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Se demuestra ser falso que los españoles tuviesen antiguamente el dominio de las Indias, como Gonzalo Fernández de Oviedo se esfuerza en probar en sus Historias Si lo que habemos dicho acerca de tantas islas y tierras imaginadas por personas que casi fueron de nuestros días, consta ser fábula y vanidad, ¿cuánto más se deberá estimar falso lo que Gonzalo Fernández de Oviedo imagina en el tercer capítulo de su Historia natural de las Indias? Al cual parece, con cierta fantasía que cuenta, haber probado que antes hubo otro autor de la navegación, al Occidente, y que los españoles tuvieron el dominio de aquellas tierras, aduciendo como prueba de su intento lo que Aristóteles dice de la isla de Atlante, y Seboso, de las Hespéridas. Lo que aquél afirma, según la opinión de algunos cuyos escritos hemos bien pesado y examinado, es tan sin razón y fundamento que habría pasado en silencio tal razonamiento, para no reprender a ninguno y no ser enojoso a los lectores, si no hubiese considerado que algunos, por disminuir el honor y la gloria del Almirante, juzgan de grande aprecio y valor tales fantasías; por lo cual, al querer demostrar con pura verdad los indicios y la autoridad que movieron al Almirante a llevar esta empresa, quiero que no parezca que dejo de satisfacer a quien tanto debo, olvidando tamaña mentira, cuya falsedad me consta. Por donde, a fin de manifestar mejor tal error, quiero primeramente recitar lo que Aristóteles dice acerca de esto, como lo expone Fr. Teófilo de Ferraris, el cual, entre las proposiciones de Aristóteles que reunió y puso en un libro rotulado De admirandis in Natura auditis, hay un capítulo que contiene lo que sigue: "Dícese que en el mar Atlántico, más allá de las Columnas de Hércules, fue antiguamente hallada cierta isla, por algunos mercaderes cartagineses, la que jamás había sido habitada sino por bestias salvajes. Era toda una selva, llena de árboles, con muchos ríos aptos para ser navegados y abundantísima de todas las cosas que suele producir la Naturaleza, si bien distaba de tierra firme bastantes días de navegación." Aconteció que arribados allí algunos mercaderes cartagineses, viendo que la tierra era buena, tanto por su fertilidad como por la templanza del aire, se establecieron en ella. Pero indignarlo, después, por esto, el senado cartaginés mandó pronto, por decreto público, que de allí en adelante, bajo pena de muerte, nadie fuese a dicha isla; y que los que primeramente habían ido, fuesen condenados a muerte, para que la fama de aquélla no pasase a otras naciones, y no tomase allí posesión algún imperio más fuerte, de modo que la isla llegase a ser contraria y enemiga de la libertad de Cartago. Ahora que yo he trasladado fielmente esta autoridad, quiero decir las razones que me mueven a decir que Oviedo no tiene justa causa para afirmar que esta isla sea la Española, o la de Cuba, como él asegura. Lo primero, porque no entendiendo Gonzalo Fernández de Oviedo la lengua latina, por fuerza se acogió a la declaración que alguno le hizo de dicho testimonio, el cual, por lo que se ve, no debía saber muy bien traducir de una lengua a la otra, pues mudó y alteró el texto latino en muchas cosas que quizás engañaron a Oviedo y le movieron a creer que esta autoridad hablaba de alguna isla de las Indias; porque en el texto latino no se lee que aquellos navegantes saliesen del estrecho de Gibraltar, como Oviedo narra, ni tampoco que la isla fuese ,grande y crecidos sus árboles, sino que era una isla de muchos árboles. Ni allí se lee que los ríos fuesen maravillosos, ni se habla de su fertilidad, ni se dice que estuviese más remota de Africa que de Europa, sino solamente que era lejana de tierra firme; ni añade que ellos fundaron pueblos, porque pocas podían fabricar los mercaderes que por casualidad arribaron a ella; ni dice que fuese grande la fama de la isla, sino que se dudaba que su noticia anduviese en otras naciones. De modo que habiendo tanta ignorancia en el intérprete que expuso dicha autoridad, de aquí vino que Oviedo imaginase otra cosa distinta de lo que era en realidad; y, si este quisiese decir que en el texto de Aristóteles se lee de otra manera, y que lo que el fraile puso era como compendio de lo que escribió Aristóteles, yo le demandaré, quién le ha hecho juez para dar tantos reinos a quien le place, y quitar su honor a quien bien lo adquirió; y que no debía contentarse con leer dicha autoridad puesta en el cartapacio del fraile, sino que debía verla en la misma fuente, en las obras de Aristóteles. Además, que acerca de esto le fue hecha una desdichada relación en el caso, porque aunque Teófilo en todos sus otros libros siga a Aristóteles, poniendo el compendio o sustancia de lo que éste dice, en el libro De admirandis no lo hizo así, pues afirma él mismo en el principio que no hace un compendio de Aristóteles, en su libro, según que había hecho en los otros, sino que allí pone todo palabra por palabra, para que no pueda decirse que había más o menos en Aristóteles, de lo que él dejó escrito. Agréguese a esto que Antonio Beccaria, veronés, que tradujo este libro del griego en latín, de cuya versión se valió Teófilo, no lo trasladó tan fielmente que no pusiese más de cuatro cosas diversamente del texto griego, como verá cualquiera que se fije en ello. En segundo lugar, digo, que aunque Aristóteles hubiese escrito esto como lo expone Teófilo, Aristóteles no aduce autor, sino como cosa sin fundamento dice: fertur. Lo que significa que escribió aquello que narra acerca de esta isla, como cosa dudosa y sin fundamento. Escribe también como de hecho acontecido, no hacía poco, sino mucho tiempo, diciendo: nárrase que antiguamente se encontró una isla; pero se podría decir con un proverbio, que, a largos caminos, grandes mentiras. Cuyo proverbio es más verdadero cuando en aquello que se cuenta hay circunstancias que no se conforman con la razón, como se nota en el decir que dicha isla era muy abundante en todas las cosas, pero que siempre estuvo despoblada, lo cual no es verosímil, ni compatible, porque la abundancia de las tierras no procede sino del cultivo de los pobladores, y donde no se habita, no solamente no nace cosa alguna por sí, sino que las domésticas se convierten en salvajes y estériles. Ni menos es verosímil que desagradase a los cartagineses que su gente hubiese hallado una tal isla, y que matase a los descubridores; porque si estaba tan apartada de Cartago como lo están las Indias, en vano se temía que aquellos que la habitasen viniesen a conquistar Cartago. A no ser, como Oviedo afirma, que los españoles que poseyeron en otro tiempo aquellas islas, no quisieron afincar allí; que los cartagineses eran profetas, y que ahora se cumplió dicho temor y su profecía, cuando tomó el César a Túnez, o Cartago, con dineros traídos de las Indias. Yo estoy seguro de que dijo esto por hacerse más grato, y lograr más favores de los que consiguió por admitir semejante novela; pero lo impidió el haber ya publicado su libro. De modo que cualquier hombre prudente comprende que es una fábula el decir que ya no se supo más de dicha isla por abandonar los cartagineses el dominio y la navegación, por miedo que otros se la quitaran y viniesen después a combatir su libertad; porque mayor temor de esto les debían dar Sicilia y Cerdeña, que distaban dos jornadas por mar de su ciudad, mientras que de ésta a la Española hay la tercera parte del mundo. Y si se dijese sospechar los cartagineses que las riquezas de dicha tierra podían hacer fuertes a sus enemigos, de tal modo que luego les causaran daño, replico que más bien tenían ocasión de esperar, siendo ellos dueños de tales riquezas, poder acometer y sojuzgar a los que quisieran, y que si dejaban desierta aquella isla, quedaría en poder de otros el descubrirla, de donde resultaria para ellos el mismo daño que recelaban; antes bien, debían fortificarla pronto y custodiar su navegación, como sabemos hicieron otras veces en casos semejantes; porque habiendo descubierto las islas que entonces se llamaban Casitérides, y nosotros denominamos de los Azores, tuvieron mucho tiempo secreta la navegación, con motivo del estaño que de allí traían, como refiere Estrabón al fin del libro tercero de su Cosmografía. Por donde, aunque fuese verdadero que Aristóteles había escrito esta fábula, se podría decir que refirió lo que dice de dicha navegación, a las islas de los Azores, y que por falsa inteligencia o por la grande antigüedad, o por la pasión que ciega los hombres, ahora Oviedo argumenta que se deba entender de las Indias que hoy día poseemos, y no de dichas islas Azores o de alguna de ellas, Y si se me replicase que esto no puede ser, porque Estrabón no dice que fueron cartagineses quienes poseyeron las dichas islas de los Azores, sino fenicios, y que traficaban con Cádiz, digo que por haber venido los cartagineses de Fenicia con su reina Dido, en aquel tiempo eran llamados fenicios, corno ahora llamamos españoles a los cristianos que nacen y habitan en las mismas Indias. Y si tornasen a replicar que el testimonio de Aristóteles, al nombrar esta isla, dice que contenía muchos ríos muy aptos para la navegación, los cuales no hay en las islas de los Azores, sino más bien en Cuba y en la Española, respondo que, si queremos mirar a esto, agreguemos que en ella había muchos animales salvajes que no había en la Española; y puede bien suceder que en una cosa tan antigua hubiese equivocacion al referir tal particularidad, como en la mayor parte de estas cosas inciertas de la antiaüedad suele suceder. Ahora bien, ni Cuba, ni la Española tienen ríos aptos para ser navegados, como dice aquel texto; en alguno de los mayores ríos de estas islas puede entrar cualquier navío, pero no navegar por él cómodamente; aparte cle que, según dijimos, aunque éste fuese de Aristóteles, pociría estar equivocado, y haberse escrito navigandum, en lugar de potandurn; lo cual convenia mejor a lo que se trataba, alabándola tanto de abundante en agua para beber como de fertilidad de frutos para comer. Esto bien podía suceder en alguna de estas otras islas de los Azores, y con más razón, porque ni Cuba, ni la Española, están en lugar ni en parte donde los cartagineses, o por vecindad, o por desventura, pudieran ser llevados; y si a los que con sólo este fin se arriesgaron a buscarlas con el Almirante pareció tan larga la navegación que resueltamente querían volverse, ¿cuánto mayor parecería a los que no tenían intención de hacer tan dilatado viaje, pues aunque el viento les hubiera sido favorable tenían que volver a su país? Ni se ve tempestad que dure tanto que lleve una nave de Cádiz a la Española por fuerza del viento. Menos es verosímil que, pues eran mercaderes, tuviesen pensamiento ni voluntad de alejarse de España, o de Cartago, más de lo que el viento les obligase, especialmente entonces que no se hacían ni se emprendían las navegaciones con la facilidad de hoy. Por lo cual, muy pequeña navegación parecía grande en aquellos tiempos, como vemos por lo que se lee del viaje que hizo Jasón, desde Gracia a Colcos, y por el de Ulises en el Mediterráneo, los cuales emplearon muchos años y fueron por esto tan nombrados que los más excelentes poetas los han cantado, por la poca experiencia que entonces tenían del mar; hasta que ya, en nuestra edad, ha progresado tanto como se ha visto por aquellos que tuvieron el atrevimiento de circundar el mundo, contra lo que se solía decir por proverbio: Quien va al cabo de Non, o tornará o non; cuyo cabo es un promontorio de Berbería, no muy distante de Canarias. Además, es un manifiesto error pensar que Cuba o la Española podían ser la isla donde fueron llevados los mercaderes por una tempestad, porque actualmente se sabe con certeza que es imposible llegar a ellas sin encontrar antes otras muchas islas que las rodean por todas partes. Pero, aunque se quisiese decir que aquella tierra o isla no era alguna de las islas de los Azores, según lo que afirmamos antes, podría juntarse una mentira con otra, diciendo que aquella tierra era la isla de la que Séneca, en el libro sexto de sus Naturales, hace mención, donde narra que, según escribe Tucídides, en tiempo de la guerra del Peloponeso se sumergió del todo, o por la mayor parte, una isla llamada Atlántida, de la cual hace mención también Platón en su Timeo. Pero, pues va hemos razonado largamente acerca de esta fábula, pasaremos a otro capítulo, donde dice que los españoles tuvieron antiguamente el dominio de dichas Indias, fundando su pensamiento sobre lo que escriben Stacio y Seboso, a saber, que ciertas islas llamadas Hespéridas estaban a cuarenta días de navegación de las islas de las Gorgonas; y de aquí argumenta que pues aquellas, forzosamente, han de ser las Indias, Y se llaman Hespéridas, tal nombre lo tomaron de Héspero, rey que fué de España, y que por consiguiente, los españoles fueron señores de dichas tierras. De modo que bien considerado su decir, quiere de una autoridad incierta sacar tres conclusiones verdaderas, no conformándose mucho con la autoridad de Séneca, que en el libro sexto de sus Naturales, hablando de tales asuntos, dice ser difícil deducir alguna cosa cierta y determinada de aquello que se ha de considerar como conjetura; cual sucede en esto a Oviedo, pues de las islas llarnadas Hespérides, solamente clijo Seboso la parte hacia donde estaban, pero sin afirmar que sean las Indias, ni de quién hayan sido sojuzgadas y nombradas. Y si Oviedo afirma que Héspero fué rey de España, pero no que diese nombre a España o Italia. Pero habiendo conocido Oviedo, como historiador verídico, que dicho pasaje falta en Seboso, se atuvo a Higinio, si bien cautamente, no especificando en qué libro, ni en qué capítulo; y así aleja, como se dice, los testimonios, porque, en efecto, no se encuentra pasaje donde Higinio diga tal cosa, antes bien, en un solo libro que de él se conserva, intitulado De poetica Astronomía, no sólo no pone tales palabras, sino que en tres lugares donde habla de las Hesperides, dice así; a Hércules se le pinta en actitud de inatar el dragón que guardaba las Hespérides. Y más adelante dice que habiendo Euristeo mandado a Hércules por las manzanas de oro a las Hespérides, y no sabiendo el camino, fué a Prometeo, que estaba en el monte Cáucaso, y le rogó que le enseñase el itinerario, de lo que se ocasionó la muerte del dragón. De donde, según esto, tendremos otras Hespérides al oriente, a las cuales podría mejor decir Oviedo que Héspero, rey de España, les dió su nombre. Añade más adelante Higinio, en el capítulo de los planetas, que por muchas historias es manifiesto ser llamado Héspero el planeta Venus, porque se pone poco después que el sol. De todo lo cual podemos inferior que si de persona acostumbrada a contar fábulas de poetas, como Higinio, debiéramos tomar autoridad o indicio alguno, esto hace más contra Oviedo que en pro de lo que éste aduce de Higinio, y podemos afirmar y presumir que se llamaron Hespérides por dicha estrella; como por la misma causa los griegos llamaron a Italia Hesperia, según escriben muchos, así diremos que Seboso llamó a aquellas islas Hespérides; y que, para demostrar el lugar donde se hallan, se sirvió de las conjeturas y razones que arriba señalamos haber movido al Almirante a tener por cierto que tales islas estaban en las partes occidentales; y así cabe afirmar que Oviedo, no sólo quiere fingir nueva autoridad en sus escritos, sino que por inadvertencia o por querer complacer al que le dijo estas cosas (pues es cierto que él no las entendía) se inclinó a dos hechos contrarios, cuya repugnancia era suficiente para manifestar su error. Porque si los cartagineses, como él dice, arribaron a Cuba o a la Española, y encontraron que aquella tierra no estaba poblada más que de animales, ¿cómo será verdad que los españoles la poseyeron mucho tiempo antes, y que su rey Héspero le había dado el nombre? Salvo si por ventura no dice que algún diluvio la dejó desierta, y que después otro Noé la volvió al estado en que fué descubierta por el Almirante. Pero porque ya estoy cansado de tal disputa, y me parece que están hastiados los lectores, no quiero extenderme más sobre esto, sino seguir mi historia.
