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En que se trata del general levantamiento de los indios de la provincia del Paraguay y Paraná Estaba en este tiempo la ciudad de la Asunción en la mayor prosperidad y aumento, que jamás hasta entonces ni aun después se vio, porque a más del lustre y buen gobierno de la República, todos los encomenderos eran muy bien servidos de sus indios, sin que se presumiese otra cosa en contrario, hasta que, habiendo vuelto la gente del capitán Nuño de Chaves a la provincia de los Jarayes, hubo algunos movimientos y secretas conjuraciones por medio de algunos caciques, que de este viaje venían, siendo los que más fomentaban este incendio, dos mancebos hermanos llamados don Pablo y don Nazario, hijos de un principal de aquella tierra, que se llamaba Curupirati, los cuales convocados todos los indios de la provincia a que tomasen las armas contra los españoles, y se rebelasen contra ellos, diciendo en su contra muchas libertades y menguas, con que vinieron todos los indios a poner en efecto esta rebelión, comenzando al descubierto a apellidar libertad y guerra sangrienta contra los españoles, haciendo algunos asaltos en los lugares y pueblos circunvecinos, que no eran de su opinión. Moviéronse a esta novedad (aunque no lo es para ellos tomar armas, siempre que se les proporcione ocasión) el haber traído de la entrada que hicieron con Nuño de Chaves, gran suma de flechería envenenada, de que usaban los crueles indios Chiquitos, de las que trajeron cuantas pudieron haber, con el fin de emplearlas contra los españoles; y llegados a sus pueblos, mostraron con experiencia a los demás el venenoso rigor de aquella yerba, de cuya,, herida nadie escapaba, ni se hallaba triaca, ni remedio para contra este daño, y así se animaron, a declararse contra los españoles, matando algunos que andaban dispersos. Para remediar este exceso determinó el Gobernador despachar algunos indios principales de su confianza, para que aquietasen los tumultuarios y revolucionarios de la provincia, los cuales no habiendo podido hacer algún progreso, volvieron a la ciudad a dar cuenta de los sucedido, diciendo que iba tan adelante el contagio, que hasta los circunvecinos o más conjuntos a la ciudad estaban ya inficionados, por lo cual luego mandó al Gobernador apercibir a todos los, encomenderos y vecinos, y otros soldados nuevamente venidos, señalando capitanes y oficiales correspondientes, con los cuales salió a los fines del año 1559, y puesto en campaña con 500 soldados, y más de 3.000 indios Guaraníes y 400 Guaicurúes repartió la gente en dos cuerpos, el uno tomó el Gobernador, y el otro fue a cargo del Contador Felipe de Cáceres, con orden de entrar por la parte de Acaay. El Gobernador tomó hacia Acaraiba, donde se habían de juntar, para de allí hacer sus corridas y asaltos, donde fuese necesario. Y así con este acuerdo se fueron por los términos y lugares de sus partidos sin hacer más efecto que pasar de tránsito por haber hallado desiertos los pueblos, de que los naturales se habían retirado a los bosques más ásperos a la mira puesta en campana, que les convenía no juntarse ni dejar que se uniesen estos dos cuerpos. Dos días antes que se juntase, dieron en cada uno de ellos su alborada, acometiendo con gran multitud de indios, a que resistieron los nuestros con mucho daño de los enemigos y muerte de algunos de los nuestros, y teniendo aviso el un campo del otro de lo sucedido, determinaron juntarse en lo más poblado de aquella tierra, desde donde por compañías y escuadras hacían sus correrías, quitándoles los bastimentos de las chacras, por obligarlos por todos modos a que viniesen a tratado de paz. En estas corridas cada día se ofrecieron varios choques hasta el año de 1560, en que presentaron los indios a nuestro campo una batalla puestos en cuatro pelotones o cuerpos de a cuatro mil indios cada uno, y colocados en su formación en campo llano, obligaron a los nuestros a salir de sus trincheras a hacerles frente y romperlos. Dispuso el Gobernador que saliese Alonso Riquelme con ochenta de a caballo, y los capitanes Pedro de Segura y Agustín de Campos con doscientos arcabuceros infantes, mil seiscientos amigos Guaraníes, y doscientos Guaicurúes; y puestos en campo de batalla en dos escuadrones, llevando el primer asalto la infantería, a cuya descarga había de salir la caballería, que iba a la retaguardia y costados: los indios se movieron, avanzándose hacia los nuestros, haciendo frente con dos de sus escuadrones. Los otros dos los destinaron; el uno tomó por una cañada con determinación de atacar el Real por las espaldas, para que no pudiesen salir al campo a socorrer a los de la batalla, y el otro se puso en un pequeño repecho como de observación para acudir donde fuese preciso. Los nuestros se movieron con buen orden hasta ponerse a distancia de tiro de arcabuz desde donde dieron la primera rociada a los enemigos que luego se tendieron por el suelo hasta pasar el primer fuego, y después tocaron sus cornetas y bocinas, dando señal de acometer, como lo hicieron sin dilación: saliéronle al encuentro los de a caballo en cuatro escuadrillas, la una mandada del Factor Pedro de Orantes, la segunda de Peralta Cordobés, la tercera de Pedro de Esquivel, y la última de Alonso Riquelme, que rompiendo por medio de los enemigos, dieron vuelta, hiriendo con las lanzas, y matando mucha gente, en que habiéndolos dejado desordenados, logró la infantería sin perder tiempo el de estrecharlos, degollando los que pudieron, con lo cual los indios empezaron a retirarse, hasta que visto por el otro escuadrón, que estaba de observación, bajó por la ladera, y vino a la batalla al socorro con feroz velocidad, animando a los suyos a volver a ella, con lo que llegaron hasta los nuestros, que ya juntos y en buen orden estaban peleando con tal valor y esfuerzo de los capitanes y soldados, que no sólo los resistieron, sino también los pusieron en huida, aunque una grande parte de ellos quedaron en una peña, haciendo frente a los nuestros, que no pudieron descuadernarlos, hasta que juntos los de a caballo con el capitán Alonso Riquelme, hicieron tal esfuerzo que los desbarataron, y así todos se pusieron en fuga, y los nuestros comenzaron a seguirles el alcance, haciendo en ellos cruel matanza los amigos, que discurriendo por el campo, acababan de matar a cuantos hallaban heridos y no heridos. Y queriendo seguir más adelante, vieron que el Real estaba asaltado de los enemigos, por cuya causa volvieron luego al socorro; llegaron a tiempo que los indios por fuerza de lo que hacían tan vigorosa resistencia, hicieron la retirada en que por unos y otros se finalizó el vencimiento. Esta célebre victoria se consiguió el día 3 de mayo, en que se celebra la Invención de la Santa Cruz, del citado año, en que murieron mas de 3.000 indios, y sólo cuatro españoles, y setenta amigos, aunque hubo cantidad de heridos, sin que en ellos se experimentase el efecto de la yerba venenosa de las flechas, que quizá con el tiempo había perdido su fuerza por nuestra fortuna. Después se movió el ejército, se acompañó sobre el río Aguapel, desde donde despachó el Gobernador a Dame de la Barriaga con 100 soldados a reconocer, un fuerte que los indios tenían, y entrando por una montaña, salieron a una campiña, donde los indios les tenían puesta una celada, que descubierta por los nuestros, luego determinaron hacer fuego con los arcabuces y ballestas, y marchar en buen orden hasta pasar un ancho y barrancoso arroyo, de donde salieron de sus puestos los indios, y los acometieron con tal denuedo que luego vinieron a las manos en reñido choque, en que por la multitud de indios, fueron los nuestros constreñidos con muerte del alférez Correa, Diego Díaz, y otros soldados. Al socorro Salió Alonso de Riquelme con 20 soldados de a caballo, y habiendo de pasar aquel arroyo, cayeron en el lodazal que hacia, casi todos, y no le fue fácil del modo que salió Riquelme con sólo ocho hombres, los cuales con el sumo empeño que hicieron suplieron bien la falta de los otros, porque en poco tiempo hicieron tal destrozo en los indios, que tiñeron en sangre toda aquella campaña, y pusieron en huida a los enemigos socorriendo a algunos presos y caídos de los nuestros que ellos tenían, y librando juntos con las vidas que tan a pique estaban de perder; y libres ya de ellos, comenzaron a esforzarse, peleando de nuevo con gran valor, hasta que los pusieron en huida con muerte de mucha gente; y siguiendo el alcance los indios amigos, que llegaron al socorro, cortaron más de mil cabezas, como lo tenían de costumbre, en especial los Guaicurúes, que iban en esta guerra, con que el enemigo por entonces quedó quebrantado.
