Busqueda de contenidos

contexto
CAPITULO VII Alimentos comunes de Guayaquil, escasez y carestía de algunos; regimen de aquellos naturales y methodo de sus comidas 417 Assi como en Cartagena ha dispuesto é introducido la naturaleza otras especies de pan de simientes y de raices con que suplir el de trigo, que no prevalece en él, de la misma manera en Guayaquil ha ocurrido la necessidad á distinto arbitrio para formar su pan natural ó criollo valiéndose de los plátanos. Quando estos están hechos, sin llegar á madurar, los cortan y, despojados de la cascara, los assan, y, assi calientes, se sirven en las mesas y comen con los demás manjares. Aun no fuera esta providencia totalmente necessaria si no influyera también á su mayor uso la costumbre, pues con la immediata vecindad de la sierra baxan de ella harinas, y podrian ser suficientes para todo aquel pueblo y sus moradores aunque nunca faciles de costear á la gente pobre su valor, que excede incomparablemente á el de los plátanos. Estos son al presente dignos de llevar la preferencia al pan de trigo porque, siendo muy mal hecho, no se puede comer aun de los mismos europeos y es preciso recurrir al criollo, el qual tiene buen gusto, y, una vez acostumbrados á él, no extrañan la falta del trigo. 418 Por el mismo respeto siguen los demás mantenimientos, que en mucha parte es preciso entren de fuera y los provean las provincias de la sierra y el Perú, á excepcion de la baca, frutas y raices que produce el país. Y aunque su fundacion en las hermosas riveras de aquel rio sumamente abundante de pescados parece que por lo natural le deberia contribuir un tributo completo de ellos para llenar las presas y saborear los paladares de sus moradores, se experimenta muy al contrario una gran carestía de este abasto porque el poco que se coge en las cercanías de aquella ciudad es de muy mala callad y tan espinoso que solo los naturales, en fuerza de la costumbre, lo pueden comer sin el peligro de que les ofenda, lo que no es dudable proviene de la mezcla que allí tienen las aguas por quedar estas ni bien dulces ni saladas; y aunque se pesca muy abundante, sabroso y de muchas especies algunas leguas mas arriba, como los calores no consienten que se mantengan mucho tiempo sin sal, es raro el que se lleva á ella por el riesgo de que se pierda y no saque su costo el pescador. 419 Las costas inmediatas á aquella ciudad y puertos son muy abundantes en pesca, y, muy sabroso el de todas las calidades que se coge; de él suelen introducir alguno, aunque en muy raras ocasiones, á la ciudad por tener mas resistencia que el que se coge en lo interior del rio, y estos con varias especies de mariscos que se logran en abundancia y buenos hacen la mayor parte del mantenimiento para los que habitan en Guayaquil. El estero salado la provee de cangrejos grandes y sabrosos, con los quales hacen varias composiciones de platos muy agradables al gusto, y el de Jambeli, que está en la costa de Tumbez, le tributa gran cantidad de ostiones de islas, tan delicados, sanos y grandes que son los mejores de todas aquellas costas, desde Panamá hasta el Perú, adonde por particularidad los hace conducir su bondad. 420 La misma causa que alexa de aquel parage del rio los pescados exquisitos, unos acia las salobres ondas que les son naturales y otros al centro de las dulces corrientes, tiene á la ciudad, aunque á la vista del agua, sin la correspondiente para la bebida, particularmente en el verano; y para lograrla, es preciso conducirla de 4 ó 5 leguas rio arriba mas ó menos distante segun viene crecido; para este fin, hay balzas que tienen el tráfico de ella, y baxan á venderla á la ciudad, providencia que en el ibierno no es tan necessaria porque con la creciente de los rios puede mas bien servir la que allí se coge. 421 En el estilo y modo de comidas se ha de suponer que, assi como en Cartagena y en los otros parages se sirven de la manteca de cerdo para aderezar los manjares, en Guayaquil usan la grasa interior de las reses vacunas, la qual, ó sease porque la que crian en aquel temple, donde el clima no los dexa engordar mucho tiempo, no sea bueno ó porque al sacarla no la separan bien del cebo, todo su gusto y olor es á este, y de aqui proviene que las comidas sean extrañas para todos los forasteros, y mas agregandose el sazonarlas todas con una especie de pimientos que llaman ají, tan fuerte aunque pequeñito que solo el olerlo, estando entero, hace percibir su grande actividad. Assi, las personas no acostumbradas á él se mortifican por qualquier modo, si comen los manjares abrasandose la boca y si los dexan padeciendo los insultos de la hambre, sin ser dueños de mitigarla aunque les están brindando las viandas hasta que, venciendo la necessidad al martyrio, se van acomodando á ello, y despues les son insípidas todas las demás comidas que no tienen este excesso del picante. 422 En los convites y esplendidas funciones de mesas son muy ostentosos pero las sirven con tal methodo que pocos europeos pueden gustar de la diversidad de manjares que las cubren porque, dando principio por un plato de almivares y dulces, sigue otro de picante, y assi alternativamente continúa mezclado el ají con los azucares hasta el fin. La bebida comun en las comidas es aguardiente de ubas, que allí llaman de Castilla, mistelas, hechas de este con mucho dulce y olores, y vino, de todo lo qual beben en el discurso de la comida indiferentemente, unas veces de uno y otras de otro, para hacer variedad, aunque por lo regular solo los europeos prefieren el vino á los licores. 423 Es costumbre muy introducida en aquella ciudad la bebida de los punches y, quando los usan moderadamente, se experimenta que son provechosos para aquel temple; en esta conformidad, los hace la gente de distincion y beben de ellos con parcimonia á las 11 del dia y al anochecer. Assi templan la sed y no se abandonan al agua, la qual, además del natural desabrimiento que contrae de la calor, incita con extremo la transpiracion, por cuya causa está tan establecida esta moda que aun las señoras no viven fuera de ella, precisadas de la necessidad; y como el acido y licor son empleados en corta cantidad, sirve de refrigerio y no puede perjudicarles.
contexto
CAPITULO VII Toma Morgan la ciudad de Maracaibo, situada del lado de la Nueva Venezuela. Piraterías que se cometieron en sus mares y ruina de tres navíos españoles que habían salido a impedir los corsos de piratas Poco tiempo después de la llegada a Jamaica, que fue en el que los piratas hubieron gastado toda la riqueza sobredicha, volvieron a resolverse a otra empresa y nueva fortuna. Dio para efectuarlo orden Morgan a todos los capitanes de sus navíos de juntarse en la isla de la Vaca, situada al lado del sur de la isla Española, como en lo precedente hicimos mención. Juntos que fueron se le agregaron después cantidad de otros piratas, tanto franceses como ingleses, por razón que el nombre de Morgan era muy notorio en todas las regiones circunvecinas, a causa de los grandes frutos de sus empresas. Estaba aún en Jamaica un navío inglés, que había venido de la Nueva Inglaterra armado con 36 piezas de artillería, el cual por orden del gobernador vino a juntarse con Morgan para fortificar su flota y darle mayor ánimo de emprender cosas de consecuencia. Veíase dicho caudillo fuerte, cuanto podía desear, por ver un navío de tanta importancia (era el mayor de toda su flota) en su favor; y estando allí otro de 24 piezas de hierro y 12 de bronce, perteneciente a los franceses, procuró Morgan agregarle a los suyos, mas no fiándose los franceses de los ingleses, el capitán los rehusó. Estos tales habían encontrado en la mar un navío inglés, y teniendo necesidad de vituallas tomó una partida de las que llevaba el inglés sin dar algún dinero, sino sólo una asignación para Jamaica y Tortuga. Conocía Morgan no podía ganar nada en la voluntad del capitán francés para reducirle a que le siguiese, con que se la armó industriosamente, convidándole, y a algunos de su gente, para comer en su mayor navío; y llegado al convite, los hizo a todos prisioneros con pretexto de pretensiones que alegaba contra ellos: por haber hecho molestia al navío que encontraron, del cual tomaron vituallas sin pagar. Inmediatamente juntó consejo Morgan para deliberar qué plaza sería la primera acometida; determinaron de ir hacia la isla Savona para asaltar a cualquier navío español que por mala fortuna se separase de la flota que se aguardaba de España. Comenzaron a festejar la salida del buen consejo brindando a la salud del rey de Inglaterra, a su buen viaje y otras; pero no duró largo tiempo el alborozo sin mezcla de un funesto suceso: fue, que a cada brindis disparaban un tiro, y su mala fortuna quiso que una chispa cayera en el pañol de la pólvora, que hizo saltar el navío en el aire, con 350 ingleses, además de los franceses que estaban prisioneros, de todos los cuales no escaparon más que cerca de 30, que se hallaban detrás en la cámara de popa, porque los ingleses acostumbraban a hacer su pañol en la proa y verdaderamente habrían escapado más si no hubieran ya estado borrachos del todo. La pérdida de un tan grande navío fue la causa que los ingleses se hallaban en conflicto. Acusaban a los franceses de haber puesto fuego en la pólvora del navío perdido y que tenían intención de piratear sobre ellos con una comisión que les hallaron del gobernador de Barbacoa cuando tomaron su navío, cuya expresión era: Que dicho gobernador les permitía cruzar sobre los ingleses, en cualquiera parte que los hallasen, por causa de la multitud de insolencias que habían cometido contra los vasallos de S. M. católica en tiempo de paz entre estas dos coronas. Y aunque a la verdad, dicha comisión no era fundamentalmente para piratear sobre los ingleses, sino para traficar con los españoles (según el capitán francés decía), no obstante no podía justificarse, y así los ingleses se fueron con su navío a Jamaica, en el cual dicho capitán francés fue, y llegando alegaba ante la justicia la restitución de su navío, pero en lugar de volvérsele le detuvieron prisionero, con amenazas de ahorcarle. Ocho días después de la pérdida del navío, Morgan, instigado de su ordinario humor de crueldad y avaricia, hizo buscar sobre las aguas de la mar los cuerpos de los míseros que habían perecido, no con la humanidad de enterrarlos, si bien por la mezquindad de sacar algo bueno en sus vestidos y adornos; si hallaban alguno con sortijas de oro en los dedos, se los cortaban para sacarlas y los dejaban en aquel estado, expuestos a la voracidad de los peces. Finalmente, proseguían con la intención de llegar a la isla de Savona, que era el lugar de su asignación. Eran en todos 15 navíos, estando Morgan en el mayor, armado de 14 piezas de artillería, y toda la gente que componía la flota consistía en el número de 600 hombres, y con él llegaron en pocos días después a la isla llamada Cabo de Lobos, del lado del sur de la isla Española, entre el Cabo de Tiburón y Punta de Espada, no pudiendo pasar de allí a causa de vientos contrarios en el espacio de tres semanas que duraron, por grandes diligencias que Morgan hizo, ni por mañanas que usase. Al fin de dicho tiempo montaron el cabo, desde donde vieron un navío inglés a lo lejos, que habiéndole abordado, supieron venía de Inglaterra, y compraron de él lo que habían menester de vituallas. Prosiguió Morgan su curso hasta el puerto de Ocoa, donde echó pie a tierra enviando alguna de su gente a buscar agua y los víveres que pudiesen recoger para mejor ahorrar los que la flota traía; mataron muchos animales, y entre ellos algunos caballos, pero los españoles, mal contentos de esto, intentaron armar una treta a los piratas, e hicieron venir 300 ó 400 soldados de Santo Domingo (que está de allí muy cerca) y los pidieron cazasen en todos los contornos cerca de la mar y arriba en los bosques a fin que, volviendo cualesquiera piratas, no hallasen de qué subsistir. Volvieron en pocos días de los mismos con ánimo de cazar y no hallando a quien tirar un escopetazo, fueron entrando por las selvas cosa de 50 hombres. Los españoles hicieron juntar una tropa grande de vacas y pusieron por guardas dos o tres hombres, que vistas y halladas por los piratas mataron un número suficiente, y aunque los españoles veían todo esto desde lejos, no quisieron impedirlo; pero llegando el término de llevarlas, dieron tras ellos con furia y valor extraordinario gritando: ¡Mata! ¡Mata! Dejaron bien presto los piratas la presa, retirándose de tiempo en tiempo un poco, y cuando hallaron su ventaja, descargaron sobre los españoles e hicieron caer en tierra mucha parte. Visto por los demás el desastre de los suyos procuraron huirse y llevarse consigo los cuerpos muertos y heridos de sus compañeros. No contentos los piratas de lo allí sucedido, corrieron con presteza a los bosques y mataron aún la mayor parte de los que habían quedado. El día siguiente, encarnizado Morgan de lo que había pasado, fue él mismo con doscientos hombres a buscar el resto de españoles, pero no hallando a nadie, vengó su cruel rabia en poner fuego al mayor número de casas de los pobres desolados y fugitivos, con que se volvió algo satisfecho a su navío por haber cometido algún mal, que era (y aún creo será) su sedienta ambición. La impaciencia que Morgan había tenido aguardando una parte de sus navíos que aún no eran llegados, le hizo resolverse a alargar las velas, poniendo la proa a la isla Savona, que era su común destino; mas llegado que hubo y no hallando alguno de los navíos que estaban asignados, tuvo grande impaciencia, con ella aguardó algunos días. Entretanto, faltándole vituallas, envió una tropa de ciento cincuenta hombres a la isla Española para pillar algunas aldeas que están alrededor de Santo Domingo, pero estando advertidos los españoles de su venida, se hallaron tan listos y en tan buen orden que los piratas, temiendo la entrada, no se atrevieron a llegar, teniendo por mejor volverse a la presencia de su Morgan que perecer. Hizo revista de su gente, viendo que los otros navíos no llegaban, y halló quinientos hombres o pocos más. Los navíos que allí consigo tenían eran ocho, la mayor parte muy pequeños; y como antes de todo esto hubiesen resuelto de cruzar en las costas de Caracas y arruinar todas las villas y lugares, hallándose por entonces con tan pocas fuerzas, mudó de sentimiento por el consejo de un capitán francés que era miembro de su flota, el cual sirvió a Lolonois en semejantes empresas y en la toma de Maracaibo, y sabía bien las entradas, salidas, fuerzas y mañas, para volverlo a ejecutar en compañía de Morgan, con quien habiendo hecho relación, concluyeron volver a saquearla, estando persuadido con toda su gente de la facilidad que el francés proponía. Levantaron áncoras y se encaminaron hacia Curaçao, en cuya isla, siendo descubierta, metieron pie a tierra en otra de ella cercana que se llama Ruba, situada cerca de doce leguas de dicha de Curaçao, al lado del occidente. Guárdanla pocos hombres, aunque los indianos que la habitan están sujetos a la corona de España y hablan español, a causa de la religión católica, que es cultivada por algunos sacerdotes que envían de la Tierra Firme. Los moradores de esta isla tienen su comercio con piratas que llegan a ella a comprar carneros, corderos y cabras, que venden en cambio de lienzo, hilo y cosas de este género. Es muy estéril la tierra; toda la subsistencia consiste en las tres cosas sobredichas y en un poco de trigo, que no es de mala calidad. Cría muchísimos insectos ponzoñosos, como víboras y arañas, tan perniciosas, que si alguno es mordido de ellas, para librarle de la rabiosa muerte que causa tal veneno, le deben atar los pies y manos, y así dejarle veinticuatro horas por lo menos sin comer ni beber cosa que se sea. Morgan, pues, estando ancorado delante de esta tierra compró muchos carneros, corderos y la leña que le era necesaria para toda su flota; y habiendo estado allí dos días, partió de noche por no ser vista la ruta que tomaba. El día siguiente vinieron a la mar de Maracaibo, guardándose siempre el no ser descubiertos desde Vigilia, por cuya razón ancoraron en sitio donde no podían ser percibidos. Llegado el anochecer volvieron a caminar, de modo que el día siguiente al alba, se hallaron derechamente en la Barra del Lagón. Los españoles habían fabricado una nueva fortaleza después de la acción de Lolonois, desde la cual disparaban la artillería contra los piratas, mientras ponían su gente en barcas para saltar a tierra. El uno y otro partido se defendieron con valor y coraje todo el día entero, hasta que la noche venida Morgan llegó cerca del castillo, que habiendo examinado, no halló persona dentro; pues que los españoles le desertaron antes que los piratas llegasen, dejando una cuerda calada encendida, que tocaba a la pólvora de un pañol, creyendo que todos los piratas estando dentro, saltarían en el aire saltando el castillo; y así hubiera sucedido si tardasen aún un cuarto de hora en llegar, pues no había mecha para más largo tiempo, a lo que corrió Morgan con presteza quitándola, por cuyo medio se salvó y a toda su gente; hallando grande cantidad de pólvora, de que hizo provisión, y arruinó parte de las murallas enclavando 16 piezas de artillería de 8, 12 y hasta 24 libras de bala. Encontró cantidad grande de mosquetes y otras municiones y pertrechos de guerra. Mandaron el día siguiente que entrasen los navíos, entre los cuales repartieron toda la pólvora y demás cosas, y compuestas se volvieron todos a bordo para continuar el camino hacia Maracaibo. Hallaron las aguas muy bajas, con que no pudieron pasar cierto banco que estaba a la entrada del Lagon; pusieron la gente en barcas y chalupas las más ligeras, con las cuales llegaron el día siguiente por la mañana delante de Maracaibo, poniéndose en defensa de la pequeña artillería que habían podido llevar consigo. Corrieron al punto a la fortaleza llamada la Barra, que hallaron del mismo modo que la precedente sin persona, porque se habían huido todos a los bosques, dejando también la villa sin más gente que algunos miserables, los cuales no tenían nada que perder. Luego que hubieron entrado los piratas, buscaron por todos los rincones si hallaban alguna gente escondida que los pudiese ofender, y no hallando a nadie, cada partido (según estaban los navíos) escogió casas para sí las mejores que hallaron; la iglesia, en común, fue electa para cuerpo de guardia, donde vivían a lo militar muy insolentes. El mismo día de su llegada enviaron una tropa de 100 hombres buscando los moradores y sus bienes, que trajeron en parte el siguiente día en número de 30, tanto hombres como mujeres y niños, y 50 mulos cargados de diversas buenas mercadurías. Pusieron en tormento a todos estos míseros prisioneros para hacerlos decir dónde estaban los demás y sus bienes. Entre las crueldades que usaron entonces, fue una el darlos tratos de cuerda y al mismo tiempo muchos golpes con palos y otros instrumentos; a otros quemaban con cuerdas caladas encendidas entre los dedos; a otros agarrotaban cuerdas alrededor de la cabeza, hasta que los hacían reventar los ojos; de modo que ejecutaron contra aquellos inocentes toda suerte de inhumanidades jamás hasta entonces imaginada. Los que no querían confesar, o que no tenían qué mostrar, murieron a manos de aquellos tiranos homicidas. Este género de tratos duraron el espacio de tres semanas, en cuyo tiempo no dejaron de salir todos los días fuera de la villa, buscando siempre a quien atormentar y robar y no volviéndose jamás sin pillaje y nuevas riquezas. Ya que tenían cien familias aún vivas de los más principales y todos sus bienes, deliberó Morgan de ir a Gibraltar, con cuyo designio armó la flota, proveyéndola muy abundantemente. Allí puso a todos los prisioneros, y al instante levantó áncoras; y soltando velas, navegó hacia dicha plaza con resolución de arriesgar la batalla. Habían antes enviado algunos prisioneros a Gibraltar para que anunciasen a los moradores se rindiesen; donde no, Morgan los haría pasar a todos a cuchillo sin dar cuartel al más impetrante. Vino, en fin, con su flota delante de Gibraltar, de donde los españoles tiraban cantidad de gruesas balas de artillería; pero no obstante, los piratas se animaban los unos a los otros diciendo: Menester es que primero comamos con un poco de amargura para que después lleguemos a gustar con favor el dulzor del azúcar. Echaron el día siguiente toda la gente en tierra cuando amanecía y guiados del francés que dijimos, no caminaron por la senda ordinaria, mas atravesando los bosques, llegaron a Gibraltar por la parte que no creían los moradores, si bien antes habían hecho muestra de caminar derechos para mejor engañar a los españoles, que viéndose poco fuertes y acordándose de lo que dos años había les pasó con Lolonois, se huyeron del mejor modo que pudieron, llevándose consigo toda la pólvora y dejando clavada y por tierra toda la artillería, de modo que los piratas no hallaron personas en la aldea sino es a un pobre tonto, a quien preguntaron dónde se habían huido los moradores y en qué parte estaban sus bienes encubiertos, respondió a todo no sabía nada. Diéronle trato de cuerda estropeándole, con que a fuerza de tormentos gritaba diciendo: No me atormentéis más. Venid, yo os mostraré mis muebles y mi dinero. Creían era una persona rica que se había disfrazado en vestidos pobres y en lengua necia, con que se fueron con él y les guió a una desdichada casilla, en la cual tenía algunos platos de tierra y otras cosillas de poco momento y, entre ellas, tres reales de a ocho, que había encubierto con las demás chucherías debajo de tierra. Preguntáronle después su nombre, y el bobo dijo: Llámome Don Sebastián Sánchez, y soy hermano del gobernador de Maracaibo. Oído que hubieron al pobre desdichado, le volvieron a poner en tormentos levantándole en el aire con cuerdas y atándole a los pies y cuello grandes pesos; le quemaban pegadas a la cara hojas de palma, con que en media hora murió. Cortaron después las cuerdas de que estaba colgando, y arrastraron el cuerpo al bosque, donde le dejaron sin enterrarle. El mismo día salió un partido de piratas a buscar en quien emplear sus infames horas, y volvieron con un honesto labrador y dos hijas suyas que hicieron prisioneros, a los cuales (según su costumbre) querían martirizar en caso que no mostraran los lugares en que estaban los otros commoradores. Sabía dicho labrador de algunos, en busca de los cuales fue con los tiranos piratas. Mas los españoles percibiéndose corrían por todas partes sus enemigos, se habían escapado de allí mucho más lejos, entre bosques casi impenetrables, en los cuales hicieron chozas para preservar de las inclemencias del tiempo los pocos bienes que pudieron consigo transportar. Creyendo, pues, los piratas ser engañados por el labrador, se encolerizaron rabiosamente contra él (no obstante todas las excusas que el pobre hombre hacía y las humildísimas