De cómo el Señor, después de tomada la borla del reino, se casaba con su hermana la Coya, ques nombre de reyna; y como era permitido tener muchas mugeres, salvo que, entre todas, sólo la Coya era la legítima y más principal. Conté brevemente en los capítulos pasados cómo los que habían de ser nobles se armaban caballeros y también las cirimonias que se hacían en el tiempo que los Incas se coronaban por reyes tomando la corona, que es la borla que hasta los ojos les caía; y fue por ellos ordenado quel que hobiese de ser rey tomase a su hermana, hija legítima de su padre y madre, por muger, para que la sucesión del reino fuese por esta vía confirmada en la casa real, pareciéndoles por esta manera que, aunque la tal muger, hermana del rey, de su cuerpo no fuese casta y, usando con algún hombre, dél quedase preñada, era el hijo que nasciese della y no de muger extraña; porque también miraban que, aunque el Inca se casase con muger generosa, queriendo podía hacer lo mismo y concibir con adulterio, de tal manera que, no siendo entendido, fuese tenido por hijo del señor y natural marido suyo. Por estas cosas, o porque les paresció a los que lo ordenaron que convenía, era ley entre los Incas que el señor que entre todos quedaba por emperador tomase a su hermana por muger, la cual tenía por nombre Coya, ques nombre de reyna y que ninguna se lo llamaba --como cuando un rey de España casa con alguna princesa que tiene su nombre propio y entrando en su reyno es llamada reyna, así llaman las que lo eran del Cuzco, Coya. Y, si acaso el que había de ser tenido por señor no tenía hermana carnal, era permitido que casase con la señora más ilustre que hobiese, para que fuese entre todas sus mugeres tenida por la más principal; porquestos señores no había ninguno dellos que no tuviese más de setecientas mugeres para servicio de su casa y para sus pasatiempos; y así todos ellos tuvieron muchos hijos que habían en éstas que tenían por mugeres o mancebas y eran bien tratadas por él y estimadas de los indios naturales; y aposentado el rey en su palacio, o por donde quier que iba, eran miradas y guardadas todas por los porteros y camayos, ques nombre de guardianes; y si alguna usaba con varón era castigada con pena de muerte, dándole a él la misma pena. Los hijos que los señores habían en estas mugeres, después que eran hombres, mandábanles proveer de campos y heredades, que ellos llaman chácaras, y que de los depósitos ordinarios les diesen ropas y otras cosas para su aprovechamiento, porque no querían dar señorío a éstos tales, porque en habiendo alguna turbación en el reyno no quisiesen intentar de quedarse con él con la presunción de ser hijos del rey. Y así, ninguno tuvo mando sobre provincia, aunque, cuando salían a las guerras y conquistas, muchos dellos eran capitanes y preferidos a los que iban en los reales; y el señor natural que heredaba el reyno los favorescía, puesto que si urdían algún levantamiento eran castigados cruelísimamente; y ninguno dellos hablaba con el rey, aunque más su hermano fuese, que primero no pusiese en su cerviz carga liviana y fuese descalza, como todos los demás del reyno, a le hablar.
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CAPÍTULO X Prosigue el suceso de la batalla naval hasta el fin de ella Venido el cuarto día, habiéndose hecho salva con los tiros y saludándose con palabras del un navío al otro, según costumbre de mareantes, volvieron españoles y franceses a la porfía de la batalla con el mismo ánimo y esfuerzo que los tres días pasados, aunque con menos fuerzas, porque andaban ya muy cansados y muchos de ellos mal heridos. Mas el deseo de la honra, que en los ánimos generosos puede mucho, les daba esfuerzo y vigor para sufrir y llevar tanto trabajo. Todo este día pelearon como los pasados, apartándose solamente para comer y descansar y curar los heridos, y luego volvían a la batalla, como de nuevo, hasta que la noche los puso en paz. Retirados que fueron, no faltaron de visitarse con sus presentes y regalos y buenas palabras. Que cierto son de notar los dos extremos tan contrarios, uno de enemistad y otro de comedimientos, que entre estos capitanes aquellos cuatro días pasaron; porque es verdad que la pelea de ellos era de enemigos mortales, ansiosos de quitarse las vidas y haciendas, y en cesando de ella, todo se les convertía en amistad de hermanos, deseos de hacerse todo el regalo posible, por mostrar que no eran menos corteses y afables en la paz que valientes y feroces en la guerra, y que no deseaban menos vencer de la una manera que de la otra. Volviendo a los de la batalla, el español que había sentido aquel día flaqueza en su enemigo, le envió entre sus condimentos y regalos a decir que en extremo deseaba que aquella batalla, que tanto había durado, no cesase hasta que el uno de los dos hubiese alcanzado la victoria; que le suplicaba le esperase el día siguiente, que él le prometía buenas albricias si así lo hiciese, y que por obligarle con las leyes militares a que no se fuese aquella noche, le desafiaba de nuevo para la batalla del día venidero y que confiaba no la rehusaría, pues en todo lo de atrás se había mostrado tan principal y valiente capitán. El francés, haciendo grandes ostentaciones de regocijo por el nuevo desafío, respondió que lo aceptaba y que esperaría el día siguiente, y otros muchos que fuesen menester, para cumplir su deseo y fenecer aquella batalla cuyo fin no deseaba menos que su contrario; que de esto estuviese cierto y descuidadamente reposase toda la noche y tomase vigor y fuerzas para el día siguiente, y que le suplicaba no fuese aquel desafío fingido y con industria artificiosamente hecho para le asegurar e descuidar e irse a su salvo la noche venidera, sino que fuese cierto y verdadero, que así lo deseaba él por mostrar en su persona la valerosidad de su nación. Mas con todas estas bravatas, cuando vio tiempo acomodado, alzando las anclas, con todo el silencio que pudo, se hizo a la vela por no arrepentirse de haber cumplido palabra dada en perjuicio y daño propio, que no deja de ser muy gran simpleza la observancia de ella en tales casos, pues el mudar consejos es de sabios, principalmente en la guerra, por la inestabilidad que hay en los sucesos de ella, de lo cual carece la paz, y también porque el último fin que en ella se pretende es alcanzar la victoria. Las centinelas de la nao española, aunque sintieron algún ruido en la francesa, no tocaron arma ni dieron alerta, entendiendo que se aprestaban para la batalla venidera y no para huir. Venido el día, se hallaron burlados. Al capitán Diego Pérez le pesó mucho que sus enemigos se hubiesen ido, porque, según la flaqueza que el día antes les había sentido, tenía por muy cierta la victoria de su parte, y, con deseo de ella, tomando de la ciudad lo que había menester para los suyos, salió en busca de los contrarios.
