La intervención de Jean Goujon en el Cour Carrée del Louvre de Lescot (iniciado en 1546) debe datarse, al parecer, en el período 1549-1553; el grafismo virtuosista orienta también aquí su labor decorativa. Más importante fue la decoración que acometiera en la Salle de la planta baja del ala lescotiana del Louvre, para la que realizó la célebre tribuna sostenida por cariátides, las cuales, a un alto valor decorativo, aúnan su clasicismo literario al ser, de manera literal, la plasmación de las descripciones de Vitruvio al efecto, convirtiéndose en la obra escultórico-arquitectónica paradigmática del Renacimiento francés.
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El hermano de Tiberio, Cayo Sempronio Graco, obtuvo en el 123 a.C. el tribunado de la plebe con el apoyo de numerosos votantes que acudieron de todas las colonias romanas. Cayo, además de excelente orador, era hombre de vasta cultura y políticamente había aprendido la lección que se desprendía de la experiencia de su hermano. Convencido de que éste había fracasado por haberse lanzado precipitadamente a tal aventura sin contar con una base política sólida, Cayo no dio su batalla sino después de una larga preparación. Sus propuestas no se limitaban a una ley, sino que constituyen un sistema coherente de reformas de las cuales, si hubiesen sido aplicadas, la República habría salido profundamente transformada. En definitiva, el objetivo de Cayo Graco era lograr atraer a nuevas fuerzas políticas y crearse una base de apoyos más amplia e interesada en sus propuestas legislativas. Así, puesto que el apoyo de las masas populares ciudadanas (presentes en las asambleas) era fundamental, propuso inicialmente una ley frumentaria que establecía la venta mensual de trigo a la plebe a un precio muy bajo (poco más de 6 ases el modio), con cargo al Estado. La ley se aprobó. A nadie le interesaba enfrentarse con la masa ciudadana.Otra de las primeras leyes rogadas sumamente popular y cuya aprobación obtuvo fue la ley militar, que reducía el tiempo del servicio militar y cargaba el equipo del soldado en los gastos del Tesoro público. Son especialmente significativas las leyes judicial y de la provincia de Asia, puesto que ambas sirvieron para acentuar la oposición entre senadores y caballeros. Pero con anterioridad a éstas, hay que señalar que en el 123 a.C. Graco presentó una nueva ley (De tribunis reficiendis) autorizando la reelección para el tribunado, a la cual se acogió al año siguiente para poder ser nombrado, sin oposición, tribuno de la plebe nuevamente. La ley judicial que hizo votar Cayo Graco en el 122 a.C. permitió que el orden ecuestre jugase un nuevo papel político. La ley Calpurnia del 149 a.C. había decidido la creación de unos jurados permanentes que vigilaban la conducta de los magistrados provinciales. Estos jurados eran monopolizados por el Senado y frecuentemente, ante denuncias de extorsión y malos tratos de los magistrados hacia los provinciales, los jurados habían actuado con tal benevolencia que casi podría considerarse complicidad. Graco rompía el monopolio del Senado en estos tribunales e introducía, por esta ley, a los caballeros. La larga historia de las decisiones que anularon, restablecieron o corrigieron esta medida, da idea de la importancia que los políticos atribuían a estos jurados. En la misma dirección tendente a anexionarse nuevas fuerzas políticas -en este caso los caballeros- como soporte de su programa político, Cayo Graco logró que se aprobara otra ley reglamentando los arrendamientos y adjudicaciones de los impuestos en la nueva provincia de Asia (el ex-reino de Pérgamo), entonces la más rica de las provincias, y atribuyendo la concesión de éstos a los caballeros. Incluso su ley teatral venía a consagrar el rango social de los caballeros, al atribuirles unos asientos fijos en los espectáculos públicos. Respecto a la ley agraria, Cayo Graco adoptó una serie de disposiciones que permitieran relanzar la política de distribuciones del ager público: mejoras de las infraestructuras necesarias y, especialmente, de la red viaria itálica. Elevó a 200 yugadas las parcelas de tierras a asignar, en vez de las 30 contempladas en la anterior ley agraria. En la misma ley se