De lo más que sucedió en tiempo de aqueste gran monarca Xólotl hasta su fin y muerte Tlacotzin, hijo de Tzontecómal, señor de Coatlichan y de los aculhuas, se casó con Malinalxochitzin, la mayor de las dos hijas del príncipe Tlotzinpóchotl, en la cual hubo dos hijos, el primero Huetzin y la segunda Chichimecalihuatzin: el cual viéndose emparentado con la casa imperial y que sus obligaciones eran muy grandes y su estado y señorío muy corto, acordó de ir a visitar al gran chichimeca Xólotl y pedirle hiciera alguna merced a su tataranieto Huetzin; y así estando Xólotl en una recreación que tenía cerca de la laguna, le representó allí su demanda, el cual entre otras muchas mercedes que le hizo, dio a Huetzin, que era entonces mancebo de poca edad, la provincia de Tepetlaóztoc que tenían poblada aquellos seis caudillos que vinieron después de recién entrado en esta tierra, que había ochenta y un años que le pagaban tributo y vasallaje y eran de su recámara; con que se le aumentó el señorío. El tributo que estos chichimecas pagaban era conejos y liebres, venados, pieles de fieras y mantas de nequén. El príncipe Nopaltzin, que asimismo estaba en esta sazón con su padre, dio orden de que su bisnieto Huetzin se casase con Atototzin, la mayor de las dos infantas hijas de Achitometzin, primer rey y señor de los culhuas y la menor que se decía Ilancueitl se casase con Acamapichtli, su sobrino, hijo de Aculhua primer señor de Azcaputzalco y rey de los tepanecas: que ambas a dos infantas eran sobrinas de la princesa Azcalxóchitl su mujer: lo cual se puso por obra y se efectuó. Esto sucedió en el año de 1050 de la encarnación de Cristo nuestro señor, que llaman ce ácatl. Los de la provincia de Tepetlaóztoc, visto que estaban presos debajo del señorío del mancebo Huetzin, aunque le acudían con los tributos que tenían obligación, todavía lo sentían por pesada carga y en especial Yacánex que era el caudillo principal de ellos, el cual vino a tanta demasía su desvergüenza que acometió a hacer dos cosas muy atrevidas: la una fue que así como supo los casamientos de su señor Huetzin con la infanta Atototzin, se opuso pidiéndola con violencia y amenazando al rey su padre, de que él y toda su corte se alteraron y le respondió que no podía quebrar su palabra que tenía prometida al príncipe Nopaltzin y en el ínterin que andaban con demandas y respuestas, despacharon de secreto a la infanta para entregarla a su esposo Huetzin, temiéndose de este tirano no se la sacase a fuerza de armas, porque había ido apercibido de gente y armas. La otra fue negar la obediencia totalmente a Huetzin su señor, levantando a todos los más de los chichimecas de la provincia de Tepetlaóztoc, de tal manera que el gran chichimeca Xólotl en el año de 1062, que llaman 13 ácatl, por atajar alteraciones y novedades y excusar guerras, envió a llamar a Tochintecuhtli, hijo de Quetzalmácatl señor de Quahuacan, hombre valeroso y muy experto en la milicia y con él cantidad de familias de chichimecas. Venido que fue le mandó que ante todas cosas y por principio de las mercedes que pretendía hacerle si acudía con puntualidad a lo que le quería encargar, fuese a Xaltocan y de camino se desposase con Tomiauh, su bisnieta, hija de Opantecuhtli que a la sazón era recién entrado en el señorío de Xaltocan y reinado de los otomíes y hecho esto se fuese a Huexutla y allí se pusiese con su ejército a la defensa y amparo de Huetzin, de que desde luego le hacía señor de todas aquellas tierras y de Teotihuacan y otros lugares y que procurase si pudiese sin derramamiento de sangre prender y matar a Yacánex y a sus consortes y donde no, ayudase a Huetzin y por fuerzas de armas los matasen. Todo lo cual puso por obra Tochintecuhtli y se puso en el puesto de Huexutla el año siguiente de 1064 que llaman ce técpatl. El príncipe Quinatzin pasó su corte y morada a Oztoctícpac, que es en Tetzcuco y dio principio a esta ciudad en su población, dejando a su padre en Tlazalan, donde asistía; lo uno por parecerle éste ser mejor puesto y lo otro, por amparar a su sobrino Huetzin; que dos años antes el príncipe hizo tres cercas grandes la una por bajo de Huexutla hacia la laguna y otra en la ciudad de Tetzcuco, que había comenzado a fundar estas dos para sembrar en ellas maíz y otras semillas que usaban los aculhuas y tultecas y la otra cerca en el pueblo de Tepetlaóztoc para venados, conejos y liebres; y dio el cargo de tener cuenta de esto a dos chichimecas caudillos, que el uno se decía Acótoch y el otro Coácuech, los cuales aunque en la una cerca les era de gusto, las otras dos, de las sementeras, cosa que jamás ellos habían acostumbrado, les fue muy pesada carga; y así se confederaron con el tirano Yacánex y con otros bandoleros, de manera que les fue forzoso al príncipe Quinatzin y su sobrino Huetzin juntar sus gentes con las de Tochintecutli primer señor de Huexutla y acometer al enemigo en dos partes: en la una, en donde se había fortalecido con su gente que fue donde está ahora el pueblo de Chiautla. Fue Huetzin sobre él y tuvieron muy cruel batalla, en donde murieron de ambas partes mucha gente hasta que fueron vencidos los bandoleros y su caudillo Yacánex se fue huyendo sin parar hasta Pánuco, porque había la sierra en donde pretendieron ampararse y tenían aquella fuerza. El príncipe Quinatzin al mismo tiempo con la gente que llevó, los desbarató y mató a muchos de ellos, aunque también se les escapó Ocótoch, el que los acaudillaba, uno de los dos atrás referidos, en seguimiento de Yacánex. Aunque por entonces quedó la tierra pacífica y en las provincias remotas todos se ocupaban en poblar y aumentarse las gentes. En este mismo año tuvo también guerra Aculhua, señor de Azcaputzalco, con Cozcacuauh uno de los chichimecas rebelados, que se le había alzado con la provincia de Tepotzotlan que pertenecía a su señorío; que después de haberlo desbaratado y vencido, se le escapó huyendo hacia la parte a donde fueron los demás. Estas batallas sucedieron a los ciento cuarenta años después de la destrucción de los tultecas, que fueron las primeras que tuvieron los chichimecas unos con otros. En el año de 1075 de la encarnación de Cristo nuestro señor, que llaman matlactiomei técpatl falleció este gran chichimeca, monarca y padre de familias Xólotl, estando en su ciudad y corte de Tenayucan, a los ciento doce años de su imperio y a los ciento diecisiete de la última destrucción de los tultecas, en la mayor prosperidad, paz y concordia que tuvo este nuevo mundo; al cual se le hicieron muy solemnes honras y fue enterrado su cuerpo en una de las cuevas de su morada, asistiendo a ellas la mayor parte de los príncipes y señores de su imperio.
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Matrimonio de los mexicanos Cuando el joven llegaba a edad idónea para casarse, se juntaban sus consanguíneos a deliberar acerca de una esposa de igual condición, con el objeto de evitar (según ellos mismos atestiguaban) el adulterio y de ver por la procreación de la prole. Sobre este negocio le dirigían un larguísimo discurso exhortándole a la aplicación a la virtud, al culto de los dioses y a contraer matrimonio. El hijo daba gracias por los consejos y confesaba qué tiempo hacía que deseaba tener mujer para vivir tranquila y castamente y propagar la estirpe. Conocida pues la disposición de ánimo del adolescente, invitaban a los maestros de los jóvenes a una cena, concluida la cual, los más viejos les ofrecían una gran tea comprada en gracia de este asunto. Añadiendo que, si ellos lo tenían a bien, les sería muy grato dar al joven matrimonio según su condición y los jefes respondían que la cosa no había de ser para ellos menos, ni menos alegre que para los mismos padres, y se llevaban la antorcha al colegio de los jóvenes. Al día siguiente antes del medio día, los varones viejos y las mujeres ya ancianas, iban al domicilio de la doncella que se deseaba fuera del joven y trataban de obtener de los padres que la dieran en matrimonio. La mayor parte respondía que la hija era todavía de tierna edad y no madura para varón, ni digna de tal matrimonio. Pero ellos otra vez con mayores súplicas, trataban de obtener la muchacha que debía casarse con el joven; repetían esto una tercera vez, y cuando intentaban lo mismo la cuarta, era costumbre responder que ya la doncella les había hablado y que reconocían su conformidad en casarse con el joven, aun cuando se reputase indigna de semejante varón. Entonces los consanguíneos trataban de que dominando un signo fausto, fuera conducida a la casa del esposo, tal cual Acatl, comactli (sic ¿ocomatli?), Cipactli y otros semejantes, de los cuales más adelante hablaremos cuanto sea suficiente. En esa ocasión alguno de los parientes del joven invitaba a los consanguíneos de la doncella, consolaba a los padres y los colmaba de dones. Usaban todos en el convite cacaoatl como bebida absteniéndose del vino, que suele ser compuesto del jugo metl con algunas plantas mezcladas, porque induce la embriaguez, si la moderación está ausente. Exceptuábase a los viejos, que lo tomaban de manera muy temperante. A la segunda hora después del mediodía, bañaban a la doncella con cuanta destreza y cuidado podían, y según la costumbre de aquellos tiempos le pegaban plumas rojas a las quijadas. En la tarde antes de que fuera conducida a la habitación de su suegro, se le mandaba sentarse en el medio de la casa junto al fuego, porque estaban persuadidos de que el dios del fuego dominaba en los matrimonios, y allí continuaban con ella en largas conversaciones y le enseñaban cómo debería portarse para preservar y gobernar los bienes de familia, obedeciendo a su cónyuge; sirviendo a su suegro y a su suegra; ablandando a los consanguíneos y adorando y reverenciando a los dioses y a las diosas. Todo lo oía la doncella con mucha atención y lo preservaba en su mente. Daba las gracias por los consejos y prometía que todas aquellas cosas que aconsejaban las guardaría religiosamente y les demostraría con los hechos y que de buen grado obedecería los consejos de los ancianos. Ya cayendo el sol, para completar las nupcias, la conducían al domicilio del esposo adonde, después de que muchos de los consanguíneos de uno y otro cónyuge de una y de otra parte decían discursos, era llevada la recién casada sobre la espalda de algunas de las mujeres que ejercían la medicina, las cuales en su lengua patria llaman titici, acompañada por muchos sus parientes por la sangre y que la precedían con dos antorchas en honra y alabanza del matrimonio, indicio (como ellos mismos decían) de las gracias que daban a los dioses, y de la dignidad de la institución que imitaba por su esplendor a las llamas. Rogaban en este tiempo a los dioses las mujeres presentes, que tocara felicidad semejante y cónyuge parecido a sus hijas y un igualmente próspero matrimonio. Por su parte el esposo recibía no sin inmenso júbilo dentro de sus lares a la esposa, acompañado de sus parientes y llevando en sus manos la lámpara ardiente. Las mujeres que llaman titici sentadas alrededor en media casa adonde estaba el fuego, indicaban que ya debía ser atada la doncella al lado izquierdo del joven; al mismo tiempo añudaban el manto del varón al cueitl uxorio y con este mismo nudo significaban para lo futuro el vínculo indisoluble del matrimonio. Y no sólo esto, sino que les eran revelados muchos arcanos sobre este asunto. Después, la madre del joven regalaba a su nuera el cueitl con el cual se vestiría desde luego, y el suegro a su yerno el manto con el que generalmente sólo, además del maxtle, permitía vestirse la costumbre de aquel tiempo. Lo suspendía con un nudo del hombro derecho y le ponía también el maxtlatl a los pies para que cuando llegase el tiempo se lo ciñera y ocultara su sexo. Poco después la madre del esposo traía agua y una toalla en las cuales la nuera se lavara la boca y las manos; después, varios géneros de comida, y daba cuatro bocados en la boca al esposo y el suegro hacía el mismo mimo a la nuera. Despachado esto, las mujeres llamadas titici los llevaba a una habitación a acostarse, donde (como ellos mismos lo estimaban) poseídos de una casta Venus, pasaban una noche alegre. En la mañana reunidos los consuegros y las consuegras, interrogaban al joven si había encontrado a su mujer intacta o violada; a lo que si respondía que la habían sentido contaminada por el estupro y ya arrebatado el pudor virginal, sumamente indignados perforaban todos los vasos en los que los manjares que habían comido, habían sido preparados y servidos, diciendo a los consanguíneos de la recién casada que ni ella había guardado la pudicia, ni ellos habían cuidado de su pudor con solicitud. Pero si respondía que la había encontrado intacta, se llenaban todos de gran alegría. Congratulaban a los consanguíneos de la doncella y álacres, la ensalzaban con grandes alabanzas llenos de gran alegría y trataban nuevas amistades, de tal manera sólidas y firmes que duraban en gran parte hasta el final de la vida. La tornaboda se alargaba hasta el cuarto día, aun entre los hombres de mediocre fortuna, y ya cerca del último, levantaban el lecho donde habían tenido lugar las nupcias, celebradas con gran regocijo de todos, y muchos lo sacudían en medio del patio expresando con esto la alegría de los ánimos. Entonces los recién casados eran amonestados de nuevo por casi todos los amigos acerca de lo que les convenía hacer después para que pudieran llevar vida suave y tranquila y sacudirse el grave yugo de la inopia. Cuando andando el tiempo, comprendían que la recién casada estaba embarazada, todos los consanguíneos celebraban un banquete espléndido creyendo que no de otra manera, sino por la suspensión súbita de los negocios familiares, podía ser celebrada dignamente aquella fecundidad y declarada la alegría del ánimo. Durante la comida daban las gracias a los Dioses creadores de todas las cosas por la criatura incoada y pedían que les fuera concedido ver con la misma alegría al niño dado a luz con que lo habían visto engendrado, y que fuera honra y ornamento de sus mayores; decían además muchas cosas con las cuales atestiguaban su benevolencia y el afecto de su ánimo. Despachadas estas cosas y después de muchos discursos habidos de una y otra parte entre los afines y los consanguíneos, congratulaban a la embarazada y la exhortaban para que se abstuviera de todo lo que pudiera ser dañino para el feto y para ella, y advertían a los padres que cuidaran de lo mismo. Dadas las gracias por estas advertencias, todos se marchaban para irse a sus propias casas.
