CAPITULO VII Del interés del R. Herario en que se pueble y reforme la Campaña Resulta tan patente lo dicho hasta aquí el interés que sacaría la Real Hacienda del establecimiento de este proyecto que no se puede hacer una reflexión que no la tenga prevista de antemano el que haya leído lo que queda escrito. Aquellas siete acciones que según mostramos tiene el Fisco sobre el cuero se menoscabarán considerablemente mientras esté abierta la puerta del Brasil a la extracción de nuestro ganado. Luego que se junten en Europa dos abastecedores de cueros se han de juntar unos a otros, y ha de bajar de su capital. Estando gravado el cuero español sobre el de Portugal en un 13 % claro está que donde ellos ganen un 6 nosotros perderemos un 13 y si de esto se ha de seguir que abandonemos este ramo de comercio, poco arriesga Portugal en perder toda su ganancia, si logra vernos cederles el campo y arrancarnos esta negociación. Según el cómputo que hicimos al número salieron de nuestros terrenos 500 cueros vivos o muertos para el Brasil en el año de 89; y de estos navegaron para Europa 250 que adeudaron a favor de S.M.F. 50 cueros por razón de quinto real. Este contrabando ofrece dos perjuicios a nuestro erario: uno el de no cobrarse un millón de pesos que le habrían producido los 500 cueros saliendo por Buenos Aires y navegando al Báltico; y otro, el atrasar para lo sucesivo la extracción por Montevideo todo lo que vayan creciendo las que se hagan por el Brasil. Pero lo más funesto es que tanta podrá ser con el tiempo la baja de los cueros en España que obligue a nuestros comerciantes a dar de mano absolutamente la comunicación con aquella rica provincia. No es éste un vaticinio infausto en que nos hace prorrumpir el entusiasmo o la manía; es una previsión tomada de sus antecedentes que más es ya testimonio de verdad que pronóstico de futuro. Los comerciantes de Cádiz, que en la antecedente época al comercio libre hacían el giro con Buenos Aires conduciendo mercaderías y retornando cueros ganaban en ambos ramos, y esto los alentaba para sus expediciones. En el día está reducido el comercio a que sí adelanta alguna cosa en la negociación del cuero, lo ha atrasado en la venta de sus facturas, o al contrario, y cualquiera cantidad que le concedamos de ganancia en uno y otro ramo 0 en los dos es tan escasa y miserable que ni excita a repetir las expediciones, ni merece la pena del riesgo y la pérdida del tiempo; con que si a este atraso de nuestro comercio se añade el poner en manos de Portugal una mitad o una tercera parte del abasto de los cueros se acabó la correspondencia de España con Buenos Aires y se acabaron las alcabalas y almojarifazgos de este comercio. Vendrá a sentir nuestro erario dos pérdidas de desmedida grandeza; vendrá a padecer la de un millón de pesos de que está en posesión sobre los cueros, y la de las alcabalas y almojarifazgos que puede adelantar si se puebla la campaña. Esta tierra edificada y arreglada, daría consumo en breve tiempo a un millón de pesos en efectos de ropas y mercería, y ofrecería nuevos frutos de su cosecha que diesen nueva carga a nuestros buques, y nuevos derechos al erario. Pero si continúan abiertos nuestros campos al pillaje de los portugueses y expuesto nuestro ganado a la infidencia de nuestros changadores, no solamente ha de malograr el erario los adelantamientos que le puede proporcionar la población, sino que arrastra todos sus derechos antiguos sobre Buenos Aires, tanto en el ramo de cueros, como en el de mercadería. Si los portugueses aumentan sus estancias, y de ellas y de las nuestras llegan a poner en Europa un millón de cueros se le acabó a España la contratación con Buenos Aires. No sólo no irán las embarcaciones a conducir mercaderías, sino que no querrán conducir cueros. No sólo perderá la Corona lo que hoy percibe sobre los cueros, sino las alcabalas de salida y entrada de las mercaderías que van a Montevideo, y las de las otras que irían si se poblase la campaña. De esto se seguiría la ruina de nuestra corona que no puede mirarse con indiferencia, lo trataremos con alguna prolijidad, demostrando cuál es el estado actual del comercio de España con aquella América, los daños que experimenta, el origen de éstos, y las providencias que podrían restablecerlo.
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CAPÍTULO VII Por qué causa se hallan más ordinarios Vendavales saliendo de la Tórrida, a más altura Quien considerare lo que está dicho, podrá también entender que yendo de Poniente a Oriente en altura que exceda los Trópicos, es conforme a razón hallar Vendavales; porque como el movimiento de la Equinocial tan veloz, es causa que debajo de ella el aire se mueva siguiendo su movimiento, que es de Oriente a Poniente, y que lleve tras sí de ordinario los vahos que la mar levanta, así al revés los vahos y exalaciones que de los lados de la Equinocial o Tórrida se levantan, con la repercusión que hacen topando en la corriente de la Zona, revuelven cuasi en contrario y causan los Vendavales o Suduestes, tan experimentados por esas partes. Así como vemos que las corrientes de las aguas, si son heridas y sacudidas de otras más recias, vuelven cuasi en contrario, al mismo modo parece acaecer en los vahos y exalaciones por donde los vientos se despiertan a unas partes y a otras. Estos Vendavales reinan más ordinariamente en mediana altura de veinte y siete a treinta y siete grados, aunque no son tan ciertos y regulares como las Brisas en poca altura, y la razón lo lleva; porque los Vendavales no se causan de movimiento proprio y uniforme del cielo, como las Brisas cerca de la Línea; pero son, como he dicho, más ordinarios y muchas veces furiosos sobre manera y tormentosos. En pasando a mayor altura como de cuarenta grados, tampoco hay más certidumbre de vientos en la mar que en la tierra. Unas veces son Brisas o Nortes, otras son Vendavales o Ponientes, y así son las navegaciones más inciertas y peligrosas.
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De la entrada que hizo Domingo de Irala hasta los confines del Perú, de donde envió a ofrecerse al Presidente Gasca para el Real servicio Habiéndose ocupado Domingo de Irala todo el año de 1545, en pacificar y poner en quietud los pasados movimientos, luego se determinó hacer una jornada al norte, y descubrió aquella tierra, de que tenía la noticia de haber mucha riqueza. Para este fin alistó 300 soldados con algunos caballeros y capitanes, entre los cuales iba Felipe de Cáceres, Agustín de Ocampos, Juan de Ortega, Ruy García Mosquera y otros, y más de 300 amigos; dejando en la Asunción por su lugar teniente y justicia mayor a don Francisco de Mendoza. Partió con su armada el año de 1546, en cuatro bergantines, y cantidad de bajeles, en que iban algunos caballos. Los más de los indios iban por tierra, hasta juntarse con la armada en el puerto de Ilatin, que es el que divide la jurisdicción de los Guaraníes, de las otras naciones, pasando adelante río arriba por el puerto de los Reyes y pueblo de los Orejones todo lo que tenía el río de navegable hasta los de los Jarayes o Jeravayanes, que es la mejor gente de estas provincias. Las mujeres de estos indios se labran cara, brazos y pechos, punzándose las carnes con unas espinas, y poniéndose en las cisuras ciertos colores, que hacen mil labores vistosas y diversas pinturas en forma de camisas y jubones con sus mangas y cuellos; con cuyos dibujos, como ellas son blancas y las pintan negras y azules, parecen bien. Tienen poblado el río por ambos lados, al occidente reside el cacique principal a quien comúnmente llaman Manés, y al Oriente los Jeravayanes, que viven en casas muy abrigadas, redondas y cerradas, a hechura de tiendas de campaña, cubiertas de muy tejida empleita de paja. De aquí envió el general a Francisco de Rivera, y a Morroy a descubrir lo que había de allí para arriba; y habiendo caminado 60 leguas, llegaron a un paraje, donde se juntan dos ríos que hacen el del Paraguay, y habiendo entrado por el de la derecha, que viene de la parte del Brasil, hallaron que traía poca agua, con que retrocedieron y entraron por el de la izquierda, que corre de hacia el norte, por el cual navegaron dos días, hasta llegar a un paraje en que se divide en muchos riachos y anegadizos. Dieron vuelta, hallándose en aquel paraje del de la Asunción más de cuatrocientas leguas, y de allí al mar más de doscientas cuarenta, y llegados donde estaba el general, dándole cuenta de todo, determinó éste seguir su viaje por aquella parte, dejando encargados a aquellos indios sus navíos, balsas y otras cosas que no pudo llevar por tierra, y tomando su derota al nordeste, le fueron saliendo al camino muchos indios de los naturales de aquella tierra, y llegando a unas naciones que llaman Timbúes, les salieron al encuentro con armas, y tuvieron con ellos una reñida refriega, y de los que tomaron prisioneros, se informaron de algunas particularidades de aquel territorio, y principalmente de un poderoso río, que corre del sur al norte, que juzgaron ser el Marañón, uno de los mayores de este reino, que sale al mar a la vuelta y costa del Brasil en el primer grado de la equinoccial; y también que entre el Brasil, Marañon y cabeceras del Río de la Plata, había una provincia de mucha gente situada a las riberas de una gran laguna, y que ésta poseía mucho oro de que se servían aquellos indios, por cuya razón la llamaban los españoles la Laguna del Dorado. Estos pueblos dijeron que confinaban con otro de sólo mujeres, que tienen solamente el pecho del lado izquierdo, porque consumen el del derecho con cierto artificio, para usar sin embarazo del arco y flecha, de que son diestras y ejercitadas, como aquellas mujeres de Scitas antiguos que refieren los escritores, por lo que los españoles llamaron aquella tierra de las Amazonas. Confirmóse esta noticia con la que adquirió el capitán Orellana en la jornada que hizo con Gonzalo Pizarro a la Canela, bajando por el Marañón, donde le dieron relación de esta gente y sus pueblos: y dudando el general a qué parte había de tomar, resolvió volver al poniente a buscar ciertos pueblos de indios, que decían tenían plata y oro, llamados Samócosis y Sibócosis, y yendo en su demanda, llegaron al Río Guapay, brazo principal del Marañón, y habiéndole pasado, llegaron a dichos pueblos, que están a las faldas de la serranía del Perú, de cuyos naturales fueron bien recibidos por ser gente amigable, doméstica y muy caritativa. Allí hallaron muchas muestras de oro y plata, y algunos indios naturales de Perú Yanaconas del servicio del capitán Peranzures, fundador de la Villa de la Plata en los Charcas, que habían venido por su mandato a estos pueblos, que eran de su encomienda,: éstos le informaron al general de las diferencias y revoluciones que en aquel Reino tenían los españoles contra la tiranía de Gonzalo Pizarro, y de la venida del Presidente Gasca. Con lo cual le pareció a Domingo de Irala ocasión oportuna de ofrecerse al Presidente con aquella gente de su compañía para el Real servicio. A este fin despachó a Nuño de Chaves, y a Miguel de Rutia, y por parte de aquellos caballeros fue Rui García con encargo de pedir gobernador en nombre de S.M.. Los cuales habiendo llegado, dieron su embajada al Presidente, que estimó en mucho este comedimiento, y les dio por Gobernador a Diego de Centeno, el cual murió antes que fuese puesto en posesión; ni tampoco sirvió el empleo otro que después fue nombrado: y como Nuño de Chaves tardase más tiempo que el que se le había asignado, por haber pasado a la Ciudad de los Reyes, donde estaba ya el Presidente después del vencimiento y prisión de Gonzalo Pizarro en la batalla de Jaquijaguana con determinación de ir a Castilla: determinó la mayor parte de los capitanes pedir a Domingo de Irala se entrase con ellos al Perú, y no los detuviese allí tanto tiempo, porque se demoraba mucho la correspondencia que aguardaba. Fueles respondido que no haría tal, sin la autoridad de la persona que gobernaba aquel reino, cuya jurisdicción era muy distinta de la que él tenía, y podía tenerle a mal entrar con tanta gente armada a aquella tierra en tiempo de tantas revoluciones. De aquí resultó que se amotinase la mayor parte de los soldados requiriendo al general que, pues no podía ir al Perú, diese vuelta para la Asunción, a cuya instancia respondió que tampoco podía hacerlo por haber dado palabra a los enviados de aguardarlos en aquel puesto. De aquí nació negarle la obediencia y elegir por caudillo a Gonzalo de Mendoza quien, no lo habiendo querido aceptar, fue compelido a ello. Y pareciéndole menos mal dar la vuelta, que entrar en un reino tan turbado, caminó con la gente por donde había entrado; y no pudiendo Domingo de Irala hacer otra cosa, caminó con ellos acompañado de sus amigos y deudos, y como caminaron con poca orden divididos en compañía, fueron asaltados de los indios de aquel camino, y murieron algunos españoles, recibiendo mucho daño, de que todos quedaron con gran descontento del mal gobierno y poca custodia que traían. Llegados a fines del año de 1549, al puerto donde habían dejado sus navíos, allí hallaron unos españoles, que habían venido a dar cuenta a Domingo de Irala desde la Asunción de lo sucedido en su ausencia, como adelante se dirá. Los indios Jarayes dieron tan buena cuenta de todo lo que quedó a su cargo, como lo harían los más fieles hombres del mundo. Sabida por los de la armada la turbación y tumultos de la Asunción, suplicaron a Domingo de Irala fuese servido volver a tomar su oficio y gobierno, para remedio de los escándalos y alborotos de la República, pues como que la tenía a su cargo, le competía el castigo de tales excesos, reduciendo a todos a una paz y común conformidad. Por estas comunes instancias, aceptó lo que le pedían, con nuevos juramentos, que hicieron de obedecerle y servir a S.M. en cuanto les fuere ordenado, y así con mucha unión y conformidad se embarcaron y caminaron para la Asunción.
