En que se cuenta cómo los dos campos, el de los españoles y el de Bogotá, se vieron en los llanos de Nemocón, y lo que resultó de la vista. La muerte del cacique de Bogotá, y de dónde se originó llamar a estos naturales moscas. La venida de Nicolás de Fredermán y don Sebastián de Benalcázar, con los nombres de los capitanes y soldados que hicieron esta conquista Los corredores de los campos de una y otra parte por momentos daban aviso a sus generales de cuan cerca tenían al contrario. El de los españoles era en número de ciento sesenta y siete hombres, reliquias de aquellos ochocientos que el General sacó de Santa Marta, y sobras de los que se escaparon del Río Grande de la Magdalena, y de sus caribes, tigres y caimanes, y de otros muchos trabajos y hambres; y aunque en número pequeño, muy grande en valor y esfuerzo y que hacía la causa de Dios N. S. El del contrario cubría los montes y campos, porque sin aquel grueso ejército con que había vencido al Guatavita, a la fama de las nuevas gentes se le habían juntado muchos millares. Procuró el General de Quesada saber qué gente tenía su contrario; hizo preguntar a algunos indios de la tierra que había cogido por intérpretes de aquel indio que cogieron con los dos panes de sal y los había guiado hasta meterlos en este Reino, que con la comunicación hablaba ya algunas palabras en español; respondieron los preguntados en su lengua diciendo musca puenunga, que es lo propio que decir mucha gente. Los españoles que lo oyeron dijeron: "dicen que son como moscas", que primero se acabarán todos ellos que el nombre. Diéronse vista los dos campos: los españoles reconocieron las armas del contrario, que no eran ofensivas ni defensivas, porque la mayor era una macana y las demás, quisques y tiraderas. El Bogotá, como vio la poca gente que tanto sonido había dado, dicen que dijo a los suyos: "Toma puños de tierra y échales, y cojámosles, que luego veremos lo que habemos de hacer con ellos"; pero no se vendían tan barato. El Adelantado ordenó su campo: a los de a caballo mandó acometer por el costado, y con los arcabuces les dio una rociada. Pues como los indios vieron que sin llegar a ellos los españoles les mataban, sin aguardar punto más se pusieron en huida; los nuestros les fueron siguiendo y atacándolos, hasta que se deshizo y desapareció aquel gran gentío. En el alcance dicen que decían los españoles: "éstos eran más que moscas, mas han huido como moscas"; con que quedó confirmado el nombre; y en esta acometida se acabó toda la guerra. Fue siguiendo el alcance el Adelantado hasta el pueblo de Bogotá, a donde se detuvo algunos días buscando al cacique, que nunca pudo ser habido, porque unos le decían que se había escondido en la cueva de Tena, que tenía hecha para si le venciese Guatavita; otros le decían que se había ido al cercado grande del santuario para esconderse entre aquellos peñascos. La verdad de lo que en esto pasó fue que huyendo el cacique Bogotá de los españoles, se metió por unas labranzas de maíz a donde halló unos bohíos, y se estuvo escondido en ellos; pues andando los soldados rancheando los bohíos de los indios y buscando oro, un soldado dio con estos ranchos donde estaba el cacique escondido, el cual como sintió al español quiso huir; el soldado le dio con el mocho del arcabuz y lo mató sin conocerlo. Al cabo de algunos días lo hallaron los suyos y callaron su muerte por mandato del sucesor. Como el Adelantado oyó decir que se había ido el cacique al cercado grande del santuario, preguntóles que a dónde era; señaláronle que al pie de esta sierra, en este sitio y asiento; con lo cual se vino con sus soldados a este puesto, a donde halló el cercado, que era una casa de recreación del dicho cacique y a donde tenía sus tesoros y las despensas de su sustento. Alrededor de este cercado, que estaba a donde agora está la fuente del agua en la plaza, había asimismo diez o doce bohíos del servicio de dicho cacique, en los cuales y en el dicho cercado alojó su persona el dicho Adelantado, y en los demás bohíos a sus soldados. Hallaron las despensas bien provistas de sustento, muchas mantas y camisetas; que de las mantas hicieron de vestir los soldados, que andaban ya muchos de ellos desnudos. De hilo de algodón, que había mucho, hicieron alpargatas y calcetas con que se remediaran; y junto a este cercado, en la misma plaza, sacaron un santuario, donde se hallaron más de veinte mil pesos de buen oro, según la fama; y no era éste el santuario grande que los indios decían, porque éste era de solo el Cacique Bogotá; el otro estaba en la sierra, a donde todos acudían a ofrecer, entrando por una cueva que nunca los conquistadores la pudieron descubrir, aunque se hicieron muchas diligencias y no hizo pocas el señor arzobispo don fray Luis Zapata de Cárdenas, y tampoco surtió efecto. Desde este punto, se corrió toda tierra descubriendo sus secretos, procurando siempre el Adelantado y sus capitanes el buen tratamiento de los naturales, los cuales con la comunicación se dieron amigables, dando la obediencia al Rey, nuestro señor. Todo lo cual pasó durante el dicho año de 1538, y estando nuestro general quieto y sosegado, porque ya se había corrido la tierra hasta el valle de Neiva, reconocido los panches y marequipas, que es lo que llamamos Marequita, los soldados ricos y contentos. En esta ocasión, que era el año de 1539, de los indios más cercanos a los llanos se tuvo noticia cómo por aquella parte venían otros españoles. Este era Nicolás de Fredermán, teniente del general Jorge Spira, que habiendo salido de Coro con cuatrocientos hombres, y desenvuelto lo de la laguna de Maracaibo por no juntarse con su general, se metió por los llanos corriéndolos por muchas partes, hasta el famoso Orinoco, que por sesenta bocas lleva el tributo a la mar, que las más anchas tienen dos leguas de travesía; en cuyos márgenes y en las del Meta halló algunas gentes, que las más de ellas vivían en los árboles, por las grandes inundaciones de aquellos llanos y por el mal país. Acordó de volverse a arrimar a la cordillera, y caminando por ella algunos días, envió por sobresaliente con la gente necesaria al capitán Limpias, el cual, rompiendo dificultades y muy peligrosos pasos, salió a la parte de donde después se pobló San Juan de los Llanos, de cuyos naturales tomó noticia de la gente de este Reino, en cuya demanda se partió luego, habiendo de todo noticia y dándola a su general Nicolás de Fredermán, el cual siempre seguía la senda de su capitán Limpias, la cual hallaba más tratable por estar hollada de los caballos y soldados de dicho capitán. Este viaje de los llanos que hizo Fredermán huyendo de su general Jorge de Spira, cuenta el padre fray Pedro Simón, más extenso en la primera parte de sus Noticias Historiales, donde el lector que lo quisiere saber lo podrá ver. El capitán Limpias salió a Fosca, y de allí a Pasca, a donde halló al capitán Lázaro Fonte, que le tenía allí destinado el general Jiménez de Quesada por ciertos disgustos, el cual al punto dio aviso a su general de la gente que allí había llegado. Envió luego el Adelantado a reconocer la gente que por allí había entrado, y allegaron al punto que Nicolás de Fredermán se acababa de juntar con su capitán Limpias y los suyos; y todos juntos, muy amigablemente, dentro de tercero día entraron en este sitio de Santa Fe, entrante el dicho año de 1539, donde fueron muy bien recibidos del dicho Adelantado y sus capitanes; y luego, dentro de muy pocos días, por la parte de Fusagasugá, entró el Adelantado don Sebastián de Benalcázar, que bajaba del Pirú con la codicia de hallar al indio dorado, atrás dicho, causador de aquel nombre tan campanudo del Dorado, que tantas vidas y haciendas ha costado. Este general traía ciento y sesenta hombres, y Fredermán traía sólo ciento, por haber perdido y muerto los demás en los llanos. Recibiéronse estos generales al principio muy bien; y dende a poco nacieron entre ellos no sé que cosquillas, que el oro las convirtió en risa; quedaron muy amigos y conviniéronse que a cada treinta soldados de estos dos generales se les diese de comer en lo conquistado y que adelante se conquistase, como si fuesen los primeros descubridores y conquistadores; con lo cual quedaron muy amigos y en paz; y en el año de 1539, a 6 de agosto y día de la Transfiguración del Señor, los tres generales, con sus capitanes y demás oficiales y soldados, fundaron esta ciudad en nombre del emperador Carlos V, nuestro Rey y señor natural, y este dicho día señalaron solar a la santa iglesia catedral, que fue la primera de este Nuevo Reino. Diéronle por nombre a esta ciudad Santa Fe de Bogotá del Nuevo Reino de Granada, a devoción del dicho general don Gonzalo Jiménez de Quesada, su fundador, por ser natural de Granada; y el de Bogotá por haberla poblado a donde el dicho cacique de Bogotá tenía su cercado y casa de recreación. Con lo cual diremos qué gente fue la que quedó de estos tres generales en este Reino, la cual fue la siguiente: SOLDADOS DEL ADELANTADO DON GONZALO JIMÉNEZ DE QUESADA, CAPITÁN GENERAL DE ESTA CONQUISTA El dicho Licenciado don Gonzalo Jiménez de Quesada, teniente capitán general del ejército, el cual después de la Conquista y haber ido a España y vuelto a este Reino por mariscal, de donde salió en busca del Dorado, donde perdió toda la gente que llevaba y se volvió sin hallarlo. Murió sin hijos ni casarse, en Marequita, año de 1538. Trasladaron sus huesos a la catedral de esta ciudad; dejó una capellanía que sirven los prebendados de la santa iglesia. Hernán Pérez de Quesada, su hermano, alguacil mayor del ejército y después justicia mayor en este Reino, murió en el puerto de Santa Marta, y su hermano menor, viniendo de la isla de Santo Domingo. El capitán Juan de Junco, soldado de Italia, persona de gran valor, nombrado por el gobernador don Pedro Fernández de Lugo en segundo lugar, si faltase el general Quesada: trajo soldados a su costo; dejó hijos en la ciudad de Santo Domingo. Hay quien diga que fue a poblar a Tunja con el capitán Gonzalo Suárez Rendón y los demás soldados. El licenciado Juan de Lescames, capellán del ejército, volvióse después a España con los generales Gonzalo Jiménez de Quesada, Fredermán y Benalcázar. Fray Domingo o Alonso de Las Casas, del orden de Santo Domingo, descubridor. Volvióse a España con los dichos generales. El capitán Gonzalo Suárez Rendón, persona valerosa, pobló después la ciudad de Tunja y en ella vivió y murió con la encomienda de Icabuco. Dejó hijos nobles y descendientes que hoy viven. El capitán Juan de Céspedes, que lo fue de los de a caballo, y después teniente de gobernador del doctor Venero de Leiva y encomendero del pueblo de Ubaque. Murió en esta ciudad; dejó hijos que también son muertos. El capitán Hernando de Prado, encomendero de Tocaima, hermano del dicho capitán Céspedes; dejó hijos y murió en Tocaima. El capitán Pedro de Valenzuela trajo gente a su cargo; no dejó memoria de sí. El capitán Albarracín lo fue de un navío en que trajo soldados a su costa, encomendero en Tunja; dejó hijos en ella. El capitán Antonio Díaz Cardoso, lusitano noble y de los capitanes de Santa Marta; de ella vino por capitán de un bergantín. Fue encomendero de Suba y Tuna; dejó hijos y larga posteridad, y murió en esta ciudad. El capitán Juan de San Martín, persona valerosa; no hay memoria de él porque no paró en este Reino, ni dejó memoria de sí. El capitán Juan Tafur, de los nobles de Córdoba, conquistador de Santa Marta. Nombre de Dios y Panamá, fue encomendero de Pasca; tuvo una hija natural, que casó con Luis de Ávila, conquistador de Santa Marta. Murieron en esta ciudad; hay biznietos de este capitán. El capitán Martín Galiano pobló la ciudad de Vélez, que fue la segunda de este Reino, donde se avecindó y en ella murió. El capitán Antonio de Librija, persona principal; trajo tres caballos; no hay memoria e él. El capitán Lázaro Fonte vino de España por capitán de un navío, con doscientos hombres; murió en Quito. El capitán Gómez del Corral; no hay memoria de él. El capitán Hernando Venegas, de la nobleza de Córdoba, vino por soldado de a caballo, pobló a Tocaima, habiendo descubierto las minas de La Sabandija, Venadillo y Herbé, ricas de oro; tuvo título de mariscal, y encomienda de Guatavita y Guachetá, con sus anexos pertenecientes a aquel cacicazgo y señorío; casó con doña Juana Ponce de León; dejó ocho hijos legítimos; es vivo de ellos sólo uno, con el hábito de Alcantára y con la mesma encomienda de Guatavita. Casó con doña María de Mendoza, hija de don Francisco Maldonado, del hábito de Santiago; tiene hijos legítimos. El capitán don Antonio de Olalla, persona principal, vino por alférez de Quesada; el Adelantado don Alonso Luis de Lugo le dio título de capitán y la encomienda de Bogotá. Casó con doña María de Urrego, de la nobleza de Portugal, de la que tuvo nobles hijos. Vive al presente un nieto suyo, del hábito de Calatrava, que ha sido gobernador de Santa María y corregidor mayor de Quito. Tiene hijos legítimos y goza la encomienda de Bogotá, que fue de su abuelo El capitán Gonzalo García Zorro, vino por alférez; fue Fusagasugá suyo. Murió en esta plaza de un cañonazo que le dio por una sien Hernán Venegas, hijo natural del Mariscal, jugando cañas en unas fiestas. El capitán Juan de Montalvo, soldado de estima, fue teniente de gobernador en La Palma y alcalde ordinario en esta ciudad muchas veces, y muchas más corregidor de los naturales para poblallos juntos, por ser de ellos muy respetado. No tuvo hijos; murió en esta ciudad. El capitán Jerónimo de Insar, que lo fue de los macheteros que por sus manos abrieron el camino de los conquistadores, por el río arriba de la Magdalena; él y Pedro de Arévalo fueron los primeros alcaldes de esta ciudad, y por no haber quedado en ella no hay memoria de él. El capitán Baltasar Maldonado era persona principal y caballero, fue alcalde mayor de este Reino; fue a poblar a Sierras Nevadas con doscientos hombres, y libró al Adelantado de Quesada de la muerte en Duitama, en el pantano, donde los indios lo tenían muy apretado dándole mucha guerra, defendiéndole y sacándole de aquel gran peligro. Fue suyo Duitama; casó con doña Leonor de Carvajal, natural de úbeda, hija de Juan de Carvajal; tuvo por hijos al capitán Alonso Maldonado y a doña María Maldonado Carvajal, y a doña Ana Maldonado. Era natural de Salamanca y fue alguacil mayor de este reino y alcalde mayor después. El capitán Juan de Madrid, discreto y valeroso, encomendero en Tunja; fue suyo el pueblo de Pesca. Juan de Olmos pasó de esta conquista a Muzo, con título de capitán por esta Real Audiencia; fueron suyos Nemocón, Pasgata y Pacho. Fue casado, y dejó hijos que le sucedieron. Juan de Ortega, el bueno, a diferencia de otro Ortega, fue buen cristiano; fue suyo el pueblo de Zipaquirá; tuvo un hijo natural que le heredó. Pedro de Colmenares, fue contador y tesorero, fue dos veces a España por procurador de este Reino. Francisco Gómez de la Cruz, encomendero de Subia y Tibacuy, casado con la Quintanilla; tuvo hijos. Francisco de Tordehumos, descubridor de a pie; fue suyo el pueblo de Cota. Antonio Bermúdez, encomendero de Choachí, soltero. Cristóbal Arias Monroy, descubridor de a pie; diéronle a Machetá y Tibirita; lo heredó una hija sola, legítima, que tuvo, que casó con el alguacil mayor Francisco de Estrada, paje que fue del señor don Juan de Austria. Tuvo una hija que casó con don Diego Calderón, alguacil mayor que es de esta ciudad. Cristóbal Bernal, encomendero de Sesquilé, tuvo un hijo muy virtuoso que le heredó, y otro murió ordenante. Es fama que hizo la iglesia de Nuestra Señora de las Nieves, la primera vez. Andrés Vázquez de Molina, por sobrenombre el Rico, que lo fue de un santuario que sacó en el camino real que va de esta ciudad a la de Tunja, que hoy se ye el hoyo donde lo sacó, porque sirve de mojón al resguardo del pueblo de Guatavita por aquella parte. Fue suyo el pueblo de Chocontá; casó con la Quintanilla, por muerte de Francisco Gómez, que murió en el viaje de Castilla. Hernando Gómez Castillejo, soldado de a pie, fue suyo Suesca. Diego Romero, encomendero de Engativá y Une, fue casado, tuvo hijos; murió en esta ciudad, año de 1592. Juan Gómez Portillo, encomendero de Usme, fue casado con Catalina Martín