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CAPITULO X Viene desde el puerto de la Concepcion á las islas de Juan Fernandez y de estas al puerto de Valparayso, con noticias de él 595 Luego que fondearon los navios en el puerto de Talcaguano y que passamos á la ciudad de la Concepcion á cumplimentar á Don Pedro de Mendinueta, supimos que el theniente general, entonces gefe de esquadra, Don Joseph Pizarro, con los oficiales, assi de guerra como de mar, que le havian acompañado, se hallaba en Santiago, segun queda dicho, y que disponia á passar á Valparayso para montar la fragata la Esperanza y mandar aquella esquadra. Esta noticia y el no tener motivo que nos precisasse á dilatar la estada en la Concepción nos obligó á hacernos á la vela el 16 de febrero, y, siguiendo la derrota de nuestro destino, dimos vista á la isla de Tierra de Juan Fernandez el dia 20, en cuya noche á las 10 y media, estando bordeando sobre la isla y teniendola al oeste no á mayor distancia que la de dos leguas, se vió sobre uno de sus cerros una cadelada, que pareció mas estraña quando, reconocida la isla en el dia siguiente, no se halló señal alguna en su puerto ni indicios de que huviesse estado en él gente despues que lo dexamos. Yo la percibí con toda distincion desde el instante que empezó y reparé que tuvo un principio ténue y fue agregandose hasta que formó una llama, como la de una tea que se enciende ó de un hacha de varios pabilos que, unidos, hacen grande luz; estuvo en todo su vigor cosa de tres á quatro minutos y despues se fue minorando con la misma lentitud que se encendió hasta que dexó de verse; en todo el resto de la noche, no volvió á aparecer ni en el tiempo que haviamos estado al ancla de aquel puerto se havia descubierto; y aunque se havia despachado alguna gente para que reconociera todos los cerros y parages de la isla, y estos se mantuvieron diversas noches en aquel cerro y otros, no vieron rastro alguno de esta luz ni señales de que pudiesse haverla. La despoblacion absoluta en que está aquella isla y la naturaleza del fuego de color como de sangre me inclinaron á creer pudiesse ser de algun volcán, pero me hacía dudar el no haverla visto antes y el no tener noticia por los que se havian quedado de que huviesse indicios de él en aquellos sitios; y no pudiendo determinar por entonces qual sería su causa, quedamos todos en la duda hasta que, en el ultimo viage que se executó á la misma isla y fue el quinto, despachó el theniente general Don Joseph Pizarro gente que reconociesse el puesto, y se halló que el terreno estaba quemado con muchas grietas y algo caliente, que fue lo bastante para salir de la confusion advirtiendo ser volcán. 596 Reconocida esta isla en el dia 21, se continuó en el mismo la derrota para el puerto de Valparayso, en donde entró la esquadra el dia 24; allí, se hallaban el presidente de Santiago, Don Joseph Manso, y el expressado theniente general, y fondeados en sus puertos, además de los navios marchantes del Callao, tres franceses, nombrados el Luis Erasmo, Nuestra Señora de la Deliberanza y El Liz, que, fletados por quatro comerciantes de Cadiz y con licencia, passaron de registro al mar del sur y havian llegado, como á su primer escala, al puerto de Valparayso con el fin de empezar la venta de sus generos. 597 Por varias observaciones que Don Jorge Juan practicó en este puerto el ultimo viage del año de 1744, determinó su latitud de 33 grados 2 minutos 36 segundos y media austral; y por las que el padre Fevilleé practicó en el que hizo á aquel mar, se concluye su longitud de 304 grados 11 minutos 45 segundos, haciendo primer meridiano el pico de Tenerife. La poblacion de este puerto, que fue hecha por los españoles, tuvo muy cortos principios y se reduxo á fabricar en él los vecinos de Santiago algunas bodegas en que almacenar sus frutos y generos para que, tomandolos allí las embarcaciones, los transportassen al Callao por ser el mas inmediato puerto que tiene aquella ciudad y que solo dista de ella cosa de 20 leguas, aunque los del país lo creen mas apartado, siendo por tanto el mas oportuno para este fin; entonces, lo habitaba solo aquella gente que ponian los dueños principales para que les cuidassen de las bodegas, recibiessen y entregassen lo que les remitian; estos se establecieron despues con sus familias y otras muchas que passaron de Santiago sin mas motivo ni conveniencia que el comercio, y se ha ido extendiendo tanto la poblacion que yá hoy es grande y contiene mucho vecindario, pero sería mayor si la mala disposicion del terreno no lo embarazara porque está al pie de una montaña y tan inmediata á ella que muy gran parte de sus casas son fabricadas en la pendiente del cerro ó en la de las quebradas que forman sus colinas, siendo su mas regular ensanche y mas comodo el que tiene siguiendo la playa del mar y el que en ibierno viene á ser el mas incomodo y desagradable á causa de que, estando descubierto á ímpetu de los vientos nortes, no solo padece la molestia que causan estos sino tambien el peligro en que lo ponen las olas alborotadas del mar, llegando con su violenta agitacion hasta los umbrales de las casas, cuya materia es en unas de piedra de mampostería y en otras de adoves y baxareques. 598 Tiene aquel lugar, además de la parroquia, un convento de los religiosos franciscos y otro de agustinos, cuyas iglesias son reducidas y pobres, y corto el numero de sugetos. El vecindario se compone de familias de españoles ó blancas y de gente de castas, assi mulatos como mestizos. En sus alrededores hay varias poblaciones, y las campañas están frequentadas de haciendas. Tiene allí su residencia un governador militar, cuyo empleo se provee por el rey, y á su direccion está el mando y disciplina, assi de la tropa reglada que guarnece las fortalezas de aquel puerto como de las compañias de milicias, que componen los moradores de aquel lugar y los demás que le pertenecen. 599 La inmediacion de este puerto á Santiago le ha traido el comercio que antiguamente se hacia en la Concepcion, y hoy se executa en él; esto es lo que lo pobló y lo que lo mantiene y vá acrecentando cada vez mas. A él se dirigen en los tiempos presentes todos los navios del Callao que hacen el comercio de los dos reynos; ordinariamente, se vienen de vacío, y lo que solo suelen llevar para el abasto del reyno son los generos que se nombraron ya por ser aquellos los que no produce Chile; en este puerto, car an el trigo, sebo, cordovanes, jarcia de cañamo y las frutas secas, con lo qual se vuelven al Callao; y hay navio que en el discurso del verano, desde el mes de noviembre hasta junio, hace tres viages, en cuyo intermedio las requas de las haciendas de toda la jurisdiccion de Santiago y las carretas no cessan de acarrear los frutos para volver á llenar las bodegas; con que, el tráfico es continuo por tierra y por mar. 600 Los dueños de navios que regularmente tienen su establecimiento en Lima ó en el Callao hacen compañia con los de haciendas opulentas de Chile, y, assi, toda la carga que llevan las embarcaciones suele ser ó por quenta del uno de los dos ó por la de ambos; no obstante, hay algunas otras que la reciben á flote, el qual monta, si es de trigo, la cargazon con excesso á su intrinseco peso, pues, no valiendo la fanega mas que de diez á doce reales, poco mas que en la Concepczon, el flete de cada una es desde doce reales á dos pesos ó algo mas, lo qual hace crecer su valor en el Callao pues, siendo la fanega de 5 arrobas y 5 libras en lugar de las 6 arrobas y 6 libras que tiene en Chile, se vende de 24 á 30 reales. 601 Como este comercio solo se hace en el verano, es entonces cuando se halla Valparayso mas poblado de gente, retirandose esta luego que llega el ibierno á la ciudad de Santiago y quedando en Valparayso los que tienen allí precision de residencia. 602 Los viveres de todas especies se consiguen en Valparayso muy abundantemente llevados de Santiago ó de las poblaciones que les están inmediatas, pero las carnes, aunque son abundantes y buenas, no tan baratas para los navios como en la Concepcion. Las frutas abundan de todas especies, muy sazonadas y hermosas á la vista por ser de un tamaño monstruoso; señalase entre todas una casta de manzanas que llaman de quillota por llevarse de aquel pueblo y sobre ser su porte sin comparacion excessivo al de las mayores de España; es tan delicada su carne que al comerla se deshace en la boca, y su gusto, tan sabroso que recrea al paladar. 603 Entre la cazería, abunda mucho la de perdices en su tiempo, que es desde marzo en adelante, y son tantas en los campos que los harrieros de Santiago las matan á palos sin perder su camino y llegan á Valparayso con porciones crecidas de ellas; pero en las inmediaciones del puerto hay muy pocas, y, á su correspondencia, es rara la caza de otras aves. Lo mismo sucede en el pescado, de lo qual es escasa aquella costa y puerto respecto de otras. 604 Hace la costa de Valparayso una ensenada que corre del nordeste al sudoeste la distancia de tres leguas, y la forman las dos puntas que llaman de Concon y de Valparayso; al sudoeste de esta, se halla el puerto, cuya capacidad es bastante porque se interna despues algo mas de una legua; su fondo es lama pegajosa y firme, y á distancia de cable y medio de la playa se encuentran 14 y 16 brazas de agua, la qual se aumenta á proporcion que se está mas distante de tierra, de modo que á cosa de media legua de ella hay 36 y 40 brazas. Todo el puerto es limpio, excepto acia la parte del nordeste de la quebrada de los Angeles, donde hay una piedra que dista de tierra cosa de cable y medio ó dos, y es necessario guardarse bien de ella porque no vela y tiene muy poca agua. 605 Para entrar en este puerto, es menester arrimarse mucho á la punta de Valparayso y costearla á menos distancia de la playa que un quarto de legua; entonces, se irá por 20, 18 y 16 brazas de agua; y al passo que se vá montando esta punta, se ha de ir arrimando mas á la tierra, de suerte que se passa distantes de una baxa que hay allí poco mas de un cumplido de navio, sin que haya peligro en acercarse á ella por ser tan fondable que, aunque el costado del navio la tocasse, no recibiria mas daño que el del golpe. Esta baxa vela siempre, y es preciso passar á tanta inmediacion de ella porque sin este cuidado se perderia el barlovento y no sería fácil tomar el puerto; no obstante, se ha de atender á la ocasion en que se procura entrar en Valparayso, pues, siendo de mañana, no conviene acercarse á ella mediante que entonces calman los vientos desde allí acia adentro, aunque afuera están frescos, y en tal caso sería peligroso que el navio, quedando sin govierno, se aconchasse contra la misma baxa, y nada comodo para evitar este peligro el dar fondo allí en 50 brazas de agua, que son las que hay en su inmediacion; lo que se hace en esta ocasion es mantenerse afuera, bordeando hasta el medio dia á una de la tarde, á cuya hora es regular que viente con igualdad hasta adentro del puerto, y entonces se entra sin peligro observando lo que antes se dixo; tambien se puede entrar en la ensenada y dar fondo en el parage que pareciera mas comodo, manteniendose en él hasta el dia siguiente, y de madrugada lavarse y entrar con el terral, que llaman allí concon por ir de aquella parte, el qual es seguro todos los dias á tal hora, á menos que sea tiempo de nortes, en que corre otra pariedad. 606 El modo de amarrarse los navios es poniendo un ancla en tierra, que debe quedar al sur sudoeste, y otra en la mar, al nornordeste; la primera se assegura bien porque los vientos del sur y sudoeste, aunque corren por encima de la tierra, soplan con mucha fuerza, que es lo que obliga á poner el ancla en tierra, sin cuya precaucion garrearian los navios á cada momento por razon de la pendiente del fondo. 607 Desde que empiezan á ventar los nortes en aquella costa, que es por los meses de abril y mayo, están expuestas á toda su fuerza las embarcaciones que se hallan en el puerto por ser en él el viento de travesía, sucediendo lo mismo con la mar, la qual, entrando con toda su alteracion, vá á romper en la playa; entonces, pende toda la seguridad de los navios en el ancla y cable del nornordeste, el qual se ayuda con otro para evitar el peligro, pues, si llegasse á faltar estando solo sobre uno, sería tarde todo socorro y no bastante la mas pronta diligencia para evitar que el navio fuesse á chocar contra las peñas de la playa. Lo unico que hay allí de favorable es que, siendo muy bueno el tenedero y estando el fondo en pendiente acta la playa, no sucede el que garreen, antes bien se assegura mejor el ancla, y, assi, todo el riesgo está en la flaqueza del cable.
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CAPÍTULO X Que Plinio y los más de los antiguos sintieron lo mismo que Aristóteles El parecer de Aristóteles siguió a la letra Plinio, el cual dice así: "El temple de la región de en medio del mundo, por donde anda de continuo el Sol y está abrasada como de fuego cercano, y toda quemada y como humeando. Junto a ésta de en medio, hay otras dos regiones de ambos lados, las cuales por caer entre el ardor de ésta y el cruel frío de las otras dos extremas, son templadas. Mas estas dos templadas no se pueden comunicar entre sí, por el excesivo ardor del cielo." Esta propia fue la opinión de los otros antiguos, lo cual galanamente celebra el poeta en sus versos: Rodean cinco cintas todo el cielo: De éstas, una con sol perpetuo ardiente Tienen de quemazón bermejo el suelo. Y el mismo poeta, en otro cabo: Oyolo, si hay alguno que allá habite Donde se tiende la región más larga Que en medio de las cuatro el sol derrite. Y otro poeta aun más claro dice lo mismo: Son en la tierra iguales las regiones A las del cielo, y de estas cinco, aquellas Que está en medio no tiene poblaciones Por el bravo calor. Fundose esta opinión común de los antiguos en una razón que les pareció cierta e inexpugnable. Veían que en tanto era una región más caliente cuanto se acercaba más al Mediodía; y es esto tanta verdad, que en una misma provincia de Italia es la Pulla más cálida que la Toscana, por esa razón, y por la misma en España es más caliente el Andalucía que Vizcaya, y esto en tanto grado, que no siendo la diferencia de más de ocho grados y aun no cabales, se tiene la una por muy caliente y la otra por muy fría. De aquí inferían por buena consecuencia que aquella región que se allegase tanto al Mediodía que tuviese el sol sobre su cabeza, necesariamente había de sentir un perpetuo y excesivo calor. Demás de esto, veían también que todas las diferencias que el año tiene de Primavera, Estío, Otoño, Invierno, proceden de acercarse o alejarse el sol. Y echando de ver que estando ellos aún bien lejos del trópico, adonde llega el sol en Verano, con todo eso, por írseles acercando, sentían terribles calores en Estío, hacían su cuenta, que si tuvieran al sol tan cerca de sí que anduviera encima de sus cabezas, y esto por todo el discurso del año, fuera el calor tan insufrible que sin duda se consumieran y abrasaran los hombres de tal exceso. Esta fue la razón que venció a los antiguos para tener por no habitable la región de en medio, que por eso llamaron Tórridazona. Y cierto que si la misma experiencia, por vista de ojos, no nos hubiera desengañado, hoy día dijéramos todos que era razón concluyente y matemática, porque veamos cuán flaco es nuestro entendimiento para alcanzar aún estas cosas naturales. Mas ya podemos decir que a la buena dicha de nuestros siglos le cupo alcanzar aquellas dos grandes maravillas; es a saber: navegarse el mar Océano con gran facilidad y gozar los hombres en la Tórridazona de lindísimo temple, cosas que nunca los antiguos se pudieron persuadir. De estas dos maravillas, la postrera de la habitación y cualidades de la Tórridazona hemos de tratar, con ayuda de Dios, largamente en el libro siguiente. Y así en este será bien declarar la otra del modo de navegar el Océano, porque nos importa mucho para el intento que llevamos en esta obra. Pero antes de venir a este punto, convendrá decir qué es lo que sintieron los antiguos de estas nuevas gentes que llamamos indios.
