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Tras triunfar en París con sus cuadros de "casacón" Jiménez Aranda regreso a España en 1890 para instalarse en Madrid. Debido a la crisis que vivía el género preciosista decidió orientar sus preferencias hacia otro tipo de pintura, especialmente hacia el realismo con cierto eco social, como observamos en esta obra, enviada a la Exposición Nacional de 1890 en la que se narra un episodio contemporáneo: un grupo de transeúntes contempla el cuerpo de un albañil, que acaba de caerse del andamio en el que trabajaba. Los gestos de horror de la mayoría de las figuras, especialmente la mujer de primer plano que tapa con su mano derecha el rostro, y las tonalidades grisáceas de la luz indican que nos encontramos ante una desgracia, como bien reza el título.
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Cierto que los primeros pasos de la historia luvio-aramea son difíciles de precisar, pero contra lo que sugieren algunos autores, en modo alguno constituyen esa era oscura que habría dado origen a un inexplicable florecimiento de reinos luvitas y arameos en torno al año 1000. Bien al contrario, unos y otros se consolidaron y nacieron donde por lógica tenían que hacerlo. En las áreas que el hundimiento de las grandes potencias había dejado libre. Y toda su historia puede resumirse en tres fases: desde 1200 hasta finales del siglo X como período de formación; el siglo IX y primera mitad del VIII, años de madurez y rivalidad con Asiria, y por fin, la segunda mitad del siglo VIII, época de decadencia que se cierra para los arameos en el 720 con la caída de Sobah, y para los luvitas, con la de Kummuhu en el 708. Todos los principados luvitas se asentaron dentro del territorio que había pertenecido al Imperio hitita pero, como es manifiesto, en las regiones en las que ya entonces eran mayoría luvitófonos y hurritófonos. Probablemente incluso, durante el último siglo del imperio, los territorios que luego construirían los reinos de Pattina, Karkemis o Kummuhu debieron ir acogiendo colonos procedentes de Kizzuwatna y las regiones cercanas. Con la destrucción de Hattusa y la administración central hitita, puede que el proceso de colonización se fortaleciera, aunque no tanto como para que el Tabal -muralla contra los frigios- se debilitara. La desaparición de la organización imperial, la inseguridad general derivada de los movimientos de pueblos inmediata al 1200, la muy montañosa geografía del área -que la libró de los ataques de los pueblos del mar-, y el hecho de que los luvitas -la nueva mayoría- nunca hubieran formado un Estado unificado, ayudaría a su disgregación política. Pero ésta no cuestionaba la realidad de un mundo de cultura común que, el siglo XI, se reflejaba ya en los releves de Aïn Dara y no pocos de Karkemis, tan distantes entre sí. Y aunque la mayor parte de los reinos y capitales se crearan entonces, de buena gana reconocieron una cierta calidad a los antiguos, como Milid y, sobre todo, Karkemis, al que los asirios seguirían llamando el Gran Hatti. Es muy probable que cuando Tukulti-apil-esarra I (1115-1077) hablara de sus combates contra Hatti, Karkemis y Milid, el mapa de los principados en fase de consolidación prefigurara el existente a fines del milenio: un fuerte Tabal al otro lado del Tauro, Hilakku y Que en las regiones montañosas y llanas del sur anatólico, Pattina con su capital Kunulua en la región de Amuq, Gurgum y su centro principal Marqasi (Mar´as) en el curso medio y alto del río Coyhan, Karkemis junto al Eufrates y al norte de la llanura de Aleppo y, finalmente, Kummuhu y Kammanu con su capital Milid (Arslantepe) aguas arriba, en la orilla derecha del Éufrates. Un área muy amplia donde, como destaca Heinz Genge, los hallazgos de materiales epigráficos en luvita jeroglífico no son extraños. Pese a su pequeño tamaño, no deja de ser llamativo que todos estos Estados acometieran ambiciosos proyectos arquitectónicos desde muy pronto. ¿De dónde sacaron la suficiente capacidad económica para afrontarlos? La respuesta, apuntada por S. Mazzoni, parece concluyente: "los Estados luvitas se situaron en áreas que aunaban dos cosas, una excelente