Pacheco; tuvo una hija que casó con Nicolás Gutiérrez, conquistador de La Palma; tuvo hijos. Pedro Martín, encomendero de Cubiasuca, que se agregó a Bojacá; fue casado con Catalina de Barrionuevo, que lo heredó, tuvo hijos, y murió monja. El capitán Francisco Salguero, encomendero de Mongua en Tunja; persona principal. Fundó en aquella ciudad el monasterio de monjas de Santa Clara la Real, y le dieron marido y mujer su hacienda, y más los indios de su encomienda. Es fama que tiene este convento pasadas de trescientas monjas. Miguel Sánchez, encomendero del pueblo de Onzaga, en Tunja. Paredes Calderón, encomendero del pueblo de Somondoco, donde hay una mina de esmeraldas. Pedro Gómez de Orozco, vecino de Pamplona. Diego Montañés, encomendero del pueblo de Sotaquirá, en Tunja. Pedro Ruiz Carrión, encomendero de Tunja. Francisco Ruiz, encomendero de Soracá, en Tunja. Juan de Torres, encomendero de Turmequé, en Tunja. Cristóbal de la Roa, encomendero de Suta y Tenza, en Tunja. Juan Suárez de Toledo, vecino de La Palma. Miguel López de Partearroyo, encomendero de Tunja. Gómez de Cifuentes, encomendero de Tunja; tuvo hijos. El capitán Francisco Núñez Pedroso, vecino de Tunja. Pobló la ciudad de Marequita, en el sitio del Cacique Marequita, de donde se tomó el nombre de Marequita. Juan López, encomendero de Sáchica, en Tunja. Juan Rodríguez Carrión de los Ríos, en Tunja, tuvo indios de encomienda. Cristóbal Ruiz Clavijo, soldado de a pie. Pedro Bravo de Rivera, encomendero del pueblo de Chivatá, en Tunja. Pedro Ruiz Herrezuelo, encomendero del pueblo de Panqueba, en Tunja. Juan de Quincoces, encomendero en Tunja. Martín Ropero, herrador, encomendero en Tunja. Pedro Yáñez, portugués, encomendero en Tunja. Alonso Gómez Sequillo, encomendero en Vélez. Miguel Secomoyano, encomendero; sus indios le mataron en Vélez. A Villalobos mataron los panches. A Bravo mataron los panches. Juan de Quemes tuvo indios panches. Alonso Domínguez Beltrán, encomendero de Vélez. Miguel de Oñate, vecino de Marequita. Pedro del Acebo Sotelo, secretario del General Quesada; sucedió en la encomienda del pueblo de Suesca. Gil López, escribano del ejército; fue soldado de a caballo. A Juan Gordo ahorcó el General. Pedro Núñez Cabrera, encomendero del pueblo de Bonza, en Tunja. Mateo Sánchez Cogolludo, encomendero del pueblo de Ocavita, en Tunja. Francisco de Mansalve, encomendero en las Guacamayas, en Tunja. Juan de Chinesilla, vecino de Tunja. Juan Rodríguez Gil, vecino de Tunja. Mestanza, encomendero de Cajicá; no hay memoria de él, ni tampoco la hay de todos los que siguen: Pedro Sánchez Sobaelbarro, Cristóbal Méndez, el viejo Simón Díaz, Juan de Puelles, Medrano Mimpujol, Hernando Navarro, Juan Ramírez, Francisco Yestes, Aguirre Alpargatero, Luis Gallegos Higueras, Francisco Valenciano, cabo de escuadra; Pedro Calvache, Alonso Machado, en Tunja; Pedro de Salazar, Juan de Mundeinuesta (¿Mendinueta?), Diego Martín, su hermano; Baltasar Moratín, Antonio Pérez Macías de las Islas, Francisco Gómez de Mercado y su hijo Gonzalo Macías, Alonso Novilla o Novillero, Pedro Briceño, Pedro Gironda, Manuel Paniagua, Benito Caro, Juan de Penilla. LOS QUE VIVIERON EN VÉLEZ Y EN TUNJA. ARRIMADOS A LOS ENCOMENDEROS Bartólome Camacho, Alonso Mincobo Trujillo (que después se llamó Silva), otro Valenzuela, conquistador de Vélez; Pedro Corredor, Diego Bravo, otro Alonso Martín, Bartolomé Suárez, Francisco Ruiz, Pedro Vázquez de Leiva, Juan de Frías, Francisco Díaz. SOLDADOS DEL GENERAL NICOLAS DE FREDERMAN, A QUIENES SE DIO DE COMER EN ESTE REINO Cristóbal de San Miguel, encomendero de Sogomoso en Tunja, casó con doña Ana Francisca de Silva, hija del capitán Juan Muñoz de Collantes, primer contador de la Real Caja. Fue suyo el pueblo de Chía. El capitán Alonso de Olalla, por sobrenombre el Cojo, que lo quedó de la caída que dió del peñón de Simijaca, que quedó con nombre de Salto de Olalla; sucedió en la encomienda de Facatativá y panches, que fue conquistador de ellos. El y doña Juana de Herrera, su hija, doncella, fueron mis padrinos de pila, el año de 1566. Fue hombre de valor y gran conquistador; tuvo hijos, que siguieron sus pasos, y de ellos vive hoy el gobernador Antonio de Olalla, que sirvió valerosamente en los pijaos con el general Juan de Borja. Murió el dicho capitán en la conquista del Caguán y trasladaron su cuerpo a la catedral de esta ciudad. Pedro de Anarcha fue alcalde mayor; no hay memoria de él. Mateo de Rey, encomendero de Ciénaga, casó con Casilda de Salazar. Tuvo dos hijas. El capitán Juan de Avellaneda, conquistador de La Plata, que fue vecino de Ibagué; pobló después a San Juan de los Llanos. Cristóbal Gómez, encomendero de Tabio y Chitasugá, casó con doña Leonor de Silva, hija segunda de don Juan Muñoz de Collantes; tuvo muchos hijos. Hernando de Alcocer, encomendero de Bojacá y Panches, casó con la Sotomayor y, por muerte de ésta, casó con la hija de Isabel Galiano, y vivieron juntos muchos años, estando esta señora siempre doncella. Las de ogaño no aguardan tanto a poner divorcio. No tuvo hijos, y heredóle su sobrino Andrés de Piedrola; y mandóle que se casase con esta segunda mujer, como lo hizo. Llamólo la Santa Inquisición de Lima por otro negocio al Piedrola, y volviendo de ella murió en el camino. Casó esta señora tercera vez con Alonso González, receptor de la Real Audiencia, y con la misma encomienda; son muertos todos. Pedro de Miranda, encomendero de Síquina y Tocarema, casó con María de Ávila; no tuvo hijos; sucedióle la mujer, que casó después con Pedro de Aristoito. El capitán Juan Fuertes, valiente soldado, que en la conquista de Paria, de una sola batalla sacó trece heridas, y después tuvo otras muchas entre caribes. Fue suyo Facatativá; dejólo por ser gobernador de los moquiguas y valle de La Plata. Fue casado con la Palla (india principal del Pirú) y tuvo hijos. Murió año de 1585. Cristóbal de Toro, encomendero de Chinga. Melchor Ramírez Figueredo, encomendero de Vélez. Juan de Contreras; no hay memoria de él. Hernando de Santa; no hay memoria de él. Juan Trujillo; no hay memoria de él. Sebastián de Porras; no hay memoria de él. Alonso Martín; no hay memoria de él. Alonso Moreno; no hay memoria de él. Miguel Solguín, conquistador de Parias, encomendero en Tunja, dejó unos hijos. El capitán Luis Lanchero, noble de linaje, valeroso soldado, vino de España año de 1533, con Jerónimo Ortal, segundo gobernador de Parias en este Reino. Fue encomendero de Susa, y con comisión de la Real Audiencia conquistó y pobló a Muzo, a costa de muchos hombres, por ser los naturales flecheros de hierba mortífera. El capitán Domingo Lozano, soldado de Italia de los del saco de Roma, vecino de Ibagué, pobló la ciudad de Buga en la gobernación de Popayán. Su hijo, Domingo Lozano, pobló a Páez; sus naturales, que son valientes, le mataron en la mesa que llaman Taboima, y a treinta soldados, en el mes de julio y 1572 años. Miguel de la Puerta, encomendero de panches en Tocaima. Zamora, encomendero en Tocaima. Villaspasas, encomendero en Tocaima. Antón Flamenco, vecino de Santa Fe. Maestre Juan, vecino de Santa Fe. Nicolás de Troya, vecino de Santa Fe; tuvo una hija natural. El bachiller Juan Verdejo, capellán del ejército de Fredermán y el primer cura de esta santa iglesia, el cual trajo las primeras gallinas que hubo en este Nuevo Reino. SOLDADOS DEL GENERAL DON SEBASTIÁN DE BENALCÁZAR QUE QUEDARON EN ESTE REINO Y A QUIENES SE DIO DE COMER CONFORME LO CAPITULADO El capitán Melchor de Valdés, su maese de campo, encomendero de Ibagué. Francisco Arias Maldonado, encomendero de Sora y Tinjacá, en Tunja. El capitán Juan de Avendaño, alférez de a caballo y conquistador de Cabugua y alguna parte del Pirú; fue a la conquista de Tunja con título de capitán, y tuvo en encomienda a Suta y Gámeza. Trocó después a Gámeza por Tinjacá. Fernando de Rojas, encomendero de Tunja, con hijos. Pedro de Arévalo, vecino de Santa Fe. Juan Díaz, hidalgo, vecino de Tocaima, por otro nombre el Rico, que hizo la casa grande de Tocaima, con azulejos, y se la ha comido el río sin dejar piedra de ella. Orozco, el viejo, vecino de Pamplona. De Juan de Arévalo ni de los que se siguen no hay memoria de ellos: Orozco el mozo, Cristóbal Rodríguez, Juan Burgueño, Francisco Arias, Antón Luján, Francisco de Céspedes, otro Valdés, Juan de Cuéllar. Los que se siguen son los que se le olvidaron al capitán Juan de Montalvo, que fueron del general don Gonzalo Jiménez de Quesada. El capitán Martín Yáñez Tafur, primo hermano del capitán Juan Tafur, vecino de Tocaima y encomendero en ella. Dejó hijos legítimos. El capitán Juan de Rivera, vecino de Vélez y encomendero. Gregorio de Vega, encomendero en Vélez. Francisco Maldonado del Hierro, encomendero de indios panches en Santa Fe; tuvo un hijo que lo heredó. Domingo Guevara, encomendero de Fúquene; tuvo hijos legítimos. Diego Sánchez Castilblanco; vecino de Tunja. Juan de Castro, vecino de Tunja. Juan de Villanueva, vecino de Tunja. Antonio de Dijarte, en Tunja. Antonio García, en Tunja. Francisco Alderete, en Tunja. Pedro de Porras, en Tunja. Pedro Hernández, en Tunja. Gaspar de Santa Fe, en Tunja. Hernán Gallegos, Juan Gascón, Juan Peronegro, Juan Mateos. Cristóbal de Angulo, en Vélez. Diego Ortiz, en Vélez. Diego de Guete, en Vélez. Juan Hincapié, en Vélez. Jerónimo Hetes, herrero, en Vélez. Diego de Espinosa, en Vélez. Diego Franco, en Vélez. Cristóbal de Oro, en Vélez. Francisco Álvarez, vecino de Santa Fe. García Calvete de Haro, vecino de Vélez, encomendero. Francisco de Aranda, conquistador de Vélez. Francisco de Murcia, conquistador de Vélez. Juan Cabezón, vecino de Santa Fe. Francisco Ortiz, encomendero en Tocaima, con hijos legítimos. Antón Núñez; no hay memoria de él. Algunos de los soldados descubridores del general Quesada se fueron con él a Castilla, contentos con el oro que llevaban, por haber dejado en ella sus mujeres e hijos, cuyos nombres no se acordó el capitán Juan de Montalvo que fue el que dio la descripción de los referidos, por mandato de la real justicia ante Juan de Castañeda, escribano del Cabildo. Otra parte de ellos se volvieron a Santa Marta. Otros, juntamente con los Fredermán y Benalcázar, se fueron al Pirú y gobernación de Popayán. Y con esto, y mientras los generales aderezaban el viaje de Castilla volvamos al Cacique de Guatavita, que, vencido, se queja de su descuido por andarme, como dicen, a viva el que vence.
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CAPÍTULO VI Que la Tórrida tiene gran abundancia de aguas y pastos, por más que Aristóteles lo niegue Según lo que está dicho, bien se puede entender que la Tórridazona tiene agua y no es seca, lo cual es verdad en tanto grado, que en muchedumbre y dura de aguas hace ventaja a las otras regiones del mundo, salvo en algunas partes, que hay arenales y tierras desiertas y yermas, como también acaece en las otras partes del mundo. De las aguas del cielo ya se ha mostrado que tiene copia de lluvias, de nieves, de escarchas, que especialmente abundan en la provincia del Pirú. De las aguas de tierra, como son ríos, fuentes, arroyos, pozos, charcos, lagunas, no se ha dicho hasta agora nada; pero siendo ordinario responder las aguas de abajo a las de arriba, bien se deja también entender que las habrá. Hay pues, tanta abundancia de aguas manantiales, que no se hallará que el universo tenga más ríos ni mayores, ni más pantanos y lagos. La mayor parte de la América, por esta demasía de aguas, no se puede habitar; porque los ríos, con los aguaceros de Verano, salen bravamente de madre y todo lo desbaratan, y el lodo de los pantanos y atolladeros por infinitas partes no consiente pasarse. Por eso los que moran cerca del Paraguay, de que arriba hicimos mención, en sintiendo la creciente del río, antes que llegue de avenida, se meten en sus canoas y allí ponen su casa y hogar y por espacio cuasi de tres meses, nadando guarecen sus personas y hatillo. En volviendo a su madre el río, también ellos vuelven a sus moradas, que aún no están del todo enjutas. Es tal la grandeza de este río, que si se juntan en uno el Nilo y Ganges y Éufrates, no le llegan con mucho. Pues ¿qué diremos del Río grande de la Magadalena, que entra en la mar entre Santa Marta y Cartagena, y que con razón le llaman el Río Grande? Cuando navegaba por allí, me admiró ver que diez leguas la mar dentro hacía clarísima señal de sus corrientes, que sin duda toman de ancho dos leguas y más, no pudiéndolas vencer allí las olas e inmensidad del mar Océano. Mas hablándose de ríos, con razón pone silencio a todos los demás aquel gran río que unos llaman de las Amazonas, otros Marañón, otros el río de Orellana, al cual hallaron, y navegaron los nuestros españoles, y cierto estoy en duda, si le llame río o si mar. Corre este río desde las sierras del Pirú, de las cuales coge inmensidad de aguas de lluvias y de ríos, que va recogiendo en sí y pasando los grandes campos y llanadas del Paytití y del Dorado; y de las Amazonas, sale en fin al Océano y entra en el cuasi frontero de las islas Margarita y Trinidad. Pero va tan extendidas sus riberas especial en el postrer tercio, que hace en medio muchas y grandes islas, y lo que parece increíble, yendo por medio del río, no miran los que miran sino cielo y río; aún cerros muy altos cercanos a sus riberas, dicen que se les encubren con la grandeza del río. La anchura y grandeza tan maravillosa de este río, que justamente se puede llamar Emperador de los Ríos, supímosla de buen original, que fue un hermano de nuestra Compañía, que siendo mozo le anduvo y navegó todo, hallándose a todos los sucesos de aquella extraña entrada que hizo Pedro de Orsúa, y a los motines y hechos tan peligrosos del perverso Diego de Aguirre, de todos los cuales trabajos y peligros le libró el Señor para hacerle de nuestra Compañía. Tales pues, son los ríos que tiene la que llaman Tórrida, seca y quemada región a la cual Aristóteles y todos los antiguos tuvieron por pobre y falta de agua y pastos. Y porque he hecho mención del río Marañón, en razón de mostrar la abundancia de aguas que hay en la Tórrida, paréceme tocar algo de la gran laguna que llaman Titicaca, la cual cae en la provincia del Collao, en medio de ella. Entran en este lago más de diez ríos y muy caudales; tiene un solo desaguadero, y ese no muy grande, aunque a lo que dicen, es hondísimo, en el cual no es posible hacer puente por la hondura y anchura del agua, ni se pasa en barcas, por la furia de la corriente, según dicen. Pásase con notable artificio proprio de indios, por una puente de paja echada sobre la misma agua, que por ser materia tan liviana, no se hunde, y es pasaje muy seguro y muy fácil. Boja la dicha laguna casi ochenta leguas; el lago será cuasi de treinta y cinco; el ancho mayor será de quince leguas; tiene islas, que antiguamente se habitaron y labraron; agora están desiertas. Cría gran copia de un género de junco que llaman los indios, totora, de la cual se sirven para mil cosas, porque es comida para puercos, y para caballos y para los mismos hombres, y de ella hacen casa y fuego, y barco y cuanto es menester; tanto hallan los uros en su totora. Son estos uros tan brutales, que ellos mismos no se tienen por hombres. Cuéntase de ellos que preguntados qué gente eran, respondieron que ellos no eran hombres sino uros, como si fuera otro género de animales. Halláronse pueblos enteros de uros, que moraban en la laguna en sus balsas de totora, trabadas entre sí y atadas a algún peñasco; y acaecíales levarse de allí y mudarse todo un pueblo a otro sitio, y así buscando hoy adónde estaban ayer, no hallarse rastro de ellos ni de su pueblo. De esta laguna, habiendo corrido el desaguadero como cincuenta leguas, se hace otra laguna menor, que llaman de Paria, y tiene ésta también sus isletas y no se le sabe desaguadero. Piensan muchos que corre por debajo de tierra, y que va a dar en el mar del Sur, y traen por consecuencia un brazo de río que se ve entrar en la mar muy cerca, sin saber su origen. Yo antes creo que las aguas de esta laguna se resuelven en la misma con el sol. Baste esta digresión para que conste cuán sin razón condenaron los antiguos a la región media por falta de aguas, siendo verdad que así del cielo como del suelo tiene copiosísimas aguas.
