los mayores principales mexicanos y sus sobrinos, a hablar con él y a saber la causa de su prisión y si mandaba que nos diesen guerra; y el Montezuma les respondía que él holgaba de estar algunos días allí con nosotros de buena voluntad, y no por fuerza; y cuando él algo quisiese, que se lo diría, y que no se alborotasen ellos ni la ciudad ni tomasen pesar dello, porque aquesto que ha pasado de estar allí, que su Huichilobos lo tiene por bien, y se lo han dicho ciertos papas que lo saben, que hablaron con su ídolo sobre ello; y desta manera que he dicho fue la prisión del gran Montezuma; y allí donde estaba tenía su servicio y mujeres y baños en que se bañaba, y siempre a la continua estaban en su compañía veinte grandes señores y consejeros y capitanes, y se hizo a estar preso sin mostrar pasión en ello; y allí venían con pleitos embajadores de lejas tierras y le traían sus tributos, y despachaba negocios de importancia. Acuérdome que cuando venían ante él grandes caciques de otras tierras sobre términos y pueblos u otras cosas de aquel arte, que por muy gran señor que fuese se quitaba las mantas ricas, y se ponía otras de henequén y de poca valía, y descalzo había de venir; y cuando llegaba a los aposentos no entraba derecho, sino por un lado dellos, y cuando parecían delante del gran Montezuma, los ojos bajos en tierra; y antes que a él llegasen le hacían tres reverencias y le decían: "Señor, mi señor, mi gran señor"; y entonces le traían pintado e dibujado el pleito o negocio sobre que venían, en unos paños o mantas de henequén, y como unas varitas muy delgadas y pulidas le señalaban la causa del pleito; y estaban allí junto al Montezuma dos hombres viejos, grandes caciques, y cuando bien habían entendido el pleito aquellos jueces, le decían al Montezuma la justicia que tenían, y con pocas palabras los despachaba y mandaba quién había de llevar las tierras o pueblos; y sin más réplica en ello, se salían los pleiteantes sin volver las espaldas, y con las tres reverencias se salían hasta la sala, y cuando se veían fuera de su presencia del Montezuma se ponían otras mantas ricas y se paseaban por México. Y dejaré de decir al presente desta prisión, y digamos cómo los mensajeros que envió el Montezuma con su señal y sello a llamar sus capitanes que mataron nuestros soldados, los trajeron ante él presos, y lo que con ellos habló yo no lo sé; mas que se los envió a Cortés para que hiciese justicia dellos; y tomada su confesión sin estar el Montezuma delante, confesaron ser verdad lo atrás ya por mí dicho, e que su señor se lo había mandado que diesen guerra y cobrasen los tributos, y si algunos teules fuesen en su defensa, que también les diesen guerra o matasen. E vista esta confesión por Cortés, envióselo a decir al Montezuma como le condenaban en aquella cosa, y él se disculpó cuanto pudo, y nuestro capitán lo envió a decir que él así lo creía; que puesto que merecía castigo, conforme a lo que nuestro rey manda, que la persona que manda matar a otros sin culpa o con culpa que muera por ello; mas que le quiere tanto y le desea todo bien, que ya que aquella culpa tuviese, que antes la pagaría el Cortés por su persona que vérsela pasar al Montezuma; y con todo esto que le envió a decir estaba temeroso; y sin más gastar razones, Cortés sentenció a aquellos capitanes a muerte e que fuesen quemados delante de los palacios de Montezuma, e así se ejecutó luego la sentencia; y porque no hubiese algún impedimento, entre tanto que se quemaban mandó echar unos grillos al mismo Montezuma; y cuando se los echaron él hacía bramuras, y si de antes estaba temeroso, entonces estuvo mucho más; y después de quemados, fue nuestro Cortés con cinco de nuestros capitanes a su aposento, y él mismo le quitó los grillos, y tales palabras le dijo, que no solamente lo tenía por hermano, sino en mucho más, e que como es señor y rey de tantos pueblos y provincias, que si él podía, el tiempo andando le haría que fuese señor de más tierras de las que no ha podido conquistar ni le obedecían; y que si quiere ir a sus palacios, que le da licencia para ello; y decírselo Cortés con nuestras lenguas, y cuando se lo estaba diciendo Cortés, parecía se le saltaban las lágrimas de los ojos al Montezuma; y respondió con gran cortesía que se lo tenía en merced, porque bien entendió Montezuma que todo eran palabras las de Cortés; e que ahora al presente que convenía estar allí preso, porque por ventura, como sus principales son muchos; y sus sobrinos e parientes le vienen cada día a decir que será