Una vida dedicada a los libros De las muchas y grandes obras emprendidas por don Hernando, la principal, la que resume más justamente su vida toda fue querer juntar todos los libros de todas las lenguas y facultades que por la Cristiandad y fuera della se pudiesen hallar38. Con estas palabras el albacea Marcos Felipe definía la verdadera pasión que tuvo en vida su amigo Hernando. Y fue también en ese empeño donde más y mejor puso a prueba aquella condición y costumbre suya de dar a sus cosas toda la mayor perfección que en esta vida pudiesen tener. Asomarse a su librería particular, conocida hoy universalmente como "Biblioteca Colombina", es la manera más cumplida de comprobar estos dos testimonios39. Fue el legado más señero que dejó a la posteridad. Cantidad, calidad, variedad y organización interna son reconocidos como cuatro signos de distinción que engrandecen su Biblioteca. La cantidad de libros reunidos --después de que la fantasía de otros tiempos jugara con los números-- sobrepasaba algo los 15.300. De ellos más del 90 por 100 serían impresos, y el resto manuscritos. A veces, sólo comparando se alcanza la verdadera dimensión de las cosas. Con la imprenta empezando a generalizarse por toda Europa, la Librería de don Hernando fue considerada con razón la biblioteca particular más voluminosa de toda Europa. La calidad no andaba a la zaga. Encargado personalmente de seleccionar y adquirir los libros, se guió siempre de su vasta cultura, capacidad crítica y una perfecta información sobre las novedades del mercado. Consta que a veces no le importaba comprar diversas ediciones de un mismo libro, y, una vez compradas, se quedaba con la mejor aunque no fuera la más moderna, y se desprendía de las demás. La variedad ha sido otra de las peculiaridades de su librería que más ha llamado la atención a los estudiosos. No estamos ante un simple librero o ante un especialista de una determinada materia científica --dice Marín--, sino ante un bibliófilo universal que quería abarcar cualquier campo del saber. Dice mucho de su capacidad y preparación el criterio selectivo y certero demostrado a la hora de adquirir toda clase de libros. En su testamento aconseja a su heredero que del dinero a gastar en la adquisición de libros para la Biblioteca (100 ducados anuales) se concertase con los grandes mercaderes de las principales ciudades impresoras de Europa para que enviaran las novedades que fuesen saliendo; y que no olvidase también hacer lo mismo con algunos libreros pequeños que se ocupasen de las obrecillas pequeñas ... coplas e refranes y otras cosillas que también se han de tener en la librería40. Centrado en el caso español, el bibliófilo cordobés llegó a reunir en la Colombina una variada producción de cancioneros y poesía popular del siglo XVI. Por todas estas singularidades don Hernando pudo sentirse orgulloso de haber levantado con su esfuerzo y fortuna la Biblioteca privada más numerosa y selecta que había tenido Europa hasta 1540. El último punto a destacar se refiere a la estructura y organización interna de la Biblioteca pensada por el mismo Hernando con criterios de racionalidad moderna. La clave para seguir el método empleado en la Colombina han sido los amplios repertorios bibliográficos (que algunos historiadores anteriores al profesor Marín preferían denominar catálogos, inventarios e índices) que forman muchos millares de páginas manuscritas. Estos repertorios, una vez descubiertas todas sus claves internas, son los que han convertido a Hernando en un adelantado genial de la biblioteconomía moderna. En un registro o índice numeral (topográfico) de los libros adquiridos e incorporados a la Biblioteca se hacía constar, entre otras muchas cosas, el número, título, autor, división interna del libro (partes en que se divide, etc), aspectos del principio y del final (incipit o desinit), añadidos al texto principal, datos de imprenta y comerciales, además de otros detalles personales (lugar de adquisición, obsequios, dedicatorias, etcétera). El índice general alfabético o Autores ordenaba por orden alfabético a los autores y todas las obras escritas por ellos, con el fin de allanar el camino al estudioso. El libro de los Epítomes contendría, según Hernando, la suma y sustancia de lo que cada libro contiene, que, en efecto, es un epítome o argumento de tal libro. El libro de las materias o proposiciones pretendía facilitar la tarea a los que quisieran tratar de una materia concreta, ordenando