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De la armada con que entró en esta Provincia del Río de la Plata Sebastián Gaboto Pocos años después que por orden del Rey Enrique VII de Inglaterra, el famoso piloto llamado Sebastián Gaboto descubrió los Bacallaos, con intento de hallar por aquella parte un estrecho por donde se pudiese navegar a las islas de la Especería, fue a España, y como hombre que tan bien entendía la cosmografía, propuso al Emperador don Carlos Nuestro Señor, de descubrir fácil navegación y puerto, por donde con más comodidad se pudiese entrar al rico Reino del Perú, y al Poderoso Inca, que entonces llamaban los españoles Rey blanco de quien Francisco Pizarro había llevado a Castilla larga relación y noticia. Admitida su pretensión se le mandó dar para este descubrimiento trescientos hombres, y entre ellos algunas personas de calidad que quisieron venir con él a esta jornada, con los cuales salió de la Bahía de Cádiz el año 1530, y navegando con diversos tiempos, pasó la equinoccial, y llegó a ponerse en altura de treinta y cinco grados, y reconocida la costa, vino a tomar el Cabo de Santa María, y conociendo ser aquel golfo la boca del Río de la Plata, que aún entonces no se llamaba sino de Solís, embocó por él, y navegando a vista de la costa de mano derecha, procuró luego algún puerto para meter sus navíos y buscándole, se fue hasta la isla de San Gabriel, donde dio fondo, y no pareciéndole tan acomodado y seguro, se arrimó a aquella costa de hacia el norte, y entró por el ancho y caudaloso Río del Uruguay, dejando atrás la Punta Gorda, tomó un riachuelo que llaman de San Juan, y hallándole muy hondable, metió dentro de él sus navíos, y de allí lo primero que hizo, fue enviar a descubrir alguna parte de aquel caudaloso río, y procuró tener comunicación con los indios de aquella costa, para lo cual despachó al capitán Juan Álvarez Ramón, para que fuese con un navío por él arriba, y reconociese con cuidado lo que en él había, el cual habiendo navegado tres jornadas, dio en unos bajíos arriba de dos islas muy grandes, que están en medio de dicho río, y, sobreviniéndole una tormenta en aquel paraje, encalló el navío en parte donde no pudo salir más (cuya armazón parece el día de hoy allí): con este naufragio el capitán Ramón echó su gente en un bajel, y como pudo, salió con ella a tierra, lo cual visto por los indios de la comarca llamados Yaros y Charrúas, los acometieron, yendo camino por la costa por no poder ir todos en el bajel, y peleando con ellos, mataron al capitán Ramón y a algunos soldados, y los que quedaron, se vinieron en el bajel adonde estaba Gaboto, el cual dejando allí la nao capitana con alguna gente de pelea y marineros que la guardasen, tomó una carabela y un bergantín con la gente que pudo, y se fue con ella por el Río de la Plata arriba, y atravesando aquel golfo, entró por un brazo, que se llama el Río de las Palmas, y saltando a tierra, habló con algunos indios de las islas, de quienes se proveyó de comida; y pasando adelante, llegó al río del Carcarañal (que es nombre antiguo de un cacique de aquella tierra), que cae a la costa de la mano izquierda, que es al sudueste, donde Sebastián Gaboto tomó puerto, y le llamó de Santi-Espíritus; el cual viendo la altura y comodidad de esta escala, fundó allí un fuerte de maderos con su terraplén, dos torreones y baluartes bien cubiertos; y corriendo la tierra, tuvo comunicación con los indios de su comarca, con quienes entabló amistad; y pareciéndole conveniente reconocer lo más interior de la tierra dentro, para el fin que pretendía (descubriendo por aquella vía entrada para el Reino del Perú), despachó cuatro españoles a cargo de uno llamado César, que fuese a este efecto por aquella provincia, y entrase caminando por su derrota entre el mediodía y el occidente, y topando con alguna gente de consideración, y con lo que descubriese, dentro de tres meses volviese a darle cuenta de lo que había. Con esta orden se despachó a César y sus compañeros, de los cuales después haremos mención, por decir lo que hizo Gaboto en este tiempo. En el cual habiendo arrasado los dos navíos, quitándoles las obras muertas, y poniéndoles remos, se metió con ellos y el río arriba, llevando consigo veinte soldados, y dejando en el fuerte sesenta a cargo del capitán Diego de Bracamonte, entró, pues, por el Río de la Plata arriba a remo y vela con grande trabajo por no estar práctico en él, hasta que por sus jornadas llegó a la confluencia de los ríos Paraná y Paraguay; hallándose en aquel paraje distante del Fuerte ciento veinte leguas, y entrando por el Paraná por parecer más caudaloso y acomodado para navegar, llegó a la laguna dicha de Santa Ana, donde estuvo algunos días rehaciéndose de comida de los indios de la tierra, de quienes tomó lengua de lo que por allí había, y de la imposibilidad de poder navegar con sus navíos por aquel río, a causa de los muchos bajíos y arrecifes que tiene, por cuyo motivo volviendo atrás, tomó el río Paraguay, y hallándole muy hondable, hizo su navegación por él arriba, hasta un paraje, que llaman la Angostura, donde un día le acometieron más de trescientas canoas de los indios Agaces, que son los Payaguaes, que en aquella ocasión señoreaban todo aquel río, los cuales se dividieron en tres escuadras, y acometiendo a los navíos que iban a la vela, Sebastián Gaboto previniendo lo necesario, asestó las culebrinas que llevaba, y teniendo al enemigo a tiro de cañón, hizo disparar a las escuadras de canoas, que las más de ellas fueron hundidas y trastornadas de los tiros; y acercándose más a los enemigos, y peleando los españoles con ellos con sus arcabuces y ballestas, y los indios con su flechería: vinieron casi a las manos, y llegando a los costados de los navíos, con sus picas y otras armas, mataron gran cantidad de indios, de manera que fueron desbaratados y puestos en huida los que escaparon, quedando los españoles victoriosos con pérdidas sólo de dos soldados, que iban en un batel, que fueron presos y cautivos, los cuales muchos años después vinieron a ser habidos y sacados de su cautiverio, resultando de su prisión muy gran bien, porque salieron grandes lenguaraces, y prácticos en la tierra, éstos se llamaban, el uno Juan de Fustes, y el otro Héctor de Acuña (ambos fueron encomenderos en la Asunción); y pasando adelante Sebastián Gaboto, llegó a un término, que llaman la Frontera, por ser los límites de los Guaraníes indios de aquella tierra, y término de las otras naciones, donde tomando puerto, procuró con toda diligencia tener comunicación con ellos, y con dádivas y rescates que dio a los caciques que le vinieron a ver, asentó paz y amistad con ellos, los cuales le proveyeron con toda comida que hubo menester; con esto Gaboto llegó a haber con facilidad algunas piezas de plata, manillas de oro, manzanas de cobre, y otras cosas de las que Alejo García había traído del Perú de la jornada que hizo a los Charcas, y que le quitaron cuando le mataron los indios de aquella tierra. Con este motivo Sebastián Gaboto estaba muy alegre y gozoso, con esperanza que la tierra era muy rica, según la fama y relaciones que de los indios tuvo (aunque como tengo dicho todo aquello emanaba del Perú), persuadiendo ser aquellas muestras de la propia tierra, y así dio vuelta a su Fuerte, donde llegado, determinó luego partirse para Castilla a dar cuenta a S.M. de lo que había visto y descubierto en aquellas provincias; y bajando al río de San Juan donde había dejado la nao, se metió en ella con algunos de los que quiso llevar, dejando en el Fuerte de Santi-Espíritus ciento diez soldados a cargo del capitán don Nuño de Lara, y por su alférez Mendo Rodríguez de Oviedo, y por sargento a Luis Pérez de Vargas, y al capitán Rui García Mosquera y Francisco de Rivera, y a otros muchos hidalgos soldados honrados, que quedaron con el capitán don Nuño en aquella fortaleza.
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CAPÍTULO VI Nuevo envío de presentes y la aparición de Tezcatlipoca en las cercanías del Popocatépetl El siguiente texto de los informantes indígenas de Sahagún, preservado en el Códice Florentino, relata dos anécdotas de especial interés. Los conquistadores, después de la matanza de Cholula, continúan su marcha en compañía de los tlaxcaltecas hacia el Valle de México. Estando ya en las inmediaciones de los volcanes, en el llamado por los indios " Tajón del águila", nuevos enviados de Motecuhzoma, encabezados por Tzihuacpopocatzin, les salen al paso. Al entregara los españoles numerosos objetos de oro, los indios se complacen en pintarnos cuál fue la reacción de los forasteros: "Se les puso risueña la cara# como si fueran monos levantaban el oro# como unos puercos hambrientos ansiaban el oro#" A continuación se relata el engaño de Tzihuacpopocatzin, que trató de hacerse pasar por Motecuhzoma. Fracasado su intento, nos encontramos con otra serie de enviados. Son más hechiceros que pretenden impedir la marcha de los conquistadores. Pero éstos, no se detienen. La presencia misteriosa de un fingido borracho que sale al paso de los hechiceros, prediciendo la ruina de México y realizando portentos, hace que los magos se retiren. Estos piensan que Tezcatlipoca se les ha aparecido. De regreso ya en México Tenochtitlan, narran a Motecuhzoma lo que han visto. El gran tlatoani azteca se abatió todavía más. Fatalmente aceptó lo que habría de venir. La reacción de los conquistadores al recibir el oro Y Motecuhzoma luego envía, presenta a varios principales. Los encabeza Tzihuacpopocatzin, y otros muy numerosos representantes suyos. Fueron a encontrar (a los españoles), en la inmediación del Popocatépetl, allí en el "Tajón del águila". Les dieron a los españoles banderas de oro, banderas de pluma de quetzal, y collares de oro. Y cuando les hubieron dado esto, se les puso risueña la cara, se alegraron mucho (los españoles), estaban deleitándose. Como si fueran monos levantaban el oro, como que se sentaban en ademán de gusto, como que se les renovaba y se les iluminaba el corazón. Como que cierto es que eso anhelan con gran sed. Se les ensancha el cuerpo por eso, tienen hambre furiosa de eso. Como unos puercos hambrientos ansían el oro. Y las banderas de oro las arrebatan ansiosos, las agitan a un lado y a otro, las ven de una parte y de otra. Están como quien habla lengua salvaje; todo lo que dicen, en lengua salvaje es. Tzihuacpopoca finge ser Motecuhzoma Pues cuando vieron a Tzihuacpopoca, dijeron: -¿Acaso ése es Motecuhzoma? Les dijeron los que andan con ellos, sus agregados, lambiscones de Tlaxcala y de Cempoala, que astuta y mañosamente los van acompañando. Les dijeron: -No es él, señores nuestros. Ese es Tzihuacpopoca: está en representación de Motecuhzoma. Le dijeron: -¿Acaso tú eres Motecuhzoma? Dijo él: -Sí; yo soy tu servidor. Yo soy Motecuhzoma. Pero ellos le dijeron: -¡Fuera de aquí!# ¿Por qué nos engañas? ¿Quién crees que somos? Tú no nos engañarás, no te burlarás de nosotros. Tú no nos amedrentarás, no nos cegarás los ojos. Tú no nos harás mal de ojo, no nos torcerás el rostro. Tú no nos hechizarás los ojos, no los torcerás tampoco. Tú no nos amortecerás los ojos, no nos los atrofiarás. Tú no echarás lodo a los ojos, no los llenarás de fango. Tú no eres# ¡Allá está Motecuhzoma! No se podrá ocultar, no podrá esconderse de nosotros. ¿A dónde podrá ir? ¿Será ave y volará? ¿O en la tierra pondrá su camino? ¿Acaso en lugar alguno ha de perforar un cerro para meterse en su interior? Nosotros hemos de verlo. No habrá modo de no ver su rostro. Nosotros oiremos su palabra, de sus labios la oiremos. No más así lo desdeñaron, en nada lo reputaron. Y de una vez quedó fallida otra vez esta donación de bienvenida, esta embajada de saludo. Por esto desde ese momento se dirigieron por recto camino. Motecuhzoma envía más hechiceros Pues otra serie de enviados: eran estos hechiceros magos, y aun sacerdotes. También iban, también fueron para darles el encuentro. Pero también nada pudieron hacer allí, no pudieron hacer daño de ojos, no pudieron dominarlos; de hecho no los dominaron. Ni siquiera allá llegaron. No más fue que cierto borracho con ellos tropezó en el camino. Vino a salir a su encuentro, con él de repente dieron. La forma en que lo vieron: como un hombre de Chalco era como estaba revestido: una chalca en el aderezo, una chalca en la ficción. Estaba como borracho, se fingía ebrio, simulaba ser un beodo. Tenía el pecho atado con ocho cuerdas de grama. La aparición de Tezcatlipoca De repente les salió al paso cuando estaban frente a los españoles, cuando estaban a punto de unirse a ellos. Y no hizo más que lanzarse hacia los mexicanos y les dijo: -¿Por qué, por vuestro motivo, venís vosotros acá? ¿Qué cosa es la que queréis? ¿Qué es lo que hacer procura Motecuhzoma? ¿Es que aun ahora no ha recobrado el seso? ¿Es que aun ahora es un infeliz miedoso? "Ha cometido errores: ha llevado allá lejos a sus vasallos, ha destruido a las personas. "Unos con otros se golpean; unos con otros se amortajan. "Unos con otros se revuelven, unos de otros se burlan". Y cuando tales cosas oyeron; cuando su discurso escucharon, aun a él en vano fueron a acercarse. Se pusieron a impetrarlo, prepararon para él presurosos un altarcillo, un adoratorio y un asentadero de grama. Pero entonces# ya no lo vieron. Aunque en vano le disponen, aunque allí en vano le hacen su adoratorio, ya no más de su boca se meten en el oráculo. Allí los espanta, los reprende con dureza, como si de lejos les hablara. Les dijo: "¿Por qué en vano habéis venido a pararos aquí? ¡Ya México no existirá más! ¡Con esto, se le acabó para siempre!" -"Largo de aquí: aquí ya no!# ¡Volved allá, por favor!# ¡Dirigiá la vista a México. Lo que sucedió, ya sucedió!" Luego vinieron a ver, vinieron a fijar los ojos con presura. Ardiendo están los templos todos, y las casas comunales, y los colegios sacerdotales, y todas las casas en México. Y todo era como si hubiera batalla. Y cuando los hechiceros todo esto vieron, como que se les fue el corazón quién sabe a dónde. Ya no hablaron claramente. Como si algo hubieran tragado. Dijeron: -"No tocaba a nosotros ver esto: al que le tocaba verlo era a Motecuhzoma: ¡todo esto que hemos visto!# "No era un cualquiera ése# ¡ése era el joven Tezcatlipoca!#" De improvisto desapareció; ya no lo vieron más. Y los enviados ya no fueron a dar el encuentro, ya no caminaron hacia ellos. Sino que de allí regresaron hechiceros y sacerdotes y fueron a contarlo a Motecuhzoma. Vinieron juntos con los que habían ido primero, con los de Tzioacpopoca. Abatimiento de Motecuhzoma Y cuando estos enviados llegaron, narraron a Motecuhzoma cómo pasó, cómo lo vieron. Y cuando lo oyó Motecuhzoma, no hizo más que abatir la frente, quedó con la cabeza inclinada. Ya no habló palabra. Dejó de hablar solamente. Largo tiempo así estuvo cabizbajo. Todo lo que dijo y todo con lo que respondió fue esto: -"¿Qué remedio, mis fuertes? ¡Pues con esto ya fuimos aquí!# ¡Con esto ya se nos dio lo merecido!# ¿Acaso hay algún monte donde subamos? ¿O acaso hemos de huir? Somos mexicanos: ¿acaso en verdad se dará gloria a la nación mexicana? Dignos de compasión son el pobre viejo, la pobre vieja, y los niñitos que aún no razonan. ¿En dónde podrán ser puestos en salvo? Pero# no hay remedio# ¿Qué hacer?# ¿Nada resta? ¿Cómo hacer y en dónde?# Ya se nos dio el merecido# Como quiera que sea, y lo que quiera que sea# ya tendremos que verlo con asombro#".