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CAPITULO X Viage desde isla Real á la de Terranova, noticia de esta y del modo de hacer la pesca del bacallao y navegacion desde allí hasta Inglaterra 830 Sería obra muy dilatada y molesta referir las incomodidades que nos obligó á passar con la detencion en Luis Bourg el infeliz estado á que nos dexó reducidos nuestra desgracia y la poca atencion ó demasida codicia de nuestros apresadores, pero sería faltar á la justicia si, dexando aquello en silencio y á la prudente consideracion por no manchar con su relacion é indignidad el estilo, no hiciesse apreciable memoria del comandante de la esquadra Mr. Pedro Warren, que, dando muestras de la generosa inclinacion y cortesanía de su animo, nos franqueó muchos favores y á mi, además del de su mesa, que me ofreció y disfruté en varias ocasiones, el de que se embarcassen mis papeles al cuidado del que mandasse el navio en que yo debia ser conducido á Inglaterra. 831 El dia 5 de octubre llegó á aquel puerto un paquebote que havia sido despachado para llevar á Londres la noticia de la toma de Luis Bourg y volvia con la de que, atendiendo aquel soberano á los meritos y acertada conducta de Mr. Warren y del general de tierra Mr. Piper, les tenia conferido el honor de barones y al primero el govierno de aquella plaza é isla con el caracter de contra almirante del pavellon azul y el empleo de coronel de un regimiento al segundo y, assimismo, con la de quedar pronta en Inglaterra una esquadra y comboy de urcas marchantes y, en ellas, 2 mil hombres de tropa reglada para guarnecer la nueva conquista y hasta 600 personas de ambos sexos que empezassen á poblarla, viveres, municiones de guerra y todo lo concerniente á ponerla en buen estado de defensa para en caso de que por la Francia se hiciessen esfuerzos de recuperarla. Este aviso se esperaba en Luis Bourg para disponer de la otra esquadra que se mantenia en aquel puerto, la qual havia de comboyar la flota de Terranova, que, cargada de bacallao, se acercaba yá el tiempo de que navegasse para Europa; y con la esperanza de lo pronto de aquel socorro, se empezó á disponer la salida y la conducion en ella de los prisioneros de las tres presas, juntamente con las cortas familias francesas que havian quedado en la isla esparcidas en sus habitaciones y las de la de San Juan; repartieron unos y otros en los navios de la esquadra, y á mi me destinaron en nombrado el Sunderland, comandado por el capitan Mr. Juan le Bret, en el qual lo fueron assimismo el capitan y oficiales de la Deliberanza y otros, siendo uno de ellos y de los mas distinguidos habitantes de Luis Bourg Mr. de Baubasin, de quien adquirí muchas noticias de las circunstancias de su sitio, el qual, por ser capitan de milicias de el numero de ella, se havia hallado en todos los lances. 832 El dia 14 de octubre nos embarcaron á todos á bordo de los navios que componian la esquadra, y eran la Princesa Maria, montada por el capitan Mr. Eduard, que por ser el mas antiguo entre los capitanes llevaba el comando, el Sunderland, el Sobervio y el Cantorbery, los tres primeros de 60 cañones y este ultimo de 46 á 50, á que se agregaban las dos presas de la compañia de la India Oriental armadas en guerra, el Heron y la Charmante, quedandose en aquel puerto los dos navios, el Vigilante, ya reparado de los daños que en el combate havia recibido, y el Sixter. 833 En virtud de lo que Mr. Warren me tenia ofrecido, se pusieron todos los papeles que me pertenecian al cuidado del capitan Mr. Juan le Bret, y se le ordenó que, luego que llegasse á Inglaterra, los entregasse á la disposicion del Almirantazgo. El dia 19 del mismo mes de octubre se hizo á la vela la esquadra y empezó derrota para la isla de Terranova; el 22 en la tarde se descubrió en ella cabo Raso, el 23 se estuvo bordeando con viento por el sudoeste sobre la bahía del Toro, donde se deseaba entrar con la esquadra, pero, no siendo possible tomarla, entró el 24 esta en la de Feriland; allí fondeó y se mantuvo en interin se fueron juntando todas las embarcaciones marchantes que se hallaban en los demás puertos de la isla haciendo su cargazon de bacallao; y porque el methodo que tienen para ello juzgo no ser muy comun acá como tampoco las noticias de aquella isla, no escusaré el dar aquellas que pudieron serme assequibles en el estado de prisionero, en quien aun aquellas preguntas ó especulaciones mas sencillas y desinteressables se hacen ordinariamente sospechosas. 834 La isla de Terranova, célebre por la quantiosa pesca de bacallao que se hace en todas sus costas y en las de la tierra firme ó mares inmediatos, reconoce por capital á la ciudad y plaza de Plasencia; y aunque su primer descubrimiento y poblacion fue hecho por los españoles antes del año de 1550 y lo acredita el nombre de este capital y el de otros varios cabos y parages de ella, como son el cabo de Buena Vista, Punta Rica, &c., no debió de tener subsistencia, y por tanto se estableció en ella el año de 1583 Humfredo Girber, inglés de nación, quien despues de poco tiempo se vió precisado á abandonarla y volverse á Inglaterra en el siguiente año de 1584, pero no concluyó su viage porque, sobreviniendole un recio temporal, pereció en él. 835 En el año de 1622 volvió á establecer la poblacion en aquella isla con la misma nacion inglesa Jorge Calvert, el qual, con mas advertencia que su antecessor, llevó toda suerte de simientes y legumbres para sembrar en ella y, desde luego, dedicó su atencion á desmontar aquellos parages mas cómodos para el intento y á hacer sementeras, las quales, fructificando bastantemente, ayudaron á la subsistencia de los que entonces fixaron allí su assiento. 836 Los franceses havian mantenido por largo tiempo la possession de Plasencia y, con ella, eran dueños de lo mas principal de la isla, sin que esto sirviesse de embarazo para que los ingleses tuviessen sus establecimientos en todas las costas orientales de ella, y unos y otros hacian sus pescas sin embarazarse; pero los ingleses, que siempre mantuvieron la pretension de enseñorearse de la principal poblacion, unica plaza de la isla, y de toda la parte meridional que posseían los franceses, hicieron distintas tentativas para conseguirlo y siempre quedaron burladas sus disposiciones hasta que, por los tratados de paces de Wtrech que celebró aquella nacion con el rey Luis XIV para terminar la guerra en que ardian á los principios del presente siglo las principales naciones de Europa, consiguieron se les cediesse enteramente por parte de la Francia y, desde entonces, la quedaron gozando, siendo absolutos en ella, pero sin negar á los franceses ni á los españoles el derecho de la pesquería del bacallao, que les quedó reservado á los primeros por el articulo IX, X y XII de aquella cession y á los españoles por los articulos XV de la paz de Wtrech y II del año de 1721. 837 Es el país de esta isla muy desigual é interrumpido de pequeños cerros pero tan cercanos unos de otros que lo hacen sumamente fragoso; á lo lexos se descubren montañas de mayor altura que las que hacen vecindad á la marina. Todo él es montuoso, y tan espesos los pinos ó pruches, segun el nombre francés que se le dá á esta especie, que casi es impenetrable por aquellas partes donde expressamente no han abierto caminos sus habitadores; esta suerte de pinos solo crece cosa de dos á tres tuessas en aquellos parages que están desabrigados, pero se levantan mucho mas quando la disposicion del terreno, formando cañadas, puede abrigarlos contra el yelo y la intemperie de los ayres. En tiempo de ibierno es sumamente fria la qualidad de su temperamento; toda la tierra se cubre generalmente de nieve y yelo; la mar se congela en todas las bahías ó avras y puertos; y empieza esto tan temprano que, hallándonos allí el 21 de noviembre, se experimentó una helada tan fuerte, con ser la segunda ó tercera de aquel año, que fue forzoso esperar á que empezara á romperse el yelo con el calor del sol para salir los navios sin aguardar á otro dia por el peligro de que, repitiendose, quedassen impossibilitados de executarlo despues y precisados á hacer invernada allí hasta el verano siguiente; hacese esto tanto mas particular quanto la latitud de Plasencia es solo de 47 grados 10 minutos y á muy corta diferencia poco mas la de aquella bahía ó avra donde estabamos. Las gentes que residen en la isla están retiradas en sus casas todo el tiempo que el ibierno dura, á excepcion de los dias en que se descubre el sol y hay serenidad, en los quales pueden salir á lograr el calor de sus rayos á aquellos espacios que ocupan las mismas poblaciones. 838 Toda la isla está llena de avras ó bahías que, formando puertos muy capaces, sirven para que en ellos se mantengan las embarcaciones con gran tranquilidad porque, abrigandolas los cerros que de una y otra parte los guarnecen, solo quedan expuestas á los vientos que corresponden á sus entradas y, siendo por ellas bastantemente anchas, á proporcion que entran en la tierra, se van angostando hasta que yá al fin quedan tan estrechas que apenas hay lugar para poder fondear una sola embarcacion; algunas de estas avras se dilatan en lo largo de una y media á dos leguas y en la anchura, por su medianía, como media legua, pero tambien otras de mas capacidad y algunas menores; desaguan en ellas varios rios y arroyos de aguas muy delgadas, en los quales se crian con abundancia truchas y otras varias especies de pescados de agua dulce, y, á su respeto, es pródigo aquel mar de los que le son correspondientes; estas avras son muy fondables y limpias, con buen fondo, y se puede entrar en ellas sin prácticos, bien que hay algunas que tienen arrecifes, los quales se descubren en unas por estar á flor de agua, y, aunque en otras las cubre, sucede esto cerca de las puntas que sobresalen á las costas ó de las mismas costas que forman la entrada, y, assi, tomando la medianía, se navega sin peligro. La inmediacion que están estas avras es tanta que solo suelen distar entre sí como dos leguas y á veces menos, mediando entre unas y otras la lengua de tierra que las separa; con que, todas las costas de la isla son puertos, mas no en todas hay poblaciones; las que tienen los ingleses en aquellas mas capaces y en que la disposicion del terreno les ofrece comodidad para ello son reducidas y compuestas de un pequeña numero de habitantes, que, con el motivo de emplearse en el comercio y exercicio de la pesca del bacallao, tienen, además de las casas en que viven, los almacenes correspondientes y oficinas necessarias; allí lo benefician y guardan hasta que llega el tiempo de embiarlo á Europa por su quenta ó vendido á las embarcaciones que lo van á cargar á trueque de los generos y frutos que llevan; en todas estas pequeñas poblaciones tienen un fuerte ó batería que las defiende y pone á cubierto de qualesquier insultos de enemigos en tiempo de guerra, si bien son tan reducidos que solo pueden hacer oposicion á las fuerzas cortas de algun corsario. 839 La mayor extension de esta gran isla es de norte á sur 95 leguas desde el cabo de Santa Maria, que está en 46 grados 55 minutos, hasta el cabo del Norte, que forma el estrecho de Belle Isle ó Isla Bella, en la de 51 grados 20 minutos, y de oriente á occidente 80 leguas, desde cabo Raso hasta cabo de Raye. Pero de toda ella, no tienen poblado los ingleses mas que las avras y territorio inmediato á la marina, desde Plasencia, toda su bahía, siguiendo acia el oriente por cabo Raso y, de este, al norte, hasta el cabo de Buena vista ó poco mas; todo lo restante, assi en lo interior de las tierras como la costa que sigue al norte, hasta el estrecho, y continúa despues al occidente, está totalmente despoblado, mas porque la rigidez del clima y mala calidad del territorio no proporciona la comodidad de su cultivo que por descuido ó omission. Antiguamente, parece, segun los informes de aquellos habitantes, que la poblaban algunos indios gibaros ó salvages, pero, passsandose estos á la tierra firme, la han dexado desierta, y solo en rara ocasion se suelen ver algunos que van á ella de la tierra firme, adonde se restituyen despues, en cuya forma parece lo hacian antes que las dos naciones francesa é inglesa se estableciessen en ella porque, luego que entraba el ibierno, la dexaban, huyendo de la fuerza de los yelos; estos indios viven por la mayor parte del pescado y de la caza, que tambien hay en la isla, entre cuyas especies es muy comun, como assimismo en isla Real y las partes de Canadá, la de las abutardas, patos grandes silvestres y otras semejantes, y tambien algunos animales quadrupedos, de los que son comunes en aquellas partes, como zorros, ossos, castores y otros, aunque no deben de ser en cantidad. 840 No obstante el destemple del clima, se mantienen en él algunos ganados mayores con la misma precaucion y prolixidad que en Luis Bourg, y, assimismo, no hay pequeños sembrados de hortalizas ó legumbres de verano porque todos los viveres en granos, frutos y carnes saladas le van de las colonias de Boston, Pen Sylvania y las otras que se siguen mas meridionales, y los generos de mercaderias, de Inglaterra. 841 Como en el capitulo VIII se previno no ser la mayor parte de los navios franceses empleados en el comercio del bacallao los que hacian su cargazon en Luis Bourg, para la inteligencia mas completa de este trato será bien advertir que tanto los navios de esta nacion como los de Inglaterra tienen dos methodos de practicarlo; el uno es ir á los puertos donde hay poblaciones de pescadores á comprarlo en cambio de generos ó cargarlo por quenta de sus dueños, y el otro, el de dirigirse á los inhabitados á hacer la pesca por sí con la gente de sus mismas tripulaciones. Para este fin, se han valido los franceses de los puertos que tiene la isla de Terranova en toda su costa occidental, que, assi por estar yermos como por ser convenio hecho en las paces, no tenian embarazo que se opusiesse á ello, siendo esto lo que debemos comprehender por la expression de dar puertos los ingleses á los franceses y españoles en la isla de Terranova, que es lo estipulado en los tratados, y no, como algunos han discurrido, el franquear los propios suyos, donde tienen establecidas sus poblaciones, pues estos son reservados á solo su uso, lo qual es muy natural respeto de que, siendo su misma casa, pareceria impropio que franqueassen á otros lo que merece la mayor estimacion por ser las unicas ventajas de aquella isla y las que el celo y solicitud de las naciones ha procurado adquirir con emulacion para señorearse de un país que no contribuye otras riquezas al que lo possea que la pesca y que, para tenerla, es preciso soportar la molestia de habitar un clima tan incomodo para la vida en la mayor parte del año por su mucha rigidez. 842 La costa que corresponde en esta isla á la parte del occidente y la que en ella se distingue con el nombre del Petit Nord, no menos abastecidas de avras y puertos que las habitadas por los ingleses, son las que ocupan las embarcaciones francesas para hacer su pesquería, practicandolo igualmente en la que corre del norte del rio de San Lorenzo, y, prolongandose acia el oriente, vá á formar el estrecho de Belle Isle; en todas estas, se observa inviolablemente que aquella embarcacion que llega primero goza el privilegio de tomar para sí el avra que mejor le parece y, en ella, es dueño del mejor parage para hacer su pesca y goza el titulo de su almirante, por el qual le pertenece no solo el maredage que se encuentra allí sino tambien la autoridad de repartir los demás parages á las embarcaciones que llegan despues, segun la antelacion con que entran en el avra, y, todo el tiempo que dura la pesca, arbola vandera en el palo mayor; por esta preeminencia y la comodidad de elegir el sitio mas á proposito para la pesca, procuran todos ir con tiempo y se estimulan tanto que, aun estando todavia heladas las avras, como sucede por los meses de marzo y abril, yá hay navios que tienen tomados puestos y fabricadas las cabañas ó habitaciones con gente, que para este efecto desembarcan desde 50 ó mas leguas distante de las costas, manteniéndose ellos en la mar hasta que se acaban los yelos y haciendola ir en las lanchas, de cuyo arrojo no pocos exemplares lastimosos se han experimentado, assi porque las lanchas se estrellan contra los yelos flotantes en la obscuridad de las noches como porque la furia de algun recio temporal los haga sumergir; todo esto atropella el estímulo y la aplicacion de la propia utilidad porque de coger buen ó mal puerto resulta para todos el principal interés, que consiste en tener todas aquellas comodidades necessarias á el beneficio que se ha de dar al pescado y en ser abundante de él ó no estar lexos los comederos de la pesca, pues, siendo los salarios que los dueños de navio dan á el capitan, oficiales y tripulacion el tercio del pescado con que vuelven á Europa, tanto quanto mas abrevian la cargazon es mayor la ganancia de cada uno. 843 Aunque generalmente abunda el bacallao en todas aquellas costas de Terranova, no obstante hay parages donde se encuentra con mucho mas excesso y, algunos, en que ó no lo hay ó es raro, y esto proviene de la calidad del fondo; en aquellas que son areniscos se encuentra mas que en los de peña, y en estos mas que en los de lama, que son los que por lo regular vienen á ser del todo escasos; del mismo modo, si el fondo es mucho, no acude á él tanto como quando no excede de 30 á 40 brazas de agua, pues, aunque lo hay en mas y en menos, no es yá tan propio para la abundancia. Estos son los motivos con que los que se ocupan en su tráfico procuran ser de los primeros y lograr la oportunidad de escoger parage, en cuya mejora consiguen concluir con mas brevedad la pesca, hacer su cargazon y, restituyendose á Europa con anticipacion, ser dueños del mas ventajoso precio. 