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CAPÍTULO VIII Viene la madre de Mucozo muy ansiosa por su hijo Dos días después de lo que hemos dicho, vino la madre de Mucozo muy ansiosa y fatigada de que su hijo estuviese en poder de los castellanos, la cual por haber estado ausente, no supo la venida del hijo a ver al gobernador, que no se lo consintiera. Y así las primeras palabras que al general dijo fueron que le diese el hijo antes que hiciese de él lo que Pánfilo de Narváez había hecho de Hirrihigua, y que, si pensaba hacer lo mismo, que diese libertad a su hijo, que era mozo, y en ella, que era vieja, hiciese lo que quisiese, que ella sola llevaría la pena de ambos. El gobernador la recibió con muchas caricias y respondió que su hijo, por mucha bondad y discreción, no merecía que le hiciese mal sino que todos le sirviesen, y ella lo mismo, por ser madre de tal hijo; que perdiese el temor que traía, porque ni a ella ni a su hijo ni a persona de toda su tierra se le haría mal ninguno, sino todo el placer y regalo que fuese posible. Con estas palabras se quietó algún tanto la buena vieja, y estuvo con los españoles tres días, mas siempre tan maliciosa y recatada que, comiendo a la mesa del gobernador, preguntaba a Juan Ortiz si osaría comer de lo que le daban, que decía se recelaba y temía le diesen ponzoña para matarla. El gobernador y los que con él estaban lo rieron mucho y le dijeron que seguramente podía comer, que no la querían matar, sino regalar; mas ella todavía, no fiándose de palabras de extranjeros, aunque le daban del mismo plato del gobernador, no quería comerlo ni gustarlo, si primero no le hacía la salva Juan Ortiz. Por lo cual le dijo un soldado español que cómo había ofrecido poco antes la vida por su hijo, pues se recataba tanto de morir. Respondió que no aborrecía ella el vivir, sino que lo amaba como los demás hombres, mas que por su hijo daría la vida todas las veces que fuese su menester, porque lo quería más que al vivir, por tanto suplicaba el gobernador se lo diese, que quería irse y llevarlo consigo, que no osaría fiarlo de los cristianos. El general respondió que se fuese cuando ella quisiese, que su hijo gustaba de quedarse por algunos días entre aquellos caballeros que eran mozos y soldados, hombres de guerra como él, y se hallaba bien con ellos; que cuando le pareciese, se iría libremente sin que nadie lo enojase. Con esta promesa se fue la vieja, aunque mal contenta de que su hijo quedase en poder de castellanos, y a la partida dijo a Juan Ortiz que librase a su hijo de aquel capitán y de sus soldados como su hijo lo había librado a él de Hirrihigua y de sus vasallos, lo cual rió mucho el gobernador, y los demás españoles, y el mismo Mucozo ayudaba a reir las ansias de su madre. Después de haber pasado estas cosas de risa y contento, estuvo el buen cacique en el ejército ocho días, en los cuales visitó en sus posadas al teniente general y al maese de campo y a los capitanes y oficiales de Hacienda Imperial y a muchos caballeros particulares por su nobleza, con los cuales todos hablaba tan familiarmente, con tan buena desenvoltura y cortesía, que parecía haberse criado entre ellos. Preguntaba cosas particulares de la corte de Castilla, y por el emperador, por los señores, damas y caballeros de ella. Decía holgara verla, si pudiera venir a ella. Pasados los ocho días, se fue a su casa; después volvió otras veces a visitar al gobernador. Traíale siempre de los regalos que en su tierra había. Era Mucozo de edad de veinte y seis o veinte y siete años, lindo hombre de cuerpo y rostro.
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CAPÍTULO VIII Del modo de labrar las minas de Potosí Bien dijo Boecio, cuando se quejó del primer inventor de minas, Heu primus quis fuit ille, Auri qui pondera tecti, Gemmasque latere volentes, Pretiosa pericula fodit. Peligros preciosos los llama con razón, porque es grande el trabajo y peligro con que se sacan estos metales que tanto precian los hombres. Plinio dice que en Italia hay muchos metales, pero que los antiguos no consintieron beneficiarse por conservar la gente. De España los traían, y como a tributarios, hacían a los españoles labrar minas. Lo proprio hace agora España con Indias, que habiendo todavía en España sin duda mucha riqueza de metales, no se dan a buscarlos ni aun se consiente labrar por los inconvenientes que se ven; y de Indias traen tanta riqueza, donde el buscalla y sacalla no cuesta poco trabajo, ni aun es de poco riesgo. Tiene el cerro de Potosí cuatro vetas principales, como está dicho, que son la Rica, la de Centeno, la de Estaño, y la de Mendieta. Todas estas vetas están a la parte Oriental del cerro, como mirando al nacimiento del sol; a la Occidental no se halla ninguna. Corren las dichas vetas Norte Sur, que es de polo a polo. Tienen de ancho por donde más, seis pies; por donde menos, un palmo. Otras diversas hay que salen de éstas, como de ramos grandes los más pequeños suelen producirse en el árbol. Cada veta tiene diversas minas, que son partes de ella misma, y han tomado posesión y repartídose entre diversos dueños, cuyos nombres tienen de ordinario. La mina mayor tiene ochenta varas y no puede tener más por ley ninguna; la menor tiene cuatro. Todas estas minas hoy día llegan a mucha profundidad. En la veta Rica se cuentan setenta y ocho minas; llegan a ciento y ochenta estados en algunas partes, y aun a doscientos de hondura. En la veta de Centeno se cuentan veinte y cuatro minas. Llegan algunas a sesenta y aun ochenta estados de hondura, y así a este modo es de las otras vetas y minas de aquel cerro. Para remedio de esta tan gran profundidad de minas se inventaron los socabones, que llaman, que son unas cuevas que van hechas por debajo desde un lado del cerro, atravesándole hasta llegar a las vetas. Porque se ha de saber que las vetas, aunque corren Norte Sur, como está dicho, pero esto es bajando desde la cumbre hasta la falda y asiento del cerro, según se cree que serán, según conjetura de algunos, más de mil y doscientos estados. Y a esta cuenta aunque las minas van tan hondas, les falta otro seis tanto hasta su raíz y fondo, que según quieren decir ha de ser riquísimo, como tronco y manantial de todas las vetas. Aunque hasta agora antes se ha mostrado lo contrario por la experiencia, que mientras más alta ha estado la veta ha sido más rica, y como va bajando en hondo va siendo su metal más pobre. Pero en fin, para labrar las minas con menos costa, y trabajo y riesgo, inventaron los socabones, por los cuales se entra y sale a paso llano. Tienen de ancho ocho pies y de alto más de un estado. Ciérranse con sus puertas; sácanse por ellos los metales con mucha facilidad, y págase al dueño del socabón el quinto de todo el metal que por él se saca. Hay hechos ya nueve socabones y otros se están haciendo. Un socabón que llaman del Venino, que va a la veta Rica, se labró en veinte y nueve años, comenzándose el año de mil y quinientos y cincuenta y seis, que fueron once después de descubrirse aquellas minas, y acabándose el año de ochenta y cinco en once de abril. Este socabón alcanzó a la veta Rica en treinta y cinco estados de hueco hasta su fondo, y hay desde allí do se juntó con la veta hasta lo alto de la mina, otros ciento y treinta y cinco estados, que por todo este profundo bajaban a labrar aquellas minas. Tiene todo el socabón desde la boca hasta la veta (que llaman el Crucero), doscientas y cincuenta varas, las cuales tardaron en labrarse los veinte y nueve años que está dicho, para que se vea lo que trabajan los hombres por ir a buscar la plata a las entradas del profundo. Con todo eso trabajan allá dentro, donde es perpetua obscuridad, sin saber poco ni mucho cuándo es día ni cuándo es noche; y como son lugares que nunca los visita el sol, no sólo hay perpetuas tinieblas, mas también mucho frío, y un aire muy grueso y ajeno de la naturaleza humana, y así sucede marearse los que allá entran de nuevo, como a mí me acaeció, sintiendo bascas y congojas de estómago. Trabajan con velas siempre los que labran, repartiendo el trabajo de suerte que unos labran de día y descansan de noche, y otros al revés les suceden. El metal es duro comúnmente y sácanlo a golpes de barreta, quebrantándole, que es quebrar un pedernal. Después lo suben a cuestas por unas escaleras hechizas de tres ramales de cuero de vaca retorcido como gruesas maromas, y de un ramal a otro puestos palos como escalones, de manera que puede subir un hombre y bajar otro juntamente. Tienen estas escalas de largo diez estados, y al fin de ellas está otra escala del mismo largo, que comienza de un releje o apoyo, donde hay hechos de madera unos descansos a manera de andamios, porque son muchas las escalas que se suben. Saca un hombre carga de dos arrobas atada la manta a los pechos, y el metal que va en ella, a las espaldas; suben de tres en tres. El delantero lleva una vela atada al dedo pulgar, para que vean, porque como está dicho ninguna luz hay del cielo, y vanse asiendo con ambas manos, y así suben tan grande espacio que como ya dije, pasa muchas veces de ciento y cincuenta estados, cosa horrible y que en pensalla aun pone grima. Tanto es el amor del dinero, por cuya requesta se hace y padece tanto. No sin razón exclama Plinio tratando de esto: "Entramos hasta las entrañas de la tierra, y hasta allá en el lugar de los condenados buscamos las riquezas." Y después, en el mismo libro: "Obras son más que de gigantes las que hacen los que sacan metales, haciendo agujeros y callejones en lo profundo, por tan grande trecho barrenando los montes a luz de candelas, donde todo el espacio de noche y día es igual y en muchos meses no se ve el día, donde acaece caerse las paredes de la mina súbitamente y matar de golpe a los mineros." Y poco después añade: "Hieren la dura peña con almadanas, que tienen ciento y cincuenta libras de hierro; sacan los metales a cuestas trabajando de noche y de día, y unos entregan la carga a otros y todo a escuras, pues sólo los últimos ven la luz. Con cuños de hierro y con almadanas rompen las peñas y pedernales, por recios y duros que sean, porque en fin es más recia y más dura la hambre del dinero." Esto es de Plinio, que aunque habla como historiador de entonces, más parece profeta de agora. Y no es menos lo que Phocio de Agatarchides refiere, del trabajo inmenso que pasaban los que llamaban crisios, en sacar y beneficiar el oro, porque siempre, como el sobredicho autor dice, el oro y plata causan tanto trabajo al haberse, cuanto dan de contento al tenerse.