protección geográfica que permitía además controlar impunemente las vías de comunicación y comercio y, sobre todo, el dominio exclusivo de los más importantes yacimientos de hierro en una época clave, los dos últimos siglos del II milenio que conllevaron la reconversión tecnológica". Por lo que a los arameos se refiere, recordaba A. Dupont -Sommer que los ahlamu de la época de Amarra fueron los tempranos heraldos de lo que en torno al 1100 a. C. sería para Asiria una molesta plaga- que precisó las 28 campañas de Tukulti-apil-esarra I y, hacia el 1000 a. C. un peligro verdadero. En el curso de los siglos XIV y XIII, los arameos habían ido ocupando la región de Tadmor, el Yabal Bisri y las estepas entre el Eúfrates, el Balih y el Habur. Destruido Mitanni-Hanigalbat, ellos se asentarían en los valles y las tierras altas de la Yazira que Asiria fue entonces incapaz de conservar. Por su lengua y su largo contacto previo, la sedentarización en la región sirio-cananea fue fácil y rápida: los reinos de Sobah, Damasco y Hamat -con fuerte componente luvita- entrarían pronto en la historia. Algo después se irían constituyendo los dos norte: Bit Bahiani en las fuentes del Habur, con su capital en Guzana y Sikanni, Bit Adini y su centro principal Til Barsip, en las orillas del Éufrates -al sur del luvita Karkemis- Bit Agusi en la región de Aleppo, cerca de la que se levantó su capital Arpad y, en fin, rodeado de luvitas que constituían no poca de su población, Sam'al, conocido también por Y´dy o Bit Gabbar. Los arameos -como los luvitas- tenían un cierto sentimiento de grupo. El Aram de sus inscripciones, aunque no siempre significara lo mismo, era una imagen de su mundo cultural, más lentamente evolucionado que el de los luvitas. Pues entre los arameos, el modelo gentilicio dominó durante mucho tiempo su concepción del Estado. De ahí el nombre de sus reinos -Bit X, la casa de X- y algunas formas paternalistas del poder que, como apunta M. Liverani, tienen un claro origen nómada. La tendencia a la centralización progresiva, puesta en evidencia por H. Sader, hizo que la nación ligara su suerte a la de la capital. Lo que con ocasión de las guerras con Asiria resultaría catastrófico. Salvo los primeros roces en la época de asentamiento y consolidación, luvitas y arameos no formaron comunidades enfrentadas habitualmente. Allí donde convivieron, como en Sam'al y Hamat, las inscripciones sugieren que al fin tuvo que imponerse el equilibrio. Y en el terreno artístico, está claro que los arameos aceptaron no poco de las técnicas y el lenguaje estético de los luvitas. Pero acaso fue tan sólo la mala fortuna, la que ligó el destino final de unos y otros. Tras el largo período de paz vivido entre los años 1075 y 934, la reactivación nacional imprimida por Adad-nirari II alimentó en Asiria el objetivo añorado: conquistar Siria. Aram y el Gran Hatti constituían los enemigos a batir, y los reyes asirios se empeñaron en conseguirlo. Primero cayó Bit Bahiani; luego el estratégico Bit Adini -cruce del Éufrates-, vería el paso de Salmanasar III (858-824). Al otro lado del río se le enfrentaría sin suerte una alianza multinacional compuesta por Sam'al, Pattina, Karkemis y Que. Años después, sin embargo, otra alianza le combatiría con éxito en Qarqar. Pero sólo fue un respiro. En el curso del siglo VIII, Urartu acudió en ayuda de luvitas y arameos. Aliado con Bit Agusi, Kammanu, Gurgum y Kummhu, sería derrotada sin embargo por Tuliulti-apil-esarra III en el 743. Luego caerían Arpad (740) y la gran Damasco (732), el alma de los arameos del sur. Los días estaban contados. Y Sargon II (721-705) daría el golpe final: a Hamat y Sobah en el 720; a Karkemis, Tabal, Hilakku, Que, Malatya, Gurgum y Kumuhu entre 717 y el 707. Desde entonces, el mundo luvio-arameo entró en una rápida decadencia. Cesaron las construcciones, se abandonaron los palacios y las ciudadelas, se perdió el uso del jeroglífico. Al otro lado del Tauro, sólo Tabal y Hilakku recuperaron la libertad. Pero su historia es desconocida salvo que, como dice M. Liverani, lejos de Asiria, una cultura luvita manifestada en la onomástica pervivió allí hasta la llegada del mundo helenístico.