bien darnos guerra y sacarlo de prisión, que cuando lo vean fuera que le atraerán a ello, e que no quería ver en su ciudad revueltas, e que si no hace su voluntad, por ventura querrán alzar a otro señor; y que él les quitaba de aquellos pensamientos con decirles que su dios Huichilobos se lo ha enviado a decir que esté preso. E a lo que entendimos e lo más cierto, Cortés había dicho a Aguilar, la lengua, que le dijese de secreto que aunque Malinche le mandase salir de la prisión, que los capitanes nuestros, e soldados, no querríamos. Y como aquello le oyó, el Cortés le echó los brazos encima, y le abrazó y dijo: "No en balde, señor Montezuma, os quiero tanto como a mí mismo"; y luego el Montezuma demandó a Cortés un paje español que le servía, que sabía ya la lengua, que se decía Orteguilla, y fue harto provechoso así para el Montezuma como para nosotros, porque de aquel paje inquiría y sabía muchas cosas de las de Castilla el Montezuma, y nosotros de lo que decían sus capitanes; y verdaderamente le era tan buen servicial, que lo quería mucho el Montezuma. Dejemos de hablar como ya estaba el Montezuma contento con los grandes halagos y servicios y conversaciones que con todos nosotros tenía, porque siempre que ante él pasábamos, y aunque fuese Cortés, le quitábamos los bonetes de armas o cascos, que siempre estábamos armados, y él nos hacía gran mesura y honra a todos; y digamos los nombres de aquellos capitanes de Montezuma que se quemaron por justicia, que se decía el principal Quetzalpopoca, y los otros se decían el uno Coatl el otro Quiahuitle y el otro no me acuerdo el nombre, que poco va en saber sus nombres. Y digamos que como este castigo se supo en todas las provincias de la Nueva España, temieron, y los pueblos de la costa adonde mataron nuestros soldados volvieron a servir muy bien a los vecinos que quedaban en la Villa Rica. E han de considerar los curiosos que esto leyeren tan grandes hechos que entonces hicimos: dar con los navíos al través; lo otro osar entrar en tan fuerte ciudad, teniendo tantos avisos que allí nos habían de matar cuando dentro nos tuviesen; lo otro tener tanta osadía de prender al gran Montezuma, que era rey de aquella tierra, dentro de su gran ciudad y en sus mismos palacios, teniendo tan gran número de guerreros de su guarda; y lo otro osar quemar sus capitanes delante de sus palacios y echarle grillos entre tanto que se hacía la justicia; que muchas veces, ahora que soy viejo, me paro a considerar las cosas heroicas que en aquel tiempo pasamos, que me parece las veo presentes, Y digo que nuestros hechos que no los hacíamos nosotros, sino que venían todos encaminados por Dios; porque ¿qué hombres ha habido en el mundo que osasen entrar cuatrocientos y cincuenta soldados, y aun no llegábamos a ellos, en una tan fuerte ciudad como México, que es mayor que Venecia, estando tan apartados de nuestra Castilla sobre más de mil y quinientas leguas, y prender a un tan gran señor y hacer justicia de sus capitanes delante de él? Porque hay mucho que ponderar en ello, y diré cómo Cortés despachó luego otro capitán que estuviese en la Villa Rica como estaba el Juan Escalante que mataron.
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Capítulo XCV De cómo yendo Almagro descubriendo llegó a unos puertos de nieve donde pasó grande trabajo su gente Partido Almagro de aquella tierra donde había estado, caminó hacia el mediodía a lo que llaman Chila, y a cabo de haber andado algunas jornadas llegó a donde estaba una fortaleza pequeña, teniendo gran falta de bastimentos; y no embargante que aquella comarca sea llana es tan estéril que falta lo que en otras sobra; mandó salir algunos de los que llegaron con él a que buscasen por todas partes, porque el real todo no era llegado, ni vino hasta otro día. Y como todos estuviesen juntos y fuesen tanta gente, y no hallasen qué comer y ellos trujesen poco, hubo en todos gran tristeza porque sabían que en algunas jornadas no había poblado ni donde haber bastimento; mandó Almagro repartir ciertos puercos que habían restado y ovejas, rogó a los españoles muy animosamente pasasen por los trabajos, pues sin ellos jamás se ganaba honra ni ningún provecho. Respondieron que lo harían y así pusieron buen cobro en lo que les había quedado. Salieron de allí, caminaron por unos salitrales y tierra estéril y muy triste, siete jornadas: comenzaron a sentir la necesidad, fue causa el mucho servicio que llevaban: que era porque se sentía tanto. Subiendo por una quebrada de yuso; toparon un aposento pequeño