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CAPÍTULO VII De la fundación de México Siendo ya llegado el tiempo que el padre de las mentiras cumpliese con su pueblo, que ya no podía soportar tantos rodeos, y trabajos y peligros. Acaeció que unos viejos, hechiceros o sacerdotes, entrando por un carrizal espeso, toparon un golpe de agua muy clara y muy hermosa, y que parecía plateada, y mirando alrededor, vieron los árboles todos blancos y el prado blanco, y los peces blancos, y todo cuanto miraban muy blanco. Y admirados de esto, acordáronse de una profecía de su dios, que les había dado aquello por señal del lugar adonde habían de descansar y hacerse señores de las otras gentes, y llorando de gozo, volvieron con las buenas nuevas, al pueblo. La noche siguiente apareció en sueños Vitzilipuztli a un sacerdote anciano, y díjole que buscasen en aquella laguna, un tunal que nacía de una piedra, que según él dijo era donde por su mandado habían echado el corazón de Copil, su enemigo, hijo de la hechicera, y que sobre aquel tunal verían un águila muy bella, que se apacentaba allí de pájaros muy galanos, y que cuando esto viesen, supiesen que era el lugar donde se había de fundar su ciudad, la cual había de prevalecer a todas las otras, y ser señalada en el mundo. El anciano, por la mañana, juntando a todo el pueblo desde el mayor hasta el menor, les hizo una larga plática en razón de lo mucho que debían a su dios, y de la revelación que aunque indigno, había tenido aquella noche, concluyendo que debían todos ir en demanda de aquel bienaventurado lugar que les era prometido, lo cual causó tanta devoción y alegría en todos, que sin dilación se pusieron luego a la empresa. Y dividiéndose a una parte y a otra por toda aquella espesura de espadañas, y carrizales y juncia de la laguna, comenzaron a buscar por las señas de la revelación, el lugar tan deseado. Toparon aquel día el golpe de agua del día antes, pero muy diferente, porque no venía blanca, sino bermeja como de sangre, y partiéndose en dos arroyos, era el uno azul espesísimo, cosa que les maravilló y denotó gran misterio, según ellos lo ponderaban. Al fin, después de mucho buscar acá y allá, apareció el tunal, nacido de una piedra, y en él estaba un águila real, abiertas las alas y tendidas, y ella vuelta al sol recibiendo su calor; alrededor había gran variedad de pluma rica de pájaros, blanca, colorada, amarilla, azul y verde, de aquella fineza que labran imágines. Tenía el águila en las uñas, un pájaro muy galano. Como la vieron y reconocieron ser el lugar del oráculo, todos se arrodillaron, haciendo gran veneración al águila, y ella también les inclinó la cabeza, mirándolos a todas partes. Aquí hubo grandes alaridos y muestras de devoción, y hacimiento de gracias al creador, y a su gran dios Vitzilipuztli, que en todo les era padre y siempre les había dicho verdad. Llamaron por eso la ciudad que allí fundaron, Tenochtitlán, que significa tunal en piedra; y sus armas e insignias son hasta el día de hoy, un águila sobre un tunal, con un pájaro en la una mano, y con la otra, asentada en el tunal. El día siguiente, de común parecer, fueron a hacer una ermita junto al tunal del águila, para que reposase allí el arca de su dios, hasta que tuviesen posibilidad de hacerle suntuoso templo, y así la hicieron de céspedes y tapias, y cubriéronla de paja. Luego, habida su consulta, determinaron comprar de los comarcanos, piedra y madera y cal, a trueque de peces y ranas y camarones; y asimismo, de patos y gallaretas, corvejones y otros diversos géneros de aves marinas, todo lo cual pescaban y cazaban con suma diligencia en aquella laguna, que de esto es muy abundante. Iban con estas cosas a los mercados de las ciudades y pueblos de los tepanecas y de los de Tezcuco, circunvecinos, y con mucha disimulación e industria, juntaban poco a poco lo que habían menester para el edificio de su ciudad, y haciendo de piedra y cal otra capilla mejor para su ídolo, dieron en cegar con planchas y cimientos gran parte de la laguna. Hecho esto, habló el ídolo a uno de sus sacerdotes una noche en esta forma: "di a la congregación mexicana, que se dividan los señores cada uno con sus parientes y amigos y allegados, en cuatro barrios principales, tomando en medio la casa que para mi descanso habéis hecho, y cada parcialidad edifique en su barrio a su voluntad". Así se puso en ejecución, y estos son los cuatro barrios principales de México, que hoy día llaman San Juan, Santa María la Redonda, San Pablo, San Sebastián. Después de divididos los mexicanos en estos cuatro barrios, mandoles su dios que repartiesen entre sí los dioses que él les señalase, y cada principal barrio de los cuatro, nombrase y señalase otros barrios particulares, donde aquellos dioses fuesen reverenciados; y así a cada barrio de estos, eran subordinados otros muchos pequeños, según el número de los ídolos que su dios les mandó adorar, los cuales llamaron calpultetco, que quiere decir dios de los barrios. De esta manera se fundó y de pequeños principios vino a grande crecimiento, la ciudad de México Tenochtitlán.
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CAPÍTULO VII Do se cuenta la muerte del gobernador y el sucesor que dejó nombrado En los cuidados y pretensiones que hemos dicho andaba engolfado de día y de noche este heroico caballero, deseando, como buen padre, que los muchos trabajos que él y los suyos en aquel descubrimiento habían pasado y los grandes gastos que para él habían hecho no se perdiesen sin fruto de ellos, cuando a los veinte de junio del año de mil y quinientos y cuarenta y dos, sintió una calenturilla que el primer día se mostró lenta y al tercero rigurosísima. Y el gobernador, viendo el excesivo crecimiento de ella, entendió que su mal era de muerte, y así luego se apercibió para ella y, como católico cristiano, ordenó casi en cifra su testamento por no haber recaudo bastante de papel, y, con dolor y arrepentimiento de haber ofendido a Dios, confesó sus pecados. Nombró por sucesor en el cargo de gobernador y capitán general del reino y provincia de la Florida a Luis de Moscoso de Alvarado, a quien en la provincia de Chicaza había quitado el oficio de maese de campo, para el cual auto mandó llamar ante sí a los caballeros, capitanes y soldados de más cuenta y, de parte de la Majestad Imperial, les mandó, y de la suya les rogó y encargó, que atenta la calidad, virtud y méritos de Luis de Moscoso, lo tuviesen por su gobernador y capitán general hasta que Su Majestad enviase otra orden, y de que así lo cumplirían les tomó juramento en forma solemne. Hecha esta diligencia, llamó de dos en dos y de tres en tres a los más nobles del ejército y después de ellos mandó que entrase toda la demás gente de veinte en veinte y de treinta en treinta, y de todos se despidió con gran dolor suyo y muchas lágrimas de ellos, y les encargó la conversión a la Fe Católica de aquellos naturales y el aumento de la corona de España, diciendo que el cumplimiento de estos deseos le atajaba la muerte. Pidioles muy encarecidamente tuviesen paz y amor entre sí. En estas cosas gastó cinco días que duró la calentura recia, la cual fue siempre en crecimiento hasta el día seteno, que lo privó de esta presente vida. Falleció como católico cristiano, pidiendo misericordia a la Santísima Trinidad, invocando en su favor y amparo la sangre de Jesu Cristo Nuestro Señor y la intercesión de la Virgen y de toda la Corte Celestial, y la fe de la Iglesia Romana. Con estas palabras, repitiéndolas muchas veces, dio el ánima a Dios este magnánimo y nunca vencido caballero, digno de grandes estados y señoríos e indigno de que su historia la escribiera un indio. Murió de cuarenta y dos años. Fue el adelantado Hernando de Soto, como al principio dijimos, natural de Villanueva de Barcarrota, hijodalgo de todos cuatro costados, de lo cual habiéndose informado la Cesárea Majestad, le había enviado el hábito de Santiago, mas no gozo de esta merced, porque, cuando la cédula llegó a la isla de Cuba, ya el gobernador había entrado al descubrimiento y conquista de la Florida. Fue más que mediano de cuerpo, de buen aire, parecía bien a pie y a caballo. Era alegre de rostro, de color moreno, diestro de ambas sillas, y más de la jineta que de la brida. Fue pacientísimo en los trabajos y necesidades, tanto que el mayor alivio que sus soldados en ellas tenían era ver la paciencia y sufrimiento de su capitán general. Era venturoso en las jornadas particulares que por su persona emprendía, aunque en la principal no lo fue, pues al mejor tiempo le faltó la vida. Fue el primer español que vio y habló a Atahuallpa, rey tirano y último de los del Perú, como diremos en la propia historia del descubrimiento y conquista de aquel imperio, si Dios Nuestro Señor se sirve de alargarnos la vida, que anda ya muy flaca y cansada. Fue severo en castigar los delitos de milicia; los demás perdonaba con facilidad. Honraba mucho a los soldados, a los que eran virtuosos y valientes. Fue valentísimo por su persona en tanto grado que por doquiera que entraba peleando en las batallas campales dejaba hecho lugar y camino por do pudiesen pasar diez de los suyos, y así lo confesaban todos ellos, que diez lanzas del todo su ejército no valían tanto como la suya. Tuvo este valeroso capitán en la guerra una cosa muy notable y digna de memoria y fue que, en los rebatos que los enemigos daban en su campo de día, siempre era el primero o el segundo que salía al arma, y nunca fue el tercero, y, en las que le daban de noche, jamás fue el segundo, sino siempre el primero, que parecía que después de haberse apercibido para salir al arma, la mandaba tocar él mismo. Con tanta prontitud y vigilancia como ésta andaba de continuo en la guerra. En suma, fue una de las mejores lanzas que al nuevo mundo han pasado, y pocas tan buenas, y ninguna mejor, si no fue la de Gonzalo Pizarro, a la cual, de común consentimiento, se dio siempre la honra del primer lugar. Gastó en este descubrimiento más de cien mil ducados que hubo en la primera conquista del Perú, de las partes de Casamarca, de aquel rico despojo que allí hubieron los españoles. Gastó su vida y feneció en la demanda, como hemos visto.