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Capítulo X 109 De una gran fiesta que hacían en Tlaxcala de muchas ceremonias y sacrificios 110 Después de lo arriba escrito vine a morar en esta casa de Tlaxcala, y preguntando y inquiriendo de sus fiestas, me dijeron de una notable en crueldad, la cual aquí contaré. 111 Hacíanse en esta ciudad de Tlaxcala, entre otras muchas fiestas, una a el principal demonio que ellos adoraban, la cual se hacía en el principio del mes de marzo cada año; porque la que se hacía de cuatro en cuatro años, era la fiesta solemne para toda la provincia, mas estotra que se hacía, llamábanla año de dios. Allegado el año levantábase el más antiguo ministro o tlamacazque que en estas provincias de Tlaxcala, Huejuzinco y Chochola había, y predicaba y amonestaba a todos y decíales: "hijos míos: ya es llegado el año de nuestro dios y señor; esforzaos a le servir y hacer penitencia; y el que se sintiere flaco para ello, sálgase dentro de cinco días, y si se saliere a los diez y dejare la penitencia, será tenido por indigno de la casa de dios, y de la compañía de sus servidores, y será privado, y tomarle han todo cuanto tuviere en su casa". Allegado el quinto día tornábase a levantar el mismo viejo en medio de todos los otros ministros, y decía: "¿están aquí todos?", y respondían "sí" (o faltaba uno o dos, que pocas veces faltaban). "Pues ahora todos de buen corazón comencemos la fiesta de nuestro señor". Y luego iban todos a una gran sierra que está de esta ciudad cuatro leguas y las dos de una trabajosa subida, y en lo alto, un poco antes de allegar a la cumbre, quedábanse allí todos orando, y el viejo subía arriba, adonde estaba un templo de la diosa Matlalcueye, y ofrecía allí unas piedras, que eran como género de esmeraldas, y plumas verdes grandes, de que se hacen buenos plumajes, y ofrecía mucho papel e incienso de la tierra, rogando con aquella ofrenda a el señor su dios y a la diosa su mujer que les diese esfuerzo para comenzar su ayuno y acabarle con salud y fuerzas para hacer penitencia. Hecha esta oración volvíanse para sus compañeros y todos juntos se volvían para la ciudad. Luego venían otros menores servidores de los templos, que estaban repartidos por la tierra sirviendo en otros templos, y traían muchas cargas de palos, tan largos como el brazo y tan gruesos como la muñeca, y poníanlos en el principal templo, y dábanles muy bien de comer, y venían muchos carpinteros, que habían rezado y ayunado cinco días, y aderezaban y labraban aquellos palos, y acabados de aderezar fuera de los patios, dábanles de comer, e idos aquellos venían los maestros que sacaban las navajas, también ayunados y rezados, y sacaban muchas navajas con que habían de abrir las lenguas, y así como sacaban las navajas poníanlas sobre una manta limpia, y si alguna se quebraba a el sacar, decíanles que no habían ayunado bien. Nadie que no vea cómo se sacan estas navajas podrá bien entender cómo las sacan, y es de esta manera: primero sacaban una piedra de navajas, que son negras como azabache, y puesta tan largo como un palmo, o algo menos, hácenla rolliza y tan gruesa como la pantorrilla de la pierna, y ponen la piedra entre los pies y con un palo hacen fuerza a los cantos de la piedra y a cada empujón que dan, salta una navajuela delgada con sus filos como de navaja; y sacaban de una piedra más de doscientas navajas, y a vueltas algunas lancetas para sangrar; y puestas las navajas en una manta limpia, perfumábanlas con su incienso, y cuando el sol se acababa de poner, todos los ministros allí juntos, cuatro de ellos cantaban a las navajas con cantares del demonio, tañendo con sus atabales; y ya que habían cantado un rato, callaban aquéllos y los atabales, y los mismos, sin atabales, cantaban otro cantar muy triste y procuraban devoción y lloraban; creo que era lo que luego habían de padecer. Acabado aquel segundo cantar estaban todos los ministros aparejados, y luego un maestro bien diestro como cirujano horadaba las lenguas de todos por medio, hecho un buen agujero con aquellas navajas benditas; y luego aquel viejo y más principal ministro sacaba por su lengua de aquella vez cuatrocientos y cinco palos, de aquellos que los carpinteros ayunados y con oraciones habían labrado; los otros ministros antiguos y de ánimo fuerte, sacaban otros cada cuatrocientos cinco palos, que algunos eran tan gruesos como el dedo pulgar de la mano, y otros algo más gruesos; y otros había de tanto grueso como puede abrazar el dedo pulgar, y el que está par de él, puestos en redondo; otros más mozos sacaban doscientos, como quien no dice nada. Esto se hacia la noche que comenzaba el ayuno de la gran fiesta, que era ciento sesenta días antes de su pascua. Acabada aquella colación de haber pasado los palos, aquel viejo cantaba, que apenas podía menear la lengua: mas pensando que hacía gran servicio a dios esforzábase cuanto podía. Entonces ayunaban de un tiro ochenta días, y de veinte en veinte días sacaba cada uno por su lengua otros tantos palos, hasta que se cumplieran los ochenta días en fin de los cuales tomaban un ramo pequeño y poníanle en el patio adonde todos le viesen, el cual era señal que todos habían de comenzar el ayuno; y luego llevaban todos los palos que habían sacado por las lenguas, así ensangrentados, y ofrecíanlos delante del ídolo, e hincaban diez o doce varas de cada cinco o seis brazas de manera que en el medio pudiesen poner los palos de su sacrificio; los cuales eran muchos por ser los ministros muchos. Los otros ochenta días que quedaban hasta la fiesta, ayunábanlos todos, así señores como todo el pueblo, hombres y mujeres; y en este ayuno no comían ají, que es uno de su principal mantenimiento, y de que siempre usan a comer en toda esta tierra y en todas las islas. También dejaban de bañarse que entre ellos es cosa muy usada; asimismo se abstenían de las propias mujeres; pero los que alcanzaban carne podíanla comer, especialmente los hombres. 112 El ayuno de todo el pueblo comenzaba ochenta días antes de la fiesta, y en todo este tiempo, no se había de matar el fuego, ni había de faltar en casa de los señores principales de día ni de noche, y si había descuido, el señor de la casa adonde faltaba el fuego mataba un esclavo y echaba la sangre en el brasero o hogar do el fuego se había muerto. En los otros ochenta días, de veinte en veinte días, aquella devota gente, porque la lengua no pudiese mucho murmurar, sacaban por sus lenguas otros palillos de a jeme y de gordor de un cañón de pato; y esto se hacía con gran cantar de los sacerdotes, y cada día destos iba el viejo de noche a la sierra ya dicha y ofrecía al demonio mucho papel, y copalli y codornices, y no iban con él sino cuatro o cinco, que los otros, que eran más de doscientos, quedaban en las salas y servicio del demonio ocupados, y los que iban a la sierra no paraban ni descansaban hasta volver a casa. En estos días del ayuno salía aquel ministro viejo a los pueblos de la comarca, como a su beneficio, a pedir el hornazo, y llevaba un ramo en la mano, e iba en casa de los señores y ofrecíanle mucha comida y mantas, y él dejaba la comida y llevábase las mantas. 113 Antes del día de la fiesta, cuatro o cinco días, ataviaban y aderezaban los templos, y encalábanlos, y el tercer día antes de la fiesta, los ministros pintábanse todos, unos de negro, otros de colorado, otros de blanco, verde, azul, amarillo, y así pintados a las espaldas de la casa o templo principal bailaban un día entero. Luego ataviaban la estatua de aquel su demonio, la cual era de tres estados de altura, cosa muy disforme y espantosa; tenían también un ídolo pequeño, que decían haber venido con los viejos antiguos que poblaron esta tierra y provincia de Tlaxcala; este ídolo ponían junto a la gran estatua, y teníanle tanta reverencia y temor que no le osaban mirar; y aunque le sacrifican codornices, era tanto el acatamiento que le tenían que no osaban alzar los ojos a mirarle. Asimismo ponían a la grande estatua una máscara, la cual decían que había venido con el ídolo pequeño, de un pueblo que se dice Tula, y de otro que se dice Puyauatla, de donde se afirma que fue natural el mismo ídolo. En la vigilia de la fiesta tornaban a ofrecerlo lo primero, ponían a aquel grande ídolo en el brazo izquierdo una rodela muy galana de oro y pluma, y en la mano derecha una muy larga y grande saeta; el casquillo era de piedra de pedernal del tamaño de un hierro de lanza, y ofrecíanle también muchas mantas y xicoles, que es una manera de ropa como capa sin capilla, y al mismo ídolo vestían una ropa larga abierta a manera de loba de clérigo español, y el ruedo de algodón tejido en hilo, y de pelo de conejo, hilado y teñido como seda. Luego entraba la ofrenda de la comida, que era muchos conejos y codornices y culebras, langostas y mariposas, y otras cosas que vuelan en el campo. Toda esta caza se la ofrecían viva, y puesta delante se la sacrificaban. Después de esto, a la medianoche, venía uno de los que allí servían vestido con las insignias del demonio y sacábales lumbre nueva, y esto hecho sacrificaban uno de los más principales que tenían para aquella fiesta; a este muerto llamaban hijo del sol. Después comenzaba el sacrificio y muertes de los presos en la guerra a honra de aquel gran ídolo; y a la vuelta nombraban otros dioses por manera de conmemoración, a los cuales ofrecían algunos de los que sacrificaban; y porque ya está dicha la manera del sacrificar, no diré aquí sino el número de los que sacrificaban. En aquel templo de aquel grande ídolo que se llamaba Camaxtli, que es en un barrio llamado Ocotelulco, mataban cuatrocientos y cinco, y en otro barrio que está de allí a media legua, una gran cuesta arriba, mataban otros cincuenta o sesenta; y en otras veinte y ocho partes de esta provincia, en cada pueblo según que era; de manera que allegaba el número de los que en este día sacrificaban a ochocientos hombres en sola la ciudad y provincia de Tlaxcala; después llevaba cada uno los muertos que había traído vivos al sacrificio, dejando alguna parte de aquella carne humana a los ministros, y entonces todos comenzaban a comer ají con aquella carne humana, que había cerca de medio año que no lo comían.