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El ataque sobre Hougoumont comenzó a las 11:30. Lo dirigió Reille y le seguía en mando Jérôme, al frente de una división. Fue tal la resistencia de la infantería británica en el huerto y el interior de Hougoumont que, hacia el final del día, fueron los franceses en lugar de los británicos los que necesitaron apoyo de sus fuerzas de reserva. "Si comienzas el asedio de Viena, toma Viena", fue otra de las máximas que Napoleón violó ese día. Una batalla dentro de otra batalla: Hougoumont fue defendido a lo largo del día y Wellington nunca se vio forzado a debilitar su posición para enviar refuerzos. Durante ocho horas de feroz lucha 3.500 anglo-aliados aguantaron el ataque de 8.000 soldados franceses. "El éxito de la batalla consistió en mantener cerradas las puertas de Hougoumont", escribió Wellington años más tarde. A medio día, cuando en su ala izquierda nada se había decidido, la Gran Batería de Napoleón abrió fuego. Poco antes de la una, el estado mayor de Napoleón percibió movimientos al final del flanco derecho del campo de batalla, donde tropas cubiertas de barro y humo parecían salir del bosque cercano a Chapelle St. Lambert. La esperanza inicial de que los recién llegados fuesen la fuerza de Grouchy, y que por tanto Wellington estaba perdido, se desvaneció cuando llegaron informes de que se trataba de treinta mil prusianos al mando del conde Von Bülow, que caían sobre el desprotegido flanco derecho de los franceses. Napoleón, haciendo gala de una encomiable sangre fría, envió fuerzas de reserva para sostener la posición en el Este. Pese al problema, parece que Napoleón no consideró la posibilidad de renunciar al ataque sobre Hougoumont y retirarse de forma ordenada ante el acoso de prusianos y anglo-aliados, para luchar otro día. Cursó a Grouchy la orden de que se le uniera rápidamente y continuó con su plan, lanzando al mariscal Ney sobre el enemigo, con la esperanza de conseguir la victoria antes de que el grueso de las fuerzas prusianas interviniera en la batalla.
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Según hemos visto, la formulación del lenguaje renacentista se desarrolló a lo largo de un proceso de experimentación en el que confluyen una suma de actitudes y planteamientos individuales. En todos los que hemos estudiado se produce, como el elemento común fundamental, la búsqueda de un cierto ideal clásico. Sin embargo, este planteamiento, que tuvo su principal desarrollo en Florencia, no fue cultivado por todos los artistas de la ciudad y menos aún por los que realizan su formación y trabajan en otros centros. Si es cierto que a lo largo del siglo XV se configura un nuevo lenguaje, no lo es menos el hecho de que éste, a pesar de ser la recuperación de un ideal clásico, dista mucho de poder ser englobado en su conjunto bajo una misma normativa. En el Quattrocento el clasicismo se entiende como algo muy distinto a la formulación y seguimiento de una norma hasta el, punto que muchos de los artistas más representativos de esta corriente siguieron una trayectoria que, en ciertas ocasiones, parece estar en contradicción con la idea misma de clasicismo. Hemos visto cómo Piero della Francesca y Andrea del Castagno desarrollan un arte en consonancia con las inquietudes y problemas del debate artístico florentino en torno a 1430-40. Sin embargo, aunque en los problemas relativos al sistema de representación y a la concepción escenográfica del cuadro, pueden existir elementos que proceden de una preocupación común, otros aspectos, en cambio, los presenta como artistas divergentes. Piero della Francesca mantiene una clara preocupación por la conversión de los modelos en arquetipos plásticos, mientras que Andrea del Castagno se orienta hacia una tensión dramática cargada de expresividad; La Crucifixión, pintada hacia 1454 (actualmente en Santa Apolonia) muestra una tensión, patetismo y expresividad, que parecen estar en contradicción con la idea misma de clasicismo. En esta pintura se aprecia un aspecto que caracteriza a la obra de Andrea del Castagno: la forma escultórica y vigorosa con que acomete la representación de las figuras. Lo cual plantea, a su vez, una cierta relación con la escultura de Donatello.