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CAPÍTULO VII Los indios desamparan dos pueblos donde se alojan los españoles para invernar Con grandísimo contento y alegría de sus corazones miraron los nuestros al Río Grande por parecerles que en él se daba fin a todos los trabajos de su camino. Por el paraje que acertaron a llevar hallaron en la ribera del río dos pueblos, uno cerca de otro, con cada doscientas casas y un foso de agua, sacada del mismo río, que los cercaba ambos y los hacía isla. Al gobernador Luis de Moscoso y a sus capitanes les pareció alojarse en ellos aquel invierno, si les fuese posible ganar los pueblos por paz o por guerra, que, aunque no era aquella provincia la de Guachoya, en cuya demanda habían venido, les pareció que bastaba haber llegado al Río Grande, pues para lo que pretendían, que era salir por él de aquel reino, era lo más esencial. Con esta determinación, aunque no venían para pelear, se pusieron en escuadrón, que todavía eran más de trescientos y veinte infantes y setenta caballos, y acometieron uno de los pueblos, cuyos moradores, sin hacer alguna defensa, lo desampararon. Los nuestros, habiendo dejado gente en él, acometieron el otro pueblo y con la misma facilidad lo ganaron. La causa de no haberse defendido estos indios se entendió que hubiese sido pensar que los españoles venían tan bravos como las otras dos veces que por las riberas de aquel río habían andado, y, aunque no habían llegado a esta provincia, debía de haber llegado la fama de ellos con las nuevas de las cosas que en las provincias de Capaha y Guachoya habían hecho, la cual relación los debía de tener amedrentados para que no defendiesen ahora sus pueblos. Entrando los castellanos en ellos hallaron tanta cantidad de zara y otras semillas y legumbres y fruta seca, como nueces, pasas, ciruelas pasadas, bellotas y otras frutas incógnitas en España, que verdaderamente, aunque los nuestros, con propósito de invernar en aquellos pueblos, se hubieran ocupado todo el estío pasado en recoger bastimento, no hubieran juntado tanto. Alonso de Carmona dice que midieron el maíz que se halló en estos dos pueblos y que hubo por cuenta diez y ocho mil hanegas, de que se admiraron mucho por ver que en tan poca poblazón hubiese tanta comida de maíz, sin las demás semillas. Todo lo cual, y el haber los indios desamparado sus pueblos con tanta facilidad, atribuyeron estos cristianos a particular misericordia, que Dios hubiese querido hacerles en aquella necesidad, porque es verdad que, si no hallaran aquellos pueblos tan buenos y tan bastecidos, ciertamente, según venían maltratados, flacos y enfermos, perecieran todos en pocos días. Y así lo confesaban ellos mismos, que ya estaban tales que no podían hacer cosa alguna en beneficio de sus vidas y salud. Y aun con hallar la comodidad y regalo que hemos dicho, murieron después de haber llegado a los pueblos más de cincuenta castellanos y otros tantos indios de los domésticos, porque venían ya tan gastados que no pudieron volver en sí. Entre los cuales murió el capitán Andrés de Vasconcelos de Silva, natural de Yelves, de la nobilísima sangre que de estos dos apellidos hay en el reino de Portugal. Falleció asimismo Nuño Tovar, natural de Jerez de Badajoz, caballero no menos valiente que noble, aunque infeliz por haberle cabido en suerte un superior tan severo que, por el yerro del amor que le forzó a casarse sin su licencia, lo había traído siempre desfavorecido y desdeñado, muy contra de lo que él merecía. Murió también el fiel Juan Ortiz, intérprete, natural de Sevilla, el cual en todo aquel descubrimiento no había servido menos con sus fuerzas y esfuerzo que con su lengua, porque fue muy buen soldado y de mucho provecho, en todas ocasiones. En suma, murieron muchos caballeros muy generosos, muchos soldados nobles de gran valor y ánimo, que pasaron ciento y cincuenta personas las que fallecieron en este último viaje, que causaron gran lástima y dolor que por la imprudencia y mal gobierno de los capitanes hubiese perecido tanta y tan buena gente sin provecho alguno. Los españoles, habiendo ganado los pueblos, acordaron, para más comodidad y seguridad de ellos, juntar el un pueblo con el otro, por no estar divididos, para lo que se les ofreciese. Así lo pusieron luego por obra y derribaron el uno de los pueblos y pasaron toda la comida, madera y paja que en él había al otro, con que lo agrandaron y fortificaron lo mejor que les fue posible, y se alojaron en él. En estas cosas gastaron los nuestros veinte días, porque estaban flacos y debilitados y no podían trabajar todo lo que quisieran y les era necesario. Con el abrigo de las buenas casas y el regalo de la mucha comida empezaron a convalecer los enfermos, que eran casi todos. Y los naturales de aquella provincia fueron tan buenos que, aunque no tenían amistad con los españoles, no les dieron pesadumbre ni hicieron contradicción alguna ni pretendieron acecharlos por los campos ni darles armas y rebatos de noche. Todo lo cual atribuían a particular providencia de Dios. Llamábase aquel pueblo, y su provincia, Aminoya. Estaba diez y seis leguas el río arriba del pueblo Guachoya, en cuya demanda habían venido los nuestros, los cuales, habiendo cobrado alguna salud y fuerzas, viendo que era ya llegada la menguante de enero del año mil y quinientos y cuarenta y tres, dieron orden en cortar madera de que hacer los bergantines en que pensaban salir por el río abajo a la mar del Norte, de la cual madera había mucha abundancia por toda aquella comarca. Procuraron con toda diligencia haber las demás que eran menester, como jarcia, estopa, resina de árboles para brea, mantas para velas, remos y clavazón. A todo lo cual acudieron todos con gran prontitud y ánimo. Alonso de Carmona dice en su relación que, al entrar en este pueblo Aminoya, iban él y el capitán Espíndola, que era capitán de la guarda del gobernador, y que hallaron una vieja que no había podido huir con la demás gente que huyó, la cual les preguntó a qué venían a aquel pueblo, y, respondiéndole que a invernar en él, les dijo que dónde pensaban estar ellos y poner sus caballos, porque de catorce en catorce años salía de madre aquel Río Grande y bañaba toda aquella tierra, y que los naturales de ella se guarecían en los altos de las casas, y que era aquel año el catorceno, de lo cual se rieron ellos y lo echaron por alto. Todas son palabras del mismo Alonso de Carmona, como él escribió en esta su Peregrinación, que este nombre le da a eso poco que escribió no para imprimir.
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CAPITULO VII En que se dá noticia de los animales y aves domesticos, silvestres y feroces que se crian en las campañas y montes de Cartagena y de las varias especies de reptiles y sabandijas ponzoñosas propias de ellos 116 Si es fértil Cartagena en arboles y plantas como queda visto, no es escaso á proporcion su distrito en toda suerte de animales, unos domesticos para el sustento y regalo de sus habitadores, otros silvestres, en quienes la diversidad de propiedades y especies causa no pequeña admiracion en el entendimiento, considerando en tanta variedad de obras al Supremo Artífice que todas las dispuso, otros feroces que guardan y defienden lo inculto de las selvas y, entre unos y otros, quadrupedos, reptiles y volatiles, no son en numero menor los que se visten de pintadas y vistosas plumas que los que encubren la natural fiereza de jaspeadas y coloridas pieles ni menos los que esconden violentissimos venenos con las brillantes escamas porque de todas especies abunda aquel territorio. 117 Los animales domesticos comestibles solo son de dos especies, bacuno y de cerdo, unos y otros en cantidad. El bacuno, aunque no del todo malo, es poco gustoso porque el continuo calor de aquel clima le impide de hacerse de muchas carnes y que sean estas sustanciosas; pero el ganado de cerda, por el contrario, es de tal delicadeza y buen gusto que no solo se tiene por el mas sabroso de todas las Indias pero en ninguna parte de Europa se cree que lo haya de igual sabor, y, por esta razon, europeos y criollos le dan la preferencia á cualquier otro, y es el manjar ordinario de aquellos moradores. Además de las buenas calidades con que lisongea al gusto, lo consideran allí muy saludable, tanto que lo han hecho el alimento comun y mas seguro de los enfermos con antelacion aún á el de aves. Las especies de estas son gallinas, palomas, perdices y patos, en abundancia todas y de sabroso gusto. 118 Por ser cosa particular, me ha parecido no omitir aquí una breve noticia del methodo de que usan allí para coger los patos, el qual descubrimos con la casualidad de haver notado el baxo precio á que se vendian, y, procurando informarnos del motivo, supimos que cerca de Cartagena, á la parte del oriente del cerro de la Popa, se halla una laguna bien capaz que llaman la ciénaga de Tescas, la qual es sumamente abundante de peces, aunque allí tenidos por nada sanos, y assimismo de patos. Esta laguna es de agua salada porque tiene comunicacion con el mar y, assi, se conserva siempre en un ser con la poca alteracion que causan las mareas; recogense en ella todas las noches nubes muy grandes de patos, que, haviendo estado esparcidos todo el discurso del día en las campañas, van allí á hacer la dormida. Los que tienen el exercicio de su caza, que mejor pudiera llamarse pesca, echan dentro de la laguna 15 ó 20 calabazos grandes que llaman totumos, y los patos, haciendo frequente la vista á ellos, no los extrañan ni los huyen; despues de 3 ó 4 dias que los han tenido nadando, en que yá los consideran familiares, se vá el cazador á amanecer á la laguna llevando otro calabazo con unos agujeros proporcionados para ver y respirar, dentro del qual mete la cabeza y se entra en el agua de modo que solo quede fuera esta; assi, vá acercándose á los patos sin hacer ningun ruido y, asiendolos de las piernas, los zabulle y coge con la otra hasta que no le caben mas; entonces, se retira á tierra y, dexando aquellos á otro compañero que tambien está en el agua á la orilla, vuelve á continuar su pesca ó caza hasta que tiene bastantes ó que, siendo tiempo, empiezan á volar para esparcirse en los campos. 119 Los animales de caza comestibles son venados, conejos y javalíes, que allí llaman sajones, pero solo usan de estas carnes los negros y indios de las campañas, á excepcion de los conejos, que tienen consumo en la ciudad. 120 En los silvestres y feroces se advierte mas abundancia de castas y, entre estas, algunas sumamente dañosas como los tigres, que no solo hacen estrago en el ganado sí tambien en la gente quando están cebados. Son de mucha corpulencia, algunos como pequeños jumentos, y los cubren pieles muy hermosas; son, assimismo, habitadas aquellas selvas de algunos leopardos, zorros, armadillos, ardillas y otros muchos, de cuerpo menor á semejanza de estos, y los arboles sirven de estancia á gran cantidad de monos de varias castas, que se distinguen unos por los tamaños y otros por el color. 121 La propiedad que se nota generalmente en los zorros de defenderse de los perros y otros animales que los persiguen, con el arbitrio de orinarse en su propia cola y rociarles con ella, logra mas activos efectos en aquel país porque el olor de sus orines es tan fétido que hace perder el sentido al que los sigue y los perturba de modo que dá lugar á que el zorro escape. Es en tan superior grado la vehemencia de aquel pernicioso olor y su penetracion que alcanza á un quarto de legua distante del parage en donde lo despidió, y aun allí se hace insoportable todo el rato que dura, que suele passar de media hora. Es animal pequeño, su cuerpo no excede al de un gato grande, tiene el pelo muy fino y tirando á color de canela, la cola, no muy larga, y el pelo de ella, esponjado y formando un penacho propio para defenderse de los que le siguen, y agraciada la figura de todo el conjunto de sus partes. 122 Assi como naturaleza, próvida en sus obras, le dió á este animal tan eficaz defensa, no dexó olvidado á el armadillo cuyo nombre descifra bastantemente lo que él es; tiene la magnitud de un conejo regular aunque distinta figura porque el hocico, los pies y rabo se assemejan á el de los puercos; todo su cuerpo está cubierto de una concha dura y fuerte, la qual, conformándose en todo con las irregularidades de su estructura, lo abriga de los insultos de los demás animales y no le estorva para andar libremente; además de la concha principal, tiene otra á manera de capilla articulada con la primera, y esta sirve para guarecer con ella la cabeza, con lo qual están seguras todas sus partes; por la exterior, tienen estas conchas varias labores formadas con el realce de ellas mismas y distinguidas de colores pardos y claros; con que, no solo le son de defensa pero tambien de adorno. Los negros y indios comen la carne de este animal y dicen que es sabrosa. 123 Aunque son varias las especies de monos que se ven en aquel país, los mas comunes son los que llaman micos, y estos, los mas pequeños. Lo regular de su porte es como un gato, su color, pardo blanquizco, y, porque estos son muy conocidos yá de todos, no me detendré en describirlos. Los grandes, cuyas noticias podrán ser menos vulgares, reservo para otra parte donde por su mucha abundancia parece serán mas propias. 124 La diversidad de aves que se reconocen en aquella cálida athmosphera es tanta que solo la admiracion puede expressarlo; la hermosura de sus plumages, tan particular que apenas havrá voces con que ponderarla y cantos tan grandes que, confundidos los suaves y apacibles con los ásperos y desagradables, no dexan libertad al oido para que guste de los unos ó pueda distinguir la dissonancia de los otros. Pero es cosa notable y siempre digna de admirar en la naturaleza la igualdad con que reparte sus dones entre criaturas y obras, pues, para no darlo todo á unas dexando pobres á las otras, en aquellas donde el pincel retrató mas vivamente los colores dexó el defecto de un molesto graznido para que quedasse igual con la que, en su lugar, gozasse la perfeccion de una música melosa y mereciesse por esta la estimacion á que no podía aspirar por aquella. El guacamayo es una de las aves en quienes esto se comprueba; los vivos y exquisitos colores que viste le hermosean tanto que no hay artifice bastante á retratarlos; su graznido es recio y desapacible, circunstancia que se nota igualmente en todas las aves de pico corvo, recio y lengua gruessa, loros, cotorras y periquitos. Todos estos vuelan en vandadas, y su ruido en el ayre se dexa percibir á gran distancia. 