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CAPÍTULO VIII Contaremos ahora la derrota de Zipacná por los dos muchachos Hunahpú e Ixbalanqué. Ahora sigue la derrota y muerte de Zipacná, cuando fue vencido por los dos muchachos Hunahpú e Ixbalanqué. El corazón de los dos jóvenes estaba lleno de rencor porque los cuatrocientos muchachos habían sido muertos por Zipacná. Y éste sólo buscaba pescados y cangrejos a la orilla de los ríos, que ésta era su comida de cada día. Durante el día se paseaba buscando su comida y de noche se echaba los cerros a cuestas. En seguida Hunahpú e Ixbalanqué hicieron una figura a imitación de un cangrejo muy grande, y le dieron la apariencia de tal con una hoja de pie de gallo, del que se encuentra en los bosques. Así hicieron la parte inferior del cangrejo; de pahac le hicieron las patas y le pusieron una concha de piedra que le cubrió la espalda al cangrejo. Luego pusieron esta especie de tortuga, al pie de un gran cerro llamado Meauán, donde lo iban a vencer a Zipacná. A continuación se fueron los muchachos a hacerle encuentro a Zipacná a la orilla de un río. -¿A dónde vas, muchacho?, le preguntaron a Zipacná. -No voy a ninguna parte, sólo ando buscando mi comida, muchachos, contestó Zipacná. -¿Y cuál es tu comida? -Pescado y cangrejos, pero aquí no los hay y no he hallado ninguno; desde antier no he comido y ya no aguanto el hambre, dijo Zipacná a Hunahpú e Ixbalanqué. -Allá en el fondo del barranco está un cangrejo, verdaderamente un gran cangrejo y ¡bien que te lo comieras! Sólo que nos mordió cuando lo quisimos coger y por eso le tenemos miedo. Por nada iríamos a cogerlo, dijeron Hunahpú e Ixbalanqué. -¡Tened lástima de mí! Venid y enseñádmelo, muchachos, dijo Zipacná. -No queremos. Anda tú solo, que no te perderás. Sigue por la vega del río y llegarás al pie de un gran cerro, allí está haciendo ruido en el fondo del barranco. Sólo tienes que llegar allá, le dijeron Hunahpú e Ixbalanqué. -¡Ay, desgraciado de mí! ¿No lo podéis encontrar vosotros, pues, muchachos? Venid a enseñármelo. Hay muchos pájaros que podéis tirar con la cerbatana, y yo sé dónde se encuentran, dijo Zipacná. Su humildad convenció a los muchachos. Y éstos le dijeron: -Pero ¿de veras lo podrás coger? Porque sólo por causa tuya volveremos; nosotros ya no lo intentaremos porque nos mordió cuando íbamos entrando boca abajo. Luego tuvimos miedo al entrar arrastrándonos, pero en poco estuvo que lo cogiéramos. Así, pues, es bueno que tú entres arrastrándote, le dijeron. -Está bien, dijo Zipacná, y entonces se fue en su compañía. Llegaron al fondo del barranco, y allí, tendido sobre el costado, estaba el cangrejo mostrando su concha colorada. Y allí también, en el fondo del barranco, estaba el engaño de los muchachos. -¡Qué bueno!, dijo entonces Zipacná con alegría. ¡Quisiera tenerlo ya en la boca! Y era que verdaderamente se estaba muriendo de hambre. Quiso probar a ponerse de bruces, quiso entrar, pero el cangrejo iba subiendo. Salióse en seguida y los muchachos le preguntaron: -¿No lo cogiste? -No, contestó, porque se fue para arriba y poco me faltó para cogerlo. Pero tal vez sería bueno que yo entrara para arriba, agregó. Y luego entró de nuevo hacia arriba, pero cuando ya casi había acabado de entrar y sólo mostraba la punta de los pies, se derrumbó el gran cerro y le cayó lentamente sobre el pecho. Nunca más volvió Zipacná y fue convertido en piedra. Así fue vencido Zipacná por los muchachos Hunahpú e Ixbalanqué ; aquel que, según la antigua tradición, hacía las montañas, el hijo primogénito de Vucub Caquix. Al pie del cerro llamado Meauán fue vencido. Sólo por un prodigio fue vencido el segundo de los soberbios. Quedaba otro, cuya historia contaremos ahora.
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De la venida de Ruy Díaz Melgarejo a la Asunción y cómo se quemó una carabela que se había de enviar de aviso a España Estando en este estado las cosas de esta provincia acordó el Gobernador Francisco Ortiz de Vergara despachar a su hermano Ruy Díaz Melgarejo a España en una carabela, que estaba al acabarse en aquel astillero, a dar cuenta a S.M. de su elección en el gobierno, y del estado de las cosas de la tierra. Para este efecto habiendo sido llamado Ruy Díaz Melgarejo, vino a la Asunción el año de 1563 con toda su casa, mujer e hijos, y procuró de su parte la conclusión de la fábrica de la carabela, una de las mejores y más grandes que hasta entonces se había fabricado en aquel puerto, y con la posible aceleración se acabó. Fue proveído en lugar del capitán Melgarejo, Alonso Riquelme, quien luego se aprontó y caminó el mismo año, y llegó felizmente a la ciudad de Guaira, donde fue recibido con mucho gusto de los vecinos, y luego determinó concluir la pacificación de los indios, que aún conservaban algunas reliquias de la pasada rebelión, a imitación de los indios de la jurisdicción de la Asunción, que a este tiempo volvieron a alborotarse, dejando sus pueblos, y trasponiendo sus familias a las fragosidades de aquellas montañas, a cuyo remedio salió el Gobernador con 250 soldados, muchos caballos y amigos, y una considerable partida de Guaicurúes, gente muy guerrera y enemigos de los Guaraníes, que hizo llamar de la otra banda del río Paraguay, donde habitan y se sustentan de sólo caza y pesca, sin otra labor ni sementera; y puesto en campaña dividió su ejército en tres cuerpos: el uno al mando del capitán Pedro de Segura con orden de entrar por la parte meridional: el otro a cargo del capitán Ruy Díaz Melgarejo, que había de ir costeando por la parte de arriba; y el Gobernador con el resto del campo había de marchar por la tierra dentro derecho al levante, y todos habían de ir a juntarse a la costa del río Aguapei, lugar destinado para sentar el Real, y hacer los acometimientos y corredurías convenientes. Con esta orden se emprendió la marcha y guerra, haciendo cada uno por su parte las facciones que ocurrieron, de que quedaron los naturales bastantemente consumidos y constreñidos: con este rigor fueron reducidos al Real servicio; y conclusa esta pacificación con las leyes y poco costosas funciones, volvieron a la Asunción, al tiempo que el capitán Nuño de Chaves con su cuñado don Diego de Mendoza y otros muchos soldados del Perú bajaban de la Provincia de Santa Cruz, que tenía a su cargo con separación de esta provincia por el marqués de Cañete. Venía con designios de llevar a su mujer y familia a su gobierno. El Gobernador le recibió benigno, y así encaminó su pretensión con buen efecto, según quiso. Habíase ya acabado en este tiempo la carabela, estaba lista a la marcha, señalados los que en ella se habían de embarcar, y una noche sin saberse cómo ni quién lo hiciese, se pegó fuego a ella; y aunque todo el pueblo acudió al socorro, no se pudo comprimir el incendio, porque lo fomentaba la abundancia de pez y resina con que estaba embreada, y así se acabó de abrasar y consumir del todo con notable sentimiento de los bien intencionados, por el perjuicio que de esta pérdida resultaba a la provincia, y por el infructuoso gasto de dinero y trabajo que se había hecho. Hubo quien creyese que este daño fue verificado por mano de los émulos del Gobernador, interesados del gobierno. En este mismo tiempo sucedió que el capitán Ruy Díaz mató bajo de acechanzas al Padre Hernán Carrillo con su mujer doña Elvira Becerra, de que resultó doble sentimiento al Gobernador, y así consultando con sus amigos, acordó se fuese al Perú a tratar con el Vicerrey del Reino sus negocios, y los de la provincia, como luego se ejecutó.