súplicas para que le acordasen la vida) y le ahorcaron de un árbol. Dividiéronse después en diversas tropas y corrieron a los plantíos, conociendo que los españoles retirados no podían vivir en los bosques de lo que en ellos podían hallar, sin que se viesen obligados a venir buscando víveres a sus dichos plantíos. Hallaron un esclavo, a quien prometieron montes de oro y que le llevarían a Jamaica haciéndole libre, en caso que quisiese mostrar los sitios donde estaban los de Gibraltar. Condújoles a una tropa de españoles que hicieron prisioneros, mandando a dicho esclavo matase algunos para que por este delito se viese obligado a no dejar su infame compañía. Cometió el negro mucho mal contra los españoles y siguió las infortunadas trazas de los piratas, que al cabo de ocho días volvieron a Gibraltar con muchos prisioneros y algunos mulos cargados de riquezas. Preguntaron a cada prisionero aparte (eran en todos cosa de 250) dónde tenían el resto de sus bienes y si sabían de los otros. Los que no quisieron confesar fueron atormentados de un horrible modo. Había entre ellos un portugués, al cual cierto negro hacía pasar por muy rico; pidiéronle sus riquezas, a que respondió, no tenía en este mundo más que cien reales de a ocho, los cuales un mozo suyo se los había robado dos días antes, y aunque con juramentos protestaba ser así, no le creyeron; mas tomándole sin consideración de su vejez, que era de 60 años, le dieron trato de cuerda rompiéndole los brazos por detrás de las espaldas. Después no declarando más o no pudiendo, le dieron otro género de tormento peor y más bárbaro que el precedente, colgándole de los cuatro dedos gordos, de manos y pies, a cuatro estacas altas donde ataron las cuerdas, tirando por ellas como por clavija de arpa; con palos fuertes daban a toda fuerza en dichas cuatro cuerdas, de modo que el cuerpo de dicho miserable paciente reventaba de dolores inmensos. No contentos aún de tan cruel tortura, cogieron una piedra que pesaba más de 200 libras y se la pusieron brutalmente encima del vientre, y tomando hojas de palma, las encendían aplicándolas a la cara del desdichado portugués, que ella y sus cabellos se abrasaron. Pero viendo los tiranos que aún con tales vejaciones se estaba en su propósito, le desataron y medio muerto le llevaron a la iglesia (que era por entonces su cuerpo de guardia) y en ella le amarraron a un pilar, donde le dejaron sin comer ni beber, sino muy tenuísimamente, lo que bastaba para vivir, pensando algunos días en que esperaban, descubriría algún tesoro; y habiendo pasado así cuatro o cinco rogó que alguno de los otros prisioneros viniese una vez a hablarle, por medio de quien trataría de buscar dinero para satisfacer su demanda. Vino el tal prisionero que pedía e hizo prometer a los piratas quinientos reales de a ocho; pero ellos se hacían sordos a tan corta suma, y en lugar de aceptarla, le dieron muchos palos, respondiéndole: Cuando dices quinientos, es menester digas quinientos mil, y si no te costará la vida. Finalmente, después de muchísimas protestaciones de que era miserable hombre y pobre tabernero, se acordó con ellos en mil pesos, que en poco tiempo hizo buscar, y entregándoselos quedó libre, aunque tan mal tratado, que no sé si con tantos males podría vivir largas horas. No acabó de sufrir el portugués lo que con otros infelices pasaron de crueldades, inventadas por el infernal consejo de espíritu de aquellos desalmados, pues a unos colgaron por los compañones, dejándolos de aquel modo hasta que caían por tierra, desgarrándose de sí mismas las partes verecundas; y si con eso inmediatamente no morían, los atravesaban las espadas por el cuerpo, mas, cuando no lo hacían, solían durar cuatro o cinco días agonizantes. A otros los crucificaban, y con torcidas encendidas les pegaban fuego entre las junturas digitales de manos y pies; a algunos les metían los pies en el fuego y de aquel modo los dejaban asar. Cuando hubieron hecho estas y otras tragedias con los blancos, comenzaron con los negros esclavos, a quienes trataron no con menos rigor que a sus amos. Hubo un esclavo que prometió a Morgan conducirle a la ribera que está en el Lagón, en la cual se hallaba un navío y cuatro barcas ricamente cargadas, que pertenecían a los de Maracaibo. Descubrió el mismo esclavo la parte donde el gobernador de Gibraltar estaba con la mayor parte de mujeres del lugar; pero todo esto declaró por las amenazas que le hicieron de ahorcarle si no decía lo que sabía. Enviaron al punto 200 hombres en dos saetías hacia la sobredicha ribera, buscando lo que les era dicho por el esclavo, y Morgan en persona con 350 hombres, fue a coger al gobernador, quien, estando retirado en una isleta que está en medio de la ribera y en ella hecho una fortaleza lo mejor que le fue posible para su defensa, y sabiendo, de buena parte, venía Morgan con grande fuerza en busca suya, se retiró sobre una montaña que no estaba lejos de allí, a la cual no se podía subir sino por un paso muy estrecho; de tal modo que quien pretendiese el ascenso debía hacer pasar su gente uno a uno. Tardó dos días en llegar Morgan a la isleta sobredicha, y hubiera proseguido hasta la montaña, si no fuese que le anunciaron la imposibilidad que hallaría de vencer la subida, no sólo por lo agrio de la senda, sino también porque el gobernador estaba muy bien preparado de municiones de guerra arriba; además que el cielo envió una tan grande lluvia que todo el bagaje de los piratas y la pólvora estaban echados a perder, y de entre ellos se perdieron muchos, pasando una ribera que por las avenidas de tantas lluvias salió de madre, y en ella perecieron algunas mujeres y niños, y muchos mulos cargados de plata y otros bienes, que al ir en la campaña habían robado de los moradores fugitivos. De modo que todo estaba muy maltratado y sus personas no menos arruinadas, con que si por entonces los españoles hubiesen tenido una tropa de 50 hombres con picas o lanzas, podrían destruir a los piratas enteramente sin tener con qué resistirse; mas el temor que los españoles concibieron desde el principio fue tal, que sólo oyendo el rumor de las hojas de los árboles en los bosques se imaginaban eran ladrones. Finalmente, después que los piratas hubieron corrido algunas veces media hora en el agua metidos hasta la cintura, se salvaron por la mayor parte, pero las mujeres y criaturas prisioneras murieron casi todas. Pasados doce días de su partida en busca del gobernador, volvieron a Gibraltar con muchos prisioneros. Dos días después llegaron también las saetías que fueron a la ribera, trayéndose consigo cuatro barcas y algunos prisioneros, aunque las más mercadurías que dichas barcas habían tenido, no las hallaron ya dentro cuando las tomaron, por razón que, siendo advertidos los españoles de la salida de los piratas en busca de ellas, las descargaron con presteza con ánimo de que habiéndolas aliviado de la carga totalmente, las pondrían fuego. No se dieron tanta prisa los españoles a poner estas cosas en orden tan conveniente, que no dejasen aún mucha parte de bienes dentro del navío y barcas, y se vieron obligados a huirse, dejando a los piratas razonable presa, que condujeron a Gibraltar, donde después de haber hecho diversas insolencias, muertes, saqueos, estupros y otras semejantes, en cinco semanas que allí acamparon, resolvieron la partida dando (por última prueba de sus picardías) orden a algunos prisioneros saliesen a buscar tributo de quema; donde no, abrasarían hasta las piedras de los cimientos. Salieron los pobres afligidos y después que hubieron girado todos los contornos buscando los commoradores, volvieron diciendo a Morgan no habían podido hallar casi persona, y que a los que hallaron propusieron su demanda, a que respondieron que el gobernador les había defendido el dar algún tributo de quema, mas que no obstante le agradase tener un poco de paciencia, que entre ellos recogerían la suma de 5.000 reales de a ocho y que por el resto le darían algunos de ellos mismos en prendas que llevaría consigo a Maracaibo, hasta que fuese satisfecho del todo. Como hubiese Morgan estado largo tiempo fuera de la villa, y conociendo que los españoles habían tenido tiempo suficiente para hacerse fuertes, e impedirles la salida del Lagón, les acordó la proposición sobredicha y se dio prisa a hacer poner en orden todo lo necesario para su salida. Dio libertad a todos los prisioneros, después de haberse rescatado; pero detuvo todos los esclavos consigo. Diéronle las cuatro personas del acuerdo, en prendas de lo que se le debía aún enviar, y le pedían el esclavo (de quien en lo precedente hicimos relación) queriéndole bien pagar; mas Morgan no quiso rendirle por el temor que no le quemasen vivo, según sus méritos. Levantaron al fin las áncoras y dieron a la vela con la mayor celeridad que pudieron, encaminándose hacia Maracaibo, donde llegaron en cuatro días hallaron las cosas en el mismo estado que las dejaron cuando salieron. Recibieron allí una nueva de la boca de un miserable viejo enfermo que, solo, moraba en la villa, el cual dijo estaban tres navíos de guerra españoles a la entrada del Lagón aguardando saliesen, y que al castillo le habían prevenido muy bien de artillería y otros pertrechos, tanto de gente como de municiones y víveres. No le dejó de causar alteración a Morgan la relación del viejo, y envió a una de sus barcas, la más ágil, hacia el puerto, para reconocer lo que en él había. El día siguiente volvió confirmando lo que les era relatado, y que vieron los navíos tan de cerca, que estuvieron en peligro de ser sumergidos por los balazos de artillería que les tiraron. Dijeron que el navío mayor era de 40 piezas, el otro de 30 y el menor de 24. Sobrepasaba esta fuerza a todas las de Morgan, y así causó común consternación a todos los piratas, de los cuales el mayor navío no estaba armado mas que de 14 piezas. Parecíales a todos que Morgan estaba fuera de esperanza, considerándose el ser forzoso atravesar por lo agrio de aquellos tres fuertes navíos y del castillo o perecer. Para escapar por mar o por tierra no hallaban ocasión y hubieran más estimado que los tres navíos vinieran a buscarlos a la villa que se quedasen a la entrada del Lagón, donde temían la ruina de su flota, que consistía la mayor parte en barcas. Siéndoles preciso hacer como pudiesen, cobró Morgan nuevo coraje y envió un español al gobernador y general de los tres navíos, pidiéndole tributo de incendio de la parte de la villa de Maracaibo; el cual volviendo dos días después, trató a Morgan una carta de dicho general, del tenor siguiente: Carta de don Alonso del Campo y Espinosa, almirante de la flota de España, a Morgan, caudillo de piratas Habiendo entendido por nuestros amigos y circunvecinos las nuevas de que habéis osado emprender el hacer hostilidades en las tierras, ciudades, villas y lugares pertenecientes a la dominación de S. M. católica, mi señor; yo he venido aquí, según mi obligación, cerca del castillo que vos habéis tomado del poder de un partido de cobardes poltrones, al cual he hecho asentar, y poner en orden la artillería que vos habíades echado por tierra. Mi intención es disputaros la salida del Lagón y seguiros por todas partes, a fin de mostraros mi deber. No obstante, si queréis rendir con humildad todo lo que habéis tomado, los esclavos y otros prisioneros, os dejaré benignamente salir, con tal que os retiréis a vuestro país; mas, en caso que queráis oponeros a esta mi proposición, os aseguro que haré venir barcas de Caracas y en ellas pondré mis tropas, que enviaré a Maracaibo para haceros perecer a todos por los filos de la espada. Veis aquí mi última resolución. Sed prudentes en no abusar de mi bondad con ingratitud. Yo tengo conmigo buenos soldados, que no anhelan si no es a tomar venganza de vos y de vuestra gente, y de las crueldades y pícaras acciones que habéis cometido contra la nación española de la América. Fecho en mi real navío, la Magdalena, que está al áncora en la entrada del Lagón de Maracaibo, en 24 de abril de 1669 años, Don Alonso del Campo, y Espinosa. Así como Morgan recibió esta carta hizo juntar toda su gente en la plaza del mercado de Maracaibo, y después de haberla leído en francés y en inglés, pidió resoluciones sobre la materia y si estimarían más rendir todo lo que habían tomado para conseguir libertad, que pelear. Respondieron igualmente todos los piratas, que amaban sin comparación pelear derramando hasta la última gota de sangre de sus venas, que rendir tan ligeramente la presa que habían tomado con tantos riesgos de la vida. Había entre ellos uno que dijo a Morgan: Yo me atrevo a arruinar el mayor de los navíos con el número de 12 personas. La manera será haciendo un brulot o navío de fuego, del que tomamos en la ribera de Gibraltar. Para que no sea conocido por brulot, pondremos de un lado y otro piezas de madera, con monteras y sombreros encima para engañar a la vista desde lejos en la representación de hombres; lo mismo haremos en las portiñolas que sirven a la artillería, que llenaremos de cañones contrahechos. El estandarte será de guerra, desplegado al modo de quien convida al combate. Estando esta proposición entendida por la junta, fue admitida por todos, aunque los temores no estaban disipados. Quisieron, no obstante, probar si podían acordarse con Don Alonso, proponiéndole lo siguiente por medio de dos personas que Morgan le envió, diciendo: Dejaremos a Maracaibo sin hacer algún daño, ni pedir tributo de incendio; pondremos en libertad la mitad de los esclavos y todos los prisioneros sin que paguen algún rescate; enviaremos los cuatro principales moradores que tenemos en prendas de las contribuciones que nos han prometido los de Gibraltar. Oído que hubo Don Alonso esto de la parte de los piratas, respondió no quería entender una palabra más sobre tales propósitos; sino al contrario, que si aguardaban aun dos días para rendirse voluntariamente entre sus manos, debajo de las condiciones que les había ofrecido, les vendría a rendir por fuerza. Así como Morgan entendió las resoluciones de Don Alonso, hizo poner en orden todas las cosas para pelear y salir con violencia del Lagón, sin rendir alguna cosa. Hiceron, primeramente, guardar y atar bien los prisioneros y esclavos; después recogieron toda la pez y azufre que se pudo hallar en la villa para aprestar el brulot sobredicho y dispusieron otras invenciones de pólvora y azufre, como hojas de palma bien embreadas en alquitrán; dispusieron el cubrir las pipas de la artillería, debajo de cada una había seis cartuchos de pólvora; aserraron la mitad de las obras muertas del navío, a fin que la pólvora hiciese mejor su operación; fabricaron nuevas portiñolas donde pusieron, en lugar de artillería, tamboriles de negros; en los bordes plantaron piezas de madera, que cada una representaba un hombre con su sombrero o montera, bien armados de mosquetes, espadas y charpas. Estando de este modo preparado el brulot se dispusieron todos para ir a la entrada del puerto. Metieron todos los prisioneros en una grande barca, y en otra todas las mujeres y cuanta plata, joyas y otras cosas ricas tenían. En algunas todos los fardos de mercaduría y cosas de mayor bulto. En cada una de estas barcas había doce hombres bien armados. Tenía orden el brulot de ir delante para arrojarse sobre el gran navío. Ordenado todo, Morgan tomó juramento a todos sus camaradas, protestando defenderse de los españoles hasta la última gota de su sangre, sin pedir cuartel de ningún modo, prometiendo que quien se defendiera de tal manera sería grandemente recompensado. Con estas disposiciones y briosa resolución dieron a la vela y fueron a buscar los españoles en treinta de abril del año 1669. Hallaron toda la flota española en medio del puerto amarrada al áncora, y Morgan (por ser ya tarde y casi oscuro) hizo echar al agua todas las áncoras de su flota, con ánimo de pelear desde allí de noche, si les convidaban a la pelea. Ordenó se tuviese por todo buena y vigilante guardia hasta el alba, que (habiendo estado los unos de los otros un tiro de artillería) levantaron su curso derecho hacia los españoles; los cuales, viendo sus movimientos, hicieron lo mismo. El brulote, yendo delante, se metió contra el gran navío, donde se acostó en muy poco tiempo; del cual, como fuese por el almirante conocido por navío de fuego, quiso escapar, pero intentólo tarde de suerte que la llama los alteró y al instante saltó en el aire toda la popa y después, sumergiéndose el resto, perecieron. El segundo navío, que veía arder su almirante, se escapó hacia el castillo, donde en breve espacio hicieron los mismos españoles ir a pique, estimándolo más que caer en manos de piratas. El tercero que no tuvo tiempo de huir, cayó en poder de sus enemigos. Los que echaron a pique cerca del castillo al navío segundo, vieron venir a los piratas para tomar lo que pudieran del naufragio; mas los que aún dentro estaban, pusieron fuego porque no gozasen sus enemigos del expolio. Echó hacia las orillas de la mar el primer ímpetu del fuego del primer navío algunos españoles, tanto muertos como vivos, y los piratas queriéndolos salvar; estimaron más perecer los que nadaban que recibir la vida de sus perseguidores, por razones que yo contaré adelante. Hincháronse de orgullo y soberbia los piratas por tan feliz victoria, obtenida en tan breve tiempo y con tanta desigualdad de fuerzas, con que, arrogantes, fueron todos a tierra, donde emprendieron tomar el castillo, que hallaron estar bien proveído de gente, gruesa artillería y municiones, no teniendo ellos más que sus mosquetes y una pocas de granadas de fuego a la mano; estando su artillería incapaz (siendo muy pequeña) de poder con ella hacer brecha en sus murallas, pasaron, pues, el resto del día disparando con sus dichos mosquetes, y al anochecer querían avanzar para echar granadas dentro; pero los españoles despedían furiosos tanta llama, cuanta en las oficinas de Marte y Vulcano se enciende; de modo que no les era a los piratas de ningún provecho el acercarse, ni quedar más largo tiempo en tal disputa, pues, experimentadas ya estas cosas y viendo treinta hombres de los suyos muertos y otros tantos heridos, se retiraron a sus navíos. Temiendo los españoles que el día siguiente volvieran los piratas con pretensiones de renovar el ataque, creyendo pondrían también su artillería asestada contra el castillo, trabajaron toda la noche para poner en orden todas las cosas, particularmente se emplearon en allanar algunas preeminencias, desde las cuales podían ofender la fortaleza los piratas. No intentó Morgan volver a tierra por ocupar su tiempo en coger algunos españoles que aún nadaban, esperando pescar parte de las riquezas que se perdieron en los navíos del naufragio. Cogió entre ellos a un piloto del navío más pequeño, con quien tuvo largas conferencias preguntándole variedad de cosas, y entre ellas el número de gente que los tres navíos españoles tenían, y si se debían esperar otros nuevamente y de qué parte habían salido la última vez, cuando los vinieron a buscar. Respondióle en lengua española, diciendo: Mi señor, tened generosa voluntad, si os agrada, de no permitir hacerme algún mal, pues soy extranjero. Yo os diré todo lo que pasó hasta la llegada a este lago. Enviónos el consejo de España con seis navíos bien armados, y con orden de cruzar en estos mares contra los ingleses arruinándoles tanto que nos fuera posible. Diéronse esas órdenes a causa de la noticia que llegó a la corte de España de la toma y ruina de Portobelo, y otras plazas de cuyos sucesos tantas veces llegaron las lamentaciones a los oídos del rey, consejos y pueblo, a quienes pertenece la conservación de este nuevo mundo, cuya corte ha hecho sus demostraciones a la Inglaterra, a la que el rey de ella respondió no haber dado jamás patentes ni comisiones para hacer alguna hostilidad contra los vasallos de S. M. católica; y, así, para vengarse el rey, mandó armar seis navíos que envió a estas partes, debajo de la dirección de Don Agustín de Bustos, a quien se le dio el cargo de almirante. Este tal venía en el navío llamado Nuestra Señora de la Soledad, armado con cuarenta y ocho piezas de artillería altas y ocho bajas: el vicealmirante Don Alonso del Campo y Espinosa mandaba el navío intitulado La Concepción, fuerte de cuarenta y cuatro piezas altas y ocho bajas. Venían otros cuatro: el primero se llamaba La Magdalena, que tenía treinta y seis piezas altas y doce bajas, con doscientos y cincuenta hombres; San Luis, con veinte y seis piezas altas y doce bajas, que tenía doscientos hombres; La Marquesa, con diez y seis piezas altas y ocho bajas, y ciento cincuenta hombres; Nuestra Señora del Carmen, con diez y ocho piezas altas y ocho bajas, y también ciento y cincuenta hombres. Estábamos ya en Cartagena, de donde los dos mayores navíos volvieron a España por orden que para ello hubo, diciendo eran muy grandes para cruzar en estas costas. Partió de allí Don Alonso del Campo y Espinosa con cuatro navíos hacia Campeche para buscar a los ingleses. Llegamos al puerto de dicha villa, en el cual nos sobrevino un grande torbellino de la parte del norte que hizo perder uno de los cuatro navíos, llamado Nuestra Señora del Carmen. Salimos de allí para la isla Española, a la cual avistamos en poco tiempo, y nos dirigimos al puerto de la ciudad de Santo Domingo, en el cual oímos como habían visto pasar una flota de Jamaica, y que de ella echaron alguna gente en tierra, en una plaza llamada Alta Gracia, cuyos habitantes cogieron a uno de dicha flota y haciéndole prisionero confesó como los ingleses tenían designio de ir a la ciudad de Caracas; sobre cuyas nuevas, Don Alonso hizo al instante levantar las áncoras y atravesamos hasta la otra parte de la Tierra Firme, a la vista de dicha Caracas, en donde encontramos una barca que nos aseguró estar la flota de Jamaica en el Lagón de Maracaibo, y que consistía en siete navíos y una barca. Sobre esta noticia vinimos aquí y cuando llegamos a la entrada de este lago tiramos una pieza de artillería para advertir a un piloto, que viendo desde la tierra éramos españoles, vino con otros que nos advirtieron como los ingleses habían tomado la villa de Maracaibo y que por entonces estaban saqueando a Gibraltar. Oído que hubo Don Alonso las sobredichas relaciones, hizo un brioso razonamiento, dando coraje a todos sus oficiales, soldados y marineros, prometiéndoles departir entre todos todo lo que ganasen de los ingleses. Ordenó se condujese al castillo la artillería que cogimos del navío que se perdió y otras dos piezas de su propio navío de a diez y ocho libras. Los pilotos nos condujeron al puerto y Don Alonso hizo venir la gente que estaba en tierra a su presencia, a quienes dispuso reforzar el castillo de cien hombres más los que habían vuelto después de la salida de dichos ingleses. Poco después nos trajeron las nuevas de que habíais vuelto a Maracaibo, a donde Don Alonso os escribió una carta, dándoos cuenta de su llegada