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CAPÍTULO VIII Marcharon entonces, llevando cada uno su cerbatana, y fueron bajando en dirección a Xibalbá. Bajaron rápidamente los escalones y pasaron entre varios ríos y barrancas. Pasaron entre unos pájaros y estos pájaros llamábanse Molay. Pasaron también por un río de podre y por un río de sangre, donde debían ser destruidos según pensaban los de Xibalbá; pero no los tocaron con sus pies, sino que los atravesaron sobre sus cerbatanas. Salieron de allí y llegaron a una encrucijada de cuatro caminos. Ellos sabían muy bien cuáles eran los caminos de Xibalbá: el camino negro, el camino blanco, el camino rojo y el camino verde. Así, pues, despacharon a un animal llamado Xan. Éste debía ir a recoger las noticias que lo enviaban a buscar. -Pícalos uno por uno; primero pica al que está sentado en primer término y acaba picándolos a todos, pues ésa es la parte que te corresponde, chupar la sangre de los hombres en los caminos, le dijeron al mosquito. -Muy bien, contestó el mosquito. Y en seguida se internó por el camino negro y se fue directamente hacia los muñecos de palo que estaban sentados primero y cubiertos de adornos. Picó al primero, pero éste no habló; luego picó al otro, picó al segundo que estaba sentado, pero éste tampoco habló. Picó después al tercero; el tercero de los que estaban sentados era Hun Camé. -¡Ay!, dijo cuando lo picaron. -¿Qué es eso, Hun Camé? ¿Qué es lo que os ha picado? ¿No sabéis quién os ha picado?, dijo el cuarto de los Señores que estaban sentados. -¿Qué hay, Vucub Camé? ¿Qué os ha picado, dijo el quinto sentado. -¡Ay! ¡Ay!, dijo entonces Xiquiripat. Y Vucub-Camé le preguntó: -¿Qué os ha picado? Y dijo cuando lo picaron, el sexto que estaba sentado: -¡Ay! -¿Qué es eso, Cuchumaquic?, le dijo Xiquiripat. ¿Qué es lo que os ha picado? Y dijo el séptimo sentado cuando lo picaron: -¡Ay! -¿Qué hay, Ahalpuh?, le dijo Cuchumaquic. ¿Qué os ha picado? Y dijo, cuando lo picaron, el octavo de los sentados: -¡ Ay ! -¿Qué es eso, Chamiabac?, le dijo Ahalcaná. ¿Qué ha picado? Y dijo, cuando lo picaron, el noveno de los sentados: -¡Ay! -¿Qué es eso, Chamiabac?, le dijo Ahalcaná. ¿Qué os ha picado? Y dijo, cuando lo picaron, el décimo de los sentados: -¡Ay! -¿Qué pasa, Chamiaholom?, dijo Chamiabac. ¿Qué os ha picado? Y dijo el undécimo sentado cuando lo picaron: -¡Ay! -¿Qué sucede?, le dijo Chamiaholom. ¿Qué os ha picado? Y dijo el duodécimo de los sentados cuando lo picaron: -¡Ay! -¿Qué es eso, Patán?, le dijeron. ¿Qué os ha picado? Y dijo el décimotercero de los sentados cuando lo picaron: -¡Ay ! -¿Qué pasa, Quicxic?, le dijo Patán. ¿Qué os ha picado? Y dijo el décimocuarto de los sentados cuando a su vez lo picaron: -¡Ay ! -¿Qué os ha picado, Quicrixcac?, le dijo Quicré. Así fue la declaración de sus nombres, que fueron diciéndose todos los unos a los otros; así se dieron a conocer al declarar sus nombres, llamándose uno a uno cada jefe. Y de esta manera dijo su nombre cada uno de los que estaban sentados en su rincón. Ni un solo de los nombres se perdió. Todos acabaron de decir su nombre cuando los picó un pelo de la pierna de Hunahpú que éste se arrancó. En realidad, no era un mosquito el que los picó y fue a oír los nombres de todos de parte de Hunahpú e Ixbalanqué. Continuaron su camino los muchachos y llegaron a donde estaban los de Xibalbá. -Saludad al Señor, al que está sentado, les dijo uno para engañarlos. -Ése no es Señor, no es más que un muñeco de palo, dijeron, y siguieron adelante. En seguida comenzaron a saludar -¡Salud, Hun Camé! ¡Salud, Vucub Camé! ¡Salud, Xiquiripat! ¡Salud, Cuchumaquic! ¡Salud, Ahalpuh! ¡Salud, Ahalcaná! ¡Salud, Chamiabac! ¡Salud, Chamiaholom! ¡Salud, Quicxic! ¡Salud, Patán! ¡Salud, Quicré! ¡Salud, Quicrixcac!, dijeron llegando ante ellos. Y enseñando todos la cara les dijeron sus nombres a todos, sin que se les escapara el nombre de uno solo. Pero lo que éstos deseaban era que no descubrieran sus nombres. -Sentaos aquí, les dijeron, esperando que se sen. taran en el asiento que les indicaban. -Éste no es asiento para nosotros, es sólo una piedra ardiente, dijeron Hunahpú e Ixbalanqué, y no pudieron vencerlos. -Está bien, id a aquella casa, les dijeron. Y a continuación entraron en la Casa Oscura. Y allí tampoco fueron vencidos.
