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CAPÍTULO VIII De los memoriales y cuentas que usaron los indios del Pirú Los indios del Pirú, antes de venir españoles, ningún género de escritura tuvieron, ni por letras ni por caracteres, o cifras o figurillas, como los de la China y los de México; mas no por eso conservaron menos la memoria de sus antiguallas, ni tuvieron menos su cuenta para todos los negocios de paz, y guerra y gobierno. Porque en la tradición de unos a otros fueron muy diligentes, y como cosa sagrada recibían y guardaban los mozos, lo que sus mayores les referían, y con el mismo cuidado lo enseñaban a sus sucesores. Fuera de esta diligencia, suplían la falta de escritura y letras, parte con pinturas como los de México, aunque las del Pirú eran muy groseras y toscas, parte o lo más, con quipos. Son quipos, unos memoriales o registros hechos de ramales, en que diversos ñudos y diversas colores, significan diversas cosas. Es increíble lo que en este modo alcanzaron, cuanto los libros pueden decir de historias, y leyes y ceremonias, y cuentas de negocios, todo eso suplen los quipos tan puntualmente, que admira. Había para tener estos quipos o memoriales, oficiales diputados que se llaman hoy día quipo camayo, los cuales eran obligados a dar cuenta de cada cosa, como los escribanos públicos acá, y así se les había de dar entero crédito. Porque para diversos géneros como de guerra, de gobierno, de tributos, de ceremonias, de tierras, había diversos quipos o ramales. Y en cada manojo de éstos, tantos ñudos y ñudicos, y hilillos atados; unos colorados, otros verdes, otros azules, otros blancos, finalmente tantas diferencias, que así como nosotros de veinte y cuatro letras guisándolas en diferentes maneras sacamos tanta infinidad de vocablos, así éstos de sus ñudos y colores, sacaban innumerables significaciones de cosas. Es esto de manera que hoy día acaece en el Pirú, a cabo de dos y tres años, cuando van a tomar residencia a un corregidor, salir los indios con sus cuentas menudas y averiguadas, pidiendo que en tal pueblo le dieron seis huevos, y no los pagó, y en tal casa una gallina, y acullá dos haces de yerba para sus caballos, y no pagó sino tantos tomines, y queda debiendo tantos; y para todo esto, hecha la averiguación allí al pie de la obra con cuantidad de ñudos y manojos de cuerdas que dan por testigos y escritura cierta. Yo vi un manojo de estos hilos, en que una india traía escrita una confesión general de toda su vida, y por ellos se confesaba, como yo lo hiciera por papel escrito, y aún pregunté de algunos hilillos que me parecieron algo diferentes, y eran ciertas circunstancias que requería el pecado para confesarle enteramente. Fuera de estos quipos de hilo, tienen otros de pedrezuelas, por donde puntualmente aprenden las palabras que quieren tomar de memoria. Y es cosa de ver a viejos ya caducos con una rueda hecha de pedrezuelas, aprender el Padre Nuestro, y con otra el Ave María, y con otra el Credo, y saber cuál piedra es que fue concebido de Espíritu Santo, y cuál que padeció debajo del poder de Poncio Pilato, y no hay más que verlos enmendar cuando yerran, y toda la enmienda consiste en mirar sus pedrezuelas, que a mí para hacerme olvidar cuanto sé de coro, me bastará una rueda de aquellas. De esta suele haber no pocas en los cimenterios de las iglesias, para este efecto; pues verles otra suerte de quipos que usan de granos de maíz, es cosa que encanta. Porque una cuenta muy embarazosa, en que tendrá un muy buen contador que hacer por pluma y tinta, para ver a cómo les cabe entre tantos, tanto de contribución, sacando tanto de acullá y añadiendo tanto de acá, con otras cien retartalillas, tomarán estos indios sus granos y pornán uno aquí, tres acullá, ocho no sé dónde; pasarán un grano de aquí, trocarán tres de acullá, y en efecto ellos salen con su cuenta hecha puntualísimamente, sin errar un tilde; y mucho mejor se saben ellos poner en cuenta y razón de lo que cabe a cada uno de pagar o dar, que sabremos nosotros dárselo por pluma y tinta averiguado. Si esto no es ingenio y si estos hombres son bestias, júzguelo quien quisiere, que lo que yo juzgo de cierto, es que en aquello a que se aplican nos hacen grandes ventajas.
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Capítulo VIII Por qué cosas hacían otros sacrificios los indios Las fiestas que en el calendario de esta gente atrás queda puesto, nos muestran cuáles y cuántas eran y para qué y cómo las celebraban. Pero porque eran sus fiestas sólo para tener gratos y propicios a sus dioses, sino era teniéndolos airados no (las) hacían más sangrientas; y creían estar airados cuando tenían necesidades o pestilencias o disensiones o esterilidades u otras semejantes necesidades; entonces no curaban de aplacar los demonios sacrificándoles animales, ni haciéndoles solamente ofrendas de sus comidas y bebidas o derramando su sangre y afligiéndose con velas y ayunos y abstinencias; mas olvidada toda natural piedad y toda ley de razón, les hacían sacrificios de personas humanas con tanta facilidad como si sacrificasen aves, y tantas veces cuantas los malvados sacerdotes o los chilanes les decían era menester, o a los señores se les antojaba o parecía. Y dado que en esta tierra, por no ser mucha la gente como en México, ni regirse ya después de la destrucción de Mayapán por una cabeza sino por muchas, no hacían así tan junta la matanza de hombres, ni por eso dejaban de morir miserablemente hartos, pues tenía cada pueblo autoridad de sacrificar los que el sacerdote o chilán o señor le parecía, y para hacerlo tenían sus públicos lugares en los templos como si fuera la cosa más necesaria del mundo a la conservación de la república. Después de matar en sus pueblos, tenían aquellos dos descomulgados santuarios de Chichenizá y Cuzmil donde infinitos pobres enviaban a sacrificar o despeñar al uno, y al otro a sacar los corazones; de las cuales miserias tenga a bien por siempre librarlos el señor piadoso que tuvo por bien hacerse sacrifico en la cruz al padre por todos. ¡Oh, señor, dios mío, hombre, ser y vida de mi alma, santa guía y camino cierto de mis costumbres, consuelo de mis consuelos, alegría interna de mis tristezas, refrigerio y descanso de mis trabajos! ¿Y qué me mandas tú, señor, que trabajo se puede llamar y no mucho mejor descanso? ¿A qué me obligas que yo no pueda muy cumplidamente hacer? ¿Por ventura, señor, ignoras la medida de mi vaso y la cantidad de mis miembros y la calidad de mis fuerzas? ¿Acaso, señor, me faltas tú en mis trabajos? ¿No eres tú cuidadoso padre de quien dice tu santo profeta en el salmo, "con él soy en la tribulación y trabajo, y yo le libraré de ella y le glorificaré"? Señor, sí, tú eres, y tú eres aquel de quien dijo el profeta lleno de tu santísimo espíritu, que finges trabajo en tu mandamiento, y es así, señor, que los que no han gustado de la suavidad de la guarda y cumplimiento de tus preceptos, trabajo hallan en ellos; pero, señor, trabajo fingido es, trabajo temido es, trabajo de pusilánimes es, y témenlo los hombres que nunca acaban de poner la mano al arado de cumplirlos, que los que se disponen a la guarda de ellos, dulces los hallan, en pos del olor de sus ungüentos se van, su dulcedumbre los refrigera a cada paso, y muchos más gustos experimentan cada día (que les sabe discierne nadie), como otra reina de Saba; y así, señor, te suplico me des gracia que a ejemplo tuyo, dejada la casa de mi sensualidad y el reino de mis vicios y pecados, haga del todo experiencia de servirte y guardar tus santos mandamientos, para lo que en más me enseñare la experiencia de su guarda; que de sólo leerlos y tratarlos, halle yo el bien de tu gracia para mi alma, y así como creo ser tu yugo suave y leve, te hago gracias por haberme puesto debajo de su melena, y libre del (pecado) en que veo andan y han andado tantas muchedumbres de gentes, caminando para el infierno: lo cual es tan grave dolor que no sé a quién no quiebra el corazón ver la mortal pesadumbre e intolerable carga con que el demonio ha siempre llevado y lleva a los idólatras al infierno; y si esto, de parte del demonio que lo procura y hace, es crueldad grande, de parte de Dios es justísimamente permitido para que, pues si no se quieren regir por la luz de la razón que él les ha dado comiencen en esta vida a ser atormentados y a sentir parte del infierno que merecen, con los trabajosos servicios que al demonio de continuo hacen con muy largos ayunos y vigilias y abstinencias, con increíbles ofrendas y presentes de sus cosas y haciendas, con derramamientos continuos en su propia sangre, con graves dolores y heridas en sus cuerpos, y lo que es peor y más grave, con las vidas de sus prójimos y hermanos; y con todo esto nunca el demonio se harta y satisface de sus tormentos y trabajos, ni de llevarlos con ellos al infierno donde eternalmente los atormenta; cierto, mejor se aplaca Dios y con menos tormentos y muertes se satisface: pues a voces dice y manda al Gran Patriarca Abraham que no extienda su mano para quitar la vida a su hijo, porque está su Majestad determinado a enviar al suyo al mundo y dejarle perder en la cruz la vida de veras, para que vean los hombres que para el hijo de Dios eterno es pesado el mandamiento de su padre, aunque a él (sea) muy dulce y fingido a los hombres de trabajo. Por lo cual quiten ya los hombres la tibieza de sus corazones y el temor del trabajo de esta santa ley de Dios, pues es su trabajo fingido y en breve se vuelve dulcedumbre de las almas y de los cuerpos, cuanto más que, allende de que es digno Dios de ser muy servido y se lo debemos en justísima deuda, es todo para nuestro provecho, y no sólo eterno, sino aun temporal; y miremos todos los cristianos, especialmente los sacerdotes, que en esta vida es gran vergüenza y confusión, y en la venidera lo será mayor, ver que halle el demonio quien le sirva con increíbles trabajos para ir, en pago de ellos, al infierno, y que no halle Dios apenas quien en guarda de tan suaves mandamientos le sirva fielmente para ir a la eterna gloria. Por lo cual, tú, sacerdote de Dios, dime si has mirado con advertencia el oficio de estos sacerdotes tristes del demonio, y de todos los que en las divinas letras hallamos lo fueron en los pasados tiempos, cuán enojosos y largos y muchos eran sus ayunos, más que los tuyos: qué tantos más continuos en las vigilias y en sus míseras oraciones que tú; cuán más curiosos y cuidadosos de las cosas de sus oficios que tú del tuyo; con cuánto mayor celo que tú entendían en enseñar sus pestíferas doctrinas, y si de esto te hallaras en alguna culpa, remédiala y mira que eres sacerdote del alto señor que con sólo el oficio te obliga a procurar vivir en limpieza y cuidado, limpieza del ángel cuanto más del hombre.