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Cómo estando los dos hermanos en Tampu Quiru vieron salir con alas de pluma al que habían con engaño metido en la cueva, el cual les dijo que fuesen a fundar la gran ciudad del Cuzco; y cómo partieron de Tampu Quiru. Prosiguiendo la relación que yo tomé en el Cuzco, dicen los orejones que, después de haber asentado en Tampu Quiru los dos Incas, sin se pasar muchos días, descuidados ya de más ver a Ayar Cachi, lo vieron venir por el ayre con alas grandes de pluma pintadas. Y ellos, con gran temor que su visita les causó, quisieron huir; más él les quitó presto aquel pavor, diciéndoles: "No temáis ni os acongojéis, que yo no vengo sino porque comience a ser conocido el imperio de los Incas; por tanto, dejad, dejad esa población que hecho habéis y andad más abajo hasta que veáis un valle, adonde luego fundad el Cuzco, ques lo que ha de valer; porquestos son arrabales, y de poca importancia, y aquella será la ciudad grande, donde el templo suntuoso se ha de edificar y ser tan servido, honrado y frecuentado, quel sol sea el más alabado; y porque yo siempre tengo de rogar a Dios por vosotros y ser parte para que con brevedad alcancéis gran señorío, en un cerro questá cerca de aquí me quedaré de la forma y manera que me veis, y será para siempre por vos y vuestros descendientes santificado y adorado y llamarle héis Guanacaure; y en pago de las buenas obras que de mí habéis recibido, os ruego para siempre me adoréis por Dios y en él me hagáis altares, donde sean hechos los sacrificios; y haciendo vosotros esto, seréis en la guerra por mí ayudados; y la señal que de aquí adelante ternéis para ser estimados, honrados y temidos, será horadaros las orejas de la manera que agora me veréis". Y así, luego, dicho esto, dicen que les pareció verlo con unas orejas de oro, el redondo del cual era como un geme. Los hermanos, espantados de lo que vían, estaban como mudos, sin hablar; y al fin, pasada la turbación respondieron que eran contentos de hacer lo que mandaba, y luego a toda prisa se fueron al cerro que llaman de Guanacaure, al cual desde entonces hasta ora tuvieron por sagrado; y en lo más alto dél volvieron a ver a Ayar Cachi --que sin dubda debió de ser algún demonio, si esto que cuentan en algo es verdad, y, permitiéndolo Dios, debajo destas falsas apariencias les hacía entender su deseo, quera que le adorasen y sacrificasen, ques lo quél más procura--; y les tornó a hablar, diciéndoles que convenía que tomasen la bolrra o corona del imperio los que habían de ser soberanos señores y que supiesen cómo en tal acto se ha de hacer para los mancebos ser armados caballeros y ser tenidos por nobles. Los hermanos respondiéronle que ya habían primero dicho que en todo su mandato se cumpliría y en señal de obediencia, juntas las manos y las cabezas inclinadas, le hicieron la mocha, o reverencia para que mejor se entienda; y porque los orejones afirman que de aquí les quedó el tomar de la bolrra y el ser armados caballeros, pornélo en este lugar y servirá para no tener necesidad de lo tomar en lo de adelante a reiterar; y puédese tener por historia gustosa y muy cierta, por cuanto en el Cuzco Manco Inca tomó la bolrra o corona suprema y hay vivos muchos españoles que se hallaron presentes a esta cirimonia e yo lo he oído a muchos dellos. Es verdad que los indios dicen también quen tiempo de los reyes pasados se hacía con más solenidad y preparamientos y juntas las gentes y riquezas tan grandes que no se puede inumerar. Según parece, estos señores ordenaron esta orden para que se tomase la bolrra o corona y dicen que Ayar Cachi en el mismo cerro de Guanacaure se vistió de aquesta suerte: el que había de ser Inca se vistía en un día de una camisola negra, sin collar, de unas pinturas coloradas; y en la cabeza con una trenza leonada se ha de dar ciertas vueltas y cubierto con una manta larga leonada ha de salir de su aposento e ir al campo a cojer un hace de Paja y ha de tardar todo el día en traerlo sin comer ni beber, porque ha de ayunar, y la madre y hermanas del que fuere Inca han de quedar hilando con tanta priesa, que en aquel propio día se han de hilar y tejer cuatro vestidos para el mesmo negocio y han de ayunar sin comer ni beber las que en esta obra estuvieren. El uno destos vestidos ha de ser la camiseta leonada y la manta blanca y el otro ha de ser azul con flocaduras y cordones. Estos vestidos se ha de poner el que fuere Inca y ha de ayunar el tiempo establecido, que es un mes, y a este ayuno llaman zaziy, el cual se hace en un aposento del palacio real sin ver lumbre ni tener ayuntamiento con muger; y estos días del ayuno las señoras de su linage han de tener muy gran cuidado en hacer con sus propias manos mucha cantidad de su chicha, ques vino hecho de maíz, y han de andar vestidos ricamente. Después de haber pasado el tiempo del ayuno sale el que ha de ser señor, llevando en sus manos una alabarda de plata y de oro, y va a casa de algún pariente anciano a donde le han de ser tresquilados los cabellos; y vestido una de aquellas ropas salen del Cuzco, a donde se hace esta fiesta, y van al cerro de Guanacuare, donde decimos questaban los hermanos, y hechas algunas cirimonias y sacrificios se vuelven a donde está aparejado el vino, donde lo beben; y luego sale el Inca a un cerro nombrado Anaguar y desde el principio del va corriendo, porque vean cómo es ligero y será valiente en la guerra, y luego baja dél trayendo un poco de lana atado a una alabarda, en señal que cuando anduviere peleando con sus enemigos ha de procurar de traer los cabellos y cabeza dellos. Hecho esto iban al mesmo cerro de Guanacaure a cojer paja muy derecha, y el que había de ser rey tenía un manojo grande della de oro, muy delgada y pareja, y con ella iba a otro cerro llamado Yahuira, a donde se vestía otra de las ropas ya dichas y en la cabeza se ponía unas trenzas o llautu que llaman pillaca, ques como corona, debajo del cual colgaban unas orejas de oro, y encima se ponía un bonete de plumas cosido como diadema, que ellos llaman puruchuco y en la alabarda ataban una cinta de oro larga que llegaba hasta el suelo, y en los pechos llevaba puesta una luna de oro; y desta suerte, en presencia de todos los que allí se hallaban, mataba una oveja cuya sangre y carne repartían entre todos los más principales para que cruda la comiesen; en lo cual significaban que, si no fuesen valientes, que sus enemigos comerían sus carnes de la suerte que ellos habían comido la de la oveja que se mató. Y allí hacían juramento solene a su usanza, por el sol, de sustentar la orden de caballería y por la defensa del Cuzco morir, si necesario fuese; y luego les abrían las orejas, poniéndolas tan grandes que tiene un geme cada una dellas en redondo; y hecho esto, pónense unas cabezas de leones fieros y vuelven con gran estruendo a la plaza del Cuzco, y en donde estaba una gran maroma de oro que la cercaba toda, sosteniéndose en horcones de plata y de oro: en el comedio desta plaza bailaban y hacían grandísimas fiestas a su modo y andaban los que habían de ser caballeros cubiertos con las cabezas de leones que tengo dicho, para dar a entender que serían valientes y fieros como lo son aquellos animales. Dando fin a estos bailes, quedan armados caballeros y son llamados orejones y tienen sus privilegios y gozan de grandes libertades y son dignos, si los eligen, de tomar la corona, ques la borla; la cual cuando se da al señor que lo ha de ser del imperio, se hacen mayores fiestas y se junta gran número de gente, y el que ha de ser emperador ha primero de tomar a su misma hermana por muger, porquel estado real no suceda en linaje bajo, y hace el zaziy grande, ques el ayuno. Y en el inter que estas cosas pasan, porque estando el Señor ocupado en los sacrificios y ayunos no sale a entender en los negocios privados y de gobernación, era ley entre los Incas que cuando alguno fallescía o se daba a otro la corona o borla, que pudiese señalar uno de los principales varones del pueblo y que tuviese maduro consejo y gran autoridad, para que gobernase todo el imperio de los Incas, como el mesmo señor, durante aquellos días; y a éste tal le era permitido tener guarda y hablalle con reverencia. Y hecho esto, y recibidas las bendiciones en el templo de Curicancha, recibe la borla, que era grande y salía del llautu que tenía en la cabeza cubriéndole hasta caer encima de los ojos, y éste era tenido y reverenciado por soberano. Y a las fiestas se hallaban los principales señores que había en más de cinco lenguas quellos mandaron y parescía en el Cuzco grandísima riqueza de oro y plata y pedrería y plumajes cercándole toda la gran maroma de oro, y la admirable figura del sol, que era todo de tanta grandeza que pesaba, a lo que afirman por cierto los indios, más de cuatro mill quintales de oro; y si no se daba la borla en el Cuzco tenían al que se llamaba Inca por cosa de burla, sin tener su señorío por cierto; y así, Atahuallpa no es contado por rey, aunque como fue de tanto valor y mató tanta gente por temor fue obedecido de muchas naciones. Volviendo a los questaban en el cerro de Guanacaure, después que Ayar Cachi les hobo dicho de la manera que habían de tener para ser armados caballeros, Manco, le dijo que se fuese con las dos mugeres al valle que dicho le había, a donde luego fundase el Cuzco, sin olvidar de venir a hacer sacrificios a aquel lugar, como primero rogado le habían; y que como esto hobiese dicho, así él como el otro hermano se convirtieron en dos figuras de piedras, que demostraban tener talles de hombres, lo cual visto por Ayar Manco, tomando sus mugeres vino a donde agora es el Cuzco a fundar la ciudad, nombrándose y llamándose dende adelante Manco Capac, que quiere decir rey y señor rico.
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CAPÍTULO VII Lo que sucedió a la armada la primera nocbe de su navegación El primer día que navegaron, poco antes de que anocheciese, llamó el general a un soldado de muchos que llevaba escogidos para traer cerca de su persona, llamado Gonzalo Silvestre, natural de Herrera de Alcántara, y le dijo: "Tendréis cuidado de dar esta noche orden a las centinelas cómo hayan de velar y apercibiréis al condestable, que es el artillero mayor, que lleve toda su artillería aprestada y puesta a punto, y, si pareciere algún navío de mal andar, haréis que le tiren, y en todo guardaréis el orden que la navegación buena requiere." Así se proveyó todo como el gobernador lo mandó. Siguiéndose, pues, el viaje con muy próspero tiempo, sucedió a poco más de media noche que los marineros de la nao que había de ser capitana de las de México, en que iba el fator Gonzalo de Salazar, o por mostrar la velocidad y ligereza de ella, o por presumir que también era capitana, como la de Hernando de Soto, o porque, como será lo más cierto, el piloto y el maestre con la bonanza del tiempo se hubiesen dormido y el marinero que gobernaba la nao no fuese plático de las reglas y leyes de navegar, la dejaron adelantarse de toda la armada e ir adelante de ella, a tiro de cañón y a barlovento que la capitana, que por cualquiera de estas dos cosas que los marineros hagan tienen pena de muerte. Gonzalo Silvestre, que por dar buena cuenta de lo que se le había encargado, aunque tenía sus centinelas puestas, no dormía (como lo debe hacer todo buen soldado e hijodalgo como él lo era), recordando al condestable, preguntó si aquel navío era de su armada y compañía o de mal andar. Fuele respondido que no podía ser de la armada, porque, si lo fuera, no se atreviera a ir donde iba, por tener pena de muerte los marineros que tal hacían; por tanto, se afirmaba que era de enemigos. Con esto se determinaron ambos a le tirar, y al primer cañonazo le horadaron todas las velas por medio de proa a popa, y al segundo le llevaron de un lado parte de las obras muertas, y, yendo a tirarle más, oyeron que la gente de ella daba grandes gritos, pidiendo misericordia, que no les tirasen que eran amigos. El gobernador se levantó al ruido, y toda la armada se alborotó y puso en arma, y encaró hacia la nao mexicana. La cual, como se le iba el viento por las roturas que la pelota le había hecho en las velas, vino decayendo sobre la capitana, y la capitana, que iba en su seguimiento, la alcanzó presto, donde les hubiera de suceder otro mayor mal y desventura que la que se temía por lo pasado. Y fue que, como los unos con el temor y confusión de su delito atendiesen más a disculparse que a gobernar su navío, y los otros, con la ira y enojo que llevaban de pensar que el hecho hubiese sido desacato y no descuido, y con deseo de lo castigar o vengar, no mirasen cómo ni por dónde iban, hubieran de embestirse y encontrarse con los costados ambas naos. Y estuvieron tan cerca de ello que los de dentro, para socorrerse en este peligro, no hallando remedio mejor, a toda prisa sacaron muchas picas con las cuales entibando de la una en la otra nao, porque no diesen golpe, rompieron más de trescientas, que pareció una hermosísima folla de torneo de a pie, e hicieron buen efecto. Mas, aunque con las picas y otros palos les estorbaron que no se encontrasen con violencia, no les pudieron estorbar que no se trabasen y asiesen con las jarcias, velas y entenas, de manera que se vieron en el último punto de ser ambas anegadas, porque el socorro de los suyos del todo las desamparó, que los marineros, turbados con el peligro tan eminente y repentino, desconfiaron de todo remedio, ni sabían cuál hacer que les fuese de provecho. Y, cuando pudieran hacer alguno, la vocería de la gente, que veía la muerte al ojo, era tan grande que no les dejaba oírse; ni la oscuridad de la noche, que acrecienta las tormentas, daba lugar a que viesen lo que les convenía hacer; ni los que tenían algún ánimo y esfuerzo podían mandar, porque no había quién les obedeciese ni escuchase, que todo era llanto, grita, voces, alaridos y confusión. En este punto estuvieron ambos generales y sus dos naos capitanas, cuando Dios Nuestro Señor las socorrió con que la del gobernador con los tajamares o navajas que en las entenas llevaba cortó a la del fator todos los cordeles, jarcias y velas con que las dos se habían asido, las cuales cortadas, pudo la del general, con el buen viento que hacía, apartarse de la otra, quedando ambas libres. Hernando de Soto quedó tan airado, así de haberse visto en el peligro pasado como de pensar que el hecho que lo había causado hubiese sido por desacato maliciosamente hecho, que estuvo por hacer un gran exceso en mandar cortar luego la cabeza al fator. Mas él se disculpaba con gran humildad diciendo que no había tenido culpa en cosa alguna de lo sucedido, y así le testificaron todos los de su nao. Con lo cual, y con buenos terceros que no faltaron en la del gobernador que excusaron y abonaron al fator, se aplacó la ira del general, y le perdonó, y olvidó todo lo pasado, aunque el fator Gonzalo de Salazar, después de llegado a México, siempre que se ofrecía plática sobre el suceso de aquella noche, como hombre sentido del hecho, solía decir que holgara toparse con igual fortuna con Hernando de Soto para le retar y desafiar sobre las palabras demasiadas que con sobra de enojo le había dicho en lo que él no había tenido culpa. Y así era verdad que no la había tenido; mas tampoco el general le había dicho cosa de que él pudiese ofenderse. Pero como el uno sospechó que el hecho había sido malicioso, así el otro se enojó, entendiendo que las palabras habían sido ofensivas, no habiendo pasado ni lo uno ni lo otro, mas la sospecha y la ira tienen grandísima fuerza y dominio sobre los hombres, principalmente poderosos, como lo eran nuestros dos capitanes. Los marineros de la nao del fator, habiendo remendado las roturas de las velas y las jarcias con toda la presteza, diligencia y buena maña que en semejantes casos suelen tener, siguieron su viaje, dando gracias a Nuestro Señor que los hubiese librado de tanto peligro.