contemplaba la deducción de colonias romanas en Tarento, otra al sur de Catanzaro y, tal vez, en Capua, con la intención de revitalizar la economía y la caída demográfica del sur de Italia. El colega de Cayo en el tribunado, Rubrio, propuso la creación de una colonia romana en el emplazamiento de la antigua Cartago. Esta medida habría posibilitado dotar de tierras a miles de romanos e itálicos pero, además de escandalizar al Senado (no hacía mucho, en el 146, Escipión Emiliano había jurado que la ciudad permanecería para siempre arrasada), suponía una novedad difícil de aceptar, puesto que Roma nunca había fundado con anterioridad colonias romanas fuera de la península itálica. No obstante, la ley fue aprobada y Cayo Graco entró a formar parte de la comisión encargada de la deducción de la colonia. Hasta entonces Cayo había obtenido la aprobación de todas sus propuestas. La base social en la que la política se apoyaba era muy amplia y la oposición no estaba en condiciones de debilitar o dividir estos apoyos. Pero las dos últimas propuestas de Cayo Graco crearon las condiciones necesarias para que la oposición senatorial comenzara a recuperar el terreno perdido. Una de ellas, propuesta en el 122, siendo también tribuno su aliado M. Fulvio Flaco y siendo cónsul el graquiano G. Fannio, contemplaba la concesión de la ciudadanía romana a los propietarios itálicos más ricos y la ciudadanía latina a todos los demás. La segunda fue el intento de democratizar la asamblea centuriada, de tal modo que se alterase el sistema de votación, que consistía en que primero era llamada a votar la primera clase censitaria más las 18 centurias de caballeros, posteriormente la segunda, etc. Su propuesta era que el orden de votación se decidiese por sorteo entre todas las clases indistintamente. Pero esta medida suponía poner en un serio compromiso el predominio político de las clases más ricas, entre las que se encontraba la de los caballeros, ahora mucho más ricos gracias a las concesiones de impuestos, que Graco les había otorgado, en la provincia de Asia. Por otra parte, los caballeros no aspiraban, en su conjunto, a una democratización de las instituciones sino a consolidar y ampliar su esfera de poder. Además, la masa de los ciudadanos romanos, celosa de sus privilegios y temerosa de perderlos si la concesión de la ciudadanía romana se ampliaba, comenzó a retirar su apoyo a Gayo Graco. El propio cónsul Fannio se situó ahora al lado de la oposición senatorial, separándose del grupo de los graquianos. Además de ordenar la expulsión de Roma de los innumerables itálicos que, animados por la posibilidad de obtener la ciudadanía, se habían concentrado en la ciudad, alentó la animosidad de la plebe urbana contra la propuesta de Cayo Graco. La mezquindad de sus argumentaciones incluía la de que si los itálicos se convertían en ciudadanos ocuparían muchísimos puestos en los espectáculos públicos, quitándoselos a ellos. Minado el poder de Cayo Graco, la oposición senatorial pasó a la ofensiva y se valió de otro tribuno de la plebe, M. Livio Druso, convertido en su adalid y dispuesto a valerse de la demagogia necesaria para aumentar la confusión y capitalizar ésta en contra de Cayo Graco. Fue él quien puso el veto a estas dos últimas propuestas de Cayo Graco y, paralelamente, propuso la deducción de doce colonias en Italia y Sicilia de tres mil colonos cada una y, para granjearse el favor de la plebe rural, pidió la abolición de algunas tasas a las que los beneficiarios de las asignaciones estaban sujetos. Los éxitos de esta política demagógica, junto con el malestar que entre la plebe urbana y los caballeros habían creado las dos últimas propuestas de Cayo Graco, hicieron que éste no triunfara en la tercera reelección como tribuno de la plebe, en el 121.Cayo se retiró a África y junto con Fulvio Flaco comenzó a organizar las parcelaciones de la colonia de Cartago. En pocos meses, se habían delimitado seis mil parcelas y habían logrado atraer a colonos de toda Italia. Pero el Senado no iba a permitir más éxitos a Cayo Graco. En el 121 la ley Rubria -nombre del tribuno que logró que se aprobara la creación de la colonia cartaginesa- fue abolida. Los colonos se encontraron en África en una