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PROEMIO A Felipe II Óptimo Máximo, Rey de las Españas y de las Indias Aun cuando me hayas comisionado tan sólo para la historia de las cosas naturales de este orbe, Sacratísimo Rey, y aunque el cargo de escribir sobre antigüedades, pueda considerarse como que no me pertenece, sin embargo, juzgo que no distan tanto de ella las costumbres y ritos de las gentes porque aun cuando en gran parte no deban atribuirse al cielo y a los astros, puesto que la voluntad humana es libre y no está obligada por nadie sino que espontáneamente ejecuta cualesquiera acciones, todavía los más doctos de los filósofos opinan que hay concordia entre el alma y el cuerpo y mutua correspondencia entre el cuerpo y los astros; de modo que muy a menudo haciendo a un lado lo honesto y lo justo, sigamos las afecciones del cielo y del cuerpo y rara vez se encuentran quienes en contra de esos impulsos y de esa fuerza resistan firmes y tranquilos. Lo más difícil y que más me apartaba de este trabajo, es que sean los ritos de estas gentes tan varios e inconstantes, que apenas algo firme y continuo pueda trasmitirse y que esto mismo apenas pueda arrancarse a estos hombres, porque o cuidándose ellos mismos u odiándonos a nosotros, esconden en arcanos lo que tienen conocido e investigado, o porque olvidados de las cosas de sus mayores (tanta es su rudeza y desidia) nada puedan contar de notable. Pero yo, considerando la historia para la cual trabajo con empeño por tu clemencia y liberalidad y que sin esta parte no puede ser considerada concluida en todos sus números y buscando la claridad y recreo para los nuestros que viven en este mundo, y lo que es más, el esplendor tuyo y la conveniencia de estos indios, para la cual consideraba de importancia que conocieras sus ritos y costumbres, me apliqué con cuanto esmero pude y cuidado para que no se considerase que había yo faltado completamente a esta parte y que no había echado algunos fundamentos a una fábrica que tal vez dilataré y aumentaré en los días futuros. Entretanto, recibe, Sacratísimo Felipe, esta semilla de historia, cualquiera que sea, trasmitida, sí no con la facundia que conviniera al menos con la que fue dada por mi fe y afecto no común hacia tu Majestad; cuyo amplísimo imperio en gracia de la república cristiana, Cristo Óptimo Máximo, Señor de todos, se digne proteger y conservar largos años
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Relación de méritos y servicios del conquistador Bernardino Vázquez de Tapia, vecino y regidor de esta gran ciudad de Tenuxtitlan México Ilustrísimo señor: Bernardino Vázquez de Tapia, vecino y regidor de esta gran ciudad de Tenuxtitlan México, advirtiendo lo mandado por Vuestra Ilustrísima Señoría, digo que yo soy natural de Oropesa, aunque pocas veces he estado en ella, y soy hijo de Pedro Sánchez Vázquez, hermano del doctor Pedro Vázquez de Oropesa, catedrático en Salamanca, y de Marina Alfonso de Balboa, hermana de don Francisco Álvarez, abad de Toro, inquisidor en reinos y otras provincias y ciudades muchos años; con los cuales dichos mis tíos yo me crié por faltarme mis padres, todos los cuales y mis hermanos y mis abuelos y otros deudos sirvieron mucho a la Corona Real. Pasé a las Indias con el gobernador Pedro Arias de Ávila, año de quinientos y trece años1. Y fuimos a la costa de la tierra firme, en aquella parte que se llama Castilla del Oro2, adonde yo estuve dos años y medio, poco más o menos; y en el camino y en la dicha tierra, en entradas y costas que me fueron mandadas por el dicho gobernador y capitán en servicio de Su Majestad, yo pasé muchos peligros y trabajos, sin recibir sueldo ni acostamiento ninguno. Item. Después de lo dicho, yo vine a la Isla Fernandina, que por otro nombre se llama Cupa3, adonde serví en algunas entradas que hicieron contra gente alzada que había en algunas partes, y el gobernador de ella, don Diego Velázquez, por mi persona y servicios, me dio y encomendó pueblos e indios de que me aprovechase y para que me sirviesen. Después de lo dicho, el año de quinientos y diez y siete, enviando el dicho gobernador don Diego Velázquez a su sobrino, el capitán Juan de Grijalva, con cuatro navíos de armada, en servicio de Su Majestad, a descubrir islas o tierra nueva, yo fui en la dicha armada por alférez general4 de toda la gente y armada; y de aquel camino descubrimos la isla de Cozumel, y le pusimos por nombre la isla de Santa Cruz, porque aquel día la descubrimos; y la costa de Yucatán, por la parte del sur, hasta la Bahía de Ascensión, que así le pusimos nombre; y de allí, tornamos costeando la dicha costa, en la cual y en la dicha isla de Cozumel vimos grandes pueblos y edificios de piedra. Después, costeamos la costa del sueste5 y del este y del norte, hasta un gran pueblo que está en la costa, que se llamaba Campeche, en el cual desembarcamos, y los naturales nos dieron una batalla, en la cual estuvimos en harto peligro de perder las vidas, y el capitán salió mal herido y todos los más que allí estábamos, y muerto un gentilhombre soldado. Y salidos de aquel peligro, hallamos otro tan grande que fue que, queriéndonos recoger a los navíos, había menguado tanto la mar, que los había dejado casi en seco y trastornado y de lodo henchidos, que no pensamos que de allí salieran sino hechos pedazos, y que nos quedáramos allí aislados y perdidos. Después, salidos de allí, quedó un navío mal acondicionado y que se iba a fondo, y buscando puerto a donde le adobar6, llegamos a uno que le pusimos nombre Puerto Deseado, adonde estuvimos algunos días, y el dicho navío se adobó. Después, yendo más adelante, descubrimos tierra de la Nueva España, y llegamos al río grande de tabasco, al cual pusimos por nombre el Río de Grijalva, y entramos en los navíos en el río y vimos el pueblo de Tabasco, adonde saltamos en tierra y se tomó posesión en nombre de Su Majestad. Después, fuimos por la costa adelante, viendo la tierra de la Nueva España, hasta llegar a Isla de Sacrificios y el puerto de San Juan de Ulúa, adonde desembarcamos y estuvimos muchos días, y tuvimos noticia de la gran ciudad de México y de otras ciudades y provincias de esta tierra y de la bondad y riqueza de ella. Y de allí partimos adelante, descubriendo hasta el puerto de la Villa Rica; y de allí, fuimos por la costa y vimos un pueblo grande, que pusimos nombre Almería, y de allí, descubrimos un río grande, que pusimos San Pedro y San Pablo, de donde salieron más de treinta canoas. Y por que llegados allí, se nos acababan los bastimentos, y las corrientes de la mar iban muy recias adelante, y los pilotos y marineros temieron que las corrientes nos metiesen en parte que no pudiésemos tornar y pereciésemos de hambre, persuadieron a dicho capitán Juan de Grijalva que nos volviésemos, y ansí lo hicimos dende el dicho río, habiendo estado y saltado en muchas partes de la dicha tierra y tomado la posesión de ella por Su Majestad y en su nombre. Y todas las veces que habíamos de salir en tierra, era yo el primero que salía con la bandera y mis compañeros de la bandera7, y ansí en lo dicho del dicho descubrimiento, como en la vuelta, pasamos muchos peligros, y trabajamos así en la mar como en la tierra, porque muchas veces, yendo navegando, dimos en bajíos con los navíos y en peñas, y algunas veces se quebraron tablas de abajo y nos íbamos a fondo y nos vimos en mucho peligro; y otras veces, a falta de bastimentos y de agua, pasamos grave hambre y sed y, queriéndola remediar, llegamos a la tierra y saltamos en ella, adonde hallamos mucha cantidad de indios de guerra que nos tenían echadas celadas; y estuvimos a punto de perder las vidas; y plugo a Dios8 que los desbaratásemos y tomásemos agua, y en unos maizales que topamos, cogimos muchas cargas de mazorcas de maíz, con las cuales socorrimos la hambre. Y con estos trabajos y peligros, plugo a Dios que volvimos arriba; en todo lo cual, y en todo el dicho descubrimiento, yo me hallé, como dicho tengo, siendo alférez general. Después de lo dicho, al cabo del año de quinientos y diez y ocho9, yo volví en el armada, en que vino el marqués del Valle por capitán general, o mayor, a conquistar y poblar esta tierra, y vinimos a la Isla de Cozumel y la conquistamos y pacificamos. Y estando allí, se cobró Jerónimo de Aguilar, español que había mucho tiempo que estaba en Yucatán, de la parte del sur, en poder de los indios, el cual hizo provecho, por saber la lengua de aquella tierra10; y después salimos de la Isla de Cozumel y fuimos costeando la costa de Yucatán y salimos a tierra en algunas partes, y llegamos al Río de Grijalva y entramos en él con los navíos, y salimos en tierra y, aunque el dicho marqués hizo muchos apercibimientos11 y requerimientos12 a los del pueblo de Tabasco, que estaba muy cerca de donde estábamos en tierra, para que le dejasen con su voluntad entrar en el dicho pueblo, para descansar y tomar agua, y si le diesen bastimentos se los pagaría, no aprovechó porque el pueblo no se podía entrar sino por mar y teníanle tan fortalecido que pensaron que no les podíamos entrar; y con esto estaban tan soberbios, que dijeron al marqués que tenía muchas palabras como mujer, que dejase las palabras y obrase con las manos, como hombre. El marqués, corrido de aquellas palabras y que nos tenían en la playa adonde enterraban los muertos, tuvo manera como por un monte, bien espeso y de muchos esteros13 y ciénegas, buscó camino que fuese por tierra al dicho pueblo, e hizo armar los bateles y barcas de los navíos y meter la mitad de la gente en los bateles, y envió la otra mitad por el camino que habían hallado antes que amaneciese, y con el artillería que iba en los bateles diose batalla al pueblo y con muchas ballestas y escopetas, pero ellos estaban tan fuertes, que peleaban defendiéndose con tantas maneras de armas, que hasta que la otra gente sintieron por las espaldas, no los podimos entrar. Después de entrádoles el pueblo, tuvimos otras dos batallas muy recias con ellos y nos tuvieron en punto de nos matar, y corriéramos gran peligro si no fuera por los caballos que sacaron de los navíos; y que aquí se vio un gran milagro, que, estando en gran peligro en la batalla, se vio andar peleando uno de un caballo blanco, a cuya causa se desbarataron los indios, el cual caballo no había entre los que traíamos. En fin, los vencimos y vinieron en paz y trajeron presentes y dieron la obediencia a Su Majestad; y en ciertas indias, que dieron de presente, dieron una que sabía la lengua de la Nueva España y la de la tierra del Yucatán, adonde había estado Jerónimo de Aguilar, el español que dije; y después que se entendieron, fueron los intérpretes para todo lo que se hizo14. Y en este pueblo de Tabasco, el dicho marqués señaló y nombró oficiales para que mirasen y tuviesen cargo de lo que perteneciese al interés de Su Majestad y entre ellos fui yo nombrado por factor15 de Su Majestad. Después, dejando aquello pacífico, pasamos adelante y llegamos al puerto de San Juan de Ulúa, adonde desembarcamos y comenzamos a pacificar los pueblos de aquella comarca, que estaba cerca de la mar, con los cuales tuvimos muchas guerras, hasta que los pacificamos, en las cuales y en las de antes, en Tabasco y Cozumel y otras partes, yo serví teniendo cargo de gente. Después, el dicho marqués acordó de asentar y poblar la tierra en nombre de Su Majestad y hacer pueblos y señalar alcaldes y regidores, y los señaló y nombró, y señaló a mí por uno de los regidores, como tal regidor16, de los primeros y del primer pueblo que se hizo, que se llamó la Villa Rica, y como factor y oficial de Su Majestad, fui uno de los que fueron en que se enviasen mensajeros y procuradores a Su Majestad, haciéndole saber lo que se había hecho en la tierra y cómo estaba poblada en nombre de Su Majestad. Y fueron Puerto Carrero y el adelantado don Francisco Montejo17. Después de lo dicho, el dicho marqués quiso entrar la tierra adentro y, dejando el pueblo bien poblado de gente para que estuviese segura la tierra de la comarca, con trescientos hombres de a pie de los más valientes y trece de a caballo, entró la tierra adentro, hasta llegar a entrar en la gran ciudad de Tenuxtitlan México, de los cuales trece de a caballo yo fui uno, y por todo el camino, hasta llegar a los primeros pueblos sujetos a Tlaxcala, cuatro leguas de la ciudad y cabeza de la dicha provincia de Tlaxcala, pasamos hartos trabajos y peligros a causa de no saber la tierra; y en reencuentros con indios de guerra y a causa de no hallar de comer, pasamos mucha hambre. Pero llegados a la tierra y pueblos de Tlaxcala, se nos doblaron los trabajos y peligros, porque llegados allí, menos de veinte indios de guerra, que topamos, que los ejércitos de Tlaxcala habían enviado por espías o descubridores, queriéndolos prender y tomar vivos para saber la lengua de ellos, nos mataron dos caballos e hirieron otros y algunos de los españoles de a caballo18. Y luego llegó un escuadrón de más de veinte mil hombres bien aderezados y armados. Y en llegando, sin aguardar momento, se metieron entre nosotros como perros, que nos pusieron en harto trabajo y peligro; y plugo a Dios Nuestro Señor que matamos al capitán general de ellos, después de haber peleado más de dos horas y tenerlos vencidos; y muerto le tomaron en los hombros y se fueron y nos dejaron, que no poco alabamos a Dios por nos haber dejado, que estábamos en harto peligro. Y todos los caballos, o los más, quedaron heridos y muchos de nosotros, sin saber remedio de cura ni con qué curarse, los caballos ni nosotros, ni qué comer, aunque habíamos bien trabajado, y dormimos en aquel campo con harto cuidado. Otro día de mañana, salimos sujetos a Tlaxcala y, aunque era bien de mañana, dos horas después de salido el sol, comenzamos a topar tanta gente de guerra armada, que cubrían los campos, y comiénzannos a cercar por todas partes; y queriéndolos hablar el marqués a algunos de los capitanes para les hacer sus requerimientos y protestaciones, no quisieron escuchar, y un capitán de aquellos comenzó a deshonrar