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CAPÍTULO X Cómo se empieza el descubrimiento y la entrada de los españoles la tierra adentro Habiendo pasado estas cosas, que fueron en poco más de tres semanas, el gobernador mandó al capitán Baltasar de Gallegos que con sesenta lanzas y otros tantos infantes entre arcabuceros, ballesteros y rodeleros fuesen a descubrir la tierra adentro y llegase hasta el pueblo principal del cacique Urribarracuxi, que era la provincia más cercana a las dos de Mucozo e Hirrihigua. Los nombres de estas provincias no se ponen aquí porque no se supo si se llamaban del nombre de los caciques o los caciques del nombre de sus tierras, como adelante veremos que en muchas partes de este gran reino se llama de un mismo nombre el señor y su provincia y el pueblo principal de ella. El capitán Baltasar de Gallegos eligió las mismas sesenta lanzas que habían ido con él cuando fue en busca de Juan Ortiz y otros sesenta infantes, y entre ellos al mismo Juan Ortiz para que por el camino les fuese guía y con los indios intérprete. Así fueron hasta el pueblo de Mucozo, el cual salió al camino a recibirlos, y, con mucha fiesta y regocijo de verlos en su tierra, los hospedó y regaló aquella noche. El día siguiente le pidió el capitán un indio que los guiase hasta el pueblo de Urribarracuxi. Mucozo se excusó diciendo que le suplicaba no le mandase hacer otra cosa contra su misma reputación y honra, que parecería mal que a gente extranjera diese guía contra su propio cuñado y hermano, los cuales se quejarían de él con mucha razón de que a su tierra y casa les hubiese enviado sus enemigos, que, ya que él era amigo y servidor de los españoles, quería serlo sin perjuicio ajeno ni de su honor. Y dijo más; que aunque Urribarracuxi no fuera su cuñado, como lo era, sino muy extraño, hiciera por él lo mismo, cuanto más siendo deudo tan cercado de afinidad y vecindad, y que asimismo le suplicaba muy encarecidamente no atribuyesen aquella resistencia a poco amor y menor voluntad de servir a los españoles, que cierto no lo hacía sino por no hacer cosa fea por la cual fuese notado de traidor a su patria, parientes, vecinos y comarcanos y que a los mismos castellanos parecería mal, si en aquel caso o en otro semejante él hiciese lo que le mandasen, aunque fuese en servicio de ellos, porque en fin era mal hecho. Por lo cual decía que antes elegiría la muerte que hacer cosa que no debiese a quien era. Juan Ortiz, por orden del capitán Baltasar de Gallegos, respondió y dijo que no tenía necesidad de la guía para que les mostrase el camino, pues era notorio que el que habían traído hasta allí era camino real que pasaba adelante hasta el pueblo de su cuñado, mas que pedían el indio para mensajero que fuese delante a dar aviso al cacique Urribarracuxi para que no se escandalizase de la ida de los españoles, temiendo no llevasen ánimo de hacerle mal y daño; y para que su cuñado creyese al mensajero, que siendo amigo no le enganaría, querían que fuese vasallo suyo y no ajeno para que lo fuese más fidedigno, el cual, de parte del gobernador, dijese a Urribarracuxi que él y toda su gente deseaban no hacer agravio a nadie, y, de parte del capitán Baltasar de Gallegos, que era el que iba a su tierra, le avisase cómo llevaba orden y expreso mandato del general que, aunque Urribarracuxi no quisiese paz y amistad con él y sus soldados, ellos la mantuviesen con el cacique, no por su respeto, que no le conocían ni les había merecido cosa alguna, sino por amor de Mucozo, a quien los españoles y su capitán general deseaban dar contento y por él a todos sus deudos, amigos y comarcanos, como lo habían hecho con Hirrihigua, el cual, aunque había estado y estaba muy rebelde, no había recibido ni recibiría daño alguno. Mocozo, con mucho agradecimiento, respondió que al gobernador, como a hijo del Sol y de la Luna, y a todos sus capitanes y soldados, por el semejante, besaba las manos muchas veces, por la merced y favor que con aquellas palabras le hacían, que de nuevo le obligaban a morir por ellos; que, ahora que sabía para qué querían la guía, holgaba mucho darla y, para que fuese fidedigno a ambas partes, mandaba que fuese un indio noble que en la vida pasada de Juan Ortiz había sido gran amigo suyo. Con el cual salieron los españoles del pueblo de Mucozo muy alegres y contentos y aun admirados de ver que en un bárbaro hubiese en todas ocasiones tan buenos respetos. En cuatro días fueron del pueblo de Mucozo al de su cuñado Urribarracuxi. Habría del un pueblo al otro diez y seis o diez y siete leguas. Halláronlo desamparado, que el cacique y todos sus vasallos se habían ido al monte, no embargante que el indio amigo de Juan Ortiz les llevó el recaudo más acariciado que se les pudo enviar, y, aunque después de llegados los españoles al pueblo volvió otras dos veces con el mismo recaudo, nunca el curaca quiso salir de paz, ni hizo guerra a los castellanos, ni les dio mala respuesta. Excusose con palabras comedidas y razones que, aunque frívolas y vanas, le valieron. Este nombre curaca, en lengua general de los indios del Perú, significa lo mismo que cacique en lenguaje de la isla Española y sus circunvecinas, que es señor de vasallos. Y pues yo soy indio del Perú y no de S. Domingo ni sus comarcanas se me permita que yo introduzca algunos vocablos de mi lenguaje en esta mi obra, porque se vea que soy natural de aquella tierra y no de otra. Por todas las veinte y cinco leguas que Baltasar de Gallegos y sus compañeros desde el pueblo de Hirrihigua hasta el de Urribarracuxi anduvieron, hallaron muchos árboles de los de España, que fueron parrizas, como atrás dijimos, nogales, encinas, morales, ciruelos, pinos y robles, y los campos apacibles y deleitosos, que participaban tanto de tierra de monte como de campiña. Había algunas ciénagas, mas tanto menores cuanto más la tierra adentro y apartado de la costa de la mar. Con esta relación envió el capitán Baltasar de Gallegos cuatro de a caballo, entre ellos a Gonzalo Silvestre, para que la diesen al gobernador de lo que habían visto y cómo en aquel pueblo y su comarca había comida para sustentar algunos días el ejército. Los cuatro caballeros anduvieron en dos días las veinte y cinco leguas que hemos dicho sin que en el camino se les ofreciese cosa digna de memoria, donde los dejaremos, por contar lo que entretanto sucedió en el real.