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De la refriega que nos dieron los indios Venida la mañana, vinieron a nosotros muchas canoas de indios, pidiéndonos los dos compañeros que en la barca habían quedado por rehenes. El gobernador dijo que se los daría con que trajesen los dos cristianos que habían llevado. Con esta gente venían cinco o seis señores, y nos pareció ser la gente más bien dispuesta y de más autoridad y concierto que hasta allí habíamos visto, aunque no tan grandes como los otros de quien habemos contado. Traían los cabellos sueltos y muy largos, y cubiertos con mantas de martas, de la suerte de las que atrás habíamos tomado, y algunas de ellas hechas por muy extraña manera, porque en ella había unos lazos de labores de unas pieles leonadas, que parescían muy bien. Rogábannos que nos fuésemos con ellos y que nos darían los cristianos y agua y otras muchas cosas; y contino acudían sobre nosotros muchas canoas, procurando de tomar la boca de aquella entrada; y así por esto, como porque la tierra era muy peligrosa para estar en ella, nos salimos a la mar, donde estuvimos hasta mediodía con ellos. Y como no nos quisiesen dar los cristianos, y por este respeto nosotros no les diésemos los indios, comenzáronnos a tirar piedras con hondas, y varas, con muestras de flecharnos, aunque en todos ellos no vimos sino tres o cuatro arcos. Estando en esta contienda el viento refrescó, y ellos se volvieron y nos dejaron; y así navegamos aquel día, hasta hora de vísperas, que mi barca, que iba delante, descubrió una punta que la tierra hacía, y del otro cabo se veía un río muy grande, y en una isleta que hacía la punta hice yo surgir por esperar las otras barcas. El gobernador no quiso llegar; antes se metió por una bahía muchas isletas, y allí nos juntamos, y desde la mar tomamos agua dulce, porque el río entraba en la mar de avenida, y por tostar algún maíz de lo que traímos, porque ya había dos días que lo comíamos crudo, saltamos en aquella isla; mas como no hallamos leña, acordamos de ir al río que estaba detrás de la punta, una legua de allí; y yendo, era tanta la corriente, que no nos dejaba en ninguna manera llegar, antes nos apartaba de la tierra, y nosotros trabajando y porfiando por tomarla. El norte que venía de la tierra comenzó a crescer tanto, que nos metió en la mar, sin que nosotros pudiésemos hacer otra cosa; y a media legua que fuimos metidos en ella, sondamos, y hallamos que con treinta brazas no podimos tomar hondo, y no podíamos entender si la corriente era causa que no lo pudiésemos tomar; y así navegamos dos días todavía, trabajando por tomar tierra, y al cabo de ellos, un poco antes que el sol saliese, vimos muchos humeros por la costa; y trabajando por llegar allá, nos hallamos en tres brazas de agua, y por ser de noche no osamos tomar tierra, porque como habíamos visto tantos humeros, creíamos que se nos podía recrescer algún peligro sin nosotros poder ver, por la mucha obscuridad, lo que habíamos de hacer, y por esto determinamos de esperar a la mañana; y como amanesció, cada barca se halló por sí perdida de las otras; yo me hallé en treinta brazas, y siguiendo mi viaje, a hora de vísperas vi dos barcas, y como fui a ellas, vi que la primera a que llegué era la del gobernador, el cual me preguntó qué me parescía que debíamos hacer. Yo le dije que debía recobrar aquella marca que iba delante, y que en ninguna manera la dejase, y que juntas todas tres barcas, siguiéramos nuestro camino donde Dios nos quisiese llevar. El me respondió que aquello no se podía hacer, porque la barca iba muy metida en la mar y él quería tomar la tierra, y que si la quería yo seguir, que hiciese que los de mi barca tomasen los remos y trabajasen, porque con fuerza de brazos se había de tomar la tierra, y esto le aconsejaba un capitán que consigo llevaba que se hamaba Pantoja, diciéndole que si aquel día no tomaba la tierra, que en otros seis no la tomaría, y en este tiempo era necesario morir de hambre. Yo, vista su voluntad, tomé mi remo, y lo mismo hicieron todos los que en mi barca estaban para ello, y bogamos hasta casi puesto el sol; mas como el gobernador llevaba la más sana y recia gente que entre toda había, en ninguna manera lo podimos seguir ni tener con ella. Yo, como vi esto, pedíle que, para poderle seguir, me diese un cabo de su barco, y él me respondió que no harían ellos poco si solos aquella noche pudiese llegar a tierra. Yo le dije que, pues vía la poca posibilidad que en nostros había para poder seguirle y hacer lo que había mandado, que me dijese qué era lo que mandaba que yo hiciese. El me respondió que ya no era tiempo de mandar unos a otros; que cada uno hiciese lo que mejor le paresciese que era para salvar la vida: que él así lo entendía de hacer, y diciendo esto, se alargó con su barca, y como no le pude seguir, arribé sobre la otra barca que iba metida en la mar, la cual me esperó; y llegado a ella, hallé que era la que llevaban los capitanes Peñalosa y Téllez; y ansí, navegamos cuatro días en compañía, comiendo por tasa cada día medio puño de maíz crudo. A cabo de estos cuatro días nos tomó una tormenta, que hizo perder la otra barca, y por gran misericordia que Dios tuvo de nosotros no nos hundimos del todo, según el tiempo hacía; y con ser invierno, y el frío muy grande, y tantos días que padescíamos hambre, con los golpes que de la mar habíamos recibido, otro día la gente comenzó mucho a desmayar, de tal manera, que cuando el sol se puso, todos los que en mi barca venían estaban caídos en ella unos sobre otros, tan cerca de la muerte, que pocos había que tuviesen sentido, y entre todos ellos a esta hora no había cinco hombres en pie; y cuando vino la noche no quedamos sino el maestre y yo que pudiésemos marcar la barca, y a dos horas de la noche el maestre me dijo que yo tuviese cargo de ella, porque él estaba tal, que creía aquella noche morir; y así, yo tomé el leme, y pasada media noche, yo llegué por ver si era muerto el maestre, y él me respondió que él antes estaba mejor y que él gobernaría hasta el día. Yo cierto aquella hora de muy mejor voluntad tomara la muerte, que no ver tanta gente delante de mí de tal manera. Y después que el maestre tomó cargo de la barca, yo reposé un poco muy sin reposo, ni había cosa más lejos de mí entonces que el sueño. Y acerca del alba parescióme que oía el tumbo de la mar, porque, como la costa era baja, sonaba mucho, y con este sobresalto llamé al maestre, el cual me respondió que creía que éramos cerca de tierra, y tentamos y hallámonos en siete brazas, y paresciólo que nos debíamos tener a la mar hasta que amanesciese; y así, yo tomé un remo y bogué de la banda de la tierra, que nos hallamos una legua della, y dimos la popa a la mar; y cerca de tierra nos tomó una ola, que echó la barca fuera del agua un juego de herradura, y con el gran golpe que dio, casi toda la gente que en ella estaba como muerta, tornó en sí, y como se vieron cerca de la tierra se comenzaron a descolzar, y con manos y pies andando; y como salieron a tierra a unos barrancos, hecimos lumbre y tostamos del maíz que traíamos, y hallamos agua de la que había llovido, y con el calor del fuego la gente tornó en sí y comenzaron a esforzarse. El día que aquí llegamos era sexto del mes de noviembre.
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CAPITULO X Prosigue del Nuevo México A la nueva de la riqueza dicha quiso acudir el dicho Capitán Antonio de Espejo; aunque eran de su parecer algunos de sus compañeros, la mayor parte y el religioso fue de contrario, diciendo era ya tiempo de volverse a la Nueva Vizcaya de donde habían salido, a dar cuenta de lo que habían visto, que lo pusieron por obra dentro de pocos días la mayor parte, dejando al Capitán con nueve compañeros que le quisieron seguir: el cual, después de haberse certificado muy por entero de la riqueza arriba dicha y de mucha abundancia de metales que en ella había muy buenos, salió con los dichos sus compañeros de esta Provincia y caminando hacia el propio Poniente, después de haber andado 28 leguas, hallaron otra muy grande, en la cual les pareció había más de cincuenta mil ánimas, cuyos moradores, como supiesen su llegada, los enviaron un recaudo diciendo: que si no querían que los matasen no se acercasen más a sus pueblos. A lo cual respondió el dicho Capitán que ellos no les iban a hacer mal, como lo verían, y que así les rogaban no se pusiesen en llevar adelante su intento, dando al mensajero algunas cosas de las que llevaba. El cual supo también (sic) abonar a los nuestros y allanar los pechos alborotados de los indios, que les dieron lugar de voluntad para que entrasen; que lo hicieron con 150 indios amigos, de la Provincia de Cibola ya dicha, y los tres indios mexicanos de quien queda hecha mención. Una legua antes que llegasen al primer pueblo; les salieron a recibir más de dos mil indios cargados de bastimentos, a quien el dicho Capitán dio algunas cosas de poco precio que a ellos les pareció ser de mucho y las estimaron más que si fueran de oro. Llegando más cerca del pueblo, que se llamaba Zaguato, salió a recibirlos gran muchedumbre de indios, y entre ellos los caciques., haciendo tanta demostración de placer y regocijo, que echaban mucha harina de maíz por el suelo para que la pisasen los caballos. Con esta fiesta entraron en él y fueron muy bien hospedados y regalados, que se lo pagó en parte el Capitán con dar a todos los más principales sombreros y cuentas de vidrio y otras muchas cosas que llevaba para semejantes ofrecimientos. Despacharon luego los dichos caciques recado a todos los de aquella Provincia, dándoles noticia de la venida de los huéspedes y de cómo eran hombres muy corteses y no les hacían mal: lo cual fue bastante para hacerles venir a todos cargados de presentes para los nuestros, y de que los importunasen fuesen con ellos a holgarse a sus pueblos; que lo hicieron, aunque siempre con recato de lo que podía suceder. Por lo cual el dicho Capitán usó de una cautela, y fue decir a los caciques que, por cuanto los caballos eran muy bravos y les habían dicho que los querían matar, sería necesario hacer un Fuerte de cal y canto donde meterlos para evitar el daño que querían hacer en los indios. Creyéronlo los caciques tan de veras, que dentro de pocas horas juntaron tanta gente que hicieron el dicho Fuerte que los nuestros querían con una presteza increíble. De más de esto, diciendo el Capitán que se quería ir, le trajeron un presente de cuarenta mil mantas de algodón pintadas y blancas y mucha cantidad de paños de manos con borlas en las puntas y otras muchas cosas, y entre ellas metales ricos y que mostraban tener mucha plata. Hallaron entre estos indios muy gran noticia de la laguna grande arriba dicha, y conformaron con los otros en lo tocante a las riquezas y mucha abundancia de oro. Fiado el Capitán de esta gente y de sus buenos ánimos, acordó a cabo de algunos días de dejar allí cinco de sus compañeros con los demás indios amigos para que volviesen a la Provincia de Zuny con el bagaje, y de irse él con los cuatro