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En el nuevo orden social y político proclamado por la Revolución, las señales externas como el vestido o la apariencia eran utilizadas como elementos de un lenguaje simbólico utilizado para expresar posturas políticas. Los ropajes, el aspecto exterior, el lenguaje y el comportamiento denotaban afinidades políticas y servían para identificarse e identificar a los demás.Frente a los gustos ampulosos y desbordantes de la nobleza, más propios de épocas pasadas, se impone ahora la sobriedad y la sencillez. El vestido, en una sociedad igualitaria, ha de expresar patriotismo y compromiso político. Así, se imponen modas y estilos para vestir a la "mujer revolucionaria": los colores predominantes son los de la bandera tricolor nacional (azul, blanco y rojo); un paño azul cubre los hombros así como un sombrero negro se asienta sobre la cabeza.En los hombres la moda está menos regulada. Sin embargo, sirve igualmente como medio de expresión de la opción política del individuo. El "sans-coulotte", prototipo revolucionario, viste gorro rojo, carmañola y pantalones largos. El modelo, extendido y repetido hasta la saciedad, sin duda se impuso como demostración de patriotismo y republicanismo que se hizo imprescindible para la supervivencia personal durante la etapa de "el Terror", en la que las ejecuciones de elementos sospechosos se hicieron masivas.El uso de una forma de vestido única se hizo tan amplio y generalizado que la Convención hubo de redactar un decreto que garantizase la "libertad de vestimenta". Sin embargo, el mismo Estado obligaba legalmente a todos los individuos a portar la "cocarde" tricolor. Además, encargó a David el diseño de modelos de vestimenta para uso de los ciudadanos. La idea era que nuevos individuos, en una nueva sociedad, expresaran con su vestimenta la igualdad y la fraternidad que presidía las relaciones sociales. Al mismo tiempo, la intención reguladora del Estado conllevaba su inmiscusión en el terreno de los privado.Como señala la tantas veces citada Hunt, "la Revolución condujo a una forma de vestir más libre y ligera que, en el caso de las mujeres, implicaba una tendencia a aumentar la superficie de piel desnuda."
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Los germanos solían utilizar amplios vestidos forrados que se ceñían ligeramente al cuerpo gracias a fíbulas o cinturones. Una camisa de lino hasta las rodillas sobre la que se ponía una túnica, pantalones con polainas y botas o zuecos, dependiendo de la condición social, sería la indumentaria masculina mientras que las mujeres nobles llevaban sobre la túnica una especie de bata abierta por delante y recogida con una cadenita que permitía caminar. Si eran campesinas se vestían sólo con la túnica. Los días de frío se utiliza un chaleco de piel y un manto de lana. Los hombres germanos solían llevar el cabello largo y la frente, la barba y la nuca despejadas mientras que los romanos se lo cortan sobre la nuca. La longitud del cabello obedece a un claro simbolismo ya que indica fuerza, bravura y virilidad. Por eso los esclavos y los clérigos tienen la obligación de estar tonsurados, quedando sólo en su cabeza una corona de cabello o una banda que va de oreja a oreja, moda habitual entre los monjes irlandeses. No en balde, cortar el cabello a una joven o a un muchacho estaba castigado 45 sueldos. El desnudo sólo se permitía en dos casos, al lavarse o al ir a dormir. Hasta el siglo VIII el bautismo se había realizado, tanto a hombres como mujeres, por inmersión en una piscina adosada a la catedral. La ceremonia se celebraba las noches del sábado santo y los neonatos en la religión recibían el bautismo desnudos. La desnudez bautismal tenía un simbolismo que desapareció en época carolingia al sustituirse el bautismo por inmersión, aplicando al cuerpo desnudo exclusivamente carga sexual. Esta es la razón por la que se empezó a vestir el cuerpo de Cristo cuando se le representaba en la Crucifixión o san Benito aconsejaba a sus monjes acostarse vestidos. La mujer y el hombre sólo podían mostrarse desnudos en el lecho donde tendrá lugar la procreación, aportando al tálamo un cierto aire de sacralidad. Incluso la ley regulaba los contactos ya que si un hombre libre tocaba la mano de una mujer debía de pagar 15 