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CAPÍTULO VII Gobierno eclesiástico y espiritual de los indios En el capítulo 4. n. 4 dijimos cómo se fabrican las iglesias, y su grandeza. Todas están por dentro con mucho adorno y hermosura: no sólo los retablos de cinco altares que suele haber, sino también en muchas iglesias las columnas o pilares de las naves, y los marcos de las vidrieras y todo el techo y bóvedas, está dorado y pintado, entreverado uno en otro: de manera que abriendo las puertas de la iglesia, tres a la plaza, que hacen cara, y caen en medio, y dos a los lados (la una a la parte del cementerio y dos al patio de los Padres) con la claridad y resplandor del sol que los baña, hacen una hermosa vista. En algunos pueblos, hay siete puertas: dos al cementerio y dos al patio dicho: además de las otras dos que van a la sacristía a los dos lados del altar mayor. Las tres puertas de la plaza son para entrar las mujeres, que en la iglesia no se entreveran con los hombres. El orden que siempre se guarda es éste: Por las puertas dichas entran las mujeres, y muchachas. Por las del cementerio y patio, los hombres. Y son todas bien grandes. En el presbiterio, que es muy capaz, está el que oficia o los que ofician, con la turba de monacillos que ayudan y sacristanes que atienden a todo lo que allí se ofrece. Después de las barandillas, hasta el púlpito, están los bancos de los Cabildantes y militares principales a un lado y otro de la nave principal, que suele ser de 13 ó 14 varas de ancho: y en medio, los muchachos, sentados en el suelo, con sus Alcaldes o Mayorales en pie y con sus varas gordas para castigar con ellas al que enreda, habla o se duerme. Desde éstos hay un vacío como de tres varas, división de ellos a las muchachas, que se siguen después: y tras ellas las mujeres. En las naves colaterales están los demás indios, desde el presbiterio hasta el púlpito; y desde allá a las mujeres, que siguen, hay otro vacío como el de los muchachos. En medio del presbiterio hasta la puerta, hay una calle de dos varas de ancho, para entrar y salir en las necesidades ocurrentes. Así están, no sólo en las solemnidades y sermones, sino también todos los días, y todos con gran quietud y silencio, de que se maravilló mucho el mismo Obispo que los visitó. Todos los Altares están con candeleros de plata: de cada uno de los cinco colores de la Misa hay frontales y casullas ricas para los días de primera clase, de fiestas menores, y de días ordinarios, todos bien galoneados. Los de 1.? clase, algunos son de tisú. Los demás, de brocado, terciopelo, persiana y damasco. Las lámparas, todas de plata, son grandes. Hay dos ciriales para las Misas cantadas, que se celebran todos los días de fiesta de nuestros santos, y los sábados de la Virgen. En las Misas cantadas, ministran siempre seis monacillos o acólitos, dos que responden, dos con incensarios y navetas de plata, y los dos últimos con sus ciriales. En las de cada día en el altar mayor siempre ayudan a Misa cuatro: en los colaterales, dos, y nunca uno solo. Todos están vestidos y calzados y con sotanas coloradas, y en Misa de violado y negro, de este color, y con roquetes. Estos roquetes en días ordinarios son llanos, con un encaje ordinario: pero los que usan en las fiestas, ya que nosotros por la decencia religiosa no los usamos, sino como los de los colegios, ellos los usan cual conviene para la celebridad de la fiesta, con muchos y preciosos encajes. Acabada la oración mental de los Padres, luego se toca a Misa. Viene mucha gente a oírla. En algunos pueblos está entablado que todos vayan a ella, lo mismo que el día de precepto, y se cuentan para ver si falta alguno, y se reprende al que falta. Está ordenado que no se dé mayor castigo, por no ser cosa de obligación. Al fin de la Misa empiezan dos músicos de más clara voz el Acto de contrición rezado respondiendo todos a cada cláusula, y acabado, cantan dos tiples a dúo el Alabado, acompañado de todos los instrumentos, y repitiendo todos cada cláusula cantando. A este tiempo ya han acabado los Padres de mudarse las vestiduras sacerdotales; y están dando gracias en la barandilla del presbiterio. Allí vienen a besar la mano todos los Cabildantes y caciques principales y cabos de milicia: y con esto se van todos estos a la puerta del aposento del Cura, a esperar allí que acabe de dar gracias. Si rehúsa el Padre que le besen la mano, lo sienten mucho: y así es menester tener paciencia, esperando a que toda aquella procesión le bese, para darles ese consuelo. En llegando el Cura a su aposento, abre el Mayordomo una arca grande que hay al lado de la puerta, con yerba: y va dando a todos los que asistieron a Misa un puñado de aquella yerba con una medida que hay para ello. El Corregidor pregunta al Cura, y consulta sobre las faenas de aquel día, si no se previnieron antes; y según sus órdenes, va cada uno a lo que le toca, y primero a su casa, a tomar aquella bebida de la yerba que el Padre les dio como queda dicho. Por la tarde vienen al Rosario: y acabado, y rezado el acto de contrición, y cantado el Alabado como por la mañana, van todos a la puerta del Cura, a tomar yerba, y con ella en la bolsa, van de allí a la carnicería a tomar su ración de carne; y aunque son centenares, se hace con buen orden, y quietud y silencio: y con esto se hace de noche. A los oficiales mecánicos del patio del Padre, además de lo dicho, se les da 3.? vez yerba cuando van a comer a su casa. Esta es la distribución de cada día. En los seis meses de sementeras, acabada la Misa y la distribución de la yerba, se van a sus labranzas. En lo restante del año, a hacer cosas o edificios de nuevo, y remendar otros, componer corrales, abrir o aderezar zanjas para resguardo de las sementeras comunes (y mucho más las estancias, en que son algunas leguas de largo para sujetar el ganado que no salga), componer puertas, empedrar pantanos, y aderezar caminos: cortar y traer madera del monte; hacer yerba, llevar tropa de carretas para el trajín del común: barcos a Buenos Aires, que se hace todo el año, y otras muchas faenas del pueblo.Todo esto se hace por orden del Cura, conferenciando con el Corregidor su Ministro o ayudante, que le obedece puntualmente, y los demás a él, cuando se intima de parte del Padre. Si Dios no les habiera dado esta obediencia y sujeción para tanto bien suyo, era imposible gobernar uno solo tanto gentío. En la crianza de los muchachos de uno y otro sexo se pone mucho cuidado, como lo ponen todas las Repúblicas bien ordenadas; pues de su educación depende todo el bienestar de la República. Hay escuelas de leer y escribir, de música y de danzas para las fiestas eclesiásticas, que no se usan en cosas profanas. Vienen a la escuela los hijos de los caciques, de los Cabildantes, de los músicos, de los mayordomos, de los oficiales mecánicos; todos los cuales componen la nobleza del pueblo, en su modo de concebir, y también vienen otros si lo piden sus padres. En cada pueblo suele haber 20, 30 ó 40 caciques. Estas escuelas ya se dijo que están en el primer patio de los Padres, para poder cuidar mejor de ellas: no porque los Padres sean sus maestros inmediatos, que esto no puede ser, habiendo otros muchos ministerios en tanto número. Tienen sus maestros indios; aprenden algunos a leer con notable destreza, y leen la lengua extraña mejor que nosotros. Debe de consistir en la vista, que la tienen perspicaz, y la memoria, que la tienen muy buena: ojalá fuera así el entendimiento.También hacen la letra harto buena: algunos, que se dan a hacer letra de molde, la hacen con tanta perfección, que nos engañan ser de alguna bella imprenta. De los de la escuela se escogen los de mejor voz para cantores de la música y los de más esfuerzo para los instrumentos de boca. Tienen su maestro de capilla, que les enseña su facultad del modo que lo hacen en las Catedrales de España; pero no se halla hasta ahora maestro que sepa componer. Toda su felicidad está en entender el papel que le dan, y cantarlo más o menos presto, pues algunos no cantan de repente, sino que lo van repasando despacio, y enterados de él cantan y tocan, y nunca añaden cosa alguna, ni trinado, hermosata o cosa semejante, como hace cualquiera músico, aunque no pase de mediano talento: todo lo canta y toca liso y llano como está en el papel: no alcanza más su entendimiento. Ni en la poesía jamás se ha encontrado indio que aprenda sus reglas de asonantes y consonantes ni para hacer coplas de ciego. No obstante, con el continuo ejercicio desde niños, en que tienen mucha más paciencia que nosotros y entre tanta multitud de muchachos como se escogen, se encuentran muy buenos tiples, que después quedan tenores. En cada pueblo hay una música de 30 ó 40 entre tiples y tenores, altos, contraltos, violinistas y los de los otros instrumentos. Los instrumentos comunes a todos los pueblos son violines, de que hay cuatro o seis: bajones, chirimías, seis u ocho: violines, dos o tres: arpones, tres o cuatro: y uno o dos órganos y dos o tres clarines, en casi todos los pueblos. En algunos pueblos hay otros instrumentos más: les buscamos papeles de los mejores músicos de España y aun de Roma para cantar y tocar. Todas las vísperas de fiestas de precepto, y la de nuestro Santo Padre y San Javier, y las de sus Congregaciones, y del patrón del pueblo (de que hablará) hay vísperas solemnes. Repícanse todas las campanas, que suelen ser ocho o diez, con toda solemnidad. Viene toda la música plena, sin que falten los clarines. Viene todo el Cabildo y Cabos militares de gala, con vestidos de seda: todo lo cual se guarda como se ha apuntado, en casa del Padre: que si estuviera en su casa, todo lo llenaran de humo y destruyeran. Es más barato que estos vestidos sean de seda, que de paño: porque aunque la seda vale más (aunque el paño es bien caro en estas tierras), pero la seda dura mucho más: y se ahorra. Puestos ya en sus bancos los dichos, y el pueblo en su lugar, sale el Preste que oficia y preside, con sobrepelliz, estola y capa pluvial rica, y el Compañero, o los que hubiere, con sobrepelliz. Entona el Preste y prosiguen los músicos con todo el devoto estruendo de instrumentos de cuerda y boca, y los clarines, al punto de la música, y así van sucediendo las Antífonas y Salmos correspondientes, le inciensan, etc. Acabadas las Vísperas; salen todos al patio de la iglesia, y delante de él se hacen unas cuantas danzas una tras otra en honra del santo de la fiesta. Las fiestas de los indios y todo neófito, son solas diez, por concesión del Papa Paulo III: cinco de nuestro Señor, cuatro de la Virgen, y la de San Pedro y San Pablo. Acabadas las danzas, van a tomar yerba y carne y los Cabildantes etc., vuelven los vestidos a su lugar, y el maestro de danzas los de los discípulos. Todos los días cantan y tocan en la Misa. Dícese la del Cura y Compañero a un tiempo, excepto los días de fiesta de precepto, en que para que puedan venir los que estuvieran cuidando enfermos u otra cosa y los convalecientes, que se levantan tarde, dice la Misa un Padre más tarde. El orden cotidiano es éste. Al empezar la Misa tocan instrumentos de boca y a veces de cuerdas: y tal vez unos y otros, hasta el Evangelio. Al empezar este, cantan un Salmo de Vísperas. Lunes, DIXIT DOMINUS: martes, CONFITEBOR: y por este orden hasta la Misa solemne de la Virgen el sábado. Una semana, los Salmos de una composición, y otra de otra. A la consagración, o poco después, se acaba el Salmo, excepto el de LAUDATE PUERI, y alguna composición de algún otro, que suelen durar hasta el fin de la Misa. Como son de los mejores maestros de Europa, suelen estar compuestos al sentido de la letra, causando notable devoción. En el LAUDATE, comienzan los tenores y demás músicos grandes con los clarines y chirimías, instando a los niños tiples: LAUDATE PUERI, PUERI LAUDATE, LAUDATE NOMEN DOMINI: repitiendo e instando que alaben a nuestro Dios. Comienzan los niños tiples: SIT NOMEN DOMINI BENEDICTUM, etc. etc., y después de algunos versículos vuelven los grandes a instar con devotísimo estruendo de instrumentos: PUERI LAUDATE NOMEN DOMINI (No se maravillen si va mojado de lágrimas este papel). Vuelven a repetir que alaben a Dios; y esto hacen cuatro o cinco veces hasta que se acaba el Salmo. Al GLORIA PATRI, todos juntos, altos, contraltos, tiples, clarines, bajones, chirimías, violines, arpas, órganos, cantan el Gloria. Cantan con tal armonía, majestad y devoción, que enternecerá el corazón más duro. Y como ellos nunca cantan con vanidad y arrogancia, sino con toda modestia, y los niños son inocentes, y muchos de voces que pudieran lucir en las mejores Catedrales de Europa, es mucha la devoción que causan. Acabado el Salmo, después de la consagración vuelven a tocar un poco; y luego entonan algún himno: JESU DULCIS MEMORIA, AVE MARIS STELLA, u otra alguna letrilla a Nuestro Señor, a la Virgen, a San Ignacio nuestro Padre, o al Santo de aquel día: y en lo que resta, tocan. Dícese el Acto de contrición del modo dicho: cántase el Alabado con toda solemnidad de instrumentos y se van todos a prevenir en la sala de música para lo que han de tocar y cantar el día siguiente, y después van a tomar la yerba, los grandes a su casa, y los chicos se quedan en la escuela con sus maestros. Como los Misioneros primitivos vieron que estos indios eran tan materiales, pusieron especial cuidado en la música, para traerlos a Dios; y como vieron que esto les traía y gustaba, introdujeron también regocijos y danzas modestas. Hay maestros de éstas en cada pueblo. Escógense para discípulos los chicos de cuerpos más proporcionados. Hay vestidos para todo género de naciones. Españoles, húngaros, moscovitas, moros, turcos, persas y otros orientales y vestidos de Ángeles, o como pintan a los Ángeles cuando los pintan garbosos, ya con alas, ya sin ellas. Danzan en todos estos trajes. Nunca entra en danza mujer alguna ni muchacha, ni hay en ella cosa que no sea honesta y muy cristiana. Úsanse después de Vísperas solemnes, como se ha dicho; para mayor regocijo de la fiesta, y entonces solas cuatro: y en la procesión de Corpus; y principalmente en la fiesta del patrón del pueblo, y cuando vienen Obispos y Gobernadores. La primera danza suele ser uno solo a la española, haciendo 16 ó 20 diferencias de algún son de palacio; al compás de arpas y violines. Después salen ocho, o diez a lo turco, u otra nación: ya con espadas en forma de pelear, siguiendo el compás con los golpes, ya con banderas u otra insignia. Otros salen hasta 16 ó 20, todos con instrumentos músicos en la mano: dos con violines, dos con cítaras, dos con guitarras: bandurrias: y otros arpas pequeñas, puesto lo de arriba abajo, amarradas al cuerpo con cintas: otros con instrumentos. Los de un instrumento traen el traje español: los de otro, persa: otro de turco: variando los colores y trajes. Tocan y danzan al mismo tiempo, sin que en esta danza les toquen los músicos, haciendo muchas mudanzas, ya en dos filas, ya en una, ya en cuadro, ya en cruz, ya en círculo, que realmente es cosa muy vistosa. Otra sale luego de nueve Ángeles, príncipes de las 9 jerarquías, con San Miguel por caudillo, con espadas y broqueles muy vistosos, en que está esculpido el timbre QUIS SICUT DEUS? Al opósito salen otros tantos diablos con sus negras adargas, lanzas, y traje lleno de serpientes y llamas, y Lucifer por su capitán. Encuéntranse, y traban su coloquio los jefes: y al ensoberbecerse Lucifer, claman ALARMA. Tocan no violines, sino clarines, y cajas de guerra. A compás danzan y pelean, haciendo las mudanzas militares en fila, el escuadrón en dos trozos o en uno. Vencen los Ángeles: tienden en el suelo los diablos a estocadas. Vuelven a levantarse y a proseguir con la pelea. Finalmente los echan al infierno: de que hay allí cerca una tramoya, pintada en lienzos que lo representan, y humo que de dentro sale. Cogen los Ángeles las lanzas y adargas que quitaron a sus enemigos, y cargados con ellas y las suyas, dan vuelta al campo, donde aparece un Niño Jesús de bulto sobre una mesa. Allí cantan el JESU DULCIS MEMORIA, en triunfo de la victoria, que varios de ellos son músicos; y van de dos en dos presentando las armas enemigas a Jesús, con muchas vueltas, reverencias y genuflexiones: siempre danzando con gran variedad de mudanzas y sin cesar los clarines y las cajas. Otras danzas hay de Ángeles, que al empezar, cada uno dice una copla en honra del Santo de la fiesta, especialmente en las festividades de la Virgen; y sacan en triunfo a Su Majestad y San Rafael con banderas: y alto los llevan danzando, en círculo por todo el espacio de esta función. Otras en que salen los cuatro Reyes que representan las cuatro partes del mundo, con sus coronas y trajes que les corresponden, y rinden adoración al de España. Otras son a lo burlesco. Danzan de negros. Tíñense cara y manos: y sale cada uno con su pandero o tamboril o sonajas, haciendo mil monadas, pero todas con algunos indios graciosos, a hacer su género de entremés, que el auditorio celebra mucho. Y de esta manera, con esta variedad de cosas están muy contentos y hallados en el pueblo. En estas danzas artificiosas tienen mucha parte algunos Padres extranjeros, que quedaron colegiales en los colegios de nobles, donde aprendieron esas y otras habilidades caballerescas: y al enseñar al indio hacen con las manos lo que se hace con los pies, por mirar a la modestia religiosa. Los demás muchachos, que no son de esas tres escuelas, se van a las labores de sementeras y otras cosas comunes del pueblo. La distribución cuotidiana de todos los muchachos y muchachas es esta. Al oír la campana de las Avemarías, un cuarto de hora después de tocar a levantar los Padres suenan en la plaza los tamboriles de los muchachos, y sus Alcaldes o Mayorales, esparcidos por las calles, comienzan a gritar: "Hermanos, ya es hora de levantar: ya han tocado a la oración: enviad luego vuestros hijos e hijas a rezar y encomendarse a Dios: no seáis flojos y dormilones: que vengan a la iglesia a oír Misa, para que Dios eche la bendición a las labores del día." A estas voces y al ruido de los tamboriles, van saliendo de sus casas y encaminándose al patio de la iglesia, a un lado los muchachos, y a otro las muchachas. En juntándose, comienzan las oraciones dos voces las mejores, y responden o alternan todos. Las muchachas hacen lo mismo en competente distancia. Acabados sus rezos que como son en voz alta, y tantos, se oye de todo el pueblo: si sobra tiempo, cantan alguna letrilla empezando algunos tiples y respondiendo todos. Estas letrillas y canciones todas son muy santas, una a Cristo nuestro Señor: otras a la Virgen, a San José, San Ignacio, San Javier, etc. Son hechas en verso por los Padres: que ellos (como se dijo) no atinan con la poesía. Las aprenden de memoria y después las cantan cuando grandes en sus viajes. Cuando digo muchacho entiendo desde 7 años hasta casarse, que suele ser de 17 y las muchachas a los 15: y sólo los de esta edad tienen estos alcaldes. Todos se casan. Su corta capacidad y mucha materialidad no son capaces de celibato. Acabada la oración mental de los Padres, a cuyo tiempo por lo regular acaban ellos su rezo, abren los sacristanes todas las puertas de la iglesia. Dan vuelta los muchachos para entrar por la puerta los varones, que, como se dijo, es la que cae al patio de los Padres, a la que es menester entrar por la portería; y las muchachas entran por las tres puertas del pórtico: ellas y ellos cantando el ALABADO. Lo restante del pueblo entran por las puertas correspondientes, y salen los Padres a su Misa: que aunque no se percibe por ella cosa alguna, se dice siempre indefectiblemente, si no es que está impedido por enfermedad. Acabada la Misa, entra el Acto de contrición y ALABADO con todo género de instrumentos (hasta con clarines lo cantan en algunos pueblos, aunque lo regular es guardar los clarines para el sábado, Misa de la Virgen y las fiestas). Acabado esto, salen los muchachos al patio de los Padres: vuelven allí a rezar un poco y cantar alguna de sus canciones (todas estas canciones son en su lengua): se les da de almorzar, que suele ser un perol de carne cocida, o de maíz en pueblo de pocas vacas. Después cargan con la comida de medio día, los peroles para cocerla, los escardillos para escardillar los sembrados, que es faena muy frecuente, u otros instrumentos para otros trabajos, y una pequeña estatua de San Isidro labrador en sus andas, con su caja para resguardo cuando llueve. Tocan sus tamboriles y flautas: y al son de estos rudos instrumentos van alegres a su labor que se les manda, con sus Alcaldes. Las muchachas hacen lo mismo por otro lado, haciendo otra faena, y nunca se juntan con los muchachos. Los de leer, escribir, cantar y danzar, van a sus escuelas. Los de danza, tal cual vez, que no es menester tanto ejercicio, y comúnmente es un día a la semana, los que ya saben: y en los restantes van con la turba magna a sus labores. No van con sus padres, porque no saben cuidar de ellos, como lo han mostrado muchas experiencias: y andan vagos y ociosos, sin alimento ni vestido: por esto han tomado estos medios los Padres. Algunos seglares sin práctica, aunque de buena intención, murmuran de que no vayan con sus padres, especialmente las muchachas, y les ayuden en varias cosas, como en traerles agua, leña cuando está cerca, y otros oficios domésticos. Pero para esto tienen el tiempo que les sobra, después del