donde se alojó Almagro, vieron no muy lejos grandes sierras blancas de la mucha nieve que tenían: esparcían los ojos por todas partes, conocían claro que la sierra prolongaba grande espacio de tierra y que por fuerza la habían de atravesar sin saber su anchura, si era poca o mucha. A no ser el ánimo de los españoles tan generoso y grande como ha sido, creedme que en llegando a tales pasos, no siento otra nación del mundo que no rehuyese la carrera: pues parece, bien mirado, temeridad más que no fortaleza meterse como se meten por espesos montes o nevados campos, sin saber cuándo, ni dónde se acaban, ni dónde van, ni si tendrán proveimiento o no. Los indios decían que había mucha más nieve de la que ellos podían ver de donde estaban: determinó el adelantado de adelantarse por el propio camino que llevaban con algunos caballos hasta llegar cerca de la serranía y si le pareciese pasar los alpes, para en llegando a poblado, enviar mantenimiento a los que quedaban atrás. Salió la guía con algunos españoles delante, como dieron con la nieve, era tanta que ni se parecía camino ni roca ni otra cosa que su blancura, cayendo a la continua copos de ella. Los que quedaron en el real holgaron porque Almagro fuese delante, dioles prisa que anduviesen lo más que pudiesen parando poco en los alpes. Pues, como partió el adelantado anduvo aquel día muy gran trabajo hasta llegar a unos tambillos, donde durmió, sintiendo bien el frío que hacía; y creo me dijeron holgó allí un día por tener nueva de los que quedaban atrás, y como le alcanzaron algunos, prosiguió su camino. El austro ventaba tan recio que ni sentían narices ni orejas, llevando los pies como el carámbano, si alzaban los ojos, quemábanseles la nieve, de la cual caía tanta que era cosa de espanto. De lo alto del puerto del valle de Copayapo había doce leguas, como otro día anduviesen llegó a dormir ribera de un río en otro tambillo al pie de un alpe; otro día, dándose mucha prisa, anduvieron hasta que salieron de aquel tormento tan cansados y fatigados como el lector puede sentir. Y llegaron al valle donde fueron muy bien recibidos de los moradores de él, a los cuales Almagro habló amorosamente, rogándoles saliesen ayudar a los españoles que venían y les llevasen consigo de lo que hubiese en el valle porque él haría por ellos lo que le rogasen en otra cosa que les tocase. Con mucha alegría los buenos hombres dijeron que lo harían y salieron muchos de ellos con ovejas, corderos, maíz y otras raíces. Habiéndose partido Almagro adelante, como se ha dicho, los que atrás quedaron, pasaban mucha necesidad de bastimentos, y como entraron en las nieves fue mayor la fatiga, los indios lloraban, quejándose los que les habían traído de sus tierras a morir entre las nieves, los españoles se acuitaban, viéndose en ellas; si querían andar aquesta gente de servicio y ellos no podían de flaqueza, y si paraban a descansar quedaban helados; los caballos también iban flacos y maltratados. Esforzábanse los unos a los otros en decir que presto llegarían al valle de Copayapo; comenzaron a se quedar muchos de los indios e indias y algunos españoles y negros muertos. Comían algunos con hambre unos limos, que se crían entre lagunas, leña para hacer lumbre no había otra que estiércol de ovejas y unas raíces que sacaban debajo de tierra. Las noches que durmieron en los puertos fueron tan trabajosas, temerosas y espantables que les parecía estar todos en los infiernos. El aire no aflojaba, y era tan frío que les hacía perder el aliento. Muriéronse treinta caballos, y muchos indios e indias y negros: arrimados a las rocas, boqueando, se les salía el alma; sin toda esta desventura había tan grande y rabiosa hambre que muchos de los indios vivos comían a los muertos: los caballos, que de helados habían quedado, de buena gana los comían los españoles, mas si paraban a los desollar se vieran como ellos; y ansí cuentan de un negro que yendo con un caballo del diestro, reparó a unas voces que oyó, y que luego quedó helado él y el caballo. Los españoles aflictos, transfigurados, marchaban encomendándose a Dios todopoderoso y a nuestra señora; cuando venía la noche, lo mejor que podían armaban sus tiendas entre tanta nieve como sobre ellos caía. En esto, como conté, Almagro procuró con los naturales de Copayapo que saliesen al camino con refresco para socorrer a los que venían por las nieves, los cuales, como algunos salían de ellas, daban grandes voces de unos en otros: que todos lo sabían estar cerca del poblado y de campaña que fue para que