a ciertos indios de Cempoala, que allí estaban que iban con nosotros, diciéndoles que eran traidores y bellacos, porque venían con nosotros y nos guiaban. Uno de Cempoala le respondió diciendo que más traidores eran ellos, porque, sin les hacer mal, salían armados de guerra contra nosotros, y sobre esto se desataron y se fue el uno para el otro con sus espadas y rodelas y otras armas y se dieron tantos golpes, hasta que el nuestro de Cempoala derribó al otro y le comenzó a cortar la cabeza, que no por poca buena señal lo tuvimos y nos fue causa de aumentar los ánimos19. Luego, los enemigos arremetieron a socorrer su capitán; otros dieron en nosotros y nos cercaron como al toro en el coso, y dándonos tanta prisa por todas partes que no nos podíamos valer, y nos pusieron en mucho peligro, hasta que los de a caballo rompimos por una parte, por donde les hicimos hacer lugar, aunque era tanta la gente, que por cualquier parte había, que no teníamos tiempo de resollar. Y así peleamos todo aquel día, hasta la tarde que, andando peleando, vimos una torre, que era casa de sus ídolos, y el marqués mandó que fuésemos a ella, aunque en el camino no nos faltó gente con quien pelear, y ella estaba llena de gente de guerra. Se la ganamos y en la dicha torre se aposentó el dicho marqués y asentamos el real alrededor de la torre y en algunas casas que allí estaban y llegamos tales que bien habíamos menester de descansar y comer, si tuviéramos qué comer. En este lugar estuvimos más de treinta días, que cada día venían sobre nosotros sobre ochenta mil hombres, y todos los más de los días nos pusimos en gran peligro, porque los de a caballo salíamos a pelear con ellos al campo y la gente de a pie peleaba en el real y a la redonda de él; y algunas veces vinieron de noche sobre nosotros, diciendo que de noche no verían los caballos y no habiendo caballos, de la gente de a pie no hacían mucho caso. Y como la primera vez que vinieron de noche salimos dos de a caballo al campo de ellos, cobraron gran temor y huyeron, y visto aquello mandó el marqués que saliésemos de noche; y entrábamos en pueblos grandes y poníamosles fuego, y como estaban descuidados, hacíamosles mucho daño, y haciéndoles la guerra de esta manera, como teníamos muchos trabajos y peligros, algunos hombres principales aconsejaron al marqués que se volviese a la mar, porque veían la costa en términos que todos habíamos de morir allí; y el marqués dijo que antes quería morir que volver un pie atrás. En fin, que plugo a Dios Nuestro Señor que, como se vieron fatigados, empezaron a hablar en paces y conciertos. En esta sazón, llegaron allí mensajeros de esta gran ciudad de México y de Montezuma, diciendo que iban por su mandado, porque había sabido la guerra que nos daban y que nos habían muerto ciertos caballos y habían herido a muchos de nosotros y tratádonos mal, de lo cual le había pesado a Montezuma, y los enviaba para que, si habíamos menester algo, y si querían, que enviase gente de guerra en nuestro favor. El marqués y todos nos holgamos con aquel mensaje, por el peligro y trabajo en que habíamos estado, del cual aún no estábamos libres y, aunque aquellos mensajeros más vinieron por tomar aviso de qué gente éramos y lo que hacíamos y cómo nos iba con los de Tlaxcala, todavía holgamos con su venida. Y a causa de los dichos mensajeros, tomó ocasión el marqués de desear enviar mensajeros a Montezuma, porque le pareció le convenía mucho y era muy necesario, así por asegurar a Montezuma, como porque, los que fuesen, viesen y supiesen la tierra y los caminos y las ciudades y pueblos que había, y para que trajesen aviso y relación de lo que viesen. Estando el marqués en este deseo, dijo algunas veces en público que si allí tuviera dos hijos y dos hermanos que mucho quisiera, los enviara por mensajeros a Montezuma. Entendiendo el deseo del dicho marqués, yo me ofrecí de ir, el cual me lo agradeció mucho y aceptó mi ofrecimiento. Después, se ofreció también para ir don Pedro de Alvarado, y acordó el marqués que fuésemos ambos y dionos instrucción de lo que habíamos de hacer, y presentes de cosas de Castilla, para que diésemos a Montezuma. Y aunque ambos teníamos caballos, nos mandó los dejásemos y que fuésemos a pie, porque si nos matasen, no se perdiesen, que se estima un caballero a caballo más de trescientos peones. Salimos del real para ir nuestro camino, por donde los mensajeros de Montezuma nos llevaban, y fuimos a la ciudad de Tlaxcala que, como ya se trataban las paces, pudimos ir seguros. Los de la ciudad de Tlaxcala, como vieron y supieron que íbamos por mensajeros de Montezuma, como ellos eran grandes enemigos suyos, parecioles que con nuestra ida Montezuma y los de su reino se habían de hacer nuestros amigos y, siendo ellos y nosotros amigos, ellos serían destruidos. Acordaron de remediarse con matarnos y, para que no pareciese que ellos nos habían muerto, ordenaron una cautela que fue de esta manera: nosotros habíamos de ir desde Tlaxcala a la ciudad de Cholula, que por allí nos llevaban; los de Cholula eran amigos y aliados de Montezuma y de los de su reino y los de Tlaxcala y los de Cholula grandes enemigos y cada día peleaban los unos con los otros; aparejaron los de Tlaxcala mucha gente de guerra armada y pónenla a propósito, y pasados nosotros, yendo por nuestro camino, en un río que está entre montañas de Tlaxcala y Cholula, que iba muy crecido, nos encubrieron una puente que tenía y nos hicieron pasar por el río, en el cual paso nos quisieron ahogar, sino que los de Montezuma, que iban con nosotros, lo entendieron y lo estorbaron. Después, yendo nuestro camino, ya que llegábamos cerca de los términos de Cholula, apareció mucha gente de guerra por la una parte y por la otra del camino, y comienzan a gritar y dar señales de guerra. Los de Cholula, que estaban en sus pueblos y labranzas, luego acudieron con sus armas y comenzaron a pelear los unos con los otros y su intento y presupuesto de los de Tlaxcala era, peleando con los de Cholula, matarnos a nosotros y echar fama20 y decir que los de Cholula nos habían muerto en su tierra. Los mensajeros de Montezuma entendieron la traición y despachan mensajeros, volviendo a los de Cholula a avisarlos que veníamos allí, y con gran brevedad saliese mucha gente para estorbar que los de Tlaxcala no nos matasen. Los mensajeros volvieron y dieron aviso, y los que iban con nosotros de Montezuma nos persuadían para que anduviésemos mucho, así aguijábamos21 todo lo que podíamos, y de que no corríamos tanto como ellos querían, nos echaban mano por las muñecas y nos hacían correr más de lo que podíamos, en el cual instante ya había salido mucha gente y peleaban muy recio por todas partes y se venían llegando a nosotros, para ejecutar su maldad, que en no poco peligro estábamos. Plugo a Dios que vimos venir, por el camino de Cholula, dos escuadrones de gente corriendo a gran prisa, sin cuidar de los que peleaban, y desde que llegaron a nosotros, abriéronse y tomáronnos en medio, y así nos salvamos. Y nos llevaron hasta Cholula y los otros se quedaron peleando, burlados en salirles al revés su traición. Desde Cholula nos llevaron a Guaquichula y porque los de Guaquichula eran amigos y confederados de los de Tlaxcala, y habíamos de ir por mucha parte de tierra y pueblos de Guajotzingo, de temor que nos saliesen a nosotros y nos matasen, los de Montezuma, que iban con nosotros, dejaron el camino y sin vereda nos llevaron atravesando y rodeando por unos montes y sierras, que con muy gran trabajo llegamos a Guaquichula. De allí nos llevaron a Tochimilco, el pueblo que era de Juan Rodríguez de Ocaña; de allí a Tetela, pueblo que era de Pedro Sánchez; de allí a Tenantepeque, pueblo de Francisco de Solís; de allí a Ocuituco, pueblo que era del señor obispo de México; de allí a Chimaloacan, pueblo que era de Escobar; y de allí a Sumiltepeque; y de allí a Ameca Meca; y de allí a Tezcuco, a donde Montezuma envió siete señores, entre los cuales fue su hijo Chimalpopoca, y un hermano que fue el que comenzó la guerra y otros22, y dijéronnos que Montezuma estaba malo y en una ciudad cercada de agua, que ni podíamos entrar a él ni verle sin gran peligro nuestro; que nos volviésemos, y que allí entre ellos venían tres señores, que irían con nosotros a hablar al capitán. Y viendo aquello y que era por demás porfiar, nos volvimos por el mismo camino. Bien creo yo, vino allí Montezuma a nos ver. En este camino pasamos hartos trabajos y peligros y aprovechó mucho nuestra venida, porque, por el mismo camino que nos llevaron a nosotros, porfiaban después que no sabían otro camino para México, y que por allí habían de ir el marqués y nosotros, cuando fuésemos a México; y si así fuera, nos pusiéramos en gran peligro, por ser el más mal camino y más peligroso de ramblas23 y quebradas hondas, que se bajaban por escaleras y tornaban a subir por ellas; y aquellos pasos tan hondos, que veinte indios bastaban para defender un paso y matarnos a todos. Llegamos a Tlaxcala y hallamos al marqués y a toda la gente, que ya se habían concertado y hecho paces; dímosle cuenta de nuestro camino y pesole, porque no nos habían dejado llegar a México. Y los embajadores de Montezuma, que vinieron con nosotros, dieron su embajada y dijéronle que Montezuma quería ser su amigo, porque estaba malo y en una ciudad cercada de agua, que no se podía entrar a ella y en una tierra muy estéril que no había qué comer; que le rogaba no fuese allá. Al marqués le pesó de esto, mientras más inconvenientes le ponían, más gana tenía de pasar adelante y ver a México; y así, después que tuvo asentadas las cosas de Tlaxcala y puestas en orden y concierto, partimos de Tlaxcala para ir a Cholula y, siendo una jornada pequeña que se podía andar en menos de un día y aun en poco más de medio, nos hicieron dormir aquella noche en el campo, y vimos que los de Cholula andaban de mal arte, y los caminos muy buenos, que vimos don Pedro de Alvarado y yo cuando fuimos y venimos por allí, los tenían atapados y abiertos otros de nuevo, muy bellacos. Fuimos a Cholula y lleváronnos a aposentar en unos aposentos muy bellacos y todos caídos, habiéndonos aposentado a don Pedro de Alvarado y a mí en otros aposentos muy buenos; lo cual le dijimos al marqués, y no quiso posar allí, sino en los aposentos en donde nosotros habíamos posado, lo cual los de Cholula aceptaron de mala gana, y ni nos querían dar de comer, ni maíz para los caballos, sino que estaba toda la gente de mal arte. Y como el marqués vio todas estas cosas, temió de alguna traición y mandó que toda la gente estuviese muy apercibida, y andando con gran aviso inquiriendo supo que allí cerca de Cholula estaba una guarnición de gente de México y, ratificado de ello, determinó, que antes que nos tomasen durmiendo, de dar en los unos y en los otros, y así lo hice24, aunque no con poco peligro nuestro. Y así se hizo con ayuda de los de Tlaxcala, que estaba en nuestro favor, por las amistades que habían hecho con nosotros, y se destruyó la ciudad de Cholula, aunque presto se tornó a redificar y poblar. Desde Cholula se procuró el mejor camino que había para México, porque don Pedro de Alvarado y yo le informamos que no le convenía ir por donde nosotros fuimos; y en fin, nos encaminaron para que fuésemos por un camino que va entre el volcán y la Sierra Nevada, y así fuimos, el día que salimos de Cholula, a un poblezuelo en tierra de Guajotzingo, que llamaron los Ranchos; y otro día subimos en lo alto de la sierra entre montañas de volcán y la Sierra Nevada y aquí25, aquella noche, se sintió gente de guerra y términos que querían dar en nosotros. Otro día, bajamos la sierra y llegamos a Amecameca, a donde estuvimos dos o tres días; de allí, a otro día, fuimos a Tulcingo26, y, otro día, fuimos a hora de comer, a Netlavaca, a donde, queriéndonos dar de comer, miró el marqués y consideró que para entrar en aquel pueblo habíamos entrado por muchas puentes y, para salir de él, habíamos de salir por otras tantas, y que quitado y derribado una o dos de una parte y otras dos de otra, nos dejaran allí aislados y nos pudieran matar, como se dijo que los indios lo tenían determinado de hacer mientras comiésemos; determinó que luego, sin comer, saliésemos, y así se hizo y vinimos a dormir a Ixtapalapa, a donde también hubo grandes indicios y señales que nos querían matar, sino que no osaron acometer, porque Dios Nuestro Señor lo permitía y porque nosotros teníamos gran vela, aviso y recado. Otro día, entramos en México y estuvimos en él ocho meses, poco más o menos, hasta la venida de Pánfilo de Narváez27, en el cual tiempo pasaron grandes cosas que, por no alargar, las dejo; y llegado a la tierra, tuvo necesidad el marqués de dejar la ciudad a se ir a ver con el dicho Narváez y dejando en ella a don Pedro de Alvarado y los oficiales del rey, de los cuales yo era uno, y otros ciento y treinta hombres para guarda de la ciudad y de Montezuma y de los tesoros de Su Majestad que se habían recogido. Estando el dicho marqués en la costa de la mar, en contienda con el dicho Narváez, se alzó la ciudad y todos los de la comarca y vinieron sobre nosotros y nos dieron muy cruel guerra, en la que mataron algunos españoles e hirieron a todos los demás que estábamos. Y nos tuvieron cercados muchos días en mucho trabajo y peligro. Y un día, dándonos un combate muy recio y que nos tenían puestos en gran peligro, porque nos entraban por muchas partes y nos habían quemado las puertas del fuerte a donde estábamos, y estando todos cansados y heridos, que no les faltaba sino entrar y cortarnos las cabezas a todos, pusieron fuego a la puerta; y súbitamente se apartaron y nos dejaron sin pelear más, lo cual fue gran descanso para nosotros, porque ya no hacíamos caso de las vidas e hicimos cuenta que nos las daban. Y preguntando después a indios principales, que eran capitanes, cómo nos habían dejado, teniéndonos en tanto aprieto y peligro, dijeron que, en aquella sazón, que nos entraban y tenían en tanto trabajo, vieron una mujer de Castilla, muy linda y que resplandecía