y designio, exhortándoos a rendir y restituir todo lo que habíais tomado, lo cual no quisisteis hacer; en resumen, de que renovó su primera promesa e intento; y habiendo hecho dar de cenar a toda su milicia y gente espléndidamente, exhortó a todos no diesen algún cuartel a los ingleses que cayesen en sus manos, lo cual fue causa que se ahogaron tantos por no atreverse a pedir cuartel. Dos días antes que vinieseis contra nosotros hubo un negro que vino a Don Alonso diciéndole: "Señor, mirad con atención que lo ingleses han hecho y preparado un navío de fuego para abrasar vuestra flota". No quiso creer Don Alonso la advertencia del negro y respondió: "¿Tienen por ventura esas gentes entendimiento para preparar un navío de fuego? ¿o se pueden hallar en su poder los instrumentos necesarios que se requieren?" Cuando tan patente y largamente este piloto hubo contado todas las sobredichas cosas, Morgan le trató muy humanamente y con mucho regalo, el cual, ofreciéndole ventajas, se quedó en su servicio. Descubrióle aún cómo en el navío que pereció había grande cantidad de plata, hasta la suma de cuatro mil pesos, y que ésa era la causa de haber visto diversas veces a muchos españoles cerca del navío que se perdió. Dispuso Morgan que uno de sus navíos quedase allí (según las ocasiones a propósito) y pescase la plata que pudiese. El, con todo el resto de la flota, se volvió a Maracaibo, donde hizo reparar el gran navío que tomó de los tres sobredichos, y muy bien acomodado le eligió para sí mismo, dando el que tenía a uno de sus capitanes. Envió después una persona al almirante, demandándole dinero de tributo de quema por la villa de Maracaibo, a pena de hacerla enteramente abrasar. Considerando los españoles que habían tenido desgracia por todos modos con los piratas, y no sabiendo por qué medio librarse de ellos, acordaron pagar, aunque Don Alonso no consintió. Enviáronle a decir a Morgan qué suma pretendía y respondióles que treinta mil pesos y quinientas vacas, para que sus navíos abundasen en carnes; prometía, en tal caso, que no haría alguna molestia a los prisioneros, ni ruina a la villa. Finalmente, se acordaron en veinte mil pesos, además de las quinientas vacas que el día siguiente los españoles llevaron con una partida del dinero, y mientras los piratas salaban la carne, volvieron con el resto de la suma en que acordaron, hasta dichos veinte mil reales de a ocho. No quiso rendir Morgan, por entonces, los prisioneros, por razón de que temía los cañonazos de la artillería del castillo a la salida del Lagón, y así resolvió de no darlos hasta que estuviese apartado y fuera de lo que podía alcanzar con sus balas, esperando que por tal medio obtendrían libre paso. Púsole a la vela toda la flota para ir donde habían dejado el navío que debía pescar la plata del que quemaron, el cual halló con la suma de ciento cincuenta mil pesos que habían cogido, con otras muchas piezas de plata, como espadas y otras cosas de este género; hallaron también mucha cantidad de reales de a ocho, todos pegados y casi derretidos por el grande fuego de la quema de dicho navío. No sabía Morgan por qué camino evitar los males que el sobredicho castillo le podría causar a la flota, y así dijo a los prisioneros que les era necesario acordarse con el gobernador para abrir el paso con seguridad de su salida; y que si no quería consentir, los haría a todos ahorcar en sus navíos. Juntáronse todos los prisioneros a conferir, para ver a quién disputarían al dicho gobernador Don Alonso, y señalaron algunos de entre ellos para esta embajada; fueron rogando y suplicando al almirante, mirase con ojos de compasión los afligidos prisioneros que estaban con sus mujeres y criaturas, aún en poder de Morgan; y que así diese su palabra de que dejaría salir libremente toda la flota de piratas sin molestia alguna, que sería el único remedio para salvar sus vidas y de los que allá quedaban amenazados todos de horca (en caso que no quisiese acordarles lo que le demandaban). Respondióles Don Alonso (reprendiéndoles su cobardía): Si vosotros hubiéseis estado tan fieles al rey, impidiéndoles la entrada, como yo haré la salida, no habríais causado esos inconvenientes, ni a vosotros mesmos, ni a toda nuestra nación, que ha sufrido tanto por vuestra flojedad. En fin, yo no acordaré jamás la demanda y mantendré mejor el respeto de mi rey, según mi cargo. Volviéronse los españoles con mucha tristeza y fuera de esperanza los cuales contaron a Morgan todo lo que el gobernador les había dicho, el cual, después de haberlos oído, dijo: Yo buscaré medios, si Don Alonso no los quiere dar. Hizo repartir los expolios que tenían, como no esperando tener ocasión para hacerlo en otra parte, temiendo alguna tempestad que los separase y que la posesión de lo mejor hiciese prevaricar a alguno de sus capitanes, en cuyo poder se podría hallar. Comenzaron a repartir según sus leyes, habiendo primero hecho juramento de no tener alguno en su particular a cargo cosa alguna; hallaron, tanto en dinero como en joyas, por el valor de doscientos y cincuenta mil reales de a ocho; además de la infinidad de mercadurías y esclavos que repartieron a cada navío o barca, según les tocaba. Hecho todo esto, la cuestión aún duraba de cómo podrían pasar el castillo y salir del lago. Usaron de una estratagema de no mala invención, y fue que el mismo día cuando determinaron aventurar la salida para la noche siguiente, embarcaron mucha gente en canoas y se acercaron a la orillas de la tierra, como si quisiesen echarlos en ella; encubriéronse entre las ramas de la costa y allí se pusieron tendidos a lo largo, dentro de las canoas; todos cubiertos, para que volviéndose (como lo hicieron a los navíos) juzgasen los del castillo, habían dejado emboscada en tierra no pudiendo percibir desde lejos más que dos o tres personas que bogaban; y esto lo repitieron de cada navío muchas veces; de suerte, que los españoles juzgaron que vendrían a querer forzarlos al castillo con escalas cuando la noche se acercase, por cuya razón, pusieron al lado que mira la tierra mucha artillería y la mayor fuerza de sus armas, dejando casi desamparada la parte de la mar. Llegada la noche levantaron las áncoras y caminaron con el favor de la claridad de la luna, dejándose llevar del refugio de la mar, hasta que estuvieron cerca del castillo, donde con grande prisa tendieron las velas. Los españoles, teniéndolos a la vista y muy cerca, hicieron transportar, con la mayor agilidad que pudieron, la artillería que estaba del otro lado, y dispararon furiosamente sobre los piratas, los cuales, teniendo el viento favorable, habían pasado la mayor parte, antes que los del castillo pusiesen las cosas en el orden conveniente; de suerte que los piratas no perdieron muchos de los suyos, ni recibieron gran menoscabo en sus navíos. Cuando ya estaban fuera del distrito de la artillería, envió Morgan una canoa hacia el castillo, y en ella algunos prisioneros; y este caudillo mandó darles una barca para volverse cada cual a su morada, pero, no obstante, retuvo los de Gibraltar por no haber venido a pagar los de su tierra lo que debían aún del tributo de quema de su lugar. Cuando quiso partir, Morgan mandó disparar contra el castillo siete piezas de artillería con bala, por despedida, a los cuales no fue respondido ni de un solo mosquetazo. El siguiente día les sobrevino una grande tempestad que les obligó a echar las áncoras en la profundidad de cinco o seis brazadas; pero la mar estaba tan agitada, que las áncoras no pudieron retener los navíos, de modo que les fue forzoso de irse a mayor altura, donde estuvieron en grandes riesgos de perderse, pues de cualquier lado que hubiesen querido ir, fuese para caer en manos de españoles o en las de indios, no habrían obtenido algún cuartel. Corridas todas estas tempestades, el viento cesó, lo cual les causó grande regocijo. Mientras Morgan hizo su fortuna en los saqueos mencionados, los compañeros que se habían separado en cabo de Lobos para ir a coger el navío, de que ya en su lugar hablamos, estuvieron muy maltratados y poco afortunados, pues habiendo llegado a la isla de Savona, no hallaron persona de los suyos, ni una carta que Morgan dejó al tiempo de su partida en un cierto puesto donde le parecía la hallarían; y no sabiendo qué camino poder tomar, resolvieron de saltear alguna plaza para buscar su fortuna. Eran todos cerca de 400 hombres que estaban repartidos en cuatro navíos y una barca; constituyeron un almirante de entre ellos, el cual se comportó valerosamente en la toma de Portobelo; nombrábanle antes capitán Hansel. Este resolvió de emprender la villa de Cumaná, que está situada en la tierra firme de Caracas, cerca de 60 leguas del lado occidental de la isla de la Trinidad; donde, habiendo llegado, pusieron a su gente en tierra, y mataron algunos indios que se hallaron cerca de las costas, y queriéndose acercar a la villa de los españoles acompañados de los indios, les disputaron con tal brío la entrada, que confusamente y con mucha pérdida se retiraron con grande ligereza y se volvieron a sus navíos, y en ellos se fueron a Jamaica, donde los chasquearon pesadamente los otros que llegaron con Morgan, diciéndoles: "Veamos si el dinero que trajisteis de Cumaná es de tan buenos quilates como el que nosotros traemos de Maracaibo. Fin de la segunda parte.
contexto
CAPITULO VII De la fertilidad del territorio de Quito; alimentos comunes de sus moradores, sus especies y abundancia en todos tiempos 686 No trataré en este capitulo de los frutos que prodigamente produce aquel país, segun parecia corresponder despues de las noticias que se han dado de su temperamento, porque, haviendo variedad á los que son propios á el territorio ó jurisdiccion de cada uno de los corregimientos, he tenido por mas propio á la amplificacion de las noticias y á su puntual exactitud dexar este assunto para quando hable en particular de cada uno; assi, en este solo referiré en general la amenidad y hermosura de aquellas campañas, prerrogativa con que su territorio está mejorado sobre todos los que se conocen, pues, al modo que la benigna igualdad del temple se vé exempta de sensibles mutaciones, su amenidad no se halla expuesta á la esterilidad de un estío, en que las plantas, miesses y arboles, despojadas de la frondosidad y marchito su vigor, quedan haciendo sentimiento de la estacion ó como cansadas de haver dado sazonado el fruto. 687 Es la fecundidad de aquellos campos tal que, faltando voces para explicarla, se haria á muchos increible si á su persuasion no contribuyese el considerar la igualdad y benignidad del clima, medio capaz de aquietar qualquier duda ó repugnancia opuesta á su credulidad, pues, siendo el calor y el frio de tal suerte moderados que se gozan en un perfecto medio, la humanidad continua y no raros los soles para orear la tierra y fecundarla, no es extraño que por naturaleza sea mas fértil aquel país que todos los que no logran semejante excelencia. Y, atendiendo al mismo tiempo á no haver una sensible mutacion en el discurso del año, todo él es propio para otoño, todo adequado para primavera, todo natural de verano y todo proporcionado á hacer las funciones del ibierno. Por esto, se nota allí, no sin pequeña admiracion, que, al passo que se secan en los prados las yervas que nacieron antes, les van succediendo otras de la misma especie en su lugar, que, interin se marchitan unas flores cansadas de haver sido la hermosura de los campos ó matizada alfombra de los prados, van rebentando otras de sus capullos para succederles en la alegría y que, á el tiempo que toman su sazón unas frutas y se envejecen las hojas que les acompañaron, vá produciendo otras el mismo arbol, y es continuo en él estar vestido de verdes hojas, adornado de fragrantes flores y cargado de fruta, una mas verde y pequeña que otra. 688 Por el mismo tenor, sucede esto con las sementeras pues en un propio parage se suele estar segando una mientras otra se siembra, rompe la tierra la que antes arrojó el labrador, crece la que tiene mas tiempo y empieza á granar la que está yá en positura de ello; con que, aquellas colinas son vivas pinturas á la vista, donde siempre están representadas las quatro estaciones del año en un país natural. 689 Aunque esto es tan general, como tengo dicho, no por esso dexa de haver tiempo regular para las cosechas grandes, pero sucede ser en un parage el mas oportuno para sembrar quando en otro que solo dista de aquel tres ó quatro leguas mas ó menos havrá precedido esta sazón uno ó dos meses y no havrá llegado aún para otra que no diste mas del primero. Assi, todo el año se está sembrando, y todo el año cogiendo, ó yá sea en un mismo sitio ó en parages que distan algo entre sí, naciendo esta diferencia de la diversidad de sus situaciones, unas en páramos, otras en colinas, en llanos otras ó en quebradas; y del mismo modo que en cada una de estas se nota distinto temperamento, assi tiene tiempo determinado y mas propio que otros para la siembra, sin que esto obste á lo que tengo dicho antes, como se irá viendo por las noticias de los corregimientos. 690 Esta gran fertilidad es forzoso haya de redundar en abundancia de todo genero de frutos y comestibles, y juntamente en bondad de ellos. Assi se observa en las carnes que se gastan en Quito de novillos cebados, carnero, cerdos y aves domesticas. El pan de trigo es tambien muy abundante aunque no muy bueno, proviniendo el defecto de su calmad de que, siendo las indias quienes tienen el exercicio de hacerlo, ni lo saben amassar ni cocer, pero pudiera ser tan excelente como si quisiera porque la bondad del trigo es sobresaliente y está verificado assi en el que suelen amasar en sus casas los particulares. 691 La carne de novillo ó baca, cuya buena calidad puede competir con la mejor de las que se conocen en Europa, se vende por arrobas en la carnicería; cada una vale quatro reales de aquel país, y el que la compra es dueño de escogerla de la parte que le parece. El carnero se vende por piezas, esto es, entero, medio ó por quartos; y siendo gordo y no viejo, vale de 5 á 6 reales uno entero; en todos los demás mantenimientos no hay peso ni medida para su venta. La costumbre y el tanteo son quien arregla la cantidad á la proporcton del precio. 692 En lo que no es abundante es en legumbres verdes, y en su lugar suplen las raices y simientes secas; las especies de las raices son camotas, arracachas, yucas, ocas y papas; las tres primeras se llevan de los paises cálidos, donde se cria la caña dulce, cuyos parages llaman valles ó yungas, bien que en estos dos nombres hay distintos significados porque aquel se entiende por aquellas llanuras que están en profundidad y el segundo por las que se hallan situadas en las caidas de la cordillera, y unos y otros gozan temperamento cálido. De estos se llevan tambien las frutas que les son propias, como plátanos dominicos, guineos, ají ó pimiento, chirimoyas, aguacates, granadillas, piñas, guayabas, guabas y las demás que son connaturales á ellos, como queda explicado en los otros paises. Los de temple frio le subministran peras pequeñas, duraznos, priscos, melocotones, guaitambos, aurimelos, albaricoques y algunos melones y sandias. Estas ultimas tienen tiempo determinado para su sazón, y aquellas abundan con igualdad todo el año. Además de las anteriores, hay otras de temple moderado, que tambien subsisten todo el año, y son frutillas ó fresas del Perú, higos de Tuna y manzanas. Las frutas de zumo, que requieren temple caliente, son asimismo de todo el año y en grande abundancia, como las naranjas de la China ó de Portugal, y agrias, limones reales y sutiles, limas dulces y agrias, cidras y toronjas; estos arboles mantienen todo el año el azahar y nunca descansan de dar fruto, imitando en aquel temple caliente la propiedad de los que son naturales de él. 693 La abundancia y permanencia de tantas y tan diversas especies de frutos es regalo continuo con que se cubren las mesas; ellas son los primeros platos que las adornan y los ultimos que se quitan quando las levantan despues de haver servido la diversidad de manjares de otras especies, entre cuya muchedumbre sirven no solo de diversion á la vista sí tambien de deleyte al paladar, pues, segun es allí costumbre, varía el gusto con ellas el de los otros platos. 694 Las chirimoyas, aguacates, guabas, granadillas y frutillas ó fresas del Perú son frutas que no quedan explicadas en las descripciones antecedentes como tampoco las acas y las papas entre las raices, por lo que me dilataré en sus noticias. La chirimoya es, segun el comun sentir, la fruta mas gustosa y delicada, no solamente de las que se conocen en las Indias pero aun de todas aquellas de que se tiene noticia en Europa. En su tamaño no hay regularidad pues se ven desde pulgada y media hasta quatro y aun cinco de diametro; su figura es redonda aunque imperfecta respeto de que por la parte del pezón está algo achatada, haciendo como un ombligo, y despues sigue casi circular en todo lo restante. Está cubierta de una cascara delgada, mole y unida á la carne, que no se puede separar sin cuchillo; y en lo exterior, es verde obscura quando crece, pero, assi que llega á su tamaño, clarea alguna cosa. Esta misma corteza ó pellejo forma con unas venas algo gruessas que sobresalen labores de escama, en cuya conformidad se halla labrada toda ella. La carne interior es blanca, compuesta de unas fibras casi imperceptibles que van á concurrir al corazon, y este se prolonga desde el hueco del pezón hasta el lado opuesto; cerca de aquel es donde tienen su origen y donde, por ser mas gruessas, se dexan percebir mejor. Esta carne tiene, assimismo, un jugo algo meloso, en el qual está empapada; su gusto es dulce, salpicado de un agrio muy moderado y delicado con fragrancia tan agradable que realza la calidad de su exquisito sabor; entre la carne están embueltas las pepitas ó semilla de la fruta, las quales son como de siete lineas de largo, de 3 á 4 de ancho, algo chatas, y dispareja su superficie exterior con distintas rayas que la atraviessan de alto abaxo. 695 El arbol es alto y espeso; su tronco, gruesso y redondo con algunas desigualdades; y se viste frondosamente de hoja, cuya figura tira á circular, aunque mas larga que ancha, rematando en punta, y de un grandor mediano, esto es, de tres pulgadas de largo y entre dos ó dos y media de ancho; su verde es algo obscuro. Y tiene en aquel clima este arbol la particularidad de que se despoja y queda desnudo de ellas para volver á brotar otras, sacandosele ó agostandose todos los años. La flor que echa antes de la fruta es assimismo particular pues su primer calor no se diferencia mucho de el de las hojas, y, quando está en su perfeccion, en un verde musco; su figura, semejante á la de un alcaparron, carnosa, algo mas grande y abierta en quatro hojas; la falta de hermosura que tiene para la vista es excesso en la qualidad de su fragrancia pues, muy distante de fastidiar al olfato, se hace apetecible el fino y delicado olor que exhala. No es tan pródigo este arbol en la cantidad de sus flores como en la calidad de las que echa, pues solo produce aquellas que han prevalecer con fruto; no obstante su corta cantidad, la passion que tienen por el agradable olor de ella las señoras de muchas ciudades de las Indias las hace cortar y darles valor con sobresaliente ventaja. 696 El aguacate, que en Lima y otras partes del Perú, conservando el nombre propio de los indios, llaman palta, es assimismo, aunque por otro termino, una de las buenas frutas que producen los arboles de aquel país. Su figura se assemeja á la de los calabacitos, que suelen servir de tabaqueras, esto es, en la parte inferior circular ó redonda, y despues se prolonga por la superior formando un cuello, que vá á terminarse en el parage del pezón, desde el qual hasta su base tienen de largo regularmente de 3 hasta 5 pulgadas. Cubrelo una cascara muy delgada, que, quando está madura la fruta, se despega con facilidad de la carne, y en lo exterior es lustroso, como barnizada y lisa; su color, tanto madura como antes de sazonarse, siempre es verde, aunque mas clara al fin que quando no se ha perfeccionado. La carne es de alguna consistencia mas no tanta que dexe de deshacerse quando se oprime con los dedos; de color blanco, tirando á verdoso, y de gusto nada dulce, y es menester ponerse alguna sal para hacer que sobresalga en él; es algo fibrosa, lo qual se nota menos en. las de buena calidad que en las que no son tan sobresalientes. Encierra este fruto una pepita de dos pulgadas de largo y una y media de diametro circular y rematando en punta, amarga y no tan recia que resista al cuchillo. Componese de dos lobas, en cuya medianía, está comprehendido, y se percibe distintamente el tallo ó yema abstracta, y reducida en pequeño del arbol; no tiene mas corteza la pepita que un delicado pellejo ó tela, por medio del qual se separa ó está desunida de la carne, pero que queda junto con ella unas veces y otras pegada contra la pepita. El arbol es bien alto, coposo y de mucha frondosidad; su hoja, algo mas grande que la del chirimoyo, y con alguna diferencia en la figura. 697 Dan el nombre de guabas en la provincia de Quito á una fruta que en todo lo restante del Perú llaman pacaes, tomandolo de los indios. Consiste esta en una bayna á modo de la del algarrobo; algo chata de los dos lados; su largo, como de una tercia, con corta diferencia, y, aunque sea esto lo regular, las hay tambien mucho mayores y menores, segun el país donde se crian; su color exterior es verde obscuro, y toda ella está cubierta de un pelo, que sigue suave acia abaxo y, al contrario, quando se passa la mano acia arriba, sin diferencia de lo que sucede con el terciopelo, de modo que parece propiamente estar cubierta de esta tela, abrese á lo largo la bayna y las diversas cavidades en que está distribuida toda su longitud, encierran cada una cierta medula esponjosa muy ligera y tan blanca como el algodón, la qual envuelve unas pepitas negras y, á su respeto, de desproporcionado grandor, pues apenas le quedará á aquella, cuyo jugo es dulce y fresco, una linea ó linea y media de gruesso al rededor de cada pepita. El arbol es, á semejanza de los anteriores, grande y coposo, y la hoja, correspondiente. 698 La granadilla tiene hechura de un huevo de gallina pero mayor. La cascara es muy lisa, lustrosa por defuera y algo encarnada; por adentro es blanca y fofa; su gruesso será como de linea y media con alguna consistencia; la substancia que se encierra en esta es viscosa y líquida, y en ella, envueltas unas pepitas ó granos muy pequeños y delicados, de menos resistencia que la que tienen los que comprehenden los granos de granada regular; una tela ó membrana sumamente fina y transparente encierra la substancia de esta medula y la separa de la cascara. El gusto de la fruta es agridulce, tan agradable que ni fastidia el uno ni molesta el otro; la calidad de ella, muy cordial, fresca y tan sana que, aunque se coma en abundancia, no hay peligro de que redunde daño, y lo mismo sucede con las dos antecedentes. Esta ultima no es producion de arbol; una planta que se enreda es quien la cria y echa una flor semejante á las que llaman de passion, pero de una fragrancia delicada. Es digna de ser aqui referida la particularidad que se nota en la mayor parte de las frutas de aquellos paises, y con especialidad en las de temple cálido, y es el no madurar en los arboles, como sucede á las de Europa; antes, para conseguirlo, es preciso arrancarlas y guardarlas algun tiempo hasta que se sazonen, pues, si no se quitaran del arbol, entonces nunca madurarian y, marchitandose, no quedarian de provecho para poderse comer. 