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Capítulo VIII 248 De las muchas supersticiones y hechicerías que tenían los indios, y de cuán aprovechados están en la fe 249 No se contentaba el demonio con el servicio que esta gente le hacía adorándole en los ídolos, sino que también los tenía ciegos en mil maneras de hechicerías y ceremonias supersticiosas. Creían en mil agüeros y señales, y mayormente tenían gran agüero en el búho, y si le oían graznir o aullar sobre la casa que se asentaba, decían que muy presto había de morir alguno de aquella casa; y casi lo mismo tenían de las lechuzas y mochuelos y otras aves nocturnas; también si oían graznir un animalejo que ellos llaman cuzatlh cuzatli le tenían por señal de muerte de alguno. Tenían también agüero en encuentros de culebras y alacranes, y de otras muchas sabandijas que se mueven sobre la tierra. Tenían también que la mujer que paría dos de un vientre, lo cual en esta tierra acontece muchas veces, que el padre o la madre de los tales había de morir; y el remedio que el cruel demonio les daba era que mataban uno de los mielgos, y con esto creían que ni moriría el padre ni la madre, y muchas veces lo hacían. Cuando temblaba la tierra a donde había alguna mujer preñada, cubrían de presto las ollas o quebrábanlas porque no moviese, y decían que el temblor de la tierra era señal que se habían presto de gastar y acabar el maíz de las trojes. En muchas partes de esta tierra tiembla muy a menudo la tierra, como es en Tecoatepec Tehuantepec, que en medio año que allí estuve tembló muchas veces, y mucho más me dicen que tiembla en Cuautimala. Si alguna persona enfermaba de calenturas recias, tomaban por remedio hacer un perrillo de masa de maíz, y poníanle sobre una penca de maguey y luego de mañanica sácanle a un camino; y dicen que el primero que pasa lleva el mal apegado en los zancajos, y con esto quedaba el paciente muy consolado. 250 Tenían también libros de sueños y de lo que significaban, todo puesto por figuras y caracteres, y había maestros que los interpretaban, y lo mismo tenían de los casamientos. 251 Cuando alguna persona perdía alguna cosa hacían ciertas hechicerías, con unos granos de maíz, y miraban en un lebrillo o vasija de agua, y allí decían que veían al que lo tenía, y la casa adonde estaba, y allí también decían que veían si el que estaba ausente era muerto o vivo. Para saber sí los enfermos eran de vida tomaban un puñado de maíz de lo más grueso que podían haber y echábanlo como quien echa unos dados, y si algún grano quedaba enhiesto, tenían por cierta la muerte del enfermo. Tenían otras muchas y endiabladas hechicerías e ilusiones con que el demonio los traía engañados, las cuales han ya dejado, en tanta manera, que a quien no lo viere no lo podrá creer la gran cristiandad y devoción que mora en todos estos naturales, que no parece sino que a cada uno le va la vida en procurar de ser mejor que su vecino ni conocido; y verdaderamente hay tanto que decir y tanto que contar de la buena cristiandad de estos indios, que de sólo ello se podría hacer un buen libro. Plega a Nuestro Señor los conserve y dé gracia para que perseveren en su servicio, y en tan santas y buenas obras como han comenzado. 252 Han hecho los indios muchos hospitales adonde curan los enfermos y pobres y de su pobreza los proveen abundantemente, porque como los indios son muchos, aunque dan poco, de muchos pocos se hace mucho, y más siendo continuo, de manera que los hospitales están bien proveídos; y como ellos saben servir tan bien que parece que para ello nacieron, no les falta nada, y de cuando en cuando van por toda la provincia a buscar los enfermos. Tienen sus médicos, de los naturales experimentados, que saben aplicar muchas yerbas y medicinas, que para ello basta; y hay algunos de ellos de tanta experiencia, que muchas enfermedades viejas y graves, que han padecido españoles largos días sin hallar remedio, estos indios las han sanado. 253 En esta ciudad de Tlaxcala hicieron en el año de 1537 un solemne hospital, con su cofradía para servir y enterrar los pobres, y para celebrar las fiestas, el cual hospital se llama la Encarnación, y para aquel día estaba acabado y aderezado, y yendo a él con solemne procesión, por principio y estreno, metieron en el nuevo hospital ciento y cuarenta enfermos y pobres, y el día siguiente de pascua de flores fue muy grande la ofrenda que el pueblo hizo, así de maíz y frijoles, ají, ovejas y puercos, y gallinas de la tierra, que son tan buenas que dan tres y cuatro gallinas de las de España por una de ellas; de éstas ofrecieron ciento y cuarenta y de las de Castilla, infinitas; y ofrecieron mucha ropa, y cada día ofrecen y dan mucha limosna, tanto, que aunque no ha más de siete meses que está poblado, vale lo que tiene en tierras y ganado cerca de mil pesos de oro y crecerá mucho, porque como los indios son recién venidos a la fe hacen muchas limosnas, y entre ellas diré lo que he visto, que en el ano pasado en sola esta provincia de Tlaxcala ahorraron los indios más de veinte mil esclavos, y pusieron grandes penas que nadie hiciese esclavo, ni le comprase ni vendiese; porque la ley de Dios no lo permite. 254 Cada tercero día después de dicha la misa se dice la doctrina cristiana, y los domingos y fiestas, de manera que casi chicos y grandes saben no sólo los mandamientos, sino todo lo que son obligados a creer y guardar; y como lo traen tan por costumbre, viene de aquí el confesarse a menudo, y aun hay muchos que no se acuestan con pecado mortal, sin primero le manifestar a su confesor; y algunos hay que hacen votos de castidad, otros de religión, aunque a esto les van mucho a la mano, por ser aún muy nuevos y no les quieren dar el hábito; y esto es por quererlos probar antes de tiempo, porque el año de 1527 dieron el hábito a tres o cuatro mancebos y no pudieron prevalecer en él, y ahora son vivos y casados y viven como cristianos, y dicen que entonces no sintieron lo que hacían, que si ahora fuera que no volvieran atrás aunque supieran morir; y a este propósito contaré de uno que el año pasado hizo voto de ser fraile. 255 Un mancebo llamado don Juan, señor principal y natural de un pueblo de la provincia de Michuacán, que en aquella lengua se llama Tarecato, y en la de México, Tepeoacán; este mancebo, leyendo en la vida de San Francisco que en su lengua estaba traducida, tomó tanta devoción que prometió de ser fraile, y porque su voto no se le imputase a liviandad, perseverando en su propósito vistióse de sayal grosero, y, dio libertad a muchos esclavos que tenía y predicóles y enseñóles los mandamientos y lo que él más sabía, y díjoles que si él hubiera tenido conocimiento de Dios y de si mismo, que antes los hubiera dado libertad, y que de allí adelante supiesen que eran libres y que les rogaba que se amasen unos a otros y que fuesen buenos cristianos, y que si lo hacían así los tendría por hermanos. Y hecho esto, repartió las joyas y muebles que tenía y renunció el señorío y demandó muchas veces el hábito en Michuacán, que son cuarenta leguas de aquella parte de México, y como allá no se le quisiesen dar, vínose a México, y allí le tornó a pedir, y como no se le quisiesen dar, fuese a el obispo de México, el cual vista su habilidad y buena intención, se le diera si pudiera, y le amaba mucho y trataba muy bien; y él perseverando con su capotillo de sayal, venida la cuaresma se tornó a su tierra, por oír los sermones en su lengua y confesarse; y después de Pascua tornó a el capítulo que se hizo en México, perseverando siempre en su demanda, y lo que se le otorgó fue, que con el mismo hábito que traía anduviese entre los frailes, y que si les pareciese tal su vida, que le diesen el hábito. Este mancebo como era señor y muy conocido ha sido gran ejemplo a toda la provincia de Michuacán, que es muy grande y muy poblada, adonde ha habido grandes minas de todos metales. 256 Algunos de estos naturales han visto a el tiempo de alzar la hostia consagrada, unos un niño muy resplandeciente; otros a Nuestro Redentor crucificado, con gran resplandor, y esto muchas veces; y cuando lo ven no pueden estar sin caer sobre su faz, y quedan muy consolados; asimismo han visto sobre un fraile que les predicaba una corona muy hermosa, que una vez parece de oro y otra vez parece de fuego; otras personas han visto en la misa, sobre el Santísimo Sacramento, un globo o llama de fuego. Una persona que venía muy de mañana a la iglesia, hallando la puerta cerrada una mañana, levantó los ojos al cielo y vio que el cielo se abría, y por aquella abertura le pareció que estaba dentro muy hermosa cosa; y esto vio dos días. Todas estas cosas supe de personas dignas de fe, y los que las vieron son de muy buen ejemplo y que frecuentan los sacramentos; no se a qué lo atribuya, sino que Dios se manifiesta a estos simplecitos porque lo buscan de corazón y con limpieza de sus ánimas, como El mismo se lo promete.