que quedaban a la ligera en descubrimiento de cierta noticia que tenía de unas minas muy ricas. Lo cual puesto por obra, se partió con las guías que llevaba; y como hubiese caminado hacia el propio Poniente 45 leguas, topó con las dichas minas y sacó con sus propias manos riquísimos metales, y de mucha plata; y las minas que eran de una veta muy ancha, estaban en una Sierra donde se podía subir con facilidad a causa de haber para ello camino abierto. Cerca de ellas había algunos pueblos de indios serranos que les hicieron amistad y les salieron a recibir con cruces en las cabezas y otras señales de paz. Aquí cerca toparon dos ríos razonables, a cuyas orillas había muchas parras de uvas muy buenas, y grandes noguerales, y mucho lino como de Castilla; y dijeron por señas que detrás de aquellas Sierras estaba uno que tenía mas de ocho leguas de ancho, pero no se pudo entender que tan cerca, aunque hicieron demostración que corría hacia la mar del Norte y que en las riberas de él de una y otra banda hay muchos pueblos tan grandes, que en su comparación aquellos en que estaban eran barrios. Después de haber tomado toda esta relación, se partió el dicho Capitán para la Provincia de Zuny, adonde había mandado ir a los dichos compañeros. Y como llegase a ella con salud habiendo ido por muy buen camino, halló con ella a sus cinco compañeros y al dicho Padre Fray Bernardino con los soldados, que se habían determinado de volver, como ya dijimos, que aún no se había partido por ciertas ocasiones, a los cuales los naturales habían hecho muy buen tratamiento y dádoles todo lo necesario muy cumplidamente, haciendo después lo mesmo con el Capitán y los que con él venían, a quien salieron a recibir con demostración de alegría y dieron muchos bastimentos para la jornada que habían de hacer, rogándoles que volviesen con brevedad y trajesen muchos Castillas, que así llaman a los españoles, y que a todos les darían de comer; por lo cual para poderlo hacer con comodidad, habían sembrado aquel año más trigo y semillas que en todos los pasados. En este tiempo se ratificaron en su primera determinación el dicho Religioso y soldados arriba dichos, y acordaron de volverse a la Provincia de donde habían salido con el designio que queda dicho, a quien se juntó Gregorio Hernández, que había sido Alférez en la jornada: los cuales partidos, quedando el Capitán con solos ocho soldados, se resolvió de seguir lo comenzado y correr por el río Norte arriba, que lo puso por obra. Y habiendo caminado como sesenta leguas hacia la provincia de los Quires ya dicha, doce leguas de allí hacia la parte del Oriente hallaron una Provincia que se llamaba los Hubates, donde los indios los recibieron de paz y les dieron muchos mantenimientos y noticia de que cerca de allí había unas minas muy ricas, que hallaron y sacaron de ellas metales relucientes y buenos, con los cuales se volvieron al pueblo de donde habían salido. Juzgaron esta Provincia por de hasta veinte y cinco mil ánimas, todos muy bien vestidos de mantas de algodón pintadas y gamuzas muy bien aderezadas. Tienen muchos montes de pinares y cedros, y las casas de los pueblos son de a cuatro y cinco altos. Aquí tuvieron noticia de otra Provincia que estaba una jornada de allí, que se llamaba de los Tamos, en que había más de cuarenta mil ánimas, donde coro llegaron no les quisieron dar de comer los moradores de ella ni admitirlos en sus pueblos. Por lo cual y el peligro en que estaban y estar algunos soldados enfermos y ser tan pocos como babemos dicho, se determinaron de irse saliendo para tierra de Cristiandad y lo pusieron en ejecución a principio de julio del año de 83 guiados por un indio que se fue con ellos y los llevó por camino diferente del que a la venida habían traído, por un río abajo a quien llamaron de las vacas por haber gran muchedumbre de ellas en toda su ribera; por donde caminaron ciento y treinta leguas, topándolas ordinariamente. De aquí salieron al río de las Conchas, por donde habían entrado, y. de él al valle de San Bartolomé de donde habían salido para dar principio al descubrimiento. Y ya cuando llegaron hallaron que el dicho Fray Bernardino Beltrán y su compañero habían llegado a salvamento al dicho pueblo muchos días había, y que de allí se habían ido a la villa de Guadiana. Hizo en este pueblo el dicho Capitán Antonio de Espejo información muy cierta de todo lo arriba dicho, la cual invió luego al Conde de Coruña, Virrey de aquel Reino, y él a Su Majestad y a los señores de su Real Consejo de las Indias para que ordenasen lo que fuesen servidos, que lo han ya hecho con mucho cuidado. Nuestro Señor se sirva de ayudar este negocio de modo que tantas almas redimidas con su sangre no se condenen, de cuyos buenos ingenios en que exceden a los de México y Perú según se entendió de los que los trataron, se puede presumir abrazarán con facilidad la ley evangélica, dejando la idolatría que agora la mayor parte de ellos tiene. Que lo haga Dios como puede para honra y gloria suya y aumento de la santa fe católica romana. Heme detenido en esta relación más de lo que para Itinerario se requería, y helo hecho de intento por ser cosa nueva y poco sabida y parecerme no sería disgusto para el Lector. Tras esto, me parece será bien volver a lo comenzado y proseguir el viaje y descripción del Nuevo Mundo comenzado, volviendo a la ciudad de México de donde hice la digresión para contar el descubrimiento de el Nuevo Méjico.
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Cómo el Almirante no quiso ir a Nueva España, sino continuar hacia Oriente, en busca de Veragua y el estrecho de Tierra Firme Aunque el Almirante, vista dicha canoa, se dio cuenta de las grandes riquezas, policía e industria que había en los pueblos de las partes occidentales de la Nueva España, no quiso ir a ellos; sin embargo, pareciéndole que por estar aquellos países a sotavento, podía navegar a ellos desde Cuba, cuando le fuese conveniente, y siguió su intento de descubrir el estrecho de Tierra Firme, para abrir la navegación del mar de Mediodía, de lo que tenla necesidad para descubrir las tierras de la especiería. Por ello, determinó seguir el camino de Oriente, hacia Veragua y el Nombre de Dios, donde imaginaba y creía estuviese el estrecho referido, como en efecto estaba; pero se engañó al imaginarlo, porque no sabía que fuese estrecho de tierra, como son otros, sino de mar, que pasase como canal de un mar a otro, de cuyo error podía ser causa la equivocación del nombre, porque al decir que el estrecho de Tierra Firme estaba en Veragua y el Nombre de Dios, podía entenderse de agua o de tierra; él creía ser del elemento más dilatado, y porque lo deseaba más; bien que aquel istmo de tierra ha sido y es la puerta por donde se dominan tantos mares, y por donde han sido descubiertas y traídas a España tantas riquezas, porque no quiso Dios que una cosa tan grande y de tanta importancia se consiguiese de otro modo, pues túvose conocimiento de la Nueva España, por los indios de aquella canoa. Para buscar el mencionado es trecho, no habiendo en aquellas islas de Guanajas cosa es timable, sin tardanza alguna navegó a Tierra Firme, a una punta que llamó de Caxinas, porque había en ella muchos árboles que producían unas manzanillas algo arrugadas, con hueso esponjoso, buenas para comer, y especialmente cocidas, a las cuales llamaban Caxinas los indios de 12 Española. Como no se veía en aquella tierra cosa digna de mención, el Almirante no quiso perder tiempo entrando en un gran golfo que allí se hace, sino seguir su camine hacia Leste, a lo largo de la costa que va al mismo rumbo en el Cabo de Gracias a Dios, la cual es muy baja y de playa muy limpia; los indios más cercanos a Caxinas se cubrían con las referidas camisetas pintadas, y pañetes delante de sus partes vergonzosas; hacen petos de algodón, colchados, que bastan para defensa de sus azagayas, y aun pueden resistir algunos golpes de nuestras armas; pero, los que están más arriba, hacia Oriente, hasta el Cabo de Gracias a Dios, son casi negros, y de aspecto brutal; van completamente desnudos; en todo son muy rústicos, y, según decía el indio Jumbé que fue tomado, comen carne humana y peces crudos, tales como los matan; traen las orejas horadadas con tan anchos agujeros, que cómodamente podía pasarse por ellos un huevo de gallina, por lo que el Almirante llamó aquel país, costa de Oreja. En aquella costa salió a tierra el Adelantado, la mañana del domingo 14 de Agosto del año 1502, con las banderas y los capitanes, y otros muchos de la armada, a oír misa; y el miércoles siguiente, yendo las barcas a tierra para tomar posesión de aquel país en nombre de los Reyes Católicos, nuestros señores, concurrieron a la playa más de cien indios cargados de bastimentos, esperando a los nuestros; tan luego como éstos llegaron, presentaron al Adelantado cuanto llevaban, y luego se apartaron sin decir palabra. El Adelantado mandó que les diesen cascabeles, cuentas y otras cosillas, y les preguntó sobre las cosas de aquella región, por señas y por el intérprete referido, aunque éste, por hacer poco tiempo que andaba con nosotros, no entendía bien a los cristianos, por la distancia, aunque pequeña, de su tierra a la isla Española, donde muchos de los navegantes habían aprendido el habla de los indios, y tampoco los entendían; pero, quedando satisfechos éstos de lo que se les había dado, volvieron al mismo lugar, al día siguiente, más de otros doscientos, cargados de varias suertes de bastimentos, a saber: gallinas de la tierra, que son mejores que las nuestras; ánades, peces tostados, habas coloradas y blancas, semejantes a los fríjoles, y otras cosas nada diferentes de las que hay en la Española; la tierra era muy verde y hermosa, aunque baja; había en ella muchos pinos y encinas; palmas de siete especies; mirobalanos, que llaman hobos en la Española, y casi todas las otras frutas que se hallan en esta isla. Asimismo había muchos leopardos, ciervos, corzos, y también ciertos peces que abundan mucho en la isla Española y no se conocen en Castilla. La gente de este país es casi de igual disposición que en las otras islas, pero no tienen las frentes anchas, como aquéllos, ni muestran tener religión alguna; hay entre ellos lenguas diferentes, y generalmente van desnudos, aunque traen cubiertas sus partes vergonzosas; algunos usan ciertas camisetas largas, como las nuestras, hasta el ombligo, y sin mangas; traen labrados los brazos y el cuerpo, de labores moriscas, hechas con fuego, que les dan parecer extraño; algunos llevan leones pintados, ciervos, castillos con torres y otras figuras diversas; en lugar de bonetes, traen los más ciertos pañetes de algodón, blancos y colorados; otros llevan colgando, sobre la frente, algunos mechones del pelo; pero cuando se componen para alguna fiesta, se tiñen la cara, unos de negro y otros de colorado; algunos se hacen rayas de varios colores en la cara; otros se tiñen el pico de la nariz; otros dan de negro a los ojos, y así se adornan para parecer hermosos, aunque verdaderamente parecen diablos.