situación jurídica sumamente incierta. Años después, Julio César reemprendería la colonización de Cartago. La vuelta a Roma de Cayo Graco fue acompañada de numerosos desórdenes y enfrentamientos entre sus partidarios y detractores. Cayo y sus seguidores se hicieron fuertes en el Aventino y durante tres días se libraron encuentros entre unos y otros. El Senado aprobó entonces el senado-consulto último (medida que tomaba el Senado en situaciones de gravedad y por el cual se autorizaba a los cónsules a servirse de medios extraordinarios para restaurar la normalidad), a propuesta del cónsul L. Opimio. En el encuentro final murieron muchos de los seguidores de Cayo Graco y éste se hizo matar por un esclavo. El programa legislativo de Cayo Graco no se limitaba a una simple reforma agraria que solucionase la critica situación de una serie de campesinos romanos empobrecidos -muy numerosa por otra parte-, sino que contemplaba un horizonte político mucho más amplio: se trataba de reformar algunas de las estructuras básicas del Estado romano. Si tales reformas se hubiesen llevado a cabo tal vez el curso de la historia romana de los años sucesivos hubiese cambiado, pero su fracaso contribuyó sin duda a precipitar los acontecimientos que desembocaron en la lucha social. El fracaso de Cayo Graco se debió en gran parte a la dificultad -más bien imposibilidad- de elaborar un programa de reformas que aglutinase en torno a él a clases e intereses tan diversos. La plebe urbana -más ligada a los grupos oligárquicos- se contraponía en gran medida a la plebe rural y ambas eran difícilmente conciliables con los publicanos o caballeros quienes, a su vez, no tenían intereses tan contrapuestos, como Cayo Graco pudo creer, a los de la oligarquía senatorial. Tras la muerte de Cayo Graco, la reforma agraria se vino abajo: por una parte, se paralizaron las asignaciones (en virtud de la ley Thoria y, en segundo lugar, se abolió el carácter de inalienabilidad de las parcelas que habían sido asignadas, con lo que éstas pudieron ser vendidas y, en el curso de pocos años, pasaron a encontrarse en una situación muy parecida a la de los años anteriores a los Gracos, si bien en algunas zonas de Italia estas pequeñas haciendas agrícolas de asignaciones graquianas, pervivieron durante bastante tiempo. Obviamente, la comisión triunviral creada por Tiberio Graco, ahora innecesaria, fue disuelta.
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La experiencia de los últimos treinta años había demostrado no sólo que la plebe tenía una capacidad de presión que era necesario liberar y al mismo tiempo controlar, sino que cualquier iniciativa tendente a estabilizar a ésta no podía llevarse a efecto al margen o en contra de la autoridad del Senado. Los enfrentamientos duales con el orden ecuestre, unas veces situado en un frente y otras en el contrario, no habían servido sino para alimentar las tensiones y debilitar a la nobilitas. M. Livio Druso, que pertenecía al igual que los Gracos (a los que su padre se había enfrentado) a una de las más ilustres familias romanas, intentó utilizar esta fuerza popular para devolver al Senado su lugar y su papel tradicional en la política romana. La figura de Druso ha sido y sigue siendo controvertida. Para muchos historiadores se trata de un demagogo cuyas reformas no hicieron sino precipitar una crisis en la que poco faltó para que se quebrase la propia Roma. Para otros, por el contrario, fue un político de amplia visión, conocedor tanto de los problemas como de las medidas que debían adoptarse para superarlos. En cualquier caso, Druso desplegó toda su energía y decisión en el intento de lograr los compromisos necesarios entre el Senado y los caballeros y las inaplazables exigencias de los itálicos. Con el apoyo de una parte de la oligarquía senatorial -entre ellos L. Licinio Craso que, al menos durante algún tiempo, le aseguró el consenso senatorial- Druso inició su tribunado. El fin último de todas sus reformas era la admisión de los itálicos en la ciudadanía romana que él debía contemplar como el principal problema y ciertamente -como los hechos demostraron- con razón. Druso intentó según el esquema de los últimos años, granjearse el favor popular. Para ello, propició