Rosario, que especialmente en verano es algunas horas, y mucho más en los días de precepto para los españoles que no lo son para ellos: porque en éstos, después de la Misa, van a sus casas, no se les manda labor alguna: ni aun a los oficiales mecánicos, aunque no están obligados a cesar del trabajo. Por la tarde tocan una de las campanas de la torre, que ellos llaman TAIN TAIN, a venir a la iglesia: para lo cual, si están distantes del pueblo, ponen una espía. Vienen con su santo y tamboriles y flautas: van de presto a su casa a dejar su poncho de trabajo (ya se dijo qué vestidura es), y se ponen otro mejor para la iglesia. Vienen en verano a las 5, y en invierno a las 4: que allí en este tiempo no son tan cortos los días como en España. Colocados en su lugar empiezan los de las más claras voces el Padre nuestro y demás oraciones, repitiendo todos. Después empieza el Catecismo con preguntas y respuestas entre cuatro: y hacen dos coros. El un coro pregunta ¿HAY DIOS? y responde el otro: SÍ HAY: y así van hasta el fin. El Catecismo es breve compuesto a su modo por un Concilio Limense. Acabado el Catecismo, viene un Alcalde de los suyos que siempre está con ellos, a avisar al Padre que ya se ha acabado el Catecismo, para que vaya a enseñar la doctrina. Al ir a la iglesia, comienza a tocar la campana a Rosario, para que mientras dura la Doctrina, pueda venir el pueblo. Enséñala el padre con una cruz en la mano, y es aquélla que dije se llevaba a los enfermos, cuando van a confesar. Pregunta a unos y a otros, y da sus premios como en España. Acabada ésta, entra el Rosario y lo demás, como se dijo. Van los muchachos al patio: rezan otro poco: dáseles ración de carne, y diciendo a voz en grito todos juntos: TUPÁ TANDERAARÓ CHERUBA, Dios te guarde Padre Mío, se van a sus casas. Este es el modo que se tiene en todos los pueblos con esta inocente infantería. Este es el porte de padres y madres que tienen los Misioneros con ellos. El autor del libro nuevo que antes cité, dice que en tiempo de invierno, como están tan de mañana rezando y cantando, con tan poco vestido, mientras están los Padres repantigados en su cama, mueren muchos de frío: y ésta es la causa porque no se multiplican más aquellas gentes. A tanto puede llegar la ciega pasión: Y añade que los Padres son homicidas, pues les obligan a la causa de su muerte. Ya sabe V. R. que éste fue expulso de nuestra religión en España por revoltoso, alocado y díscolo: que fue después de algún tiempo recibido en otra Provincia, con condición de que había de venir a las Misiones de la América: pues su arrepentimiento daba esperanzas de que se portaría bien en ellas: que se le detuvo mucho tiempo en Buenos Aires, antes de enviarlo a la labor. Que en este tiempo fue segunda vez expulso por desobediente y otros escándalos. Que después de esta segunda expulsión fue a estas Misiones, capellán de los oficiales demarcadores Reales: Que pasó de priesa por los cinco pueblos con la turba de dichos demarcadores: en que no pudo observar cosa de monta. Y aunque estuvo en los siete pueblos de la linea divisoria, fue cuando no había indios en ellos, cuando estaban evacuados: y que llegó a ellos mostrando mucha pasión, ira y enojo contra los Jesuitas, por haberle expulsado segunda vez. Le vi en ellas, traté y comuniqué. Era de genio mordaz, gran decidor, motejador y despreciador de sus prójimos. En esto mismo estaban todos los que trataban con él y le oyeron. Ya murió: Dios le haya perdonado: y quiera S. M. que le hayan aprovechado las oraciones que hacíamos por su bien, que no eran pocas. Factible es que haga mucho mal su libro a los que ignoran quién fue. En hacer y sacar a luz este libro, aunque fuera verdad lo que dice, faltó a las órdenes Reales, que ninguno hable ni en favor ni en contra de los Jesuitas. Volvamos a los indios adultos y de mayor edad. Hay en todos los pueblos dos Congregaciones: una de la Virgen y otra de San Miguel. Se admiten congregantes adultos de uno y otro sexo. No se admite a cualquiera. Se hacen pruebas antes de sus costumbres. Confiesan y comulgan por regla cada mes. El día de su advocación se celebra con gran solemnidad, con vísperas solemnes y danzas, Misa solemne y sermón; y a la tarde se les hace una plática, les lee el Padre sus reglas y se las explica: firman los papeles de su entrada a los que entran de nuevo: porque hacen su protesta de vivir de tal y tal modo, y de cumplir las reglas. Este papel traen al cuello en una curiosa bolsa para ser conocidos por esclavos de la Virgen, y los otros por especiales veneradores de San Miguel. Da el oficio de Prefecto, entregando en manos del electo un estandarte de la Virgen: y ésto con la celebridad de chirimías y clarines, como dije que se daban los oficios de Cabildo: y con él dan los demás oficios de consultor, fiscal, portero y enfermero, que asisten a consolar los enfermos, llevarles agua, leña y algunos regalos. Los demás del pueblo confiesan y comulgan varias veces al año. No hay fiestas en que no se confiesen muchos, especialmente en las que son de precepto para ellos. Y como son centenares: y no pueden dos Padres solos (y a temporadas no es más que uno) con tantos en un día: empiezan las confesiones dos o tres días antes: hay mucho orden y resguardo en ellas: no son a cualquiera hora, que sería cosa insoportable. Son de este modo. Después de la Misa, a hora regular, y de dar gracias, se van los Padres a sus ministerios de Viático, Extremaunción, etc., que por no estar lejos los enfermos, y haber mucha prevención y orden, se hace con brevedad: y de ahí a rezar Horas menores. Entretanto, se van disponiendo en la iglesia los que se han de confesar. De su concierto y orden, cuidan los prefectos de la Congregación, dejándoles con toda libertad que se apliquen al Confesionario que quisieren. Estos son preciosos, grandes, dorados, y pintados, que parecen un retablo. No sólo las mujeres, sino también los varones se confiesan por la rejilla: éstos a un lado y ellas a otro. Viene uno de los prefectos a avisar a los Padres: "para ti, Padre, o en tu confesonario, hay tantos hombres o tantas mujeres, o tantos muchachos y tantas muchachas. Coge el Padre una cestica que para este fin tiene llena de tablitas como un dedo de largas, en que con un hierro ardiendo se graba este letrero: Confesión: y va a la iglesia. A cada uno que da la absolución da una de aquellas tablillas por un agujero que hay para eso en el confesonario. Al que no absuelve no se le da: y le advierte que no puede comulgar, aunque por la Doctrina cuotidiana, cuando muchachos, y por las pláticas dominicales, ya lo saben. Si tiene que reconciliarse, vuelve al otro día: aunque es rarísimo el que vuelve, por la crasitud de sus conciencias o entendimiento. No tienen escrúpulos ni delicadezas: y desde que le dieron la tablilla, se guarda mucho de hacer cosa que sea materia de confesión. Sus confesiones son muy breves, sin relaciones, ni historias, ni conviene decirles mucho, sino poco y bueno. Son muchos los que vienen sin materia de confesión, por más que los examine: y dicen que vienen a que los bendiga. Cuando van a comulgar, estando todos a la barandilla, va el sacristán mayor con una gran fuente, recogiendo en ella las tablillas. Si alguno no la trae, que sucede rarísima vez, lo echa de allí. Si dice que se le perdió, le dice que se confiese otra vez y la traiga. Las barandillas son tan grandes que en algunas cabe una hilera de 80 personas y en algunas partes está con mucho adorno de dorado y pintado, y con muy vistosos paños o lienzos. Siempre que van a viaje, que ha de durar algunos meses, como a Buenos Aires en barcos, o a función de fabricar fuertes, o de milicia, confiesan y comulgan todos: y cuando vuelven, confiesan otra vez. Cuando enferman, luego se confiesan y quieren que se les dé el Viático y Extremaunción, aunque no sea muy grave la enfermedad. No siempre se puede condescender con ellos, sino arreglámonos al Ritual. No hay aquel horror a estos sacramentos, como con tanto daño suyo lo tienen muchos cristianos. En dándoles todos los Sacramentos, quedan muy contentos. Cuando repetimos las visitas si se les pregunta si quieren confesar, rara vez lo hacen. Suelen decir: Ya te lo dije todo: no tengo cosa alguna. No muestran horror ni turbación a la muerte: ni tienen escrúpulos, ni congojas. Mueren con mucha devoción, y mostrando la confianza de que se han de salvar. Juzgamos que por su cortedad, Dios no permite al demonio que los tiente en aquella hora. Por esto es común sentir de los Padres que todos los que mueren en el pueblo se salvan: y un Padre muy santo y muy devoto y de grande experiencia, decía además: que atenta la piedad de Dios, su mucha cortedad, y la fe y devoción que muestran, todos se salvan. También son de sentir los experimentados que el indio, aunque haga cosas que de suyo sean pecados mortales, rara vez comete pecado mortal formalmente, sino venial por falta de conocimiento, como decimos de los muchachos. Sus viajes se hacen muy cristianamente. Confiesan y comulgan todos. Después, prevenido el matalotaje para él, tocan sus tamboriles a juntarse. Vienen a la iglesia con un retrato de la Virgen u otro santo de su devoción, que por lo regular es del patrón del pueblo. Pónenlo sobre una mesa; y ante él rezan y cantan: y suelen acudir allí algunos músicos con sus instrumentos a ayudarles. Salen a la puerta del Cura: bésanle la mano: háceles una corta plática sobre el fin de su viaje. Cargan con el santo: llévanle en procesión alrededor de la plaza al son de chirimías, cajas y flautas, y una o dos campanillas que llevan para todo el viaje: y uno que hace oficio de sacristán cuidando de él. Tan cristianamente se portan. Siempre llevan el santo, su sacristán, campanillas, tamboril y flauta, y un médico con su botica de medicinas para cuando hubiere enfermos. Cada tarde, antes de ponerse el sol, se paran, sea por agua, sea por tierra, y hacen como una enramada y altar a su santo: rezan allí el rosario y cantan algo: y de ahí a cenar. El indio en viajes y en su pueblo y casa, cena al caer la tarde, se acuesta al anochecer, y se levanta con las gallinas muy de mañana, no a trabajar; sino a tomar la bebida de la yerba, almorzar y parlar. Cuando ya salió el sol, rezan ante su santo, que para eso lo dejaron por la noche en su enramada o altar, y cantan una canción: y casi siempre hay alguno o algunos músicos jubilados entre ellos: y ya tarde empiezan la jornada. Comienzan tarde y acaban temprano. Así lo hacen siempre que van sin algún Padre: que es más común ir sin él. Si llevan algún Misionero le obedecen en el modo de caminar, aunque cuesta dificultad sacarlos de su paso. Al indio nada se le da en tardar. Otros Padres se atemperan a su modo, si no hay especial priesa. Cuando vuelven de su viaje, se confiesan y comulgan otra vez. Si no se hallaron en ocasión de pecar, no traen materia: porque el indio, si no está en la ocasión, nada se le ofrece. El cuidado en lo espiritual de los enfermos, y la caridad en lo temporal es grande. Para esto hay en el pueblo tres o cuatro indios, que como apunté llaman CURUZUYÁ, el de la cruz, porque siempre lleva como por báculo una cruz de dos varas en alto, y gruesa como el dedo pulgar. Estos desde pequeños aprenden a curar y hacer medicamentos o medicinas: tienen papeles de esta facultad, hechos por algunos hermanos Coadjutores, enfermeros en aquellas Misiones, que fueron en el siglo Cirujanos y boticarios, y se aplicaron mucho en las Misiones a la medicina. No van con los demás a las faenas del pueblo: antes los otros les hacen lo que han de menester, para que los cuiden mejor de su ministerio. Todas las mañanas vienen temprano. Salen por las calles a visitar los enfermos y ver si hay alguno de nuevo. Al abrir la portería, un cuarto de hora antes de acabar la oración, entran en casa de los Padres juntamente con los sacristanes, mayordomos y cocinero, y no se abre antes a nadie, sino que sea algún repentino ministerio. Aguardan a que toquen a salir de oración, y dan cuenta al Padre de todo. N. a quien confesaste ayer, está de este modo, hoy necesita de Viático después de Misa. N. necesita de la Extremaución. Murió un párvulo, etc.: y a la hora competente están con el Padre en estos ministerios como directores de los demás que asisten. Acabadas estas funciones, vienen a disponer la comida de los enfermos, que hacen en casa de los Padres. Al salir de comer éstos, tienen prevenida ya en sus platos esta comida, y con un pedazo de pan de trigo en cada uno, que por orden del Padre le pone el refitolero. Bendícelos el Padre semanero, y va con ellos a los enfermos. Esto se hace porque los de su casa les dan la comida a medio guisar, casi cruda y dura, que así la quieren y comen ellos: y dicen que si está muy cocida y como nosotros la comemos, no dura en su estómago. Tienen buche de avestruz, que todo lo digieren. Pero a los enfermos no les puede hacer provecho. Después de comer, vuelven los enfermeros o médicos a visitar sus enfermos, y a las dos están en la portería: y entran con los demás a dar cuenta de su ministerio: y entonces piden la medicina, que en su casa no la tienen, de que los Padres están prevenidos. Medicinas y visitas todo se da y se hace de balde, del mismo modo que nuestros ministerios espirituales. Los Padres van aun sin ser llamados, a visitar los enfermos, y ven si los médicos cumplen bien con su oficio. Por este orden y concierto es llevadero y sin mucho trabajo el andar bien de lo espiritual de un pueblo, aunque sea grande y aunque haya un solo Padre. Si estuviéramos a su antojo, sería harto difícil, que ni cuatro Padres pudieran dar satisfacción. Para mayor distinción prosigamos por títulos lo que resta del porte eclesiástico y espiritual y lo que a él se allega. Procesión de Corpus Esta se hace con notable solemnidad y devoción. Días antes van indios a los campos y montes, a coger fieras, y pájaros y flores. Alrededor de la plaza hacen una gran calle por donde ha de rodear la procesión. Toda la plaza que coge esta calle está llena de arcos de vistosas ramas y flores, y a los lados hay el mismo adorno. Estos arcos y lados los adornan con muchos loros, y pájaros de varios colores, y otros varios pájaros, a que añaden a trechos monos y venados, y otros animales bien amarrados. Los sacristanes, a los cuatro ángulos adornan cuatro capillas con sus chapiteles muy aderezados, con muchos frontales y otras alhajas de la iglesia. Están prevenidos los músicos y danzantes, muy ensayados en su facultad. Después de la misa, sale el Preste con su custodia (que es vistosa y rica), al sonoro y devoto estruendo de cuantos instrumentos hay en el pueblo: violines, arpas, bajones, clarines, tambores, tamboriles y flautas. Van siempre dos acólitos con ricos roquetes y sotanas, incensando con dos incensarios de plata, y otros con una vistosa cestilla llena de flores, echándolas por toda la procesión a los pies del sacerdote. Al llegar a la primera capilla, pone la custodia en el altar: inciensan, cantan los músicos alguna devota letrilla y el versículo: y el Preste su oración. Luego se sienta delante de la capilla en una rica silla de las tres que sirven para las vísperas solemnes, que por lo común son de terciopelo carmesí con galones de oro: y los Cabildantes y Cabos con sus vestidos de gala, en los asientos correspondientes. Salen las danzas. Ocho, diez o más danzan alguna de las más devotas danzas delante del SSmo., ya de Ángeles, ya de naciones. Diré tal cual. Salen vestidos diez de asiáticos con cazoletas de incienso de su tierra, y en ellas un grano grande como una nuez en cada una para que dure toda la danza. Puestos de hilera, comienzan a incensar al Señor, con reverencias hasta el suelo, al uso de su tierra: y al mismo tiempo cantan LAUDA SION SALVATOREM: y con bellísimas voces, que casi todos son tiples. Esto lo cantan despacio, al compás de la incensación. Repiten todos más apriesa, danzando y cantando, y prosiguen dos o tres mudanzas. Cantan segunda vez dos de ellos QUANTUM POTES TANTUM AUDE etc., incensando y cantando con pausa, y repiten todos LAUDA SION SALVATOREM etc.: danzan y cantan más apriesa. Con este orden van cantando todo el sagrado himno. Al fin van de dos en dos sucesivamente al altar, con muchas vueltas y genuflexiones y dejan allí delante en orden todas sus cazoletas con sus pebetes. Otra vez salen cuatro Reyes, que representan las cuatro partes del mundo, con sus coronas y cetros, y un corazón de palo oculto pintado en el seno. Estos suelen ser tenores, y traen el traje correspondiente a su país o región. Pónense en fila delante del Señor: y con gran gravedad cantan el SACRIS SOLEMNIIS. Acabados estos primeros versos, danzan algunas mudanzas con majestad de Reyes. Paran, y vuelven a cantar los segundos, y vuelven a danzar sus mudanzas. Al fin van los dos primeros al Santísimo con grandes reverencias: danzan, y allí ofrecen la corona, y vuelven por el mismo orden de vueltas a sus compañeros. Estos van del mismo modo, y ofrecen del mismo modo. Después de alguna mudanza, vuelven los primeros, y ofrecen los cetros: y después de otra, arrancan a un tiempo el corazón y con él en la mano, con festivas vueltas y reverencias le ofrecen a aquel Señor, dejando allí corona, cetro y corazón. ¿Qué dirán a esto los cristianos viejos, que con tanta profanidad y aun peligro de sus almas usan sus danzas? Prosiguen desde esta primera capilla a la segunda: y allí se hace lo mismo, con sus letrillas, motetes y danzas: y lo mismo en la tercera y cuarta: y como la gente va con tanto silencio y devoción (cosa que usan en todas las procesiones, y de que se admiran y edifican mucho los españoles virtuosos), y sobre todo, va la música repitiendo el TANTUM ERGO: y es tanto el estrépito de las campanas, clarines, clarinetes y demás instrumentos de boca y de cuerdas, tambores, tamboriles, cajas, flautas, que parece cosa de la gloria. Acabada la procesión, reparte el Padre a los más necesitados gran multitud de mandiocas y batatas, tortas de maíz y otros comestibles, que pusieron en los adornos de la procesión: y después se van a prevenir su convite, que este día es grande. Semana Santa Celébranse las tinieblas con la música, pero no se usan violines, sino violones y flautas de coro y espinetas, o clavicordios, y en algunas partes liras, instrumento de arco muy dulce y sonoro y devoto, que en lo suave y grave imita algo al clavicordio. Al MISERERE se azotan con un rigor singular. El Jueves Santo por la noche hay sermón de Pasión. Después empieza la procesión. Esta es tan devota, que no se puede explicar sin lágrimas. Es de este modo: Previénense treinta y tantos niños de nueve a diez años con sotanas y muy decentes vestidos talares, con