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Capítulo VIII Que trata del valle de Atacama y de su temple y de las cosas que hay en él y costumbres de indios De este pueblo de Atacama será bien que contemos y digamos el sitio que tiene, y es de esta suerte: es un valle llano y ancho y largo a la contra del sitio de los otros valles, porque a cinco o seis leguas que corre el río, se sume e no se ve por dónde va ni dónde sale a la mar. Y en el edificio de las casas son diferentes de otras provincias. Tiene este valle muy grandes algarrobales y llevan muy buenas algarrobas, de que los indios la muelen y hacen un pan gustoso de ella. Hacen un brebaje con esta algarroba molida y cuécenla con agua. Es brebaje gustoso. Hay grandes chañarales, que es un árbol a manera de majuelo. Llevan fruto que se dice chañal, a manera de azofaifas, salvo que son mayores. Es valle ancho. Tienen los indios sacadas muchas acequias de que riegan sus tierras. Las casas en que habitan los indios son de adobes y dobladas, con sus entresuelos hechos de gruesas vigas de algarrobas, que es madera recia. Son todas estas casas lo alto de ella de tierra de barro, a causa que no llueve. Encima de estos terrados de las casas están hechos de adobes ciertos apartados pequeños y redondos a manera de hornos en que tienen sus comidas, que es maíz e papas, frísoles y quinoas, algarroba y chañar, que tengo dicho, del cual también hacen un gustoso brebaje para beber e miel. En lo bajo de estas casas tienen los indios su habitación. Y al un lado de la una parte tienen su dormida e donde tienen sus vasijas en que hacen el brebaje que tengo dicho, que son unas tinajas de a dos arrobas e de más e menos, e ollas e cántaros para su servicio. Y en el otro apartado, que es el más principal, está hecho de bóveda alta hasta el entresuelo y cuadrada. Aqueste es su enterramiento y sepulcro, y allí dentro tienen a sus bisabuelos, abuelos, padres y toda su generación. Acostumbran enterrarse con todas las ropas, joyas e armas que siendo vivos poseían, que nadie toca en ello. Hay en este valle de Atacama infinita plata y cobre e mucho estaño y plomo y gran cantidad de sal transparente. Sácase de barro de la tierra en una manera de mina de metal, y cuando es caliente el sol a las diez del día, descárgasele la humedad que ha recibido de la noche pasada y hace grande estruendo dentro en la mina con el calor del sol. Hay mucho alabastro. Hay en sí mismo muchas y muy infinitas colores: colorado y azul dacle ultramarino, que allá se nombra en Castilla, hay verde excelentísimo, parece esmeralda en la color, hay amarillo maravilloso y blanco y negro muy finos, y de todas suertes de colores. Y de la otra sal que se cría para bastimento común hay en gran cantidad. Hay gran cantidad de salitrales y azufre. Esta gente sirvió al inga. Es gente dispuesta y bien vestidos como los del Perú. Las mujeres son de buen parecer. El hábito de ellas es un sayo ancho que le cubre los brazos hasta los codos y el faldamento hasta abajo de la rodilla. Tienen sus adoratorios y ceremonias en que los del Perú, insistidos por el demonio, y acostumbran hablar con él los que por amigos se le dan. Acostumbran y usan poner nombre a los niños de que nacen. Las mujeres se precian de traer los cabellos largos y negros, y ellos por el consiguiente. Las armas que acostumbran son flechas y hondas. Es lengua por sí.
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CAPÍTULO VIII Saquean los casquines el pueblo y entierro de Capaha, y van en su busca No se contentaron los casquines con haber saqueado la casa del curaca y robado el pueblo y hecho la mortandad y prisioneros que pudieron, sino que fueron al templo, que estaba en una plaza grande que el pueblo tenía, el cual era entierro de todos los señores que habían sido de aquella provincia, padres y abuelos, y antecesores de Capaha. Aquellos templos y entierros, como ya en otras partes se ha dicho, son lo más estimado y venerado que entre estos indios de la Florida se tiene, y creo que es lo mismo en todas naciones, y no sin mucha razón, porque son reliquias, no digo de santos, sino de los pasados, que nos los representan al vivo. A este templo fueron los casquines, convocándose unos a otros para que todos gozasen del triunfo. Y, como entendiesen lo mucho que Capaha (soberbio y altivo por no haber sido hasta entonces ofendido de ellos) había de sentir que sus enemigos hubiesen tenido atrevimiento de entrar en su templo y entierro a menospreciarlo, no solamente entraron en él, empero hicieron todas las ignominias y afrentas que pudieron, porque saquearon todo lo que en el templo había de riqueza y ornato y despojos y trofeos que se habían hecho de las pérdidas de sus antepasados. Derribaron por el suelo todas las arcas de madera que servían de sepulturas y, para satisfacción y venganza propia y afrenta de sus enemigos, echaron por tierra los huesos y cuerpos muertos que en las arcas había, y no se contentaron con los derramar por el suelo, sino que los pisaron y cocearon con todo vilipendio y menosprecio. Quitaron muchas cabezas de indios casquines que los de Capaha habían puesto por señal de triunfo y victoria en puntas de lanzas a las puertas del templo y, en lugar de ellas, pusieron otras cabezas que ellos aquel día cortaron de los vecinos del pueblo. En suma, no dejaron de hacer cosa que fuese venganza de ellos y afrenta de Capaha que no la hiciesen. Quisieron quemar el templo y las casas del curaca y todo el pueblo, mas no osaron por no enojar al gobernador. Todas estas cosas hicieron los casquines antes que el gobernador entrase en el pueblo, el cual, luego que supo que Capaha se había ido a la isla a fortalecerse en ella, le envió recaudos de paz y amistad con indios suyos de los que habían preso, mas él no quiso aceptarla, antes hizo llamamiento de su gente para vengarse de sus enemigos. Lo cual, sabido por el gobernador, mandó que se apercibiesen indios y españoles para ir a combatir la isla. El cacique Casquin le dijo que su señoría esperase tres o cuatro días a que viniese una armada de sesenta canoas que mandaría traer de su tierra, que eran menester para pasar a la isla, la cual armada había de subir por el Río Grande, que también pasaba por tierras de Casquin. El cual mandó a sus vasallos que a toda diligencia fuesen y viniesen con las canoas, que habían de ser venganza de ellos y destrucción de los enemigos. Entretanto no cesaba el gobernador de enviar recaudos de paz y amistad a Capaha; mas, viendo que no aprovechaban y sabiendo que las canoas subían ya por el río arriba, mandó salir el ejército a recibirlas e ir por agua y tierra donde los enemigos estaban. Salieron los castellanos al quinto día de como llegaron al pueblo de Capaha. Los indios casquines, por hacer daño en las sementeras de sus enemigos, caminaron hechos una ala de media legua en ancho, talando y destruyendo cuanto por delante topaban. Hallaron muchos indios de los suyos que estaban cautivos y servían de caseros en los heredamientos y campos de los de Capaha. A los esclavos, porque no se les huyesen, les deszocaban uno de los pies, como ya hemos dicho de otros, y con prisiones crueles y perpetuas los tenían como a esclavos, más por señal de victoria que por el provecho y servicio que les podían hacer. Pusiéronlos en libertad los casquines y los enviaron a su tierra. El gobernador y el cacique Casquin llegaron con sus ejércitos al Río Grande y hallaron que Capaha estaba fortalecido en la isla con palenques de madera gruesa que la atravesaban de una parte a otra, y, como tuviese mucha maleza de zarzas y monte que la isla criaba, estaba mala de entrar y peor de andar por ella. Por esta aspereza y por la mucha y muy buena gente de guerra que Capaha tenía dentro, se aseguraba que no se la ganasen. Con todas estas dificultades, mandó