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Capítulo VI Los relatos acerca del pasado: Crónicas e historia Los antiguos mexicanos desarrollaron una primera fase de crónicas en sus códices, valiéndose de su escritura principalmente ideográfica, es decir, representativa de conceptos. De modo esquemático hacían así el registro, al lado de las fechas calendáricas, de los acontecimientos más importantes, cuyo recuerdo debía preservarse. Pero, asimismo, se conservan otros testimonios en los que se transmiten relatos que permiten conocer más de cerca la vida y actuación de los gobernantes y el pueblo en distintas épocas. La selección que aquí he formado incluye varias muestras de considerable interés. Una es la procedente de la Crónica Mexicáyotl compilada por Tezozómoc. El relato habla del modo como el señor azteca Huitzílihuitl hizo suya a la hija del gobernante de Cuauhnáhuac (la actual Cuernavaca). En la narración se mezclan recordaciones del pasado y supuestos aconteceres portentosos. También se reúnen aquí otros textos que hablan de un lugar, bien conocido dentro y fuera de México. Dicho sitio es Chapultepec, con su cerro y bosque, donde existe actualmente el parque más extenso y hermoso de la ciudad de México. Otro relato sobre la lucha entre los hombres de México-Tenochtitlan y sus vecinos, los de Tlatelolco, lo proporciona el Códice Cozcatzin. Este manuscrito fue testimonio que se presentó en un litigio sobre la propiedad de tierras. Sin embargo, para justificar una serie de afirmaciones, en él quedó incluida esta significativa relación que recoge varias anécdotas legendarias y es, en sí misma, buena muestra del dramatismo que puede hallarse en composiciones literarias de contenido histórico. Textos como éste dan prueba de que la historiografía indígena sobrepasó la etapa de las meras crónicas en las que, al lado de las fechas, se indicaban simplemente los acontecimientos principales. Finalmente aduciré otros testimonios referentes a las actividades de los mercaderes que efectuaban su comercio con pueblos de lejanas tierras. Se trata de textos que muestran aspectos de lo que era la vida económica en el ámbito de Mesoamérica. DEL MODO COMO OBTUVO ESPOSA HUITZILÍHUITL Huitzilíhuitl solicitó asimismo a una princesa Cuaunáhuac, llamada Miahuaxíhuitl, hija del llamado Ozomatzinteuctli, rey de Cuauhnáhuac. Según expresaron los ancianos, entonces constituían el dominio de Ozomatzinteuctli todos los naturales de Cuauhnáhuac, quienes le entregaban todo el algodón imprescindible, así como los muy variados frutos que allá se daban. De todo lo mencionado nada podía venir ni entrar aquí a México, ni les venía algodón acá a los mexicas, por lo cual andaban en gran miseria: sólo algunos de los mexicas vestían de algodón, y algunos más llevaban "máxtlatl" (braguero) hecho del "amoxtli" que se daba en el agua. A causa de esto fue a solicitar a la princesa de Cuauhnáhuac por esposa de Huitzilíhuitl, rey de los mexicas. Decía: "¿Cómo podremos emparentar con Ozomatzinteuctli?, ¡que vayan a pedirle su hija para mí!" Según se dice, de antemano había hecho Huitzilíhuitl buscar cuidadosamente por todas partes, pero no quiso de ningún otro lado. Su corazón se fue solamente a Cuauhnáhuac, por lo cual inmediatamente envió a los ancianos a pedirla por esposa. Según se dice, Ozomatzinteuctli era brujo, "nahualli": llamaba a todas las arañas, así como al ciempiés, la serpiente, el murciélago y el alacrán, ordenándoles a todos que guardasen a su hija doncella, Miahuaxíhuitl, que era muy bella, para que nadie entrase donde ella, ni nadie la deshonrara. Estaba encerrada y muy guardada la doncella, hallándose toda clase de fieras resguardándola por todas las puertas del palacio a causa de esto había muy gran temor, y nadie se acercaba al palacio. A esta princesa Miahuaxíhuitl la solicitaban los reyes de todos los lugares porque querían casarla con sus hijos, pero Ozomatzinteuctli no aceptaba ninguna petición. Ya se dijo que Huitzilíhuitl hacía que los ancianos buscaran cuidadosamente por todas partes en Chalco, en el Tepanecapan, aunque allá sí eligió (a otra de sus mujeres); en Aculhuacan, en Culhuacan, en Cuitláhuac, en Xochimilco. Durante la noche, le habló Yoalli (el dios Tezcatlipoca) en sueños a Huitzilíhuitl diciéndole: "Entraremos en Cuauhnáhuac a despecho de la gente, iremos a casa de Ozomatzinteuctli, y tomaremos a su hija, a la llamada Miahuaxíhuitl." En cuanto despertó Huitzilíhuitl envió inmediatamente a Cuauhnáhuac a solicitarla por esposa. Al oír Ozomatzinteuctli la exhortación con la que los mexicas solicitaban a su hija, tan sólo se llegó a ellos y les dijo: "¿Qué es lo que dice Huitzilíhuitl? ¿Que podrá él darle? ¿Lo que se da en el agua, de modo que, tal como él se viste con "máxtlatl" de lino acuático y de "amoxtli", así la vestirá? ¿Y de alimentos qué le dará? ¿O acaso es aquel sitio como éste, donde hay de todo, viandas y frutas muy diversas, el imprescindible algodón, y las vestiduras? ¡Id a decir todo esto a vuestro rey Huitzilíhuitl antes de que volváis aquí!" Debido a esto vinieron inmediatamente los casamenteros a decirle a Huitzilíhuitl que Ozomatzinteuctli no consentía en dar a su hija. Mucho se angustió éste al saber que no se aceptaba su petición. Yoalli le habló nuevamente en sueños, le dijo: "No te aflijas, que vengo a decirte lo que habrás de hacer para que puedas tener a Miahuaxíhuitl. Haz una lanza y una redecilla, con las cuales irás a flechar a casa de Ozomatzinteuctli, donde está enclaustrada la doncella su hija, así como una caña muy hermosa; ésta adornada cuidadosamente y píntala bien, plantándole además en el centro una piedra, muy, muy preciosa, de muy bellas luces. Irás a dar allá por sus linderos, donde flecharás todo, e irá a caer la caña, en cuyo interior irá la piedra preciosa, allá donde está enclaustrada la hija de Ozomatzinteuctli, y entonces la tendremos". Hízolo así el rey Huitzilíhuitl, yéndose a los linderos de los Cuauhnáhuac, e inmediatamente flechó, usando la caña muy bien pintada y admirablemente hecha, en cuyo interior iba la mencionada piedra preciosa, de bellísimas luces. Fue a caer ésta a mitad del patio donde se hallaba enclaustrada la doncella Miahuaxíhuitl. Cuando cayó la caña a medio patio y la doncella Miahuaxíhuitl la vio bajar del cielo --según se indica--, al punto la tomó con la mano, maravillándose luego, mirando y admirando sus variados colores cual nunca vieron otros. Inmediatamente la rompió por el medio y vio dentro de ella la mencionada piedra hermosísima y de muy bellas luces, la cual tomó diciéndose: "¿Será fuerte?" Plantándosela en la boca, se la tragó, se la pasó y ya no pudo sacarla, con lo cual dio principio su embarazo y concepción de Motecuhzoma Ilhuicaminatzin..." TEXTO ACERCA DE LOS MERCADERES Aquí está cómo estuvo establecido en tiempos antiguos el arte de traficar, en qué modo comenzó En tiempos de Cuacuaauhpitzaua comenzaron el arte de traficar los jefes de los comerciantes: Itzcohuatzin, Tziuhtecatzin. Lo que era materia de tráfico, lo que vendían era puramente plumas rojas y verdes de la cola (de ave), y plumas de ave roja. Solamente estas tres cosas eran con que hacían mercadería. Y en segundo lugar vino a regir Tlactéotl y en su tiempo se instalaron jefes de tráfico. Ellos: Cozmatzin, Tzompantzin. En tiempo de éstos se dio a conocer la pluma de quetzal, aún no la larga, y la de zacuan, y turquesas y jades y mantas suaves y pañetes suaves: lo que se vestía la gente hasta entonces todo era de fibra de maguey: mantas, camisas, faldellines de hombre, de fibra de maguey. Y en tercer lugar se vino a poner como rey Cuauhtlatohua y también en su tiempo se pusieron jefes de los traficantes; ellos: Tulan, Mimichtzin, Miexochitzin, Yaotzin. En su tiempo se dio a conocer el bezote de oro y la orejera de oro y la pulsera: se llama "sujeta mano" (anillo), y collares de cuentas gordas de oro, turquesas y grandes jades y plumas de quetzal largas y pieles de tigre, y plumas largas de zacuan y de azulejo y de guacamaya. Y en cuarto lugar se vino a poner como rey Moquíhuix. Y en su tiempo también se pusieron jefes de los traficantes; ellos Popoyotzin, Tlacochintzin. Y también en su tiempo se dieron a conocer las mantas finas, las muy hermosas, con el joyel del viento labrado de rojo, y las mantas de pluma de pato y mantas de cazoletas de pluma y hermosos pañetes finos, con bordados en la punta, y muy largas las puntas del pañete. También faldellines bordados, camisas bordadas y lienzos de ocho brazas, mantas de grecas retorcidas, y cacao. Y todo esto, todo lo mencionado: plumas de quetzal, oro, jades, toda clase de pluma fina entonces precisamente se multiplicó, abundó. Pero el Señorío de Tlatelolco llegó a su fin en tiempos de Moquíhuix. Cuando él hubo muerto, ya no se instaló rey en Tlatelolco a nadie. Allí dio principio el regirse no más por jefes militares. Y entonces comienza el puro gobierno de jefes militares en Tlatelolco. Aquí están los jefes militares que tomaron el cargo y se instalaron en el solio y estrado que dejó vacante Moquihuixtzin. Los que tuvieron el mando fueron éstos: un Tlacatécatl de bajo orden, Tzihuacpopocatzin, y un Tlacochcálcatl de bajo orden, Itzcuauhtzin: ambos personas nobles. Y después, como Tlacochcálcatl, Tezcatzin y como Tlacatécatl, Totozacatzin: ambos caballeros águilas, nobles mexicanos. Ahora bien, aquí están los que fueron sucesores de los jefes de los traficantes, los que fueron instalados en el régimen y mando: Cuauhpoyahualtzin, Nentlamatitzin, Huetzcatocatzin, Zanatzin, Ozomatzin el Grande. Y en Tenochtitlan reina Ahuitzotzin: en su tiempo es cuando llegaron los traficantes hasta Ayotla, en la costa. Entonces sobre ellos vino impedimento: cuatro años estuvieron encarcelados en Cuauhtenanco. Allá fueron sitiados en guerra. Los que les hacían la guerra: el habitante de Tecuantepec, el de Izuatlan, el de Xochtlan, el de Amaxtlan, el de Cuauhtzontlan, el de Atlan, el de Omitlan, el de Mapachtépec. Estos mencionados todos son grandes pueblos. Pero no sólo éstos los combatían, hacían contra ellos lucha, sino que los cercaban en unión todos los de la costa, cuando luchaban contra ellos estando allá encerrados en Cuauhtenco. Y se lograron cautivos también de parte de cada traficante: no hay cuenta de cuántos aprendieron de los que no tenían insignias militares; no los contaron: solamente se metieron los que tenían banderetas de pluma de quetzal. Los que tenían puestos pieles de pájaro azul, o pieles de pluma de trogo, escudos con mosaico de turquesas, narigueras de oro en figura de mariposa, y arracadas anchas de oro pendientes de las orejas, muy anchas, que bien llegaban a los hombres, y banderolas de plumas de zacuan, o de quetzal, y brazaletes que ceñían lo molledos. A éstos sí los pudieron contar: fueron sus cautivos de ellos: alguno aprehendió veinte, alguno aprehendió quince. Y cuando se acabó el pueblo, cuando desapareció el costeño, luego en su lugar entró el mexicano. Y fue entonces cuando discutieron, al haberse reunido en junta, dijeron: "Mexicanos, traficantes, gente que anda por cuevas: hizo su oficio el portentoso Huitzilopochtli: a su lado, junto a él hemos de llegar hasta nuestra ciudad. Nadie se enorgullezca, nadie haga por esto gala de hombría tocante a todos nuestros dominados, los que fueron hechos cautivos. No hemos hecho más que venir a requerir tierras para el señor portentoso, Huitzilopochtli. Y aquí está nuestra adquisición, lo que hemos logrado, lo que fue el precio de nuestros pechos, de nuestras cabezas: Con esto hacemos ver, con esto llegaremos a dar a México, bezotes de ámbar, y orejeras con plumas de quetzal encasquilladas, y bastones con labores de varios colores, y abanicos hechos de plumas de faisán. Y aquí están nuestras capas, mantas de nudo torcido; y nuestros pañetes, pañetes de nudo torcido. Todo esto será nuestra propiedad, nuestra adquisición, nuestra fama de hombres: nadie podrá tomarla, de cuantos en México viven traficantes, gente que anda en cuevas, que con nosotros no vinieron, con nosotros no se fatigaron, sino que será cosa exclusiva nuestra". Y en el tiempo que pasaron cuatro años allá en Ayotla bien llegaba su pelo hasta el abdomen cuando acá vinieron. Pues cuando oyó fama de ellos Ahuitzitzin, que ya vienen los traficantes, los que andan en cuevas que fueron de viaje hasta Ayotlan, luego dio orden para que los fueran a encontrar. Todo el mundo enteramente fue a encontrarlos: a esos los guiaban los incensadores, los sacerdotes, y en seguida los jefes, los capitanes. Iban llevando los incensadores incensarios, incienso de la tierra, pericón, caracoles, los iban tañendo e iban cargando morrales: ésos son los morrales del incienso. Y los principales, los magnates llevaban puestas sus chaquetillas, y llevaban cargando sus calabazas para el tabaco. Al ir, van en hileras, van en dos hileras y allá fueron a encontrarlos en Acachinanco. Cuando hubieron llegado luego los inciensan los que fueron a su encuentro: así se hacía antaño. Hecho así, los vienen acompañando, los vienen precediendo; todos los que fueron a encontrar a la gente, van en hileras. ¡Puede que no hubiera quien no quisiera verlos! Cuando han llegado nadie va a su casa, sino que luego los llevaron derecho al palacio de Ahuitzotzin. Cuando hubieron llegado al medio del patio, luego se quema incienso en el gran brasero. Los vino a encontrar el rey Ahuitzotl, les dijo: "Tíos míos, traficantes, gente de las cuevas: os habéis fatigado; tomad descanso, reposad". Los vino a colocar entre los príncipes, los nobles. Allí estaban en hileras ordenadas los dignos de gloria, los jefes de la guerra, nadie se ha ausentado. Y cuando se hubo sentado Ahuitzotzin, luego le fueron dando las ofrendas: todo cuanto cautivo fue hecho, penachos de plumas de quetzal, banderas de plumas de quetzal o de trogo, pieles de pájaros azules, pieles de tzinitzcan, braceletes para los molledos, escudos de mosaico de turquesa, narigueras de oro en figura de mariposa, arracadas de oro para las orejas: delante de él se lo pusieron como un tributo. Luego le hacen una arenga, le dijeron: "Rey nuestro, que seas feliz: aquí está el precio de la cabeza y del pecho de tus tíos los traficantes, los viajeros, los que se recatan por las cuevas, los que espían a la gente como guerreros. Si fue su aprobación, su angustia, su congoja, si fueron sus logros, ¡dígnate recibirlo!" Y en seguida les dijo: "Tíos míos, os habéis cansado, os habéis afanado: ¡lo quiso el señor portentoso Huitzilopochtli! Hicisteis bien vuestro oficio y ahora pongo los ojos en vuestro rostro y en vuestra cabeza. Aquí está: vuestro caudal, precio de vuestro pecho y de vuestra cabeza. Nadie os lo quitará, que ciertamente es vuestra propiedad, vuestra adquisición: vosotros lo habéis merecido". Y luego les dio mantas: entreveradas con papel, con (bordado de) mariposa en el borde, y mantas con cazoletas y con husos (bordados), y con flores color de tuna, y de ocho tiras, y pañetes de tuna con