699 La ultima de las frutas que falta por explicar es la frutilla ó fresa del Perú. Distinguese esta de la de Europa en su magnitud ó grandor, en la qual la excede con mucho, pues, aunque sean las regulares de una pulgada de largo y dos tercios de diametro, suele haverlas mayores en otras partes del Perú; no son de tanto gusto como las de Europa por contener mas jugo, pero no dexan de ser en algun modo agradables al paladar. La planta se diferencia solo de la de España en ser las hojas algo mayores. 700 La raiz de papas es de temple frio, y, siendo comun assi en España como en otros reynos de Europa, aunque conocida acá por el nombre de patatas, no será necessaria decir de ella otra cosa que lo mucho que en aquel abunda y estar tan en uso entre sus habitadores que la comen en lugar de pan, les sirve de legumbres y es su principal mantenimiento, pues no hacen ninguna suerte de guisado donde no la pongan. En la estimacion de los criollos, es mas apreciable esta raiz que aun las aves ú otra especie de carne, y assi les será mas facil passarse sin ellas que sin las papas. Además de ponerlas en todos los guisados, hacen uno particular que llaman locro, cuyo plato es general en las mesas y el ultimo que se sirve para beber el agua despues de él, circunstancia que ha de preceder, segun su opinion, á fin de que no les haga daño la comida. La gente pobre tiene todo su recurso á estas raices, y con ellas dissimulan la falta de otro mantenimiento mas solido. 701 La oca es una raiz prolongada como de dos á tres pulgadas y gruessa como de media pulgada ó poco mas, si bien no igual en toda su extension porque en ella forma una especie de nudos por los quales se entuerta. Hallase cubierta esta raiz de un pellejo muy delgado y fino, que en unas es amerilla, en otras algo colorado y en otras en un medio entre las dos porque, sin ser perfectamente de alguno, toca de ambos. El modo de comer esta raiz es cocida ó assada, en cuya forma se semeja en el gusto á la castaña, pero con aquella diferencia que particulariza las frutas de Indias por la que en ellas sobresale el dulce. Hacense con esta raiz conservas, y se dispone con almivares, que á el gusto de aquellas gentes son delicadas; tambien se pone en otros manjares para el uso de las mesas, siendo de todos modos su sazón apetecible. La produccion de esta raiz es efecto de una planta menor, como los camotes, yucas y otras que quedan yá explicadas. 702 Entre las simientes que produce aquel pais, cuyas especies no es necessario nombrar por ser las mismas que se conocen en España, el maiz y la cebada abastecen la gente pobre y sirven de pan con particularidad á los indios. Tienen estos varios modos de comerlo; uno es tostar el maiz, y llamanla, quando está assi, camcha. Hacese de esta simiente la chicha, bebida que usaron los indios en tiempo de su gentilidad y que no frequentan menos ahora; para hacerla, ponen el maiz algo humedo á que nazca y, assi que brota tallo, lo assolean hasta que está bien seco; despues lo tuestan algo y muelen, con cuya harina hacen un cocimiento, y en él le dan el punto que requiere; luego, lo ponen en tinajas ó botijas y le añaden una porcion de agua, segun la necessite, la qual fermenta al segundo ó tercer dia, y, quando concluyen, que es en otros dos ó tres, está propia para beberse. Es muy fresca, segun el comun sentir, pero su fortaleza embriaga quando se usa de ella con la immoderacion de los indios; estos nunca cessan mientras la tienen á mano hasta que han acabado una botija, y ella con su sentido; su gusto es bueno, remedando algo al de la cidra, pero tiene el defecto de no poderse guardar mucho tiempo porque, seis ú ocho dias después que ha acabado de fermentar, se vuelve vinagre; además de la buena qualidad de ser fresca, tiene otras propiedades medicinales, y entre ellas la de facilitar la orina. A esta bebida se atribuye la particularidad, que se nota en los indios, de no conocerse entre ellos la enfermedad de supression; es, asimismo, de mucho nutrimiento, y se esperimenta en los propios indios que, no teniendo otro alimento que el de la camcha, mote y machca, con esta bebida están fuertes, rehechos y de buen temperamento. 703 El mismo maiz cocido en agua hasta rebentarse los granos, en cuya forma le dan el nombre de mote, sirve en lugar de la camcha no solamente de alimento á los indios pero tambien á la gente pobre y aun á los criados de las casas, quienes, estando connaturalizados con él como con la camcha, lo prefieren muchas veces al pan. 704 Quando está tierno el maiz ó en leche, que llaman chogllos, se vende en mazorcas, y se disponen con él variedad de comidas diferentes muy gustosas, de las quales usan generalmente todos aquellos habitantes por especie de regalo. 705 Fuera de aquellas semillas que se gozan allí iguales á las de España ó de sus mismas especies, produce aquel país otra que es propia de él, en la qual concurren tales circunstancias que, si puede merecer lugar en la estimacion como alimento que complace al gusto, no debe gozarlo menos por las singulares propiedades que la recomiendan de ser muy saludable y tan medicinal que se conoce allí por uno de los mejores especificos para precaberse contra toda suerte de abscessos ó apostemas, quando hay antecedentes para sospechar que pueda formarse alguno. En esta semilla á la que allí dan el nombre de quinoa; su grano, aunque imita en la figura á la lenteja, es sin comparacion menor y de color blanco; después de haverse cocido, se abre, y sale de ella una fibra que, permaneciendo algo enroscada, parece un menudo gusanillo, mas blanco que lo exterior de la semilla. La planta que la produce se siembra y se cosecha annualmente; crece cosa de tres á cuatro pies, que es á corta diferencia vara y media. La hoja es grande y, formando punta, quiere semejarse á la de la malva; en el bástago ó cogollo echa una flor colorada encendido, que tendrá de largo como 5 á 6 pulgadas ó algo mas, y esta hace una figura parecida á la de la planta del maiz, en la qual, como en espiga, se comprehenden los granos de la simiente. El modo de comerla es cocida, en la misma conformidad que el arroz, y assi es muy gustosa. El agua herbida con ella sirve bebiendola de pozima; y quando es necessario aplicarla exteriormente, se muele primero y, cociendola como antes, se forma un emplasto, que, puesto en la parte donde se ha recibido el golpe, llama afuera el humor, que, corrompido interiormente, empezaba á formar el deposito, y esto con tanta actividad que en termino corto hace se perciba su efecto, segun lo tiene acreditado la repeticion de experiencias. 706 Además de las carnes domesticas, hay allí tambien la de conejos que se crian en los páramos y se cogen en abundancia; perdices, aunque no muchas ni de la misma especie que las de Europa, pues se assemejan á las codornices; y mucha abundancia de tortolas, pero se dedican muy poco á coger estas porque no tienen inclinacion á la caza. 707 Entre las especies de mantenimientos que se consumen en aquella ciudad, es uno de los principales el queso, y se regula que llegará cada año al importe de él de 75 á 80 mil pesos, moneda de aquel país; lo usan en muchas maneras y componen algunos manjares con él. A correspondencia de este, se hacen mantecas de baca muy delicadas y tienen assimismo gran consumo, aunque no llega con mucho al del queso. 708 La propension de aquella gente á las cosas de dulces excede á la que dexo expressada en los otros paises, y assi es quantioso el consumo de azucar y miel tanto en Quito como en todas las poblaciones grandes de su jurisdiccion. Despues de cuajada la miel de cañas, fabrican unos pequeños panes á manera de tortas, que llaman raspaduras, estas las comen á bocados, y es uno de los alimentos mas frequentes de la gente pobre pues, con un pedazo de ella, otro de queso y pan, se dispensa de la regular comida, y suelen preferirla á las cosas calientes. Por este tenor, usan de los alimentos con alguna diferencia á la que se acostumbra en España, y sus especies no dexan de ser en parte distintas segun queda yá visto, por lo que no será necessario detenerme mas en este assunto.
contexto
CAPITULO VII Del viaje que el autor hizo, barloventeando las costas de Costa Rica, y de lo que le sucedió en el discurso, junto con algunas observaciones que en dicho tiempo apuntó Dejónos Morgan en tan mísero estado, que era capaz de mostrarnos, al vivo, la paga que al fin los malhechores obtienen, para enmendar y reglar nuestras obras al porvenir; pero siéndonos ya preciso el buscar camino por donde valernos, proseguimos nuestro viaje, barloventeando Costa Rica, donde era nuestro intento adquirir algunas vituallas y calafatear en parte segura nuestra barca, que estaba del todo casi en la imposibilidad de hacer viaje. En pocos días llegamos a un grande puerto llamado Boca del Toro, en e1 cual se halla cantidad de buenas tortugas; tiene de circunferencia diez leguas, poco más o menos, rodeado de islas; de suerte que los navíos al abrigo de ellas quedan en seguridad del ímpetu de vientos. Poseen indios dichas islas, a quienes jamás los españoles han podido subyugar y, por eso, los dan el nombre de indios bravos. Están divididos por la variedad de términos de su lengua, en diversidad de costumbres y condiciones, de que se origina entre ellos una guerra perpetua. Al lado del oriente se hallan algunos de ellos que en tiempos pasados comerciaban mucho con los piratas, vendiéndoles muchos animales que cazan en sus países y toda suerte de frutos que la tierra da, siendo el cambio de estas cosas, hierro que los piratas llevan, corales y otras chucherías de que ellos hacen gran caso, para engalanarse como si les llevasen preciosas joyas, de que no hacen mención aunque las vean. Cesó este comercio, porque los piratas cometieron barbaridades contra ellos en ciertas ocasiones, que mataron muchos hombres y cogieron sus mujeres para servirse en sus desenfrenados vicios; que fue bastante razón para poner entredicho perpetuo en la continuación de más amistades. Fuimos nosotros a buscar algunos refrescos, siendo nuestra necesidad muy extrema; pero, por mala fortuna, no hallamos más que unos huevos de cocodrilo, de que nos fue preciso el contentarnos por entonces. Partimos de aquellos parajes para los del oriente y encontramos otras barcas con gente del gremio que eran nuestros precedentes camaradas en la congregación de Morgan, los cuales nos dijeron no habían podido hallar consuelo en la grande hambre que padecían; asegurándonos, que ya dicho Morgan estaba reducido con toda su gente a tal miseria, que no podía darlos de comer mas que una vez al día, y ésa muy escasa. Nosotros que vimos los pocos frutos que los otros de allí habían conseguido, fuimos a la costa del Occidente, en cuyos parajes pescamos excesiva cantidad de tortugas, tantas que nos eran necesarias para la provisión de nuestras barcas, aunque fuese por largo tiempo el que careciésemos de carnes o pescados. Hallámonos, después, faltos de agua fresca; no porque en las islas próximas dejase de haber con abundancia, pero no osamos saltar en ellas para buscarla, por las razones sobredichas de enemistades con los indios. No obstante, como en tiempo apretado es menester hacer como se puede y no como se quiere, nos resolvimos a ir todos juntos a una de dichas islas; un partido penetró los bosques y el otro llenaba los toneles de agua. Aún no se pasó hora entera después que nuestra gente estuvo en tierra, cuando al improviso vinieron los indios, y oímos de uno de los nuestros: ¡A las armas! Las cogimos y tiramos cuanto nos fue posible contra ellos, los cuales no tuvieron ánimo de avanzarnos, antes aún a carrera abierta se refugiaron en los bosques; perseguímoslos un poco de tiempo, pero nuestra agua estimábamos por entonces más que todas otras cualesquiera ventajas. Hallamos dos indios muertos y los ornatos del uno dieron indicios era hombre de condición, sobre el cual hallamos un ceñidor muy ricamente tejido y una barba de oro, esto es, una pequeña plancha que tenía pendiente a los labios por dos hilos, a dos pequeños agujerillos donde estaba atada y le caía sobre la barba. Sus armas eran hechas de astillas de árboles palmites, bien menudamente trabajadas, y a una extremidad tenían una forma de garfio, que parecía estar un poco quemado. Quisiéramos haber tenido la ocasión de hablar un poco con alguno, por ver si, por dulzor de palabras, podíamos reconciliar sus ánimos, a fin de comerciar con ellos y obtener vituallas, que era casi imposible, por lo agreste y salvaje de sus personas; y, aunque todo esto se pasó así, llenamos nuestros toneles de agua y los llevamos a bordo. Entendimos grandes gritos la noche siguiente entre los indios, cuyas voces nos hicieron creer convocaron mucha gente a su socorro los primeros para emprender el cogernos, y que las mismas lamentaciones les servían para dar a entender el dolor que les causó hallar los dos muertos que dijimos. No vienen jamás sobre las aguas de la mar estos indios, ni se han dado a labrar canoas, ni otra suerte de embarcaciones aún para pescar, lo que totalmente ignoran. Y así, no teniendo más que esperar de aquellas partes, resolvimos la partida para Jamaica, que era el lugar de nuestro destino. Tuvimos el viento contrario, y así bogamos hasta la ribera del Chagre, donde descubrimos un navío que nos dio caza; creíamos era navío de Cartagena enviado al socorro y provisión del mencionado castillo; con que desplegamos todas nuestras velas, corriendo con viento en popa, para buscar algún refugio o escapar; pero estando más velero y diestro que el nuestro, nos ganó el barlovento y atajó el curso; acercándose tanto que descubrimos, y ellos conocieron, éramos recíprocos camaradas en el trato y que tenía designios de ir a Nombre de Dios y de allá a Cartagena, con ánimo de buscar su fortuna; mas como, por entonces, el viento fuese contrario resolvieron el irse en nuestra compañía hacia la parte llamada la Boca del Toro. E1 caso y encuentro sobredicho nos atrasó tanto nuestro camino en el poco tiempo de dos días, que en quince no podríamos recuperar, lo cual nos obligó a volver a nuestro primer lugar, donde quedamos breve espacio de tiempo y de allí pusimos la proa para la Boca del Dragón para hacer provisiones de carne de ciertos animales que los españoles llaman manatíes, y los holandeses vacas de mar, por razón que la cabeza, nariz y los dientes son muy semejantes a los de una vaca. Hállanse en sitios donde la profundidad de las aguas son muy llenas de hierba, que por analogía, se puede decir, pacen; no tiene orejas y en lugar de ellas tiene dos pequeños agujeros que apenas podrán meter por ellos el dedo meñique de un hombre; cerca del cuello tienen dos alas, debajo de las cuales están dos ubres o tetas, como las de una mujer; la piel es toda unida, a modo de la de un perro de Berbería, y su espesor encima de la espalda se halla gruesa de dos dedos, la cual, estando seca, es tan dura como la de barbas de ballenas, y pueden hacer curiosos bastones a la mano de ellas; el vientre todo es semejante al de una vaca hasta los riñones; su modo de engendrar es del todo parecido a dicho animal terrestre, siendo el macho ni más ni menos que un toro; no pare más que uno cada vez, pero el tiempo que tardan en parir no he podido saberle. Tales peces tienen el sentido del oído muy agudo, de suerte que para pescarlos no se debe hacer el menor rumor, ni aún remar más que muy ligeramente; por cuya razón se suelen servir de ciertas invenciones para bogar, que los indios llaman pagayos, y los españoles caneletas, que aunque con ellas remen no hacen ruido, por el cual se huyan; en dicha pesca no se habla, más lo que uno a otro quiere significar es por señas; el que debe tirar el arpón o garrocha, lo ejecuta del mismo modo que cuando quiere pescar tortugas, aunque los arpones son diferentes, teniendo dos garfios a las dos extremidades y más largos que los de la otra dicha pesca. Hállanse estos pescados grandes, de veinte a veinticuatro pies de longitud; su carne es muy buena para comer y se parece mucho, en el color, a la de vacas terrestres y, en el sabor, la de puercos. Tienen mucha manteca, que los piratas suelen derretir y guardar en pucheros de España para servirse de ella en lugar de aceite. Cierto día, en el cual no habíamos podido pescar cosa alguna, fuimos unos a la caza y otros a otra pesca; más bien presto, vimos una canoa en que estaban dos indios, que así como nos descubrieron remaron con gran fuerza otra vez hacia su tierra, por no querer comerciar de manera alguna con los piratas. Seguímoslos hasta la costa, pero con su ligereza, siendo mayor que la nuestra, se retiraron antes que pudiésemos llegar a ellos, tirando su canoa al bosque como si fuese una paja, aunque pesaba más de dos mil libras; la cual, como nosotros la hallásemos, tuvimos grande pena a volverla al agua, estando para arrastrarla once personas. Teníamos por entonces un piloto que había estado diversas veces, en aquellas partes, el cual nos contó que entre otras, una flota de piratas llegó allí y salieron en canoas a la pesca y caza de pájaros, cerca de las orillas de la mar a la sombra de árboles muy vistosos que allí se hallan, a los cuales algunos indios se habían antes subido a dichos árboles; los cuales, como viesen las canoas debajo se lanzaron de lo alto a la mar y cogieron, con gran diligencia, algunos piratas, que transportaron al instante a lo más remoto de sus bosques, con una sutileza más que común, antes que los otros pudiesen ser socorridos. Sobre esto el gobernador de la dicha flota fue a tierra con quinientos hombres bien armados para buscar y librar sus compañeros, y que vieron venir un tan excesivo número de indios, que les fue necesario retirarse con presteza a sus navíos. Concluyendo, que si tal fuerza no había podido hacer nada, no nos era ventajoso quedar más largo tiempo. Salimos, pues, de allí trayéndonos sus canoas, en las cuales no hallamos nada dentro más que una red para pescar no muy grande, y cuatro saetas hechas de palo de palmas, largas de siete pies cada una, de la figura que aquí ponemos: # * creyendo que tales son sus armas. Las canoas estaban hechas de cedro, muy groseramente labradas, por cuya razón creemos que aquellas gentes no tienen instrumentos de hierro. # * Dejamos aquel puesto, y en veinticuatro horas llegamos a otro llamado río de Zuera, donde hay algunas casas que pertenecen a la ciudad de Cartago. Viven en ellas algunos españoles, que resolvimos visitar, porque no pudimos pescar tortuga alguna, ni hallar sus huevos. Habíanse escapado todos de dichas casas, donde no dejaron mantenimiento; de modo, que nos fue preciso contentarnos de ciertos frutos que allí llaman plátanos, de los cuales llenamos nuestras barcas y nos fuimos costeando la ribera, buscando una ensenada donde calafatear nuestro navío que estaba todo lleno de hendiduras; en tan peligroso estado que, día y noche, era menester dar a la bomba; empleando en ello todos nuestros esclavos; tardamos de este modo quince días, con sobresaltos continuos de perecer y llegamos a un puerto llamado Bahía de Blecvelt, por un pirata que solía llegar a él con el mismo designio que nosotros. Allí unos fueron por los bosques a la caza y otros emprendieron acomodar nuestra embarcación. Hallaron nuestros compañeros puercoespines, de monstruosa forma; pero nuestra caza consistía en monos y algunas aves que se nombran faisanes. Nuestra pena parece que se nos disipaba con el raro gusto de la caza de dichos monos, a los cuales tirábamos tal vez quince o diez y seis pistoletazos, sin poder matar más que tres o cuatro, porque aún estando bien heridos se nos escapaban. Las hembras llevan siempre sobre sus espaldas a los hijuelos, como hacen las mujeres negras; cuando alguna persona pasa por debajo de los árboles, suelen los monos que en ellos están encaramados soltar sus excrementos sobre las cabezas de los viandantes. Sucede que si disparando contra una tropa de ellos hieren alguno, los otros le acuden poniendo la mano sobre la herida, porque la sangre no salga; otros cogen del veleño que crece en los árboles y estancan la sangre, metiéndole dentro de la llaga; algunos mezclan ciertas hierbas y las ponen a modo de emplasto. Todo lo cual me causaba grande admiración, viendo acciones tan prodigiosas en irracionales, que manifiestan la fidelidad bien ejecutada, los unos a los otros. El nono día que allí llegamos, estando las mujeres esclavas que teníamos ocupadas en sus ordinarios empleos, como traer agua de pozos, que a las orillas de la mar habíamos hecho, fregando, cosiendo, etc., entendieron grandes gritos de una de ellas que decía haber visto una tropa de indios hacia el bosque, con que al momento que los descubrió voceaba diciendo: ¡Indios, Indios! Nosotros que oímos el rumor, corrimos con las armas a su socorro y llegamos al bosque, donde no hallamos persona alguna más que dos de nuestras pobres mujeres muertas a flechazos; en cuyos cuerpos vimos tantas saetas, que parecía las habían clavado por particular gusto; porque, sabíamos, una era bastante para perder la vida. Eran estas flechas de una hechura rara: su longitud de ocho pies, gruesas como un dedo; a una de las dos extremidades estaba un garfio hecho de palo atado con un hilo y al otro parecía la forma de un estuche, dentro del cual hallamos unas menudicas piedrezuelas; el color era rojo muy bien atezado y resplandeciente, como si hubiesen estado enceradas, las cuales, creímos todos, eran armas de sus capitanes. A. Una marcasita que estaba atada a la extremidad. B. Un garfio atado al mismo extremo. C. La flecha. D. El estuche del otro extremo. Estas flechas eran labradas sin instrumento férreo; porque todo lo que los indios labran, lo queman primero, con grande sutileza, hasta tanto que queda muy menudo; después con marcasitas las pulen y unen curiosamente. Cuanto a la constitución de estos indios son de natural robustísimos, sueltos y ligerísimos en la carrera. Buscámoslos aún por los bosques, de quien ni aún rastro hallamos, ni barcas, ni pontones de que se suelen servir para salir a la pesca; y así, nos retiramos a nuestro navío, donde después de haber embarcado nuestra ropa y bienes, nos fuimos a alta mar, temiendo no viniesen en número considerable y, siendo más fuertes, nos despedazasen a todos.