844 Luego que la gente de un navio tiene tomada possession de el sitio, es desaparejarlo y, al mismo tiempo, disponer un lugar acomodado, en donde han de ir apilando el pescado yá beneficiado y forman barracas ó chozas en que alojarse todos, de suerte que vienen á componer una especie de poblacion, y á la orilla del mar construyen assimismo un tablado ó andamio bien largo y capaz, casi todo él sobre el agua, aprontan el numero de lanchas que han de hacer la pesca, las quales, una vez fabricadas, las dexan allí baradas hasta el siguiente año, y el que toma el avra primero es dueño de ellas, como yá se dixo, á costa de carenarlas y recorrerlas; estando todo pronto, se comparte la gente del navio, incluso oficiales y sin excepcion de alguno, en tantas clases como ocupaciones hay, unos para hacer la pesca, otros para descabezar el pescado, otros para abrirlo, á lo qual llaman los franceses habiller, y otros para salarlo y apilar. Los que se destinan á la pescada salen en sus lanchas muy de madrugada para estar al amanecer en el sitio de ella, allí permanecen todo el dia hasta que, al caer la tarde ó quando tienen cargada la lancha, se retiran con lo que han cogido; hacese esta pesquería con anzuelo, y, assi, lleva cada uno los aparejos ó cordeles necesarios para, en caso de que se le rompa uno, tener otro de que valerse. Llegados á su real, se encargan de él los que están para abrirlo y, estos para hacerlo con mayor brevedad, tienen un muchacho á su lado que se los dé á la mano y los aparte en estando preparados; en esto observan alguna prolixidad porque el que les quita la cabeza no hace otra cosa, y, para abrirlos, no se les ha de dar mas que una cuchillada á lo largo á fin de que no se muelan; quitanles también el huesso de la espina, precisamente en aquello que coge el vientre del pescado, tripas y demás que contiene, y, sin cessar, lo apartan á un lado y toman otro; y como el tablado que sirve para esto se halla situado sobre el agua, van desde él cayendo al mar los destrozos. A proporcion que estos abren, van los otros salandolo y, con gran orden y cuidado, formando pilas pequeñas de él; al siguiente dia ó quando conocen que la sal lo ha penetrado suficientemente, lo lavan y, para ello, lo cogen de dos en dos por las colas y, metiendolos en el agua, le dan una ó dos sacudidas para que largue aquella babaza que ha formado con la sal; despues lo ponen unos pequeños tablados apilado, donde escurre el agua, y de allí lo van tendiendo en tendederos que fabrican al proposito, cuidando de que el pellejo quede acia arriba y que estén uno á uno para que el ayre los seque; quando lo están, despues de haverlos bolteado tres ó quatro veces, los apilan en pequeñas porciones para que no pierdan enteramente el calor que han contraido con la primera sal y, al fin, vuelven á darles la segunda y á formar pilas grandes con él sobre el mismo tablado ó andamio, donde lo dexan hasta que, concluida toda la pesca, es tiempo de irlo embarcando. Como las lanchas no dexan de salir dia ninguno para pescar, el trabajo de todos es bastantemente recio porque, luego que estas vuelven, es preciso empezar á abrirlo y salarlo por evitar el peligro de que se pierda, en cuya faena se llevan la mayor parte de la noche y, como á ella se siguen las demás yá expressadas, tienen ocupacion para todo el siguiente dia; y siendo muy cortas las horas que pueden dedicar al sueño y al descanso, viene á ser la fatiga continua y pesada. 845 El bacallao tiene dos especies en qualidad, y cada unas de estas, tres en tamaño; tienen ambas una raya ó linea que lo corta desde las agallas hasta la cola por la medianía de su ancho, y, siguiendo la figura que hace el vientre del pescado ó su obliquidad, se dobla alguna cosa acia abaxo desde el extremo posterior de este hasta la cola, pero se distinguen en ser esta mas perceptible en la una especie que en la otra, y tira en ella algo á pardo y obscuro todo lo que está desde esta raya hacia el lomo, aunque la parte inferior es blanquizca con algunas pintas salpicadas; esta dicen los prácticos de pesca que es mejor, siendo en la otra todo el color del pescado blanquizco, ceniciento y salpicado de pintas que tiran algo á coloradas, pero siempre mas blanca la barriga y toda su parte posterior. No me detendré en describir la des proporcion de su cabeza respecto de los demás pescados y la abundancia del aceyte que se hace de ella y de los higados, que son también muy grandes, porque, siendo cosas tan comunes, las supongo assuntos bien sabidos; las calidades que se distinguen por el tamaño son bacallao de marca, que es el que llega á tener de dos pies de largo para arriba, esto es, de tres quartas partes en adelante quitada la cabeza, el de la segunda, menor, que llaman mediano, y el de la tercera, menudo, que es el mas endeble; esto no obstante, los que comercian en este genero la subdividen hasta 6 ó 8 especies, siendo una de estas el pescado que tiene algun efecto en el corte á el tiempo de abrirlo ó quitarles la cabeza. 846 Otra especie de pesquería hacen los franceses mas que otra nacion, y es la que llaman de morue verte ó bacallao salpresso digo los franceses mas que otros por ser estos los que la acostumbran y casi los unicos que la consumen y que gustan de él en esta forma. Esta pesca la hacen sobre el gran banco de Terranova y sobre los otros que se siguen hasta la isla de Arena al sur de isla Real, á los quales van los navios y, puestos á la capa, pescan desde sus bordos y, al passo que le cogen, lo van abriendo y, salandolo en pilas pequeñas dentro de la bodega, lo dexan allí hasta que se ha desflamado lo bastante, despues lo van cambiando á otro lugar, y, salandolo una segunda vez, queda apilado á buen viage; para hacer esta pesca, están los navios sobre el banco desde principios de febrero porque, además de no ser el que se coge en verano, esto es, desde junio ó julio en adelante, tanto sobre el gran banco como en los otros, de tan buena calidad como el de la salida de ibierno, no puede aguantar en este modo de beneficio ni es possible darle allí otro por no haver ensanche para ello; assi que los navios tienen concluida la pesca, se restituyen á Europa y, á veces, suelen tener tiempo para hacer dos viages en un año, segun la abundancia de pescado que encuentran, siendo lo regular de esta en la parte del sur del banco, que también excede en calidad á el de la del norte. 847 Parece, y no sin fundamento, que el bacallao es uno de los pescados que mas procrean, y lo verifican las flotas que annualmente cargan de él en solo aquel parage, que es el unico de su cria conocido en estos mares, pues, aunque lo hay en el canal de Inglaterra y al norte de Douvres, es poco en comparacion de el de Terranova y se puede congeturar extraviado de su original suelo; segun la experiencia de algunos prácticos, hace este pescado dos ovadas al año, y, fuera de ser muy quantiosas, es raro el que se le pierdan algunos huevecillos porque, poniendolos entre la arena, por cuyo fin busca estos bancos con natural instinto, se pegan todos contra ella y, sin el peligro de extraviarse entre las ondas, se fomentan allí hasta que se vivifican y adquieren agilidad ó movimiento, á lo que contribuye la passion de este pescado á andar siempre cerca del fondo y á no sobreaguar nunca. No obstante su grande abundancia, ha descaecido yá sensiblemente respeto á la que havia ahora 25 ó 30 años, prueba de que con la mucha pesca se vá disminuyendo poco á poco. 848 La costa del continente opuesta á Terranova está habitada de indios barbaros. Y aunque la Corona de Francia tiene la possession de ella para la pesca, no mantiene allí poblacion alguna; solo huvo un sugeto que solicitó y obtuvo en Francia el titulo de governador de aquellas tierras; este mantenia buena correspondencia con los indios y tenia allí su casa, donde vivía con su muger y familia solitariamente todo el ibierno y en el verano gozaba de la compañia que le hacian los que iban á la pesca; muchos años permaneció en esta forma y, segun comprehendí, en el mismo de 1745 ó poco antes se havia retirado á Canadá, mas por instancias de su muger, temerosa de padecer algun insulto con el motivo de la guerra, que por voluntad propia. Estos indios están muy familiares con los franceses, van á sus rancherías, les llevan caza y, en cambio, toman aguardiente, vino y algunas bujerias, pero, como son muy inclinados al latrocinio y suelen, para robar las velas de los navios y otras cosas, valerse del arbitrio de executarlo quando los consideran descuidados ó entregados al descanso, es forzoso tener á todas horas centinelas y vivir con cautela para tomar las armas al mas pequeño ruido; y, assi, para tener mas seguridad, disponen las rancherías de manera que cierran el lugar que ocupan por la parte de tierra y quedan como en una fortaleza, con cuya prevencion y la de saber que están alerta, basta para contenerlos y que no se atrevan á semejantes insultos. 849 Del mismo modo que los franceses practican su pesca, hacen la suya los ingleses en las avras de la costa oriental de Terranova, donde yá sea por la mayor inmediacion al gran banco ó ya por ser el fondo más adequado para la cria y comedero del pescado, abunda mas que en la occidental, lo que parece dió motivo á esta nacion para establecerse allí con preferencia á otro parage y á los franceses para no frequentar la occidental tanto como la del Petit Nord. 850 Poco tiempo pudo estar nuestra esquadra fondeada en aquel puerto porque el haverse empezado á experimentar los yelos hizo aligerar la salida el dia 21 de noviembre, en el qual, saliendo del avra con la vaciante, se hizo á la vela con todas las embarcaciones que se havian juntado allí; y estando yá fuera del puerto, se le unieron otras muchas de las que estaban en las demás avras, siendo en todas de 60 á 65, de todos tamaños y hechuras; entre ellas, se hallaban dos fragatas de á 40 cañones, las quales havian permanecido haciendo el corso para que no peligrassen en los puertos los que estaban en pesca con algun corsario francés que intentasse sorprenderlos. Assi, se continuó el viage con los regulares accidentes de una navegacion hasta que entró la esquadra en el puerto de Plimouth el 22 de diciembre de mañana, á excepcion del Sunderland, que continuó y dió fondo á las 3 de la tarde en la rada de Dalmouth. 851 En el tiempo que permaneció la esquadra en Terranova y en el de la travesía hasta llegar á Inglaterra, se experimentaron varios temporales que, por dar idea de los que suelen correr en estos mares á proporcion de las estaciones, no será mal oida su relacion. El dia 3 de noviembre, aunque ventó recio por el oeste y amenazaba algun fuerte temporal, se abonanzó despues sin haver sobrevenido, pero el 10 del mismo mes, empezando á ventar por el noroeste, se declaró temporal y duró desde las 2 de la tarde hasta las 2 de la mañana siguiente y, passada su mayor fuerza, se convirtió en nieve y aguaceros; el dia 14 empezó á ventar recio desde por la mañana y, al medio dia, era yá un fuerte temporal por el nordeste y es-nordeste, mantuvose por esta parte hasta el 15, que, llamandose por la mañana al norte, continuó con la misma fuerza, pero á las 4 de la tarde empezó á calmar, y á esto sobrevino nieve, y despues, el dia 17 y siguientes, las heladas que obligaron á la salida de aquella isla. 852 Estando yá en el viage, se observó el 22 del mismo noviembre que empezó á ventar fuerte por el este, y, al siguiente 23, yá era temporal declarado, que duró hasta el 26, en que, mitigandose la violencia del viento, se llamó al sudoeste, y empezó á abonanzar el mar, y serenarse el tiempo, aclarandose la athmosphera, que havia estado cubierta de neblina espesa. El 27 del mismo empezó á ventar recio por el sudoeste y assi permaneció por esta parte y por la del sur y oeste sin descaecer hasta el 4 de diciembre, que, llamandose al noroeste, se moderó su fuerza y aclaró; despues estuvieron por el noroeste y norte y, de aqui, á el nordeste y este, permaneciendo hasta que el 21 de diciembre calmaron; y llamandose en la tarde al sur y sur-sudoeste, fue forzoso bordear á la entrada de la canal, y, estando en 48 grados 45 minutos de latitud, se sondó, y hallaron 78 brazas de agua en fondo de arena menuda blanca, que es la señal distintiva de su principio. 853 El puerto de Dalmouth es una rada ó bahía abierta donde tiene su assiento la pequeña poblacion del mismo nombre; las campañas todas llenas de caserías, cuya vista y la perspectiva de las pequeñas eminencias ó cerros que interrumpen las llanuras del país, el verdor de los prados, las labores de la tierra, porque todas lo están sin desperdicio de alguna, y la harmonía de los arboles en las divisiones ó linderos de las que pertenecen á distintos dueños hacen un apacible recreo. Aqui solo nos detuvimos lo preciso que tardó en haver viento seguro para llegar á Portsmouth, que era el puerto destinado para toda la esquadra, y, haviendo saltado el dia 28 á el sudoeste y oeste, nos hicimos á la vela; y entrando el 29 por el canal occidental que forma la isla de Wight y la tierra firme, fondeó el navio como á las 10 del dia en la bahía de Spiteal, en la qual se hallaban tambien al ancla siete navios de tres puentes, que montaban desde 90 á 100 cañones; de allí fuy yo conducido al pueblo de Fareham, distante 3 leguas de Portsmouth, donde se me havia destinado la residencia de prisionero como la de su habitacion á los demás de la capitulacion de Luis Bourg, quedando los demás por entonces en la penalidad de una prision porque no permitia mas desahogo en el arbitrio de los comisarios lo estrecho de las ordenes con que se hallaban. El capitan del Sunderland supo de suerte en esta ocasion manifestar con todos su generosidad y cortejo en el trato y distincion de los prisioneros á proporcion de su caracter, que, no contento con franquear su mesa, y á su imitacion los demás oficiales, en la duracion del viage, se constituyó en las primeras solicitudes de nuestro alivio casi general abogado para conseguirnoslo; con lo que, se hizo digno acreedor á nuestras gratitudes y memoria. 854 Nuestra llegada á Inglaterra fue á tiempo que aún duraba la revolucion suscitada en ella con el motivo del principe Carlos Eduardo que hacia sus nuevos esfuerzos, aunque con el poco fruto que es notorio, para recuperar el trono de sus mayores, cuyo accidente daba poca esperanza de un buen recibimiento á los prisioneros que, despues de tanto trabajo, nada deseaban como el descanso en el logro de la libertad; pero como los recelos que en tales casos hacen concebir una prudente politica y, tal vez, vuelve precisos la iregular conducta de algunos que, no teniendo el debido concepto del honor, no encuentran embarazo en faltar á la confianza y á la fé pública, huviessen sido causa para que se tuviesse mayor cuidado con los prisioneros de guerra, resultó de ello á todos proporcionalmente mayor estrechez y no tanta libertad como antes de aquel sucesso se les havia podido dispensar. No obstante los favores con que se esmeraron en distinguirme, llevados de su hidalgo proceder, los cavalleros comissarios de prisioneros Mr. Pusey Brook, que lo era de los franceses al mismo tiempo que intendente de Portsmouth, y Mr. William Rickman, de los españoles, fueron tales que pudieron muy bien desvanecer en el animo las pensiones de mi constitucion y casi hacerme olvidar de los antecedentes infortunios con las ventajas y apacibilidad del trato que á competencia reconocia en los dos el primero, á quien no debiera yo passar sin hacer un grande elogio si no temiesse que mi agradecimiento ni tendria bastantes expressiones con que hacerlo correspondiente á su merito ni caudal para dibujar las altas calidades y prendas de prudencia, capacidad, política y manejo de negocios que adornan su persona, se portaba de tal suerte en el de comissario de prisioneros franceses que, constituyendose protector general de ellos, procuraba dar frequentes pruebas de su general inclinacion á hacer bien y no le faltaban motivos de darse á conocer por los efectos favorables que cada uno en sí experimentaba. 855 El otro comissario de los prisioneros españoles, Mr. William Rickman, á cuyo cargo deberia yo haver estado si la circunstancia de haver sido prisionero en navio francés no huviesse intervenido, no necessitó esta particularidad para que, obrando en él para conmigo la recomendacion de español, dexasse de hacerme participante en los beneficios y atenciones con que se ha hecho digno acreedor á la general gratitud y á el reconocimiento de toda la nacion española, pues su afecto é inclinacion á nuestros oficiales, desde que al principio de la guerra y toma del navio la Princesa empezaron á ser destinados en aquellas inmediaciones, fue tal que, brindándose á su assistencia y cuidado no solo con su persona sí tambien con su casa y una quinta distante como medio quarto de legua del lugar de Titchfield nombrada Posbrooke y de Fareham en el camino de Londres cosa de tres millas, obtuvo del Almirantazgo el logro de su solicitud, desempeñando tan á beneficio de los mismos prisioneros este ministerio que no solo experimentaban en él afabilidad, buen trato y proteccion para la negociacion de su despacho sino tambien el alivio de sus estrecheces, unos con las limosnas de ropa con que los socorria para su abrigo y otros con las cantidades de dinero que de su caudal les subministraba con franqueza para que no careciessen de lo que necessitaban en su decencia y manutencion por no bastar la racion que diariamente les estaba assignada. 