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CAPÍTULO X De las propriedades maravillosas del azogue El azogue, que por otro nombre se llama argen vivo, como también le nombran los latinos, porque parece plata viva, según bulle y anda a unas partes y otras velozmente, entre todos los metales tiene grandes y maravillosas propriedades. Lo primero, siendo verdadero metal, no es duro ni formado, y consistente como los demás, sino líquido y que corre no como la plata y el oro, que derretidos del fuego son líquidos y corren, sino de su propia naturaleza, y con ser licor es más pesado que ningún otro metal, y así los demás nadan en el azogue y no se hunden como más livianos. Yo he visto en un barreño de azogue, echar dos libras de hierro y andar nadando encima el hierro sin hundirse, como si fuera palo o corcho en el agua. Plinio hace excepción diciendo, que sólo el oro se hunde y no nada sobre el azogue; no he visto la experiencia, y por ventura es porque el azogue naturalmente rodea luego el oro y lo esconde en sí. Es esta la más importante propriedad que tiene, que con maravilloso efecto se pega al oro y le busca, y se va a él doquiera que le huele. Y no sólo esto, mas así se encarna con él y lo junta a sí, que le desnuda y despega de cualquier otros metales o cuerpos en que está mezclado, por lo cual toman oro los que se quieren preservar del daño del azogue. A hombres que han echado azogue en los oídos para matarlos secretamente, ha sido el remedio meter por el oído una paletilla de oro, con que llaman el azogue, y la sacan blanca de lo que se ha pegado al oro. En Madrid, yendo a ver las obras notables que Jácome de Trezo, excelente artífice milanés, labraba para San Lorenzo el Real, sucedió ser en día que doraban unas piezas del retablo, que eran de bronce, lo cual se hace con azogue, y porque el humo del azogue es mortal, me dijeron que se prevenían los oficiales contra este veneno, con tomar un doblón de oro desmenuzado, el cual pasado al estómago llamaba allí cualquier azogue que por los oídos, u ojos o narices o boca, les entrase de aquel humo mortal; y con esto se preservaban del daño del azogue yéndose todo él al oro que estaba en el estómago, y saliendo después todo por la vía natural; cosa cierto digna de admiración, después que el azogue ha limpiado al oro y purgádole de todos los otros metales y mezclas, también le aparta el fuego al de su amigo el oro, y así le deja del todo puro sin fuego. Dice Plinio, que con cierta arte apartaban el oro del azogue; no sé yo que agora se use tal arte. Paréceme que los antiguos no alcanzaron que la plata se beneficiase por azogue, que es hoy día el mayor uso y más principal provecho del azogue, porque expresamente dice que a ningún otro metal abraza sino sólo al oro, y donde trata del modo de beneficiar la plata sólo hace mención de fundición; por donde se puede colegir que este secreto no le alcanzaron los antiguos. En efecto, aunque la principal amistad del azogue sea con el oro, todavía donde no hay oro se va a la plata y la abraza, aunque no tan presto como al oro, y al cabo también la alimpia y la apura de la tierra, y cobre y plomo con que se cría, sin ser necesario el fuego, que por fundición refina los metales, aunque para despegar y desasir del azogue a la plata, también interviene el fuego, como adelante se dirá. De esos otros metales fuera de oro y plata, no hace caso el azogue, antes los carcome, y gasta y horada, y se va y huye de ellos, que también es cosa admirable, por donde le echan en vasos de barro o en pieles de animales, por vasijas de cobre, o hierro u otro metal, luego las pasa y barrena, y toda otra materia penetra y corrompe, por donde le llama Plinio veneno de todas las cosas, y dice que todo lo come y gasta. En sepulturas de hombres muertos se halla azogue, que después de haberlos gastado, él se sale muy a su salvo, entero. Hase hallado también en las medulas y tuétanos de hombres o animales, que recibiendo su humo por la boca o narices, allá dentro se congela y penetra los mismos huesos. Por eso es tan peligrosa la conversación con criatura tan atrevida y mortal, pues es otra gracia que tiene, que bulle y se hace cien mil gotillas, y por menudas que sean, no se pierde una, sino que por acá o por allá se torna a juntar con su licor, y cuasi es incorruptible, y apenas hay cosa que le pueda gastar, por donde el sobredicho Plinio le llama sudor eterno. Otra propriedad tiene, que siendo el azogue el que aparta el oro del cobre y todos metales, cuando quieren juntar oro con cobre, o bronce o plata, que es dorando, el medianero de esta junta es el azogue, porque mediante él se doran esos metales. Entre todas estas maravillas de este licor extraño, la que a mí me ha parecido más digna de ponderar, es que siendo la cosa más pesada del mundo, inmediatamente se vuelve en la más liviana del mundo, que es humo, con que sube arriba resuelto, y luego el mismo humo, que es cosa tan liviana, inmediatamente se vuelve en cosa tan pesada, como es el proprio licor de azogue en que se resuelve; porque en topando el humo de aquel metal, cuerpo duro arriba, o llegando a región fría, luego al punto se cuaja y torna a caer hecho azogue, y si dan fuego otra vez al azogue, se hace humo, y del humo torna sin dilación a caer el licor del azogue. Cierta transmutación inmediata de cosa tan pesada en cosa tan liviana y al revés, por cosa rara se puede tener en naturaleza. Y en todas estas y otras extrañezas que tiene este metal, es digno el autor de su naturaleza de ser glorificado, pues a sus leyes ocultas obedece tan prontamente toda naturaleza creada.