contexto
De la fiesta de los meses tercero y cuarto El tercer mes se llamaba Toçoiçotontli en cuyo primer día se celebraba la fiesta de los tlaloques, dioses de la lluvia, y en él mataban gran cantidad de tiernos niños que llevaban a las cumbres de los montes. Ofrecían también a los dioses del templo Yopico las primicias de las flores de ese año, que nadie era osado oler antes de que aquel dios recibiere su debida porción. Los oficiales de las flores llamados Xochimaque, hacían sacrificios a la diosa Coatlicue, también llamada Coatlantona. En este mismo mes se desnudaban las pieles humanas con las que se habían vestido el precedente y las echaban en una cueva del templo Yopico consagrada a estas cosas. Era la costumbre hacer esto en procesión lenta y ordenada y con magna pompa y no sin un espantoso hedor de cuerpos humanos. Después, con varias y múltiples ceremonias observadas religiosamente se lavaban, y no faltaban enfermos que prometieran, si acaso eran restituidos a la salud y conservados incólumes por esas ceremonias, que estarían presentes en las solemnidades futuras. Algunos recobraban la salud, ya sea por obra de los demonios que trataban de arrojar las almas al infierno con toda clase de tretas astutas y artes maliciosas, ya sea porque la enfermedad cediera espontáneamente, o por alguna intensa fuerza del pensamiento, de la cual no se puede dudar que tenga alguna dominio en el cuerpo del hombre. En este mismo mes los señores de los cautivos, después de que habían hecho penitencia con toda la familia y criados durante veinte días íntegros en honor a los dioses, absteniéndose aun de los baños y de la ablución de la cabeza, hasta que las pieles de los muertos se echaran en el predicho lugar, confesaban de buen grado que ellos, que tenían que morir también, se atormentaban por su propia voluntad por sus cautivos difuntos. Hecho esto y después de lavados con sus parientes y afines, alegremente celebraban un festín y jugaban de muchas maneras ante los altares. Empleaban todos los veinte días de ese mes en cánticos continuos en alabanza de los dioses, sentados en el cuicalli o en aquellos templos en los cuales tenían que dirigir los coros o bailar y se ejercitaban en varios géneros de canto y baile. Al cuarto mes lo llamaban Hueitocotztli, en cuyo primer día hacían sacrificios a Centeitl, dios del maíz, en cuyo honor también solían abstenerse de todo género de comida en los cuatro días antes de la fiesta. En el mismo día de ella, esparcían espadañas (typhas), gladiolas, juncos triangulares (?) y otras yerbas semejantes de hermoso aspecto y olor, de las cuales crece vigorosa abundancia en las lagunas de los mexicanos, a las puertas de los domicilios empapadas con sangre de las orejas, de las pantorrillas, de los sexos, o de otras partes del cuerpo. Los más ricos preferían renuevos de atzoyatl con los cuales adornaban los lares y los altares domésticos, y además ponían a la vista cañas todavía tiernas del mismo maíz adornadas con flores, con otras cosas de comer en la casa del calpulli. Acabadas estas cosas se trasladaban de los barrios al templo de la diosa Chicomecóatl, que es otra Ceres, y delante de ella peleaban con ciertos géneros fingidos y alegres de batallas y las doncellas avanzando todas en orden y cargando en sus espaldas las mazorcas de maíz del año anterior, las echaban en el seno de la diosa y después las volvían a llevar a casa y las usaban como cosa sagrada para preparar las cosechas y preservar los graneros de cualquier género de daño de los animales. Hacían también la estatua de esta diosa de tzoálli y colocada en él patio del templo, le ofrecían liberalmente toda clase de tlaolli, frijoles y chía, como al autor de las cosas que son necesarias para la vida de los hombres. En cuanto a los niños comprados a los padres para víctimas, los guardaban como en un redil durante el primer mes y después en todos los días de fiesta los mataban poco a poco y hasta que no caían las lluvias en abundancia no desistían ni se abstenían de esa atroz carnicería.
contexto
CAPITULO VII Que trata de la fundación de Tlaxcalla y de los señores que se sucedieron en su gobernación Pasada esta guerra y puesto los chichimecas tan grande espanto en toda esta máquina de este Nuevo Mundo, pretendieron tener amistad con todos los comarcanos y no enojarlos jamás. Ansí fue que luego se confederaron con los tepanecas, culhuas mexicanos y aculhuaques tetzcucanos, prometiendo que no se enojarían unos a otros. Lo mismo sucedió con los huexotzincas, chololtecas, tepeaqueños, quauhquecholtecas e itzucanos, y con los de Quauhtlinchan, Totomihuacan, y con chochos, pinumes, tecamachalcas, quecholtecas de Quecholac y con los de Tecallimapan, que por otro nombre se llaman Tecala, y con los de Teohuacan y cozcatecas de Cuzcatlan y Teotitlan. Sin contar otras gentes de otras provincias de los ulmecas y zacuhtecas, iztacas y maxtilanecas, tlatlauhquitepecas, tetellacas y zacatecas. Finalmente, tuvieron paz con todas estas gentes, provincias y naciones muchos tiempos sin tener ninguna refriega y trataban y contrataban entre sí con toda amistad. Habiendo este asiento y conformidad universal, tuvieron lugar de hacer sus poblazones, haciendo límites y mojoneras de lo que cada provincia había de tener, para lo cual señalaban ríos, sierras y cordilleras de serranías grandes, haciendo sus compartimientos según y de la manera que cada legión y capitanía lo merecía, o le había caído en suerte, poblando en las mejores partes que podían y según los méritos, deméritos o calidades de las personas. Y puestos en esta comunicación, se fue hinchando la tierra toda en tanto crecimiento que en trescientos años ocuparon toda la Nueva España de mar a mar, desde la costa del Sur hasta la del Norte, y desde las partes del Poniente hasta la costa de Oriente, que es hacia Tabasco, Champoton, Yucatán, Cozumel, Campeche hasta la Higüeras, quedando otras muchas provincias sin podellas nombrar, como son las de Cohuatzacoalco, Cempohuallan, Nauhtlan, que es agora donde llaman Almería, Tonatiuhco, Tozapan, Papantla, Achachalintian, la provincia de Meztitlan y toda la Huaxteca de Pánuco, hacia la parte del Norte en cuanto a nuestro centro; que para ir nombrando todas estas provincias, sería gran prolijidad, Y ansí evitaremos lo más que pudiéremos, de manera que se ha de entender que estas poblazones se hicieron en toda Nueva España, esto es, en todo lo descubierto de este Nuevo Mundo, y ansí se ha de comprender. Dejadas estas provincias en su tranquilidad y paz, volveremos en lo que toca a la ciudad y provincia de Tlaxcalla, que es donde particularmente hacemos nuestra relación. Habiendo pues poblado los chichimecas en los riscos y peñascos que quieren decir en lengua nahuatl Texcalticpac o Texcalla, que, andando el tiempo, se vino a llamar Tepeticpac, Texcallan y, más adelante, Tlaxcalla, como a los principios de esta relación dejamos dicho, que ésta fue y en este lugar la fundación de este reino y provincia; siendo señor único Culhuatecuhtli de los tlaxcaltecas. Y teniendo éste un hermano menor, que se llamó Teyohualminqui Chichimecatecuhtli, boo de Tepeticpac, Texcalla o Ocotelulco, que quiere decir "en el barrio alto del pino" o "en el altozano del pino", y la casa que pobló se llamó Culhuacan en memoria de Culhuacan, de donde vinieron. Y ansí, el primer señor se llamó Culhua Tecpanecatl Quanexteyoalminqui con el cual hermano partió amigablemente la mitad de toda la provincia de Tlaxcalla y de todo lo que se había ganado y poblado. Por consiguiente, partió con él, dándole una parte de las reliquias de Camaxtli Mixcohuatl, que eran sus cenizas, de las cuales ansí mismo quedaron parte de ellas en la ciudad de Huexotzinco cuando se quedaron a poblar en aquella provincia los chichimecas, como atrás hemos dejado tratado. De las cuales cenizas hablaremos en adelante en lo que vinieron a parar después de la venida de Cortés y sus españoles. Habiendo, pues, dado Culhuatecuhtlicuanez a su hermano la mitad de todo lo que había ganado, entró a gobernar sus gentes con gran prudencia al barrio de Culhuacan, Tecpan y Ocotelulco, quedando el reino de Culhua dividido en dos partes. Fue tan valeroso por sí ese dicho Teyohualminqui, que por su persona supeditó y avasalló la mayor parte de esta provincia de Tlaxcalla, y en muy breve tiempo se hizo mayor señor que Colhuatecuhtli, su hermano, y de tal manera prevaleció que, olvidada la fama de éste, vino a ser tenido por mayor señor. Por su fin y muerte le sucedió su hijo Tlailotlactetzpantzin, que se llamó Tlacatecuhtli, el cual gobernó con gran benignidad sus gentes, sin ninguna discordia ni alteración, aunque en sus tiempos ovo muchos acaecimientos, de los cuales no trataremos por evitar prolijidad y también por abreviar. Este Tlailotlactetzpantzin después de sus días por su muerte, dejó a Acatentehua, su hijo, en el reino y señorío de Aculhuacan, Tecpan y Ocotelolco. El cual fue uno de los más belicosos príncipes que ovo en aquella tierra y tiempos, porque, demás que él sustentó todo lo que sus antepasados habían ganado, se dio tal maña que con sus astucias hizo grandes asientos y parcialidades entre los suyos, de tal manera que les ganó grandemente las voluntades con tales repartimientos de tierras y otras dádivas y franquezas. Y ansí, llegó a gran prosperidad y mandó en la mitad de lo que le fue dado de la provincia de Tlaxcalla. Y habiendo gobernado más de cincuenta años, siendo ya viejo de ochenta y aún de más edad, vino a ser tan gran tirano y soberbio, que la gente plebeya no podía sufrir más sus tiranías. Conocido el disgusto de ésta por Tlacomihua, señor del barrio de Ocotelolco, éste indujo con mañas y negociaciones a muchas gentes y a la mayor parte de las parcialidades, a que conspiraran contra Acatentehua, su príncipe, señor y primer rey, que para ello les daría favor y ayuda. Tanto pudieron las palabras de adulación con que les habló, y tanta fuerza tuvo la voz universal del pueblo, que, viendo tan buena ocasión, no quisieron dilatar su conjuración comenzada. Alterados todos, y puestos en armas, sin saberse esto entre los allegados, deudos y parientes de un tan gran príncipe y señor, fueron a su casa con mano armada, y, con voz de libertad, le dieron de macanazos, ejecutando su tiránica y alevosa ambición hasta que le acabaron. Después de muerto, le hicieron grandes exequias según sus costumbres, le quemaron su cuerpo, recogieron sus cenizas y las pusieron en un relicario. Antes que su traición fuese entendida, fueron a las casas de los principales amigos y parientes del desventurado rey, con los cuales hicieron lo propio, matándoles los hijos y sobrinos y parientes más cercanos que tenían hasta la quinta generación, porque no quedasen reliquias de su estirpe y descendencia que en algún tiempo pretendiesen la restitución del reino. Mas con todas estas prevenciones quedaron dos hijos suyos pequeños, que unas amas que los criaban los escaparon, huyendo en trajes de mujercillas pobres y viles. Lleváronlos a criar entre la gente pobre fuera del poblado, por las heredades y campos y lugares pequeños. Después que llegaron a ser mocitos, como fuesen de tan ilustre sangre, su naturaleza no apetecía la rusticidad del campo, antes, inclinándose a cosas más altas, porfiaron con las amas que los habían cuidado para que los pusiesen en servicio de algún señor, lo cual hicieron ansí con gran temor, entendiendo que los matarían. Y fue su ventura y suerte tal que habiendo compasión de ellos Texcopille, persona muy principal en aquellos tiempos, los recibió en su casa y crió como a hijos, entendiendo quienes eran. Este mismo les hizo restituir alguna parte de sus bienes y señorío, pues el día de hoy viven muchos que descienden de ellos.