sueldos que aumentaban a 30 si se trataba del brazo hasta el codo, 35 sueldos por tocar encima del codo y 45 si eran los senos la zona tocada. La razón de estos castigos estaría justificada por las ceremonias paganas en las que las mujeres se desnudaban para atraer la lluvia o provocar la fecundidad de la tierra. De esta manera tocar a la mujer supondría un atentado contra la generación de la vida. El aseo personal solía hacerse en los lechos de los ríos o en las piscinas de aguas termales. Los príncipes carolingios se bañaban y cambiaban sus ropas los sábados. Nos han quedado restos de utensilios de cuidado personal como tijeras, pinzas depilatorias o peines, especialmente para las damas que mesaban sus cabellos y los "esculpían" con ayuda de largas horquillas. Encontramos numerosas joyas que servían para adornar vestidos y capas, considerándose la orfebrería germánica como una de las más atractivas de la historia. Nos han quedado sortijas, anillos, pendientes, horquillas, broches, placas-hebillas, joyas que exclusivamente podían utilizar las mujeres como se ha podido constatar en los yacimientos arqueológicos. Estas joyas nos dan fe de la existencia de grandes fortunas en la Alta Edad Media. Tenemos el ejemplo de un general merovingio llamado Mummolus, quien a su muerte dejó 250 talentos de plata y 30 de oro lo que suponían 6250 kilos de plata y 750 de oro, fortuna entre la que destaca una fuente de 56 kilos. Un esclavo culto llamado Andarchius valoró su fortuna en 16.000 sueldos de oro -unos 68 kilos- para convencer a una noble dama de que podía casarse con su hija. El obispo Didier de Auxerre legó a su iglesia en el año 621 aproximadamente 140 kilos de orfebrería litúrgica. Son algunas muestras de la pasión por el oro y la plata desencadenada en estos tiempos.
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La apariencia física fue un elemento determinante de las relaciones sociales durante el Siglo de oro. En este sentido, el vestido jugaba un papel fundamental, pues a simple vista permitía establecer una clasificación de los individuos y juzgar su posición social y económica. En general, el color más usado era el negro, sobre todo entre los hombres, pues acentuaba el aspecto de seriedad que la mentalidad de la época requería. Se usó durante todo el período, excepto un corto lapso de tiempo durante el reinado de Felipe III en el que gustaron más los colores vivos. El hombre se vestía con un jubón, que le cubría desde cabeza hasta cintura, o llevaba un "coleto", un pespunte sin mangas, a modo de chaleco, sin aberturas, habitualmente fabricado en piel, con un forro interior y una rígida armadura de ballenas, que hacía las veces de defensa contra cualquier ataque por daga o puñal. Por encima de estas prendas, el caballero portaba la "ropilla", una vestidura corta con mangas, ceñida sobre los hombros formando pliegues. Sobre las piernas se llevaban las "calzas", pantalones ajustados que primero fueron enteros y después se dividieron en dos piezas, medias y muslos, o muslos de calzas. Más tarde las calzas se sustituyen por medias de seda negra o hilo, sujetas con ligas, que tapan otras medias blancas interiores. Otras veces , los muslos y las mangas de la ropilla se adornaban con cuchilladas, que dejaban ver la ropa interior blanca. Los varones más humildes vestían calzones largos, no muy ajustados, que podían estar cortados por la rodilla. Completaba su vestimenta una camisa de lienzo, una capa y un sombrero de alas anchas y caídas, que servía para realizar un ceremonioso y complicado saludo. Los zapatos estaban hechos en piel, generalmente de color negro, atado con amplios lazos. Para el campo o los viajes, la bota de ante es el complemento más usado. Las clases populares usan alpargatas. Un adorno esencial son los cuellos, gruesas "lechuguillas" que cubren totalmente la garganta y que no eran precisamente cómodas de llevar. Espada y capa, para quien podía permitírselo, denotaban hidalguía. La moda femenina también dejaba ver la clase social a la que pertenecía el sujeto. Las mujeres humildes vestían faldas largas y lisas, sin adornos, combinadas con blusas o camisas sencillas. Normalmente se llevaba una pañoleta que cubría los hombros y se anudaba sobre el pecho. En épocas de frío, un manto de paño o lana proporcionaba algo de