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CAPÍTULO X Entraron después en la Casa del Frío. No es posible describir el frío que hacía. La casa estaba llena de granizo, era la mansión del frío. Pronto, sin embargo, se quitó el frío porque con troncos viejos lo hicieron desaparecer los muchachos. Así es que no murieron; estaban vivos cuando amaneció. Ciertamente lo que querían los de Xibalbá era que murieran; pero no fue así, sino que cuando amaneció estaban llenos de salud, y salieron de nuevo cuando los fueron a buscar los mensajeros. -¿Cómo es eso? ¿No han muerto todavía?, dijo el Señor de Xibalbá. Admirábanse de ver las obras de Hunalipú e Ixbalanqué. En seguida entraron en la Casa de los Tigres. La casa estaba llena de tigres. -¡No nos mordáis! Aquí está lo que os pertenece, les dijeron a los tigres. Y en seguida les arrojaron unos huesos a los animales. Y éstos se precipitaron sobre los huesos. -¡Ahora sí se acabaron! Ya les comieron las entrañas. Al fin se han entregado. Ahora les están triturando los huesos. Así decían los guardas, alegres todos por este motivo. Pero no murieron. Igualmente buenos y sanos salieron de la Casa de los Tigres. -¿De qué raza son éstos? ¿De dónde han venido?, decían todos los de Xibalbá. Luego entraron en medio del fuego a una Casa de Fuego, donde sólo fuego había, pero no se quemaron. Sólo ardían las brasas y la leña. Y asimismo estaban sanos cuando amaneció. Pero lo que querían los de Xibalbá era que murieran allí dentro, donde habían pasado. Sin embargo, no sucedió así, con lo cual se descorazonaron los de Xibalbá. Pusiéronlos entonces en la Casa de los Murciélagos. No había más que murciélagos dentro de esta casa, la casa de Camazotz, un gran animal, cuyos instrumentos de matar eran como una punta seca, y al instante perecían los que llegaban a su presencia. Estaban, pues, allí dentro, pero durmieron dentro de sus cerbatanas. Y no fueron mordidos por los que estaban en la casa. Sin embargo, uno de ellos tuvo que rendirse a causa de otro Camazotz que vino del cielo y por el cual tuvo que hacer su aparición. Estuvieron apiñados y en consejo toda la noche los murciélagos y revoloteando: Quilitz, quilitz, decían; así estuvieron diciendo toda la noche. Pararon un poco, sin embargo, y ya no se movieron los murciélagos y se estuvieron pegados a la punta de una de las cerbatanas. Dijo entonces Ixbalanqué a Hunahpú: -¿Comenzará ya a amanecer?, mira tú. -Tal vez sí, voy a ver, contestó éste. Y como tenía muchas ganas de ver afuera de la boca de la cerbatana, y quería ver si había amanecido, al instante le cortó la cabeza Camazotz y el cuerpo de Hunahpú quedó decapitado. Nuevamente preguntó Ixbalanqué: -¿No ha amanecido todavía? Pero Hunahpú no se movía. -¿A dónde se ha ido Hunahpú? ¿Qué es lo que has hecho? Pero no se movía, y permanecía callado. Entonces se sintió avergonzado Ixbalanqué y exclamó: -¡Desgraciados de nosotros! Estamos completamente vencidos. Fueron en seguida a colgar la cabeza sobre el juego de pelota por orden expresa de Hun Camé y Vucub Camé, y todos los de Xibalbá se regocijaron por lo que había sucedido a la cabeza de Hunahpú.
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Capítulo X 265 De algunos españoles que han tratado mal a los indios, y del fin que han habido; y pónese la conclusión de la segunda parte 266 Hase visto por experiencia en muchos y muchas veces, los españoles que con estos indios han sido crueles, morir malas muertes y arrebatadas, tanto que se trae ya por refrán: "el que con los indios es cruel, Dios lo será con él", y no quiero contar crueldades, aunque sé muchas, de ellas vistas y de ellas oídas; mas quiero decir algunos castigos que Dios ha dado a algunas personas que trataban mal a sus indios. Un español que era cruel con los indios, yendo por un camino con indios cargados, y allegando en medio del día por un monte, iba apaleando los indios que iban cargados, llamándolos perros, y no cesando de apalearlos, y perros acá y perros acullá; a esta sazón sale un tigre y apaña al español, y llévale atravesado en la boca y métese en el monte, y cómesele: y así el cruel animal libró a los mansos indios de aquél que cruelmente los trataba. 267 Otro español que venía del Perú, de aquella tierra adonde se ha bien ganado el oro, y traía muchos tamemes, que son indios cargados, y había de pasar un despoblado, y dijéronle: "mira que no durmáis en tal parte que hay leones y tigres encarnizados"; y él pensando más en su codicia y en hacer andar los indios demasiadamente, y que con ellos se escudaría, fueles forzado dormir en el campo, y él comenzó a llamar perros a los indios y que todos lo cercasen, y él echado en medio; a la medianoche vino el león o el tigre, y entra en medio de todos y saca al español y allí cerca le comió. Semejante aconteció a otro calpixque o estanciero que llevaba ciento cincuenta indios cargados, y él tratándolos mal y apaleándolos, paró una noche a dormir en el campo, y llegó el tigre y sacóle de en medio de todos los indios y se lo comió, y yo estuve luego cerca del lugar a donde fue comido. 268 Tienen estos indios en grandísima reverencia el santo nombre de Jesús contra las tentaciones del demonio; que han sido muy muchas veces las que los demonios han puesto las manos en ellos queriéndolos matar, y nombrando el nombre de Jesús son dejados. A muchos se les ha parecido el demonio muy espantoso y diciéndoles con mucha furia: "¿por qué no me servís?, ¿por qué no me llamáis?, ¿por qué no me honráis como solíades? ¿por qué me habéis dejado?, ¿por qué te has bautizado?"; y éstos llamando y diciendo: "Jesús, Jesús, Jesús", son librados, y se han escapado de sus manos, y algunos han salido muy maltratados y heridos de sus manos, quedándoles bien qué contar; y así el nombre de Jesús es conhorte y defensa contra todas las astucias de nuestro adversario el demonio; y ha Dios manifestado su benditísimo nombre en los corazones de esta gente, que lo muestran con señales de fuera, porque cuando en el Evangelio se nombra a Jesús, hincan muchos indios ambas las rodillas en tierra, y lo van tomando muy en costumbre, cumpliendo con lo que dice San Pablo. 269 También derrama Dios la virtud de su amantísimo nombre tanto, que aun por las partes aún no conquistadas, y adonde nunca clérigo, ni fraile, ni español ha entrado, está este santímo nombre pintado y reverenciado. Está en esta tierra tan multiplicado, así escrito como pintado en las iglesias y templos, de oro y de plata, y de pluma y oro, de todas estas maneras muy gran número; y por las casas de los vecinos, y por otras muchas partes lo tienen entallado de palo con su festón, y cada domingo y fiesta lo enrosan y componen con mil maneras de rosas y flores. 270 Pues concluyendo con esta segunda parte digo: ¿que quién no se espantará viendo las nuevas maravillas y misericordias que Dios hace con esta gente? Y ¿por qué no se alegrarán los hombres de la tierra delante cuyos ojos Dios hace estas cosas, y más los que con buena intención vinieron y conquistaron tan grandes provincias como son éstas, para que Dios fuese en ellas conocido y adorado? Y aunque algunas veces tuviesen codicia de adquirir riquezas, de creer es que sería accesoria y remotamente. Pero a los hombres que Dios dotó de razón, y se vieron en tan grandes necesidades y peligros de muerte, tantas y tantas veces; ¿quién no creerá que formarían y reformarían sus conciencias e intenciones, y se ofrecerían a morir por la fe y por la ensalzar entre los infieles, y que ésta fuese su singular y principal demanda? Y estos conquistadores y todos los cristianos amigos de Dios se deben mucho alegrar de ver una cristiandad tan cumplida en tan poco tiempo, e inclinada a toda virtud y bondad, por tanto ruego a todos los que esto leyeren, que alaben y glorifiquen a Dios con lo íntimo de sus entrañas; digan estas alabanzas que siguen, que según San Buenaventura en ellas se encierran y se hallan todas las maneras de alabar a Dios que hay en la Sagrada Escritura: "alabanzas y bendiciones, engrandecimientos y confesiones, gracias y glorificaciones, sobrealzamientos, adoraciones y satisfacciones sean a vos, Altísimo Señor Dios nuestro, por las misericordias hechas con estos indios nuevos convertidos a vuestra santa fe. Amén. Amén. Amén." 270 bis En esta Nueva España siempre había muy continuas y grandes guerras, los de unas provincias con los de otras, adonde morían muchos, así en las peleas, como en los que prendían para sacrificar a sus demonios. Ahora por la bondad de Dios se ha convertido y vuelto en tanta paz y quietud, y están todos en tanta justicia que un español o un mozo puede ir cargado de barras de oro de trescientas y cuatrocientas leguas, por montes y sierras, y despoblados y poblados, sin más temor que iría por la rúa de Benavente, y es verdad que en fin de este mes de febrero del año de 1541 en un pueblo llamado Zaputitlan sucedió dejar un indio en medio del mercado, en un sitio, más de cien cargas de mercadería, y estarse de noche y de día en el mercado sin faltar cosa ninguna. El día del mercado que es de cinco en cinco días, pónese cada uno par de su mercaduría a vender; y entre estos cinco días hay otro mercado pequeño, y por esto está siempre la mercaduría en el tianguez o mercado, si no es en tiempo de las aguas; aunque esta simplicidad no ha llegado a México ni a su comarca. 271 FIN DE LA SEGUNDA PARTE.