como el sol, y que les echaba puñados de tierra en los ojos y, como vieron cosa tan extraña, se apartaron y huyeron y se fueron y nos dejaron. Así estuvimos, hasta que volvió el marqués, con harto trabajo y necesidad de comer, porque ni nos lo daban, ni lo osábamos salir a buscar ni comprar. Venido el marqués, con la gente que había llevado y otra muy mucha de la que trajo Narváez, y muchos caballos y mucha artillería, en entrando en esta ciudad luego a otro día, se tornaron a levantar los indios y dar cruel guerra, y en los primeros reencuentros, aunque murieron muchos indios, murieron y mataron algunos españoles y caballos y pusiéronnos fuego a la fortaleza y aposento a donde estábamos, que ardió dos días sin lo poder apagar; y teníamos hambre y padecíamos gran necesidad de bastimentos para comer y, aunque hicieron muchos ardides de guerra y muchos e infinitos para ofender, los indios28 y los españoles lo hacían muy bien, peleando valientemente, todo no apovechaba nada; el marqués acordó de rogar a Montezuma, que estaba en nuestra compañía y aposento, que hablase a su gente y vasallos, que dejasen aquella guerra y porfía que habían tomado, porque tenía lástima que muriesen tantos de ellos y le pesaba mucho, porque no había gana les matasen ni les hiciesen mal. El Montezuma dijo al marqués que le tenía en mucho aquella voluntad y él de muy buena gana los hablaría; y luego fue, para desde unas azoteas, a hablarlos, y el marqués le encomendó a ciertos caballeros para que mirasen por él y le arrodelasen29, para que desde abajo no le diesen con alguna flecha, o con algún dardo, o alguna pedrada con honda, que todo lo tiraban; y aunque los que fueron con el dicho Montezuma tuvieron gran cuidado de lo que el dicho marqués les había mandado, como llegaron con el dicho Montezuma del pretil de la azotea, y él comenzó a dar voces para que le escucharan, ni le oyeron ni le entendieron, como había gran número de gente; y como vieron aquella cantidad de gente en la dicha azotea, todos enderezaron sus tiros allí a la gente, y por mucho que guardaron al dicho Montezuma, no pudieron tanto que no le dieran con una piedra, tirada con honda, en medio de la frente, que luego se sintió mortal. Llevado a su aposento, sabido por el marqués, le pesó en gran manera y le vino luego a ver y hacer curar y le consoló mucho, dándole a entender cuánta pena tenía de su mal. Montezuma le dio las gracias y le dijo al marqués que no tuviese pena, ni tomasen trabajo de le curar, que él estaba mortalmente herido y no podía vivir y él se moría presto; que pedía por merced al marqués favoreciese y mirase por su hijo Chimalpopoca, que aquél era su heredero y el que había de ser señor, y le suplicaba que los servicios y buenas obras que le había hecho, se las pagase haciendo bien y favoreciendo a su hijo. El marqués se lo prometió, diciendo que no sería menester, que Dios le daría salud y a él y a su hijo pagaría él las buenas obras que a él y a los españoles había hecho y los servicios que a Su Majestad, y buena voluntad que había mostrado. Dende a dos o tres días, se murió; y como el marqués y todos estábamos tan ocupados en la guerra, no se tuvo acuerdo e hízose un gran desatino inconsiderado, y fue que, habiéndose de encubrir la muerte de Montezuma, le metieron en un costal y le dieron a unos indios, de los que servían a Montezuma, que le llevasen; al cual, como la gente de guerra le vio, creyeron que nosotros le habíamos muerto, y aquella noche todos hicieron grandes llantos y con grandes ceremonias quemaron el cuerpo e hicieron sus obsequias30; pero otro día dende adelante, si con gran furia peleaban, muy más recio y crudamente peleaban dende adelante, tanto que viendo el marqués su pertinacia, procuró hablar con ellos; y no quisieron aceptar ningún partido, sino dijéronle que hasta matarnos a todos no habían de parar, y aunque muriesen ochocientos de ellos por matar uno de nosotros, nos acabaríamos nosotros primero que ellos, y esto supiésemos. Visto el marqués cuánto habíamos hecho los días que había que peleábamos, y cuan apretados estábamos y con cuánto peligro y con cuánta hambre y falta de comida, acordó de dejar la ciudad y salirse al campo; y mandó hacer unas puentes levadizas de madera, para pasar ciertas partes de ríos, que los indios habían derribado, y por salir más seguros, mandó que saliésemos una noche, a la media noche. Aunque los indios reposaban, no estaban tan sin cuidado, que luego no fuesen con nosotros y, unos en canoas por el agua y otros por tierra, empezaron a dar en nosotros, que, como era de noche, era cosa de lástima y de grima31 lo que pasaba, lo que se veía u oía de los que morían. Y a tres o cuatro horas del día llegamos a una torre de ídolos, dos leguas de México, que se llamó Santa María de los Remedios, y el marqués y los que escapamos, todos heridos y tan cansados y muertos de pelear, casi como los que murieron. Mandó el marqués hacer alarde32 y memoria de los que escaparon y estaban allí; halláronse cuatrocientos y veinticinco hombres y veinte y tres caballos, todos heridos. Había en México, con la gente que el marqués había traído, más de mil o mil y ciento hombres y más de ochenta caballos. Todos los demás murieron, sin contar que en otras partes y por los caminos mataron otra mucha cantidad de gente. Viendo el marqués la mucha gente y caballos que había perdido y cómo los que quedaron todos estaban heridos, acordó de tomar el camino para Tlaxcala, porque los había dejado por amigos, y así lo habían mostrado. Y en aquella guerra se habían hallado dos o tres mil de ellos, que habían venido con el marqués y habían muerto mucha cantidad, o casi todos ellos; y también murió el hijo de Montezuma y dos hijas y mucha cantidad de indios de servicio, e indias que estaban con los españoles; y se perdieron todos los tesoros y riquezas de Su Majestad y de los españoles, que se habían habido en el tiempo que habíamos estado en la tierra33. Salimos de allí otro día, dos horas antes que amaneciese, y aunque mucho madrugamos, luego topamos con gente de guerra de los indios, que luego comenzaron a nos cercar y venir par de nosotros, y como todos íbamos heridos y tan quebrantados y medrosos de los días pasados, si mucho nos apretaran, creo nos desbarataran y mataran a todos, por lo dicho y por ser de noche, y así, no se pasó día, de más de diez o doce que tardamos en llegar a Tlaxcala, que no hubiese gran número de gente sobre nosotros, que muchos días nos tuviesen cercados y a punto de ser perdidos y muertos todos. Y milagrosamente Nuestro Señor nos libró y llevó en salvo a Tlaxcala, a donde, si los halláramos de guerra, según íbamos cansados y heridos, no se escapara ninguno de nosotros; pero ellos como buenos guardaron la paz y amistad que a los principios asentaron con el marqués, y nos recibieron bien y con mucho amor, habiendo lástima de ver cuáles íbamos, y nos socorrieron con comida y con lo que habíamos menester. En Tlaxcala estuvimos algunos días curándonos los heridos y reformándonos de la flaqueza y trabajos pasados, y dende allí envió el marqués mensajeros a la Villa Rica de la Veracruz, para que trajese alguna gente y caballos y munición de lo que hobiese, lo cual se trajo; y como el marqués no veía la hora que tornar a comenzar la guerra y le parecía que cada día se le hacía un año, según estaba lastimado de lo pasado, mandó aparejar la gente y tornó a confirmar los de Tlaxcala en su amistad, los cuales le prometieron ser buenos amigos y fieles y de le dar gran ayuda de gente, para tornar y hacer la guerra a los de México; y así determinó de salir, con los españoles y caballos que tenía, y con la gente de guerra que le dieron los de Tlaxcala, que serían más de tres mil hombres, y acordó de entrar por los pueblos sujetos a la provincia de Tepeaca, a donde llegados, los hallamos tan a propósito y en tanta cantidad de gente, que nos dieron muchos días bien que hacer. En fin, que llegamos a un pueblo principal de la provincia, que se dice Acacingo, donde asentamos real y de allí corrimos la ciudad de Tepeaca y toda la provincia, y les hicimos de tal manera la guerra, que les hicimos que se arrepintiesen de lo pasado y pidiesen la paz, la cual se aceptó con las condiciones que el marqués les puso. En esta sazón vino una pestilencia de sarampión, y víroles34 tan recia y tan cruel que creo murió más de la cuarta parte de la gente de indios que había en toda la tierra, la cual muy mucho nos ayudó para hacer la guerra y fue causa que mucho más presto se acabase, porque, como he dicho, en esta pestilencia murió gran cantidad de hombres y gente de guerra y muchos señores y capitanes y valientes hombres, con los cuales habíamos de pelear y tenerlos por enemigos; y milagrosamente Nuestro Señor los mató y nos los quitó delante. Después se conquistaron las provincias y pueblos de Tecamachalco y Quechula y Tehuacan, Zapotitlan y Estecala y Cholula, Guaquechula y Mitlan, Nepatlan de Tepeje o Chiautla35 y otros infinitos pueblos, que vinieron de paz; y si particularmente se hubieran de poner todas las cosas que pasaron, sería nunca acabar. Y en este mismo tiempo se despacharon procuradores a Castilla y a la isla Española, que fueron Alonso de Ávila y Diego de Ordaz y Alonso de Mesa, y los despachos que llevaron hicimos Alonso de Grado y yo. En esta sazón también había mandado el marqués cortar mucha madera de encina en los montes de Tlaxcala, para llevar la madera a Tezcuco y hacer allí bergantines, para entrar por la laguna en México. Y apaciguadas todas las dichas provincias y pueblos, y estando sujeta gran parte de la tierra, porque, de miedo de la guerra, muchos vinieron a pedir paz y a ver lo que les mandaban, y si les pedían gente de guerra la daban para ir contra los rebeldes. Y el marqués acordó de ir sobre México, o irse a Tezcuco, para allí hacer los dichos bergantines; y así lo puso por obra; y en todas las dichas guerras yo serví con mi persona y caballo y algunos criados, algunas veces teniendo cargo de gente de a caballo. Y en esta sazón, el marqués acordó que uno de los oficiales del rey fuese a la Villa Rica vieja36, porque habían venido ciertos navíos, y que parasen que no había casa a dónde descargar lo que traían, y para que se hiciese memoria de las mercaderías y cosas que traían, para que Su Majestad fuese servido que le pagasen derechos de ellas, si tuviese relación por donde se les pidiese y los mercaderes se obligasen, mandándolo Su Majestad de las pagar; y también, para que ciertos pueblos, que estaban alzados en la comarca de la Villa Rica y habían muerto a Hernán Martínez su capitán, y a más de veinte españoles que iban a buscar de comer para los del pueblo, para asegurarlos y ponerlos de paz, porque los del pueblo tenían temor de ellos; y para otras cosas. En fin, que por suerte, y porque así lo mandó y quiso el marqués, yo hube de ir y me hizo dejar un caballo harto bueno, que yo tenía, que no valía poco en aquella ocasión, diciendo que los navíos habían traído caballos y me proveerían de otro. Por cumplir el mandado del capitán, yo fui, aunque contra mi voluntad y no sin peligro, porque cerca del camino había muchos pueblos alzados; y llegado a la Villa Rica, hice todas las cosas a que iba, lo mejor que pude, y despaché los navíos; y acabados de despachar, me volví. Y hallé al marqués y toda la gente en México, que traían la guerra de la ciudad en buenos términos y los tenían arrinconados a una parte de la ciudad, los españoles a los indios; y dende aquí a pocos días, se prendió al señor y fueron desbaratados los indios. Luego el marqués se pasó a Cuyoacan, dejando gente de guarda en la ciudad y en los bergantines, a donde se recogió el despojo en Cuyoacan y riquezas de oro y plata, que se hubieron; y se platicó en lo enviar a Su Majestad, lo cual con mucha más cantidad, que después se recogió, así se hizo. Estando allí, acordó el marqués de enviar personas principales, que fuesen con alguna poca de gente a visitar las provincias, y ver cómo estaban, si estaban de paz o de guerra, para que los apercibiesen que estuviesen al servicio de Su Majestad, y para apercibirlos dejasen sus ídolos y la creencia que tenían y tuviesen nuestra fe y creencia, y para saber la cantidad de las provincias y pueblos, y también para recoger algún oro, para con lo demás que se había habido en la guerra, se enviase a Su Majestad. Y de pocos que fueron señalados del dicho capitán para este cargo, yo fui uno de ellos. Y fui con algunos compañeros, que fueron conmigo, y visité muchas provincias y pueblos, cumpliendo lo que por el marqués me fue mandado, haciendo muy bien hecho lo que llevaba a cargo, persuadiendo a los de las dichas provincias y pueblos fuesen cristianos y dejasen los ídolos y perseverasen en el servicio de Su Majestad y en la amistad de los españoles; e hice copia de la cantidad de los vecinos de cada pueblo, en lo cual trabajé mucho. Después, así como factor de Su Majestad y regidor, fui en que se enviasen procuradores a Su Majestad, y se le llevase todo el oro y plata y riquezas que se habían habido en la guerra y recogido en las visitaciones, lo cual así se hizo. Y como oficial de Su Majestad, juntamente con el marqués y los otros oficiales, escribimos a Su Majestad de todo lo pasado en la tierra, y en los términos que quedaba, suplicando algunas cosas que convenían a su servicio, para el bien de la tierra. Y fueron con el dicho servicio y presente y relaciones Alonso de Ávila y Quiñones, lo cual, por nuestros pecados y desdicha, tomaron los franceses y los prendieron a ellos. Después, el dicho marqués acordó que fundásemos una ciudad, y pareció a él y a todas las personas principales de su compañía que se fundase en el medio y corazón de México, y así se hizo; y como oficial y regidor37 del rey, ayudé a trazar y ordenar, y fui de los primeros que hicieron casa en México, después que se ordenó y trazó. Después de esto y en este medio tiempo, viendo el marqués que muchas provincias y pueblos hacia la costa de la mar del norte, en especial las provincias de Pánuco y el Tamoin y otros