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Lunes, 17 de diciembre Ventó aquella noche reciamente viento Lesnordeste; no se alteró mucho la mar porque lo estorba y escuda la isla de la Tortuga que está frontera y hace abrigo. Así estuvo allí aqueste día. Envió a pescar los marineros con redes. Holgáronse mucho con los cristianos los indios, y trujéronles ciertas flechas de los de los Caniba o de los caníbales, y son de las espigas de caña, y engiérenles unos palillos tostados y agudos, y son muy largos. Mostráronles dos hombres que les faltaban algunos pedazos de carne de su cuerpo e hiciéronles entender que los caníbales los habían comido a bocados; el Almirante no lo creyó. Tornó a enviar ciertos cristianos a la población, y a trueque de contezuelas de vidrio rescataron algunos pedazos de oro labrado en hoja delgada. Vieron a uno que tuvo el Almirante por gobernador de aquella provincia, que llamaban cacique, un pedazo tan grande como la mano de aquella hoja de oro, y parecía que lo quería resgatar; el cual se fue a su casa y los otros quedaron en la plaza; y él hacía hacer pedazuelos de aquella pieza y, trayendo cada vez un pedazuelo, resgatábalo. Después que no hubo más, dijo por señas que el había enviado por más y que otro día lo traerían. "Estas cosas todas y la manera de ellos y sus costumbres y mansedumbre y consejo muestra de ser gente más despierta y entendida que otros que hasta allí hubiese hallado", dice el Almirante. En la tarde vino allí una canoa de la isla de la Tortuga con bien cuarenta hombres y, en llegando a la playa, toda la gente del pueblo que estaba junta se asentaron todos en señal de paz, y algunos de la canoa y cuasi todos descendieron en tierra. El cacique se levantó solo y con palabras que parecían de amenaza los hizo volver a la canoa y les echaba agua, y tomaba piedras de la playa y las echaba en el agua; y después que ya todos con mucha obediencia se pusieron y embarcaron en la canoa, él tomó una piedra y la puso en la mano a mi alguacil para que la tirase, y al cual yo había enviado a tierra y al escribano y a otros para ver si traían algo que aprovechase, y el alguacil no les quiso tirar. Allí mostró mucho el cacique que se favorecía con el Almirante. La canoa se fue luego, y dijeron al Almirante, después de ida, que en la Tortuga había más oro que en la isla Española, porque es más cerca de Baneque. Dijo el Almirante que no creía que en aquella isla Española ni en la Tortuga hubiese minas de oro, sino que lo traían de Baneque, y que traen poco, porque no tienen aquellos qué dar por ello. Y aquella tierra es tan gruesa que no ha menester que trabajasen mucho para sustentarse ni para vertirse, como anden desnudos. Y creía el Almirante que estaba muy cerca de la fuente, y que Nuestro Señor le había de mostrar donde nace el oro. Tenía nueva que de allí al Baneque había cuatro jornadas, que podrían ser treinta o cuarenta leguas, que en un día de buen tiempo se podían andar. Martes, 18 de diciembre Estuvo en aquella playa surto este día porque no había viento, y también porque había dicho el cacique que había de traer oro, no porque tuviese en mucho el Almirante el oro diz que podía traer, pues allí no había minas, sino por saber mejor de dónde lo traían. Luego, en amaneciendo, mandó ataviar la nao y la carabela de armas y banderal por la fiesta que era este día de Santa María de la 0, o conmemoración de la Anunciación. Tiráronse muchos tiros de lombardas, y el rey de aquella isla Española, dice el Almirante, había madrugado en su casa, que debía de distar cinco leguas de allí, según pudo juzgar, y llegó a hora de tercia a aquella población, donde ya estaban algunos de la nao que el Almirante había enviado para ver si venía oro; los cuales dijeron que venían con el rey más de doscientos hombres y que lo traían en unas andas cuatro hombres, y era mozo como arriba se dijo. Hoy, estando el Almirante comiendo debajo del castillo, llegó a la nao con toda su gente. Y dice el Almirante a los Reyes: "Sin duda pareciera bien a Vuestras Altezas su estado y acatamiento que todos le tienen, puesto que todos andan desnudos. Él, así como entró en la nao, halló que estaba comiendo a la mesa debajo del castillo de popa, y él a buen andar, se vino a sentar a par de mí y no me quiso dar lugar que yo me saliese a él ni me levantase de la mesa, salvo que yo comiese. Yo pensé que él tenía a bien de comer de nuestras viandas; mandé luego traerle cosas que él comiese. Y, cuando entró debajo del castillo, hizo señas con la mano que todos los suyos quedasen fuera, y así lo hicieron con la mayor priesa y acatamiento del mundo, y se asentaron todos en la cubierta, salvo dos hombres de una edad madura, que yo estimé por sus consejeros y ayo, que vinieron y se sentaron a sus pies, y de las viandas que yo le puse delante, tomaba de cada una tanto como se toma para hacerla salva, y después luego lo demás enviábalo a los suyos, y todos comían de ella; y así hizo en el beber, que solamente llegaba a la boca y después así lo daba a los otros, y todo con un estado maravilloso y muy pocas palabras; y aquellas que él decía, según yo podía entender, eran muy asentadas y de seso, y aquellos dos le miraban a la boca y hablaban por él y con él y con mucho acatamiento. Después de comido, un escudero traía un cinto, que es propio como los de Castilla en la hechura, salvo que es de otra obra, que él tomó y me lo dio, y dos pedazos de oro labrados que eran muy delgados, que creo que aquí alcanzan poco de él, puesto que tengo que están muy vecinos de donde nace y hay mucho. Yo vide que le agradaba un arambel que yo tenía sobre mi cama; yo se lo di y unas cuentas muy buenas de ámbar que yo traía al pescuezo, y unos zapatos colorados y una almarraja de agua de azahar, de que quedó tan contento que fue maravilla; y él y su ayo y consejeros llevan grande pena porque no me entendían ni yo a ellos. Con todo, le conocí que me dijo que si me compliese algo de aquí, que toda la isla estaba a mi mandar Yo envié por unas cuentas mías adonde por un señal tenga un excelente de oro en que están esculpidos Vuestras Altezas y se la mostré, y le dije otra vez como ayer que Vuestras Altezas mandaban y señoreaban todo lo mejor del mundo, y que no había tan grandes príncipes; y le mostré las banderas reales y las otras de la Cruz, de que él tuvo en mucho; "y ¡qué grandes señores serían Vuestras Altezas!", decía él contra sus consejeros, "pues de tal lejos y del cielo me habían enviado hasta aquí sin miedo". Y otras cosas muchas pasaron que yo no entendía, salvo que bien veía que todo tenía a grande maravilla". Después que ya fue tarde y él se quiso ir, el Almirante le envió en la barca muy honradamente e hizo tirar muchas lombardas. Y puesto en tierra, subió en sus andas y se fue con sus más de doscientos hombres; y su hijo le llevaban atrás en los hombros de un indio, hombre muy honrado. A todos los marineros y gente de los navíos donde quiera que los topaba les mandaba dar de comer y hacer mucha honra. Dijo un marinero que le había topado en el camino y visto, que todas las cosas que le había dado el Almirante y cada una de ellas llevaba delante del rey un hombre, a lo que parecía, de los más honrados. Iba su hijo atrás del rey buen rato, con tanta compañía de gente como él, y otro tanto un hermano del mismo rey, salvo que iba el hermano a pie, y llevábanlo del brazo dos hombres honrados. Este vino a la nao después del rey, al cual dio el Almirante algunas cosas de los dichos rescates, y allí supo el Almirante que al rey llamaban en su lengua cacique. En este día se rescató diz que poco oro, pero supo el Almirante de un hombre viejo que había muchas isla comarcanas a cien leguas y más, según pudo entender, en las cuales nace muy mucho oro, hasta decirle que había isla que era todo oro, y en las otras que hay tanta cantidad que lo cogen y ciernen como con cedazo y lo funden y hacen vergas y mil labores; figuraba por señal la hechura. Este viejo señaló al Almirante la derrota y el paraje donde estaba. Determinóse el Almirante de ir allí, y dijo que, si no fuera el dicho viejo tan principal persona de aquel rey, que lo detuviera y llevara consigo, o si supiera la lengua que se lo rogara; y creía, según estaba bien con él y con los cristianos, que se fuera con él de buena gana; pero, porque ya tenía aquellas gentes por de los Reyes de Castilla, y no era razón de hacerles agravio, acordó de dejarlo. Puso una cruz muy poderosa en medio de la plaza de aquella población, a lo cual ayudaron los indios mucho, e hicieron diz que oración y la adoraron; y por la muestra que dan, espera en Nuestro Señor el Almirante que todas aquellas islas han de ser cristianas. Miércoles, 19 de diciembre Esta noche se hizo a la vela por salir de aquel golfo que hace allí la isla de la Tortuga con la Española, y siendo de día tornó el viento Levante, y con el cual todo este día no pudo salir de entre aquellas dos islas, y a la noche no pudo tomar un puerto que por allí parecía. Vido por allí cuatro cabos de tierra y una grande bahía y río, y de allí vido una angla muy grande y tenía una población y a las espaldas un valle entre muchas montañas altísimas, llenas de árboles que juzgó ser pinos; y sobre los dos Hermanos hay una montaña muy alta y gorda que va de Nordeste al Sudueste, y del cabo de Torres al Lesueste está una isla pequeña, a la cual puso nombre Santo Tomás, porque es mañana su vigilia. Todo el cerco de aquella isla tiene cabos y puertos maravillosos, según juzgaba él desde la mar. Antes de la isla de la parte del Oueste hay un cabo que entra mucho en la mar alto y bajo, y por eso le puso nombre Cabo Alto y Bajo. Del cabo de Torres al Leste cuarta del Sueste hay sesenta millas hasta una montaña mas alto que otra, que entra en la mar, y parece desde lejos isla por sí, por un degollado que tiene de la parte de tierra; púsole nombre Monte Caribata, porque aquella provincia se llamaba Caribata. Es muy hermoso y lleno de árboles verdes y claros, sin nieve y sin niebla, y era entonces por allí el tiempo, cuanto a los aires y templanza, como por marzo en Castilla, y en cuanto a los árboles y hierbas, como por mayo. Las noches diz que eran de catorce horas. Jueves, 20 de diciembre Hoy, al poner del sol, entró en un puerto que estaba entre la isla de Santo Tomás y el Cabo de Caribata y surgió. Este puerto es hermosísimo y que cabrían en él cuantas naos hay en cristianos. La entrada de él parecía desde la mar imposible a los que no hubiesen en él entrado, por unas restringas de peñas que pasan desde el monte hasta cuasi la isla, y no puestas por orden, sino unas acá y otras acullá, unas a la mar y otras a la tierra; por lo cual es menester estar despiertos para entrar por unas entradas que tiene muy anchas y buenas para entrar sin temor, y todo muy fondo de siete brazas. Puede la nao estar con una cuerda cualquiera amarrada contra cualesquiera vientos que haya. A la entrada de este puerto diz que había un cañal, que queda a la parte del Oueste de una isleta de arena, y en ella muchos árboles, y hasta al pie de ella hay siete brazas; pero hay muchas bajas en aquella comarca, y