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Capítulo X Del orden que había en los distritos de las provincias, y en los caminos En todo procuró el Ynga que hubiese en su reino la orden y policía que le pareció convenir, para que fuesen gobernados puntualmente, y en cosa ninguna no hubiese falta ni qué notar, Entre otras fue una la división de las provincias y distritos, repartiendo las jurisdicciones y amojonando las tierras, de modo que se evitasen diferencias y disensiones entre sus vasallos sobre los términos de cada pueblo. Aunque antiguamente lo usaron estos indios, pero sobre ello tuvieron entre sí guerras, queriendo el que más podía ampliar sus distritos y chácaras, hasta que Tupa Ynga Yupanqui de nuevo amojonó toda la tierra, con gran orden y cuenta, conforme a las corrientes de los ríos, hasta los Andes, y puso límite en las chácaras, y en los montes y en todo género de minas, así de oro como de plata y demás metales, y en las minas de colores con que hacían sus pinturas, hasta las islas de la mar, junto a la costa, dando y repartiendo a cada provincia y a cada pueblo, y a cada ayllo familia, las tierras para chácaras de maíz, papas, ocas y demás comidas suyas, como era el número de gente que tenían, y conforme a la fertilidad o esterilidad de la tierra, señalándoles los límites, y poniendo gravísimas penas a los que lo quebrantasen y entrasen, en las tierras y distritos de los otros, a labrar chácaras, casas, pescar ni cortar leña, ni a sacar ningún género de color de las minas para pintar, ni metales, ni en las salinas ni en otra parte ajena sin expresa licencia del Ynga. Así tenía cada provincia puestas sus guardas en los mojones, porque en ninguna manera se quebrantasen, y si algún indio, por descuido o malicia, entraba en los términos de otro, era luego castigado con grandísimo rigor y según era la cualidad de lo que delinquía, y hasta en los cerros y montes, y ríos había mojones, para el pasto de los ganados, sin que los de unas provincias entrasen a los pastos de otras, y los de una banda del río no podían pescar en la otra. Con ser los pastos extendidísimos y muchas veces de veinte leguas, no había ninguno que osase entrar un palmo en las eras de los otros. En los caminos, no fue menor el concierto del Ynga que en las demás cosas, porque los que hay hoy en este reino, hechos a mano, dan hartas muestras del cuidado y diligencia que en ello puso, pues desde el Cuzco a Quito, que hay más de quinientas leguas, lo mandó hacer todo señalado por la Sierra y los llanos, obra que quien no considerase la multitud de indios que había en aquel tiempo en este reino, no lo podrá creer. También hicieron los caminos hasta Charcas y Chile. Estos caminos, juntamente con las puentes, acequias y calzadas en los lugares lagunosos y dificultosos de pasar, tenían sumo cuidado, para aderezarlos, los curacas y principales y gobernadores puestos por el Ynga, cada uno en sus provincias y pueblos, conforme el número de indios que tenía a su cargo. Era de manera esto que en todos los caminos de Sierra y llanos, aunque fuesen pedregosos y ásperos, no había una piedra tan sola en que tropezar el caminante, ni le estorbase, ni detuviese cosa alguna, y así les era fácil caminar cualquier camino largo, y los corrían los indios chasquis sin impedimento y aun cuando el Ynga pasaba no había de haber hasta las hojas de los árboles en el suelo, que todo estaba limpio, ni aun pajuelas consentían hubiese, porque el Ynga no los castigase. La causa de tanta curiosidad fue que ningún indio ni India andaba por los caminos sin entender en algo de trabajo, porque no había de haber ociosos en todo tiempo. Así, caminando, las mujeres iban hilando las tareas que les daban para los vestidos de la ropa común, que el Ynga daba a los que le estaban sirviendo en la guerra o en las conquistas, o guarniciones de las fronteras o en otra cualquier ocupación. Los indios iban también trabajando en echar molinillos a sus mantas, que los hacían de lana y de diferentes colores. Otros iban haciendo ojotas para su calzado y de sus mujeres, otros iban ocupados en alguna cosa, de suerte que no había de haber ninguno que no entendiese en algo. Así, sentados o parados o andando, trabajaban, por miedo del castigo tran cruel y severo que les daban sus curacas y gobernadores del mismo Ynga. Como iban entretenidos con su labor cuando caminaban, no quería el Ynga tuviesen en qué reparar, ni tropezar, en los pasos dificultosos y así todo estaba llano y fácil. Siendo las leguas del Ynga de seis mil pasos, medidas con cordel, las andaban con suma presteza y sin sentir el cansancio del camino, ni les daba pesadumbre subir las cuestas agrias, ni bajar a los valles hondos, porque todo estaba aderezado.