pueblos, estaban alzados y rebelados y no habían querido dar la obediencia a Su Majestad, acordó de ir a los conquistar y pacificar, y entre los que fueron con él, yo fui por capitán de gente de a caballo y gasté mucho para el dicho viaje, porque los clavos y herraduras valían a peso de plata y valía un caballo mil pesos. En el dicho viaje tuvimos muchas guerras y apaciguamos y conquistamos muchas provincias y pueblos y pasamos muchos y grandes trabajos, y yo serví mucho, siendo siempre capitán de gente de a caballo, y muchas veces fui a hacer entradas y llevaba cargo de gente de a caballo y de a pie. Acabadas de conquistar y pacificar las dichas provincias, se rebelaron los pueblos de Huchitepec y Totonilco y Oainatla, y otros a ellos comarcanos, que estando de paz y teniendo dada la obediencia a Su Majestad y al marqués en su nombre, se alzaron y comenzaron hacer guerra, estando el marqués en las provincias de Pánuco, a las que yo fui por capitán de gente de a caballo, en la cual pasamos muchos peligros y trabajos, hasta que los conquistamos y pacificamos, que, por ser la tierra muy áspera de sierras, padecimos muchos trabajos y peligros. Y en la dicha guerra yo gasté y perdí mucho, porque un día nos aguardaron los enemigos en un paso y nos dieron en la retaguarda, y nos hicieron mucho daño, y a mí me tomaron allí oro y plata y vestidos y otras cosas, que valía más de dos mil pesos, y a otros mataron y se les murieron muchos caballos. Y de aquí volvimos a donde estaba el marqués, en los pueblos de Tuzapa, y fue por la costa hasta la Villa Rica vieja, y de allí vino a esta ciudad de Temistitlán México, y a mí y a Rodrigo Álvarez Chico, veedor38, nos envió desde el pueblo de Tonatico, y mandó que nos viniésemos e hiciésemos pasar el pueblo y gente que habíamos dejado en Cuyoacán, que todavía se estaban allí, y para que se herrasen por esclavos y se vendiesen algunos indios, que se habían tomado en las dichas guerras de Guchitepeque y los demás pueblos, porque se habían rebelado; lo cual se hizo como el marqués lo mandó. Después de lo dicho, volví otra vez a la dicha provincia de Pánuco, por mandado del dicho marqués, y otra mucha cantidad de gente, al tiempo que allí vino Francisco de Garay39. Después de lo dicho, habiéndose alzado los pueblos de Tecomastlavaca y Huantepeque y Gustlavaca y Quintepeque, y otros muchos pueblos comarcanos, y muerto 20 españoles y quemado cruces y salteado y corrido españoles que por sus tierras pasaban, el marqués les envió muchos mensajeros, mandándoles que viniesen a dar cuenta de las cosas que hacían y habían hecho, y por qué razón se habían alzado; y viniendo, que los oiría, y no viniendo, que procedería contra ellos y enviaría gente de guerra contra ellos. Ninguna cosa aprovecharon sus mandamientos ni requerimientos, que no quisieron venir, lo cual visto, antes que más cundiese y se encendiese con guerra aquella tierra, acordó de enviar gente de a caballo y de a pie contra ellos, y a mí me señaló por capitán, para ir a la dicha jornada y hacer la guerra, si no quisiesen venir de paz. Y así fui con gente de a caballo y de a pie española, y mucha cantidad de gente de indios de esta ciudad y de otras comarcanas; y porque los hallamos rebeldes y con su porfía, y no quisieron aceptar ningún partido, les hicimos la guerra muchos días, hasta que prendimos su señor y otros principales, que habían sido la principal causa del alzamiento; e hice justicia de ellos, y también otros muchos fueron castigados, sin les quitar las vidas, por lo cual todos los demás vinieron de paz, la cual se les otorgó, amonestándoles que fuesen buenos y no se alzasen otra vez, porque, si se alzaban, había de volver y no dejar hombre vivo; y así quedaron castigados y seguros y asentados en sus pueblos, y todos los de la comarca avisados y escarmentados para no hacer lo semejante; en todo lo cual, yo serví a Su Majestad con hartos trabajos y peligros y muchos gastos que hice en esta jornada. Después de lo dicho, fui señalado y nombrado y persuadido dos veces, por esta ciudad y por todas las ciudades y villas de toda la tierra, para que fuese a España por procurador general de todas, la una vez el año de mil y quinientos y veinte y nueve; y en ambos viajes, dieron al través en diversas tierras los navíos en que iba; se perdieron e hicieron pedazos, y una vez salí y me escapé a nado y se ahogaron treinta y cinco personas, poco más o menos, y ambas veces, perdí todo lo más que llevaba, aunque por los dichos naufragios y pérdida no dejé de seguir mi camino, para que se efectuase lo que llevaba a cargo. Y ambas veces, llegué y estuve en corte el tiempo necesario, e hice relación a Su Majestad de las cosas de estas partes, y le supliqué mandase proveer las cosas que eran necesarias, para las asentar conforme a las instrucciones y capítulos que llevaba. Y la primera vez, negocié que viniese audiencia y que se hiciese el repartimiento40 por petición, lo cual así Su Majestad lo proveyó a mi suplicación; y los primeros oidores trajeron el repartimiento, como parecía por las instrucciones y provisiones que trajeron los dichos oidores, y ambas veces trabajé todo lo posible para que se hiciese y despachase y proveyese lo que convenía a servicio de Dios Nuestro Señor y Su Majestad y al bien de todo este reino y república. Y aunque ambas veces me ofrecieron salarios y prometieron gran paga, después, por no tener propios ni posibilidad para ello, me dieron como hasta mil pesos, que todo lo demás, que fue harta cantidad, puse de mi hacienda. Item. Hace 22 años que soy regidor de esta ciudad, proveído por Su Majestad, el primero y más antiguo regidor en ella; y en el dicho oficio y cargo, en las cosas que se han ofrecido al servicio de Su Majestad, siempre he estado muy aparejado y delantado para que se hiciesen y proveyesen, y así mismo lo que convenía al bien de la república. Item. Siempre, dende que el marqués vino a esta tierra, tuve casa y gastos con criados y personas que llegaban a mi compañía, en los tiempos de las guerras; y muy mejor la he tenido, después que esta ciudad se pobló por los españoles. Y siempre he tenido muchos criados y cantidad de caballos y armas de todas maneras, estando apercibido para, si los naturales se alzasen o si el gobernador u oidores me madasen, ir a servir alguna parte. Soy casado diez y siete años hace; tengo una hija casada con Ginés de Mercado, hombre hidalgo y hombre honrado, los cuales tienen tres hijas y un hijo. Item. Traje tres sobrinas de Castilla y las casé con hombres de los honrados de esta ciudad, a las cuales yo di lo que tenían; y tienen muchos hijos e hijas, con que se puebla la tierra, y he casado otros criados que están en esta ciudad, todo lo cual sin el favor de vuestra señoría, vale poco y es un poco de aire, y por tanto, suplico use conmigo de su acostumbrada clemencia y benignidad. Los indios que he tenido y tengo, son la cuarta parte de Tlapa, que vale, lo que dan, seiscientos pesos, poco más o menos; tuve la mitad, que me dio la audiencia primero la otra cuarta parte y, porque Su Majestad dio por ninguno lo que dieron, habiendo informado a Su Majestad que lo habían dado a sus criados y amigos y parientes, lo mandó quitar, sin ser yo criado ni pariente, con sola una cuarta parte y quitada la otra. Tengo el pueblo de Churubusco que, todo cuanto da, valdrá ciento y sesenta pesos de minas, muy poco más o menos. Tengo el pueblo de Cuametitlan, que está tasado en diez y seis cargas de ropa, cada ochenta días y cierta sementera y otras menudencias; pero sepa vuestra señoría que son tan pocos y tan miserables, que si un año sólo lo hobiesen de cumplir, se irían y despoblarían todos y, entendiendo yo esto y por sobrellevarles, les comité41 la ropa porque me diesen ochenta hombres de servicio en las minas de Ayoteco, que están dentro en sus casas y nunca lo cumplen ni la mitad; y si un día vienen cincuenta indios, otro día no hay veinte, y otro día diez, y así siempre hacen grandes faltas, y si no disimulase y pasase con ellos, se despoblarían y no habría quien me sirviese en ninguna cosa.
contexto
La lucha siguió en noviembre, aunque la intensidad disminuía. Ambos bandos comenzaban a dar muestras de agotamiento. El IV Ejército blindado alemán fue retirado a Kotelnikovo para su reorganización. Von Paulus, sin embargo, aún no había desistido. El 11 de noviembre aún pudo lanzar cinco divisiones sobre un frente de seis kilómetros para alcanzar el río en toda esa extensión. Los alemanes consiguieron pulverizar la resistencia soviética en un frente de 500 metros y todos quedaron tan agotados que Chuikov reconoce que el ataque al caer el día de un solo batallón alemán más les hubiera lanzado al Volga, Pero, como ocurrió en tantos otros acontecimientos bélicos, en esta ocasión Von Paulus careció de ese último batallón. En adelante, pintarían bastos para los alemanes. En esos momentos, las alas del VI Ejército estaban cubiertas por los ejércitos III y IV rumanos, II húngaro y VIII italiano. Unos 700.000 hombres que debían cubrir con pocos tanques, anticuados anticarros y escasa artillería de campaña 800 kilómetros de frente. Poco más que un cordón aduanero. El invierno se había adelantado y las primeras nieves cubrían ya los paisajes del bajo Don y del Volga. Las tropas del Eje aún no habían recibido sus equipos de invierno y parte de ellas estaban esperando el relevo tras un año largo de guerra. Para entonces, el Estado mayor soviético disponía de medios para iniciar el contraataque. Desde Voronetz hasta Elitsa se habían organizado a fondo tres grupos de ejércitos: ejército del sudeste (Vatutin), ejército del Don (Rokossovski) y ejército de Stalingrado (Leremenko) (7), que reunían un total de 1.050.000 hombres, 1.200 tanques, 13.000 cañones y 1.200 aviones. Enfrente, los alemanes disponían de un número similar de hombres, 700 tanques, 10.000 cañones y un millar de aviones de combate. Fuerzas teóricamente similares, pero los soviéticos gozarían ahora de una neta ventaja; factor sorpresa, elección del lugar de ataque, tropas de refresco bien equipadas para el invierno y llenas de moral y ganas de revancha, abundancia de material bélico y combustible al lado del frente... Con el ancho Don guardando sus líneas, los mariscales Zhukov y Vasilievsky (planificadores de la ofensiva soviética) pudieron concentrar tropas en los puntos elegidos para el ataque, de modo que en el combate contaron siempre con efectivos de tres a cinco veces más poderosos que sus enemigos. Una de las ventajas que se les dispensaba por añadidura era la abundancia de tropas alemanas en las ruinas de Stalingrado: allí se encontraban más del 20 por 100 de las tropas, más del 20 por 100 de los carros de combate, más del 50 por 100 de la artillería y el grueso de la aviación (8). La bien concebida defensa soviética se inició en la madrugada del 19 de noviembre. Los ejércitos de Vatutin y Rokossovski, tras una feroz preparación artillera, cayeron sobre el III Ejército rumano. El día 20, el ejército de Leremenko atacó, 100 kilómetros al sur de Stalingrado, al IV Ejército rumano. Aquellos días, de abundantes neblinas y nevadas, impidieron una adecuada observación aérea y el mando alemán tardó treinta y seis horas en comprender las dimensiones del desastre que se le venía encima. Ambos ejércitos rumanos fueron machacados, desbordados o puestos en fuga, y sólo algunas divisiones mantuvieron la lucha hasta agotar las municiones después de quedar cercadas. El 23 de noviembre los ejércitos soviéticos de Leremenko y Rokossovski enlazaban en Kalach, al borde del Don. Von Paulus quedaba cercado en una bolsa de unos 10.000 kilómetros cuadrados con 18 divisiones alemanas, dos rumanas, la legión croata y una enorme confusión de planas mayores, oficinas administrativas y personal de tierra de la Luftwaffe, en total unos 300.000 hombres (9), de los que más de 40.000 no eran combatientes. El Estado Mayor alemán reaccionó al fin con eficacia y entregó a su mejor general de la zona, Manstein, los restos del naufragio de los ejércitos "B"; ordenó a Kleist retirarse del Cáucaso y a Von Paulus que dispusiera sus fuerzas para romper el cerco sin dejar de presionar sobre las cabezas de puente soviéticas en las ruinas de Stalingrado. El mazazo soviético había postrado a Hitler, pero Zeitzler, sucesor de Halder al frente del Estado Mayor, logró persuadirle de que el desastre no era trágico. La reunión de todos los ejércitos alemanes podría, aún, afrontar la ofensiva soviética. Para ello había que ordenar a Paulus abandonar Stalingrado, pues precisaba de un suministro diario de 800 toneladas y los responsables de la Lutwaffe no se comprometían a transportar ni la mitad. Hitler reaccionó bien, aunque apesadumbrado porque en su retirada el VI Ejército debería abandonar todo su material bélico pesado. En estas discusiones, buscando la mejor línea de actuación, estaba el cuartel general de Hitler cuando se presento el mariscal Göring. "Estaba moreno, optimista, vestido como un general de opereta", según relata en sus memorias Speer (ministro alemán de armamentos). Tras observar las caras preocupadas, el mariscal del Reich exclamó: "¡Mi Führer, conquistaremos Stalingrado, la Luftwafe garantiza el suministro diario de 500 toneladas al VI Ejército!" A partir de ese momento, Hitler no querrá ya saber nada de salir de la bolsa: "¡Haremos de Stalingrado otro Alcázar de Toledo!" (Göring diría más tarde a Richtofen: "El Führer estaba optimista, ¿qué derecho tenía yo a estar pesimista") El VI Ejército terminaría de conquistar Stalingrado y renunciaría a la ruptura de la bolsa. Manstein debería romper el cerco desde fuera y se encargaría de suministrarle adecuadamente. El VI Ejército estaba condenado a muerte. En los setenta y cuatro días que duró el cerco no recibió ni 12.000 toneladas de suministros (10). La lucha fue languideciendo entre los escombros y decayendo la moral de los cercados que maldecían su inactividad, su falta de ropas de invierno, el duro racionamiento alimenticio. Muchos jefes comenzaron a pensar que aquello era el fin.