todos cobrasen corazón y aliento como de hecho lo cobraron. Y como se veían fuera de los alpes y grandes roquedos nevados, y en tierra alegre, y adonde el sol daba gran claridad y el cielo con su serenidad se dejaba ver, loaban a Dios por ello; parecíales que en aquel día habían nacido. Acrecentóles el placer el mantenimiento que los indios tenían de carne, maíz y otras cosas; y como venían desabridos, metiéronse tanto en el comer, que muchos por falta de digestión enfermaron, criándoseles opilaciones en los vientres; poco les duró porque este mal con el trabajo y ejercicio del cuerpo sanaron. Y siendo todos fuera de las nieves, llegaron al valle donde se acabaron de reformar. El señor natural de él era un mancebo joven, y al tiempo que su padre murió dejó encomendado la tutela suya y la gobernación de la tierra a un principal de sus parientes; el cual, como vio muerto al señor, usurpó con tiranía el mando que no le competía por más tiempo de cuanto el menor fuera de edad, sin lo cual procuraba de lo matar, por tener segura su traición. Teniendo consejo de algunos de los naturales que le fueron leales, le escondieron donde no pudo efectuar su propósito el tirano; y entrando los españoles salió a ellos a les pedir favor y justicia, por el alto Dios de los cielos. Almagro hizo la información de este caso, supo decía verdad y pedía justicia el mozo desheredado: túvose forma como le fue devuelto su señorío. Aquí también diré cómo tres cristianos, sin lo mandar Pizarro ni Almagro, salieron del Cuzco delante de los otros que mataron, pasando neciamente por tantas tierras y tan lejanas de donde había gente de los nuestros. Los indios fueron tan buenos que no les hicieron mal, antes de un pueblo a otro los llevaban en andas o hamacas, proveyéndolos de lo necesario; y como llegaban la jornada hacían testigos, diciendo: "¡Mira que os los entregamos vivos, sanos, buenos!". Esta ley, era de los incas, porque se supiese, si yendo uno solo o más, los matasen, donde era; porque si los castigase, no pagasen justos por pecadores. De este modo anduvieron estos tres hombres hasta que llegaron a un valle, que el señor había por nombre Marcandey, el cual les recibió bien, mas habiendo mal pensamiento, determinó de les matar a ellos y a los caballos que llevaban: y, estando durmiendo lo hizo, enterrando los cuerpos y caballos en lugar secreto. Dicen unos que fueron participantes en ello todos los principales de la comarca; otros dicen que no, mas que después de muertos, como lo supieron, vinieron a se holgar con Marcandey, haciendo grandes sacrificios y borracheras. Almagro siempre preguntaba por estos cristianos, haciéndole entender que iban adelante. Partió de Copayapo, y en tres jornadas llegó a este valle; recibiéronle bien, con semblante de paz, proveyendo a su gente de bastimento. Andando a buscar los yanaconas y cristianos algunas cosas necesarias, descubrieron el engaño que tenían encubierto, hallando reliquias de los muertos. Partió Almagro descubriendo, llegó al valle de Coquimbo, donde había grandes aposentos de los incas, hizo la información sobre la muerte de los tres cristianos, hizo mensajero atrás al capitán Diego de Vega, que quedó con la retaguardia, que prendiese en un día señalado a Marcandey y a su hermano, y que algunos españoles volviesen a Copayapo y prendiesen al que primero era señor con tiranía, y se viniesen con ellos a Coquimbo, donde con gran disimulación, hizo parecer delante de sí a todos los principales, y se prendieron veinte y siete de ellos, a los cuales con gran crueldad y poco temor de Dios, mandó quemar, sin querer oír las excusas que algunos de ellos daban, cuanto más que los cristianos merecieron lo que les vino por querer adelantarse, y mandar como señores en tierra ajena y que les debían poco en ella. Afirmáronme que murieron con grande ánimo, mas esto, por lo que yo he visto, sé que procede de bestialidad. Entre los que quemaron fue un orejón; dijo a grandes voces: "¡Viracocha, ancha misque nina!"; que quiere decir: "¡Cristianos, muy dulce me es el fuego!".