alfabéticamente tales temas, y los autores y libros donde cualquiera podría hallarlos. Tal libro sería general para todas las ciencias y disciplinas. Todo esto, con ser lo más sobresaliente como plasmación innovadora, no fue lo único. Es preciso citar, aunque sólo sea de corrida, algunos otros esfuerzos relativos a la labor de catalogación, como los repertorios o índices de autores y ciencias, de pinturas o grabados, del Diccionario o vocabulario latino, y, sobre todo, el proyecto de Catálogo Concordado, el cual, pensado tal vez para relacionar el libro de Epítomes con el de materias, quedó solamente esbozado. A pesar de ello es considerado actualmente de gran valor bibliográfico y erudito. Más de treinta años le costó al hijo de Beatriz Enríquez de Arana formar su librería particular. Sus aficiones primeras parecen brotar con el siglo. Los años de 1508-9 suelen aceptarse como fecha inicial de la librería Hernandina. Y a finales de 1509 nadie duda de que las cuatro arcas con un total de más de 238 libros que a su regreso a Castilla quedaban en Santo Domingo pertenecían a Hernando como depositario y heredero intelectual de su padre. En consecuencia, la Biblioteca Colombina tiene su embrión en las obras que pertenecieron a la familia (sobre todo a don Cristóbal y a Bartolomé Colón), crecerá con obsequios y donaciones y se multiplicará ininterrumpidamente, sobre todo con las compras hechas por él hasta poco antes de morir. Como si de hacer honor al apellido se tratara, Hernando fue un viajero incansable. No le permitieron ir a descubrir nuevas tierras cuando él se ofreció y por eso sus rumbos fueron las viejas rutas y ciudades de Europa en busca de saber y de libros. Conocedor de los grandes centros impresores del Viejo Continente, aconsejaba con conocimiento de causa, en su testamento, no descuidar seis grandes ciudades punteras en este comercio: Roma, Venecia, Nuremberg, Amberes, París y Lyon. Venía a decir sin ambages que para un bibliófilo español, amigo de estar al día y poder comprar lo último en libros de estampa, no bastaba sólo con frecuentar los centros peninsulares de Sevilla y Salamanca, aunque habían alcanzado reconocida fama en los mercados de libros europeos. La costumbre hernandina de registrar sus adquisiciones con noticias curiosas sobre el precio, la fecha y el lugar donde conseguía los libros ha permitido reconstruir el itinerario de muchos de sus viajes por Europa. Desde 1512 a 1536 se mueve preferentemente por Italia; con menos frecuencia, por la ruta sembrada de ciudades que llega hasta Flandes; tampoco olvidó hacer alguna incursión por Francia. Para viajes de negocios, que así es como debieran calificarse principalmente estos desplazamientos de don Hernando por Europa, lo mismo que cualquier otro en ocupación semejante precisaba ir pertrechado, más que de dinero, de suficientes cartas de crédito avaladas por una buena relación con las principales casas comerciales que operaban en Europa. Con todo ello, un viaje que se prolongara excesivamente o una compra que sobrepasara los cálculos iniciales podía ser resuelta al instante, convirtiendo en dinero efectivo los documentos de crédito. Así es como se movió Hernando. Los banqueros y mercaderes genoveses, metidos en negocios frecuentes con los Colón y con oficinas abiertas en las principales ciudades cubrieron sus necesidades de dinero y se hacían cargo del transporte a Sevilla de los libros adquiridos. A modo de ejemplo de lo que debieron ser estos desplazamientos hernandinos sirva el viaje que realizó entre 1520 y 1522 formando parte del séquito de Carlos I. No se le conoce cometido oficial alguno, como no fuera el de asesor al Emperador en temas cosmográficos, en lo que se le tenía ya por experto. Lo que sí se demuestra es que gozó de gran libertad de movimientos para cumplir con el rito de visitar libreros y adquirir abundante mercancía. A finales de 1520 había recorrido las principales ciudades alemanas de la línea del Rhin, para seguir al año siguiente por tierras italianas, con Venecia como punto de destino. En todo ese recorrido comprará más de 1.600 libros, la inmensa mayoría en la ciudad de los canales. Aquí tuvo que recurrir a un préstamo de 200 ducados concedido por Octaviano Grimaldi el 25 de junio de 1521. Y este mismo mercader genovés será el encargado de transportar los libros por mar a Sevilla. Aunque sabemos que el barco se hundió y los libros se perdieron, conocemos las referencias debido al cuidado de registrarlos antes