calor. Entre las mujeres de clase noble, el "guardainfante" fue la prenda que más se usó. Consistía éste en un armazón hecho de varillas, aros, cuerdas y ballenas, que daban forma de campana a la enagua. Importado de Flandes, su uso atendía no sólo a cuestiones estéticas sino que también se usaba para proteger o disimular el embarazo, lo que provocaba no pocos escándalos. La complicación de la prenda se acrecentó con los años, llegando a adquirir un volumen tal que las mujeres que lo llevaban debían entrar de lado por las puertas, al no poder hacerlo de frente. El abultamiento acentuaba el contraste con el talle, muy ceñido, y el pecho, ceñidísimo por el corsé. En el siglo XVII, los escotes se fueron haciendo cada vez más pronunciados, hasta que fueron prohibidos excepto para las prostitutas, que debían ganarse el sustento con su cuerpo. Los vestidos eran siempre largos, llegando a cubrir los pies. El pie femenino es, en la España del Siglo de Oro, el último reducto a ceder por la dama ante el galanteo del caballero. Gustan los pies pequeños y gráciles, que se ocultan en "chapines", una especie de chanclas muy elevadas con suela de madera y forradas de cordobán. Su misión era doble: ocultaban el pie en su interior y protegían a los zapatos del barro y la suciedad de la calle. El maquillaje fue usado con largueza; tanta, que voces como las de Vives, Laguna o fray Luis de León se alzaron contra el ocultamiento y la artificiosidad que, según su gusto, denotaban los rostros femeninos. Coloretes, afeites, emplastos, etc. Cubren desde la parte inferior de los ojos hasta las orejas, cuello, escote y manos, tanto de nobles damas como de sencillas mujeres. Los labios se abrillantaban con ceras y la piel se blanqueaba con solimán, pues la piel morena o tostada daba a entender que el individuo trabajaba y no llevaba una vida ociosa y regalada, como era el ideal de vida. Perfumes y aguas (de azahar, cordobesa o de rosas) se usaban con abundancia, para disimular los olores. Las joyas, siempre que fuera posible, completaban el panorama de la vestimenta. Los anteojos fueron muy usados, así como otros complementos, lo que levantó críticas a la ostentación y el derroche. Guantes cortos y abrochados a las muñecas y medias cortas de seda cruda completaban la vestimenta femenina.
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Las mujeres negras, esclavas o libres, no podían portar oro, perlas, vestidos de seda y mantos, pero tales disposiciones fueron con frecuencia incumplidas, como reflejan los relatos de viajeros de la época. Entre los grupos raciales surgió una moda mestiza, entendida como las múltiples combinaciones de distintas influencias, cuyo resultado fue la creación de trajes originales. Los sectores populares tendían a imitar a las élites, pero en la medida de sus posibilidades económicas y sus propios gustos. Las distintas castas se influyeron mutuamente (como por ejemplo el uso extendido de las sayas de embrocar de negras y mulatas). Hubo una difusión en sentido horizontal. Incluso hubo prendas como el rebozo, de origen mestizo, que llegó hasta los círculos sociales más altos, lo cual demuestra que también se produjo una difusión, aunque en menor medida, de abajo arriba. Las negras y mulatas, aunque por lo general vestían como las mestizas, lucían detalles que las distinguían y las hacían seductoras y elegantes. Podían llevar ceñidores bordados de perlas y piedras preciosas, mangas con ricos bordados de sedas de colores o de seda de oro y plata, así como zapatillas con tachuelas de plata. En el siglo XVIII se añadió la saya de embrocar (especie de falda, en cuya abertura se metía la cabeza), prenda que, aunque la usaban los distintos grupos, fu típica de las negras y mulatas. También llevaban rebozo; encima de él, un mantón, y sobre la cabeza colocaban una cofia de colores. Gráfico