contexto
Consolidada la cabeza de puente de los distintos desembarcos, la densa y baja vegetación favorecía la defensa, por lo que los alemanes no dejaron escapar esta oportunidad. Después de un bombardeo intenso que, en realidad, obstaculizó a los atacantes, los aliados llegaron a los alrededores de Caen el 13 de julio. Rommel, mientras tanto, recibió refuerzos por el sur de Francia, con lo que consiguió reestructurar sus tropas acorazadas en espera de un ataque decisivo a los Ejércitos aliados. Era importante para Montgomery poder prevenir las acciones del enemigo, por lo que ideó dos alternativas de acción (la operación Epson y la operación Goodwood), las cuales constituirían, además, una prueba preliminar de las fuerzas de Rommel. La primera de las dos operaciones fue un fracaso que costó caro a los aliados; la operación Goodwood se llevó a cabo a pesar de la fuerte oposición enemiga, consiguiendo bloquear las unidades alemanes en los alrededores de Caen. Por la izquierda de la formación aliada, el II Cuerpo canadiense se abrió camino en la ciudad de Caen combatiendo calle a calle; el 18 de julio habían ocupado gran parte de la ciudad. El I Cuerpo de Ejército británico, que también participaba en la operación Goodwood, sobrepasó Caen, pero se vio obligado a detenerse por los cañones de la I y de la XII división SS Panzer. Caen cayó el 20 de julio y el frente aliado se prolongó algo más allá de la ciudad. El 26 de febrero de 1944, el XII Grupo de Ejército había hecho las previsiones de progreso que se podía esperar después del desembarco en las playas de Normandía. Los aliados consideraban poder llegar a Brest cincuenta días después del desembarco (Día-D), y a París noventa días después del Día-D. En realidad los avances fueron mucho más modestos: cincuenta días después del Día-D (27 de julio) tan sólo la península de Contentin y la costa de Normandía estaban en manos de los aliados. A finales de julio las fuerzas aliadas en tierra francesa contaban casi con un millón de hombres, 150.000 vehículos y un millón de toneladas de abastecimientos. Sin embargo, habían perdido, hasta aquel momento, 122.000 soldados, frente a 114.000 alemanes, y habían sido hechos prisioneros 41.000 hombres. Los ataques de las tropas inglesas y canadienses contra Caen habían disuelto por el flanco derecho de la formación aliada tal número de fuerzas alemanas que a finales de julio, el Primer Ejército estadounidense de Bradley se encontraba en una posición desde la que podía abatir las defensas alemanas al oeste de St. Lô. El 25 de julio, después de un largo bombardeo aéreo denominado "bombardeo rasante", el VII, VIII y el XIX Cuerpo de Ejército estadounidense partieron al ataque. El VII Cuerpo de Ejército atravesó el corredor abierto en el anterior bombardeo y, a pesar de la fuerte resistencia de los alemanes, llegó a Avranches el 30 de julio. Los contraataques alemanes que ordenó el mismo Hitler no significaron ningún freno para este avance. Después del avance de Bradley en Avranches, las fuerzas aliadas fueron reorganizadas. Bajo el mando de Bradley se constituyó el XII Grupo de Ejércitos estadounidense, grupo que comprendía el Primer Ejército americano (al mando de Hodges) y, a partir del 1 de agosto, el Tercer Ejército americano (al mando de Patton). Las fuerzas británicas constituían el XXI Grupo de Ejército al mando de Montgomery; dicho grupo comprendía el Segundo Ejército británico (al mando de Dempsey) y el Primer Ejército canadiense (al mando de Crerar). Montgomery, el comandante supremo de las fuerzas de tierra de Eisenhower, se quedó hasta el mes de septiembre. El 1 de agosto, el Tercer Ejército de Patton avanzó a través del corredor de Avranches. Sus vehículos acorazados conquistaron enseguida Bretaña y se dirigieron rápidamente hacia el sur, en dirección al Loira; su infantería, sin embargo, se dirigió hacia Le Mans. Al mismo tiempo, el Primer Ejército estadounidense, el Segundo Ejército británico y el Primer Ejército canadiense atacaron por el sur y por el este, teniendo delante de sí todas las fuerzas de oposición enemigas. El 16 de agosto, las tropas anglo-americanas colocadas al norte de las de Patton, que se encontraban al sur, habían rodeado las fuerzas enemigas en un saliente entre Falaise y Argentan. En este pequeño intervalo de tiempo, el Séptimo y el Quinto Ejército Panzer alemanes trataron, de forma totalmente desorganizada, de buscar una vía de escape. Hitler, como de costumbre, había presionado hasta el extremo; se obstinó en su orden de contraataque. El ligero retraso del avance aliado fue lo que les permitió huir. Con todo, en el momento en el que el II Cuerpo de Ejército canadiense y el V Cuerpo de Ejército estadounidense cerraron la bolsa, se convirtieron en prisioneros 50.000 soldados alemanes, después de dejar en el campo de batalla otros 10.000 hombres. Kluge, que en julio había sustituido a Rommel, herido por un avión aliado, se encontraba en retirada en toda la línea con cuatro Ejércitos aliados en los talones y con la esperanza de alcanzar lo más rápidamente posible una vía de escape más allá del Sena. Los carros armados de Patton llegaron a la orilla del Sena en Fontainbleau el mismo día en que los aliados cerraban el corredor de Falaise, mientras que el XV Cuerpo de Ejército estadounidense conseguía establecer una cabeza de puente más allá del río, en los valles de París. El 25 de agosto, la capital francesa fue liberada. El avance aliado fuera de Normandía, en el Norte de Francia, fue una operación militar de gran importancia. Ello marcó la derrota definitiva de las fuerzas alemanas en la Europa Occidental, así como la apertura del camino hacia Berlín. Las noticias provenientes del frente, aun en la alternancia de optimismo y pesimismo, dejaban entrever que la caída de la línea defensiva alemana era ya inminente. Los mismos alemanes se lo temían. En los encuentros privados, los oficiales de la Wehrmacht que habían prestado servicio en la guarnición parisina se estrujaban la cabeza sin esperanza. Todos los sueños de crear un Tercer Reich amo de Europa se habían esfumado; ya no quedaba mas que un hombre que creyera en dicha posibilidad: Hitler. A mediados de agosto, los angloamericanos consiguieron desbloquear la extenuada lucha que les había retenido a lo largo del Canal de la Mancha y comenzaban a desplazarse de Caen hacia Le Mans batiéndose entre las colinas de Normandía. Los alemanes intentaron resistir a pesar de la evidente superioridad del enemigo y el II Ejército británico, junto con el I americano, quedaron parcialmente retenidos. Cuando se hizo evidente que la presión sobre Falaise y Argentan había provocado un saliente peligroso para el enemigo, los aliados empujaron un poco más y cerraron el paso a algunas divisiones alemanas. Para los alemanes era el verdadero principio del fin desde el momento en que los ingleses se dirigieron a Rouen y los americanos corrieron hacia Orleáns y Chartres. Los generales alemanes se encontraban paralizados en el frente en espera de que Hitler, que había asumido toda la responsabilidad de las operaciones, tomara una decisión. Las últimas y descabelladas instrucciones que hizo llegar a von Kluge se referían a una contraofensiva en dirección de Avranches. En París, la resistencia estaba ya en plena ebullición: los más activos pedían pasar decididamente a la acción con una verdadera y propia revolución armada; los más moderados aconsejaban esperar y elaborar un plan detallado para el momento decisivo. En este último período de nuestra historia, denso de frecuentes e importantes avances técnicos, se ha difundido poco a poco una gran fe en el valor determinante del progreso. En contraste con dicha concepción, la invasión de Normandía ha representado una indiscutible reivindicación de los valores del espíritu humano, aún no enrarecido ni envilecido por el entusiasmo gratuito de la violencia y del dominio. En aquella ocasión se trató de una operación admirable por el genio científico y por la sagacidad demostrada tanto en el terreno operativo como en el terreno táctico. El mando fue extraordinario; además, los Aliados, a pesar de las múltiples diferencias, habían estudiado, elaborado y realizado la batalla como si se tratara de un solo cuerpo a las órdenes de un único estado mayor. El resultado, de hecho, fue un enorme éxito. Hay que hacer observar que la potencia aérea fue un factor determinante en el desarrollo de los acontecimientos y un elemento de diferenciación entre ésta y todas las demás guerras. Sin embargo, aunque la aviación no puede ser menospreciada, tampoco se puede caer en el error de considerar como autónoma su capacidad operativa, la cual sólo podía realizarse gracias a la colaboración con las Fuerzas Armadas terrestres y navales. La batalla de Normandía tuvo momentos críticos que fueron, igualmente, de un valor determinante. Sería injusto pensar que la guerra no se podría haber vencido de otra manera. No es fácil establecer cuál será el juicio conclusivo de la historia. ¿Qué podemos decir de los alemanes? Ellos intentaron el todo por el todo hasta el final; sus esfuerzos fueron comprensibles, aunque inútiles, a pesar de que la batalla representó para ellos su última oportunidad.
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<p>El 12 de julio de 1943, con los alemanes de Model tratando de perforar sus líneas, el mariscal Rokossovsky lanzaba esta orden del día: "Las tropas del frente central, que han opuesto al enemigo una mortal muralla de acero, de solidez y de tenacidad rusa, le han contenido durante ocho días de encarnizados combates sin pausa y han detenido su impulso. La primera fase de la batalla ha concluido". Efectivamente, aquello sólo acababa de empezar. Los ejércitos alemanes habían dispuesto de la iniciativa durante 8 días, ahora les tocaba jugar a las tropas soviéticas, que mantendrán una ofensiva generalizada a lo largo de un frente de 1.500 kilómetros durante 126 días, casi sin una sola hora de interrupción. En ese tiempo los alemanes debieron evacuar todo lo que del Cáucaso les quedaba y retirarse a las líneas del Dvina-Dniéper, que fueron perforadas en muchas partes... El 12 de julio comenzó la embestida, con dos ejércitos soviéticos atacando desde el norte y el sur el gran saliente de Orel. A finales de mes, aún a costa de enormes pérdidas, los ejércitos de la URSS eran dueños de ese territorio. El 29 de julio, ante la inmensa avalancha que se venía encima, la Wehrmacht comenzó a hablar de "defensa elástica", que consistía en una retirada ordenada, lenta y continua, dejando tras sí tierra quemada y buscando siempre una buena posición defensiva donde pararse y hacer frente a los soviéticos. Esta táctica permitió a los alemanes mantenerse como fuerza de combate frente al Ejército Rojo pues de otra manera hubiera sido destrozada, cercados y rebasados, como les ocurriría en enero de 1945. Efectivamente, el impulso soviético fue formidable durante todo ese verano de 1943. Si el Grupo de Ejércitos Centro de Kluge lo estaba experimentando en el saliente de Orel, al grupo de Ejércitos Sur de Manstein le tocó soportarlo en un frente de mil kilómetros, desde el Mar de Azov hasta Sumy. Cinco grupos de Ejércitos mandados de norte a sur por Vatutin, Koniev, Malinovsky, Tolbukhin y Petrov, le atacaron casi simultáneamente empujándole hacia el oeste sin darle respiro. Según cálculos del general suizo Eddy Bauer, autor de una prestigiosa historia de la II Guerra Mundial, la proporción de fuerzas entre alemanes y soviéticos en todo ese frente debía ser de 1 a 5. Así, pese a brillantes contraataques y a una intensísima y magistral conducción del arma acorazada, empleada en suturar todas las rasgaduras que se iban produciendo en sus líneas, los alemanes deben retroceder. El 22 de agosto reconquistaban los soviéticos la gran ciudad de Jarkov, segunda capital de Ucrania. Nikita Kruschev, adjunto político del mariscal Vatutin, lanzaba esta proclama: "¡Volvamos al trabajo! ¡Mantengámonos firmemente unidos! ¡Todo por el frente! ¡Todo por la victoria! ¡Cerremos aún más nuestras filas bajo ese estandarte que nos ha valido la victoria! ¡Adelante hacia el Oeste! ¡Adelante hacia Ucrania!" Efectivamente, ¡todo por la victoria! Los alemanes no pueden creerse la capacidad de recuperación soviética. En el curso de tres meses encuentran que han descalabrado hasta tres veces a la misma división, que ha sido retirada del frente, recuperada, completada y vuelta a enviar a la lucha... Si los efectivos soviéticos son cinco veces superiores, sus bajas son también cinco veces mayores, pero las cubren sus inagotables reservas... mientras Berlín no puede recuperar sus bajas. Manstein, que debería haber recibido unos mil blindados nuevos en dos meses, apenas si ha logrado 400. Contaba con unos 1.500 a comienzos de julio y el 7 de septiembre tenía 477 (257 carros de combate y 220 cañones de asalto). En esas condiciones hasta Hitler reconoce que debe dejar el Donetz y buscar la protección del Dniéper; también deben abandonar la pequeña cabeza de puente de la península de Tamán, presionados por las divisiones de Petrov, en cuyo 18° ejército se distingue un responsable político: Leónidas I. Breznev, luego secretario general del P.C, soviético durante dos décadas. En el Centro no les iban mejor las cosas a los alemanes. Efectivamente, los violentos combates defensivos del verano habían desgastado a las unidades de Kluge igual que a las de Manstein. El 7 de septiembre contaba con 106 carros de combate y 191 cañones de asalto... aproximadamente el 10 por ciento de los efectivos reglamentarios. La marcha de las operaciones era tan halagüeña para la URSS que Stalin, por primera y única vez a lo largo de toda la guerra, se trasladó al frente (zona de Kalinin, responsabilidad del mariscal Yeremenko). Pocos días después, como si fuera un homenaje a esta visita, las tropas de Yeremenko entraban en la ciudad de Smolensko, en las fronteras de la Rusia Blanca. Era el 25 de septiembre. Más al sur, en la zona de Manstein, el Ejército Rojo no se conformó con haberle rechazado hasta el Dniéper. En medio de lluvias torrenciales los ingenieros soviéticos montaron centenares de puentes que sustituyeron a los destruidos por los alemanes en su retirada y el 1.° de octubre, el mariscal Koniev, que hasta ese momento había estado casi en la reserva, pasaba a la ofensiva y establecía una poderosa cabeza de puente al oeste del Dniéper. Los ejércitos alemanes estaban agobiados en todos los frentes. La invasión aliada de Italia desviaba hacia el "segundo frente" la mayoría de las nuevas unidades que Alemanía podía organizar. Los Ejércitos del Este no sólo no eran reforzados, sino que apenas sí recibían tropas de refresco y armas en un 20 por ciento de lo que perdían. Mientras, los ejércitos se movían como un pavoroso rodillo que apenas era detenido algún momento por los obstáculos que se le ponían enfrente. Empleaban su artillería en concentraciones nunca antes vistas: hasta 300 cañones por kilómetro. Y tras una poderosa preparación, lanzaban sus carros, y tras ellos sus oleadas de infantería o caballería... si el ataque era rechazado, vuelta a empezar. Por otro lado, se comenzaba a dar en este inmenso frente un fenómeno nuevo, pero que ya seguiría hasta el fin de la guerra. La Luftwaffe había perdido el dominio del aire y, cada vez más, serán los aviadores soviéticos los que hostigarán a la infantería alemana. Antes, los generales alemanes clamaban por cielos despejados; ahora, sus contraofensivas deberán buscar los días cubiertos.</p>
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El 18 de abril, cuando rugía con mayor furia la batalla del Oder y cuatrocientos mil soldados alemanes luchaban desesperadamente para impedir el avance soviético, Hitler decía al general Karl Hilpert, a quien acababa de nombrar jefe de los ejércitos de Curlandia: "Si la nación alemana pierde esta guerra, demostrará que es indigna de mi". No era una frase aislada. Hitler pronunció muchas similares en las que se denotaba un marcado desprecio por el pueblo alemán, que no había podido darle la victoria universal ni el poder milenario soñado por él. Durante tres meses estuvo obsesionado por la destrucción absoluta de todo cuanto hubiera de abandonarse al enemigo, tanto en el Este como en el Oeste. Tierra calcinada. Speer, el hombre que boicoteó aquellas medidas, razonaba que con la guerra perdida, semejante destrucción (5) causaría mayor quebranto al pueblo alemán que la propia guerra y la derrota. Contra quienes le objetaban que dejar tales instalaciones intactas era colaborar con el enemigo, el ministro argüía que podían hacerse destrucciones parciales, inutilizaciones temporales; incluso, que dada la celeridad con que se aproximaba el final, muchas instalaciones carecían de utilidad alguna para los vencedores, como las minas de carbón o hierro, por ejemplo. Incluso, aunque les fueran útiles, su destrucción no hubiera significado el entorpecimiento de sus operaciones, dada la acumulación de todo tipo de materiales que habían dispuesto los aliados. Tal era el caso de las fábricas de tejidos, de papel, de conservas, de cerámica, etc. Ante las argumentaciones de Speer de que aquellas destrucciones condenarían a los alemanes al hambre, el atraso y la miseria durante docenas de años, Hitler respondía: "la nación ha demostrado ser débil y el futuro pertenece únicamente a la nación oriental más fuerte. Los que quedan después del combate valen poco, porque los buenos ya han caido..."
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Los Altos Mandos alemanes aun se mostraban escépticos en relación con los resultados del desembarco. Se esperaba que las fuerzas de defensa consiguieran devolver a los aliados al mar. Por su parte, Hitler estaba incubando en aquel momento la absurda esperanza de vencer a Inglaterra con sus famosas armas secretas. En coincidencia con el desembarco, centenares de V 1 habían comenzado a llover sobre Londres. El efecto de las bombas volantes fue desastroso. Los londinenses, que desde hacía años sufrían los bombardeos, fueron nuevamente presa del pánico. Se sabe, sin embargo, que no fueron estas armas secretas las que cambiaron el curso de la Historia. "Hace calor en Suez, hace calor en Suez", seguía repitiendo sin cesar Radio Londres. Era la señal que esperaban los partisanos franceses para entrar en acción. Inmediatamente, en todo el país, los alemanes fueron atacados y las líneas de comunicación saboteadas. Mientras caía la noche del Día-D, Eisenhower, en la roulotte en la que había instalado el mando, escuchaba satisfecho los informes del día. "La gran cruzada contra el nazismo ha comenzado" -declaró más tarde a los periodistas-. Tengo la máxima confianza en los ejércitos y en los pueblos de las Naciones Unidas. Estoy seguro de que, con su ayuda, demostraremos de una vez por todas que la democracia, cuando es necesario, puede convertirse en la más perfecta máquina bélica que se pueda imaginar".