125 Toda la particularidad que ostentan los antecedentes refunde en su pico el que comunmente llaman tulcán ó predicador; la corpulencia de esta ave es como una paloma grande pero la zanca, mucho mas larga, la cola de ella es corta, y su pluma, obscura, salpicada de algunas turquíes, purpureas, amarillas y otras que dicen bien con el color que predomina; la cabeza es desproporcionadamente grande respecto del cuerpo, y sin esta circunstancia no pudiera sostener la deformidad del pico, el qual se alarga desde el nacimiento cosa de 6 á 8 pulgadas haciendo alguna muestra de quererse encorvar; en la raiz tiene la caxa superior pulgada y media ó dos de base con muy corta diferencia formando una figura triangular, en cuya forma continúa hasta el fin; las dos superficies que corresponden lateralmente forman en la parte superior un lomo, y la tercera sirve de recibir la quixada inferior, la qual sigue todo lo largo de la alta hasta su extremidad, y una y otra juntas van insensiblemente disminuyendo el gruesso de su nacimiento, y, a su fin, se encorva de repente y sutiliza tanto que forma una punta fuerte y aguda; la lengua es de la misma hechura que una pluma y colorada como todo lo interior de la boca. Esta ave copia en el pico los vivos colores que matizan las plumas de las otras; regularmente, es el de su nacimiento de un fino amarillo, el qual cubre todo el lomo de la quixada superior y guarnece su raiz como de una faxa de media pulgada de ancho; y todo lo restante es de color de purpura obscuro, excepto dos transitos que á la distancia de una pulgada de su nacimiento son de un fino carmesí. Los labios interiores, que se tocan entre sí recíprocamente quando está cerrada, son guarnecidos de dientes que forman las mismas quixadas hechas á manera de sierra. El nombre de predicador que dan á este pajaro conviene con su exercicio porque, puesto en algun arbol, donde esté mas alto que sus compañeros quando duermen, hace un ruido en que parece que prorrumpe algunas palabras y lo esparce á todos lados para que las aves carniceras no se atrevan, confiadas del silencio, á hacer garra en las de su especie. Domesticase con mucha facilidad y se hace tan familiar con la gente que en las casas donde los tienen anda entre las personas y acude cuando lo llaman á recibir lo que le dan. Su comida regular son frutas pero los domesticados comen tambien cualquiera otra cosa que se les dé. 126 Muy dilatado assunto sería el describir las propiedades de otras muchas aves que, fuera de las comunes, habitan en aquel clima, pero entre ellas, por su especial propension, son dignas de mayor atencion los gallinazos, nombre que se les dió por la similitud que tienen en el cuerpo á la gallina; su porte es como el de una pequeña pava pero el cuello, mas gruesso, y la cabeza, algo mayor; desde la mitad del pescuezo hasta la raiz del pico no cria pluma, y este ámbito está cubierto de un pellejo áspero, arrugado y glanduloso que forma varias eminencias pequeñas, y son otras tantas desigualdades. Assi, la pluma que cubre todo su cuerpo como este pellejo es negro y no muy obscuro por lo regular en los comunes; el pico es proporcionado, recio y algo corvo. Esta ave es familiar en la ciudad tanto que los texados de las casas están llenos de ellas, y son las que la limpian de todas las inmundicias, pues no muere animal alguno que no le sepulten en sus buches, y, quando les faltan estos, apelan á otras asquerosidades. La sutileza de su olfato es tal que se suelen ir guiadas de él tres, quatro ó mas leguas al parage donde hay carne mortecina, de la qual no se apartan hasta dexar limpia la armazon de los huessos. Si la naturaleza no huviera proveido con tanta prodigalidad estas aves en aquellos climas, serian intratables por la infestacion del ayre que causaría la pronta corrupcion con los continuos calores. Su vuelo es pesado en el principio pero despues se remonta tanto que llega á perderlo la vista. En tierra anda á saltos y como con alguna torpeza, las zancas, en buena proporcion y gruessas, y los pies, con tres dedos anteriores y uno lateral algo inclinado atrás pero los que forman la planta bolteados acia dentro de modo que, embarazandose los de un pie con los del otro, le impiden la agilidad del andar: cada dedo remata con una uña larga aunque sin desproporcion y fuerte. 127 Quando no tienen cosa muerta que comer, suelen salir al campo, hostigados de la hambre, á buscar las bestias que pastan y, luego que encuentran alguna que tenga matadura en el espinazo ó cruz, se ponen encima de ella y empiezan á comerla por allí sin que sirva de defensa ni el rebolcarse ni espantarlos con la boca porque no se separan de su empressa hasta que, á fuerza de picarle, le abren mayor la llaga, y á continuacion queda reducido á víctima y pasto de sus picos. 128 Otros gallinazos hay algo mayores y solo se encuentran en los campos; su cabeza y parte del pescuezo es en unos blanco y en otros roxo ó mezclado de ambos colores, á que tambien les acompaña un collar de plumas blancas poco mas arriba del nacimiento del pescuezo; no son menos carniceros que essotros; llamanlos en el pais reyes de gallinazos porque no los hay en cantidad y tienen observado que, quando acude á alguna bestia muerta uno de estos, no la tocan los otros hasta que él se haya comido los ojos, que es lo primero por donde empiezan á picarla, pero, despues de haverlo concluido y que se inclina á otra parte, ocurren todos á participar de él. 129 Los morcielagos, aunque comunes en todas partes, se hacen allí particulares por su abundancia, que es tanta que, al tiempo de salir á volar á la caida del sol, forman nubes y cubren las calles de la ciudad. Estos son allí diestros sangradores de personas y de irracionales porque, siendo tan excessivos los calores y dexandose por ellos abiertas las puertas y ventanas de las piezas donde se duerme para no sofocarse en ellas, con esta oportunidad entran en los dormitorios y, hallando descubierto el pie de alguna persona, le van picando sutilmente hasta encontrar una vena, entonces chupan la sangre y, luego que han saciado con ella su apetito, se van dexando peremne la sangría. He visto algunas personas que han padecido este sacrificio, y me han assegurado ellos propios que, con poco mas tiempo que huviessen tardado en dexar el sueño, no huvieran vuelto jamás de él porque la abundancia de sangre que les havia salido y tenia empapada toda la cama no les diera lugar á que por sí pudiessen contener la que corria de la cisura. Atribuyese el no sentirse la picada, además del mucho tiento y sutileza con que la dan, á estar haciendo viento con las alas, con cuya frescura viene á ser insensible el mal. Esto mismo executan en el campo con los animales, cavallos, mulas y burros, pero no tienen el mismo éxito en los de piel gruessa y dura. 130 Passemos, pues, yá como es razon á la noticia de los insectos y reptiles, donde la naturaleza no hace menos ostentacion de su poder. Su muchedumbre causa no pequeña molestia á la comodidad del hombre, y muchos de ellos destruyen su salud con la ponzoña que encierran y su malignidad; estos son culebras, cientopies, alacranes ó escorpiones, arañas y otros, de todos los quales son varias las castas y diversa la vehemencia con que matan sus venenos. 131 De las culebras, las mas ponzoñosas y comunes son las corales, cascabeles y de bejuco. Las primeras tienen regularmente de quatro á cinco pies de largo y una pulgada de gruesso. Su piel, en todo lo estendido de su cuerpo, es quadreada en pintas grandes de un carmesí muy vivo y fino, amarillo y verde, cuya alternada disposicion las hace muy vistosas. La cabeza es chata y larga á la manera de la de las viboras de Europa, y las quixadas están guarnecidas de agudos colmillos, con los quales, haciendo la mordedura, introducen el veneno y causan un efecto tan pronto que, hinchado el paciente, inmediatamente empieza á prorrumpir en sangre por todos los sentidos, y, aun llegando á romperse las tunicas de las venas en las extremidades de los dedos, la hace brotar por ellos igualmente y dentro de poco rato termina con la vida. 132 La de cascabel regularmente no es tan grande porque suele ser su longitud dos pies ó dos y medio, aunque hay otras que exceden hasta tres y medio, que son raras; su color es pardo, ceniciento, con ondas obscuras; á la extremidad de la cola se prolonga la que comunmente llaman cascabel, y viene á ser á la manera de una baynilla de garvanzos después que está seca en la planta, formando las mismas divisiones de modo que dexa cinco ó seis; y dentro de ellas se encuentran unos huessecillos redondos con los quales, siempre que la culebra hace algun movimiento, forma el sonido de dos ó tres cascabeles juntos, y de aquí nace el nombre que le dan. Si á la coral dió la naturaleza aquellos vivos colores con que advierte desde distancia su situacion para poderse guardar de su malignidad, puso en esta aquella providencia para que, ya que su color, siendo casi como el de la tierra, no podia advertir el peligro equivocándose con ella, lo avisasse el ruido que siempre lleva consigo. 133 Dan el nombre de culebras de bejuco á otras muchas que hay cuya figura y calor se assemeja á éstas, y, como suelen las mas veces estar colgadas de las ramas de los arboles, parecen con evidencia bejucos y, al tiempo de igualar con ellas, dan la picada, que, aunque no es tan eficaz como la de las dos antecedentes, no dexa de ser mortal si no se procura acudir inmediatamente con la cura de algunos especificos propios para ello, los quales conocen los negros, mulatos y indios que andan en los montes y llaman curanderos, pero contra la malignidad de todas es la habilla, de que yá tengo hecha mencion, el mas seguro antidoto. 134 Al passo que es tanto el peligro en las picadas de estos animales, es lo regular en ellos no causar el daño sin ser antes ofendidos y no tienen grande agilidad en saltar, antes bien, casi siempre están como amortecidos y, asi, guando llegan á picar ó morder, es porque inadvertidamente los pisan ó hacen otra semejante vexacion sin la qual, aunque se passe por junto á ellos, no hacen movimiento alguno ofensivo; y si no fuere por el que practican quando se van á esconder entre las hojas, no se les distinguiria en él que eran vivientes. 135 En pocas partes de Europa dexarán de ser conocidos los cientopies ó cien-pieses pero en Cartagena no solo lo son por la abundancia sí tambien por el monstruoso tamaño y el mayor peligro de criarse con mas frequencia en las casas que en el campo. Suelen tener de largo una vara y cinco quartas otros y de ancho cinco pulgadas mas ó menos, proporcionado á su longitud. Casi tienen figura circular, y toda la superficie superior y lateral está cubierta de duras conchas de un color musco, que se inclina á colorado; estas hacen varias articulaciones, con las quales se mueven ligeramente á qualquier lado la fortaleza de esta armazon las defiende de qualesquier golpe, y, no siendo facil ofenderles sobre ellas, es preciso acertar á darles en la cabeza para que mueran. Son muy ligeros en el andar, y su picada, mortal pero, quando se acude con prontitud, no peligra la vida, aunque dexa que padecer interin que la virtud de los especificos destruye la malignidad del veneno. 136 Tan comunes como los antecedentes son los alacranes y de distintas especies, unos negros, otros colorados, muscos y otros algo amarillos. Los primeros se crian ordinariamente en los palos secos y podridos, y los otros se hallan en las casas por los rincones y armarios; no hay regularidad en su porte pero los mayores son de tres pulgadas de largo, sin incluirse la cola. Su picada es venenosa en unos mas que en otros; la de los negros, segun el sentir de los del país, excede á la de los otros en los efectos que causa su ponzoña, pero no es mortal quando se acude á tiempo con remedios; la de los demás tras por consequencia el apoderarse la fiebre del sugeto, amortecersele las palmas de las manos y plantas de los pies, frente, orejas, narices y labios, y todas estas hormiguean como si estuvieran amortecidas, se engruessa la lengua y siente el mismo hormigueo, y la vista se turba, de cuyo modo suele permanecer veinte y quatro ó quarenta y ocho horas y, despues, empieza á deshacerse aquella natural displicencia hasta que se restablece en la salud. 137 Es comun entre aquellas gentes la opinion de que, cayendo algun alacrán en el agua, la purifica, y assi la beben ellos sin reparo. Están tan acostumbrados con ellos que no les tienen horror; cogenlos con la mano sin repugnancia, agarrandolos, para que no les piquen, por la ultima vertebra de la cola, la qual suelen contarles y jugar con ellos despues. Hemos esperimentado que, tapandolo con un vaso de christal, dentro del qual haya algun poco de humo de tabaco, le es tan insoportable este olor que él mismo empieza á darse punzadas en la cabeza con la punta donde tiene el veneno y se mata; con que, no hay duda, á vista de esta experiencia, repetida en distintas ocasiones, que el mismo efecto causa el veneno en su cuerpo que el que produce en un extraño. 138 Otro animalillo se cria allí, que llaman comunmente caracol soldado de medio cuerpo hasta la extremidad posterior, es de la misma figura que los caracoles vulgares, de una carne blanquizca, enroscada en figura espiral y mole. Pero desde la medianía adelante se assemeja á un cangrejo, tanto en la disposicion de sus pies y manos como en el volumen; el color de esta parte del cuerpo, que es verdaderamente la principal, entre blanquizco y pardo; y su regular tamaño, como de dos pulgadas de largo sin incluir la cola ó cuerpo posterior y una y media de ancho; no tiene ninguna concha, y todo su cuerpo es flexible; valese de una grande industria para librarse de ser ofendido y es que busca un caracol proporcionado á su tamaño y se mete en él, unas veces lo lleva arrastrando consigo y otras lo dexa en un lugar, y él se sale á buscar el alimento, pero, quando siente que le quieren coger, corre con velocidad al sitio donde dexó la concha y se entra en ella, empezando por la parte posterior para que la anterior quede cerrando la puerta y poderse defender con las dos manos, que es con las que muerde al modo que los cangrejos; á la mordedura de este siguen por 48 horas los mismos accidentes que á la del alacrán. En unas y otras se prohibe que, interin permanecen los efectos malignos del veneno, se beba agua porque se tiene experiencia que entonces entra pasmo al sugeto y muere sin remedio. 139 Refieren los naturales del pais que, quando crece tanto que no cabe en el caracol, se va á la playa y busca otro mayor; mata al animal su legitimo dueño y se apropria la habitacion, que es lo mismo que hace para adquirir la primera. Esta particularidad y el deseo de ver su figura nos obligó á Don Jorge Juan y á mí á que solicitassemos haber algunos, en quienes se acreditó, á excepcion del efecto de la picada, que no se hizo la experiencia, todo lo demás que nos tenían informado. 