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Capítulo XCV Que trata de cómo caminó el gobernador hacia la mar a buscar un sitio donde poblar una ciudad y de cómo hubo una batalla en el camino Pasados los ocho días mandó el gobernador levantar. el campo y tornó a pasar el río de Niehuequeten, y caminó hasta donde se ajunta y entra en el río de Bibio. Y por las orillas bajó con toda la gente hasta junto a la mar. Y asentó su campo junto al río de Andalién y el de Bibio en un compás de llano que allí están. Hay del un río al otro media legua. Tenía el campo donde estaba sitiado de una parte una pequeña laguna de agua dulce, todo lo restante era llano. Estuvimos allí día y medio. Y en este tiempo la segunda noche, ya rendido el primer cuarto, vinieron por la sierra que vecina allí estaba por encima de una loma que tenía tres leguas de largo y es de grandes quebradas, que de ella proceden espesos y grandes árboles. Este es el camino y parte por donde ellos más se atreven a andar con gente de guerra, porque en general en todos ellos, cuando vienen a dar en españoles, asitian semejantes partes para tener reparo, y lo principal que buscan es tener huida. Traía esta gente un capitán que se decía Ainavillo, hombre belicoso y guerrero. Bajado este capitán con su gente a lo llano, se pusieron en su escuadrón y comenzaron a tañer sus cornetas, porque otros instrumentos no usan y con estas cornetas se entienden. Y marchando hacia nosotros sus picas caladas y los flecheros sobresalientes, fue su acometimiento con tanto ímpetu y alboroto y gran alarido como lo usan. Y como era valle resonaba el eco de las voces más furioso y aún más temeroso. Ya el gobernador los estaba esperando con su gente con el ánimo que en tal tiempo los españoles lo acostumbran. Pelearon tres horas, que jamás pudieron romper a los indios. Eran tan recios los palos y tan espesos que daban a los caballos en las cabezas, que les hacían empinar y revolver para atrás. Viendo el gobernador que no les podía entrar por valerosamente que peleaban y que los peones tenían trabajo en resistirlos, se apearon más españoles y entraron con toda furia sin ser resistidos de los indios. Y pelearon dentro del escuadrón con los demás, con tanto ánimo como para aquel tiempo era menester, y mataban y herían y no se rendían ni se desbarataban de los indios, antes ganaban tierra, porque era oscuro, y así caían muertos los indios. Estaba tan espeso el escuadrón que como los españoles estaban juntos, todos los indios que mataban caían unos encima de otros, y aquel compás no daba lugar a que ellos se desbaratasen. Y los arcabuceros que no les hacían poco daño. E viéndose los indios vencidos, tomaron la huida y la sierra que estaba cerca, y, por tanto, fue el alcance corto, pero con todo esto quedaron muertos más de trescientos en el llano, que era admiración verlos. Hirieron los indios sesenta caballos y más de cien caballeros españoles de flechas y botes de lanzas. Y luego otro día se entendió en curar caballos y caballeros y dar a nuestro señor inmensas gracias, por las mercedes que les había hecho en haberles dado victoria a tan pocos y peregrinos españoles, en tierra donde tanto número de bárbaros hay, y gente tan bestial que no dan la vida a su adverso, ni le toman a rehenes, ni por servir. Y, por tanto, conviene al español que no ha usado la guerra, que pelee con grandísimo ánimo y venda bien su vida, para vencer y ganar, juntamente con la vida, honra y fama.
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Que trata de la victoria... los bergantines por la laguna... por agua y por tierra la primera... México Al tiempo que Sandoval combatía... la ciudad de Iztapalapan, llegó Cortés con sus... a vista del peñol que llaman Tepepulco, que es... fortaleció con mucha gente de guerra, así de los de México como de los pueblos comarcanos, con intento de tomarles las espaldas a los nuestros y socorrer a los de Iztapalapan, que era forzoso el detenerse allí y combatir a esta ciudad; mas como reconocieron la flota por la laguna venía, se estuvieron quedos aguardando hasta ver dónde echaba el rumbo y viendo se iba hacia el peñol, comenzaron a hacer ahumadas y señales de guerra para que todos se apercibiesen, todas las ciudades y pueblos de las lagunas. Llegado que fue Cortés, saltó en él con ciento cincuenta hombres y aunque con harta dificultad y trabajo, se subieron y ganaron el baluarte y cerca que tenía arriba para su defensa y matando a todos los que defendían el peñol, en breve rato apenas quedó ninguno con la vida, si no fueron las mujeres y niños que de lástima las dejaron. Fue muy señalada esta victoria, aunque fueron heridos veinte españoles y como éstos y los de Iztapalapan con las ahumadas de Cortés iban por la laguna, salieron a encontrarle más de quinientas canoas a su modo bien fortalecidas de gente y Cortés de intento estuvo reacio por la costa del peñol hasta ver lo que los enemigos hacían, los cuales entendiendo que de temor se estaban quedos los nuestros, enderezaron hacia