largas puntas. Con esto les dio a entender que habían llegado hasta Ayotla. Y les dio también a cada uno un ato de mantas de pelo de conejo. Y a cada uno, una canoa de maíz desgranado, frijol y chia: con lo que fueron llevados cada uno a su casa. Y cuando se hizo guerra allá en Ayotlan, por haber estado cerradas las entradas de los traficantes y comerciantes recatados, por cuatro años, fue precisamente cuando la ciudad se abrió paso con el frente de Águilas y con el frente de Tigres. Y todas las mentadas divisas militares, los penachos de plumas de quetzal, todos se los pusieron a sí mismos los traficantes, como que vencieron y derrotaron a aquéllos. Pues, cuando oyó el rey Ahuitzotl que se había cerrado el cerco contra los traficantes y los comerciantes disfrazados, luego envió gente allá: el que fue enviado fue Motecuzomatzin, que ejercía el oficio de Comandante del Arsenal: aún no había sido puesto como rey en aquel entonces. Y cuando marchó y se fue a cumplir la palabra: va a Ayotla porque han perecido los traficantes. Y luego vinieron a cercarlo los traficantes viajeros, le dijeron a Motecuhzoma: "Señor, te has fatigado, te has afanado: ya no debes llegar a donde te diriges, ya es la tierra del Señor portentoso Huitzilopochtli. Han hecho su oficio tus tíos los traficantes mexicanos, los que andan coerciando recatadamente". No hizo más que volverse, ya no hizo nada de guerra, su puro oficio fue ir a traerlos. Y fue entonces cuando quedó totalmente abierta la tierra de la costa: ya nadie fue nuestro enemigo, de zapotecas y costeños. En cuanto al penacho de plumas de quetzal, allá en Ayotla quedó cautivo. No había tal cosa aquí en México, hasta entonces se dejó ver; los que lo cautivaron fueron de Tlatelolco, lo tomó como cosa de su uso personal Ahuitzotzin. Y en cuanto a los jefes de los traficantes, a los que andan recatados por cuevas comerciando, los que acechan a la gente, los que entran en plan de guerra, principalmente los honraron: les pusieron en los labios bezotes de oro, con que se diera a conocer que ellos eran correos y espías reales. Y les dio (el rey) mantas preciosas, las mencionadas, y los pañetes de precio se hicieron privilegio de ellos. Hasta entonces se los ponían cuando era la gran fiesta, que iba a salir en el día de Tlacaxipehualiztli. Era en este tiempo cuando se ponía en movimiento general todo el contorno, mucho se concentraba en México en la fiesta que salía cada año: era cuando exhibían sus galardones y, en fin de cuentas, cuando se reunían aquí los señores que gobernaban las ciudades. Entonces fue cuando tuvo principio el beber bebida embriagante al sacrificio de la rueda de piedra: delante de ella se hacia: estaba mirando cuántos cautivos iban a ser sacrificados. Pero lo veían también aquellos que no tienen corazón fuerte; también lo veían algunos que por un poco de tiempo venían a admirar aquello, se mostraban varoniles, algunos aun a bailar venían. Y los reyes los gratificaban con mantas regias, con bordados de cazoletas, o de pintura de águilas, y con abanicos de plumas de guacamaya: los gratificaban todos los que regían ciudades. Y cuando se hacía la fiesta de rayar gente ellos estaban colocados bajo unas sombras. Y cuando no era día de fiesta, en tiempo común y corriente, los mantos que se ponían los jefes de los traficantes, los que bañan esclavos para el sacrificio, los que andan recatados por las cuevas, los que venden gente para la ofrenda, no más mantas de fibra de palma, tejidas con finura; en todo tiempo era con lo que andaban vestidos. Pero los nobles también en aquel entonces andaban vestidos con mantas preciosas, hermosas cuando iban pasando las fiestas grandes, con que vamos alcanzando cada año. Y cuando era tiempo común y corriente, que no era día festivo, también se vestían con mantas de fibra de palma, finamente tejidas, no más que las acomodaban en el modo de ajustarlas. Por esta razón, eran muy mirados los nobles, eran muy ostentosos. Pues cuando daba orden el rey Ahuitzotzin de dónde tenían que entrar los jefes de los traficantes, los que andan recatados por las cuevas, los espías de guerra, los llamaban ante sí Ahuitzotzin. Ellos oían su orden para ir como exploradores reales a la costa. Y cuando habían ido a la casa del rey Ahuítzotl, luego él les daba sus bienes: mil seiscientas mantas chicas: las daba para comerciar. Y cuando habían ido a recogerlas, las traían aquí a Tlatelolco. Y ya que habían venido, luego se sentaban juntos los traficantes tlatelolcas y los traficantes tenochcas. Unidos unos con otros se hacían sus arengas, expresaban su pensamiento y su palabra, sus intenciones y sus consejos. Y hecho así, cuando ya hablaron entre sí, cuando unos con otros se reanimaron, luego se hacen unos a otros el reparto: ochocientas mantas chicas toman los tenochcas, y también ochocientas mantas chicas toman los tlatelolcas. Y con aquellas mantas luego se compra: mantas para príncipes, con cazoletas adheridas, hechas de pluma, y mantas con pinturas de águilas, y con cenefas y orlas de plumas y pañetes propios de príncipes, con puntas largas y camisas y faldellines de mujer bordados. Estos efectos son propiedad o pertenencia de Ahuítzotl; se los llevaban en comisión los traficantes de la costa. Y aquí están los efectos comerciales, las pertenencias de los traficantes con que hacían su tráfico yendo en comisión real: oro real como corona de rey, y ataderos de oro en forma de cinta para la frente, y collares de cuentas gordas pendientes, hechos de oro, y orejeras de oro, y cierres de oro de que tienen necesidad las mujeres de la costa. Las mujeres de nobleza de la costa con estas joyas cierran su cuerpo. Y argollas para las manos que se llaman cierres de mano. Y orejeras de oro, y orejeras de cristal de roca. Los que no son más que gente vulgar necesitan esto: orejeras de obsidiana, orejeras de metal, y de estaño y sostenedores de obsidiana para rasurar, y puntas de obsidiana aguzadas, y pieles de conejo, y agujas y cascabeles. Esto era en lo que consistía totalmente la hacienda y caudal propios de los traficantes, de los que andan a hurtadillas y de los que van en viaje por comisión real.
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CAPITULO VI Del provecho temporal que resultaría a la iglesia y a sus ministros (y a S.M. en el ramo de los reales novenos) de la población de la campaña Por solo el provecho de fomentar la cría de ganado vacuno y el de precaver que se nos extraiga, muerto o vivo para los portugueses del río Grande, sería de acometer a poblar nuestros campos y domesticar sus habitantes, sacando el gasto del erario. Pero no sólo el Estado, la población, la Real Hacienda, el comercio y la riqueza nacional, los que tienen interés en que se reforme y cultive la campaña. La iglesia es la más perjudicada en que no se lleven a efecto las providencias de reforma que dejamos apuntadas. No hablamos de la pérdida principal de las almas de los miserables que nacen y mueren en la ignorancia que hemos referido. Tratamos de la pérdida temporal que hace el culto y los ministros del Altar por falta de arreglo en la campaña. Su esterilidad procedida de la incuria de sus habitantes es la causa del desamparo de sacerdotes y ministros en que la hemos considerado; porque si se pudiese esperar de sus cosechas un diezmo razonable con que costear iglesias y Pastores no le faltarían tan absolutamente. Pero es el caso que ni la campaña contribuye lo que debe en justicia, ni rinde lo que pudiera, ni quiere pagar lo que está en costumbre. Explicaremos estas tres proposiciones. No contribuye lo que debe de justicia, porque el diezmo de los cueros no lo pagan los estancieros de más de sesenta años a esta parte; y aunque se litigó este punto entre el Cabildo Eclesiástico y Secular en Buenos Aires, y obtuvo el primero a su favor sentencia de vista y revista (de que se libró la competente ejecutoria por el Consejo de indias) no se ha resuelto ponerla en ejecución su actual obispo don Manuel de Azamor, bien por un efecto de su carácter que va más allá de los límites de la liberalidad, o bien por no embarcarse en la resistencia que se puede recelar de los hacendados. No rinde lo que pudiera porque hallándose inculta virgen toda la tierra de la campaña a excepción de alguno cortos retazos hacia las orillas de los ríos, su diezmo es tan escaso que no merece consideración, pues un terreno de tan grande extensión sólo ha rendido en los cuatro últimos años lo que consta de la siguiente nómina. Año de 1790 En granos ...... 8520"2 En ganados de la jurisdicción ................................................................... 1485 Idem de la Campaña ..............................................................468. 6 11, 058, 5 Huertas y aves .................385. Ciudad y ejido ..........................................................................................130.5 Año de 1791 Granos 5443,3 Ganado de la jurisdicción ..........................................................................2187 Idem de la Campaña ........................................................901. 6 1/2 9" 180" 4- Año de 1792 (Granos)..............................................................................................(5 (//)) Granos ....................................................................................5999 5.10"558"5 Ganado de la jurisdicción ..........................................................................2875 Huertas y aves............................................................................320 (30 578) Ciudad y ejido............................................................................. 070 30, 797.6 Año de 1793 Granos......................................................................................................7276,4 Ganado de la jurisdicción ......................................................................2047, 4 Idem de la Campaña ....................................................................... 819 10 578 Huertas y aves .........350 Ciudad y ejido ...........85 Finalmente no se quiere pagar en la Campaña lo que está en costumbre; porque este corto rédito que pagan a la iglesia, que tratan en la actualidad reclamarlo ante el Virrey de Buenos Aires pidiendo ser relevados en justicia del pago de este diezmo; poniendo por fundamento que la carga de los partícipes que consiste en la administración de los Sacramentos y en el Pasto Espiritual no lo cumplen en ninguna forma, puesto que ni tienen párroco, ni doctrina, ni misa en todo el año, y a virtud de esta excepción solicitan entrar a litigar en juicio con su obispo la indemnidad del pago de los diezmos, no contentos con que se les haya perdonado el de los cueros de sesenta años, cuyo importe pondría espantos, si se pudiese liquidar. Y unos hombres que en verdad no saben presignarse ni decir el Alabado, hablan con denuedo en puntos de derecho; verificándose en esto lo que dice San Lucas, que los hijos del siglo son más prudentes que los hijos de la luz en lo que mira a sus intereses temporales. Los totales de la renta de diezmos que acabamos de copiar, manifiestan la extraordinaria feracidad del terreno que los produce; el diezmo del grano de la jurisdicción de Montevideo resulta ser de siete mil pesos al año más abundante, cantidad que equivale a setenta mil de producto y estos setenta mil pesos se pueden estimar en ochenta mil por la costumbre de cobrarse el diezmo por medio de encabezamientos, o de iguales ajustadas a ojo, o por las relaciones de los deudores que nunca pecan de largas. Estos 80 pesos de granos en un país donde el precio regular de la fanega de trigo sólo es de dos pesos en tiempo de cosecha, supone que el acopio de las cosechadas debe ser de cuarenta mil fanegas de medida de aquellas Américas, la cual es un setenta y cinco por ciento mayor que la de España; y las cuarenta mil de la cosecha de Montevideo se dan sobre un pedazo de terreno estrecho y mal cuidado que en nuestra península no alcanzaría quizás a rendir diez mil fanegas de su medida municipal, y en algunas partes se coge este fruto sin haber dado más beneficio a la tierra que el de un par de rejas, y con esta simple operación se retira descuidado el labrador, dejando a cargo de la naturaleza que haga lo que falta, hasta dar las espigas cargadas al tiempo del estío. Como este fruto no tiene estimación en aquel lugar, ni consumen sus habitantes la cantidad proporcionada a su número, no se dedican a la labranza con aquel ahínco que lo hacen nuestros españoles, o por mejor decir lo hacen con tan ningún empeño ni solicitud que son labradores, y en nada parecen que piensan menos. Bien es cierto que esto no se puede atribuir enteramente a la incuria de aquellos naturales, sino al poco valor que tienen los trigos por falta de salida y de consumo; y el poco provecho que sacan de esta negociación los inclina con preferencia a la cría de ganados, que es sin comparación más lucrativa. Pero el precio de los trigos crecería allí visiblemente juego que se poblase la campaña y se comenzase a civilizar porque así se mejorasen de costumbres aquellos habitantes, trocadas las suyas por las nuestras darían principio al uso del pan de que ahora no hacen aprecio aunque se les pone en las manos, y haciendo construir molinos de agua o de viento (que para uno, y otro es la situación aparente), reducirían sus granos a harinas y podrían hacer dos comercios ventajosos: uno con España que no siempre cosecha el que necesita, y otro con el Paraguay que no produce este fruto y lo hace conducir de las campiñas de Corrientes. En el día le faltan a Montevideo estos recursos, y no tienen sus trigos otro despacho que el que se consume en la Ciudad y Bahía; con lo que lejos de animarse a la siembra de este efecto, ni aún lo hacen del preciso para la jurisdicción de Montevideo, y necesitan socorrerse de Buenos Aires en algunos años; y como los labradores no lo son de perfección, ni tienen fondos ni quien se los preste, apenas alzan el trigo cuando empiezan a rogar con él, sino es que para poderlo segar han necesitado venderlo en la espiga por un precio ínfimo; y así el poder sacar a la campaña con nombre de diezmos siete mil pesos en producto de los granos, es una partida exorbitante, con todo de no ser ella el diezmo de lo que se podía recoger. Luego que principiase la campaña a alimentarse de pan en todas sus comidas y se abriese la negociación con el Paraguay y con España, subiría el precio del trigo a cuatro pesos en tiempo de cosecha; y esto sólo bastaría a empeñar a aquellos naturales en una labor de tanta necesidad y donde hoy se cogen cuarenta mil fanegas se cosecharían doscientas mil y cabiendo a él diezmos de veinte mil, bastaría su producto sólo a mantener una catedral en Montevideo que excediese en rentas a las de Buenos Aires, Paraguay, Córdoba, Santa Cruz y otros de aquella América y a muchas de las de España. E1 Reino de Chile, con ser de mucho menos extensión que el campo de Montevideo produce el trigo de su gasto y