140 A la abundancia de tantas y tan diferentes especies, corresponden las de los insectos, en quienes, por lo pequeño, no tiene menos que admirar la consideracion ó especular el entendimiento y no desmerecen la atencion por las particularidades que les acompañan, yá en la vistosa perspectiva que forman y yá en la diversidad de sus calidades que será difícil discernirlas, aunque la variedad de los perfiles, labores y colores hacen muy sensible la desemejanza sin que pueda determinar entre tantas el discurso qual sea la mas hermosa y lisongera á la vista. 141 Al passo que estas sirven de hermosura y diversion, hay otras de tanta molestia que pudiera perdonarse la recreacion de las unas por no estar sujetos á sufrir el continuo martyrio de los otros. Assi sucede con los mosquitos, de que se forman crecidas nubes, y con particularidad en las sabanas y manglares, que, estos por ser su proprio nutrimento y aquellas por producir yervas que los sustentan, no necessitan otro embarazo para que sean intratables los transitos por ellos. 142 Son muchas allí las especies de este insecto pero se pueden considerar como principales quatro, de las quales á la primera llaman zancudos, que es la mayor de todas; á esta se siguen los mosquitos, que son sin diferencia como los de España; despues los gegenes, que son muy pequeños y de otra hechura, pues tienen la de una palomita, no mayores que un grano de mostaza, algo cenicientos; y la ultima, que llaman mantas blancas, tan pequeños que se siente el escozor ardiente que dexan con la picada, pero casi no se vé quien la ha causado. La muchedumbre de ellos que vuela en el ayre hace distinguirlos por ser blancos, y de aqui les viene el nombre. Los de las dos castas primeras nunca faltan en las casas; su picada levanta una gruessa roncha cuyo escozor no se mitiga aun en el termino de dos horas. Los de estas dos ultimas, que es lo mas comun verlos en los campos ó jardines, no levantan roncha pero es tal el escozor que se hace insoportable. Assi, si son penosos los dias por la mayor calor del sol, no son gustosas las noches con la incomodidad que dan estos imperceptibles animalejos, y, aunque para las tres primeras especies haya el alivio de los mosquiteros, no embarazan estos la entrada á los mas pequeños por entre sus hilos á menos que sean de una tela tan tupidaque no la puedan ellos penetrar, y, siendo assi, se aumenta mucho mas la sofocacion porque falta la correspondencia del ambiente. 143 Entre los muchos insectos que se notan en aquel país, y generalmente en los mas de las Indias, se particulariza el que llaman en Cartagena nigua y en el Perú conocen con el nombre de pique. Este es de la misma hechura que las pulgas pero tan pequeño que casi es imperceptible á la vista, y sus piernas no gozan el privilegio de los resortes que tienen las de aquellas, lo que no es pequeña providencia porque si tuviera la libertad de poder saltar, no huviera cuerpo de viviente que no estuviera lleno de ellas, y la mucha abundancia darla termino á las vidas con los accidentes que podrian sobrevenirlas. Este insecto está siempre envuelto entre el polvo y, por esto, es mas comun y abundante en los lugares sucios; introducense en los pies ó bien sea en las plantas ó en los dedos y entra rompiendo el cutis con tanta sutileza que las personas á quienes la costumbre de tenerlas no les ha hecho advertir la delicadeza de la picada se llenan de ellas sin poder concebir cómo les entraron. Quando empiezan á introducirse, siendo conocidas, se sacan sin mucho dolor aunque con solo la cabeza que tenga dentro es menester descarnar al rededor para poderla sacar porque se agarra tan fuertemente que primero se rompe lo que está fuera que ella ceda á desalojarse del sitio que ganó; pero quando no se advierte en los principios, traspassa libremente el cutis y va á aposentarse entre este y las primeras membranas de la carne, en donde, chupando sangre, vá á proporcion formando una overa cubierta de una tunica blanca y delgada semejante á la figura de una perla chata, quedando ella como engastada en una de sus dos faces, de modo que la cabeza y patillas corresponden á la parte exterior para quedar libre á poder alimentarse y lo posterior de su cuerpo dentro de la misma tunica para ir depositando los huevos; y á proporcion que acrecienta los que pone, vá aumentando el volumen aquella hasta que toda la perlilla llega á tener linea y media ó dos de diametro, á cuyo punto llega en el termino de quatro ó cinco dias, y en él es menester sacarla porque, de omitirla, rebienta ella por sí y se esparce una infinidad de semilla que son en figura, color y tamaño de liendres, de las quales, formandose otras tantas niguas, cunden en todo el pie, y es de mucha molestia el sacarlas por el dolor que causan, como el que permanece por bastante dias despues hasta que vuelven las cavidades que ellas dexan, y á veces descubren hasta el hueso, á llenarse con la carne y, ultimamente, á cerrarse con el pellejo. 144 El methodo de sacar las niguas es algo prolixo y molesto; reducese á separar con la punta de una aguja toda la carne que toca á la membrana donde está la simiente, la qual está tan unida con ella que no solo cuesta dificultad el conseguirlo sin rebentarla sí tambien no poco dolor al paciente. Separa bien por todas partes y desunidas algunas pequeñas é imperceptibles raices que eran las que tenían tan constantemente pegada contra las membranas y musculos de aquella parte, sale yá la dicha perlilla mas ó menos grande segun el tiempo que ha tenido, pero, si se rebienta por casualidad, es preciso cuidar bien de no dexar dentro ninguna raiz, y especialmente la nigua principal, porque, antes de que esté curada aquella llaga, vuelve ella á hacer nueva procreacion internandose mas en la carne, y, por consiguiente, es mas dificil y de mayor dolor el sacarlas. 145 En la cavidad que dexa la perla de la nigua, se pone inmediatamente ceniza de tabaco caliente ó él mismo mascado ó en polvo; y en los paises cálidos como el de Cartagena, es preciso preservarse los dos primeros dias de no mojarse el pie porque, sin este cuidado, es consiguiente el pasmo, enfermedad tan peligrosa de que ella es muy raro el que no muere. Puede ser que se haya experimentado en algunos, y la exageracion querido hacerlo universal. 146 Aunque el tiempo de introducirse la nigua no se sienta, al siguiente dia empieza á molestar con ardiente comezón y dolor; hay unas partes donde se hace mas sensible que en otras y, por consiguiente, lo es tambien el sacarlas, como sucede baxo de las uñas, entre los gavilanes y su union con la carne, y en los extremos inferiores de las yemas. En la planta del pie y parages que el pellejo es gruesso no son de tanta molestia. 147 Hay algunos animales á quienes persigue este insecto con temeridad, y, entre ellos, es el cerdo á quien mas acomete, de tal modo que, puestas á chamuscar las manos y pies despues de haverlos muerto, no se vé en ellos mas que los huecos que dexan las muchas que tenian. 148 Aun en un insecto tan pequeño como este, se distinguen dos especies, una venenosa y otra que no lo es; la que tiene perfectamente el color de la pulga comun hace la membrana donde deposita la simiente blanca, y del mismo color son las liendres; esta no causa otro efecto mas que el de aquel dolor é incomodidad que es natural. Hay otra que amarillea, cuya membrana es algo obscura, de color de ceniza; en esta es mas particular el efecto, pues, estando ella en la extremidad de los dedos de los pies, hace inflamar las glándulas de las ingles y produce en ellas un sensible dolor que no tiene mitigacion hasta que se saca la nigua, pero que tampoco necessita de otro remedio mas que este porque inmediatamente vuelve á deshincharse y cessa el dolor que molestaba, siendo las correspondientes al pie de donde procede la causa las que experimentan esta alteracion. La verdadera causa de que produzcan este efecto no puedo yo determinar, sí solo inferir que, picando algunos musculillos menudos que se estiendan desde estas glándulas y vayan á terminarse allí, ofendidos estos, comuniquen con ellas el veneno que contraen, y este las inflame y cause el dolor, lo que puedo assegurar, que muchas veces lo tengo experimentado y en las primeras me tuvo cuidadoso hasta que la repeticion de ver que cessaban aquellos aparatos, luego que salia la nigua, me hizo confirmar que provenia de ella; lo mismo aconteció á todos los demás Individuos de la Academia de las Ciencias que nos acompañaron en este viage, y, entre estos, á Mr. de Jusieu, botanico del rey de Francia, quien ha sido el primero que hizo la distincion de las dos especies despues de haver passado por él repetidas veces el mismo inesperado accidente. 149 Assi, como las varias especies de insectos y animales de que se ha dado razon perjudican á la naturaleza humana con la peligrosa pension de sus venenos ó lo molesto de sus picadas, hay otra que damnifica los muebles de las casas y, generalmente, todas las mercaderias de texidos y telas preciosas de lino, seda, oro y plata, sin exceptuarse de su estrago mas que aquellas cosas que por ser de metal tienen mayor resistencia para no ceder tan fácilmente á su fuerza. Este insecto es el que allí conocen con el nombre de comegén, que es una polilla ó carcoma tan eficaz en su exercicio que convierte brevemente en polvo todo el volumen de uno ó varios fardos de mercaderias adonde llega á tocar; y dexandolos en su misma figura, traspassa todo lo que encierran con tanta sutileza que, al querer manejar las telas, quedan en las manos deshechas y reducidas á retazos cortos y al polvo en que las vuelve. Por esto, es necessario allí gran cuidado en todos tiempos, y sobretodo en el de armada, para preservar de enemigo tan destruidor las ropas que se desembarcan y las que se tienen almacenadas ó en las tiendas para el regular consumo. Esto se consigue con la precaucion de poner la fardería sobre bancos de madera que la levantan del suelo cosa de media vara, y á los pies se les dá con alquitrán, que es el unico preservativo que se ha encontrado contra el comegén, pues, aunque este traspassa las maderas con la misma facilidad que las mercancias, no toca donde hay alquitrán. Esta precaucion no bastaria para librar del peligro los generos si no se tuviera tambien la de apartarlos de las paredes, con lo qual están seguras. Es este insecto tan pequeño que casi no se dexa percibir de la vista, pero de tan pronta actividad que le basta solo el tiempo de una noche para dexar destruido un almacén entero si llega á apoderarse de él; por esta razon, es regular que, cuando se corren riesgos en el comercio, se especifiquen, yendo á Cartagena, las circunstancias en que se deben entender las pérdidas en aquella ciudad por causa del comegén, siendo cosa particular que sea este insecto tan propio de aquella ciudad y no comun á los demás paises de aquellas costas que, con ser el de Portobelo y los demás sus inmediatos tan semejantes á él en otras muchas cosas, no participan de la penalidad del comegén ni se conoce en ellos tal animal, el qual lleva tantas ventajas á la polilla ó carcoma qúanto es mayor la prontitud con que hace su efecto. De lo hasta aqui dicho se podrá formar idea de lo que en el presente assunto tiene de especial aquel país, siendo preciso omitir aquellas otras cosas que, ó por mas vulgarizadas y sabidas, no ha parecido conveniente incluir en esta narracion ó, por comunes, se ha juzgado no deberse dilatar en su noticia lo ceñido de un viage. Assi passará ahora la atencion á continuar en distintos objetos las particularidades no menos portentosas de la naturaleza en aquel país.
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De cómo hace la hierba tan ponzoñosa con que los indios de Santa Marta y Cartagena tantos españoles han muerto Por ser tan nombrada en todas partes esta hierba ponzoñosa que tienen los indios de Cartagena y Santa Marta me pareció dar aquí relación de la composición della, la cual es así. Esta hierba es compuesta de muchas cosas; las principales yo las investigué y procuré saber en la provincia de Cartagena, en un pueblo de la costa, llamado Bahaire, de un cacique o señor dél, que había por nombre Macuri, el cual me enseñó unas raíces cortas, de mal olor, tirante el color dellas a pardas. Y díjome que por la costa del mar, junto a los árboles que llamamos manzanillos, cavaban debajo la tierra, y de las raíces de quel pestífero árbol sacaban aquéllas, las cuales queman en unas cazuelas de barro y hacen dellas una pasta, y buscan unas hormigas tan grandes como un escarabajo de los que se crían en España, negrísimas y muy malas, que solamente de picar a un hombre se le hace una roncha, y le da tan gran dolor que casi lo priva de su sentido, como acontesció yendo caminando en la jornada que hecimos con el licenciado Juan de Vadillo, acertando a pasar un río un Noguerol y yo, a donde aguardamos ciertos soldados que quedaban atrás, porque él iba por cabo de escuadra en aquella guerra, a donde le picó una de aquestas hormigas que digo, y le dio tan gran dolor que se le quitaba el sentido y se le hinchó la mayor parte de la pierna, y aun le dieron tres o cuatro calenturas del gran dolor, hasta que la ponzoña acabó de hacer su curso. También buscan para hacer esta mala cosa unas arañas muy grandes, y asimismo le echan unos gusanos peludos, delgados, complidos como medio dedo, de los cuales yo no me podré olvidar, porque, estando guardando un río en las montañas que llaman de Abibe, abajó por un ramo de un árbol donde yo estaba uno de estos gusanos, y me picó en el pescuezo, y llevé la más trabajosa noche que en mi vida tuve, y de mayor dolor. Hácenla también con las alas del morciélago y la cabeza y cola de un pescado pequeño que hay en el mar, que ha por nombre peje tamborino, de muy gran ponzoña, y con sapos y colas de culebras, y unas manzanillas que parecen en el color y olor naturales de España. Y algunos recién venidos della a estas partes, saltando en la costa, como no saben la ponzoña que es, las comen. Yo conoscía un Juan Agraz (que agora le vi en la ciudad de San Francisco del Quito), que es de los que vinieron de Cartagena con Vadillo, que cuando vino de España y salió del navío en la costa de Santa Marta comió diez o doce destas manzanas, y le oí jurar que en el olor, color y sabor no podían ser mejores, salvo que tienen una leche que debe ser la malentía tan mala que se convierte en ponzoña; después que las hubo comido pensó reventar, y si no fuera socorrido con aceite, ciertamente muriera. Otras hierbas y raíces también le echan a esta hierba, y cuando la quieren hacer aderezan mucha lumbre en un llano desviado de sus casas o aposentos, poniendo unas ollas; buscan alguna esclava o india que ellos tengan en poco, y aquella india la cuece y pone en la perfición que ha de tener, y del olor y vaho que echa de sí muere aquella persona que la hace, según yo oí.