el gobernador que en veinte canoas se embarcasen doscientos castellanos infantes y en las demás fuesen tres mil indios y todos juntos acometiesen la isla y procurasen ganarla como buenos guerreros. Con esta orden fueron en las sesenta canoas el número de indios y españoles que se ha dicho. Al saltar en tierra hubo una desgracia que lastimó generalmente a todos los castellanos y fue que uno de ellos llamado Francisco Sebastián, natural de Villanueva de Barcarrota, que había sido soldado en Italia, gentil hombre de cuerpo y rostro, muy alegre de su condición, se ahogó por darse prisa a saltar en tierra con una lanza, hincando el recatón en el suelo y no pudiendo alcanzar la tierra por haber rehuido la canoa para atrás, cayó en el agua, y, por llevar una cota vestida, se fue luego a fondo, que no pareció más. Poco antes, yendo en la canoa, había estado (como otras veces) muy regocijado con sus compañeros y dícholes mil gracias y donaires, y, entre otras, había dicho éstas: "La mala ventura me trajo a estos desesperaderos, que Dios en buena tierra me había echado, que era en Italia, donde, según el uso del lenguaje, me hablaban de señoría, como si yo fuera señor de vasallos, y vosotros aquí aun no os preciáis de hablarme de tú, y allá, como gente generosa y caritativa, me regalaban y socorrían en mis necesidades como si yo fuera hijo de ellos. Esto tenía yo en la paz y en la guerra: si acertaba a matar algún enemigo turco, moro o francés, no faltaba qué despojarle, armas, vestidos o caballos, que siempre me valían algo; mas aquí he de pelear con un desnudo que anda saltando diez o doce pasos delante de mí, flechándome como a fiera sin que le pueda alcanzar; y ya que mi buena dicha me ayuda y le alcance y mate, no hallo qué quitarle sino un arco y un plumaje, como si me fueran de provecho. Y lo que más siento es que el Lucero de Italia, llamado así por famoso astrólogo judiciario, me dijo que me guardase de andar en el agua, que había de morir ahogado, y parece que me trajo la desdicha a tierra donde nunca salimos del yY otras semejantes, había dicho Francisco Sebastián poco antes que se ahogara, que causaron mucha lástima a sus compañeros. Los cuales, a la primera arremetida, a pesar de los enemigos, tomaron tierra y con mucho ánimo y esfuerzo ganaron el primer palenque y los llevaron retirando hasta el segundo, con que pusieron tanto temor y espanto a las mujeres y niños y gente de servicio que en la isla había que, a mucha prisa, dando gritos, se embarcaron en sus canoas para huir por el río adelante. Los indios que estaban puestos para defensa del segundo palenque, viendo a su cacique delante y conociendo el peligro que sus mujeres e hijos y todos corrían de ser esclavos de sus enemigos y que en sola aquella batalla, si no peleaban como hombres y la vencían, perdían toda la honra y gloria que sus pasados les habían dejado, arremetieron con gran furia, como desesperados, avergonzando a los que se habían retirado y huido de los casquines, y pelearon con gran esfuerzo e hirieron muchos españoles y los detuvieron, que ellos ni los indios no pasaron adelante.
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De cómo el príncipe Nopaltzin entró en sucesión del imperio y de las cosas que sucedieron en su tiempo Acabadas las honras del gran Xólotl, luego todos los príncipes y señores juraron al príncipe Nopaltzin por su señor supremo y universal, como persona que le venía de derecho el imperio; y supo tan bien gobernarle, que en treinta y dos años que le duró el imperio no se atrevió ningún señor a desmandarse, sino que a todos los tuvo muy sujetos y fueron en grande aumento todas las cosas y los estados y señoríos del imperio; que a esta sazón todo lo más que contienen las tierras desde los chichimecas, mixtecas y michuaques y toda la costa del Mar del Sur y Norte estaba poblado. En este tiempo entró en la sucesión del reino de los culhuas Calcozametzin, que fue el tercero, por orden y confirmación de Nopaltzin; el cual demás de las leyes que sus pasados constituyeron, mandó guardar las siguientes. La primera, que ninguno fuese osado a poner fuego en los campos y montañas si no fuese con su licencia y en caso necesario, so pena de muerte. La segunda, que nadie fuese osado a tomar ninguna caza que hubiese caído en redes ajenas, so pena de perder el arco y flechas que tuviese y que en ningún tiempo pudiese cazar sin su licencia. La tercera, que ninguna persona tomase la caza que otro le hubiese tirado, aunque la hallase muerta en el campo. La cuarta, que por cuanto estaban puestos y dedicados los cazaderos de particulares amojonados, ninguna persona quitase los tales mojones, so pena de muerte. La quinta, que los adúlteros fuesen degollados con flechas hasta que muriesen, así hombres como mujeres: y otras leyes, fuera de éstas hizo y estableció, que eran convenientes en aquellos tiempos para el buen gobierno de su imperio. Su nieto el príncipe Quinatzin Tlaltecatzin, que tenía su asiento y corte en la ciudad de Tetzcuco, casó con Quauhtzihuatzin hija de Tochintecuhtli primer señor de Huexutla, en la que tuvo cinco hijos; que el primero se llamó Chicomacatzin; el segundo Memexotzin o según otros Memelxtzin; el tercero Matzicoltzin; el cuarto Tochpili; el quinto y el menor de todos, fue el príncipe Techotlalatzin que vino a heredar el imperio por las causas que adelante se dirán. Huetzin, que casó con la infanta Atototzin, como atrás queda referido, tuvo en ella siete hijos, el primero fue Acolmiztli que le sucedió en el señorío; la segunda se llamó Coxxochitzin; la tercera Coazánac; el cuarto Quecholtecpantzin Quauhtlachtli; el quinto Tlatónal Tetliopeuhqui; el sexto Memexoltzin Itzitlolinqui; el último y séptimo Chicomacatzin Matzicolque. Este y Tlacatlánex fueron a Huexotzinco, y Meméxol a Tlaxcalan. Tochintecutli, primer señor de Huexutla, tuvo en Tomiacuhtzin cinco hijos que el primero se llamó Matzicoltzin y la segunda Quauhcihuatzin, que fue reina de Tetzcuco; el tercero Quiauhtzin; la cuarta Nenetzin que casó con Acolmiztli señor de Coatlichan; y el quinto y último se llamó Yáotl. Y el segundo hijo de Aculhua, llamado Epcoatzin, se casó con Chichimecazoatzin hermana de Huetzin señor de Coatlichan, en quien tuvo dos hijos; que fue luego Quaquauhpitzáhuac, que vino a ser segundo señor de los tlatelolcas y la segunda y última que caso con Chalchiutlatónac su primo hermano, que vino a ser primer señor de Coyohuacan. Acamapichtli, el menor de los hijos de Aculhua, tuvo en la infanta Ilancueitl tres hijos; el primero se llamó Huitzilihuitzin, segundo señor de los tenochcas y rey de los colhuas; el segundo fue Chalchiutlatónac que fue el primer señor de Coyohuacan, como está referido; el tercero y último Xiuhtlatónac que lo mató Huepantécatl. Todos estos linajes y descendencias sucedieron en el tiempo que imperó Nopaltzin. Hácese mención de estos linajes por haber sido origen de lo más ilustre de la Nueva España. A los últimos tiempos del imperio de Nopaltzin lo más de ello asistía en el bosque de Tetzcuco, que ya a esta sazón se llamaba Xolotepan, que es lo mismo que decir Templo de Xólotl, en donde daba muchos y saludables documentos a su hijo el príncipe Tlotzin, de la manera que había de regir y gobernar el imperio, que estaba en gran pujanza y sujetos a él muchos reyes y señores que estaban ya muy poderosos; trayéndole a la memoria el valor grande de su abuelo Xólotl y de los demás sus antepasados; y todas las veces que esto hacía era con gran sentimiento y lágrimas de sus ojos. El cual estando en la ciudad de Tenayocan, falleció el año 1107 de la encarnación de Cristo nuestro señor, que llaman macuili ácatl: fue sepultado su cuerpo en el mismo lugar donde estaba su padre, con gran sentimiento y dolor del imperio: a cuyas exequias y honras se hallaron muchos señores.