ellos; mas llegando ya cerca, se separaron y a este tiempo quiso Dios que corriese viento de la parte de tierra muy favorable a los bergantines y viendo esto Cortés, hizo que todos acometiesen a los enemigos y en breve tiempo rompieron por las canoas, quebrando infinitas de ellas y matando a la gente que en ellas venían, se topaban unas con otras por huir y se ahogaban todos siguiendo las pocas canoas que quedaban, las fueron a encerrar dentro de las casas de la ciudad de México, que fue una hazaña muy notable y aunque quedó Cortés hecho señor de esta laguna en... la flota de canoas se holgaron... deseaban ya verle y tener socorro de gente por... y el de Tlacopan eran los más peligrosos... allí la mayor parte de la fuerza de los enemigos... cada día les entraba socorro de gente y así... a ir a la ciudad de México, peleando fuertemente con los enemigos, hasta ganarles las albarradas y baluartes que tenían hechos y muchas puentes que tenían quitadas; pasando con los bergantines que ya habían llegado y siguiendo a los enemigos a unos mataron y a otros echaron al agua de la otra parte de la calzada, por donde no iban los bergantines; corriendo por ella más de una legua hasta ganar dos torres que estaban en la entrada de la ciudad, que estaban en Acachinanco y Tozititlan, en donde hizo Cortés recoger los bergantines por ser ya tarde, en donde saltó en tierra con treinta hombres y aunque con harto peligro y trabajo ganó las torres, entrando por encima de las cercas que eran de cal y canto, sin que fuese bastante a resistir la muchedumbre de enemigos que las defendían y sacando en tierra tres tiros de hierro gruesos que traían los bergantines y asentando el uno de ellos por la calzada adelante, hizo muchísimo daño a los enemigos y queriendo proseguir disparando los tiros, por descuido del artillero se quemó toda la pólvora que llevaban, y así despachó por más aquella noche a Iztapalapan con un bergantín y aunque la primera intención de Cortés había sido irse a Aculhuacan, acordó de asentar su real en este puesto, por parecerle conveniente, teniendo junto a sí los bergantines, enviando a pedir la mitad de la gente de la guarnición de Cuyohuacan y cincuenta peones de los de Gonzalo de Sandoval, que el día siguiente estuvieron allí; aunque aquella noche estuvo con harto cuidado Cortés e hizo mucho en defenderse de los mexicanos, porque a media noche dieron sobre ellos; mas como vieron el cuidado que había y los tiros y escopetas que se disparaban, no osaron pasar más adelante y así llegaba la gente, pelearon los nuestros hasta ganarles una puente que tenían quitada y una albarrada, hasta encerrarlos en las primeras casas de la ciudad y viendo Cortés que de la otra parte de la calzada recibían mucho daño... que no podían pasar los bergantines... romper un pedazo de calzada... que tenían puesto y pasar de... bergantines, que embistiendo con las... encerrar entre las casas y en donde... ellas, que hasta entonces no se habían atrevido, por haber muchos palos y estacas que los estorbaban y peleando con los de las canoas rindieron algunas de ellas y quemaron muchas casas del arrabal. Otro día siguiente Sandoval con la gente que tenía en Iztapalapan se partió para Cuyohuacan y de camino peleó con los de México, los desbarató y mató a muchos de ellos, les quemó todas las casas y con dos bergantines que Cortés le envió, pudo pasar a las partes donde tenían los enemigos quebrada la calzada, y dejando allí su gente, tomó diez de a caballo y con ellos se fue por la calzada hacia donde tenía su real Cortés; pero antes de llegar, hubieron de pelear con los que andaban revueltos los de Cortés, en donde a Gonzalo de Sandoval le atravesaron un pie con una barra tirada; más Cortés hizo tal riza en ellos con los tiros y escopetas, que desde entonces no osaban ya acercarse tanto, pasando otros seis días, teniendo en cada uno de ellos sus combates y los bergantines iban quemando las casas que había a la redonda de la ciudad, hasta que descubrieron canal por donde con facilidad podían entrar alrededor por los arrabales de la ciudad y aun en lo interior de ella, que le negocio importantísimo, con que las canoas procuraron alejarse y en más de un cuarto de legua del real de Cortés no osaban parar. Pedro de Alvarado avisó a Cortés cómo por la otra parte de la ciudad, que era por la calzada de Coyobasco, entraban y salían por ella los enemigos y las traían socorro de comida y gente de guerra de los pueblos de tierra firme de los mexicanos y tepanecas y que presumía, que viéndose ya muy