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Aunque firme y decidida, la reacción del Ejército Rojo ante el ataque alemán resultó carente de efectividad por varios motivos -además de las purgas militares de Stalin-, ya que Rusia tenía ciento ochenta divisiones, pero la mayoría estaban muy atrás de las líneas de combate. El Kremlin comprendió en seguida que sin montar una retaguardia bien organizada en sus inmensos territorios del este, no existirían materiales bélicos para sostener a los hombres que debían combatir en las batallas de la lejana victoria. De igual modo, y para levantar la moral, fue movilizada como nunca la propaganda soviética por el Partido Comunista y el Gobierno, con el eslogan de "Todo para el Frente, todo para la victoria", y con el firme propósito de convertir el país en una inexpugnable fortaleza. Hitler había calculado que antes de la llegada del temible invierno ruso sus divisiones móviles habrían sobrepasado con creces Moscú y Leningrado, logrando una victoria aplastante en la zona europea de la URSS. En el bando contrario, en la parte occidental del Viejo Continente, nadie otorgaba apenas posibilidades a Stalin, incluso el propio Winston Churchill, quien pensaba que la Alemania de Hitler aplastaría militarmente a la URSS en un período de ocho semanas. La blitzkrieg avanzaba a un ritmo impresionante en todas las fronteras europeas de la Unión Soviética. Para el Gobierno de Moscú era muy difícil saber si sus tropas serían capaces de frenar la embestida nazi e impedir la ocupación de las principales ciudades: Jarkov, la capital de la nación, Leningrado, Kiev y Stalingrado, así como la gran zona industrial del Donbass. Para no correr el menor riesgo posible y antes de esperar un debilitamiento enemigo -dado que el increíble ritmo del avance desgastaba sus blindados y camiones por carreteras muy primitivas-, Stalin dio las primeras órdenes para establecer el principio general de evacuación de la industria de interés bélico. Realmente, para la URSS era un asunto de vida o muerte, una colosal transformación del potencial económico para luchar contra el invasor germánico al límite de las posibilidades, movilizando hacia el este todas las energías técnicas y humanas. Al día siguiente del ataque alemán por sorpresa, se aplicó ya el proyecto de movilización concerniente a la industria de municiones, ya aprobado por el Kremlin el 6 de junio de 1941. A un tiempo, había que reorganizar la fabricación de armamentos sobre bases nuevas. Todo ello dependía de la rapidez con que se pudiera trasladar la industria pesada a una retaguardia muy distante desde las áreas occidentales y centrales de la parte europea de la URSS, libre de bombardeos artilleros e incluso aéreos. El 30 de junio de 1941, a los ocho días de producirse la invasión, el Comité Central del Partido Comunista y el Consejo de Comisarios del Pueblo lanzaban a un tiempo el plan definitivo para la completa movilización de la economía nacional, a la vez que se preveía un fuerte aumento de las extracciones de carbón y petróleo, de la producción de acero y hierro, de diversos metales y también de la amplia gama de máquinas herramientas. Según los primeros cálculos del Kremlin, las industrias de guerra debían tener prioridad absoluta para el traslado al este y el reclutamiento de toda la mano de obra prevista, hasta lograr un aumento de la producción de un 26 por 100. Pero estas previsiones soviéticas quedaron cortas ante las terribles pérdidas materiales sufridas por el Ejército Rojo en los primeros meses de ofensiva germana. Influía en ello el abandono de amplios territorios con economía muy importante. La rápida ocupación por parte del invasor de las grandes regiones industriales del sur y centro lograron modificar negativamente las condiciones en que se desarrolló la transformación de la industria soviética en guerra. Fue así como se tomó la decisión más importante: el transporte del grueso de las instalaciones fabriles hacia la retaguardia segura de la inmensa nación, convirtiendo el este soviético en la base principal que debía suministrar el material de guerra. El 4 de julio de 1941 el Comité de Defensa del Estado encargaba a una comisión especial -presidida por N. Voznesenski, director general del Gosplan- la elaboración de un plan para instalar en el oriente soviético "... una segunda línea de defensa industrial". Cabe destacar que esta vastísima operación pretendía reinstalar las industrias que fuera posible evacuar en lugares con las materias primas precisas para su funcionamiento: carbón, petróleo y distintos minerales, o al menos, junto a fábricas similares. También se confiaba a tal comisión el hacer una relación de todas las empresas y del material cuya evacuación había empezado en dichas regiones; que tuviese en cuenta, en la elaboración de ese plan, las industrias de base y de acabados, de forma de poder obtener una producción con ciclo completo. El vasto plan del movimiento de reimplantación industrial quedó ultimado a finales de junio de 1941. La elección de los Urales, Siberia y distintas regiones situadas más al este del Volga para la evacuación de las grandes factorías fue guiada en gran parte por consideraciones estratégicas; pero se debe consignar que contaba con una base importante de partida, pues la industria soviética ya había instalado antes del conflicto con Alemania una considerable reserva industrial -por medio de los anteriores planes quinquenales-, sobre todo con instalaciones metalúrgicas y carboníferas. El grueso de la industria a transportar iría a los Urales, una impresionante cadena montañosa en paralelo con el frente de batalla, formando la excepcional línea de fortificación económica, rica por sus yacimientos naturales y la abundancia de fábricas de todo tipo y centrales hidroeléctricas.