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Capítulo X 364 De la abundancia de ríos y aguas que hay en estos montes, en especial de dos muy notables fuentes; y de otras particularidades y calidades de estos montes; y de cómo los tigres y leones han muerto mucha gente 365 La mayor necesidad que la tierra tiene y lo que la hace ser buena, es tener abundancia de agua, de la cual hay mucha en estos montes, así de la que llueve del cielo, de la cual muy a menudo es regada, como de fuentes y manantiales, que de todo es abundantísima, digo a la parte del norte y mediodía; que son tantos los arroyos y ríos que por todas partes corren de estos montes, que en la verdad me acontenció en espacio de dos leguas contar veinte y cinco ríos y arroyos, y esto no es en la tierra adonde más agua había, sino así acaso yendo de camino se me antojó de contar los ríos y arroyos que podría haber en dos leguas, para dar testimonio de la verdad, y hallé estos veinte y cinco ríos y arroyos que digo, y por otras muchas partes de estos montes se hallará esto que digo y mucho más, porque es la tierra muy doblada. 366 Hay en toda esta Nueva España muy grandes y muy hermosas fuentes, y algunas de ellas tan grandes, que luego como nacen de una fuente se hacen un río, y esto he yo visto en muchas Partes, entre las cuales dos me parecen ser dignas de memoria, y para dar gloria y alabar a el Señor que las crió, porque todos los españoles que las han visto les ha sido mucha materia de alabar y bendecir a Dios que tal crió, y todos dicen y confiesan no haber visto semejante cosa en todas las partidas que han andado. Ambas nacen al pie de estos montes y son de muy gentil y clara agua. La una llaman los españoles la fuente de Aulizapa, porque nace en un pueblo que se llama de aquel nombre, que en nuestra lengua quiere decir agua blanca, y así lo es muy clara, y sale con mucho ímpetu. La otra fuente está en un pueblo que se llama Aticpac. Esta es una fuente redonda, tan grande, que una persona tendrá que hacer con un arco echar un bodoque de la una parte a la otra; es en el medio muy honda, por las orillas tiene siete u ocho estados de agua, y está en toda ella la agua tan clara, que en todas partes se ve el suelo o por mejor decir las piedras, porque nace de entre unas grandes piedras y peñas, y vése todo tan claro como si fuese a medio estado; luego desde la fuente sale tanta agua, que se hace un grande río ancho y lleno de pescado, y en el mismo nacimiento hay muchos peces y buenos. Esta fuente que digo nace a el pie de dos sierras, y tiene encima de sí un muy notable y hermosísimo peñón de muy graciosa arboleda, que ni pintado ni como dicen hecho de cera no podría ser más lindo, ni más entallado ni mejor proporcionado; es por debajo muy redondo, y va subiendo y ensangostándose igualmente por todas partes; tendrá de altura más de cien estados, y así en el peñón como en la fuente había antiguamente grandes sacrificios, como en lugares notables. Es cierto cosa muy de mirar y de grande admiración ver algo desviado unos montes tan altos y tan grandes que parece cosa imposible que por allí pueda pasar río, y allá en lo profundo da Dios a los ríos sus canales y cursos, ya anchas, ya llanas, angostas, y apretadas; en partes corren con gran mansedumbre, y por otras partes corren con tanta furia, que ponen temor y espanto a los que los miran de verlos ir por entre altas y grandes rocas de peña tajada, y ver entrar un gran río por muy estrecha canal; otras veces hace caer los ríos de tan grande altura, que apenas se ve lo profundo, ni hay quien se ose acercar a lo mirar, y si algún monte se le pone delante, con su furia lo mina y barrena, y hace paso por donde pueda colar y pasar su furia a la otra parte, dejando encima hecha puente firme y segura del mismo monte, por donde sin peligro se pueda pasar. En lo alto de estos montes y en lo bajo todo es tierra poblada, y también en las riberas de los ríos, y por las laderas hay poblaciones vistosas de lejos, que adornan y hermosean en gran manera toda aquella comarca. 367 Cuando los frailes salen de sus monasterios y van a predicar y a bautizar por los pueblos que están en estos montes, que están desviados de los monasterios, luego como por la tierra se sabe, salen a el camino los señores de los pueblos, o envían a ellos sus mensajeros de treinta y cuarenta leguas, a rogarles que vayan a sus pueblos a bautizar a mucha gente que los están esperando, para que les enseñen la palabra de Dios; los unos pueblos están en lo alto de los montes, otros están en lo profundo de los valles, y por esto los frailes es menester que suban a las nubes, que por ser tan altos los montes, están siempre llenos de nubes, y otras veces tienen de abajar a los abismos, y como la tierra es muy doblada, y con la humedad por muchas partes llena de lodo y resbaladeros aparejados para caer, no pueden los pobres frailes hacer estos caminos sin padecer en ellos grandísimos trabajos y fatigas. Yo soy cierto que los que esta tierra anduvieron, que se les acuerde bien de lo que digo, y confiesen y digan ser todo esto verdad. Con todo esto los frailes los van a buscar, y a administrar los sacramentos y predicarles la palabra y Evangelio de Jesucristo, porque viendo la fe y necesidad con que lo demandan, ¿a qué trabajo no se pondrán por Dios y por las ánimas que Él crió a su imagen y semejanza, y redimió con su preciosa sangre, por los cuales Él mismo dice haber pasado días de dolor y de mucho trabajo? 368 Los pueblos que están más abajo de la costa, en sabiendo que los frailes andan visitando, luego van a los recibir y a llevar en acales o barcas, en que vengan a sus pueblos, que la tierra hacia la costa en muchas partes se manda por los ríos, por estar perdidos los caminos, por la falta de la gente, porque está muy despoblada según lo que solía ser bien poblada y abundante de gente, que por una parte los grandes tributos y servicios, y casas que hacían a los españoles lejos de sus pueblos, y esclavos que sacaron y los hicieron sin lo ser, y en otras partes guerras y entradas que los españoles hicieron han quedado pocos indios; y por otra parte los tigres y leones han comido mucha gente, lo cual no solían hacer antes que los españoles viniesen; la causa de esto se cree que es, que cuando la gente era mucha, los tigres y leones no osaban salir ni bajar de las montañas altas a lo bajo, y después encarnizáronse en los indios que morían por los caminos, o fue por permisión de Dios, porque cuando todos los otros pueblos de la tierra recibían la fe y el bautismo, entonces también fuera razón que ellos despertaran y buscaran a el verdadero Dios, y no hicieron. Acontecióles a éstos como a los gentiles advenedizos que poblaron a Samaría, que porque no temieron a Dios ni lo adoraron, mandó Dios a los leones que descendiesen de las montañas y los matasen y comiesen, de esta manera acá en este tiempo que digo los leones y tigres salían a los pueblos de las costas y mataron y comieron muchos indios, y algunos españoles a vueltas, tanto, que casi se despoblaron muchos pueblos, y a los indios les fue forzado a desemparar la tierra, y los que quedaron en ella morar juntos, y hacer cercados y palenques, y aún con todo esto si de noche no se velaban no estaban seguros. 369 Otros pueblos vi yo mismo que los moradores de ellos cada noche se acogían a dormir en alto, que ellos tienen sus casillas de paja armadas sobre cuatro pilares de palo, y en aquella concavidad que cubre la paja, se hace un desván o barbacoa cerrado por todas partes, y cada noche se suben allí a dormir, y allí meten consigo sus gallinas y perrillos y gatos, y si algo se les olvida de encerrar, son tan ciertos los tigres y leones que comen todo cuanto abajo se olvida; pero están ya tan diestros los perros y gatos y aves, que venida la tarde todos se ponen en cobro, sin que sea menester tañer la queda, porque todos tienen cuidado de ponerse en cobro con tiempo, so pena de la vida y de ser comido de los leones y tigres. Después que se han bautizado y se confiesan y han hecho iglesias, ha cesado mucho la crueldad de aquellas animalias. 