de dejar Venecia, lo que Hernando realizó. De regreso al Norte para unirse al séquito imperial siguió su afán de comprar y comprar, sumando a las anteriores adquisiciones otros 3.000 ejemplares. En suma, la cosecha total de este viaje que duró dos años alcanzó más de 4.500 libros. En este contexto de hombre precavido y meticuloso, experimentado en recorrer caminos y mucho mundo europeo, y sobre todo en querer lo mejor para su Biblioteca hay que leer y entender un pasaje de su testamento, criticado por demás. A las puertas de la muerte, aconsejaba que en el futuro el encargado de comprar libros para la Colombina (sumista) se pusiera siempre en relación con mercaderes genoveses como experimentados y eficaces, y en saliendo al exterior que el dicho sumista sea o parezca italiano, alemán o francés antes que español pues va más seguro fuera de España y le miran con mejores ojos que no al español y esto tengo muy experimentado; y cuando andaba fuera destos reinos (de España) hablaba italiano do quiera que fuese por no ser conoscido por español; y con esto, bendito Nuestro Señor, me escapé de muchos peligros en que me vi y en que fenesciera si supieran que era español41. Serrano y Sanz42, algo escorado de anticolombinismo, quiso ver en este pasaje un pecado de ingratitud hacia España por parte de Hernando Colón. No hay que forzar las interpretaciones. Esto se llama pura y simplemente pragmatismo, sentido común y conocer el terreno que pisa. Y lo dice un hombre que ha pasado por Venecia cuando los ejércitos de esa República luchaban contra los de España; y por Roma cuando aún seguía vivo el recuerdo de las tropas de Carlos V saqueando la Ciudad Eterna; o por Milán con los españoles en armas recorriéndolo incesantemente; y por las ciudades alemanas en pleno fervor de lucha religiosa; o por Lyon, ciudad francesa y, como tal, rival de la gran potencia española. Orgulloso de su obra y consciente de haber creado algo grande con sabor a posteridad, quiso que se conociera y se identificara obra y personaje, según el mejor espíritu renacentista, y así ordenó que todos sus libros llevaran esta inscripción: D. Fernando Colón, hijo de D. Cristóbal, primer Almirante que descubrió las Indias, dejó sus libros para uso y provecho de sus prójimos; rogad a Dios por él. Hasta la losa que cubriría su sepultura en el trascoro de la catedral sevillana quiso que recordara su Biblioteca, Junto a su nombre y al recuerdo paterno, se colocaría en el centro su escudo de armas y a los lados cuatro libros abiertos que eran el resumen de su biblioteca: Autores, ciencias, epítomes y materias. Para no perder lo que tanto le costó levantar, Hernando destapó una vez más sus esencias previsoras, aunque de poco le sirvieron. En el año 1526 empezó a edificar una casa en un solar cedido por el Concejo hispalense junto a la puerta de Goles (hoy Puerta Real), a orillas del Guadalquivir. Todo el espléndido conjunto, casa y huerta, se transformó a su terminación en uno de los lugares más hermosos de Sevilla, según lo alaban los contemporáneos. Y creado el marco idóneo, el hacedor de la Librería dispuso el reglamento. Algunas cláusulas testamentarias retratan por sí solas al personaje que tenemos delante: hombre extremadamente cicatero, detallista y previsor. A modo de ejemplo, sirvan algunas observaciones: Los libros se mantendrán todos reunidos y quien herede la Biblioteca será a condición de conservarla y acrecentarla. Se cuidará la colocación de cada ejemplar. Se separará el recinto reservado a los libros del público con una reja, la cual se mantendrá incluso cuando el interesado tenga que leer o consultar algo; en ese caso, se colocará en un sitio donde la reja tenga un hueco en que quepa la mano para pasar las hojas pues que vemos que es imposible guardarse los libros aunque tengan cien cadenas. No se prestará ni se sacará ejemplar alguno bajo fuertes penas, La plaza de encargado de la Librería (sumista) se cubrirá por oposición a celebrar en Salamanca con obligación de que el ganador ocupe ese puesto tres años como mínimo. Sólo a finales de 1536 se le concederá una pensión vitalicia de 500 pesos de oro, situada sobre las rentas de Cuba, para ayuda a la sustentación y de la Librería que hace en la ciudad de Sevilla. Era una merced que Hernando quiso convertir en perpetua, pero acaso la muerte repentina truncó su deseo y tramitación. Don Hernando instituyó heredero universal de la Biblioteca y de sus bienes, que se emplearían como fondo para