negocia con Lima en 200, a 250 mil fanegas todos los años por medio de los barcos de este tráfico; las mismas que cambia por azúcar, mieles, chancacas, cacao de Guayaquil y cascarilla; y aunque lo venden tan barato que a ocasiones no sacan más que cinco reales por cada fanega (puesta en el puerto de Valparaíso distante cuarenta leguas de la capital del Santiago) y lo común es venderlo de 8 a 10 reales con todo, vemos que no abandonan este tráfico bien sea porque en el cambio con aquellos efectos de Lima adelantan algunos intereses, o bien porque la suma feracidad de la tierra, da costeada la cosecha y es ganancia la mayor parte del precio que produce. Pero los labradores de Montevideo que tienen la bella proporción de despachar sus trigos a España hechos harina, podrán aventajar un 200 por 100 sobre Chile, porque lo venderían a tres pesos en grano, y a cuatro en harina, quedándoles el producto de afrecho que es renglón útil en la América y sin esto le bastaba la provisión del Paraguay para hacer grandes progresos en este tráfico; porque precisamente son puertos de mar los del Paraguay y Montevideo, y por la navegación del Paraná se hace a poca costa la transportación de todo lo que se comercia con Buenos Aires en unos barcos pequeños que llevarían el trigo y las harinas y volverían cargados de los preciosos frutos de tabaco y maderas (en que abunda el Paraguay y hacen un fuerte comercio con Buenos Aires) y hierba mate que tiene el privilegio de ser único en aquel suelo y abastece toda la América meridional. Hoy no se practica este comercio porque el gremio de labradores de Montevideo está reducido a un corto número de miserables, cuyas cosechas no pasan nunca de cien fanegas de trigo, y para recogerlas necesitan ordinariamente que se les dé el precio en que lo compraban en flor que apenas les alcanza para los gastos. Pero congregarlos todos estos labradores en población, y teniendo quien los socorriese, o formando compañías emprenderían negociaciones ultramarinas, fabricarían molinos y construirían carretas con que transportarían sus granos a poca costa estimulados de la ganancia; y esto mismo animaría a la gente de la campaña a dilatar sus siembras hasta sacarle a la tierra todos los años tanto, o mayor número de fanegas que el que se cosecha en el reino de Chile y de siete mil pesos que contribuyen hoy por diezmo de granos los inmensos campos de Montevideo, se podrían esperar veinte mil al precio de tres pesos cuando menos sin aguardar al invierno para su venta. El maíz, la cebada, el garbanzo, el arroz, la lenteja, el fríjol, y demás semillas se podrían dar en igual abundancia y negociarse con el mismo provecho, contribuyendo este comercio a fomentar la carretería y la arriería, con lucro manifiesto del diezmo que es casi nada lo que hoy percibe por estos renglones. Pero la renta más poderosa con que podría contar la iglesia y la que por sí sola bastaría a mantener una catedral con toda decencia sería el ramo del ganado. De dos especies se hace cría abundante en los campos de Montevideo: vacuno y caballar y en menos porción que éstas el ovejuno y el de cerda. Este diezmo se cobra con separación de términos, unas veces por medio de arrendamientos y otras por administración. El primero de los términos es el que significa en las nóminas que hemos copiado al folio con la expresión de ganado de la jurisdicción y el segundo término explicado con la denominación de ganado de campaña. Aquel término comprende el territorio propio de la jurisdicción del Gobierno de Montevideo a la cual sirve el límite un cerro llamado Pan de Azúcar por el lado del mar, distante de Montevideo como veinticinco leguas, y partiendo de aquí a buscar la orilla del Paraná por una sierra que dicen La Cuchilla Grande, va a dar al arroyo de Cofré, encerrado en su ámbito un espacio de cuarenta leguas. Y el otro término arranca desde la cuchilla citada hasta el río Grande de San Pedro por la banda del mar; y hacia el norte oeste, hasta los pueblos de misiones, y hasta los linderos de la línea divisoria y campos neutrales de las dos coronas. Siguiendo la cobranza de los diezmos de esta misma división, hallamos en las planillas del Quadriennio que el año que más ha rendido fue el del 1792 en que produjo 1.875 pesos libres; y vemos igualmente que el ganado de la campaña produjo en este mismo año 1.300 pesos habiendo habido algún tiempo en que sólo ha producido 468 pesos o reales. juntando aquellas dos sumas, sacamos que el valor total de lo que ha percibido la Iglesia de Buenos Aires por el diezmo de ganado vacuno, yeguas, lanas y de cerda en el año más florido ha sido el de 3.343 pesos 6 reales libre de gastos pero sujetos a la deducción de los Reales Novena. Pues esta cantidad de 3.343 pesos 6 reales sería escasa para el Ramo de los Novenos si hubiese buen orden en la campaña; y no sería demasiada para ser el diezmo que se podría recoger. No hay duda, ni es una hipérbole esta proposición. Fácilmente se recogería del diezmo el ganado vivo de las cuatro especies dichas, 33.437 pesos reales que es el diez tanto de aquella cantidad, reduciendo la campaña a un sistema político y cristiano. Para extraer de la campaña aquella suma no son menester más que 20 novillos que es el diezmo de 200 de cría; y bien fuese que estos novillos se destinasen al abasto, o bien que se redujesen a cueros, dejarían libres de gastos mucho más que 33.437. Conducidos al matadero deja cada novillo diez reales de utilidades cuando menos fuere del cuero; y faenados éstos y vendidos en el campo o embarcados para España, nunca podrían venderse por menos que por otros diez reales libres de gastos; con que deduciéndose veinte reales de cada animal, se sacaba por ellos, mayor cantidad, que la que hemos dicho. Para tener por posible la cabida de 20 novillos todos los años en el diezmo de Montevideo debemos traer a la memoria lo dicho al número de orden a que los inteligentes en esta materia computan en un millón de animales los multiplicos del ganado vacuno que queda vivo cada año, después de lo que se comen los perros, y son abandonados por sus madres, añadiendo que cesando esta mortandad por medio de las providencias de buen gobierno, se acrecentaría el aumento hasta una mitad. No obstante haciendo nosotros la cuenta con sólo el ganado de rodeo, nos figuramos que de los tres millones de vacas y novillos que se dan a la campaña, sólo se pastorease la mitad, y que ésta produjese de aumento u respectiva tercia parte; y que de ellas solas se pagase el diezmo. Cobrándose únicamente por este pie, fijo y renunciándose el derecho a lo demás, cabían a la iglesia de Buenos Aires cincuenta mil cabezas de ganado todos los años; y dado que perdonase el medio diezmo, le quedaban veinticinco mil por su veintena; y separando 2.784 para los dos Reales Novenos, restaban a la iglesia 22.216, y faenadas, o llevadas al abasto habían de producirle 44.432 pesos y lo que valiese el sebo y la grasa. Si dejamos correr la pluma por todos los espacios posibles de este dilatado horizonte deduciremos unas sumas que causarán espanto y darán que criticar al que no tenga inteligencia de este océano insondable; verificándose entonces lo que hemos concebido muchas veces y oído repetir a diferentes personas que no se puede creer, ni hacer juicio adecuado de la riqueza de aquellos campos sin pasar a verlo, porque nunca se computa bien su valor por mucho que se diga ¿quién ha de creer que hay estanciero de los campos de Montevideo (a quien conocemos y tratamos) que cubre con ganado propio sesenta leguas lineares de terreno? ¿Cómo se persuadirá quien no lo veo que es dueño en la actualidad de cien mil cabezas de ganado, herrado, amansado, y sujeto a pastoreo? Seguramente no lo creerá nadie. Sin embargo el hecho es verdadero, y toda la América meridional conoce al sujeto que decimos. ¿Pero cómo sería posible que en el año pasado de 1792 hubiese salido para España del puerto de Montevideo un millón ciento setenta y un mil quinientos y cuarenta cueros, sino que se procreasen todos los años este mismo número? ¿Cómo podría ser que los portugueses del Brasil poseyeran hoy tantas estancias pobladas de ganados, si nuestros campos no fuesen tan fértiles en esta especie a pesar de nuestra incuria? No hay duda que aun sin necesidad de nueva providencia podría exigir la iglesia de Buenos Aires el diezmo de un millón de vacas y novillos si todo tuviese dueño; y sólo el valor de los cien mil animales a que tendría derecho le daría una renta superior a todas las catedrales de las indias. Pero si se entablase la reforma deseada, si cesase el incierto dominio de las cosas de la campaña, si cada hacendado trajese a rodeo el ganado de su propiedad, si se extinguiesen los perros carniceros, y se ahuyentasen los ladrones, podrían llegar estos diezmos a ciento cincuenta mil cabezas de ganado de asta, y su producido daría fondos para enriquecer la catedral de Buenos Aires y dotar otra en Montevideo. ¿Pues qué diremos a vista de esto del diezmo de las otras cuatro especies de ganado, mular, yeguar, lanar y de cerda? Bástenos decir que un caballo amansado de siete cuartas de alzada se compra en el campo por dos pesos y un potro, o yegua al pecho de la madre por medio real; que una oveja cargada de lana vale dos reales, y tres pesos un cerdo galgo. ¿Cuál será pues la abundancia de estas tres especies de animales, que vale menos, un potro, una yegua, y una oveja en Montevideo que un conejo en España? Compútese sobre estos datos cuanto podría importar a la iglesia el diezmo de los animales de estas cuatro especies y gradúese como se quiera, vendremos a encontrarnos con una suma portentosa de dinero bastante para grandes empresas. A presencia de su alto valor sabríamos discernir de qué bulto ha sido la pérdida que ha hecho la iglesia en el olvido en que ha estado este tesoro. Entonces sabríamos cuanta es la desproporción que dice con la amenidad de aquellos campos la partida de 3.343 pesos ó reales que rindieron los diezmos de todo el ganado en el año anterior de 792. Y sabríamos por último lo que se puede haber sentido, que por la escasez del Noveno de fabrica padesca y esté experimentando la catedral de Buenos Aires la falta de culto, de Ministros y de esplendor con que la hemos visto con espanto. Imaginemos por un momento que la Campaña de Montevideo ha sido poblada con media docena de lugares en que se han recogido los habitantes que hoy viven sin arraigo; figuremos que sus terrenos se han repartido en pedazos de 8 a 10 leguas con ganado proporcionado a su cabida; que se ha prohibido la extracción de cueros orejanos; que se ha extinguido el oficio de changador; que reina el arreglo, y el buen orden en la cría del ganado; que se han matado los perros cimarrones, las yeguas y caballos baguales, que se ha cultivado y sembrado toda la tierra sobrante a la cría del ganado, y que se ha puesto a la iglesia en posesión de todos sus diezmos. Sobre esta hipótesis, recorramos ligeramente las especies de que podría hacer comercio, y pagar diezmo la campaña, computando sus cantidades y valores por unos datos mínimos, y casi imposibles. Supongamos primeramente que nacen todos los años en la banda del norte del Río de la Plata dos millones de ganado vacuno; y demos de gracias que muere la mitad; y que la iglesia en vez de cobrar el diezmo entero de este millón existente, reduce su acción al medio diezmo, y cobrar cincuenta mil cabezas de ganado en lugar de cien mil. Convengamos en que arrienda este ramo por no ocuparse en faenarlo, y que no saca más que cuatro reales por cabeza que son .........25.000 pesos Que entabla su acción a los cueros en uso de la ejecutoria que ganó en el Supremo Consejo, y sólo cobra la veintena. Y pasan do siempre de un millar los cueros que se extraen para España en diez años a esta fe cha, percibe la Iglesia 50 mil cueros por su medio diezmo y los vende a peso.................................................50.000 pesos 75.000 Suma de la bta .......................................................................................75.000 Que razón del diezmo de mulas, yeguas, cerdos, ovejas, lanas, queso, y leche, no sacan más producto que el que le hemos considerado al ganado vacuno que son 25 y bajemos no obstante a.........................................................................15.000 Que poblada y civilizada la campaña se introduce en ella el uso del pan, y que se pone por obra la extracción de harinas para España, y se cosechan al año cien mil fanegas de que recoge la iglesia diez mil y las vende a dos pesos solamente ...........................................................20.000 Que el diezmo de cebada, arroz, fríjol, lenteja, garbanzo, hortaliza, yerbales, frutas, aves, grasa y sebo que recoge ....................................................10.000 Caben al diezmo pesos $ .....................................................................120.000 Aunque esta es en nuestro juicio una mitad escasa de lo que produciría la campaña a la renta del diezmo poblándola y cultivándola, le bajaremos todavía 20 pesos para pagar los dos Reales Novenos, la casa excusada y el 3 p. % de seminario y dejaremos en sólo cien mil pesos el importe de este diezmo. Ya se ve que esta renta era muy deficiente para erigir una catedral en Montevideo que partiese entre su obispo, y el de Buenos Aires la cura de almas de tan grande territorio y que pudiese ser visitado, que es imposible a uno solo. Pero no consiguiéndose entonces el adelantar las rentas de la Mitra de Buenos Aires que con ser una diócesis inmensa es una de las más pobres de América y de España, sería más aceptado poner una Colegiata al cargo de un abad y doce canónigos, dotándola con el diezmo de la jurisdicción del mismo Montevideo y reservar el restante al obispo y canónigos de Buenos Aires para que se pudiesen aumentar sus prebendas hasta el número de 20 ó 24, del de seis a que están reducidas y poner en ella los capellanes veinteneros, sochantres, seises músicos y maestros de capilla de que carece absolutamente, no sin desdoro y grande mengua del culto divino y de la solemnidad de sus funciones. Con este mismo arbitrio engrosaría el noveno y medio de la fábrica que hoy no llega a dos mil pesos y donde pudiese costear aquella iglesia sus festividades, y reponer sus ornamentos y vasos sagrados, y edificar las torres y portada (que no ha podido levantar todavía y salir de la necesidad en que está que le obliga a pedir de puerta en puerta para el alumbrado del monumento en el Jueves y Viernes santo, y la priva hasta de poder reparar su templo material, que siendo tan nuevo (que se estrenó el día 25 de marzo el año de 91) es muy sensible verlo desmejorado por falta de reparo. Entonces viendo duplicarse el obispo las rentas de su mitra dejaría quizás de percibir las cuartas episcopales, que en medio de ser limitadas gravan en demasía a los curas de la diócesis por lo tenue de todos los cuartos del obispado de Buenos Aires, empezando por los del sagrario; o en el caso de