856 Uno y otro, pues, se ofrecieron á interessarse en la principal solicitud de mi despacho para con el Almirantazgo; pero pareciendome que debia, por la circunstancia de ser Mr. Brook el comissario á quien yo pertenecía, dirigir por él mi súplica, huve de escrivir cartas al duque de Besford y Almirantazgo instando sobre que se mandassen reconocer y entregar los papeles de mi comission; y puestas á el cuidado de Mr. Brook, acompañadas de su recomendacion, se facilitó la respuesta tan favorable como yo la podia desear; esta fue que el duque de Besford, como gefe del Almirantazgo, me concederia con gran gusto lo que pedia en mi memorial, ofreciendose á lo mismo todos los demás señores de él con la viva expression de que la guerra no tenia que hacer ni procuraba ofender á las ciencias ó artes ni á sus profesores y que antes bien, la nacion inglesa se gloriaba de protexerlas y sus ministros de contribuir á su fomento; en iguales terminos fueron todas las respuestas con que despues me honró directamente el Almirantazgo por su secretario, Mr. Thomas Corbet, obteniendo varias mercedes y gracias para mí y para los prisioneros españoles que estaban en el hospital de Fareham y en la prision general en las cosas que ocurrieron; y aunque el mismo Mr. Brook propuso inmediatamente á mi llegada conseguirme el passaporte para passar á Francia en compañia de los que en un paquebote debian ser conducidos á San Maló de la capitulacion de Luis Bourg, no me fue possible admitir este partido no haviendo aún recuperado los papeles. 857 La guerra de Escocia havia dado ocasion al Almirantazgo para disponer que todos los prisioneros que se hallassen en Londres con licencia saliessen fuera y se repartiessen en los lugares algo distantes, atendiendo principalmente á la seguridad de sus personas porque, hallandose inquieto aquel pueblo, era de temer alguna revolucion contra ellos como catholicos romanos y coligados sus naciones en el fomento de aquella dissension; á vista de este exemplar, no me determinaba á solicitar el ir á Londres+aunque no se me ocultaba requerir mis pretensiones la activa solicitud de mi personal diligencia, pero era forzoso esperar á que se serenassen los desassossiegos que agitaban aquella Corte, pues, pidiendo entonces estos toda la atencion de los que manejaban el govierno, no era mucho que el tiempo se fuesse passando sin verse los efectos de las promessas que el Almirantazgo me tenia hechas tocante á los papeles. 858 Varióse la constitucion con la abundancia de tropas que se levantaron en Inglaterra y passaron de Flandes para hacer oposicion á las del pretendiente, y á este le fue forzoso retirarse y, faltandole los refuerzos y medios para la subsistencia y para hacer contrarresto al poder de aquella Corona, ceder al principio y, por fin, abandonar sus empressas; con estos sucessos, se empezó á restablecer el reposo de los animos y á reconocer algun mas descanso y desahogo en los que tenian á su cargo el ministerio; con cuya proporcion, pensé mas eficazmente en facilitar mi despacho por medio de mi ida á Londres, que con efecto executé, obtenida la regular licencia en la compañia del mismo Mr. Brook, que por casualidad se le ofreció hacer viage á aquella ciudad, á donde llegamos el dia 12 de abril. 859 Luego que me presenté al oficio ó comissaría de los prisioneros de guerra, hallé la orden del conde Harrington, ministro y secretario de Estado, para que passasse á verlo; este señor, que havia estado en España con el caracter de embaxador algunos años, se señalaba entre otros en el grande afecto á los españoles y en la misma conformidad quiso practicarlo conmigo, ofreciendose verbalmente á contribuir en lo que se necessitasse para concluir mi instancia. 860 Presidia la Sociedad Real de Londres Mr. Martin Folkes, sugeto en quien las ciencias no tienen menos apoyo que acogida la urbanidad y la cortesanía; y hallandose instruido de que yo estaba en Fareham prisionero y mis papeles á la disposicion del Almirantazgo, previniendo el riesgo de que pudiessen caer en manos de algunas personas poco inteligentes y padecer algun extravio y pérdida irreparable, tenia hecha por sí la solicitud de que se pusiessen todos en su poder mediante que, siendo de assuntos pertenecientes á ciencias, á ninguno mas bien que á los individuos de la Sociedad correspondia su examen; pero como estaban confundidos entre los muchos de otras especies igualmente apressados, era dificil separarlos á menos que por la letra ú otras señas los pudiesse distinguir; con su apoyo, pues, y los oficios de Mr. Brook, que no cessaron en este negocio hasta que quedó terminado, obtuve inmediatamente un orden del Almirantazgo para el secretario de la Compañia de la India Oriental, en quien estaban depositados todos, á fin de que me los franqueasse y que los que yo separasse se llevassen al Almirantazgo, orden observada con tanta puntualidad que tuvo su cumplimiento en aquel mismo dia que se expidió. 861 El presidente de la Real Sociedad, de quien hacian la estimacion correspondiente á su gran mérito todos los señores del Almirantazgo, se interessó tanto en el despacho de estos papeles que, abreviandose por el fervor de sus solicitudes las demás previas diligencias hasta salir de aquel tribunal, consiguió se le remitiessen para el examen y que, al mismo tiempo, depositara en él su confianza aquel ministerio, assegurandola en su informe; este caballero, en cuyo caracter se notan relucir en sumo grado todas las prendas naturales que hacen recomendables en el trato las personas, de una condicion generosa y amable, de una afabilidad y franqueza nada artificiosa y de un genio obsequioso y penetrante capacidad, me havia cortejado en quanto podia desde que llegué á Londres, y fue lo que menos experimenté de su agrado y político proceder los ofrecimientos, pues, adelantandose á ellos las obras, ni aun daba lugar á que mediasse tiempo de unos favores á otros. Introduxome primero en las assambleas de la Sociedad, me facilitó la comunicacion y el obsequio de muchos señores que se señalaron en protexerme y honrarme, me acompañó á ver los célebres gavinetes, donde pueden competirse la curiosidad de aquellos sabios que con tanta solicitud y cuidado los forman y la admiracion de los que con alguna atencion y conocimiento los registran y donde, transplantada toda la naturaleza, se vé una historia viva, general y completa de quanto encubren las ondas, produce la tierra y se cria viviente, vegetable y particular en todas las regiones y elementos; allí no se echan menos aquellas cosas que por raras parecen impossibles de adquirirse, se notan en sí propios los racionales monstruosos que en varias ocasiones suele producir el extravío ó fecundidad de la naturaleza y quanto puede apetecer en ella y sus efectos el humano juicio; él mismo me dió á conocer entre los sabios de aquel reyno y dió motivo á que yo los tratasse y, finalmente, fue mi guia y fue mas de lo que yo podia apetecer ó esperar, pues, hecho cargo de mis negocios y de mi deseo á la ilustracion, no descuidaba en aquellos al passo que tanto me complacia en esta. 862 La recomendacion que me causaba el distinguido favor de este personage, en que para con los demás iba embebido el de su juicio y concepto, junta con la que me resultaba de haver sido uno de los destinados á la medida de los grados de la tierra en el Perú, pudo tanto en los animos de aquellos hombres sabios ó amantes de las letras que haría yo injusticia si no confessasse ser efecto principalmente de aquella circunstancia la felicidad de mi despacho y las estimaciones con que allí fuí atendido. 863 Aqui fue donde pude conocer hasta donde llegaba la urbanidad de los ingleses desnuda de ficciones, su cortesanía apartada de lisonja, su agrado y su obsequio ageno de todo particular interés; aqui notar las inclinaciones y especiales costumbres, govierno, politica y economicas providencias de esta culta nacion; y aqui el modo de su trato, capaz de servir de escuela á los mas advertidos y sagaces de las otras. 864 Luego que Mr. Folkes tuvo reconocidos mis papeles, hizo su informe á el Almirantazgo tan lleno de expressiones á mi favor que, si no se estendiera en los aplausos, lo insertaría aqui como la mas acertada aprobacion á nuestra obra, y satisfecho con él aquel ministerio, vino en concederle, segun lo deseaba, que directamente passassen de su mano á mi poder, como lo practicó el 25 de mayo; pero para que quedasse mas vivo en mí el reconocimiento, quiso completar la mucha estimacion que siempre se manifestó, proponiéndome entre él, el conde de Stanop y otros cavalleros de la Sociedad Real por miembro de aquel cientifico cuerpo, queriendo alentar con este honor mi buen deseo de contribuir á la perfeccion de las ciencias y calificar con un tan excesivo premio mas el poder y benevolencia del que lo daba que la proporcion en el que lo recibia; y concluidos con tan buen sucesso los assuntos de mi demora, me restituí áEspaña, passando á embarcarme á Falmouth en el paquebote que de allí suele navegar á Lisboa para, desde aquella ciudad, restituirme á Madrid, como lo executé, llegando á la Corte el 25 de julio de 1746, despues de 11 años y dos meses que me embarqué en Cadiz y salí á esta comisssion. 865 Fue mi llegada á la Corte en tal ocasion que aun no se miraban enjutas las lagrimas de los fieles españoles por la pérdida de su gran rey, Don Phelipe V, passado á mejor esphera en 9 del mismo mes y año; y practicada sin dilacion por mí la diligencia de que subiesse á noticia del rey nuestro señor Don Fernando VI, que Dios prospere, el éxito de mi comission por mano del Excelentissimo señor marqués de la Ensenada, Su Magestad se dignó dispensarle el cumplido favor de mandar se le pusiesse el deseado fin, dandole á el publico y colmandola de honor al mismo tiempo con el de declararse su protector en un todo, demonstracion á la verdad hija de un principe en quien tanto resplandecen entre los demás adornos de su real persona el amor é inclinacion á las letras. De este modo, pudo tener feliz conclusion una obra que por sus circunstancias se hizo digno objeto de la expectacion de todas las naciones, por su importancia mereció el fomento y la proteccion á los mayores monarcas de la Europa y, finalmente, por su duracion havia por tanto tiempo tenido impacientes los deseos de los sabios.
contexto
En que se cuenta lo sucedido durante el gobierno del doctor Venero de Leiva. Su vuelta a España. La venida de don fray Luis Zapata de Cárdenas, segundo arzobispo de este Nuevo Reino, con la venida del licenciado Francisco Briceño, segundo presidente de la Real Audiencia y su muerte Gobernó el doctor Andrés Díaz Venero de Leiva este Reino tiempo de diez años, con grande cristianidad. Doña María Dondegardo, su legítima mujer, mujer valerosa, le ayudaba mucho a las obras de caridad, porque nadie salió de su presencia desconsolado. El presidente mantenía a todos en paz y justicia: ponía gran calor en la conversión de los naturales, mandándolos poblar juntos en sus pueblos, fomentando las iglesias de ellos. Envió un oidor a la Real Audiencia a visitar la tierra y a dar calor a la poblazón de los naturales, y a defenderlos y desagraviarlos. Fue muy agradable el tiempo de su gobierno y llamáronle el "siglo dorado". En este tiempo, sucedió en la ciudad de Tunja la muerte de Jorge Voto, que le mató don Pedro Bravo de Rivera, encomendero de Chivatá; y a este negocio fue el presidente en persona a aquella ciudad. En esta razón, se pregonó aquel auto que dije atrás, acerca del servicio personal de estos naturales, sobre que no los cargasen, agraviasen y maltratasen; cerró el auto diciendo que los cumpliesen, "so pena de doscientos azotes". Halláronse muchos capitanes conquistadores en la esquina de la calle real cuando se dio este pregón. El que primero habló fue el capitán Zorro, echando el canto de la capa sobre el hombro izquierdo, y diciendo: "¡Voto a Dios, señores capitanes, que estamos todos los azotados! ¿Pues este bellaco, ladrón, ganó por ventura la tierra? Síganme, caballeros, que lo he de hacer pedazos". Partieron todos en tropa hacia las casas reales, terciadas las capas y empuñadas las espadas, diciendo palabras injuriosas. Estaba el Adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada debajo de los portales de la plaza, hablando con el capitán Alonso de Olalla, el cojo; y aunque había oído la voz del pregón, no sabía la substancia. Mas de ver a los capitanes alborotados, hablando en altas voces, con los delanteros se informó del caso; dejó al capitán Olalla, que se juntó con los demás, y con la mayor presteza que pudo subió a la sala del Acuerdo, a donde halló al oidor Melchor Pérez de Arteaga, a quien se atribuyó este auto, porque el presidente estaba ausente, como queda dicho. Hallóle el Adelantado con una partesana en las manos; diole voces diciendo: "¡A la vara del Rey, a la vara del Rey, que no es tiempo de partesanas!". Díjose que la presidenta, doña María Dondegardo, que había acudido a la sala a reparar con su presencia parte del daño, le puso al oidor la vara en las manos. Unos capitanes acudieron a la ventana del Acuerdo con las espadas desnudas, las puntas en alto, diciendo en altas voces: "Echadnos acá ese ladrón, echadnos acá ese bellaco", y otras palabras injuriosas. Los otros capitanes subieron a la sala del Acuerdo, a donde hallaron a la puerta de él al Adelantado Jiménez de Quesada, el cual les respondió y requirió de parte del Rey nuestro señor no pasasen de allí hasta que se enterasen de la verdad. Respondió el oidor en alta voz: "Yo no he mandado tal"; con lo cual se sosegaron los capitanes. Salió la señora presidenta y llamólos; fuéronle acompañando hasta su cuarto; dieron aviso a los que esperaban a la ventana, de lo que pasaba; con que se desviaron de ella. Echóse la culpa al secretario; el secretario al escribiente, y éste a la pluma; con lo cual se sosegó este alboroto. Pero este auto y el que hizo el señor arzobispo don fray Juan de los Barrios contra las hechiceras o brujas, nunca más parecieron vivos ni muertos; lo cierto debió de ser que los echaron en el archivo del fuego. Ya dije cómo cuando esto pasó estaba el presidente ausente de la ciudad de Tunja, que había ido a la averiguación de aquella muerte, y el matador estaba retraído en la iglesia; y el corregidor, que había enviado el informe a la Real Audiencia, estaba con él, ambos en un grillo; y por ser este caso ejemplar le pongo aquí, que es su lugar, lo cual pasó así: En la gobernación de Venezuela, y en la ciudad de Carora, estaba casado un don Pedro de Ávila, natural de aquel lugar, con una doña Inés de Hinojosa, criolla de Barquisimeto, en la dicha gobernación. Mujer hermosa por extremo y rica, y el marido bien hacendado; pero tenía este hombre dos faltas muy conocidas: la una, que no se contentaba con sola su mujer, de lo cual ella vivía muy discontenta; la otra, era jugador; que con lo uno y con lo otro traía maltratada su hacienda, y a la mujer, con los celos y juego peor tratada. Llegó en esta sazón a aquella ciudad un Jorge Voto, maestro de danza y músico. Puso escuela y comenzó a enseñar a los mozos del lugar; y siendo ya más conocido, danzaban las mozas también. Doña Inés tenía una sobrina, llamada doña Juana. Rogóle al don Pedro, su marido, le dijese al Jorge Voto la enseñase a danzar. Hízolo así don Pedro, y con esto tuvo la ocasión de revolverse con la doña Inés en torpes amores, en cuyo seguimiento trataron los dos la muerte al don Pedro de Ávila, su marido. Resuelto en esta maldad, el Jorge Voto alzó la escuela de danza que tenía; trató de hacer viaje a este Reino, y despidióse de sus amigos y conocidos. Salió de Carora a la vista de todos; caminó tres días en seguimiento de su viaje, y al cabo de ellos revolvió sobre la ciudad, a poner en ejecución lo tratado. Dejó la cabalgadura en una montañuela junto al pueblo; entróse en él disfrazado y de noche. De días atrás tenía reconocidas las paradas del don Pedro y las tablas de juego a donde acudía. Fue en busca de él y hallóle jugando; aguardóle a la vuelta de una esquina, a donde le dio de estocadas y le mató; lo cual hecho, tomó la cabalgadura de donde la dejó, y siguió su viaje hasta la ciudad de Pamplona a donde hizo alto esperando el aviso de doña Inés; la cual: sabida la muerte del marido, hizo grandes extremos y dio grandes querellas, con que se pretendieron muchos sin culpa, de que tuvieron buena salida, porque no se pudo averiguar quién fuese el matador, y el tiempo le puso silencio; en el cual los amantes, con cartas de pésame, se comunicaron. Y resultó que al cabo de más de un año, la doña Inés vendió sus haciendas, recogió sus bienes, y con su sobrina doña Juana se vino a Pamplona, a donde el Jorge Voto tenía puesta escuela de danza; a donde al cabo de muchos días trataron de casarse, lo cual efectuado se vinieron a vivir a la ciudad de Tunja. Tomaron casa en la calle que dicen del árbol, que va a las monjas de la Concepción, frontero de la casa del escribano Vaca, yerno de don Pedro Bravo de Rivera. En esta ciudad puso también el Jorge Voto escuela de danza, con que se sustentaba; y algunas veces venía a esta de Santa Fe, a donde también daba lecciones, y se volvía a Tunja. La hermosura de doña Inés llamó a sí a don Pedro Bravo de Rivera (con razón llamaron a la hermosura "callado engaño", porque muchos hablando engañan, y ella, aunque calle, ciega, ceba y engaña). Paréceme que me ha de poner pleito de querella la hermosura en algún tribunal, que me ha de dar en qué entender; pero no se me da nada, porque ya me colgué sobre los setenta años. Yo no la quiero mal; pero he de decir lo que dicen de ella; con esto la quiero desenojar. La hermosura es un don dado por Dios, y usando los hombres mal de ella, se hace mala. En otra parte la toparé,, y diré otro poquito de ella. Don Pedro Bravo de Rivera vivía en la propia calle; solicitó a la doña Inés y alcanzó de ella todo lo que quiso; y siguiendo sus amores, para tener entrada con más seguridad, trató de casarse con la doña Juana, sobrina de doña Inés, y platicólo con el Jorge Voto, que lo estimó en mucho, ofreciéndole su persona y casa; con lo cual el don Pedro entraba y salía de ella a todas horas. No se contentaron estos amantes con esta largura, antes bien, procuraron más; y fue que el don Pedro tomó casa que lindase con la de doña Inés, y procuró que su recámara lindase con la suya de ella. Arrimaron las camas a la pared, la cual rompieron, yendo por dentro las colgaduras, pasadizo en que se juntaban