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Las mujeres tagalas se distinguían por los mantos de colores con los que se cubrían. Unos colores brillantes que en el caso de las mujeres principales solía ser de seda carmesí rematados por franjas bordadas con hilos de oro. Las visayas tenían la costumbre de tatuarse las manos. Sólo se pintaban el dorso desde la muñeca, dejando libre la palma, con un dibujo adamascado muy fino que hacían resaltar aún más el oro de las pulseras y anillos que llevaban. Como ocurrió con las pinturas de los hombres -se tatuaban el cuerpo entero-, en las mujeres esta costumbre se perdió con el contacto con los españoles, aunque siguieron pintándose lunares en manos y brazos. Se veía tan elegante, que lo imitaron también las mujeres españolas. Vestían con una especie de falda estrecha que a las principales les llegaba hasta la rodilla y a las demás algo más arriba. Esta prenda era de abacá entre la gente común, mientras que las principales la usaban de lienzo de algodón bordado con hilos de seda de diversos colores. De cintura para arriba llevaban una especie de sayo o baro corto que al menor movimiento les dejaba al descubierto parte del torso. Cuidaban mucho su pelo y se lo dejaban crecer sin cortárselo hasta dejarse una melena muy larga que, en ocasiones, llegaba hasta el suelo. Procuraban llevarlo muy peinado y muy limpio. Se lo lavaban con frecuencia, empleando como jabón la corteza de algunas plantas. Después lo untaban con aceites olorosos, como el de ajonjolí, que les servía para embellecer los cabellos, favorecer su crecimiento y evitar los parásitos. La mayoría de las mujeres visayas tenía el pelo rizado y se lo peinaban dejando caer un mechón sobre la frente. El resto se lo recogían atrás formando una especie de moño cerca de la coronilla. Como tenían mucho pelo y muy largo el moño podía llegar a ser tan grande como su cabeza. De hecho, consideraban elegante tener un moño grande, por lo que a menudo utilizaban postizos. Todo esto se completaba con adornos florales. Mindanao fue una de las islas más renuentes a la influencia española. De hecho, durante siglos opusieron una fuerte resistencia a la dominación. Las mujeres vestían un saco abierto por los y ceñido a la cintura. Esos sacos estaban hechos con tejidos muy finos y transparentes. Como gala empleaban un sayo cerrado en el pecho y con mangas muy anchas, bordado con hilo de oro. También tenían unos mantos de seda, llamados patolas, que se ponían para salir de casa.
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A pesar de que en 1503 se promulgaron unas extensas ordenanzas militares, que entre 1506 y 1516 Cisneros trató de organizar los ejércitos reales y que durante el reinado de Carlos V aparecieron algunas normativas sobre reclutamiento, en la primera mitad del siglo XVI no se tenían en cuentan el vestuario de las tropas ni sus divisas o insignias. Ciertamente, en las pinturas que representan la toma de Orán aparecen soldados vestidos con ropas de color blanco, rojo y amarillo, que eran los colores de Castilla, León y Aragón. Sin embargo, estos colores están combinados de forma completamente aleatoria, por lo que en estas pinturas sólo se puede hablar de uniformidad en cuanto a las armas, ya que las figuras están agrupadas en función del armamento que portan. No es hasta 1550 cuando se cita por primera vez la divisa o marca que permite reconocer a las tropas españolas: el Aspa o Cruz, de Borgoña, que aparecerá cosida, bordada o pintada en la ropa, las banderas y los escudos. Algunos años más tarde, en 1562, un capitán escribió una carta de quejas y peticiones solicitando autorización para que tanto él como sus hombres no llevaran ropajes negros. Según este capitán lo que distinguía al soldado eran los colores llamativos, y no el negro, habitual de la vestimenta civil. En realidad, la ropa negra no se utilizaba tanto, pues los tintes para conseguir este color eran muy caros. Las clases más pudientes eran las únicas que solían llevar ropas negras, las demás usaban vestimentas de colores crudos, es decir, sin tintar, siendo muy corrientes los diferentes tonos de marrón, característicos de la lana de las ovejas peninsulares. Nos cuenta Quatrefages que a los reclutas de los Tercios se les entregaba una muda completa compuesta por dos camisas, un jubón de tela cruzada, una casaca forrada con paño de Frisia, dos calzas, unas medias y un par de zapatos. Estas prendas las proporcionaban los abastecimientos reales, manteniendo un modelo estándar que sólo variaba con el cambio de proveedor o con el paso del tiempo. A pesar de ello, los colores cambiaban constantemente entre las diferentes entregas e, incluso, dentro de una misma partida. Por lo demás, y aunque el suministro de vestuario se prolongaba a lo largo de todo el servicio del soldado, algunos veteranos adquirían ropas por su cuenta procurando que éstas rivalizaran en riqueza y vistosidad con las de otros. Así pues, en esta época no se puede hablar de uniformidad tal y como hoy la entendemos. Tanto el vestuario como las armas y el municionamiento- balas, pólvora, etc.