apretados, se saldrían todos por ella; el cual mandó que Gonzalo de Sandoval, aunque estaba herido, fuese a sentar su real a un pueblo pequeño que se dice Tepeyácac (que es donde está ahora la ermita de Nuestra Señora de Guadalupe); el cual se partió con veintitrés de a caballo, cien peones y dieciocho escopeteros y ballesteros, dejándole cincuenta peones y dieciséis... le señaló de los aculhuas y chalcas... huexotzincas con que todo punto que... los de la ciudad de México y viendo... guarnición más de doscientos cincuenta peones... ballesteros y escopeteros y muy gran número de amigos, determinó de entrar por la calzada de la ciudad a lo más interior de ella, poniendo los bergantines a los lados, porque hiciesen espaldas, enviando a decir ante todas cosas a los de la guarnición de Cuyohuacan, que parte de ellos se viniesen a él, y los demás quedasen guardando las calzadas y todo aquel lado, para impedir a los de las ciudades de Xochimilco, Cuyohuacan, Iztapalapan, Huitzilopochco, Culhuacan, Zitáhuac y Mízquic (que eran enemigos y del bando mexicano), que no diesen por las espaldas a los nuestros y que otros se quedasen con otros dieciséis mil huexotzincas, chalcas y tlaxcaltecas en Cuyohuacan en el puesto referido; enviando asimismo a decir a Pedro de Alvarado y a Gonzalo de Sandoval, que al tiempo que él arremetiese, ellos a un tiempo hiciesen lo mismo de su parte por las calzadas. Cortés fue entrando por la ciudad el día que señaló y luego se fue a topar con los enemigos, que estaban defendiendo una quebrada que habían hecho en ella, que tenía de ancho como una lanza y otro tanto de hondo y hecha una albarrada fuerte; mas al fin se la ganaron y fueron prosiguiendo hasta llegar a la entrada de la ciudad, donde estaba otra torre o templo de sus ídolos y al pie de ella una puente grande alzada, que por ella atravesaba una acequia de agua muy ancha con otra muy fuerte albarrada y así como llegaron comenzaron a pelear y como iban por los lados dos bergantines, sin peligro ninguno se la ganaron y los enemigos comenzaron a huir y desamparar la albarrada y pasando Cortés con los suyos por los bergantines y más de ocho mil hombres de los amigos, que eran diez mil tlaxcaltecas y de los aculhuas otros diez mil (que ya a esta sazón habían llegado a este número, porque cada día Ixtlilxóchitl y Tecocoltzin iban despachando gente de refresco), chalcas diez mil y huexotzincas diez mil, que en breve espacio de tiempo cegaron y allanaron con adobes y piedra este ojo de agua o puente y en el ínter ya los nuestros habían ganado otra albarrada que estaba en la calle más principal y más ancha que había en la ciudad y como no tenía agua fue muy fácil de ganar y siguiendo el alcance tras los enemigos por la calle adelante, hasta llegar a otra puente que tenían alzada, aunque con harta dificultad pasaron los nuestros por la otra parte, ganando otra albarrada que tenían los enemigos para la defensa, durando más de dos horas el combate y que por las azoteas tiraban..
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De las montañas de los Andes y de su gran espesura, y de las grandes culebras que en ella se crían, y de las malas costumbres de los indios que viven en lo interior de la montaña Esta cordillera de sierras que se llama de los Andes se tiene por una de las grandes del mundo, porque su principio es desde el estrecho de Magallanes, a lo que se ha visto y crece; y viene de largo por todo este reino del Perú, y atraviesa tantas tierras y provincias que no se puede decir. Toda está llena de altos cerros, algunos dellos bien poblados de nieve, y otros de bocas de fuego. Son muy dificultosas estas sierras y montañas, por su espesura y porque lo más del tiempo llueve en ellas, y la tierra es tan sombría que es menester ir con gran tino, porque las raíces de los árboles sal9t debajo della y ocupan todo el monte, y cuando quieren pasar caballos se recibe más trabajo en hacer los caminos. Fama es entre los orejones del Cuzco que Topainga Yupangue atravesó con grande ejército esta montaña, y que fueron muy difíciles de conquistar y traer a su señorío muchas gentes de las que en ellas habitaban; en las faldas dellas, a las vertientes de la mar del Sur, eran los naturales de buena razón, y que todos andaban vestidos, y se gobernaron por las leyes y costumbres de los ingas; y por el consiguiente, a las vertientes de la otra mar, a la parte del nascimiento del sol, es público que los naturales son de menos razón y entendimiento, los cuales crían gran cantidad de coca, que es una