conviene abrir el ojo hasta entrar en el puerto; después no hayan miedo a toda la tormenta del mundo. De aquel puerto se parecía un valle grandísimo y todo labrado, que desciende a él del Sueste, todo cercado con montañas altísimas que parece que llegan al cielo, y hermosísimas, llenas de árboles verdes; y sin duda que allí hay montañas más altas que la isla de Tenerife en Canaria, que es tenida por de las más altas que puede hallarse. De esta parte de la isla de Santo Tomás está otra isleta a una legua, y dentro de ella otra, y en todas hay puertos maravillosos, mas cumple mirar por las bajas. Vido también poblaciones y ahumadas que se hacían. Viernes, 21 de diciembre Hoy fue con las barcas de los navíos a ver aquel puerto; el cual vido ser tal que afirmó que ninguno se le iguala de cuantos haya jamás visto, y excúsase diciendo que ha loado los pasados tanto que no sabe cómo lo encarecer, y que teme que sea juzgado por manificador excesivo más de lo que es la verdad. A esto satisface diciendo que él trae consigo marineros antiguos, y estos dicen y dirán lo mismo, y todos cuantos andan en la mar, conviene a saber, todas las alabanzas que ha dicho de los puertos pasados ser verdad, y ser éste muy mejor que todos ser asimismo verdad. Dice más de esta manera: "Yo he andado veintitrés años en la mar, sin salir de ella tiempo que se haya de contar, y vi todo el Levante y Poniente, que hice ir al camino de Septentrión, que es Inglaterra, y he andado la Guinea, mas en todas estas partidas no se hallará la perfección de los puertos... fallados siempre lo mejor del otro; que yo con buen tiento miraba mi escribir, y torno a decir que afirmo haber bien escrito, y que agora éste es sobre todos y cabrían en él todas las naos del mundo, y cerrado, que con una cuerda, la más vieja de la nao, la tuviese amarrada". Desde la entrada hasta el fondo habrá cinco leguas. Vido unas tierras muy labradas, aunque todas son así, y mandó salir dos hombres fuera de las barcas que fuesen a un alto para que viesen si había población, porque de la mar no se veía ninguna, puesto que aquella noche, cerca de las diez horas, vinieron a la nao en una canoa ciertos indios a ver al Almirante y a los cristianos por maravilla, y les dio de los resgates, con que se holgaron mucho. Los dos cristianos volvieron y dijeron dónde habían visto una población grande, un poco desviada de la mar. Mandó el Almirante remar hacia la parte donde la población estaba hasta llegar cerca de tierra, y vio unos indios que venían a la orilla de la mar; y parecía que verían con temor, por lo cual mandó detener las barcas y que les hablasen los indios que traía en la nao, que no les haría mal alguno. Entonces se allegaron más a la mar, y el Almirante más a tierra; Y después que del todo perdieron el miedo, venían tantos que cubrían la tierra, dando mil gracias, así hombres como mujeres y niños; los unos corrían de acá y los otros de allá a nos traer pan que hacen de niames, a que ellos llaman ajes, que es muy blanco y bueno, y nos traían agua en calabazas y en cántaros de barro de la hechura de las de Castilla, y nos traían cuanto en el mundo tenían y sabían que el Almirante quería y todo con un corazón tan largo y, tan contento que era maravilla: "y no se diga que porque lo que daban valía poco por eso lo daban liberalmente, dice el Almirante, porque lo mismo hacían y tan liberalmente los que daban pedazos de oro como los que daban la calabaza de agua; y fácil cosa es de cognocer, dice el Almirante, cuándo se da una cosa con muy deseoso corazón de dar". Estas son sus palabras: "Esta gente no tiene varas ni azagayas ni otras ningunas armas, ni los otros de toda esta isla, y tengo que es grandísima. Son así desnudos como su madre los parió, así mujeres como hombres, que en las otras tierras de la Juana y las otras de las otras islas traían las mujeres delante de sí unas cosas de algodón con que cobijan su natura, tanto como una bragueta de calzas de hombre, en especial después que pasan de la edad de doce años; mas aquí ni moza ni vieja; y en los otros lugares todos los hombres hacían esconder sus mujeres de los cristianos por celos, mas allí no; y hay muy lindos cuerpos de mujeres, y ellas las primeras que venían a dar gracias al cielo y traer cuanto tenían, en especial cosas de comer, pan de ajes y gonza avellanada y de cinco o seis maneras frutas", de las cuales mandó curar el Almirante para traer a los Reyes. No menos diz que hacían las mujeres en las otras partes antes que se escondiesen; y el Almirante mandaba en todas partes estar todos los suyos sobre aviso que no enojasen a alguno en cosa ninguna y que nada les tomasen contra su voluntad, y así les pagaban todo lo que de ellos recibían. Finalmente dice el Almirante que no puede creer que haya visto gente de tan buenos corazones y francos para dar y tan temerosos, que ellos se deshacían todos por dar a los cristianos cuanto tenían y, en llegando los cristianos, luego corrían a traerlo todo. Después envió el Almirante seis cristianos a la población, para que la viesen qué era; a los cuales hicieron cuanta honra podían y sabían y les daban cuanto tenían, porque ninguna duda les queda, sino que creían el Almirante y toda su gente haber venido del cielo; lo mismo creían los indios que consigo el Almirante traía de las otras islas, puesto que ya se les había dicho lo que debían de tener. Después de haber ido los seis cristianos, vinieron ciertas canoas con gente a rogar al Almirante, de parte de un señor, que fuese a su pueblo, cuando de allí se partiese. (Canoa es una barca en que navegan, y son de ellas grandes y de ellas pequeñas). Y visto que el pueblo de aquel señor estaba en el camino sobre una punta de tierra, esperando con mucha gente al Almirante, fue allá. Y antes que se partiese vino a la playa tanta gente que era espanto, hombres y mujeres y niños dando voces que no se fuese, sino que se quedase con ellos. Los mensajeros del otro señor que había venido a convidar estaban aguardando con sus canoas, porque no se fuese sin ir a ver al señor. Y así lo hizo; y en llegando que llegó el Almirante adonde aquel señor le estaba esperando y tenían muchas cosas de comer, mandó asentar toda su gente, manda que lleven lo que tenían de comer a las barcas donde estaba el Almirante, junto a la orilla de la mar. Y como vido que el Almirante había recibido lo que le habían llevado, todos o los más de los indios dieron a correr al pueblo, que debía estar cerca, para traerle más comida y papagayos y otras cosas de lo que tenían con tan franco corazón que era maravilla. El Almirante les dio cuentas de vidrio y sortijas de latón y cascabeles, no porque ellos demandasen algo, sino porque le parecía que era razón, y sobre todo, dice el Almirante, porque los tiene ya por cristianos y por de los Reyes de Castilla más que las gentes de Castilla, y dice que otra cosa no falta salvo saber la lengua y mandarles, porque todo lo que se les mandare harán sin contradicción alguna. Partióse de allí el Almirante para los navíos, y los indios daban voces, así hombres como mujeres y niños, que no se fuesen y se quedasen con ellos los cristianos. Después que se partían venían tras ellos a la nao canoas llenas de ellos, a los cuales hizo hacer mucha honra y darles de comer y otras cosas que llevaron. Había también venido antes otro señor de la parte del Oueste, y aun a nado venían muy mucha gente, y estaba la nao más de grande media legua de tierra. El señor que dije se había tornado; envióle ciertas personas para que le viesen y le preguntasen de estas islas; él los recibió muy bien, y los llevó consigo a su pueblo para darles ciertos pedazos grandes de oro, y llegaron a un gran río, el cual los indios pasaron a nado; los cristianos no pudieron; y así se tornaron. En toda esta comarca hay montañas altísimas, que parecen llegar al Cielo, que la de la isla de Tenerife parece nada en comparación de ellas en altura y en hermosura, y todas son verdes, llenas de arboledas, que es una cosa de maravilla. Entre medias de ellas hay vegas muy graciosas, y al pie de este puerto, al Sur, hay una vega tan grande que los ojos no pueden llegar con la vista al cabo, sin que tenga impedimento de montaña, que parece que debe tener quince o veinte leguas, por la cual viene un río, y es toda poblada y labrada y está tan verde agora como si fuera en Castilla por mayo o por junio, puesto que las noches tienen catorce horas y sea la tierra tanto septentrional. Así, este puerto es muy bueno para todos los vientos que puedan ventar, cerrado y hondo, y todo poblado de gente muy buena y mansa, y sin armas buenas ni malas; y puede cualquier navío estar sin miedo en él que otros navíos que vengan de noche a los saltear, porque, puesto que la boca sea bien ancha, de más de dos leguas, es muy cerrada de dos restringas de piedra que escasamente la ven sobre agua, salvo una entrada muy angosta en esta restringa, que no parece sino que fue hecho a mano y que dejaron una puerta abierta cuanto los navíos puedan entrar. En la boca hay siete brazas de hondo hasta el pie de una isleta llana que tiene una playa y árboles; al pie de ella de la parte del Oueste tiene la entrada, y se puede llegar una nao sin miedo hasta poner el bordo junto a la peña. Hay de la parte del Norueste hay tres islas y un gran río a una legua del cabo de este puerto; es el mejor del mundo; púsole nombre el Puerto de la Mar de Santo Tomás, porque era hoy su día; díjole mar por su grandeza. Sábado, 22 de diciembre En amaneciendo, dio las velas para ir su camino a buscar las islas que los indios le decían que tenían mucho oro, y de algunas que tenían más oro que tierra. No le hizo tiempo, y hubo de tornar a surgir, y envió la barca a pescar con la red. El señor de aquella tierra, que tenía un lugar cerca de allí, le envió una grande canoa llena de gente, y en ella un principal criado suyo a rogar al Almirante que fuese con los navíos a su tierra y que le daría cuanto tuviese; envióle con aquél un cinto que en lugar de bolsa traía una carátula que tenía dos orejas grandes de oro de martillo, y la lengua y la nariz. Y, como sea esta gente de muy franco corazón que cuanto le piden dan con la mejor voluntad del mundo, que les parece que pidiéndoles algo les hacen grande merced, esto dice el Almirante, toparon la barca y dieron el cinto a un grumete, y vinieron con su canoa a bordo de la nao con su embajada. Primero que los entendiese, pasó alguna parte del día; ni los indios que él traía los entendían bien, porque tienen alguna diversidad de vocablos en nombres de las cosas. En fin, acabó de entender por señas su convite. El cual determinó de partir el domingo para allá, aunque no solía partir de puerto en domingo, sólo por su devoción y no por superstición alguna, pero con esperanza, dice él, que aquellos pueblos han de ser cristianos por la voluntad que muestran y de los Reyes de Castilla, y porque los tiene ya por suyos; y porque le sirvan con amor, les quiere y trabaja hacer todo placer. Antes que partiese hoy, envió seis hombres a una población muy grande, tres leguas de allí de la parte del Oueste, porque el señor de ella vino