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Capítulo VIII De los chasquis que el Ynga tenía y del orden con que los puso Fue maravillosa la traza que dio el Ynga, que a lo que dicen fue Tupa Ynga Yupanqui, para saber con extraña y nunca vista brevedad, todo cuanto sucedía y pasaba en las partes más remotas deste reino, en muy breve tiempo, y fue poner por todos los caminos correos, que ellos llaman chasques, con tanto orden y concierto que admiran, los cuales estaban en los caminos, a trechos cada uno cuanto un tiro de ballesta, y algunas veces más cercanos, y otros había a media legua, como eran las provincias, y las ocasiones de guerra pedían los avisos más o menos breves, y si era negocio particular del Ynga estaban tan juntos que, de palabra, se daban el recaudo, y así iba de mano en mano. Cuando el Ynga quería comer pescado fresco de la mar, con haber setenta u ochenta leguas desde la costa al Cuzco, donde él residió, se lo traían vivo y buyendo, que cierto parece cosa increíble en trecho y distancia tan larga, y en caminos tan ásperos y fragosos, porque lo corrían a pie y no a caballo, pues nunca los tuvieron hasta que los españoles entraron en esta tierra. Mediante la presteza de estos chasquis, tenía aviso el Ynga de lo que sucedía en Quito, en Chile, en los Chiriguanaes, Chunchos, Guancabilcas, Pastos y otras provincias. La orden que dio en ellos Tupa Ynga Yupanqui, fue buscar entre los indios los que fuesen más prestos y ligeros, y tuviesen más aliento en correr, y así los probaba, haciéndoles que caminasen corriendo por un llano y, después, que bajasen por una cuesta con la misma ligereza, y después subiesen una cuesta agria y fragosa, sin parar, y a los que en esto se señalaban y lo hacían bien, daba oficio de correos, y se ejercitaba cada día en la carrera. De suerte, que eran tan alentados que alcanzaban los venados y aun vicuñas, que son animales silvestres ligerísimos, que se crían en los páramos y desiertos más fríos. Así, con vuelo increíble, llevaban las nuevas de unos lugares a otros, y el que no corría bien, y era haragán y flojo, los castigaban dándole con una porra en la cabeza, o en las espaldas cincuenta golpes, y les quebraban las piernas, para memoria y escarmiento de otros. A sus hijos criaban éstos con grandísimo cuidado y sola una vez al día les daban de comer, y eso era hamca, que dicen maíz tostado, y sola una vez bebían, y así eran cenceños y enjutos de carnes, y los padres los probaban si eran ligeros, haciéndoles correr una cuesta arriba y seguir venados, y si eran flojos los castigaban con el mismo modo, de manera que toda la casta y generación de indios chasquis era suelta y ligera, y para mucho. Tenían estos chasquis sus casas hechas en los lugares de su distrito, en las punas y desiertos, y en otras partes, junto al camino; eran pequeñas que no cabían en ellas más de dos indios o tres cuando mucho, y eran hechas de piedra todas. En acabando el indio chasqui su tarea, conforme al tiempo que se le había señalado por su curaca, venía otro, o más, conforme las necesidades se ofrecían, y entraba en su lugar, y él iba a descansar a su casa con su mujer e hijos, o a las casas dedicadas para este efecto, que eran mayores, y allí se les daba el mantenimiento ordinario, a costa del Ynga y de sus depósitos, y los gobernadores de las provincias y virreyes y sus curacas tenían en mucho a estos chasquis, y los respetaban y, en su ausencia, miraban por sus mujeres e hijos no les faltase el sustento y vestidos, y eran privilegiados de cualquier trabajo, y no salían de este ministerio a otra parte, porque al que se descuidaba en ello o sucedía alguna falta, no le costaba menos que la vida. Caminaban corriendo y, cuando menos, quince o diez y seis leguas cada día y las leguas son larguísimas, según la cuenta del Ynga, porque llegan de cinco a seis mil pasos, y por caminos tan fragosos y ásperos, de cuestas y bajadas tan difíciles, era mucho. El día de hoy se ha continuado, por los Virreyes y gobernadores deste reino, este ministerio de chasquis, como necesarísimo para el buen gobierno y utilidad dél, y así le tienen sustituido en todos los caminos reales que hay desde la Ciudad de los Reyes, donde residen, por la Sierra, subiendo hasta Jauja, Guamanga, Andaguailas, Cusco, Collao, Chucuito y Huguiapó, Potosí y la Plata, y en el camino de la costa por Cañete, Yca, Lagasca, Camaná, Arequipa, y Arica, y así a abajo desde Lima hasta Paita y Quito, que ha sido un medio muy acertado para el reino y para los mercaderes y tratantes, y todo género de personas, saliendo cada mes el primer día, sin falta ninguna. Pero no se sirve ahora con la puntualidad y cuidado que antiguamente, en los tiempos de el Ynga, porque entonces la distancia de estos correos era pequeña, y así con suma brevedad corrían los avisos, sin detenerse un solo momento en parte ninguna, ni aun a tomar huelgo y aliento el chasqui, y agora son las jornadas de cinco o seis leguas, y de tambo a tambo. Demás de que en aquel tiempo castigaba el Ynga, y sus gobernadores, al indio que se detenía, irremisiblemente y con grandísima severidad; agora acontece recibir los despachos y cartas e irse a sus casas a dormir, y si en los caminos hallan algunas chácaras y se trabaja en ellas, dejan la carga y se ponen a comer y beber, hasta perder el juicio, como no temen castigo. Demás de que en muchos tambos, y aun pueblos, los corregidores, y personas a cuyo cargo está el despacho, los detienen y se ponen a escribir ellos, pudiéndolo antes tener hecho, y así se detienen algunas veces medio día, y más, los correos, y ésta es la causa que los avisos y despachos no son tan breves y prestos ahora como antiguamente solían; porque de Potosí a Lima, que hay trescientas leguas, si los chasquis anduvieran medianamente concertados, pudieran correr en veinte y cuatro días, y algunas veces, por malicia de los que los despachaban, se pierden muchos pliegos de importancia, que es harto daño.
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Capítulo VIII 349 De el tiempo en que México se fundó, y de la gran riqueza que hay en sus montes y comarca, y de sus calidades, y de otras cosas que hay en esta tierra 350 Entraron a poblar esta tierra los mexicanos, según que por sus libros se halla, y por memorias que tienen en libros muy de ver, de figuras y caracteres muy bien pintadas, las cuales tenían por memoria de sus antigüedades, así como linajes, guerras, vencimientos, y otras muchas cosas de esta calidad dignas de memoria; por los cuales libros se halla, que los mexicanos vinieron a esta Nueva España, contando hasta este presente año de 1540, cuatrocientos cuarenta y ocho años; y ha que se edificó Temistitlan doscientos y cuarenta años; y hasta hoy no se ha podido saber ni averiguar qué gente hayan sido estos mexicanos, ni de a dónde hayan traído origen; lo que por más cierto se tuvo algún tiempo fue que habían venido de un pueblo que se dice Teoculhuacan, que los españoles nombran Culiacán; está este pueblo de México doscientas leguas; mas después que este pueblo de Culiacán se descubrió y conquistó, hállase ser de muy diferente lengua de la que hablan los naturales de México; y demás de la lengua ser otra, tampoco en ella hubo memoria por do se creyese ni aún sospechase haber salido los mexicanos de Culiacán. La lengua de los mexicanos es la de los nauales. 351 México en el tiempo de Moteczuma y cuando los españoles vinieron a ella, estaba toda muy cercada de agua, y desde el año de 1524 siempre ha ido menguando. Entonces por solas tres calzadas podían entrar a México; por la una que es al poniente salían a tierra firme a media legua, porque de esta parte está México cercana a la tierra; por las otras dos calzadas que son al mediodía y al norte, por la que está al mediodía, habían de ir cerca de dos leguas, y por la otra del norte habían de ir una legua hasta salir a tierra firme; de la parte de oriente está cercada toda de agua y no hay calzada ninguna. Estaba México muy fuerte y bien ordenada, porque tenía unas calles de agua anchas y otras calles de casas, una calle de casas, y otra de agua; en la acera de las casas pasaba o iba por medio un callejón o calle angosta, a la cual salían las puertas de las casas. Por las calles de agua iban muchas puentes que atravesaban de una parte a otra. Demás de esto tenía sus plazas y patios delante de los templos del demonio y de las casas del señor. Había en México muchas acales o barcas para servicio de las casas, y otras muchas de tratantes que venían con bastimientos a la ciudad, y todos los pueblos de la redonda, que están llenos de barcas que nunca cesan de entrar y salir a la ciudad, las cuales eran innumerables. En las calzadas habían puentes que fácilmente se podían alzar; y para guardarse de la parte del agua eran las barcas que digo, que eran sin cuento, porque hervían por el agua y por las calles. Los moradores y gente eran innumerables. Tenía por fortaleza los templos del demonio y las casas de Moteczuma, señor principal, y las de los otros