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Cómo luego otro día fue nuestro capitán a ver al gran Montezuma y de ciertas pláticas que tuvieron Otro día acordó Cortés de ir a los palacios de Montezuma, e primero envió a saber qué hacía, y supiese cómo íbamos, y llevó consigo cuatro capitanes, que fue Pedro de Alvarado y Juan Velázquez de León y Diego de Ordás, e a Gonzalo de Sandoval, y también fuimos cinco soldados; y como el Montezuma lo supo, salió a nos recibir a la mitad de la sala, muy acompañado de sus sobrinos, porque otros señores no entraban ni comunicaban donde Montezuma estaba, si no era a negocios importantes; y con gran acato que hizo a Cortés, y Cortés a él, se tomaron por las manos, e adonde estaba su estrado le hizo sentar a la mano derecha; y asimismo nos mandé sentar a todos nosotros en asientos que allí mandó traer; e Cortés le comenzó a hacer un razonamiento con nuestras lenguas doña Marina e Aguilar; e dijo que ahora, que había venido a ver y hablar a un tan gran señor como era, estaba descansado, y todos nosotros, pues ha cumplido el viaje e mando que nuestro gran rey y señor le mandó; e lo que más le viene a decir de parte de nuestro señor Dios es, que ya su merced habrá entendido de sus embajadores Tendile e Pitalpitoque e Quintalvor, cuando nos hizo las mercedes de enviarnos la luna y el sol de oro en el arenal, cómo les dijimos que éramos cristianos e adoramos a un solo Dios verdadero, que se dice Jesucristo, el cual padeció muerte y pasión por nos salvar; y dijimos, cuando nos preguntaron que por qué adorábamos aquella cruz, que la adorábamos por otra que era señal donde nuestro señor fue crucificado por nuestra salvación, que aquesta muerte y pasión que permitió que así fuese por salvar por ella todo el linaje humano, que estaba perdido; y que aqueste nuestro Dios resucitó al tercero día y está en los cielos, y es el que hizo el cielo y la tierra y la mar, y crió todas las cosas que hay en el mundo, y las aguas y rocíos, y ninguna cosa se hace sin su santa voluntad y que en él creemos y adoramos, y que aquellos que ellos tienen por dioses, que no lo son, sino diablos, que son cosas muy malas, y cuales tienen las figuras, que peores tienen los hechos; e que mirasen cuán malos son y de poca valía, que adonde tenemos puestas cruces, como las que vieron sus embajadores, con temor dellas no osan parecer delante, y que el tiempo andando lo verían. E lo que ahora le pide por merced es, que esté atento a las palabras que ahora le quiere decir. Y luego le dijo muy bien dado a entender de la creación del mundo, e cómo todos somos hermanos, hijos de un padre y de una madre, que se decían Adán y Eva; e como a tal hermano, nuestro gran emperador, doliéndose de la perdición de las ánimas, que son muchas las que aquellos sus ídolos llevan al infierno, donde arden en vivas llamas, nos envió para que esto que ha oído lo remedie, y no adoren aquellos ídolos ni les sacrifiquen más indios ni indias, pues todos somos hermanos; ni consientan sodomías ni robos; y más les dijo, que el tiempo andando enviaría nuestro rey y señor unos hombres que entre nosotros viven muy santamente, mejores que nosotros, para que se lo den a entender; porque al presente no veníamos a más de se lo notificar; e así, se lo pide por merced que lo haga y cumpla. E porque pareció que el Montezuma quería responder, cesó Cortés la plática. E díjonos Cortés a todos nosotros que con él fuimos: "Con esto cumplimos, por ser el primer toque"; y el Montezuma respondió: "Señor Malinche, muy bien entendido tengo vuestras pláticas y razonamientos, antes de ahora, que a mis criados sobre vuestro Dios les dijistes en el arenal, y eso de la cruz y todas las cosas que en los pueblos por donde habéis venido habéis predicado, no os hemos respondido a cosa ninguna dellas porque desde abinicio acá adoramos nuestros dioses y los tenemos por buenos, e así deben ser los vuestros, e no curéis más al presente de nos hablar dellos; y en esto de la creación del mundo, así lo tenemos nosotros creído muchos tiempos pasados; e a esta causa tenemos por cierto que sois los que nuestros antecesores nos dijeron que vendrían de adonde sale el sol, e a ese vuestro gran rey yo le soy en cargo y le daré de lo que. tuviere; porque, como dicho tengo otra vez, bien ha dos años tengo noticia de capitanes que vinieron con navíos por donde vosotros vinisteis, y decían que eran criados dese vuestro gran rey. Querría saber si sois todos unos"; e Cortés le dijo que sí, que todos éramos criados de nuestro emperador, e que aquellos vinieron a ver el camino e mares e puertos para lo saber muy bien, y venir nosotros como veníamos. Y decíalo el Montezuma por lo de Francisco Fernández de Córdoba e Grijalva, cuando venimos a descubrir la primera vez; y dijo que desde entonces tuvo pensamiento de haber algunos de aquellos hombres que venían, para tener en sus reinos e ciudades, para les honrar; e pues que sus dioses le habían cumplido sus buenos deseos, e ya estábamos en sus casas, las cuales se pueden llamar nuestras, que holgásemos y tuviésemos descanso; que allí seríamos servidos, e que si algunas veces nos enviaba a decir que no entrásemos en su ciudad, que no era de su voluntad, sino porque sus vasallos tenían temor, que les decían que echábamos rayos e relámpagos, e con los caballos matábamos muchos indios, e que éramos teules bravos, e otras cosas de niñerías. E que ahora, que ha visto nuestras personas, e que somos de hueso y de carne y de mucha razón, e sabe que somos muy esforzados, por estas causas nos tiene en más estima que le habían dicho, e que nos daría de lo que tuviese. E Cortés e todos nosotros respondimos que se lo teníamos en grande merced tan sobrada voluntad; y luego el Montezuma dijo riendo, porque en todo era muy regocijado en su hablar de gran señor: "Malinche, bien sé que te han dicho esos de Tlascala, con quien tanta amistad habéis tomado, que yo: que soy como dios o teule, que cuanto hay en mis casas es todo oro e plata y piedras ricas; bien tengo conocido que como sois entendidos, y que no lo creíais y lo teníais por burla, lo que ahora, señor Malinche, veis: mi cuerpo de hueso y carne como los vuestros, mis casas y palacios de piedra y madera y cal; de ser yo gran rey, sí soy, y tener riquezas de mis antecesores, sí tengo; mas no las locuras y mentiras que de mí os han dicho; así que también lo tendréis por burla, como yo tengo lo de vuestros truenos y relámpagos." E Cortés le respondió también riendo, y dijo que los contrarios enemigos siempre dicen cosas malas e sin verdad de los que quieren mal; e que bien ha conocido que en estas partes otro señor más magnífico no le espera ver, e que no sin causa es tan nombrado delante de nuestro emperador. E estando en estas plácticas mandó secretamente Montezuma a un gran cacique sobrino suyo, de los que estaban en su compañía, que mandase a sus mayordomos que trajesen ciertas piezas de oro, que parece ser debieran estar apartadas para dar a Cortés e diez cargas de ropa fina; lo cual repartió, el oro y mantas entre Cortés y los cuatro capitanes, e a nosotros los soldados nos dio a cada uno dos collares de oro, que valdría cada collar diez pesos, e dos cargas de mantas. Valía todo el oro que entonces dio sobre mil pesos, y esto daba con una alegría y semblante de grandes e valeroso señor; y porque pasaba la hora más de mediodía, y por no le ser más importuno, le dijo Cortés: "El señor Montezuma siempre tiene por costumbre de echarnos un cargo sobre otro, en hacernos cada día mercedes; ya es hora que vuestra merced coma"; y el Montezuma dijo que antes por haberle ido a visitar le hicimos merced. E así, nos despedimos con grandes cortesías de él y nos fuimos a nuestros aposentos, e íbamos platicando de la buena manera e crianza que en todo tenía, e que nosotros en todo le tuviésemos mucho acato, e con las gorras de armas colchadas quitadas cuando delante de él pasásemos; e así lo hacíamos. E dejémoslo aquí e pasemos adelante.