el sábado pasado al Almirante y dijo que tenía ciertos pedazos de oro. En llegando allá los cristianos, tomó el señor de la mano al escribano del Almirante, que era uno de ellos, el cual enviaba el Almirante para que no consintiese hacer a los demás cosa indebida a los indios, porque como fuesen tan francos los indios y los españoles tan codiciosos y desmedidos, que no les basta que por un cabo de agujeta y aun por un pedazo de vidrio y de escudilla y por otras cosas de no nada les deban los indios cuanto querían, pero, aunque sin darles algo se los querrían todo haber y tomar, lo que el Almirante siempre prohibía, y aunque también eran muchas cosas de poco valor, sino era el oro, las que daban a los cristianos, pero el Almirante, mirando al franco corazón de los indios, que por seis contezuelas de vidrio darían y daban un pedazo de oro, por eso mandaba que ninguna cosa se recibiese de ellos que no se les diese algo en pago. Así qué tomó por la mano el señor al escribano y lo llevó a su casa con todo el pueblo, que era muy grande, que le acompañaba, y les hizo dar de comer, y todos los indios les traían muchas cosas de algodón labradas y en ovillos hilado. Después que fue tarde, dióles tres ánsares muy gordas el señor y unos pedacitos de oro, y vinieron con ellos mucho número de gente, y les traían todas las cosas que allá habían resgatado, y ellos mismos porfiaban de traellos a cuestas, y de hecho lo hicieron por algunos ríos y por algunos lugares lodosos. El Almirante mandó dar al señor algunas cosas, y quedó él y toda su gente con gran contentamiento, creyendo verdaderamente que habían venido del cielo, y en ver los cristianos que tenían por bienaventurados. Vinieron este día más de ciento y veinte canoas a los navíos, todas cargadas de gente, y todos traen algo, especialmente de su pan y pescado y agua en cantarillos de barro y simientes de muchas simientes que son buenas especias. Echaban un grano en una escudilla de agua y bébenla, y decían los indios que consigo traía el Almirante que era cosa sanísima. Domingo, 23 de diciembre No pudo partir con los navíos a la tierra de aquel señor que lo había enviado a rogar y convidar por falta de viento, pero envió con los tres mensajeros que allí esperaban las barcas con gente y al escribano. Entretanto que aquéllos iban, envió dos de los indios que consigo traía a las poblaciones que estaban por allí cerca del paraje de los navíos, y volvieron con un señor a la nao con nuevas que en aquella isla Española había gran cantidad de oro, y que a ella lo venían a comprar de otras partes, y dijéronle que allí haría cuanto quisiese. Vinieron otros que confirmaban haber en ella mucho oro, y mostrábanle la manera que se tenía en cogerlo. Todo aquello entendía el Almirante con pena, pero todavía tenía por cierto que en aquellas partes había grandísima cantidad de ello, y que, hallando el lugar donde se saca, habrá gran barato de ello, y según imaginaba que por no nada. Y torna a decir que cree que debe haber mucho, porque en tres días que había que estaba en aquel puerto, había habido buenos pedazos de oro, y no puede creer que allí lo traigan de otra tierra. "Nuestro Señor, que tiene en las manos todas las cosas, vea de me remediar y dar como fuere su servicio". Estas son palabras del Almirante. Dice que aquella hora cree haber venido a la nao más de mil personas, y que todas traían algo de lo que poseen, y antes que lleguen a la nao con medio tiro de ballesta, se levantan en sus canoas en pie y toman en las manos lo que traen, diciendo: "Tornad, tornad". También cree que más de quinientos vinieron a la nao nadando por no tener canoas, y estaba surta cerca de una legua de tierra. Juzgaba que habían venido cinco señores, y hijos de señores, con toda su casa, mujeres y niños a ver a los cristianos. A todos mandaba dar el Almirante, porque diz que era bien empleado, y dice: "Nuestro Señor me aderece, por su piedad que halle este oro, digo su mina, que hartos tengo aquí que dicen que la saben". Estas son sus palabras. En la noche llegaron las barcas, y dijeron que había gran camino hasta donde venían, y que al monte de Caribatán hallaron muchas canoas con muy mucha gente que venían a ver al Almirante y a los cristianos del lugar donde ellos iban. Y tenía por cierto que si aquella fiesta de Navidad pudiera estar en aquel puerto, viniera toda la gente de aquella isla, que estima ya por mayor que Inglaterra, por verlos; los cuales se volvieron todos con los cristianos a la población, la cual diz que afirmaban ser la mayor y la más concertada de calles que otras de las pasadas y halladas hasta allí, la cual diz que es de parte de la Punta Santa, al Sueste cuasi tres leguas. Y como las canoas andan mucho de remos, fuéronse adelante a hacer saber al cacique, que ellos llamaban allí. Hasta entonces no había podido entender el Almirante si lo dicen por Rey o por Gobernador. También dicen otro nombre por grande que llaman Nitayno; no sabía si lo decían por hidalgo o gobernador o juez. Finalmente el cacique vino a ellos y se ayuntaron en la plaza, que estaba muy barrida, todo el pueblo, que había más de dos mil hombres. Este rey hizo mucha honra a la gente de los navíos, y los populares cada uno les traía algo de comer y de beber. Después el rey dio a cada uno unos paños de algodón que visten las mujeres y papagayos para el Almirante y ciertos pedazos de oro; daban también los populares de los mismos paños y otras cosas de sus casas a los marineros, por pequeña cosa que les daban, la cual, según la recibían, parecía que la estimaban por reliquias. Ya a la tarde, queriendo despedir, el rey les rogaba que aguardasen hasta otro día, lo mismo todo el pueblo. Visto que determinaban su venida, vinieron con ellos mucho del camino, trayéndoles a cuestas lo que el cacique y los otros les habían dado hasta las barcas, que quedaban a la entrada del río.
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Lunes, 17 de septiembre Navegó a su camino el Oueste, y andarían en día y noche cincuenta leguas y más; no asentó sino 47. Ayudábales la corriente. Vieron mucha hierba, y muy a menudo, y era hierba de peñas y venían las hierbas de hacia Poniente. Juzgaban estar cerca de tierra. Tomaron los pilotos el Norte, marcándolo, y hallaron que las agujas noruesteaban una gran cuarta, y temían los marineros y estaban penados y no decían de qué. Conociólo el Almirante; mandó que tornasen a marcar el Norte en amaneciendo, y fue porque la estrella que parece hace movimiento y no las agujas. En amaneciendo, aquel lunes vieron muchas más yerbas y que parecían hierbas de ríos, en las cuales hallaron un cangrejo vivo, el cual guardó el Almirante. Y dice que aquellas fueron señales ciertas de tierra, porque no se hallan ochenta leguas de tierra. El agua de la mar hallaban menos salada desde que salieron de las Canarias, los aires siempre más suaves. Iban muy alegres todos, y los navíos, quien más podía andar andaba por ver primero tierra. Vieron muchas toninas, y los de la Niña mataron una. Dice aquí el Almirante que aquellas señales eran del Poniente, "donde espero en aquel alto Dios, en cuyas manos están todas las victorias, que muy presto nos dará tierra". En aquella mañana dice que vido una ave blanca que se llama rabo de junco que no suele dormir en la mar. Martes, 18 de septiembre Navegó aquel día con su noche, y andarían más de cincuenta y cinco leguas, pero no asentó sino 48. Llevaba en todos estos días mar muy bonanza, como en el río de Sevilla. Este día Martín Alonso con la Pinta, que era gran velera, no esperó, porque dijo al Almirante desde su carabela que había visto gran multitud de aves ir hacia el Poniente, y que aquella noche esperaba ver tierra y por eso andaba tanto. Apareció a la parte del Norte una gran cerrazón, que es señal de estar sobre la tierra. Miércoles, 19 de septiembre Navegó su camino, y entre día y noche andaría veinticinco leguas, porque tuvieron calma; escribió veintidós. Este día, a las diez horas, vino a la nao un alcatraz y a la tarde vieron otro, que no suelen apartarse veinte leguas de tierra. Vinieron unos llovizneos sin viento, lo que es señal cierta de tierra. No quiso deternerse barloventeando el Almirante para averiguar si había tierra, más de que tuvo por cierto que a la banda de Norte y de sur había algunas Islas, como en la verdad lo estaban y él iba por medios de ellas. Porque su voluntad era de seguir adelante hasta las Indias, "y el tiempo es bueno, porque placiendo a Dios a la vuelta todo se vería"; Estas son sus palabras. Aquí descubrieron sus puntos los pilotos: el de la Niña se hallaba de las Canarias 440 leguas; el de la Pinta 420; el de la donde iba el Almirante 400 justas. Jueves, 20 de septiembre Navegó este día al Oueste cuarta del Norueste y a la media partida, porque se mudaron muchos vientos con la calma que había. Andarían hasta siete y ocho leguas. Vinieron a la nao dos alcatraces y después otro, que fue señal de estar cerca de tierra; y vieron mucha hierba, aunque el día pasado no habían visto de ella. Tomaron un pájaro con la mano que era como garjao; era pájaro de río y no de mar, los pies tenía como gaviota. Vinieron al navío, en amaneciendo, dos o tres pajaritos de tierra cantando, y después, antes del Sol salido, desaparecieron. Después vino un alcatraz; venía de Ouesnorueste; iba al Sueste, que era señal que dejaba la tierra al Ouesnorueste, porque estas aves duermen en tierra y por la mañana van a la mar a buscar su vida, y no se alejan veinte leguas. Viernes, 21 de septiembre Aquel día fue todo lo más calma y después algún viento. Andarían entre día y noche, de ello a la vía y de ello no, hasta 13 leguas. En amaneciendo, hallaron tanta hierba que parecía ser la mar cuajada de ellas, y venía del Oueste. Vieron un alcatraz. La mar muy llana como un río y los aires los mejores del mundo. Vieron un alcatraz. La mar muy llana como un río y los aires los mejores del mundo. Vieron una ballena, que es señal que estaban cerca de tierra, porque siempre andan cerca. Sábado, 22 de septiembre Navegó al Ouesnorueste más o menos, acostándose a una y a otra parte. Andarían treinta leguas. No veían casi hierba. Vieron unas pardelas y otra ave. Dice aquí el Almirante: "Mucho me fue necesario este viento contrario, porque mi gente andaban muy estimulados, que pensaban que no ventaban en estos mares vientos para volver a España." Por un pedazo de día no hubo hierba, después muy espesa. Domingo, 23 de septiembre Navegó al Norueste y a las veces a la cuarta de Norte y a las veces a su camino, que era el Oueste; y andaría hasta ventidós leguas. Vieron una tórtola y un alcatraz y otro pajarito de río y otras aves blancas. Las hierbas eran muchas, y hallaban cangrejos en ellas. Como la mar estuviese mansa y llana, murmuraba la gente diciendo que, pues por allí no había mar grande, que nunca ventaría para volver a España. Pero después alzóse mucho la mar y sin viento, que los asombraba, por lo cual dice aquí el Almirante: "Así que muy necesario me fue la mar alta, que no pareció, salvo el tiempo de los judíos cuando salieron de Egipto contra Moisés, que los sacaba de cautiverio."