ella, a su sobrino, el Almirante Luis Colón, y a sus sucesores en el mayorazgo, a condición de que se comprometiesen a gastar cien mil maravedíes en la salvaguarda y acrecentamiento de la misma. De no ser así, sucedería con las mismas condiciones el Cabildo de la Catedral de Sevilla o el monasterio de San Pablo, por este orden. En último extremo, si ninguna de estas instituciones mostraba interés, sería entregado en depósito al monasterio cartujo de las Cuevas. De poco sirvió tanta meticulosidad. Tras la muerte de Hernando Colón, el 12 de julio de 1539, todo se desmoronó ante la indiferencia general. El joven Almirante de las Indias Luis Colón, y su tutora y madre doña María de Toledo mostraron escaso interés por hacerse cargo de la Biblioteca43. Ante el silencio de la familia, el Cabildo de la Catedral hizo un requerimiento notarial (24 de septiembre de 1540) para que aceptasen o renunciasen a la mencionada herencia, En 1544, doña María de Toledo, saltándose las cláusulas testamentarias, cedió en depósito la Biblioteca al monasterio dominico de San Pablo, sin duda por consejo de su hermano, el fraile de la misma Orden Antonio de Toledo. Ocho años después, el 31 de marzo de 1552, tras recurrir el Cabildo ante la Cancillería de Granada y fallar ésta a su favor, la Biblioteca Colombina pasó a ocupar una de las dependencias catedralicias, en la nave nordeste (también conocida como del Lagarto) que da al patio de los Naranjos. Tampoco cumplieron sus obligaciones, pero ya no salió de allí. De aquel tesoro bibliográfico de más de 15.300 ejemplares dejados por su fundador conservamos hoy en día unos 5.000. El resto se fue perdiendo entre trasiegos, el abandono y la desidia general. La casa terminó siendo embargada; hubo pleito y en 1563 la familia Colón renunció a todo derecho sobre la Casa y la Huerta de Goles a cambio de una indemnización de 600 ducados. Dos siglos después, de la espléndida mansión hernandina no quedaba piedra sobre piedra. Por la misma fecha, aún se elevaba en la huerta un hermoso zapote nombrado por los sevillanos el árbol de Colón. Como final de la faceta bibliográfica de don Hernando Colón sirvan las ajustadas palabras con que cierra su libro el profesor Marín: Si su padre, al morir en 1506, dejó multiplicado o en vías de multiplicarse casi por dos el mapa geográfico del mundo, el de la historia del saber humano y sus manifestaciones bibliográficas quien lo recompuso y aumentó en proporción infinitamente mayor fue el hijo, con los libros tan afanosamente reunidos, pero sobre todo con los Repertorios tan obsesivaniente elaborados. Para unos hablar de don Hernando Colón es identificarlo con la Historia del Almirante; para otros es imaginarlo rodeado de libros, El historiador polémico frente al erudito elogiado por todos; el apasionado, frente al racionalista y frío; el defensor acérrimo de privilegios trasnochados y medievales, frente al adelantado a su tiempo, representante de la modernidad humanista. He aquí las dos caras de un mismo personaje. He aquí el drama de don Hernando Colón. Luis Arranz Madrid, verano de 1984
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Personaje
Científico
Literato
Estudia Filosofía y Letras en Madrid. En su tesis, titulada "Crítica del problema sobre el origen y la prehistoria de la raza vasca" ya manifiesta su oposición a las tendencias nacionalistas vascas. A partir de 1891obtiene la cátedra de Lengua y Literatura griega en la Universidad de Salamanca. Permanece en este puesto hasta que es nombrado rector. Sus ideas política a favor de la república y en contra de la monarquía le valió la expulsión del rectorado en 1914. Fue encarcelado en las Islas Canarias por criticar la dictadura de Primo de Rivera. Estos conflictos provocaron su marcha a Francia, donde permaneció hasta 1930. Desde 1934 regresa a la Universidad de Salamanca como rector. Con el régimen de Franco también tuvo problemas, por lo que fue recluido en su casa de Salamanca. El pensamiento de Unamuno gira entorno a la inmortalidad y la España de su tiempo. Para afrontar la primera cuestión rechaza cualquier sistema de fe. Cree en sí mismo. En lo que se refiere al problema político primero se muestra partidario de la europeización, aunque posteriormente adoptó una postura más nacionalista. Es autor de "Por tierras de Portugal y España", "Del sentimiento trágico de la vida" y "La agonía del cristianismo". De sus novelas hay que destacar "Niebla", "La Tía Tula" y "San Manuel Bueno, mártir".