contexto
CAPITULO VII Noticias historicas de los cerros y páramos mas notables de las cordilleras de los Andes y de los rios que hacen en ellas con los modos de passarlos 965 No sería justo, haviendo dado las demás noticias correspondientes al reyno de Quito, dexassemos en silencio la de los páramos que hay en sus cordilleras y los rios que atraviessan todo aquel país, el qual, si se hace particular por tantas maravillas como obró en él la naturaleza, no lo es menos por la disposicion con que acomodó su terreno, levantando en él pyramides de nieve tan abultadas y eminentes que á su vista queda corta cualquier comparacion. 966 Yá hemos visto que todo lo tocante á los corregimientos de aquella jurisdiccion está situado entre las dos cordilleras de los Andes; en estas, pues, á proporcion que algunos cerros descuellan mas ó menos en altura, tienen un temple correspondiente en lo frio y un terreno árido, y á estos es á los que se les dá el nombre de páramos; pero aunque todas las cordilleras lo son, hay unos mas rígidos que otros, y algunos tales que, con el frio ocasionado de la continua nieve y yelo, quedan inhabitables y despoblados de todas suertes de plantas y animales. 967 Entre todos, exceden con tanto extremo algunos que sus faldas se levantan y sustentan sobre los empinados copetes de los otros, y toda su monstruosa corpulencia está cubierta de nieve hasta la cumbre. Estos, pues, son de los que trataré porque su particularidad los hace dignos de mayor atencion. 968 El páramo de Asuay, que se forma uniendose las dos cordilleras, no entra en el numero de estos pues, aunque su rigidez lo haga ser afamado en aquel reyno, su altura es como la regular de toda la cordillera y mucho menor que la de Pichincha y el Corazon, la qual en aquel clima donde se empieza á formar y mantener la congelacion. Esta sucede en toda aquella provincia á una misma altura, y assi, á proporcion que los cerros son mas elevados, hay mayor parte de ellos cubierta de yelo continuamente, de suerte que respeto de un punto determinado, como por exemplo Caraburu ó la superficie del mar, se vé la congelacion en todos los cerros á una misma altura. Por las experiencias del barometro hechas en Pucaguaico, en el cerro de Cotopacsi, la altura á que se sostiene allí el mercurio es de 16 pulgadas 5 lineas y un tercio, y por esta se concluye la de aquel parage en el tomo de las Observacones Astronomicas y Phisicas ser de 1023 tuessas sobre el plano de Caraburu. La que esta tiene respeto de la superficie del mar, concluida por los dos methodos que podrán verse en el libro yá citado, es de 1268 á corta diferencia; con que, la altura de Pucaguaico sobre la superficie del mar es de 2291 tuessas. El señal que estuvo en este cerro se hallaba mas baxo que el yelo endurecido de 30 á 40 tuessas, y desde el principio de esta hasta el copete del cerro se puede, haciendo un prudente juicio fundado en algunas observaciones de angulos de altura tomados para este fin, concluir que havrá de altura perpendicular como 800 tuessas; con que, la cumbre de Cotopacsi estará elevada sobre la superficie del mar 3126 tuessas, que hacen 7280 varas castellanas, algo mas de una legua maritima, y mas alto que la cumbre de Pichincha 639 tuessas. De esta especie son los cerros de que voy á tratar y sin mucha diferencia todos de alturas no desemejantes. 969 Entre ellos, es el mas meridional en aquellas cordilleras el de Macas, cuyo propio nombre es Sangay, aunque mas, conocido allí con el primero por hallarse en la jurisdiccion de este territorio; su altura es grande, y la mayor parte de ella, emblanquecida con la nieve que lo cubre igualmente en toda su circunferencia; despide de su cumbre mucho y continuo fuego, acompañandolo con ronquidos tan formidables que se dexan sentir á muchas leguas, llegando tan recios á la jurisdiccion del pueblo de Pintac, perteneciente al corregimiento de Quito, que dista de él cerca de 40 leguas por elevacion, como si estuviera inmediato, y muchas veces quando son los vientos favorables, aun á la misma ciudad. Los campos que le hacen vecindad se vuelven totalmente estériles por la abundancia de las cenizas con que los cubre. En este páramo tiene su nacimiento el rio de Sangay, que no es pequeño; y, uniendose despues con otro nombrado de Upano, forman el de Payrá, bastante caudaloso, y dan sus aguas al Marañón. 970 En la misma cordillera del oriente, casi este oeste de la villa de Riobamba, á distancia de seis leguas está un cerro bien alto, cuya cumbre se divide en dos copetes, ambos envueltos en nieve; el de la parte del norte tiene el nombre de los Collanes, y el de la del sur el de el Altar, pero el espacio que ocupa la nieve en estos no es comparable con el de Sangay y los otros de su clase, á cuya corresponndencia su altura es mucho menor. 971 A la parte del nordeste de la misma villa y como á 7 leguas distante de ella, está el cerro de Tunguragua. Este forma la figura de un cono de qualquier lado que se mire, con igual escape por todos; el terreno de donde se empieza á levantar está algo mas baxo que el de la cordillera, particularmente por la parte del norte, en la qual parece que empieza á crecer desde el plano donde están las poblaciones. Por este lado, en un pequeño llano que media entre su falda y la cordillera, tiene su fundacion el pueblo de los Baños, nombre que adquiere de unas aguas calientes que hay allí tan medicinales que van á tomar baños en ellas de toda la jurisdiccion. Al sur de Cuenca, y no lexos de otro pueblo llamado tambien de los Baños, que pertenece á aquel corregimiento, hay otras aguas calientes situadas en lo alto de un pequeño cerro, del qual por diversos agugeros de 4 á 5 pulgadas de diametro mana á borbollones tan caliente que se endurecen en ella los huevos en poco mas tiempo del que se necessita para conseguirlo en agua hirviendo al fuego. De la que sale por estos agugeros se forma un arroyo que tiñe de amarillo las piedras y terreno por donde corre y es salobre. Todo este pequeño cerro en su parte superior está abierto con distintas grietas y tanto por ellas como por lo demás del terreno exhala humo continuamente, lo que dá indicios de que encierra en sus entrañas muchas materias sulfureas y nitrosas. 972 A la parte del norte de Riobamba, inclinado algunos grados acia el noroeste, está el cerro de Chimborazo, por cuya falda vá el camino de Quito á Guayaquil ó yá dexandole á la parte del norte ó á la del sur. En los tiempos inmediatos á haver los españoles entrando en aquel reyno, parecieron muchos quedandose emparamados al atravesar los largos y molestos despoblados de sus faldas, pero yá en los presentes, mas connaturalizados con el clima, no se experimenta este peligro, haviendo la precaucion de passarlo, quando conocen que está fuerte, de esperar un dia ó dos á que apacigue su furia el viento y que se abonance el tiempo. 973 A la parte del norte de este cerro está el de Carguayraso, de quien tengo yá dadas las noticias necessarias en su lugar. 974 El de Cotopacsi, que está al norte del assiento de Latacunga y como 5 leguas distante de él, sobresale con su falda al resto de los otros por las partes del noroeste y sur, como queriendo estrechar el ámbito que dexan entre sí las dos cordilleras, y yá noté haver rebentado al tiempo que entraron los españoles en aquel país. En el año de 1743 lo repitió y empezó á hacer estruendo en las concavidades de sus senos desde algunos dias antes; abrió una boca por la cumbre y tres en la medianía de la pendiente nevada casi á una misma altura; y arrojando gran copia de ceniza, mezclada con ella la inmensa cantidad de yelo que liquidaron sus formidables llamadas, baxó con precipitado curso, inundó el dilatado llano desde Callo hasta Latacunga y formó por todo él un mar de turbias ondas, en las quales pereció infinidad de gente porque la violencia con que corrió no dió treguas aun á los que solicitaron escapar en las alas de la diligencia y á los estimulos del riesgo. Todas las casas de los indios y gente pobre que encontró las arrancó del suelo, y enteras las hizo navegar sobre sus espesas olas. El rio que passa inmediato á Latacunga le sirvió de madre quando la altura de los terrenos que formaban sus dos margenes pudo contenerlo; pero, no bastando la profundidad de aquella quebrada á tanto como necessitaba este nuevo mar, sobrepujó á sus orillas por la parte del assiento y arrastró con las casas hasta donde se dilató. El vecindario se retiró á un parage mas elevado, que está cercano y hace espaldas á la poblacion, para salvar las vidas y ser testigos del destrozo que lo demás experimentaba, pero la inundacion se contuvo en las primeras casas y no alcanzó á lo interior. No cessó el temor de mayor estrago hasta que passaron tres dias, en los quales continuó la erupcion de las cenizas y el agua del yelo de aquel cerro derretido con las llamas; despues se fue minorando poco á poco hasta que cessó del todo, pero el fuego permaneció por muchos dias, y con él el estrépito que causaba el viento para haver de encontrar mayor ensanche que el comprimido tenia en sus interiores entrañas. Al cabo de algun tiempo, se apaciguó totalmente, y no se reconocia en él fuego, ruido ni humo hasta que en el siguiente año de 1744, por el mes de mayo, volviendo á vigorizarse las llamas, abrieron algunas mas bocas por los lados, de suerte que, en las noches apacibles que las nubes no lo estorvavan, parecia una iluminacion grande y muy vistosa, reververando la luz en lo terso y transparente de tanto yelo; assi, fue tomando y el 30 de noviembre prorrumpió en tanta cantidad de fuego y cenizas que puso en nueva consternacion á los habitadores de Latacunga, repitiendose la inundacion de aquel país con tanto excesso como en el año antecedente. No fue poca fortuna para nosotros que no huviesse rebentado en ninguna de las dos ocasiones que estuvimos habitando sus pendientes, segun queda visto en el capitulo III del libro antecedente. 975 Cinco leguas distante de este cerro al occidente, tiene su assiento el de Elenisa, cuya cumbre dividida en dos está revestida de nieve continuamente. En ella tienen su origen varios arroyos, de los quales los que salen del copete boreal llevan su curso para el norte, y los que del austral se dirigen acia el sur. Estos ultimos tributan su caudal al mar occeano, que allí llaman del norte, por el Marañón, y aquellos desaguan en el del sur por el rio de las Esmeraldas. 976 A la parte del norte de Cotopacsi, algunos grados inclinado acia el nordeste, está el cerro de Chinchulagua, que tambien es nevado, aunque su corpulencia es á poca diferencia como la del antecedente y ninguna de las dos comparables á la de los otros. 977 El cerro de Cayamburo, que es de los de primera magnitud, cae á la parte del norte de Quito, algunos grados acia el oriente, y dista de aquella ciudad como 11 leguas; no se conserva señal ni tradicion de que haya rebentado. Salen de él algunos rios; los de la parte del oeste y norte van á encontrarse con el de las Esmeraldas unos, y los otros con el de Mira, y todos salen á la mar del sur; los del oriente tributan sus aguas al Marañón. 978 Además de los arroyos que descienden de los cerros nevados, baxan otros de los restantes mas baxos de aquellas cordilleras, y, unidos, forman rios muy caudalosos que ó descargan el raudal de sus corrientes en la mar del norte ó en la del sur, segun iré diciendo. 979 Todas las vertientes de los cerros inmediatos á Cuenca por la parte del occidente y sur hasta Talqui con las de la cordillera oriental y por la parte del norte hasta el páramo de Burgay se juntan como media legua al occidente de un anexo que llaman de Jadan, pertenecientes al curato de Paute; y formando un rio, passan cerca de este pueblo, de quien toma el mismo nombre, y vá á desaguar al Marañón; llega tan crecido á Paute que, aunque se explaya mucho, no es vadeable. 980 Del cerro de Yasuay, del de Bueran y de las partes del sur del Asuay se forma otro rio bien crecido que se passa por puente y, no yendo distante del pueblo de Cañar, toma este nombre, continuando despues su curso por Yocon hasta desembocar en la ensenada del rio de Guayaquil. 981 De las partes septentrionales del páramo del Asuay baxan tambien muchos rios, y, unidos con otros que descienden del cerro de Senegualap y cordillera oriental por la parte del oeste de esta, forman el rio de Alausí, que vá á salir á la misma ensenada. 982 En lo alto del páramo de Tioloma y no lexos del señal que se puso en aquel cerro para la formacion de los triángulos de la meridiana, hay quatro lagunas; las tres que están mas inmediatas á él no son tan grandes como la otra, y esta tendrá casi media legua de largo, siendo su nombre Colay; aquellas que guardan corta distancia entre sí tienen los de Pichavíñac, Cubilló y Mactallán; de los desagues de todas, que passan por la quarta, se forma el rio de las Cabadas, que corre no lexos del pueblo de este nombre; unesele otro formado de los arroyos que descienden del páramo de Lalanguso y, de los desagues de la laguna de Colta, passa por Pungalá inclinandose algo del norte al oriente; y como una legua del pueblo de Puní, se le junta el de Riobamba, que tiene su nacimiento en el páramo de Sisapongo y cordillera que corre para el norte; cerca del pueblo de Cobigíes, otro que baxa del cerro de Chimborazo y, haciendo su camino para el norte por alguna distancia, vuelve al oriente luego que está este oeste con el cerro de Tunguragua y contribuye sus aguas finalmente al Marañón. Quando passa por el pueblo de Penipe, vá tan caudaloso que solo se puede atravesar sobre puente, la qual es allí de bejucos; se le une tambien antes de llegar al pueblo de los Baños el rio de Latacunga, el de Hambato y todos los que de una y otra cordillera tienen su origen, assi del picacho austral de Elenisa y parte meridional de Ruminavi como de Cotopacsi. 983 Las aguas que baxan del picacho septentrional de Elenisa, segun tengo yá advertido, se dirigen acia el norte; con estas, se juntan todas las de la misma cordillera y las que descienden del cerro de Ruminavi por la parte septentrional y occidental, y las de Pasuchua, que juntas forman el rio de Amaguaña. Estos dos ultimos cerros están norte sur en el espacio que dexan entre sí las cordilleras. De la parte septentrional de Cotopacsi, páramo de Chinchulagua, que tambien es nevado, y cordillera de Guamaní baxan otros rios que, unidos, forman el de Ichubamba, y, corriendo acia el norte, se junta con el de Amaguaña á poca distancia mas al norte del pueblo de Cono coto; despues aumenta su caudal con los arroyos que baxan de la parte del oeste de la cordillera oriental, y muda el nombre en el de rio de Guayllabamba. Las aguas que baxan del cerro de Gayamburo por su parte occidental y las del de Mojanda por la meridional hacen otro que tiene el nombre de rio de Pisque, el qual primero camina al occidente y, junto yá con el de Guayleabamba, toma el de Alchipichi. Este, al norte del pueblo de San Antonio, en la jurisdiccion del corregimiento de Quito, va tan caudaloso y ancho que es forzoso passarlo por tarabita; continúa su curso acia el norte y dá las aguas al rio de Esmeraldas. 984 El cerro de Mojanda está en el espacio que dexan entre sí las cordilleras y, aunque no tiene mas que una falda, se divide arriba en dos copetes; en uno cae al oriente, y el otro al occidente; de cada uno de ellos se continúa una cordillera que cierra aquel callejon juntandose cada uno con la de su lado. 985 De la falda septentrional de este cerro salen dos arroyos grandes que entran en la laguna de San Pablo, y de esta se deriva un rio, que, junto con otros de la cordillera occidental, hacen un cuerpo, y, entrandose otro brazo que sale de los altos de Pezillo, forman el rio de la villa de San Miguel de Ibarra, y despues toma el nombre de Mira, el qual desagua en la mar del sur, mas al norte del de Esmeraldas. 986 Quando es tanto el caudal de aquellos rios que no permiten vado, se les forman puentes en los sitios necessarios. Estas son de tres especies, ó de piedra, de las quales hay allí muy pocas, ó de madera, que son las mas comunes, ó de bejucos. Para las de madera, solicitan aquel parage donde mas se estreche el rio, entre altos peñascos, y, atravesando quatro palos bien largos, forman el puente de vara y media de ancho con corta diferencia, quanto sea capaz de que passen por él las personas y cavalgaduras, traficandose por ellas con mucho peligro, no menos de vidas que de caudales. De las de bejucos usan quando la mayor anchura de los rios no permite el que los palos, por largos que sean, puedan descansar en sus orillas. Para hacerlas, tuercen ó colchan muchos bejucos juntos y forman maromas gruessas del largo que necessitan, tienden seis de ellas de una á otra vanda del rio, y las dos quedan algo mas altas que las otras quatro, colocan unos travesaños de palos, y, poniendo encima ramazones, se forma con ellas el suelo; las dos que están mas superiores las amarran con las que forman la puente y sirven como de passamanos, para que se afirmen los que passan, sin cuya precaucion sería muy facil el caer respeto del bamboleo continuo que tiene quando se anda sobre ella. Las que hay de esta calidad en aquel territorio solo sirven para las personas, passando á nado las mulas; para esto, las descargan y llevan desaparejadas cosa de media legua mas arriba del puente para que puedan salir cerca de él al otro lado por lo mucho que las arrastra la corriente, y los indios passan á hombro toda la carga y aparejos. En otros rios del Perú donde las hay de este especie son tan capaces que transitan para ellas las requas cargadas, como sucede con la de Apurímac, por la qual se hace todo el tráfico y comercio del Perú entre las provincias de Lima, el Cuzco, la Plata y otras meridionales. 987 Hay rios donde, en lugar de puente de bejucos, se passa por tarabita, como sucede con el de Alchipichí, y en la de este no solo la atraviessan las personas y cargas sino tambien los bagages porque la mucha rapidez y peñascos que arrastra su corriente no consienten el que lo puedan hacer á nado. 988 La tarabita consiste en una cuerda de bejucos ó correas de cuero de baca compuesto de muchos hilos de seis á ocho pulgadas de gruesso, la qual está tendida de una orilla á la otra con alguna inclinacion y sujeta muy fuertemente en ambas á unos palos. En uno de estos hay un molinete ó torno para templarla lo necessario; sobre la maroma descansa un zurron de cuero de baca capaz de recibir un hombre y de que en él pueda recostarse; este zurrón va suspendido en dos horcones, que son los que corren sobre la maroma; de cada lado tiene atada una cuerda para tirar por ella el zurron á aquel que se quiere llevar; el que ha de passar se mete en él y, dandole desde tierra un empujon, va con prontitud al otro lado. 989 Para passar los bagages, hay dos tarabitas, una para cada vanda del rio; y la cuerda es mucho mas gruessa y mas pendiente, no tiene mas que un horcón de madera, al qual cuelgan la bestia despues de haverla sujetado con cinchas por la barriga, pecho y entre las piernas; y estando pronta, la empujan, y vá con tanta violencia que en muy poco tiempo se halla de la otra parte. Las que están acostumbradas á passar en esta forma no hacen ningun movimiento y, antes bien, ellas mismas se ofrecen á que las aten; pero las que son nuevas en ello, se embrabecen huyendo y cocean en el ayre quando, perdiendo tierra, se ven de aquel modo precipitar. La tarabita de Alchipichí tendrá de ancho de 30 á 40 tuessas ó de 70 á 90 varas, que es bastante para que á la primera vista cause horror. 990 A correspondencia de las puentes, suelen ser los caminos de aquel país pues, aunque hay grandes llanuras desde Quito hasta Riobamba, y la mayor parte lo sea desde esta villa á Alausí y al mismo modo por la parte del norte de aquella ciudad, estas se hallan interrumpidas con formidables quebradas, cuyas baxadas y subidas no solamente son molestas y dilatadas pero tambien de mucho peligro; otros transitos se componen de laderas tan estrechas que hay parages en ellas donde solo caben los pies de la cavalgadura, y todo el cuerpo de ella y del ginete se vé casi en el ayre correspondiendo á la profundidad de algun rio que lleva su curso 50 ó 60 tuessas mas baxo que el camino, y en muchas algo mas; solo la continuacion de traginarlos y la precision por no haver otros puede desvanecer el horror que causa tan inminente riesgo, no siendo pocas las desgracias que se experimentan de perderse en ellos yá la vida de algun caminante ó yá la hacienda, pues una y otra vá confiada á sola la destreza y bondad en el caminar del bagage. Este peligro lo recompensan con la seguridad que se goza en ellos de ladrones, y assi se ve continuamente lo que en muy pocas partes del mundo, que un solo hombre transita con una porcion muy quantiosa de plata ú oro por lo regular sin llevar armas, tan seguro como si le compañara una escolta muy numerosa; si le coge la noche en despoblado, se queda en él y duerme sin el menor sobresalto; y si en algun tambo ó alvergue, del mismo modo, no obstante que todos están abiertos, y no halla quien le inquieta en las jornadas ni necessita mas para defenderlo que la mera confianza, particularidad á la verdad de las mas comodas y que se pudiera desear fuesse comprehensiva á los demás paises.