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La fecha de 1750 es habitualmente utilizada para marcar simbólicamente la confluencia de una serie de experiencias y propuestas artísticas a partir de las que comienza a plantearse todo un nuevo concepto del arte y de la estética. Y, ciertamente, esos años centrales del siglo XVIII constituyen uno de los períodos más apasionantes de la historia del arte, en el que coinciden declaraciones racionalistas con formas rococó, rigorismos clasicistas con lenguajes barrocos, la arqueología clásica con el gótico, el orden dórico griego con el romano, formulaciones idealistas sobre la belleza con el empirismo estético inglés, entre otros aspectos. Recordemos que, en 1750, gana el Concurso Clementino de la Academia de San Lucas de Roma un arquitecto como Francesco Sabatini, que posteriormente trabajaría en España hasta finales del siglo, con un proyecto para un Magnífico Colegio de las Ciencias y de las Bellas Artes, heredero de la tradición barroca y del lenguaje de la Arcadia. El tema propuesto por la Academia romana motivó que Giovan Battista Piranesi (1720-1778), ya célebre por entonces, realizara un proyecto paralelo, que no presentó al concurso, con el título de Planta de amplio magnífico Colegio formado sobre la idea de las antiguas palestras de los Griegos y de las Termas de los Romanos...Las diferencias en la enunciación de los proyectos no pueden ser más elocuentes; pero es que, además, Piranesi tampoco se atenía a una tipología antigua, sino que ideó un complejo de sumas tipológicas que crecían concéntricamente, haciendo del Colegio no un lugar donde se estudiasen las Bellas Artes, sino al propio edificio como objeto del estudio. Pero su edificio tampoco era estrictamente antiguo ni planteaba la restitución de alguna tipología clásica. Por el contrario, experimentalismos tipológicos semejantes habían sido realizados por Juvarra y, sobre todo, en la arquitectura más utópica del siglo XVI, de Peruzzi y Du Cerceau a Montano. Se trata de un neocinquecentismo que no tiene nada que ver con el de los arquitectos de la Arcadia, pendientes de la arquitectura de Maderno o Giacomo della Porta. El Colegio de Piranesi, a pesar de referirse a tipologías griegas y romanas, era en realidad una mirada histórica al pasado, rastreando no modelos de orden, sino las experiencias más heréticas del siglo XVI a Juvarra. De nuevo la Historia aparece como un elemento ineludible en la formulación de las nuevas ideas, aunque sea para negar su pertinencia.Es en Roma, en la ciudad en la que hacia 1750 coinciden toda una serie de iniciativas caracterizadas por el internacionalismo de las diferentes propuestas. Pero también es la fecha en la que aparece el "Prospectus" con el programa de la "Encyclopédie" francesa. Al año siguiente, dos cualificados representantes del clasicismo rigorista de la Arcadia, como Fuga y Vanvitelli son llamados a Nápoles por Carlos III. El coloquio mudo que hemos presenciado entre Sabatini y Piranesi, a propósito del Concurso Clementino de 1750, va a escindirse definitivamente con la obra de estos arquitectos en Nápoles. Es más, Sabatini trabajaría posteriormente, a las órdenes de Vanvitelli, en la construcción del Palacio Real de Caserta.
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Lunes, 18 de febrero Después, ayer, del sol puesto, anduvo rodeando la isla para ver donde había de surgir y tomar lengua. Surgió con una ancla que luego perdió. Tornó a dar la vela y barloventeó toda la noche. Después del sol salido, llegó otra vez de la parte Norte de la isla, y donde le pareció surgió con un ancla y envió la barca en tierra y hobieron habla con la gente de la isla, y supieron cómo era la isla de Santa María, una de las de los Azores, y enseñáronles el puerto donde habían de poner la carabela; y dijo la gente de la isla que jamás habían visto tanta tormenta como la que había hecho los quince días pasados y que se maravillaban cómo habían escapado; los cuales diz que dieron muchas gracias a Dios y hicieron muchas alegrías por las nuevas que sabían de haber al Almirante descubierto las Indias. Dice el Almirante que aquella su navegación había sido muy cierta y que había carteado bien, que fuesen dadas muchas gracias a Nuestro Señor, aunque se hacía algo delantero, pero tenía por cierto que estaba en la comarca de las islas de los Azores y que aquélla era una de ellas. Y diz que fingió haber andado más camino por desatinar a los pilotos y marineros que carteaban, por quedar él señor de aquella derrota de las Indias, como de hecho queda, porque ninguno de todos ellos traía su camino cierto, por lo cual ninguno puede estar seguro de su derrota para las Indias. Martes, 19 de febrero Después del sol puesto, vinieron a la ribera tres hombres de la isla y llamaron. Envióles la barca, en la cual vinieron y trujeron gallinas y pan fresco; y era día de Carnestolendas, y trujeron otras cosas que enviaba el capitán de la isla, que se llama Juan de Castañeda, diciéndolo que lo conocía muy bien y que por ser de noche no venía a verlo, pero que, en amaneciendo, vendría y traería más refresco, y traería consigo tres hombres que allá quedaban de la carabela, y que no los enviaba por el gran placer que con ellos tenía oyendo las cosas de su viaje. El Almirante mandó hacer mucha honra a los mensajeros y mandóles dar camas en que durmiesen aquella noche, porque era tarde y estaba la población lejos. Y porque el jueves pasado, cuando se vio en la angustia de la tormenta, hicieron el voto y votos susodichos y el de que en la primera tierra donde hubiese casa de Nuestra Señora saliesen en camisa, etc., acordó que la mitad de la gente fuese a cumplirlo a una casita que estaba junto con la mar como ermita, y él iría después con la otra mitad. Viendo que era tierra segura y confiando en las ofertas del capitán y en la paz que tenía Portugal con Castilla, rogó a los tres hombres que se fuesen a la población y hiciesen venir un clérigo para que les diese una misa. Los cuales, idos en camisa, en cumplimiento de su romería, y estando en su oración, saltó contra ellos todo el pueblo a caballo y a pie con el capitán y prendiéronlos a todos. Después, estando el Almirante sin sospecha esperando la barca para salir él a cumplir su romería con la otra gente hasta las once del día, viendo que no venían, sospechó que los detenían o que la barca se había quebrado, porque toda la isla está cercada de peñas muy altas. Esto no podía ver el Almirante porque la ermita estaba detrás de una punta. Levantó el ancla y dio la vela hasta en derecho de la ermita y vido muchos de caballo que se apearon y entraron en la barca con armas y vinieron a la carabela para prender al Almirante. Levantóse el capitán en la barca y pidió seguro al Almirante. Dijo que se lo daba, pero ¿qué innovación era aquella que no veía ninguna de su gente en la barca? y añadió el Almirante que viniese y entrase en la carabela, que él haría todo lo que él quisiese. Y pretendía el Almirante con buenas palabras traello por prenderlo para recuperar su gente, no creyendo que violaba la fe dándole seguro, pues él, habiéndole ofrecido paz y seguridad, lo había quebrantado. El capitán como diz que traía mal propósito, no se fió a entrar; visto que no se llegaba a la carabela, rogóle que le dijese la causa porque detenía su gente, y que de ello pesaría al Rey de Portugal, y que en tierra de los Reyes de Castilla recibían los portugueses mucha honra y entraban y estaban seguros como en Lisboa, y que los Reyes habíanle dado cartas de recomendación para todos los príncipes y señores y hombres del mundo, las cuales le mostraría si se quisiese llegar, y que él era su Almirante del mar Océano y Visorrey de las Indias, que agora eran de sus Altezas, de lo cual mostraría las provisiones firmadas de sus firmas y selladas con sus sellos, las cuales le enseñó de lejos, y que los Reyes estaban en mucho amor y amistad con el Rey de Portugal y le habían mandado que hiciese toda la honra que pudiese a los navíos que topase de Portugal, y que, dado que no le quisiese darle su gente, no por eso dejaría de ir a Castilla, pues tenía harta gente para navegar hasta Sevilla, y serían él y su gente bien castigados, haciéndole aquel agravio. Entonces respondió el capitán y los demás no conocer acá Rey e Reina de Castilla, ni sus cartas, ni le habían miedo, antes le darían a saber qué era Portugal, cuasi amenazando. Lo cual oído, el Almirante hubo mucho sentimiento y diz que pensó si había pasado algún desconcierto entre un reino y otro después de su partida, y no se pudo sufrir que no les respondiese lo que era razón. Después tornóse diz que a levantar aquel capitán desde lejos y dijo al Almirante que se fuese con la carabela al puerto, y que todo lo que él hacía y había hecho, el Rey su Señor se lo había enviado demandar; de lo cual el Almirante tomó testigos los que en la carabela estaban y tornó el Almirante a llamar al capitán y a todos ellos y les dio su fe y prometió, como quien era, de no descender ni salir de la carabela hasta que llevase un ciento de portugueses a Castilla y despoblar toda aquella isla. Y así se volvió a surgir en el puerto donde estaba primero, porque el tiempo y viento era muy malo para hacer otra cosa. Miércoles, 20 de febrero Mandó aderezar el navío y henchir las pipas de agua de las mar por lastre, porque estaba en muy mal puerto y temió que se le cortasen las amarras; y así fue, por lo cual dio la vela hacia la isla de San Miguel, aunque en ninguna de la de los Azores hay buen puerto para el tiempo que entonces hacía, y no tenía otro remedio sino huir a la mar. Jueves, 21 de febrero Partió ayer de aquella isla de Santa María para la isla de San Miguel, para ver si hallara puerto para poder sufrir tan mal tiempo como hacía, con mucho viento y mucha mar, y anduvo hasta la noche sin poder ver tierra una ni otra por la gran cerrazón y oscurana que el viento y la mar causaban. El Almirante dice que estaba con poco placer, porque no tenía sino tres marineros solos de los que supiesen de la mar, porque los que más allí estaban no sabían de la mar nada. Estuvo a la corda toda esta noche con muy mucha tormenta y grande peligro y trabajo, y en lo que Nuestro Señor le hizo merced fue que la mar o las ondas de ella venían de sola una parte, porque si cruzaran como las pasadas, muy mayor mal padeciera. Después del sol salido, visto que no veía la isla de San Miguel, acordó tornarse a la Santa María por ver si podía cobrar su gente y la barca y las amarras y anclas que allá dejaba. Dice que estaba maravillado de tan mal tiempo como había en aquellas islas y partes, porque en las Indias navegó todo aquel invierno sin surgir, e había siempre buenos tiempos, e que una sola hora no vido la mar que no se pudiese bien navegar, y en aquellas islas había padecido tan grave tormenta, y lo mismo le acaeció a la ida hasta las Islas de Canaria; pero, pasado de ellas, siempre halló los aires y la mar con gran templanza. Concluyendo, dice el Almirante que bien dijeron los sacros teólogos y los sabios filósofos que el Paraíso Terrenal está en el fin de Oriente, porque, es lugar temperadísimo. Así que aquellas tierras que agora él había descubierto, es --dice él-- el fin del Oriente. Viernes, 22 de febrero Ayer surgió en la isla de Santa María en el lugar o puerto donde primero había