Personaje
Científico
Erudito peruano, fue uno de los más destacados miembros de la Ilustración iberoamericana. Fue profesor de anatomía, director de la Universidad de San Marcos de Lima y miembro del Real Colegio de medicina y cirugía e San Fernando (1815). En 1817 fue designado médico real, junto a Valdés y Tafur. Como ilustrado, participó en la Sociedad de Amigos del País, encargándose de la elaboración de trabajos de medicina y anatomía.
Personaje
Político
El último rey de la V Dinastía construye un complejo funerario en Saqarah, siendo su pirámide la primera en la que se conserva literatura religiosa. Continuó la política exterior de sus antecesores dirigida hacia el este, manteniendo estrechas relaciones con Biblos y Nubia. Estos datos nos llevan a considerar como que el reinado de Unas resulta bastante exitoso.
contexto
Unas tierras bien localizadas Descendiendo a lo concreto de tener que señalar distancias, tierras y gentes sobre las que Colón tenía noticia, destaquemos algunas que resultaban muy significativas. Al abandonar las Canarias e iniciar la travesía del Atlántico en el primer viaje descubridor, dijo repetidas veces a la expedición que no pensaba encontrar tierra hasta no haber recorrido 750 leguas. Esta precisión sorprende más aún a la vista del primer capítulo de las instrucciones que él, como capitán mayor de la flota, dio a los navíos: que después de haber navegado por poniente setecientas leguas sin haber encontrado tierra, no caminasen desde la media noche hasta ser de día.Estas concreciones se las debemos precisamente a su hijo Hernando Colón62. A no ser que estuviera muy seguro, la afirmación era arriesgada en grado extremo. ¿Cómo reaccionaría una tripulación si, recorrida esta distancia, fallaran estos cálculos? Y fallaron en el primer viaje, acaso porque el informante de Colón se equivocó en dar la latitud por la que debían navegar. Cualquier marinero, en unas circunstancias parecidas a ésta podía ser capaz de todo, hasta de echar por la borda a su capitán, como estuvo a punto de sufrir el Almirante al no encontrarse tierra donde había prometido. Durante el segundo viaje se demostrará que a esa distancia se sitúa la peligrosísima zona de las Once Mil Vírgenes, zona de mar sembrada de islotes y bajíos extremadamente peligrosos si no se navegaba con sumo cuidado. En el citado segundo viaje navegará por este paraje Colón, dice el testigo doctor Chanca, como si por camino sabido e seguido viniéramos63. En esa misma zona de las Antillas Menores o Entrada de las Indias, en la Isla de Guadalupe y también en el segundo viaje, un cristiano encontrará en una choza indígena un madero de navío que llaman los marineros quodaste, al igual que un cazuelo de hierro64. Lugar preeminente para Colón ocupaba la Isla Española, donde el Almirante localizó el Cipango, y cuya búsqueda fue el objetivo principal de la primera navegación. La manera como se produjo esta identificación ha sido ampliamente comentada por Manzano. El 12 de octubre de 1492, tras recorrer más de mil cien leguas, todo hacía pensar al descubridor que había dejado a un lado el Cipango, encontrándose entonces en alguna isla cercana a la tierra continental asiática o Catay. De esta manera, le encajaban las distancias que él sabía con otras dadas por Toscanelli: 750 leguas de Canarias al Cipango, que decía Colón, con lo que decía el florentino: que la separación entre el Cipango y Catay era de 1.500 millas o 375 leguas; en total, las más de mil cien leguas recorridas. Durante las jornadas que siguen al 12 de octubre no cesará de descubrir islas e inventar nombres. El 30 de este mes llegaba a tierras cuabanas, que bautizó con el nombre de Juana; y, tras comprobar la extensión de sus costas, creyó pisar la tierra firme del Catia, a pesar de no encontrar