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La escultura en estos años parece estar ligada a Suiza. Germaine Richier (1902-1959), como Giacometti y Marini, estuvo en Zurich durante la guerra. Alumna de Bourdelle y con cierta fama como escultora realista, en 1942 inició un camino diferente, que ya era suyo en 1944 con obras como El hombre bosque (1945-1946, Ginebra, Galería Jan Krugier), en las que funde lo animal, lo vegetal y lo humano, para conseguir seres híbridos, como la crítica los definió entonces, o las fuerzas de la naturaleza (Mujer-huracán, 1948-1949, y Hombre-torrnenta, 1947-1948, los dos en Humlebaek, Louisiana Museum of Modem Art). En El hombre-bosque las piernas y el tronco son ramas de árbol y la mano es una hoja, que encontró en Le Valais, en Suiza. Recordando sus experiencias en la naturaleza y las leyendas mitológicas de su infancia, también ella -como Fautrier, Michaux, Cobra o Millares- vuelve a lo primitivo, renuncia a la Cultura con mayúsculas y consigue liberarse de una tradición de siglos, más pesada en la escultura que en otras artes. En sus obras, en las que renuncia abiertamente a un acabado pulido de la superficie para aumentar la fuerza expresiva, el origen animal y vegetal es patente, pero prevalece la figura humana. Estas figuras rotas, distorsionadas, kafkianas, parientes de los hombres y mujeres filamentosos de Giacometti, hunden sus raíces en el momento vital europeo de los años cuarenta y cincuenta; sustituyen el monumento decimonónico a los héroes -y monumento quiere decir recuerdo- por la presencia casi insoportable de las víctimas y los supervivientes de la guerra.
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El monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas se funda hacia 1180 por Alfonso VIII y su mujer Leonor Plantagenet, aunque hasta 1187 no se hace carta de dotación, en la que se menciona la observancia cisterciense. Todavía Alfonso X recordaba el espíritu constructor de sus antecesores con estos versos, en una estrofa de las Cantigas: "Et pis tornous a Castela/ De sí en Burgos moraba;/ E un Hospital facía/ El, e su moller labraba/ O monasterio das Olgas". El deseo de los monarcas era construir un panteón real que estuviese regido por una comunidad importante. Por ello se quiso distinguir a Las Huelgas de otros monasterios cistercienses, de fundación anterior, y convertir esta abadía en la casa-madre de la Orden Cisterciense en España. Así, todos los monasterios quedarían sujetos a su jurisdicción, lo que acarreó a Alfonso VIII serios problemas durante muchos años. A pesar de la importancia de la fundación real de Las Huelgas, sin embargo, no se ha hecho un estudio concreto sobre la arquitectura del monasterio, sino que las investigaciones llevadas a cabo, hasta ahora, se han limitado a ponerlo en relación con otros monasterios cistercienses. Otro problema a resolver es el de su cronología que, de acuerdo con los estudios más recientes, es preciso retrasar como después se verá. La primera noticia que tenemos sobre su construcción es un documento real fechado el 15 de noviembre de 1185, en el que Alfonso VIII habla expresamente del monasterio "quod fabricatur nostris largitionibus et sumptibus iuxta Burgensem civitatem"; esto mismo se repite en el acta de fundación de 1187. El monarca, en la carta de incorporación del monasterio de Las Huelgas a la Orden del Císter, dada en 1199, lo menciona como ya edificado. En los monasterios femeninos, todo debía estar organizado -los edificios terminados y dispuestos- para ser habitado cuando las monjas llegasen a tomar posesión o, al menos, las dependencias indispensables para su habitabilidad. Una vez instaladas en esos edificios provisionales, se podían acometer los trabajos de las construcciones definitivas de dependencias claustrales y de la iglesia, siendo, por tanto, su cronología más tardía a la de la instalación de la comunidad. Esto fue lo que debió ocurrir en Las