370 Los españoles para defender y conservar a sus indios, buscaron buenos perros que trajeron de Castilla, con los cuales han muerto muchos tigres y leones. En un pueblo que se dice Chocamán, se han muerto por cuenta ciento y diez tigres y leones, y en otro pueblo que se dice Amatlán, el indio señor de este pueblo hubo dos perros de los de España, el uno de ellos era muy bueno, con los cuales ha muerto ciento y veinte leones y tigres; yo vi muchos de los pellejos. Cuando los matan es menester ayudar a los perros, porque en estas partes los tigres y los leones en viéndose acosados, luego se encaraman por los árboles; y para echarlos abajo es menester flecharlos; porque muchas veces no alcanzan con una larga lanza adonde ellos se encaraman, porque suben por un árbol como un gato. Cuando algunos caminan en compañía por estas tierras y duermen en el campo, hacen a la redonda de sí muchos fuegos, porque los leones y tigres tienen mucho temor a el fuego y huyen de él; por estas causas dichas lo más del trato y camino de los indios en aquella tierra es por acales o barcas por el agua. Acale en esta lengua quiere decir casa hecha sobre el agua; con éstas navegan por los grandes ríos, como son los de la costa, y para sus pesquerías y contrataciones; y con éstas salen a la mar; y con las grandes de estas acales navegan de una isla a otra, y se atreven a atravesar algún golfo pequeño. Estas acales o barcas cada una es de una sola pieza, de un árbol tan grande y tan grueso como lo demanda la longitud, y conforme a el ancho que le pueden dar, que es de lo grueso del árbol de que se hacen, y para esto hay sus maestros como en Vizcaya los hay de los navíos; y como los ríos se van haciendo mayores cuanto más se allegan a la costa, son mayores estos acales o barcas. En todos los ríos grandes de la costa, y muchas leguas la tierra adentro, hay tiburones y lagartos que son bestias marinas; algunos quieren decir que estos largatos sean de los cocodrilos. Son algunos de tres brazas en largo, y aun me dicen que en algunas partes los hay mayores y son casi el grueso y cuerpo de un caballo; otros hay harto menores. Adonde éstos o los tiburones andan encarnizados nadie osa sacar la mano fuera de la barca, porque estas bestias son muy prestas en el agua, y cuando alcanzan tanto cortan, y llévanse un hombre atravesado en la boca. También éstos han muerto muchos indios y algunos pocos españoles. Los lagartos salen fuera del agua, y están muy armados de su mismo cuero, el cual es tan duro, que no es más dar en él con una lanza o con una saeta que dar en una peña. Las noches que los indios duermen en el agua en aquellos acales, no se tienen que descuidar por temor de las bestias marinas; y por temor de los tigres y leones no osan salir a tierra. También hacen los ríos antes que entren en la mar muy grandes esteros y lagunas muy anchas, tanto, que de la una parte a la otra y a la redonda casi se pierde la tierra de vista; con temporal recio hace en estas lagunas grandes olas como en la mar, con tanta furia, que si se toma dentro algunos indios que van a pescar en aquellos acales, los pone temor y hace peligrar algunos; de manera que, como dice San Pablo, todo este mundo está lleno de barrancos y peligros, y lazos y asechanzas, de lo cual todo libra Dios a los que entienden y se ocupan en su servicio como hace a los que entienden en la conversión de estos indios, porque hasta hoy se sabe que a ningún fraile haya muerto bestias bravas, aunque algunos se han visto entre ellas, ni ha muerto ningún fraile en ninguna nao de las que han venido de España, ni se ha perdido nao en que viniesen frailes, porque Dios los guarda maravillosamente.
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De cómo el adelantado salió de esta isla y se comenzaron las murmuraciones entre la gente de guerra, en razón de faltas y de no se hallar la tierra En el tiempo que estuvo el adelantado en esta isla, mandó aderezar la galera, porque un día antes de surta había estado colgada del bauprés de la capitana en gran peligro; mando recoger agua y leña, embarcar la gente y aprestar las naos, con que a cinco de agosto mandó, levantando tres cruces cada una en su lugar, sin otra que en un árbol se esculpió con día y año, cargar áncora y dar velas en demanda de las islas de su descubrimiento. Navegóse la vía del Oeste cuarta del Sudoeste, con el viento Leste que iba haciendo Lessudoeste, y a la dicha cuarta, y a la del Noroeste y al Oeste franco, anduvieron al parecer cuatrocientas leguas. A tres o cuatro días que se navegó, dijo el adelantado que aquel día se había de ver la tierra que buscaba, nueva que alegró mucho la gente, y mirando a todas partes no fue vista en aquel ni en otros muchos días, y a esta causa empezaron los soldados a decir y a mover cosas (que se dirán algunas) porque se iba alargando el viaje, faltando agua y bastimentos, que dellos con la nueva de la tierra se había pastado largo, comenzó a mostrarse la flaqueza y desconfianza: y no hay que espantar, que para semejantes empresas han de ser muy hechos a trabajos, y muy sufridores dellos, los que han de poder llevar las faltas y cargas. Islas de San Bernardo.--Domingo a veinte de agosto, andadas las dichas cuatrocientas leguas, se amaneció junto a cuatro islas pequeñas, bajas, playas de arena, llenas de muchas palmas y arboleda, que pareció tener de boj todas cuatro juntas ocho leguas más o menos. Están como en cuadra, muy cerca unas de otras: tienen del Sudoeste hasta el Nordeste, por la parte del Leste, unos bancos de arena que no pueden ser entrados por estas partes, y descúbrese una cabeza en la restinga que va más al Sudoeste. Púsolas el general por nombre islas de San Bernardo por ser su día: quísose buscar en ellas puerto, y a ruegos del vicario se dejó de hacer; no se supo si estaban pobladas, aunque los de la galeota dijeron que habían visto canoas, mas entiéndese fue antojo: están en altura de diez grados y un tercio a la parte del Sur, longitud mil y cuatrocientas leguas de Lima. Pasadas estas cuatro islas, se halló viento Sudeste, que siempre duró, y a ratos con aguaceros pequeños; y no faltaban gruesos y espesos nublados de varios colores, y de ellos, por extrañeza, se formaban muchas figuras, que en contemplarlas se formaban muchos espacios, y a veces eran tan fijas que no se consumían en todo el día; y por ser a la parte incógnita daban sospecha ser por tierra. Fuese navegando la vía del Oeste y de sus dos cuartas del Noroeste y del Sudoeste, siempre por altura conforme a la instrucción y voluntad del general, que fue no subir a doce grados ni bajar de ocho, y lo más ordinario se navegó por diez y once grados. Isla Solitaria. --Martes a veinte y nueve de agosto se vio una isleta baja y redonda, llena de arboledas y cercada en tierra de arrecifes que salen fuera del agua; su boj será de una legua y su altura de diez grados y dos tercios, distante de Lima mil quinientas y treinta y cinco leguas; y por ser sola se llamó Solitaria. Mandó el adelantado a los dos navíos pequeños que fuesen a buscar en ella puerto para hacer leña, de que iba muy falta el almirante, y por ver si traía agua, de que también traía notable falta. Surgieron en diez brazas, y a voz alta dijeron al general pasase de largo, porque toda era suelo de grandes peñascos; los cuales se fueron viendo y pasando por encima con la sonda, unas veces hallando diez brazas y otras ciento; no había fondo, y mirar la nao encima de tantas peñas ponía espanto: no faltó priesa para salir, como se hizo, a limpia mar. Hay en su contorno de esta isla gran suma de carabelas, y la mancha de estos