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De las leyes del casamiento Era legal para los militares, para los ricos, héroes y reyes, casarse con muchas mujeres, según la abundancia de riqueza; aun cuando los otomites, chichimecas, macatecas y pinomes, habitantes de esta Nueva España, se contentaran sin excepción, menos los héroes, con una sola consorte y no usaran de muchas mujeres, ni de las consanguíneas en grado próximo. En algunas partes las compraban con cacahuatl o con otras cosas con las que se acostumbraba comerciar; en otras partes o por la fuerza o solapadamente las raptaban, pero la mayor parte eran arrancadas a los padres con súplicas, para cónyuges o queridas. Se dice que acostumbraban tan numerosas consortes, o para pasar la vida con mayor voluptuosidad, o para recibir de ellas muchos hijos o para que les sirviesen de criadas y esclavas que adornaran y limpiaran las casas; a no ser que lo hicieran por deseo de lucro, o para tejer y aumentar el ajuar. Sin embargo, los varones no tomaban mujer hasta que hubieran ajustado veinte años de edad, cuando las mujeres apenas de diez cumplidos, se casaban con los varones. Evitaban los matrimonios con la madre, con la hija, y algunas veces con la hermana también, pero despreciaban los otros grados de parentesco. Y así a veces se casan con afines y con las madrastras en las cuales los padres no tuvieron hijos. En algunas partes también con las suegras, cuando aún viven las hijas, y tenían a unas y otras al mismo tiempo en casa. Llamaban a algunas, mujeres, a otras, amigas, y a otras, concubinas. A saber, mujeres a las recibidas con dote, amigas a las que siendo ya casados, pedían a los padres, y concubinas a las que fuera del consentimiento de sus padres, sin su permiso y aun sin saberlo, recibían sin dote. La herencia pertenecía a los hijos mayores de las mujeres, pero por reverencia y respeto a la dignidad real, entre los grandes señores, eran considerados herederos los hijos de las mujeres de la estirpe de los reyes mexicanos, aun cuando fueran menores y aun cuando sus madres no hubiesen llevado ninguna dote, sino que hubiesen sido conducidas a la morada del varón carentes de riqueza.
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CAPÍTULO VIII Del motín de los de Tlatellulco, y del primer rey que eligieron los mexicanos Hecha la división de barrios y collaciones con el concierto dicho, a algunos de los viejos y ancianos, pareciéndoles que en la partición de los sitios no se les daba la ventaja que merecían, como gente agraviada, ellos y sus parientes y amigos se amotinaron y se fueron a buscar nuevo asiento. Y discurriendo por la laguna, vinieron a hallar una pequeña albarrada o terrapleno, que ellos llaman tlatelolli, adonde poblaron dándole nombre de Tlatellulco, que es lugar de terrapleno. Esta fue la tercera división de los mexicanos, después que salieron de su tierra, siendo la primera la de Mechoacán, y la segunda la de Malinalco. Eran éstos que se apartaron de Tlatellulco, de suyo inquietos y mal intencionados, y así hacían a sus vecinos los mexicanos, la peor vecindad que podían; siempre tuvieron revueltas con ellos y les fueron molestos, y aun hasta hoy duran la enemistad y bandos antiguos. Viendo pues, los de Tenochtitlán, que les eran muy contrarios estos de Tlatellulco, y que iban multiplicando, con recelo y temor de que por tiempo viniesen a sobrepujarles, tuvieron sobre el caso larga consulta, y salió de acuerdo que era bien elegir rey a quien ellos obedeciesen y los contrarios temiesen, porque con esto estarían entre sí más unidos y fuertes, y los enemigos no se les atreverían tanto. Puestos en elegir rey, tomaron otro acuerdo muy importante y acertado, de no elegirle de entre sí mismos, por evitar disensiones y por ganar con el nuevo rey alguna de las naciones cercanas, de que se veían rodeados y destituídos de todo socorro. Y mirado todo, así para aplacar al rey de Culhuacán, a quien tenían gravemente ofendido por habelle muerto y desollado la hija de su antecesor, y hecho tan pesada burla, como también por tener rey que fuese de su sangre mexicana, de cuya generación había muchos en Culhuacán, del tiempo que vivieron en paz con ellos, determinaron elegir por rey un mancebo llamado Acamapixtli, hijo de un gran príncipe mexicano y de una señora hija del rey de Culhuacán. Enviáronle luego embajadores a pedírselo, con un gran presente, los cuales dieron su embajada en esta forma: "Gran señor; nosotros tus vasallos y siervos los mexicanos, metidos y encerrados entre las espadañas y carrizales de la laguna, solos y desamparados de todas las naciones del mundo, encaminados solamente por nuestro dios al sitio donde agora estamos, que cae en la jurisdicción de tu término, y del de Azcapuzalco y del de Tezcuco, ya que nos habéis permitido estar en él, no queremos ni es razón estar sin cabeza y señor que nos mande, corrija, guíe y enseñe en nuestro modo de vivir, y nos defienda y ampare de nuestros enemigos. Por tanto, acudimos a ti, sabiendo que en tu casa y corte hay hijos de nuestra generación, emparentada con la vuestra, salidos de nuestras entrañas y de las vuestras, sangre nuestra y vuestra. Entre éstos tenemos noticia de un nieto tuyo y nuestro llamado Acamapixtli: suplicámoste nos lo des por señor, al cual estimaremos como merece, pues es de la línea de los señores mexicanos y de los reyes de Culhuacán." El rey, visto el negocio que no le estaba mal aliarse con los mexicanos, que eran valientes les respondió que llevasen su nieto mucho enhorabuena, aunque añadió que si fuera mujer no se la diera, significando el hecho tan feo que arriba se ha referido. Y acabó su plática con decir: "Vaya mi nieto y sirva a vuestro dios, y sea su lugarteniente, y rija y gobierne las criaturas de aquel por quien vivimos, señor de la noche y día, y de los vientos. Vaya y sea señor del agua y de la tierra que posee la nación mexicana; llevadle enhorabuena, y mira que le tratéis como a un hijo y nieto mío." Los mexicanos le rindieron las gracias, y juntamente le pidieron le casase de su mano, y así le dio por mujer una señora muy principal entre ellos. Trajeron al nuevo rey y reina con la honra posible, e hiciéronle su recibimiento, saliendo cuantos había, hasta los muy chiquitos, a ver su rey, y llevándolos a unos palacios que entonces eran harto pobres, y sentándolos en sus asientos de reyes, luego se levantó uno de aquellos ancianos y retóricos, de que tuvieron gran cuenta, y habló en esta manera: "Hijo mío, señor y rey nuestro; seas muy bienvenido a esta pobre casa y ciudad, entre estos carrizales y espadañas, adonde los pobres de tus padres, abuelos y parientes, padecen lo que el Señor de lo criado, se sabe. Mira señor, que vienes a ser amparo, sombra y abrigo de esta nación mexicana, por ser la semejanza de nuestro dios Vitzilipuztli, por cuya causa se te da el mando y la jurisdicción. Bien sabes que no estamos en nuestra tierra, pues la que poseemos agora, es ajena y no sabemos lo que será de nosotros mañana o ese otro día. Y así considera que no vienes a descansar ni a recrearte, sino a tomar nuevo trabajo con carga tan pesada que siempre te ha de hacer trabajar, siendo esclavo de toda esta multitud que te cupo en suerte, y de toda esa otra gente comarcana a quien has de procurar de tener muy gratos y contentos, pues sabes vivimos en sus tierras y término." Y así cesó con repetir: "seáis muy bien venidos tú y la reina nuestra señora, a este vuestro reino". Esta fue la plática del viejo, la cual con las demás que celebran las historias mexicanas, tenían por uso aprender de coro los mozos, y por tradición se conservaron estos razonamientos, que algunos de ellos son dignos de referir por sus proprias palabras. El rey respondió dando las gracias y ofreciendo su diligencia y cuidado en defenderles y ayudarles cuanto él pudiese. Con esto le juraron y conforme a su modo, le pusieron la corona de rey, que tiene semejanza a la corona de la Señora de Venecia. El nombre de este rey, primero Acamapixtli, quiere decir, cañas en puño. Y así su insignia es una mano que tiene muchas saetas de caña.