Huelgas y, desde su fundación en 1180 hasta la llegada de las religiosas, quizá hacia 1186-1187, las obras que se realizaron, a costa de Alfonso VIII, serían el claustro llamado las Claustrillas con sus dependencias, hoy desaparecidas, y la capilla de la Asunción, que haría las veces de iglesia. En 1203, dichas obras, si no estaban terminadas, estarían muy avanzadas, ya que el 9 de julio Alfonso VIII recompensó los trabajos realizados en la construcción del monasterio de Santa María de Regla, que era la advocación que en principio tuvo, al maestro Ricardo, dándole una heredad en Solarzal -junto al término de Amaya, lejos de Burgos y cerca del monasterio premonstratense de Santa María de Aguilar de Campóo-. Dicho maestro, una vez concluido su trabajo en Burgos, debe marchar a la provincia de Palencia, donde, al parecer, participa en las obras de Aguilar. Es algo perfectamente verosímil, ya que existen relaciones estilísticas entre algunos de sus capiteles con los de las Claustrillas, así como con los de otros edificios de la zona, como San Andrés del Arroyo. Contamos con una serie de datos documentales que podrían corroborar este hecho, entre los que está la venta que el maestro Ricardo hace al monasterio de Aguilar, en 1226, de la heredad de Solarzal. La razón de la venta bien pudo ser el ausentarse de la provincia, una vez concluido su trabajo en Aguilar. La iglesia del monasterio de Aguilar fue consagrada en 1222 por el obispo de Burgos, don Mauricio. Así, terminada la parte principal del monasterio, marcharía, como debieron hacer otros artistas, y posiblemente regresaría a Burgos. Las Claustrillas es de traza todavía románica, con arcos de medio punto que voltean sobre columnas geminadas con capiteles, exclusivamente vegetales, y cubierta de madera. Su autoría se atribuye al maestro Ricardo a la vista de lo que manifiestan los documentos. Todas las dependencias claustrales han desaparecido, aunque en los muros de sus paredes todavía quedan restos de puertas cegadas que serían el acceso a las diversas estancias. La Capilla de la Asunción, en el ángulo noreste de las Claustrillas, correspondería a la cabecera del primitivo templo del monasterio. Obra de arte almohade, hecha en ladrillo, se cubre con una bóveda estrellada. En el lado sur, dos arcos lobulados dan paso a un pequeño espacio rectangular que posiblemente haría las veces de sacristía o funcionaría como ámbito funerario. La única nave de esta iglesia se prolongaría a lo largo de toda la panda norte del claustro, no siendo de grandes dimensiones, pues en los primeros tiempos la comunidad estaría constituida por un reducido número de religiosas. El hecho de que el sepulcro de Alfonso VIII estuviese aquí depositado hasta su traslado, en 1279, a la iglesia actual podría confirmar la hipótesis de que en este lugar fue donde estuvo ese primer templo y, tras la construcción del actual, se conservó la vieja capilla en recuerdo de los primeros tiempos de fundación. Por todo ello hemos de pensar que en tiempos de los fundadores y hasta la muerte de Alfonso VIII, en 1214, éste fue el único núcleo monástico y en su época no se levantó ni una mínima parte de la iglesia actual, ni mucho menos de las dependencias claustrales, a pesar de que la mayoría de los historiadores han mantenido lo contrario, salvo especialistas como Lambert, Torres Balbás o Carlos Valle. Hechos como que en Las Huelgas Enrique I se coronase a fines de 1214 o que San Fernando fuese armado caballero, en 1219, no son indicativos de que estuviese edificada la iglesia actual. Las estructuras arquitectónicas y decorativas que hoy podemos ver indican una fecha posterior, entre 1220 y 1225, para los comienzos de las obras, en una etapa artística más avanzada que la de las Claustrillas. Por ello, la iglesia, el capítulo y el claustro, llamado de San Fernando, de fábricas plenamente góticas, se construyeron a partir de esas fechas y a lo largo del segundo cuarto del siglo XIII.