contexto
CAPITULO VII Prosigue el mismo asunto que el pasado Este era el actual estado de las referidas Misiones cuando la nuestra llegó de España, y habiendo sido nombrados el V. P. Junípero, y yo de su Compañero para una de ellas, salimos del Colegio de San Fernando a principios de Junio del año de 1750; y aunque de la Misión nombrada Santiago de Xalpan, a donde íbamos, vinieron Indios ladinos con un Soldado de escolta con bestias de silla y carga, en atención a lo dilatado del camino, lo escabroso de la mitad de la Sierra, y la falta de agua, con todo quiso mi venerado Padre Lector Fr. Junípero hacer a pie su viaje, lo cual a más de serle muy penoso, le agravó el accidente de la llaga e hinchazón del pie; pero gracias a Dios, habiendo llegado el 16 de dicho mes de Junio, tuvimos gran consuelo al ver la alegría con que nos recibieron los Indios de dicha Misión, que pasaban de mil entre chicos y grandes; pero todos ellos se hallaban tan a los principios, por la falta de inteligencia de nuestro idioma, que ninguno cumplía con el anual precepto de la Iglesia de confesar y comulgar. Enterado nuestro V. Padre del pie en que se hallaban todavía las expresadas Misiones, de las que por nuestro Colegio quedaba elegido de Presidente, se impuso en las instrucciones dadas para su gobierno espiritual y temporal, las que procuró observar y aumentar en cuanto le pareció conveniente, y que le dictaba su fervoroso celo. Y viendo que se hallaban con tanto atraso, por la causa expresada, se aplicó desde luego a aprender aquella lengua, para la cual fue su Maestro un Indio Mexicano, que se había criado entre estos Pames. Conseguido tan importantísimo medio para el adelantamiento espiritual, tradujo en el idioma Pame las oraciones y texto de la Doctrina, de los Misterios más principales, y así se empezó a rezar con los Indios en su lengua natural alternando por días con la doctrina en Castellano, con lo cual en breve tiempo se impusieron en los Misterios de nuestra Santa Fe, y empezaron a confesar en su lengua, y a comulgar, cumpliendo anualmente con los preceptos de la Santa Iglesia; y el Siervo de Dios los movía con sus fervorosas pláticas a que confesasen y comulgasen en las principales festividades, dándoles ejemplo, como otro San Francisco de Sales, confesándose públicamente en el Presbiterio, cuando ya estaba en la Iglesia toda la gente para la Misa mayor los días festivos. Con esto logró su deseado fin, de suerte, que ya eran, muchos los que confesaban por devoción, pues hubo día que pasaron de ciento las Comuniones, otros de cuarenta yc, y cada año en el tiempo del precepto, casi todos lo verificaban, en solos los nueve años que estuvo en las citadas Misiones; en cuyo tiempo bautizó el V. Padre un crecido número de Gentiles, el cual no asiento por no haber tenido la curiosidad de notarlo; pero basta decir que no quedó un solo Gentil en todo aquel distrito, sino todos sus habitadores bautizados, por mi venerado Padre y sus Compañeros, y civilizados viviendo en Pueblo bajo de Campana. Para radicarlos en la Fe, que habían recibido, e instruirlos en la Religión Católica, los impuso en todas las festividades del Señor, y de la Santísima Virgen nuestra Señora, como asimismo de las de los Santos, para lo cual les ponía cuantos medios e inventivas le hacía idear su Apostólico celo, siendo su ejercicio casi continuo en las virtudes de caridad y de Religión. En todas las festividades de Jesucristo y de María Santísima, se celebraba Misa cantada, y en ella predicaba el V. Padre, explicando el Misterio y la fiesta del día, y en las más principales precedía la Novena, a que asistía todo el Pueblo. En la de la Natividad del Señor era ésta con Misa cantada al amanecer, y el último día acabada la Misa, cantaba la Calenda, y hacía una Plática, convidando a todos para que asistiesen a los Maitines cantados y a la Misa del Gallo: Concluida ésta representaban en un devoto Coloquio el Nacimiento del Niño Jesús unos Indios de corta edad, a quienes el devoto Padre instruyó una parte en lengua Castellana, y otra en la Pame, en aquel gran Misterio, que representaban con mucha viveza, con lo cual logró a más de imponerlos, aficionarlos a él. En el tiempo Santo de Cuaresma echó el resto de su devoción, para imprimirla en los corazones de los Neófitos. Empezaba desde el día de Ceniza con esta Santa Ceremonia de la Iglesia, a la que asistía todo el Pueblo, y les explicaba la significación de ella, acabando su Sermón con la exhortación de que no olvidasen que eran mortales. Todos los Domingos de Cuaresma no se contentaba con la Plática Doctrinal de la Misa mayor, sino que a la tarde, después de rezada la Corona de María Santísima, y cantado el Alabado, les predicaba un Sermón Moral. Los Viernes hacía lo propio por la tarde, después de haber andado en Procesión el Vía Crucis desde la iglesia hasta la Capilla del Calvario, que mandó hacer en una alta loma fuera del Pueblo, y a vista de la citada Iglesia; en cuyo santo ejercicio cargaba el V. Fr. Junípero una Cruz tan grande y pesada, que yo, siendo más robusto y mozo, no podía con ella; y en regresándose a la Iglesia, concluía la función con una tierna Plática de la Pasión del Señor, a cuya devoción los persuadía. La Semana Santa la celebraba con todas las ceremonias de nuestra Madre la Iglesia: El Domingo se hacía la Procesión de Ramos, y así en este día, como en los siguientes se cantaba la Pasión, (haciendo uno dos Papeles, porque no oramos más de dos) y también los Maitines del Triduo: El Jueves se colocaba el Depósito en el Monumento, y tanto en este día como el Viernes y Sábado se practicaban todas las demás ceremonias y formalidades de costumbre. A más de ésto añadía varias Procesiones que acababa con algún Sermón o Plática. El Jueves, después de haber lavado los pies a doce Indios de los más viejos, y comido con ellos, predicaba el Sermón de Mandato, y a la noche hacía la Procesión con una Imagen de Cristo Crucificado con acompañamiento de todo el Pueblo. El Viernes por la mañana predicaba de la Pasión, y a la tarde se representaba con la mayor viveza el descendimiento de la Cruz, con una imagen de perfecta estatura, que para el efecto se mandó hacer de goznes; y predicando de este asunto con la mayor devoción y ternura, se colocaba al Señor en una Urna, y se hacía la Procesión del Santo Entierro. Poníase después en un Altar que para este efecto se hallaba preparado, y a la noche se hacía otra Procesión de nuestra Señora de la Soledad, que se concluía con un Plática de este asunto. El Sábado se hacían todas las ceremonias pertenecientes a este día, se bendecía la Fuente, y bautizaban los Neófitos que había instruidos y dispuestos para ello. El Domingo muy de mañana salía la Procesión de Jesús resucitado, la cual se hacía con una devota Imagen del Señor, y otra de la Santísima Virgen, y vueltos a la Iglesia se cantaba Misa, y predicaba el V. Padre de este Soberano Misterio. Con tan devotos ejercicios, no pudo menos que imprimirse una tierna y grande devoción en aquellos Neófitos, y con ella se disponían a celebrar anualmente la Semana Santa, y corriendo la voz por los Pueblos de las cercanías que habitaban Españoles, venían éstos a practicar lo mismo, atraídos de lo que oían decir de la devoción de aquellos Indios; y luego que lo experimentaron, se acostumbraron a concurrir todos los años, mudándose a la Misión, hasta que pasaba la Pascua. No fue menor el esmero con que el Siervo de Dios procuró atraer a aquellos sus hijos a la devoción del Santísimo Sacramento. Instruyolos a que preparasen y adornasen con enramadas el camino por donde había de transitar la Procesión del Corpus: formábanse cuatro Capillas con sus respectivas Mesas, para que en ellas posase el Señor Sacramentado, y después de cantada en cada una la correspondiente Antífona, Verso y Oración, se paraba un Indio (de corta edad) que recitaba una Loa al Divino Sacramento (de las cuales, dos eran en Castellano, y las otras dos en el idioma Pame, nacional de ellos) que enternecían y causaban devoción a todos; y restituidos a la Iglesia, se cantaba la Misa, y se predicaba el Sermón de este Sacrosanto Misterio. Con igual cuidado se dedicó a introducirlos en la devoción de María Srâ. nuestra, y con particularidad a su Purísima Concepción inmaculada, previniéndose a celebrarla con la Novena, a que asistía todo el Pueblo; y en el día de esta gran festividad se cantaba la Misa, y predicaba el Sermón, y después se entonaban los Gozos de la Purísima Concepción. Todos los Domingos por la tarde se rezaba la Corona a la Madre de Misericordia, concluyéndola con el Alabado o con los Gozos que se cantaban. Y para mas aficionarlos el V. Padre pidió de México una Imagen de bulto de la dulcísima Señora, que puesta en sus andas, la sacaban en Procesión por el Pueblo todos los Sábados en la noche, alumbrando con faroles, y cantando la Corona. Luego que entraba en la Iglesia se cantaba la Tota pulchra es María, que tradujo éste su amante Siervo en Castellano, y que aprendieron y entonaban con mucha solemnidad los Indios, causando a todos gran ternura, principalmente aquel verso: Tú eres la honra de nuestro Pueblo, con lo cual les quedó una ardiente devoción a la clementísima Madre. Asimismo procuró imprimir en sus tiernos corazones la devoción al Señor San Miguel Arcángel, al Santísimo Patriarca Señor San José, a N. S. P. S. Francisco, y otros Santos, de suerte que quedó aquel Pueblo tan instruido y devoto, como si fuera de Españoles los más Católicos, debiéndose todo al ardiente celo de nuestro V. Fr. Junípero: Y a vista de las laboriosas tareas de este ejemplar Prelado, se emulaban santamente sus súbditos, Ministros de las otras cuatro Misiones, procurando imitarlo en cuanto podían; por cuyos medios quedaron los cinco Pueblos como si fueran de Cristianos muy antiguos. Para conseguir este espiritual fruto (principal objeto de la Conquista) puso el Siervo de Dios en ejecución las instrucciones dadas para el gobierno temporal, luego que llegó a su Misión de Santiago Xalpan, poniendo todos los medios posibles, para que los Indios tuviesen qué comer y vestir, para que hiciesen pie en la Misión, y no se ausentasen de ella por la solicitud de su preciso sustento, para cuyo efecto agenció por medio de Síndico el aumento de Bueyes, Vacas, Bestias, y Ganado menor de pelo y lana, Maíz, y Frijol, para poner en corriente alguna siembra, en la cual se gastó no sólo el sobrante de los 300 pesos de Sínodo que daba S. M. a cada Ministro para su manutención, sino también la limosna que se podía conseguir por Misas, y la que ofrecían algunos bienhechores; con lo que en breve tiempo se empezó a lograr alguna cosecha, que cada año se iba aumentando, y diariamente se repartía después de haber rezado la Doctrina; y cuando éstas a expensas de exquisitas diligencias y bendiciones del Cielo fueron creciendo, y eran tan abundantes que sobraba para la manutención de todos, se instruyó a los indios, vendiesen (por dirección de los Padres Misioneros) las semillas sobrantes; con cuyo valor, se compraron más yuntas de Bueyes, se aumentó la herramienta y demás necesario para las labores. De México, se llevaban fresadas, Sayal, y otras ropas para que se vistiesen, señalando siempre a los Labradores con alguna cosa particular, así por compensarles su especial trabajo, como para que de su vista los otros se inclinasen a este ejercicio, que es el más pesado, y no menos útil. A esta importantísima diligencia procuró aplicar también a las mujeres e Indios pequeños, señalándoles las correspondientes tareas, con consideración a las fuerzas y capacidad de cada uno, para por este medio apartarlos a todos de la ociosidad en que se habían criado, y envejecido. Asistía siempre uno de los Padres personalmente a las labores (especialmente en los primeros años) así para animarlos, como para instruirlos, hasta que se consiguió Persona de confianza que los capitanease, y en breve tiempo uno de los mismos Indios ya suplía, por estar inteligente; con lo que se lograron abundantes cosechas, el aumento de los bienes de comunidad, y que los Naturales se civilizasen más cada día, aficionándose a hacer sus particulares siembras de Maíz, Chile, Frijol, Calabaza, etc. para lo cual señalándoseles pedazos de tierra, se les daba una yunta de Bueyes, de las de Comunidad, y semillas para sembrar; cuyos frutos (como que no necesitaban de éllos para comer, pues les sobraba con la ración) vendían, y con su producto se ayudaban a vestir, o compraban algún Caballo, Yegua, o Mula, todo a dirección del Padre que los instruía, para que no fuesen engañados. Luego que el V. Fr. Junípero vió a sus hijos los Indios en estado de trabajar con mayor afición que a los principios, trató de que hiciesen una Iglesia de mampostería con bastante capacidad para encerrar tanta gente: Propuso su devoto pensamiento a todos aquellos Indios, quienes con mucho gusto convinieron en ello, ofreciéndose a acarrear la piedra (que estaba a mano) toda la arena, hacer la cal, y mezcla, y servir de Peones para administrarlo a los Albañiles. Diose principio a esta obra, trabajando todo el tiempo que no era de aguas, ni necesario para las labores del campo, y en el tiempo de siete años quedó concluida una Iglesia de 53 varas de largo, y once de ancho, con correspondiente crucero y cimborrio, y a continuación de ella la correspondiente Sacristía (también de bóveda) como asimismo una Capilla que se dedicó al Santo Sepulcro, adornándola con Imágenes y Pasos de la Pasión del Señor, para más aficionarlos a las devotas funciones de la Semana Santa. La Iglesia también se adornó con Retablos, Altares, y Colaterales dorados; y en el Coro se puso Organo, buscando Maestro que lo enseñase a tocar a los Indios en las Misas cantadas. Con el ejercicio de estos trabajos quedaron habilitados de varios oficios, como de Albañiles, Carpinteros, Herreros, Pintores, Doradores, etc. Y no olvidándose el fervoroso celo del R. P. Junípero de apartar del ocio a las mujeres, las empleaba en las correspondientes tareas a su sexo, como hilar, tejer, hacer medias, calcetas, coser, etc. También los industrió a que fuesen a comerciar a Zimapán, Huasteca, y otros lugares, con las semillas que les sobraban, mecates, y petates (esto es, cuerdas de ixtle, o pita, y esteras de palma fina) que hacían, con cuyo producto se compraba algodón, que hilaban y tejían las mujeres, formando mantas para vestirse. Asimismo traían del Real de Zimapán fresadas y bayetas para el mismo efecto; con cuya diligencia, lo que sobraba del Sínodo, y de la limosna de Misas, se empleaba en pagar los jornales a los Albañiles; y de tal manera proveyó Dios nuestro Señor, que cuando se finalizó la obra de la Iglesia, lejos de deber nada la Misión, se hallaba en poder del Síndico más limosna que cuando se principió, y las trojes de maíz proveídas con cinco mil fanegas. A imitación del V. P. Junípero practicaron lo mismo los Ministros de las otras cuatro Misiones, construyendo sus Iglesias por el mismo órden que la de Santiago Xalpan, con correspondencia de ámbito a la gente que se juntaba, las que adornaron de lienzos colaterales, vasos sagrados, y demás necesarios, logrando en sus terrenos igual abundancia de cosechas, aumento de ganados y bestias, y que quedasen instruidos y civilizados los que antes se congregaron bárbaros y bozales.
contexto
CAPITULO VII Plagas á que está sujeta la ciudad de Lima, con particularidad la de los terremotos, y enfermedades que allí padece la naturaleza 174 Una de las pensiones que se padecen en Lima en el verano es la plaga de pulgas y chinches, á que no es bastante preservativo todo el aseo que tienen aquellas gentes para eximirse de su mortificacion, contribuyendo á que tanto abunden estos insectos, por una parte, aquel polvo de estiercol que nunca falta en las calles y, por otra, la moda de las techumbres, que, siendo llana, como yá se dixo, se detiene en ellas el que levanta el viento, y assi caen por entre las junturas de las tablas continuamente pulgas y chinches, de que nunca se ven las casas libres; y aunque á estos dos se agregan los mosquitos, no son de tanta molestia como los antecedentes. 175 A las plagas de los insectos sigue el riesgo de los terremotos, siendo tal la proposicion de aquel país á ellos que sus habitadores viven con el continuo sobresalto de sus estragos, sucediendo tan repentinos y continuos que el estremecimiento con que la tierra se mueve sorprende á las gentes quando menos lo esperan, y las llena de susto y de temor con el justo recelo de ser sepultados en las ruinas de sus mismas habitaciones. Este destrozo y lastimoso sucesso ha experimentado aquella ciudad en repetidas ocasiones y acaba de padecer ultimamente con una entera desolacion de sus edificios y casas. No son siempre continuos los terremotos allí porque hay ocasiones en que se repiten con mas frequencia que en otras. Ni causan siempre igual estremecimiento ó de igual duracion pues en todo ello hay variedad, pero nunca se suspenden por tanto tiempo que dan lugar á que se tranquilice el animo, antes bien, lo ponen en mayor cuidado guando ha dexado de haverlos por algunos dias, temiendose la mayor fuerza y duracion del primero que debe sobrevenir. En el año de 1742 tuve la curiosidad por un cierto tiempo de anotar la hora de los que entonces se experimentaron, y fueron en este forma, el dia 9 de mayo á las 9 horas 45 minutos de la mañana, el 19 del mismo á las 12 de la noche, el 27 á las 5 horas 35 minutos de la tarde, el 12 de junio á las 5 horas 45 minutos de la mañana y el 14 de octubre á las 9 de la noche, hasta cuyo tiempo puse cuidado en apuntarlos; pero es de advertir que estos fueron aquellos en que las concusiones duraron cerca de un minuto, y con particularidad en el de el 27 de mayo, que permanecieron casi dos, empezando primero uno grande y continuando despues varios pequeños estremecimientos hasta que del todo cessaron, porque en los tiempos intermedios de los que quedan anotados se experimentaron otros que, siendo menores, no se hicieron tan sensibles. 176 No vienen estos terremotos tan dissimulados que no les precedan algunas señales de su aviso, siendo la principal un intenso ruido formado en las concavidades ocultas de la tierra que se dexa sentir como un minuto antes que se experimenten las concusiones, el qua] parece que, no fixo en la parte donde se forma, corre subterraneamente; á este se siguen los demás, como el de los perros que, siendo los primeros que lo conciben, empiezan á ladrar con desaforados ahullidos, las bestias que andan por las calles se paran y, con natural instinto, se abren de piernas, precabiendose assi contra los movimientos para no caer. Al primero de estos anuncios, que la gente llega á sentir, dexando sus casas, sale despavorida á la calle buscando en ella la seguridad que no tienen en aquellas, y lo executan con tanta precipitacion que, no reparando en nada, se dexan ver en ella de la misma forma que les encontró el aviso; y si es de noche, á tiempo que yá estaban entregados al descanso, es regular salir desnudos, no dando el temor y la prisa lugar para que tomen la ropa. Assi, ofrecen las calles un theatro de figuras tan extrañas y particulares que, á no estar preocupados todos del sobresalto que es propio en semejante trance, no sería poco lo que havria que celebrar de su conjunto. A esta repentina concurrencia acompaña la gritería, yá de los muchachos y pequeñas criaturas que, estando en lo mas apacible del sueño, lloran porque los interrumpieron en él, yá de las mugeres que, haciendo varias deprecaciones, acompañan ó tal vez entretienen con sus voces el susto y el temor, ó yá de los hombres que, llenos de espanto, no pueden guardar silencio, y, junto á tanto alboroto, los ahullidos de los perros, todo se convierte en confusion, la qual dura largo rato despues que ha fenecido el terremoto porque, con el recelo de que se repita, no hay quien se atreva á recogerse en las casas, haviendo experimentado muchas veces que el estrago que no se causó con los primeros estremecimientos sucede con los que se le siguen, desmoronando estos los que aquellos empezaron á desquiciar. 177 Con el cuidado que tuve de anotar la hora precisa á que sucedieron los terremotos que quedan apuntados, reparé que con indiferencia sobrevenian ó bien quando la marea se hallaba á la mitad de su menguante ó estando á media creciente y nunca en la pleamar perfectamente ni en la total menguante, contrario á lo que algunos pretenden establecer de que hayan de experimentarse en las seis horas del refluxo ó baxamar y no en las otras seis de fluxo ó creciente para que assi convengan con el sisthema que han formado de su origen y causas, el qual, á mi sentir, no corresponde tan perfectamente á lo que se observa en este particular que se haga acreedor á la mayor aceptacion. 178 Es la naturaleza de aquellos paises tan propia para los terremotos que en todos tiempos se han experimentado con lamentables estragos y han sido tanto mas sensibles quanto mayores los que han ocasionado; y para que la curiosidad de los lectores no eche menos la noticia de los antiguos, me ha parecido anticiparla á las de el ultimo que acaba de convertir en ruinas aquella ciudad. 179 El primero de estos mas considerables terremotos, despues que, establecidos los españoles en aquellas partes, tenia yá Lima algunos años de fundacion, fue en el de 1582; pero de él no recibió el daño que experimentó en algunos de los que se siguieron, ciñendose entonces el principal que causó á la ciudad de Arequipa, pues, haviendo sido acia aquella parte donde parece que la tierra hizo su mayor movimiento, la dexó casi arruinada. En el año 1586, dia 9 de julio, se experimentó otro terremoto en Lima, que se cuenta en el numero de los mas notables, y aquella ciudad hace commemoracion de él el dia de la Visitacion de Santa Isabel. El año de 1609 huvo otro semejante al antecedente. El dia 27 de noviembre del año de 1630 un terremoto que causó grande estrago en la ciudad, y se temió su total ruina; en reconocimiento de haverse libertado de ella, se celebra annualmente el mismo dia la festividad de nuestra Señora del Milagro. El año de 1655, dia 13 de noviembre, un formidable terremoto arruinó los mejores edificios y muchas casas de aquella ciudad; su estrago puso á los vecinos en el extremo de irse á vivir por muchos dias á las campañas, huyendo del peligro que dentro del pueblo les amenazaba. El año de 1678, dia 17 de junio, huvo otro tan horrible que, maltratando considerablemente los templos, reduxo á ruinas muchas casas. 180 Entre los mayores que se cuentan allí, lo fue el de 20 de octubre del año de 1687. Este empezó á las 4 de la mañana y con él la ruina de muchos edificios y casas, en que pereció crecido numero de gente, pero su estrago solo fue aviso de lo que havia de suceder y sirvió para que enteramente no quedassen sepultados todos sus moradores; pues repitiendose el estremecimiento de la tierra con remezones que aterrorizaban, á las 6 de la mañana se vencieron á su impulso las que havian resistido al esfuerzo de los primeros baybenes y se vieron reducidas á ruinas, no teniendo á poca dicha sus habitadores el poder ser testigos de ellas desde las calles y plazas adonde los havia yá conducido la primer advertencia. En este segundo estremecimiento, se retiró el mar sensiblemente de sus margenes y, queriendo volver á ocuparlas con montes de agua, excedió tanto de ellos que, inundando al Callao y otras playas, sepultó en sí las gentes que halló en ellas. El 29 de septiembre del año de 1697 se experimentó otro terremoto muy grande. El 14 de julio de 1699 sucedió otro que maltrató muchas casas. El 8 de febrero del año de 1716 sucedió otro gran terremoto. El 8 de febrero de 1725 huvo otro terremoto que maltrató muchos edificios. El 2 de diciembre de 1732, á la una de la mañana, otro semejante al antecedente. Y en los años de 1690, 1734 y 1743 se cuentan otros tres no de la fuerza y duracion que aquellos, y ninguno tan horrible como el que se experimentó ultimamente y es el que se sigue. 