a todas horas. Pues aun esto no bastó, que pasó más adelante el daño, porque la mala conciencia no tiene lugar seguro y siempre anda sospechosa y sobresaltada. Al ladrón las hojas de los árboles le parecen varas de la justicia; al malhechor cualquiera sombra le asombra; y así, a la doña Inés le parecía que el agujero hecho entre las dos camas lo veía ya su marido, y que la sangre del muerto don Pedro, su marido, pedía sobresalto, lo cual no se le escondía al don Pedro Bravo de Rivera, que comunicándolo con la doña Inés y procurando el medio mejor para su seguridad, le concluyó ella diciendo que ninguno la podía asegurar mejor que la muerte de Jorge Voto, pareciéndole que ya estaba desposeído de la hermosura que gozaba. Respondióle que "por su gusto no habría riesgo a que no se pusiese". Este fue el primer punto y concierto que se dio en la muerte de Jorge Voto. ¡Oh hermosura! Los gentiles la llamaron dádiva breve de naturaleza, y dádiva quebradiza, por lo presto que se pasa y las muchas cosas con que se quiebra y pierde. También la llamaron lazo disimulado, porque se cazaban con ella las voluntades indiscretas y mal consideradas. Yo les quiero ayudar un poquito. La hermosura es flor que mientras más la manosean, o ella se deja manosear, más presto se marchita. Salió don Pedro Bravo de Rivera, con lo que le había pasado con su querida doña Inés, casi sin sentido, o, por mejor decir, fuera de todo él. Tenía un hermano mestizo, llamado Hernán Bravo de Rivera que se habían criado juntos y se favorecían como hermanos. Tratóle el caso y lo que determinaba hacer. El Hernán Bravo no le salió bien al intento, antes le afeó el negocio, diciéndole que no era hecho de hombre hidalgo el que intentaba, y que le daba de consejo se apartase de la ocasión que a tal cosa le obligaba; con lo cual el don Pedro se despidió de él muy desabrido, diciéndole que no le viese más, ni le hablase. Despidiéronse desabridos. Fue el don Pedro en busca de un íntimo amigo que tenía, llamado Pedro de Hungría, que era sacristán de la iglesia mayor de aquella ciudad. Propúsole el caso y salióle el Pedro de Hungría tan bien a él, que le colmó el deseo. Díjole también lo que le había pasado con su hermano Hernán Bravo, y el Pedro de Hungría se encargó de traello a su gusto, lo cual no le fue dificultoso, por la amistad que con él tenía; con lo cual trataron y comunicaron el orden que habían de tener en matar al Jorge Voto, de manera que no fuesen sentidos. De todo dio parte el don Pedro a la doña Inés, la cual le espoleaba el ánimo a que lo concluyese. En esto acabó esta mujer de echar el sello a su perversidad; y Dios nos libre, señores, cuando una mujer se determina y pierde la vergüenza y el temor a Dios, porque no habrá maldad que no cometa ni crueldad que no ejecute; porque, a trueque de gozar sus gustos, perderá el cielo y gustará de penar en el infierno para siempre. El don Pedro Bravo de Rivera, para poner en ejecución lo concertado, apretó lo del casamiento de la doña Juana, sobrina de la doña Inés, diciendo que se viniese a esta ciudad de Santa Fe a pedir licencia al señor arzobispo para ello, porque no la quería pedir en Tunja, que lo estorbaría su madre y su cuñado. Todo esto era traza para que el Jorge Voto viniese por la licencia, para matarle por el camino. En fin, le dieron dineros, todo avío y despacháronlo para esta ciudad. Salió de Tunja después de mediodía, y en su seguimiento, siempre a una visita, el don Pedro Bravo, Hernán Bravo su hermano, y don Pedro de Hungría, el sacristán. Llegó el Jorge Voto, al anochecer, a la venta vieja que estaba junto a la puerta de Boyacá, a donde se quedó a dormir aquella noche. Estaban en la venta otros huéspedes; el Jorge Voto pidió aposento aparte, donde se acomodó. Cerrada ya bien la noche, el don Pedro Bravo envió al hermano a que reconociese dónde se había alojado el Jorge Voto; el cual fue disfrazado en hábito de indio, y lo reconoció todo. Volvió al hermano y diole el aviso, el cual le dijo: --"Pues tomad esta daga y entrad en el aposento donde él está y dadle puñaladas, que yo y Pedro de Hungría os haremos espaldas". Con esto tomó la daga, fuese al aposento donde dormía Jorge Voto, hallóle dormido, y en lugar de matarle le tiró recio el dedo pulgar del pie. Dio voces el Jorge Voto, diciendo: --"¿Quién anda aquí? ¿Qué es esto? ¡Ah señores huéspedes, aquí andan ladrones!", con que alborotó la venta y no se ejecutó el intento del don Pedro; el cual, visto el alboroto, se volvió aquella noche a Tunja, y antes que fuese día despachó un indio con una carta para el Jorge Voto, en que le avisaba cómo se sabía en Tunja a lo que iba a Santafé; y que de donde aquella carta le alcanzase se volviese; lo cual cumplió el Jorge Voto luego que recibió la carta. Dejaron sosegar el negocio, y por muchos días no se trató del casamiento; en el cual tiempo acordaron de matarle en la ciudad, como mejor pudiesen. Concertóse que el Hernán Bravo y el Pedro de Hungría se vistiesen en hábito de mujeres, y que se fuesen a la quebrada honda que está junto a Santa Lucía, cobijados con unas sábanas, y que el don Pedro llevaría allí al Jorge Voto, donde lo matarían. Tratado esto, un viernes en la noche trató el don Pedro que hubiese en casa del Jorge Voto una suntuosa cena, y los convidados fueron: Pedro de Hungría, el sacristán, y Hernán Bravo de Rivera; don Pedro su hermano; las dos damas y el Jorge Voto. Estando cenando dijo el don Pedro al Jorge Voto: --"¿Quereisme acompañar esta noche a ver unas damas que me han rogado os lleve allá, que os quieren ver danzar y tañer?". Respondióle que "de muy buena gana lo haría, por mandárselo él". Acabada la cena, el Jorge Voto pidió una vigüela; comenzóla a templar; pidió un cuchillo para aderezar un traste de vigüela, y habiéndolo soltado, tomó el Hernán Bravo el cuchillo, y comenzó a escribir sobre la mesa con él. Habiendo escrito, díjole al Jorge Voto: --"¿Qué dice este renglón?". Lo que contenía era esto: "Jorge Voto, no salgáis esta noche de casa, porque os quieren matar". Aunque el Jorge Voto lo leyó, y otro del mismo tenor que le puso, no hizo caso de ello, y antes se rió. Muy a tiempo tuvo el aviso de su daño; pero cuando Dios Nuestro Señor permite que uno se pierda, también permite que no acierte en consejo que se tome, como se vio en este hombre; porque sustanciando esta causa, el presidente vio estos dos renglones, escritos sobre la mesa donde cenaron. El don Pedro Bravo estaba sentado con la doña Inés y con la doña Juana, su sobrina, desde donde dijo a su hermano y al Pedro de Hungría: --"Señores, váyanse con Dios a lo que tuvieren que hacer, porque han de ir conmigo". Con lo cual se fueron los dos, y el don Pedro se quedó hablando con las mujeres y haciendo tiempo para que entrase bien la noche; y siendo hora, le dijo al Jorge Voto: --"Vamos, que ya se hace tarde, no esperen aquellas damas más". Tomó el Jorge Voto su espada y capa y la vigüela, y fuéronse. Llevóle el don Pedro atrás de unas casas altas, que tenían ventanas abiertas. Llegado a ellas dijo: --"No están aquí estas señoras, que se cansarían de esperar; vamos, que yo sé dónde las hemos de hallar". Cogió una calle abajo, hacia Santa Lucía. Llegados al puente de la quebrada y antes de pasalla, miró hacia abajo; vio los dos bultos blanqueando, y díjole al Jorge Voto: --"Allí están, vamos allá". Fuéronse allegando hacia los bultos, los cuales viéndolos cerca, soltaron las sábanas y metieron mano a las espadas. El Jorge Voto soltó la vigüela y sacó su espada; el don Pedro Bravo hizo lo propio; y como más cercano de Jorge Voto, le dio por un costado la primera estocada (y podríamos decir que se la dio don Pedro de Ávila, por las que él le dio en Carora, y le mató, porque cuando falta la justicia en la tierra la envía Dios del cielo por el camino que él es servido). Cargaron sobre él los otros dos contrarios, y diéronle tantas estocadas, que lo acabaron de matar. Echaron el cuerpo en un profundo hoyo de aquella quebrada, con lo cual se fue cada uno a su casa, y el don Pedro a la doña Inés, a darle aviso de lo que se había hecho. Antiguamente no había fuente de agua en la plaza de Tunja, como la hay agora, y así era necesario ir a la fuente grande, que estaba fuera de la ciudad, por agua. Había madrugado la gente, y llegando a esta quebrada vieron el rastro de la sangre; fuéronle siguiendo hasta donde estaba el cuerpo, al cual vieron en el hoyo. Dieron aviso a la justicia; acudió luego al caso el corregidor, que en aquella sazón lo era Juan de Villalobos. Mandó sacar el cuerpo y llevarlo a la plaza; echó luego un bando en que mandó que estantes y habitantes pareciesen luego ante él. Acudió la gente de la ciudad, que sólo faltó el don Pedro Bravo de Rivera y su hermano. A estos alborotos y ruido salió la doña Inés de su casa, en cabello, dando voces; acudió al corregidor a pedir justicia, el cual estaba junto a la iglesia con el cuerpo, el cual mandó que pusieran en prisión a la doña Inés, lo cual se cumplió. Era sábado; hicieron la señal a misa de Nuestra Señora, entróse la gente y el corregidor en la iglesia, y en el coro de ella halló al don Pedro Bravo de Rivera. Saludáronse y sentóse junto a él, diendo: --"Desde aquí oiremos misa". Ya el corregidor estaba enterado que el don Pedro era el matador, porque no faltó quien le dijese cómo trataba con la doña Inés, por la cual razón lo mandó prender. Mandó traer un par de grillos, y metiéronse entrambos en ellos, hasta que se acabó la misa. El escribano Vaca, yerno de don Pedro, estaba bien enterado que él había sido el que mató al Jorge Voto. Para ver si podía escapar al cuñado y ponello en salvo, mandó ensillar un caballo bayo, de regalo que el don Pedro tenía en la caballeriza. Arrimóle una lanza y una adarga, y echó en una bolsa de la silla quinientos pesos de oro, y fue en busca del don Pedro, porque no sabia lo que pasaba en la iglesia. El sacristán Pedro de Hungría estaba ayudando al cura en la misa; al servirle las vinajeras, viole el cura la manga toda manchada de sangre; díjole: --"¡Traidor!¿Por ventura has sido tú en la muerte de este hombre?". Respondióle que no. Estaba la iglesia alborotada con lo que había pasado en el coro. Acabada la misa, acudió el cura a donde estaba el corregidor, que hallólo metido en los grillos con el don Pedro Bravo. Pasaron entre los dos algunas razones, y el corregidor, por excusar disgustos, echó un bando en que mandó que todos los vecinos de Tunja trujesen sus camas a la iglesia y le viniesen a acompañar, so pena de traidores al rey y de mil pesos para la Real Cámara, con lo cual lo acompañó casi toda la ciudad. Al punto hizo un propio y despachó el informe a la Real Audiencia; y salió, como tengo dicho, al caso, el propio presidente Venero de Leiva. El sacristán Pedro de Hungría, que desde el altar había oído el ruido que andaba en el coro, en saliendo el cura de la sacristía, salió tras él, y dejándolo hablando con el corregidor, y la gente ocupada en las razones que pasaban, se salió de la iglesia y fuese derecho a casa del don Pedro Bravo, a donde halló el caballo ensillado; y sin hacer caso de lanza y adarga, subió en él y salió de Tunja, entre las nueve y las diez del día, el propio sábado. El domingo siguiente a las propias horas, poco más o menos, allegó a las orillas del Río Grande de la Magdalena, al paso de la canoa del capitán Bocanegra. Estaban los indios aderezando la canoa para que pasase el mayordomo y la gente a ir a misa a un pueblo de indios, allí cercano. Pidióles que lo pasasen; que se les pagaría; dijéronle los indios que esperase un poco y pasaría con el mayordomo. No le pareció bien; fuese el río abajo a una playa, a donde abajó; y de ella se arrojó al río con el caballo. Los indios le dieron voces que esperase; a las voces salió el mayordomo, y como lo vio, mandó a los indios que le siguiesen con la canoa, y por prisa que se dio salió primero del agua el caballo; el cual saliendo se sacudió, subió por una montañuela, donde le perdieron de vista; y por prisa que se dio el mayordomo no le pudo alcanzar, ni le vio más. Si este caso no tuviera tantos testigos, no me atrevería a escribirlo, porque siguiendo la justicia a este Pedro de Hungría, se averiguó todo esto. Aquella noche arribó a un hato de vacas de un vecino de Ibagué, el cual le hospedó, y viéndole tan mojado le preguntó que cómo ansí, no habiendo llovido. Respondióle que había caído en el río de las Piedras, que también le pasó. Mandóle desnudar y diole con que se abrigase, y de comer. Reparó el vecino en que se andaba escondiendo, y se recelaba de la gente de la propia casa; allegóse a él y díjole que le dijese qué le había sucedido, y de dónde venía, y que le daba su palabra de favorecerle en cuanto pudiese. Entonces el Pedro de Hungría le contó cómo dejaba muerto un hombre, callando todo lo demás. Considerando el señor de la casa o posada que podría haber sido caso fortuito, no le preguntó más; consolóle y púsole ánimo. El día siguiente le dijo la jornada que había hecho aquel caballo en que venía. Respondióle el huésped: --"Pues fuerza es que a otra, o otras dos, os haya de faltar; hay allí buenos caballos, tomad el que os pareciere, y dejad ése porque no os falte". Hízolo así, despidióse de su huésped, y nunca más se supo de él ni a dónde fue. De este caballo bayo hay hoy raza en los llanos de Ibargué. El escribano Vaca, sabida la prisión del don Pedro, puso mucha fuerza con sus amigos en que el corregidor lo soltase, con fianzas costosas. Respondió el corregidor a los que le pedían esto, que ya él no era juez de la causa, porque la había remitido a la Real Audiencia; con lo cual les despidió y no le importunaron más. De la fuga del Pedro de Hungría y de lo que la doña Inés decía, se conocieron los culpados. El Hernán Bravo, que había tenido tiempo harto para huir, andaba escondido entre las labranzas de maíz de las cuadras de Tunja; descubriéronlo los muchachos que lo habían visto, y al fin lo prendieron. Llegó el presidente dentro del tercero día de como recibió el informe; sacó de la iglesia al don Pedro Bravo de Rivera, substanció la causa y pronunció en ella sentencia de muerte contra los culpados. Al don Pedro confiscó los bienes; la encomienda de Chivatá, que era suya, la puso en la Corona, como lo está hoy. Degollaron al don Pedro; a su hermano Hernán Bravo ahorcaron en la esquina de la calle de Jorge Voto; y a la doña Inés la ahorcaron de un árbol que tenía junto a su puerta, el cual vive hasta hoy, aunque seco, con hacer más de setenta años que sucedió este caso. ¡Oh hermosura desdichada, mal empleada, pues tantos daños causaste por no corregirte con la razón! Acabados los negocios de Tunja, se volvió el presidente a la Real Audiencia. Había enviado por licencia para irse a España, y esperaba la razón de ella. Por muerte de don fray Juan de los Barrios, primer arzobispo de este Nuevo Reino, fue electo por segundo arzobispo don fray Luis Zapata de Cárdenas, del orden de San Francisco, caballero notorio, primo del conde de Barajas, presidente de Castilla, don Francisco Zapata, que tiene su casa en Llerena de Extremadura, patria de este prelado; el cual antes de ser electo visitó las provincias que su religión tenía en el Pirú, tan a satisfacción de su general y del rey, que le dio el obispado de Cartagena, y antes que saliese de España ascendió a este arzobispado. Llegó a él por abril de 1573 años, y en el siguiente de 574 partió el doctor Venero de Leiva para España, dejando este Reino muy aficionado a su buen gobierno. Llamóse mucho tiempo "Padre de la Patria", y sus cosas se estimaron siempre en mucho. Durante su gobierno, mataron al Capitán Zorro en un juego de cañas. Matóle un hijo natural del Mariscal Venegas, dándole con la caña que le tiró por una sien, pasóle siete dobleces de toca y un bonete colorado que traía, metiéndole la vara por la sien, de que cayó luego en la plaza; lleváronle a su casa y luego murió. Díjose al principio que la vara llevaba un casquillo de acero, y que le había muerto por un encuentro que había tenido con él el Mariscal su padre. El mozo se ausentó, que no pareció más. Lo cierto fue caso desgraciado, porque la vara con que le tiró no tenía más que el corte del machete o cuchillo con que se cortó en el monte, pero éste afilado; también se probó en el descargo cómo por tres veces le había perseguido, diciendo: "¡Adárgate, capitán Zorro! ¡Adárgate, capitán Zorro!", y a la tercera vez despidió la caña; ni tampoco se puede creer que tenía por muy cierto que le había de dar por la sien. El caso fue desgraciado. El licenciado Francisco Briceño, después de la visita de don Sebastián Benalcázar y pasada la del licenciado Juan de Montaño, de que salió bien, fue a España y de ella salió proveído por presidente de la Real Audiencia de este Reino, al cual vino al principio del año de 1574, y en el siguiente de 1575 murió. Yendo yo a la escuela (que había madrugado por ganar la palmeta), llegando junto al campanario de la iglesia mayor, que era de paja, y también lo era la iglesia por haberse caído la de teja que hizo el señor arzobispo don fray Juan de los Barrios hasta la capilla mayor, asomóse una mujer en el balcón de las casas reales, dando voces: "¡Que se muere el presidente! ¡Que se muere el presidente!" Hernando Arias Torero, que era mayordomo de la obra de la iglesia mayor, se estaba vistiendo junto a la puerta de su casa; oyó las voces, y sin acabarse de vestir fue corriendo por la plaza a casa del presidente. Antonio Cid, que era cantero de la propia obra, venía saliendo por la esquina de la calle real; y como vio correr a Hernando Arias, partió tras de él corriendo. Llegando al campanario, donde yo estaba, soltó la capa diciendo: "niño tráeme esta capa"; alcéla y fuime tras ellos. Subimos a la cama del presidente, pero cuando llegamos ya estaba muerto. Dijo la mujer que de una purga que había tomado, que no la pudo echar del cuerpo. Está enterrado en la catedral de esta ciudad.