surgido, y luego vino un hombre a capear desde unas peñas que allí estaban fronteras, diciendo que no se fuesen de allí. Luego vino la barca con cinco marineros y dos clérigos y un escribano; pidieron seguro, y dado por el Almirante, subieron a la carabela; y porque era noche durmieron allí, y el Almirante les hizo la honra que pudo. A la mañana le requirieron que les mostrase poder de los Reyes de Castilla para que a ellos les constase cómo con poder de ellos había hecho aquel viaje. Sintió el Almirante que aquello hacían por mostrar color que no habían en lo hecho errado, sino que tuvieron razón, porque no habían podido haber la persona del Almirante, la cual debieran pretender coger a las manos, pues vinieron con la barca armada, sino que no vieron que el juego les saliera bien, y con temor de lo que el Almirante les había dicho y amenazado; lo cual tenía propósito de hacer, y creía que saliera con ello. Finalmente, por haber la gente que le tenían, hubo de mostrarles la carta general de los Reyes para todos los príncipes y señores de encomienda y otras provisiones; y dióles de lo que tenía y fuéronse a tierra contentos, y luego dejaron toda la gente con la barca, de los cuales supo que, si tomaran al Almirante, nunca lo dejaran libre, porque dijo el capitán que el Rey su señor se lo había así mandado. Sábado, 23 de febrero Ayer comenzó a querer abonanzar el tiempo. Levantó las anclas y fue a rodear la isla para buscar algún buen surgidero para tomar leña y piedra para lastre, y no pudo tomar surgidero hasta horas de completas. Domingo, 24 de febrero Surgió ayer en la tarde para tomar leña y piedra, y porque la mar era muy alta no pudo la barca llegar en tierra; y al rendir de la primera guardia de noche, comenzó a ventar Oueste y Sudueste. Mandó levantar las velas por el gran peligro que en aquellas islas hay en esperar el viento Sur sobre el ancla, y en ventando Sudueste luego vienta Sur. Y visto que era buen tiempo para ir a Castilla, dejó de tomar leña y piedra y hizo que gobernasen al Leste; y andaría hasta el sol salido, que habría seis horas y media, siete millas Por hora, que son cuarenta y cinco millas y media. Después del sol salido hasta el ponerse, anduvo seis millas por hora, que en once horas fueron sesenta y seis millas, y cuarenta y cinco y media de la noche fueron ciento once y media, y, por consiguiente, veintiocho leguas.
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Lunes, 19 de noviembre Partió antes que el sol saliese y con calma; y después al mediodía ventó algo el Leste y navegó al Nornordeste. Al poner del Sol le quedaba el puerto del Príncipe al Sursudueste, y estaría de él siete leguas. Vido la isla de Baneque al Leste justo, de la cual estaría sesenta millas. Navegó toda esta noche al Nordeste; escaso andaría sesenta millas y hasta las diez del día martes otras doce, que son por todas dieciocho leguas, y al Nordeste cuarta del Norte. Martes, 20 de noviembre Quedábanle el Baneque o las islas de Baneque al Lesueste, de donde salía el viento que llevaba contrario. Y viendo que no se mudaba y la mar se alteraba, determinó de dar la vuelta al puerto del Príncipe, de donde habían salido, que le quedaba veinticinco leguas. No quiso ir a la isleta que llamó Isabela, que le estaba doce leguas que pudiera ir a surgir aquel día, por dos razones: la una porque vido dos islas al Sur, las quería ver; la otra, porque los indios que traía, que había tomado en Guanahany, que llamó San Salvador, que estaba ocho leguas de aquella Isabela, no se le fuesen, de los cuales diz que tenía necesidad y por traellos a Castilla, etc. Tenían diz que entendido que en hallando oro los había el Almirante de dejar tornar a su tierra. Llegó en paraje del puerto del Príncipe, pero no lo pudo tomar, porque era de noche y porque lo decayeron las corrientes al Norueste. Tornó a dar la vuelta y puso la proa al Nordeste con viento recio; amansó y mudóse el viento al tercero cuarto de la noche; el viento era Susueste y mudóse al alba de todo en Sur, y tocaba en el Sueste. Salido el sol marcó el puerto del Príncipe, y quedábale al Sudueste y cuasi a la cuarta del Oueste, y estaría de él 48 millas que son doce leguas. Miércoles, 21 de noviembre Al sol salido, navegó al Leste con viento Sur. Anduvo poco por la mar contraria. Hasta horas de vísperas hubo andado veinticuatro millas; después se mudó el viento al Leste y anduvo al Sur cuarta del Sueste, y al poner del sol habían andado doce millas. Aquí se halló el Almirante en 42 grados de la línea equinocial a la parte del Norte, como en el puerto de Mares, Pero aquí dice que tiene suspenso el cuadrante hasta llegar a tierra que lo adobe. Por manera que le parecía que no debían distar tanto, y tenían razón, porque no era posible como no estén estas islas sino en 21 grados. Para creer que el cuadrante andaba bueno, le movía ver, diez que el Norte tan alto como en Castilla, y si esto es verdad mucho allegado y alto andaba con la Florida; pero ¿dónde están luego agora estas islas que entre manos traía? Ayudaba a esto que hacía diz que gran calor, pero claro es que si estuviera en la cosa de la Florida que no hobiera calor, sino frío. Y es también manifiesto que en cuarenta y dos grados en ninguna parte de la tierra se cree hacer calor, si no fuese por alguna causa de per accidens, lo que hasta hoy no creo yo que se sabe. Por este calor que allí el Almirante dice que padecía, arguye que en estas Indias y por allí donde andaba debía de haber mucho oro. Este día se apartó Martín Alonso Pinzón con la carabela Pinta, sin obediencia y voluntad del Almirante, por codicia, diz que pensando que un indio que el Almirante había mandado poner en aquella carabela le había de dar mucho oro, y así se fue sin esperar, sin causa de mal tiempo, sino porque quiso. Y dice aquí el Almirante: "otras muchas me tiene hecho y dicho". Jueves, 22 de noviembre Miércoles en la noche navegó al Sur cuarta del Sueste con el viento Leste, y era cuasi calma. Al tercero cuarto ventó Nornordeste. Todavía iba al Sur por ver aquella tierra que allí le quedaba, y cuando salió el sol se halló tan lejos como el día pasado por la corrientes contrarias, y quedábale la tierra cuarenta millas. Esta noche Martín Alonso siguió el camino del Leste para ir a la Isla de Baneque, donde dicen los indios que hay mucho oro, el cual iba a vista del Almirante, y habría hasta él 16 millas. Anduvo el Almirante toda la noche la vuelta de tierra y hizo tomar algunas de las velas y tener farol toda la noche, porque le pareció que venía hacia él, y la noche hizo muy clara y el venticillo bueno para venir a él si quisiera. Viernes, 23 de noviembre Navegó el Almirante todo el día hacia la tierra del Sur, siempre con poco viento, y la corriente nunca le dejó llegar a ella, antes estaba hoy tan lejos de ella al poner del sol como en la mañana. El viento era Lesnordeste y razonable para ir al Sur, sino que era poco, y sobre este cabo encabalga otra tierra o cabo que va también al Leste, a quien aquellos indios que llevaba llamaban Bohio, la cual decían que era muy grande y que había en ella gente que tenía un ojo en la frente, y otros que se llamaban caníbales, a quien mostraban tener gran miedo. Y des que vieron que lleva este camino, dice que no podían hablar porque los comían y que son gente muy armada. El Almirante dice que bien cree que había algo de ello, mas que, pues eran armados, sería gente de razón, y creía que habrían cautivado algunos y que, porque no volvían a sus tierras, dirían que los comían. Lo mismo creían de los cristianos y del Almirante, al principio que algunos los vieron. Sábado, 24 de noviembre Navegó aquella noche toda, y a la hora de tercia del día tomó la tierra sobre la isla llana, en aquel mismo lugar donde había arribado la semana pasada cuando iba a la isla de Baneque. Al principio no osó llegar a la tierra, porque le pareció que en aquella abra de sierras rompía la mar mucho en ella. Y, en fin, llegó a la mar de Nuestra Señora, donde había las muchas islas, y entró en el puerto que está junto a la boca de la entrada de las islas. Y dice que si él antes supiera este puerto y no se ocupara en ver las islas de la mar de Nuestra Señora, no le fuera necesario volver atrás, aunque dice que lo da por bien empleado, por haber visto las dichas islas. Así que llegando a tierra envió la barca y tentó el puerto y halló muy buena barra, honda de seis brazos, y hasta veinte y limpio, todo basa. Entró en él, poniendo la proa al Sudueste y después volviendo al Oueste, quedando la isla llana de la parte del Norte; la cual, con otra su vecina, hace una laguna de mar en que cabrían todas las naos de España y podían estar seguras, sin amarras de todos los vientos. Y esta entrada de la parte del Sueste, que se entra poniendo la proa al Susudueste, tiene la salida al Oueste muy honda y muy ancha, así que se puede pasar entremedio de las dichas islas. Y por conocimiento de ellas a quien viniese de la mar de la parte del Norte, que es su travesía de esta costa, están las dichas islas al pie de una grande montaña, que es su longura de Leste Oueste, y es harto luenga y más alta que ninguna de todas las otras que están en esta costa, adonde hay infinitas; y hace fuera una restinga al luengo de la dicha montaña como un banco que llega hasta la entrada; todo esto de la parte del Sueste; y también de la parte de la isla llana hace otra restinga, aunque ésta es pequeña, y así entremedias de ambas hay gran anchura y fondo grande, como dicho es. Luego a la entrada, a la parte del sueste, dentro en el mismo puerto, vieron un río grande y muy hermoso, y de más agua que hasta entonces habían visto, y que venía el agua dulce hasta la mar. A la entrada tiene un banco, mas después, dentro es muy hondo, de ocho y nueve brazas. Está todo lleno de palmas y de muchas arboledas como los otros. Domingo, 25 de noviembre Antes del sol salido, entró en la barca y fue a ver un cabo o punta de tierra al Sueste de la isleta llana, obra de una legua y media, porque le parecía que debía de haber algún río bueno. Luego, a la entrada del cabo, de la parte del Sueste, andando dos tiros de ballesta, vio venir un grande arroyo de muy linda agua que descendía de una montaña abajo, y hacía gran ruido. Fue al río y vio en él unas piedras a relucir, con unas manchas en ellas de color de oro, y acordóse que, en el río Tejo al pie de él, junto a la mar, se halla oro, y parecióle que cierto debía de tener oro, y mandó coger ciertas de aquellas piedras para llevar a los Reyes. Estando así, dan voces los mozos grumetes, diciendo que veían pinares. Miró por la sierra y vídolos tan grandes y tan maravillosos, que no podía encarecer su altura y derechura como husos, gordos y delgados, donde conoció que se podían hacer navíos e infinitas tablazón y mástiles para las mayores naos de España. Vido robles y madroños, y un buen río y aparejo para hacer sierras de agua. La tierra y los aires más templados que hasta allí, por la altura y hermosura de las sierras. Vido por la playa muchas otras piedras de color de hierro, y otras que decían algunos que eran minas de plata, todas las cuales trae el río. Allí cogió una entena y mastel para la mesana de la carabela Niña. Llegó a la boca del río y entró en una cala, al pie de aquel cabo de la paste del Sueste, muy honda y grande, en que cabrían cien naos sin alguna amarra ni anclas; y el puerto, que los ojos otro tal nunca vieron. Las sierras altísimas, de las cuales descendían muchas aguas lindísimas; todas las sierras llenas de pinos y por todo aquellos diversísimas y hermosísimas florestas de árboles. Otros dos o tres ríos les quedaban atrás. Encarece todo esto en gran manera a los Reyes y muestra haber recibido de verlo, y mayormente los pinos, inestimable alegría y gozo, porque se podrán hacer allí cuantos navíos desearen, trayendo los aderezos si no fuere madera y pez, que allí te hará harta, afirma no encarecerlo la centésima parte de lo que es, y que plugo a Nuestro Señor de le mostrar siempre una cosa mejor que otra, y siempre en lo que hasta allí había descubierto iba de bien en mejor, así en las tierras y arboledas y hierbas y frutos y flores como en las gentes, y siempre de diversa manera. Y así en un lugar como en otro, lo mismo en los puertos y en las aguas. Y finalmente dice que, cuando al que lo ve es tan grande admiración, cuánto más será a quien lo oyere, y que nadie lo podrá creer si no lo viere.