peñascos está al Sur de ella. Ya iban en este paraje los soldados algo necesitados de sufrimiento, y así, cansados y gastadas las esperanzas, formaban públicas y secretas quejas, y haciendo corrillos había disolución en cosas que fueron rastro o indicio para adivinar lo que pasó después. El maese de campo (como se ha dicho) era algo arrebatado, y así se había encontrado con muchas personas de la nao. Debía de entender convenir tal modo para hacerse temer mucho; más al fin enseñó la experiencia y el tiempo lo que se podrá decir, y yo paso con que era hacerse querer mal y ocasión de que hubiese contra él criadas malas voluntades y aun amenazas; diciéndose en común: --Aquí no venimos a perder, sino a ganar; el maese de campo mande las cosas del servicio del Rey como el Rey quiere se manden, que todos habemos de obedecer; haga su oficio y deje los ajenos; excuse desprecios y mostrar el bastón, que somos hombres de honra y no lo habemos de sufrir. Bien excusadas fueran con tan poca gente tantas cabezas: bastaba nuestro general, que no vamos donde sea necesaria la práctica de Flandes, ni la de Italia, sino a unos indios desnudos, para quien no son menester soldados matadores, sino varones animosos y bien intencionados. Había, sobre todo, escuchas y correo al general y maese de campo, que cada uno tenía los suyos, que de espacio y menuda daban cuenta de todo cuanto disimuladamente procuraban oír; y por lo quitado o añadido disfrazaban la razón de tal manera que el que lo dijo, cuando se la preguntaban, no la conocía. A esta causa había injustos ojos contra personas lejos de culpa, y éstas cuando querían dar sus disculpas y descargo eran menester ángeles para tantos de su abono, porque ya no había lugar en lo segundo por tanto crédito al primero. La razón era corta y así se basaba la vida, que muchos decían estaba acabada por parecerles que nunca habían de hallar tierra, y que no había necesidad de tanta tasa, pues la muerte era tan cierta; otros decían que las islas de Salomón ya se habían huido, o que el adelantado estaba olvidado del lugar donde las halló, o que el mar creció tanto que ya las cubrió de agua y se pasó por encima; otros decían que por llamarse marqués y hacer sus propios, los había llevado con cuatro quintales de bizcocho a morir en aquel gran golfo, para ir a su fondo a pescar las grandes perlas que les habían dicho de hallar. Ponían argumentos y decían que es cosa y cosa, ha tantos días que navegamos por altura de diez grados, y las islas que buscamos están en los mismos y nunca las hallamos; o quedan atrás, o nunca las hubo, o por este camino daremos la vuelta a todo el mundo, o cuando poco iremos a topar la Gran Tartaria. Ni el piloto mayor que llevamos, ni los demás pilotos ni el adelantado saben a dónde nos llevan, ni a dónde al presente estamos; eran fáciles de dar y quitar palmas a quien querían o las hallaba su gusto. Los pilotos de los otros navíos decían que subían sus naos por peñas y encima de tierra, porque el lugar donde estaba pintada había muchos días se araba y que por mucha y poca altura se navegaba; y otras cosas decían que eran para decir los soldados. También hubo quien dijo, que en tiempos estrechos y caminos largos, se conocen los verdaderos amigos y soldados. El piloto mayor, a quien ya por las sospechas no faltaban cuidados de ver que no se hallaba la buscada tierra, y se había pasado tan adelante de la longitud que el adelantado había dicho que tenía, y de lo que oyó de cosas, por ser el archivo a donde todos iban a parar, dijo al general, a fin de que consolase a los soldados, que iban afligidos: a que le respondió que también le habían dicho a él que también iban todos perdidos. El piloto mayor, por satisfacción de su parte, le dijo en alta voz muchas cosas que se callan y concluyó con decir: --Y pues oyo y no me responde quien lo dijo, téngalo V. S. en la cuenta que merece, que yo no vine a navegar para dejarme perder a mí mismo. Salió el capitán don Lorenzo con cierta razón bien fuera de propósito, a que el piloto mayor respondió: --¿Si no entienden las cosas, para qué las venden por otras? Juntáronse con estas pláticas tres quejosos, diciendo entre sí: --Muy otro es este negocio del que se entiende que fuera; aquí no hay honra, ni vida, según somos todos compañeros y vivimos en esta casa sin puertas, ni sin guardas de amistad. Pero no faltó quien dijo: ¿qué hospitales han fundado o servido para que quieran se mida Dios con sus deseos? Tomen lo que les da con rostro alegre, que esto es lo bueno, y siendo así, lo que falta será tal que nos conviene.
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CAPÍTULO X Y ahora referiremos su estancia y su permanencia allá en la montaña, donde se hallaban juntos los cuatro llamados Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui Balam. Lloraban sus corazones por Tohil, Avilix y Hacavitz a quienes habían dejado entre las parásitas y el musgo. He aquí cómo hicieron los sacrificios al pie del sitio donde pusieron a Tohil cuando llegaron a presencia de Tohil y de Aviliz. Iban a verlos y a saludarlos y darles gracias también por la llegada de la aurora. Ellos estaban en la espesura, entre las piedras, allá en el bosque. Y sólo por arte de magia hablaron cuando llegaron los sacerdotes y sacrificadores ante Tohil. No traían grandes presentes, sólo resina, restos de goma noh y pericón quemaron ante su dios. Y entonces habló Tohil; sólo por un prodigio les dio sus consejos a los sacerdotes y sacrificadores. Y ellos los dioses hablaron entonces y dijeron: "Verdaderamente aquí serán nuestras montañas y nuestros valles. Nosotros somos vuestros; grandes serán nuestra gloria y nuestra descendencia por obra de todos los hombres. Vuestras son todas las tribus y nosotros, vuestros compañeros. Cuidad de vuestra ciudad y nosotros os daremos vuestra instrucción. "No nos mostréis ante las tribus cuando estemos enojados por las palabras de sus bocas y por su comportamiento. Tampoco dejéis que caigamos en el lazo. Dadnos a nosotros en cambio los hijos de la hierba y los hijos del campo y también las hembras de los venados y las hembras de las aves. Venid a darnos un poco de vuestra sangre, tened compasión de nosotros. Quedaos con el pelo de los venados y guardaos de aquellos cuyas miradas nos han engañado. "Así, pues, el venado la piel será nuestro símbolo que manifestaréis ante las tribus. Cuando se os pregunte ¿dónde está Toril?, presentaréis el venado ante sus ojos. Tampoco os presentéis vosotros mismos, pues tendréis otras cosas que hacer. Grande será vuestra condición; dominaréis a todas las tribus; traeréis su sangre y su sustancia ante nosotros, y los que vengan a abrazarnos, nuestros serán también", dijeron entonces Tohil, Avilix y Hacavitz. Apariencia de muchachos tenían, cuando los vieron al llegar a ofrendarles los presentes. Entonces comenzó la persecución de los hijos de las aves y los hijos de los venados, y el producto de la caza era recibido por los sacerdotes y sacrificadores. Y en cuanto encontraban a las aves y a los hijos de los venados, al punto iban a depositar la sangre de los venados y las aves en la boca de las piedras de Tohil y de Avilix. Y cuando la sangre había sido bebida por los dioses, al punto hablaba la piedra, cuando llegaban los sacerdotes y sacrificadores, cuando iban a llevarles sus ofrendas. Y de igual manera lo hacían delante de sus símbolos, quemando pericón y holom ocox. Los símbolos de cada uno estaban allá donde habían sido colocados por ellos, en la cumbre de la montaña. Pero ellos los sacerdotes no vivían en sus casas durante el día, sino que andaban por los montes, y sólo se alimentaban de los hijos de los tábanos y de las avispas y de las abejas que buscaban; no tenían buena comida ni buena bebida. Y tampoco eran conocidos los caminos de sus casas, ni se sabía dónde habían quedado sus mujeres.