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La historia de san Cenobio la interpretó Botticelli en cuatro tablas, siendo uno de sus últimos trabajos. En esta imagen narra varios de los milagros de este santo: salvando a dos jóvenes de las tentaciones del demonio en la izquierda, resucitando a un niño en el centro y curando a un ciego en la derecha. Las escenas se suceden simultáneamente - en sintonía con el mundo medieval - y al aire libre, delante de unas construcciones. La perspectiva es una preocupación que recupera Botticelli como observamos en los puntos de fuga que presenta, una plaza de la ciudad en la derecha y un paisaje en la izquierda. Las tres escenas están cargadas de expresividad y dramatismo, transmitiendo la fe cristiana con su composición. La Juventud de san Cenobio, los Milagros y el Último milagro y su muerte son sus compañeras.
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Murillo tuvo un esclavo negro llamado Juan que había nacido en 1657. Puede tratarse del modelo empleado para esta composición, también titulada en algunas ocasiones El pobre negro. Al igual que su compañero Invitación al juego de pelota a pala, el maestro sevillano realiza una nueva demostración de cómo captar las reacciones psicológicas de los niños. La escena tiene lugar al aire libre donde dos niños están dispuestos a iniciar su merienda cuando aparece un tercero que porta un cántaro, demandando un trozo de la tarta que están a punto de comer. El que tiene la tarta en sus manos la retirada del campo de acción del muchacho negro mientras que el otro dirige su mirada al espectador y sonríe abiertamente. El pequeño negro muestra un gesto amable en su demanda. Un triángulo organiza la composición, ocupando la cabeza del niño negro el vértice, creando un juego de luces y sombras con el que refuerza la sensación atmosférica, de la misma manera que hizo Velázquez en Las Meninas. Las tonalidades pardas y terrosas contrastando con claras son habituales de esta época caracterizada por el aspecxto naturalista de las composiciones, especialmente las populares.
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Tal y como lo planteaba en el grabado conocido como Joven con la Muerte, el Maestro del Livre de raison es muy sensible al tema alemán de la presencia continua de la muerte en todos los acontecimientos del ser humano, lo que los vuelve inútiles y efímeros. En este caso, el sujeto elegido para ilustrar esta idea de raíz medieval son tres reyes, poderosos, vestidos con ricas coronas de piedras preciosas, armados, con bellos caballos y perros de caza. Sus entretenimientos, su poder, su fama no son nada ante la prefiguración de su futuro, tres esqueletos descarnados, todavía con las coronas pero cubiertos de harapos y rodeados de huesos. Los perros de caza les ladran temerosos, pero los tres esqueletos no les tienen miedo e incluso se atreven a agarrar del manto a uno de los reyes, como atrayéndolos hacia su estado.Además, los seis personajes permiten al artista realizar un estudio de las distintas vistas del cuerpo humano, un interés moderno que no existía durante la Edad Media. Los dos grupos están formados por tres figuras en posturas completamente diferentes: frente, perfil y espalda. Lo mismo puede aplicarse a los caballos, cuyo estudio de proporciones y anatomía se profundizará con los maestros del XVI (Durero y Leonardo da Vinci principalmente).
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La influencia de la Nueva Objetividad (Neue Sachlichkeit) en la pintura de Johannes Grützke se pone de manifiesto en el realismo con el que trata sus escenas. La energía que desprenden sus mujeres enlazan indirectamente de los desnudos de Rubens o Jordaens, a pesar de la precisión de los contornos con los que ha dibujado cada una de las figuras. Este realismo crítico en el que trabaja no está exento de parodiar algunas formas de comportamiento y recrear actitudes patéticas que se manifiestan en la sociedad.
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Formado en la Academia de Munich bajo la dirección del pintor de historia Karl Theodor von Piloty y del pintor de cuadros de género Arthur Ramberg. Conoció a Courbet con motivo de la visita que el pintor francés realizó a la Exposición Internacional de Munich, encuentro que propiciaría su traslado a París, donde residió hasta el estallido de la guerra franco-prusiana en 1870 y donde pintó algunas de sus mejores obras. Leibl aúna la intención de representar lo visible y el ideal de la perfección, separándose de Courbet en el sentido de que en sus composiciones no introduce ningún rasgo de acción o de dramatismo. Sus cuadros son semejantes a bodegones provistos de un máximo de perfección técnica. Esta obra resume perfectamente este naturalismo llevado a los extremos, en los que sobresale la monumentalidad, la sencillez y la captación casi fotográfica de los detalles.
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Algunos especialistas tratan de situar a Jordaens, gracias a esta obra, dentro de la modernidad por su pincelada suelta, su cotidianeidad y su alegría. Otros, por el contrario, piensan que se trata de un boceto preparatorio y de ahí su ejecución rápida y vibrante. Los Tres Músicos de sitúan a la altura del espectador y en profundidad iluminados por un fuerte foco de luz. Sus gestos son perfectos dando la impresión de observar una fotografía. Resulta curioso comparar esta escena tan abocetada con el Autorretrato con su família, muy cuidado y detallista.
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Las escenas de carácter costumbrista no son muy habituales en el Barroco español. Sevilla era el puerto más importante de la España del siglo XVII y por allí entraba un buen número de obras de arte encargadas por la numerosa colonia flamenca e italiana. Gracias a este comercio, los pintores sevillanos recibieron un buen número de influencias extranjeras que provocaron el cambio en su concepción pictórica, abandonando el Manierismo e interesándose por las nuevas tendencias. De alguna manera se puede decir que Velázquez une en esta imagen el costumbrismo flamenco con el Naturalismo italiano. Contemplamos a tres personajes populares, totalmente realistas y alejados de la idealización, apiñados alrededor de una mesa sobre la que hay pan, vino y queso. Dos de los tres músicos tocan instrumentos y cantan, mientras el tercero - el más joven - sonríe al espectador y sostiene un vaso de vino en su mano izquierda. Las expresiones de los rostros están tan bien captadas que anticipa su faceta retratística con la que triunfará en Madrid. Un fuerte haz de luz procedente de la izquierda ilumina la escena, creando unos efectos de luz y sombra muy comunes a otras imágenes de esta etapa sevillana - Dos hombres a la mesa o Cristo en casa de Marta y María, por citar dos ejemplos - en las que se aprecia un marcado influjo de Caravaggio. El realismo de los personajes es otra nota característica así como el uso de ocres, sienas, pardos, negros y blancos. El bodegón de primer término vuelve a llamarnos la atención en un primer golpe de vista, casi más que las propias figuras.