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Hace algunos años el artista francés Christian Boltanski (1944) publicaba una entrevista en la prestigiosa revista suiza "Parhett". En la entrevista, el refinadísimo Boltanski, personaje clave de nuestra época por sus reconstrucciones de la memoria y la muerte en las que se apropia de fotografías para levantar muros de las lamentaciones, se planteaba el concepto del arte como religión, aunque se autodefiniera como no religioso "desgraciadamente". Pero, aun no siendo religioso, hablaba de Dios y decía cómo éste prefería a sus monjes antes que a sus obispos: "Dios siempre coloca trampas y una de ellas es el éxito".Curiosamente, para hablar de la santidad tomaba como punto de partida a Andy Warhol y Joseph Beuys (1921-1986), dos figuras básicas para comprender el desarrollo de experiencias posteriores, en cada caso por motivos diferentes. Las referencias al segundo no extrañarían tanto, pues Beuys aspira siempre a presentarse como un chamán, planteando la creación artística como un acto iniciático, como una recuperación de los mitos ancestrales y la naturaleza. Por el contrarío, la figura de Warhol suele verse siempre como el epitome de la fríaldad moderna, el artista que adora ser publicista y que se muestra en la engañosa superficie de sus pinturas. Beuys es pasional y romántico, Warhol frígido y moderno. El primero trata de volver a la tangibilidad de las cosas, el segundo aspira a convertir todo en materia aséptica. Frente a la grasa y los fieltros del primero, las cajas de detergentes cogidas directamente de las repisas del supermercado del segundo. Beuys héroe y mártir, Warhol frívolo. El primero crea arte como se hiciera en los tiempos primitivos, el segundo hace arte y publicidad, sin distinción, en su estudio neoyorquino que llama la Factory (fábrica). Beuys es el real, Warhol el artificial. Beuys es auténtico, Warhol construido. En pocas palabras, Beuys es el europeo y Warhol el americano. Pero ¿qué pasaría si todas estas divergencias fueran sólo aparentes? ¿Qué pasaría si los dos fueran igualmente construidos o auténticos?Seguramente una mirada atenta desvela cómo ambos tienen en común mucho más de lo que podría pensarse a primera vista y el mismo Boltanski sugiere esas afinidades a través de su mirada sobre Warhol, según él el auténtico santo que se autodestruye a favor del arte y que, incluso más que Beuys, se entrega por completo al arte, se convierte en un objeto artístico e, igual que un santo, pasa veinte años sentado encima de su columna. Comenta Boltansky: "Como dice Warhol, me he convertido en una máquina. No me queda nada. Sólo soy aquello que los demás esperan. Soy su deseo. He muerto hace mucho. Uno de mis primeros actos como artista fue mandar quince cartas escritas a mano a quince personas a las que no conocía. Era la carta suicida de alguien que se sentía muy infeliz, medio loco, a punto de matarse. Me sentía muy mal y creo que de no haber sido un artista, de haber escrito sólo una carta, seguramente me hubiera matado. Pero soy un artista, así que escribí quince. Jugué con la muerte, con la idea del suicidio. Lo trasladé de un plano personal a un plano colectivo. Ya no me sentía infeliz, representaba la infelicidad. Cuando se representa, ya no se vive, igual que los actores".Repasemos muy brevemente la biografía de estos "santos". Según cuenta la hagiografía más comúnmente aceptada, la luz llega a Beuys a través del trauma: "Lo positivo de este tipo de experiencias es que empiezas una nueva vida", llega a decir. Siempre se cuenta cómo siendo piloto en la Lufwaffe de Hitler tiene un accidente al que sobrevive por los cuidados de unos tártaros nómadas que para mantenerle caliente usan grasa animal y fieltros, ambos materiales recurrentes en el arte de Beuys, cuyos trabajos más notables usan como medio de expresión las esculturas, las instalaciones -conjunto de objetos conformando un espacio- y las acciones, actuaciones menos programáticas que las performances y más contenidas que los happenings. Beuys, parte del "trauma" para crear y rescata los materiales de la salvación -una forma de renacimiento- que aparecen cargados de simbología: sus sempiternos sombrero de fieltro y chaqueta de pescador pueden enraizarse con símbolos cristianos y la famosa liebre que la acompaña en una acción -Cómo explicar los cuadros a una liebre muerta, 1965- refleja la unión mística del hombre con la naturaleza, con los animales. Pero el uso de estos materiales podría tener una segunda lectura: ¿no reconstruye Beuys lo que se espera de Europa y más aún de Alemania, misticismo y comunión con la naturaleza? Si esta aserción llegara a ser cierta, Beuys estaría haciendo lo que se espera de él y tratando de reproducir en Europa un mito análogo al que los americanos van organizando en los últimos 40, momento en que él ingresa en la Escuela de Arte de Düsseldorf. Parece importante recordar además que se trata del primer artista europeo que alcanza el triunfo internacional después de 1945.Warhol es su aparente opuesto: siendo un pobre inmigrante checo católico, con otra lengua, otra religión, otra cultura, sabe encarnar como nadie el sueño americano. Si Beuys es el héroe, Warhol es la estrella. El primero apuesta por la creatividad y el segundo no; para alcanzar su sentido de bohemia el primero tenía que pasar por Marx mientras Warhol crea su propia bohemia al llamar bohemia a la gente de la Factory, un simulacro de bohemia, como afirma De Duve. Pero en su mejor producción Warhol presenta sin más lo que Beuys, como un auténtico romántico, nos obliga a descifrar. La obra de Warhol no promete nada, declara. El sueño americano no exige promesas, sólo necesita ser real para aquellos que saben cómo lograrlo, cómo conseguirlo. Los Desastres de Warhol -fotos apropiadas de accidentes de tráfico que manipula- no manifiestan el sentido del "trauma", como en Beuys, sino el de la noticia. Todo lo que sea noticia debe ser tenido en cuenta. Los medios, el cine, dan las pautas de comportamiento: "Las películas son las que han gobernado América desde que se inventaron. Te dicen qué debes hacer, cómo debes hacerlo, qué debes sentir y qué aspecto debes tener mientras lo estás sintiendo".Aun así algo les une, algo poderoso además: ambos están fascinados por el proceso; cada uno a su manera, y por eso serán punto de partida de muchas experimentaciones de décadas posteriores, relacionadas con eso que se ha dado en llamar "arte conceptual", término cajón de sastre que engloba formas artísticas donde lo importante es la idea, no el producto final, un arte a veces sin obras. Beuys usa la grasa porque es un material que se metamorfosea con facilidad, Warhol hace obras que pareciendo en serie son únicas y originales. Es irrelevante que otros las manufacturen para él en la Factory, lo importante es la idea, el proceso mismo de pensar en hacer una cosa -en el fondo también la vida como metamorfosis-.Y Warhol lleva peluca y chaqueta de cuero -sus atributos rituales-. Igual que Beuys va disfrazado de artista. Ambos han construido su imagen y las dos son tan artificiales, tan artificiosas, tan acordes con los tiempos. De este modo, tal vez la imagen de Beuys como chamán, como artista romántico, acaba por someterse a juicio aunque los fans del alemán -muchos, ya que fue durante años profesor tanto en Alemania como en Estados Unidos y tuvo un nutrido número de discípulos- suelen ver en él al último maldito, al europeo sensible frente a la frialdad americana de Warhol. Pero los malditos nunca se disfrazan de malditos y los héroes no tienen discípulos, no se rodean de seguidores porque no quieren permanecer. Para entender a Beuys como algo más que condición escenificada de maldito sería imprescindible despojarle no sólo de los seguidores sino de los atributos elegidos o impuestos -el sombrero, la chaqueta, la manoseada liebre-. Es posible que Beuys sobreactuara su condición de héroe, igual que Warhol la suya de estrella, al ser también él un producto de la nueva era en la que después de la muerte de Pollock, los arrebatos pasionales estaban muy mal vistos.Al contrario que Warhol y Beuys, ambos definidos en sus atributos, como los santos, y rodeados de seguidores y discípulos, como los santos también, Pollock no se disfraza de artista ni siquiera de maldito. No se disfraza, se limita a ser, no habla del trauma, se limita a sentirlo. Estas dos figuras clave del arte actual -Beuys con la vuelta a la naturaleza, a la tangibilidad de las cosas, y Warhol con las apropiaciones de iconos- son dos caras de la misma moneda o, incluso una idéntica cara, sólo que nosotros, atrapados en esas superficies satinadas de Warhol en tanto Pop, no acabamos de ver cómo detrás del popizante se esconde también el proceso, la metamorfosis, lo inestable que busca Beuys en su Silla de grasa (1964, Hessischen Landesmuseum, Darmstadt). Al final, cada uno a su modo, reaccionaba contra las pasiones impuestas, también en Europa, desde la Escuela de Nueva York, pasiones ya obsoletas para la nueva época. Reaccionaban contra el genio inconsciente que corroe, aunque Beuys lo disimulara -de no ser así no se hubieran disfrazado de artistas.Andy y Beuys se conocen en 1979 a través del galerista Heiner Bastian quien comenta cómo el segundo "admiraba mucho a Andy. Creía que era un artista revolucionario sin llegar a entender tal vez lo que significaba realmente su trabajo ( ....). Andy nunca entendió lo que Beuys hacía". Un año después de ese encuentro, en 1980, Andy pintaba el retrato del alemán, resplandeciendo con polvo de diamantes, un contraste asombroso si se compara con la grasa y el fieltro que tanto gustaban al chamán. A Beuys debió encantarle porque con motivo de la exposición de sus retratos juntos recorrieron diversas ciudades europeas: Nápoles, Munich, Ginebra. La publicidad estaba asegurada y la prensa los perseguía. En unas declaraciones Andy llegó a decir que apoyaba el proyecto político de Beuys: "Debería venir a Estados Unidos., (...) Debería ser Presidente". En ese tour europeo -programado, naturalmente- se encontraban dos grandes mitos y se encontraban en el lugar al que ambos pertenecían: esos "quince minutos de popularidad" de los que habla Andy y que los dos, cada uno a su manera, ansiaban.