- eran facilitados por el Ejército; sin embargo, los pagaba el interesado. Una muda completa costaba, según su calidad, entre ocho y quince escudos ¿era esto mucho dinero? Llegados a este punto convendría que hiciéramos algunos comentarios sobre el sueldo de los soldados. Al comienzo de la ocupación de los Países Bajos por parte de los Tercios el sueldo sin "ventajas" -complementos o premios- de una pica seca -piquero sin armadura- era un ducado y medio, el de un mosquetero seis ducados -aparte del escudo que recibía para costear la pólvora, las balas y las mechas- y el de un capitán cuarenta ducados. Ciertamente, estos sueldos no eran muy altos, pero con las "ventajas" se podían doblar o triplicar, aunque lo que verdaderamente interesaba a los soldados era el botín que podían conseguir luchando en las campañas. Así pues, el "uniforme" de los Tercios estaba compuesto por una serie de prendas similares a las que usaban los civiles, si bien se diferenciaban de éstas por su colorido. Inmediatamente pasaremos a describirlas. Antes, sin embargo, debemos señalar que en muchas de ellas se apreciaba la influencia alemana del reinado de Carlos V, especialmente en la vestimenta de los soldados, quienes utilizaban jubones y greguescos amarillos con acuchillados en rojo. También se observaba cierta influencia alemana en las piezas de armadura y los cascos, sobre todo en las borgoñotas. La camisa, siempre blanca y generalmente con cuello y puños, no se abría del todo por delante. En su eje central disponía de una abertura de unos quince centímetros de largo que se extendía desde el cuello en dirección hacia el vientre. Esta abertura, por la que se introducía la cabeza, se cerraba con un cordón de la misma tela que el resto de la prenda. Sobre la camisa se llevaba el jubón, una prenda de tela o seda que para incrementar su rigidez, la posible protección que ofrecía y su capacidad de abrigo se forraba o estofaba con lana. Sus colores solían ser los mismos que los de las calzas o greguescos, siendo el verde, el marrón y el rojo los más habituales. Disponía de ojales y botones. Los primeros, situados en la parte derecha, eran de hilo, iban superpuestos al borde del corte vertical y se extendían desde el cuello hasta la cintura con una separación entre sí de unos dos centímetros. En el lateral izquierdo estaban los botones, generalmente de madera o de metal, pero forrados del mismo color que el principal del jubón. La forma en "V" y ajustada del jubón recuerda a la de las corazas del siglo XV. La casaca se sobreponía al jubón, soliendo estar forrada con bayeta. Se llevaba ceñida al cuerpo, poseía faldones y podía tener o no mangas hasta la muñeca. Normalmente estaba confeccionada con paño de dos aldas, aunque también podían ser de seda. Sus colores más habituales eran el azul, rojo, morado, marrón o el verde. A veces se usaba una mezcla de varios. Las calzas, que al principio eran lisas, largas y flácidas llegando hasta la rodilla, se hicieron cada vez más cortas, hasta alcanzar el tamaño de un pantalón corto -timbales españoles-. Al tiempo, se acuchillaron, acabando por convertirse en los conocidos greguescos. A finales del siglo XVI volvieron a alargarse perdiendo en parte los acuchillados. Las medias eran similares a los actuales pantys, de colores muy variados. Los zapatos de cordobán o de dos suelas se fabricaban en Córdoba con la piel muy curtida de un macho cabrío o de una cabra. Las polainas eran un botín de paño que cubría desde el zapato hasta la rodilla y que podía ir abotonado o atado. Los sombreros solían ser de alas anchas y flexibles. La copa, en forma de chimenea, era muy baja y con cono hacia el interior. Eran de colores variados y estaban adornados con plumas. El lujo desmedido en el vestir no es un ropaje, pero sí la característica del soldado español vencedor en múltiples batallas.
acepcion
Faja o lista de una materia que por su calidad, color, etc., se distingue de la masa en que se halla interpuesta.