hierba preciada entre los indios, como diré en el capítulo siguiente; y como estas montañas sean tan grandes, puédese tener ser verdad lo que dicen de haber en ellas muchos animales, así como osos, tigres, leones, dantas, puercos y gaticos pintados, con otras salvajinas muchas y que son de ver; y también se han visto por algunos españoles unas culebras tan grandes que parecen vigas, y éstas se dice que, aunque se sienten encima dellas y sea su grandeza tan monstruosa y de talle tan fiero, no hacen mal ni se muestran fieras en matar ni hacer daño a ninguno. Tratando yo en el Cuzco sobre estas culebras con los indios, me contaron una cosa que aquí diré, la cual escribo porque me la certificaron, y es que en tiempo del inga Yupangue, hijo que fue de Viracoche inga, salieron por su mandado ciertos capitanes con mucha gente de guerra a visitar estos Andes y a someter los indios que pudiesen al imperio de los ingas; y que entrados en los montes, estas culebras mataron a todos los más de los que iban con los capitanes ya dichos, y que fue el daño tanto que el Inga mostró por ello gran sentimiento; lo cual visto por una vieja encantadora le dijo que la dejase ir a los Andes, que ella adormiría las culebras de tal manera que nunca hiciesen mal; y dándole licencia, fue adonde habían recebido el daño; y allí, haciendo sus conjuros y diciendo ciertas palabras, las volvió de fiera y bravas en tan mansas y bobas como agora están. Esto puede ser ficción o fábula que éstos dicen; pero lo que agora se ve es que estas culebras, con ser tan grandes, ningún daño hacen. Estos Andes, adonde los ingas tuvieron aposentos y casas principales, en partes fueron muy poblados. La tierra es muy fértil, porque se da bien el maíz y yuca, con las otras raíces que ellos siembran, y frutas hay muchas y muy excelentes, y los más de los españoles vecinos del Cuzco han ya hecho plantar naranjos y limas, higueras, parrales y otras plantas de España, sin lo cual se hacen grandes platanales y hay piñas sabrosas y muy olorosas. Bien adentro destas montañas y espesuras afirman que hay gente tan rústica que ni tienen casa ni ropa, antes andan como animales, matando con flechas aves y bestias las que pueden para comer, y que no tienen señores ni capitanes, salvo que por las cuevas y huecos de árboles se allegan unos en unas partes y otros en otras. En las más de las cuales dicen también (que yo no las he visto) que hay unas monas muy grandes que andan por los árboles, con las cuales, por tentación del demonio (que siempre busca cómo y por dónde los hombres cometerán mayores pecados y más graves), éstos usan con ellas como mujeres, y afirman que algunas parían monstruos que tenían las cabezas y miembros deshonestos como hombres y las manos y pies como mona; son, según dicen, de pequeños cuerpos y de talle monstruoso, y vellosos. En fin, parescerán (si es verdad que los hay) al demonio, su padre. Dicen más: que no tienen habla, sino un gemido o aullido temeroso. Yo esto ni lo afirmo ni dejo de entender que, como muchos hombres de entendimiento y razón y que saben que hay Dios, gloria y infierno, dejando a sus mujeres, se han ensuciado con mulas, perras, yeguas y otras bestias, que me da gran pena referirlo, puede ser que esto así sea. Yendo yo el año de 1549 a los Charcas a ver las provincias y ciudades que en aquella tierra hay, para lo cual llevaba del presidente Gasca cartas para todos los corregidores que me diesen favor para saber y inquirir lo más notable de las provincias, acertamos una noche a dormir en una tienda un hidalgo, vecino de Málaga, llamado Iñigo López de Nuncibay, y yo, y nos contó un español que allí se halló cómo por sus ojos había visto en la montaña uno destos monstruos muerto, del talle y manera dicha. Y Juan de Varagas, vecino de la ciudad de la Paz, me dijo y afirmó que en Guanuco le decían los indios que oían aullidos destos diablos o monas; de manera que esta fama hay deste pecado cometido por estos malaventurados. También he oído por muy cierto que Francisco de Almendras, que fue vecino de la villa de Plata, tomó a una india y a un perro cometiendo este pecado, y que mandó quemar la india. Y sin todo esto, he oído a Lope de Mendieta y a Juan Ortiz de Zárate, y a otros vecinos de la villa de Plata, que oyeron a indios suyos cómo en la provincia de Aulaga parió una india, de un perro, tres o cuatro monstruos, los cuales vivieron pocos días. Plega a nuestro Señor Dios que, aunque nuestras maldades sean tantas y tan grandes, no permita que se cometan pecados tan feos y enormes.