ciudades ni riquezas propias de un imperio como el del Gran Khan. El 6 de diciembre pasaba a la costa de Haití o isla Española, separada tan sólo de Cuba 18 leguas. En principio no creía que la nueva isla fuera el Cipango. Tampoco llamaban la atención sus perspectivas auríferas. Sin embargo, los indígenas empezaban a mentar de vez en cuando el término Cibao, nombre que al oírlo el Almirante siempre se le alegraba el corazón. ¿Llamarían ellos Cibao a lo que él Cipango? A pesar del interés colombino nadie le aclaraba la duda. Todos apuntaban al este, sin precisar a cuántas jornadas de distancia y si era isla. El Almirante no entendía a los indios, repetirá insistentemente, y no sabía a qué atenerse. El 4 de enero de 1493 abandonó el fuerte de la Navidad siguiendo la costa al este. De pronto, a no muchas leguas de allí, divisó un monte muy singular, inconfundible, al que llamará Monte Cristi65. Solitario en medio de una gran llanura litoral, pelado, semejante a un alfaneque o pabellón de campana, en palabras de Colón, o parecido a un montón de trigo como los que se formaban en las eras de Castilla durante el verano, dice Las Casas. Próximo a este monte, situado en el límite de una gran bahía, se hallaba un islote, y en el lado opuesto desembocaba un caudaloso río. Todo ello perfectamente identificable para una persona que lo hubiera visto anteriormente o a la que se lo hubieran descrito. Que el Cipango, estaba en aquella isla y que hay mucho oro y especería y almáciga y ruybarbo, dirá en ese momento don Cristóbal con rotundidad sorprendente. Y poco después, sin haber recibido nuevas informaciones, será aún más tajante y preciso: que de allí (zona de Monte Cristi) a las minas de oro del Cibao --su Cipango-- no había veinte leguas. Todo ello como si las informaciones que bailaban en la cabeza del gran Almirante del Mar Océano acabaran de pronto de encajar. ¿Llegaba a zona conocida? Lo parece. En efecto, no muy lejos de aquella costa, hacia el interior, quedaba la región llamada por los indígenas Cibao, rica en minas de oro y señoreada por el poderoso cacique Caonaboa (Caona = oro y boa = casa), el Señor de la Casa del Oro. La semejanza de palabras y la riqueza aurífera que rodeaba a tal región de la isla Española no hay duda que ofrecía cierto paralelismo con lo que habían escrito Marco Polo y Toscanelli sobre el Cipango asiático. Bien dispuesto como estaba siempre a tales asociaciones y sin quebrarse mucho la cabeza, Colón había hallado lo que buscaba, dirá el 9 de enero de ese mismo año. El Cipango no era una isla, como había escrito, sino una región (Cibao) de la isla llamada por él Española. Durante el segundo viaje, después de fundar la villa de la Isabela en la costa donde Colón se figuraba que era tierra más cercana a la provincia de Cíbao, se decidió a inspeccionarla. El 16 de marzo de 1494, tras cinco días de marcha, llegaba al Cibao, y cuando calculó que ya se había alejado dieciocho leguas de la Isabela se detuvo junto a un cerro, al parecer inconfundible, cuasi poco menos que cercado de un admirable y fresquísimo río. Elegido el sitio donde había de levantarse la fortaleza de Santo Tomás, comienzan a cavar los cimientos y ante la sorpresa general, dicen Hernando, cuando llegaron a dos brazas bajo la peña, encontraron nidos de barro y paja que en vez de huevos tenían tres o cuatro piedras redondas, tan grandes como una naranja gruesa, que parecían haber sido hechas de intento para artillería, de lo que se maravillaron mucho66. Las Casas, por su cuenta, añadirá: como si hobiera pocos años que allí hobieran sido puestas67. Volviendo al primer viaje, la fecha del 6 de enero de 1493 es altamente esclarecedora del punto que tratamos. Parece como si la rivalidad con Martín Alonso Pinzón, quien acababa de unirse de nuevo al