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CAPÍTULO X Que el calor de la Tórrida se templa con la muchedumbre de lluvias y con la brevedad de los días Ser así verdad como éstos dijeron, después que se halló el Nuevo Mundo quedó averiguado y sin duda. Mas es muy natural cuando por experiencia se averigua alguna cosa, que era fuera de nuestra opinión querer luego inquirir y saber la causa del tal secreto. Así deseamos entender, por qué la región que tiene al sol más cercano y sobre sí, no sólo es más templada, pero en muchas partes es fría. Mirándolo agora en común, dos causas son generales para hacer templada aquesta región. La una es la que está arriba declarada, de ser región más húmeda y sujeta a lluvias, y no hay duda sino que la lluvia refresca; porque el elemento del agua es de su naturaleza frío, y aunque el agua por la fuerza del fuego se calienta, pero no deja de templar el ardor que se causara de los rayos del sol puro. Pruébase bien esto por lo que refieren de la Arabia interior, que está abrasadísima del sol porque no tiene lluvias que templen la furia del sol. Las nubes hacen estorbo a los rayos del sol para que no hieran tanto, y las lluvias que de ellas proceden, también refrescan el aire y la tierra, y la humedecen, por más caliente que parezca el agua que llueve; en fin, se bebe y apaga la sed y el ardor, como lo han probado los nuestros, habiendo penuria de agua para beber. De suerte que así la razón como la experiencia nos muestran que la lluvia de suyo mitiga el calor, y pues hemos ya asentado que la Tórrida es muy pluviosa, queda probado que en ella hay causa para templarse su calor. A esto añadiré otra causa que el entenderla bien importa no sólo para la cuestión presente, sino para otras muchas, y por decirlo en pocas palabras, la Equinocial con tener soles más encendidos, tiénelos empero más cortos, y así, siendo el espacio del calor del día más breve y menor, no enciende ni abrasa tanto; mas conviene que esto se declare y entienda más. Enseñan los maestros de esfera, y con mucha verdad, que cuanto es más oblicua y atravesada la subida del Zodíaco en nuestro Hemisferio, tanto los días y noches son más desiguales, y al contrario, donde es la esfera recta y los signos suben derechos, allí los tiempos de noche y día son iguales entre sí. Es también cosa llana que toda región que está entre los dos Trópicos, tiene menos desigualdad de días y noches que fuera de ellos, y cuanto más se acerca a la línea, tanto es menor la dicha desigualdad. Esto por vista de ojos lo hemos probado en estas partes. Los de Quito, porque caen debajo de la línea, en todo el año no tienen día mayor ni menor, ni noche tampoco; todo es parejo. Los de Lima, porque distan de la línea cuasi doce grados, echan de ver alguna diferencia de noches y días, pero muy poca, porque en diciembre y enero crecerá el día como una hora aún no entera. Los de Potosí, mucho más tienen de diferencia en invierno y verano, porque están cuasi debajo del Trópico. Los que están ya del todo fuera de los Trópicos, notan más la brevedad de los días de invierno y prolijidad de los de verano, y tanto más cuanto más se desvían de la línea y se llegan al polo; y así Germania y Anglia tienen en verano más largos días que Italia y España. Siendo esto así como la esfera lo enseña y la experiencia clara lo muestra, hase de juntar otra proposición también verdadera, que para todos los efectos naturales es de gran consideración, la perseverancia en obrar de su causa eficiente. Esto supuesto, si me preguntan por qué la Equinocial no tiene tan recios calores como otras regiones por Estío, exempli gratia, Andalucía, por julio y agosto, finalmente responderé que la razón es porque los días de verano son más largos en Andalucía, y las noches más cortas, y el día, como es caliente, enciende, la noche es húmeda y fría, y refresca. Y por eso el Pirú no siente tanto calor, porque los días de verano no son tan largos ni las noches tan cortas, y el calor del día se tiempla mucho con el frescor de la noche; donde los días son de quince o diez y seis horas, con razón hará más calor que donde son de doce o trece horas, y quedan otras tantas de la noche para refrigerar. Y así, aunque la Tórrida excede en la vecindad del sol, excédenla esas otras regiones en la prolijidad del sol. Y es según razón que caliente más un fuego, aunque sea algo menor, si persevera mucho, que no otro mayor, si dura menos, mayormente interpolándose con frescor. Puestas pues, en una balanza estas dos propriedades de la Tórrida, de ser más pluviosa al tiempo del mayor calor, y de tener los días más cortos, quizá parecerá que igualan a otras dos contrarias, que son tener el sol más cercano y más derecho. A lo menos que no les reconocerán mucha ventaja.
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Cómo don Pedro de Mendoza pasó por Adelantado y Gobernador de estas Provincias y la armada que trajo Llegado Sebastián Gaboto a Castilla el año de 1533, dio cuenta a S.M. de lo que había descubierto y visto en estas provincias, la buena disposición calidad y temple de la tierra, la gran suma de los naturales, con la noticia y muestras del oro y plata, que llevaba. De tal manera supo ponderar el negocio, que algunos caballeros de caudal pretendieron esta conquista y gobernación, en especial un criado de la casa real, gentil hombre del Emperador Nuestro Señor, llamado don Pedro de Mendoza, deudo muy cercano de doña María de Mendoza, mujer del señor don Francisco de los Cabos, el cual tuvo negociación de que S.M. le hiciese merced de esta gobernación con título de Adelantado, haciendo asiento de poblar y conquistarla, pasando con su gente y armada a esta tierra, con cargo de que, habiéndola poblado, se le haría merced con título de Marqués de lo que poblase; con cuya fama y buena opinión se movieron en España diversas personas, ofreciéndose al Gobernador con cuanto tenían, de manera que se contaban por de gran suerte los que a esta empresa eran admitidos, y así no hubo ciudad de donde no saliesen para esta jornada mucha gente, y entre ellos algunos nobles y de calidad. Juntos en Sevilla se embarcaron y salieron de la Barra de San Lúcar de Barrameda, en catorce navíos, el año de 1535 a 24 de agosto, y navegando por su derrota con viento próspero, llegaron a las Canarias, y en la Isla de Tenerife hizo el Adelantado reseña de su gente, y halló que traía dos mil doscientos hombres entre oficiales y soldados, de algunos de los cuales haré aquí mención para noticia de lo que adelante ha de suceder. Traía por su maestre de campo un caballero de Ávila llamado Juan Osorio, que había sido en Italia capitán de infantería española, al cual todos querían y estimaban por su grande afabilidad y valor, y por Almirante de la armada don Diego de Mendoza, hermano del Adelantado, y por su Alguacil mayor Juan de Ayolas, que a más de su privanza grande, que con el Adelantado tenía, era su mayordomo; por proveedor de S.M. un caballero llamado Francisco de Alvarado, y junto con él un hermano suyo llamado don Juan de Carbajal. Los que traía de más cuenta, eran el capitán Domingo Martínez de Irala natural de Vergara en la provincia de Guipúzcoa, Francisco Ruiz de Galán de la ciudad de León en Castilla. El capitán Salazar de Espinosa de la Villa de Pomar. Gonzalo de Mendoza de Baeza, y don Diego de Abalos. Venía junto con éstos un caballero gentil hombre del rey llamado don Francisco de Mendoza, mayordomo de Maximiliano Rey de Romanos, el cual por cierta desgracia que le sucedió en España, pasó a las Indias. Por contador de S.M. venía Juan de Cáceres natural de Madrid, y con él Felipe de Cáceres, su hermano. Por tesorero venía García Venegas natural de Córdoba, y Hernando de los Ríos, y Andrés Hernández y Romo. Por factor de S.M. don Carlos Guevara, y por alcaide de la primera fortaleza que se hiciere, don Nuño de Silva. Venía por sargento mayor de la armada Luis de Rojas y Sandoval, y sin cargos venían otros muchos caballeros como Perafán de Ribera, don Juan Manrique, el capitán Diego de Abreu, Pedro Ramiro de Guzmán, todos de Sevilla. Don Carlos Vumbrín hermano de leche del Emperador don Carlos Nuestro Señor. El capitán Juan de Ortega, Luis Hernández de Zúñiga de las Montañas, Francisco de Abalos Puina de Pamplona, Hernando Arias de Mansilla, don Gonzalo de Aguilar, el capitán Medrano de Granada, don Diego Barua caballero del orden de San Juan, Hernando Ruiz de la Cerda, el capitán Agustín de Ocampos de Almodóvar, el capitán Luján, don Juan Ponce de León de Osuna, el capitán Juan Romero y Francisco Hernández de Córdoba, Antonio de Mendoza, y don Bartotomé de Bracamonte, naturales de Salamanca, Diego de Estapiñán, el capitán Figueroa, Alonso Suárez de Ayala, y Juan de Vera de Jerez de la Frontera, Bernardo Centurión Genovés, Cuatralvo de las Galeras del Príncipe Andrea Doria, el capitán Simón Jacques de Ramoa natural de Flandes, Luis Pérez de Cepeda de Ahumada hermano de Santa Teresa de Jesús, sin otros muchos caballeros, hijosdalgo y hombres nobles, alféreces, sargentos y oficiales que venían en esta armada. Partieron de las Canarias, continuando su viaje, y pasaron la línea equinoccial, de donde con una gran tormenta se dividió la armada. Don Diego de Mendoza tomó hacia el mediodía para la boca del Río de la Plata, según se presume de malicia; y navegando el resto de la armada para la costa del Brasil, tomó puerto en el Río de Janeiro, y en otros de aquella costa, obligados de la necesidad de hacer esta arribada por falta de agua y bastimentos, y estando en dicho puerto, sucedió un día que, andando el Maestre de campo Juan de Osorio, paseándose con el Factor don Carlos de Guevara por la playa, llegó a él Juan de Ayolas Alguacil mayor, y le dijo (yendo en su compañía el capitán Salazar y Diego de Salazar y Medrano) Vmd., sea preso, señor Juan de Osorio, a lo cual entendiendo el Maestre de campo que se burlaba, se retiró empuñando su espada, y entonces le replicó el Alguacil mayor diciendo, téngase Vmd., que el señor gobernador manda que vaya preso, a lo que respondió Juan de Osorio, hágase lo que S. S. manda, que yo estoy pronto a obedecerle, y con esto todos se fueron hacia la tienda del gobernador, la cual estaba en la playa, y en aquella sazón cercada toda de gente de guarda; y adelantándose el Alguacil mayor, fue a dar aviso al gobernador que estaba almorzando, diciendo: ya, señor, está preso, ¿qué manda V.S. que se haga? El respondió, dando de mano hagan lo que han de hacer; y volviendo Ayolas donde venía el Maestre de Campo de improviso le dieron de puñaladas, de que cayó muerto sin poderse confesar: luego pusieron el cuerpo sobre un repostero a vista de todo el campo, con un rótulo que decía "por traidor y alevoso", y a esta sazón el Adelantado dijo, "este hombre tiene su merecido; su soberbia y su arrogancia le han traído a este estado". Todos los presentes sintieron en el alma la muerte de tan principal y honrado caballero, quedando tristes y desconsolados, particularmente sus deudos y amigos. Súpose que algunos envidiosos le malquistaron con don Pedro, diciendo que el Maestre de Campo le amenazaba que, en llegando al Río de la Plata, había de hacer que las cosas corriesen por diferente orden, atribuyendo sus razones a mal fin; de cuya muerte sobrevinieron, por castigo de Dios, grandes guerras, muchas desgracias y muertes, como adelante se dirá.
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CAPÍTULO X Regreso de Cortés: la noche triste Habiendo vencido Cortés a Pánfilo de Narváez, regresó con mayor número de soldados a México-Tenochtitlan. Los informantes de Sahagún relatan el modo como fue recibido. Los mexicas se pusieron de acuerdo en no dejarse ver. Estaban en acecho para dar principio a la batalla. Según los mencionados informantes, Cortés hizo disparar los cañones, al entrar en las casas reales de Motecuhzoma. Esta fue la señal que dio principio a la guerra. Durante cuatro días se luchó con denuedo. Fue por entonces cuando los españoles arrojaron a la orilla del agua los cadáveres de Motecuhzoma y de Itzcuauhtzin. Como escribe don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, a punto fijo no se supo cómo murió Motecuhzoma: "dicen que uno de los indios le tiró una pedrada de lo cual murió; aunque dicen los vasallos que los mismos españoles lo mataron y por las partes bajas le metieron la espada." El texto indígena pinta las exequias de Motecuhzoma y el duro juicio que acerca de su actuación pública formularon algunos mexicas. Pasados siete días los españoles se aprestaron para abandonar por la noche a México-Tenochtitlan. Entonces tuvo lugar el desquite de los guerreros mexicas, que se conoce como la "Noche Triste". Los indios nos pintan la forma en que tuvo lugar el asedio a los españoles que huían por la Calzada de Tacuba. Quienes lograron escapar, fueron a refugiarse por el rumbo de Teocalhueyacan, en donde fueron recibidos en son de paz. El texto de los informadores que aquí se transcribe concluye narrando lo que pasaba entre tanto en México-Tenochtitlan, donde los guerreros mexicas victoriosos se repartían el botín de guerra quitado a los españoles. En forma de pequeño apéndice a este capítulo se transcribe la breve noticia que acerca de estos hechos nos conserva don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl en su ya mencionada XIII relación. Los españoles abandonan de noche la ciudad Cuando hubo anochecido, cuando llegó la media noche, salieron los españoles en compacta formación y también los tlaxcaltecas todos. Los españoles iban delante y los tlaxcaltecas los iban siguiendo, iban pegados a sus espaldas. Cual si fueran un muro se estrechaban con aquéllos. Llevaban consigo puentes portátiles de madera: los fueron poniendo sobre los canales: sobre ellos iban pasando. En aquella sazón estaba lloviendo, ligeramente como rocío, eran gotas ligeras, como cuando se riega, era una lluvia muy menuda. Aún pudieron pasar los canales de Tecpantzinco, Tzapotlan, Atenchicalco. Pero cuando llegaron al de Mixcoatechialtitlan, que es el canal que se halla en cuarto lugar, fueron vistos: ya se van fuera. Se descubre su huida Una mujer que sacaba agua los vio y al momento alzó el grito y dijo: -Mexicanos# ¡Andad hacia acá: ya se van, ya van traspasando los canales vuestros enemigos# ¡Se van a escondidas! # Entonces gritó un hombre sobre el templo de Huitzilopochtli. Bien se difundió su grito sobre la gente, todo mundo oía su grito: -Guerreros, capitanes, mexicanos# ¡Se van vuestros enemigos! Venid a perseguirlos. Con barcas defendidas con escudos# con todo el cuerpo en el camino. Comienza la batalla Y cuando esto se oyó, luego un rumor se alza. Luego se ponen en plan de combate los que tienen barcas defendidas. Siguen, reman afanosos, azotan sus barcas, van dando fuertes remos a sus barcas. Se dirigen hacia Mictlantonco, hacia Macuiltlapilco. Las barcas defendidas por escudos, por un lado y otro vienen a encontrarlos. Se lanzan contra ellos. Eran barcas guarnicionales de los de Tenochtitlan, eran barcas guarnicionales de los de Tlatelolco. Otros también fueron a pie, se dirigieron rectamente a Nonohualco, encaminando hacia Tlacopan. Intentaban cortarles la retirada. Entonces los que tripulaban las barcas defendidas por escudos, lanzaron sus dardos contra los españoles. De uno y de otro lado los dardos caían. Pero los españoles también tiraban a los mexicanos. Lanzaban pasadores, y también tiros de arcabuz. De un lado y de otro había muertos. Eran tocados por las flechas los españoles, y eran tocados los tlaxcaltecas. Pero también eran tocados por proyectiles los mexicanos. La matanza del canal de los toltecas Pues cuando los españoles hubieron llegado a Tlaltecayohuacan, en donde es el canal de los toltecas, fue como si se derrumbaran, como si desde un cerro se despeñaran. Todos allí se arrojaron se dejaron ir al precipicio. Los de Tlaxcala, los de Tliliuhquitepec, y los españoles, y los de a caballo y algunas mujeres. Pronto con ellos el canal quedó lleno, con ellos cegado quedó. Y aquellos que iban siguiendo, sobre los hombres, sobre los cuerpos, pasaron y salieron a la otra orilla. Pero al llegar a Petlacalco, en donde hay otro canal, en paz y quietamente lo pasaron sobre el puente portátil de madera. Y cuando hubieron llegado a Popotla amaneció, esclareció el cielo: allí, refrigerados ya, a lo lejos tenían combate. Pero allí llegaron dando alaridos, hechos una bola en torno de ellos los mexicanos. Llegan a coger presos tlaxcaltecas y aún van matando españoles. Pero también mexicanos mueren: gente de Tlatelolco. De una y de otra parte hubo muertos. Hasta Tlacopan (Tacuba), los persiguen, hasta Tlacopan los echaron. Pues en el tiempo en que los echaron, en Tlilyuhcan, en Xócotl iyohuican, que es lo mismo que Xoxocotla, allí murió en guerra Chimalpopoca el hijo de Motecuhzoma. Quedó traspasado, sobre él vino un tiro de ballesta. También allí fue herido y en ese sitio murió Tialtecatzin, príncipe tepaneca. Era el que guiaba, el que dirigía, el que iba señalando y marcando los caminos a los españoles. Los españoles se refugian en Teocalhueyacan Luego de ahí vadearon el Tepzólatl, que es un riachuelo; pasaron al otro lado, vadearon el Tepzólatl y luego se remontaron al Acueco. Fueron a detenerse en Otoncalpulco. Su patio estaba defendido por una muralla de madera, tenían un muro de madera. Allí se refrigeraron, allí tomaron descanso, allí restauraron sus fuerzas y recobraron el aliento. Allí vino a darles la bienvenida el jefe de los de Teocalhueyacan. El señor se llamaba con nombre propio de nobleza El Otomí. Este fue a encontrarlos allí les fue a entregar comida: tortillas blancas, gallinas, guisados y asados de gallina, huevos y algunas gallinas vivas y también algunas tunas: todo lo pusieron delante del capitán. Les dijeron: -Señores nuestros, os habéis fatigado, habéis pasado angustias. Que los dioses reposen. En tierra asentaos, tomad aliento. Entonces les respondió Malintzin, les dijo: -Señores míos, dice el capitán: ¿De dónde venís? ¿Dónde es vuestra casa? Dijeron ellos: -óigalo nuestro señor: Venimos de su casa en Teocalhueyacan. Somos gente de este lugar. Dijo Malintzin: -Bien está. Os estamos agradecidos. Allá de donde venís mañana o pasado iremos a pernoctar. El botín recogido por los mexicas en Tenochtitlan Luego que se alzó la aurora, cuando la luz relució, cuando estuvo claro el día, fueron acarreados los tlaxcaltecas todos, y los de Cempoala y los españoles que se habían despeñado en el canal de los toltecas, allá en Petlacalco o en Mictonco. Fueron siendo llevados en canoas; entre los tules, allá en donde están los tules blancos los fueron a echar: no más los arrojaban, allá quedaron tendidos. También arrojaron por allá a las mujeres (muertas): estaban desnudas enteramente, estaban amarillas; amarillas, pintadas de amarillo, estaban las mujeres. A todos éstos desnudaron, les quitaron cuanto tenían: los echaron allá sin miramiento, los dejaron totalmente abandonados y desprovistos. Pero a los españoles, en un lugar aparte los colocaron, los pusieron en hileras. Cual los blancos brotes de las cañas, como los brotes del maguey, como las espigas blancas de las cañas, así de blancos eran sus cuerpos. También sacaron a los "ciervos" que soportan encima a los hombres los dichos caballos. Y cuanto ellos llevaban, cuanto era su carga, todo se hizo un montón, de todo se hicieron dueños. Si alguien en una cosa ponía los ojos, luego al momento la arrebataba. La hacía cosa propia, se la llevaba a cuestas, la conducía a su casa. Allí en donde precisamente fue la mortandad, todo cuanto pudo hallarse se lo apropiaron, lo que en su miedo abandonaron (los españoles). También todas las armas de guerra allí fueron recogidas. Cañones, arcabuces, espadas y cuanto en el hondo se había precipitado, lo que allí había traído. Arcabuces, espadas, lanzas, albardas, arcos de metal, saetas de hierro. También allí se lograron cascos de hierro, cotas y corazas de hierro; escudos de cuero, escudos metálicos, escudos de madera. Y allí se logró oro en barras, discos de oro, y oro en polvo y collares de chalchihuites con dijes de oro. Todo esto era sacado, era recogido de entre el agua, era rebuscado cuidadosamente. Unos buscaban con las manos, otros buscaban con los pies. Y los que iban por delante bien pudieron escapar, pero los que iban atrás todos cayeron al agua. La relación de Alva Ixtlilxóchitl Cortés dio la vuelta para México, y entró por la ciudad de Tezcoco, en donde le recibieron algunos caballeros, porque a los hijos del rey Nezahualpiltzintli, los legítimos, los tenían escondidos sus vasallos, y los otros en México los tenían en rehenes. Entró en México con todo el ejército de españoles y amigos de Tlaxcala y otras partes el día de San Juan Bautista, sin que nadie se lo estorbase. Los mexicanos y los demás aunque les daban todo lo necesario, con todo esto, viendo que los españoles, ni se querían ir de su ciudad, ni querían soltar a sus reyes, juntaron sus soldados, y comenzaron a dar guerra a los españoles otro día después de que Cortés entró en México y duró siete días. El tercero de ellos Motecuhzoma viendo la determinación de sus vasallos, se puso en una parte alta, y reprendióles; los cuales le trataron mal de palabras llamándole cobarde, y enemigo de su patria, y aun amenazándole con las armas, en donde dicen que uno de ellos le tiró una pedrada de lo cual murió, aunque dicen sus vasallos que los mismos españoles lo mataron, y por las partes bajas le metieron la espada. Al cabo de los siete días, después de haber sucedido grandes cosas, los españoles con sus amigos los tlaxcaltecas, huexotzincas y demás naciones, desampararon la ciudad, y salieron huyendo por la calzada que va a Tlacopan, y antes de salir de la ciudad mataron al rey Cacamatzin, y a tres hermanas suyas, y dos hermanos que hasta entonces no estaban muertos, según don Alonso Axayácatl, y algunas relaciones de los naturales que se hallaron personalmente en estas dos ocasiones, los cuales al tiempo que se retiraron dieron muerte a muchos españoles y amigos hasta un cerro que está adelante de Tlacopan, y desde aquí dieron la vuelta para Tlaxcala.