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En mayo de 1929 es reasignado como 20th Pursuit Group y activado el 15 de noviembre de 1930 en la base de Mather Field (California), teniendo como unidad primaria el 71th Service Squadron, una unidad de soporte y administración del Grupo, a la que se añaden los 55th y 77th Pursuit Squadron equipados con el caza Boeing P-12. El 1 de abril de 1931 también le es asignado el 79th Pursuit Squadron. Su primer comandante fue el mayor Clarence L. Tinker, que dirige el Grupo hasta el 13 de octubre de 1932 y que sería más tarde comandante de la 7th Air Force. El 15 de octubre de 1932, al mando del capitán Thomas Boland, el 20th Figther Group embarca en San Francisco a bordo del USS Grant y navegando a través del Canal de Panamá desembarca en New Orleans, desde donde se traslada a la base de Barkersdale Field (Luisiana). Los aparatos del 55th Pursuit Squadron lo hacen el mismo día, mientras que los del 77th Pursuit Squadron no llegan hasta el 15 de noviembre. En octubre de 1934 se equipa al Grupo con el Boeing P-26 Peashooter y en febrero de 1935 se une al 3rd Attack Wing y al 3rd Attack Group. No es hasta septiembre de 1938 cuando recibe sus primeros cazas de cabina cerrada, en este caso Curtiss P36 Mohawk, pero éstos duran poco ya que a partir del 9 de septiembre de 1940 pasa a operar desde la base de Hamilton Field (California) con Curtiss P-40 Warhawk. El año de 1941 comprende un periodo de continuos traslados: Muroc Lake (California), Esler Field (Luisiana) y Morris Field (Carolina del Norte),volviendo a la base de Hamilton el 5 de diciembre de 1941. La entrada en guerra contra el Japón genera otro periplo a lo largo de la costa oeste: Wilmington, Morris Field y Paine Field son sus diferentes bases. Sirve como proveedor de nuevos grupos durante el periodo de 1940 a 1942. En enero de 1943 se establece en March Field (California), donde es equipado con el Lockheed P-38. Ocho meses más tarde, el 11 de agosto de 1943, todo el personal embarca en tres trenes que se dirigen a Camp Miles Standish (Massachusetts). Desde aquí se traslada a Europa, embarcando en el HMS Queen Elizabeth el día 20 del mismo mes y llegando al puerto de Firth of Clyde el 25 de agosto, desde donde se traslada a la base de Kings Cliffe al día siguiente. Se trata de un campo de aviación antiguo y sin ninguna comodidad, lo que dificulta la realización de operaciones aéreas, por cuyo motivo no realiza su primera misión hasta el 28 de diciembre. En esta base el 20th Figther Group permanece a lo largo de toda la contienda.
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Continúan las tradiciones Humaitá y Umbú en el sur de Brasil. La primera está representada por la subtradición Jucuí, que tiene bifaces lasqueadas, hachas semipulidas, piedras bola con estrías y objetos discoidales. La tradición Umbú se ha detectado en el oeste de Paraná y Santa Catalina, así como en Rio Grande do Sul. Existe un marcado declive en la variedad de formas de puntas de proyectil, siendo las raederas el instrumento más común. También hay restos en algunos sitios de cestería, de pictografías en el abrigo rocoso de Lagoa Santa y de instrumentos casuales en otros sitios. En el sur de Brasil, resurge la explotación de moluscos en la línea de costa, en un momento (2.000-1.500 a.C.) en que el nivel de las aguas ha subido unos 3 m sobre el actual, favoreciendo la revitalización de una vieja práctica en la región. Una situación comparable parece darse en el norte: en la mayoría de los sitios del oeste de Venezuela, el complejo Manicuare del este de Venezuela, en Trinidad, Hispaniola y Cuba. Es decir, que a lo largo de una buena parte de la prehistoria de la costa amazónica éste es el método de subsistencia preferido siempre y cuando existan condiciones para ello. Cuando el milenio llega a su fin, se establecen poblaciones cerámicas en las desembocaduras del Amazonas y del Orinoco, las cuales representan a tradiciones diferentes. La fase Ananatuba de la isla de Marajó se caracteriza por la contínua reutilización del sitio. La cerámica Ananatuba es de desgrasante de fragmentos machacados y decorada con tres técnicas: exterior bruñido, engobe rojo e incisión que rellena áreas con rejilla. Las formas más características son cuencos redondos y jarras, a veces con los bordes hacia el exterior. No hay budares, con lo que se descarta el uso de mandioca amarga, un alimento casi universal en la Amazonía. Por lo demás, no hay evidencia de ceremonialismo, estratificación social o guerra hasta el final de la fase. El único otro lugar en el este de la Amazonía que tiene decoración incisa de rejilla se encuentra en jauarí, entre la isla de Marajó y la desembocadura del río Negro. La cerámica posee varias características no presentes en Ananatuba. Algunas cerámicas tienen desgrasante de concha molida, y otras están embellecidas con diseños antropomorfos. Son típicas ahora las pipas decoradas con rostros estilizados y decoración incisa de rejilla. Esta misma decoración también aparece en Tutishcainyo Temprano en el río Ucayali al este del Perú, datado para el segundo milenio a.C. En el delta del Orinoco, la tradición Barrancoide, que surge de modelos anteriores como un estilo cerámico clásico con adornos escultóricos y patrones bellamente incisos, se establece hacia el 1.000 a.C. La cerámica tiene desgrasante de arena, de paredes finas y muy bien pulidas en el exterior. Amplias líneas incisas separan superficies pulidas de otras que no tienen pulimento. La tradición se fue extendiendo por la costa de Colombia y partes medias del Orinoco. La población Barrancoide tiene fácil acceso a los ricos recursos de las aguas y tierras del delta del Orinoco. La presencia de budares manifiesta el cultivo de mandioca amarga. Este instrumento sólo aparece en la fase Malambo, junto con restos de pescado, tortuga, caimán, roedores, venados, capibaras y pájaros.
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Lunes, 21 de enero Ayer después del sol puesto, navegó al Norte cuarta del Nordeste, con el viento Leste y Nordeste; andaría ocho millas por hora hasta media noche, que serían cincuenta y seis millas. Después anduvo al Nornordeste ocho millas por hora, y así serían en toda la noche ciento y cuatro millas, que son veintiséis leguas, a la cuarta del Norte de la parte del Nordeste. Después el sol salido, navegó al Nornordeste con el mismo viento Leste, y a veces a la cuarta del Nordeste, y andaría ochenta y ocho millas en once horas que tenía el día, que son veintiuna leguas, sacada una que perdió porque arribó sobre la carabela Pinta por hablalle. Hallaba los aires más fríos y pensaba diz que hallarlos más cada día cuanto más se llegase al Norte, y también por las noches ser más grandes por la angostura de la esfera. Parecieron muchos rabos de juncos y pardelas y otras aves; pero no tantos peces, diz que por ser el agua más fría. Vido mucha hierba. Martes, 22 de enero Ayer después del sol puesto, navegó al Nornordeste con viento Leste y tomaba del Sueste; andaba ocho millas por hora hasta pasadas cinco ampolletas, y tres de antes que se comenzase la guardia, que eran ocho ampolletas; y así habría andado setenta y dos millas, que son diez y ocho leguas. Después anduvo a la cuarta del Nordeste al Norte seis ampolletas, que serían otras dieciocho millas. Después, hasta el salir el sol, anduvo al Lesnordeste once ampollas, seis leguas por hora, que son siete leguas. Después al Lesnordeste hasta las once horas del día treinta y dos millas. Y así calmó el viento y no anduvo más en aquel día. Nadaron los indios. Vieron rabos de juncos y mucha hierba. Miércoles, 23 de enero Esta noche tuvo muchos mudamientos en los vientos; tanteando todo y dado los resguardos que los marineros buenos suelen y deben dar, dicen que andaría esta noche al Nordeste cuarta del Norte ochenta y cuatro millas, que son veintiuna leguas. Esperaba muchas veces a la carabela Pinta, porque andaba mal de la bolina, porque se ayudaba poco de la mesana por el mástil no ser bueno; y dice que si el capitán de ella, que es Martín Alonso Pinzón, tuviera tanto cuidado de proveerse de un buen mástil en las Indias, donde tantos y tales había como fue cudicioso de se apartar de él, pensando de henchir el navío de oro, él lo pusiera bueno. Parecieron muchos rabos de juncos y mucha hierba; el cielo todo turbado estos días, pero no había llovido, y la mar siempre muy llana como en un río. A Dios sean dadas muchas gracias. Después del sol salido, andaría al Nordeste franco cierta parte M día treinta millas, que son siete leguas y media, y después lo demás anduvo al Lesnordeste otras treinta millas que son siete leguas y media. Jueves, 24 de enero Andaría esta noche toda, consideradas muchas mudanzas que hizo el viento, al Nordeste cuarenta y cuatro millas, que fueron once leguas. Después de salido el sol hasta puesto, andaría al Lesnordeste catorce leguas. Viernes, 25 de enero Navegó esta noche al Lesnordeste un pedazo de la noche, que fueron trece ampolletas, nueve leguas y media; después anduvo al Nornordeste otras seis millas. Salido el sol todo el día, porque calmó el viento, andaría al Lesnordeste veintiocho millas, que son siete leguas. Mataron los marineros una tonina y un grandísimo tiburón, y diz que lo habían bien menester, porque no traían ya de comer sino pan y vino y ajes de las Indias. Sábado, 26 de enero Esta noche anduvo al Leste cuarta del Sueste cincuenta y seis millas, que son catorce leguas. Después del sol salido, navego a las veces al Lesueste y a las veces al Sueste; andaría hasta las once horas del día cuarenta millas. Después hizo otro bordo, y después anduvo a la relinga, y hasta la noche anduvo hacia el Norte veinticuatro millas, que son seis leguas. Domingo, 27 de enero Ayer después del sol puesto, anduvo al Nordeste y al Norte y al Norte cuarta del Nordeste, y andaría cinco millas por hora, y en trece horas serían sesenta y cinco millas, que son diez y seis leguas y media. Después del sol salido, anduvo hacia el Nordeste veinticuatro millas, que son seis leguas hasta mediodía, y de allí hasta el sol puesto andaría tres leguas al Lesnordeste.