una ley frumentaria que preveía distribuciones de trigo entre la plebe a precios muy bajos. Pero para que esta medida no perjudicara al Tesoro del Estado, procedió a una devaluación de la moneda, introduciendo en el sestercio de plata una octava parte de su peso en cobre. A fin de afianzar su apoyo dentro del Senado, presentó una Lex iudiciaria que atribuía de nuevo a los senadores la competencia de elegir los tribunales, pero en compensación, propició la entrada en el Senado de trescientos caballeros. La medida si no agradó a todos los caballeros -puesto que introducía un factor de discriminación entre los que pasaban al Senado y los que se quedaban fuera y con menos competencias- sirvió al menos para romper coyunturalmente la cohesión del grupo de los caballeros y debilitar, por ende, el peligro de una oposición. Entre los senadores también debió de producirse cierta reacción de escándalo -al menos entre el sector más reaccionario- ante tal medida, que suponía una profunda modificación de su estructura tradicional. Pero la propuesta fue aprobada. Finalmente, Druso procedió a elaborar una nueva ley agraria en interés de la plebe rural. Su proyecto de ley suponía reclamar a los possesores itálicos los territorios del ager publicus que ocupaban desde la época de los Gracos y que afectaban principalmente a las legiones de Etruria y Umbría. La compensación que Druso contemplaba -y que parece era el objetivo de su programa- era la concesión de la ciudadanía romana a los itálicos como un factor clave para conseguir la estabilidad. Se trataba de introducir elementos interesados en reforzar la política de Roma y, en consecuencia, el estamento senatorial. Pero la admisión de los itálicos en la ciudadanía -muy superiores en número a los romanos- hubiera significado una reestructuración del Estado y una serie de problemas administrativos y políticos que la oligarquía romana no tenía la seguridad de poder afrontar con éxito. Su posición mayoritaria fue de rechazo. A partir de este momento la tensión se disparó. Parece que el propio Druso había concertado con su amigo Pompedio Silón, un jefe marso, el apoyo armado de los marsos en caso de que fuera necesario. También tenía un carácter de agitación la medida adoptada por el cónsul L. Marcio Filipo de convocar en Roma a gran número de etruscos y umbros que podían verse afectados por las medidas agrarias de Druso. La rogatio de sociis o ampliación de la ciudadanía, fue anulada por el Senado y poco después Livio Druso fue asesinado siendo aún tribuno. La muerte de Druso desencadenó la llamada guerra mársica, itálica o más comúnmente guerra social. Una serie de cuestiones son aún tema de discusión entre los historiadores. Así, por ejemplo, el objetivo que los insurgentes itálicos pretendían es, para algunos estudiosos, no tanto el deseo de obtener la ciudadanía romana, sino el ansia de obtener la propia independencia de Roma. Otros suponen que se trataba únicamente de la obtención de la ciudadanía y su decisión de perseguirla por la vía de la insurrección se justifica en el trágico asesinato de Druso, con el que se desvanecieron las esperanzas de obtenerla de modo pacífico. Ambas teorías tienen su fundamento: el odio desencadenado contra Roma justificaría la primera, en tanto que el hecho de que la mayor parte de los rebeldes replegaran las armas a finales del 90, cuando se promulgó la Lex Iulia de civitate que contemplaba la extensión de la ciudadanía, parece confirmar la segunda. Sólo en el caso de los samnitas, cuya violenta oposición se prolongó durante varios años más (lo que explica la dura represión de Sila en esta región), puede mantenerse sin error este desesperado anhelo de libertad. Las comunidades itálicas sublevadas fueron los marsos, picenos, vestinos, pelignos y marrucinos en el frente septentrional, y samnitas, lucanos, hirpinos, frentanos, pompeyanos y campanos, en el meridional, además de gran parte de los galos transpadanos y, por poco tiempo, etruscos y umbros. Todos ellos se constituyeron en un Estado federal, dotándose de una organización calcada de la romana que contemplaba un Senado, dos cónsules y doce pretores, lo cual ha llevado a algunos historiadores a suponer la existencia de un sentimiento