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Capítulo XC De cómo siendo teniente el capitán Juan Pizarro en el Cuzco, el rey Mango Inga Yupangue, aborreciendo el mando que los cristianos tenían sobre ellos, procuró de salirse de la ciudad para moverles guerra; y fue tomado por dos veces y puesto en cadenas En este tiempo pasó lo que será bien que la historia trate y es que habiendo quedado por teniente y justicia mayor del Cuzco, Juan Pizarro, hermano del gobernador, estaba en la ciudad el rey Mango Inga Yupangue, hijo de Guayna Capac, a quien Pizarro favoreció para que hubiese la borla; y los naturales le estimaban y tenían en mucho como a verdadero señor suyo, heredero legítimo del gran reino que los incas, sus padres, habían ganado. Y antes que Almagro saliese del Cuzco, platicaron lo que ya tengo contado, este Mango y Villahoma y Paullo con otros principales. Y habiéndose pasado algunos días que Almagro era partido, el inca secretamente mandó llamar a muchos de los señores naturales de las provincias de Condesuyo, Andesuyo, Collasuyo y Chinchasuyo, los cuales disimuladamente vinieron a su mandado y se hicieron grandes fiestas entre ellos y los orejones; y juntos todos, Mango Inga les propuso esta plática: ORACIÓN DE MANGO "Heos enviado a llamar para en presencia de nuestros parientes y criados deciros lo que siento sobre lo que esos extranjeros pretenden de nosotros para que con tiempo, y antes que con ellos se junten más, demos orden a lo que a todos generalmente conviene. Acordaos que los incas pasados, mis padres, que descansan en el cielo con el sol, mandaron desde el Quito hasta Chile haciendo a los que recibían por vasallos tales obras que parecía eran hijos salidos de sus entrañas: no robaban, ni mataban, sino cuando convenía a la justicia, tenían en las provincias la orden y razón que vosotros sabéis. Los ricos no cogían soberbia, los pobres no sentían necesidad, gozaban de tranquilidad y paz perpetua: nuestros pecados no merecieron tales señores, antes fueron ocasión que entrasen en nuestra tierra estos barbudos; siendo la suya tan lejana de ella, predican uno y hacen otro, todas las amonestaciones que nos hacen lo obran ellos al revés. No tienen temor de Dios ni vergüenza, trátannos como a perros, no nos llaman otros nombres: su codicia ha sido tanta que no han dejando templo ni palacio que no han robado, mas no les bartaran aunque todas las nieves se vuelvan oro y plata. Las hijas de mi padre, con otras señoras, hermanas vuestras y parientas, tiénenlas por mancebas; y hánse en esto bestialmente. Quieren repartir, como han comenzado, todas las provincias, dando, a cada uno de ellos, una, para que siendo señor la pueda robar. Pretendían tenernos tan sojuzgados y avasallados que no tengamos más cuidado que de les buscar metales, proveerlos con nuestras mujeres y ganado. Sin esto han allegado a sí los anaconas y muchos mitimaes: estos traidores antes no vestían ropa fina ni se ponían llauto rico, como se juntaron con éstos, trátanse como incas; ni falta más de quitarme la borla, no me honran cuando me ven, hablan sueltamente, porque aprenden de los ladrones con quienes andan. La justicia y razón que han tenido para hacer estas cosas y lo que harán estos cristianos: ¡miradlo! Pregúntoos yo: dónde los conocimos, qué les debemos, o a cuál de ellos injuriamos para que con estos caballos y armas de hierro nos hayan hecho tanta guerra. Atabalipa mataron sin razón, hicieron lo mismo de su capitán general Chalacuchima; Ruminabi, Zopezopagua, también los han muerto en Quito en fuego porque las ánimas se quemen con los cuerpos y no puedan ir a gozar del cielo: paréceme que no será cosa justa y honesta que tal consintamos, sino que procuremos con toda determinación de morir sin quedar ninguno, o matar a estos enemigos nuestros tan crueles. De los que fueron con el otro tirano de Almagro no hagáis caso, porque Paullo y Villahoma llevan cargo de levantar la tierra para los matar". Alimache, que era criado de Mando Inga, y es ahora de Juan Ortiz de Zárate, me contó lo que tengo escrito, entre otras cosas que me ha dicho, y es de buena memoria y agudo juicio. Los que oyeron a Mango comenzaron de llorar, respondiendo: "Hijo eres de Guaynacapa, nuestro rey tan poderoso, el sol y los dioses todos sean en tu favor, para que nos libres del cautiverio que sin pensar nos ha venido: ¡todos moriremos por servirte!" Dichas estas palabras y otras, se determinó por todos los que allí se hallaron que el mismo Mango Inga, disimuladamente, sin que los cristianos supiesen, procurase de salirse del Cuzco para ponerse en lugar seguro y conveniente para donde todos se juntasen. Mas aunque procuraron de tener estas pláticas muy secretas, no lo fueron tanto que no vinieran a noticia de ciertos anaconas que los descubrieron a Juan Pizarro y a otros de los cristianos. Juan Pizarro no creyó enteramente lo que sobre este caso le afirmaron los que lo sabían, mas, por sí o por no, mandó a los anaconas que tenía por más fieles que velasen de noche y de día a Mango Inga sin lo mostrar, para que si ciertamente de la ciudad se quisiese ausentar, le diesen aviso de ello. Pasados algunos días, no pudiendo reposar el inca, con los orejones y criados que le pareció, desamparando su casa, salió de la ciudad en ricas andas, conforme a la dignidad real, fueron con él muchas de sus mujeres, y muchas quedaron en sus casas o palacios, yendo por el camino de Mohína. Los veladores, cuando acordaron, ya era ido; mas como lo supieron lo pusieron en boca de Juan Pizarro, estando jugando los naipes; sin lo cual, un cristiano llamado Martín de Florencia, que también lo supo, se lo entró a decir. Tomó su espada y capa, Juan Pizarro, acompañado de algunos cristianos fue a la casa del inca, donde supo ser cierto lo que le habían dicho; y sin que él lo mandase ni lo pudiese estorbar se dio saco a las grandes riquezas de oro y plata y ropa fina que el inca tenía en su casa, que fue robo notable: mucho de lo cual hubieron los anaconas. Habíase vuelto a su posada Juan Pizarro, donde mandó a Gonzalo Pizarro, su hermano, que a toda furia, aunque la noche fuese mala, oscura y tenebrosa, fuese en seguimiento del inca, apercibiendo que saliesen Alonso de Toro, Pero Alonso Carrasco, Beltrán del Conde, Francisco de Solar, Francisco Pérez, Diego Rodríguez, Francisco Villafuerte. Estos salieron encima de sus caballos a todo correr, anduvieron hasta las Salinas, que es media legua de la ciudad, donde comenzaron a alcanzar de la gente que iban con el inca, a quien preguntaba por él, respondían, que por otro camino iba y no por allí. Oyó el ruido encima de las andas, donde iba, temió los enemigos, echó maldiciones a quien les dio noticia como había salido. En esto llegaron Gonzalo Pizarro y los otros a unas angosturas que hacían unas sierras pequeñas donde alcanzaron un orejón principal de los que iban guardando la persona del rey: amenazáronle que dijese a dónde estaba o por qué parte iba, negó con constancia la verdad por no ser traidor a su señor. Gonzalo Pizarro, con ira, se apeó de su caballo y con ayuda de los otros le ataron un cordel en el genital para le atormentar, como de hecho lo hicieron en tanta manera que el pobre orejón daba grandes gritos afirmando que el inca no iba por aquel camino. Beltrán del Conde, Francisco de Villafuerte, Diego Rodríguez Hidalgo prosiguieron el camino hacia Mohína, pasando por los que alcanzaban, yendo preguntando por el señor: el cual había llegado a unas ciénagas y, como llevasen ruido los que caminaban con él, no sentían el que traían los caballos que ya llegaban tan junto a las andas que con gran miedo salió de ellas, poniéndose entre unas matas pequeñas de juncos. Los españoles con grandes voces preguntaban por él, y andando uno de los caballos en el lugar donde se había puesto, creyendo era descubierto salió diciendo que él era y que no le matasen: afirmando una gran mentira que fue que Almagro le envió mensajero para que saliese en su seguimiento. Fue puesto en las andas tratando su persona honradamente porque ni aun palabra mala ni descortés le hablaron. Dieron voces a Gonzalo Pizarro y juntos todos volvieron a la ciudad, de donde enviaron mensajero a Juan Pizarro que con otros caballeros había salido por otra parte en busca del inca. Y como volvió reprendió su salida de aquella suerte, diciendo que pagaba mal a Pizarro el amor que le tenía y a los cristianos la honra que le hacían; excusóse con decir que Almagro le envió mensajeros que se fuese a juntar con él y que creyendo que no le dieran licencia había querido irse de aquella manera. Juan Pizarro, con toda blandura y gentil comedimiento le amonestó se asosegase y holgase en la amistad y gracia de los españoles: que él bien sabía que Almagro no le había enviado a tal mensajero. Pasado esto, Mango Inga se fue a su casa; mandó Juan Pizarro a ciertos indios y anaconas que le tuviesen de noche y de día a ojo, lo cual podían hacer porque siempre estaban muchos viviendo en dónde él estaba. Y puesto que no hubiese podido salir con lo que él tanto deseaba, y cada día cobrase más odio a los cristianos, y desamor (mayormente habiéndole saqueado su casa y tomándole muchas de sus mujeres), no dejaba de imaginar por dónde podía de nuevo tornar a salir para se poner en salvo. Y habiendo dado parte de ello a los familiares y privados suyos, tornó a salir de la ciudad con intención de se ir a meter entre las nieves más cercanas de ella. Y habiendo salido, fue luego el aviso a Juan Pizarro de los que lo velaban, y alcanzaron no dos tiros de ballesta del Cuzco; y mostrando mucho enojo Juan Pizarro le mandó meter en hierros, y que lo guardasen cristianos públicamente. De esta manera fue preso, por Juan Pizarro, Mango Inga; y tengo también que decir que algunos indios de buena manera y razón lo disculpan afirmando que Almagro le sacó gran suma de oro, y que Jijan Pizarro le pedía de aquel metal con tanto ahínco que, desesperado, quiso ausentarse. Algo debe de ser de lo uno y de lo otro, aunque la causa principal era para hacer liga o junta de gente para mover guerra contra los cristianos, como se ha escrito.