Almirante después de una larga deserción, provocara en don Cristóbal la necesidad de demostrar quién era el que de verdad sabía cosas de la zona que recorrían. Y así destapaba lo siguiente: También diz que supo que detrás de la isla Juana, de la parte del Sur, hay otra isla grande, en que hay muy mayor cantidad de oro que en ésta, en tanto grado que cogían los pedazos mayores que habas, y en la isla Española se cogían los pedazos de oro de las minas como granos de trigo. Llamábase diz que aquella isla Yamae. Tambien diz que supo el Almirante que allí, hacia el Leste, había una isla a donde no había sino solas mujeres, y esto diz que de muchas personas lo sabía. Y que aquella isla Española, la otra isla Yamaye, estaba cerca de tierra firme, diez jornadas de canoa, que podía ser sesenta o setenta leguas, y que era la gente vestida allí68. No se olvide que durante las fechas inmediatamente anteriores repetirá varias veces que no se entiende bien con los indios. Sin embargo, ahora, habla con precisión de Jamaica, Tierra Firme, isla de las mujeres, y la distancia entre Jamaica y el Continente, añadiendo, además, la pintoresca noticia de encontrarse allí gente vestida. Y curioso debía parecer este hecho, por lo que iban viendo casi resultaba tan raro encontrar gente vestida en las nuevas tierras como desnuda en el Viejo Continente. Parece que la zona continental a la que se refiere Colón era la zona de Paria, en la costa norte de América del Sur. Cuando la expedición colombina pise esa tierra en su tercer viaje (1498) serán recibidos apoteósicamente, cuenta Anglería. Comprueban además que cada uno traía su pañizuelo tan labrado a colores, que parecía un almaizar con uno atada la cabeza, y con otro cubrían lo demás, dice Las Casas69. Además de islas, Colón situaba en su proyecto de descubrimiento dos tierras firmes: una que suponía más lejana, la de más allá, y que correspondería a los dominios asiáticos del Gran Khan, siguiendo en este caso a Toscanelli; y la otra tierra firme de más acá70, desconocida por todos excepto por él, a la que llamará tierra incógnita o nuevo mundo, supuestamente asiático. Decíamos supuestamente asiático porque dudaba si era una gran península de las tierras extremo-orientales --en este caso tierra incógnita-- o quedaba separada del Continente, con lo cual formaba un mundo nuevo e ignorado por todos menos por él. Capítulo especial merece la gran revelación hecha por Colón ese mismo día 6 de enero de 1493 sobre la isla de las mujeres, ampliada con detalles muy sugestivos en fechas siguientes. Dentro de ese soltar algo de lo que sabe entre también lo relativo a la isla de Carib, caribes o caníbales. Va destapando que la isla de las mujeres o Matininó estaba poblada sólo por mujeres, las cuales se juntaban durante una época del año, con fines procreadores, con los hombres de Carib (poblada sólo por hombres), de modo que si parían niño envíábanlo a la isla de los hombres, y si niña dejábanla consigo. Señalaba también que los de Carib, llamados en algunas islas Caniba debe de ser gente arriscada, pues andan por todas estas islas y comen la gente que pueden haber. De Matininó sabía que era rica en labranzas, pensando visitarla con el fin de cargar vituallas y lastrar la Niña de cara al tornaviaje a Castilla (tras encallar la nao Santa María tuvo que dejar a 39 hombres en el fuerte de la navidad con abundantes mantenimientos, el 2 de enero de 1493). Al final no lo hizo y se lamentaba de ello cuando padecía aquella espantosa tormenta cerca de las Azores (14 de febrero). Tenía también noticia de que ambas islas distaban entre sí diez o doce leguas. Y en la carta a Luis de Santánjel llegará a precisar aún que la isla de Carib es la segunda a la entrada, a de las Indias, mientras que Matininó es la primera isla, partiendo