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CAPÍTULO VIII Dos entierros que hicieron al adelantado Hernando de Soto La muerte del gobernador y capitán general Hernando de Soto, tan digna de ser llorada, causó en todos los suyos gran dolor y tristeza, así por haberlo perdido y por la orfandad que les quedaba, que lo tenían por padre, como por no poderle dar la sepultura que su cuerpo merecía ni hacerle la solemnidad de obsequias que quisieran hacer a capitán y señor tan amado. Doblábaseles esta pena y dolor con ver que antes les era forzoso enterrarlo con silencio y en secreto, que no en público, porque los indios no supiesen dónde quedaba, porque temían no hiciesen en su cuerpo algunas ignominias y afrentas que en otros españoles habían hecho, que los habían desenterrado y atasajado y puéstolos por los árboles, cada coyuntura en su rama. Y era verosímil que en el gobernador, como en la cabeza principal de los españoles, para mayor afrenta de ellos, las hiciesen mayores y más vituperosas. Y decían los nuestros que, pues no las había recibido en vida, no sería razón que por negligencia de ellos las recibiese en muerte. Por lo cual acordaron enterrarlo de noche, con centinelas puestas, para que los indios no lo viesen ni supiesen dónde quedaba. Eligieron para sepultura una de muchas hoyas grandes y anchas que cerca del pueblo había en un llano, de donde los indios, para sus edificios, habían sacado tierra, y en una de ellas enterraron al famoso adelantado Hernando de Soto con muchas lágrimas de los sacerdotes y caballeros que a sus tristes obsequias se hallaron. Y el día siguiente, para disimular el lugar donde quedaba el cuerpo y encubrir la tristeza que ellos tenían, echaron nueva por los indios que el gobernador estaba mejor de salud, y con esta novela subieron en sus caballos e hicieron muestras de mucha fiesta y regocijo, corriendo por el llano y trayendo galopes por las hoyas y encima de la misma sepultura, cosas bien diferentes y contrarias de las que en sus corazones tenían, que, deseando poner en el Mauseolo o en la aguja de Julio César al que tanto amaban y estimaban, los hollasen ellos mismos para mayor dolor suyo, mas hacíanlo por evitar que los indios no le hiciesen otras mayores afrentas. Y para que la señal de la sepultura se perdiese del todo no se habían contentado con que los caballos la hollasen, sino que, antes de las fiestas, habían mandado echar mucha agua por el llano y por las hoyas, con achaque de que al correr no hiciesen polvo los caballos. Todas estas diligencias hicieron los españoles por desmentir los indios y encubrir la tristeza y dolor que tenían; empero, como se pueda fingir mal el placer ni disimular el pesar que no se vea de muy lejos al que lo tiene, no pudieron los nuestros hacer tanto que los indios no sospechasen así la muerte del gobernador como el lugar donde lo habían puesto, que, pasando por el llano y por las hoyas, se iban deteniendo y con mucha atención miraban a todas partes y hablaban unos con otros y señalaban con la barba y guiñaban con los ojos hacia el puesto donde el cuerpo estaba. Y como los españoles viesen y notasen estos ademanes, y con ellos les creciese el primer temor y la sospecha que habían tenido, acordaron sacarlo de donde estaba y ponerlo en otra sepultura no tan cierta, donde el hallarlo, si los indios lo buscasen, les fuese más dificultoso, porque decían que, sospechando los infieles que el gobernador quedaba allí, cavarían todo aquel llano hasta el centro y no descansarían hasta haberlo hallado, por lo cual les pareció sería bien darle por sepultura el Río Grande y, antes que lo pusiesen por obra, quisieron ver la hondura del río si era suficiente para esconderlo en ella. El contador Juan de Añasco y los capitanes Juan de Guzmán y Arias Tinoco y Alonso Romo de Cardeñosa y Diego Arias, alférez general del ejército, tomaron el cargo de ver el río y, llevando consigo un vizcaíno llamado Ioanes de Abbadía, hombre de la mar y gran ingeniero, lo sondaron una tarde con toda la disimulación posible, haciendo muestras que andaban pescando y regocijándose por el río porque los indios no lo sintiesen, y hallaron que en medio de la canal tenía diez y nueve brazas de fondo y un cuarto de legua de ancho, lo cual visto por los españoles, determinaron sepultar en él al gobernador, y, porque en toda aquella comarca no había piedra que echar con el cuerpo para que lo llevase a fondo, cortaron una muy gruesa encina y, a medida del altor de un hombre, la socavaron por un lado donde pudiesen meter el cuerpo. Y la noche siguiente, con todo el silencio posible, lo desenterraron y pusieron en el trozo de la encina, con tablas clavadas que abrazaron el cuerpo por el otro lado, y así quedó como en una arca, y, con muchas lágrimas y dolor de los sacerdotes y caballeros que se hallaron en este segundo entierro, lo pusieron en medio de la corriente del río encomendando su ánima a Dios, y le vieron irse luego a fondo. Estas fueron las obsequias tristes y lamentables que nuestros españoles hicieron al cuerpo del adelantado Hernando de Soto, su capitán general y gobernador de los reinos y provincias de la Florida, indignas de un varón tan heroico, aunque, bien miradas, semejantes casi en todo a las que mil y ciento y treinta y un años antes hicieron los godos, antecesores de estos españoles, a su rey Alarico en Italia, en la provincia de Calabria, en el río Bisento, junto a la ciudad de Cosencia. Dije semejantes casi en todo, porque estos españoles son descendientes de aquellos godos, y las sepulturas ambas fueron ríos y los difuntos las cabezas y caudillos de su gente, y muy amados de ella, y los unos y los otros valentísimos hombres que, saliendo de sus tierras y buscando dónde poblar y hacer asiento, hicieron grandes hazañas en reinos ajenos. Y aun la intención de los unos y de los otros fue una misma, que fue sepultar sus capitanes donde sus cuerpos no se pudiesen hallar, aunque sus enemigos los buscasen. Sólo difieren en que las obsequias de éstos nacieron de temor y piedad que a su capitán general tuvieron no maltratasen los indios su cuerpo, y las de aquéllos nacieron de presunción y vanagloria, que al mundo, por honra y majestad de su rey, quisieron mostrar. Y para que se vea mejor la semejanza, será bien referir aquí el entierro que los godos hicieron a su rey Alarico, para los que no lo saben. Aquel famoso príncipe, habiendo hecho innumerables hazañas por el mundo con su gente y habiendo saqueado la imperial ciudad de Roma, que fue el primer saco que padeció después de su imperio y monarquía, a los 1162 años de su fundación y a los 412 del parto virginal de Nuestra Señora, quiso pasar a Sicilia y, habiendo estado en Regio y tentado el pasaje, se volvió a Cosencia, forzado de la mucha tempestad que en la mar había, donde falleció en pocos días. Sus godos, que le amaban muy mucho, celebraron sus obsequias con muchos y excesivos honores y grandezas y, entre otras, inventaron una solemnísima y admirable, y fue que a muchos cautivos que llevaban mandaron divertir y sacar de madre al río Bisento, y en medio de su canal edificaron un solemne sepulcro donde pusieron el cuerpo de su rey con infinito tesoro (palabras son del Colenucio, y sin él lo dicen todos los historiadores antiguos y modernos, españoles y no españoles, que escriben de aquellos tiempos) y, habiendo cubierto el sepulcro, mandaron volver a echar el río a su antiguo camino, y a los cautivos que habían trabajado en la obra, porque en algún tiempo no dijesen dónde quedaba el rey Alarico, los mataron todos. Parecióme tocar aquí esta historia por la mucha semejanza que tiene con la nuestra y por decir que la nobleza de estos nuestros españoles, y la que hoy tiene toda España sin contradicción alguna, viene de aquellos godos, porque después de ellos no ha entrado en ella otra nación sino los alárabes de Berbería cuando la ganaron en tiempo del rey don Rodrigo. Mas las pocas reliquias que de esos mismos godos quedaron, los echaron poco a poco de toda España y la poblaron como hoy está, y aún la descendencia de los reyes de Castilla derechamente, sin haberse perdido la sangre de ellos, viene de aquestos reyes godos, en la cual antigüedad y majestad tan notoria hacen ventaja a todos los reyes del mundo. Todo lo que del testamento, muerte y obsequias del adelantado Hernando de Soto hemos dicho, lo refieren, ni más ni menos, Alonso de Carmona y Juan Coles en sus relaciones, y ambos añaden que los indios, no viendo al gobernador, preguntaban por él, y que los cristianos les respondían que Dios había enviado a llamarle para mandarle grandes cosas que había de hacer luego que volviese, y que con estas palabras, dichas por todos ellos, entretenían a los indios.