nacional itálico. Esta tesis señala, además, el hecho de que la capital provisional de los insurgentes fuera llamada Itálica (designación que recayó en la ciudad peligna de Corfinium). Pero no creemos que tal sentimiento de unidad itálica existiese. La unión era forzada en razón de la guerra y dentro de las propias comunidades subsistían posiciones distintas a favor o en contra de la guerra. Si los sublevados creyeron o no poder aniquilar el poder romano, es otra de las incógnitas difíciles de resolver. El hecho de que iniciaran negociaciones con Mitrídates, rey del Ponto, recabando su apoyo, parece reforzar la primera teoría, pero resulta difícil de mantener teniendo en cuenta las dimensiones que el Imperio de Roma había alcanzado, no sólo contando la provincias -que enviaron contingentes militares- sino a los numerosos aliados de Roma fuera de Italia. En cualquier caso, no hay duda de que en todas las guerras hay unos componentes de ferocidad y de desesperación difíciles de racionalizar, tanto en las habidas en el mundo antiguo como en las de nuestros días. Los conflictos comenzaron en Asculum cuando a finales del 91, reciente aún el asesinato de Druso, la multitud enardecida dio muerte a una embajada de Roma presidida por el pretor Q. Servilio y a todos los habitantes romanos de la ciudad. La rebelión se extendió rápidamente, alentada más si cabe, por la contumaz insolencia del Senado romano que, a poco de iniciado el conflicto, promulgó en el ano 90 una Lex Varia por la que creaba un tribunal o comisión de alta traición para investigar las responsabilidades de los que habían inducido a los itálicos a la guerra y que, lógicamente, fueron localizados entre los que habían sido partidarios de Druso. Sólo las colonias latinas -a excepción de Venusia- permanecieron fieles a Roma. La guerra, aunque breve (91-89), fue devastadora por el descomunal tamaño de los ejércitos que se enfrentaban (unos 100.000 por cada bando) y la dureza de las operaciones. Roma hizo llamar a Mario, al que situó al frente de los ejércitos del Norte. Pompeyo Estrabón (padre de Pompeyo el Grande), actuó en el Piceno. Especialmente duras pero decisivas fueron las victorias de este último y las de L. Cornelio Sila en el Samnio. El número de muertos fue elevadísimo y muchas ciudades fueron destruidas. La razón principal que detuvo el avance de la guerra y rompió la unidad de los aliados itálicos fue la iniciativa senatorial (que finalmente se mostró dispuesto a ceder) de promover la Lex Iulia de civitate, presentada por L. Julio César, en virtud de la cual se concedía la ciudadanía romana a los itálicos que habían permanecido fieles (las colonias latinas) y a los que habían depuesto las armas o las depusieran en un breve plazo de tiempo. Los nuevos ciudadanos serien inscritos en ocho tribus, tal vez de nueva creación, o en ocho de las treinta y cinco que ya existían, que fue la fórmula que se adoptó. No obstante, a fin de limitar su influencia en la política, se decidía que serían los últimos en votar en los comicios. En el año 89, meses después de promulgarse la Lex Iulia, la ley Plautia Papiria, perfeccionaba la inserción de los nuevos aliados, incorporando soluciones de carácter técnico-político y ampliando el derecho de admisión a la ciudadanía a prácticamente la totalidad de los itálicos, salvo los samnitas y lucanos, que aún seguían luchando. Una cláusula, conocida por un texto de Cicerón, permitía que determinados ciudadanos honorables de las comunidades aliadas pudieran también acceder a la ciudadanía romana. En virtud del desarrollo de la Lex Iulia, se concedía la ciudadanía latina a los galos transpadanos; a su vez, los generales podían conceder la ciudadanía romana a determinados aliados: la turma salluitana, que eran jinetes hispánicos que se habían distinguido durante la contienda, recibió la ciudadanía de Pompeyo Estrabón. Ciertamente, la solución de todos los problemas que la nueva situación implicaba y el proceso de organización de nuevos cargos, adecuación de las instituciones locales a las romanas, etc., fue largo y sólo quedó resuelto en toda Italia en el 49 a.C. con César. Pero finalmente, se había cerrado un capítulo de la historia de Roma y se había iniciado un