181 El 28 de octubre de 1748, á las diez y media de la noche, cinco horas y tres quartos antes de plenilunio, empezaron los estremecimientos de la tierra y fueron estos tan violentos que en poco mas de tres minutos quedaron hechos destrozo de su furor casi todos ó la mayor parte de los edificios grandes y pequeños que contenía aquella ciudad y sepultados en sus ruinas las gentes de su vecindario, que, menos presurosas en la diligencia de buscar seguridad á sus vidas con el asylo de las calles y plazas, fueron ó mas perezosas ó mas tardas en dexar el abrigo de las casas y en huir la inmediacion de las obras, cuya grandeza hecha trofeo de los estremecimientos acrecentaba el estrago. Terminóse el horroroso efecto de este primer temblor y dexó la tierra de moverse; pero su tranquilidad fue de tan corta duracion, que, repitiendose las concusiones con frequencia, contaron sus moradores, segun avisos de una relacion particular, cerca de doscientas en las primeras 24 horas y hasta el dia 24 de febrero del siguiente año de 1747, que era la fecha de la noticia, se havian numerado 451 movimientos, entre los quales algunos fueron, si no de tanta duracion como el primero, de no inferior esfuerzo en el estrecimiento. 182 El presidio ó plaza del Callao experimentó, assimismo, igual ruina á la misma hora pero, con ser tan grande la que el terremoto causó en sus casas y edificios, fue muy pequeña respeto de la que havia de padecer, pues, retirandose el mar, como en semejantes ocasiones se ha experimentado, considerable distancia, volvió hinchado formando de sus embravecidas olas montes de espumas y con ellos transformó en pielago lo que antes era Callao y tierra firme; repitió con desproporcionado refluxo al retirarse y, cobrando nueva furia sus olas, se acrecentó la inundacion sobrepujando las aguas á las murallas y otros edificios altos de aquella plaza, cuya fortaleza havia resistido al ímpetu de la primera pero cedió enteramente á la violencia del segundo, de suerte que solo quedó para memoria triste del sucesso un pedazo de muralla del fuerte ó baluarte de Santa Cruz, en la que hacía la circunferencia de la plaza. De las embarcaciones que en la sazon estaban fondeadas en aquel puerto, y entre grandes y pequeñas se contaban 23, las 19 quedaron sumergidas, y las quatro restante, entre las quales fue una la fragata de guerra nombrada San Fermin, siendo llevadas de la fuerza de las aguas, quedaron varadas en tierra y en parage bien distante de la playa. 183 Igual desgracia á la del Callao experimentaron otros puertos de la misma costa, y entre ellos el de Cavallas y Guañape; y semejante á la de Lima, las villas de Chancay, Guaura y los valles de la Barranca, Supe y Pativilca; y aunque la mortandad de gente que ocasionaron las ruinas en aquella ciudad consistia segun los cadaveres descubiertos hasta el 31 del mismo mes de octubre en 1300 personas, fueron no pocas las que sin piernas ó sin brazos, hechas victimas de la tragedia, quedaron por rendir la vida con mayor dolor y causando mas viva compassion. En el Callao, donde se numeraban mas de 4000 personas, solo escaparon poco mas de 200, y los 22 de ellos en el lienzo de la muralla que quedó existente. 184 Segun se tuvo noticia en Lima después de este mismo accidente, la misma noche de él rebentó en Lucanas un volcán, y la mucha agua que despidió causó una grande inundacion en aquel país; y en la montaña que cae sobre Patas, llamado conversiones de Caxamarquilla, rebentaron tres, inundando el territorio circunvecino, al modo que sucedió con el de Carguayraso, de que se ha hecho mencion en la primera parte. 185 Algunos dias antes que se experimentasse el infeliz sucesso de este terremoto se sentian en Lima ruidos subterraneos, unas veces como mugidos de buey y otras como tiros de artilleria, los quales, aun despues de él, dexaban oir quando con el silencio de la noche no havia otro ruido que lo interrumpiera, señales evidentes de no haverse extinguido enteramente la materia inflamable y de no haver cessado la causa de los movimientos. 186 La mucha frequencia de terremotos á que está sujeto mas que otro país aquella America meridional, y en ella Lima y todos los paises de Valles ofrecen, no menos que el assunto del que se acaba de tratar, para inquirir su causa. Varias son las que han dado los philosophos, y con toda probabilidad concuerdan los mas en que esto proviene de el esfuerzo que causan los vientos con su mucha dilatacion, tanto en los contenidos en las materias sulfureas y otros minerales como los esparcidos en las porosidades de la misma tierra, cuando, comprimidos en ellas y no cabiendo yá en el reducido espacio de sus venas, procuran salir á mayor extension, en lo qual parece no hay contradicion y que, además de la natural razon que assi lo persuade, se halla apoyado de la experiencia; pero falta que apurar en qué manera vuelven á hincharse las venas de la tierra con nuevo ayre después de haver sucedido un temblor, por cuyo medio es regular quede evaquada aquella cantidad que estaba opresa y deberia passarse mucho tiempo sin que se siguiesse otro y qual sea la razon para que unos paises sean mas dispuestos á padecer este accidente que otros, cuyos assuntos, aunque han sido tratados por otros autores, no me escusan de dar mi sentir segun comprehenda y me parezca mas verosimil. 187 La experiencia nos ha enseñado, y con mas frequencia lo hace ver en aquel país por los muchos volcanes que contienen las cordilleras que lo atraviessan, que, al rebentar alguno nuevamente, causa un grande estremecimiento en la tierra, tal que con él suelen experimentar su total ruina los pueblos adonde alcanza, como sucedió cuando rebentó el páramo de Carguayraso, segun queda advertido en la primera parte. Este estremecimiento, que podemos con toda propiedad llamar terremoto, no sucede con tanta regularidad quando el cerro ó volcán tenia abierta boca de ante mano en otra rebentazón ó, á lo menos, el movimiento que causa en la tierra es poco, de, que se infiere que ya una vez abierta boca ó respiradero cessa en parte el estremecimiento, aunque se repita la inflamacion de la materia; lo qual parece que es muy natural respecto de que, aunque la pronta repeticion de este accidente, rarefaciendo el ayre considerablemente, hace que su volumen se acreciente mucho, como encuentra con facilidad la salida sin tener que hacer esfuerzo en la tierra para abrirsela, no causa en ella mas estremecimiento que el correspondiente al estrépito formado de una gran cantidad de ayre en la concurrencia de una salida estrecha á proporcion de la que necessita su mucho cuerpo. 188 Punto muy sabido es yá en los presentes tiempos el methodo de formarse los volcanes, y que su causa consiste en las materias sulfureas, nitrosas y otras combustibles que encierran las entrañas de la tierra, las quales, unidas entre sí y convertidas en una pasta que se prepara con el auxilio de las aguas subterraneas, se fermentan hasta un cierto punto y entonces se inflaman, y con ellas el viento que las circundaba y llenaba sus poros, de suerte que aumenta este su cuerpo excessivamente á el que tenia antes de inflamarse y produce el mismo efecto que la polvora, quando, reducida á la estrechura de la mina, se le dá fuego, pero con la diferencia de que, inflamada la polvora, se desaparece inmediatamente todo su cuerpo, y, encendido el volcán, lo queda por tanto tiempo quanto ha menester para consumir aquellas materias oleaginosas y sulfureas que abundaban y estaban de mas en el conjunto de su massa. 189 En dos maneras hemos de concebir los volcanes, unos reducidos y otros dilatados; aquellos serán donde en espacio corto hay gran cantidad de la materia inflamable, y estos, en los que una gran cantidad de materia se halla esparcida en espacio anchuroso; los primeros, propios á ser contenidos en los senos de las montañas, que son como legitimos depositos de esta materia; los segundos, como ramificacion que, saliendo de aquellos, se estienden por las llanuras y las cruzan por varias partes, aunque precisamente no tengan estas union ó dependencia de aquellos. Esto supuesto será constante; aquel país, donde los volcanes ó depositos de estas materias, como propios minerales de él, fueren mas comunes, se hallará mas beteado de ellas en las llanuras porque no hemos de imaginar que las materias de esta naturaleza solo existen en el corazon de las montañas ni que sean agenas de todo el restante territorio que les hace vecindad. Siendo, pues, mas abundante de ellas el país de que se vá tratando, está mas expuesto á los terremotos con la continua inflamacion que les sobreviene quando han tenido la correspondiente y natural preparacion para admitirla. 190 Además de la razon natural que dicta, por lo que acabo de decir, ser propio de un país que contiene muchos volcanes el que se hallen esparcidas varias ramificaciones de su misma materia en todo él, lo acredita la experiencia en el Perú porque en él se encuentran con gran frequencia minerales de salitre, azufre, vitriolo, sales, jugos y otras materias combustibles; con que, no hay duda que aquella ilacion sea legitima. 191 Es el terreno tanto de Quito como de valles, y mas este que aquel, esponjoso y hueco tal que entre sí dexa muchas concabidades ó mas poros que los que son regulares en los territorios de otros paises, por cuya razon corren subterraneas muchas aguas, y hay siempre en ellas humedad pues, como explicaré despues mas ampliamente, las aguas de los yelos que se derriten continuamente en la serranía descienden de ella filtrandose por estas porosidades y corren por debaxo de tierra, en cuyo curso tienen lugar de humedecer, unir y convertir en pasta aquellas materias sulfureas y nitrosas, las quales se preparan con su concurrencia; y aunque no sean estas allí en tanta cantidad como en los volcanes, lo son en la suficiente para que, estando aptas á inflamarse, lo hagan ararando el viento contenido en ellas, el qual, hallando facilidad de incorporarse con el que está encerrado en muchos poros y cabernas ó venas de la tierra, al passo que lo comprime con su mayor extension, lo quiere dilatar comunicandole la rarefaccion, que es regular consiguiente de la inflamacion que participa; pero no cabiendo assi en la reducida carcel que lo contiene, hace esfuerzo para salir y, á el tiempo de executarlo, estremece todos aquellos espacios por donde lo solicita conseguir y los inmediatos que tienen union ó dependencia con ellos hasta que, al fin, abre puerta por donde encuentra menos resistencia, la qual unas veces vuelve á dexar cerrada con el propio movimiento trémulo que ocasiona, y otras, abierta, que es lo que se observa en todos aquellos paises. Quando logra la salida por muchas partes porque en todas halla una misma resistencia, suelen ser mas pequeñas las grietas ó aberturas por donde respira, y assi no quedan señales de ellas despues que ha cessado. Otras veces, quando las concabidades subterraneas son tan grandes que forman cabernas espaciosas, no solo raxan el terreno y lo dexan lleno de grietas con cada terremoto sino que tambien lo hunden por partes, y assi se ha observado varias veces, y yo lo noté cerca del pueblo de Guaranda, jurisdiccion del corregimiento de Chimbo en la provincia de Quito, en donde el año de 1744 con un terremoto se hundió de casi una vara todo el terreno del un lado de la grieta, dexando el del otro mas alto en la misma cantidad, bien que con desigualdad porque por unas partes lo quedó menos que por otras, accidente que no se havia experimentado allí hasta entonces. 192 Parece que conviene con la causa y formacion de los terremotos expressados lo que se experimenta en el ruido que les precede, y se dexa sentir brillantemente corriendo subterraneamente y imitando á los truenos quando se oyen á mucha distancia porque no puede originarse de otro fundamento que de que el ayre inflamado y rarefacto, luego que la materia se enciende, empieza á correr por las concabidades de la tierra, empujando y dilatando á un mismo tiempo el que estas contienen hasta que, no encontrando la pronta salida y desahogo que busca, despues de haverlas llenado todas, hace esfuerzo para adquirir mas ensanche y, de este modo, causa el estremecimiento con que termina. 193 Aqui es de notar que, el tiempo de romper la tierra y salir esta cantidad de ayre que estaba opreso en ella, no forma ni se vé la luz ó fuego que despiden los volcanes, y es la razon porque esta solo existe aquel instante en que la materia se inflama, y, esparciendose el ayre por todas las venas con su dilacion, se desvanece y queda despues imperceptible la luz, siendo preciso suponer que desde la inflamacion hasta que hace el efecto interviene algun tiempo, aunque sea corto; no queda tampoco llama permanente porque la materia que se inflama, á mas de no contener partes sólidas y oleaginosas como las que encierran los volcanes, el todo de ellas es muy corto respeto á la mucha cantidad de aquellos; con que, aunque hay algunas y, efectivamente, se enciendan y mantengan en este estado algun breve rato, no es suficiente para que trasciendan desde el parage donde se inflamaron hasta la superficie de la tierra, á que se agrega que, no siendo aquel donde estaba comprehendida la materia por el que con precision hace abertura para expeler la cantidad de ayre que aumentó su rarefaccion, se pierde la primera luz en los espacios que corre, de suerte que no es possible verla quando el viento llega á salir; pero, esto no obstante, se ha percibido en algunas ocasiones, y con mas frequencia que la luz el humo, bien que por lo regular se confunde este con la polvareda que se levanta de la tierra al mismo tiempo del estremecimiento. 194 Repiten los temblores á poco tiempo ó cortos dias despues de haver sucedido uno ó otro, lo qual proviene de que, como la materia está esparcida en distintos parages, y cada una en diverso grado de perfeccion para inflamarse, sucede la inflamacion en una porcion guando está apta para ello y despues en otra quando se halla en igual disposicion. De aqui nace lo que se experimenta, esto es, que suele dar un remezon la tiera y dentro de algunas horas seguir con otro mas fuerte y assi hasta dos y aun tres porque primero se inflama aquella cantidad que adquirió la ultima disposicion para ello, y el mismo calor de su fuego abrevia la de las otras que todavia no lo estaban totalmente, de suerte que lo que no havia de operar hasta el cabo de algunos dias ó meses se pone en aptitud de hacer su efecto en pocas horas con el auxilio del fuego que se agrega á perfeccionarlo. Son los segundos mas recios que los primeros y causan mayor estrago porque con el fuego de la primera materia que se inflama, aunque sea poca, es bastante para apresurar la fermentacion de mucha cantidad de ella, y assi es mayor la que se inflama despues que la que primero lo fue. 195 Aunque en el verano es cálido aquel país con la moderacion que queda yá explicada, no admite ninguna especie de animales ni sabandijas ponzoñosas, y assi se vive sin pension ni cuidado de ellas; lo mismo sucede en todo lo que es Valles, no obstante haver algunos parages, como el de Tumbez y Piura, en donde es el calor casi tan sensible como en Guayaquil; por tanto, no puede provenir esta particularidad de otra razon que de la natural sequedad del clima. 196 Las enfermedades mas comunes que allí molestan la naturaleza son fiebres malignas, intermittentes y catarrales, pleuresias, constipaciones y, por este termino, otras, pero son tan frequentes que continuamente está la ciudad infestada de ellas. Las viruelas se padecen como en Quito, que no son annuales, pero causan gran mortandad quando reynan. 197 Los pasmos son muy comunes, y raros los que escapan con vida de ellos. Este accidente, que es desconocido en Quito, se experimenta en todo Valles, aunque mas peligroso en unas partes que en otras; algo se ha dicho de él en la descripcion de Cartagena pero se dexaron reservadas para este lugar sus particularidades. 198 Dividese esta enfermedad en dos especies, que son pasmo comun ó parcial y pasmo maligno ó de arco, una y otra sobrevienen indiferentemente interin que la naturaleza está batallando en la crisis de otra enfermedad aguda, pero con la diferencia de que, entre aquellos á quienes ataca el pasmo comun, suelen conseguir mejoria algunos, aunque los mas mueren al quarto ó quinto dia, que es su termino; pero los que llegan á ser acometidos del maligno ó de arco, no duran mas que dos ó tres, y se vé muy rara vez que la naturaleza llegue á triunfar del accidente porque es lo comun quedar vencida dentro de este corto termino. 199 Consiste el pasmo generalmente en ponerse todos los musculos en una total inaccion, restringirse los nervios de todo el cuerpo empezando por los de la cabeza, como que, adquiriendo por su medio el tronco principal la sustancia que les sirve de nutrimento, detenida esta, porque sus conductos se cerraron, padecen todos successivamente; y assi, como aquellos perdiendo su actividad no pueden contribuirle las funciones de su movimiento, estos, á fuerza de comprimirse, se lo niegan totalmente, á que se agrega un humor punzante que se esparce por todas las membranas y causa en ellas dolores tan intensos con la penetracion de las punzadas con que las hiere que hace intolerable su martyrio, y este lo es mas vivo siempre que le tocan para moverse de un lado á otro; las fauces se le cierran de tal suerte que no es possible passar sustancia alguna, y las quixadas en ocasiones tan fuertemente que no basta la fuerza para abrirselas. En esta forma y sin ningun movimiento, permanece el enfermo con una continua interior inquietud, causada de los terribles dolores que en todo el cuerpo experimente, tales que, aun amorteciendolo su vehemencia, no basta para que cesse en parte la mortificacion; y assi, rendida la naturaleza de batallar con tanto enemigo, cede luego que le faltan las fuerzas para mas resistirle. 200 El pulso no siente con el pasmo parcial mas efecto que aquel que experimentaba con el achaque anterior la naturaleza, y aun no es extraño tal vez que se mitigue el absceso de la fiebre, pero en el pasmo maligno ó de arco suele tomar algun aumento acelerando la circulacion; y ó bien sea efecto del mismo humor que, desenfrenado, circula por todas partes ó del penoso sentimiento que causa hiriendo las membranas y embotando los musculos, siempre es regular en uno y otro originar modorra en el enfermo; es esta de tal calidad que, aun estando con ella, se dexa sentir la malignidad del accidente en las punzadas que, con indiferencia ya por una parte del cuerpo ó yá por otras, despiertan mas en él el dolor, y en algunos ratos con tanta violencia y actividad que le hacen volver de ella para quexarse con ayes mas lamentosos. 201 El pasmo maligno ó de arco tiene, y le dan este nombre, porque desde su principio es tanta su malignidad que empieza á sobresalir en él la restriccion de los nervios que acompañan las vertebras de la espina desde el cerebro en adelante, y, á proporcion que toma cuerpo el accidente y se exalta el venoso humor que lo produce, se constriñen mas y mas, de modo que, haciendo doblar el cuerpo del paciente contra lo natural, le obliga á formar un arco por la espalda y descoyunta todo; á este dolor, que, como se podrá considerar, es tan vehemente y grande, acompañan los que son comunes de otro pasmo; assi, su mucha violencia suele desde los principios, y es lo mas regular, privar del sentido al que lo padece y ponerle en un estado de inacción, de modo que, aun para quexarse, le falta aliento. 202 Es regular desde los principios de este accidente el padecer convulsiones, y son estas generales en todo el cuerpo, de tal suerte que á un mismo tiempo hiere el enfermo con todas sus partes; mientras las está padeciendo, se mantiene totalmente privado del sentido, y, á proporcion que la enfermedad toma mas cuerpo, son ellas de mas duracion y repetidas hasta que yá al fin, cansada la naturaleza, cessan las convulsiones, no assi la repeticion de trasponerse con la entera privacion de todos los sentidos, y es regular que tenga termino la vida en una de ellas. 203 La cura regular que se hace en este accidente es principalmente mucho abrigo, tanto en la cama como en toda la pieza, donde se procura poner lumbre á fin de que el calor abra los poros y facilite la transpiracion; repetirle diversas lavativas laxantes para modificar la interior crispatura, assi de los intestinos como de las demás partes adonde pueden llegar, y aplicar exteriormente varias unturas y cataplasmas para dulcificar las partes y facilitar los conductos por donde la naturaleza pueda deshacerse de aquel humor que la molesta, á cuyo fin y al de contener su progresso acompañan con cordiales y bebidas diureticas, no menos que con algunos baños, pero estos solo es quando la enfermedad empieza con poca actividad ó muy en los principios porque, yá quando está en el estado de su aumento, como se experimenta al segundo dia, no se practican. 204 Las mugeres padecen allí una enfermedad de suma molestia, casi incurable y muy contagiosa, que es el cancro en la matriz; y desde los principios les causa unos interiores dolores tan exorbitantes que las mantiene en un continuo é insoportable quexido. Haceles evaquar copia de humores corrompidos y las vá enflaqueciendo y aniquilando hasta quitarles la vida; suele durarles algunos años y en ellos tener intervalos de descanso, en los quales, aunque del todo no cessa la eváquacion, se les suspende en parte, los dolores intensos se adormecen, y son capaces de manejarse y andar, pero repentinamente vuelve á su vigor, y entonces las postra del todo y las inhabilita. Es tan dissimulada ó alevosa esta enfermedad que ni el semblante la indica ni en el pulso se conoce mutacion hasta que está en todo su auge. Su contagio es tal que se estiende á otras con solo usar de los assientos que sirven de continuo á las infestadas ó de la ropa de estas, pero su comunicacion no se ha experimentado que cause perjuicio en los hombres, pues, padeciendola muchas casadas, suelen no separarse de ellas los maridos sino es quando se postran totalmente. A dos causas, entre otras, se atribuye este accidente; una es la gran abundancia de olores que usan, y puede contribuir mucho; y otra, el continuo movimiento que tienen andando en las calesas, lo qual no parece que debe tener tanta conexion con él porque, si assi fuera, todas las que andan en coches y en las naciones estrangeras á cavallo havrian de estar sujetas á padecerle. 205 Tambien es propenso aquel país á fiebres lentas ó éticas, y estas suelen cundir mas por las pocas precauciones que guardan en la ropa y muebles de lo que las padecen que por la calidad del clima. 206 El mal venereo no es menos comun en aquel país que en los demás de que yá se ha hablado porque es general en toda aquella parte de las Indias y no menos el descuido que tienen para curarlo antes que tome cuerpo, á cuyo respeto siguen allí las costumbres que son comunes en todas ellas, y por tanto inutil y escusada su repeticion.
contexto
Capítulo VII Del tercer inga Lloque Yupanqui Lloque Yupanqui tercer inga hijo del Sinchiroca y de Chimpo coya, casó con Mamacura y por otro nombre Anachuarque su hermana, fue zurdo que eso significa el nombre de Lloque, en su lengua. Vivió en gran sosiego y prosperidad, porque de diversas partes le vinieron a ver muchas naciones, así como huaro llamado Huamac Samo Pachachulla Viracocha y. los ayarmacas y los quiles caches. Dicen los indios que a este Lloque Yupanqui, estando un día en una grandísima fiesta, le apareció el sol a manera de persona y le dijo que había de ser gran señor y que había de engendrar siendo ya viejo, y como lo fuese y no tuviese hijo que le sucediese en el señorío, les parecía a los indios sus vasallos que era imposible tenerlo ni engendrarlo, y entonces un criado suyo orejón, aunque otros dicen que su hermano bastardo Mancocapaca, un día le tomó en los brazos y llevó adonde estaba la coya su mujer Mamacura, e hizo que se juntase con ella, de lo cual quedó preñada y parió después un hijo, que se llamó Maita Capac, y no tuvo otro hijo ninguno, aunque otros quieren decir que los tuvo, y que habiendo muerto con ponzoña los dejó chicos, y causa de haber sobre el imperio grandes guerras civiles se fueron huyendo a los Andes, porque no los matasen, donde los escondió un hermano de su padre y allí murió uno dellos. Lo cierto es que a Lloque Yupanqui le sucedió su hijo Maita Capac. Fue Lloque Yupanqui temido y respetado de los suyos en tanto grado que le volvían las espaldas por no osarle mirar a la cara y cuando escupía se hincaba de rodillas uno de los principales a tomar la saliva en unos vasitos de oro o plata que los indios llaman chua. Mandó este Lloque Yupanqui a los indios que tuviesen dieta dos meses en el año en los cuales se abstuviesen de sal y ají y no llegasen a sus mujeres. Castigó con grandísima severidad los pecados públicos -hurtar, matar- y sodomía, por los cuales acotaba, desorejaba, desnarigaba y ahorcaba, y a los nobles y principales cortaba el cuello o rasgaba la camiseta. Muerto él le sucedió su hijo Maita Capac. Su figura al natural es la que se ve.