un paso de la Pasión cada uno: y dos muchachos a los dos lados con linternas puestas en alto para ser mejor vistos de todos. Todos estos se ponen por su orden en el patio de los Padres, cerrada la puerta de la iglesia que cae a aquella parte. Sale el Preste con su capa pluvial, y se sienta frente a aquella puerta. Ábrenla, y va entrando el primer niño con la soga o lazo con que prendieron a Jesucristo hasta el centro de la iglesia, en que el mucho gentío tiene hecha una espaciosa calle hasta la puerta principal, para que desde allí se encaminen todos; y al entrar, va cantando en tono muy lastimero al son de bajones y chirimías roncas: ESTA ES LA SOGA CON QUE PRENDIERON A JESÚS NUESTRO REDENTOR: CON QUE SE DEJÓ ATAR EL SEÑOR POR NUESTROS PECADOS: AY, AY, CRISTO, MI BIEN Y SEÑOR. Con este orden y esta explicación del paso, y el santo estribillo ¡ay, ay!, van entrando todos, que como son tantos, es larga la función: y prosiguen después en medio de la función sin cantar. Esta va alrededor de la plaza como la del Corpus: y todas las procesiones se hacen por el mismo estilo, no por las calles. Los músicos van cantando el MISERERE: y acabado, cantan y repiten las coplas de los pasos que cantaban los niños. Llévanse muchos pasos de bulto, y al salir el de Jesucristo a la columna y el de la Virgen llorando, levantan las mujeres el grito, llantos y alaridos, que enternecerían a las mismas piedras. Van cesando estos alaridos o llantos, y no se oyen sino cajas roncas, clarines roncos, el Miserere, y un grande confuso ruido de azotes, porque nadie habla una palabra. Azótanse casi todos los que no van ocupados en llevar los pasos u otro misterio. Su azote es una penca de cuero de vaca, sembrada de clavos, con las puntas hacia afuera, al modo de peine para apartar el hilo de la estopa, aunque no tan espeso. Con este tan horroroso instrumento se azotan tan sin tiento, como si fuera disciplina de algodón, y al día siguiente, de las muchas heridas que se hacen con mucho derramamiento de sangre, están ya con costras, sin haberles aplicado medicina alguna. Son muy diversas las carnes del indio de las nuestras, a semejanza de los brutos. No se tapan la cara para azotarse, que en ellos no hay vanidad ni otros reparos. Jueves, Viernes y Sábado santo se hacen las funciones de Misa, Profecías y demás ceremonias, como en las colegiatas de canónigos. Como aquellas iglesias son parroquias, se bendice la pila bauptismal con mucho adorno y majestad, la mañana del Sábado santo: sacan nuevo fuego. El fuego lo hace el sacristán con un eslabón: hace una gran fogata en el antepatio y en el pórtico. Bendice el párroco el fuego según el Ritual: y lo mismo es bendecirlo, rociarlo, e incensarlo, que con grande algazara echarse todos a coger los tizones, y con grande alegría lleva cada uno su tizón a casa, como fuego santo para tener nuevo fuego. No hay desorden ninguno en esta función. La mañana de resurrección es cosa de la gloria. Al alba, ya está toda la gente en la iglesia. Por calles, plazas y pórticos de la iglesia, todo está lleno de luces: todo es resonar cajas y tambores, tamboriles y flautas, tremolar banderas, flámulas, estandartes, y gallardetes en honra de las estatuas de bulto entero colocadas en medio, de Cristo resucitado y de su Santísima Madre: haciéndolas grande y sonora música los bajones, clarines, chirimías, órganos y todo género de instrumentos, que todos juntos, con muy alegres sones, concurren a causar una alegría del cielo. Los Cabildantes, los militares, los danzantes con las mejores galas y todas sus banderas y banderillas de varios colores. Sale el Preste con el más rico ornamento, de capa pluvial, etc. Inciensa a las dos estatuas. Sale la imagen de Jesucristo por un lado con todos los varones, el Preste y la música, y por el otro lado la Virgen, la música y todas las mujeres. En toda la plaza todo es batir y tremolar aquella multitud de banderas y gallardetes. Los músicos se deshacen cantando y repitiendo REGINA COELI LAETARE. Los clarines con las chirimías corresponden con tal destreza, que parece las hacen hablar. El LAETARE LAETARE es lo que repiten muchas veces con muchos gorjeos. Es composición muy alegre. Después de haber acabado las tres caras de la plaza, al encararse las dos imágenes en la cuarta, la de la Virgen se viene a encontrar con su SSmo. Hijo en medio de tres muy profundas reverencias a trechos, arrodillándose a ellas todo el pueblo. Ya a este tiempo repiten mucho más y con más estruendo y gorjeos de voces e instrumentos el REGINA y el LAETARE. Juntas las dos santas imágenes, sale una danza de Ángeles que son muchos músicos, al son de arpas y violones. Comienzan a danzar y a cantar a un mismo tiempo el REGINA COELI delante de las dos imágenes. Después de algunas mudanzas lo repiten en su lengua: y así alternando en latín y en su idioma, prosiguen y acaban todas sus mudanzas. Sale otra de naciones, hasta cuatro. Acabadas las danzas, vuelve la procesión con las dos imágenes por medio de la plaza, después de la incensación, que hace el Preste, cantando la oración correspondiente. Va por el mismo orden de alegres cánticos detrás e instrumentos, y el grande estrépito de repique de campanas y campanillas, que los monacillos van repicando al lado de las imágenes. Acabada la procesión, empieza la Misa solemne, y su sermón al Evangelio: y acabado todo, van a tomar la yerba, a beberla en su casa, y a prevenirse para el banquete o convite. Este día, por la circunstancia de procesión tan larga y sermón, no hay rezo y catecismo de cada domingo. Ahora me ocurre que dejé de poner la distribución eclesiástica del domingo donde le tocaba, que es después de la distribución cuotidiana. No es bien que la dejemos en blanco: pues es cosa de singular edificación. Distribución eclesiástica del Domingo Cada Domingo al amanecer, mientras los Padres están en oración, júntanse todos de todas edades y sexos en la plaza, divididos y apartados los hombres de las mujeres, los muchachos de las muchachas, como se hace siempre. Al tocar a salir de la oración los Padres, abren las puertas; entran las mujeres en la iglesia por las tres puertas del pórtico: y los varones por las de los costados. Los muchachos se quedan en el patio de los Padres: y las muchachas van al cementerio. En medio de la iglesia, entre los hombres y las mujeres, dando la espalda a éstas, se ponen en pie cuatro indios de las más claras voces, y todos los demás están de rodillas. Los cuatro comienzan el Padre nuestro y demás oraciones, que repiten todos. Acabadas éstas, se sientan, quedando en pie los cuatro. Estos comienzan el Catecismo. Dos de ellos dicen ¿Hay Dios? Responden dos: Sí hay. Prosiguen los dos: ¿Cuántos Dioses hay? Responden los otros dos: Uno no más. Responden todos lo mismo: y por este orden va todo lo demás, como se dijo hablando de la Doctrina de los muchachos. Supónese que todo va en su lenguaje: que si fuera en lengua latina o castellana, que no la entienden, poco les aprovecharía. Acabadas las oraciones y el Catecismo, dicen los cuatro: "Este es el modo de contar: uno." Y responden todos: uno. -- "Dos"; y responden dos. -- "Tres", y responden todos tres: y así van hasta ciento, y de ahí a 200, etcétera, hasta mil. De uno a cuatro inclusive cuentan en su lengua, y es: petey, mocoy, mbohapí, irundi. De ahí en adelante, en castellano, porque en su lenguaje sólo cuentan hasta cuatro. Para cinco, dicen: una mano: peteipó, y muestran los cinco dedos. Para seis: una mano y un dedo, etc. Para diez: dos manos. Para veinte: manos y pies: y de ahí arriba dicen: etá, muchos: y no saben más: tan corto quedó su entendimiento. Acabado el modo de contar, dicen: estos son los meses del año, Enero: y responden todos: Enero, y así hasta Diciembre. En su lengua no tienen nombre de meses, sino una luna, dos lunas, etc.-- Después dicen: estos son los días de la semana: lunes: y responden lunes: y así hasta el domingo: todo en castellano: aunque a estos días les han puesto nombres en su lengua. Al lunes, mbayapoipí, trabajo primero; al martes, mbayapomocoi, trabajo segundo, etc. Al jueves llaman teique, entrada, porque a los principios, no sólo los Domingos entraban en la iglesia, sino también el jueves. Al sábado, víspera de fiesta: y al Domingo, día de fiesta. Todo esto que hacen los hombres y mujeres en la iglesia, hacen los muchachos aparte con sus alcaldes en el patio, y las muchachas en el cementerio. Acabado todo esto, entra un Padre, el semanero, a hacerles una plática doctrinal, habiendo entrado para esto los niños y las niñas. Acabada la plática, se reviste el Padre con capa pluvial, y sale al Asperges, que entona en las gradas del altar mayor: salen con él los Acólitos con el calderillo del agua bendita y el hisopo, uno y otro de plata: prosigue asperjando por toda la iglesia: y los músicos entretanto cantan lo que corresponde. Vuelve a las gradas del Altar, y dice los versículos del Ritual, cantando todos. Después entra la Misa con toda solemnidad. Cantan los músicos lo que les toca, Gloria, Credo, etc., en varias composiciones que tienen: un domingo una, otro otra. Desde la Septuagésima a Pascua, cantan en tono gregoriano, según la rúbrica. Acabada la Misa, salen todos adonde les toca: los hombres y muchachos al patio del Padre: las mujeres y muchachas al cementerio: y luego, en el patio, uno de los Cabildantes más hábiles repite a todos la plática: y el día del sermón repite el sermón: y algunos tienen tal memoria, que la repiten puntualmente toda. Otros que no llegan a tanto, repiten lo que pueden, y añaden otras cosas santas: pero nunca se paran, ni les falta que decir por media hora y más. El exordio es muchas veces: "Ya veis, hermanos míos, que estos Padres están quebrantándose la cabeza con nosotros, en busca de nuestro bien espiritual primeramente, y después del temporal: de manera que sin ellos nada tuviéramos: ya veis como nada buscan de nosotros para sí, sino que antes bien están buscando para nosotros. Vienen con sus estampas, medallas y abalorios que reparten entre nosotros; y después de haber trabajado mucho, se van según el orden de su Superior, y nada llevan. Y sabéis como dejaron sus padres, sus madres, sus parientes y sus países: aquellas tierras tan fértiles y deliciosas de la otra parte del mar, y con tantos peligros, por un mar tan dilatado vinieron a hacernos tanto bien: por tanto debemos respetarlos, honrarlos y obedecerlos, etc."-- No hay cosa que les mueva tanto, como esto de dejar sus padres y su país por ellos. A las mujeres repite la plática un Alcalde viejo. Acabada la plática, los Secretarios de cada parcialidad cuentan a todos de toda edad y sexo por sus listas, para ver si ha faltado alguno a Misa: dan cuenta al Cura, y él averigua si estuvo impedido. Si fue culpado, se le busca y castiga. El castigo son 25 azotes. Luego se dice la Misa segunda para los convalecientes, e impedidos en la primera. Después se reparten las faenas de toda la semana, y se van a comer y a jugar a la pelota, que es casi su único juego. Pero no la juegan como los españoles: no la tiran y revuelven con la mano. Al sacar, tiran la pelota un poco alto, y la arrojan con el empeine del mismo modo que nosotros con la mano: y al volverla los contrarios lo hacen también con el pie: lo demás es falta. Su pelota es de cierta goma, que salta mucho más que nuestras pelotas. Júntanse muchos a este juego y ponen sus apuestas de una y otra parte. A la tarde se ejercitan en la plaza al blanco con flechas, y con escopeta cuando hay pólvora y balas, que de uno y otro suele haber mucha carestía; y con esto se acabó el domingo. Sus convites Casi en cada fiesta y venida de viajes, hay banquetes: y en todas las bodas. Hácenlos, no dentro de sus casas, sino en los soportales. Disponen varias mesas en diversos sitios: de cada una cuida uno de los principales, que señala el Padre. Dales el Padre por la mañana una vaca para cada mesa. Ellos la aderezan en su casa: y añaden de sus bienes batatas, mandiocas y legumbres. Algunos que fueron panaderos en casa del Padre, hacen algunos panes de trigo, pero pocos. Compuesto ya todo, vienen los de cada mesa a casa de los Padres con el santito de bulto o pintura sobre una mesita, y en ella vienen algunas gallinas asadas, los panes y algunas tortas de mandioca. Pone cada uno su mesa con su santo y viandas en el patio enfrente del refectorio de los Padres, mientras ellos están comiendo, y en el suelo, delante de la mesa, ponen unos grandes calabazos de chicha de maíz o aloja, que es su vino, y de quien ya dije que la hacen floja, que nunca embriague. El mayordomo, por orden del Padre, pone al lado de los calabazos un barreñón de sal, otro de yerba, otro de miel de caña dulce, otro de tabaco para mascar en manojos: un saco de melocotones pasos o secos, de que se hace mucha provisión con tiempo: otro saco con naranjas de la China, de que hay mucho: y algunas otras cosas, según el tiempo. Hacia la portería están prevenidos los tamboriles y flautas, los Capitanes de milicia con sus picas largas, y los Alféreces con sus banderas, y en las mayores fiestas añaden clarines y chirimías. Todo eso se hace sin bulla y con gran silencio. Luego que salen los Padres del refectorio, bendice uno con una corta oración todas aquellas mesas, y los muchachos músicos, que con otros están prevenidos, cantan una breve canción en su lengua, que es bendición y acción de gracias; y al punto que la acaban, resuenan todos los tambores y demás instrumentos. Tremolan y juegan las picas los Capitanes, baten las banderas los Alféreces, y cargan con sus santos en las mesas y los demás comestibles los que los trajeron: y con festejo, llevan todo aquello a la plaza, donde les espera un trozo de caballería militar: y parando un poco los de los santos, hacen con sus caballos varios festejos en honra suya: y los de las picas y banderas, vuelven a jugarlas otra vez. De aquí se encaminan al lugar del convite: precediendo los tamboriles y flautas: y ponen al Santo por cabecera de la mesa. Siéntanse en sus bancos: que estos son sus sillas. No usan cuchara, y tenedor, ni manteles, ni servilletas. Ponen a cada uno un puñado de sal. No echan sal en la olla. Sacan su guisado, no en fuentes, sino a cada uno en su plato. Van comiendo y mojando en la sal, al modo que nosotros hacemos con la salsa: y de cuando en cuando van dando sus vasos de chicha. Es muy ordinario en estos convites estar parte de los músicos tocando y cantando, ya en latín, ya en español, ya en su lengua, algunos motetes en honra del Santo. Acabada esta mesa, entra la segunda y tercera, y se acaba todo con mucho sosiego, quietud y alegría cristiana. Aquellos muchachos que dije a la bendición, son los monacillos, los tiples de la música y los que aprenden instrumentos, los hijos de los caciques, cabildantes y mayordomos. A éstos se les da de comer en casa del Padre. A la noche se van a sus casas. Matrimonios y bodas Ya dije en otra parte que llegando los varones a 17 años, y las hembras a 15, todos se casan. No pueden ser de uno en uno, ni de dos en dos, porque como son pueblos grandes, y no hay más de una parroquia, no habría días de fiesta para echar en ellos las amonestaciones según el Ritual, tres veces. Cásanse muchos juntos. Léense a todo el pueblo los impedimentos del matrimonio: hacen al pueblo la lista de los que se quieren casar. En la iglesia van llamando a cada uno de ambos sexos, y pregúntale en secreto si viene de su voluntad, considerada la cosa, a casarse, o violentado de sus padres, o de su cacique, u otro: y si ha pensado bien lo que hace. Rara vez sucede en este lance no encontrar uno o dos que dicen le han violentado, y que no se quiere casar con el asignado en la lista. Y si el Padre no hiciera esta diligencia, callaría y se casaría. Enterado ya el Cura de que aquello es voluntario, lee las amonestaciones los tres días de fiesta contiguos, que dice el Ritual y encarga mucho que el que supiere algún impedimento, lo venga a decir: y repite aquellos más obvios. Visto ya que no hay impedimento, se ponen todos en hilera delante de las puertas de la iglesia por la lista que tiene el Secretario mayor, que los pone en gran orden. Acuden los Cabildantes y gran parte del pueblo. Sale el Cura con sobrepelliz, y capa pluvial de las más ricas: y los acólitos con su cruz, calderilla e hisopo, todo de plata: y una rica fuente con los anillos, y los trece reales de plata ensartados en hilo de plata. Todos están callando durante la función, sin gracias, ni chanzas, o cosa equivalente: considéranla como cosa sagrada. Toma el Padre el mutuo consentimiento a cada uno, y los asperja. Pero antes les hace una plática, en que les explica muy bien qué cosa sea aquel sacramento, y las obligaciones de él, y pregunta a los Cabildantes, a todo el pueblo asistente si hay algún impedimento. Después les da los anillos y los trece reales que son las arras, y el novio se los pone y da a la novia, según el Ritual. No los traen de su casa. Están guardados siempre en casa del Padre: y unos anillos y arras sirven para todos. Dadas y recibidas estas prendas en señal de matrimonio, las vuelven a la fuente. Tómanlas los segundos, y así van pasando de unos a otros. Acabadas estas ceremonias, entran en la iglesia hasta las gradas de la barandilla, y mientras entran, cantan los músicos en tono alegre el salmo UXOR TUA SICUT VITIS ABUNDANS, FILII TUI SICUT NOVELLAE OLIVARUM, etc. Díceles el Padre las oraciones del Ritual. Síguese la Misa con todas las ceremonias del caso. Póneseles a todos, ya en la barandilla, el collar, y la banda, cosa muy vistosa, que se guarda para todos, como las arras. Después comulgan y dan gracias. Para dar gracias en éstas y en todas las comuniones de todos los demás, hay una oración devotísima, en una tabla. Esta la coge uno de clara voz, y por ella va dictando a los demás lo que han de decir: y ellos responden. De otra suerte, el indio estaría allí sin saber qué hacerse. No son capaces de oración mental: como nosotros cuando muchachos: sino de vocal: y decir lo que les dictan. Dadas las gracias, vienen todos los novios a besar la mano al Cura. A cada uno le da un hacha y un cuchillo: instrumentos necesarios para sus labores: porque desde que se casan, empiezan a hacer sementeras: y a las novias hace dar abalorios. Van a sus casas, y los padres y parientes de la novia la conducen a la de su marido, que vive con su padre, hasta algunos años que haya aprendido a cuidar de lo doméstico. Uno le lleva la hamaca: otro los mates: otro las ollas y alguna alhajuela: que a esto se reduce todo el ajuar y éste es el dote. Luego se previene el convite de las bodas, dando el Padre las vacas. Llevan el santico con algo de comida a la bendición, dándoles