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CAPÍTULO VIII Dos curacas vienen de paz. Los españoles tratan de hacer siete bergantines Ya por este tiempo, y antes, se había publicado por toda aquella comarca cómo los castellanos se habían vuelto de su viaje y estaban alojados en la provincia y pueblo Aminoya. Lo cual, sabido por el curaca y señor de la provincia Anilco, de quien atrás hicimos mención, temiendo no hiciesen los españoles en su tierra el daño que las otras veces habían hecho y porque sus enemigos los de Guachoya, favoreciéndose de ellos, no fuesen a vengarse de él e hiciesen las abominaciones que en la jornada pasada hicieron, quiso enmendar el yerro que entonces hizo con su rebeldía y pertinacia, que tan dañosa le fue. Empero, no osando fiar de los españoles su persona, mandó llamar a un indio, deudo suyo muy cercano, que de muchos años atrás había sido y era su capitán general y gobernador en todo su estado, y le dijo: "Iréis en mi nombre al general de los españoles y le diréis cómo os envío en lugar de mi propia persona, que por faltarme salud no voy personalmente a servirles; que les suplico cuan encarecidamente puedo me reciban en su amistad y servicio, que yo les prometo y doy mi fe de les ser leal y obediente servidor en todo lo que de mi casa y estado quisieren servirse. Estas palabras diréis de mi parte, y de la vuestra, y de los demás indios que con vos fuesen. Haréis toda la buena ostentación de obras que os fuese posible en lo que os mandasen para que los castellanos crean el ánimo que me queda y el que vosotros lleváis de agradarles en todo lo que fuese de su servicio." Con esta embajada salió de su tierra el capitán general Anilco, que, por no saber su propio nombre, le damos el de su curaca, y, acompañado de viente y cuatro hombres nobles, muy bien arreados de plumajes y mantas de aforros, y otros tantos indios que venían cargados de frutas y pescados y carne de venado, y doscientos indios para que sirviesen a todo el ejército, llegó ante el gobernador Luis de Moscoso y con todo respeto y buen semblante dio su embajada repitiendo las mismas palabras que su cacique le había dicho, y, en pos de ellas ofreció su persona, significando el buen ánimo y voluntad que todos ellos tenían de le servir, y al fin de sus ofrecimientos dijo: "Señor, no quiero que vuestra señoría dé crédito a mis palabras sino a las obras que nos viese hacer en su servicio." El gobernador le recibió con mucha afabilidad y le hizo la honra que pudiera hacer a su mismo cacique. Dijo que le agradecía mucho sus buenas palabras, ánimo y voluntad, y para el curaca dio muchas encomiendas, diciendo que estimaba y tenía en mucho su amistad. Y a los demás indios nobles hizo muchas caricias, de que todos ellos quedaron muy contentos. Anilco envió el recaudo del gobernador a su señor y él se quedó a servir a los españoles. Dos días después vino el cacique Guachoya a besar las manos al gobernador y a confirmar el amistad pasada. Trajo un gran presente de las frutas, pescados y caza que en su tierra había. Al cual asimismo recibió el general con mucha afabilidad y caricias. Mas a Guachoya no le dio gusto ver al capitán de Anilco con los españoles, y menos de que le hiciesen la honra que todos le hacían, porque, como atrás se ha visto, eran enemigos capitales, empero, como mejor pudo disimuló su pesar para mostrarlo a su tiempo. Estos dos caciques Guachoya y Anilco asistieron al servicio de los castellanos todo el tiempo que ellos estuvieron en aquella provincia llamada Aminoya, y cada ocho días se iban a sus casas y volvían con nuevos presentes y regalos. Y, aunque ellos se iban, quedaban sus indios sirviendo a los españoles. Los cuales, como para salir de aquel reino tuviesen puesta su esperanza en los bergantines que habían de hacer, entendían con toda diligencia en prevenir las cosas necesarias para ellos y, para los poner en efecto, dieron el cargo principal de la obra al maestro Francisco Ginovés, gran oficial de fábrica de navíos. El cual, habiendo tanteado el tamaño que los bergantines habían de tener conforme a la gente que en ellos se había de embarcar, halló que eran menester siete. Y para este número de bergantines previnieron lo necesario, y, porque el invierno con sus aguas no les estorbase el trabajar, hicieron cuatro galpones muy grandes que servían de atarazanas, donde todos ellos, sin diferencia alguna, trabajaban igualmente y cada cual, sin que se lo mandasen, acudía al ministerio que mejor se amañaba, unos a aserrar la madera para tablas, otros a labrarla con azuela, otros a hacer carbón, otros a labrar los remos, otros a torcer la jarcia, y el soldado o capitán que más trabajaba en estas cosas se tenía por más honrado. En estos ejercicios se ocuparon los nuestros todo el mes de febrero, marzo y abril, sin que los indios de aquella provincia los inquietasen ni estorbasen de su obra, que no fue poca merced que les hicieron. El general Anilco se mostró en todo este tiempo, y después, amicísimo de los españoles porque con mucha prontitud acudía a proveer las cosas que le pedían necesarias para los bergantines. Trajo muchas mantas nuevas y viejas, que era la falta que los españoles temían que no se había de cumplir por haber pocas en todo aquel reino. Mas la amistad de este buen indio, y su buena diligencia, facilitaba lo que los nuestros tenían por más dificultoso. Las mantas nuevas guardaron para velas y de las viejas hicieron hilas que sirviesen de estopa para calafatear los navíos. Estas mantas hacen los indios de la Florida de cierta hierba como malvas que tiene hebra como lino, y de ella misma hacen hilo y le dan las colores que quieren finísimamente. Trajo asimismo Anilco mucha cantidad de sogas gruesas y delgadas para jarcia, escotas y gúmenas. En todas estas cosas, y otras, que este buen indio proveía, lo que más le era de estimar y agradecer era la buena voluntad y largueza con que las daba, porque siempre acudía con más de lo que le pedían, y venía con tanta puntualidad en los plazos que para proveer esto o aquello tomaba que nunca los dejaba pasar. Y entre los españoles andaba como uno de ellos, ayudándoles a trabajar y diciéndoles pidiesen lo que hubiesen menester, que deseaba servirles y mostrar el amor que les tenía. Por las cuales cosas el general y sus capitanes y soldados le hacían la misma honra que pudieran hacer al gobernador Hernando de Soto, si fuera vivo, y Anilco la merecía así por su virtud como por el buen aspecto de su rostro y su persona, que en extremo era gentil hombre.
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CAPITULO VIII Comprehende los frutos que produce el país de Cartagena y los alimentos que usan sus habitadores 150 Aunque no logra Cartagena la comodidad para la producion general de frutos que se crian en Europa, tiene en lugar de ellos otros que los suplen y con los cuales se alimentan sus habitadores, pero los europeos recien llegados tienen trabajo en acomodarse á ellos hasta que la costumbre los saborea y desvanece la memoria de los primitivos á que van habituados. 151 En aquel clima, por su continua humedad y calor, totalmente contrario á que pueda prevalecer en él trigo, cebada ni otras semillas de esta calidad, pero son equivalentes el maiz y arroz que se cogen en crecida cantidad, tanta que una fanega de maiz sembrado en roza dá de aumento en la cosecha, regularmente ciento y mas. Esto no solo sirve para hacer el bollo, que tiene lugar de pan en toda aquella tierra, sí tambien para cebar el ganado de cerda y engordar las gallinas. 152 El bollo que hacen de maiz no tiene alguna semejanza al pan de trigo ni en figura ni en color ó gusto; su hechura es como un bollo, el color, blanco, y el gusto, insípido. El modo con que lo hacen es poner en remojo el maiz, y despues lo muelen en piedras como el cacao, á que se sigue el volverlo á poner en bateas grandes de agua donde, á fuerza de lavarlo y mudarselas, lo limpian del pellejo ó cascarilla hasta que queda puro; entonces, lo convierten en pasta volviendolo á moler y, con esta, hacen los bollos que, envueltos de plátano ó de vijahua, ponen á cocer en ollas de agua, y de allí salen quando lo están para el consumo, pero, en passando un dia por ellos, se ponen correosos y no son buenos. En las casas de distincion se amassa este bollo con leche y, assi, es mucho mejor, aunque nunca tiene la propiedad de esponjarse porque no percibe los líquidos ni admite otro color que el suyo; con que, consiguientemente, no contrae el gusto de salsa alguna ni tiene otro que el de harina de maiz. 153 Además del bollo, hay otra especie de pan hecho de raices, que es comun entre los negros; llamanle cazabe y á las raíces yuca, ñames y moniatos. Lo primero que hacen con estas es mondarlas quitandoles con toda sutileza la cascarilla ó pellejo exterior, despues las rallan menudamente y ponen en agua á que desflemen y separen de sí un jugo fuerte y acre que encierran, y es muy nocivo, con particularidad el moniato, en cuya raiz es mayor su acrimonia; á este fin, le mudan diversas aguas. Luego que está purificada aquella especie de harina, la ponen á secar y, convertida en pasta, forman unas tortas redondas de dos pies con corta diferencia de diametro y tres ó quatro lineas de gruesso; estas las tuestan en hornillas sobre moldes de cobre ó barro hechas para ello y assi las comen. Es alimento muy fuerte y de gran sustento, pero desabrido, dura sin corromperse hasta que se consume, y el mismo sabor tienen recien hechas que despues de dos ó tres meses, á excepcion de que se secan. 