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Capítulo XC Que trata de las costumbres y cerimonias de los naturales de la provincia de Mapocho Los indios de esta provincia no tienen casa de adoración ni ídolos. Y desque muere algún señor hereda los señoríos el hijo de la mujer primera que hubo, puesto que son casados con diez y doce mujeres según su posibilidad. Y si no tiene hijo en esta primera mujer, hereda el hermano, y donde no, el pariente más cercano. Cásanse con hermanas y sobrinas. La gente común se casa con una y dos mujeres. No tienen en nada hallarlas dueñas o no. Es su adoración al sol y a la luna y esto tomaron de los ingas cuando de ellos fueron conquistados. Son muy grandes hechiceros. Sus placeres y regocijos es ajuntarse a beber y tienen gran cantidad de su vino ayuntado para aquella fiesta. Y tañen un atambor con un palo y en la cabeza de él tiene un paño revuelto, y todos asidos de las manos cantan y bailan. Y llévanlo tan a son que suben y caen con las voces a son del atambor. Para estas fiestas sacan todas las mejores y más ricas ropas que tienen y cosas parecidas entre ellos, y embijanse los rostros cada uno la color que quiere y le parece, porque tienen muchas colores. Y aquí se embriagan y no lo tienen en nada, antes lo tienen por grandeza. Aquí se matan unos a otros con veneno. Es de esta manera: que el que tiene algún enemigo le convida a beber o se lo paga a otra persona. Y si es señor se lo manda a algún allegado suyo. Y como es costumbre entre ellos llevalles de beber, y aquel que lleva la vasija de que se lo da, hácele la salva. Y después que la ha hecho, lleva el dedo pulgar metido en la vasija. Llevan en la uña el veneno y al tiempo que se la da al contrario, deja el veneno dentro y bebe el otro descuidadamente. Es esta ponzoña de tal calidad, que si quieren dar a uno para que muera en veinte y cuatro horas y si quieren para más tiempo, la tienen. Y tienen con el demonio su pacto. Y éstos son señalados entre ellos y aún tenidos. Estando en estas fiestas, éstos se levantan, y apartados un poco de la otra gente habla entre sí como si tuviesen al demonio. Y yo los vi muchas veces y paréceme que lo debe de ver o se le demuestra. Y estando en esta habla, saca una quisca que ellos llaman, que es una manera de huso hecho de palo, y en presencia de toda la gente se pasa con ellas la lengua dos o tres veces y por el consiguiente hace lo mesmo a su natura. Y aquella sangre que saca lo escupe y lo ofrece al demonio, que en esto lo tienen ensestidos. Yo los vi algunas veces y los veía luego sanos, y les pregunté algunos que si sentían dolor, y decían que no. El traje de esta gente era antiguamente unas mantas de lana que les tomaba desde la cintura hasta la rodilla y ceñíanselo al cuerpo. Y el de ellas era una manta pequeña revuelta por la cintura y le da hasta la rodilla, y con una faja del tamaño y anchor de una cincha de caballo se ata por la cintura, y otra manta pequeña echada por los hombros y presa en el pecho, y dale hasta la cinta. Este era el traje antiguo, aun cuando agora andan los más, vestidos al modo del Pirú por causa de la ropa que de allá viene de algodón. Cuentan hasta diez y no es más su cuenta, que lo demás cuenta por dieces. Son agoreros. Sus armas son arcos y flechas. No se les da nada por riquezas. Son de buen parecer y dispuestos y ellas por el consiguiente y de buenos rostros. Precian de traer los cabellos largos. Acostumbran las indias a pintarse la barba como los moriscos, hacen tres rayas o media luna o la señal que se le antoja, y los pechos y las muñecas de los brazos. Los enterramientos de ellos es que muriéndose un señor u otra cualquiera persona, ayúntanse todos los parientes y amigos del muerto, y tienen muy gran cantidad de su vino, y ponen el difunto en el cuerpo de la casa. Y juntos todos hacen su llanto y sus oraciones dedicadas al demonio, nuestro adversario. Y allí le ven. Ansí de esta manera lo tienen tres o cuatro días y al cabo de los tres le visten las más privadas ropas que él tenía, y vestido le meten en una talega, que le ponen en la mano maíz y frísoles y pepitas de zapallos y de todas las demás semillas que ellos tienen, y le lían con unas sogas muy bien. Y llévanle a la tierra o heredad más preciada que él tenía y solía sembrar, y allí hacen un hoyo y allí le meten un cántaro y olla y escudillas. Y venido averiguar para qué es aquello y para qué meten semillas, es para que coma y siembre allá a donde fuere, que bien entienden que sale del cuerpo y se aparta a otra casa, que allá donde va que ha menester trabajar, y en esto los tiene ciegos el demonio. Y allí están otros cuatro días haciendo su llanto por el difunto, y los parientes se embijan los rostros de negro en señal de luto. No hay tanta gente en esta provincia como cuando los cristianos entraron en ella, a causa de las guerras y alzamientos que con los españoles tuvieron. Fue parte para desmenuillos, que de tres partes no hay la una. Y las minas han sido también parte, que lo uno con lo otro se ha juntado el destruimiento de ellos.