allí de las cosas de la casa, y con el festejo de tamboril, etc., que ya dije. La boda se hace con gran modestia. Para que se vea cómo son, diré un caso. Estando yo cuidando de un pueblo que pasa de mil familias, casé una vez 90 pares. Como eran tantos, repartí el convite en cuatro partes del pueblo, con cuatro vacas, al cuidado de los principales indios. Al tiempo del convite, quise ir ocultamente a ver lo que hacían. Llegué de repente, sin saberlo ellos, al primero: y estaban los novios a un lado y las novias enfrente, comiendo con gran sosiego y modestia, allí delante una mesa: y en ella una devota estatua de la Virgen, y los músicos cantanto los gozos de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza: PUES A ESPAÑA COMO AURORA, en castellano, al son de arpas, y violines. Cierto que no pude contener las lágrimas de gozo, viendo un modo tan cristiano y devoto. Voy a otro convite, y encuentro lo mismo con otros músicos tocando otras cosas. Aprendan de aquí los cristianos europeos de tanta cultura a celebrar sus profanas bodas. Fiesta del patrón del pueblo Esta la celebran con singular solemnidad y cristiandad. Previénense días antes para la confesión y comunión, en que hay mucho concurso. Convídanse Padres de otros pueblos para el sermón, y los tres de la Misa, y algunos otros. Los indios tienen preparados muchos caballos de los más gordos, llenos de cintas, cascabeles y plumajes de varios colores. Están alerta para cuando vienen los convidados. El Cura y su Compañero los salen a recibir a caballo a cierta distancia del pueblo: y con ellos aquella turba de caballería galana, con sus ginetes de gala; y si esto no se les permitiera, sería el mayor sentimiento para ellos. Entran los huéspedes en el pueblo; y se apean en la puerta de la iglesia, con mucho estrépito de cajas y todo género de instrumentos: entran en ella, y con éstos todo lo principal del pueblo, y gran parte del vulgo. Hacen oración, y cantan los músicos con toda solemnidad el TE DEUM LAUDAMUS. La víspera, al punto de mediodía, estando ya preparados en la puerta de la iglesia el Alférez Real (que lo hay en todos los pueblos), con el estandarte Real, y su paje a la gineta, acompañado de todo el Cabildo y militares, todos de gala, salen todos los Padres a la puerta. Allí el Padre más condecorado echa agua bendita al Alférez, y entran todos, y con ellos casi todo el pueblo, echándoles agua bendita al entrar. Entonan los músicos el MAGNIFICAT con cuantos instrumentos hay. No queda aquel día caja, tamboril, flauta, pífano, pandero ni sonaja que no salga: y todos estos rudos instrumentos resuenan con los suaves al llegar al GLORIA PATRI. Acabado éste, sale el Alférez con toda su comitiva, y se le da agua bendita, y a lo restante del pueblo. Va acompañado de toda la milicia a poner el estandarte en un castillo postizo, que a este fin está preparado en la plaza. Luego toda la milicia de a caballo y de a pie, hace varias correrías, zuizas y mudanzas, primero en honra del Santo, Patrón del pueblo: y después del Estandarte del Rey. Hecho esto, viene el Alférez con toda su comitiva de Cabildo y gentes militares, y se sientan en sus bancos de Cabildo, enfrente del pórtico de la iglesia. Los Padres toman asiento en el pórtico. Salen los danzantes, y empieza la primera danza el paje de gineta solo con la insignia de plata del Alférez en la mano. Después de esta danza, salen los demás danzantes, haciendo hasta cuatro danzas diversas, de ocho y más danzantes en cada una: y con esto se acaba esta primera función. A las cuatro o cinco de la tarde, repican todas las campanas a vísperas. Vienen todos a la puerta de la iglesia. Salen los Padres a recibir al Alférez, que es el que preside en todo, con agua bendita, como al mediodía. Revístese el Preste con capa pluvial, y el Diácono y Subdiácono con dalmáticas, todo lo más rico que hay. Lo ordinario son estos ornamentos de brocado de oro. En algunos pueblos, de tisú. Los demás Padres se ponen sobrepelliz. Todos los monaguillos van con roquetes muy guarnecidos de encajes. Entona el preste el DEUS IN ADIUTORIUM INTENDE: dale la Antífona el Diácono y el Subdiácono, después de una profunda genuflexión al SSmo. y reverencia al Preste. Hácense las Vísperas, no en el coro alto, sino en medio de la iglesia, y para asientos, hay tres sillas muy ricas, aforradas de terciopelo carmesí galonado de oro: y para los monacillos hay otras sillas muy vistosas y lucidas. Los demás Padres se asientan en las sillas ordinarias, como las de sus aposentos. Danse después las demás antífonas al Diácono y Subdiácono y demás Padres, para que las entonen. Hácense todas las Vísperas según el Ritual, echando el resto de toda la solemnidad. Acabadas ellas, y dejados los ornamentos de los sacerdotes, se saca al Alférez hasta el pórtico, siéntase en él con toda la comitiva como al mediodía, y los Padres dentro. Comienzan las compañías de danzantes, después de festejar el Estandarte, y danzar cuatro de las mejores danzas, entreveradas con graciosos entremeses, que hacen los indios hábiles para eso. Danzan y entredanzan con gran gusto del pueblo, que gusta de ello aun más que de las mismas danzas: y jamás hay entre ellos una menos decente. A la noche, a cosa de las nueve, hay también su festejo. Previenen ante el pórtico de la iglesia lucientes hogueras y gran multitud de campanas. Vienen los Cabildantes (que aquellos días siempre andan con sus galas de seda), acompañados de 30 ó 40 danzantes en diversos trajes, a lo español, a lo turco, a lo asiático, y otras naciones, y algunos con vestido cómico, a convidar a los Padres: y todos los danzantes vienen con linternas en alto, sobre unos palos muy pintados y vistosos. Llevan a los Padres al pórtico. Siéntanse los principales en sus bancos, y sale a danzar aquella grande turba de lucientes danzantes, todos con sus linternas, con gran variedad de posituras y mudanzas, y con grande artificio, formando motetes, y aun versos de alabanza al Santo Patrón, con las letras que en sus posituras hacen. Sale otra danza de 20 ó 30, cada uno con su instrumento músico, danzando y tocando: así prosiguen hasta cuatro diversas danzas, y con sus entremeses entre una y otra: y como son de muchos y artificiosos jeroglíficos, duran mucho. A la mañana después de haber salido de oración los Padres (que ni aun en estos días de tanto trabajo se deja ni se acorta), repican las campanas; resuenan todos los instrumentos ruidosos, y en la plaza es algazara, carreras de caballos y remedos militares, festejando al santo Patrón, y honrando el Estandarte Real, cuyo Alférez lo conduce a la Misa. Van todos los Padres a recibirle por lo que representa. Danle agua bendita, y con grande autoridad le introducen a su asiento, que es una silla rica, y bien guarnecida, y con su cojín cerca de las barandillas, presidiendo a los bancos de Cabildo. Comenzada la Misa, y al Evangelio, desenvaina la espada, y levantándola en alto con brío, se mantiene así todo el tiempo del Evangelio, dando a entender el deseo y prontitud para defenderlo. Síguese el sermón, y lo restante de la Misa. Dicen los Padres sus Misas, habiendo acompañado antes al Alférez y su comitiva hasta el pórtico. Mientras duran las Misas rezadas, previenen en la plaza sus funciones militares y festejos. Vienen a avisar que ya está todo prevenido. Salen los Padres al pórtico, y allí se ven ocho compañías de soldados con sus uniformes y armas, con banderas muy vistosas, cuatro de caballería y cuatro de infantería. Están éstas formadas en medio de la plaza: aquéllas en las cuatro esquinas. Sale por un ángulo el maestre de campo, y por otro el Sargento mayor de uno y otro cuerpo, dando sus cargas, y haciendo sus escaramuzas, con las que se desafían. Dispara uno contra otro una pistola: y a esta señal sale con gran furia toda la caballería por las cuatro partes a carrera abierta, rodeando la infantería, haciendo ademán de quererla romper: pero ellos se defienden mucho con lanzas, a los costados, y espadas con rodelas por todos lados: y desde el centro con muchos tiros de escopeta, y en algunos pueblos con piezas de campaña, y algunas veces arrojan cohetes a los pies de los caballos. Finalmente, después de muchas vueltas, de romper, y acometimientos, abre calle por la infantería. Allí son los tiros, las defensas y los esfuerzos. Arrebátanles una bandera, y con ella fuertemente amarrada (que son grandes), va a carrera abierta el que la cogió, corriendo alrededor de la plaza, como cantando la victoria, a quien siguen todos los suyos: y no la lleva recogida, sino desplegada, que es menester mucho esfuerzo para mantenerla con tanta violencia en el correr. Vuelve la caballería a hacer esfuerzos y acometimiento para romper: y por mucho que se esfuerzan para la defensa los infantes, les van quitando la segunda, tercera y cuarta banderas: y al fin, desbaratados y vencidos, los llevan en cuatro trozos, rodeados de la caballería, y los meten por los ángulos de la plaza. Es función realmente digna de verse, porque son excelentes ginetes; y el indio a caballo parece otro hombre. Y más con los vestidos, y uniformes y otros adornos que llevan, y con tantas cintas y cascabeles, y plumajes de los caballos. Después de esta función militar, se acercan al pórtico y se hacen cuatro danzas como las dichas, pero diversas, porque son tantas, que no es menestar repetir alguna. Y con esto se van a prevenir los convites, que son tantos este día, que casi no caben en el patio del Padre las mesas, con sus santos a bendecir. Casi no hay cacique, ni Cabildante ni mayoral que no tenga su convite aparte. Hácenlos con la circunstancia ya dicha de los demás: pero hoy añaden a ellos más solemnidad: y aquella bendición cantada que echan los muchachos después de la del Padre, es hoy a punto de música, con arpas, violines, etc., y con su banderilla, que es de seda, hacen el compás. Para esta tarde, que es la sustancia de la fiesta, previene el Padre gran multitud de premios, cuchillos, navajas, peines, rosarios, medallas, lienzo llano, lienzo de varios colores, de algodón, bayeta, pañete, paño de sempiterna, paños de manos, sombreros, monteras, botones de metal y otras materias, agujas, alfileres, abalorios, cuentas de vidrio de varios tamaños y colores, yerba, tabaco, sal y otras cosuelas; cosas todas que ellos estiman mucho. Para cada convidado se pone cantidad de estas cosas, para que vayan repartiendo: y para el Cura, como quien ha de repartir más, mucho más. Previénese un tablado junto al castillo del Estandarte Real, con los asientos necesarios para todos los Padres, o junto al pórtico de la iglesia. A cosa de las tres vienen los principales a convidar y conducir a los Padres. Van al tablado, y en algunos pueblos a esta hora, o la noche antes, hacen una ópera al modo italiano, con su vistoso teatro, cantada toda al son de la espineta, con las personas correspondientes, y en castellano. Son devotas las que saben; y una hay de la renuncia que hizo de su reinado Felipe V, entrando por personas Felipe V y su hijo D. Luis, varios grandes de España, y otros: y ni ésta, ni en las demás, hay papel de mujer. Todos están con el vestido correspondiente al personaje que representan: y todo va de memoria, no por el papel. Al ejército del General D. Pedro Cevallos, aposentado en el pueblo de San Borja, ya evacuado de indios, por ser uno de los de la línea divisoria, llamamos por insinuación mía (hallábame yo con S. E.), algunos músicos y danzantes de otro pueblo para celebrar o ayudar a los del ejército, a celebrar las fiestas Reales de la coronación del señor Don Carlos III. Duraron las fiestas veinte y un días. Al principio hacían los indios cuatro danzas todos los días: y gustaban tanto de ellas los españoles, que prosiguieron haciendo seis. Sabían 70 danzas diversas. Hicieron algunas óperas, y entre ellas esta de la renuncia de Felipe V. Admirábanse notablemente de la destreza de la música, y aun más de la propiedad en representar las óperas: y no podían entender cómo sin saber castellano, hablaban y accionaban con tanta propiedad. Todo lo hace la constancia en enseñarles, su buena memoria y mucha paciencia. Volvamos al tablado. Delante de la silla de cada Padre se ponen unos cestos de los premios dichos. Empieza la función la milicia en forma de batalla, al modo de la mañana; pero ahora con más célebres circunstancias. Acabada ésta, salen las compañías de danzantes, y aquí echan el resto de toda especie de danzas de blancos, negros, moros, cristianos, ángeles, diablos, serias y burlescas. Van los Padres repartiendo premios, no sólo a los de la fiesta, sino a todos los demás beneméritos. Van llamando a los carpinteros, horneros, rosarieros, estatuarios, y todo género de oficios: a los sacristanes, a los mayordomos o mayorales, y todo indio de alguna distinción. Como sabe el Cura quién lo merece mejor, suele llevar una lista, y por ella va llamando a los que más han trabajado en bien del pueblo. Para los restantes del pueblo se va arrojando aquella multitud de rosarios, medallas, agujas, alfileres, peines, mates, navajas, abalorios, botones, tabaco en manojos, etc. Y no obstante la bulla, algazara, y gresca como hay en estas cosas, nunca hay pendencias, desgracias ni riñas, sino risas y alegría. Es gentío pacífico y humilde. Después entra el correr la sortija. Ponen una sortija en medio de la plaza, colgada de un palo atravesado, que estriba en dos pilares. Toma el Corregidor un palo de lanza, y a carrera abierta va a meterlo por aquella sortija. Si lo mete, prende de tal modo la sortija, que se desprende y va metida en el palo. Si de la primera vez no la llevó, vuelve a correr hasta tres veces. Vuelven a ponerla: y le sigue el Alférez Real: después, los demás Cabildantes y cabos militares: y a cada uno que llevó la sortija, toda la caballería da unas cuantas carreras alrededor de la plaza, gritando y apellidando el nombre del santo Patrón. Y con eso se acabó al entrar la noche esta tan solemne función. Castigos, Jueces y Pleitos En cada pueblo hay dos cárceles: para hombres y mujeres. La de los hombres suele estar en una esquina de la plaza, frente a la iglesia. La de las mujeres, en la casa de las recogidas. No están encarceladas, sino libres. Andan de beatas: aunque no salen sino juntas y con su Superiora. Allí se ponen, con grillos o sin ellos, las mujeres delincuentes. Aunque este gentío es de genio humilde, pacífico y quieto, especialmente después de cristianos, no puede menos de haber en tanta multitud algunos delitos dignos de castigo. En toda la América, los Curas, clérigos y regulares, castigan a sus feligreses indios. Para todos los delitos hay castigo señalado en el libro de Órdenes: todos muy proporcionados a su genio pueril, y a lo que puede el estado sacerdotal. No hay más castigo que cárcel, zepo, y azotes. Los azotes para los varones son como para los muchachos. A las mujeres se les azota en las espaldas y como en oculto, en la casa de las recogidas, por mano de otra mujer, que ordinariamente es superiora suya. El verdugo de los hombres es el Alguacil mayor. Entre ellos es honra este oficio. Los azotes nunca pasan de 25. Si el delito es grande, se repiten los 25 algunas veces en diversos días. Todos los encarcelados de ambos sexos vienen cada día a Misa y a Rosario con sus grillos, acompañados de su Alguacil y Superiora: y a vísperas solemnes cuando las hay: y a las demás funciones públicas de iglesia. Como el castigo es de Padre y no de juez profano, no les vale la iglesia. El Cura es su padre y su madre, juez eclesiástico y todas las cosas. Cayó uno en un descuido o delito: luego le traen los Alcaldes ante el Cura a la puerta de su aposento: y no atado y agarrado, por grande que sea su delito. No hacen sino decirle: VAMOS AL PADRE: y sin más apremio viene como una oveja: y ordinariamente no le traen delante de sí, ni en medio, sino detrás, siguiéndoles: y no se huye. Llegan a la presencia del Cura. "Padre, dicen los Alcaldes o el Alguacil: éste no cuidó de sus bueyes que llevó para arar sus tierras. Se los dejó solos junto al maizal de esotro: y se fue a otra parte. Entraron al maizal e hicieron un grande destrozo en él." Averigua el Padre cuánto fue el daño, la culpa que tuvo, oyendo los descargos, etc. Pónele delante su delito al delincuente, ponderándolo con una paternal reprensión, y concluye: "Pues has de dar tantos almudes de maíz a éste tu prójimo: y ahora vete, hijo, que te den tantos azotes", 25, v. g. y encarga al Alcalde la ejecución de la paga. Siempre se les trata de hijos. El delincuente se va con mucha humildad a que le den los azotes, sin mostrar jamás resistencia: y luego viene a besar la mano al Padre, diciendo: AGUYEBETE, CHERUBA, CHEMBOARA CHERA HAGUERA REHE: Dios te lo pague, Padre, porque me has dado entendimiento. Nunca conciben el castigo del Padre como cosa nacida de cólera u otra pasión, sino como medicina para su bien, y en persuadirles esto inculcan los Cabildantes cuando los domingos repiten la plática del Padre. Es tanta la humildad que muestran en estos casos, que a veces nos hacen saltar las lágrimas de confusión. Con lo que dijo el Padre todos quedan contentos: no hay réplica ni apelación. Y no es esto de tal cual vez: siempre sucede así. Traen otro: "Padre: éste mató un buey manso de los dos que le dieron para su labor: y no teniendo leña, cogió la hacha, e hizo pedazos el arado, o el mortero de majar maíz, y con ella se lo asó y comió." Semejantes delitos suceden. Hácele cargo el Padre: "Pues ¿porqué hiciste, hijo, un desatino como éste?" Y comúnmente calla o responde: CHE TA LIRAMO: CHE TA LIRAMO: "por ser yo un tonto", "Pues si tú matas un buey, y el otro, otro y otro, ya no tendremos bueyes en el pueblo": y suele responder: "pues mi cuerpo lo comió, que mi cuerpo lo pague." "Pues vete, hijo, que te den 25." Va con grande mansedumbre, y recibe sus azotes, y viene a besar la mano dando gracias por ello. Estos son los juzgados que allí se hacen, atenta la capacidad de la gente y el amor de padres que se usa. Ocurren algunas diferencias y pleitos. Los más ordinarios son sobre límites de tierras: porque aunque hay títulos de ellas, dados y firmados de los Gobernadores en nombre del Rey, suelen con el tiempo mudarse los nombres de ríos o cerros, etc., linderos de las tierras, de que se siguen dudas y diferencias. Los indios comprometen en lo que dijeren los Padres, sin acudir a la Audiencia de Chuquisaca, 600 leguas distante, como hacen los españoles con tantos gastos. Sucede en una ciudad que dos hombres de razón tienen su diferencia o pleito sobre tierras, casa, u otro interés. Para evitar reyertas y gastos, se conciertan en ir a un ciudadano inteligente y de mucha equidad, prometiendo estar a