154 Aunque el bollo y el cazabe hacen el ingresso del principal alimento, se gasta algun pan de trigo, pero, siendo preciso que vayan las harinas de España, es muy caro, y solo consiste su mayor consumo en el que hacen los europeos que están allí avecindados y algun poco los criollos para tomar el cacao ó algunos dulces en almivar, que es lo unico en que no se escusan de comerlo, pues para todos los demás manjares la costumbre yá arraygada desde la cuna les hace que den preferencia á el bollo y que tomen la miel con el cazabe. 155 Con el harina del maiz forman tambien otras pastas y aderezan varios manjares muy sabrosos y saludables, como lo es aun el mismo bollo, que no se ha experimentado ser dañoso en los que están acostumbrados á él. 156 Fuera de las raices antecedentes, es abundante aquel clima de camotes, los quales tienen mucha semejanza á las batatas de Malaga en el gusto, pero no totalmente en la figura porque esta es casi redonda y la superficie desigual. De estos hacen varias conservas y los ponen en lugar de legumbres con los manjares; y siendo assi que es raiz mas noble y tan comun, no sacan de ella el provecho que de las antecedentes, y se puede congeturar que, si la emplearan en el cazabe, sería más gustoso que hecho de las que son insulsas por sí. 157 Los cañaverales de azucar en aquel país abundan tanto que la miel por ello es casi despreciable, y una gran parte la convierten en aguardiente para su mejor salida; brotan con tanta lozanía que se hacen dos cortes en la caña annualmente, y la variedad de sus verdes sirve de alegria á los campos. 158 Igualmente es proveido de algodón; y este lo hay de dos especies, uno que se siembra y cultiva y es el mejor, y el otro que lo cria por sí la feracidad de la tierra. Entrambos se hilan y, de ellos, se hacen varios texidos, con los quales se visten los negros de las haciendas y los indios que tienen sus moradas en lo estendido de aquellas campañas. 159 Producese tambien mucho cacao en las orillas del rio de la Magdalena y en otros sitios adequados para él; el de esta jurisdiccion goza el privilegio de la primacía en la bondad entre todos los que se conocen, assi por ser el grano mayor que el de Caracas, Maracaybo, Guayaquil y otras partes como por ser mucho mas mantecoso que aquellos. No está muy conocido en España porque solo se conduce por regalo, respecto de que, excediendo á los otros en la calidad, se consume casi todo en la misma jurisdiccion y otras partes de las Indias, adonde se hace tráfico con él; y aunque tambien se llevan allí algunas porciones de el de Caracas y se conduce parte á lo interior del país, esto proviene de que ni bastaria el de la Magdalena para el crecido consumo que se hace de él en aquellas partes ni dexa de ser conveniente mezclar el de la Magdalena con el de Caracas para que no quede el chocolate tan mantecoso como labrandolo solo. Este cacao, á distincion de el que se cria en las demás partes, se vende por millares en Cartagena, y su peso es de quatro libras, siendo assi que el de Caracas se despacha por fanegas, y consta cada una de 110 libras, y el de Maracaybo de 96. 160 A estos y otros frutos, que son los mas seguros tesoros de que la naturaleza pudo dotar aquel territorio, le agregó el feudo de las muchas y sabrosas frutas con que, incansables los arboles y plantas que lo pueblan, ostentan la peremne fertilidad de su terreno. En estas, mas que en todo, queda absorto el discurso viendo aquellos silvestres troncos emularse unos á otros todo el año sin cessar en criarlas y sazonarlas, unas semejantes á las de España, otras propias de aquel país, y de estas y aquellas partes cultivadas y la mayor producidas sin otro cuidado que el que con ellas exerce la disposicion del clima. 161 Entre las que allí recrean el paladar de la misma especie que las de Europa, tienen su lugar los melones, sandias, á quien dan el nombre de patillas, ubas de parra, naranjas, nisperos y datiles. Las ubas no llegan á tener el gusto que las de España; pero los nisperos son mucho mas delicados pues es tan dulce que viene á hacerse fastidioso. En las restantes no se halla diferencia porque la delicadeza de su sabor llega á perfeccionarse en un todo. 162 Entre las que son peculiares del país, merece la primacía la piña, á quien, por la comun opinion, se le dá el nombre de reyna de las frutas con atencion á sus calidades en vista, olor y sabor, que no las compite otra alguna. Siguense las papayas, guanabanas (304), guayabas, sapotes, mameis, plátanos, cocos y otras muchas que fuera molesto el referirlas todas, pero, siendo estas las que deben llamarse principales, bastará el dar noticia de ellas. 163 La piña, cuyo nombre fue dado por los españoles por la grande similitud que tiene á las de Europa, nace de una planta que se parece mucho á la sabila, á excepcion de que la penca de la piña es mas larga y no tan gruessa como aquella; y desde la tierra se estienden todas ellas horizontalmente hasta que, á proporcion que van siendo mas cortas, quedan también menos tendidas. Crece esta planta, quando mas como tres pies y, en el remate, la corona una flor á la manera de un lyrio, pero de un carmesí tan fino que perturba la vista su encendido color. De su centro empieza á salir la piña del tamaño de una nuez y, á proporcion que esta crece, vá amortiguandose en aquella su color y ensanchandose las hojas para darle campo y quedar sirviendo de base y ornamento; la piña lleva en su pezón otra flor en figura de corona, de hojas semejantes á la de la planta y de un verde vivo, la qual crece á proporcion de la fruta hasta que llegan una y otra al tamaño que han de tener, siendo hasta este tiempo muy corta la diferencia que hay en el color entre las dos; haviendo crecido la fruta y empezando á madurarse, vá cambiando el verdor en un pagizo blanco y, subiendo este mas su punto, le vá acompañando al mismo tiempo un olor tan fragante que no puede estar oculta, aunque la encubran muchas ramas. Interin que está creciendo, se halla guarnecida de unas espinas no muy fuertes que salen de todas las extremidades de las aparentes pencas que forma su cascara, pero, á proporcion que madura, se van secando estas y perdiendo la consistencia para no poder ofender al que la coge. No es poco lo que en esta fruta tiene que admirar el entendimiento al Autor de la naturaleza si, con cuidado, se reparan tantas circunstancias como concurren en ella. Aquel tallo que le sirvió de corona, mientras creció en las selvas, vuelve á ser nueva planta si lo siembran porque la que la brotó parece que, satisfecha con su parte, empieza á secarse luego que se corta la piña, y además de la de su cogollo brotan las raices otras muchas, en quien queda multiplicada la especie. 164 Quitada la piña de la planta, mantiene siempre la fragancia hasta que, passando mucho tiempo, empieza á pudrirse; pero es tanto el olor que exhala que no solo en la pieza donde está sí tambien en las inmediatas se dexa percibir. El tamaño regular de esta fruta es entre cinco y siete pulgadas de largo y de tres á quatro de diametro en su base, el qual se disminuye á proporcion que se aproxima á la otra extremidad. Para comerla, se monda y despues se hace ruedas; es muy jugosa, tanto que al mascarla se convierte la mayor parte en zumo, y su gusto es dulce con algun sentimiento de agria muy agradable. Puesta la cascara en infusion con agua, se forma, despues que ha fermentado, una bebida muy fresca y buena que conserva siempre las propiedades de la fruta. 165 Todas las demás frutas son por el mismo respeto que esta, y algunas logran el privilegio de la fragancia como la guayaba, la qual, además de ser muy cordial, es abstringente. 166 La mas comun y abundante de todas las que se gozan allí son los plátanos, bien conocidos, si no por su figura y gusto, por el nombre, divulgado en todas las partes de Europa. Son tres las especies que hay en ellos. A la primera dan el nombre de bananas y son los mayores; tienen de largo un pie con corta diferencia, y es grande el consumo de ellos porque, además de comerlos en lugar de pan, los ponen en los guisados y manjares; tienen el corazon recio, y su carne lo es tambien pero nada dañosa. Los de la segunda especie son llamados dominicos; estos no tienen tanto largo ni gruesso como los primeros, y su comida es algo mas delicada; hacen con ellos el mismo uso que con los otros. 