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"Illustre Senhor. Quanto importe á reputaçaô Espanhola ser corrido este ladraó e botado, Vossa senhoria o entende melbor que ninguem, e seu sangue e a minha cuido que o debe sofrer muy mal Eu estou tan fraco que men quasi juizo acho pera pedir em esta materia algunas cousas que, quando menos, compren á minha honra; mas cuido que as tenho seguras debaiño da proteçaô de V. S. e do Senhor Francisco Dandrade seu Soldado e seus campanheiros. Por amor de nosso Senhor que desta esperanza naô fique Eu defraudado por que alem de minha afronta temo grandes perjuizos que será roubar este ladraon muitos navíos que espero de Guiné carregados, que el espera para ir á Indias, o que tambem estrobareses a Vossa Senhoria de terper serviipo de Sua Magestade. 0 que de terra se bouver mister he estado ordem que se cumpra como V. S. mandar. Outro se naó offerece. Nosso Senhor a muy íllustrepessoa de V. S. guarde e Estado aumente =Beifa as maós a V. S. seu servidor Gaspar de Andrade. Parecióme poner aquí esta letra para que se entienda la necesidad en que estaban en esta ciudad, y cuan poco podía hacer el gobernador si esta nao y vasallos de V. M. nos los favoreciera con la ayuda de Dios Nuestro Señor. Visto pues esto, y que á mí me importaba asegurar el camino para nuestro pasaje, consoló Sarmiento al Gobernador y al pueblo y aprestóse luego y con los portugueses que se hallaron prestos y con otras dos piezas gruesas y bombas de fuego y buenos artilleros, largamos las amarras por la mano, y fuimos á la mar donde recogimos la nao castellana que ya se venía al puerto por el recado que se le había embiado, y mandósele volviese tras esta capitana y enderezamos en busca de los ladrones, los cuales luego se pusieron en huída, y fuimos en su demanda hasta la noche que les perdimos de vista, y entonces pusímonos en el paso de la isla de Mayo, que es su ladronera, mar al través, para dar en ellos si por allí pasasen, y en toda la noche no dormimos, y todos estuvimos con las armas en las manos hasta la mañana, y los ladrones no parecieron de punta á punta de la isla hacia el fuego. Y visto que eran huidos, nos volvimos al puerto de Santiago. Con todo esto la cortesia que nos hizo el pueblo fuévendernos las cosas al doblo de lo que valían, y aun pusieron en plática de impedir la ida al patax con el aviso al Nombre-de-Dios, y nos tomaron fraudolentamente algunas cosas que vendíamos para aviarnos; pero disimulóse porque ni era tiempo de otra cosa, ni convenía que entendiesen que éramos tan puestos en el interes como ellos. Esta isla de Santiago tiene diez y ocho leguas de largo, y ocho por lo más ancho, que es por el sur. Por esta banda tiene dos pueblos. Esta ciudad de Santiago-de-la- Ribera, que ha ciento y diez años que se pobló, tiene mal asiento, y peor puerto; pero por el agua la poblaron aquí. Hay pocas mas de cuatrocientas y cincuenta casas de cal y canto, y la mejor es la del Obispo, que se llama Don Bartolomé Leyton. Tiene sobre el puerto tres baluartes con cada diez piezas de artillería de bronce buenas, y buenos artilleros: Hay, según nos dijeron, veinte mil negros, que hay gran saca y trato dellos. Dicen los oficiales reales que esta aduana vale al rei, un ano con otro, mas de cien mil ducados. El otro pueblo se llama la Playa, cuatro leguas deste. En la isla no se da trigo; pero dáse ganado vacuno y ovejuno. Hay poca agua en los altos, sinó es en quebradas, en las cuales hay algunos ingenios de azúcar y heredades de maiz, que ellos llaman millo, y otras frutas. Sin esta isla hay otras nueve islas en su contorno que no tienen pueblos, sinó estancias de ganado y heredades de algodón, y frutas y mieses. Son las islas: el Fuego, La Brava, Mayo, La Sal, San-Anton, Santa Cruz, Santa-Lucia, San-Nicolás, Buena-vista; todas en espacio de sesenta leguas. Estando aprestado, partimos deste puerto domingo en la tarde diez y nueve de junio, y salieron con nosotros el patax nuestro, y otras dos carabelas que iban á Portugal. Este mesmo día se hizo justicia del Alférez, y se le dió garrote por traidor á la corona real de V. M. y por hombre sedicioso y deshonrador de la real señal y bandera, y porque quiso impedir este descubrimiento que por mandado de V. M. y en su real servicio se hacía y ha hecho. Y asimesmo fuéron este mesmo día desterrados dos hombres; el uno de las indias de V. M. por amotinador, y no se le dió más castigo porque no se le probó bastantemente, y á otro tenedor-de-bastimentos á quien Pedro Sarmiento le había quitado el cargo por disipador dellos, y le había castigado, y privado del-salario y sueldo. A éste desterró desta armada y dejó en la isla de Santiago de Cabo-verde, así por esto dicho, como por revoltosos y desasogadores de la gente. En saliendo deste puerto fuimos al oeste hasta la canal entre la isla del Fuego y la de Santiago. Aquí se quedó el un navío portugués de noche. Desde aquí gobernamos al noroeste una cuarta más y menos, porque así se corre la isla de Santanton. Con esta canal íbamos con pocas velas por acompañar la carabela, que hacía mucha agua, y por dalle algun socorro, así en esto como en guardalla de los cosarlos que por aquí hay. Y caminando por estos rumbos dichos fue Pedro Sarmiento despachando el patax, llamado Nuestra Señora de-la-Concepcion; y juéves veinte y tres de junio á las nueve del dia lo despachó, y embió en él por caudillo á Hernando Alonso, piloto desta Capitana y Sargento-Mayor, con otros siete ó ocho hombres, con los despachos que el virréi manda en su instrucción. Conviene á saber: la relación y discurso del viaje y descubrimiento, y la descripción de lo descubierto, firmado de todos los que se hallaron aquí que supiesen firmar, y autorizado del escribano-real desta nao y avisos de lo que aquí supe de los ingleses, como arriba queda dicho, para que en aquellos reinos y en Chile estén apercibidos y con mas vigilia que ántes solían estar. Estos Despachos fueron enderezados al virréi y á los oidores del Audiencia-Real: y así el patax siguió la derrota al oeste, y nosotros al noroeste, estando ya en paraje seguro de cosarios, que por esta causa lo trajo Pedro Sarmiento consigo estos dias. Este dia tomaron la altura Sarmiento y el piloto-mayor en diez y ocho grados largos; sesenta leguas. Desde el juéves á mediodía con nordeste fuimos al noroeste hasta viérnes á mediodía, diez leguas. Esta noche se nos rompió la vela del trinquete de alto á bajo. Desde el viérnes á mediodía 24 de junio al noroeste cuarta al norte con viento nordeste fresco hasta media noche diez leguas; y de media noche abajo fuimos al nornoroeste y al norte cuarta al noroeste hasta el sábado de mañana seis leguas; y hasta el sábado á mediodía 25 de junio al noroeste cuarta al norte, cuatro leguas. Desde el sábado á mediodía al noroeste cuarta al norte y al nornoroeste cuarta al norte y al nornoroeste hasta el domingo leguas: altura 21 grados y un tercio. De manera que desde el juéves á mediodía hasta ahora anduvimos setenta leguas. Desde el domingo al lúnes 27 de junio fuimos al noroeste cuarta al norte hasta prima noche, y toda la noche al norte y al norte cuarta al noroeste, y hasta mediodía nornoroeste hicimos camino del nornoroeste 20 leguas. Lúnes tomé altura en 22 grados. Del lúnes al mártes 28 de junio hasta mediodía al nornoroeste guiñando sobre la cuarta del norte 27 leguas: altura 23 grados 47 minutos. Del mártes al juéves 30 de junio al nornoroeste sobre la cuarta del norte setenta leguas: altura 27 grados y 1/2. Del juéves al viérnes primero de julio al noroeste sobre la cuarta del norte. 24 leguas: altura 29. Del viérnes al domingo á mediodía 3 de julio al norte y al nornordeste y al nordeste cuarta al norte cincuenta leguas: altura treinta y un grados y 38 minutos. Desde el domingo á mediodía hasta el mártes á mediodía 5 de julio hubo calmerias: fuimos con bonanzas al nornordeste hasta Lúnes á mediodía, y desde este punto al mártes por la mañana al noroeste y hasta mediodía al norte cuarta al nordeste anduvimos 25 leguas: altura treinta y tres grados. Desde el mártes al miércoles al norte cuarta al nordeste seis leguas, y toda la noche al norte cuarta al noroeste y al nornoroeste, y desde la mañana hasta mediodía al noroeste cuarta al norte y al nornoroeste y al norte cuarta al noroeste 21 leguas: altura 34 grados. Del miércoles al juéves siete de julio al nornooeste y al noroeste cuarta al norte 20 leguas: altura 35 grados 1/6. Del juéves al sábado 9. de julio al noroeste ocho leguas; y la noche siguiente con bonanzas al mesmo rumbo cuatro leguas, y la resta hasta el sábado á mediodía al nordeste cuarta al norte. Son todas 35 leguas: altura treinta y siete grados. Del sábado al domingo diez de julio seis horas al nordeste cuarta al norte seis leguas, y al nordeste cuarta al leste tres leguas, y hasta el domingo á mediodía al noroeste y al nornoroeste ocho leguas. Del domingo al lúnes once de julio al norte cuarta al noroeste cuatro horas cuatro leguas, y al norte seis leguas. Y al norte cuarta al nordeste cuatro leguas. Y al nordeste cuarta al norte cuatro leguas. Y al nordeste franco cuatro horas cuatro leguas. Y al nordeste cuarta al leste tres leguas. Y al nordeste cuatro leguas hasta Lúnes á mediodía. Son veinte y una leguas por fantasía. Desde el Lúnes á mediodía fuimos al nordeste cuarta al este y al lesnordeste y al leste diez leguas, el mártes por la mañana vimos la isla del Cuervo pasamos por la banda del norte della. Está esta islilla en cuarenta grados largos: anduvimos doce leguas. Del mártes al miércoles al sueste con calmas doce leguas: tomamos el altura en treinta y nueve grados y medio largos. Juéves caminando por este rumbo vimos la isla Graciosa, pequeña, pero fértil y poblada. Pasamos de noche por entre ella y la isla de San Jorge. Vimos de noche en esta isla de San-Jorge mucho fuego, y según después supimos en la isla de la Tercera la causa deste fuego fue esta. Primero dia de junio deste año 1580, en la villa de Velas de la isla de San-Jorge fue hecho este testimonio por el oidor Freites sobre el fuego de la isla de San-Jorge, y pasó así: Que este dicho día en la dicha isla hubo grandes terremotos y temblores de tierra, y sobre tarde reventaron tres bocas de fuego con grandes; de las cuales bocas corrieron arroyos de fuego hasta la mar, y fue perseverando el reventar hasta que se abrieron siete bocas de fuego, y destos rios ó arroyos de fuego que corrieron corrió uno alrededor de una hermita de Nuestra Señora. Yendo nueve hombres á quitar unas colmenas obra de un tiro de ballesta de la boca mayor, llegando á las colmenas se abrió una boca y los tragó, que no quedaron mas de dos medio quemados, y llovía ceniza que creció sobre la tierra un palmo de alto. Y dice luego el testimonio: Certifico yo Francisco de Freite, oidor, que es verdad lo dicho deste fuego de San-Jorge. Sobre esto decían que oían claramente voces de demonios y otras cosas de espanto, y finalmente la isla se va abrasando toda, segun dicen. Siguiendo nuestro camino á diez y ocho de julio llegamos de la ciudad de Angla en la Tercera, que es la principal isla de la de los Azores. ¡Gloria á Dios Todopoderoso! Lúnes 19. de julio llegó a este puerto un navío de la villa de Pernambuco en el Brasil, y mártes otro de la bahía de Todos-Santos cabecera de la gobernación del Brasil: y preguntándoles Pedro Sarmiento si allá habían aportado algunos ingleses, dijeron lo siguiente: En noviembre de 1579 salieron de la frontera y población de Tiñares, quince leguas apartada de la bahía de Todos-Sanctos, Para el sur cinco hombres blancos con quince indios para ir á los Isléos (ques otro pueblo de portugueses) por tierra; y caminando por la playa dieron súbitamente en el rio de la cuentas con una lancha de ingleses que traía diez ingleses, y los siete dellos estaban enjugando sus velas en tierra, y en viendo los ingleses los caminantes comenzaron a huir, y los siguieron, entendiendo ser lo que era, y flecharon cinco, y se acogeron á la lancha, y tomaron dos que se metieron en el monte, y la lancha cortó amarras, y dejaron dos cámaras grandes de bombardas que tenían por potales. Y diciéndoles los caminantes que no querían guerra con ellos, que saliésen á tierra y que los proveerían de comida y de lo que fuese necesario, respondieron que no querían y mostraron arcabuces, ballestas y picas, borneando un verso para les tirar con él. Y á esta coyuntura vaciaba la maréa, y salieron por la barra afuera, y fuéronse: y de allí fueron á tener á otro rio que está seis leguas del dicho rio de las Cuentas para la bahía de Todos-Sanctos, y en una isla que está enfrente de Camamu, que se llama Chiepe, otro caravelon de portugueses, sin saber de la lancha, dió acaso con ella, y huyóle por el mar con tres ingleses, porque los demás hallaron en la isla muertos de los flechados que les dieron en la isla de las Cuentas, y de allí ó tres ó cuatro leguas otro barco de portugueses que venía de los Isléos para la bahía dió en la playa con los tres ingleses muy desfallecidos y miserables, y la lancha perdióse, sin saberse el fin que llevó; los cuales cinco ingleses presos desta lancha, siendo preguntados, dijeron: Que fueron en una armada inglesa de diez naos que armó en Inglaterra un gran señor, y que con ella pasaron el estrecho de Magallanes, y de allí volvieron corriendo la costa para poblar en la parte que para sus fundamentos mejor les pareciese: Que para este fin en su capitana (que decían ser de novecientas toneladas) llevaba alende el marinaje y servicio de servicio de nao, quinientos hombres de guerra; cuatrocientos soldados, y ciento oficiales de todos los oficios mecánicos, y los traía muy contentos, que les pagaba á dinero cada mes su sueldo: la cual armada surgió en una isla de tierra de carijos á que nosotros llamamos caribes, donde se levantó una gran tempestad, con la cual las nueve naos se hicieron á la vela, y la capitana no pudiendo tan de priesa como era menester levar las amarras dió á la costa, y se perdió sin escapar más que los dichos hombres de la lancha arriba declarada, porque estaban en tierra haciendo aguage: la cual lancha, después de perdida la nao capitana, vino caminando y costeando hasta puerto seguro, donde tambien la corrieron, y por ser ligera se escapó de los barcos que la seguian, y de allí vino á acabar cerca de la bahía como queda dicho. Uno destos cinco ingleses que escaparon, mancebo de treinta años, muy hábil, gran matemático afirmaba en la cárcel que los que escaparon de la tormenta habían de volver presto para las partes del Brasil con una grande armada; y contaba entre otras particularidades por verdad, que en aquella parte de la Cananéa (que es una isla pequeña) estaba un marco ó padron