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CAPÍTULO X Del Océano que rodea las Indias, y de la mar del Norte y del Sur En materia de aguas el principado tiene el gran mar Océano, por el cual se descubrieron las Indias, y todas sus tierras están rodeadas de él, porque o son islas del mar Océano, o tierra firme, que también por donde quiera que fenece y se acaba, se parte con el mismo Océano. No se ha hasta agora, en el Nuevo Orbe, descubierto mar mediterráneo, como le tienen Europa, Asia y África, en las cuales entran unos brazos de aquel inmenso mar y hacen mares distintos, tomando los nombres de las provincias y tierras que bañan; y cuasi todos estos mares mediterráneos se continúan entre sí y al cabo con el mismo Océano en el Estrecho de Gibraltar, que los antiguos nombraron Columnas de Hércules. Aunque el mar Rojo, desasido de esos otros mediterráneos, por sí se entra en el Océano Índico y el mar Caspio con ninguno se junta. Mas en Indias, como digo, ningún otro mar se halla sino el Océano, y éste dividen en dos, uno que llaman mar del Norte, otro mar del Sur; porque la tierra de Indias Occidentales que fue descubierta primero por el Océano que llega a España, toda está puesta al Norte, y por esa tierra vinieron a descubrir mar de la otra parte de ella. La cual llamaron del Sur, porque por ella bajaron hasta pasar la Línea, y perdido el Norte o Polo Ártico, descubrieron el Polo Antártico, que llaman Sur, y de allí quedó nombrar mar del Sur todo aquel Océano que está de la otra parte de las Indias Occidentales, aunque sea grandísima parte de él puesta al Norte, como lo está toda la costa de la Nueva España, y de Nicaragua y de Guatimala, y de Panamá. El primer descubridor de este mar del Sur, dicen haber sido un Vasco Núñez de Balboa; descubriose por lo que agora llaman Tierrafirme, en donde se estrecha la tierra lo sumo, y los dos mares se allegan tanto uno al otro, que no distan más de siete leguas, porque aunque se andan diez y ocho de Nombre de Dios a Panamá, es rodeando y buscando la comodidad del camino, mas tirando por recta línea no dista más de lo dicho un mar del otro. Han platicado algunos de romper este camino de siete leguas, y juntar el un mar con el otro, para hacer cómodo el pasaje al Pirú, en el cual dan más costa y trabajo diez y ocho leguas de tierra que hay entre Nombre de Dios y Panamá, que dos mil y trescientas que hay de mar. A esta plática no falta quien diga que sería anegar la tierra, porque quieren decir que el un mar está más bajo que el otro, como en tiempos pasados se halla por las historias haberse dejado de continuar por la misma consideración el Mar Rojo con el Nilo, en tiempo del rey Sesostris, y después del Imperio Otomano. Mas para mí tengo por cosa vana tal pretensión, aunque no hubiese el inconveniente que dicen, el cual yo no tengo por cierto; pero eslo para mí que ningún poder humano bastará a derribar el monte fortísimo e impenetrable que Dios puso entre lo dos mares, de montes y peñas durísimas que bastan a sustentar la furia de ambos mares. Y cuando fuese a hombres posible, sería a mi parecer muy justo temer del castigo del cielo, querer enmendar las obras que el Hacedor, con sumo acuerdo y providencia, ordenó en la fábrica de este Universo. Cesando, pues, de este cuidado de abrir la tierra y unir los mares, hubo otro menos temerario pero bien difícil y peligroso de inquirir, si estos dos grandes abismos se juntaban en alguna parte del mundo; y esta fue la empresa de Fernando Magallanes, caballero portugués cuya osadía y constancia grande en inquirir este secreto y no menos feliz suceso en hallarle, con eterna memoria puso nombre al estrecho, que con razón por su inventor se llama de Magallanes; del cual como de una de las grandes maravillas del mundo trataremos un poco. El estrecho pues, que en la mar del Sur halló Magallanes, creyeron algunos o que no lo había o se había ya cerrado, como don Alonso de Arzila escribe en su Araucana, y hoy día hay quien diga que no hay tal estrecho, sino que son islas entre la mar, porque lo que es tierra firme, se acaba allí, y el resto es todo islas y al cabo de ellas se junta el un mar con el otro, amplísimamente o por mejor decir, se es todo un mismo mar. Pero de cierto consta haber el estrecho y tierra larguísima a la una banda y a la otra, aunque la que está de la otra parte del estrecho, al Sur, no se sabe hasta dónde llegue. Después de Magallanes pasó el estrecho una nao del Obispo de Plasencia, D.Gutierre Carbajal, cuyo mástil dicen que está en Lima, a la entrada de Palacio. De la banda del Sur se fue después a descubrir por orden de D. García de Mendoza, que entonces tenía el gobierno de Chile, y así le halló y pasó el capitán Ladrillero, cuya relación notable yo leí, aunque dice no haberse atrevido a desembocar el Estrecho, sino que habiendo ya reconocido la mar del Norte, dio la vuelta por el aspereza del tiempo, que era ya entrado el invierno y venían, según dice, las olas del Norte furiosas, y las mares hechas todas espuma de bravas. En nuestros días pasó el proprio estrecho, Francisco Drac, inglés corsario. Después le pasó el capitán Sarmiento por la banda del Sur, y agora últimamente en este año pasado de ochenta y siete, con la instrucción que dio Drac, le han pasado otros corsarios ingleses que al presente andan en la costa del Pirú, y porque me parece notable la relación que yo tuve del piloto mayor que le pasó, la pondré aquí.
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De cómo en este tiempo salió del Perú el capitán Juan Núñez de Prado a la población de la provincia del Tucumán, después que el presidente Gasca venció a Gonzalo Pizarro Después que el presidente de la Gasca el año de 1548 venció en la batalla de Jaquiguana a Gonzalo Pizarro: el siguiente dio facultad y comisión a Núñez de Prado, para que tomase a su cargo la población y conquista de la gobernación del Tucumán, que se había dado a Diego de Rojas; el cual acudiendo a lo que para ello convenía, juntó ochenta y tantos soldados, muchos indios amigos, armas y caballos, y determinó su entrada por la provincia de los Chicuanas el año de 1550. Estando con su campo en los Chichas en el pueblo de Talina, llegó allí Francisco de Villagra, que iba para Chile con socorro de gente a don Pedro de Valdivia, gobernador de aquel reino. Donde vístose ambos capitanes, este Villagra con poco decoro sonsacó muchos soldados de los de Juan Núñez de Prado, y también los indios que llevaba sin poderle reprimir con súplicas y comedimentos. Al fin se apoderó de cuantos pudo quitarle, de que el otro capitán quedó muy sentido, y prosiguió su viaje con 60 soldados que le quedaron, y con ellos entró en la provincia de Tucumán don buen suceso, y fundó cerca de aquella sierra una ciudad, que llamó del Barco a contemplación del licenciado Gasca, que era natural de Barco de Ávila. Habiendo hecho la planta de su población, y un fuerte en que se metió con su gente, salió con treinta soldados a correr la redonda de aquella tierra, y atraer y conquistar algunos pueblos de la comarca, y caminando una noche al reconocimiento de unas poblaciones de indios, llegó a un río en cuya ribera estaba alojado un gran Real de españoles con mucha gente y caballos, de que quedaron confusos de quien podría ser, y reconociéndole, vieron que era Francisco Villagra, que torciendo su derrota, había entrado por esta provincia por la falda de la cordillera, con ánimo de emprender por aquella parte nuevo descubrimiento, de que Juan Núñez de Prado tomó grande enojo, acordándose del mal porte que con él tuvo en los Chichas, y sin más dilación determinó de prenderle y castigarle por haber entrado en su jurisdicción y gobierno, y mandó al capitán Guevara que con 15 soldados le acometiese por una parte, y que en ínterin él acometería por otra al Real, y que ambos procurasen ir a la tienda de Villagra a prenderle o matarle. Esta acción tocó al capitán Guevara, que atropelló a los que estaban de guardia, y por fuerza entraron dentro de la tienda de Villagra, que ya se hallaba armado de espada y rodela, y abrazándose con el capitán Guevara, le dio un encuentro con la rodela, de que cayeron ambos en tierra, y asiendo de la guarnición de la espada, se la sacó Villagra de la mano, y él arremetiendo con un soldado que junto a él estaba, le quitó la suya, a tiempo que los unos y los otros andaban revueltos a cuchilladas, y todo el Real alborotado con el alarma, que por el otro lado le iba dando Juan Núñez de Prado, con lo cual muchos se retiraron y desampararon sus tiendas; pero volviendo en sí, acudieron con otros al socorro de Villagra, con que vino a hacerse tan gran ruido, que le convino a Juan Núñez de Prado tocar a recoger con la trompeta, que era la señal que tenía dada a su gente, y con buen orden se fueron saliendo donde tenían los caballos. No siéndoles poco dificultosa esta retirada al Capitán Guevara, sin haber hecho otra cosa, que haber habido algunos heridos de ambas partes, junto con su capitán fueron a gran prisa para su pueblo. Villagra quedó sentido y enojado, pareciéndole como cosa de entresueños, y al fin determinó seguirlos con 60 hombres. Juan Núñez de Prado, llegando a los suyos, le pareció que no podría resistirle, por lo que, se resolvió irse a la sierra con algunos de su compañía, y se entró en lo más áspero, dejando en la población lo más de la gente de su cargo. Villagra sin mucha contienda se apoderó del fuerte e hizo juramento de no salir más de él hasta haber a las manos a Juan Núñez de Prado y castigarle como merecía. No obstante esto entróse de por medio un honrado sacerdote que allí tenía de cura, que habló a Villagra fuese servido de remitir lo pasado por concordia y amistad, lo cual le fue otorgado, con la condición que Juan Núñez de Prado se le sometiese, dándole obediencia como superior en nombre del Gobernador don Pedro de Valdivia, y que con esto le haría toda amistad, y dejaría en su tenencia; y aunque a Juan Núñez de Prado se le hizo esto difícil, fue aconsejado de sus amigos lo hiciese así, pues no podía haber otro remedio: en esta conformidad, él y los del cabildo se resolvieron, y rindieron la obediencia como a superior en nombre de S.M. a don Pedro de Valdivia, como incluyéndose en el Gobierno y conquista de Chile a Juan Núñez de Prado y la provincia; y habiendo ordenado lo que pareció conveniente, se fue para Chile; y viéndose Juan Núñez libre de la sujeción y poderío de Villagra, renunció al poder que por él le fue dado, diciendo que no le necesitaba, pues tenía completa facultad del Presidente Gasac, Gobernador General de estos reinos. Y usando de la comisión que antes tenía, continuó su conquista y población. Llegando Villagra al reino de Chile, dio cuenta a don Pedro de Valdivia de lo que le había pasado en la provincia del Tucumán con Juan Núñez de Prado, y como quedaba inmediato y sujeto a esta provincia por su Teniente General a Francisco de Aguirre, hombre principal, conquistador antiguo del Perú, y vecino encomendero de la ciudad de Coquimbo; y entrando en esta tierra, tomó luego posesión de ella en nombre de Valdivia, como lo hicieron en adelante todos lo que le sucedieron en el Gobierno, quedando aquella provincia muchos años sujeta al reino de Chile. Francisco de Aguirre prendió luego a Juan Núñez de Prado, y le despachó con lo procesado a Chile, de donde después se fue a la Ciudad de los Reyes, y tuvo negociación para volver a entrar en esta provincia, lo cual nunca pudo poner en efecto; en todo este tiempo Francisco de Aguirre administró el oficio de Teniente General, que le fue cometido por Valdivia, en cuyo tiempo por causas convenientes que le movieron, trasladó de la sierra al río del Estero la Ciudad del Barco, llamándola de Santiago, como hasta hoy permanece. Está en la altura de 29 grados, distante de la ciudad de la Plata 200 leguas, y es cabeza de aquella gobernación. Repartió el General los naturales de aquel distrito en 56 encomenderos. Empadronáronse 47.000 indios Juris y Tenocotes, así en el Estero como en el Río Salado y en la sierra. Esta tierra fértil, en especial los bañados, como queda referido, con lo que le deja dispuesto para las sementeras de los naturales; y habiéndose sucedido en el empleo Juan Pérez de Zurita, fundó una ciudad en el Valle del Calchaquí, y otra en el de Conando, que llamó la ciudad de Londres. A éste sucedió un tal Castañeda enviado por el Gobernador de Chile, y por su mal gobierno fueron estas dos ciudades destruidas de los indios con pérdida de mucha gente española, hasta que S.M. despachó al gobierno de esta provincia a Francisco de Aguirre, como más latamente se dirá adelante.