de España para las Indias, que se halla. En lo tocante a costumbres, los caribes o caníbales, aparte de ser tenidos como muy feroces, antropófagos y grandes navegantes por sus vecinos, no son más disformes que los otros, salvo que tienen en costumbre de traer los cabellos largos como mujeres, y usan arcos y flechas de las mismas armas de cañas, con un palillo al cabo por defecto de hierro que no tienen. Y las mujeres de Matininó no usan ejercicio femenil, salvo arcos y flechas, como los sobredichos de cañas, y se arman y cobijan con planchas de cobre (launas de arambre) de que tienen mucho. En lugar de recorrer lo que tan puntualmente sabía Colón decidió regresar a Castilla; y a poco de abandonar el Golfo de las Flechas nos dirá que aquellas islas no debían distar de donde había partido quince o veinte leguas, y creía que era al Sueste, y que los indios no le supieron señalar la derrota71. Si el Almirante no entendía a los indios, o como mucho entendía algunas palabras, y por ellas diz que saca otras cosas; si tampoco le ayudaban gran cosa los intérpretes indígenas que llevaba, porque el habla ciguaya (Golfo de las Flechas) tenía diferencias; si dudaba de que los mismos indios ciguayos supiesen bien la derrota de las dichas islas, ¿de dónde le había llegado la información? Bien seguro y rotundo se mostraba: diz que era cierto que las había. Y por toda aclaración sabremos que el Almirante había por muchas personas noticia72. ¿A qué personas se podía referir? Los dos grandes historiadores del predescubrimiento a los que seguimos dan cada uno una respuesta, como dicho está. Para Manzano es el piloto anónimo, superviviente --sólo hasta que informa a Colón-- de una expedición, acaso portuguesa, que a su vuelta de Guinea se ve arrastrada hasta las Indias, entrando por las Antillas Menores. Se ha querido imaginar a sus componentes tomando contacto con los naturales, informándose, recorriendo la zona que se extiende desde la costa norte de América del Sur hasta Haití o Isla Española, dejando huella de su paso en esos muchachos y muchachas harto blancos, cuasi tan blancos como en España, muchos son blancos como nosotros, que se van encontrando los castellanos, según vocean cronistas y testigos y recoge ampliamente Manzano. Este mismo historiador considera cargado de sugerencia --no casual-- el nombre puesto por el descubridor a ciertos lugares: Valle del Paraíso (costa norte de la isla Española), o los jardines (Cumaná). Cumplir su misión, adentrarse en el Océano para regresar, encontrarse con Colón, informarle y morir fue el papel de este piloto. El siguiente acto le tocaba representarlo a don Cristóbal, con derroche de tenacidad e imaginación. Para Pérez de Tudela, la fuente informante de Colón tuvo que ser necesariamente indígena, y más concretamente mujeres, amazonas amerindias, féminas guerreras de Matininó que al huir de su tierra --se supone que forzadas por algún imprevisto de la naturaleza-- se adentraron en el Atlántico. Perdidas en el ancho mar, serían recogidas a unas 400 leguas de Canarias por algún barco que regresara de Guinea, y alguna de ellas terminaría informando a Colón. Por una u otra vía, lo incuestionable es que don Cristóbal conocía la parte de América reseñada. Cuanto ese preconocimiento tenga de especulación razonable o fantástica en la mente colombina se verá a continuación.
acepcion
Acto por el cual se unge con aceite a una persona u objeto para lograr su unión con el Espíritu Santo. Para la ejecución de este rito se unge con aceite, previamente bendecidos, a personas o cosas. Este aceite se bendice el Jueves Santo y se puede llamar crisma, óleo de los catecúmenos u óleo de los enfermos. En algunos sacramentos como la confirmación, el bautismo o en la ordenación de obispos, se puede presenciar este rito.