con las armas de V. M. y el capitanmayor de los ingleses lo mandaba quitar, y poner en su lugar otra de las armas de Inglaterra para posesion de aquella tierras que corren al Paraguay. Pueden ser estas armas las que puso Cabeza de Vaca, ó las que puso el adelantado Juan Ortiz de Zárate agora seis años en Santa Catalina cerca de la Cananéa quando V. M. le embio por gobernador del Paraguáy y Rio-de-la-Plata: mas no afirmaba si las quitaron; pero todavía esta duda era por términos que se sospecha ser verdad haber quitado las armas de V. M. y puesto las de Inglaterra. Demás de esto el capitán del pueblo de los portugueses que eslí el Rio de Janeiro, de la gobernación del Brasil embió tres ingleses á la bahía que los habían tomado en Cabo-Frio de las nueve naos que arriba se dijo haber escapado de la tormenta, y que en este Cabo-Frio se hallaron tres naos de ellas juntas que habían venido en demanda del cabo, creyendo que allí hallarían las otras seis, que con la tormenta se debía de haber apartado unas de otras. Y teniendo el capitan del Río de Janeiro noticias destas tres naos, embió cuatro canóas con gente á descubrir y tomar noticia de las dichas tres naos, y los caminantes súbitamente en una isla dieron con una lancha de los ingleses, los cuales en viendo las canóas se recogeron; mas no lo pudieron hacer tan de priesa que escapasen todos, y así les tomaron los dichos tres ingleses y las naos en viendo gente por tierra, y las canóas por mas dieron la vela y se fueron. Y destos tres ingleses que aquí tomaron se supo que como aquellas tres naos vinieron á demandar aquel Cabo-Frio, porque pensaban hallar allí las otras seis naos que faltaban, y no las hallando las habían de ir á demandar en la Paraiba de Pernambuco; mas no fueron á parar allá, porque en la bahía de Todos-Sanctos se tenía noticia cierta de quince de mayo que en la Paraiba no había naos algunas francesas, ni inglesas. Y en lo demás estos tres ingleses traídos del Rio de Janeiro á la bahía concertaron con lo que habían dicho los otros cinco de la primera lancha que se perdió en Tiñare. La llegada destos ingleses al Brasil fué por Noviembre del año pasado de 1579 que es el tiempo que Pedro Sarmiento y sus compañeros llegaron sirviendo á V. M. á los arcipiélagos buscando el estrecho, y viene bien el un tiempo y el otro con lo que los indios nos dijeron en el estrecho. Y dice el que me dió esta relación del Brasil, que es una persona principal, y el hombre más poderoso del Brasil con quien yo comuniqué al cabo desta relación estas palabras, que las pongo aquí porque se sacará algo déllas para en algún tiempo adelante. Mas como os Gobernadores destos tempos de falsa justicia no Brasil ocupaón en seusparticulares e tyranic . os intereses os tres anos que ten de cargo lles naó lembraó nen respeitaô o que tanto importa a seu Rey como a Magestade del Rey Philíppe ínquíriren saberen e procuraren con Amor y ardente fervor e diligencia estes importantes avisos. Y como mi presente estudio era inquirir sobre este caso en todas partes y de todas gentes, supe en esta ciudad de Angla de boca del corregidor, y de todos generalmente, que á dos días de noviembre del año pasado de 1579 dió una nao grande inglesa á la costa y se perdió en un pueblo que se llama la Gualúa, dos leguas de la ciudad de Angla en esta isla Tercera; la cual nao cuando se perdió traía siete ú ocho hombres. Escaparon dos y un negro, que al presente están presos en esta ciudad, y los otros se ahogaron. Sacaron del fondo de la mar quince piezas muy gruesas de artillería de hierro colado que traía la nao, y otras muchas no se han podido sacar. Son las que sacaron grandes como para fortaleza de asiento, porque se ha sabido que iban á poblar á Indias, y llevaba trescientos soldados. Dícese que traía riquezas, y que las echaron á la mar cuando se vieron ir á perder, porque no se supiese su oficio de ladrones. Lo que los presos dicen es, que anduvieron con otras naos por la costa de Guinéa mucho tiempo, y que de enfermedades se les murió la gente, y que no quedó mas de la que traía el navío quando se perdió. Y la sospecha general que todos tienen, y yo probablemente creo, por lo que he sabido, es que esta nao es una de las nueve que escaparon de la tormenta arriba declaradas, y los que mas crédito dan á esto son los portugueses del Brasil que me dieron la relacion arriba referida, porque dicen que salieron en conserva de nueve ó diez naos que armó un gran señor de Inglaterra. En este puerto de Angla estaban dos navichuelos ingleses: y hablando Pedro Sarmiento con el dueño de uno de ellos que es españolado, y casado en esta isla, sobre Francisco Draquez el cosario, me dijo que había tres meses que había partido de Fristol de Inglaterra, y que no había nueva que Francisco hobiese aportado allá: y replicándole yo lo que arriba se dijo que habían dicho los ingleses de Ayamonte, dijo éste que era verdad, que dende él estuvo había fama que se hacía en Londres ó en Plernúa cierta armazon de naos, y que no supo para donde, que es comprobación de lo que el piloto me dijo. Estando en este puerto me dió el obispo destas islas un testimonio de una maravilla, que es en suma. Veniendo una caravela de la isla de San-Miguel á la isla de San-Jorge á 15 de junio deste año de 1580 estando la caravela diez leguas de San-Jorge, que podía ser como medió hora ántes que se pusiese el sol, vinieron los hombres que venían en ella en el cuerpo del sol un crucifixo grande, y en el pie del crucifixo parecia un calvario, como suele pintarse, y vieron estar dos imágenes, una á la mano derecha vestida de blanco, y otra á la mano izquierda vestida, al parecer, medio de colorado, ó como prieto. Y el crucifixo iba subiendo para arriba, y siempre fué Visto hasta cerrarse el sol. De lo cual todos los que lo vieron quedaron muy espantados, llorando mucho sus pecados, pensando que venía el fin del mundo. Esto averiguó el oidor Freites que estaba en San-Jorge, y dello hizo testimonio con todos los de la caravela, y lo embió al obispo, que este es en substancia: Laus Deo Omnipotenti qui mirabilia fecit in Coelo & in Terra! Estando en este puerto apercibiéndonos, llegaron cinco naos grandes de la India, las cuatro de Goa y Cochin, y la una de Malaca: las cuatro venían cargadas de especiería y drogas y porcelana y ropa de aquella tierra, y la una venía sin carga, porque faltó para podella cargar. La capitana dicen ser de mil y doscientas toneladas y otra de mil y trescientas. Esta decían traer ocho mil quintales de especería, y preguntándoles por nuevas de los castellanos de las Felipinas, dijeron que el año pasado un hermano del rey de Burnéo ó Burney, que es una grande y rica isla, se fué á Manila y trató con los castellanos que allí están por V. M. que fuesen á Burnéo, y quitasen el reino á su hermano, y se le diesen á él, y sería tributario y vasallo de V. M.; y los castellanos fueron con gran armazon á Burnéci y tomaron el reino; y el rey huyó á los montes, y los castellanos pusieron en su lugar á su hermano que traían consigo, y hubieron muchas riquezas, y especialmente mas de seiscientas piezas de artillería, y con esto se volvieron á Manila en los Luzones. Y dende á algunos meses pasó por Bernéo un capitan portugués que venía de Moluco, y sabiendo lo que había pasado en Burnéo, y que el rey primero andaba por los montes, fue allá y lo restituyó otra vez, y desterró ó hizo huir al que los castellanos habían dejado puesto por rey. Dígolo así en suma, y sin mas premisas como ellos lo cuentan, que de creer es que los vasallos de V. M. que están en aquellas islas, si lo hicieron, sería por vías lícitas y justificadas como V. M. lo manda y quiere. V. M. sabrá ya esto mejor por información cierta por la via de Nueva-España, que yo cuento lo que voy sabiendo, porque los príncipes han de ser advertidos fielmente de todo lo que se supiere que les toque, para que si vieren que hay que reparar, provéan lo que fuere su servicio. Miércoles por la mañana llegó á este puerto y ciudad de Angla un caraveloncillo con una bandera de Portugal en la popa, y trajo una carta de don Antonio para el corregidor, en la cual, aunque yo no la ví, supe que decía y mandaba al corregidor que le hiciese alzar por rey, y que el que lo contradijese le matase por ello. A esta sazón Pedro Sarmiento y el vicario fray Antonio Guadramiro estaban con el corregidor persuadiéndole que fuese á obediencia á la Iglesia por quel Obispo lo tenía descomulgado, y el corregidor estaba pertinaz de humillarse, y sustentaba no estar descomulgado, y por una palabra que un escribano se descuidó de decir acerca de la venida de la caravela, diciendo que se trataban cosas que podrían ser contra nosotros. Disimilando lo mas que fué posible, acababa la plática, sin alteración se fué Pedro Sarmiento á embarcar con toda la gente que estaba en tierra, y súpose por nuevas del caravelon que los gobernadores o desembargadores habían pronunciado sentencia por V. M., y que el campo de V. M. estaba cerca de Setubal, y la mar desde el cabo de San-Vicente hasta la boca de Tajo tomada, y que á Don Antonio le habían alzado por rey solamente Lisboa, Santaren y Setubal. Desto unos mostraban holgarse de ser de V. M., y otros de otra manera, como acontece en los vulgos rudos, porque los nobles y hidalgos en nuestra presencia gran voluntad mostraron al servicio de V. M. En fin comenzaron á tratar contra nosotros, y luego nos cercaron con barcos y bateles, y avisaron á las naos de la india que estaban surtas en la boca del puerto para que si quisiésemos salir nos bombardeasen, y públicamente decían que comenzasen por nosotros y nos matasen, pues V. M. andaba por Portugal con el campo, y nos tomasen los papeles y relaciones, pues el estrecho caía en la demarcación de Portugal, y que de este descubrimiento había de suceder gran daño á Portugal; que no aguardasen más con nosotros, sinó que nos prendiesen, ó nos matasen. Por lo cual vivíamos como quien por momentos esperaban ejecución de la furia de la behetría del vulgo; pero con las armas en la mano, y las mechas encendidas todas las horas. Y aunqué los ma,s de la ciudad y de las naos lo decían, ninguno osó ser el primero, cuanto más que de haberse hecho bien con todos los desta ciudad en esta nao de V. M. fué que algunos se nos aficionasen, y nos avisasen de lo que pasaba en el pueblo, y particularmente un hidalgo llamado Juan de Betancor advirtió á Pedro Sarmiento de que los pilotos de las naos de la India estaban indignados de invidiosos deste descubrimiento, y que trataban de echar esta nao á fondo y haber nuestros derroteros á las manos para se aprovechar dellos, y que no llegasen á la presencia de V. M. Por lo cual Pedro Sarmiento trató con ciertos marineros de Castilla que venían en las naos de la India que le avisasen; y así cada rato tenía avisos de las naos so color de venir a ver los salvajes; y aunque diversos decían diversas cosas, que sería nunca acabar, entendí del capitan-mayor de las naos tibieza, que por ninguna parte se declaraba, estando puesto á la mira, y solo trataba de fornecer sus naos de mas gentes y artillería: y así decían que metería la de la nao inglesa perdida, porque en la carta de Don Antonio mandaba que lo hiciese así, y que fuese por altura de barlovento, y que en la costa hallaría naos de resguardo para entrar seguras en Lisboa. Final se resumieron en alzar al Don Antonio. Y por quel corregidor estaba descomulgado de participantes, los regidores y oficiales de la Cámara fueron á el y le requirieron se fuese á absolver para este acto, donde nó, protestaban de lo hacer ellos; y por esto se fué á absolver. Y juntos en cabildo, el corregidor les propuso la razon de la carta, y algunos estuvieron perplejos, y el corregidor y otros algunos, que fueron pocos, les pusieron tanto temor diciéndoles que era traición y rebeldía que le hobieron de nombrar rey; y á mi parecer por tirano: y así lo decían algunos portugueses. Y mujeres hubo que ofrecieron misas y romerías porque V. M. reinase. En conclusión alzaron bandera pregonando por las calles á Don Antonio. A esto no se halló el capitan de la armada de la India, que estuvo en la nao. Llámase Saldaña, y es hijo de castellano. Hecho esto, este dia trataron muy desvergonzada los portugueses en tierra hasta tratar de echarnos á fondo, de lo cual de noche vino á avisar á Sarmiento Juan de Betancor, disfrazado y por detrás de todos los navíos y muy á remos callados. Por lo cual en toda la noche estuvimos las mechas encendidas y determinados de morir por Dios y por V. M. pero como he dicho, nadie determinaba osar ser el primero de los que en tales casos suelen caer; y tambien por que algunos hombres de razón debía haber que por sus ciertos modos los refrenaban. Andando en estas asonadas, llegó una flota de veinte y dos velas de la Nueva-España; y la noche ántes que llegase, como se tuvo aviso de su venida por la atalaya, todos estuvieron en arma en la ciudad creyendo que era armada que V. M. enviaba á tomar la isla, y detuvieron en tierra nuestro batel que había ido por agua, y tambien detuvieron urja chalupa de la flota que llegó á tomar vituallas, y los hicieron estar toda la noche al agua de una grande aguacero; y algunos de los nuestros se vinieron al navío á nado, y nos avisaron de lo que pasaba; y al amanecer llegaron ciertas chalupas de la flota, que iban á comprar refresco, é Pedro Sarmiento las detuvo en este navío avisándolos de lo que pasaba, y embió á tierra un portugués de nuestra compañía á saber como estaba la tierra, y supimos que con saber ser flota de indias habían quietádose, y se holgaban fuesen en tierra. Esto hacen ellos por vender sus frutos y cosechas, y obras de madera, que solo se sustentan con el provecho de las naos de V. M. que por aquí vienen, que son de las que han playa y oro. Con esto nos levamos é hicimos á la vela, y venimos á tener con la flota: y Pedro Sarmiento fué á la capitana de Nueva-España, y comunicó con el general lo que pasaba en el pueblo de Angla y en España, y el servicio que á V. M. se podría hacer en llevar las naos de la India ó alguna dellas á V. M., especialmente la de Malaca que viene muy rica de especería, oro y pedreria preciosa; y eximióse con decir que no tenía comisión; y Pedro Sarmiento le volvió á decir, que la caravela de aviso que había venido de Portugal había de volver esa mesma noche con aviso de lo hecho, y para que saliese armada de Portugal á acompañar á las naos de la India de que seria Don Antonio y su behetría socorridos de moneda, gente y ánimo: y pues esto todo es de V. M. que siquiera tomásemos esta caravela aguardándola al paso para que no fuese aviso al tirano, y V. M. fuese advertido primero y proveyese lo que mas fuese su servicio. Esto