señores, porque todos los señores sujetos a México tenían casas en la ciudad, porque residían mucho en ella, que por gran señor que fuese holgaba de tener palacio a Moteczuma, y si de esto algún señor tenía escensión era sólo el de Tezcuco. Para indios no era poca ni mala su munición, porque tenían muchas casas de varas con sus puntas de pedernal, y muchos arcos y flechas, y sus espadas de palo largas hechas de un palo muy fuerte; engeridas de pedernales acutísimos, que de una cuchillada cortaban cercén el pescuezo de un caballo, y de estos mismos pedernales tenían unos como lanzones. Tenían también muchas hondas, que cuando comenzaban a disparar juntamente las hondas y las flechas y las varas, parecía lluvia muy espesa, y así estaba tan fuerte esta ciudad, que parecía no bastar poder humano para ganarla; porque demás de su fuerza y munición que tenía, era cabeza y señora de toda la tierra, y el señor de ella Moteczuma gloriábase en su silla y en la fortaleza de su ciudad, y en la muchedumbre de sus vasallos; y desde allá enviaba mensajeros por toda la tierra, los cuales eran muy obedecidos y servidos; otros de lejos, oída su potencia y fama, venían con presentes a darle la obediencia; mas contra los que se revelaban o no obedecían sus mandamientos y a sus capitanes, que por muchas partes enviaba, mostrábase muy severo vengador. Nunca se había conocido ni oído en esta tierra señor tan temido y obedecido como Moteczuma, ni nadie así había ennoblecido y fortalecido a México; tanto, que de muy confiado se engañó, porque nunca él ni ningún otro señor de los naturales podían ni pudieran creer que había en el mundo tan bastante poder que pudiese tomar a México; y con esta confianza recibieron en México a los españoles, y los dejaron entrar de paz, y estar en la ciudad diciendo: "cuando los quisiéremos echar de nuestra ciudad y de toda la tierra será en nuestra mano, y cuando los quisiéremos matar los mataremos, que en nuestra voluntad y querer será". Pero Dios entregó la gran ciudad en las manos de lo suyos, por los muy grandes pecados y abominables cosas que en ella se cometían; y también en esto es mucho de notar la industria y ardid inaudito que don Hernando Cortés, marqués del Valle, tuvo en hacer los bergantines para tomar a México, porque sin ellos fuera cosa imposible ganarla según estaba fortalecida. Ciertamente esto que digo, y la determinación que tuvo, y el ánimo que mostró cuando echó los navíos en que había venido, a el través, y después cuando le echaron de México y salió desbaratado, y esos pocos compañeros que le quedaron, todos heridos, no tornar ni arrostrar a la costa por mucho que se lo requerían, y cómo se hubo sagaz y esforzadamente en toda la conquista de esta Nueva España, cosas son para le poder poner en el paño de la fama, y para igualar y poner su persona a el parangón con cualquiera de los capitanes y reyes y emperadores antiguos; porque hay tanto que decir de sus proezas y ánimo invencible, que de sólo ello se podía hacer un gran libro. Algunas veces tuve pensamiento de escribir y decir algo de las cosas que hay en esta Nueva España, naturales y criadas en ella, como de las que han venido de Castilla, cómo se han hecho en esta tierra, y veo que aún por falta de tiempo esto va remendado y no pudo salir bien con mi intención en lo comenzado; porque muchas veces me corta el hilo la necesidad y caridad con que soy obligado a socorrer a mis prójimos, a quien soy compelido a consolar cada hora; mas ya que he comenzado, razón será para decir algo de estos montes, que dije ser grandes y ricos. De la grandeza ya está dicho, diremos su riqueza, y de la que hay en ellos, y en los ríos que de ellos salen, que hay mucho oro y plata, y todos los metales y piedras de muchas maneras, en especial turquesas, y otras que acá se dicen chalchihuit; las finas de éstas son esmeraldas. En la costa de estos montes está la Isla de las Perlas, aunque lejos de esta Nueva España, y es una de las grandes riquezas del mundo. Hay también alumbres y pastel, la simiente de lo cual se trajo de Europa, y entre estos montes se hace en extremo muy buena, y se cogen más veces y de más paños, que en ninguna parte de Europa. Hay también mucho brasil y muy bueno. 352 La tierra que alcanzan estas montañas, en especial, lo que llaman Nueva España, o hasta el Golfo Dulce, cierto es preciosísima, y más si lo hubieran plantado de plantas que en ella se harían muy bien, como son viñas y olivares; porque estos montes hacen muchos valles y laderas y quebradas en que se harían extremadas viñas y olivares. En esta tierra hay muchas zarzamoras; su fruta es más gruesa que la de Castilla. Hay en muchas partes de estos montes parras bravas muy gruesas, sin se saber quién las haya plantado, las cuales echan muy largas vástigas y cargan de muchos racimos y vienen a se hacer uvas que se comen verdes; y algunos españoles hacen de ellas vinagre, y algunos han hecho vino, aunque ha sido muy poco. Dase en esta tierra mucho algodón y muy bueno. Hay mucho cacao, que la tierra adonde se da el cacao tiene de ser muy buena, y porque este cacao es comida y bebida, y moneda de esta tierra, quiero decir qué cosa es, y cómo se cría. 353 El cacao es una fruta de un árbol mediano, el cual luego como le plantan de su fruto (que son unas almendras casi como las de Castilla), sino que lo bien granado es más grueso, en sembrándolo ponen par de él otro árbol que crece en alto, y le va haciendo sombra, y es como madre del cacao; da la fruta en unas mazorcas, con unas tajadas señaladas en ella como melones pequeños; tiene cada mazorca de éstas comúnmente treinta granos o almendras de cacao, poco más o menos; cómese verde desque se comienzan a cuajar las almendras, y es sabroso, y también lo comen seco, y esto, pocos granos y pocas veces; mas lo que más generalmente de él se usa es para moneda y corre por toda la tierra; una carga tiene tres números, vale y suma este número ocho mil, que los indios llaman xicpile, una carga son veinte y cuatro mil almendros o cacaos; a donde se recoge vale la carga cinco o seis pesos de oro, llevándolo la tierra adentro va creciendo el precio, y también sube y baja conforme a el año, porque en buen año multiplica mucho; grandes fríos es causa de haber poco, que es muy delicado. Es este cacao una bebida muy general, que molido y mezclado con maíz y otros semillas también molidas se bebe en toda la tierra y en esto se gasta; en algunas partes lo hacen bien hecho, es bueno, es bueno sic y tiénese por muy sustancial bebida. 354 Hállanse en estos montes árboles de pimientas la cual difiere de la de Malacar porque no requema tanto ni es fina; pero es pimienta natural más doncel que la otra. También hay árboles de canela; es más blanca y más gorda. Hay también muchas montañas de árboles de liquidámbar, son hermosos árboles, y mucho de ellos muy altos; tienen la hoja como hoja de yedra; el licor que de ellos sacan llaman los españoles liquidámbar, es suave en olor, y medicinable en virtud, y de precio entre los indios; los indios de la Nueva España mézclanlo con su misma corteza para lo cuajar, que no lo quieren líquido, y hacen unos panes envueltos en unas hojas grandes, usan de ello para olores, y también curan con ellos algunas enfermedades. Hay dos géneros de árboles de que sale y se hace el bálsamo, y de ambos géneros se hace mucha cantidad; del uno género de estos árboles que se llama chiloxuchil hacen el bálsamo los indios y lo hacían antes que los españoles viniesen; éste de los indios es algo más odorífero, y no torna tan prieto como el que hacen los españoles; estos árboles se dan en las riberas de los ríos que salen de estos montes hacia la Mar del Norte, y no a la otra banda, y lo mismo es de los árboles de donde sacan el liquidámbar, y del que los españoles sacan el bálsamo: todos se dan a la parte del norte, aunque los árboles del liquidámbar y del bálsamo de los españoles también los hay en lo alto de los montes. Este bálsamo es precioso, y curan y sanan con él muchas enfermedades; hácese en pocas partes; yo creo que es la causa que aún no han conocido los árboles, en especial aquel chilozuchil que creo que es el mejor, porque está ya experimentado. 