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Lunes, 22 de octubre "Toda esta noche y hoy estuve aquí aguardando si el rey de aquí o otras personas traerían oro o otra cosa de sustancia, y vinieron muchos de esta gente, semejantes a los otros de las otras islas, así desnudos y así pintados, de ellos de blanco, de ellos de colorado, de ellos de prieto y así de muchas maneras, Traían azagayas y algunos ovillos de algodón a resgatar, el cual trocaban aquí con algunos marineros por pedazos de vidrio, de tazas quebradas, y por pedazos de escudillas de barro. Algunos de ellos traían algunos pedazos de oro colgado al nariz, el cual de buena gana daban por un cascabel de estos de pie de gavilano y por cuentecillas de vidrio, mas es tan poco que no es nada. Que es verdad que cualquier poca cosa que se les dé, ellos también tenían a gran maravilla nuestra venida, y creían que éramos venidos del cielo. Tomamos agua para los navíos en una laguna que aquí está acerca del cabo del isleo, que así ha nombre; y en la dicha laguna Martín Alonso Pinzón, capitán de la Pinta, mató una sierpe, tal como la otra de ayer de siete palmos. Y fice tomar aquí el liñaloe cuanto se halló". Martes, 23 de octubre "Quisiera hoy partir para la isla de Cuba, que creo que debe ser Cipango, según las señas que dan esta gente de la grandeza de ella y riqueza, y no me detendré más aquí ni iré esta isla alrededor para ir a la población, como tenía determinado, para haber lengua con este Rey o Señor, que es por no me detener mucho, pues veo que aquí no hay mina de oro, y al rodear de estas islas ha menester muchas maneras de viento, y no vienta así como los hombres querrían. Y pues he de andar adonde haya trato grande, digo que no es razón de se detener, salvo ir a camino y calar mucha tierra hasta topar en tierra muy provechosa, aunque mi entender es que ésta sea muy provechosa de especiería, mas que yo no la conozco, que llevo la mayor pena del mundo, que veo mil maneras de árboles que tienen cada uno su manera de fruta y verde ahora como en España en el mes de mayo y junio y mil maneras de hierbas, eso mismo con flores, y de todo no se conoció salvo este liñaloe de que hoy mandé también traer a la nao mucho para llevar a Vuestras Altezas. Y no he dado ni doy la vela para Cuba porque no hay viento, salvo calma muerta, y llueve mucho y llovió ayer mucho sin hacer ningún frío; antes el día hacer calor y las noches temparadas como en mayo en España en el Andalucía". Miércoles, 24 de octubre "Esta noche a media noche levanté las anclas de la Isla Isabela del cabo del Isleo, que es de la parte del Norte, adonde yo estaba posado para ir a la Isla de Cuba, a donde oí de esta gente que era muy grande y de gran trato y había en ella oro y especierías y naos grandes y mercaderes, y me mostró que al Ouessudueste iría a ella; y yo así lo tengo, porque creo que sí es así como por señas que me hicieron todos los indios de estas islas y aquellos que llevo yo en los navíos, porque por lengua no los entiendo, es la Isla de Cipango, de que se cuentan cosas maravillosas; y en las esferas que yo vi y en las pinturas de mapamundos es ella en esta comarca. Y así navegué hasta el día al Ouesudeste, y amaneciendo calmó el viento y llovió, y así casi toda la noche. Y estuve así con poco viento hasta que pasaba de medio día y entonces tornó a ventar muy amoroso, y llevaba todas mis velas de la nao: maestra y dos bonetas y trinquete y cebadera y mesana y vela de gabia, y el batel por popa. Así anduve el camino hasta que anocheció, y entonces me quedaba el Cabo Verde de la Isla Fernandina, el cual es de la parte de Sur a la parte de Oueste, me quedaba al Norueste, y hacía de mí a el siete leguas. Y porque ventaba ya recio y no sabía yo cuanto camino hubiese hasta la dicha Isla de Cuba, y por no la ir a demandar de noche, porque todas estas islas son muy hondas a no hallar fondo todo enderredor salvo a tiro de dos lombardas, y esto es todo manchado: un pedazo de roquedo y otro de arena, y por esto no se puede seguramente surgir salvo a vista de ojo. Y por tanto acordé de amainar las velas todas, salvo el trinquete, andar con él, y de a un rato crecía mucho el viento y hacía mucho camino de que dudaba, y era muy gran cerrazón y llovía. Mandé amainar el trinquete y no anduvimos esta noche dos leguas, etc.". Jueves, 25 de octubre Navegó después del Sol salido al Oueste Sudueste hasta las nueve horas; andarían 5 leguas. Después mudó el camino al Oueste. Andaban 8 millas por hora hasta la una después de medio día, y de allí hasta las tres y andarían 44 millas. Entonces vieron tierra, y eran siete u ocho islas, en luengo todas de Norte a Sur; distaban de ellas 5 leguas, etc. Viernes, 26 de octubre Estuvo de las dichas islas de la parte del Sur. Era todo bajo cinco o seis leguas; surgió por allí. Dijeron los indios que llevaba que había de ellas a Cuba andadura de día y medio con sus almadías, que son navetas de un madero a donde no llevan vela. Estas son las canoas. Partió de allí para Cuba, porque por las senas que los indios le daban de la grandeza y del oro y perlas de ella, pensaba que era ella, conviene a saber, Cipango. Sábado, 27 de octubre Levantó los anclas salido el sol, de aquellas islas, que llamó las islas de arena, por el poco fondo que tenían de la parte del Sur hasta seis leguas. Anduvo ocho millas por hora hasta la una del día al Sursudueste, y habrían andado 40 millas, y hasta la noche andarían 28 millas al mismo camino, y antes de noche vieron tierra. Estuvieron la noche al reparo con mucha lluvia que llovió. Anduvieron el sábado hasta el poner del sol 17 leguas al Sursudueste. Domingo, 28 de octubre Fué de allí en demanda de la Isla de Cuba al Sursudueste, a la tierra de ella más cercana, y entró en un río muy hermoso y muy sin peligro de bajas ni de otros inconvenientes, y toda la costa que anduvo por allí era muy hondo y muy limpio hasta tierra. Tenía la boca del río doce brazas, y es bien ancha para barloventear. Surgió dentro, diz que a tiro de lombarda. Dice el Almirante que nunca tan hermosa cosa vido, lleno de árboles todo cercado el río, hermosos y verdes y diversos de los nuestros, con flores y con su fruto cada uno de su manera. Aves muchas y pajaritos que cantaban muy dulcemente; había gran cantidad de palmas de otra manera que las de Guinea y de las nuestras, de una estatura mediana y los pies sin aquella camisa y las hojas muy grandes, con las cuales cobijan las casas; la tierra muy llana. Saltó el Almirante en la barca y fue a tierra y llegó a dos casas que creyó ser de pescadores y que con temor se huyeron, en una de las cuales halló un perro que nunca ladró; y en ambas casas halló redes de hilo de palma y cordeles y anzuelo de cuerno y fisgas de hueso y otros aparejos de pescar y muchos huegos dentro, y creyó que en cada una casa se ayuntahan muchas personas. Mandó que no se tocase en cosa de todo ello, y así se hizo. La hierba era grande como en el Andalucía por abril y mayo. Halló verdolagas muchas y bledos. Tornóse a la barca y anduvo por el río arriba un buen rato y era diz que gran placer ver aquellas verduras y arboledas, y de las aves que no podía dejarlas para se volver. Dice que es aquella isla la más hermosa que ojos hayan visto, llena de muy buenos puertos y ríos hondos, y la mar que parecía que nunca se debía de alzar, porque la hierba de la playa llegaba hasta casi el agua, la cual no suele llegar adonde la mar es brava. Hasta entonces no había esperimentado en todas aquellas islas que la mar fuese brava. La isla dice que es llena de montañas muy hermosas, aunque no son muy grandes en longura, salvo altas, y toda la otra tierra es alta de la manera de Sicilia. Llena es de muchas aguas, según puedo entender de los indios que consigo lleva, que tomó en la isla de Guanahani, los cuales le dicen por señas que hay diez ríos grandes y que con sus canoas no la pueden cercar en 20 días. Cuando iba a tierra con los navíos, salieron dos almadías o canoas, y como vieron que los marineros entraban en la barca y remaban para ir a ver el fondo del río para saber donde habían de surgir, huyeron las canoas. Decían los indios que en aquella isla había minas de oro y perlas, y vido el Almirante lugar apto para ellas y almejas, que es señal de ellas. Y entendía el Almirante que allí venían naos del gran Can, y grandes y que de allí a tierra firme había jornada de diez días. Llamó el Almirante aquel río y puerto de San Salvador.