pareció á todos, y al general: y quedó que así se hiciese. Y con esta determinación, sin más detenernos, fuimos á la vela la vuelta de la isla de San-Miguel: y Lúnes estando ya á vista de San-Miguel, la capitana de Nueva-España puso bandera en la gavia, y arribamos todos sobre ella á ver que parecer tomaba, y solo fué para decir que volviesen á la tercera á tomar algún agua; y aunque muchas naos le dijeron que tenían lo que habían menester, el piloto-mayor de Nueva-España les hizo que fuesen allá, diciendo que si tardaban cuarenta ó cincuenta dias, ¿donde se habían de rehacer? (¡Cosa ridicula!). Y Pedro Sarmiento, hablando con Don Bartolomé de Villavicencio, le dijo Pedro Sarmiento que él no quería surgir, porque esta no era coyuntura de andar por puertos; quería ir á dar aviso á V. M. y a servirle, y á darle aviso de lo que tanto le cumplía á su ánima, honra y corona. A lo cual respondió el piloto de Nueva-España, que ninguna nao surgiría. Y el piloto-mayor desta nao capitana de V. M. dió todas las velas y salió por toda la armada con harta mohindad del general Sarmiento por ver la flojedad que se tenía en esto: que por un poco de regocijo de tomar cuatro rábanos y dos libras de uvas se dejase de hacer lo que tanto importaba. Y caminando acia la Tercera, vieron salir de la isla la caravelilla de aviso, y Pedro Sarmiento estuvo aguardando á ver qué hacía el general de Nueva-España, según lo que habían concertado y cuando vido que ninguna diligencia hacía, mandó Pedro Sarmiento ir tras la caravelilla que ya iba lejos. En fin sola esta capitana la dió caza hasta muy tarde; y viéndose la caravelilla fatigada, viró la vuelta de tierra y esta nao viró tras ella, y llevándola ya cerca arribó en popa á tierra á la ciudad de la Playa: y en esto anocheció. Por lo cual no la pudimos tomar; y si don Bartolomé enviara siquiera una chalupa de las que traía en la armada, sin falta la tomábamos, porque la chalupa se pudiera meter en tierra mejor que la caravela; lo cual esta nao no pudo hacer sin peligro de perderse. E ya que no la tomamos sirvió de que no nos llevase dos días de ventaja, que una hora suele ser de gran momento en tales ocasiones, y con la vuelta se perdió hasta miércoles tres de agosto con ir y venir á tierra, y con calmas que por la mayor parte hay al abrigo destas islas. Y cuando volvió la flota al puerto ya las naos de la india andaban á la vela á punto de todo. Sola la de Malaca habían metido más hacia la ciudad para favorecerla con la fortaleza del Pueblo. Iten, cuando la flota se volvió al puerto pasó otra caravela de aviso á Portugal, con sus encomiendas y banderas por medio de la flota, y la dejó el general pasar sin saber no inquirir della cosa de diligencia, con estar avisado que habían salido dos caravelas de Lisboa para este efecto. El miércoles 3 de agosto se hizo la flota á la vela la vuelta de España, y lúnes 15 de agosto, por la misericordia de Dios, reconocimos la costa de España en el cabo de San Vicente seis leguas mas al norte. Laus Deo. Todo lo cual se leyó públicamente delante de todos los desta nao-capitana, que fueron los siguientes: El padre vicario fray Antonio Guadramiro; Anton Páblos, piloto-mayor; Juan Desquibel, escribano-real; Pedro de Hojeda, contramaestre; Gaspar Antonio, guardian; Maestre Agustin, carpintero; Pedro de Aranda, soldado; Geronimo de Arroyo; Francisco Garces Despinosa; Andres de Orduña; Antonio del Castillo; Pedro Lopez, calafate; Francisco Hernandez; Angel Bartolo; Domingo Vayaneta; Pedro Pablo; Jácome Ricardo; Diego Perez de Albor; y Diego Perez de Villanueva; Pedro Alvarez; Francisco Perez; Francisco de Urbéa; Simon de Abréo; Pedro de Villalustre; Manuel Perez; Matéo Andres; Pedro Marquez; Pedro Gonzalez; Pedro de Bamonde; Francisco Tellez; Pedro de Isasiga; Grabiel de Solis; Pedro de la Rosa. A todos los cuales aquí contenidos les fué preguntando si lo contenido en esta relación era verdad, ó tenían que contradecir; y dijeron ser todo lo que en ella contenido verdad, sin saber cosa alguna que pudiesen ni debiesen contradecir. Y esto es la verdad, y los que supieron firmar lo firmaron de sus nombres y rúbricas; y asimesmo yo Pedro Sarmiento de Gambóa, capitan-superior desta nao y armada de Su Magestad, juró á Dios, á esta # y á los Santos Evangelios, que todo lo contenido en esta relacion y derrotero es verdad, y para así en efecto como en ella se contiene, sin exceder en cosa que sea contra la verdad. E por ser así cierto y verdadero, y para que en toda parte tenga fé y crédito que conviene, la firmé de mano y nombre, que es fecha en esta nao capitana nombrada Nuestra-Señora-de-Esperanza, miércoles diez y siete días del mes de agosto de mil quinientos y ochenta años. Pedro Sarmiento de Ganboa. Anton Páblos, piloto. fray Antonio de Guadramiro. Pedro de Hojeda, contramaestre. Gaspar Antonio guardian. Francisco Garces Despinosa. Pedro de Aranda. Geronimo Garzes del Arroyo. Francisco de Gorvea. Antonio del Castillo. Francisco Perez. Diego Perez. Francisco Hernandez. Augustín Grabiel de Solis. Jacome Ricaldo. Francisco Tellez. Pedro de Baamonde. Andrés de Orduña, escrivano nombrado. E yo Joan Desquíbel, escribano-real de esta armada y nao-capitana de Su Magestad doy fe y verdadero testimonio, que me hallé presente en todo este viaje y descubrimiento del estrecho de la Madre-de-Dios, ántes llamado de Magallánes, y lo ví; y aquello en que no me halle lo sé por cierta información de las personas que fueron á ello, y por juramento solemne del señor Pedro Sarmiento, capitan superior de esta armada, que fue en los tres descubrimientos, de los tres bateles; y me hallé presente cuando esta relación se leyó de verbo ad verbum ante todas las personas desta dicha nao públicamente, según el muy excelente Señor Don Francisco de Toledo, virréy del Pirú, lo manda por su instruccion. Y leída y entendida, dijeron todos los testigos arriba nombrados y firmados ser verdad todo lo contenido en esta relación, y que no sabían ni tenían que contradecir cosa alguna, y que por tal la daban y aprobaban para que Su Magestad fuese informado con ella de todo lo sucedido en este viaje y descubrimiento. Y conosco á todos los testigos arriba nombrados y ví firmar las firmas, puestas debajo, de los nombres, que son de aquellos que se hallaron en esta nao que sabían firmar: y va escripta esta dicha relación y derrotero en ochenta y cinco hojas con esta en que va mi firma y signo. De todo lo cual doy fe, que es fecha en esta nao-capitana, nombrada Nuestra Señora-de-Esperanza á diez y siete días del mes de agosto de mil é quinientos y ochenta años. A en testimonio de verdad fice aquí este mismo signo. A tal =Juan Desquibel, escrivano Real =. Y yo Pedro Sarmiento de Gamboa, capitan-superior de esta armada real de Su Magestad, que vino al descubrimiento del estrecho de Magallanes, certifico á todos los que la presente vieren, que Juan Desquibel, de quien va firmada y signada esta relación y derrotero, es escribanó real desta dicha armada, y desta dicha nao-capitana, y á sus escripturas y autos que antél pasan y han pasado se les, da entero crédito como á tal escribano-real desta dicha armada y nao capitana. Y para que de ello conste de esta certificación firmada de mi nombre, que es fecha en esta nao-capitana á diez y siete días del mes de agosto de mil é quinientos y ochenta años. Pedro Sarmiento de Gamboa
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"Las Antigüedades de la Nueva España": su estructura Al redactar su obra, Hernández la dividió en tres libros, a los cuales adosó un opúsculo titulado Libro de la Conquista: De Expugnatione Novae Hispaniae. Los tres libros forman una unidad en la cual se plasma la vida y el pensamiento de los pueblos nahuas de la región central de México, principalmente mexicas, tetzcocanos, tlaxcaltecas y chilultecas. Resulta así que la estructura adoptada por Hernández es muy diferente de la desarrollada por Sahagún en su Historia de las cosas de la Nueva España que, recordaremos, contiene 12 libros. El primer libro de las Antigüedades reúne información muy rica y variada; podríamos calificarlo como una miscelánea sobre geografía, costumbres, instituciones, leyes, familia, ciencias, textos literarios y espíritu guerrero. Está inspirado en los libros tres, seis y ocho de la Historia general de las cosas de Nueva España de Sahagún; también en la Historia de Gómara y, desde luego, en sus propias experiencias. El libro segundo está dedicado a la astrología, medicina, arte culinario y organización religiosa; contiene además datos históricos acerca del origen de los aztecas, tetzcocanos y tlatelolcas. Muchos de los datos que en él reúne Hernández provienen de los libros quinto, séptimo y décimo de Sahagún y de las obras del tetzcocano Juan Bautista Pomar. El último, el tercero, es una síntesis acerca de la vida religiosa de los pueblos nahuas de la región central de México, en particular de aztecas y tetzcocanos. En la redacción de esta parte, el protomédico tuvo en cuenta básicamente los tres primeros libros de la Historia de Sahagún y la obra de Motolinía, Memoriales. En cuanto al Libro de la Conquista, además de la Historia de Gómara, se inspiró principalmente en el libro 12 de Sahagún.
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"Las Antigüedades" y el "Libro de la Conquista": rasgos generales La edición que ahora aquí se ofrece es, pues, la cuarta, si contamos la primera de 1926, en facsímile, del manuscrito latino, y la tercera si tenemos en cuenta las impresas en castellano. Como en las dos inmediatamente anteriores, se reproduce aquí el texto fijado por Joaquín García Pimentel. Los editores, y quien esto escribe, pensamos que, por la calidad de la traducción, este mismo texto merece ser dado a conocer entre un público más amplio, atraído por todo lo referente a la historia del Nuevo Mundo. El libro de las Antigüedades es esencialmente una crónica del estilo de las muchas que se escribieron a raíz del encuentro con América. En ella se describen los rasgos esenciales de la cultura nahuatl --sobre todo en su última etapa, la azteca-- con objeto de darlos a conocer a Felipe II y también a los muchos lectores españoles e incluso de otras naciones de Europa, según señala Hernández en su Proemio. La obra está concebida como una síntesis o, como lo dice el protomédico, como una semilla de historia. Aunque en muchos capítulos sigue éste muy de cerca a varios autores del XVI, como después se verá, aporta muchas reflexiones y algunas noticias originales. La vida y la historia de los pueblos nahuas se nos presenta desde una perspectiva renacentista. Tal perspectiva se torna evidente en el mismo lenguaje esencialmente de hombre latinista y en las constantes comparaciones con los acaeceres de griegos y romanos. El espíritu renacentista se manifiesta también en el afán de preservar el recuerdo de ciertas obras de arte de los pueblos nahuas. En efecto, durante sus estancias en Teztcoco, Hernández mandó dibujar el tambor de guerra y otras antigüedades de los tetzcocanos. Así lo explica en dos pasajes de su obra. En uno de ellos lo dice bien: Su estatua se refiere a una del rey de Tezcoco, Nezahualcoyotl, su escudo, banderas, trompetas, flautas, armas y otros ornamentos que acostumbraba a usar, tanto en la guerra como en los bailes públicos, y que encontramos preservados con grandísimo respeto religioso..., he tenido cuidado de que fueran pintados para poner, hasta donde yo pueda, ante los ojos de nuestros hombres, las cosas pasadas...27. Desafortunadamente, estos dibujos, que formaban parte de los libros que Hernández envió a Felipe II, se perdieron en el incendio de El Escorial. A juzgar por la calidad de las pinturas de plantas y animales, que conocemos a través de la edición romana, podemos pensar que serían de gran calidad y veracidad, dignas de un espíritu abierto y preocupado por preservar las creaciones de pueblos tan distintos y a la vez tan atrayentes para la mente de los europeos. Pero al mismo tiempo que el protomédico manifiesta este espíritu renacentista, participa también de las creencias en leyendas fantásticas sobre tierras más fantásticas aún que inundaron las mentes europeas a fines de la Edad Media. Y para constatar esto nada mejor que leer el capítulo veinticuatro del primer libro; en él se habla de un demonio conversador, de piedras que se estremecen, un río que vence la fuerza de la gravedad, terremotos que hacen que desaparezcan los ríos, fuentes maravillosas, montañas que tiemblan cuando alguien las pisa y otras fantasías más, dignas de los mejores relatos de los libros de caballería. ¿Cuándo, dónde y cómo redactó Hernández su obra? El cuándo ya lo hemos apuntado, hacia 1574, en un momento en que ya había realizado la mayor parte de sus trabajos de índole naturalista, y por tanto estaba interesado e incluso adentrado en la realidad de México, tanto el prehispánico como el que le tocó ver. Ya había tenido tiempo de observar y de asombrarse, y esto posiblemente le motivó a escribir, dejar su propio testimonio y darlo a conocer a sus contemporáneos europeos. El mismo nos dice que dictó su obra en uno de los palacios de Nazahualpilli, en Tezcoco28. No es extraño que en esa ciudad permaneciera algún tiempo, dado que había sido un centro de cultura muy importante en época prehispánica, y en el XVI siguió manteniendo un gran nivel como foco de evangelización y de estudios. Respecto de la tercera pregunta --¿cómo redactó su obra?--, ya se ha insinuado que lo hizo en latín. En realidad, en esta lengua expresó casi todo lo que escribió. Pensemos que Hernández vivió intensamente el Renacimiento y se situó en esa perspectiva de hombre latinista. Y además, él era muy consciente de la magnitud de su empresa americana y de la necesidad de que su obra se difundiera por otros países europeos. Ninguna lengua podía ser más adecuada que el latín, entonces idioma universal de Europa. Y finalmente podríamos hacernos una cuarta pregunta: ¿porqué escribió las Antigüedades, tema que aparentemente rebasaba su misión? En el proemio a Felipe II, Optimo Maximo, Hernández nos da su propia explicación. Señala él que la historia de la naturaleza y la de los hombres están muy ligadas entre sí, y unas líneas después manifiesta al rey la conveniencia de que conozca los ritos y costumbres de los indios. Por estas razones le dedica esta semilla de historia que tal vez dilataré en los días futuros. Pero, además de estos nativos, podemos pensar que él, ante el asombro de lo nuevo, quiso dejar su propio testimonio en forma de un libro breve y en latín. Su deseo no se realizó y somos nosotros, los lectores del siglo XX, los que podemos gozar de sus observaciones a través de su espíritu renacentista.