percibir este sufragio lo dedicarían a costear la visita de aquella región que acaso no ha sido visitada jamás de sus prelados por ser una obra que requiere gastos y años, y pasa de mil leguas las que hay que andar entre ida y vuelta para darla concluida. Entonces visitando personalmente su obispado los prelados de Buenos Aires, y viendo que copiosa es la mies, y que pocos los operarios, querrían vivir en aquellos desiertos como los primeros obispos, instruyendo, bautizando, confirmando, y administrando toda especie de pasto espiritual a tanto miserable en quien no ha rayado todavía luz de la fe, sin embargo de vivir entre católicos, los cuales permanecen y mueren en la mayor ignorancia de los misterios de la religión, porque no han podido visitarlos sus obispos, ni éstos los conocen, ni ellos a su Pastor. Establecida una colegiata en Montevideo tendrían los obispos personas suficientes que con más facilidad y menor costo saliesen cada año a visitar un pedazo de campaña, mientras el obispo no lo pudiese hacer por sí. A favor de este pensamiento hace mucho el estarse levantando en Montevideo actualmente una iglesia matriz de tres naves con 75 vs. de fondo y de frente que se halla a punto de cubrir su arco toral. Entonces no sería gravoso a S.M. auxiliar con una parte de estos mismos Novenos Reales al convento de San Francisco de Montevideo para que aumentase el número de sus religiosos con el cargo de tener dos todo el año que anduviesen misionando en los pueblos de nueva fundación y por las estancias de mayor concurso; o podría fundarse en el campo si parecía así más conveniente, un convento de misioneros recoletos, semejantes a los de Chillan, y Ocqba de donde saliesen dos religiosos todo el año a hacer sus excursiones apostólicas, quedando en la casa los bastantes para doctrinar, confesar, y dar ejercicios; y se podría exigir con el mismo cargo en Montevideo un oratorio para Padres de la congregación de San Felipe Neri, a que sobrarían sacerdotes que quisiesen destinarse de los muchos y muy ejemplares que tiene aquel obispo. Entonces finalmente la parte del Noveno y medio que llevasen los dos hospitales de Buenos Aires y Montevideo daría para el gasto de estas dos Casas de Misericordia, cuya pobreza es tanta que habiendo un hospital en cada una de estas dos ciudades, es lo mismo que si no lo tuviese; porque la estrechez de estas casas y la cortedad de sus entradas no permite que se puedan curar en ellas una sexta parte de los enfermos que necesitan de este refugio; y si el de Montevideo es estrechísimo y pobre, y carece de botica y de enfermeros, no es mejor el de Buenos Aires atendida la mayor concurrencia de enfermos que sobre un pie de población que es indecente a la Nación tenerlas sin este socorro de la humanidad. Pero si los hombres encuentran donde ser cura dos con más o menos asistencia, las mujeres de uno y otro vecindario carecen de aquel recurso. En Montevideo no tienen hospital bueno ni malo; y en Buenos Aires hay con este título una sala con docena y media de camas en las casas de las Huérfanas y aún para mantenerlas no hay fondos y sobran los apuros. Sin embargo de lo dicho si fuese del agrado de S.M. erigir una catedral en Montevideo hay el arbitrio de partir de norte a sur el territorio de la campaña, y poner a cargo del obispo de Montevideo el terreno oriental hasta el mar, y el occidental al de Buenos Aires, dividiendo en los mismos términos los frutos de ambas diócesis. Porque todo el campo que corre desde la ciudad de Corrientes hasta la colonia del Sacramento, entre el Paraná y el río Negro está más cerca de Buenos Aires que de Montevideo y sería más fácil asistirse y visitarse por aquel prelado que por éste y así se lograría que sin quitar renta a aquella mitra quedase la suficiente para el obispo y doce prebendados en Montevideo; puesto que aunque no produjesen más que cien mil pesos los diezmos de este continente podían aplicarse treinta mil a Buenos Aires y dotarse con setenta mil la nueva catedral; y cuando fuese preciso que S.M. contribuyese a este proyecto con toda la parte de sus dos Novenos y casa excusada en nada se perjudicaba; y en la renta de alcabalas, almojarifazgos y ganado silvestre, iba a ganar mucho más. Últimamente las premisas (de que hemos hablado y se hallan en costumbre de exigirse en los campos de Montevideo) y las cuartas episcopales que se acrecentarían considerablemente, darían nueva renta a los dos prelados y a sus ministros como que se aumentarían los funerales y todas las obvenciones del altar de que ahora no hay noticia en el campo. Lejos de esto los muertos se quedan insepultos las más veces, o se entierran al pie de un árbol; y no logran de sufragios en particular sino cuando algún pasajero halla alguna osamenta humana sobre la tierra, y la conduce a Montevideo a que se le dé sepultura eclesiástica; y no es por falta de piedad sino por defecto de Iglesia y ministros, pues aquella gente en medio de su rudeza y miseria conociendo que es santa y saludable la oración y el sacrificio por los difuntos, se complacen de oír misa y dar limosnas para que se celebren; sobre que vimos en el año de 92, salir un eclesiástico a la campaña y haberle encargado tantas misas los peones que se restituyó a Buenos Aires en muy pocos días con más de 7.000 pesos $ de limosna; y hemos oído referir a otros sacerdotes que se llenan de júbilo aquellas gentes cuando los ven transitar por el campo, que tienen mucha reverencia a su carácter, que oyen la misa con devoción y que todos solicitan que se les confiese. Pero sobre todo lo que más nos admiró fue haber visto despoblarse la campaña en el año de 92 y bajar a Montevideo con la ocasión de haberse presentado allí una ejemplar señora (que tiene a su cargo la casa de Ejercicios de Buenos Aires) a darlos en aquella ciudad por algún tiempo bajo la dirección del Maestro Provincial Fr. Diego del Toro del orden de la Merced. No cabían en la casa destinada a esta obra los pobres del campo que concurrieron tantas cuantas veces se dieron que pasaron de treinta. Fueron pocos todos los sacerdotes de Montevideo para oír confesiones. Concurrieron a los gastos de la Casa con limosnas increíbles. Rogaban con ahínco a la señora que no se retirase a Buenos Aires. Lloraron su partida, y todavía la solicitan porque se vuelva a Montevideo. Estas y otras noticias nos tienen persuadidos que no tardará más en domiciliarse y convertirse la gente de la campaña y abandonar los robos del ganado que lo que se tarde en fundarles iglesias y enviarles ministros; y que dándoles pedazos de tierra y algunas cabezas de ganado se acabaría en ellos hasta la memoria de sus pasados delitos. Ello es por cierto cosa dolorosa ver el abandono en que vive aquella gente, y lo pronto que se darían a partido si se les halagase un poco. Ellos no ignoran que la vida que traen es delincuente ante Dios, y los hombres; y como por otra parte no aprovechan el fruto de su trabajo, o a lo menos no les luce, ni les medra, con poco que se les demostrase su rudeza, o sólo con tener cerca de sí personas que los instruyesen y los despertasen, tomarían asiento en poblado y se dejarían de robos y amancebamientos. Es tan inherente esta compasión a todo católico el ver el estado del campo, y el carácter de aquellos habitadores, que si hemos de hablar con verdad, ella ha sido la causa motiva de nuestra determinación a tomar la pluma sobre el asunto de este papel, tan desigual a nuestras fuerzas. Conocemos ser indisputable el beneficio que resultará al Estado, a la iglesia, a la real Hacienda y a todas las órdenes de la Nación de que se planifique la reforma de la campaña, pero preciando antes de católico que de patrióticos, confesamos que el bien espiritual de tantas almas, es lo que más nos ha inducido a escribir, rompiendo por medio de todas nuestras desconfianzas; y sí con efecto fueren parte nuestras tareas de que se verifique la conquista de aquella tierra, nos lisonjearemos de haber hecho un servicio a ambas Majestades.
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CAPÍTULO VI Qué sea la causa de hallarse siempre viento de Oriente en la Tórrida, para navegar Digamos agora cerca de la cuestión propuesta, cuál sea la causa de navegarse bien en la Tórrida de Oriente a Poniente, y no al contrario, para lo cual se han de presuponer dos fundamentos verdaderos. El uno es que el movimiento del primer móbil, que llaman rapto o diurno, no sólo lleva tras sí y mueve a los orbes celestes a él inferiores, como cada día lo vemos en el sol, luna y estrellas, sino que también los elementos participan aquel movimiento, en cuanto no son impedidos. La tierra no se mueve así por su graveza tan grande, con que es inepta para ser movida circularmente, como también porque dura mucho del primer móbil. El elemento del agua tampoco tiene este movimiento diurno, porque con la tierra está abrazado y hace una esfera, y la tierra no le consiente moverse circularmente. Esos otros dos elementos, fuego y aire, son más sutiles y más cercanos a los orbes celestes, y así participan su movimiento siendo llevados circularmente como los mismos cuerpos celestes. Del fuego no hay duda si hay esfera suya, como Aristóteles y los demás la ponen. El aire es el que hace a nuestro caso y que éste se mueva con el movimiento diurno de Oriente a Poniente, es certísimo por las apariencias de los cometas que clarísimamente se ven mover de Oriente a Occidente, naciendo y subiendo, y encumbrando y bajando, y finalmente dando vuelta a nuestro hemisferio, de la misma manera que las estrellas que vemos mover en el firmamento. Y estando los cometas en la región y esfera del aire donde se engendran y aparecen y se deshacen, imposible sería moverse circularmente como se mueven, si el movimiento del aire donde está no se moviese con ese proprio movimiento. Porque siendo como es, materia inflamada, estarse ya queda, y no andaría alrededor se la esfera do está estuviese queda, sino es que finjamos que algún ángel o inteligencia anda con el cometa trayéndole alrededor. El año de mil y quinientos y setenta y siete se vio aquel maravilloso cometa, que levantaba una figura como de plumaje desde el horizonte cuasi hasta la mitad del cielo, y duró desde primero de noviembre hasta ocho de diciembre. Digo desde primero de noviembre, porque aunque en España se notó y vio a los nueve de noviembre, según refieren historias de aquel tiempo, pero en el Pirú, donde yo estaba a la sazón, bien me acuerdo que le vimos y notamos ocho días antes por todos ellos. La causa de esta diversidad dirán otros; lo que yo agora digo es que en estos cuarenta días que duró, advertimos todos, así los que estaban en Europa como los que estábamos entonces en Indias, que se movía cada día con el movimiento universal de Oriente a Poniente, como la luna y las otras estrellas; de donde consta que siendo su región la esfera del aire, el mismo elemento se movía así. Advertimos también que ultra de ese movimiento universal, tenía otro particular con que se movía con los planetas de Occidente a Oriente, como lo hace la luna y el sol, y la estrella de Venus. Advertimos otrosí, que con otro tercero movimiento particularísimo se movía en el Zodíaco hacia el Norte; porque a cabo de algunas noches estaba más conjunto a signos septentrionales. Y por ventura fue esta la causa de verse primero este gran cometa de los que estaban más australes, como son los del Pirú; y después, como con el movimiento tercero que he dicho se llegaba más a los septentrionales, le comenzaron a ver más tarde los de Europa; pero todos pudieron notar las diferencias de movimientos que he dicho, de modo que se pudo echar bien de ver que llegaba la impresión de diversos cuerpos celestes a la esfera del aire. Así que es negocio sin duda el moverse al aire con el movimiento del cielo, de Oriente a Poniente, que es el presupuesto o fundamento. El segundo no es menos cierto y notorio; es a saber: que este movimiento del aire por las partes que caen debajo de la Equinocial y son propincuas a ella, es velocísimo, y tanto más cuanto más se acerca a la Equinocial, como por el consiguiente tanto es más remiso y tardío este movimiento cuanto más se aleja de la Línea y se acerca a los polos. La razón de esto es manifiesta, porque siendo la causa eficiente de este movimiento el movimiento del cuerpo celeste, forzoso ha de ser más presuroso donde el cuerpo celeste se mueve más velozmente; y que en el cielo la Tórrida tenga más veloz movimiento, y en ella la Línea más que otra parte alguna del cielo, querer mostrarlo, sería hacer a los hombres faltos de vista, pues en una rueda es evidente que la circunferencia mayor se mueve más velozmente que la menor, acabando su vuelta grande en el mismo espacio de tiempo que la menor acaba la suya dicha. De estos dos presupuestos se sigue la razón, porque los que navegan golfos grandes, navegando de Oriente a Poniente hallan siempre viento a popa, yendo en poca altura, y cuanto más cercanos a la Equinocial, tanto más cierto y durable es el viento; y al contrario, navegando de Poniente a Oriente siempre hallan viento por propa, y contrario; porque el movimiento velocísimo de la Equinocial lleva tras sí al elemento del aire, como a los demás orbes superiores, y así el aire sigue siempre el movimiento del día, yendo de Oriente a Poniente sin jamás variar, y el movimiento del aire veloz y eficaz lleva también tras sí los vahos y exalaciones que se levantan de la mar, y esto causa ser en aquellas partes y región, continuo el viento de Brisa, que corre de Levante. Decía el padre Alonso Sánchez, que es un religioso de nuestra compañía, que anduvo en la India Occidental y en la Oriental, como hombre tan plático y tan ingenioso, que el navegar con tan continuo y durable tiempo debajo de la Línea, o cerca de ella, que le parecía a él que el mismo aire movido del cielo era el que llevaba los navíos, y que no era aquello viento propriamente ni exalación, sino el proprio elemento del aire movido del curso diurno del cielo. Traía en confirmación de esto, que en el golfo de Las Damas, y en esos otros grandes golfos que se navegan en la Tórrida, es el tiempo uniforme, y las velas van con igualdad extraña sin ímpetu ninguno y sin que sea menester mudarlas cuasi en todo el camino. Y si no fuera aire movido del cielo, alguna vez faltara y algunas se mudara en contrario y algunas también fuera tormentoso; aunque esto está dicho doctamente, no se puede negar que sea también viento y le haya, pues hay vahos y exalaciones del mar; y vemos manifiestamente, que la misma Brisa a ratos es más fuerte y a ratos más remisa, tanto que a ratos no se pueden llevar velas enteras. Hase pues, de entender, y es así la verdad, que el aire movido lleva tras sí los vahos que halla, porque su fuerza es grande y no halla resistencia, y por eso es continuo y cuasi uniforme el viento de Oriente y Poniente cerca de la Línea, y cuasi en toda la Tórridazona, que es el camino que anda el sol entre los dos círculos de Cancro y Capricornio.