lo que él dijere. Esto nadie puede condenar, sino alabar. Esto es lo que hacen los indios con los Padres. Para esto hay tres Padres que deciden los pleitos del río Uruguay, que son 17 pueblos: y otros 3 para los del Paraná: de modo que los del Paraná juzgan los pleitos del Uruguay: y los de Uruguay los del Paraná. Y no puede ser juez el que ha sido Cura en algunas de las partes. Esto se hace para que el afecto no incline a más de lo justo: y cuando el pleito es de un pueblo de un río con el de otro; entra un juez de cada río, y el Superior es el 3.er juez: y éstos son los más experimentados: y tienen los libros que tratan de las leyes de las Indias, Cédulas Reales, etc. por donde se guían. Hacen su papel los indios: hace el Cura el suyo: preséntanlo a los jueces: cotejan las dos partes, y deciden a pluralidad de votos: y con eso, sin más gastos, se acaba todo. Entre los treinta pueblos, hay seis que son colonias de otros: porque, pasando un pueblo de mil quinientos vecinos, es difícil el gobernarlo, y así se suele dividir y suele ser mitad por mitad. El modo que en esto se tiene es éste. Llega un pueblo a 1.600 vecinos: trátase de dividirlo: buscan territorio a propósito de buenas aguas para beber, río o arroyo para lavar y bañarse: abundancia de bosques para leña, tierra fructífera de migajón: y un sitio algo eminente y llano para el asiento del pueblo, sin pantallas de montes altos o sierras que le estorben, en tierras tan cálidas, el ser bien batido de los vientos. De las estancias de ganado del pueblo le dan como la mitad de su territorio, si se puede dividir: o buscan otro, comprándolo. Señalan la mitad de las familias, con sus caciques. Envían dos Padres de los más ancianos y prácticos al repartimiento de tierras. Registran los almacenes, trojes y graneros, y van separando la mitad de todo. Van a los vestidos de Cabildantes, militares y danzantes, y hacen lo mismo. A los ornamentos sagrados, frontales, casullas, la mitad de cada color. Las sillas, candeleros, mesas de los aposentos, domésticos, instrumentos de cocina, la herrería, carpintería, platería, etcétera, todo lo dividen, mitad por mitad en cuanto a la cantidad y calidad. Toman razón de todo el ganado mayor y menor que hay en el pueblo y en las estancias; y asimismo lo dividen por la mitad. No para aquí este punto. Como la iglesia, casas de los Padres, y del pueblo, son tanto de los que se han de ir, como de los que se quedan, todo lo valúan los dos Padres, haciéndose cargo de los materiales, de todas sus partes y valor de cada cosa en aquella tierra, etc. Por eso escogen a los que entienden muy bien de la materia: y como los Misioneros están trazando frecuentemente poblaciones nuevas, casas y templos nuevos, por haberse envejecido los primeros, se aplican a libros y tratados de arquitectura, y muchos de ellos han sido directores y maestros de esto; se encuentran quienes puedan hacer esta tasa con toda cuenta y razón. La mitad del valor de la iglesia, casas, etcétera, queda a deber el pueblo que queda a los que se van: como que hicieron por junto con todos los demás esas cosas, tanta parte tienen ellos, como los otros a quienes se las dejan. El pueblo que queda va pagando a los nuevos colonos poco a poco lo que queda a deber, que no se les aprieta: y en algunos es tanto, que ni en 20 años puede pagar. Con toda esta equidad, cuenta y razón hacen estas cosas. Y como caen en manos de sujetos de tanta conciencia, que este es el norte de todas sus acciones, se repara en las cosas más menudas: y va todo con toda justicia y legalidad, con toda equidad y sosiego, sin inquietud y pleitos. La mayor dificultad está en mudarse. Muchos se vuelven atrás contra lo que prometieron. Lloran y más lloran, por no dejar su nativo suelo, se agarran a los pilares de la iglesia y se están sobre las sepulturas de sus abuelos y parientes, no queriendo apartarse de sus huesos. Es menester mucho de Dios y de fuerza y violencia para hacerlos caminar: y aun después de vencida esta dificultad, se vuelven muchos de la colonia a su pueblo: y son menester castigos y violencias para hacerlos volver. Tanto como esto cuesta: siendo como es, para bien suyo: pues siendo el pueblo tan grande, es menester que muchos tengan sus sementeras tres y cuatro leguas distantes del pueblo, según el modo que tienen de hacerlas, y que no se pueden disponer más cerca, atenta la calidad del terreno y cortedad y falta de habilidad del gentío: y el ir y volver, y más a pie, y tan frecuentemente, a tanta distancia, es un trabajo muy considerable: a que se allega que no pudiendo visitar bien tales sementeras, no hacen cosa de provecho, por su innata desidia, que necesitan de tanto cuidado, de estímulo, y aun de castigo, como ya se dijo, hasta para las cosas de tanta utilidad suya. Síguenseles también otros muchos daños de no dividir los pueblos, que sería largo expresarlos. Después de años que están ya de asiento, como experimentan las conveniencias que tienen, que muchas veces son mayores que las que tienen los que se quedaron, ya se aquietan. Aunque en las demás cosas son tan obedientes a los Padres, en esta de dejar sus tierras, cuesta mucho hacerles obedecer. Por eso cuando en fuerza de la línea divisoria se les mandó transmigrar, padecimos tanto en este punto por su resistencia. Y como se les mandaba (además de su destierro) dar a los portugueses (que los tenían por enemigos antiguos) sus casas, sus iglesias, tierras, planteles de yerba, etc., que por tantos años habían sudado: creció más esta dificultad, hasta hacérseles imposible. Visita del señor Obispo Los señores Obispos, aunque no pueden ir a visitar a los regulares de vita et moribus, por privilegios pontificios y Reales; deben no obstante, visitarlos cuando son Curas, en lo tocante a sus oficios: si doctrinan a sus feligreses: que ornamentos hay, y con qué decencia: cómo está la pila bautismal y demás vasos sagrados: en qué estado están las cofradías. Recíbese con toda autoridad. Salen los Cabildantes y militares todos de gala a recibirle, una legua y más, del pueblo, con sus instrumentos bélicos y músicos, con bajones y chirimías, todos a caballo. Llega a la entrada del pueblo, donde lo recibe el Cura revestido, con las ceremonias de su Ritual. Por donde pasa, todos se arrodillan, recibiendo la bendición. Llega al templo, y cantan los músicos el Tedéum, siguiéndose las oraciones y demás ceremonias. El día siguiente visita la iglesia, ornamentos y todo lo demás. Después hace las confirmaciones, que como no viene sino después de muchos años, son muchos centenares y aun millares. El año 1763 fue la última visita del pueblo en que yo estaba, y hacía 21 años que no había habido otra. A otras Misiones suelen tardar más en ir: y a alguna nunca van. Se excusan por sus ocupaciones, sus años, sus achaques, y la longitud, aspereza, e incomodidades de los caminos. Los aliviamos cuanto podemos, dándoles carruaje, cabalgaduras, etc., y haciendo todos los gastos, aunque se detengan mucho más de lo decretado; y todo de balde, sin paga ni recompensa alguna: y siempre le hace el pueblo un presente de valor de cien pesos o más: y se le da un Misionero que siempre le acompaña, para dirigir los indios sirvientes, y todo lo perteneciente al viaje, para que sea con la comodidad posible. Por esta tardanza, el Papa Benedicto XIV dio facultad de administrar el sacramento de la Confirmación a todos los Superiores de nuestras Misiones, cuando vienen a la visita de sus súbditos: y a todos los Curas en la hora de la muerte, para que ninguno se prive de este saludable sacramento. El modo de administrárselo es éste: Juntos ya en la iglesia los confirmandos con los padrinos, van trayéndolos con mucho orden al señor Obispo. El Cura a un lado con su lista le va dictando los nombres. Pronuncia la forma con las ceremonias, y otros dos Padres limpian la frente y enjugan el óleo: toman la cinta y la vela, y la dan a los que van siguiendo: y con eso, dos o tres velas y cintas sirven para todos, aunque sean centenares: no percibe vela ni cinta por cada uno: por la pobreza del indio: Y aun esas pocas las pone la iglesia y guarda. Los gastos que se hacen, los costea el pueblo los hechos allí: los demás, en embarcaciones o por tierra hasta su Catedral, los pagan todos, haciendo una prorrata. Las dos veces que en 28 años estuve en aquellos pueblos, hubo sólo dos Visitas. En el tiempo antecedente hubo otras varias, como consta de los libros de la parroquia: y en ellas dejan siempre muchas alabanzas de los Curas, sus ministerios, y el buen porte de los indios. Con todo esto, el libelo portugués, que con ocasión de la línea divisoria salió contra nosotros, dice que jamás llegó a aquellos pueblos Obispo alguno, porque lo estorbaban siempre los Jesuitas para ocultar sus codicias y marañas. Y el expulso citado, como no puede negar estas visitas o Informes, que los vería también citados en las Cédulas reales, dice en su libro, que todos esos Informes de esos Obispos son falsos, y que fueron sobornados de los Jesuitas para hacerlos. Sea Dios bendito por todo. Habiendo ya hablado del gobierno político, y eclesiástico, sólo resta que hablemos del militar.
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Capítulo VII 86 De las muy grandes crueldades que se hacían el día del dios del fuego y del dios del agua; y de una esterilidad que hubo en que no llovió en cuatro años 87 Otro día de fiesta en algunas partes y pueblos, como Tlacuba, Cuyuacan y Azcapuzalco, levantaban un gran palo rollizo de hasta diez brazas de largo, y hacían un ídolo de semillas, y envuelto y atado con papeles poníanle encima de aquella viga; y la víspera de la fiesta levantaban este árbol, que digo con aquel ídolo, y bailaban todo el día a la redonda de él; y aquel día por la mañana tomaban algunos esclavos y otros que tenían cautivos de guerra, y traíanlos atados de pies y manos, y echábanlos en un gran fuego para esta crueldad aparejado, y no los dejando acabar de quemar, no por piedad, sino porque el género de tormento fuese mayor; porque luego los sacrificaban y sacaban los corazones, y a la tarde echaban la viga en tierra y trabajaban mucho por haber parte de aquél ídolo para comer; porque creían que con aquello se harían valientes para pelear. Otro día era dedicado al dios del fuego, o al mismo fuego a el cual tenían y adoraban por dios, y no de los menores, que era general por todas partes; este día tomaban uno de los cautivos en la guerra y vestíanle de las vestiduras y ropas del dios del fuego, y bailaba a reverencia de aquel dios, y sacrificábanle a él y a los demás que tenían presos de guerra; pero mucho más es de espantar de lo que particularmente hacían aquí en Coauhtitlan, adonde esto escribo, que todo lo general, adonde parece que se mostraba el demonio más cruel que en otras partes. Una víspera de una fiesta en Coauhtitlan, levantaban seis grandes árboles como mástiles de naos con sus escaleras; y en esta vigilia cruel, y el día muy más cruel también, degollaban dos mujeres esclavas en lo alto encima de las gradas, delante el altar de los ídolos, y allí arriba las desollaban todo el cuerpo y el rostro, y sacábanles las canillas de los muslos; y el día por la mañana, dos indios principales vestíanse los cueros, y los rostros también como máscaras, y tomaban en las manos las canillas, en cada mano la suya, y muy paso a paso bajaban bramando, que parecían bestias encarnizadas; y en los patios abajo gran muchedumbre de gente, todos como espantados, decían: "ya vienen nuestros dioses; ya vienen nuestros dioses". Allegados abajo comenzaban a tañer sus atabales, y a los así vestidos ponían a cada uno sobre las espaldas mucho papel, no plegado sino cosido en ala, que habría obra de cuatrocientos pliegos; y ponían a cada uno una codorniz ya sacrificada y desollada, y atábansela a el bezo que tenía horadado; y de esta manera bailaban estos dos, delante los cuales mucha gente sacrificaba y ofrecían muy muchas codornices, que también era para ellas día de muerte; y sacrificadas, echábanselas delante, y eran tantas que cubrían el suelo por do iban, porque pasan de ocho mil codornices las que aquel día ofrecían, porque todos tenían mucho cuidado de las buscar para esta fiesta, a la cual iban desde México y de otros muchos pueblos. Allegado el mediodía cogían todas las codornices, y repartíanlas por los ministros de los templos y por los señores y principales, y los vestidos no hacían sino bailar todo el día. 88 Hacíase este mismo día otra mayor y nunca oída crueldad y era que en aquellos seis palos que la víspera de la fiesta habían levantado, en lo alto ataban y aspaban seis hombres cautivos en la guerra, y estaban debajo a la redonda más de dos mil muchachos y hombres con sus arcos y flechas, y éstos, en bajándose los que habían subido a los atar a los cautivos, disparaban en ellos las saetas como lluvia; y asaetados y medio muertos subían de presto a los desatar y dejábanlos caer de aquella altura, y del gran golpe que daban, se quebrantaban y molían los huesos todos del cuerpo; y luego les daban la tercera muerte sacrificándolos y sacándolos los corazones; y arrastrándolos desviábanlos de allí, y degollábanlos, y cortábanlos las cabezas, y dábanlas a los ministros de los ídolos; y los cuerpos llevábanlos como carneros para los comer los señores y principales. Otro día con aquel nefando convite hacían también fiesta, y con gran regocijo bailaban todos. 89 Una vez en el año, cuando el maíz estaba salido de obra de un palmo, en los pueblos que había señores principales, que a su casa llamaban palacio, sacrificaban un niño y una niña de edad de hasta tres o cuatro años; éstos no eran esclavos, sino hijos de principales, y este sacrificio se hacía en un monte en reverencia de un ídolo que decían que era el dios del agua y que les daba la pluvia, y cuando había falta de agua la pedían a este ídolo. A estos niños inocentes no les sacaban el corazón, sino degollábanlos, y envueltos en mantas poníanlos en una caja de piedra como lucillo antiguo, y dejábanlos así por la honra de aquel ídolo, a quien ellos tenían por muy principal dios, y su principal templo y casa era en Tezcuco, juntamente con los dioses de México, éste estaba a la mano derecha, y los de México a la mano izquierda; y ambos altares estaban levantados sobre una cepa, y tenía cada tres sobrados, a los cuales yo fui a ver algunas veces. Estos templos fueron los más altos y mayores de toda la tierra, y más que los de México. 90 El día de atemuytle ponían muchos papeles pintados, y llevábanlos a los templos de los demonios, y ponían también ulli que es una goma de un árbol que se cría en tierra caliente, del cual punzándole salen unas gotas blancas, y ayúntanlo uno con otro, que es cosa que luego se cuaja y para negro, casi como pez blanda; y de éste hacen las pelotas con que juegan los indios, que saltan más que las pelotas de viento de Castilla, y son del mismo tamaño, y un poco más prietas; aunque son mucho más pesadas. Las de esta tierra, corren y saltan tanto que parece que traen azogue dentro de sí. De este ulli usaban mucho ofrecer a los demonios, así en papeles que quemándolo corrían unas gotas negras, y éstas caían sobre papeles, y aquellos papeles con aquellas gotas, y otros con gotas de sangre, ofrecíanlo a el demonio y también ponían de aquel ulli en los carillos a los ídolos, y algunos tenían dos y tres dedos de costra sobre el rostro, y ellos feos, parecían bien figuras del demonio, sucias y feas y hediondas. Este día se ayuntaban los parientes y amigos a llevar comida, que comían en las casas y patios del demonio. En México este mismo día salían y llevaban en una barca muy pequeña un niño y una niña, y en medio del agua de la gran laguna los ofrecían al demonio, y allí los sumergían con la acalli o barca, y los que los llevaban se volvían en otras barcas mayores. 91 Cuando el maíz estaba a la rodilla, para un día repartían y echaban pecho, de que compraban cuatro niños esclavos de edad de cinco o seis años, y sacrificábanlos a Tlaloc, dios del agua, poniéndolos en una cueva, y cerrábanla hasta otro año que hacían lo mismo. Este cruel sacrificio tuvo principio de un tiempo que estuvo cuatro años que no llovió y apenas quedó cosa verde en el campo, y por aplacar el demonio del agua, su dios Tlaloc, y porque lloviese, le ofrecían aquellos cuatro niños. Estos ministros de estos sacrificios eran los mayores sacerdotes y de más dignidad entre los indios; criaban sus cabellos a manera de nazarenos, y como nunca los cortaban ni peinaban y ellos andaban mucho tiempo negro y los cabellos muy largos y sucios, parecían a el demonio. A aquellos cabellos grandes llamaban nopapa, y de allí les quedó a los españoles llamar a estos ministros papas, pudiendo con mayor verdad llamarlos crueles verdugos del demonio. 92 Uey-Tezozthi. Este día era cuando el maíz estaba ya grande hasta la cinta. Entonces cada uno cogía de sus maizales algunas cañas, y envueltas en mantas, delante de aquellas cañas, ofrecían comida y atuli, que es un brebaje que hacen de la masa del maíz, y es espesa y también ofrecían copalli, que es género de incienso que corre de un árbol, el cual en cierto tiempo del año punzan para que salga y corra aquel licor, y ponen debajo o en el mismo árbol atadas unas pencas de maguey, que adelante se dirá lo que es y hay bien que decir de él; y allí cae y se cuajan unos panes de manera de la jibia de los plateros; hácese de este copalli envuelto con aceite muy buena trementina; los árboles que lo llevan son graciosos y hermosos de vista y de buen color: tienen la hoja muy menuda. Críase en tierra caliente en lugar alto a do goce de aire. Algunos dicen que este copalli es mirra probatísima. Volviendo a la ofrenda digo: que toda junta a la tarde la llevaban a los templos de los demonios y bailábanle toda la noche porque les guardase los maizales. 93 Tititlh. Este día y otro con sus noches bailaban todos a el demonio y le sacrificaban muchos cautivos presos en las guerras de los pueblos de muy lejos, que según decían los mexicanos algunas provincias tenían cerca de sí de enemigos y de guerra, como Tlaxcala y Huejuzinco, que más lo tenían para ejercitarse en la guerra y tener cerca de dónde haber cautivos para sacrificar, que no por pelear y acabarlos; aunque los otros también decían lo mismo de los mexicanos y que de ellos prendían y sacrificaban tantos, como los otros de ellos. Otras provincias había lejos, donde a tiempos, o una vez en el año, hacían guerra y salían capitanías ordenadas a esto; y de éstas era una la provincia o reino de Michuachanpanco, que ahora los españoles llaman Pánuco; de estos cautivos sacrificaban aquel día, y no de los más cercanos, ni tampoco esclavos.