nuevo y trascendental proceso. Aunque los aliados no hubieran ganado las batallas, puede decirse que habrían ganado la guerra, puesto que -a excepción del Samnio- habían alcanzado el objetivo que les impulsó a levantarse en armas. Entre las consecuencias más directas de las guerras sociales cabe destacar, además de la posibilidad de que cualquier ciudadano libre de Italia (incluidos los provinciales domiciliados) pudiera convertirse en ciudadano romano, una serie de factores que repercutirán, en mayor o menor grado, en la posterior historia de Roma. Así, por ejemplo, la nueva estructuración del territorio romano que consistió en la aplicación y extensión de la institución del municipium a las ciudades latinas e itálicas. Los municipia civium romanorum, suponían la homologación de estas ciudades con Roma y sus instituciones, además de la descentralización administrativa respecto a la propia Roma. Estos municipios contaban con sus propios magistrados (quatuorviri), su Senado o Curia municipal y su asamblea popular; a los magistrados municipales se les otorgaron poderes y funciones jurisdiccionales importantes. La ciudad se convirtió en el centro donde se desarrollaban los derechos de los nuevos ciudadanos y donde se ejercían las funciones de orden social y económico. La contraposición campo-ciudad se hace más evidente a partir de entonces. La aplicación del sistema municipal implicó una serie de creaciones, ampliaciones y reconstrucciones urbanísticas impresionantes a lo largo del siglo I. Los patronos municipales -personajes destacados de la vida romana y vinculados por razón de nacimiento, desarrollo de sus funciones administrativas o lazos de tipo clientelar con los nuevos municipios- contribuyeron en gran medida al desarrollo urbanístico de las ciudades. Estas nuevas comunidades ciudadanas participaron en la vida política romana, frecuentemente mediatizadas por vínculos clientelares con sus patronos o protectores. El Samnio apoyó firmemente a Mario en contra de Sila, Catilina reclutó su ejército en Lucania y Etruria, Pompeyo en el Piceno, César entre los galos cisalpinos, etc. De hecho, en la Italia de estos años, pese a la tendencia a la uniformidad de las instituciones municipales, no se desarrolló un sentimiento nacional o de unidad estatal sólido, ya que las relaciones políticas de las élites municipales con el centro eran escasas y, generalmente, estas relaciones se expresaban en términos personales o clientelares.
obra
Los temas árabes que tanto interesaron a Fortuny quizá tengan culminación en esta espectacular escena que contemplamos. El asunto se desarrolla en un patio típicamente musulmán, inventado por el artista pero inspirado en los materiales y el estilo de la Alhambra. Se trata de un recinto con una pila redonda en el suelo, un gran arco abierto en el grueso muro que da paso a una sala cubierta cuyo acceso se realiza a través de un arco más recargado. Las paredes de esta sala del fondo están decoradas por azulejos que forman estrellas, dando paso en último término a una ventana geminada que permite contemplar la vegetación de la zona. Los acusados se sitúan en primer plano, medio desnudos, tumbados y con los pies sujetos por un amplio cepo de madera, custodiados por dos guardias. Al fondo, en el interior de la sala se encuentran los cadíes, encargados de administrar justicia, destacando el colorido más vivo de alguna vestimenta. El contraste lumínico entre la zona de primer plano y el fondo resulta lo más atractivo de la composición, utilizando Fortuny una luz andaluza de gran potencia que crea acentuadas diferencias entre las diversas zonas. El maestro emplea una pincelada suelta, pequeña y rápida, interesándose por todos los detalles posibles sin caer en la caligrafía, siendo ésta una de las más espectaculares virtudes de Fortuny. Pero lo más interesante es la perfecta conjunción del color y la luz, apreciándose ecos del Impresionismo francés. No conviene olvidar la perfecta sensación de perspectiva creada a través de la sucesión de arcos en profundidad, utilizando como punto de fuga la ventana con el frondoso jardín como fondo. El resultado es una de las mejores obras de su género demostrando la facilidad del maestro para narrar historias.