355 De género de palmas hay diez o doce especies, las cuales yo he visto, algunas de ellas llevar dátiles; yo creo que si curasen y adobasen serían buenos; los indios como son pobres, lo comen así verdes, sin curarse mucho de los curar. Hállanlas buenas porque las comen con salsa de hambre. Hay cañafístolos bravos, que si los ingeriesen se harían buenos, porque acá se hacen bien los otros árboles de la cañafístola. Este árbol plantaron en la isla Española los frailes menores, primero que otra persona los plantase, y acá en la Nueva España los mismos frailes han plantado casi todos los árboles de fruta, y persuadieron a los españoles para que plantasen ellos también; y enseñaron a mucho a ingerir, lo cual ha sido causa que hay hoy muchas y muy buenas huertas, y ha de haber muchas más; porque los españoles visto que la tierra produce ciento por uno de los que en ella plantan, danse mucho a plantar y a ingerir buenas frutas y árboles de estima. También se han hecho palmas de los dátiles que han traído de España, y en muy breve tiempo han venido a dar fruto. Hállase en estas montañas ruiponce, y algunos dicen que hay ruibarbo, mas no está averiguado. Hay otras muchas raíces y yerbas medicinales, con que los indios se curan de diferentes y diversas enfermedades, y tienen experiencia de su virtud. Hay unos árboles medianos que echan unos erizos como los de las castañas, sino que no son tan grandes ni tan ásperos, y de dentro están llenos de grana colorada; son los granos tan grandes como los de la simiente de culantro. Esta grana mezclan los pintores con la otra que dije que es muy buena, que se llama nocheztli, de la cual también hay algunas en los montes. Hay muchos morales y moreras; las moras que dan son muy menudas. Poco tiempo ha que se dan a criar seda; dase muy bien, y en menos tiempo que en España hay mucho aparejo para criar mucha cantidad andando el tiempo; y aunque se comienza ahora, hay personas que sacan trescientas y cuatrocientas libras, y aun me dicen que hay persona que en este año de 1540 sacará mil libras de seda. De la que acá se ha sacado, se ha teñido alguna, y sube en fineza; y metida en colada no desdice por la fineza de las colores. Las mejores colores de esta tierra son, colorado, y azul y amarillo; el amarillo que es de peña es lo mejor. Muchas colores hacen los indios de flores, y cuándo los pintores quieren mudar de pincel de una color en otra, limpian el pincel con la lengua, por ser las colores hechas de zumos de flores. 356 Hay en estas montañas mucha cera y miel, en especial en Campech; dicen que hay allí tanta miel y cera y tan buena como en Safi, que es en África. A este Campech llamaron los españoles a el principio cuando vinieron a esta tierra Yucatán, y de este nombre se llamó esta Nueva España, Yucatán, mas tal nombre no se hallará en todas estas tierras sino que los españoles se engañaron cuando allí allegaron; porque hablando con los indios de aquella costa, a lo que los españoles preguntaban, los indios respondían: "tectetán, tectetán", que quiere decir: "no te entiendo, no te entiendo", los cristianos corrompiendo el vocablo, y no entendiendo lo que los indios decían, dijeron: "Yucatán se llama esta tierra", y lo mismo fue en un cabo que allí hace la tierra, a el cual también llamaron cabo de Catoch; y catoch en aquella lengua quiere decir casa.
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De cómo el adelantado saltó en la isla de Santa Cristina, y lo que pasó con los indios de ella El día después de surtos, que se contaron veinte y ocho de julio, salió a tierra el adelantado y llevó a su mujer y la mayor parte de la gente a oír la primera misa que el vicario dijo, a que los indios estuvieron de rodillas con gran silencio y atentos, haciendo todo lo que veían hacer a los cristianos, mostrándose muy en paz. Asentóse junto a doña Isabel, a hacerla aire, una muy hermosa india, y de tan rubios cabellos que procuró hacerla cortar unos pocos, y por ver que se recató, lo dejaron de hacer por no enojarla. El general, en nombre de S. M., tomó posesión de todas cuatro islas, paseó el pueblo, sembró maíz delante de los indios y habiendo tenido con ellos la posible conversación, se embarcó; quedando el maese de campo en tierra con toda la gente de guerra, que luego a poco rato se trabaron unos con otros. Y los indios tiraron mucha piedra y lanzas con que lastimaron a un soldado de a pie, sin hacer otro daño; y con esto se fueron huyendo al monte, llevando hijos y mujeres, y nuestra gente siguiéndolos, hasta que se emboscaron todos. Arcabucéandolos, fuéronse a las coronas de tres altos cerros y en ellas se hicieron fuertes atrincherados; y por las mañanas y tardes, todos a una voz, hacían un rumor sonoro y concertado que retumbaba por las quebradas y se respondían a gritos. Deseaban hacer mal despidiendo galgas, tirando piedras y lanzas, empero sus diligencias fueron vanas. El maese de campo puso en tres puestos guardia para asegurar el pueblo y playa, donde las mujeres se estaban recreando, y los marineros haciendo aguada y leña para las naos. Lo que yo sé decir es que si como estos indios son fuertes y animosos usaran flechas, que no faltaran más cuidados que vieron. Muchas diligencias hicieron por ofender, y viendo el poco daño y el mucho que de los arcabuces recibían, procuraban amistad y paces que se dejaba conocer, porque yendo los soldados por sus haciendas, salían amorosamente a ellos, ofreciéndoles racimos de plátanos y otras frutas: parece que debían sentir la falta del regalo de sus casas, porque preguntaban por señas cuándo se habían de ir. Venían ya a los cuerpos de guardia algunos, con cosas de comer que daban a los soldados, y especialmente un indio de buena traza enseñado a persinar y a decir Jesús-María y lo demás; estaban en conversación con sus camaradas, que cada uno tenía el suyo, a quien en viniendo buscaba y se sentaba con él, y por señas unos a otros se preguntaban cómo se llamaba el cielo, tierra, mar, sol, luna, estrellas y todo lo demás que estaba viendo, y ellos muy contentos lo decían y despedían, diciendo amigos, camaradas. Y porque esta amistad no fuese sin paga, hubo cierto hombre que dijo alegre al general, que tenía su perra muy cebada en indios, por un estrago que había hecho la noche atrás adonde tenía de guardia su compañía. Vinieron otro día en dos canoas once indios, y los dos de ellos con unas sartas de cocos en las manos, en pie, dando voces los mostraban: mandóse no les respondiesen, y a los soldados que alistasen sus arcabuces. Viendo los indios que no les hablaban, hacían sus paradillas; al fin llegaron, y estando junto a la nao, les dispararon a un verso, con que mataron a dos, y los soldados con los arcabuces tres, y los vivos, abajados, bogando apriesa se huyeron. Siguiéronlos en la batel; mas los indios llegaron primero a tierra, y saltando en tierra se vieron sólo tres ir corriendo por encima de las cumbres de unos altos cerros. Trujeron los del batel las canoas, con tres indios que muertos quedaron dentro, porque los demás todos cayeron a la mar; y fue tanta la crueldad, que no faltó quien dijo que con aquellas heridas de la bala del verso, tan fieras y feas, se haría temor a los otros indios, y que lo mismo de fealdad y temor harían las espadas anchas, abriendo grandes cuchilladas; y para que fuesen vistos, los mandó llevar a tierra para que el maese de campo los hiciese ahorcar en parte donde los pudiesen ver los indios. Esto se dijo haber hecho, porque se entendió venían de falso a saber nuestro posible, para venir contra las naos en sus canoas; pero a mí me parece que habían poco que temer cuatro navíos armados, a indios tan desarmados en canoas. El maese de campo hizo colgar los tres indios en la parte más cómoda para el intento referido: los fue a ver cierta persona, y al uno dio una lanzada, y se vino a alabar de aquellas finezas que hizo. Venida la noche, los otros indios los sacaron de allí. Suele un mal ejemplo dar licencia, y la razón vence a quien la conoce. Tenía cierta persona en su rancho un arcabuz, y un su amigo le cargó y apuntó para tirar a los indios: preguntóle el otro, quitándosele de las manos, qué es lo que pensaba hacer con su buena diligencia; respondió el diligente que matar, porque veía matar. --No es justo, le respondió el amigo, que en negocio de muerte de hombres tanta facilidad se muestre: ¿qué crédito es el que estos indios han cometido para que con ellos se usen crueldades? Ni es valentía con corderos mostrarse leones: mate quien quisiere matar; que si no sabe cuán feo y grave delito es matar un cuerpo que tiene alma, tiempo vendrá que lo sepa, y aunque le pese no le aprovechará. Vino al cuerpo de guardia el indio, que se ha dicho era amigo del capellán, y porque fuese visto del general lo embarcaron muy alegre diciendo: --¡Amigos!, ¡amigos! El adelantado con mucho amor le recibió y regaló; diole conserva y vino, y no la comió y bebió; empezó a mirar los ganados y pareció ponerles nombre; miró la nao y las jarcias, contó los árboles y velas, bajó entre cubiertas y todo lo notó con cuidado más que de indio. Dijéronle, como dijo, dijese Jesús-María; y se persinó con gran risa, mostrando en todo buen ánimo, y luego pidió personas que lo volviesen a tierra; y fue tanta la ley de este indio, que cuando supo que las naos se querían ir, mostró pesarle y se quiso ir con los nuestros. Tuvo el adelantado deseo de poblar estas cuatro islas para hacer su negocio dellas o dejar allí treinta hombres, algunos casados; mostráronse los soldados quejosos de esto, y sabido la mala voluntad, cesó la suya buena. Teníase por cosa cierta haberse muerto en estas islas doscientos indios, y alabarse los impíos y mal considerados soldados del tiro que caían, uno, dos o tres; las cosas tan mal hechas, ni se han de hacer ni alabar, permitir ni sustentar, ni dejar de castigar conforme al tiempo.