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De la manera que es la tierra La tierra, por la mayor parte, desde donde desembarcamos hasta este pueblo y tierra de Apalache, es llana; el suelo, de arena y tierra firme; por toda ella hay muy grandes árboles y montes claros, donde hay nogales y laureles, y otros que se llaman liquidámbares, cedros, sabinas y encinas y pinos y robles, palmitos bajos, de la manera de los de Castilla. Por toda ella hay muchas lagunas, grandes y pequeñas, algunas muy trabajosas de pasar, parte por la mucha hondura, parte por tantos árboles como por ellas están caídos. El suelo de ellas es arena, y las que en la comarca de Apalache hallamos son muy mayores que las de hasta allí. Hay en esta provincia muchos maizales, y las casas están tan esparcidas por el campo, de la manera que están las de los Gelves. Los animales que en ellas vimos son: venados de tres maneras, conejos y liebres, osos y leones, y otras salvajinas, entre los cuales vimos un animal que trae los hijos en una bolsa que en la barriga tiene; y todo el tiempo que son pequeños los trae allí, hasta que saben buscar de comer; y si acaso están fuera buscando de comer, y acude gente, la madre no huye hasta que los ha recogido en su bolsa. Por allí la tierra es muy fría; tiene muy buenos pastos para ganados; hay aves de muchas maneras, ánsares en gran cantidad, patos, ánades, patos reales, dorales y garzotas y garzas; perdices; vimos muchos alcones, neblís, gavilanes, esmerejones y otras muchas aves. Dos horas después que llegamos a Apalache, los indios que de allí habían huído vinieron a nosotros de paz, pidiéndonos a sus mujeres y hijos, y nosotros se los dimos, salvo que el gobernador detuvo un cacique de ellos consigo, que fue causa por donde ellos fueron escandalizados; y luego otro día volvieron de guerra, y con tanto desnuedo y presteza nos asometieron, que llegaron a nos poner fuego a las casas en que estábamos; mas como salimos, huyeron, y acogiéronse a las lagunas, que tenían muy cerca; y por esto, y por los grandes maízales que había, no les podimos hacer daño, salvo a uno que matamos. Otro día siguiente, otros indios de otro pueblo que estaba de la otra parte vinieron a nosotros y acometiéronnos de la misma arte que los primeros, y de la misma manera se escaparon, y también murió uno de ellos. Estuvimos en este pueblo veinte y cinco días, en que hecimos tres entradas por la tierra, y hallámosla muy pobre de gente y muy mala de andar, por los malos pasos y montes y lagunas que tenía. Preguntamos al cacique que les habíamos detenido, y a los otros indios que traíamos con nosotros, que eran vecinos y enemigos de ellos, por la manera y población de la tierra, y la calidad de la gente, y por los bastimentos y todas las otras cosas de ella. Respondiéronnos cada uno por sí, que el mayor pueblo de toda aquella tierar era aquel Apalache, y que adelante había menos gente muy más pobre que ellos, y que la tierra era mal poblada y los moradores de ella muy repartidos; y que yendo adelante, había grandes lagunas y espesura de montes y grandes desiertos y despoblados. Preguntámosle luego por la tierra que estaba hacia el Sur, qué pueblos y mantenimientos tenía. Dijeron que por aquella vía, yendo a la mar nueve jornadas, había un pueblo que llamaban Aute, y los indios de él tenían mucho maíz, y que tenían frísoles y calabazas, y que por estar tan cerca de la mar alcanzaban pescados, y que éstos eran amigos suyos. Nosotros, vista la pobreza de la tierra, y las malas nuevas que de la población y de todo lo demás nos daban, y como los indios nos hacían continua guerra hiriéndonos la gente y los caballos en los lugares donde íbamos a formar agua, y esto desde las lagunas, y tan a salvo, que no los podíamos ofender, porque metidos en ellas nos flechaban, y mataron un señor de Tezcuco que se llamaba don Pedro, que el comisario llevaba consigo, acordamos de partir de allí, y ir a buscar la mar, y aquel pueblo de Aute que nos habían dicho; y así, nos partimos a cabo de veinte y cinco días que allí habíamos llegado. El primero día pasamos aquellas lagunas y pasos sin ver indio ninguno; mas al segundo día llegamos a una laguna de muy mal paso, porque daba el agua a los pechos y había en ella muchos árboles caídos. Ya que estábamos en medio de ella nos acometieron muchos indios que estaban abscondidos detrás de los árboles porque no los viésemos; otros estaban sobre los caídos, y comenzáronnos a flechar de manera, que nos hirieron muchos hombres y caballos, y nos tomaron la guía que llevábamos, antes que de la laguna saliésemos, y después de salidos de ella, nos tornaron a seguir, queriéndonos estorbar el paso; de manera que no nos aprovechaba salirnos afuera ni hacernos más fuertes y querer pelear con ellos, que se metían luego en la laguna, y desde allí nos herían la gente y caballos. Visto esto, el gobernador mandó a los de a caballo que se apeasen y les acometiesen a pie. El contador se apeó con ellos, y así los acometieron, y todos entraron a vueltas en una laguna, y así les ganamos el paso. En esta revuelta hubo algunos de los nuestros heridos, que no les valieron buenas armas que llevaban; y hubo hombres este día que juraron que habían visto dos robles, cada uno de ellos tan grueso como la pierna por bajo, pasados de parte a parte de las flechas de los indios; y esto no es tanto de maravillar, vista la fuerza y maña con que las echan; porque yo mismo vi una flecha en un pie de un álamo, que entraba por él un geme. Cuantos indios vimos desde la Florida aquí, todos son flecheros; y como son tan crescidos de cuerpo y andan desnudos, desde lejos parecen giggantes. Es gente a maravilla bien dispuesta, muy enjutos y de muy grandes fuerzas y ligereza. Los arcos que usan son gruesos como el brazo, de once o doce palmos de largo, que flechan a doscientos pasos con tan gran tiento, que ninguna cosa yerran. Pasados que fuimos de este paso, de ahí a una legua llegamos a otro de la misma manera, salvo que por ser tan largo, que duraba media legua, era muy peor; éste pasamos libremente y sin estorbo de indios; que, como habían gastado en el primero toda la munición que de flechas tenían, no quedó con qué osarnos acometer. Otro día siguiente, pasando otro semejante paso, yo hallé rastro de gente que iba delante, y di aviso de ello al gobernador que venía en la retaguarda; y ansí, aunque los indios salieron a nosotros, como íbamos apercibidos, no nos pudieron ofender; y salidos a lo llano, fuéronnos todavía siguiendo; volvimos a ellos por dos partes, y matámosles dos indios, y hiriéronme a mí y dos o tres cristianos; y por acogérsenos al monte no les podimos hacer más mal ni daño. De esta suerte caminamos ocho días, y desde este paso que he contado, no salieron más indios a nosotros hasta una legua adelante, que es lugar donde he dicho que íbamos. Allí, yendo nosotros por nuestro camino, salieron indios, y sin ser sentidos, dieron en la retaguardia, y a los gritos que dio un muchacho de un hidalgo de los que allí iban, que se llamaba Avellaneda, el Avellaneda volvió, y fue a socorrerlos, y los indios le acertaron con una flecha por el canto de las coraas, y fue tal la herida, que pasó casi toda la flecha por el pescuezo, y luego allí murió y lo llevamos hasta Aute. En nueve días de camino, desde Apalache hasta allí, llegamos. Y cuando fuimos llegados, hallamos toda la gente de él, ida, y las casas quemadas, y mucho maíz y calabazas y frísoles, que ya todo estaba para empezarse a coger. Descansamos allí dos días, y éstos pasados, el gobernador me rogó que fuese a descubrir la mar, pues los indios decían que estaba tan cerca de allí; ya en este camino la habíamos descubierto por un río muy grande que en él hallamos, a quien habíamos puesto por nombre el río de la Magdalena. Visto esto, otro día siguiente yo me partí a descubrirla, juntamente con el comisario y el capitán Castillo y Andrés Dorantes y otros siete de caballo y cincuenta peones, y caminamos hasta hora de vísperas, que llegamos a un ancón o entrada de la mar, donde hallamos muchos ostiones, con que la gente holgó; y dimos muchas gracias a Dios por habernos traído allí. Otro día de mañana envié veinte hombres a que conociesen la casa y mirasen la disposición de ella, los cuales volvieron otro día en la noche, diciendo que aquellos anconec y bahías eran muy grandes y entraban tanto por la tierra adentro, que estorbaban mucho para descubrir lo que queríamos, y que la costa estaba muy lejos de allí. Sabidas estas nuevas, y vista la mala disposición y aparejo que para descubrir la costa por allí había, yo me volví al gobernador, y cuando llegamos, hallámosle enfermo con otros muchos, y la noche pasada los indios habían dado en ellos y puéstolos en grandísimo trabajo, por la razón de la enfermedad que les había sobrevenido; también les habían muerto un caballo. Yo di cuenta de lo que había hecho y de la mala disposición de la tierra. Aquel día nos detuvimos allí.
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CAPITULO VII Del Nuevo México y de su descubrimiento y lo que de él se sabe Ya dije en el dicho capítulo que el año de 1583 se habían descubierto 15 Provincias, a quien los inventores llamaron el Nuevo México en la tierra firme de la Nueva España, y prometí de dar noticias del descubrimiento, como lo haré con la mayor brevedad que sea posible; porque, si hubiere de poner difusamente todo lo que hubieron y supieron, fuera menester hacer de ello nueva historia. La sustancia de ello es que el año de 1581 teniendo noticia un Religioso de la Orden de San Francisco, que se llamaba fray Agustín Ruiz, que moraba en el valle de San Bartolomé, por relación de ciertos indios Conchos que se comunicaban con otros sus convecinos llamados Pasaguates, que hacia la parte del Norte, caminando siempre por tierra, había ciertas poblaciones grandes y nunca sabidas de nuestros españoles ni descubiertas, con celo de caridad y de salvación de las almas, pidió licencia al Conde Coruña, Virrey de la dicha Nueva España y a sus mayores para ir a ellas a procurar aprender su lengua, y sabida, bautizarlos y predicarles el Santo Evangelio, Alcanzada la licencia de los sobredichos, tomando otros dos compañeros de su mesma Orden, se partió con ocho soldados que de su voluntad le quisieron acompañar a poner en ejecución su cristiano y celoso intento. Los cuales, a pocos días de camino, toparon con una Provincia que se llamaba de los Tiguas, distante de las minas de Santa Bárbara (de donde comenzaron la jornada) 250 leguas hacia el Norte, en la cual por cierta ocasión los naturales le mataron al dicho Padre uno de sus compañeros: el cual, y los soldados que iban con él, viendo y sintiendo el suceso, o temiendo que de él se podría seguir otro mayor daño, acordaron de común consentimiento de volverse a las minas de donde habían salido, con consideración de que la gente que iba era muy poca para resistir a los sucesos que se podían ofrecer en tanta distancia de la vivienda de los españoles y tan lejos del necesario socorro. Los dos Religiosos que habían quedado, no sólo no vinieron en su parecer, mas antes viendo la ocasión para poner en ejecución su buen deseo y tanta mies madura para la mesa de Dios, viendo que no podían persuadir a los soldados a pasar adelante en el descubrimiento, se quedaron ellos en la dicha Provincia con tres muchachos indios y un mestizo que habían llevado consigo, pareciéndoles que, aunque quedasen solos, estaban así seguros por la afabilidad y amor con que los naturales de ellas los trataban. Llegados los ocho soldados a donde deseaban, enviaron luego la nueva al dicho Virrey de lo sucedido a la ciudad de México, que dista de las dichas minas de Santa Bárbara 160 leguas. Sintieron mucho los Religiosos de San Francisco la quedada de sus hermanos y temiendo no los matasen viéndolos solos, comenzaron a mover los ánimos de algunos soldados para que en compañía de otro Religioso de la mesma Orden, llamado Fray Bernardino Beltrán, tornasen a la dicha Provincia a sacar de peligro a los dichos dos Religiosos y proseguir con la empresa comenzada. En esta sazón estaba en las dichas minas por cierta ocasión un vecino de la ciudad de México, llamado Antonio de Espejo, hombre rico y de mucho ánimo e industria y celoso del servicio de la Majestad del Rey D. Felipe nuestro señor, natural de Córdoba: el cual, como entendiese el deseo de los dichos Religiosos y la importancia del negocio, se ofreció a la jornada y a gastar en ella parte de su hacienda y arriesgar la vida, siéndole para ello concedida licencia de alguna persona que representase a Su Majestad. La cual procurándola los dichos Religiosos, le fue dada por el Capitán Juan de Hontiveros, Alcalde Mayor por su Majestad en los pueblos que llaman las cuatro Ciénegas, que son en la Gobernación de la Nueva Vizcaya, 70 leguas de las dichas minas de Santa Bárbara, así para que el pudiese ir, como para que juntase la gente y soldados que pudiese para que le acompañasen y ayudasen a conseguir su cristiano intento. El dicho Antonio de Espejo tomó el negocio con tantas veces, que en muy pocos días juntó los soldados y bastimentos necesarios para hacer la jornada gastando en esto buena parte de su hacienda, y partió con todos ellos del valle de San Bartolomé a los diez de noviembre de 1582, llevando para lo que se ofreciese 111 caballos y mulas y muchas armas, municiones y bastimentos, y alguna gente de servicio. Enderezó su camino hacia el Norte, y a dos jornadas topó mucha cantidad de Indios de los que llaman. Conchos, en rancherías o poblaciones de casas pajizas: los cuales como lo supiesen y tuviesen de ellos relación muy de atrás, les salieron a recibir con muestras de alegría. La comida de estos y de los demás de la Provincia, que es grande, se sustentan de carne de conejos, liebres y venados que matan y lo hay todo en grandísima cantidad. Tienen mucho maíz, que es el trigo de las Indias, calabazas, melones buenos y en abundancia, y hay muchos ríos que crían mucha cantidad de pescado muy bueno y de diversas suertes. Andan casi todos desnudos, y las armas que usan son arco y flecha, y viven debajo de gobierno y señorío de caciques, como los mexicanos, y no los hallaron ídolos ni pudieron entender que adorasen a nadie, por lo cual fácilmente consintieron en que les pusiesen los cristianos cruces y quedaron muy contentos con ellas después de haber sido informados de los nuestros de la significación de ellas, que se hizo por intérpretes que llevaban, por cuyo medio supieron de otras poblaciones para adonde los dichos Conchos los guiaron, acompañándolos mas de 24 leguas, que todas estaban pobladas de gente de su Nación y los salían a recibir de paz, por aviso que enviaban los caciques de unos pueblos a otros. Andadas las 24 leguas dichas, toparon otra nación de Indios llamados Pasaguates, los cuales vivían al modo que los ya dichos Conchos, sus convecinos; e hicieron con ellos lo propio guiándoles adelante otras cuatro jornadas con los avisos de los caciques de la manera ya dicha. Hallaron los nuestros en este camino muchas minas de plata, al parecer de los que lo entendían, de mucho y muy rico metal. Una jornada de éstas toparon otra nación llamada los Tobosos, los cuales en viendo el rastro de los nuestros, se huyeron a las Sierras dejando sus casas y sus pueblos desiertos. Súpose después que algunos años antes habían acudido por allí ciertos soldados que iban en busca de minas, y habían llevado cautivos a ciertos naturales: lo cual tenía temerosos y avispados a los demás. El Capitán dio orden cómo los fuesen a llamar, asegurándolos de que no les sería fecho ningún mal, y dióse tan buena maña, que hizo venir a muchos, a quien regaló y dio dones acariciándolos y declarándoles por el intérprete que no iban a hacer mal a nadie, con lo cual se volvieron todos a sosegar, y consintieron les pusiesen cruces y declarasen el misterio de ellas, mostrando recibir de ello gran contentamiento, en cuya demostración los fueron acompañando, como lo habían hecho sus vecinos, hasta que los metiesen en tierra poblada de otra nación diferente que distaba de la suya cosa de 12 leguas. Usan arco y flecha y andan desnudos.
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CAPÍTULO VII He aquí ahora los hechos de Zipacná, el primer hijo de Vucub-Caquix. -Yo soy el creador de las montañas, decía Zipacná. Este Zipacná se estaba bañando a la orilla de un río cuando pasaron cuatrocientos muchachos, que llevaban arrastrando un árbol para sostén de su casa. Los cuatrocientos caminaban después de haber cortado un gran árbol para viga madre de su casa. Llegó entonces Zipacná y dirigiéndose hacia donde estaban los cuatrocientos muchachos, les dijo: -¿Qué estáis haciendo, muchachos? -Sólo es este palo, respondieron, que no lo podemos levantar y llevar en hombros. -Yo lo llevaré. ¿A dónde ha de ir? ¿Para qué lo queréis? -Para viga madre de nuestra casa. -Está bien, contestó, y levantándolo se lo echó al hombro y lo llevó hacia la entrada de la casa de los cuatrocientos muchachos. -Ahora quédate con nosotros, muchacho, le dijeron. ¿Tienes madre o padre? -No tengo, contestó. -Entonces te ocuparemos mañana para preparar otro palo para sostén de nuestra casa. -Bueno, contestó. Los cuatrocientos muchachos conferenciaron en seguida y dijeron -¿Cómo haremos con este muchacho para matarlo? Porque no está bien lo que ha hecho levantando él solo el palo. Hagamos un gran hoyo y echémoslo para hacerlo caer en él. "Baja a sacar y traer tierra del hoyo", le diremos, y cuando se haya agachado para bajar a la excavación le dejaremos caer el palo grande y allí en el hoyo morirá. Así dijeron los cuatrocientos muchachos y luego abrieron un gran hoyo muy profundo. En seguida llamaron a Zipacná. -Nosotros te queremos bien. Anda, ven a cavar la tierra porque nosotros ya no alcanzamos, le dijeron. -Está bien, contestó. En seguida bajó al hoyo. Y llamándolo mientras estaba cavando la tierra, le dijeron: -¿Has bajado ya muy hondo? -Sí, contestó, mientras comenzaba a abrir el hoyo, pero el hoyo que estaba haciendo era para librarse del peligro. Él sabía que lo querían matar; por eso, al abrir el hoyo, hizo, hacia un lado, una segunda excavación para librarse. -¿Hasta dónde vas?, gritaron hacia abajo los cuatrocientos muchachos. -Todavía estoy cavando; yo os llamaré allí arriba cuando esté terminada la excavación, dijo Zipacná desde el fondo del hoyo. Pero no estaba cavando su sepultura, sino que estaba abriendo otro hoyo para salvarse. Por último los llamó Zipacná ; pero cuando llamó ya se había puesto en salvo dentro del hoyo. -Venid a sacar y llevaros la tierra que he arrancado y está en el asiento del hoyo, porque en verdad lo he ahondado mucho. ¿No oís mi llamada? Y sin embargo, vuestros gritos, vuestras palabras, se repiten como un eco una y dos veces, y así oiga bien dónde estáis. Esto decía Zipacná desde el hoyo donde estaba escondido, gritando desde el fondo. Entonces los muchachos arrojaron violentamente su gran palo, que cayó en seguida con estruendo al fondo del hoyo. -¡Que nadie hable! Esperemos hasta oír sus gritos cuando muera, se dijeron entre sí, hablando en secreto v cubriéndose cada uno la cara, mientras caía el palo con estrépito. Zipacná habló entonces lanzando un grito, pero llamó una sola vez cuando cayó el palo en el fondo. -¡Qué bien nos ha salido lo que le hicimos! Ya murió, dijeron los jóvenes. Si desgraciadamente hubiera continuado lo que había comenzado a hacer, estaríamos perdidos, porque ya se había metido entre nosotros, los cuatrocientos muchachos. Y llenos de alegría dijeron: -Ahora vamos a fabricar nuestra chicha durante estos tres días. Pasados estos tres días beberemos por la construcción de nuestra casa, nosotros los cuatrocientos muchachos. Luego dijeron: Mañana veremos y pasado mañana veremos también si no vienen las hormigas entre la tierra cuando hieda y se pudra. En seguida se tranquilizará nuestro corazón y beberemos nuestra chicha, dijeron. Zipacná escuchaba desde el hoyo todo lo que hablaban los muchachos. Y luego, al segundo día, llegaron las hormigas en montón, yendo y viniendo y juntándose debajo del palo. Unas traían en la boca los cabellos y otras las uñas de Zipacná. Cuando vieron esto los muchachos, dijeron: -¡Ya pereció aquel demonio! Mirad cómo se han juntado las hormigas, cómo han llegado por montones, trayendo unas los cabellos y otras las uñas. ¡Mirad lo que hemos hecho! Así hablaban entre sí. Sin embargo, Zipacná estaba bien vivo. Se había cortado los cabellos de la cabeza y se había roído las uñas con los dientes para dárselos a las hormigas. Y así los cuatrocientos muchachos creyeron que había muerto, y al tercer día dieron principio a la orgía y se emborracharon todos los muchachos. Y estando ebrios los cuatrocientos muchachos, ya no sentían nada. En seguida Zipacná dejó caer la casa sobre sus cabezas y acabó de matarlos a todos. Ni siquiera uno, ni dos se salvaron de entre los cuatrocientos muchachos; muertos fueron por Zipacná, el hijo de Vucub-Caquix. Así fue la muerte de los cuatrocientos muchachos, y se cuenta que entraron en el grupo de estrellas que por ellos se llama Motz, aunque esto tal vez será mentira.