acepcion
En la Antigua Roma, desde el año 494 a.C surgieron los tribunos del pueblo -Tribuni Plebes-, un órgano de control para evitar el exceso de poder de los magistrados. El tribuno era el magistrado elegido por votación popular. Existían varios tipos de tribunos: los políticos y de la plebe, que defendían al pueblo, y los militares.
fuente
Se trata de 24 soldados elegidos por la asamblea para servir en las legiones del cónsul como tribunos militares. Estos tribunos, elegidos por la comitia populi tributa, eran auténticos magistrados, quedando incorporados a las cuatro legiones del cónsul, seis por legión, como comandantes.
fuente
El tribunus militarum eran los oficiales de rango medio en la cadena de mando del ejército romano. El de rango superior era el tribuno electo de los soldados y, si el general no era también cónsul y no disponía de legiones, el tribuno militar era el que las mandaba. Los tribunos militares no electos servían también de comandantes de los escuadrones de caballería.
obra
Las dudas asaltan a los entendidos a la hora de encontrar la autoría de este lienzo en el que alguna mano desconocida ha plantado la firma de Rembrandt y la fecha de 1655. Parece poco probable que el maestro ejecutara esta composición si la comparamos con obras de esa década como Bethsabé con la carta del rey David o Jacob luchando con el ángel. Se ha buscado entre los alumnos directos de Rembrandt, especulándose con el nombre de Gerbrand van den Eeckhout, amigo y discípulo del maestro.La escena está inspirada en el Evangelio de san Mateo (22; 15-22) y presenta a Cristo junto a sus discípulos a la puerta del templo siendo interrogado por un fariseo sobre si es lícito dar tributo al César, esperando una respuesta equivocada para denunciarle. Jesús respondió: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". La composición es simétrica, mostrándonos a un fariseo en el centro de la puerta y a ambos lados a Cristo y a el fariseo que interroga, inclinando ambos sus cabezas para contemplar el denario que el segundo lleva en su mano. Dos herodianos esperan la respuesta en la zona izquierda mientras que los seguidores de Jesús se sitúan en la derecha. Un arco sirve de encuadre a la escena, creando una sensacional perspectiva con las naves del templo, donde encontramos algunos personajes. La luz dorada es típica de Rembrandt, acentuando gracias a ella la tensión del momento. La pincelada es bastante abocetada, aplicando el color con toques rápidos y precisos que omiten toda referencia a los detalles. La narración del episodio bíblico alcanza la tensión correcta, demostrando Gerbrand van den Eeckhout su destreza.
obra
En 1516 Tiziano inicia su estrecha relación con Alfonso d´Este, el duque de Ferrara, uno de los principales clientes del maestro de Cadore. El primer trabajo que Tiziano realizó para el duque fue este lienzo que contemplamos, en el que se narra un asunto religioso. Su destino sería la puerta del armario en el que el duque guardaba sus caudales. Tiziano sigue el episodio evangélico citado por Mateo (22; 15-16, 21) donde Cristo responde en estos términos al fariseo: "Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". La figura de Cristo y la del fariseo derivan de Leonardo da Vinci mientras que en el patetismo captado en el rostro de Cristo se manifiesta la influencia de Giorgione. Sin embargo, la organización lumínica y los colores empleados son característicos de la obra de Tiziano. La luminosidad de ambos rostros contrasta con el oscuro fondo, anticipándose a los trabajos de Tintoretto o incluso Caravaggio. Los colores adquieren una sensacional viveza, recordando a su maestro Giovanni Bellini, mientras que el fariseo es un auténtico retrato en el que capta la personalidad del modelo. Sin duda, se trata de una obra de excepcional calidad con la que Tiziano pretende impresionar gratamente a su cliente con el objetivo de continuar su relación, como así fue ya que el duque de Ferrara le encargaría en los próximos años una serie para la Cámara de Alabastro de su castillo de Ferrara.La presencia de una copia con el mismo tema conservada en la Academia de San Lucas de Roma, en la que la escena es más amplia hace pensar a algunos especialistas que la tabla de Dresde estaría cortada por los cuatro lados en detrimento de la composición, de esta manera más sucinta.