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CAPÍTULO VIII Y nuevamente les habló su dios. Así les hablaron entonces Tohil, Aviliz y Hacavitz a Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui Balam : -¡Vámonos ya, levantémonos ya, no permanezcamos aquí, llevadnos a un lugar escondido! Ya se acerca el amanecer. ¿No sería una desgracia para vosotros que fuéramos aprisionados por los enemigos en estos muros donde nos tenéis vosotros los sacerdotes y sacrificadores? Ponednos, pues, a cada uno en lugar seguro, dijeron cuando hablaron. -Muy bien. Nos marcharemos, iremos en busca de los bosques, contestaron todos. A continuación cada uno tomó y se echó a cuestas a su dios. Así llevaron a Avilix al barranco llamado Euabal Ziván, así nombrado por ellos, al gran barranco del bosque que ahora llamamos Pavilix, y allí lo dejaron. En este barranco fue dejado por Balam Acab. En orden fueron dejándolos. El primero que dejaron así fue Hacavitz, sobre una gran pirámide colorada, en el monte que se llama ahora Hacavitz. Allí fue fundado su pueblo, en el lugar donde estuvo el dios llamado Hacavitz. Asimismo se quedó Mahucutah con su dios, que fue el segundo dios escondido por ellos. No estuvo Hacavitz en el bosque, sino que en un cerro desmontado fue escondido Hacavitz. Luego vino Balam Quitzé, llegó allá al gran bosque; para esconder a Tohil llegó Balam Quitzé al cerro que hoy se llama Patohil. Entonces celebraron la ocultación de Tohil en la barranca, en su refugio. Gran cantidad de culebras, de tigres, víboras y cantiles había en el bosque en donde estuvo escondido por los sacerdotes y sacrificadores. Juntos estaban Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e IquiBalam; juntos esperaban el amanecer allá sobre el cerro llamado Hacavitz. Y a poca distancia estaba el dios de los de Tamub y de los de IIocab. Amac Tan se llamaba el lugar donde estaba el dios de los de Tamub, y allí les amaneció. Amac Uquincat se llamaba el lugar donde les amaneció a los de llocab ; allí estaba el dios de los de Ilocab, a corta distancia de la montaña. Allí estaban también todos los de Rabinal, los Cakchiqueles, los de Tziquinahá, todas las tribus pequeñas y las tribus grandes. Juntos se detuvieron aguardando la llegada de la aurora y la salida de la gran estrella llamada Icoquih, que sale primero delante del sol, cuando amanece, según cuentan. Juntos estaban, pues, Balam Quitzé, Balam Acab, Máhucutah e Iqui Balam. No dormían, permanecían de pie y grande era la ansiedad de sus corazones y su vientre por la aurora y el amanecer. Allí también sintieron vergüenza, les sobrevino una gran aflicción, una gran angustia y estaban abrumados por el dolor. Hasta allí habían llegado. -¡Ay, que hemos venido sin alegría! ¡Si al menos pudiéramos ver el nacimiento del sol! ¿Qué haremos ahora? Si éramos de un mismo sentir en nuestra patria, ¿cómo nos hemos ausentado?, decían hablando entre ellos, en medio de la tristeza y la aflicción y con lastimera voz. Hablaban, pero no se calmaba la ansiedad de sus corazones por ver la llegada de la aurora: -Los dioses están sentados en las barrancas, en los bosques, están entre las parásitas, entre el musgo; ni siquiera un asiento de tablas se les dio, decían. Primeramente estaban Tohil, Avilix y Hacavitz. Grande era su gloria, su fuerza y su poder sobre los dioses de todas las tribus. Muchos eran sus prodigios e innumerables sus viajes y peregrinaciones en medio del frío y el corazón de las tribus estaba lleno de temor. Tranquilos estaban respecto a ellos los corazones de Balam-Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui-Balam. No sentían ansiedad en su pecho por los dioses que habían recibido y traído a cuestas cuando vinieron de allá de Tulán Zuiva, de allá en el Oriente. Estaban, pues, allí en el bosque que ahora se llama Zaquiribal Pa Tohil, P'Avilix, Pa Hacavitz. Y entonces les amaneció y les brilló su aurora a nuestros abuelos y nuestros padres. Ahora contaremos la llegada de la aurora y la aparición del sol, la luna y las estrellas.
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CAPÍTULO VIII Después de haberse levantado de allá, vinieron aquí a la ciudad de Gumarcaah, nombre que le dieron los quichés cuando vinieron los reyes Cotuhá y Gucumatz y todos los Señores. Habían entrado entonces en la quinta generación de hombres desde el principio de la civilización y de la población, el principio de la existencia de la nación. Allí, pues, hicieron muchos sus casas y asimismo construyeron el templo del dios; en el centro de la parte alta de la ciudad lo pusieron cuando llegaron y se establecieron. Luego fue el crecimiento de su imperio. Eran muchos y numerosos cuando celebraron consejo en sus Casas grandes. Se reunieron y se dividieron, porque habían surgido disensiones y existían celos entre ellos por el precio de sus hermanas y de sus hijas, y porque ya no hacían sus bebidas en su presencia. Ésta fue, pues, la causa de que se dividieran y que se volvieran unos contra otros y se arrojaran las calaveras de los muertos, se las arrojaran entre sí. Entonces se dividieron en nueve familias, y habiendo terminado el pleito de las hermanas y de las hijas, ejecutaron la disposición de dividir el reino en veinticuatro Casas grandes, lo que así se hizo Hace mucho tiempo que vinieron todos aquí a su ciudad, cuando terminaron las veinticuatro Casas grandes, allí en la ciudad de Gumarcaah, que fue bendecida por el Señor Obispo. Posteriormente la ciudad fue abandonada. Allí se engrandecieron, allí instalaron con esplendor sus tronos y sitiales, y se distribuyeron sus honores entre todos los Señores. Formáronse nueve familias con los nueve Señores de Cavec, nueve con los señores de Nihaib, cuatro de los Señores de AhauQuiché y dos con los señores de Zaquic. Volviéronse muy numerosos y muchos eran también los que seguían a cada uno de los Señores; éstos eran los primeros entre sus vasallos y muchísimas eran las familias de cada uno de los Señores. Diremos ahora los nombres de cada uno de los Señores de cada una de las Casas grandes. He aquí, pues, los nombres de los Señores de Cavec. El primero de los Señores era el Ahpop, luego el Ahpop Camhá, el Ah Tohil, el Ah-Gucumatz, el Nim Chocoh Cavec, el Popol Vinac Chituy, el Lolmet Quehnay, el Popol Vinac Pa Hom Tzalatz y el Uchuch-Camhá. Éstos eran, pues, los Señores de los de Cavec, nueve Señores. Cada uno tenía su Casa grande. Más adelante aparecerán de nuevo. He aquí los Señores de los de Nihaib. El primero era el Ahau-Galel, luego vienen el Ahau Ahtzic Vinac, el Galel Camhá, el Nimá Camhá, el Uchuch Camhá, el Nim Chocoh Nihaibab, el Avilix, el Yacolatam, el Utzam pop Zaclatol y el Nimá Lolmet-Ycoltux, los nueve Señores de los de Nihaib. Y en cuanto a los de Ahau Quiché, éstos son los nombres de los Señores: Ahtzic Vinac, Ahau Lolmet, Ahau Nim Chocoh Ahau y Ahau Hacavitz, cuatro Señores de los Ahau Quiché, en el orden de sus Casas grandes. Y dos eran las familias de los Zaquic, los Señores Tzutuhá y Galel Zaquic. Estos dos señores sólo tenían una Casa grande.