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De los aviarios, jaulas y arsenales de Motecçuma Motecçuma tenía una casa amplísima con un terrado sobre columnas de piedra talladas en hermosísimo jaspe, desde donde se contemplaba un huerto muy amplio y notable por diez estanques, de los cuales algunos estaban llenos de agua salada para que las aves marinas que allí se criaban para recreo, tuvieran bebida conveniente y comida congruente; otros de agua dulce, para que fuesen del gusto de las aves fluviales y lacustres. Todos éstos, en cuanto que se vaciaban para limpiarlos de la inmundicia de las plumas, se llenaban una y otra vez con agua limpidísima. Estaban poblados de tan varias diferencias de aves extrañas y desconocidas para nuestro mundo, que apenas parecerá creíble. Trescientos hombres, a los que estaba encomendado su cuidado, echaban la comida acostumbrada y conocida a cada uno de los géneros. De las plumas caídas tejían hermosos mantos, tapetes, escudos, penachos, abanicos y otras cosas preciosas con oro entretejido, hermosas a la vista y obra digna de la regia Majestad. Tenía también otra casa no menos amplia, la que recibía su nombre de las aves, aun cuando de la que ya se ha hablado estuviera también dedicada a ellas, ya sea porque las que se criaban en los aviarios de la segunda eran más abundantes, o porque sería para la cacería de aves. Y no sólo se mantenían allí aves, sino, para entretenimiento, también hombres que desde su nacimiento eran albinos, enanos, jorobados, lisiados, convulsos o los que de cualquiera manera presentaran una forma monstruosa o una conformación del cuerpo rara y no vulgar. Entre los cuales dicen que había muchos que no habían nacido así, sino que habían degenerado hasta esta deformidad por injuria a su naturaleza. Había allí muchas jaulas hechas de vigas en las que estaban encerrados leones, tigres, panteras, osos y lobos de tierra coyotes y además casi todo género de fieras y de cuadrúpedos. No faltaban serpientes multicolores encerradas en ánforas, lagartijas, cocodrilos y otros no pocos animales de esta clase. Había todo género de gavilanes y de águilas, a las cuales criaban, amansaban y cuidaban trescientos hombres, fuera de los pajareros cazadores de pájaros, los que apenas pudieran esmerarse. Y también géneros de aves desconocidas para nosotros y no menos apropiadas para la cacería que las nuestras. Dicen que había una aula ornada con oro y piedras preciosas, con la cual se retraía Motecçuma de noche para hablar familiarísimamente con los demonios y recibir sus respuestas acerca de acontecimientos futuros. Había también otros edificios reales en los cuales se guardaban las plumas y los cereales. En los mismos habitaban los mayordomos, tesoreros, recaudadores, contadores y otros a los que se confiaban los bienes de familia del rey. Ninguna de aquellas casas carecía de oratorios execrables en los cuales se adoraba a los demonios, porque creían que nada podía ser emprendido o llevado a cabo sin auxilio y numen. Había además otra casa en la que se almacenaban los instrumentos bélicos y a cuya puerta estaban clavados como indicios e insignias de su empleo, un arco y dos aljabas. Las armas principales eran en el arco, las flechas, hondas, clavas, lanzas, dardos y espadas de piedra, cascos y escudos, los que como en su mayor parte eran de madera y forrados por encima con plumas y con oro, eran más vistosos que fuertes. Además cáligas militares y brazales fabricados de la misma materia forrados de cuero. Lanzas y espadas de espinas de pescados venenosos o de piedra de iztli de la cual formaban gladios con arte admirable; la piedra se adhiere al palo y se pega con un pegamento tenacísimo, como tal vez lo describiremos entre las cosas naturales. No era permitido a los mexicanos usar estas espadas en la ciudad, a no ser que estuvieran en guerra o que fueran de caza. Tenía además otras muchas moradas para su diversión y gusto, adornadas con jardines en los cuales había sembradas muchas diferencias de yerbas medicinales o perfumadas. Era admirable y placentero sobre todo lo que se puede decir, ver tantas flores y tantos árboles que exhalaban un olor divino, dispuestos en grupos varios y hermosos para la vista. No se permitía sembrar entre ellos árboles frutales ni ningún género de legumbres en los huertos arriba indicados. Tenía bosques grandísimos fuera de la ciudad, en los cuales estaban prisioneros todo género de animales entre muros o entre acequias y esos bosques parecían más hermosos por la vítrea corriente de las aguas que los circundaban en su circuito artificial. Había estanques, piscinas, viveros y cerrillos escabrosos artificiales. De éstos quedan hoy Chapultepec, El Peñol y el de Huastepec, selvas artificiales adornadas con árboles de regiones longincuas, traídos no sin gran trabajo de los indios y gasto; los alegraban dulcísimas fuentes y ríos limpidísimos que regaban el bosque por todas partes; desfiladeros y ruinas opacas y sombrías por los altísimos árboles. Y si no quieres llamar vergel a todos los campos que pertenecen a los herederos de Cortés, cuando no hay nada más hermoso, más alegre o más verde que ellos en el mundo, juzgarlos has otro paraíso terrestre, donde todas las tierras son de riego y sembradas con árboles grandísimos; donde nada se ofrece a los ojos que con maravillosa alegría y amenidad no plazca, deleite y halague.
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CAPÍTULO VII Matan los indios cuarenta y ocho españoles por el desconcierto de uno de ellos En oyendo el mandato del gobernador, saltaron aprisa en tres canoas cuarenta y seis españoles para volver a Esteban Añez, y uno de ellos fue el capitán Juan de Guzmán, que era amicísimo de andar en una canoa y regirla por su mano. Y, aunque todos los soldados de su carabela le rogaron que se quedase, no lo pudieron acabar con él, antes, enfadado de sus importunidades, particularmente de las de Gonzalo Silvestre que, como más su amigo, era el que más le resistía que no fuese y le ofrecía que él iría en su lugar, le respondió con enojo diciendo: "Siempre me habéis contradicho y contradecís el gusto que tengo de andar en canoas pronosticándome por ello algún mal suceso. Pues por sólo eso he de ir y vos os habéis de quedar, que no quiero que váis conmigo." Con estas palabras se arrojó en la canoa, y en pos de él otro caballero gran amigo suyo llamado Juan de Vega, natural de Badajoz, primo hermano de Juan de Vega, el capitán de una de las carabelas. Los indios, que siempre habían seguido las carabelas en escuadrón formado con sus canoas, las cuales eran tantas que cubrían el río de una ribera a otra y en un cuarto de legua atrás no se parecía el agua, viendo la primera canoa de Esteban Añez que iba a ellos y en pos de ella las tres que le seguían, no pasaron de donde iban, antes, con mucho concierto y mansedumbre ciaron todas hacia atrás por apartar las canoas españolas de sus bergantines, los cuales, habiendo amainado las velas, forcejeaban con los remos, aunque con mucho trabajo por ser contra corriente, por arribar a sus canoas para las socorrer. Esteban Añez, ciego en su desatino, viendo ciar los indios, en lugar de recatarse cobró mayor ánimo en su temeridad y dio más prisa a su canoa por llegar a las contrarias, dando mayores voces que antes, diciendo: "Que huyen, que huyen, a ellos, que huyen." Con lo cual obligó a las otras tres canoas que iban en pos de él a que se diesen más prisa por le detener o socorrer, si pudiesen. Los enemigos, viendo cerca de sí los castellanos, abrieron su escuadrón por medio en forma de luna nueva, ciando siempre hacia atrás por dar ánimo y lugar a que los cristianos entrasen y se metiesen en medio de ellos. Y, cuando vieron que estaban ya tan adentro, que no podían volver a salir aunque quisieran, arremetieron las canoas del cuerno derecho y dieron en las cuatro de los cristianos con tanto ímpetu y furor que, tomándolas atravesadas, las volcaron y derribaron al agua todos cuantos iban dentro, y, como tanta multitud de canoas pasase por cima de ellos, ahogaron todos los españoles, y, si alguno acertó a descubrirse nadando, lo mataron a flechazos y a golpes que les dieron con los remos en las cabezas. De esta manera, sin poder hacer defensa alguna, perecieron miserablemente aquel día cuarenta y ocho españoles de los que habían ido en las cuatro canoas que, de cincuenta y dos que fueron, no escaparon más de cuatro. El uno fue Pedro Morón, mestizo, natural de la isla de Cuba, de quien atrás hicimos mención que era grandísimo nadador y muy diestro en traer y gobernar una canoa, como nacido y criado en ellas, el cual con su destreza y esfuerzo, aunque había caído en el agua, pudo cobrar su canoa y librarse en ella, sacando consigo otros tres, y entre ellos un valentísimo soldado llamado Álvaro Nieto (de quien al principio de esta jornada dijimos hubiera muerto por desgracia a Juan Ortiz, intérprete, habiendo ido por él al pueblo de Mucozo con el capitán Baltasar de Gallegos), el cual, viéndose en la necesidad presente, como tan buen soldado que era, peleó solo en su canoa, si se puede decir, contra toda la armada de los indios; a imitación del famoso Horacio en la puente y del valiente centurión Sceva en Dirachio, y detuvo los enemigos entre tanto que Pedro Morón gobernaba la canoa para sacarla a salvamento. Mas no les valiera nada el esfuerzo y valentía de uno ni la diligencia y destreza del otro, si no hallaran cerca de sí la carabela del animoso capitán Juan de Guzmán, la cual, como su capitán hubiese ido a la refriega, con el amor que sus soldados le tenían, había hecho con los remos mayor fuerza que las otras para le socorrer, si pudieran, y así iba delante de todas y pudo recoger y librar de muerte los dos valientes compañeros Pedro Morón y Álvaro Nieto, que venían con muchas heridas, aunque no mortales, y con ellos los otros dos españoles. Asimismo recogió aquella carabela al pobre Juan Terrón, de quien atrás se dijo el menosprecio que había hecho de las buenas perlas que traían, el cual pudo, nadando, llegar a la carabela. Mas antes que entrase dentro, sobre el mismo bordo de ella, expiró en brazos de los que le habían dado las manos para subirlo encima. Traía hincadas en la cabeza, rostro, pescuezo, hombros y espaldas más de cincuenta flechas. Juan Coles dice que se halló en este desatinado trance y que murieron en él casi sesenta hombres con el capitán Juan de Guzmán, y que él iba en una de las tres canoas, la cual dice que era de cuarenta y tantos pies de largo y más de cuatro de hueco, y que escapó con dos heridas de dos flechas que le pasaron la cota que llevaba. Todas son palabras suyas. Este fin tan triste y costoso para él y para sus compañeros tuvo la vana arrogancia y presunción que Esteban Añez se había atribuido de valiente, que causó la muerte tan inútil y desgraciada de otros cuarenta y ocho españoles mejores que él, que los más de ellos eran nobles y, en efecto, más valientes que él y como tales se habían ofrecido al socorro de un temerario. El gobernador, lo mejor que pudo, recogió sus carabelas y poniéndolas en orden volvió a su viaje bien lastimado de la pérdida de los suyos. Todos los trances más notables que hemos dicho de la navegación de estos siete bergantines los refiere Alonso de Carmona en su Peregrinación. Particularmente dice el peligro que dijimos en que el bergantín se vio de perderse, y añade que lo tuvieron los indios ganado hasta la cubierta de popa y que, al echarlos del bergantín con el socorro, mataron a cuchilladas treinta de ellos, y que los demás se echaron al agua y los recogieron las canoas. Cuenta cómo desampararon los caballos por la prisa que les dieron al embarcarse. Dice la muerte del capitán Juan de Guzmán y la de Juan Terrón, y que fue al borde de la carabela, aunque no lo nombra. Y al fin dice que los siguieron hasta dejarlos en la mar. Huelgo de presentar estos dos testigos de vista siempre que se me ofrecen en sus relaciones porque se hallaron en la misma jornada y cada uno dice en ellas poco más de lo que yo he dicho y diré de ellos, porque escribieron muy poco, no más de las cosas más notables que por ellos pasaron de que pudieron tener memoria, y así en todo lo que no hago mención de ellos, con ser tanto, no hablan palabra.