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Cómo en este tiempo llegó a la provincia Francisco de Mendoza con la compañía de Diego de Rojas, que salió del Perú No me parece fuera de propósito tratar en este libro algunas cosas de las que acaecieron en el gobierno de Tucumán, con quien confina esta gobernación, lo cual haré con la posible brevedad. El año de 1543 luego que el licenciado Vaca de Castro derrotó y prendió a don Diego de Almagro el mozo en la batalla de Chupas, determinó ocupar con cargos y oficios a algunos capitanes que habían servido en aquella expedición, despachándolos a gobernar y emprender nuevas conquistas y descubrimientos, con que entendía satisfacer en algo sus servicios. De este modo hizo merced a Diego de Rojas del descubrimiento de la provincia, que confina con la de Chile abajo de la cordillera hasta los llanos que corren al Río de la Plata, con título de gobernador de ella. Vinieron en su compañía Felipe Gutiérrrez, Pedro de Heredia, Francisco de Mendoza, y otros caballeros y soldados, que componían el número de 300, con los cuales siguió su derrota, dejando atrás la provincia de los Charcas, tierra muy áspera; y saliendo a los llanos, encontraron algunos pueblos de indios, y de ellos prosiguieron a los valles de Salta y Calchaquí, donde hallaron mucha gente de manta y camiseta, abundantes de bastimentos, los cuales juntos con los demás de la comarca pelearon con los españoles, y en uno de los reencuentros fue muerto el capitán Diego de Rojas, de lo cual se originaron varias diferencias en razón de la superioridad en el gobierno, en especial por parte de Felipe Gutiérrez, que la pretendió por compañero y coadjutor del capitán, aunque esto era opuesto al común dictamen, de cuyo voto fue electo general Francisco de Mendoza, caballero principal y muy afable. Y como con esta elección aún no cesaban los disturbios que fomentaba Felipe Gutiérrez, vino por ello a ser desterrado con sus amigos y compañeros a la Provincia de Chile. Francisco de Mendoza prosiguió su descubrimiento hasta el río del Estero, que sale de la nevada cordillera, corre por unos llanos, y viene a desparramarse en lagos y pantanos, por cuyas riberas estaban varios pueblos de indios llamados Yuries, y el río Talcanco; de allí siguió adelante, y llegó á los Comechingones, que viven en unas cuevas de la provincia de Córdoba, con los que trató de amistad, y de ellos se informó de como de allí al sur había una provincia muy poblada de gente rica de oro y plata, llamada allí Jungulo, que se juzga ser los mismos que en el Río de la Plata llaman los Césares, de que hemos tratado en su lugar. También dieron noticia que a la parte del leste había españoles, que navegaban en navíos por un grande y anchuroso río, donde estaban poblados. Con esta segunda noticia determinaron dejar otra cualquiera empresa por ir en demanda de los de su nación; y atravesando por algunos pueblos de indios de paz, llegaron a un río pequeño, por cuya ribera bajaron hasta la serranía de un gran pueblo, cuyos naturales tomaron armas y salieron a encontrarlos; pero los españoles los contuvieron con buenas razones, y asegurados de su amistad los proveyeron de víveres necesarios: este río desagua en el de la Plata, y se llama Carcarañal, y a los indios les dicen Timbúes, gente muy corpulenta y dispuesta. Al otro día por la mañana divisaron los nuestros a la parte del leste unos grandes y encendidos vapores en el aire, y preguntando a los indios de qué procedían, respondieron que de un gran río que por allí pasaba, por cuyo motivo el capitán Mendoza determinó ir a reconocerle; y caminando Por un apacible llano, de más distancia de una legua divisó las cristalinas aguas de aquel río, a cuya playa llegó con grande admiración de todos en ver la hermosura del ancho río, de tan dulce como diáfanas aguas, muchas islas pobladas de muy espesos sauces, sus márgenes de vistosas y varias arboledas, entre las que vieron muchos humos de los fuegos con que los natuarales se avisaban, de lo que se les ofrecía: en este ameno y apacible sitio sentaron su Real. A las nueve del día siguiente vinieron más de 300 canoas a reconocer a los nuestros, y llegados los indios a la derecha del Real desviados de la ribera como un tiro de ballesta en una playa que allí parecía, levantaron en alto las palas; señal de amistad y de allí empezó a hablar en voz alta un indio, que decía: ¿Que gente sois? ¿Sois amigos o enemigos? ¿Qué quereis? O ¿qué buscais? Lo cual fue oído con admiración de los nuestros, por ver que entre ellos hubiese quien hablase nuestro idioma. Respondió el capitán Mendoza: Amigos somos, y venimos de paz y amistad a esta tierra desde el reino del Perú, con deseos de saber de los españoles que acá están. El indio le preguntó quién era y cómo se llamaba. Y el capitán le respondió que era jefe de aquella gente, que allí traía, y que se llamaba Francisco de Mendoza. De lo que el indio recibió mucho contento, diciendo: Yo me alegro señor capitán, de que seamos de un nombre y apellido: yo también me llamo don Francisco de Mendoza, nombre que heredé de un caballero así llamado, que fue mi padrino en el bautismo; y así señor, mirad en qué queréis que os sirva, que lo haré con muy buena volutad. Rogóle el capitán saltase a tierra para que pudiesen comunicarse con más comodidad, ofreciendo regalarle con lo que tenía. El indio respondió que así lo haría, si otro cabo que allí estaba se lo permitía, porque desconfiaban de los españoles que en otras ocasiones debajo de amistad le habían hecho algunos tiros, de que estaban bien escarmentados. El capitán le aseguró de su parte que no se haría daño ni perjuicio alguno. Replicó el indio vendría en ello, con la condición de que entre tanto que él pasaba, fuesen cuatro españoles a estar con ellos en sus canoas, y que esto fuese con juramento, que como caballeros harían sobre la cruz de su espada de lo cumplir. Y habiendo hecho el juramento, despachó los cuatro soldados con una secreta orden, para que de ningún modo pudiesen padecer daño. Luego que el cacique saltó a tierra, se abrazaron con el capitán, que al momento le echó mano a los cabellos, que era la señal dada a los soldados, que al punto se arrojaron de las canoas con espada en mano, hiriendo y matando a los indios, que se les pusieron por delante. A este tiempo llegaron 20 hombres de a caballo a socorrerlos, con lo cual quedaron libres, y sin algún daño. El cacique viendo tan impensada acción, dijo: capitán Mendoza, como me habéis engañado, quebrantando vuestra palabra, y el juramento que habéis hecho, pues matadme ya, o haced de mí lo que quisiéredes. El capitán le consoló con buenas palabras, asegurándole no recibiría ningún daño, sino que sería bien tratado y regalado: que el haberse hecho aquello no era por otra cosa, sino por la desconfianza que habían hecho de su palabra. Después que se hubo sosegado, se informó del cacique de lo que pasaba en la tierra, y de que los españoles que en ella había, estaban en el río de Paraguay arriba, mandados del capitán Vergara, que así llamaban a Domingo de Irala. Así mismo le notició como a Juan de Ayolas le habían muerto unos indios llamados payaguaes con traición, sobre que decían que este capitán había dormido mucho, y que pocos días antes llevaron a España al Adelantado Alvar Núñez, que había venido en socorro de los españoles que estaban en aquella tierra; de modo que se informó el capitán de todo lo que quiso saber. Regaló al indio todo cuanto pudo con rescates y le pidió mandase a su gente le proveyesen de comestibles. Hízolo el cacique con brevedad, trayendo a la playa tanta cantidad, que puesta en un montón, y elevadas dos lanzas a cada lado, las excedía en altura. Con esto el capitán Mendoza regaló al cacique un vestido de grana, manta y camiseta de lana fina, y con muchas expresiones de amistad le dejó en su libertad, y el cacique partió de allí muy contento. Luego el capitán alzó su Real, y se fue costeando río abajo, hasta un sitio alto y llano, que está sobre la ribera de este río, en cuya cumbre vio situada una fortaleza antigua, que era la misma que fabricó Sebastián Gaboto en aquel puerto para escala de esta navegación, donde pereció con su gente el capitán Nuño de Lara, como queda referido. Sobre la barranca del río vieron plantada una cruz, en que estaban unas letras que decían: Al pie cartas. Y cavando, hallaron una botijuela, en que estaba una carta muy larga del general Domingo de Irala, avisando a la gente de España de cuanto se ofrecía, y de los inconvenientes que había de que se guardase aquel río, y de los indios de quienes se podían fiar, y de los que no: y de cierta cantidad de víveres, que dejaban enterrada en una isla; y otras cosas que relacionaba la carta. Luego se determinó Mendoza a pasar con la gente a la otra parte del río, creyendo que por allí podría con facilidad ir hasta dar con los españoles, que estaban arriba. Sobre esta determinación se le opusieron los más de los soldados, y de resultas de esto se conjuraron algunos contra el capitán Mendoza, como Pedro de Heredia con sus amigos, y una noche con gran determinación se entraron en su tienda, y hallándole dormido, le mataron a puñaladas, y hecho se volvieron al Perú bajo de las órdenes de sus capitanes, a tiempo que el Maestre de Campo Carvajal acababa de desbaratar al capitán Diego Centeno en la campaña de Posena, obligándole a que se metiese en una cueva, en que se escondió mucho tiempo, y por consiguiente huyendo Lope de Mendoza con algunos que le quisieron seguir, fue a dar por su dicha con los que venían de esta jornada del Río de la Plata, y juntos todos tomaron la voz del Rey contra el tirano, los cuales en otra batalla, que por no ser de mi asunto, no lo refiero, fueron vencidos y desbaratados.
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De cómo remanecieron en Pacarec Tampu ciertos hombres y mugeres, y de lo que cuentan que hicieron después que de allí salieron. Ya tengo otras veces dicho cómo, por ejercicio de mi persona y por huir los vicios que de la ociosidad se recrecen, tomé trabajo descrebir lo que yo alcancé de los Incas y de su regimiento y buena orden de gobernación; y como no tengo otra relación ni escriptura que la que ellos dan, si alguno atinare a escrebir esta materia más acertada que yo, bien podía; aunque para claridad de lo que escribo no dejé pasar trabajo y por hacerlo con más verdad vine al Cuzco, siendo en ella corregidor el capitán Juan de Sayavedra, donde hice juntar a Cayu Tupac, que es el que hay vivo de los descendientes de Huaina Capac porque Sairi Tupac, hijo de Manco Inca, está retirado en Viticos, a donde su padre se ausentó después de la guerra que en el Cuzco con los españoles tuvo, como adelante contaré, y a otros de los orejones, que son los que entre ellos se tienen por más nobles, y con los mejores intérpretes y lenguas que se hallaron les pregunté, estos señores Incas que gente era y de qué nación. Y parece que los pasados Incas, por engrandecer con gran hazaña su nacimiento, en sus cantares se apregona lo que en esto tienen, que es, questando todas las gentes que vivían en estas regiones desordenadas y matándose unos a otros y estando envueltos en sus vicios, remanecieron en una parte que ha por nombre Pacarec Tampu, ques no muy lejos de la ciudad del Cuzco, tres hombres y tres mugeres. Y según se puede interpretar, Pacarec Tampu quiere tanto decir como casa de producimiento. Los hombres que de allí salieron dicen ser Ayar Uchu el uno y el otro Ayar Hache arauca y el otro dicen llamarse Ayar Manco: las mugeres, la una había por nombre Mama Huaco, la otra Mama Cora, la otra Mama Rahua. Algunos indios cuentan estos nombres de otra manera y en más número, más yo a lo que cuentan los orejones y ellos tienen por tan cierto me allegara, porque lo saben mejor que otros ningunos. Y así, dicen que salieron vestidos de unas mantas largas y unas a manera de camisas sin collar ni mangas, de lana riquísima, con muchas pinturas de diferentes maneras, que ellos llaman tucapu, que en nuestra lengua quiere decir vestidos de reyes; y quel uno destos señores sacó en la mano una honda de oro y en ella puesta una piedra; y que las mugeres salieron vestidas tan ricamente como ellos y sacaron mucho servicio de oro. Pasando adelante con esto, dicen más, que sacaron mucho servicio de oro y quel uno de los hermanos, el que nombraban Ayar Uchu, habló con los otros hermanos suyos para dar comienzo a las cosas grandes que por ellos habían de ser hechas, porque su presunción era tanta que pensaban hacerse únicos señores de la tierra; y por ellos fue determinado de hacer en aquel lugar una nueva población, a la cual pusieron por nombre Pacarec Tampu; y fue hecha brevemente, porque para ello tuvieron ayuda de los naturales de aquella comarca; y, andando los tiempos, pusieron gran cantidad de oro puro y en joyas con otras cosas preciadas en aquella parte, de lo cual hay fama que hobo mucho dello Hernando Pizarro y don Diego de Almagro el mozo. Y volviendo a la historia, dicen quel uno de los tres, que ya hemos dicho llamarse Ayar Cachi, era tan valiente y tenía tan gran poder que con la honda que sacó, tirando golpe y lanzando piedras, derribaba los cerros y algunas veces que tiraba en alto ponía las piedras cerca de las nubes, lo cual, como por los otros dos hermanos fuese visto, les pesaba pareciéndoles que era afrenta suya no se igualar en aquellas cosas; y así, apasionados con la envidia, dulcemente le rogaron con palabras blandas, aunque bien llenas de engaño, que volviese a entrar por la boca de una cueva donde ellos tenían sus tesoros, a traer cierto vaso de oro que se les había olvidado y a suplicar al sol, su padre les diese ventura próspera para que pudiesen señorear la tierra. Ayar Cachi, creyendo que no había cautela en lo que sus hermanos le decían, alegremente fue a hacer lo que dicho le habían y no había bien acabado de entrar en la cueva cuando los otros dos cargaron sobre él tantas piedras que quedó sin más parecer; lo cual pasado, dicen ellos por muy cierto que la tierra tembló en tanta manera que se hundieron muchos cerros, cayendo sobre los valles. Hasta aquí cuentan los orejones sobre el origen de los Incas, porque como ellos fueron de tan gran presunción y hechos tan altos, quisieron que se entendiese haber remanecido desta suerte y ser hijos del sol; donde después, cuando los indios los ensalzaban con renombres grandes, les llaman ¡Ancha hatun apu, intipchuri!, que quiere en nuestra lengua decir: ¡Oh muy gran señor, hijo del sol! Y lo que yo para mí tengo que se deba creer de esto questos fingen, será que, así como en Hatuncollao se levantó Zapana y en otras partes hicieron lo mismo otros capitanes valientes, questos Incas que remanecieron debieron ser algunos tres hermanos valerosos y esforzados y en quien hobiese grandes pensamientos, naturales de algún pueblo destas regiones o venidos de la otra parte de las sierras de los Andes; los cuales, hallando aparejo, conquistarían y ganarían el señorío que tuvieron; y aún sin esto podría ser lo que se cuenta de Ayar Cachi y de los otros ser encantadores, que sería causa de por parte del Demonio hacer lo que hacían. En fin, no podemos sacar dellos otra cosa questo. Pues luego que Ayar Cachi quedó dentro en la cueva, los otros dos hermanos suyos acordaron, con alguna gente que se les había llegado, de hacer otra población, la cual pusieron por nombre Tampu Quiru, que en nuestra lengua querrá decir dientes de aposento o de palacio; y así, débese entender questas poblaciones no eran grandes ni más que algunas fuerzas pequeñas. Y en aquel lugar estuvieron algunos días, habiéndoles ya pesado con haber echado de sí a su hermano Ayar Cachi, que por otro nombre dicen llamarse Huanacaure.
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CAPÍTULO VI Del número de gente y capitanes que para la Florida se embarcaron Novecientos y cincuenta españoles de todas calidades se juntaron en San Lúcar de Barrameda para ir a la conquista de la Florida, todos mozos, que apenas se hallaba entre ellos uno que tuviese canas (cosa muy importante para vencer los trabajos y dificultades que en las nuevas conquistas se ofrecen). A muchos de ellos dio el gobernador socorro de dineros; envió a cada uno según la calidad de su persona, conforme a la estofa de ella y según la compañía y criados que traía. Muchos, por necesidad, recibieron el socorro, y otros (con respeto y comedimiento de ver la máquina grande que el general traía sobre sus hombros), no quisieron recibirlo, pareciéndoles más justo socorrer, si pudieran, al gobernador, que ser socorridos de él. Llegado el tiempo de las aguas vivas, se embarcaron en siete navíos grandes y tres pequeños que en diversos puertos de España se habían comprado. El adelantado, con toda su casa, mujer y familia, se embarcó en una nao llamada San Cristóbal, que era de ochocientas toneladas, la cual iba por capitana de la armada, bien apercibida de gente de guerra, artillería y munición como convenía a nao capitana de tan principal capitán. En otra no menor, llamada la Magdalena, se embarcó Nuño Tovar, uno de los sesenta conquistadores, natural de Jerez de Badajoz. Este caballero iba por teniente general y en su compañía llevaba otro caballero, don Carlos Enríquez, natural de la misma ciudad, hijo segundo de un gran mayorazgo de ella. Luis de Moscoso de Alvarado, caballero natural de Badajoz y vecino de Zafra y uno de los sesenta conquistadores elegido y nombrado para maese de campo del ejército, iba por capitán del galeón llamado la Concepción, que era de más de quinientas toneladas. En otro galeón igual a éste, llamado Buena Fortuna, iba el capitán Andrés de Vasconcelos, caballero fidalgo portugués, natural de Yelves, el cual llevaba una muy hermosa y lucida compañía de fidalgos portugueses, que algunos de ellos habían sido soldados en las fronteras de África. Diego García, hijo del alcaide de Villanueva de Barcarrota, iba por capitán de otro navío grueso, llamado San Juan. Arias Tinoco, nombrado por capitán de infantería, iba por capitán de otra nao grande llamada Santa Bárbara. Alonso Romo de Cardeñosa, hermano de Arias Tinoco, que también era nombrado capitán de infantería, iba por capitán de un galeoncillo llamado San Antón. Con ese capitán iba otro hermano suyo llamado Diego Arias Tinoco, nombrado para alférez general del ejército. Estos tres hermanos eran deudos del general. Por capitán de una carabela muy hermosa iba Pedro Calderón, caballero natural de Badajoz, y en su compañía iba el capitán micer Espíndola, caballero genovés, el cual era capitán de sesenta alabarderos de la guardia del gobernador. Sin estos ocho navíos, llevaban dos bergantines para servicio de la armada, que, por ser más ligeros y más fáciles de gobernar que las naos gruesas, sirviesen como espías de descubrir por todas partes lo que hubiese por la mar. En estos siete navíos, carabela y bergantines se embarcaron los novecientos y cincuenta hombres de guerra, sin los marineros y gente necesaria para el gobierno y servicio de cada nao. Sin la gente que hemos dicho, iban en la armada doce sacerdotes, ocho clérigos y cuatro frailes. Los nombres de los clérigos que la memoria ha retenido son: Rodrigo de Gallegos, natural de Sevilla, deudo de Baltasar de Gallegos, y Diego de Bañuelos y Francisco del Pozo, naturales de Córdoba; Dionisio de París, natural de Francia, de la misma ciudad de París. Los nombres de los otros cuatro clérigos se han olvidado. Los frailes se llamaban: fray Luis de Soto, natural de Villanueva de Barcarrota, deudo del gobernador Hernando de Soto; fray Juan de Gallegos, natural de Sevilla, hermano del capitán Baltasar de Gallegos, ambos frailes de la orden de Santo Domingo; fray Juan de Torres, natural de Sevilla, de la religión de San Francisco, y fray Francisco de la Rocha, natural de Badajoz, de la advocación e insignia de la Santísima Trinidad. Todos ellos hombres de mucho ejemplo y doctrina. Con esta armada de la Florida iba la de México, que era de veinte naos gruesas, de la cual iba también por general Hernando de Soto hasta el paraje de la isla de Santiago de Cuba, de donde se había de apartar para la Veracruz. Y para de allí adelante iba nombrado por general de ella un caballero principal llamado Gonzalo de Salazar, el primer cristiano que nació en Granada después que la quitaron a los moros, por lo cual, aunque él era caballero hijodalgo, los Reyes Católicos de gloriosa memoria que ganaron aquella ciudad le dieron grandes privilegios e hicieron mercedes de que se fundó un mayorazgo para sus descendientes. El cual había sido conquistador de México. Este caballero volvió por fator de la Hacienda Imperial de la ciudad de México. Con esta orden, salieron por la barra de San Lúcar las treinta naos de las dos armadas y se hicieron a la vela a los seis de abril del año de mil y quinientos y treinta y ocho, y navegaron aquel día, y otros muchos, con toda la prosperidad y bonanza de tiempo que se podía desear. La armada de la Florida iba tan abastecida de todo matalotaje que a cuantos iban en ella se daba ración doblada, cosa bien impertinente porque se desperdiciaba todo lo que sobraba, que era mucho. Mas la magnificencia del general era tanta, y tan grande el contento que llevaba de llevar en su compañía gente tan lucida y noble, que todo se le hacía poco para el deseo que tenía de regalarlos.