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Que trata del buen acogimiento que tuvo Cortés en Tlaxcalan y todo lo que en ella hizo durante el tiempo que allí se reformó; muerte del rey Cuitlahuazin y elección de Quauhtémoc, de Coanacochtzin y de TetIepanquetzaltzin Habiendo descansado Cortés y los suyos en Hueyotlipan, Maxixcatzin con otros muchos señores y más de cincuenta mil hombres de los amigos, le apresuraron la ida a Tlaxcalan, en donde los cuatro señores principales con toda la Señoría le salieron a recibir y llevaron a su ciudad con muy gran regocijo, en donde le curaron y regalaron muy bien, según la relación que tengo citada de Tlaxcalan que es la que yo sigo y todo lo más que he escrito y adelante escribiré, es según las relaciones y pinturas que escribieron los señores naturales recién ganada la tierra, que se hallaron en los lances acontecidos en aquellos tiempos; porque en cuanto a las cosas de nuestros españoles y más notables en aquestos tiempos, Francisco de Gómara en su Historia de las Indias, Antonio de Herrera en su Crónica, el reverendo padre fray Juan Torquemada en su Monarquía indiana y como testigo de vista el invictísimo don Fernando Cortés, marqués del Valle, en las cartas y relaciones que envió a su majestad, todos tratan muy especificadamente, en donde los curiosos lectores hallarán a medida de sus deseos lo que quisieren. Prosiguiendo pueden la traducción de las dichas relaciones y pinturas, dice la de Tlaxcalan que se aposentó Cortés con los suyos en la casa de Xicoténcatl, en donde estuvo la primera cruz y entre otras pláticas que tuvo con él, en razón del buen suceso de la conquista de la ciudad de México y venganza de los agravios referidos, le dijo: "señor seáis bien venido, descansad que en vuestra casa y patria estáis; a mi me habían dicho que desde Hueyotlipan, habiéndoos reformado, queríades volver a México para sojuzgar a los culhuas castigándoles su rebeldía, que a vos, a los tlaxcaltecas y a otros de vuestros amigos les han hecho, lo cual por mi voto no hubiera sido buen acuerdo; pues ya que vinísteis a esta ciudad, os suplico descanséis en ella con los vuestros y os reforméis y soy de parecer, que ante todas cosas sojuzguéis a los Tepeyácac, que es una provincia grande y muy fortalecida, en donde tienen los mexicanos la fuerza de sus ejércitos para datos por las espaldas y hacer mal a vuestros amigos y así conviene allanar primero a éstos y a los demás que están en estos contornos, para que con más seguridad salgáis con vuestra empresa, que tanto importa a todos". A Cortés le pareció muy bien y quedó determinado de poner por obra el consejo de Xicoténcatl. Mientras pasaban las cosas referidas en Tlaxcalan, fue en México tan grande y tan general el daño que hicieron las viruelas que pegó el negro de Narváez que perecieron muchos millares de naturales y entre ellos murió el rey Cuitlahuatzin, que había gobernado sólo cuarenta y siete días y asimismo murió Totoquihuatzin rey de Tlacopan. En lugar de estos dos, los mexicanos eligieron por su rey a Quauhtémoc de edad de dieciocho años, famosísimo capitán, cual convenía por el tiempo y trance en que se veían los mexicanos, que era sumo sacerdote de sus falsos dioses y señor de Tlatelulco y los de Tlacopan eligieron por su rey al príncipe heredero Tetlepanquetzaltzin y en la ciudad de Tetzcuco, por muerte del rey Cacama, a Coanacochtzin; todos tres hombres de valor y ánimo y que eran del apellido y bando mexicano; los cuales en sus juras y coronaciones hicieron muy solemnes fiestas y grandes sacrificios a sus falsos dioses con los cautivos españoles, tlaxcaltecas, huexotzincas, cholultecas y otros amigos de Cortés, que fueron habidos en los combates y retirada que hizo. Estando en este estado todos estos tres reyes, entraron de acuerdo y consejo de lo que debían hacer, para que de todo punto echasen de todas las tierras del imperio o matasen a los pocos españoles que quedaban con su caudillo Cortés y el mejor medio que para esto hallaban, era atraer a su devoción y amistad a todos aquellos que los favorecían y admitían en sus tierras y señoríos, ofreciéndoles muy grandes franquezas, libertades y paz perpetua entre ellos, porque no les aconteciese otra vez ver, que por sus medios viniesen gente de ellos y asimismo tratar de paces con los reyes y señores remotos (con quienes los ejércitos del imperio habían tenido continuas guerras), y estando de paz con os, con los partidos y capitulaciones que ellos quisiesen, aunque fuese restituirles algunas de las tierras y lugares que les tuviesen ganados, pedirles socorro y ayuda para destruir y consumir nuestra nación española; para lo cual enviaron sus embajadores a tratar con ellos con grande instancia lo que así tenían determinado, encareciendo las crueldades y tiranías que decían les hacían los cristianos, usurpándoles sus riquezas y señoríos y asimismo fortaleciendo la ciudad todo lo mejor que pudieran. Entre los embajadores que despacharon, fueron seis a la Señoría de Tlaxcalan, personas de autoridad y respeto, los cuales dieron su embajada con muy grande elocuencia a la Señoría, persuadiéndola a que matasen o echasen de sus tierras a Cortés y a los suyos, pues era gente extraña, que venía con gran codicia de usurpar y quitar los señoríos y otras cosas que a su propósito alegaban, trayéndoles a la memoria ser todos deudos y de su linaje, por cuya causa, dejando aparte pasiones y contiendas pasadas, tenían más obligación de favorecer a los suyos, que no a aquellos pocos extranjeros que venían a embaucar la tierra; dándoles la fe y palabra de sus reyes, que entre ellos desde aquel tiempo en adelante tendrían perpetua paz y concordia inviolablemente y que entrarían en parte de todas las rentas de las provincias sujetas por el imperio. Tanto supieron decir a la Señoría estos embajadores, que casi toda ella después de tratado y altercado muy bien el negocio, la redujeron a su voluntad y deseo y comenzaron entre sí a decir que tenían razón los culhuas y sus consortes y quedando la cosa establecida de la manera que sus reyes se obligaban, les estaba más bien el favorecer y amparar su causa, que no la de los españoles, gente extraña y que aún no sabían en que vendrían a parar sus designios. Uno de los cuatro señores que más aficionado se mostró a esta opinión fue Xicoténcatl, que era el más antiguo de los cuatro supremos de la Señoría, trayéndoles a la memoria de los tiempos atrás, siendo él mancebo y capitán general, la grande paz y concordia que tuvieron con los reyes de Tetzcuco y México, como deudos y parientes tan cercanos que eran; que en las primeras guerras que tuvieron, así en sojuzgar al rey de Azcaputzalco que tenía tiranizado el imperio, como en conquistar algunas provincias remotas, andando en su favor siempre él y toda la Señoría, la hicieron participante de lo mejor de los despojos y entró en parte de las rentas y tierras conquistadas y después por dioses se vino a perder esta amistad y concordia, de donde nacieron las pasiones, enemistades y rencores que entre los unos y los otros había y que así estableciendo la cosa según y de la manera que los embajadores decían en nombre de los señores mexicanos, sin duda ninguna le estaría muy a cuenta a la Señoría hacer lo que se les pedía. Maxixcatzin contradijo por todas instancias lo que Xicoténcatl alegaba y decía, favoreciendo muy hincadamente la parte de Cortés y de los suyos, alegando para ello muchas causas y razones y estando en esta contienda (que era en la sala y oratorio de Xicoténcatl en donde estaba puesta la cruz), milagrosamente todos los que estaban en ella, vieron entrar una nube que cubrió la cruz y quedó la sala oscura y triste; con que a Maxixcatzin viendo este milagro, se le aumentó el ánimo y brío con que defendía el partido de los cristianos, de tal manera que Xicoténcatl el mozo (que sustentaba con muy gran coraje el parecer de su padre) y él llegaron a las manos y Maxixcatzin le dio un reempujón, que lo echó de las gradas abajo que estaban a la entrada de esta sala. Todos los del consejo y junta viendo un milagro tan grande mudaron de intento y se volvieron de la parte y opinión de Maxixcatzin; con que despidieron a los embajadores de México diciéndoles, que ellos habían de defender y amparar a los cristianos y perder por ellos las vidas y las de sus mujeres e hijos y así que los despidieron salió aquella nube y quedó aquella sala muy clara y alegre y la cruz muy resplandeciente; por lo que desde entonces con muchas más veras servían, amparaban y favorecían a Cortés y a los suyos. Muy mal suceso tuvieron los embajadores; aunque los que fueron a la provincia y reino de Michoacan y otras partes trajeron muy buenas nuevas a los señores mexicanos, pues todos ofrecían socorro y ayuda contra Cortés y los suyos, hasta matarlos o echarlos de toda la tierra y castigar a todos aquellos que fueran en su favor; con cuyas nuevas se holgaron mucho y animaron a los de su bando y apellido. Los amigos de Cortés protestaron morir o vencer en la demanda por no venir a manos de sus enemigos, que tratarían a los que quedasen con vida peor que a esclavos y que así echarían el resto en favorecer y ayudar a Cortés. Estándose él curando en la ciudad de Tlaxcalan, cuando él menos pensaba, todos los suyos fueron a él bien alterados y con determinación de dejarle y le hicieron de parte de su majestad un requerimiento, pidiéndole que los sacase de aquella tierra; fue grandísima la pena que a Cortés le dio este motín; pero él se supo tan bien granjearlos y persuadirlos a que se asegurasen, que todos mudaron de intento y protestaron morir con él donde quiera que los guiase y llevase. Pasados veinte días, acordó Cortés de ir sobre los de Tepeyácac, según Xicoténcatl se lo tenía aconsejado y así habiéndose juntado más de cuatro mil tlaxcaltecas, huexotzincas y cholultecas y por caudillo principal de los tlaxcaltecas Tianquiztlatoatzin y los hijos de Xicoténcatl y otros señores de las cuatro cabezas, el primer día fue a hacer noche en Tzompantzinco, en donde puso en orden la gente que llevaba; se ocupó en esto un día y al tercero se juntó con los enemigos en Zacatépec, en donde tuvo una sangrienta batalla y murieron muchos de los mexicanos y tepeacas; al cuarto hizo noche en Acatzinco, en donde cautivó a los que se le fueron de las manos y al sexto día entró en la ciudad de Tepeaca sin contradicción ninguna, porque los moradores de ella y sus valedores los mexicanos la desampararon, habiendo venido a sus manos y dado por esclavos a muchos de ella. Detúvose los que en ella halló y fundó una villa que llamó Segura de la Frontera y luego dio la vuelta por Chololan y de allí, después de haberse reformado, fue sobre los de Cuauhquecholan que luego se le rindieron, y echó de sus términos a los mexicanos y habiendo estado un día aquí reformándose, fue sobre Itzocan y aunque con dificultad los rindió y sujetó, porque se defendieron ellos y los mexicanos que estaban en su defensa y murieron muchos de ellos; detúvose aquí veinte días dando orden en las cosas convenientes a la prosecución de la conquista; posó en las casas de Ahuecatzin señor de aquella provincia, desde donde dio la vuelta por Tepeyácac y los tlaxcaltecas se volvieron a su tierra y habiendo estado algunos días en Tepeyácac, volviose a Tlaxcalan, en donde halló a muchos de los señores y caballeros de aquella república muertos por la enfermedad de las viruelas que pegó el negro de Narváez, (que ya habían cundido por toda la tierra), entre los cuales falleció su grande amigo Maxixcatzin; hizo por él grandísimo sentimiento y puso luto. Antes de partirse de la provincia de Tepeyácac, envió a sojuzgar las provincias de Zacatlan y Xalatzinco (que eran del bando mexicano, camino muy necesario para la Veracruz, que habían muerto algunos españoles), despachando para el efecto veinte de a caballo, doscientos eones y muchos de los amigos de Tlaxcalan y otras partes, que os fueron a sojuzgar.