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CAPITULO VII De la manera que los piratas arman sus navíos, y del modo de reglar sus viajes Antes que los piratas vayan a la mar hacen advertir a cada uno de los que deben ir con ellos el término de embarcarse, intimándolos como consigo son obligados a traer en su particular tantas libras de pólvora y balas, cuantas juzgaren serles necesarias. Estando ya éstos a bordo, júntase en forma de consejo para decretar dónde han de ir primero a buscar vituallas, principalmente carne, pues no comen otra cosa, la más ordinaria de puerco y algunas tortugas que hacen salar un poco. Van algunas veces a robar corrales, donde los españoles suelen tener mil cabezas de ganado de cerda; por la noche escalan o fuerzan la casa del porquero, al cual hacen levantar de la cama forzándole a dar cuantas cabezas les da gusto, amenazándole de horca si no lo hace así y sin algún ruido, aunque muy de ordinario, lo ejecutan sin dar cuartel a los miserables porqueros y a otros que los quieren estorbar tales robos. Teniendo ya provisiones bastantes de carnes, se van con ellas a su navío, donde dos veces al día distribuyen a cada uno, tanto cuanto quieren sin peso ni medida; de lo cual ni de otras cosas, no debe el dispensero dar al capitán mejor porción que al más ínfimo marinero. Estando el navío proveído de esta suerte, vuelven a juntar consejo para deliberar hacia qué parte cruzarán para buscar la arriesgada fortuna. Tienen por costumbre de hacer ante ellos una escritura de contrato, en la cual especifican cuánto debe tener el capitán por su navío: ponen y fundan dicho escrito de todo lo que llevan consigo para el viaje, de cuyo montón sacan por provisión doscientos pesos; el salario del carpintero que hizo o repara el navío, el cual de ordinario importa 100 ó 150 pesos según el acuerdo, poco más o menos; el dinero para el cirujano y medicamentos, que se suele tasar en 200 ó 250 pesos; después estipulan las recompensas y premios de los que serán heridos o mutilados de algún miembro, ordenando, por la pérdida de un brazo derecho 600 pesos o seis esclavos, por brazo izquierdo 500 pesos o cinco esclavos, por pierna derecha 500 pesos o cinco esclavos, por la izquierda 400 pesos o cuatro esclavos, por un ojo 100 pesos o un esclavo, por un dedo tanto como por un ojo, todo lo cual se debe sacar del capital o montón y de lo que se ganare. Hacen la repartición de lo que queda entre todos, el capitán tira por su navío cinco o seis porciones, para él dos. El resto, hasta el más mínimo marinero a proporción saca su parte; los muchachos la mitad que los demás, por razón que cuando sucede venir a coger algún navío mejor que el suyo, estos últimos pegan fuego en el que están y saltan en el vencido. Tienen entre sí tales órdenes que en las presas de navíos defienden con rigor el no usurpar nada que se sea en su particular; así reparten todo lo que hallan igualmente, de tal suerte es, que hacen juramento solemne de no esconder la menor alhaja. Si después de esto cogen a alguno en infidelidad y contra el juramento, inmediatamente es desechado y separado de entre la congregación. Estas gentes son muy civiles entre ellos mismos de suerte que, si a alguno le falta algo de lo que otro tiene, con galantería le hace participante al otro. Cuando los piratas han hecho presa de navíos, la primera cosa que ejecutan es poner en tierra (la más cómoda que hallan) los prisioneros, reservándose algunos para su servicio y ayuda, a los cuales, pasados dos o tres años, les dan libertad. Van muy de ordinario a refrescarse a una u otra isla, particularmente a las que están de la parte del mediodía de la de Cuba; entonces limpian sus navíos y, entretanto, unos van a la caza y otros con algunas canoas a cruzar, buscando su fortuna. Toman muchas veces a los pobres pescadores de tortugas, a quienes llevan a su mansión y hacen trabajar tanto cuanto a los piratas les da gusto. En las partes de la América hay cuatro especies de tortugas. La primera es tan grande, que cada una llega al peso de 2.000 ó 3.000 libras; sus escamas son tan blandas que con facilidad las cortan con cuchillos, estas tales no son buenas para comer. La segunda, son de mediocre cantidad, y tienen el color verde y las escamas más duras que las primeras, es comida de un gusto agradable. La tercera se diferencia muy poco en la cantidad de la segunda, pero tiene la cabeza algo más grande; llaman a esta tercera especie los franceses ca-vana: no vale nada para sustento. La cuarta se llama cabaret y es muy semejante en todo a las tortugas que tenemos en la Europa; tiénese ésta de ordinario entre las peñas, de donde salen a buscar que comer, siendo su ordinario manzanas de mar. Las otras arriba dichas comen hierba, que crece encima en el agua, sobre los bancos de arena y parecen por su agradable verdor a los matizados y muy deliciosos prados de las provincias de Holanda. Sus huevos son casi como los del cocodrilo, mas sin cáscara, estando cubiertos de una tenue película; hállanse en tanta abundancia en las costas arenosas que si los pájaros no vinieran a destruirlos, la mar se llenara sumamente de tortugas. Ellas tienen lugares acostumbrados donde van todos los años a echar sus huevos; los principales son en las tres islas llamadas Caimanes, que están en la altura de 20 grados y 15 minutos, latitud septentrional, 45 leguas de la parte del norte de la isla de Cuba. Es una cosa admirable de ver cómo las tortugas pueden hallar esta isla, porque la mayor parte de ellas vienen del golfo de Honduras, que está lejos de ella 150 leguas. Ha sucedido muchas veces que algunos navíos habiendo perdido la altura por grandes nieblas que hacía, tomaron la rota y corriente sólo por el ruido que oían de tortugas y las siguieron hasta llegar a la isla. Cuando la sazón de ellas es pasada se retiran hacia la isla de Cuba, donde hay muy buenas partes para hallar su sustento, pero mientras ellas se hallan en Cácaman, no comen nada. Habiendo estado un mes en los mares de Cuba y que están ya gordas, los pescadores españoles vienen a pescarlas siendo en tanta abundancia que proveen con largueza sus ciudades, villas y lugares. E1 modo de pescarlas es, tomando un clavo chillón y haciendo una como garrocha, le meten y aseguran en un palo largo, el cual descargan, a modo de puñalada, sobre la tortuga cuando sube encima del agua a tomar aire. Los moradores de la Nueva España y de Campeche cargan sus principales mercadurías sobre navíos de alto bordo y con ellos hacen los negocios más ordinarios. Los campechinos en tiempo de invierno vienen hacia Caracas, islas de la Trinidad, y Margarita, porque en verano los vientos son muy contrarios, pero favorables para volver, como acostumbran, al principio del verano. No ignorando nada de eso los piratas (que son prácticos excelentes para escudriñar todos los pasos y partes más frecuentadas, con todas las circunstancias a sus designios) cruzan sobre los dichos navíos algún tiempo, mas si sucede que no pueden hacer nada ni su fortuna les ampara en dicho tiempo (después de haber hecho consulta), emprenden de ordinario cosas desesperadas, de cuyas resoluciones veis aquí un notable ejemplo. Cierto pirata llamado Pedro Francisco estuvo largo tiempo en la mar con su barca y 26 personas cruzando las costas del cabo de la Vela, esperando los navíos que debían tornar de Maracaibo hacia Campeche y, finalmente, no pudiendo obtener nada ni hallar alguna ventaja, tomó resolución de ir a Rancherías, que es cerca del Río de la Hacha, en la altura de 12 grados y medio, latitud septentrional, en el cual se halla un banco de perlas, que para cogerlas envían de Cartagena anualmente una flota de doce barcas con un navío de guerra para su defensa. Cada barca tiene dos negros que son diestros en zambullirse hasta seis brazadas de profundidad en el agua, en cuya profundidad hallan muchas perlas. Sucedió, pues, que dicho pirata emprendió una tal flota de barcas que estaban ancoradas en el Río, estando el navío de guerra a media legua de ella y no haciendo viento; entonces, el pirata, amainadas las velas y remando, bogó el largo de la costa haciendo creer era un español que venía de Maracaibo pasando solamente; pero al punto que se halló cerca del banco de perlas acometió a la almiranta de aquellas barcas, que era fuerte de ocho piezas de artillería y 60 hombres bien armados, diciendo se tendiesen; mas el almirante se puso en defensa y pelearon algún tiempo hasta que los españoles pidieron cuartel, y se rindieron a dicho pirata, el cual, después de señoreado, usó de una ficción y estratagema de su ingenio: hizo ir a pique su propia barca y arboló el estandarte español en la que él había tomado, forzando a todos los españoles de ir a tomar con él el navío de guerra. Púsose a la vela con un poco de viento, mas percibiendo el dicho navío que una de sus barcas había dado a la vela creía se quería escapar, no pudiendo definir de otra suerte; el pirata, entretanto, caminaba fuera de la ribera con toda la riqueza que había cogido, con que acabó de resolverse el navío a darle caza; viéndole el pirata, puso tantas velas cuantas pudo para escaparse, mas por mala fortuna suya se les tronchó el árbol mayor, con que quedaron inútiles o cortados. De este mal suceso tomaron los del navío más ánimo, ganando y avanzando tiempo hacia ellos, con que al fin los cogieron. El pirata (no obstante, hallándose aún con veinte y dos personas sanas, porque el resto o estaban heridos o muertos) se puso en defensa, mas no aprovechándole en poco tiempo se rindió con los acuerdos siguientes: que el capitán de guerra no los trataría como a esclavos, excusándolos de traer ni llevar piedras ni permitiendo se les emplearía en otros semejantes trabajos como hacen de ordinario, teniéndolos y tratándolos como a negros tres o cuatro años y al fin los suelen enviar a otras tierras. Prometió dicho capitán de ponerlos todos en tierra franca y que no los haría alguna molestia. Sobre cuyas condiciones se entregaron dichos piratas con todo lo que habían robado que valía solo, por las perlas, más de cien mil reales de a ocho fuera del resto de la barca, víveres, alhajas y otras cosas, siendo una de las mayores presas para este pirata que se podía considerar que hubiera conseguido si no fuese la pérdida del árbol mayor que dijimos. Una acción casi como la que acabamos de decir y no menos notable relataré. Cierto pirata portugués de nación, llamado Bartolomé Portugués, iba de Jamaica con su barca armada de cuatro piezas de artillería y treinta hombres hacia el cabo de Corriente, en la isla de Cuba; encontró un navío que venía de Maracaibo y Cartagena destinado para La Habana y Española, armado con veinte cañones gruesos y setenta hombres, tanto pasajeros como marineros. Acometióle dicho portugués, pero el navío se defendió esforzadamente; el pirata se escapó de los primeros encuentros resolviendo (aún entre ellos) el volverle a acometer. Hízolo renovando la porfía, que con un largo combate al fin le rindió. Perdió el portugués sólo diez hombres y cuatro heridos, hallándose con veinte combatientes y los españoles aún con cuarenta. Señoreados, pues, de tan grande navío y siéndoles el viento contrario para tomar la rota de Jamaica, resolvieron emprender el curso por el cabo de San Antonio (que es de la parte occidental de la isla de Cuba) para ir a refrescarse y hacer aguada, hallándose sin una gota. Estaban ya cerca del dicho cabo, cuando encontraron tres navíos grandes de Nueva España que iban a La Habana, los cuales con facilidad volvieron a tomar el navío y piratas. Hiciéronlos prisioneros y se hallaron angustiados, viéndose pobres, presos y despojados de una tan rica fortuna estando el navío cargado con ciento veinte mil libras de cacao y setenta mil reales de a ocho. Dos días después hizo una grande y borrascosa tempestad, de suerte que los navíos se separaron largamente; el grande navío, donde los piratas estaban, fue a dar a Campeche, al cual vinieron muchos mercaderes para saludar y dar la bien llegada al capitán, en cuyo tiempo conocieron al pirata Portugués, como quien había hecho excesivas insolencias sobre las costas de aquel distrito; tanto infinitas muertes y robos cuanto numerosos incendios, de los cuales los de Campeche tenían muy fresca la memoria. El día siguiente envió la justicia ministros suyos en busca y prendimiento de los criminales, sobrándoles los recelos de que el capitán de piratas se les escaparía en la ciudad (como otras veces había hecho), con que hallaron a propósito dejarle en el navío por entonces. Hicieron preparar entretanto la horca en la ciudad para colgarle al día siguiente, sin más forma de proceso ni prisión que del navío al lugar del suplicio. Entendía de esta futura tragedia Portugués algún rumor entre los marineros (érale familiar la lengua española), con que buscó medios para escaparse. Cogió dos vasijas que habían tenido vino y las taponó muy bien para servirse de ellas (como suelen hacer los malos nadadores de las calabazas) y, aguardando la noche, cuando todos dormían (excepto la centinela que le guardaba), viendo no podía eximirse de su custodia, tomó cubiertamente un cuchillo y le dio tan violenta puñalada que le dejó en estado de no poder hacer más ruido. Al instante se echó con las dos vasijas a la mar, con que nadó hasta la tierra donde salió y sin detención alguna se refugió en los bosques, donde estuvo tres días sin salir ni comer más que tal cual hierba silvestre. Enviaron de la ciudad el siguiente día a buscarle por todo el bosque, lo cual viendo Portugués desde un agujero que penetraba en el hueco de un árbol donde estaba escondido y que se volvían sin poderle hallar, salió de allí para las costas que llaman de Golfo Triste, cuarenta leguas de la ciudad de Campeche. Llegó en quince días contándolos desde el que salió del navío, en cuyo tiempo y después padeció una extrema hambre, sed y temores de volver a caer en manos de españoles. No tenía alguna provisión más que una mala calabaza con un poco de agua ni comía otra cosa que pescados de concha que hallaba en los peñascos a las orillas de la mar; además, que le era preciso pasar aún algunas riberas no sabiendo bien nadar, en cuyo conflicto halló una tabla vieja que las olas habían echado en la orilla, la cual tenía algunos clavos que quitó y aguzó sobre una piedra hasta que los redujo cortantes como cuchillos, capaces (si bien trabajosamente) de cortar madera. Tomó y labró una poca de los árboles que tronchaba y tejiéndola con algunos ramos verdes hizo, lo mejor que pudo, un batel, con el cual pasó los ríos y finalmente llegó al cabo de Triste, donde halló un navío de piratas muy camaradas suyos que venía de Jamaica. Hízoles relación de sus aventuras y adversidades, pidiéndoles una barca con 20 personas y prometiendo ir a acometer el navío que estaba en el puerto de Campeche, sobre el cual había sido hecho prisionero y escapado quince días antes. Acordaron todos la demanda y les fue grata su proposición. Fuese con la barca y los veinte hombres a ejecutar esta empresa, la cual fue intrépidamente hecha ocho días después de la separación de sus camaradas en cabo de Triste, pues llegando cerca de la ciudad, sin hacer algún rumor, con furor desesperado acometió al navío propuesto. Habían creído los que estaban dentro que era una barca de tierra que venía a traer por algo alguna mercaduría y así no estaban en la malicia de defensa, y los piratas, aprovechando la ocasión, se abalanzaron a ellos, sin Dios ni temor de la muerte, con que en poco tiempo se vieron los españoles obligados a rendirse. Cortaron al mismo instante las áncoras y extendieron todas las velas para huirse de aquel puerto, como lo hicieron muy alegremente viéndose posesores de una tan grande embarcación. Hallándose ya el capitán de piratas en otro estado que el precedente, bien acomodado, rico, señor, habiendo sido esclavo, pobre, criminal y sentenciado a la horca, se proponía con esta presa alcanzar grandes ventajas, pues, además del navío, habían quedado dentro muchas de las mercadurías, aunque el dinero hubiera sido transportado a la ciudad. Continuó su camino hacia Jamaica, pero llegando cerca de la isla llamada Pinos, que está del lado del mediodía de la de Cuba, la fortuna le volvió las espaldas, levantándose una furiosa tempestad que fue causa de dar el navío contra los peñascos o bancos, llamados Jardines, de suerte que el bajel pereció y Portugués con sus marineros se salvaron en una canoa, llegando con ella a la isla de Jamaica, donde no quedó mucho tiempo, pues fue sólo mientras se preparó lo mejor que pudo para seguir la fortuna que siempre le fue adversa. No menos raras han sido y son las acciones de otro pirata que al presente se halla en Jamaica, el cual ha hecho y emprendido cosas maravillosas. El lugar de su nacimiento es la ciudad de Groninga, en los estados de Holanda; su nombre legítimo se ignora, pero los piratas le han dado el de Roc Brasiliano, por haber estado mucho tiempo en el Brasil, del cual salió cuando los portugueses tomaron aquella región a la Compañía del Occidente de Amsterdam, siéndoles necesario a muchas naciones que allí estaban (como franceses, ingleses, holandeses y otras) tomar cada una su rota. Este, pues, se retiró a Jamaica, y no sabiendo en qué ejercitarse para ganar su vida, se metió en la congregación de los piratas. Sirvióles en calidad de marinero por un poco de tiempo, en el cual se gobernó de tal manera que cada uno le amaba y respetaba como a su futuro caudillo. Sucedió que un día algunos marineros tuvieron disensión con el capitán donde resultó el salirse de la barca. Fuese con los despedidos que le escogieron por su conductor y guía, los cuales prepararon una barca, donde recibió el título de su capitán. De allí a muy poco tiempo tomó un muy buen navío que venía de la Nueva España sobre el cual halló grande cantidad de plata, y uno y otro llevó a Jamaica, por cuya acción se hizo temer y estimar tanto que cada uno concibió temor de él, aunque no tenía recta dirección en sus familiares acciones, pues todo cuanto hacía lo ejecutaba brutalmente, como un necio. Muchas veces corría por las calles estando borracho, hiriendo con armas a cuantos encontraba sin que persona osase ponerse ni en defensiva, ni en ofensiva. Usó de enormes crueldades con los españoles, de los cuales hizo asar en asadores de palo a algunos y esto no por más delito que porque, tal cual vez no querían mostrarle los lugares o corrales donde podía hurtar ganado de cerda. Sucedió que a Roc, cruzando en las costas de Campeche, le sobrevino una grande borrasca, de suerte que su navío dio a la costas, escapando con sus marineros sin poder guardar ni salvar nada de lo que tenía fuera de unas pocas balas y algunas libras de pólvora con sus mosquetes; hallándose entre Campeche y Triste donde perdió su navío. Salieron y corriendo por ella con toda prisa, caminaban hacia el golfo de Triste, que es el lugar donde los piratas de ordinario reparan y refrescan sus navíos. Estando todos muy hambrientos y sedientos en aquellos desiertos fueron perseguidos de españoles que encontraron, siendo una tropa de cien jinetes. El capitán Roc dio corajoso ánimo a sus camaradas diciéndoles: Vale más, compañeros míos, perder la vida peleando, que rendirnos a los españoles, que nos la quitarán cruelmente venciéndonos. No eran los piratas más de treinta personas, pero viendo a su esforzado capitán oponerse con valor, acometieron a la tropa disparando cada uno su mosquete con tal destreza que cada tiro derribó a un hombre, continuando la refriega una hora; el resto de españoles huyeron porque su intento no era matarlos sino aprisionarlos, y esta confianza dio la ventaja a los piratas que despojaron y tomaron cuanto pudieron de los que habían quedado muertos y a los que del todo no lo estaban les acabaron de despenar y quitar las congojas de la muerte. Montaron todos a caballo (no habiendo perdido Roc más que dos de sus compañeros y otros dos que halló heridos) y se encaminaron hacia la mar por la senda grande, pero antes que hubiesen llegado al puerto hallaron una barca de Campeche armada que estaba guardando algunas canoas que cargaban de leña. Enviaron seis hombres para espiarlas, las cuales tomaron el día siguiente por la mañana y con ellas al punto, con facilidad, la barca de guerra. Viéndose felizmente señores de esta flota hallaron muy pocas vituallas dentro, con que mataron algunos de sus caballos y los salaron con sal que por fortuna tenían los leñadores consigo, con cuya vianda se sustentaron hasta que hallaron otra mejor. Los mismos piratas tomaron un navío que venía de la Nueva España para Maracaibo cargado con diversas mercadurías y número muy considerable de reales de a ocho, que llevaba para comprar cacao, todo lo cual llevaron a Jamaica, donde llegaron con su gente; disiparon en bien poco tiempo su dinero (según sus costumbres ordinarias) en las tabernas y en lugares de prostitución con rameras. Algunos de ellos gastan en una noche dos o tres mil pesos y por la mañana se hallan sin camisa que sea buena; como uno de ellos que yo vi dar a una meretriz quinientos reales de a ocho sólo por verla una sola vez desnuda. Mi propio patrón compraba en muchas ocasiones una pipa de vino y poniéndola en algún paso muy frecuentado, a la vista de todo el mundo, la quitaba las tablas de un extremo forzando a todos los que pasaban a beber con él, amenazándolos que si no bebían les daría un pistoletazo; otras veces compraba un tonel de cerveza y hacía lo mismo; otras, mojaba con las dos manos de tales licores a los paseantes, echase o no a perder los vestidos de los que se acercaban, fuesen hombres o mujeres. Son muy liberales los piratas entre sí mismos; si alguno queda totalmente despojado de bienes le participan con franqueza de lo que tienen. Entre los taberneros tienen un gran crédito, pero en los de Jamaica no se deben fiar mucho, sabiendo que los vecinos de esta isla se venden con facilidad los unos a los otros, como yo vi a mi patrón (de quien hablo) que habiéndose hallado con tres mil pesos dinero contante, en término de tres meses se halló tan pobre que le vendieron por una deuda de taberna, que era en la que había gastado la mayor parte de su caudal. Viniendo, pues, a nuestro discurso, diré cómo el pirata, después de haber gastado todo lo que hurtó, se vio forzado a volver a la mar a buscar más fortuna hacia el cabo de Campeche, que era su ensenada ordinaria. Quince días después que llegó tomó una canoa para con ella espiar el puerto de dicha ciudad y ver si podía robar algún navío español. Quiso su mala fortuna que él y toda su gente fueran hechos prisioneros y al instante conducidos a la presencia del gobernador que les hizo cerrar en un calabozo con absoluta intención de hacerlos ahorcar; y sin duda habría hecho hacer si no fuese por una sutileza que el pirata fingió, escribiendo una carta al gobernador haciéndole creer venía de fuera de la ciudad de parte de otros piratas, diciendo: Que se guardase bien de hacer algún mal a las personas que tenía aprisionadas, porque haciéndolo, le juraban que jamás darían cuartel a ninguno que cayese en sus manos si era de la nación española. Como los piratas habían estado muchas veces en Jamaica y en otras villas y lugares en otros tiempos, el gobernador temió por lo que podría suceder; echólos de la prisión haciéndolos jurar que dejarían para siempre las piraterías y los envió con los galeones a España. Ganaron en este viaje todos juntos quinientos reales de a ocho, con que llegando a tierra no quedaron largo tiempo, pues proveyéndose de las cosas más necesarias, por su dinero se volvieron a Jamaica, de donde salieron, cometiendo mayores piraterías y crueldades que jamás hicieran, tratando a los españoles que caían en sus manos tan insolentemente como les era posible. Viendo los españoles que no podían ganar nada con tales gentes, ni domarlos, disminuyeron el número de navíos que comerciaban de una parte a otra, pero aun eso de nada les aprovechó, porque los piratas, no hallando más navíos en la mar, se juntaron todos y vinieron a la tierra de los españoles, arruinando ciudades, villas y lugares enteros, saqueando, abrasando y llevándose cuanto les era posible. El primer pirata que dio principio a tales invasiones de tierra fue Luis Escot, que tomó la ciudad de Campeche. Arruinóla, robando y talando cuanto pudo y, después de haberla despojado de una excesiva suma de dinero, la dejó. Después de Escot, vino otro llamado Mansvelt, que emprendió meter el pie en Granada y llegar hasta la mar del Sur a piratear, como lo hizo; mas por falta de víveres le fue forzoso el volverse. Acometió a la isla de Santa Catalina, que fue la primera plaza que tomó, y en ella algunos prisioneros que le mostraron el camino hacia Cartago, ciudad situada en el Reino de la Nueva Granada. La acción tan intrépida del pirata Juan Davids, natural de Jamaica, es una de las más notables de esta historia, por la rara disposición y valor con que en dicho Reino de Granada se hubo. Después de haber cruzado largo tiempo en el golfo de Pocatauro, sobre los navíos que aguardaban de Cartagena en Nicaragua y no pudiéndolos hallar, resolvieron de irse a Nicaragua y dejar su navío cerca de la costa. Púsolo por ejecución tomando ochenta personas de noventa que eran en todos y, dejando el resto para guardar el navío, entraron en tres canoas bien divididos con designio de robar las iglesias y a los principales vecinos de la ciudad sobredicha. Fueron de noche montando a remo con las canoas de la ribera y de día se escondían debajo de las ramas de los árboles a las orillas, que son muy continuados y espesos (como también hicieron así los que quedaron en el navío por no ser descubiertos de pescadores e italianos), y de esa suerte llegaron a la ciudad la tercera noche, donde la centinela del puesto de la ribera creía que eran pescadores que pescaban en el lago, y como la mayor parte de los piratas saben la lengua española, no dudó oyéndolos hablar. Tenían consigo un indio que se había escapado de la casa de su amo porque le quería hacer esclavo después de haberle servido mucho tiempo; saltó este tal en tierra y arrojándose a la centinela la mató, con cuyo suceso entraron todos en la ciudad y se fueron a tres o cuatro casas de ciudadanos donde llamaron con ficción, y creyendo eran amigos los abrieron y entrando acelerados robaron con la mayor prisa que pudieron todo el dinero que hallaron; no perdonando las iglesias, que profanaron sin respeto. Entendíanse entretanto grandes lamentaciones de algunos que habían escapado de sus manos, de donde resultó que toda la ciudad estaba en alarma. Juntáronse todos los ciudadanos con presteza, lo cual visto por los piratas se huyeron con todo lo que habían robado y con algunos prisioneros, porque en caso que sucediese llegar a ser cogido alguno de ellos, tuviesen con quien canjearle. Llegaron a su navío y con prontitud tendieron las velas al viento, forzando los prisioneros a buscarles tanta carne cuanta necesitaban para llegar a Jamaica. Antes que hubiesen caminado mucho vieron un número de españoles, cosa de quinientos, todos bien armados a las orillas de la ribera, contra los cuales tiraron algunas piezas de artillería, forzándolos a volverse tierra arriba con la pena de ver llevar a los piratas tanta plata de sus templos y ciudad, que está lejos de la mar cuarenta leguas. Hurtaron estos forajidos en la ocasión referida, más de cuatro mil reales de a ocho en moneda efectiva, con cantidad de plata labrada y muchísimas joyas, que todo junto se computa en cincuenta mil pesos, con todo lo cual llegaron a Jamaica en muy breve tiempo. Pero como no son señores del dinero que poseen mas que cortas horas, bien presto les fue necesario aviarse para buscar más por los mismos medios. Por esta acción fue electo el capitán Juan Davids por almirante de siete u ocho barcas de piratas, siendo de común acuerdo, un hábil conductor para semejantes empresas. Comenzó a ejercer este nuevo cargo, guiando su flota hacia las costas del norte de la isla de Cuba, para aguardar la que debía pasar de Nueva España, y no pudiendo obtener nada con este designio, resolvieron irse a las costas de Florida, donde llegando echaron la gente en tierra y saquearon una pequeña ciudad llamada San Agustín de la Florida, aunque en ella había un castillo con dos compañías de soldados dentro, a despecho de quienes la robaron, sin recibir alguna lesión de todo aquel pueblo. Hemos hablado en esta primera parte de la constitución de aquel país insular, de sus propiedades y habitantes, de los frutos que se hallan en él. Trataremos en esta segunda de los piratas más célebres que han cometido raros delitos e inhumanas crueldades contra la nación española. Fin de la primera parte