167 Los guineos, que son los de la tercera especie y los menores,, son mas gustosos que ningunos, aunque, segun el sentir de aquellos naturales, no los mas saludables, estando reputados por muy cálidos; su largo no excede por lo regular al de quatro pulgadas, y la cascara es mas amarilla, tersa y pareja quando están maduros que la de las otras especies, y el corazon no se distingue en lo delicado al resto de su carne. Tienen por costumbre en el país beber agua despues de haverlos comido, pero los europeos que componen las tripulaciones de los navios, nada moderados en algunas precauciones del régimen bebiendo aguardiente con todo lo que comen, no lo escusan hacer tan excessivamente con esta fruta como lo executan con todas las otras, de que les resultan parte de las enfermedades que allí padecen y, á algunos, muertes violentas, que, aunque por el pronto, han causado escarmiento en los demás, no les ha durado mucho tiempo la continencia. Segun lo que tenemos experimentado, no es la calidad del aguardiente quien les ocasiona el daño sino la cantidad porque algunos de nuestra compañía hicieron la experiencia de beber parcamente de este licor despues de haverlos comido y, haviendolo repetido varias veces, nunca sintieron la mas leve indisposicion; además de que uno de los modos de comerlos, y no el menos gustoso, es assandolos dentro de su cascara y poniendolos despues á que se reconcentren con un poco de aguardiente y azucar, de cuya forma se servían diariamente en nuestra mesa, y aun á los mismos criollos parecia bien. 168 Las papayas son como de 6 á 8 pulgadas de largo en figura de limón; por el extremo del pezón son menos gruessas que por el otro, siempre conservan verde la cascara, y la carne interior es blanca, muy jugosa, algo fibrosa y con un gusto que se inclina á agrio, aunque no ofende al paladar. Es fruta de arbol, lo que no sucede á la piña, como queda dicho, ni al plátano, pero sí á las guayabas y tambien á las siguientes. 169 Tiene grandissima semejanza en la figura la guanabana al melon aunque su cascara es mas lisa y verdosa. La carne interior es amarilla, como la de los melones de esta calidad, y el gusto se asemeja alguna cosa, pero lo diferencia un olorcillo empalagoso que le acompaña. La semilla que encierra en el corazon es redonda, obscura, lustrosa y como de dos lineas de diametro, la qual consta solamente de un pellejito muy sutil y transparente y una medula algo firme y jugosa; el olor de esta semilla es mas fuerte que el de la fruta y incomparablemente mucho mas fastidioso. Dicen los del país que, comiendo la semilla, no hace daño la fruta, que, segun su sentir, es algo pesada é indigesta y aunque el gusto de la simiente no es malo, se hace repugnante por el olor. 170 Los sapotes son en figura redonda como de dos pulgadas de circunferencia, la cascara, muy delgada y se despega de la carne, de color musco algo colorado, y toda la carne es colorada encendida de poco jugo, pegajosa al comerla, fibrosa y sólida; es fruta de buen gusto aunque no delicado y en el corazon encierra dos ó tres ó mas pepitas oblongas. 171 El mismo color tienen las mameis, con la diferencia de ser mas claro y que la cascara no se separa de la carne sino es cortándola. Esta se assemeja mucho á la del melocotón aunque es un poco mas encendida, algo mas recia y con menos jugo; en medio encierra un huesso proporcionado al tamaño de la fruta, y, siendo el de esta desde tres hasta quatro pulgadas de diametro en figura casi circular con algunas irregularidades, es la del huesso de pulgada y media de largo y una de ancho en el medio, redonda por esta parte aunque hace una figura larga; lo exterior del huesso es terso y de un color musco, excepto de un lado, donde corre una faxa verticalmente en figura de tajada de melón, y, faltándole en ella la cascara dura que forma lo terso de lo restante, queda descubierta la del huesso algo escabrosa y blanquizca. 172 Los cocos es fruta tan comun y de poco uso que solo se hace caso de ellos para beber el agua, quando están en leche, antes de empezar á quaxar; entonces, están llenos de un licor blanquizco, tan liquido como el agua, gustoso y fresco, y toda la cascara que abriga el coco es verde en lo exterior y blanquizca por adentro, llena de fibras que corren longitudinalmente y fuertes, pero entonces se parten con cuchillo sin dificultad. El coco es tambien blanquizco quando está en esta sazón y no muy duro, pero, á proporcion que va criando la carne, vá tomando mas cuerpo y fortaleza y mudando el color verde de la cascara en amarillo; esta secándose, luego que se llega á perfeccionar todo lo interior, se reduce á musca, estoposa y tan fuerte que es dificil abrirla y separarla del coco, con quien tienen union algunas de aquellas fibras. De la carne de estos cocos se saca leche como la de las almendras, y de esta usan con preferencia en Cartagena para componer el arroz. 173 Aunque son raros en aquella ciudad y temple los limones que regularmente se conocen en Europa y con tanta abundancia se cogen en muchos rey de España, son tantos los que cria aquel país de otra casta, que llaman sutiles ó seutiles, que sin cuidado ni cultivo están llenos los campos de arboles que los crian; estos son mucho menores, tanto árbol como fruta, que los de España pues el primero solo levantará del suelo como 8 ó 10 pies, esto es, tres varas con corta diferencia, y desde el pie ó poco menos arriba se divide en varias ramas que, estendiendose, forman una copa muy hermosa. La hoja, aunque de la misma hechura que la del limón, es menor y mas lisa; correspondientemente, la fruta no excede al tamaño de un huebo regular. Su cascara es muy delgada y fina, encierran mucho mas zumo á proporcion que el que tienen los limones de Europa; y esto es, sin comparacion, más ácido y agudo, por lo qual lo juzgan poco sano los medicos europeos, aunque en el país lo acostumbran sin reparo y lo ponen en todas las comidas, generalmente sin que se experimente daño. Una de las particularidades que allí se notan en ellos es que, teniendo en aquella ciudad por costumbre no poner al fuego la carne que se ha de comer de qualesquier suerte, la quieran guisar sino tres quartos ó una hora antes de la comida; entonces, la echan dentro el zumo de tres ó quatro de aquellos limones, más o menos segun la cantidad de la carne, y con esta prevencion se ablande tanto y cueze que en aquel corto termino está pronta para servirse en las mesas. Acostumbrada aquella gente á esta facilidad de disponer los manjares, hacen irrision de la moda de los europeos, que necessitan toda una mañana para lo que ellos concluyen en tan poco tiempo. 174 Es assimismo abundante aquel país de tamarindos, cuyo arbol es grande y coposo, y la hoja, de un verde obscuro; este echa unas baynas no muy grandes y chatas, dentro de las quales se encierra una medula obscura, melosa y muy llena de fibras, á quien dan el mismo nombre que al arbol, y en el centro de ellas tiene una pepita ó huesso muy duro y chato por los lados de seis á ocho lineas de largo y dos á tres de ancho. El gusto es agridulce pero sobresale el agrio, y solo se usa de ella en bebida dissuelta en agua; tomase para refrigerar la sangre, pero con moderacion, sin continuarlo muchos dias seguidos porque el ácido que tiene y su mucha frialdad debilitan el estomago y lo estragan. 175 Otra fruta hay que llaman maní, y la producen pequeñas plantas; esta es de porte y figura de piñones enteros, y la comen tostada y confitada; es totalmente contraria á la antecedente porque es summamente cálida y, por esta razon, no muy saludable para aquel clima. 176 Los frutos que allí no prevalecen, además del trigo, cevada y otras simientes de este especie que tengo yá dicho, son ubas de viñas, almendras y aceytunas, y, por consiguiente, carecen de los generos que de ellos se sacan, vino, aceyte y passa, los quales se llevan de Europa; y, por esta razon, además de ser escasos, son caros, y hay ocasiones en que totalmente hay falta de ellos. Quando sucede esto con el vino, lo padece la salud porque, acostumbrados todos los que no beben el aguardiente á su uso en las comidas, que es casi todo el vecindario á excepcion de los negros, extrañan tanto su falta que, no teniendo actividad los estomagos por sí para dixerir, enferman, y se experimenta epidemia en toda la ciudad. Esto sucedió al tiempo que llegamos nosotros, siendo tanta la escasez que de él se padecía que no se decia missa mas que en una iglesia. 177 Del aceyte no es allí tan sensible la falta porque todas las comidas de carne ó de pescado las hacen con manteca de puerco, que la hay en abundancia, y de ella fabrican el jabón, que es muy bueno y nada caro á proporcion del país, y para alumbrarse, se valen del cebo; con que, lo unico en que emplean el aceyte es en las ensaladas. 178 De la abundancia que goza aquel país en todo genero de carnes, frutas y pescados, podrá inferirse lo abastecidas y regaladas que serán allí las mesas, las quales son servidas en las casas de distincion y comodidad con gran decencia y ostentacion y con esplendidez. La mayor parte de los manjares aderezados á la moda del país y no sin alguna diferencia á lo que se acostumbra en España, pero disponen algunos platos con tan delicada sazón que son no menos agradables al paladar de los forasteros que pueden ser gustosos al de los que yá están connaturalizados en su uso. El agi aco es uno de los mas introducidos, y es rara la mesa donde falta, al qual bastaria la abundancia de especies que lo componen para hacerlo gustoso porque en él entre puerco frito, aves, plátanos, pasta de maiz y otras varias cosas sobresaliendo en él el picante de pimiento ó ají, como allí llaman, para que incite mas al apetito. 179 Regularmente, hacen allí dos comidas al dia y otra ligera; la primera, por la mañana, que se compone de algun plato frito, pasteles en hoja hechos con masa de maiz ú otras cosas equivalentes, á que sigue el chocolate; la de medio dia es mas cumplida; y la de la noche suele reducirse á dulce y chocolate aunque muchas familias hacen cena formal, como se acostumbra en Europa. Suelen decir vulgarmente que las cenas son allí dañosas, pero nosotros no experimentamos mas novedad que en Europa, y acaso el daño estará en el exceso de las otras comidas.